Vanguardia Mexicana
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Vanguardia Mexicana
Muestra afortunada
Vanguardias e indigenismo: el
arte en el Perú de principios del
siglo XX
Avant-garde e indigenism: art in Peru of early
twentieth century
Vanguardas e indigenismo: arte no Peru de início do
século xx
Irene Nahir Chada Hauría[1]
Recibido: 16-02-2015 Aceptado: 20-03-2015
Resumen
Abstract
Resumo
Resumen: A principios del siglo XX se experimentaron a nivel mundial serios cambios económicos,
políticos y sociales. En América Latina las repercusiones de estos sucesos fueron múltiples y diversas.
Este clima particularmente cargado de incertidumbre, encendió el debate en el campo intelectual,
generando una amplia gama de posturas respecto al devenir de las sociedades y a sus historias pasadas.
El campo artístico no se sintió ajeno a estos nuevos debates y emprendió una renovación que se vio
reflejada con el surgimiento de las llamadas vanguardias artísticas.Este artículo explora los aportes y los
debates generados en las artes plásticas en el Perú de comienzos del XX. Este recorte responde al intento
de introducirnos a los acontecimientos históricos producidos en este periodo y en este país, y a
profundizar la corriente indigenista, no sólo como pensamiento y/o movimiento político y literario, sino
también como representación plástica.
Palabras clave: Arte, Indigenismo, Perú, Vanguardia.
A principios del siglo XX se experimentaron a nivel mundial serios cambios económicos, políticos y
sociales. La primer Guerra Mundial, las Revoluciones Mexicana y Rusa, la Crisis económica de 1929,
son algunos de los acontecimientos que sacudieron más fuertemente las estructuras con las que las
sociedades estaban acostumbradas a vivir. La nueva organización política global afectó no sólo a los
gobiernos y a las economías, sino también a los modos de decir, pensar y sentir de muchos intelectuales
y artistas.
En América Latina las repercusiones de estos sucesos fueron múltiples y diversas. Lejos de la pretendida
unión latinoamericana propuesta casi cien años antes por los Libertadores, el inicio de siglo encontró a
los países de América disputando sus propios modelos de Estado y de Nación, envueltos en los
conflictos de una definición de sus políticas y de sus economías vinculadas al resto del mundo y a las
potencias.
Numerosos son los estudios que se pueden encontrar respeto a la literatura producida en la primera mitad
de siglo, es precisamente para no redundar en ello que nos ocuparemos en este trabajo del campo
específico de las artes plásticas, aunque sin prescindir de las contribuciones que los análisis sobre la
literatura de vanguardia nos proporcionan. De la misma manera, acotaremos el objeto de esta
investigación a los aportes y los debates generados en las artes plásticas en el Perú de comienzos del XX.
Este recorte responde al intento de introducirnos, desde una perspectiva diferente, a los acontecimientos
históricos producidos en este periodo y en este país, y a profundizar la corriente indigenista, no sólo
como pensamiento y/o movimiento político y literario, sino también como representación plástica.
Desde 1886 y hasta 1895 Cáceres y su partido llevaron adelante acciones que lograron mantener cierta
estabilidad política, pero que siguieron fomentando el poderío de los sectores dominantes del Perú.
Durante esta década “Los grandes comerciantes y los terratenientes exportadores apoyaron a los
militares en tanto el Gobierno les daba tiempo para reestablecer la estructura productiva y acumular
fuerza suficiente para su propio proyecto político.” (Ansaldi y Giordano, 2012: 513). En este periodo, de
incipiente capitalismo impulsado por la burguesía mercantil y terrateniente de la Costa, aún se
mantendrían relaciones pre-capitalistas de producción. El gamonalismo[4] sostenido por la clase
terrateniente señorial de las Sierras, dominaba a los campesinos “enfeudados”[5] del sur y también a los
campesinos independientes o agrupados en colonias, sosteniendo de este modo patrones políticos y
económicos de la época colonial.
En el plano económico, la región sufrió un duro golpe con la depreciación del patrón plata, lo que
implicaba un desbalance entre las importaciones y las exportaciones desfavoreciendo al país, pero
favoreciendo a los capitales extranjeros. Estos últimos también se vieron ampliamente beneficiados por
la firma del Contrato Grace, llevada adelante por Cáceres, que implicaba un trato entre el gobierno
peruano y los tenedores de bonos de la deuda externa[6], donde los recursos naturales fueron
prácticamente cedidos para su explotación a cambio de la reconstrucción de las líneas férreas.
Imagen 1. El gamonal, de José Sabogal, 1925.
Durante este periodo, los intereses peruanos divididos casi geográficamente, sumados a la crisis
económica y a las cada vez más importantes –aunque desarticuladas- montoneras populares de
campesinos y pequeños comerciantes descontentos, hicieron imposible la constitución de un Estado y de
una Nación unificados. A la muerte de Morales Bermúdez, la estabilidad política ya estaba volviéndose
precaria, y Nicolás de Piérola aprovechó la situación de malestar generalizado en las masas populares
para acceder al gobierno en 1895, dando fin de esta manera al gobierno militarista e inaugurando lo que
se conoce como la etapa de la “República Aristocrática”[7]que abarca desde 1895 hasta 1919.
Representante del partido Demócrata, pero con apoyo del Partido Civil -sin líder en esos momentos-,
Piérola organizó una sublevación triunfante que desalojó el caudillaje militar e “inauguró la precaria
estructura política que duró hasta 1919, pero, sobre todo, señaló el paso a un período de reconfiguración
de la estructura de la sociedad peruana”. (Quijano, 2007: XIII) El apoyo logrado por sectores que antes
no eran representados por su figura se basó en un discurso de defensa de lo nacional -frente a un Perú
aún herido por la guerra-, que muy pronto dejó atrás. Su gobierno se centró en representar, en cambio,
los intereses de la oligarquía terrateniente y de los exportadores, al igual que los gobiernos democráticos
que lo sucedieron hasta 1919[8].
Siguiendo a Ansaldi (2012), entendemos por oligarquía a
“una forma histórica de ejercicio de la dominación política de clase, caracterizada por la concentración
de poder en una minoría y la exclusión de la mayoría de la sociedad de los mecanismos de decisión
política. En las sociedades con dominación oligárquica, la base social era angosta con predominio de la
coerción. En caso de existencia de consenso, fuera del núcleo dominante, este era pasivo. La exclusión
se justificaba por la supuesta o efectiva radicalidad o peligrosidad de los excluidos. Puesto que no se
trataba de una clase social sino de una forma de la dominación, la oligarquía pudo ser ejercida por
clases, pero más frecuentemente lo fue por fracciones de clase y grupos sociales diversos, por ejemplo,
terratenientes no capitalistas, terratenientes capitalistas, burgueses”. (Ansaldi y Giordano, 2012: 465-
466)
Tomando en consideración la caracterización del concepto de oligarquía, Perú aparece como un claro
ejemplo de dominación oligárquica durante este periodo por diversas razones. Entre ellas podemos
señalar la continua incapacidad de constituir un Estado, no sólo por la antedicha fragmentación
geográfica -Costa, Sierra y Selva; esta última aún sin explotación económica-, sino porque los sectores
oligárquicos también estuvieron fracturados. Por un lado encontramos a las familias oligárquicas de la
costa norte, dedicadas a la caña de azúcar; por otro a las familias de la sierra central, encargadas de la
ganadería ovina y de la minería; y por último, a las familias de la sierra del sur, cuya actividad era el
comercio lanero. (Burga y Galindo en Ansaldi y Giordano, 2012: 515).
Durante la “República Aristocrática” se instalaron en Perú una serie de compañías de capital extranjero:
la ya mencionada Peruvian Corporation Ltd. -británica-, Cerro de Pasco Corporation, Internacional
Petroleum Corporation, y Grace -estadounidenses-, que se ocuparon, junto a otras empresas extranjeras
menores, de la minería, el petróleo, la agricultura de exportación y el transporte pesado. “Y en la misma
etapa, el capital imperialista conseguía también el dominio de casi toda la banca, del comercio
internacional y de la empresa principal de servicio eléctrico.” (Quijano, 2007: XVII) De este modo,
también convivieron las burguesías extranjeras imperialistas y las burguesías locales, estas últimas poco
a poco fueron perdiendo poder frente a las primeras.
Así, cada uno de estos sectores persiguió intereses particulares que no permitieron articular una unidad
nacional, ni política, ni social, y muchos menos cultural, sobre todo si consideramos que las cuatro
quintas partes, es decir, la gran mayoría de la población peruana, era indígena y se encontraba lejos de
lograr una representación política.
Vanos fueron los intentos de Billinghurst, representante del Partido Demócrata -elegido en 1912 y
derrocado en un golpe militar oligárquico por el Coronel Benavides en 1914- de democratizar el Estado,
dando paso a reformas que respondían a los sectores populares y progresistas peruanos.
Entre 1915 y 1919, el Partido Civil, retomó el poder en manos de José Pardo y Barreda, continuando con
las políticas adoptadas por la oligarquía, pero Augusto B. Leguía y Salcedo, quien había representado en
el gobierno al Partido Civil entre 1908 y 1912, ganó nuevamente las elecciones, sólo que esta vez con
una coalición política que se denominó Partido Democrático Reformista. Leguía inició
su oncenio (periodo de gobierno de once años) tomando el poder anticipadamente, tras la elección en la
que había resultado vencedor, mediante un golpe de Estado, dando por finalizado de este modo el
periodo de la “República Aristocrática”.
Hay en el arte plástico de América Latina, cambios estéticos vinculados al devenir histórico de sus
pueblos. Nos encontramos así con un arte prehispánico, propio de los habitantes originarios del
continente, que se manifestó más grandiosamente en las civilizaciones Maya, Azteca e Inca. El arte
prehispánico que sobrevivió al saqueo y destrucción de la Conquista española lo hizo de diversas
maneras: se conservaron en pie las grandes estructuras arquitectónicas que fueron parte de los centros
urbanos más importantes de los imperios; también sobrevivieron aquellas piezas que por su valor en oro
y piedras preciosas fueron enviadas como obsequios o vendidas en Europa (contribuyendo al expolio
cultural americano); y finalmente, los rasgos del arte prehispánico se conservaron en el proceso de
sincretismo que dio como resultado un barroco americano, destacado principalmente en la construcción
de los templos católicos, donde la mano hábil del indio era muy útil.
Durante los procesos independentistas de la región, el neoclasicismo no sólo se coló en las doctrinas
políticas, sino que tuvo un gran predominio en la arquitectura y en la pintura. Fue la época de la creación
de las academias de artes plásticas, fomentadas por los incipientes gobiernos que buscaban la
construcción de una identidad nacional, sin embargo, estas academias no se apartaron de las versiones
menos imaginativas del estilo y de las normas neoclásicas.
“Durante la mayor parte del siglo XIX, la pintura latinoamericana fue casi exclusivamente descriptiva.
[…] el nacionalismo expresado por los profesores franceses e italianos produjo muchas veces una
versión insípida de un arte con pretensiones «universalistas», pero que más bien era profundamente
europeo. La pintura que se hacía en las academias, al representar a personajes y sucesos históricos,
seguía las normas del estilo de David o de Ingres.” (Bethell, 1991: 132)
El neoclasicismo del siglo XIX planteó una separación entre arte culto y arte popular que atravesará el
campo hasta mediados del siglo XX, y cuyos debates se extienden hasta la actualidad. Lo popular,
anclado a las raíces indígenas, por ende masivo en la región andina, se vio asociado al barroco -no al
periodo incaico, que era visto como arcaico y aún no revalorizado-, y lo barroco, a lo español. Las luchas
independentistas desataron un repudio a todo lo relacionado con la época colonial -exceptuando, claro
está, las políticas económicas que subsistieron en base a la explotación indígena-, y los artistas volvieron
sus ojos hacia Francia e Inglaterra como modelo a seguir frente a los desafíos que imponía la creación de
una Nación. De este modo, se cambió un modelo extranjero matizado por el mestizaje, por otro modelo,
también extranjero, pero esta vez sin mediaciones locales. El arte culto, caracterizado por el
cosmopolitismo, importó ideas, materiales y artistas. Se apegó al proyecto liberal y optó por
desprenderse de los resabios del pasado para servir a los intereses de las oligarquías gobernantes. Se
pintaron retratos de los héroes nacionales que fomentaban el sentimiento patriótico, se crearon himnos y
marchas para reforzar la idea de unidad nacional, aunque fuese una ficción, y también se construyeron
edificios públicos que concentraban el poder político.
“Por supuesto que al arte popular no se le reconocía una tradición histórica, ya que no fue hasta la
década de 1840 que algunos europeos influidos por el romanticismo empezaron a concebir la idea del
folklore. Los latinoamericanos tardaron mucho en asimilar estas ideas y pasaron la mayor parte del siglo
XIX intentando reprimir u ocultar su arte y su música folklórica que consideraban primitivos e
implícitamente vergonzosos. Esto se mantuvo así hasta que finalmente surgieron fuertes movimientos
regionalistas y hasta que el socialismo hizo su primera aparición en el escenario latinoamericano.”
(Bethell, 1991:132)
En el Perú, como país más apegado aún a la colonia y con una fuerte dominación oligárquica y clasista,
fueron primero los artistas y no los críticos o estudiosos académicos, quienes reconocieron la
importancia del arte popular en la cultura regional.
“En Latinoamérica, la inmensa mayoría de la crítica de arte era provincial y subjetiva; se ocupaba casi
exclusivamente de los aspectos históricos, biográficos y generalmente «literarios» y no mostraba tener
mucha intuición estética. La mayor parte de la crítica se publicaba en los periódicos y los críticos eran
generalmente poetas o escritores y, por tanto, de hecho no existía la crítica estrictamente plástica.”
(Bethell, 1991: 132)
Durante el romanticismo, la mirada nacional se tornó más hacia lo vernáculo, pero aún sin salir de los
patrones dictados por la moda artística europea. Fue la época de los pintores inmigrantes que recorrieron
el interior de los países retratando ya no sólo paisajes, sino escenas costumbristas que incluían
personajes autóctonos como el gaucho en el sur y el indio en los Andes. Hubo un redescubrimiento del
pasado, pero como un exotismo o una adhesión nostálgica. Siguiendo a Ángel Rama (2008:160), el
romanticismo apostó al color local aportado por el indio, quien apareció por tercera vez en el arte
americano posterior a la Conquista, “como expresión de la larga lamentación con que se acompañaba su
destrucción, retraduciendo para la sociedad blanca su autoctonismo”. Lo había hecho por primera vez a
través de la literatura misionera de la Conquista -en la plástica fue por medio del barroco-, luego en la
literatura burguesa del neoclasicismo -en este caso, la plástica no reconoce al indio como objeto ni sujeto
estético-, y aparecerá por cuarta vez con una fuerza mucho mayor durante el siglo XX por medio de la
corriente indigenista.
En el siglo XIX, en un contexto en el que el indígena no tenía ni representación ni participación política,
y en el que se encontraba replegado en la sierra bajo el dominio de los terratenientes señoriales, fue el
hombre blanco, en esencia el mestizo, quien se hizo eco de su presencia, pero, reiteramos, para hablar de
él, y no en su nombre, para retratarlo y cosificar su existencia.
El indígena se fue haciendo presente de una manera cada vez más conciente en la sociedad peruana
cuando el hombre blanco comenzó a hablar, ahora sí, en su nombre. Fue precisamente cuando Piérola
recurrió a las masas y a su descontento, para nuclearlas bajo un ideal de nacionalidad peruana, que el
discurso a favor del indígena comenzó su largo recorrido. Si bien las promesas políticas no se
cumplieron, el problema del indio tan profundamente negado se había instalado fuertemente a principios
del nuevo siglo.
Durante su gobierno, y luego de disolver el Congreso opositor, Leguía hábilmente logró desarticular a
las oligarquías conservadoras que veían en el capital norteamericano una amenaza a sus intereses,
profundizó su relación con la burguesía modernizadora dependiente del capital extranjero y consolidó la
dominación y penetración imperialista. (Ansaldi y Giordano, 2012: 517)
El mismo Leguía que creó la ley de protección a las comunidades indígenas, se hizo llamar Viracocha y
dio discursos en quechua; tras un breve inicio populista, muy pronto hizo visible su ostensible viraje
hacia el despotismo y hacia el entreguismo a la dominación imperialista. Entre las medidas orientadas a
ello, se realizaron empréstitos de la banca y de capitalistas norteamericanos para diferentes obras
públicas, de este modo los banqueros aseguraron sus intereses y exigieron la participación en los
negocios públicos.
Durante su gobierno se firmaron dos tratados que definieron límites territoriales: el Tratado con
Colombia (1922) que significó ceder a Colombia una porción territorial comprendida entre los ríos
Caquetá y Putumayo y el llamado Trapecio Amazónico, sin contemplar que en esta zona había residentes
peruanos, lo que lógicamente generó un conflicto entre países que se agudizó en la década del ‘30.
También se firmó el tratado con Chile que finalizó los conflictos limítrofes posteriores a la Guerra del
Pacífico.
En el plano internacional, se fomentó la inmigración japonesa, lo que tendrá gran influencia en los
decenios siguientes.
Entre las acciones llevadas adelante por Leguía, una de las más importantes fue la modernización
política que se inauguró con la reforma constitucional de 1920[9]. También en esta constitución se
estableció, en su artículo 58, la protección de los pueblos originarios: “El Estado protegerá a la raza
indígena y dictará leyes especiales para su desarrollo y cultura en armonía con sus necesidades. La
Nación reconoce la existencia legal de las comunidades de indígenas y la ley declarará los derechos que
les correspondan”. Sumado a ello, el artículo 41 declaró sobre las tierras de propiedad comunal indígena:
“Los bienes de propiedad del Estado, de instituciones públicas y de comunidades de indígenas son
imprescriptibles y sólo podrán transferirse mediante título público, en los casos y en la forma que
establezca la ley”. Para velar sobre estos propósitos se creó la Dirección de Asuntos Indígenas, en el
Ministerio de Fomento y Obras Públicas.
Estas políticas pro-indígenas no coincidieron con las otras acciones desarrolladas por el gobierno, lo que
generó serias tensiones provocando múltiples revueltas.
También en 1920, Leguía dictó la Ley de Conscripción Vial que obligaba a todos los hombres de 18 a 60
años de edad a trabajar gratuitamente por espacio de 6 a 12 días al año, en la construcción y apertura de
carreteras. Por supuesto que esta medida afectó básicamente a la población indígena, pues fueron ellos
quienes efectivamente cumplieron el servicio obligatorio, y sumó otro motivo para que se desatase la
revuelta popular indígena conocida como la Gran Sublevación del Sur (1920-1923).
“[…] los levantamientos indígenas avanzaron sobre las poblaciones y haciendas mestizas,
incendiándolas y destruyéndolas, en gran medida incentivados por las matanzas de indígenas a manos de
gamonales[10]. El dato singular es que de estos levantamientos participaron indígenas de afuera y de
adentro de las haciendas, en una escala regional que superó los límites localistas de las protestas
anteriores. Surgieron líderes indígenas y campesinos que articularon el movimiento en una ideología
milenarista que, aunque difusa, recuperaba la más genuina tradición indígena y la ponía en diálogo con
el Estado.” (Ansaldi y Giordano, 2012: 560)
Esta revuelta fue contenida por Leguía y los representantes de las reivindicaciones indígenas fueron
presos o muertos y, en el mejor de los casos, exiliados: esta modalidad ya la había implementado con sus
adversarios civilistas al inicio de su mandato.
La Sublevación del Sur caló profundo en los intelectuales del veinte que, influenciados por los
movimientos revolucionarios mexicanos, dieron comienzo al movimiento indigenista. Para los
intelectuales de esta época el panorama no fue sencillo, las imprentas del diario El Comercio y La
Prensa fueron asaltadas, Leguía cercenó la libertad de expresión, eliminó a la oposición en el parlamento
y lo hizo obediente a su mandato, lo que le garantizó la continuidad de sus políticas represivas.
Mientras la sierra clamaba, paradójicamente en Lima se celebró el Centenario de la Declaración de la
Independencia Peruana. El gobierno aprovechó el momento para engalanar la ciudad y presentarla
próspera y moderna ante el mundo. Se construyeron grandes avenidas y caminos, monumentos
conmemorativos de estilo neoclasicista, se edificó la Plaza San Martín; relucieron escudos y blasones
independentistas, y el llamado a la unidad nacional se hizo entre símbolos patrios y representantes del
comercio internacional. Lima se encargó de sublimar sus conflictos internos, proyectando una imagen
cosmopolita hacia el exterior. El paisaje urbano cambió y se tiñó de los aportes de artistas extranjeros
que obsequiaban sus grandes obras a la patria.
Mientras tanto, la penetración de los movimientos de vanguardia comenzaba a sentirse en artistas e
intelectuales opositores, quienes tomaban distancia de Leguía e inauguraban nuevas corrientes de
pensamiento popular. Hacia el final de su gobierno esto se hizo más notorio, pues ya se habían creado
los primeros partidos políticos de masas en el Perú. Con una gran influencia marxista, José Carlos
Mariátegui lideró el Partido Socialista Peruano (PSP), y Víctor Raúl Haya de la Torre, la Alianza
Popular Revolucionaria Americana (APRA), que sin llegar al poder, tuvieron enorme repercusión
política, sobre todo éste último.
Otro de los sucesos que marcaron el tránsito de Leguía por el gobierno peruano fue la crisis económica
global de 1929. Esta crisis aceleró la caída de su gobierno, ya que era profundamente dependiente de los
movimientos económicos extranjeros. Los sectores obreros fueron los primeros en manifestar su
descontento porque se vieron directamente afectados por el alza del costo de vida. La gran corrupción
administrativa que se había propiciado durante la década (con el beneficio directo de los allegados al
presidente), y la vieja oligarquía despojada de sus poderes, más el descontento del sector militar,
obligaron a Leguía a presentar su renuncia en Agosto de 1930 ante la amenaza directa de Golpe de
Estado por parte del comandante Luis Miguel Sánchez Cerro.
A fines de 1931, Sánchez Cerro asumió la presidencia del Perú tras un proceso de votación democrático.
Su opositor más acérrimo fue Haya de la Torre, quien casi ganó la elección pero el carácter fraudulento
de la misma lo impidió. El Parido Aprista Peruano (PAP) fue liderado por Haya de la Torre; esta
agrupación política local respondía a los lineamientos del APRA y se presentaba para ese entonces como
la única alternativa de cambio en el Perú.
La propuesta del APRA excedía los límites del país, pues pretendió ser un frente
único indoamericano con representación partidaria en las distintas naciones americanas. Sus propuestas
de centro izquierda eran antiimperialistas, nacionalistas -nacionalización de tierras e industrias-,
solidarias con los pueblos y clases oprimidas del mundo, propugnaban la unión de América Latina y la
internalización del Canal del Paraná[11]. Repasando la historia de los gobiernos peruanos hasta 1930,
podemos entender porqué no fue posible que los apristas tomaran el poder: ninguno de estos principios
contemplaba los intereses de la clase dominante. También es comprensible que, ante la gran adhesión
popular que tuvo, el PAP haya sido proscripto, sus líderes perseguidos y exiliados, y sus seguidores
reprimidos.
Los años treinta fueron convulsos. Los apristas se manifestaron en varias ocasiones contra el gobierno de
Sánchez Cerro, quien reprimió duramente y ocasionó la muerte de militantes de izquierda y obreros. En
medio de una gran crisis económica, el presidente adoptó una serie de medidas de carácter popular, entre
ellas la derogación de la ley de conscripción vial, la legalización del divorcio, la obligación de los
funcionarios de declarar sus bienes, se crearon escuelas, se protegió la industria pesquera, se comenzó un
proceso de colonización de la selva, entre otras políticas que beneficiaron al Perú. También a través de
una nueva reforma constitucional, estableció el mandato presidencial por seis años y prohibió de la
reelección inmediata; así como declaró la libertad de cultos y contempló el habeas corpus, se sancionó
la pena de muerte por delitos de traición a la patria y homicidio calificado, dando cuenta de este modo de
la intransigencia política reinante. (Basadre, 1998: 3093-3097)
Pese a la presumible apertura política, Sánchez Cerro despertó grandes controversias, no sólo por su
relación con el aprismo y la izquierda en general, sino porque la economía siguió profundamente ligada
al capital extranjero[12]. La economía de enclave era tan dependiente que el presidente contrató a
financistas estadounidenses para que lo asesoraran respecto a las acciones que era conveniente llevar a
cabo para paliar la crisis peruana.
Durante el gobierno de Sánchez Cerro se produjo un incidente limítrofe con Colombia. El episodio
conocido como la “Guerra de Leticia” tensionó las relaciones entre ambos países, pero el conflicto fue
finalmente resuelto por la vía democrática. (Ansaldi y Giordano, 2012: 590)
La política represiva de Sánchez Cerro y las manifestaciones populares organizadas por la izquierda que
reclamaban una mejora sustancial de la calidad de vida del obrero, del indígena y del campesinado,
terminaron por hacer de este periodo una etapa de extrema violencia política.
En Abril de 1933, un militante aprista dio muerte a Sánchez Cerro y el panorama político peruano
convulsionado dio inicio a una nueva etapa militarista de la mano del golpista militar Oscar Benavides
Larrea. (Ansaldi y Giordano, 2012: 590)
Cronológicamente, los inicios de siglo estuvieron dominados por el sector europeizante, salvo algunos
casos donde predominaba el arte autóctono o indigenista. “Fueron los años de máximo esnobismo
extranjerizante” (Romera, 2000: 5), como se vio en el Centenario peruano.
Respecto al estado general del arte, Mariátegui describía que a inicios del Siglo XX “La revolución
artística está en marcha. Son muchas sus exageraciones, sus destemplanzas, sus desmanes. Pero es que
no hay revolución mesurada, equilibrada, blanda, serena, plácida. Toda revolución tiene sus horrores. Es
natural que las revoluciones artísticas tengan también los suyos[15].” (Mariátegui, 2006: 38)
Reconociendo su época como un periodo de compleja crisis política, plantea que el arte atraviesa
también por una compleja crisis, ya que se enfrenta a los conceptos y formas clásicas, y aparecen en el
arte conceptos y formas totalmente nuevos a los cuales “el gusto del vulgo los rechaza irritados. Los
recibe como una majadería o una extravagancia. Pero la aparición de estas escuelas es un fenómeno
natural de nuestra época. No envejecen únicamente las formas políticas de una sociedad y una cultura;
envejecen también sus formas artísticas. La decadencia y el desgaste de una época son integrales,
unánimes[16]. (Mariátegui, 2006: 39)
El deseo, la intención y la praxis de cambio artísticos, aún no siendo populares, aparecen en Mariátegui
como necesarios para acompañar y tal vez anticipar, las nuevas formas y demandas políticas,
económicas y sociales. Así lo expresó en 1926 en la presentación de su revista Amauta, en un periodo
(entre 1920 y 1930) en que a la innovación artística se le impuso la necesidad de velar por lo autóctono y
lo nacional. Decimos que se le impuso la necesidad porque los artistas e intelectuales peruanos no
pudieron ignorar las revueltas indígenas que acontecieron por esos años.
“Esta revista en el campo intelectual, no representa un grupo. Representa, más bien, un movimiento, un
espíritu. En el Perú se siente desde hace algún tiempo una corriente, cada día más vigorosa y definida, de
renovación. A los fautores de esta renovación se les llama vanguardistas, socialistas, revolucionarios, etc.
La historia no los ha bautizado definitivamente todavía. Existen entre ellos algunas discrepancias
formales, algunas diferencias psicológicas. Pero por encima de lo que los diferencia, todos estos espíritus
ponen lo que los aproxima y mancomuna: su voluntad de crear un Perú nuevo dentro del mundo
nuevo[17]” (Mariátegui, 1926)
Amauta, fue un producto de la vanguardia peruana. Como muchas revistas que aparecieron en América
Latina, reflejó las inquietudes de los movimientos estéticos más radicales; sin embargo, Amauta fue más
que eso; según Jorge Schwartz (2006:46) “encarna la militancia política bifronte de su director” ya que,
por un lado, Mariátegui era el máximo representante del marxismo peruano, preocupado por las causas
obreras, campesinas e indígenas, con una participación política muy activa, y por otro, fue un ojo
sensible a los movimientos artísticos desarrollados en Europa. Desde nuestra perspectiva, lejos de
aparecer como una contradicción, este señalamiento de Schwartz evidencia la conjunción lograda por
Mariátegui entre vanguardia política y vanguardia artística. Hay que comprender que para Mariátegui es
imposible pensar un arte y un artista desprovistos de su contexto cultural al estilo de las propuestas de
los cultores del artepurismo como el español Ortega y Gasset -de gran influencia en los proyectos
vanguardistas latinoamericanos- o el mexicano Antonio Caso[18].
Como dijimos anteriormente, aparece en esta época “el despertar de una conciencia americanista, de una
sensibilidad artística que comienza a enfrentarse al arte y que revela el estímulo accionado por unas
circunstancias surgidas de la tierra misma en que nace la obra.” (Romera, 2000: 5) Es aquí donde nos
encontramos nuevamente con el indio -por cuarta vez para Ángel Rama- que, habiendo logrado a fuerza
de luchas hacerse presente en el terreno político, empezó a ser abordado en el campo artístico desde una
nueva perspectiva.
En su obra Salvar la Nación, Patricia Funes (2006:147) se adentra en el indigenismo intelectual de los
años veinte y explica que debido al régimen oligárquico excluyente, los intelectuales debieron “pensar la
cultura nacional, ‘fuera’ y en contra del espacio estatal. De allí que se genere un pensamiento sobre el
problema indígena más complejo, más frondoso y –en general- más radicalizado y contestatario” que en
el resto de la región andina.
Otro de los motivos del surgimiento del indigenismo se inscribe en un plano más cuantitativo, porque “si
bien en la raíz del indigenismo late una búsqueda cultural, su dimensionamiento en el plano político se
hizo apelando a la importancia numérica de esta población: indios había en casi todos los países, y en
algunos en proporción abrumadora, lo que convertía al ‘problema’ en continental, y por lo tanto
continentales debían ser las ‘soluciones’”. (Saintoul, 1988: 19)
Definir el indigenismo es una tarea que no se presenta como sencilla, pues, dependiendo del periodo en
el que se lo ubique, variará su sentido. En Perú, siguiendo a Burga y Flores Galindo en Funes (2006), se
pueden distinguir cuatro corrientes al interior del indigenismo:
El hecho de comprender al indigenismo en estos términos fue, como vimos, un camino extenso en Perú.
Los primeros movimientos de consolidación de la corriente indigenista que abandonaba el exotismo y/o
la filantropía integracionista y asimilacionista se dieron en Cuzco. Intelectuales y universitarios se
encargaron de hablar por el indígena -ya no sólo sobre él, sino en su representación-, y denunciaron las
condiciones de su explotación. Es lógico que esta preocupación surgiera en la zona de la Sierra Sur,
donde la población indígena era mayoritaria y la presencia de gamonales y grandes haciendas era más
notoria que en la Costa.
El problema de la tierra se hizo presente en la reflexión teórica y política de los años veinte. Desde
Valcárcel en adelante, la cuestión agraria sería también la cuestión indígena, y ello trasvasaría los límites
regionales para convertirse en una problemática de carácter nacional. Es por esta razón que nos
encontramos con una producción artística tan amplia -sobre todo en la literatura de la época- que aborda
de lleno, o al menos roza, el pensamiento indigenista.
Fue muy difícil para los artistas e intelectuales de los años veinte y treinta abstraerse de estos
cuestionamientos, Mariátegui escribió:
“El ‘indigenismo’ de nuestra literatura actual no está desconectado de los demás elementos nuevos de
esta hora. Por el contrario, se encuentra articulado con ellos. El problema indígena, tan presente en la
política, la economía y la sociología no puede estar ausente de la literatura y el arte. Se equivocan
gravemente quienes, juzgándolo por la insipiencia o el oportunismo de pocos o muchos de sus corifeos,
lo consideran, en conjunto, artificioso.” (Mariátegui, 2006: 231)
El debate acerca del indio planteó para intelectuales, políticos y artistas la disyuntiva
entre modernidad e identidad. Si bien en Perú esta cuestión siempre estuvo presente, tanto el indio del
sur como el mestizo del centro se preguntaron en este momento ¿quiénes somos? La respuesta no fue
unánime, sino que se dio en dos direcciones: somos diferentes a Europa, o somos iguales que ellos. Sin
embargo en esta construcción las soluciones dan como resultado una producción propia.
“Entre el regodeo en el hecho de sentirse diferentes y dueños y señores de lo propio, definido
claramente, distinguible de ‘madres patrias’ o de ‘culturas refinadas’, y el susto por sentirse europeos de
segunda, necesitados de alcanzar a Europa e igualarla, América latina ha labrado la historia de su cultura.
Las artes plásticas han expresado esta doble actitud con mayor o menor conciencia, y casi podríamos
decir que hay una historia de las artes plásticas latinoamericanas -y no sólo una historia de las artes en
América- en la medida en que el problema del ¿quién soy? se ha ido reflejando en lo que nuestros
hombres han pintado, esculpido, modelado o construido. Y eso es, puede entenderse,
independientemente del hecho de que las respuestas hayan sido en un sentido o en otro: puesto que
ambas respuestas son americanas (más todavía: puesto que ambas respuestas combinadas constituyen lo
americano nuestro). De modo que no es la existencia de un arte ‘mestizo’ lo que se puede presentar
como lo específico y común a nosotros, sino la pregunta por ese ser mestizo y las contestaciones que se
han dado, en el sentido positivo, ya en sentido negativo.” (Manrique, 2000: 21)
Los movimientos artísticos de las décadas del ´20 y del ´30 intentaron resolver el problema de
la identidad y de la modernidad creando un producto de síntesis: sirviéndose como instrumento de las
modernas técnicas artísticas europeas que proponían las vanguardias, miraron hacia el pasado para
representarlo. En una creación tan propia como original, se combinaron el indigenismo y las
vanguardias. El futuro y el pasado se conjugaron en las obras de artistas peruanos como José Sabogal,
Julia Codesido, Enrique Camino Brent, Camilo Blas, Cota Carvallo, Elena Izcue, Jorge Vinatea Reynoso
o Martín Chambi Jiménez. Estos artistas trabajaron con unas poéticas bien definidas que apuntaban a la
construcción de una particular identidad nacional. Algunos de ellos lo lograron con mayor éxito; otros
-como en la literatura- enunciaron la presencia de un nosotros latinoamericano, hicieron aparecer al
indio en sus obras, pero no alcanzaron a reconocer esa realidad peruana como algo sustancialmente
diferente, propio y expresable sólo por americanos.
Sin duda, el indigenismo artístico del Perú, y el despertar de una conciencia que revelaba como
indispensable pensar el pasado, se vio influido por el muralismo mexicano que, como expresión de la
lucha de los oprimidos, acompañó y reflejó los procesos revolucionarios en ese país.
Los artistas peruanos vivieron, a principios del siglo XX, atravesados por múltiples influencias que los
colocaron frente al desafío de hacer un arte anclado a su región y a su realidad socio política. Sumado a
los fenómenos históricos ya mencionados, el pensamiento de Martí, Ugarte, entre otros -contrarios al
fuerte influjo positivista con sus teorías racistas y políticas liberales- los llevaron a adoptar posturas de
defensa de lo local.
José Sabogal (1888-1956) fue uno de los primeros pintores que dio cuenta de esta necesidad de relatar la
realidad peruana. Si bien ha sido incluido entre aquellos que detentaron un indigenismo meramente
declarativo, su obra marcó el camino para otros artistas que combinaron su quehacer artístico con su
quehacer político. No obstante anteriormente, otro pintor peruano, Francisco Laso (1823-1869), fue
quien se encargó de hacer aparecer en sus obras la figura del indio. Fuertemente criticado por Sabogal
por su tendencia de estereotipar la figura indígena, Laso anticipó la corriente plástica indigenista.
Aunque no sustentó sus ideales, puso al indio en escena. El criollo vio en los escaparates de las tiendas
peruanas un sujeto invisibilizado por el arte.
Pero el problema que se presentaba en las obras de Laso no estuvo ajeno en Sabogal ni en muchos de los
pintores indigenistas:
“Esta insatisfacción frente a las representaciones de Laso sin duda resultaron del auge paralelo de
estereotipos visuales sobre el indio fomentados por los artistas indigenistas a partir de la década de 1920.
La exaltación del cuerpo del indio surgió como una obsesión entre los pintores y escritores cuya retórica
privilegiaba nociones de virilidad y carácter. Inspirados en las corrientes organicistas y vitalistas de la
época, los indigenistas forjaron una teoría del telurismo que confundía nociones biológicas y
geográficas. El cuerpo del indio debía expresar el poder del paisaje andino. El ‘hombre de bronce’ de los
Andes sería un ideal que podía insertarse fácilmente en las vindicaciones políticas de la época. Los
indigenistas exageraron así los aspectos físicos, los rasgos faciales, la musculatura para definir el
‘carácter’ de la raza.” (Majluf, 1999: 2)
La crítica del arte posterior a los años ´40 pudo dar cuenta de los problemas que manifestó el
indigenismo plástico durante el periodo de su mayor auge[19], sin embargo, para los intelectuales y
artistas de los primeros decenios del siglo XX se hizo ineludible trabajar sobre una estética situada. Es
por ello que se hace necesario destacar que, pese a lo que con el paso de los años se consideraran errores,
el problema del indio se hizo presente en múltiples sectores de la realidad peruana, y el arte fue un
espacio privilegiado para su manifestación.
Ya de vuelta en Perú, hacia 1919, Sabogal se estableció en Lima. Allí expuso sus pinturas en los
salones de la casa Brandes. Su obra simple pero de trazos fuertes captó la atención de críticos y
entendidos, quienes vieron surgir una nueva forma de interpretar la realidad peruana, y con ello, el
intento de creación de un arte pictórico nacional.
En 1920, Sabogal ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes como profesor. En 1922 expuso en
México; allí conoció a los grandes muralistas Rivera, Orozco y Siquieros, quienes aportaron una visión
más popular a su arte. Luego mostró su trabajo en Montevideo y en Buenos Aires, internacionalizando
de este modo la pintura peruana.
Entre 1932 y 1934, se hizo cargo de la dirección de la Escuela Nacional de Bellas Artes en Perú. Sabogal
formó a un grupo de selectos seguidores que demostraron su interés en lo local y lo indígena; entre ellos
figuran artistas como Vinatea Reinoso, Camilo Blas, Julia Codesido, Enrique Camino Brent, Cota
Carvallo y otros.
- Elena Izcue:
Nació en Lima en 1889 y murió en la misma ciudad en 1970. Tuvo una hermana melliza con quien
compartió su pasión por las artes.
En 1919 inició sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes. En el contexto de los grandes
descubrimientos arqueológicos de los años 20, Elena Izcue emprendió una serie de estudios sobre las
formas artísticas precolombinas. Comenzó así a trabajar en la sección de arqueología del Museo
Nacional, reproduciendo piezas precolombinas.
En 1926, publicó dos volúmenes del libro El arte peruano en la escuela, un manual para la enseñanza
del dibujo en las escuelas peruanas. El éxito de esta obra prueba el deseo de definir una estética nacional
para este país en búsqueda de identidad artística y revela el interés internacional por este arte
redescubierto.
Por su labor, Augusto Leguía le otorgó una beca de estudios a París. Allí perfeccionó su estilo y en sus
obras aplicó motivos precolombinos, incluso en sus diseños textiles. París y Nueva York fueron los
escenarios donde evolucionó su obra.
Izcue desempeñó un papel decisivo en el descubrimiento del arte precolombino en el siglo XX,
principalmente gracias a su trabajo en el área de las artes decorativas.
Con tan solo 17 años exhibió por vez primera en un salón de su tierra natal caricaturas de los mas
notables personajes arequipeños que, ya en 1919 instalado en Lima, volvió a mostrar ante halagadores
comentarios de la critica especializada en el salón Brandes.
Llegó a Lima en 1918, y en 1919 ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes (fue el primer graduado
de esta institución y recibió la medalla de oro). Su maestro fue Daniel Hernández, quien le proveyó de
numerosas, aunque rígidas, técnicas academicistas. En 1923 asumió allí mismo como profesor de dibujo
y pintura.
El público peruano conoció su talento a través de su destacaba labor como caricaturista político en las
revistas Mundial y Variedades. Estas caricaturas fueron no sólo originales, sino de alta calidad técnica.
Diez años más tarde, Vinatea Reynoso destacaba por sus acertadas composiciones a la acuarela y al óleo.
De aquella década son las más conocidas obras del artista: Orillas de Titicaca, Chacareros
Arequipeños, Feria de Pucará, Sachaca y La balsa que vuelve. Entre 1928 y 1929, viajó a la Sierra Sur
visitando Cuzco y Puno, realizando numerosas pinturas de esos lugares.
Influido por César Vallejo, Mariátegui y otros intelectuales, su obra se sustentó en el amor que sentía por
la tierra, lo que le otorgó un sabor local y vital a sus pinturas. En sus obras costumbristas hubo una
búsqueda constante de fantasía, ritmo y armonía. Sus recorridos por el sur peruano le dieron impulso
para desarrollar un indigenismo particular, apartándose de la corriente oficial que imperaba en ese
entonces. “Dentro de los moldes inherentes a su tiempo, fue el suyo un auténtico y original lenguaje
pictórico; y gracias a la calidad de su talento y al manejo de adecuados recursos expresivos, logró evitar
las facilidades del pintoresquismo.” (Basadre, 1992: 233)
Codesido recorrió Europa junto a su familia durante muchos años, allí se nutrió de numerosas tendencias
artísticas. En 1918 retornó definitivamente a Lima donde hizo sus primeras prácticas artísticas formales.
Para 1919 se encontraba en la Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú, fue alumna tanto de Daniel
Hernández como de José Sabogal.
Culminados sus estudios en el año 1924, realizó su primera exposición individual en la sala de la
Academia Nacional de Música Salcedo en 1929. En 1931 fue nombrada profesora de dibujo y pintura de
la Escuela Nacional de Bellas Artes luego de haber sido auxiliar de Sabogal. A partir de 1925 la artista
realizó numerosas exposiciones colectivas e individuales en México, Nueva York y Perú.
Cuando José Sabogal se alejó de la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1943, Codesido, en gesto de
solidaridad, se retiró con él. Ambos artistas se preocuparon por impulsar los estudios sobre el arte
popular peruano, iniciando una colección de piezas de diversas regiones del Perú.
La obra de Julia Codesido se destacó en el grupo indigenista porque fue una artista que trascendió a la
tendencia. Su pintura no sólo recibió influencia externa, como la pintura mural mexicana o europea, sino
que la asimiló y reelaboró, obteniendo como resultado una pintura con características propias, hasta su
muerte en Lima en 1979.
En 1926, su familia se afincó en el distrito de Barranco y ella ingresó a la Escuela de Bellas Artes,
primero bajo la dirección de Daniel Hernández y luego de José Sabogal -siendo la artista muy próxima a
éste último-. Egresó en 1933 con las mejores calificaciones y el primer premio en pintura. Luego,
durante sus viajes entre Arequipa, Puno y Cuzco se dedicó íntegramente a la pintura. En estos años
realizó muestras en la Galería de Lima, en Brandes, en la galería Pancho Fierro y en el Instituto de Arte
Peruano. Con el tiempo su obra pictórica se alejó de las temáticas indigenistas con que había iniciado
siguiendo a sus maestros y adquirió una dimensión más surrealista y expresionista.
Carvallo no sólo se destacó en la pintura, sino que amplió su campo de creación artística con obras de
teatro, libros de cuentos con ilustraciones propias, y canciones infantiles que han pasado a integrar el
acervo popular del Perú.
Luego de una larga trayectoria en el campo de las artes, murió en Lima en 1980.
- Gustavo Enrique Camino Brent:
Nacido también en Lima en 1909 fue un destacado pintor peruano del movimiento indigenista. Desde
muy joven manifestó su gran talento y, pese a la oposición de su padre, miembro de la aristocracia
limeña, Camino Brent llevó adelante una prolífica obra pictórica.
En 1922, a los trece años de edad, ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Fue discípulo de Daniel
Hernández y luego de José Sabogal, quien lo nombró profesor en 1937.
Expuso por primera vez en Lima, en 1936 y lo hizo después en Estados Unidos, Argentina, México,
Europa y Marruecos.
Sus viajes al interior del país respondieron a una búsqueda del paisaje como tema nacional. Realizó
retratos en sus primeros años, luego hizo estudios sobre la técnica de cerámica local e, influido por sus
experiencias de viajes, pintó varios murales.
A pesar de pertenecer al grupo de los indigenistas, Camino Brent supo dar a su obra una línea personal,
enmarcada por el paisaje arquitectónico, sin necesidad de ser realista o identificar sus pinturas con la
campiña rural. También representó la imagen del indio delimitada sólo por el uso de colores terrosos.
Captó los paisajes y los tipos humanos a lo largo y ancho de su país con un lirismo y una estética
particulares. Murió en Lima en 1960.
Desde niño mostró su espíritu artístico mediante dibujos y bocetos. Gracias al apoyo de su tío, el artista
cajamarquino Mario Urteaga, dio sus primeros pasos en la pintura. Cajamarca fue el inicio de Blas y de
la obra de Blas. “Pintaba mi tierra y mi pueblo, y sin saberlo era indigenista antes de que el movimiento
hubiera surgido”, dijo alguna vez.
De estilo refinado dentro de la corriente indigenista, supo agregar a sus dibujos un toque de sutileza y
colorido propios. Tanto el indio como su ambiente y su quehacer cotidiano estuvieron siempre presentes
en la vida y obra de este artista.
Por la gran cantidad de dibujos costumbristas peruanos que presentan sus obras, tanto de Cajamarca
como de todo el Perú es que fue considerado como el "Pancho Fierro serrano".
Por esos años, la fotografía tomó un gran impulso en Perú, atendiendo a las modernizaciones que se
estaban llevando a cabo en el país.
En 1908, Chambi se radicó en la ciudad de Arequipa, donde la fotografía estaba muy desarrollada. El
contexto social y cultural en que desplegó su arte fue el de un creciente interés turístico e histórico y de
investigaciones arqueológicas[20], así como la llegada al sur de ciertas innovaciones tecnológicas como
motocicletas, automóviles, vuelos aéreos, etc.
Chambi fue uno de los protagonistas de la denominada Escuela de Fotografía Cuzqueña, exponiendo sus
obras tanto en el Perú como fuera de él.
Durante más de veinte años, Martín Chambi equilibró su exitoso estudio con largos viajes fuera de
Cuzco para fotografiar sitios arqueológicos, paisajes y comunidades indígenas. El fotógrafo indígena
ganó temprana reputación ya que su obra se basó en dos tradiciones fotográficas claramente
diferentes: su adopción de convenios derivados de fotografía artística europea, en particular los efectos
estilizados del pictorialismo, marcaron su éxito comercial de la mano del retrato de estudio. Por otra
parte, llegó a la vanguardia a través de la documentación de su propia cultura indígena. Así recibió un
importante apoyo y aliento de los miembros del movimiento indigenista de Cuzco. El trabajo y presencia
de Chambi, como un artista de ascendencia indígena directa, fotografiando sus reuniones y escuchando
sus conversaciones, reafirmó el programa intelectual del indigenismo y le otorgó un sentido de
autenticidad visual al movimiento.
Entre 1920 y 1950 Chambi fue muy reconocido y publicado en América del Sur, sin embargo muchas de
sus imágenes más fascinantes fueron desconocidas durante su vida, algunas porque quedaban fuera de
los intereses del indigenismo, otras a causa de las convenciones artísticas limitadas entonces en boga, y
muchas debido a su origen comercial.
En ocasiones a su figura se le reprochó el haber sido un fotógrafo de los blancos, pero esto no impidió
que también lo fuera de indios y mestizos. En sus palabras, Chambi (1936) se defendía de estas
acusaciones: “He leído que en Chile se piensa que los Indios no tienen cultura, que son incivilizados, que
son intelectual y artísticamente inferiores en comparación a los blancos y los Europeos. Más elocuente
que mi opinión, en todo caso, son los testimonios gráficos. Es mi esperanza que un atestado imparcial y
objetivo examinará esta evidencia. Siento que soy un representativo de mi raza; mi gente habla a través
de mis fotografías.[21]”
Los artistas aquí seleccionados son algunos de los representantes más importantes de la corriente
indigenista y vanguardista de principios del siglo XX en el Perú. Sin ánimo de excluir a aquellos que
aportaron desde distintas disciplinas a la conformación de una historia del arte peruano, creemos que en
sus obras y en sus vidas se ha visto reflejada una de las problemáticas más acuciantes de la región andina
por aquellos tiempos: la construcción de una identidad capaz de reconocer al indígena, asumir su legado
étnico y cultural, respetar su lugar en la tierra y con la tierra, y lograr un diálogo intercultural.
Una revisión más profunda y acabada de sus obras permitirá descubrir los signos latentes y
manifiestos de una historia pasada y presente del Perú.
Perú, tradición y modernidad, vanguardia
e indigenismo
Trinidad Barrera1
—31→
Pese a ser uno de los más interesantes y específicos procesos de vanguardia es
evidente que el vanguardismo peruano no ha gozado de la atención crítica de otros
vanguardismos latinoamericanos, como el argentino o el mexicano. Muchos han sido
los factores que han contribuido a ello, quizás la inmensa figura poética de César
Vallejo (1892-1938), inclasificable en buena medida, y la no menos importante de José
Carlos Mariátegui (1894-1930), ideólogo y pensador insoslayable, hayan absorbido la
mayoría de las páginas críticas que se han ocupado de la literatura peruana de aquellos
años. Está claro también que es imposible hablar de la vanguardia peruana sin aludir al
indigenismo vanguardista, términos que parecen ser de antemano antitéticos y que sin
embargo encuentran perfecto acoplamiento en el país andino. Últimamente han surgido
investigaciones, como la de Yazmín López Lenci (1999), que abordan el estudio de la
vanguardia peruana desde una redefinición global del discurso continental al tiempo
que se analiza pormenorizadamente revistas y manifiestos que son piezas
imprescindibles para la comprensión global del fenómeno. También Mirko Lauer
(2001) analiza el vanguardismo peruano a través de sus textos críticos esenciales
señalando cinco actitudes, la entusiasta con la vanguardia que vino a significar una
salida honrosa al modernismo e hispanismo; la vanguardista sin más, sin cortes
abruptos con el modernismo; la crítica con la vanguardia desde posturas conciliadoras;
la crítica con la vanguardia desde la polémica o la censura y una quinta de reacción
contra lo nuevo y defensa del modernismo.
Enjuiciar la vanguardia de este país implica no perder de vista la importancia y el
debate de la tradición, hecho que puede resultar a priori contradictorio si no fuera por
sus especiales condiciones. En Perú tiene especial significación la apropiación del
término «vanguardia», con sus pequeños conflictos, así como la redefinición del
concepto de «tradición». Otro dato importante, como ha señalado López Lenci (1999),
es el análisis de cómo los intelectuales desplazan a la región andina el espacio
tradicional del debate cultural, estableciéndose un duro forcejeo entre modernidad y
nacionalismo, paralelo a las luchas por el liderazgo en el proyecto de creación nacional.
El debate de la «tradición» ocupa un papel prioritario en la vanguardia peruana, al
iniciar un proceso de recuperación de la tradición ancestral como sustrato nacional
frente a la tradición colonial. En ese proceso salen al paso tesis muy distintas que van
desde la utopía imperial a la creación de un nuevo indio mestizo y civilizador. Unos y
otros reclaman la atención de la zona regional frente al monopolista discurso capitalino.
La intelectualidad serrana se impondrá el reto de crear una nueva raza integrando
elementos como el retorno al origen, la pureza étnica, la inmutabilidad racial, la
distancia frente al avance de la modernización occidental y capitalista, para crear el
concepto de telurismo cerebral (López Lenci, 1999:22). Las provincias tienen ahora un
protagonismo distinto al que le dieron las voces —32→ posmodernistas, pues
apuntan hacia lo social y lo proindígena con la base del pensamiento de izquierdas.
Arequipa, Trujillo y Puno van a ser tres importantes centros del interior.
César Vallejo.
Tres años después aparecerá Simplismo. Poemas inventados por Alberto Hidalgo,
con una larga presentación propia, «Invitación a la vida poética», compuesto por 29
partes, llamadas por él «descosidos acápites», que actúan a modo de invitación al lector
a organizar el tratado estético propuesto. Una estética que se reduce en buena medida a
la abolición de los mecanismos tradicionales y a la liberación de las formas. Ve como
antagónicas música y poesía por lo que proclama el despojamiento de la retórica. Su
intención última fue la de reunir el mayor número de metáforas posibles en el menor
número posible de palabras, la poesía como arte de pensar en metáforas. No le interesa
la poesía de tesis porque concibe la creación desligada del contexto social y ajena al
dolor humano, justo la antítesis de César Vallejo.
En el número 6 de Amauta publica en 1927 un texto muy citado, «Pequeña retórica
personal» donde insiste en su papel de renovador de hábitos de lectura mediante una
preceptiva que instaure la naturaleza libre y autónoma del verso y permita lecturas
verticales o en radios, en suma, una lectura al arbitrio del lector sin que se pierda la
comprensión de la idea. Una empresa nada fácil:
Al poema corriente y moliente se le llama con bastante
acierto una «composición»; del poema de varios lados se
podrá decir que es una «construcción». Hago un poema del
mismo modo que edificaría una casa; pongo ladrillo por
ladrillo, y si bien es lo más seguro entrar en ella por la puerta
del frente, también se puede hacerlo por la del fondo y aún
por las ventanas.
Su poesía se mueve dentro de un marcado individualismo que Mariátegui atribuyó
a herencia romántica del poeta arequipeño y que le impedía anclajes en la épica
revolucionaria al tiempo que lo salvaba del disparate. La disociación entre el espíritu
romántico-anárquico y la voluntad innovadora de vanguardia que guió la
experimentación y teorización, explica el continuo oscilar (López Lenci, 1999:97).
En suma, Hidalgo representa una voz inaugural, provocadora y precursora de la
nueva poesía y así se sentía él mismo y así quería ser reconocido como prueba la
indignación contra Mariátegui por haber permitido en Amauta la publicación de un
artículo de Jorge Basadre («José María Eguren y la nueva poesía», 3, noviembre de
1926) en el que se reivindicaba para José María Eguren el papel de gestador de los
nuevos rumbos poéticos.
—35→
Si Arequipa fue un importante foco cultural no menos lo fue otra población,
Trujillo donde entre 1915 y 1917 se organiza el grupo conocido como «La Bohemia» de
la que formaban parte Antenor Orrego, Alcides Spelucín y César Vallejo. Su propósito,
elevar y enriquecer la cultura trujillana y protestar por la chatura del medio ambiente.
Las razones de este afán renovador responden al cansancio de la repetición estilística y
a la crisis interna por la quiebra del mundo.
Con estos dos ejemplos de ciudades provincianas, un número importante de
jóvenes e inquietos escritores y una de las más importantes revistas vinculada con el
vanguardismo en la provincia, Boletín Titikaka (Puno, 19261930) se pone d e relieve
que la provincia refleja un intenso interés por la vanguardia en fecha muy temprana. El
Boletín fue dirigido por los hermanos Peralta (Gamaliel y Alejandro), mantuvo una
clara línea indigenista muy activa y sus contactos con otras revistas fue muy fructífero,
desde la argentina Martín Fierro a La Pluma de Montevideo e incluso con la
vanguardia berlinesa del grupo Der Sturn, Asturparia (1927-1928). Está considerada la
más importante revista indigenista después de Amauta. Su alma mater fue Gamaliel
Churata que ejerció un papel similar al de Mariátegui en Amauta. Con anterioridad
había impulsado La Tea (1917-1919), había dirigido el Grupo Gesta Bárbara en La Paz
y de vuelta a su patria había fundado el Grupo Orkopata. En las páginas de su revista
figuraron casi todos los más sobresalientes nombres peruanos o no, desde Xavier Abril,
Alberto Hidalgo, Alberto Guillén, Chocano, Eguren, Vallejo, Mariátegui u Oquendo de
Amat a Girondo, Gómez de la Serna, Maples Arce o Xavier Villaurrutia, por citar sólo
algunos. Posiblemente la persecución política sufrida por Churata tras el golpe de
Sánchez Cerro originase la desaparición del Boletín.
Habrá que esperar a 1924 para que surja en Lima una revista de cierto interés
vanguardista, Flechas fundada por Federico Bolaños y Magda Portal. Se abre con un
manifiesto que ataca, según la norma, el conservadurismo literario y exalta, al mismo
tiempo, el fetiche de lo nuevo. «Queremos renovación espiritual», dirán aunque sus
resultados no estuvieron a la alcance de sus propósitos. Más tarde, entre 1926 y 1927,
surgirán otras, Amauta(1926-1930), la más importante, Poliedro (1926) de la mano de
Armando Bazán, Guerrilla (1927) de la uruguaya Blanca Brum, viuda de Parra de
Riego, de clara inclinación social; las artepuristas Hurra (Lima, 1927) por Oquendo de
Amat y Jarana (1927) por Jorge Basadre. Es sin embargo en 1921, en la
revista Mundial, donde aparece una de las primeras publicaciones sobre la vanguardia
literaria.
Entre 1918 y 1925 Perú ofrece unos resultados dispersos que van desde la
publicación de los dos primeros libros de Vallejo, Los heraldos negros(1918)
y Trilce (1922), sobre todo este último como libro vanguardista inclasificable; un
arequipeño instalado en Buenos Aires y autor de un unipersonal «ismo», simplismo; un
reducido número de escritores parcialmente vanguardistas y una revista Flechas de
vocación decidida. Sus manifiestos destacan por la agresividad del sujeto emisor
colectivo y por la descalificación del público consumidor de productos estéticos. Lo
viejo y lo nuevo revisten nuevas formas que aluden a lo caduco y falso de esos viejos
valores frente a la postergación de lo nuevo. Arrogarse la misión reveladora de «los
nuevos» significa despojar a la crítica ejercida por la gran prensa del rol dirigente y de
control del gusto estético (López Lenci, 1999:74).
A partir de 1926 proliferan las revistas vanguardistas en
Lima: Poliedro, Trampolín, Guerrilla, Hurra o Amauta, entre otras. Los escritores que
colaboraron en ellas, si bien adoptaron las formas técnicas de la vanguardia,
incorporaron también problemas peruanos relativos a lo económico, lo social y lo
político, dejaron el nivel meramente frívolo para adentrarse en los problemas que tenía
plateado el país. El carácter revolucionario se va acentuando y haya su culminación en
los treinta y dos números de Amauta (1926-1930), donde los problemas ideológicos y
estéticos del vanguardismo peruano se hacen más evidentes y cuyo fundador y director
José Carlos Mariátegui dio cabida en sus páginas a todas las tendencias de
entonces. Amauta fue la espina dorsal de la vanguardia peruana y el foco de expansión
y conocimiento de los más importantes autores -latinoamericanos o europeos- y obras
de las diversas artes de la época. El papel de Mariátegui, Amauta y el indigenismo ha
sido tratado, entre otros, por Cornejo Polar (1989) y debatido en el Simposio
Internacional de Lima de 1997. La revista es concebida como la representación del
movimiento —36→ intelectual y espiritual peruano, articulado sobre la voluntad de
creación de un país nuevo:
Esta revista, en el campo intelectual, no representa un
grupo. Representa más bien, un movimiento, un espíritu. En
el Perú se siente desde hace algún tiempo una corriente, cada
día más vigorosa y definida de renovación. A los fautores de
esta renovación se les llama vanguardistas, socialistas,
revolucionarios, etc. La historia no los ha bautizado todavía.
Existen entre ellos algunas discrepancias formales, algunas
diferencias psicológicas. Pero por encima de lo que los
diferencia, todos estos espíritus ponen lo que los aproxima y
mancomuna: su voluntad de crear un Perú nuevo dentro del
mundo nuevo.
(1976:288
)
Mariátegui está considerado el teórico marxista más destacado de América latina
con anterioridad a la revolución cubana, fue fundador del partido comunista del Perú y
aplicó el marxismo a su visión de los problemas peruanos, sus Siete ensayos constituye
un libro fundamental para entender los años que tratamos aquí. Imbuido de marxismo,
al año de su regreso de Europa, 1924, volvió a insistir sobre el debate de la literatura
nacional en notas y artículos periodísticas que tendrán final forma en su ensayo «El
proceso de la literatura». Su examen es completo, tras analizar las tesis de González
Prada, More, Riva Agüero y Gálvez, presenta su propia teoría donde trata el debate
sobre la literatura nacional unido a la problemática global de la sociedad peruana hasta
hallar en lo popular la esencia de lo nacional. La literatura peruana es diversa e
inorgánica porque refleja la realidad social y cultural del país. Voluntaria o
involuntariamente en sus Siete ensayos historió las vanguardias haciendo la crónica de
su disolución.
El indigenismo peruano es el equivalente al criollismo de otras vanguardias, en
Perú es signo de identidad del país y según Jorge Basadre, «lo único intrínsecamente
nuevo que a los extraños ofrece nuestra literatura reciente », en suma la respuesta más
original de todos los regionalismos del país. Para Basadre y otros muchos constituyó la
verdadera vanguardia del país siendo su vocero la revista Amauta. Como —37→
respuesta al hispanismo se presenta el desvelamiento de lo oculto, el indio.
La vanguardia peruana de la década del veinte conjuga la mirada al futuro moderno
y tecnológico de algunos de sus componentes, sin olvidar la recepción surrealista 4 de
algunas figuras, algo así como la mirada artística pura, con la reflexión social y nativista
de la inmensa mayoría, teniendo en cuenta que sobre unos y otros se desarrolla
imparable y filtrador el debate sobre la tradición nacional donde hispanismo,
antihispanismo, indigenismo son piezas del rompecabezas del país andino.
Transcripción de VANGUARDISMO COLOMBIANO
VANGUARDISMO COLOMBIANO
El vanguardismo es el movimiento revolucionario artístico y literario
surgido en Europa en el siglo XX alrededor de 1964, año que comienza la
primera guerra mundial.
En Colombia llega como reacción de los nuevos intelectuales a la
violencia bipartidista.
CONTEXTO HISTORICO
. Inicia a principios del siglo XX, lo que
la sitúa entre dos guerras mundiales y
la guerra civil española.
. En 1945, EEUU lanzo la bomba
atómica sobre Hiroshima (Japón)
ocasionando desgracias, muertes,contaminación y alteraciones.
. En Colombia la vanguardia se sitúa en la década de los 20 y 30 con el
fin de la hegemonía conservadora y el comienzo
de la republica liberal.
VANGUARDIA EN COLOMBIA
GENÉROS LITERARIOS
CARACTERÍSTICAS DEL VANGUARDISMO
* El poeta vanguardista es un inconforme, profundiza en el mundo
interior de los personajes.
* Marcada tendencia a hacer coloración en las palabras.
* Incorpora el ambiente a la acción y los hace indivisibles.
* El autor exige la presencia de un lector atento.
* Manifiesta su pensar.
REPRESENTANTES
CARACTERÍSTICAS
Rafael Maya
Alberto Angel Montoya
Hernando Téllez
León de Greiff
Aurelio Arturo
Jorge Zalamea
CARACTERÍSTICAS
Sencillez en los versos
Importancia a los valores individuales de fuerza y liricos
Tema libertad
Se inclina al amor, naturaleza, metafísica, nacionalismo y a la belleza
REPRESENTANTES
Jorge Rojas
Eduardo Carranza
Tomas Osorio
Carlos Martin
Arturo Camacho Ramírez
Gerardo Valencia
Antonio Llanos
Eduardo Carranza
Leon de Greiff
LOS CUADERNICOLAS (1945-1950)
CARACTERÍSTICAS
Temas como el mar, naturaleza, sueños, la sociedad y la angustia.
Se muestran perfiles románticos, sociales y violentos.
REPRESENTANTES
Jaime Ibañez
Rogelio Echavarria
Julio Jose Fajardo
Maruja Vieria
Meira Delmar
Rogelio Echavarria
Maruja Vieria
EL MITO (1955 – 1962)
CARACTERÍSTICAS
Indaga lo que manifiesta el mundo de los sueños
Critica el entorno del poeta
Libera expresiones
Odia el conformismo de la sociedad
Vigila la vida nacional
REPRESENTANTES
Gerardo Molina
Eduardo Cote Lamus
Jorge Gaitán
Alvaro Mutis
Hernando Valencia Goelkel
Gabriel García Márquez
REPRESENTANTES
Gonzalo Arango
Jaime Jaramillo, X-504
Eduardo Escobar
Mario Rivero
Mario Alvarez (Jota Mario)
Elmo Valencia
MARIO RIVERO
GRUPO POETAS NUEVOS
Reflexion sobre la poesía
Eficacia del lenguaje
Usa el lenguaje para manifestar su reflexión desde su cultura familiar
CARACTERÍSTICAS
REPRESENTANTES
Piedad Bonnet
Jose Luis Diaz Granados
Raul Gomez Jattin
Vitorio Apushana
PIEDAD BONNET
RAUL GOMEZ JATTIN
El Vanguardismo en Colombia
Vanguardismo en Colombia, revalorizando lo ajeno, alejándonos de la
mediocridad.
Un grupo de jóvenes brasileros irrumpió en la cultura brasilera en 1922 con la Semana de Arte Moderno en
San Pablo, que consistió en una muestra de diferentes artes. Entre ellos estabanOswald de Andrade, la artista
plástica que luego sería su mujer –Tarsila do Amaral– y Mario de Andrade, entre otros. Además de colaborar
en revistas modernistas como Klacson, Oswald de Andrade publicó dos manifiestos: en 1924, el Manifesto da
Poesia Pau-Brasil, y en 1928 el Manifiesto antropófago, donde expone el ideario de la vanguardia modernista
brasileña.
Siete leyes del arte simplifican el programa expresado en el Manifesto Pau-Brasil. Y de esta receta surgen,
más que obras de arte, nuevas formas de relacionarse con el mundo, que lo modifican en ese acto. “La
poesía existe en los hechos” es el comienzo el texto, como un anticipo del tema que recorre todo el
Mario Cámara señala al canibalismo como el significante sobre el que Occidente, al calificar al otro, construyó
su propia identidad a partir del mecanismo de la oposición. El gran olvido de esta distribución de roles es que
Occidente proyecta en ese otro lo que no podía digerir de sí mismo. Solo puede nombrar aquello que reprime
al verlo alejado de sí, y ese acto de nombrar habilita el castigo, que dirige a aquel a quien sacrifica para
mantener la pureza.
Las implicancias éticas de la teoría estética del primer manifiesto pasan a primer lugar en el segundo. El
pensamiento y el arte deben acercarse a la experiencia propia, la experiencia de la mezcla. De forma que,
renegando de las formas heredadas, se hace necesario el establecimiento de nuevas preceptivas para
estructurar el trabajo artístico. Aquí Andrade se aleja de las vanguardias que confían al azar sus producciones
El Manifiesto Antropófago se pronuncia contra el arte que tiene por función el control del ocio para mantener
alejada la mente de la vida. Esta es la transacción donde Andrade desnuda la conveniencia del colonizador y
del patrón. Ellos traen la cultura y se llevan la riqueza. En su poema Música de manivela, subraya la
relación de la cultura con el mercado como una poción de olvido para las fatigas diarias. En cambio, la
antropofagia propone exportar la poesía, sacar la cultura propia. La antropofagia disuelve la diferencia entre
nacionalismo y cosmopolitismo a través de la incorporación del otro en el cuerpo propio. Por eso, lo universal
se revela como un espacio vacío, a conquistar, y el reclamo de singularidad que quiere ocupar ese espacio.
Es notable la cantidad de ítems de consumos culturales occidentales que se enumeran en los poemas y en
los manifiestos. La poesía Pau-Brasil es de exportación porque con el gesto del robo instaura una deuda: el
desafío de ser robado. A la mezcla se le opone la actitud higiénica, el miedo al cambio que busca una pureza
imposible reprimiendo la parte salvaje del hombre. La antropofagia, a través de una apertura sistemática a la
experiencia sin discriminar el origen de los estímulos, consigue condensar universos de significaciones
La pintura que Tarsila do Amaral regala a Oswald de Andrade (pintura que hoy se encuentra en la muestra
permanente del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), es una imagen importante para la
vanguardia brasileña. Igual que en Antropofagia, de esa misma artista, los pies, vínculos directos con la tierra,
con la experiencia de la vida, aparecen en primerísimo plano, dejando muy chica la cabeza.
La edad de oro que se anuncia con el descubrimiento de América no es la que vivió y vive Europa
expoliándola, sino que se sitúa en el futuro y sucederá de este lado del mar. “Queremos la Revolución de los
indios caribes (…) La edad de oro anunciada por América”. “Nuestra independencia aún no fue proclamada.
(…) Expulsamos la dinastía. Es necesario expulsar el espíritu de la dinastía portuguesa”. Oswald de Andrade
recoge el mito de la América salvaje como pasado del mundo y lo devuelve convertido en futuro. En los años
cincuenta se produce una revisión de Oswald de Andrade, que es reivindicado como precursor tanto por los