Egocentrismo Infantil

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EL EGOCENTRISMO INFANTIL

El término egocéntrico se aplica a la persona que se considera el centro de todo, que piensa que es
muy importante y que todo el mundo se ha de preocupar de él. Persona que supone ser el centro
de todo y asume por tanto actitudes de exigencia y egoísmo. Muchas veces cuando nos
relacionamos con niños, nos sorprende lo que hacen o dicen. Su conducta parece caprichosa o
curiosa. Esto se debe a una característica del pensamiento infantil que se denomina
EGOCENTRISMO. El estadio inicial del ser humano es de un profundo egocentrismo, una total
indiferenciación entre lo que él es y lo que no es. O sea que está centrado. El niño conoce el mundo
según una sola perspectiva, la de él mismo. Es por ello, que tiene dificultad para ponerse en la
perspectiva del otro, para separarse de su propio punto de vista e imaginarse cómo entiende las
cosas otra persona. Entender la realidad supone situarse respecto de ella y entonces tomar
conciencia de uno mismo como algo distinto, aunque vinculado a ella. En el egocentrismo, el sujeto
no se diferencia de lo que lo rodea, ya sea la realidad física o la realidad social, tanto desde el punto
de vista material o desde el punto de vista mental. El egocentrismo aparece en todas las etapas del
ser humano, la superación de un tipo de egocentrismo va unida a la aparición de un nuevo tipo.

ORIENTACIONES PARA SUPERAR EL EGOCENTRISMO INFANTIL

Como docentes que somos, tenemos el compromiso de dar respuesta ante lo que los psicólogos
denominan “deseo de omnipotencia”, es decir al egocentrismo de los alumnos de Educación Infantil.
Es consustancial a la infancia esa necesidad de reafirmar su ego, exigiendo todo lo que pueden para
ellos, exigiendo ser mimados. Sin embargo, en prácticamente todos los grupos de Infantil,
encontramos algún alumno que lo vive con desmesura. En un principio parece un problema
exclusivamente de los padres. Pero no es así. En primer lugar porque, como educadores, el ámbito
humano también nos compete. En segundo lugar porque afecta, en muchas ocasiones, a la dinámica
de la clase, incluso puede llegar a perjudicar a los compañeros. En tercer lugar porque, con nuestra
perspectiva y consejo, podemos ayudar a los padres a que el niño deje de tener esta excesiva
necesidad de atención. La verdad es, que tanto profesores como padres ven a ese tipo de niños
como pequeños, débiles o indefensos. Y el niño sabe cómo llorar de una manera capaz de
enternecer a cualquiera. Sin embargo, no podemos transigir. Ni por el bien del niño, ni por el bien
del resto de la clase. Además, corremos el peligro de acostumbrarle mal, es decir, de protegerle
demasiado, y fomentarle malos hábitos que, con el tiempo, le convertirán en un alumno díscolo y
caprichoso. Algunos maestros son demasiado permisivos en el aula, pensando que estos alumnos
son todavía muy pequeños, y permitiéndoles comportamientos indeseables, como arrojar objetos
al suelo o dar patadas a sus compañeros. Pero nosotros, los maestros, somos educadores. Y quien
educa a un niño tiene el deber de ponerle límites, conteniendo su índole egocéntrica, con el fin de
ayudarle a crecer y a formarse un sentido propio de la realidad. Para educar bien y ayudar a limitar
los caprichos del niño, se han de tener las ideas claras. He aquí algunas actuaciones docentes que
pueden servir de ayuda: 1.- Las reglas dentro del aula han de ser muy precisas, con pocas
excepciones claramente motivadas. Éstas son mucho más aceptables que las reglas confusas y
contradictorias. 2.- Es indispensable pensar de una forma positiva. Por lo tanto, luz verde a las frases
de apreciación y de valoración dirigidas al alumno (dichas cuando corresponden), y luz roja a las
críticas continuadas. 3.- No, a los escarmientos y chantajes emocionales, porque son la mejor
manera de conseguir que el niño sea desobediente y caprichoso. 4.- Es mejor explicar y convencer,
que imponer nuestras razones. Sin embargo, cuando esto no funciona, debe mantenerse con
firmeza la posición tomada, sin perder la calma y dejando para más tarde las explicaciones. Como
siempre, los cuentos son un aliado eficaz para nuestra labor docente. Algunos de ellos, después de
ser contados por la maestra, dan pie para una reflexión en voz alta. Así se facilita que los alumnos
se acerquen al problema desde fuera.

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