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PRESENTACIÓN
Si bien es cierto que la literatura es el arte de expresar la belleza con las palabras;
pero no puede ser tan simple. La literatura es mucho más amplia y no compleja
como otros quisieran presentar. La literatura es y sirve para expresar el pensamien-
to más profundo del autor acerca de la realidad del momento y espacio en que
vive. En este texto se da ese analices y su desarrollo.
Los autores.
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CAPITULO I
LITERATURA
GÉNEROS LITERARIOS: Los géneros literarios nos permiten clasificar los textos litera-
rios atendiendo su contenido y tomando en cuenta los criterios como: semánticos, sintác-
ticos, fónicos, discursivos, formales, contextuales, situacionales y otros. A la vez, históri-
camente ha venido conformándose cada género. Estos géneros ofrecen al autor como
esquema previo a la creación de su obra. La primera clasificación se debe a Aristóteles
(lírico, épico, dramático). En la actualidad, existen los siguientes géneros: narrativo, lírico,
épico, dramático, oratoria y didáctico.
La evolución de los gustos y modas estéticas de los autores ha provocado que en mu-
chos casos no se pueda encontrar un género puro (en las obras modernas se encuentras
mezclas ente lo narrativo, lo lírico, lo teatral); pero eso no puede ser tema de discusión.
Los textos literarios se clasifican, simplemente, para ordenarlos; sino sería un caos si no
se le impusiera alguna clasificación.
ESPECIES LITERARIAS: son los subgéneros de los anteriores. Las obras literarias co-
rresponden a uno de los géneros literarios.
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GÉNERO NARRA-
ESPECIES NARRATIVAS
TIVO: Comunica
Novela: es una narrativa extensa en prosa, con
las más íntimas
personajes y situaciones reales o ficticios, que
vivencias del hom-
implica un conflicto y su desarrollo se resuelve
bre, lo subjetivo,
de una manera positiva o negativa.
los estados
Cuento: es un relato corto de suceso imaginario o
anímicos y los
real con argumento sencillo.
estados amoro-sos.
Leyenda: es una narración breve basada en un
El presente, pasa-
relato tradicional de carácter misterioso, sobrena-
do y futuro se
tural o terrorífico
con-funden.
Historieta: es un relato breve con personajes
No tiene metro ni
ficticios orientados, generalmente, a los niños.
ritmos propios sino
Biografía: es una narración corta sobre datos de
que el poeta acude
un personaje importante.
a todos aquéllos
Autobiografía: es una narración corta sobre da-
que le parecen más tos del mismo autor que escribe.
oportunos para ex- Tradición: es una narración corta, presenta
presar mejor sus hechos reales y se termina fabulando.
sentimientos y pen- Anécdota: es una narración breve de hechos
samientos. curiosos.
ESPECIES LÍRICAS
- Oda: es una composición lírica que expresa sen-
GÉNERO LÍRI- timientos de admiración y entusiasmo; tiene un
CO: carácter solemne y un lenguaje elevado.
0 Elegía: es una composición lírica que expresa
Expresa el mun- dolor individual o colectivo.
do subjetivo del 1 Égloga: es una composición poética de carácter
autor, sus emo- pastoril.
ciones, senti- Sátira: es una composición lírica en verso o en
mientos y pen- prosa, que censura vicios individuales o
samientos, o colecti-vos.
una profunda re- 2 Himno: Composición solemne que expresa sen-
flexión. Gene- timientos patrióticos, ideológicos, religiosos, gue-
ralmente se pre- rreros y otros.
senta en verso, 3 Epitafio: es un poema breve colocado sobre la
a veces, hasta tumba de una persona que expresa ruego al pa-
en prosa (como sajero para una meditación sobre la persona se-
―El Platero y pultada, o bien un recuerdo de las calidades de
Yo‖). la persona sepultada.
4 Copla: es una composición poética breve cuyas
letras sirven a una canción popular.
5 Otras.
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ESPECIES ÉPICAS
ESPECIES DRAMÁTICAS
GÉNERO 5888 La tragedia: es la representación de
DRAMÁTICO: conflictos entre personajes y, generalmente,
aquí se utiliza termina con la muerte del protagonista
parlamentos generando en los lectores o espectadores un
(diálogos) que rechazo hacia el vi-llano.
los mismos 5889 La comedia: es la representación entre
personajes esce-nas conflictivas y alegres (tragicomedia).
producen. Co- Ter-mina con un desenlace feliz.
nocemos el 5890 El drama: Es la representación de
escenario y problemas reales, cuyo contenido es de tipo
los hechos, a trágico y ale-gre. El final del drama suele ser
través, de los algo nebuloso.
personajes. 5891 Sainete: es una pieza breve de contenido
Su forma es jo-coso.
en verso o en 5892 Opera: es un poema dramático recitado
prosa. que se mezcla con la música en su
representación.
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0 Seudónimo: seudo = falso, onimo = nombre. Es el nombre falso que el mismo au-tor
utiliza al publicar sus obras y firma con este nombre. A inicios del siglo XX se utiliza
imprescindiblemente por una cuestión de snob. Así, por ejemplo, el seudó-nimo de
Arturo Peralta es Gamaliel Churata hasta el extremo de que a Arturo no lo conocen
por su verdadero nombre; sino por su seudónimo; es más, hay algunos que lo
convierten en nombres legales como Pablo Neruda.
2 Apelativo: es el nombre que lo designan a los autores para satirizar con aires de
humor, generalmente la intención no es mala. Por ejemplo, a Ricardo Palma lo de-
signan el apelativo ―El Viejito Burlón‖ porque en sus tradiciones, generalmente
hay una burla por la aristocracia y ésta lo admiraba.
FIGURAS LITERARIAS
Son palabras o grupos de palabras que sirven para dar elegancia a una composición lite-
raria. Su finalidad es la búsqueda de la belleza utilizando la palabra, cuidadosamente y se
clasifican así:
1. FIGURAS DE DICCIÓN:
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5888 ELIPSIS: Consiste en omitir una o más palabras sin que pierda el sentido; ejemplo:
- El verde prado.
- El arenal desierto.
- La blanca nieve.
- El abismo profundo.
1ra posibilidad:
2da posibilidad:
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5888 Dadme unas armas a mí,
pues sois piedras, pues sois bronces,
pues sois jaspes, pues sois tigres.
5889 EPIFORA: consiste en la repetición de una o varias palabras al final de los versos
de una estrofa. Es lo contrario de la anáfora; ejemplo:
23 "hay muchos que siendo pobres merecen ser ricos, y en siendo ricos
mere-cen ser pobres."
4. FIGURAS DE PENSAMIENTO:
5888 PARADOJA: consiste en presentar dos ideas contradictorias a primera vista, pero
en el fondo encierran una verdad; a veces parece incoherente, pero, después de un
proceso de razonamiento se encuentra la coherencia; ejemplo:
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0 EUFEMISMO: consiste en nombrar cosas desagradables con delicadeza y discre-
ción; ejemplo:
23 FIGURAS DE SIGNIFICACIÓN:
5888 METÁFORA: es la figura por excelencia y de uso más general. Consiste en expre-
sar una idea con el nombre de otra que guarda con aquélla, una relación de semejanza;
ejemplo:
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CUESTIONARIO Nº 1
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0.0 Hipérbole.
0.1 Eufemismo.
0.2 Apóstrofe.
0.3 Metonimia.
0 Qué figura literaria de pensamiento se da en el verso siguiente:
Te recuerdo como eras en el último otoño:
Eras la boina gris y el viento en calma
0 Hipérbaton
1 Elipsis
2 Hipérbole
3 Metáfora
4 Símil
1 El tropo literario de pensamiento se da en el poema que sigue es:
Vísteme despacio que estoy apurado.
0 Apóstrofe.
1 Eufemismo.
2 Paradoja.
3 Hipérbole.
4 Aliteración.
2 Qué tropo literario de pensamiento encuentras en la expresión:
Tu retoño es una joya.
0 Metáfora
1 Sinécdoque
2 Paradoja
3 Hipérbole
4 Metonimia.
3 Qué figura literaria de transformación tiene el verso que sigue:
Del salón en el ángulo oscuro. (G.A. Bécquer)
0 Antítesis
1 Anáfora
2 Sinécdoque
3 Hipérbaton
4 Hipérbole
0 Metáfora.
1 Símil.
2 Alteración.
3 Epíteto.
4 Metonimia.
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mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.
5888 Señale qué figura literaria de pensamiento encuentras en los versos siguientes:
Y tan alta vida espero
que muero porque no muero. (Santa Teresa de Jesús).
23Eufemismo.
24Apóstrofe
25 Hipérbole.
26Paradoja.
27Metáfora
5888 Anáfora.
5889 Complexión.
5890 Metáfora.
5891 Metonimia.
5892 Sinécdoque.
5888 Metonimia.
5889 Sinécdoque.
5890 Metáfora.
5891 Anáfora.
5892 Elipsis.
0.0Aliteración.
0.1 Hipérbaton.
0.2 Elipsis.
0.3 Paradoja.
0.4 Retruécano.
1.0 Metáfora.
1.1 Sinécdoque.
1.2 Metonimia.
1.3 Apóstrofe.
1.4 Hipérbole.
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CAPITULO II
COMPOSICIÓN LITERARIA
Momentos de la composición:
1 DISPOSICIÓN: es cuando se cuenta con todos los recursos para poder componer un
texto literario; es decir, es el dominio de las técnicas de composición y el manejo de los
elementos gramaticales.
TÉCNICAS DE LA COMPOSICIÓN:
FORMAS DE DESCRIPCIÓN:
“Era un hombre amarcigado e inteligente. Lucía una frente en ángulo agudo, aun-
que amplia: cabellos negros ensortijados de origen y casi lacio de peines; los ojos
negros y rasgados y reilones, iluminaban de ironía el rostro lleno y ovalado. Su na-
riz era corta ligeramente redonda en su término; los labios carnosos, entreabiertos
y mordaces diluían una perenne sonrisa fisgona y cordial. El mentón también re-
dondo, era suave con una herradura vertical en medio (…). A menudo Valdelomar
llevaba desnudo el cuello y la parte superior del pecho. (…)”
“El viejo Timoteo, de tez cobriza y ralísima barba cana, vestía pantalón de cordella-
te negro, camisa de tocuyo con mil remiendos y sombrero ovejón de falda caída”.
“Jacinto es muy bueno con los niños, amable con las damas y cuando ve alguna
in-justicia se indigna”.
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―Para Oquendo, la PALOMA, en su poesía ―Madre‖, simboliza paz; para Melgar,
en sus yaravíes, mujer‖.
0 DIÁLOGO: es la forma muy peculiar del teatro. Aquí se utiliza los parlamentos que
cada personaje produce; por su contenido, puede ser tragedia, comedia o drama;
ejemplo:
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CAPITULO III
LITERATURA LOCAL Y REGIONAL
CARACTERÍSTICAS
0 Son utilitarias: Las diferentes formas de expresión de la oralidad altiplánica tiene
carácter didáctico. Sirven, principalmente, para exteriorizar en las generaciones jóve-
nes los valores reverenciados en la comunidad y fijar pautas de comportamiento orien-
tadas a consolidar las relaciones interpersonales.
2 Son populares: Porque las crean los pueblos que utilizan estas formas de expresión
artística para exteriorizar su forma de conceptuar y representar el mundo, sus proble-
mas, sus aspiraciones y finalmente su proyecto histórico.
5 Unidad hombre – naturaleza: Se refiere a la comunión de los personajes con el mundo que
les rodea, porque el hombre se siente parte de la naturaleza.
0 El mundo andino es animado: tienen vida los cerros, los ríos, las plantas, los lagos,
etc.
1 El mundo andino es inmanente: todo lo que nos rodea incluido los dioses tienen
carácter de inmanencia, no hay nada sobrenatural.
2 El mundo andino es Panteísta: todo cuanto rodea al hombre es sagrado.
ESPECIES VIGENTES:
0 El huayno: Es una mezcla de música, canto y danza como expresión de la poesía indígena
que se practica en distintas ocasiones y tonos igualmente diferentes. El
huayno como una vertiente de la literatura oral cumple distintas funciones dentro del
proceso de la producción y de las relaciones familiares y comunales en general.
0 Wifalas y kaswas: Se expresan a través de una mezcla de música, canto y danza que se
interpreta durante los carnavales y acciones importantes de la comunidad.
1 Ayataqui.- Es la mezcla de música y canto que se interpreta como despedida en los funerales
de algún miembro de la familia o la comunidad.
2 Q’axilunaka (kajelos): Es un poema cordillerano, una creación posthispánica que
recrea la iniciación sexual de los jóvenes aimaras, a través de la danza, la canción y
las palabras.
3 Mito: Son relatos que se expresan como formas de concepción del mundo y del pro-yecto del
mundo y proyecto histórico andino.
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Ejemplo:
- El mito de Incarri - Watiacuri
- El mito de Qollari - Pariacaca
- Wallallo Karwincho -Wiracoha, etc.
0 Leyenda: Son discursos referidos al origen del hombre y de las sociedades.
Ejemplo:
0 La leyenda de Mallqu Q‘apac y Mama Uqllu.
1 La leyenda del Puma Uta,
2 La leyenda de la papa, etc
1 Adivinanzas: Son expresiones cortas llenas de gracia y agudeza. He aquí una adivi-
nanza en aimara: ¿Qunas Qunasa? Ch‘iqui jinchu kheti, jaken ch‘amapa arumay uro
tururi. Qhutirara shunkha tuto itiqo. ACHACO.
2 Cuentos.- Se constituyen en especimenes de gran valía de la literatura oral andina. Ejemplo.
- El granizo, la lluvia y el viento. -El zorro y el ratón.
- El pleito del Pucu – pucu y el gallo - La sapa y la perdiz.
- La apuesta entre el zorro y el cóndor. - El zorro y el cuy, etc.
0 El teatro: Son representaciones de la vida social y económica de los pueblos. Se re-
presentan las mismas actividades festivas, relacionadas casi siempre con el sistema
productivo, la fertilidad, etc.
LECTURAS
En la orilla de una laguna, una wallata madre estaba sacándose piojos. Sus crías juga-
ban alrededor de ella, sin alejarse.
Una zorra vieja que pasaba por la pampa se detuvo y se quedó mirándolas. Saboreaba
a las crías de la wallata desde lejos y pensaba en cómo atraparlas.
La wallata, sabiendo que los zorros nunca hacen preguntas con buena intención, le
mintió:
0Es fácil - le dijo – pongo a mis crías al horno y cuando están asándose y sonando
―chips, chips‖, yo digo ―pinta, pinta, pinta‖. Después las saco del horno y ya tienen las
patitas ro-jas.
La zorra fue a su casa y construyó un horno. Lo calentó y puso dentro sus crías. ―Que
lindo, mis hijos también tendrán las patitas rojas‖, pensaba.
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La zorra, furiosa, salió a buscar a la wallata. Quería vengarse. La encontró nadando
tranquilamente en medio de la laguna seguida de sus crías, la zorra la miró sin poder
hacer nada, no sabía nadar. Entonces empezó a gritar así:
Al rato aparecieron cientos de zorros, venían de todas partes, machos y hembras, chi-
cos y grandes. La zorra les dijo:
- Hermanos y hermanas, aquella wallata me ha hecho matar a mis crías, ayúdenme a cas-
tigarla. Bebamos toda el agua de la laguna. Cuando esté seca yo la atraparé.
Todos los zorros se acercaron a la orilla y empezaron a beber. La Wallata se reía a car-
cajadas ―ni todos los zorros podrán secar esta laguna ―, les decía a sus crías. Los
zorros ya tenían las barrigas hinchadas, pero seguían bebiendo. Algunos empezaron a
reventar. Otros reventaron después. Murieron tantos que no se podía ni contar. La wallata,
en el medio del agua, siguió riéndose.
EL ZORRO Y EL CÓNDOR
Un zorro hambriento que andaba buscando donde robar algo, vio a un cóndor que tam-
bién estaba en los mismos apuros.
0 Vengo de las altas cumbres nevadas, cumbres que eternamente están cubiertas de
helada nieve, he bajado a buscar alimentos para resistir mejor el rigor de las nevadas -dijo
el cóndor.
0Es raro que todo un señor cóndor, llamado rey de las alturas no pueda resistir el frío. Yo,
con ser un habitante de la llanura, me siento más fuerte que tú para soportar ese frío que
tanto miedo te infunde, y para demostrarte con hechos, te desafío a permanecer durante
una noche en la cumbre más elevada de la cordillera de los Andes.
El zorro de primera intención, invocó a los dioses tutelares para que calmen sus iras, y
desde un comienzo había alegado que la apuesta no era con la tempestad, ni con los ra-
yos, sino contra el frío únicamente.
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da. El cóndor sacudía a menudo las alas para eliminar la nevada, de lo que, también, pro-
testaba el zorro.
- La apuesta, amigo mío, no está en sacudirse la nevada sino en aguantarla - gritó el zo-
rro porque el estaba casi totalmente cubierto de nieve y sólo se le veía la cabeza.
1 No tengo frío – contestó el rey de los cielos; más bien estoy un poco fatigado por el ca-
lor.
Así transcurrieron las horas y el pobre zorro no podía soportar por más tiempo aquel
mortífero frío. Ya se sentía desfallecer. Precisamente cuando el día empezaba a clarear, el
zorrito había sucumbido víctima de su vanidad.
El zorro ya no contestó, había pagado con su vida la desigual apuesta. Al poco rato el
cóndor tenía a su lado un excelente y sabroso desayuno.
Alguien, un desconocido hacía destrozos en una chacra, de noche. Esto sucedió hace
mucho tiempo. Las plantas amanecían rotas y a medio comer. Entonces, el dueño de la
chacra construyó una trampa, la puso en el lugar adecuado y esperó atento, sin cerrar los
ojos en ningún momento. A la media noche escuchó unos gritos; alguien había caído en la
trampa. Era un cuy grande y gordo. El dueño lo amarró a una estaca y regresó a su casa.
0 Mañana temprano hiervan agua para pelar un cuy. Almorzaremos cuyecito - les dijo a
sus tres hijas, antes de irse a acostar.
1 Ay, compadre, si supieras mi suerte – le dijo el cuy - . Yo enamoraba a la hija más gorda
del dueño de esta chacra y ahora él quiere que me case con ella. Pero esa joven ya no
me gusta. También quiere que aprenda a comer carne de gallina que a mí me da asco.
2¿Por qué entonces no me desatas y te pones en mi lugar? Así te casarás con una joven
gorda y comerás carne de gallina todos los días.
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1Al día siguiente, muy temprano, cuando el dueño de la chacra vino a llevarse al cuy, en-
contró al zorro.
2¡Desagraciado! ¡Anoche eras cuy y ahora eres zorro! Igual te voy a zurrar –dijo el dueño
dándole latigazos.
3¡Si me voy a casar con tu hija! ¡Te lo prometo! También te prometo que comeré carne de
gallina todos los días – gritaba el zorro.
Al oír este atrevimiento, el dueño lo azotaba con más fuerza, hasta que en una tregua
de la tunda, el zorro le explicó toda la mentira del cuy. El dueño se puso a reír y después
lo soltó.
Desde ese día, el zorro comenzó a buscar al cuy. Quería cobrarse la revancha de to-
dos los latigazos que recibió del chacarero. Un día se topó con él y pensó que había lle-
gado la hora de la venganza. El cuy, viendo que ya no podía huir se puso a empujar una
enorme roca y el zorro se le acercó para cumplir su cometido; pero, el cuy reaccionó:
0Compadre zorro – le dijo – ha tiempo has venido. Tienes que ayudarme a sostener esta
roca. La santa tierra se va a voltear y esta roca puede aplastarnos a todos.
Al comienzo el zorro dudaba, pero la cara de asustado que ponía el cuy terminó por
convencerlo. Y empezó a ayudarlo, es decir, a sostener la gigantesca roca.
Pasó un día, dos días y el cuy no volvía con la cuña. El zorro ya no podía más. ―Soltaré la
roca aunque me mate‖, pensó. Dio un salto hacia atrás, pero la roca ni se movió.
- Otra vez me he engañado – dijo -, pero ésta será la última porque lo voy a matar.
Día y noche le siguió el rastro hasta que lo encontró junto a un corral abandonado. El
cuy lo vio de reojo, calculó que ya no podía escapar. Entonces se puso a escarbar el sue-
lo.
0Rápido, rápido – decía como hablando para sí mismo - . Ya viene el juicio final, va a caer
lluvia de fuego.
Bueno, compadre mentiroso, hasta aquí has llegado- le dijo el zorro-. Te voy a comer.
0 Esta bien, compadre – le dijo el cuy – pero ahora hay que hacer algo más importante.
Ayúdame a hacer un hueco porque va a llover fuego.
El zorro se puso ayudar. Cuando el hueco ya estuvo hondo, el cuy salió dentro de él.
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0Échame tierra, compadre zorro – le rogaba el cuy-. Tápame por favor, no quiero que me
queme la lluvia de fuego.
1Tienes razón compadre. Cambiemos, pues, de lugar – le dijo el cuy, saliendo del hueco.
El cuy no solamente le echó tierra, sino también, ortigas y espinas. Y mientras lo tapaba
iba diciendo:
0 ¡Achacau, achacau, ya empezó la lluvia de fuego! Cuando terminó, se limpio las manos
y se fue riendo.
Pasaron los días y dentro del hueco el zorro empezó a sentir hambre. Quiso sacar una
mano y se topó con las ortigas.
Guardó su mano y esperó. Días después, el hambre le hizo arriesgarse: salió entre el
ardor de las ortigas y los pinchos de las espinas vio afuera todo seguía igual. ―Ya se
habrá enfriado el fuego‖, pensó. Estaba más flaco que una paja. Finalmente, se convenció
de que había sido burlado, nuevamente.
Lo buscó, entonces, sin descanso, día tras día y noche tras noche. Una noche andaba
buscando comida, encontró al cuy al borde de un pozo de agua. El cuy, al verlo, se puso a
lloriquear.
- ¡Qué mala suerte tienes, compadre! – le dijo-. Yo estaba llevando un queso grande, pe-
ro se me ha caído en este pozo. El zorro se asomó al pozo y vio en el fondo el reflejo re-
dondo de la luna.
Cuentan los abuelos que la zona en la que ahora viven puneños era antiguamente un
inmenso valle llamado Tierra Eterna. En la parte en la que ahora está el lago se desarrolló
un pueblo también muy grande llamado Pueblo Eterno.
Aquellos eran tiempos felices. Nadie sabía qué era el sufrimiento. La tierra era genero-
sa: daba abundantes frutales y plantas maravillosas que no había que cuidar. Bastaba con
recoger los frutos y servirse lo que uno necesitaba. Había también plantas de las que
brotaba la lana con la que se confeccionaban hermosos vestidos como los que jamás na-
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die ha visto. El clima siempre era perfecto: no había exceso de lluvias, ni existía la sequía.
Los animales vivían entre los hombres porque eran muy mansos.
Los hombres eran poderosos porque convertían las montañas en llanuras con sólo dis-
parar sus hondas. Todos poseían oro y joyas. Las calles del pueblo estaban llenas de pa-
lacios, templos y santuarios revestidos de oro y plata con incrustaciones de piedras pre-
ciosas. Pero, ocurrió que estas personas desobedecieron el mandato divino cometiendo
una falta grave y el Dios padre muy enojado se dirigió a ellos:
- Ustedes ya no viven según mi mandato, por lo tanto les prohibió escalar la cumbre sa-
grada. Nadie tendrá derecho a subir al santuario, y si alguien lo intentase, perecerá.
Esta sentencia fue escuchada por el diablo que desde ese momento se dedicó a tentar
a los hombres:
Si escalan el santuario podrán poseer el mismo poder que el Dios supremo, les decía.
Entonces los hombres intentaron subir a la cumbre sagrada, cuando en eso el Dios su-
premo encolerizado les envió miles de pumas para que devoren a toda la población. Ate-
rrados pidieron protección al diablo, quien se los llevó a las profundidades de la tierra, de-
bajo del lago, en donde siguen viviendo convertidos en espíritus malignos.
Tanto dolor produjo al señor supremo el hecho de que los hombres hubiesen pedido
ayuda al demonio que eclipsó el sol e hizo temblar a la tierra como si fuera el fin del mun-
do. Al mismo tiempo todos los seres celestiales empezaron a llorar amargamente provo-
cando terribles tormentas de lluvia que duraron todo el día y toda la noche. Poco a poco,
el pueblo fue desapareciendo debajo de las aguas, quedando al final en lo más profundo
del lago. No quedó ni un animal vivo. Sólo se salvo, por la obra divina, una pareja de
humanos que logró cogerse de un tronco de sauce que se mantuvo a flote. Sólo ellos dos,
porque los demás no pudieron escapar de la muerte. Finalmente, el Dios supremo sintió
compasión e hizo que la lluvia cesara. Pasada la tormenta la pareja de sobrevivientes
contempló millares de pumas muertos (titis) que flotaban sobre las aguas con sus vientres
de color gris (qaqa) hacia arriba.
Así cuentan la historia del origen del lago llamado Titicaca y del Pueblo Eterno que está
sumergido en sus profundidades, el que según dicen puede verse en las lúgubres noches
de luna nueva.
AFIRMACIÓN DE MI PADRE
Hubo un día sin flores en tu sepulcro, hubo un día en que en tus huesos se estremeció mi
angustia en que un agua salada me bañaba la garganta y de un umbral de despedidas me
tiraba la vida. Y yo no sabía nada sólo sabía que habías muerto, que estabas muriéndote
todos los días en ese polvo mío, HECHO HUMANO CON TU VIDA con todos los racimos
de tu dolor filtrando las auroras de tus alegrías y lamiendo los senderos de tu cruz.
Sólo sabía que habías muerto, que del cemento de tu sepulcro salía aún el tufo de tu
agonía; que mis pies te siguieron miedosos para detenerse allí donde tus pies cansados
te llevaron infinito arriba. Y tú venías a abrazarme como siempre, CON TU CAUDAL SIN
CAUCE DE TERNURA, sólo sabía que habías quedado conmigo, que estabas animando
otra vez esta carne en la lucha desde el átomo de tu juventud perdurada, desde cuando
mi ser alentaba tu carne, y para venir en esto en esta niñez de coronas en tu regazo de
donde quisieras sacarte mi dolor, en este asentarse del sol sobre tu tumba madurando
polvo, y quizá también EN ESTE súper descanso que tendrás cuando te llegue como la
dulce mansedumbre del sueño el fluido caliente de poder recordarme.
Mentira; no es que estás muriéndote todos los días, como he dicho, es, más bien, que
te levantas milímetro a milímetro. Tu abrazo me abraza todas las mañanas. Has cambia-
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do, sí pero no es que solamente vuelvas en el recuerdo ESTÁS ECHO CARNE, formán-
dote en el muelle de mi brazo, haciéndote trabajar mi sembrío y revolviendo auroras de mi
vida con tu voz cantarina.
Estás ahí, a mi lado, estás conmigo que la muerte no ha podido llevarte ni material-
mente siquiera; estás en esa carne pequeñita que columpia en la vida en el mismo trape-
cio de sus años mozos y que duerme su noche al amparo de tu barba de abuelo.
Porque yo soy camino, arco de incandescencia entre estas dos ternuras, tú, padre, tú
que me enseñaste estás regando el huerto iluminado de esa vida.
Emilio Armaza
Después de una noche de lluvia torrencial, aún amaneció encapotado el cielo. Una clari-
dad turbia iluminaba el ambiente dando al lago una tonalidad lechosa. Los cerros azulinos
de la bahía y su raquítica flora, se mostraban como entre tules.
El viejo Timoteo, de tez cobriza y ralísima barba cana, vestía pantalón de cordellate ne-
gro, camisa de tocuyo con mil remiendos y sombrero ovejón de falda caída.
El anciano pescador paró su balsa entre las temblorosas totoras de la orilla. Sus ojillos
vidriosos avizoraban la superficie tersa del lago, que el céfiro matutino hacía ondular le-
vemente.
Escuchaba atento la música semidivina que la brisa mañanera, mezclada con el canto de
las aves lacustres, sinfonizaba en los totorales.
La luz solar se habría paso entre las nubes, aumentando la claridad lacustre y tornándola
en claridad. De pronto comenzó a tirar la red. El diestro pescador la cobró. Los peces se
movían como una sola masa viva; y al ser vaciado sobre la balsa, las bogas, los umantos
y los carachis, se retorcían y saltaban ofreciendo sus vientres blancos al alba claridad del
día.
Al dar las últimas remadas en la opuesta orilla, recibiéronle chillando y voloteando una
bandada de gaviotas. A esa hora poblaban ya la orilla cenagosa los patos huraños y las
rosadas pariwanas garbosas.
El viejo Timoteo se arremangó los pantalones hasta las rodillas; chimbando el agua em-
pujó su balsa a tierra, donde lió sus aparejos.
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El perro ladraba saltando de contento, los chicos le pidieron el remo y la malla, y la ancia-
na el atado de pececillos.
Al descubrir el bulto, los rapazuelos que vieron que los peces aún se movían, cogieron a
los más saltones y los sumergieron en la palangana de barro cocido, donde aquéllos to-
maron su posición normal y comenzaron a mover sus aletas o bogar con agilidad. Los
muchachos se maravillaban con esas cosas a la vez que se miraban en el espejo del
agua.
La anciana cogió los peces más rollizos y después de destriparlos y desescamarlos, los
embutió en una olla de agua hirviente, agregando papas peladas, rajas de cebolla y ají
molido. Revolvió y avivó las brasas del fogón con un palito y sopló fuertemente con un
tubo de lata.
La viejecita hizo cocer el almuerzo y lo sirvió en platos de barro cocido. El caldo sabroso
de las bogas despedía un olor de lo más provocativo. Reunidos todos alrededor de la olla,
engullíanse la carne blanca y delicada de los peces, arrojando solamente las espinas.
Cuando estuvieron ya hartos, los chiquillos fueron a despircar los corralones de las ovejas
que balaban desesperadamente; la vieja desató las vacas que estaban atadas a las pico-
tas, para llevarlas a apacentar en la orilla. El anciano cansado se metió en su vivienda a
recobrar el sueño perdido.
II
Por el borde de las chacras floridas y los habales perfumados, los mozos y mozas de la
comarca, batiendo al aire sus banderas peruanas y wichiwichis floreados, bailaban can-
tando la alegre wifala al son de la música alegre de sus charangos. Esta fiesta la ofrecen
los indígenas en los días siguientes al carnaval, época en que toda la meseta gris, árida y
silenciosa, se torna verdusca, florida, rumorosa y perfumada; época en que el cielo, pe-
rennemente pardo se deshace en lluviecitas con sol y cambia en azul turquí; época en
que los arroyos, las vertientes, los manantiales y las olas cantan con más alegría, así co-
mo los pajarillos a los totorales.
El viejo Timoteo enfiló las bogas en una lata que luego colocó sobre unas piedras que
hacía de fogón improvisado, donde embutió cuanto charamusca encontró a la mano. Al
comienzo una humareda espesa lo asfixiaba, pero después le llenó de contento una llama
viva chisporroteante, clara y el agradable olor a pescado que se asa en ese olor a frituras
que el viento colecta e impregna en el espacio.
Al atardecer las nubes iban haciéndose más espesas y los chorlitos se cruzaban en ban-
dadas. Cuando el vientecillo que anuncia tormentas corría por las pampas, los cerros y el
lago, volvieron la anciana y los chiquillos con sus rebaños, que fueron apresuradamente a
encerrarlos en los corralones. Apenas llegaron a la cabaña se asomaron al asado y se
pusieron a saborearlo. La viejecita, después de embutirse un bocado se dirigió a la coci-
na. Los chiquillos y el viejo al ver que arreciaba más el viento y que se aproximaba la tor-
menta, se apresuraron a recoger y a guardar todas sus cosas en las habitaciones. Poco
después se embozaron con sus ponchos y sus bufandas.
El lago se puso furioso, cambió de color y arrojaba a su orilla copos de espuma. Las ga-
viotas, que revoloteaban capeando las olas, de improviso descendían para hacerse mecer
por ellas. Los patos y las wallatas, por parejas, apresuradamente volaban hacia occidente
y parvadas de pajaritos también volaban luchando contra el viento.
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III
Cuando ya todo se hallaba lóbrego y sólo los lejanos relámpagos iluminaban intermiten-
temente el espacio, sopló con más furia el viento y los truenos hicieron temblar la tierra;
comenzó una lluviecita menuda, cantarina; después, se deshicieron nuevamente las llu-
vias en chaparrones.
A esa hora de borrasca en que parece que a todo el orbe conmueve un cataclismo, una
lechuza comenzó a aletear y graznar en la puerta de la vivienda. De los ancianos que ve-
laban, el viejo salió a atisbar. Volvió lleno de estupor y dijo a la anciana.
Y así fue, aunque parezca mentira. En los días siguientes comenzaron a enfermarse los
chiquillos. El dolor de cabeza, el estómago, las calenturas, los tiró en cama uno tras otro.
Los viejos no sabían con qué sanarlos. El curandero del ayllu recetó pegarles a las plan-
tas de los pies, papeles untados con clara de huevo, darles cocimiento de ñujcho, poner-
les unas hojas frescas de llantén a las axilas, bañarlos con orines frescos... Todo lo pusie-
ron, mas, sin resultado alguno. Los muchachos se asaban lanzando ayes que desgarra-
ban el alma. Tenían los labios secos y las barriguitas hinchadas con manchas moradas.
Los abuelos se pasaban todas las noches en vela y transidos de dolor, sólo atinaban a
interrogarse:
¿Qué tendrán? ¿Qué hacer? ¿Qué darles? ¿Qué ponerles? ¿Pero qué? Las preguntas no
tenían respuesta, ni el alivio daba esperanzas.
Todo era inútil y quizás debido a su fatal ignorancia, los remedios que les daban, acen-
tuaban más la fiebre que los consumía.
Un día se murió el menorcito, le siguió otro, y así fueron desfilando todos los chiquitos a la
apacheta, envueltos en unos jergones con coronitas de papel blanco y crucecitas labradas
en madera bruta.
Después de la muerte de sus hijos, les quedaba el consuelo de sus nietecitos: esos majti-
tos rechonchos, vivarachos y traviesos.
Pero ahora que se han muerto, ¿qué quedaba? Ya no les quedaba nada en la vida. Todo
les resultaba innecesario: la buena cosecha, la abundante pesca, la pródiga parición del
ganado, el consuelo de su perro, el maullar del gato, la alegría del verano y toda la mara-
villa lacustre que otrora constituían su encanto. Las frases consoladoras de su compañe-
ra, tampoco tenían ya esa paz saludable de otros días, ni sus oídos, esa sensibilidad agu-
da para escucharla.
No a mucho cayó la compañera de toda su vida; esa naturaleza desgastada había de re-
sistir menor aún que la de los chiquillos.
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Con ese golpe más el pobre viejo perdió el sentido y la conciencia de la vida; caminaba
como un autómata y cuando dejaba de hacerlo se inmovilizaba como los monolitos. En-
mudeció para siempre la comida, la sabía amarga, el agua del manantial se le ofrecía co-
mo hiel, el sol le resultaba quemante y la luna sin poesía y, aunque el lago en la brisa ma-
ñanera, le enviaba algún consuelo, él lo veía negro, negro como el hollín de su cocina.
Este viejo, perteneciente a la raza de bronce, después de una larga y conmovedora agon-
ía dejó de existir; sus amigos, envuelto en unos pobres jergones lo sepultaron en una
cumbre, dejándole como recuerdo una cruz de irus.
Hoy sólo el viento lamenta su muerte, y en las noches se lamenta más quejumbroso aún;
tiene razón, porque en la cabaña que antes era un nido de amor y de consuelo, hoy no
existe sino un montón de piedras, terrón y totora.
Mateo Jayka
EL TUKU VILLEGAS
El Tuku Villegas era un rapazuelo que capitaneaba a los pandilleros de una añosa escue-
la de Abancay, allá por la década del cincuenta. Era fornido y mucho más alto que cual-
quier alumno de mi salón. La profesora Etelvina, tan atractiva en su tiempo, se envejeció
por su maldita culpa; muchos compañeritos míos se vieron obligados a trasladarse a otras
escuelas, y Víctor Ninapaytán perdió el ojo derecho en una ―coboyada‖ en la que
Villegas le disparó una flecha filuda de carrizo, se dijo entonces, casualmente y, los
alumnos andábamos por su culpa cojos y con los ojos verdes, de modo permanente.
El Tuku y sus lugartenientes, el Rocoto Ramírez y el Pato Ballón, eran por entonces los
mejores boxeadores de la escuela. Hacían pandilla junto con otros mataperros, y vivía de
los cupos que les pagaban los débiles. Todos los días debía llevarles un pan de los dos
que me daban en el desayuno o cualquier fruta, o cinco centavos, obligatoriamente. Y así
la vida no valía la pena vivirla. Como no me daban mucha propina debía guardar de las
veces en que mi padre era generoso, y en otras ocasiones, debía descuidar a mi pobre
madre de lo que tenía para el kerosene, el azúcar u otro menester. Al principio había pre-
tendido hacer valer mis derechos a puño limpio, pero mi atrevimiento terminó cuando me
0 en el suelo tragando el polvo de la derrota y una espesa chocolatada. Después opté por
informar a la profesora Etelvina, pero, en un partido de fulbito terminé con el ojo verde y
ensangrentado a causa de un choque ―casual‖ del Tuku, y con una amenaza de muerte
de yapa. Entonces seguí el camino de todos los niños: pagar cupo al Tuku Villegas. Por
eso es imposible que pueda olvidarlo. Me duelen todavía sus puñetes y puntapiés, y a
pesar de que han pasado tantos años, suelo verlo en mis sueños dándome duro como en
aquellos viejos tiempos. Recuerdo sus ojos raros, oblicuos como del búho, su nariz chata
de boxeador y su cabellera rojo-candela, como supongo debe tenerla el diablo. No lo olvi-
do, pero, lo que más recuerdo son sus puños de acero. Pegaban duro. Yo, por entonces
—lo decía mi madre—, era un niño tímido, medio grueso, y más bien pequeño para la
edad que tenía: once años. Mi padre había muerto por aquel entonces. Tal vez aquello
cambiara mi carácter y me convirtiera en un niño triste. Tendría, sin embargo, gran capa-
cidad de resistencia; sólo así se explica que soportara a Villegas durante dos años conse-
cutivos. El Tuku era hijo de un policía muy conocido, medio rubio, medio pecoso, que sol-
ía emborracharse, carajear y maltratar a los campesinos por quítame estas pajas. ¡Sí!, le
tenía miedo; en realidad yo tenía miedo a todos los guardias porque los veía arrastrar a la
gente con destino a la comisaría, mientras mujeres y niños los seguían llorando e implo-
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rando en quechua. ¡Carajo, hablen en castellano, no entiendo lengua de indios!, les de-
cían.
Pero un día, antes de que viajara con mi madre al santuario del Señor de Huanca, me
tomé la venganza más cruel que jamás había imaginado ni podré imaginar, si se diera el
caso. Aquel día planeamos jugar en la quebrada del río Mariño, a la ―coboyada‖. Como
llegué a simpatizar con el Tuku por las propinas que le daba y por lo callado que era, fui
su ―piquicha‖, es decir, el chiquillo que ayudaría al héroe en las aventuras del Oeste
ame-ricano. Claro que no cabalgaríamos a todo galope en las praderas texanas, ni
cruzaría-mos el río Grande. ¡No! Un paisaje poético nos envolvía con su magia de
colores. El río Mariño bajaba serpenteando de la laguna Rontococha, y desde donde
estábamos, yo veía que le lavaba los pies al cerro Quisapata. Y la quebrada: todo de
verde moteado de rojo, amarillo, azulino, naranja, lila y otros colores para los cuales
todavía no encuentro nom-bre. Comenzó entre nosotros una especie de guerra con
flechas y frutos de higuerilla, y con puños y patadas. Antes de la ―coboyada‖ nos
subimos a los nogales y moreras, fron-dosos como sólo ellos. De sus ramas más altas
hacíamos que nuestra mirada viajara hacia el Sur, hacia Patibamba y San Gabriel: desde
lejos nos extasiaba el aroma dulzón de sus cañaverales. Después nos embutimos de
moras y nueces a más no poder. Sin exagerar, saciamos nuestra voracidad como nunca,
y nos encontrábamos casi por reven-tar.
Ya lo dije, éramos dos, simplemente; y ellos, los bandidos, unos ocho rapazuelos. En
realidad no necesitábamos ser más los ―jóvenes‖. El Tuku era invencible en todo. ¿Para
qué más?, me dije seguro de mí mismo. El juego era casi una batalla real. En eso sucede,
no sé si casualmente, que una pepa de higuera lanzada por una flecha de jebe le dio al
Tuku en los testículos. Aquello, desgraciadamente, mermó nuestras fuerzas. Sin embar-
go, seguíamos luchando con bravura. Finalmente, nos tomaron por la fuerza y nos con-
vertimos en prisioneros de guerra. Recuerdo que se nos abalanzaron agitando palos de
Huarango y sogas de cabuya. Nos rendimos. Entonces los muchachos se acordaron de
todo lo que habían sufrido con el Tuku, y lo patearon sin piedad mientras a mí me daban
de manotazos, que aunque me dolían no podían compararse con lo que le hacían a Ville-
gas. Eran las seis de la tarde más o menos. Nos amarraron a dos árboles grandes en
medio del bosque, lejos del camino. Las avecillas empezaron a anunciar el crepúsculo, y
los grillos a envolvernos en un concierto sin igual, y los árboles a comentar lo sucedido
con suave rumor. Luego los ―bandidos‖ tuvieron una rápida asamblea. Allí decidieron a
abandonarnos a nuestra suerte. Antes de irse los ocho pilluelos, sea porque temían de
que al día siguiente se vengaría el Tuku con una buena pateadura, sea porque simple-
mente no querían pasarse de la raya con el boxeador callejero, regresaron y me soltaron
las amarras, indicándome que me dejaban libre para que a mi vez le librara al Tuku des-
pués de media hora calculando que ése sería el tiempo que demorarían para llegar a la
ciudad. Y me amenazaban de muerte si es que no cumplía con la sentencia.
Se fueron. Se perdieron por el camino orillado de árboles, llevándose en sus carcajadas
desaforadas la claridad del día. Efectivamente permanecí libre cerca del árbol donde se
encontraba el Tuku amarrado con sogas de cabuya desde los pies hasta el cuello, las
manos atrás, también amarradas fuertemente, de manera que estaba inutilizado. Apenas
podía mover los ojos rojos de cólera, y lo peor de todo es que no podía pronunciar palabra
alguna porque habían anudado un bozal. Se desgañitaba dándome órdenes. No podía ni
quería entender sus bravatas. Pasó la media hora, luego la hora entera, y el Tuku se des-
hacía por decirme algo; parecía que bufaba como toro de lidia. Quise saber que decía y le
baje el bozal hasta el mentón. Pronto me cayó una catarata de gramputeada y de carajos.
¡Suéltame, hijo de perra! ¡Apura, carajo, que me cago! Yo lo miraba de frente, riéndome.
Hacía media hora que había planeado vengarme. Esto no fue premeditado. Fue cuestión
del momento. Lo decide cuando se cumplió la media hora de plazo que me dieron los
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otros niños. Y ahora estaba gozando como un loco de sus desatinos. Agarré fuerzas y
valor y le dije: ¡Toma, desgraciado, por todo lo que me has hecho! Entonces, el Tuku
cambió de táctica: empezó a tratarme como nunca lo había hecho. Por favor, Carlos,
hermanito, suelta las amarras que me cago, me duele mucho la barriga. Por Dios que me
cago, por tu madrecita, por lo que más quieras. Y yo muriéndome de risa, imperturbable.
Luego retomó la actitud primigenia: ¡Suéltame, hijo de perra! ¡Carajo, me cago!... y eso
fue todo.
De pronto, sentí un olor hediondo, insoportable. El Tuku se cagaba. Efectivamente. Se
ensuciaba y me amenazaba de muerte. ¡Te mataré! Lo haré mañana, pasado, donde
estés, cuando te encuentre. La fetidez me obligó a retirarme a unos metros más allá,
hacia el río donde me zambullí de alegría ropa y todo, lo que no era raro dado el fuerte
calor. En aquel valle andábamos casi desnudos. Al poco rato le puse nuevamente el bozal
y siguió gruñendo y haciendo esfuerzos inútiles por liberarse.
—¿Te acuerdas Tuku todo lo que me has hecho? —Grog, grog, grog— escuché su res-
puesta. Me pusiste verde los ojos seis veces, me dislocaste la muñeca, me volteaste la
quijada de una patada, me sangrabas cuando querías, y tres días no pude orinar porque
me pateaste en los huevos. ¿Te acuerdas? —Grog, grog, grog— me gruñó como chancho
maniatado que lo van a capar.
—Es la revancha, desgraciado. Es para que nunca te olvides de mí —le grité en la cara,
casi mordiéndole los cachetes.
Permanecí a su lado hasta las ocho de la noche. Después y lo dejé solo, llorando de
cólera. Subí la cuesta hacia la ciudad y en el camino una parvada de loros me saludó
eufórica desde un pisonay. Y, llegué por fin a mi casa luego de pasar por Wanupata,
asustado. Indios y mestizos salían de las chicherías tocando arpa y cantando huaynos
melodiosos de la quebrada de Pachachaca. Ingresé en mi hogar, temeroso, y como lo
suponía, recibí una fuerte reprimenda de mi madre por llegar tarde en vísperas del viaje.
Después de la cena me mandó a dormir, pero no pude hacerlo en toda la noche pensando
en el Tuku. Tal vez habrá muerto, me dije. Cuando amaneció desperté a mi madre, la
ayudé a llevar sus bultos hasta la empresa ―Tagle‖ y nos fuimos al Cusco. El 14 de se-
tiembre estábamos en el santuario del Señor de Huanca. Yo le rogaba al señor para que
se muriera el Tuku. Ojalá se esté enterrando en este momento, se lo pedía llorando como
a una magdalena. Y si no ha muerto haz que mi muerte en sus manos sea rápida y no me
duela, se lo rogaba. No quería salir del santuario. Rezaba y rezaba sin tregua para que
mis súplicas se cumplieran.
Después, retorné a Abancay con mi madre. Al llegar a casa fingí una enfermedad des-
conocida y tomé cama para no ir a la escuela, para no verme con el Tuku, para no morir.
Como estaba ya tres días guardando cama estricta, mi madre trajo a casa al Dr. Casaver-
de, quien me vio y me diagnosticó una complicación de amigdalitis e insuficiencia cardía-
ca. No me sané. Entonces vino a verme el milagroso curandero Áybar y me trajo del susto
llamando mi alma a medianoche y dándome pócimas cuyos nombres no recuerdo. Parece
que al final me enfermé de veras, porque sentía estremecimientos y tenía diarrea. Estaba
ya nueve días en cama. Mi madre no sabía que hacer y lloraba por las noches viendo que
su hijo querido demoraba en recuperar la salud. Me encontraba tentado de decirlo la ver-
dad, pero me sobreponía y llevaba la fiesta por dentro.
Al décimo día vinieron a visitarme Jenaro, Ignacio, Zavallita y Federico, mis amigos ínti-
mos. Conversé como pude de las cosas que había visto en el Cusco. Ellos me contaban
de la vida de la escuela: Que la señorita Etelvina se va a casar, que Camachito se ha sa-
cado 20 en matemática ¿y te acuerdas que siempre lo boleaban con cero? Que nuestro
equipo ―Los balcones negros‖ le ganó en fulbito a los grandazos del quinto de primaria.
Que, ahora, el Cuarto está sin el Tuku, sin su peleador invencible. ¿Qué dices Zavallita?
¿Ha muerto el boxeador?, le zampé dos preguntas desesperadas al hilo. ¡No, no!, me
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contestó. Lo que pasa es que el Tuku ha viajado a Lima. Su padre ha sido cambiado, y se
fueron. Se fueron todos. Sus compañeros le hicimos en el salón una despedida; si vieras,
hermanito, lloró el Tuku por nosotros, no quería irse, terminó de relatar Zavallita. Entonces
sentí que el alma se me vino al cuerpo y sólo esperé que se fueran aquellos amiguitos
para recuperar la salud. Nunca el tiempo me pareció tan dilatado ni tan impasible. Por fin
se fueron y así volví a recuperar la salud.
Ha pasado tanto tiempo desde entonces; sin embargo, anoche, anoche de manera muy
extraña retornaba de la universidad a casa, sentí que alguien me seguía. En estos días
difíciles no se puede saber qué le puede pasar a uno. Esto es impredecible. Como esta-
mos en medio de una guerra, caminamos por las a merced de los que pugnan con extre-
ma violencia. Es fácil imaginar que uno puede ser víctima de cualquiera de dos partes.
Por eso bajé con cuidado de la ―combi‖ que me trajo a Chanu-Chanu. Ahí fue que no
tuve dudas de que alguien me seguía. Lo vi de soslayo: era alto fornido y barbudo, y
vestía un sacón azul-marino. Sentí la brisa del lago helada sobre mis espaldas, y
totalmente aturdi-do apuré el paso para llegar a casa. Caminé y caminé, pero seguía
escuchando sus pa-sos hostigando los míos. Pensé rápidamente en todo, incluso en la
muerte. La idea de la muerte me poseyó y me llenó de terror. Llegué a mi casa, tomé la
llave y en el momento que abría las cerraduras, noté que algo duró me tocó la nuca.
Volteé y vi un revólver relu-ciente a la luz de la bombilla, que presionaba la base del
cerebro. ¡Entra carajo!, escuché la bronca voz; y cuidado con hacer tonterías: no grites no
muevas, ni hagas nada, carajo. Temblé de miedo y me dio ganas de orinar. Luego
ingresamos a mi sala y ahí me arrimó hacia la pared encañonándome sobre la frente.
—¡Vas a morir, carajo! Pero antes de morir querrás saber por qué —me volvió a caraje-
ar.
—¿Quién eres?, atiné a decir.
—Un mercenario que está de paso… alguien que no le teme a la muerte… que nunca le
ha temido. ¿Sabes quién soy?, agregó. ¡Soy el Tuku, carajo! Aquel que tu dejaste ama-
rrado en el árbol del río Mariño, para que me muera, hace ya 35 años. ¿Te acuerdas? Te
he seguido tanto tiempo para vengarme y por fin te encuentro en Puno, so desgraciado.
Ha llegado tu hora. Bien, ahora morirás. Nadie podrá salvarte. Adiós, hijo de perra.
Yo estaba seguro de que iba a dispararme. Vi esa resolución en sus ojos desorbitados.
Entonces arremetió con lo último para cumplir con su venganza. Por mi parte, antes de
morir me di tiempo para pensar en mi esposa y en mis hijos, ausentes de la casa en ese
momento.
—No podrás escapar. ¡Morirás a la cuenta de tres, carajo!
—Perdóname, tuku. Tengo familia. No me mates. Qué va ser de mis hijos. Ten piedad,
Tukito —le invoqué llorando a fin de persuadirlo.
—Nada, morirás conchasú. ¡No podrás escapar! Nadie podrá salvarte.
—No me mates, Tukito, Tuku lindo.
—Morirás a la cuenta de tres. ¡Nadie podrá salvarte!... Uno, uno y medio, dos —y em-
pezó hacer girar el tambor del revolver para colocar la bala en el lugar adecuado y prosi-
guió—. Dos y medio y…
—¡Un momento, Tuku! ¡Yo puedo salvarlo!, escuché la voz chillona y desesperada de
Pavel, mi hijo de diez años.
En aquel momento no deseaba sino morirme en el acto para no ver el final de aquel ni-
ño, que venciendo sabe Dios cuánto terror, pudo salir de su dormitorio y tener la audacia
de enfrentarse al Tuku. Lo miraba y sus ojos estaban enardecidos iguales que los de Vi-
llegas. No me explicaba cómo podía caber tanta fuerza de voz y tanto valor en aquel pe-
queño cuerpo que se mantenía enhiesto frente a mi agresor.
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—¿De dónde, carajos, ha salido esta lagartija? ¡Piojo de mierda! —le espetó su odio,
casi silabeando la última interjección. Luego, cambió de actitud y se rió como un desqui-
ciado sin remedio—. ¡Ja, ja ,ja, ja! ¿Y cómo crees que vas a salvarlo, insecto inservible?
—Yo sé como salvarlo —volví a escuchar aquella vocecita trémula y estentórea, mien-
tras me desvanecía.
—¿Cómo, carajo? —le gritó poniendo el dedo en el gatillo.
Me saltó las lágrimas por la impotencia. Me sentí un insecto al dejar morir a mi hijo en
esas condiciones. La hora final llegaba inexorable, claro, primero para mi hijo, y después,
para mí. Otro chillido desgarrador interrumpió mis cavilaciones.
—Escucha bien, Tuku asesino. ¡Puedo hacer lo siguiente para malograr tus planes! —se
desgañitó agitadísimo mi pobre hijo, azotando ferozmente con la estridencia de su voz el
rostro petrificado del Tuku Villegas; y luego mirándome a los ojos, agregó: —¡Despierta
padre, te libero de esta pesadilla!
Ahora, en efecto, haciendo un esfuerzo sobrehumano, logro, al fin, salir de esta pesadi-
lla; y estoy despierto, ansioso, bañado en sudor y con esta angustia que me provoca un
vació atroz en el diafragma.
Feliciano Padilla
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CAPITULO IV
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Aquel día estaba fray Gómez en vena de hacer milagros, pues cuando salió de su celda
se encaminó a la enfermería, donde encontró a San Francisco Solano acostado sobre una
tarima, víctima de una furiosa jaqueca. Púlsole el lego y le dijo:
—Su paternidad está muy débil, y haría bien en tomar algún alimento.
—Hermano —contestó el santo—, no tengo apetito.
—Haga un esfuerzo, reverendo padre, pase siquiera un bocado.
Y tanto insistió el refitolero, que el enfermo, por librarse de exigencias que picaban ya en
majadería, ideó pedirle lo que hasta para el virrey habría sido imposible conseguir, por no
ser la estación propicia para satisfacer el antojo.
—Pues mire, hermanito, sólo comería con gusto un par de pejerreyes.
Fray Gómez metió la mano derecha dentro de la manga izquierda, y sacó un par de pe-
jerreyes tan fresquitas que parecían acabados de salir del mar.
—Aquí los tiene su paternidad, y que en salud se le conviertan. Voy a guisárselos.
Y ello es que con los benditos pejerreyes quedó San Francisco curado como por ensal-
mo.
Me parece que estos dos milagritos de que incidentalmente me he ocupado son paja pi-
cada. Dejo en mi tintero otros muchos de nuestro lego, porque no me he propuesto relatar
su vida y milagros.
Sin embargo, apuntaré, para satisfacer curiosidades exigentes, que sobre la puerta de la
primera celda del pequeño claustro, que hasta hoy sirve de enfermería, hay un lienzo pin-
tado al óleo representando estos dos milagros con la siguiente inscripción:
―El Venerable Fray Gómez. Nació en Extremadura el 1560. Vistió el hábito en
Chuquisa-ca en 1580. Vino a Lima en 1587. Enfermero fue cuarenta años, ejercitando
todas las vir-tudes, dotado de favores y dones celestiales. Fue su vida un continuado
milagro. Falleció el 2 de mayo de 1631, con fama de santidad. En el año siguiente se
colocó su cadáver en la capilla de Aránzazu, en 13 de octubre de 1810 se pasó debajo del
altar mayor, a la bóveda donde son sepultado los padres del convento. Presenció la
traslación de los res-tos el señor doctor don Bartolomé María de las Heras. Se restauró
este venerable retrato en 30 de noviembre de 1882, por M. Zamudio‖.
II
Estaba una mañana fray Gómez en su celda entregado a la meditación, cuando dieron a
la puerta unos discretos golpecitos y una voz de quejumbroso timbre dijo:
—Deo gratias… ¡Alabado sea el señor!
—Por siempre jamás, amén. Entre hermanito —contestó fray Goméz.
Y penetró en la humildísima celda un individuo algo desarrapado, vera efigie del hombre
a quien acongojan las pobrezas, pero en cuyo rostro se dejaba adivinar la proverbial hon-
radez del castellano viejo.
Todo el mobiliario de la celda se componía de cuatro sillones de vaqueta, una mesa
mugrienta, y una tarima sin colchón, sábanas ni abrigo, y con una piedra por cabeza o
almohada.
—Tome asiento, hermano, y dígame sin rodeos lo que por acá le trae —dijo fray Gómez.
—Es el caso, padre, que soy hombre de bien a carta cabal…
—Se le conoce y que persevere deseo, que así merecerá en esta vida terrena la paz de
la conciencia, y en la otra bienaventuranza.
—Y es el caso que soy buhonero, que vivo cargado de familia y que mi comercio no
cunde por falta de medios, que no por holgazanería y escasez de industria en mí.
—Me alegro, hermano, que a quien honradamente trabaja Dios le acude.
—Pero es el caso, padre, que hasta ahora Dios se me hace el sordo y en acorrerme tar-
da.
—No desespere, hermano; no desespere.
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
—Pues es el caso que a muchas puertas he llegado en demanda de habilitación por
quinientos duros, y todas las he encontrado con cerrojo y cerrojillo. Y es el caso que ano-
che, en mis cavilaciones, yo mismo me dije a mí mismo: —¡Ea! Jeromo, buen ánimo y
vete a pedir dinero a fray Gómez, que si él lo quiere, mendicante y pobre como es, medio
encontrará para sacarte del apuro. Y es el caso que aquí estoy porque he venido, y a su
paternidad le pido y ruego que me preste esa puchuela por seis meses, seguro que no
será por mí por quien se diga:
—¿Cómo ha podido imaginarse hijo que en esta triste celda encontraría ese caudal?
—Es el caso, padre, que no acertaría a responderle; pero tengo fe en que no me de-
jará ir desconsolado.
—La fe lo salvará, hermano. Espere un momento.
Y paseando los ojos por las desnudas y blanqueadas paredes de la celda, vio un
alacrán que caminaba tranquilamente sobre el marco de la ventana. Fray Gómez
arrancó una página de un libro viejo, dirigióse a la ventana, cogió con delicadeza a la
sabandija, la envolvió en el papel, y tornándose hacia el castellano viejo, le dijo:
—Tome buen hombre, y empeña esta alhajita; no olvide, sí, devolvérmela dentro de
seis meses.
El buhonero se deshizo en frases de agradecimiento, se despidió de fray Gómez y
más que de prisa se encaminó hacia la tienda de un usurero.
La joya era espléndida, verdadera alhaja de reina morisca, por decir lo menos. Era
un prendedor figurando un alacrán. El cuerpo lo formaba una magnífica esmeralda
engarzada sobre oro, y la cabeza un grueso brillante con dos rubíes por ojos.
El usurero, que era hombre conocedor, vio la alhaja con codicia, y ofreció al aceptar
otro préstamo que el de quinientos duros por seis meses, y con un interés judaíco, se
entiende. Extendiéronse y firmáronse los documentos o papeletas de estilo, acari-
ciando el agiotista la esperanza de que a la postre el dueño de la prenda acudiría por
más dinero, que con el recargo de intereses lo convertiría en propietario de joya tan
valiosa por su mérito intrínseco.
Y con este capitalito fuéle tan prósperamente en su comercio que a la terminación
del plazo pudo desempeñar la prenda, y, envuelta en el mismo papel es que la reci-
biera, se la devolvió a fray Gómez.
Éste tomó el alacrán, lo puso sobre el alféizar de la ventana, le echó una bendición y
dijo:
—Animalito de Dios, sigue tu camino.
Y el alacrán echó a andar libremente por las paredes de la celda.
Y vieja pelleja,
aquí dio fin la conseja.
Ricardo
Palma
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EL CABALLERO CARMELO
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¡Cocorocóooo!
¡Para papá! -dijo mi hermano.
Así entró en nuestra casa este amigo íntimo de nuestra infancia ya pasada, a quien
acaeciera historia digna de relato, cuya memoria perdura aún en nuestro hogar como
una sombra alada y triste: el Caballero Carmelo.
II
Amanecía, en Pisco, alegremente. A la agonía de las sombras nocturnas, en el
frescor del alba, en el radiante despertar del día, sentíamos los pasos de mi madre en
el comedor, preparando el café para papá. Marchábase éste a la oficina. Despertaba
ella a la criada, chirriaba la puerta de la calle con sus mohosos goznes; oíase el canto
del gallo que era contestado a intervalos por todos los de la vecindad; sentíase el rui-
do del mar, el frescor de la mañana, la alegría sana de la vida. Después mi madre
venía a nosotros, nos hacía rezar, arrodillados en la cama con nuestras blancas cami-
sas de dormir; vestíanos luego, y, al concluir nuestro tocado, se anunciaba a lo lejos la
voz del panadero. Llegaba éste a la puerta y saludaba. Era un viejo dulce y bueno, y
hacía muchos años, al decir de mi madre, que llegaba todos los días, a la misma hora,
con el pan calientito y apetitoso, montado en su burro, detrás de los dos "capa-chos"
de cuero, repletos de toda clase de pan: hogazas, pan francés, pan de mante-cado,
rosquillas...
Madre escogía el que habíamos de tomar y mi hermana Jesús lo recibía en el ces-
to. Marchábase el viejo, y nosotros, dejando la provisión sobre la mesa del comedor,
cubierta de hule brillante, íbamos a dar de comer a los animales. Cogíamos las ma-
zorcas de apretados dientes, las desgranábamos en un cesto y entrábamos al corral
donde los animales nos rodeaban. Volaban las palomas, picoteábanse las gallinas por
el grano, y entre ellas, escabullíanse los conejos. Después de su frugal comida, hac-
ían grupo alrededor nuestro. Venía hasta nosotros la cabra, refregando su cabeza en
nuestras piernas; piaban los pollitos; tímidamente se acercaban los conejos blancos
con su largas orejas, sus redondos ojos brillantes y su boca de niña presumida; Ios
patitos, recién "sacados", amarillos como la yema de huevo, trepaba en un panto de
agua, cantaba, desde su rincón, entrabado, el Carmelo; y el pavo, siempre orgulloso,
alharaquero y antipático, hacía por dañarnos, mientras los patos, balanceándose co-
mo dueñas gordas hacían, por lo bajo, comentarios sobre la actitud poco gentil del
petulante.
Aquel día, mientras contemplábamos a los discretos animales, escapó se del corral
el Pelado, un pollón sin plumas, que parecía uno de aquellos jóvenes de diez y siete
años, flacos y golosos. Pero el Pelado a más de eso era pendenciero y escandaloso,
y aquel día, mientras la paz era en el corral y los otros comían el modesto grano, él,
en pos de mejores viandas, habíase encaramado en la mesa del comedor y roto va-
rias piezas de nuestra limitada vajilla.
En el almuerzo tratóse de suprimirlo, y, cuando mi padre supo sus fechorías, dijo
pausadamente:
---Nos lo comeremos el domingo...
Defendiólo mi tercer hermano, Anfiloquio, su poseedor, suplicante y lloroso. Dijo
que era un gallo que haría crías espléndidas. Agregó que desde que había llegado el
Carmelo todos miraban mal al Pelado, que antes era la esperanza del corral y el único
que mantenía la aristocracia de la afición y de la sangre fina.
¿Cómo no matan ---decía en su defensa del gallo--- a los patos que no hacen más
que ensuciar el agua, ni al cabrito que el otro día aplastó un pollo, ni al puerco que
todo lo enloda y sólo sabe comer y gritar, ni a las palomas que traen la mala suer-
te. ..?
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Se adujo razones. El cabrito era un bello animal, de suave piel, alegre, simpático,
inquieto, cuyos cuernos apenas apuntaban; además, no estaba comprobado que
hubiera muerto al pollo. El puerco mofletudo había sido criado en casa desde peque-
ño, y las palomas, con sus alas de abanico, eran la nota blanca, subíanse a la cornisa
a conversar en voz baja, hacían sus nidos con amoroso cuidado y se sacaban el maíz
del buche para darlo a sus polluelos.
El pobre Pelado estaba condenado. Mis hermanos pidieron que se le perdonase,
pero las roturas eran valiosas y el infeliz sólo tenía un abogado, mi hermano y su se-
ñor, de poca influencia. Viendo ya perdida su defensa y estando la audiencia al final,
pues iban a partir la sandia inclinó la cabeza. Dos gruesas lágrimas cayeron sobre el
plato, como un sacrificio, un sollozo se ahogó en su garganta. Callamos todos. Le-
vantóse mi madre, acercóse al muchacho, lo besó en la frente, y le dijo:
--- No llores; no nos lo comeremos...
III
Quien sale de Pisco, de la plazuela sin nombre, salitrosa y tranquila, vecina a la Es-
tación y torna por la calle del Castillo que hacia el sur se alarga, encuentra, al terminar
una plazuela, donde quemaban a Judas el Domingo de Pascua de Resurrección, de-
solado lugar en cuya arena verdeguean a trechos las malvas silvestres. Al lado del
poniente, en vez de casas, extiende el mar su manto verde, cuya espuma teje compli-
cados encajes al besar la húmeda orilla.
Termina en ella el puerto y, siguiendo hacia el sur, se va por estrecho y arenoso
camino, teniendo a diestra el mar y a izquierda mano angostísima faja, ora fértil, ora
infecunda, pero escarpada siempre, detrás de la cual, a oriente, extiéndese el desierto
cuya entrada vigilan, de trecho en trecho, corno centinelas, una que otra palmera
desmedrada, alguna higuera nervuda y enana y los "toñuces" siempre coposos y
frágiles. Ondea en el terreno la "hierba del alacrán", verde y jugoda al nacer, quebra-
diza en sus mejores días, y en la vejez, bermeja como la sangre de buey. En el fondo
del desierto, como si temieran su silenciosa aridez, las palmeras únense en pequeños
grupos, tal como lo hacen los peregrinos al cruzarlo y, ante el peligro, los hombres.
Siguiendo el camino, divísase en la costa, en la borrosa y vibrante vaguedad mari-
na, San Andrés de los Pescadores, la aldea de sencillas gentes, que eleva sus casu-
chas entre la rumorosa orilla y el estéril desierto. Allí las palmeras se multiplican y la
higueras dan sombra a los hogares tan plácida y fresca, que parece que no fueran
malditas del buen Dios, o que su maldición hubiera caducado; que bastante castigo
recibió la que sostuvo en sus ramas al traidor y todas sus flores dan fruto que al ma-
durar revientan.
En tan peregrina aldea, de caprichoso plano, levántanse las casuchas de frágil ca-
ña y estera leve, junto a las palmeras que a la puerta vigilan. Limpio y brillante, repo-
sando en la arena blanda sus caderas amplias, duerme a la puerta el bote pescador,
con sus velas plegadas, sus remos tendidos como tranquilos brazos que descansan,
entre los cuales yace con su muda y simbólica majestad el timón grácil, la cabeza que
"achica" el agua mar afuera y las sogas retorcidas como serpientes que duermen.
Cubre, piadosamente, la pequeña nave, cual blanca mantilla, la pescadora red circun-
dada de caireles de liviano corcho.
En las horas de mediodía, cuando el aire en la sombra invita al sueño, junto a la
nave teje la red el pescador abuelo; sus toscos dedos anudan el lino que ha de enre-
dar al sorprendido pez; raspa la abuela el plateado lomo de los que las vísperas trajo
la nave; saltan al sol, como chispas, las escamas, y el perro husmea en los despojos.
Al lado, en el corral que cercan enormes huesos de ballenas, trepan los chiquillos
desnudos sobre el asno pensativo, o se tuestan al sol en la orilla; mientras, bajo la
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ramada, el más fuerte pule el remo, la moza fresca y ágil saca agua del pozuelo y las
gaviotas alborozadas recorren la mansión humilde dando gritos extraños.
Junto al bote, duerme el hombre del mar, el fuerte mancebo embriagado por la bri-
sa caliente y por la tibia emanación de la arena, su dulce suerlo de justo, con el pan-
talón corto, las musculosas pantorillas cruzadas en cuyos duros pies de redondos de-
dos, piérdense, como escamas, las diminutas uñas, la cara tostada por el aire y el sol,
la boca entreabierta que deja pasar la respiración tranquila, y el fuerte pecho desnudo
que se levanta rítmicamente, con el ritmo de la Vida, el más armonioso que Dios ha
puesto sobre el mundo.
Por las calles no transitan al medio día las personas y nada turba la paz en aquella
aldea, cuyos habitantes no son más numerosos que los dátiles de sus veinte palme-
ras. Iglesia ni cura habían, en mi tiempo, las gentes de San Andrés. Los domingos, al
clarear el alba, iban al puerto, con los jumentos cargados de corvinas frescas y luego,
en la capilla, cumplían con Dios. Buenas gentes, de dulces rostros, tranquilo mirar,
morigeradas y sencillas, indios de la más pura cepa, descendientes remotos y ciertos
de los hijos del Sol, cruzaban a pie todos los caminos, como en la Edad Feliz delinca,
atravesaban en caravana inmensa la costa para llegar al templo y oráculo del buen
Pachacamac, con la ofrenda en la alforja, la pregunta en la memoria y la Fe en el
sencillo espíritu.
Jamás riña alguna manchó sus claros anales; morales y austeros, labios de marido
besaron siempre labios de esposa; y el amor, fuente inagotable de odios y maldecires,
era entre ellos, tan normal y apacible como alguno de sus pozos. De fuertes padres,
nacían, sin comadronas, rozagantes muchachos, en cuyos miembros la piel hacía
gruesas arrugas; aires marinos henchían sus pulmones, y crecían sobre la arena cal-
deada, bajo el sol ubérrimo, hasta que aprendían a lanzarse al mar ya manejar los
botes de piquete que, zozobrando en las olas les enseñaban a domeñar la marina
furia.
Maltones, musculosos, inocentes y buenos, pasaban su juventud hasta que el cura
de Pisco unía a las parejas que formaban un nuevo nido, compraban un asno y se
lanzaban a la felicidad, mientras las tortugas centenarias del hogar paterno veían
desenvolverse, impasibles, las horas -filosóficas, cansadas y pesimistas, mirando con
llorosos ojos desde la playa, el mar, al cual no intentaban volver nunca- y al crepúscu-
lo de cada día, lloraban, pero, hundido el sol, metían la cabeza bajo la concha polié-
drica y dejaban pasar la vida llenas de experiencia, sin Fe, lamentándose siempre del
perenne mal, pero inactivas, inmóviles, infecundas, y solas.
IV
Esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo al-
tivo, caballeroso, justiciero y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta de encendido
color, ojos vivos y redondos, mirada fiera y perdonadora, acerado pico agudo. La cola
hacía un arco de plumas tornasoles, su cuerpo de color carmelo avanzaba en el pe-
cho audaz y duro. Las piernas fuertes que estacas musulmanas y agudas defendían,
cubiertas de escamas, parecían las de un armado caballero medioeval.
Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado una
apuesta para la jugada de gallos de San Andrés el 28 de julio. No había podido evitar-
lo. Le habían dicho que el Carmelo, cuyo prestigio era mayor que el del alcalde, no
era un gallo de raza. Molestóse mi padre. Cambiáronse frases y apuestas y aceptó.
Dentro de un mes toparía el Carmelo con el Ajiseco de otro aficionado, famoso gallo
vencedor, como el nuestro, en muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia
con profundo dolor. El Carmelo iría a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuer-
po, con un gallo más fuerte y más joven. Hacía ya tres años que estaba en casa, hab-
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ía él envejecido mientras crecíamos nosotros. ¿Por qué aquella crueldad de hacerlo
pelear? ...
Llegó el terrible día. Todos en casa estábamos tristes. Un hombre había venido seis
días seguidos a preparar al Carmelo. A nosotros ya no nos permitían ni verlo. El día
28 de julio, por la tarde, vino el preparador y de una caja llena de algodones sacó una
media luna de acero con unas pequeñas correas: era la navaja, la espada del
soldado. El hombre la limpiaba, probándola en la uña, delante de mi padre. A los po-
cos minutos, en silencio, con una calma trágica, sacaron al gallo que el hombre cargó
en sus brazos como a un niño. Un criado llevaba la cuchilla y mis dos hermanos le
acompañaron.
--- ¡Qué crueldad! --- dijo mi madre.
Lloraban mis hermanas, y la más pequeña, Jesús, me dijo en secreto, antes de sa-
lir:
--- Oye, anda junto con él... Cuídalo... iPobrecito!...
LIevóse la mano a los ojos, echóse a llorar y yo salí precipitadamente, y hube de
correr unas cuadras para poder alcanzarlos.
V
Llegamos a San Andrés. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas agitábanse
sobre las casas por el día de la Patria, que allí sabían celebrar con una gran jugada
de gallos a la que solían ir todos los hacendados y ricos hombres del valle. En vento-
rrillos, a cuya entrada había arcos de sauce envueltos en colgaduras, y de los cuales
pendían alegres quitasueños de cristal, vendían chicha de bonito, butifarras, pescado
fresco asado en brasas y anegado en cebollones y vinagre. El pueblo los invadía, par-
lanchín y endomingado con sus mejores trajes. Los hombres de mar lucían camisetas
nuevas de horizontales franjas rojas y blancas, sombreros de junco, alpargatas y pa-
ñuelos anudados al cuello.
Nos encaminamos a "la cancha". Una frondosa higuera daba acceso al circo, bajo
sus ramas enarcadas. Mi padre, rodeado de algunos amigos, se instaló. Al frente es-
taba el juez ya su derecha el dueño del paladín Ajiseco. Sonó una campanilla, aco-
modáronse las gentes y empezó la fiesta. Salieron por lugares opuestos dos hombres,
llevando cada uno un gallo. Lanzáronlos al ruedo con singular ademán. Brillaron las
cuchillas, miráronse los adversarios, dos gallos de débil contextura, y uno de ellos
cantó. Colérico respondió el otro echándose al medio circo; miráronse fijamente; alar-
garon los cuellos, erizadas las plumas, y se acometieron. Hubo ruido de alas, plumas
que volaron, gritos de muchedumbre y, a los pocos segundos de jadeante lucha, cayó
uno de ellos. Su cabecita afilada y roja besó el suelo, y la voz del juez:
--- ¡Ha enterrado el pico, señores!
Batió las alas el vencedor. Aplaudió la multitud enardecida, y ambos gallos san-
grando, fueron sacados del ruedo. La primera jornada había terminado. Ahora entraba
el nuestro: el Caballero Carmelo. Un rumor de expectación vibró en el circo:
¡EI Ajiseco y el Carmelo!
¡Cien soles de apuesta!...
Sonó la campanilla del juez y yo empecé a temblar.
En medio de la expectación general, salieron los dos hombres, cada uno con su ga-
llo. Se hizo un profundo silencio y soltaron a los rivales. Nuestro Carmelo aliado del
otro era un gallo viejo y achacoso; todos apostaban al enemigo, como augurio de que
nuestro gallo iba a morir. No faltó aficionado que anunciara el triunfo del Carmelo, pe-
ro la mayoría de las apuestas favorecía al adversario. Una vez frente al enemigo, el
Carmelo empezó a picotear, agitó las alas y cantó estentóreamente. El otro, que en
verdad no parecía un gallo fino de distinguida sangre y alcurnia, hacía cosas tan petu-
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lantes cuan humanas; miraba con desprecio a nuestro gallo y se paseaba como due-
ño de la cancha. Enardeciéronse los ánimos de los adversarios, llegaron al centro y
alargaron sus erizados cuellos, tocándose los picos sin perder terreno. El Ajiseco dio
la primera embestida; entablóse la lucha; las gentes presenciaban en silencio la sin-
gular batalla y yo rogaba a la Virgen que sacara con bien a nuestro viejo paladín.
Batíase él con todos los aires de un experto luchador, acostumbrado a las artes
azarosas de la guerra. Cuidaba poner las patas armadas en el enemigo pecho, jamás
picaba a su adversario ---que tal cosa es cobardía--- mientras que éste, bravucón y
necio, todo quería hacerlo a aletazos y golpes de fuerza. Jadeantes, se detuvieron un
segundo: Un hilo de sangre corría por la piema del Carmelo. Estaba herido, mas pa-
recía no darse cuenta de su dolor. Cruzáronse nuevas apuestas en favor del Ajiseco y
las gentes felicitaban ya al poseedor del menguado. En su nuevo encuentro, el Car-
melo cantó, acordóse de sus tiempos y acometió con tal furia que desbarató al otro de
un solo impulso. Levantóse éste y la lucha fue cruel e indecisa. Por fin, una herida
grave hizo caer al Carmelo, jadeante...
¡Bravo! ¡Bravo el Ajiseco! ---gritaron sus partidarios, creyendo ganada la prueba. Pero
el juez, atento a todos los detalles de la lucha y con acuerdo de cánones dijo:
¡Todavía no ha enterrado el pico, señores!
En efecto, incorporóse el Carmelo. Su enemigo, como para humillarlo, se acercó a
él, sin hacerle daño. Nació entonces, en medio del dolor de la caída, todo el coraje de
los gallos de "Caucato". Incorporado el Carmelo, como un soldado herido, acometió
de frente y definitivo sobre su rival, con un estocada que lo dejó muerto en el sitio. Fue
entonces cuando el Carmelo que se desangraba, se dejó caer, después que el Ajiseco
había enterrado el pico. La jugada estaba ganada y un clamoreo incesante se levantó
en la cancha. Felicitaron a mi padre por el triunfo, y, como esa era la jugada más
interesante, se retiraron del circo, mientras resonaba un grito de entusiasta:-¡Viva el
Carmelo!Yo y mis hermanos lo recibimos y lo condujimos a casa, atravesando por la
orilla del mar el pesado camino y soplando aguardiente bajo las alas del triunfador
que desfallecía.
VI
Dos días estuvo el gallo sometido a toda clase de cuidados. Mi hermana Jesús y yo
le dábamos maíz, se lo poníamos en el pico; pero el pobrecito no podía comerlo ni
incorporarse. Una gran tristeza reinaba en la casa. Aquel segundo día, después del
colegio, cuando fuimos yo y mi hermana a verlo, lo encontramos tan decaído que nos
hizo llorar. Le dábamos agua con nuestras manos, le acariciábamos, le poníamos en
el pico rojos granos de granada. De pronto el gallo se incorporó. Caía la tarde y, por la
ventana del cuarto donde estaba entró la luz sangrienta del crepúsculo. Acercóse a la
ventana, miró la luz, agitó débilmente las alas y estuvo largo rato en la contemplación
del cielo. Luego abrió nerviosamente las alas de oro, enseñoreóse y cantó. Retrocedió
unos pasos, inclinó el tornasolado cuello sobre el pecho, tembló, desplomóse, y estiró
sus débiles patitas escamosas y, mirándonos, mirándonos amoroso, expiró apacible-
mente.
Echamos a llorar. Fuimos en busca de mi madre, y ya no lo vimos más. Sombría
fue la comida aquella noche. Mi madre no dijo una sola palabra y, bajo la luz amari-
llenta de llamparín todos nos mirábamos en silencio. Al día siguiente, en el alba, en la
agonía de las sombras nocturnas, no se oyó su canto alegre.
Así pasó por el mundo aquel héroe ignorado, aquel amigo tan querido de nuestra
niñez: El Caballero Carmelo, flor y nata de paladines y último vástago de aquellos ga-
llos de sangre y raza, cuyo prestigio unánime fue orgullo, por muchos años, de todo el
verde y fecundo valle de Caucato.
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cuando permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las
orejas.
Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito so-
bre el piso de ladrillo del corredor.
—Recemos el Padrenuestro— decía luego el patrón a sus indios, que esperaban
en fila.
El pongo se levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que
le correspondía ni ese lugar correspondía a nadie.
En el oscurecer, los siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de
la hacienda.
—¡Vete pancita!— solía ordenar, después, el patrón al pongo.
Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la
servidumbre. Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales,
los colonos*.
Pero... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba colmado de
toda la gente de la hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus den-
sos ojos, ese hombrecito, habló muy claramente. Su rostro seguía un poco espanta-
do.
—Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte —dijo.
El patrón no oyó lo que oía.
—¿Qué? ¿Tú eres quien ha hablado u otro? —preguntó.
—Tu licencia, padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte —repitió el
pongo.
—Habla... si puedes— contestó el hacendado.
—Padre mío, señor mío, corazón mío — empezó a hablar el hombrecito—. Soñé
anoche que habíamos muerto los dos juntos; juntos habíamos muerto.
—¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta todo, indio —le dijo el gran patrón.
—Como éramos hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos. Los dos jun-
tos; desnudos ante nuestro gran Padre San Francisco.
—¿Y después? ¡Habla! —ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosi-
dad.
—Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos
examinó con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. A ti y a
mí nos examinaba, pensando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que
somos. Como hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.
—¿Y tú?
—No puedo saber cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.
—Bueno, sigue contando.
—Entonces, después, nuestro Padre dijo con su boca: "De todos los ángeles, el
más hermoso, que venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño,
que sea también el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la
copa de oro llena de la miel de chancaca más transparente".
—¿Y entonces? —preguntó el patrón.
Los indios siervos oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero temerosos.
—Dueño mío: apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció un
ángel, brillando, alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre, cami-
nando despacio. Detrás del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave
como el resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro.
—¿Y entonces? —repitió el patrón.
—"Angel mayor: cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro; que
tus manos sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre", diciendo,
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ordenó nuestro gran Padre. Y así, el ángel excelso, levantando la miel con sus ma-
nos, enlució tu cuerpecito, todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te er-
guiste, solo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuvie-
ra hecho de oro, transparente.
—Así tenía que ser —dijo el patrón, y luego preguntó:
—¿Y a ti?
—Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro Gran Padre San Francisco volvió a or-
denar: "Que de todos los ángeles del cielo venga el de menos valor, el más ordinario.
Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina excremento humano".
—¿Y entonces?
—Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban
las fuerzas para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó
bien cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. "Oye
viejo —ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel—, embadurna el cuerpo de este
hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de
cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido!". Entonces, con sus manos nudo-
sas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo,
así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. Y aparecí
avergonzado, en la luz del cielo, apestando...
—Así mismo tenía que ser —afirmó el patrón—. ¡Continúa! ¿O todo concluye allí?
—No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo,
nos vimos juntos, los dos, ante nuestro Gran padre San Francisco, él volvió a mirar-
nos, también nuevamente, ya a ti ya a mi, largo rato. Con sus ojos que colmaban el
cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido
con la memoria. Y luego dijo: "Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya
está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo". El viejo
ángel rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro, su gran
fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera. (*) Indio
que pertenece a la hacienda.
José María Arguedas
CALIXTO GARMENDIA
Déjame contarte —le pidió Remigio Garmendia a Anselmo, levantando la cara. Todos
estos días, anoche, esta mañana, aún esta tarde, he recordado mucho… Hay mo-
mentos en que a uno se le agolpa la vida… Además, debes aprender. La vida corta o
larga, no es de uno solamente.
Sus ojos diáfanos parecían fijos en el tiempo. La voz se le fraguaba hondo y tenía
un rudo timbre de emoción. Blandíanse a ratos las manos encallecidas.
— Yo nací arriba, en un pueblito de los andes. Mi padre era carpintero y me mandó
a la escuela. Hasta segundo año de primaria era todo lo que había. Y eso que tuve
suerte de nacer en el pueblo, porque los niños del campo se quedaban sin escuela.
Fuera de su carpintería, mi padre tenía un terrenito al lado del pueblo, pasando la
quebrada, y lo cultivaba con la ayuda de algunos indios a los que pagaban en plata o
con obritas de carpintería: que el cabo de una lampa o un hacha que una mesita, en
fin. Desde un extremo del corredor de mi casa, veíamos amarillear el trigo, verdear el
maíz, azular las habas en nuestra pequeña tierra. Daba gusto. Con la comida y car-
pintería, teníamos bastante, considerando nuestra pobreza. A causa de tener algo y
también por su carácter, mi padre no agachaba la cabeza ante nadie. Su bando de la
carpintería estaba en el corredor de la casa, dando a la calle. Pasaba el alcalde.
―Buenos días, señor‖, decía mi padre, y se acabó. Pasaba el subprefecto. ―Buenos
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trabajamos dos meses haciendo el mostrador y los andamios para los géneros y aba-
rrotes. Se inauguró con banda de músico y la gente hablaba de progreso. En mi casa,
hubo ropa nueva para todos. Mi padre me dio para que la gastara en lo que quisiera,
así, en lo que quisiera, la mayor cantidad de plata que había visto en mis manos: dos
soles. Con el tiempo, la tienda no hizo otra cosa que mermar el negocio de los cuatro,
nuestra ropa envejeció y todo fue olvidado. Lo único bueno fue que yo gasté los dos
soles en una muchacha llamada Eutimia, así era el nombre, que una noche se dejó
correr entre los alisos de la quebrada. Eso me duró. En adelante no me cobró ya nada
y si me recibió los dos soles, fue de pobre que era.
En la carpintería las cosas siguieron como siempre. A veces hacíamos un baúl o una
mesita o dos o tres sillas en un mes. Como siempre, es un decir. Mi padre traba-jaba a
disgusto. Antes lo había visto yo gozarse puliendo y charolando cualquier obrita y le
quedaba muy vistosa. Después ya no le importó y como que salía del paso con un
poco de lija. Hasta que al fin llegaba el encargo de otro cajón de muerto, que era plan-
ta fuerte. Cobrábamos generalmente diez soles. Déle otra vez a alegrarse mi padre,
que solía decir: ―¡Se fregó otro bandido, diez soles!‖ y a trabajar duro él y yo, y a
rezar mi madre y sentir alivio hasta por las virutas. Pero ahí acababa todo. ¿Eso es
vida? Como muchacho que era, me disgustaba que en esa vida estuviera mezclada
tanto la muerte.
La cosa fue más triste cada vez. En las noches, a eso de las tres o cuatro de la ma-
drugada, mi padre se echaba unas cuantas piedras bastante grandes a los bolsillos,
se sacaba los zapatos para no hacer bulla y caminaba medio agazapado hacia la ca-
sa del alcalde. Tiraba las piedras rápidamente, a diferentes partes del techo, rompien-
do las tejas. Luego volvía a la carrera y, ya dentro de la casa, a oscuras, pues no en-
cendía luz para evitar sospechas, se reía, se reía. Su risa parecía a ratos el graznido
de un animal. A ratos era tan humana, tan desastrosamente humana, que me daba
más pena todavía. Se calmaba unos cuantos días con eso. Por otra parte, en la casa
del alcalde solían vigilar. Como había hecho incontables canchadas, no sabían a
quien echarle la culpa de las piedras. Cuando mi padre deducía que se habían can-
sado de vigilar; volvía a romper tejas de las casas del juez, del subprefecto, del alfé-
rez, del Síndico de Gastos. Calculadamente, rompió las de las casas de otros nota-
bles, para que si querían deducir, se confundieran. Los ocho gendarmes del pueblo
salieron en ronda muchas veces, en grupos y solos, y nunca pudieron atrapar a mi
padre. Se había vuelto un artista de la rotura de tejas. De mañana salía a pasear por
el pueblo para darse el gusto de ver que los sirvientes de las casas que atacaba, sub-
ían con tejas nuevas a reemplazar las rotas. Si llovía, era mejor para mi padre. Enton-
ces atacaba la casa de quien odiaba más, para que el agua la dañara o, al caerles,
los molestara a él y su familia. Llegó a decir que les metía el agua a los dormitorios,
de lo bien que calculaba las pedradas. Era poco probable que pudiese calcular tan
exactamente en la obscuridad, pero él pensaba que lo hacía por darse el gusto de
pensarlo.
El alcalde murió de un momento a otro. Unos decían que de un atracón de carne de
chancho y otros que de las cóleras que daban sus enemigos. Mi padre fue llamado
para que le hiciera el cajón y me llevó a tomar las medidas con un cordel. El cadáver
era grande y gordo. Había que verle la cara a mi padre contemplando al muerto.
Cobró cincuenta soles, adelantados, uno sobre otro. Como le reclamaron el precio dijo
que el cajón tenía que ser grande, pues el cadáver también lo era, y además gordo, lo
cual demostraba que el alcalde comió bien. Hicimos el cajón a la diabla. A la hora del
entierro, mi padre contemplaba desde el corredor cuando metían el cajón al hoyo, y
decía: ―Come la tierra que quitaste, condenado; come, come‖. Y reía con esa risa
horrible. En adelante, dio preferencia en la rotura de tejas en la casa del juez y decía
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que esperaba verle entrar al hoyo también, lo mismo que a los otros mandones. Su
vida era odiar y pensar en la muerte. Mi madre se consolaba rezando. Yo, tomando a
Eutimia en el alisar de la quebrada. Pero me dolía muy hondo que hubiera derrumba-
do así a mi padre. Antes de que lo despojaran, su vida era amar a su mujer y a su hijo,
servir a sus amigos y defender a quien lo necesitara. Quería a su patria. A fuerza de
injusticia y desamparo, lo habían derrumbado.
Mi madre le dio esperanza con el nuevo alcalde. Fue como si mi padre sanara de
pronto. Eso duró dos días. El nuevo alcalde le dijo también que no había plata para
pagarle. Además, que abusó cobrando cincuenta soles por un cajón de muerto y que
era un agitador del pueblo. Como si lo quisiera tomar, esto ya no tenía apariencia de
verdad. Hacía años que las gentes, sabiendo a mi padre en desgracia con las autori-
dades, no iban por la casa para que las defendiera. Con este motivo ni se asomaban.
Mi padre gritó al nuevo alcalde, se puso furioso y le metieron quince días en la cárcel,
por desacato. Cuando salió, le aconsejaron que fuera con mi madre a darle satisfac-
ciones al alcalde, que le lloraran ambos y le suplicaran el pago. Mi padre se puso a
clamar: ―¡Eso nunca! ¿Por qué quieren humillarme? ¡La justicia no es limosna! ¡Pido
justicia! Al poco tiempo mi padre murió.
Ciro Alegría
WARMA KUYAY
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Al medio del Witron, Justina empezó otro canto.
Flor de mayo, flor de mayo,
flor de mayo primavera,
por qué no te liberaste
de ésa tu falsa prisionera.
Los cholos se habían parado en círculo, y Justina cantaba al medio. En el patio in-
menso, inmóviles sobre el empedrado, los indios se veían como estacas de tender
cueros.
—Ese puntito negro que está al medio es Justina. Y yo la quiero. Mi corazón tiembla
cuando se ríe, llora cuando sus ojos miran al Kutu. ¿Por qué, pues, no muero por ese
puntito negro?
Los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba vueltas alrededor del
círculo dando ánimos, gritando como potro enamorado. Una paca empezó a silbar
desde un sauce que cabeceaba a la orilla del río; la voz del pájaro maldecido daba
miedo. El charanguero corrió hasta el centro del patio y lanzó pedradas al sauce; to-
dos los cholos le siguieron. Al poco rato, el pájaro voló y fue a posarse sobre los du-
raznales de la huerta. Los cholos iban a perseguirle, pero don Froilan apareció en la
puerta del Witron.
—¡Largo! ¡A dormir!
Los cholos se fueron hacia la tranca del corral: el Kutu se quedó solo, al medio del
patio.
—¡Niño Ernesto! —llamo el Kutu.
Bajé al suelo de un salto y corrí hacia él.
—Vamos, niño.
Subimos al callejón por el lavadero de metal que iba desmoronándose en un ángulo
de Witron; sobre el lavadero había un tubo enorme de fierro y varias ruedas enmo-
hecidas que fueron de las minas del padre de don Froilán.
Kutu no habló nada, hasta llegar a la casa de arriba.
La hacienda era de don Froilán y de mi tío, tenía dos casas. Kutu y yo estábamos en
el caserío de arriba; mi tío y el resto de la gente habían ido al escarbe de papas, y
dormían en la chacra, a dos leguas de la hacienda.
Subimos las gradas, sin mirarnos siquiera; entramos al corredor y tendimos allí
nuestras camas para dormir alumbrados por la luna. El Kutu se echó callado: estaba
triste y molesto. Yo me senté a su lado.
—¡Kutu! ¿Te ha despachado Justina?
—¡Don Froilán le ha abusado, niño Ernesto!
—¡Mentira, Kutullay, mentira!
—Ayer no más le ha forzado, en la toma de agua, cuando fue bañarse con los niños.
—¡Mentira, Kutullay, mentira!
Me abracé al cuello del cholo. Sentí miedo; mi corazón parecía rajarse, me golpea-
ba. Empecé a llorar como si hubiera estado solo, abandonado en esa gran quebrada
oscura.
—¡Déjate, niño! Yo, pues soy indio, no puedo con el patrón. Otra vez, cuando seas
―abugau‖, vas a fregar a don Froilán.
Me levantó como a un becerro tierno y me echó sobre mi catre.
—¡Duérmete, niño! Ahora le voy a hablar a Justina, para que te quiera. Te vas a
dormir otro día con ella, ¿quieres, niño? ¿Acaso? Justina tiene corazón para ti, pero
eres muchacho todavía, tiene miedo porque eres niño.
Me arrodillé sobre la cama, miré al ―Chawala‖ que parecía terrible y fúnebre en el
si-lencio de la noche.
—¡Kutu; cuando sea grande voy a matar a don Froilán!
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—¡Eso sí, niño Ernesto! ¡Eso sí! ¡Mak‘tasu!
La voz gruesa del cholo sonó en el corredor como el maullido del león que entraba
hasta el caserío en busca de chanchos. Kutu se paró; estaba alegre como si hubiera
tumbado al puma ladrón.
—Mañana llega el patrón. Mejor esta noche vamos a Justina. El patrón, seguro te
hace dormir en su cuarto. Que se entre la luna para ir.
Su alegría me dio rabia.
—¿Y por qué no matas a dos Froilán? Mátale con tu honda, Kutu, desde el frente
del río, como si fuera puma ladrón.
—¡Sus hijitos, niño! ¡Son nueve! Pero cuando seas abugau ya estarán
grandes. —¡Mentira, Kutu, mentira! ¡Tienes miedo, como mujer!
—No sabes niño ¿Acaso no he visto? Tienes pena de los becerritos, pero a los
hombres no los quieres.
—¡Don Froilán es malo! ¡Los que tienen chacras son malos; hacen llorar a los indios
como tú, se llevan las vaquillas de los otros, o las matan de hambre en su corral! ¡Ku-
tu, don Froilán es peor que toro bravo! Mátale no más, Kutucha, aunque sea con gal-
ga, en el barranca de Capitana.
—¡Indio no puede, niño! ¡Indio no puede!
¡Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles, hacía temblar a los potros, rajaba a
látigos el lomo de los aradores, hondeaba desde lejos a las vaquitas de los otros cho-
los cuando entraba a los potreros de mi tío, pero era cobarde. ¡Indio perdido!
Le miré de cerca: su nariz aplastada, sus ojos casi oblicuos, sus labios delgados en-
negrecidos por la coca. ¡A este le quiere! Y ella era bonita: su cara rosada estaba
siempre limpia. Sus ojos negros quemaban; no era como las otras cholas; sus pesta-
ñas eran largas; su boca llamaba al amor y no me dejaba dormir. A los catorce años
ya la quería; pechitos parecían limones grandes, y me desesperaban. Pero ella era de
Kutu desde tiempo; de este cholo con cara de sapo. Pensaba en eso, y me pena se
parecía mucho a la muerte. Y ahora don Froilán la había forzado.
—¡Mentira, Kutu! ¡Ella misma, seguro, ella misma!
Un chorro de lágrimas saltó de mis ojos. Otra vez me sacudía el corazón, como si
tuviera más fuerza que todo mi cuerpo.
—¡Kutu! Mejor la mataremos los dos a ella, ¿quieres?
El indio se asustó. Me tocó la frente: estaba húmeda de sudor.
—¡Verdad! Así quieren los mistis.
—¡Llévame donde Justina, Kutu! Eres mujer, no sirves para ella. ¡Déjala!
—Cómo no, niño, para ti voy a dejar, para ti solito.
Mira, en Wairala se está apagando la luna. Los cielos ennegrecieron rápidamente,
las estrellitas saltaron de todas partes del cielo; el viento silbaba en la obscuridad gol-
peándose; más abajo, en el fondo de la quebrada, el río grande cantaba con voz
áspera.
Yo despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes, me hacían temblar
de rabia.
—¡Indio, muérete mejor, o lárgate a Nazca! ¡Allí te acabará la terciana, te enterrarán
como a perro!
Pero el novillero se agachaba no más, humilde y se iba al Witron, a los alfares, a la
huerta de los becerros, y se vengaba en el cuerpo de los animales de don Froilán. Al
principio, yo le acompañaba. En las noches entrábamos, ocultándonos, al corral; Kutu
se escupía las manos, empuñaba duro el zurriago y los rajaba el lomo a los tobillitos.
Uno, dos, tres…, cien zurriagos; las crías se retorcían en el suelo, se tumbaban de
espaldas, lloraban, y el indio seguía, encorvado, feroz. ¿Y yo? Me sentaba en un
rincón y gozaba. Yo gozaba.
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—¡De don Froilán es, no importa! ¡Es de mi enemigo!
Hablaba con voz alta para engañarme, para tapar el dolor que encogía mis labios e
inundaba mi corazón.
Pero ya en la cama, a solas, una pena negra, invencible, se apoderaba de mi alma y
lloraba dos, tres horas. Hasta que una noche mi corazón se hizo grande, se hinchó. El
llorar no bastaba; me vencían la desesperación y el arrepentimiento. Salté de la cama
descalzo, corrí hasta la puerta, abrí despacito el cerrojo y pasé al corredor. La luna
había salido ya; su luz blanca bañaba la quebrada; los árboles rectos, silenciosos,
estiraban sus brazos al cielo. De dos saltos bajé el corredor y atravesé corriendo el
callejón empedrado, salté la pared del corral y llegué junto a los becerritos; ahí estaba
―Zarinacha‖, la víctima de esa noche, echadita sobre la bosta seca, con el hocico en
el suelo; parecía desmayada; me abracé a su cuello, la besé mil veces en su boca con
olor a leche fresca, en sus ojos negros y grandes.
—¡Niñacha, perdóname! ¡Perdóname, mamaya! Junté
mis manos y, de rodillas, me humillé ante ella.
—Ese perdido ha sido, hermanita, yo no. ¡Ese Kutu canalla, indio perro!
La sal de las lágrimas siguió amargándome largo rato.
Zarinacha me miraba seria, con su mirada humilde, dulce.
—¡Yo te quiero niñacha, yo te quiero!
Y una ternura sin igual, pura, dulce como una luz en esa quebrada madre, alumbró
mi vida.
A la mañana siguiente encontré al indio en el alfalfar de capitana. El cielo estaba
limpio y alegra, los campos verdes, llenos de frescura. El Kutu ya se iba tempranito, a
buscar daños en los potreros de mi tío, para ensañarse contra ellos.
—Kutu, vete de aquí. En Viseca ya no sirves. ¡Los comuneros se ríen de ti porque
eres maula!
Sus ojos opacos me miraban con cierto miedo.
—¡Asesino también eres, Kutu! Un becerrito es como criatura. ¡Ya en Viseca no sir-
ves, indio!
—¿Yo no más acaso? Tú también. Pero mírale al taita Chawala: diez días más atrás
me voy a ir.
Resentido, penoso como nunca, se largó a galope en el bayo de mi tío.
Dos semanas después, Kutu pidió licencia y se fue. Mi tía lloró por él, como si hubie-
ra perdido a su hijo.
Kutu tenía sangre de mujer; le temblaba a don Froilán, temía a casi todos los hom-
bres. Le quitaron su mujer y se fue a ocultar después en los pueblos del interior, a
perderse en las comunidades de Sondando, chacralla. ¡Era cobarde!
Yo solo me quedé junto a don Froilán, pero cerca de Justina, de mi Justinacha ingra-
ta. Y no fui desgraciado. A la orilla de ese río espumoso, oyendo el canto de las torca-
zas y de las tuyas, vivía yo sin esperanzas; pero ella estaba bajo el mismo cielo que
yo, en esa misma quebrada que fue mi nido; contemplando sus ojos negros, oyendo
su risa, mirándola desde lejitos, era casi feliz, porque mi amor por Justina fue un
―Warma Kuyay‖ y no creía tener derecho todavía sobre ella; tenía que ser de otro, yo
lo sabía; de un hombre grande que manejara ya zurriago, que echara ajos roncos y
que peleara a látigos en los carnavales. Y como amaba a los animales, las fiestas in-
dias, las cosechas, las siembras con música y yarawí, viví alegre en esa quebrada
verde y llena de color amoroso del sol. Hasta que un día me arrancaron de mi que-
rencia para traerme a este bullicioso de gentes que no quiero, que no comprendo.
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CAPÍTULO V
LITERATURA PERUANA
EL INDIGENISMO: Acerca del indio, fue tratado en el siglo XIX por novelistas
como Clorinda Matto de Turner o Mercedes Cabello de Carbonera, pero es en
el siglo XX que cobra una mayor importancia con escritores como Enrique
López Albújar, Ciro Alegría, José María Arguedas. En Puno, específicamente,
fue tratado por los escritores del Grupo Orqopata y plasmado en el ―Boletín Ti-
tikaka‖ que es la obra más grande del indigenismo. Su objetivo es mediante la
literatura promover el debate por la vindicación y reivindicación de los derechos
del indio en un mundo de prejuicios contra el indio.
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música y a la pintura. Verlaine dijo que su poesía era del matiz y no del color.
En el Perú, el más claro representante del simbolismo es José María Eguren,
quien tiene una poesía llena de color y sutileza. La preocupación del simbolis-
mo es la SIMBOLIZACIÓN. Con esta corriente, en nuestro país se habla de un
arte puro que acaba en una ternura e inocencia de los autores.
URBANISMO: A mediados del siglo XX, apareció un nuevo estilo con aire mu-cho
más urbanista callejera, en la narrativa principalmente. Así tenemos a Julio
Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce, Vargas Llosa entre otros. Esta corriente literaria
trata temas centrados en las vivencias de las gentes de las grandes urbes. Hay
autores que dicen abundancia, opulencia, goce en ese crecimiento de las ciu-
dades y hay autores que demuestran la pauperización de las grandes mayorías
en esas ciudades como en ―Los Gallinazos Sin Plumas‖.
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La generación del 30: Esta generación comienza con la liquidación del ―once-nio‖
de la dictadura del gobierno Augusto B. Leguía. Sus integrantes participan en la
agitación política social de los años que siguen a ese régimen. Los más re-
presentativos son: Ciro Alegría, José María Arguedas, María Rosa Macedo,
Francisco Izquierdo Ríos, Carlos Oquendo de Amat, Emilio Adolfo Westphalen,
entre otros.
La generación del 45: Son de esta generación los escritores que nacieron des-pués
de la 1ra guerra mundial, coincidiendo con la vuelta de la democracia en el país.
Se caracteriza esta generación porque la democracia se extienda a todos los
sectores de la población y que exista igualdad de oportunidades para todos. Aquí
mencionamos algunos representantes: Javier Sologuren, Blanca Varela,
Sebastián Salazar Bondy, Alejandro Romualdo, Manuel Scorza, Gonzalo Rose,
Julio Ramón Ribeyro, Eleodoro Vargas Vicuña, Mario Vargas Llosa, entre otros.
OLLANTAY
Autor : anónimo
Después de una vasta discusión sobre el
origen de este drama, se llega a la conclusión
que el drama Ollantay tiene influjos incas y es-
pañoles. Se dice que el clérigo Antonio Valdés
transcribió en el año 1770 de la oralidad de los
incas; pero aquí salta a la luz que no transcribió
fiel al original; sino malogró, según Ricardo Ro-
jas. También, se demuestra que el manejo lin-
güístico corresponde al siglo XVIII, y es menos
antiguo que el hijo pródigo.
El drama Ollantay, actualmente, está consi-
derado como un monumento literario del período
colonial y no del incanato.
La primera traducción del quechua al espa-
ñol se debe a don Sebastián Barranca en el año
1868.
Personajes
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Argumento
ACTO I
(Fragmento)
Ollantay, con manto y una maza aparece acompañado de Piqui-Chaqui, su siervo (Calle
del Cuzco).
Ollantay: Dime ¿Viste a Cusi Coyllur? ¿Entraste en su palacio? Piqui-Chaqui: ¡Dios no
permita que me acerque allá! La ira del Inca es implacable y no me arriesgo a
provocarla. (Pausa). ¿Cómo es que no la temes tú?
Ollantay: El amor no teme a nadie ni a nada. (Pausa). Nunca dejaré de amar a esa cria-
tura, bien lo sabes. El corazón me lleva hacia ella…
Piqui-Chaqui: Debes estar poseído por el demonio. Hay muchas mujeres a las que
puedes amar sin ningún peligro ¡Cuántas se sentirían honradas de saber que las has
elegido…!
Ollantay: ¡Sólo me importa ella! ¡Ella! ¿Entiendes? Piqui-Chaqui: Cuando el Inca
descubra tu pensamiento no vacilará en mandarte cortar el cuello o asarte vivo en la
hoguera.
Ollantay: No me estorbes, Piqui-Chaqui. No me contradigas que soy capaz de castigar-
te.
Piqui-Chaqui: ¿Qué ganarías con eso? Ya no tendrías a quien decirle día y noche que
busque a Cusi Coyllur y le cuente tu pasión.
Ollantay: Ni la misma muerte podría detenerme. Por abrazar a Cusi Coyllur combatiría
contra una montaña hasta vencerla.
Piqui-Chaqui: Sólo te falta decir que también derrotarías al demonio.
Ollantay: Aún a él pondría a mis plantas.
Piqui-Chaqui: (Riendo). Hablas así porque no le has visto ni la punta de la nariz. El de-
monio no es buen enemigo…
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EL INCA GARCILASO DE LA VEGA
Época: Colonial‖.
Obras:
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0 Historia General del Perú. Escribe esta obra valiéndose de su ―Comentarios Re-
ales‖.
La Florida del Inca: es una obra en prosa de gran fuerza estilística que narra las
desventuras de Hernando de Soto y los suyos en el descubrimiento y fracasada con-
quista del territorio de La Florida (actual estado de los EE.UU.) por la heroicidad de los
nativos de aquella región.
Además tradujo: Los Diálogos del Amor (escrita en toscano – Italia – obra del judío Yéhuda
Abarbanel, conocido como León el hebreo)
COMENTARIOS REALES
CAPÍTULO IV
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sas, dando el Inca la traza cómo las habían de hacer. De esta manera se principió a po-
blar nuestra imperial ciudad, dividida en dos medios que llamaron Hanan Cozco, que, co-
mo sabes, quiere decir Cozco el alto, y Hurin Cozco, que es Cozco el bajo. Los que atrajo
el rey quiso que poblasen a Hanan Cozco, y por esto le llamaron el alto; y los que con-
vocó la reina, que poblasen a Hurin Cozco, y por eso le llamaron el bajo. Esta división de
ciudad no fue para que los de la una mitad aventajasen a los de la otra mitad en exencio-
nes y preeminencias, sino que todos fuesen iguales como hermanos, hijos de un padre y
de una madre. Sólo quiso el Inca que hubiese esta división de pueblo y diferencia de
nombres alto y bajo, para que quedase perpetua memoria de que a los unos había convo-
cado el rey, y a los otros la reina; y mandó que entre ellos hubiese sola una diferencia y
reconocimiento de superioridad: que los del Cozco alto fuesen respetados y tenidos como
primogénitos hermanos mayores; y los del bajo fuesen como hijos segundos; y en suma,
fuesen como el brazo derecho y el izquierdo en cualquiera preeminencia de lugar y oficio,
por haber sido los del alto atraídos por el varón, y los del bajo por la hembra. A semejanza
desde hubo después esta misma división en todos los pueblos grandes o chicos de nues-
tro imperio, que los dividieron por barrios o por linajes, diciendo Hananayllu y Hurinayllu,
que es el linaje alto y el bajo; Hanan suyo y Hurin suyo, que es el distrito alto y el bajo.
Juntamente poblando la ciudad enseñaba nuestro Inca a los indios varones los oficios
pertenecientes a varón, como romper y cultivar la tierra, y sembrar las mieses, semillas y
legumbres que les mostró que eran de comer y provechosas; para lo cual les enseñó a
hacer arados y los demás instrumentos necesarios, y les dio orden y manera como saca-
sen acequias de los arroyos que corren por este valle del Cozco, hasta enseñarles a
hacer el calzado que traemos. Por otra parte, la reina industriaba a las indias en los oficios
mujeriles, a hilar y tejer algodón y lana y hacer de vestir para sí y para sus maridos e
hijos; decíales cómo habían de hacer los demás oficios del servicio de casa. En suma,
ninguna cosa de las que pertenecen a la vida humana dejaron nuestros príncipes de en-
señar a sus primeros vasallos, haciéndose el Inca rey maestro de los varones, y la Coya
reina maestra de las mujeres.
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presión en este período de nuestra historia literaria. Su primer expresador de categoría es
Mariano Melgar. Así resalta su llamamiento a la rebelión indígena en su fábula ―El
Cantero y el Asno‖. La crítica limeña lo trataba con desdén este espíritu.
Apenas vivió 24 años. La prematura muerte y una gran producción literaria, nos hace
pensar: si hubiera vivido un poco más, tal vez, hubiésemos tenido aún más grande literato
alcanzando su espíritu progresista y renovador a un espacio mucho más universal.
Época: Emancipación
Corriente o Mov. Lit.: Romanticismo.
Género Literario: Lírico
Calificativo: Prócer y poeta peruano.
Obras:
En traducciones:
El Arte de Olvidar de Ovidio.
Salmo III
Fragmento de las Geórgicas de Virgilio.
Orginales:
5 Elegías, 5 Odas, 2 Sonetos, Cartas a Silvia, 10 Yaravíes, 5 Fábulas.
YARAVÍES
IV
Vuelve que ya no puedo
Vivir sin tus cariños:
Vuelve mi palomita,
Vuelve a tu dulce nido.
Vuelve mi palomita,
Vuelve a tu dulce nido.
Ninguno ha de quererte
Como yo te he querido,
Te engañas si pretendes
Hallar amor más fino.
Habrá otros nidos de oro,
Pero no como el mío:
Por ti vertió mi pecho
Sus primeros gemidos.
Vuelve mi palomita,
Vuelve a tu dulce nido.
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NO NACIÓ LA MUJER PARA SER QUERIDA
(Cartas a Silvia)
EL CANTERO Y EL ASNO
(Fábula)
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pretendes conducirnos?
¿y aún nos culpas de lerdos
estando en ti el motivo?
con comida y sin carga,
como se ve el rocino,
aprendiéramos luego
sus corbetas y brincos;
pero mientras subsista
nuestro infeliz destino,
¡bestia el que se alentara!
Época: Republicana
Mov. Lit.: Romanticismo
Género: Narrativo (tradición, historia, lírico), Teatro, ensayo.
Calificativo: ―El Bibliotecario Mendigo‖
Apelativo: El Viejito Burlón
Obras:
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Lírica:
Poesías
Armonías
Pasionarias
Feligramas
Cantorcillos
Nieblas
Juvenilia
Verbos y Gerundios
Crítica:
―La bohemia de mi Tiempo‖
Filológicas:
Neologismos y Americanismos.
Papeletas Lexicográficas
Narrativas:
Tradiciones Peruanas
Cachivaches
Trata de cómo José Salcedo y su hermano Gaspar se hicieron ricos con la plata de las
minas de Layacacota. Ellos eran unos andaluces que habían llegado a las faldas de Lay-
cacota. Allí, José conoció a una anciana que vivía con sus hijos (Carmen, Teresa y
Tomás). En breve se casó con Carmen, la causa de su fortuna. Recibió como herencia
una bocamina llena de plata al casarse con Carmen. Luego, la Corona Española se en-
teró que alguien estaba explotando en las minas en el sur del Perú sin pagar tributos. Por
eso, por la iniciativa del virrey del Perú, enviaron una comitiva de ejército para atrapar a
José Salcedo y su hermano. Pero, no fue posible porque el ejército del ―ilegal‖ estaba
considerablemente armado. Sin embargo, al final, el virrey Conde de Lemos pudo captu-
rar y luego fue ejecutado ahorcándosele, su hermano corrió la misma suerte. Desde aquel
entonces, se dice, que las bocaminas se cerraron y se inundaron con las aguas de Layca-
cota.
EL ALCALDE DE PAUCARCOLLA
(Argumento)
Cuentan, dice el autor, que un día apareció en Paucarcolla como vomitado por el Titicaca
un andaluz llamado Ángel Malo. También recomienda que no hay que burlarse del apelli-
do, pues es normal ¿acaso no han existido hombres de fama con este apellido? Solucio-
nado el asunto, prosigamos con lo nuestro. Era un joven muy afable y simpático; además
rasgueaba la guitarra primorosamente y cantaba seguidillas con muchísimo salero. Los
paucarcollanos habían llegado a querer; por eso le eligieron unánimemente como su al-
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calde. Cuando alcalde, cambió radicalmente el asunto. Ya no era el mismo joven carismá-
tico; sino tomó mucha autoridad. Sus palabras se convertían en leyes. Es así que casó a
todos los solteros; pero aquí había algo de extrañarse, él seguía soltero, más casto que
un santo aquél que dejó a su mujer. También conducía a aquellos que vagabundeaban el
día de la misa, al templo; pero a él nunca se le había visto ni siquiera pisar el umbral de la
iglesia.
Años llevaba Ángel Malo como alcalde cuando llegó un fraile de Tucumán y se alojó en
su casa. El reverendo manifestó que tenía mucha urgencia en llegar a Lima, a lo que el
alcalde contestó que su mula podría llevarle a la velocidad del viento. A los veinte días
llegó cuando podría llevarle, con un caballo cualquiera, más de un mes y medio. Esto le
llamó la atención al fraile por lo que se dirigió a un comisario de Santo Oficio. El inquisidor
le envió a uno de sus familiares muy alertado porque tal vez Paucarcolla estaba goberna-
do por el diablo en persona. El familiar le encontró en las orillas del lago titicaca al referido
alcalde. Ángel Malo no bien escuchó mentar a Santa Inquisición, se hundió en las aguas
de los tupidos totorales y desapareció para siempre.
Es probable que don Ángel Malo anduviera fugitivo en otros lugares de América.
De Tradicones Peruanas.
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Modernismo
Género lit.: Épico – Lírico – Teatro
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Seudónimo: Juvenal
Calificativo: El Cantor de América
Generación: Novecentista o Arielista.
Obras:
1ra Etapa
En Verso
- Iras Santas -
En la Aldea
0 Azahares
1 Selva Virgen
2 La Epopeya del Morro
3 El Derrumbe
El Canto del siglo
Antologías
- Fiat Lux
- Cantos del Pacífico
2da Etapa
- Alma América (1906 – Madrid)
- Orod de Indias
- El Hombre del Sol
- Poemas de Amor Doliente
- Poemas Neomundiales (Sangre Inca, Pampas, Solares, Tierras Mágicas)
Dramáticas:
- Los Conquistadores
- Thermidor
Prosa:
- El Libro de mi Proceso
- Memorias
- El Alma de Voltaire
BLASÓN
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(De Alma América)
LA MAGNOLIA
No se sabe si es perla , ni se sabe si es llanto. Hay entre ella y la luna cierta historia de
encanto, en la que una paloma pierde acaso la vida.
ABRAHAM VALDELOMAR
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Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Colónida
Género: Narrativo (Cuento, novela, lírico).
Calificativo: ―El Conde de Lemos‖
Nombre completo: Pedro Abraham Valdelomar Pinto
Generación: Del Centenario o del Conversatorio Universitario.
Obras:
Cuento:
El Caballero Carmelo
Camino Hacia el Mar
Cuentos Yanquis
El Vuelo de los Cóndores
Los Ojos de Judas
El Beso de Evans
Evaristo el Sauce que Murió de Amor
Novela:
La Ciudad Muerta
La Ciudad de los Tísicos
Hierba Santa
La Mariscala
Verdolaga
La Mariscala (Escribió con Mariátegui)
El Vuelo
Palabras
Belmonte el Trágico
Psicología del Gallinazo
La psicología de las tortugas
Ensayo sobre la caricatura
El estomago de la Ciudad de los Reyes
Psicología del cerdo agonizante
Valores fundamentales de la danza.
Belmonte, el trágico. Ensayo de una estética futura a través del arte nuevo
Poesía:
Tristitia
Ofertorio
Confiteor
Invocación a la Patria
La Cena Pascual
HIERBA SANTA
(Argumento)
Manuel, un niño, que creció junto a la familia del autor. Se mató, al parecer por un sufri-
miento sentimental. Las canciones que cantaba eran melancólicas y dedicadas a un amor
que no regresaba. Hierba Santa es una novela corta, escrita cuando tenía sólo diez y seis
años. En esta novela, recuerda con nostalgia a Manuel y su niñez, ya por Ica junto a su
abuela o por Pisco donde vivía con sus padres y sus hermanos. En su novela, Manuel no
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es su hermano carnal; sino un niño que vivía junto a ellos porque sus padres tenían pro-
blemas matrimoniales, al parecer.
TRISTITIA
Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola,
Se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola,
el tañer doloroso de una vieja campana.
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Luego, se convirtió en militante del Partido Comunista de Francia, de España, del Perú
y un activo militante del Movimiento Comunista Internacional.
Su vida fue muy intensa y no le faltaba la razón cuando dice: ―He vivido poco y me he
cansado mucho‖.
Sin discusión, es el poeta peruano más grande de todos los tiempos, una figura capital
de la poesía hispanoamericana del siglo XX —al lado de Neruda y Huidobro— y una de
las voces más originales de la lengua española. Su complejo mundo poético se distingue
por un profundo arraigo al ámbito familiar; las experiencias del dolor cotidiano y la muerte
(César Vallejo a muerto, le pegaban/todos sin que él les haga nada; /le daban duro con un
palo y duro); la visión del mundo como un lugar penitencial que le inspira la transforma-
ción del mismo; la solidaridad con los pobres y desamparados del sistema capitalista; y su
fe en la revolución proletaria guiada por el Marxismo. En diversas etapas de su obra se
notan los influjos del modernismo, la vanguardia, el indigenismo, la poesía social y el im-
pacto de acontecimientos históricos, como la Guerra Civil española.
Vallejo nace un día que dios estuvo enfermo y muere en París con aguacero, un día
viernes 15 de abril del año 1938.
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Vanguardismo
Género: Lírico, narrativo, teatro, ensayo
Calificativo: ―El Cholo‖
Nombre completo: César Abraham Vallejo Mendoza
Generación: Del Centenario o del Conversatorio Universitario
Obras:
Lírica
Los Heraldos Negros
Poemas Humanos (Piedra negra sobre piedra blanca)
España, Aparta de mí este Cáliz
Masa
Trilce
Paco Yunque
Tungsteno
Fabla Salvaje
Más Allá de la Vida y la Muerte
Escalas Melografiadas
Ensayos
Un Reportaje en Rusia
Moscú contra Moscú
El Arte y la Revolución
Contra el Secreto Profesional
Rusia 1931
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José Marino (comerciante de la Mining Society de tungsteno – Quivilca).
Mister Taik (Gerente de la M. S.)
Mister Weiss (Subgerente de M. S.)
Mateo Marino (Comerciante de Colca y hermano de José)
Leonidas Benites (ayudante de la ingeniería)
Servando Huanca (indio herrero y revolucionario)
Por fin, la empresa norteamericana ―Mining Society‖ será dueña de las minas de tungste-no
de Quivilca. Se anuncia el comienzo de la extracción mineral. Se necesita trabajado-res.
Muchos peones y empleados salieron de Colca con la esperanza de ganar mucho dinero; lo
que sería una falsa ilusión. ―La Mining Society, mediante José Marino, un co-merciante
mercenario, conseguía más peones para la explotación. A medida que va pa-sando el tiempo,
mucha gente empezó a desilusionarse de la mina y sus sueños paulati-namente se fueron
disipando. Hasta muchachas de corta edad fueron a trabajar a la mina como vendedoras de
algunos artículos de primera necesidad, terminando como objetos sexuales de los señores de
la mina. Muchos peones murieron en la mina. Graciela, una muchacha que había ido ha
trabajar, murió en una orgía que organizaron los señores. Además, los soras, unos indios del
lugar perteneciente a esa tribu que se habían metido de peón, todos ellos habían muerto y no
quedaba un solo sora. Ya no había peones sufi-cientes para el trabajo en la mina; pero la
Mining Society demandaba más peones, porque EE.UU. participará en la I Guerra Mundial, y
demandaba más tungsteno para la fabrica-ción de provisiones de Guerra Mundial. José
Marino, obligado por Mister Taik, se dirige a Colca para conseguir más peones. En el pueblo,
se encontraba su hermano Mateo Marino con quien habían fundado un consorcio comercial
llamado ―Marino hermanos‖.
Se dirigen donde el Subprefecto Luna para solicitar dos gendarmes que les ayudaría en
traer de los lugares alejados del pueblo a los peones ―prófugos‖ que no quieren cumplir
con su ―deber‖. Arreglado este asunto, al día siguiente los gendarmes salieron muy de
mañana para cumplir con su deber. Al atardecer del día siguiente, los gendarmes conduc-
ían a dos indios brutalmente masacrados y ensangrentados a la comisaría. Habían traído
amarrados a las ancas de los caballos, por eso, estaban casi inconscientes y jadeantes
botando espuma de sangre por la boca. En el trayecto, habrían pegado si ya no rendían
sus febles piernas. Los pobladores de Colca se reunieron indignados para pedir justicia y
que les pueda dejar ver a los muchachos masacrados. Por fin, salió el alcalde para apaci-
guar a la muchedumbre que afuera se hacía escuchar su grito. Un indio de aire inteligente
tomó la palabra cuando el alcalde demandó un representante a la población. Era el herre-
ro Servando Huanca. El indio entró en la comisaría junto al alcalde para ver a los mucha-
chos. Uno de los indios enrolados llamado Braulio Conchucos moría dentro de la comisar-
ía. Servando Huanca, al presenciar el hecho, salió súbitamente para comunicar al pueblo
sobre la muerte del enrolado. Los pobladores se indignaron denunciando al subprefecto y
sus cómplices. Luego, se produjo entre el pueblo y la gendarmería un gran enfrentamien-
to. La población ha sido arremetida y reducida con gran ensañamiento. Muchos murieron
y otro tantísimo resultó herido. No contento con eso, esa noche hubo muchos detenidos
acusados de sospechosos; mientras en la comisaría celebraban la arremetida: el subpre-
fecto, alcalde, el cura Velarde, el juez Ortega, los Marino Hermanos y otros allegados al
subprefecto. Al día siguiente, muy de madrugada, los detenidos salían con dirección a las
minas de Quivilca para cumplir con la demanda de Mining society, sin que ellos conozcan
dónde están dirigiéndose. Pasado los días, en la misma Mining society que estaba ubica-
da en Quivilca, el herrero Servando Huanca realizaba algunas tareas propagandísticas
sobre las ideas revolucionarias, sin que los señores de la mina se dieran cuenta.
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PACO YUNQUE
(Argumento)
Paco Yunque es llevado por su madre al colegio. La madre le deja en la puerta del cole-
gio. El niño Paco Yunque nunca había escuchado hablar tantas personas a la vez; en su
pueblito, apenas unas personas en su familia. La bulla de los alumnos le aturdía. Por eso,
el muy huraño se pega a la pared como si ésta le podría proteger. Se acercan unos niños
para llevar a jugar; pero Paco se pone colorado. Toca la campana, al ver que todos pasan
a los salones, Paco Yunque se deja conducir por los hermanos Zumiga al salón de primer
grado.
En el salón, se sienta junto a Paco Fariña, un niño amable. El profesor empieza con la
sesión. Un niño se acerca a la puerta, era Humberto Grieve, hijo del alcalde muy adinera-
do y patrón de Paco Yunque. El profesor le dice ¿por qué llega tarde? El niño le responde
que se había dormido. Una vez adentro, al ver que Paco Yunque estaba sentado al lado
de Fariña le jala de los brazos argumentando que era su muchacho y debía sentarse con
él (Le habían traído al niño del campo para la compañía de Grieve porque eran de la
misma edad). Al final se queda al lado de Fariña. Pero Humberto Grieve, aprovechando la
distracción del profesor le jala de los pelos a Yunque y él se pone a llorar y le hace mirar
los puñetes a Fariña y éste se queja al profesor; pero el profesor no le cree y siempre sale
a favor de Grieve porque era hijo de un rico.
El profesor plantea la sesión a desarrollarse. Hablaremos sobre los peces, dice. Hum-
berto Grieve dice que los peces viven en su sala. El profesor le refuta que eso es imposi-
ble porque los peces no viven fuera del agua. Y otro alumno plantea que no pueden vivir
fuera del agua porque extrañan a su mamá. El profesor dice que no puede vivir porque
fuera del agua le falta el oxígeno. A esto, grieve dice que en su sala había oxígeno para
los peces porque su papá tenía mucho dinero. Y Yunque se pone a pensar que su mamá
también tenía bastante plata porque una vez vio con cuatro pesetas. El profesor le pre-
gunta a Yunque ¿por qué no podían vivir los peces fuera del agua? Él, repitiendo lo que
decía el profesor, responde: porque les falta el aire.
Los alumnos hacen su trabajo en la sesión sobre los peces. Toca la campa y salen los
alumnos. En el patio, otra vez la bullanga. Humberto Grieve le pone en cuatro patas a Pa-
co Yunque y salta en su espalda y le da puntapiés en el posadero y Yunque se ahoga en
su llanto. Al ver esto se acerca Paco Fariña impidiendo a que se abuse del indefenso y
Grieve en un empujón le lanza contra el suelo. Y, Grieve recibe una bofetada de un alum-
no mucho más grande y este, de otro alumno mucho más grande y así entre bofetadas.
Toca la campana y entran los alumnos en sus salones.
Grieve arranca la hoja del cuaderno de Paco Yunque. El profesor revisa los trabajos,
Grieve presenta el trabajo ajeno como suyo y Yunque no sabe qué trabajo presentar y no
sabe que pasó con su trabajo ¿Quién arrancó la hoja?
El director entra en el salón y le pregunta al profesor: quién obtuvo la mejor calificación
para anotar en el cuadro de honor del colegio. El profesor demuestra que el trabajo de
Grieve fue mejor. El director les pone como alumno ejemplo a Humberto Grieve por haber
obtenido una alta calificación. Paco Yunque se queda llorando y Paco Fariña, consolando
a éste.
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
LOS DADOS ETERNOS
MASA
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un
hombre y le dijo: ―¡No mueras; te amo tanto!‖
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste,
/emocionado,
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
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Anarquía (1936)
Nuevas páginas libres (1938)
Propaganda y Ataque (1939)
El Tonel de Diógenes
Prosa Menuda.
Memorias del Director de la Biblioteca Nacional.
HORAS DE LUCHA: en los últimos párrafos del capítulo ―Nuestros indios‖, reflexiona lo
siguiente: ―La cuestión del indio, más que pedagógica, es económica, es social ¿Cómo
resolverla? No hace mucho que un alemán concibió la idea de restaurar el imperio de los
Incas: aprendió el quechua, se introdujo en las indiadas del cuzco… […]
La condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el corazón de los opresores
se conduele al extremo de reconocer el derecho de los oprimidos, o el ánimo de los opri-
midos adquiere la virilidad suficiente para escarmentar a los opresores. Si el indio aprove-
chara en rifles y cápsulas todo el dinero que desperdicia en alcohol y fiestas, si en un
rincón de la choza o en el agujero de una peña escondiera un arma, cambiaría de condi-
ción, haría respetar su propiedad y su vida. A la violencia respondería con la violencia,
escarmentando al patrón que le arrebata las lanas, al soldado que le recluta en nombre
del gobierno, al montonero que roba ganado y bestias de carga.
Al indio no le predique humildad sino orgullo y rebeldía ¿Qué ha ganado con trescientos
o cuatrocientos años de conformidad y paciencia? Mientras menos autoridades sufran, de
mayores daños se liberta. Hay un hecho revelador: reina mayor bienestar en las comarcas
más distantes de las grandes haciendas, se disfruta de más orden y tranquilidad en los
pueblos menos frecuentados por las autoridades.
En resumen: el indio se redimirá merced a su esfuerzo propio, no por la humanización
de sus opresores. […]‖.
LA CENA DE ATAHUALPA
I
Es la noche pavorosa
que ve al imperio de Manco
desplomarse en la celada
del astuto castellano.
Suena el ronco clamoreo
de enfurecidos soldados,
y restallan arcabuces,
y retumban fieros tajos.
Bajo el filo de la espada,
a los pies de los caballos,
agonizan y sucumben
niños, mujeres y ancianos.
No hay compasión en las almas,
en el herir no hay descanso;
es el eco un ay de muerte,
Cajamarca un rojo lago.
II
Cual amigo con amigo
Atahualpa con Pizarro,
departen, cenan y beben,
sorbo a sorbo, lado a lado.
—―Gusta el vino de Castilla,
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noble Monarca peruano;
bebe un licor más sabroso
que tu néctar celebrado‖.
Refrena el Inca la rabia,
y devora el hondo vaso,
y, murmura en sí, volviendo
afable rostro a Pizarro.
—―Licor más puro y sabroso
beberé muy pronto acaso:
la sangre vil de extranjeros
en la copa de tu cráneo‖.
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Indigenismo
Género Lit.: Narrativo, lírico
Seudónimo: ―Sansón Carrasco‖, ―León Cobos‖
Calificativo: ―Patriarca de las Letras Peruanas‖
Obras:
Narrativas:
Cuentos Andinos (1920)
De mi Casona (1924)
Matalaché (1928)
Los Caballeros del Delito (1931)
Nuevos Cuentos Andinos (1937)
El Hechizo de tomayquichua (1943)
Las Caridades de la Señora Tordoya (1955
Calderonadas (1930)
Memorias (1963)
Miniaturas
De la tierra Brava, (1938)
Lámpara Votiva
MATALACHÉ
(Argumento)
Personajes:
José Manuel (esclavo mulato de la fábrica de jabón y enamorado de María de la Luz)
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María de la Luz (hija de Juan Francisco)
Juan Francisco (patrón de José Manuel y padre de María de la Luz)
Rita (la joven criada de María de la luz)
Casilda (criada vieja de María de la Luz)
Martina (enfermera esclava de la fábrica de Jabón)
Otros.
José Manuel, así se llamaba el esclavo mulato veinteocheno, de exuberante belleza juve-
nil, con vigor y flexibilidad de pantera javanesa y mirada soberbia y firme, apodado Mata-
laché de quien se hablaba mucho en Piura. Este esclavo era de La Tina, un caserón don-
de se fabricaba jabón y se curtía pieles. José Manuel era un muchacho apuesto que hacía
de todo necesitando más que una pequeña indicación; por eso, se hablaba mucho de
José Manuel. Pero no sólo por eso, sino porque también el patrón utilizaba de semental
de las negras para que nazcan negritos tan apuestos como él. Cuando éste se encontra-
ba encerrado con alguna negra en el Empreñadero, así se llamaba el cuarto donde hacía
su oficio el mulato José Manuel, los otros negros escuchaban lo que pasaba allá adentro y
acostumbraban cantar deseando estar en el lugar del mulato: “Cógela, cógela, José
Manué;/mátala, mátala, mátala, che./No te lo coma tú soto, pití; deja una alita siquie-
ra pa mí”. Eso era la fama de Matalaché.
El patrón de José Manuel se llamaba Juan Francisco de los Ríos y Zúñiga que aprecia-
ba mucho al muchacho por sus cualidades. Una llegada intempestiva de su hija María de
la Luz cambió la vida de don Juan Francisco y la vida de los esclavos, en especial la de
José Manuel. El primer día, el esclavo condujo a la señorita a conocer la fábrica. El hablar
inteligente del mulato asombró a la señorita en todo el trayecto. Los esclavos se quedaron
mirando a la señorita por tanta belleza que regaba al pasar por la actividad de ellos. Des-
de esa vez, el Matalaché cantaba con más frecuencia canciones melancólicas improvisa-
das. En las noches todos se deleitaban con las canciones de José Manuel. Rita, la criada
de María de la Luz acostumbraba ir donde la Martina, enfermera de la fábrica, para escu-
char de cerca las canciones del trovador. La señorita María de la Luz se contentaba con
escuchar desde su habitación. El patrón Juan Francisco se sentía orgulloso de su escla-
vo; por eso, una vez, apostó con uno de sus vecinos que decía tener un esclavo trovador
incomparable en toda Piura. En el contrapunteo el vencedor fue José Manuel, obviamen-
te. María de la Luz se sentía más orgullosa que nunca de su hombre porque hasta ese
momento ya había sido poseída por el esclavo que se había convertido en el mismo es-
clavo de su amor. Por eso, también, sufría tanto en el momento de la lucha musical; pero
al final se convenció que era el mejor. Pues la apuesta consistía en: si perdía cualquiera
de ellos se quedaba con el patrón del ganador que no era poca cosa para la señorita.
En el vientre de María Luz, crecía un ser producto del inmenso amor que se hizo pre-
sente entre ella y José Manuel. La muchacha no dejaba de llorar sin saber cómo ocultar la
verdad a su padre Juan Francisco quien tomaría decisiones muy drásticas contra José
Manuel y ella. Los prejuicios podían más que cualquier justificación. Al final, el patrón ter-
minó enterándose del embarazo de su hija que no pudo contener su ira y condenó al des-
graciado a una muerte más que fatal. Los esclavos le agarraron ordenado por el patrón y
le llevaron a la tina de jabón rugiente y humeante como un cráter voraz. José Manuel
mostró su orgullo en toda su plenitud y no pidió piedad al patrón, así fue arrojado por los
esclavos, ordenado por el patrón, al cebo de jabón que hervía a temperatura incalculable.
Luego, se oyó un alarido humano que se confundió con el crepitar del fuego.
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CARLOS OQUENDO DE AMAT
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Vanguardismo
Género Lit.: Poesía
Generación: 30
Obras:
Cinco metros de poemas (Lima, 1927).
MADRE
Entre ti y el horizonte
mi palabra está primitiva como la lluvia o como los himnos.
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POEMA
Para ti
tengo impresa una sonrisa en papel Japón.
Mírame
que haces crecer la yerba de los prados.
Mujer
mapa de música, claro de río, fiesta de fruta
En tu ventana
cuelgan enredaderas de los volantes de los automóviles
y los expendedores disminuyen en precio de sus mercancías
tu voz
QUE CANTA TODAS LAS RAMAS DE LA MAÑANA.
ARTURO PERALTA
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movimiento intelectual, ―EL RESURGIMIENTO‖; este movimiento entrará en
coordinación con Mariátegui en grandes luchas obreras del Perú.
En 1932, en el gobierno de Luis Sánchez Cerro, fue exiliado del país acusado de agita-dor
Comunista y se fue a Bolivia. En Bolivia estuvo 32 años. Allí publicó su obra ―El Pez de Oro‖.
Por este libro se le adjudica el PREMIO NACIONAL DE LITERATURA, pero de-clina por no
tener nacionalidad boliviana. En 1964, regresa al Perú. En Puno, no consigue un trabajo
digno, lamentablemente es agredido y humillado a la condición de ―sellador‖ de documentos
en una institución pública. Por tal razón, renuncia al cargo y decide viajar a Lima. En Lima, fue
acogido en EL COMERCIO por Emilio Armaza, su antiguo compañero de El Grupo Orqo Pata,
pero colabora con mucha dificultad, porque no le permiten escribir sobre lo que a él le gusta
escribir. Luego colabora en el diario EXPRESO y vive en una pensión del jirón Nazca. El 8 de
noviembre de 1968 muere en Lima y es enterrado en me-dio de un silencio oficial cómplice y
detestable. En 1980, sus restos fueron trasladados a Puno y enterrado en la Apacheta de Los
Amautas por iniciativa de Inocencio Mamani, otro de los integrantes del Grupo Orqo Pata. Su
tumba fue destruida por los perros vagabun-dos; lo cual, motivó que se traslade al Cementerio
General de Laykacota con la participa-ción de algunos escritores puneños y los alumnos de la
facultad de Educación de la Uni-versidad Nacional del Altiplano en 1997. Allí yacen los restos
de nuestro gran Gamaliel Churata, si no se equivocaron en reconocer sus restos en la
Apacheta de los Amautas.
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Indigenismo
Género Lit.: Narrativo, lírico
Seudónimo: Gamaliel Churata
Nombre Completo: Arturo Peralta Miranda
Obras:
El Pez de Oro (Cochabamba – 1957)
El gamonal
La Resurrección de los Muertos
Los Serranos Limeños
EL PEZ DE ORO
Su complejo libro El Pez de oro (1957) es considerado como la Biblia del Indigenismo.
Actualmente, el investigador italiano Ricardo Badini se encuentra estudiando la obra de
Churata. En sí, este complejo libro necesita, primero, una comprensión filosófica. Donde
la parte polémica lo desarrolla filosóficamente y tomando como método el marxismo, co-
mo dijera Mariátegui: ―… inicié mi trabajo de investigación de la realidad nacional,
confor-me al Método Marxista‖. El mismo Gamaliel nos dice en su ―El Pez de Oro‖: ―…
Karl Marx, sonaba a paradoja para quienes no observan que el Materialismo Histórico
debe ser mo-saico fundamental…‖. Y la parte narrativa lo trata metafóricamente. Nos dice
de esta ma-nera para resaltar su afinidad al marxismo si de investigación se trata.
“Si el maestro Eckhardt preguntara al indio, él tan afecto a inquisiciones de esta índole:
— ¿Qué buscas en tus indios muertos?
El indio le respondería:
— Busco a mis indios vivos.
— ¿Y qué en tus indios antiguos?
— Busco a los nuevos.
Pero el maestro Eckhardt fue una especie de precursor del test psicológico, y aun-
que filosófico teologal, en ciertos ángulos de su examen procede con metodología de
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
metafísico y pragmático. No quedaría satisfecha su curiosidad si al mismo tiempo no
lleva la enquesta a la zona del mestizo o criollo. Veamos los frutos que obtiene.
— ¿Qué buscas en tus mestizos muertos?
Seguirá silencio que puede durar siglo de logorragia parlamentaria; mas al fin el
mestizo dirá:
— ¡Nada!...
¿Escolio alguno del agudo teista? Tal vez: “Nada busca quien nada es”… Ya no
requiera dirigirse al gentil criollo, porque lo que éste persigue de sus antepasados es el
pergamino nobiliario. Y si no le halla auténtico, le falsifica o regatea en las martillerías.
Por ese lado el pascaliano vacío.
¿Cuál la abracadabra? En los indios de hoy deben estar los indios de ayer; o estos
indios no son indios. Ya que sólo está el que estuvo, o el que está, y se dice, no es…
Nada será sin estar. El “los muertos mandan”, de Karl Marx, sonaba a paradoja para
quienes no observan que el Materialismo Histórico debe ser mosaico profético. ¿Pero,
Marx entendía que los muertos mandan porque los muertos no son los vivos? En ese
caso su pleroma búdico no poco y hasta tomista. Mas su paradoja se concreta ahora,
puesto que podemos decir, sin anfibologías, sólo tiene autoridad el que ha muerto (por
eso puede mandar) y autoridad de sabio aquél que sabe que el muerto es él.
El círculo se cierra. Hay muerte por parte alguna.
CXXXV. De sólo un dolor se duele: la vida. Si los muertos nos duelen es porque les
dolemos; y les dolemos allí donde nos duelen: nosotros. Se podrá sentir lo que no
está… Y, así, los muertos de sentirse es que nos sienten y de dolernos les dolemos.
¿Si lo que nos duele de América es el indio, será porque está muerto? No parece.
Si el indio nos duele es porque nada hay más vivo en nosotros que el indio. Y si nada
en el indio duele más que América, será porque sólo en el indio América está viva”.
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que en tus ojos ha parido la Niña de mis Oros‖. Con su vuelo redondo EL PEZ DE ORO
se zambullía en los ojos de su lago.
Esta parte es una metáfora que nos presenta Gamaliel Churata. Inevitablemente, el
origen del indio se dio en esta parte de la región puneña. Por eso dice, el quechua es el
dialecto del aymara. Qué nos dice con eso. Que primero fueron los aymaras y poblaron
otras regiones ¡Y es de una estirpe de oro!
EL PEZ DE ORO
(Fragmento)
KHORI KHELLKHATA = KHORI CHALLWA
Vers.1. (…)
Vers.2. Al final el postrero día del año llega úno que habita la chinkhana. Y de quien dicen
que menos hombre que Puma. Que si Puma de agua su awichu-auki; guagua de este su
tatarabuelo: el Puma-hokho; mas su awichito sólo el de la Sakha. Su padre (de quien fue-
ra primogénito) el gran Puma-khala. Le llamaron Khori-Puma, si nació como el renacuajo,
señalado por aúreo y extraño destino. Del Puma de Oro ha salido EL PEZ DE ORO, hijo
de linda Sirenita del Lago de Arriba.
Vers.3. Cuchichean así viejas khellwas de la Chinkhana de ese andrajoso animal, de
quien, pese a todo, como muy por sus puntos habrá de saberse día, lenguas antiguas
más dijeron que callaron.
La forma de poesía de Churata es singular que nos presenta en su “El Pez de Oro”:
HARARUÑA
CIRO ALEGRÍA
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Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Indigenismo
Género Lit.: Narrativo
Nombre completo: Ciro Alegría Bazán
Generación: 30
Obras:
Narrativas:
LA SERPIENTE DE ORO (Chile 1935)
LOS PERROS HAMBRIENTOS (Chile 1938)
EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO (Chile 1941)
El Dilema de Krause (escrita en la cárcel)
Calixto Garmendia
La Ofrenda de Piedra
Duelo de Caballeros
Sueño y Verdad de América
Mucha Suerte con Arto Palo
Siempre hay caminos
El Hombre que era amigo de la noche
Gabriela Mistral Íntima (Ensayo)
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
revelarse, pero al final son derrotados. Al final, la comunidad es destruida y Benito Castro
muere defendiendo su comunidad.
Eran Zambo, Wanka, Güeso y Pellejo los nombres de los perros que ayudaban a la pasto-
ra Antuca, una muchacha de doce años, con la ovejas. Conocían muy bien sus oficios.
Antuca apacentaba sus ovejas ayudado por sus perros y había un muchacho pastor que
enamoraba, se llamaba Pancho.
Un día, Antuca lleva las ovejas a la cordillera con una nueva acompañante, Vicenta su
hermana. En la cordillera se topan con Julián y Blas Celedón, unos bandoleros famosos
que estaban sobre los caballos. Julián Celedón, que era un buen laceador, atrapó a Güe-
so; así uno de los perros se fue con los bandoleros. Los Celedonios hacían de la suya,
robando ganados sin piedad de los campesinos, sin respetar ni siquiera a los gendarmes.
Por eso, un día, el subprefecto Fernán convenció al alférez Chumpi a que atrapara con
sus hombres a esos bandoleros. Después de una dura persecución, los gendarmes co-
mandados por el Culebrón, así lo apodaban al alférez Chumpi, terminaron por atrapar y
acabaron con ellos. Güeso que estaba acompañando a los bandoleros pereció víctima de
un tiro.
La Wanka ha parido varios cachorros, uno de ellos se llamaba Mañu que se fue con Ma-
teo Tampu, esposo de Martina quien es hija de Simón Robles y Juana, y hermana de Vi-
centa, Timoteo y la pequeña Antuca. Mañu creció junto a Damián, hijo de Mateo y Marti-
na. Luego, Mateo fue enrolado para que sirva el cuartel. Martina se quedó llorando. Mateo
nunca regresará.
Llega el tiempo de siembra, ocurre que no hay lluvia. La sequía empieza a sentirse. Esa
siembra resultó sin cosecha. En la otra siembra, tampoco, se hizo presente la lluvia. El
campo se mostraba seco y los manantiales habían desaparecido. Por eso, Simón Robles
terminó por recoger la semilla que había echado. Los campesinos acabaron sus trigos;
terminaron sus animales. Al final, quedaron sin nada.
Un día de hambruna irremediable, Martina salió a buscar socorro donde sus suegros. Al
niño le dijo que si no regresaba fuera donde sus abuelos, padres de ella. Martina no re-
gresaba. El niño se fue tal como le indicó su madre. No pudo llegar donde sus abuelos,
desfalleciente murió en el camino. Su perro Mañu le cuidaba de los cóndores que ronda-
ban al cadáver.
Wanka, Zambo y Pellejo habían sido echados por sus dueños porque habían devorado
una oveja sin el consentimiento. Por eso, ahora, deambulaban junto a otros perros en
busca de alimentos. Un día quisieron roban en la casa hacienda de don Cipriano, pero
fueron respondidos con crueldad. Al final, el patrón envenenó a todos los perros.
La casa hacienda era el único lugar donde habría algo. Los campesinos de diferentes
lugares venían para pedir socorro, deambulaban igual que los perros hambrientos. Al no
conseguir ninguna ayuda del patrón Cipriano decidieron saquear, pero fueron respondidos
con disparos.
La gente se moría por montones y el cementerio rebasaba de muertos. Los curas apro-
vechaban para cobrar más. Pero los indígenas ya no enterraban a sus muertos en el ce-
menterio; sino en campo abierto.
Esta sequía no puede durar mucho tiempo. Una tarde, el cielo se llenó de nubes. La llu-
via cayó levantando una fragancia exquisita de la tierra para la suerte de los seres que
quedaban con vida.
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En su artículo: ―El César Vallejo que yo conocí‖ nos escribe acerca de Vallejo cuando
era su profesor en Colegio Nacional de San Juan de Trujillo, después de 6 años muerto
Cesar vallejo y recuerda así: […] Llegamos a nuestro salón y me condujo hasta mi banco.
Él pasó a ocupar su mesa, situada a la misma altura de nuestras carpetas y muy cerca de
ellas, de modo que hablaba casi junto a nosotros. En ese momento me di cuenta de que
el profesor no se recortaba el pelo como todos los hombres, sino que usaba una gran me-
lena lacia, abundante, nigérrima. Sin saber a qué atribuirlo, pregunté en voz baja a mi
compañero de banco: "¿Y por qué tiene el pelo así?". "Poeta es poeta", me cuchicheó. La
personalidad de Vallejo se me antojó un tanto misteriosa y comencé a hacerme muchas
preguntas que no podía contestar. Él había de sacarme de mi perplejidad dando, con la
regla, dos golpecitos en la mesa. Era su modo de pedir atención. Anunció que iba a dictar
la clase de geografía y, engarfiando los dedos para simular con sus flacas y morenas ma-
nos la forma de la tierra, comenzó a decir:
-Niñosh... la Tierra esh redonda como una naranja... Eshta mishma Tierra en que vivimos
y vemos como shi fuera plana, esh redonda.
Hablaba lentamente, silbando en forma peculiar las eses, que así suelen pronunciarlas los
naturales de Santiago de Chuco, hasta el punto en que por tal característica son recono-
cidos por los moradores de las otras provincias de la región.
―César Vallejo —siempre me ha parecido que ésa fue la primera vez que lo vi— es-taba
con las manos sobre la mesa y la cara vuelta hacia la puerta. Bajo la abundosa me-lena
negra su faz mostraba líneas duras y definidas. La nariz era enérgica y el mentón, más
enérgico todavía, sobresalía en la parte inferior como una quilla. Sus ojos oscuros — no
recuerdo si eran grises o negros— brillaban como si hubiera lágrimas en ellos. Su traje
era uno viejo y luido y, cerrando la abertura del cuello blando, una pequeña corbata de
lazo estaba anudada con descuido. Se puso a fumar y siguió mirando hacia la puerta, por
la cual entraba la clara luz de abril. Pensaba o soñaba quién sabe qué cosas. De todo su
ser fluía una gran tristeza. Nunca he visto un hombre que pareciera más triste. Su dolor
era a la vez una secreta y ostensible condición, que terminó por contagiárseme. Cierta
extraña e inexplicable pena me sobrecogió. Aunque a primera vista pudiera parecer tran-
quilo, había algo profundamente desgarrado en aquel hombre que yo no entendí sino
sentí con toda mi despierta y alerta sensibilidad de niño. De pronto, me encontré pensan-
do en mis lares nativos, en las montañas que había cruzado, en toda la vida que dejé
atrás. Volviendo a examinar los rasgos de mi profesor, le encontré parecido a Cayetano
Oruna, peón de nuestra hacienda a quien llamábamos Cayo. Éste era más alto y fornido,
pero la cara y el aire entre solemne y triste de ambos tenían gran semejanza. El hombre
Vallejo se me antojó como un mensaje de la tierra y seguí contemplándolo. Tiró el cigarri-
llo, se apretó la frente, se alisó otra vez la sombría melena y volvió a su quietud. Su boca
contraíase en un rictus doloroso. Cayo y él. Mas la personalidad de Vallejo inquietaba tan
sólo de ser vista. Yo estaba definitivamente conturbado y sospeché que, de tanto sufrir y
por irradiar así tristeza, Vallejo tenía que ver tal vez con el misterio de la poesía. Él se vol-
vió súbitamente y me miró y nos miró a todos. Los chicos estaban leyendo sus libros y
abrí también el mío. No veía las letras y quise llorar...‖
[…]
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JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Indigenismo
Género Lit.: Narrativo
Calificativo: ―El hombre‖, ―El escritor etnólogo‖
Nombre completo: José María Arguedas Altamirano
Obras
Novelas:
Yawar Fiesta (1941)
Diamantes y Pedernales (cuentos, 1954)
Los Ríos Profundos (su mejor novela, 1959)
El Sexto (escrita sobre las experiencia en la cárcel del mismo nombre, 1961)
La Agonía del Rasuñiti (1962)
Todas las Sangres (1964)
El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo (esta obra quedó inconclusa, se disparó cuando
aún estaba escribiendo.)
Warma Kuyay
Los Esoleros
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Agua (su primer y mejor libro de cuentos)
El sueño del pongo (1956).
Ensayo:
Puquio una cultura en proceso de cambio.
Poesía:
Oda al Jet.
Traducción al castellano: Dioses y hombres de huarochirí (Fac. Ávila).
El niño Ernesto y su padre llegan al Cusco. Conocen al viejo, un hombre déspota que tra-
ta de manera cruenta a sus colonos. Su padre le enseña a Ernesto numerosos palacios
arqueológicos de los Incas. Este hecho hace que Ernesto se identifique con la cultura an-
dina. Ernesto ha pasado su niñez entre personas que maltrataban a los indígenas. Su pa-
dre es un incansable viajero que va de pueblo en pueblo. Luego, deja internado a su hijo
en un colegio de Abancay. Ernesto conoce a estudiantes de distintas razas y clases so-
ciales que le llama la atención. Por ejemplo, Lleras es un interno abusivo que agrede a
sus compañeros aprovechándose de su condición. Ántero refleja el carácter indómito del
pueblo andino y no se deja fácilmente sojuzgar por nadie. Chauca, apodado Peluca, está
abrumado siempre por un complejo de culpa. Valle es individualista, sabe quechua, pero
no quiere hablar. Aparece, también, la Opa Marcelina; esta mujer demente constituye un
símbolo sexual. Algunos internos quieren tener relaciones sexuales con ella, pero un sen-
timiento de culpa les atosiga. Ernesto se mantiene en contacto con la música de la natura-
leza: el mormullo del río, el canto de los pájaros; pero también se siente desarraigado de
los suyos. Ántero trae un trompo, llamado zumbaillo, que instaura un universo de luz y
armonía en la curiosidad de Ernesto.
Cuando sale fuera del colegio, ve que se produce una rebelión de las chicheras encabe-
zada por doña Felipa significando para Ernesto una especie de símbolo maternal. Él se
solidariza con dicha rebelión siguiendo el movimiento de las chicheras. De regreso al co-
legio, fue azotado por el Padre, Director del colegio, quien mantiene la relación de la igle-
sia con el feudalismo tradicional. Aparece una peste que comienza a matar a los colonos.
Ernesto cree en el proyecto social que figurativamente se expresa en que el río Pacha-
chaca regresará. Al final, Ernesto sale del internado, confiando en que los colonos derro-
tarán a la peste.
El viejo, padre de don Bruno y don Fermín, subiéndose a la torre de la iglesia comarcana,
echa terribles maldiciones contra sus dos hijos, y opta por envenenarse. Luego del sepelio
del anciano, Bruno ―bestia loca peligrosa‖, según su hermano Fermín, envía quinientos
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indios de su hacienda para los trabajos de la mina que detenta su hermano. Fermín, pro-
curando consolidar su organización minera, contrata los servicios de Rendón Willka, indio
soñador e idealista, y lo nombra capataz de sus colonos. Los vecinos de San Pedro no
logran ponerse de acuerdo para impedir la venta de sus tierras a la mina.
El ingeniero Cabrejos, un hombre sin escrúpulos, que sirve a la ambición expansionista
de la compañía Wisther and Bozart, planifica saborear los trabajos de la mina con la cola-
boración de Gregorio, venal y rastrero, a objeto de que don Fermín abandone la mina o
decida entregársela a la compañía.
Reiniciadas las tareas de explotación minera, don Bruno ratifica a Rendón Willca como
capataz de los colones. Al sexto día de trabajo, Gregorio, en confabulación del ingeniero
Cabrejos, ingresa en la mina sin ser visto de nadie y, valiéndose del ardid de un legenda-
rio amaru, pretende asustar con sus rugidos a los colonos, pero vuela en pedazos a cau-
sa de la explosión de una dinamita. Rendón Willka acusa a Cabrejos de la trágica muerte
de Gregorio.
Asunta, una muchacha honesta, que un día rechazara los torvos propósitos de la Ca-
brejos, lee, en el cabildo de los vecinos sampedranos, la carta de Gregorio en la que éste
denuncia al alcalde y a otros mercenarios como vendidos al ingeniero.
Los hacendados colindantes de la Providencia, Lucas, Aquiles y Cisneros, arquetipos
de latifundismo, viendo la actitud de don Bruno entraña peligro por su magnanimidad, in-
stan a éste a morigerar su conducta, pero son rechazados.
Don Bruno Aragón de Peralta, tipo paradojal, crédulo y supersticioso algunas veces,
sensual y orgíaco otras veces, ama con locura a su concubina, Vicenta, una agraciada
mestiza y, en un arrebato de ira, dispara contra Felisa, su esposa, cuando ésta, llevada
por los celos, ingresa en la alcoba con la intención de matar a la intrusa.
Luego de larga y penosa agonía, muere doña Rosario, madre de los Aragón de Peralta
y es enterrada como una simple comunera en el cementerio de Lahuaymarca. Anto, fiel
servidor de don Bruno, se instala en Paukarpata que le acaba de ser cedido. Gertrudis,
una enana contrahecha, también amante ocasional de don Bruno y que se caracteriza por
su alma elemental llena de poética supersticiosidad, es entregada al alcalde de Lahuay-
marca, en tanto que Bruno nombra a Rendón Willka albacea del hijo que le dará Vicenta y,
al mismo tiempo, lo distingue nombrándolo administrador de la hacienda.
La trama se complica con al destitución de Cabrejos y a la humillación de Cisneros, a
quien se le despoja de y se le azota en público. Fermín, al descubrir el manto de rosicler
en la mina, viaja a Lima en busca de capitales y cae, inevitablemente, en las garras del
monopolio Wisther and Bozart, que funda la Compañía Aparcora Mines, logrando la ex-
propiación de las tierras colindantes y el uso de las aguas de Lahuaymarca. Cabrejos re-
torna a San Pedro en calidad de gerente.
Se realiza la expropiación y los damnificados se amotinan, no permitiendo el ingreso de
las autoridades que van a hacer cumplir la orden. Los fanáticos incendian la iglesia. Asun-
ta, en la certeza de que todos esos hechos se deben a Cabrejos, se dirige a la casa del
ingeniero y lo mata. Hay desconcierto y zozobra en el ambiente. Asunta, que se declara
culpable, es conducida a la capital. El ingeniero Velazco, que sustituye a Cabrejos en la
gerencia, manda apresar a los obreros que piden clemencia para los indios.
Bruno y los varayocs acuerdan reconstruir la iglesia. El Subprefecto, un oscuro aventu-
rero, insinúa a Cisneros ultimar a Bruno. Los vecinos, frustrados todos sus intentos defen-
sivos, abandonan San Pedro. Anto, el fiel criado vuela en pedazos al dinamitar un buldó-
cer. Bruno, exasperado por la difícil situación, mata a don Lucas y hiere gravemente a su
hermano. Rendón Willka, en cabildo de colonos, recibe la administración de la hacienda,
en tanto que Vicenta y su hijo salen de viaje. Cinco días después, los guardias fusilan a
un indio, a una mujer y a Rendón Willka.
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JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI
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El 16 de abril de 1930, el proletariado peruano acaba de perder uno de sus más grandes
guías, uno de los más grandes pensadores revolucionarios. Su féretro fue acompañado
por miles de obreros y sentido a nivel nacional e internacional por la clase trabajadora.
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Vanguardismo
Género Lit.: narrativo
Seudónimo: Juan Croniqueur
Calificativo: ―El Amauta‖
Obras:
Escritos juveniles de la edad de piedra: Las Tapadas, La Mariscala (drama compuesto
con Valdelomar), Poesías varias.
Ensayos:
7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana.
La Escena Contemporánea
Defensa del Marxismo
Peruanicemos al Perú
Ideología y Política
Temas de Educación
El Artista y la Época
Temas de nuestra América
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Sólo la literatura con escritura es perdurable. Como todo arte depende de la políti-
ca, la literatura no pierde esta naturaleza y en ella coexisten dos almas: la revolu-
cionaria y la decadente.
MANUEL SCORZA
Nació en Lima el año 1928. Desde muy joven fue militante del par-
tido Aprista; sin embargo por discrepancias ideológicas se apartó.
Posteriormente abrazó la ideología socialista, participando en la
política nacional. Poeta combativo y militante, expulsado del país,
anduvo por los caminos de América.
Scorza gozó del éxito en la novelística como en la poesía. Sus
obras fueron traducidas a diferentes idiomas del mundo.
Fallece trágicamente en un accidente de aviación en España,
fue un 27 de noviembre de 1983.
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Indigenismo
Género Lit.: Narrativo y poesía
Obras:
Narrativas:
Redoble por Rancas
Historia de Garabombo, el invisible
El Jinete Insomne
El Cantar de Agapito Robles
La Tumba del Relámpago
La Danza Inmóvil
El Vals de los Reptiles
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SOBRE REDOBLE POR RANCAS
Todo lo que el autor refleja en la obra se corresponde con la realidad. Frente a las injusti-
cias de una transnacional como la Cerro De Pasco Corporation —con la anuencia de la
oligarquía nacional—, se desbordó la ancestral paciencia indígena, se alzaron las masas
con la ley del Talión, y nacieron líderes campesinos como Héctor Chacón (Nictálope), pro-
tagonista —agente actante— del libro y de las revueltas.
Los títulos de los capítulos, hecho a la manera cervantina, son elaboraciones sugeren-
tes en fino humor, ironía y sarcasmo, que en el carácter de ideotemas estructurales en-
garzan más de una paradoja teniendo en cuenta las circunstancias que se narran.
«Donde el zahorí lector oirá de cierta celebérrima moneda», es el título del primer capí-
tulo, en el que aparece el doctor Montenegro, personaje actante oponente antagónico,
representante del poder siniestro. «Sobre la pirámide de ovejas que sin ánimo de emular
a los egipcios levantaron los ranqueños» es el título de capítulo 20.
Todos los títulos, y la obra misma, respiran tales licencias. Tal vez el capítulo primero
tenga la rara posibilidad de resistir y sostener mejor —por su esencia y aún si fuera arran-
cado de la novela — todo análisis literario y encajar en el género del cuento. Y eso, como
una joya.
En medio de numerosos localismos — ¡cojudos!—, cultismos —zahorí, celebérrima—,
arcaísmos —conciliábulo— y barbarismos—«funeraciones»—, puestos en función de la
ironía, el sistema de personajes es otra de las tantas aristas disfrutables de la novela.
Nombrados también por sus epíteto al estilo homérico, Héctor Chacón —El Nictálope, El
Negado, El Valiente—, el Niño Remigio, Fortunato, El Abigeo y doña Sulpicia, situados al
lado de los rebelados, son héroes mitad reales mitad imaginarios, armados desde sus
virtudes e imperfecciones y capaces de despertar las simpatía a pesar de las últimas.
«Ciertos nombres han sido excepcionalmente modificados para proteger a los justos de la
justicia» aclaró el propio Scorza.
Del lado de esa «justicia» actúan el doctor Montenegro, Egoabil, el comandante Gui-
llermo —o Guillermo el carnicero—, Don Herón de los Ríos y Doña Pepita. Lo trágico co-
mo categoría está en la esencia misma de la obra —una novela «de acontecimientos»— y
más profundamente dramático en el final, no solo con la muerte de la mayoría de los
justos, sino también en las actuaciones signadas por lo siniestro y miserable de otros per-
sonajes sobre la resbaladiza viscosidad del miedo. En la intensidad de sus humanidades,
entre sus enterezas, esperanzas y angustias, o en sus miserias y villanías, cada persona-
je termina por ser real, en situaciones reales que siguen reiterándose en el tiempo, con
una contemporaneidad que asusta.
Al igual que en ―Pedro Parámo‖, los muertos conversan en la fosa común.
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
daderamente existe, sino uno que el propio autor fabrica para poderlo describir a su mo-
do‖.
Ganó varios premios a nivel nacional e internacional y nunca ganó el Premio Nóbel. Per-
teneció al ―Boom Latinoamericano‖, junto a García Márquez, Julio Cortázar y Carlos
Fuen-tes y luego se retiró del boom para convertirse en uno de sus adversarios, por lo
menos, de esa tendencia.
También en el ambiente político electoral fue uno de los protagonistas en las elecciones
de 1990. Perdió las elecciones derrotado por Alberto Fujimori y resentido se fue a España
hasta se cambio de nacionalidad y escribe su obra ―El Perú en Llamas‖.
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Urbanismo, ―Boom‖.
Género Lit.: narrativo (novela y cuento), teatro y ensayo.
Calificativo: El arquitecto de la narrativa peruana.
Obras:
Narrativas:
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Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Urbanismo
Género Lit.: narrativo (cuento) y teatro
Premios: (Premio Juan Rulfo 1994)
Obras
Narrativas:
Los Gallinazos sin plumas (1955)
La palabra del mudo (colección de cuentos, 1973)
Cuentos de circunstancias
Crónicas de San Gabriel (1960)
Tres historias sublevantes
Las botellas y los hombres
Los geniecillos dominicales
Cambio de guardia
La juventud de la otra ribera
El profesor suplente
El próximo mes me nivelo
Los cautivos
Cuentos completos (1994)
Demetrio
Silvio en el Rosedal (1974)
Prosas apátridas (1975)
La tentación del fracaso (1992)
La Palabra Inmortal (1995)
Santiago el pajarero
Confusión en la prefectura
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Atusparia
Otras obras:
Prosas apátridas (1975)
La caza sutil
Solo para fumadores
Dichos de Rúder
A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros
pasos. Una fina niebla disuelve el perfil de los objetos y crea como una atmósfera encan-
tada. Las personas que recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de otra
sustancia, que pertenecen a un orden de vida fantasmal. Las beatas se arrastran peno-
samente hasta desaparecer en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos, macerados
por la noche, regresan a sus casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los
basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de ca-
rretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando
contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A
esta hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos
sin plumas.
A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose en el colchón
comienza a berrear:
– ¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora!
Los dos muchachos corren a la acequia del corralón frotándose los ojos legañosos.
Con la tranquilidad de la noche el agua se ha remansado y en su fondo transparente se
ven crecer yerbas y deslizarse ágiles infusorios. Luego de enjuagarse la cara, coge cada
cual su lata y se lanzan a la calle. Don Santos, mientras tanto, se aproxima al chiquero y
con su larga vara golpea el lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.
¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no más, que ya llegará tu turno.
Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a los árboles para arrancar mo-
ras o recogiendo piedras, de aquellas filudas que cortan el aire y hieren por la espalda.
Siendo aún la hora celeste llegan a su dominio, una larga calle ornada de casas elegantes
que desemboca en el malecón.
Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien ha dado la voz
de alarma y muchos se han levantado. Unos portan latas, otros, cajas de cartón, a veces
sólo basta un periódico viejo. Sin conocerse forman una especie de organización clandes-
tina que tiene repartida toda la ciudad. Los hay que merodean por los edificios públicos,
otros han elegido los parques o los muladares. Hasta los perros han adquirido sus hábi-
tos, sus itinerarios, sabiamente aleccionados por la miseria.
Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empiezan su trabajo. Cada uno es-
coge una acera de la calle. Los cubos de basura están alineados delante de las puertas.
Hay que vaciarlos íntegramente y luego comenzar la exploración. Un cubo de basura es
siempre una caja de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas, zapatos viejos, pedazos
de pan, pericotes muertos, algodones inmundos. A ellos, sólo les interesa los restos de
comida. En el fondo del chiquero, Pascual recibe cualquier cosa y tiene predilección por
las verduras ligeramente descompuestas. La pequeña lata de cada uno se va llenando de
tomates podridos, pedazos de sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual de
cocina. No es raro, sin embargo, hacer un hallazgo valioso. Un día Efraín encontró unos
tirantes con los que fabricó una honda. Otra vez una pera casi buena que devoró en el
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acto. Enrique, en cambio, tiene suerte para las cajitas de remedios, los pomos brillantes,
las escobillas de dientes usadas y otras cosas semejantes que colecciona con avidez.
Después de una rigurosa selección regresan la basura al cubo y se lanzan sobre el
próximo. No conviene demorarse mucho porque el enemigo siempre está al acecho. A
veces son sorprendidos por las sirvientas y tienen que huir dejando regado su botín. Pero,
con más frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que aparece y entonces la jornada
está perdida.
Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste llega a su fin. La niebla se ha di-
suelto, las beatas están sumidas en éxtasis, los noctámbulos duermen, los canillitas han
repartido los diarios, los obreros trepan a los andamios. La luz desvanece el mundo mági-
co del alba. Los gallinazos sin plumas han regresado a su nido.
Don Santos los esperaba con el café preparado.
–A ver, ¿qué cosa me han traído?
Husmeaba entre las latas y si la provisión estaba buena hacía siempre el mismo co-
mentario:
– Pascual tendrá banquete hoy día. Pero
la mayoría de las veces estallaba:
– ¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar seguramente! ¡Pascual se
morirá de hambre!
Ellos huían hacia el emparrado, con las orejas ardientes de los pescozones, mientras
el viejo se arrastraba hasta el chiquero. Desde el fondo de su reducto el cerdo empezaba
a gruñir. Don Santos le aventaba la comida.
– ¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por culpa de estos zamarros.
Ellos no te engríen como yo. ¡Habrá que zurrarlos para que aprendan!
Al comenzar el invierno el cerdo estaba convertido en una especie de monstruo insa-
ciable. Todo le parecía poco y don Santos se vengaba en sus nietos del hambre del ani-
mal. Los obligaba a levantarse más temprano, a invadir los terrenos ajenos en busca de
más desperdicios. Por último los forzó a que se dirigieran hasta el muladar que estaba al
borde del mar.
– Allí encontrarán más cosas. Será más fácil además porque todo está junto.
Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los carros de la Baja Policía, si-
guiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. Vis-
to desde el malecón, el muladar formaba una especie de acantilado oscuro y humeante,
donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas. Desde lejos los mu-
chachos arrojaron piedras para espantar a sus enemigos. El perro se retiró aullando.
Cuando estuvieron cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones.
Los pies se les hundían en un alto de plumas, de excrementos, de materias descompues-
tas o quemadas. Enterrando las manos comenzaron la exploración. A veces, bajo un pe-
riódico amarillento, descubrían una carroña devorada a medios. En los acantilados próxi-
mos los gallinazos espiaban impacientes y algunos se acercaban saltando de piedra en
piedra, como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos resona-
ban en el desfiladero y hacían desprenderse guijarros que rodaban hacía el mar. Después
de una hora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos.
– ¡Bravo! – exclamó don Santos –. Habrá que repetir esto dos o tres veces por sema-
na.
Desde entonces, los miércoles y los domingos, Efraín y Enrique hacían el trote hasta
el muladar. Pronto formaron parte de la extraña fauna de esos lugares y los gallinazos,
acostumbrados a su presencia, laboraban a su lado, graznando, aleteando, escarbando
con sus picos amarillos, como ayudándoles a descubrir la pista de la preciosa suciedad.
Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín sintió un dolor en la planta del
pie. Un vidrio le había causado una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie hinchado,
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no obstante lo cual prosiguió su trabajo. Cuando regresaron no podía casi caminar, pero
Don Santos no se percató de ello, pues tenía visita. Acompañado de un hombre gordo
que tenía las manos manchadas de sangre, observaba el chiquero.
– Dentro de veinte o treinta días vendré por acá – decía el hombre –. Para esa fecha
creo que podrá estar a punto.
Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos.
– ¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante habrá que aumentar la ración de Pas-
cual! El negocio anda sobre rieles.
A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a sus nietos, Efraín
no se pudo levantar.
– Tiene una herida en el pie – explicó Enrique –. Ayer se cortó con un vidrio.
Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección había comenzado.
– ¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y que se envuelva con un tra-
po.
– ¡Pero si le duele! – intervino Enrique –. No puede caminar bien.
Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero llegaban los gruñidos de Pascual.
– y ¿a mí? – preguntó dándose un palmazo en la pierna de palo –. ¿Acaso no me due-
le la pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo... ¡Hay que dejarse de mañas!
Efraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro de su hermano. Media hora
después regresaron con los cubos casi vacíos.
– ¡No podía más! – dijo Enrique al abuelo –. Efraín está medio cojo.
Don Santos observó a sus dos nietos como si meditara una sentencia.
– Bien, bien – dijo rascándose la barba rala y cogiendo a Efraín del pescuezo lo arreó
hacia el cuarto
–. ¡Los enfermos a la cama! ¡A podrirse sobre el colchón! Y tú harás la tarea de tu
hermano. ¡Vete ahora mismo al muladar!
Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos repletos. Lo seguía un extraño visi-
tante: un perro escuálido y medio sarnoso.
– Lo encontré en el muladar – explicó Enrique – y me ha venido siguiendo.
– No come casi nada..., mira lo flaco que está. Además, desde que Efraín está enfer-
mo, me ayudará. Conoce bien el muladar y tiene buena nariz para la basura.
Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se condensaba la garúa. Sin decir nada,
soltó la .vara, cogió los cubos y se fue rengueando hasta el chiquero.
Enrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al corazón corrió donde su herma-
no.
– ¡Pascual, Pascual... Pascualito! – cantaba el abuelo,
– Tú te llamarás Pedro – dijo Enrique acariciando la cabeza de su perro e ingresó
donde Efraín.
Su alegría se esfumó: Efraín inundado de sudor se revolcaba de dolor sobre el
colchón. Tenía el pie hinchado, como si fuera de jebe y estuviera lleno de aire. Los dedos
habían perdido casi su forma.
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– Te he traído este regalo, mira – dijo mostrando al perro –. Se llama Pedro, es para ti,
para que te acompañe... Cuando yo me vaya al muladar te lo dejaré y los dos jugarán to-
do el día. Le enseñarás a que te traiga piedras en la boca.
¿Y el abuelo? – preguntó Efraín extendiendo su mano hacia el animal.
– El abuelo no dice nada – suspiró Enrique.
Ambos miraron hacia la puerta. La garúa había empezado a caer. La voz del abuelo
llegaba:
– ¡Pascual, Pascual... Pascualito!
Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se inquietaron, porque en esta época
el abuelo se ponía intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando por el corralón,
hablando solo, dando de varillazos al emparrado. Por momentos se aproximaba al cuarto,
echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos silenciosos, lanzaba un salivazo car-
gado de rencor. Pedro le tenía miedo y cada vez que lo veía se acurrucaba y quedaba
inmóvil como una piedra.
– ¡Mugre, nada más que mugre! – repitió toda la noche el abuelo, mirando la luna.
A la mañana siguiente Enrique amaneció resfriado. El viejo, que lo sintió estornudar en
la madrugada, no dijo nada. En el fondo, sin embargo, presentía una catástrofe. Si Enri-
que enfermaba, ¿quién se ocuparía de Pascual? La voracidad del cerdo crecía con su
gordura. Gruñía por las tardes con el hocico enterrado en el fango. Del corralón de Neme-
sio, que vivía a una cuadra, se habían venido a quejar.
Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo levantar. Había tosido toda la
noche y la mañana lo sorprendió temblando, quemado por la fiebre.
– y Tú también? – preguntó el abuelo.
Enrique señaló su pecho, que roncaba. El abuelo salió furioso del cuarto. Cinco minu-
tos después regresó.
– ¡Está muy mal engañarme de esta manera! – plañía –. Abusan de mí porque no
puedo caminar. Saben bien que soy viejo, que soy cojo. ¡De otra manera los mandaría al
diablo y me ocuparía yo solo de Pascual!
Efraín se despertó quejándose y Enrique comenzó a toser.
– ¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son basura, nada más que basu-
ra! ¡Unos pobres gallinazos sin plumas! Ya verán cómo les saco ventaja. El abuelo está
fuerte todavía. ¡Pero eso sí, hoy día no habrá, comida para ustedes! ¡No habrá comida
hasta que no puedan levantarse y trabajar!
A través del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y volcarse en la calle. Media
hora después, regresó aplastado. Sin la ligereza de sus nietos el carro de la Baja Policía
lo había ganado. Los perros, además, habían querido morderlo.
¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida hasta que no trabajen!
Al día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo que renunciar. Su pierna de palo
había perdido la costumbre de las pistas de asfalto, de las duras aceras y cada paso que
daba era como un lanzazo en la ingle. A la hora celeste del tercer día quedó desplomado
en su colchón, sin otro ánimo que para el insulto.
– ¿Si se muere de hambre – gritaba – será por culpa de ustedes!
Desde entonces empezaron unos días angustiosos, interminables. Los tres pasaban el
día encerrados en el cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión forzosa. Efraín
se revolcaba sin tregua, Enrique tosía. Pedro se levantaba y después de hacer un recorri-
do por el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba en las manos de
sus amos. Don Santos, a medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les lanzaba mira-
das feroces. A mediodía se arrastraba hasta la esquina del terreno donde crecían verdu-
ras y preparaba su almuerzo, que devoraba en secreto. A veces aventaba a la cama de
sus nietos alguna lechuga o una zanahoria cruda, con el propósito de excitar su apetito
creyendo así hacer más refinado su castigo.
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
Efraín ya no tenía fuerzas para quejarse. Solamente Enrique sentía crecer en su co-
razón un miedo extraño y al mirar a los ojos del abuelo creía desconocerlo, como si ellos
hubieran perdido su expresión humana. Por las noches, cuando la luna se levantaba, cog-
ía a Pedro entre sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo gemir. A esa hora el
cerdo comenzaba a gruñir y el abuelo se quejaba como si lo estuvieran ahorcando. A ve-
ces se ceñía la pierna de palo y salía al corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir diez
veces del chiquero a la huerta, levantando los puños, atropellando lo que encontraba en
su camino. Por último reingresaba en su cuarto y quedaba mirándolos fijamente, como si
quisiera hacerlos responsables del hambre de Pascual.
La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual lanzaba verdaderos rugidos.
Enrique había oído decir que los cerdos, cuando tenían hambre, se volvían locos como
los hombres. El abuelo permaneció en vela, sin apagar siquiera el farol. Esta vez no salió
al corralón ni maldijo entre dientes. Hundido en su colchón miraba fijamente la puerta. Pa-
recía amasar dentro de sí una cólera muy vieja, jugar con ella, aprestarse a dispararla.
Cuando el cielo comenzó a desteñirse sobre las lomas, abrió la boca, mantuvo su oscura
oquedad vuelta hacia sus nietos y lanzó un rugido:
¡Arriba, arriba, arriba! – los golpes comenzaron a llover –. ¡A levantarse haraganes!
¿Hasta cuándo vamos a estar así? ¡Esto se acabó! ¡De pie!...
Efraín se echó a llorar, Enrique se levantó, aplastándose contra la pared. Los ojos del
abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo insensible a los golpes. Veía la vara alzarse y
abatirse sobre su cabeza como si fuera una vara de cartón. Al fin pudo reaccionar.
– ¡A Efraín no! ¡El no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré, yo iré al muladar!
El abuelo se contuvo jadeante. Tardó mucho en recuperar el aliento.
– Ahora mismo... al muladar... lleva los dos cubos, cuatro cubos...
Enrique se apartó, cogió los cubos y se alejó a la carrera. La fatiga del hambre y de la
convalecencia lo hacían trastabillar. Cuando abrió la puerta del corralón, Pedro quiso se-
guirlo.
– Tú no. Quédate aquí cuidando a Efraín.
Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire de la mañana. En el camino
comió yerbas, estuvo a punto de mascar la tierra. Todo lo veía a través de una niebla
mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo: volaba casi como un pájaro. En el muladar se
sintió un gallinazo más entre los gallinazos. Cuando los cubos estuvieron rebosantes em-
prendió el regreso. Las beatas, los noctámbulos, los canillitas descalzos, todas las secre-
ciones del alba comenzaban a dispersarse por la ciudad. Enrique, devuelto a su mundo,
caminaba feliz entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado por la hora celeste.
Al entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que lo obligó a detenerse. Era
como si allí, en el dintel, terminara un mundo y comenzara otro fabricado de barro, de ru-
gidos, de absurdas penitencias. Lo sorprendente era, sin embargo, que esta vez reinaba
en el corralón una calma cargada de malos presagios, como si toda la violencia estuviera
en equilibrio, a punto de desplomarse. El abuelo, parado al borde del chiquero, miraba
hacia el fondo. Parecía un árbol creciendo desde su pierna de palo. Enrique hizo ruido
pero el abuelo no se movió.
– ¡Aquí están los cubos!
Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique soltó los cubos y corrió intri-
gado hasta el cuarto. Efraín apenas lo vio, comenzó a gemir:
– Pedro... Pedro...
– ¿Qué pasa?
– Pedro ha mordido al abuelo... el abuelo cogió la vara... después lo sentí aullar.
Enrique salió del cuarto.
– ¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro?
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Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la pared. Enrique tuvo
un mal presentimiento. De un salto se acercó al viejo.
– ¿Dónde está Pedro?
Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo en medio del lodo. Aún que-
daban las piernas y el rabo del perro.
– ¡No! – gritó Enrique tapándose los ojos –. ¡No, no! – y a través de las lágrimas buscó
la mirada del abuelo. Este la rehuyó, girando torpemente sobre su pierna de palo. Enri-
que comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose de su camisa, gritando, pataleando,
tratando de mirar sus ojos, de encontrar una respuesta.
– ¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué?
El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un manotón a su nieto que lo hizo
rodar por tierra. Desde allí Enrique observó al viejo que, erguido como un gigante, miraba
obstinadamente el festín de Pascual. Estirando la mano encontró la vara que tenía el ex-
tremo manchado de sangre. Con ella se levantó de puntillas y se acercó al viejo.
– ¡Voltea! – gritó – ¡Voltea!
Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba el aire y se estrellaba contra
su pómulo.
– ¡Toma! – chilló Enrique y levantó nuevamente la mano. Pero súbitamente se detuvo,
temeroso de lo que estaba haciendo y, lanzando la vara a su alrededor, miró al abuelo
casi arrepentido. El viejo, cogiéndose el rostro, retrocedió un paso, su pierna de palo tocó
tierra húmeda, resbaló, y dando un alarido se precipitó de espaldas al chiquero.
Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído pero no se escuchaba ningún
ruido. Poco a poco se fue aproximando. El abuelo, con la pata de palo quebrada, estaba
de espaldas en el fango. Tenía la boca abierta y sus ojos buscaban a Pascual, que se
había refugiado en un ángulo y husmeaba sospechosamente el lodo. Enrique se fue reti-
rando, con el mismo sigilo con que se había aproximado. Probablemente el abuelo al-
canzó a divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le pareció que lo llamaba por su
nombre, con un tono de ternura que él nunca había escuchado.
¡A mí, Enrique, a mí!...
– ¡Pronto! – exclamó Enrique, precipitándose sobre su hermano –¡Pronto, Efraín! ¡El
viejo se ha caído al chiquero! ¿Debemos irnos de acá!
– ¿Adónde? – preguntó Efraín.
– ¿Adonde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los gallinazos!
– ¡No me puedo parar!
Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra su pecho. Abraza-
dos hasta formar una sola persona cruzaron lentamente el corralón. Cuando abrieron el
portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste había terminado y que la ciudad,
despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula.
Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.
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ALFREDO BRICE ECHENIQUE
EL HUERTO DE MI AMADA
(Argumento)
La novela empieza con que Carlitos Alegre, un muchacho de diecisiete años se está pre-
parando para ingresar a la universidad. Luego, en la casa de sus padres se organiza una
fiesta donde invitan a amigos muy cercanos; entre ellos asisten personajes muy importan-
tes de la alta cuna. También asiste una señora muy codiciada que había enviudado muy
joven, era la señora Larrea.
La señora Natalia Larrea, en la fiesta va clavando el ojo, como quien dice, en Carlitos
Alegre. Le saca a bailar. Los hombres que habían sido sus pretendientes van alertándose,
por lo que se escapan: la Natalia Larrea que tenía treinta y tres años y Carlitos. Sin em-
bargo, son interceptados por los hombres que no se resignaban. Carlitos sale muy lasti-
mado y termina en una Clínica.
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Después de salir de alta, la señora le lleva a su casa; luego para no ser ubicados, se
van al escondite de la señora que se llama la hacienda El Huerto. El muchacho se admira
de tanta belleza del huerto y dice: El Huerto de mi amada.
En El Huerto, se encierran atendidos por sus sirvientes y viven intensamente unos cuan-
tos años. Acechados por los prejuicios sociales de la sociedad limeña, se trasladan a Pa-
ris. En esa ciudad europea, el muchacho cumple su sueño de ser dermatólogo.
Carlitos Alegre va a ser un médico muy reconocido a nivel mundial. Por eso es que viaja
como conferencista a los EE.UU. y también a muchos países europeos.
Este poeta, de descendencia italiana, nació en Chorrillos (Lima) en 1898. Llega a Puno a
los dos años de nacido por asuntos de negocio de su padre José Luis Nava Fumagalli y
su madre se llamaba Josefina Silva Salazar. Luego fue matriculado en el Centro Escolar
881, más conocido por el inminente maestro José Antonio Encinas que fue su maestro.
También fue parte del famoso Grupo Orqo Pata que fue dirigido por Gamaliel Churata y
fue uno de los poetas más destacados de este grupo intelectual al lado de Alejandro Pe-
ralta, Luis de Rodrigo y otros. En el año 1958 se fue a vivir en la quinta ―Las Mercedes‖
(Puno), trabajando aquí como cocinero; murió este mismo año en esta misma quinta.
Su poema Orgullo Aymara, que tiene una influencia nitzscheana, es muy conocido y
admirado.
Época: Contemporánea.
Mov. Lit.: Indigenismo.
Género Lit.: Lírico.
Orgullo Aymara
EL KELLUNCHO
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CUESTIONARIO Nº 2
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1 Manuel Gonzales Prada.
2 Mario Vargas Llosa.
3 Mariano Melgar.
4 José Santos Chocano.
0 Modernismo.
1 Vanguardismo.
2 Costumbirmo.
3 Realismo.
4 Romanticismo.
0 Los Gatos
1 Las Aves Domesticas
2 El Cantero y el Asno
3 El Sol
4 El Asno Carnudo
El apelativo de ― El Viejito Burlón‖ corresponde a:
0.0 Mariano Melgar
0.1 Manuel G. Prada
0.2 Ricardo Palma
0.3 Manuel Scorza
0.4 Clemente Palma
El Ushanan Jampi es aplicado a:
0.0 José Ponciano
0.1 Conce Maille
0.2 Los Yayas
0.3 López Albujar
0.4 Nastacia
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El poema ―Tristitia‖ expresa:
0 Recuerdos de Adolescencia
1 Recuerdos nostálgicas de la infancia
2 Soledad en las punas
3 Ciudad olvidada
4 El adiós
―Kelluncho‖ expresa :
0 El ave andino
1 La vida del hombre citadino
2 La diferencia del hombre andino frente al hombre occidental.
3 La libertad
4 El canario enjaulado
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CAPITULO VI
LITERATURA LATINOAMERICANA
RUBÉN DARÍO
Marcha triunfal
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Ya pasa, debajo los arcos ornados de blancas Minervas y mar-
tes
los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus
largas trompetas,
la gloria solemne de los estandartes
llevados por manos robustas de heroicos atletas.
Se escucha el ruido que forman las armas de los
caballeros los frenos que mascan los fuertes caballos de
guerra, los cascos que hieren la tierra,
y los timbaleros
que el paso acompasa con ritmos marciales.
¡Tal pasan los fieros guerreros
debajo los arcos triunfales!
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El señor presidente
Hombres de maíz
Trilogía novelesca contra el imperialismo
Viento fuerte
El Papa verde
Los ojos de los enterrados
Soluna (teatral)
Weekend en Guatemala
Mulata de tal
Charco del mendigo
El espejo de Lidia Sal
Clarivigilia primaveral
EL SEÑOR PRESIDENTE
(Argumento)
Todo empieza en un lugar llamado ―El portal del señor‖, donde se mantenían los
pordiose-ros y entre ellos estaba el Pelele, a quien también le decían el idiota. El Pelele
se irritaba cada vez que decían la palabra ―madre‖, y una vez un general llamado
Parrales lo fue a despertar gritándole esta palabra, el Pelele furioso por consiguiente lo
mató. Después del asesinato, el Pelele huye, la policía llega al lugar y se lleva a todos los
pordioseros para que testifiquen y son obligados a decir una mentira que inculpaba a
Eusebio Canales por el asesinato. Un pordiosero llamado el Mosco se niega a testificar tal
mentira y es asesi-nado por el Auditor.
El Pelele es encontrado por Cara de Ángel y un leñador y es llevado a un pueblo por
ellos. Cara de Ángel le da la noticia al presidente pero este no le da importancia, después
le ordena que ayude a escapar a Eusebio Canales. Cara de Ángel se dirige a la Casa de
Canales a ayudarlo y se encuentra con su hija Camila y después le pide ayuda a Lucio
para escapar esa noche. Lucio y otro policía llamado Genaro le encuentran al Pelele en el
Portal y lo matan de un tiro ya que les habían dicho que tenia rabia. Lucio después se di-
rige a la casa de Canales y le ayuda a este y a Camila a escapar, mientras que Canales
se escapa aparte. Cara de Ángel y Camila se dirigen a la casa de los tíos de ella para pe-
dir refugio pero son rechazados. Fedina, la esposa de Genaro va a la casa de Canales a
ver lo sucedido, pero la policía llega en ese momento y la interrogan y torturan para saber
el paradero de Canales pero ella no sabia nada y por eso matan a su hijo. Después el Au-
ditor la vende a la dueña de un prostíbulo llamada doña Chon, pero Fedina le es inútil ya
que se vuelve loca. Canales se refugia en la casa de tres hermanas, las cuales le consi-
guen un contrabandista. Después de mucho tiempo cabalgando Canales logra llegar a la
frontera.
Un brujo le aconseja a Camila que se case con Cara de Ángel para aliviar un poco su
soledad, y lo hace. El presidente es el padrino de bodas de Camila; Por esta razón, el pa-
dre de ésta se suicida. Con el tiempo ella y Cara de Ángel se acercan más sentimental-
mente. El presidente los invita a una fiesta donde son avergonzados por uno de su familia
que era un fugitivo. Por eso, Cara de Ángel se va a una cantina donde se encuentra a un
norteamericano y a unos partidarios del presidentye y empiezan a hablar de la nación y de
su gobierno. Cuando Cara de Ángel se cansa de la plática sale de la cantina y se encuen-
tra a un ministro que lo lleva a la casa presidencial, donde el presidente le cuenta que los
Estados Unidos quiere quitar la ayuda económica de la nación y le dice que debe ir a
Washington para arreglar la situación. Cara de Ángel no muy convencido decide ir ya que
daba mucha paga. Después le cuenta a Camila del viaje y de su plan, el cual era llegar
para después enfermarse y mandarla a traer. Ya en el puerto Ángel se encuentra a Farfán
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y piensa que el esta ahí para despedirlo, pero es todo lo contrario él y otros compañeros
lo golpean y le quitan sus cosas, y en su lugar se va otra persona a los Estados Unidos. A
Cara de Ángel se lo llevan a una cárcel y lo torturan.
Pasa el tiempo, Camila se preocupa y llama a la embajada y le dicen mentiras de su es-
poso, después quiere sacar el pasaporte para irse donde su esposo, pero se lo niegan.
Días después da a luz a un hijo que esperaba. Al final, un informante le dice a Cara de
Ángel que la razón por la que lo tenían encarcelado era porque el había enamorado a
Camila y ella era como el amor imposible del presidente. Cara de Ángel se cree esta men-
tira y después muere.
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Entre cachacos
La aventura de Miguel Littin, clandestino en Chile (1986)
Crónicas y reportajes
Cuando era feliz e indocumentado
De viaje por los países socialistas textos costeños
El olor de la guayaba
El secuestro
Diatriba de amor contra un hombre sentado (1988)
PABLO NERUDA
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Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Vanguardismo
Género Lit.: Lírico y narrativo
Obras:
Crepusculario (1923)
Las ínsulas extrañas y Los cansancios infantiles
Veinte poemas de amor y una canción desesperada
Residencia en la tierra
Tercera residencia (1947)
Canto general (1950) (Las Alturas de Machupicchu)
Versos del capitán (1952)
Odas elementales (1957)
Estravagario (1958)
Cien sonetos de amor (1959)
Memorial de Isla Negra (1964)
Fulgor y muerte de Joaquín Murieta (1967)
Las piedras del cielo (1971)
La espada encendida (1972)
Confieso que he vivido (póstuma)
POEMA 20
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
Porque en noches como esta la tuve entre mis
brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y
éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: Vanguardista
Género Lit.: narrativo y lírico
Obras:
El hacedor (1960)
Autobiografía
El otro, el mismo (1964)
Elogio de la sombra (1969)
El oro de los tigres (1972)
La rosa profunda (1975)
La moneda de hierro (1976)
Historia de la noche (1977)
La cifra (1981)
Los conjurados (1985)
Ficciones (1944)
Artificios (1944)
El Aleph (1949)
El informe de Brodie (1970)
El libro de arena (1975)
Antología de la literatura fantástica (1940).
LA MUERTE Y LA BRÚJULA
(Argumento)
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Erik Lönnrot es un investigador policiaco que emprende la tarea de descifrar los asesina-
tos misteriosos. Primero, el 3 de diciembre aparece asesinado Marcelo Yarmolinski, un
escritor conocido, en el Hotel du Nord, cuando en su habitación estaba escribiendo acerca
de los nombres de Dios (eran como 99). En la pequeña máquina de escribir habían en-
contrado un papel donde decía: La primera letra del Nombre ha sido articulada. El segun-
do crimen ocurrió el 3 de enero en una calle desolada de la ciudad y la víctima es David
Simón Azevedo, hombre de alguna fama. En la pared de la calle estaba garabateado la
siguiente inscripción: La segunda letra del Nombre ha sido articulada. El tercer crimen fue
el 3 de febrero en Livel pool house; se encontró otra inscripción que decía: la última de las
letras del Nombre ha sido articulada. El comisario Franz Triveranus recibe una llamada
con que los asesinatos tenían que ver con el nombre secreto de Dios y una carta donde
contemplaba el juego de los asesinatos graficado en un mapa. Según el mapa los asesi-
natos fueron realizados en tres puntos que hacían un perfecto triángulo. Estos recados
fueron entregados a Lönnrot para que interpretara. Lönnrot respondió que faltaba el último
asesinato para completar la última letra del extraño nombre de Dios (JHVH); también, el
propósito del autor no era graficar un triángulo; sino un rombo perfecto y el cuarto crimen
se llevaría a cabo en Triste-le-Roy, una taberna abandonada a 4 Km. de la ciudad.
Lönnrot en Triste-le-Roy se encuentra con el autor de los asesinatos. Se trataba de Red
Scharlach apodado Scharlach el Dandy, también durante los asesinatos utilizó nombres
como Ginzberg (o Ginsburg) y Griphius. Para completar su propósito del rombo perfecto,
de todas maneras, se llevó el cuarto asesinato, siendo el blanco, el mismo Lönnrot.
Ficcione
s
OCTAVIO PAZ
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: vanguardimo
Género Lit.: Lírico
Obras:
Libertad bajo palabra (1949)
El laberinto de la soledad (1950)
¿Águila o sol? (1951)
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El arco y la lira (1956)
Salamandra (1961)
Ladera Este (1962)
Cuadrivio (1965)
Puertas al campo (1966)
Corriente alterna (1967)
El mono gramático (1971)
Los hijos del limo (1974)
Vuelta
PRIMAVERA A LA VISTA
ERNESTO SÁBATO
Época: Contemporánea
Mov. Lit.: surrealismo
Género Lit.: narrativo (ensayo)
Obras:
Uno y el universo (1945)
El túnel (1948)
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Hombres y engranajes (1951)
Heterodoxia (1953)
Sobre héroes y tumbas (1961)
Abaddón y el exterminador (1974)
El otro rostro del peronismo
El caso Sábato
Torturas y libertad de prensa
Carta abierta al general Aramburu (1956)
La cultura en la encrucijada nacional (1976)
El escritor y sus fantasmas (1963)
Aproximación a la literatura de nuestro tiempo: Robbe-Grillet, Borges, Sartre (1968).
Antes del fin (1999)
España en los diarios de mi vejez (2004).
EL TÚNEL
(Argumento)
El autor nos revela el extraño y complejo mundo interno de Juan Pablo Castel. Él es pintor
famoso de Buenos Aires. Pero, casi nadie había descubierto el trasfondo de su arte, ex-cepto
María Iribarne, una ―muchacha‖ de graciosa belleza, de quien se enamoró perdida-mente. Al
encontrarse con ella, descubre que ella también estaba enamorada de él. Lue-go, no sabe
vivir sin ella; la busca con desesperación. Al visitar la casa de María, descu-bre que era
casada; su amor se convierte en celos obsesivos y enfermizos. Allende, así se llamaba el
esposo, le recibe en su casa sin sospechar que sería amante de su esposa y le informa que
había viajado a la Estancia, una hacienda de los Allende, lejos de Buenos Aires. Le refiere que
la hacienda estaba administrada por su hermano Hunter, famoso por ser mujeriego. Se le
prende en su cabeza signos de sospecha de romance de María con ese tal Hunter y no le
deja tranquilo este pensamiento. Más adelante, el viaje de María a la Estancia se realiza con
frecuencia. Con todo esto, se completa la sospecha de que eran amantes, sin duda. Por ello,
decide viajar a la Estancia sorpresivamente. Llego a la Estancia a las ocho o nueve de la
noche. Se percata que el comedor de la hacienda esta-ba prendido cuya luz reflejaba el jardín
y opta por espiar sin ser descubierto. Después de larga espera, María bajaba la escalera en
los brazos de Hunter. Juan Pablo siente morir, su corazón se agita demasiado; pero se
controla para no llamar la atención. Luego ve que ambos amantes suben al segundo piso. Se
prende el dormitorio de Hunter, mas no, de María. Después de larga espera, la luz en el
cuarto de María, también se prende. Para hacer prevalecer su amor no encuentra otra
alternativa que matarla. Trepó las rejas, subió por la escalera sin ser interceptado, ingresó
sigilosamente en el cuarto de María y llorando clavó el cuchillo en el pecho femenino y varias
veces atravesó el pecho y el vientre.
Al día siguiente, en Buenos Aires, se entregó a la comisaría, después de haber puesto
al tanto a Allende sobre el asesinato que había cometido.
ALEJO CARPENTIER
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
Época : Contemporánea.
Corriente Literario : Vanguardismo – boom
Género Literario : Narrativo (novela)
OBRAS:
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
NARRATIVO: novelas
“Ecue- Yamba”(1933) (su primera novela escrita en prisión)
“El reino de este mundo” (1949)
“Los pasos perdidos” ( 1953)
―El acoso‖ (novela política) (1956)
―Guerra del Tiempo‖ (1958)
―Tientos y diferencias‖ (1964)
“El siglo de las Luces” ( (1962) ( la mejor)
―El derecho de asilo‖ (1972)
―El recurso del método‖ (1974) (novela política)
―Concierto Barroco‖ (1974)
―El arpa y la sombra‖ (1979)
Es una novela que se desarrolla en Haití durante la Revolución Francesa, periodo que
siempre ha fascinado a Carpentier. La próspera y pacífica isla gobernada por lo franceses
esconde bajo una superficie plácida los sueños y los mitos subversivos de los esclavos
negros. Uno de ellos, Mackandal, un manco, se fuga a las montañas y prepara el camino
de regreso al poder de la raza negra.
CUESTIONARIO Nº 3
I . María A. Lírico
II. Prosas Profanas B. Dramático
III. La hija de Rapaccini C. Narrativo
IV. El Señor Presiente D. Narrativo
ALTERNATIVAS:
IB-IIA-IIID-IVC
IC- IIA-IIIB-IVD
IA-IID-IIIB-IVC
IA-IIC-IIIB-IVD
IC-IIB- IIID-IVA
-113-
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0.0 2,3,4,1
0.1 3,2,4,1
0.2 1,2,4,3
0.3 4,2,1,3
0.4 3,4,1,2
Ernesto Sábato publicó la obra narrativa titulada:
0 Salamandra
1 Libertad bajo la palabra
2 Inquisiciones
3 Vuelta
4 Sobre héroes y tumbas
0 El amigo
1 Enemigo político
2 Sucesor
3 Pelele
4 Guarda espaldas
0 La muerte de Melquíades
1 La guerras civiles
2 Nacimiento con la cola de cerdo
3 Destrucción de Macondo
4 La muerte de Ursula Iguaran
¿Qué obra de Ernesto Sabato se relaciona con temas psicológicas?
-114-
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3 Ficciones
4 Libertad Bajo Palabra
¿Con que calificativo de le conoce a Rubén Darío?
0 García Sarmiento
1 Neptalí Reyes
2 El poeta de los Cisnes
3 El padre del modernismo
4 El más poeta de los poetas
Las obras de Jorge Luís están relacionadas con temas:
0 Históricas
1 Psicológicas
2 Filosóficas
3 Jurídicas
4 Artísticas
CAPITULO VII
LITERATURA ESPAÑOLA
JORGE MANRIQUE
ÉPOCA : Formación.
MOVIMIENTO LITERARIO : Medievalismo / Prerrenacimiento
GÉNERO Y ESPECIE : Lírico- elegía.
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RASGOS BIOGRÁFICOS:
Aunque no se sabe mucho de su vida, tenemos datos importantes sobre ella. Fue oriundo
de Paredes de Nava e hijo del Conde de Paredes, don Rodrigo Manrique, y de doña Me-
necía de Figueroa.
A pesar de que su vida fue corta, la vivió intensamente. Fue señor de Belmontejo, miem-
bro de la Orden de Santiago. Intervino en varias batallas y siempre leal paladín de la reina
Isabel. Luchó con valentía y fiereza. En una de esas batallas, en Uclés, ante el castillo de
Garcí Muñoz, fue herido mortalmente. Allí mismo le dieron sepultura.
OBRAS:
“Coplas por la Muerte del Maestre de Santiago, don Rodrigo Manrique, mi Padre”
más conocido como “Coplas a la muerte de su padre” (1476) (su mejor obra).
―Coplas contra el Mundo‖
―50 composiciones reunidas en el cancionero‖ en él destacan:
―Es una muerte escondida‖
―Ved que congoja la mía‖
―Con dolorido cuidado‖
―Sin Dios‖
OBRA PRINCIPAL
TEMA:
En esta obra Jorge Manrique recuerda la figura o semblante de su padre, don Rodrigo
Manrique, el maestre de Santiago, victorioso en veinticuatro batallas, indicando profun-
da pena y congoja por su muerte, es decir fueron inspiradas por la muerte de su padre.
Las coplas constan de 40 estrofas. En sus 24 primeras coplas el poeta nos habla de la
fugacidad de la vida y de lo vano y perentorio de las obras humanas y de la insignifi-
cancia de la vida terrenal. En las 16 restantes recuerda con dolor y nostalgia de la figura
de su padre y sufre por la muerte de éste.
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Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado fue mejor.
3
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
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25
Aquél de buenos abrigo,
amado por virtuoso
de la gente
el Maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
y tan valiente;
a sus hechos grandes y claros
no cumple con los alabe
pues lo vieron;
ni los quiero hacer caros
pues en el mundo todo sabe
cuales fueron.
APRECIACIÓN CRÍTICA
Escribió muchas canciones, que aparecen en los diversos Cancioneros. Pero su gloria como
poeta proviene de sus famosa Coplas a la muerte de su padre.
Un poema que consta de cuarenta coplas en “pie quebrado”, de las cuales una terce-
ra parte está dedicada a su padre, el maestro Rodrigo Manrique, y el resto, la mayoría,
a la muerte en su sentido universal, reflexiona sobre lo fugaz y transitorio de la existen-
cia humana, con una profundidad y sutileza que unen al encanto de la forma con la
hondura del pensamiento. Esto hace de este poema una obra universalmente reconoci-
da. Lope de Vega dijo que este poema ―merecía estar escrito con letras de oro‖.
Además de sus coplas, escribió composiciones que poseen una temática amorosa, en cuyo fondo
persiste el tema obsesionante de la muerte y una melancolía profunda.
CUESTIONARIO Nº 4
¿Quién dijo que ―Coplas a la muerte de su padre‖ escritas por Jorge Manrique ―merec-
ían estar escritas con letras de oro‖:
0.0 Iñigo López de Mendoza.
0.1 El marqués de Santillana.
0.2 Adolfo Bécquer.
0.3 Lope de Vega.
0.4 Luis de Góngora y Argote.
-118-
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Acerca de la vida de Jorge Manrique‖, escriba dentro de los paréntesis (V) si la propo-
sición es verdadera y, (F) si es falsa:
1) Perteneció a una familia pobre . ( )
2) Fue guerreo como su padre. ( )
3) Murió cuando aún no había cumplido los 40 años. ( )
4) Nació en Paredes del Huerto en 1540. ( )
Vivió en una época muy convulsionada, pues España se hallaba en plena lucha con-tra
los moros.
( )
0 V–F–F–V–V
1 F–V–V–F–V
2 F–V–F–V–F
3 F–F–F–V–V
4 V–V–V–F–F
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GARCILASO DE LA VEGA Y GUZMÁN
MOVIMIENTO LITERARIO:
Renacimiento
GÉNERO LÍRICO
RASGOS BIOGRÁFICOS:
Desde muy joven siguió las banderas del Emperador Carlos Quinto, mostrando tales bríos
y arrestos, que pronto se distinguió entre todos sus compañeros. Estuvo en casi todos los
grandes hechos de armas de aquel glorioso reinado, habiéndose particularmente lucido
en la defensa de Viena y en el sitio de Túnez, donde fue herido.
Entonces se volvió a Nápoles, donde a pesar de sus eminentes servicios incurrió en la
desgracia del Emperador, por haber protegido los amores de un sobrino suyo, que aspira-
ba a la mano de una dama que le era muy superior en jerarquía, por lo cual fue desterra-
do a una de las islas del Danubio, que con tanto donaire había de cantar.
Mas no tardó en volver a la gracia del Emperador, dado que poco después le acompaña-
ba en su expedición al Piamonte, en cuyo ejército tenía bajo su mando once banderas de
infantería.
Una vez derrotados los franceses y cuando ya se veían en retirada forzosa, el Emperador
perseguía y daba caza; en esta operación ordenó la toma de una torre que se hallaba en
un lugar cerca de Frejus, donde desesperadamente se defendían unos cincuenta france-
ses; Garcilaso fue de los primeros en subir, mas fue herido de una pedrada en la cabeza,
y cayó. Lo llevaron de allí a Niza, pero no sobrevivió sino veinte días a sus heridas, pues
murió en dicho lugar a los treinta y tres años de edad en 1536.
El Emperador, indignado por la pérdida de uno de sus primeros oficiales, que tan joven
era y tanto prometía, hizo pasar a cuchillo a todos aquellos franceses que le habían mata-
do.
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La trascendencia de la obra garcilasiana procede de haber introducido el verso endecasí-
labo en España, así como la poesía petrarquista, que no es otra cosa sino la gran poesía
lírica del renacimiento.
OBRAS:
Una Epístola
―Epístola dirigida a Juan Boscán‖
Dos Elegías
―Elegías a Juan Boscán‖
―Elegía al Duque de Alba‖
MEJOR OBRA:
TEMA: Son lamentaciones de dos pastores que refleja la pasión amorosa por Isabel
Freyre.
ARGUMENTO
Trata sobre las lamentaciones de dos pastores, Salicio y Nemoroso, que encarnan al
mismo Garcilaso.
LAMENTO DE SALICIO quien se lamenta del desamor de Galatea. Este lamento simboliza el
matrimonio de Isabel Freyre con Antonio Fonseca.
LAMENTO DE NEMOROSO quien llora la muerte de Elisa. Este lamento simboliza la muerte de
Isabel Freyre al dar a luz su tercer hijo).
En las tres primeras estrofas, el poeta traza el elogio de don Pedro de Toledo, su pro-
tector y lo invita a que escuche las lamentaciones de dos pastores, viene enseguida la
lamentación de Salicio, quien enamorado de la pastora Galatea (Isabel Freyre, a
quien amó sin fortuna el poeta), es desdeñado por ésta, quien dirige sus sentimientos
hacia otro hombre. El dolor de Salicio termina en amargas quejas llenas de celos, des-
pecho y recriminaciones.
-122-
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Luego viene la lamentación del pastor Nemoroso, que llora la muerte de su amada
Elisa (también Isabel Freyre, quien a consecuencia de un parto, había ya muerto por la
épo-ca en la que el poeta escribe el poema). Su llanto parece cargado de una pena
irre-mediable e impotente, aunque con tintes más dulces que la de Salicio.
APRECIACIÓN CRÍTICA
La égloga es una composición culta de tema bucólico (poesía o composición poética en la que se
trata de cosas relativas a los pastores o a la vida campestre), donde los persona-jes
(pastores idealizados) encubren generalmente a conocidas personalidades de la cor-te.
En el caso de la Égloga I, el autor exterioriza sus sentimientos por Isabel Freyre. Salicio
y Nemoroso representan a Garcilaso y Galatea y Elisa a la dama portuguesa.
CUESTIONARIO Nº 5
¿Cuáles son los pastores que intervienen en la Égloga I, escrita por Garcilaso de la Vega y
Guzmán?
0.0 Albino y Salicio.
0.1 Salicio y Nemoroso.
0.2 Camila y Tirreno.
0.3 Alcino y Camila.
0.4 Albano y Tirreno.
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0.1 A Pedro de Toledo.
0.2 Al Virrey de Nápoles.
0.3 Al mismo Garcilas de la Vega y Guzmán.
0.4 A Galatea.
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MIGUEL DE CERVANTES Y SAAVEDRA
CALIFICATIVO: CONSIDERADO: El
más alto exponente
“El Manco de las letras caste-
de Lepanto” llanas.
“El Bocacio
Español”
ÉPOCA:
Edad de Oro.
CORRIENTE LITE-
RARIA:
Renacimiento, Barro-
co
GÉNERO LITERA-
RIO:
Narrativo- novela,
drama y Lírico.
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RASGOS BIOGRÁFICOS:
Nació en Alcalá de Henares, España, 1547. Cuarto hijo de un modesto médico, Rodrigo
de Cervantes, y de Leonor de Cortinas, vivió una infancia marcada por los acuciantes
problemas económicos de su familia, en 1551 se trasladó a Valladolid, a la sazón sede de
la corte, en busca de mejor fortuna.
Allí inició sus estudios, probablemente en un colegio de jesuitas. Cuando en 1561 la corte
regresó a Madrid, la familia Cervantes hizo lo propio, siempre a la espera de un cargo lu-
crativo. La inestabilidad familiar y los vaivenes azarosos de su padre determinaron que su
formación intelectual, aunque extensa, fuera más bien improvisada. Aun así, parece pro-
bable que frecuentara las universidades de Alcalá de Henares y Salamanca, puesto que
en sus textos aparecen copiosas descripciones de la picaresca estudiantil de la época.
En 1569 salió de España, probablemente a causa de algún problema con la justicia, y se
instaló en Roma, donde ingresó en la milicia, en la compañía de don Diego de Urbina, con
la que participó en la batalla de Lepanto (1571). En este combate naval contra los turcos
fue herido de un arcabuzazo en la mano izquierda, que le quedó anquilosada. Cuando,
tras varios años de vida de guarnición en Cerdeña, Lombardía, Nápoles y Sicilia (donde
adquirió un gran conocimiento de la literatura italiana), regresaba de vuelta a España, la
nave en que viajaba fue abordada por piratas turcos (1575), que lo apresaron y vendieron
como esclavo, junto a su hermano Rodrigo, en Argel. Allí permaneció hasta que, en 1580,
un emisario de su familia logró pagar el rescate exigido por sus captores.
Ya en España, tras once años de ausencia, encontró a su familia en una situación aún
más penosa, por lo que se dedicó a realizar encargos para la corte durante unos años.
En 1584 casó con Catalina Salazar de Palacios, y al año siguiente se publicó su novela
pastoril “La Galatea”. En 1587 aceptó un puesto de comisario real de abastos que, si
bien le acarreó más de un problema con los campesinos, le permitió entrar en contacto
con el abigarrado y pintoresco mundo del campo que tan bien reflejaría en su obra maes-
tra, el Quijote, que apareció en 1605.
En 1615 envió a la imprenta el segundo tomo del Quijote, con lo que quedaba com-
pleta la obra que lo sitúa como uno de los más grandes escritores de la historia y como el
fundador de la novela en el sentido moderno de la palabra.
Murió en Madrid en el año de 1616, un 23 de abril, fecha en que hoy se celebra el ―Día
del Idioma Castellano‖.
OBRAS:
Novela:
“El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha” ―La Galatea‖
“Novelas ejemplares”: ―La Gitanilla‖, ―El amante liberal‖ , ―Rinconete y Cortadillo‖, ―La
española inglesa‖, ―Licenciado Vidriera‖, ―La fuerza de la sangre‖, ―El celoso extreme-
ño‖, ―La ilustre fregona‖, ―Novela de las Dos Doncellas‖, ―Novela de la Señora
Cornelia‖, ―Novela del Casamiento Engañoso‖, ―La de los perros Cipón y Berganza‖.
―Viaje al Parnaso‖
―Los trabajos de Persiles y Segismunda‖ (obra póstuma)
Teatro:
―Tragedia de Numancia‖
―Trato de Argel‖
―Ocho comedias y ocho entremeses‖
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Comedias: ―El gallardo español‖, ―Los baños de Argel‖, ―La gran sultana doña
Catalina de Oviedo‖, ―La casa de los celos‖, ―El laberinto de amor‖, ―La
entretenida‖, ―El rufián di-choso‖, ―Pedro de Urdemales‖.
Entremeses: ―El juez de los divorcios‖, ―El rufián viudo llamado Trampagos‖, ―La
elec-ción de los alcaldes de Daganzo‖, ―La guarda cuidadosa‖, ―El vizcaíno fingido‖,
―El reta-blo de las maravillas‖, ―La cueva de Salamanca‖, ―El viejo celoso‖.
Poesía:
―Índice de primeros versos de todas las poesías‖
―Índice de primeros versos de poesías sueltas‖
―Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla‖
―A la entrada del duque Medina en Cádiz‖
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Una noche sin que nadie se diera cuenta, Don Quijote y Sancho Panza salieron de la
Mancha en busca de las aventuras. En el camino, vieron unos molinos de viento, para don
Quijote eran hombres gigantes que le ofrecían batalla, aunque Sancho le dijo que eran
molinos de viento. Dio pique a su caballo y se lanzó contra aquéllos. En eso, sopló algún
viento que movió las aspas de los molinos y fue lanzado por las aspas hasta que cayó
rodando por el suelo. Sancho le dijo que lo había advertido de que no eran gigantes, sino
molinos de viento; a esto le dijo que los encantadores habían convertido en molinos de
viento. Dicho esto, prosiguieron con el viaje y en el camino vieron que venían unos hom-
bres de a caballos y un coche. A esto, dijo don Quijote que serían unos encantadores que
traían cautiva, de seguro, una dama. Diciendo esto, se dio al pique para liberar a la su-
puesta cautiva. Y eran unos frailes que venían a caballo que no tenían que ver nada con
el coche y fueron rodados por don Quijote. Y se acercó al coche, efectivamente había una
dama que no sería cautiva, sino una vizcaína acompañada por unos vizcaínos. Quijote no
se convenció de ello y se lanzó contra uno de los vizcaínos y lo arremetió con su lanza y
al vencer le dijo que vayan ante su señora Dulcinea para enterar de su batalla singular y
liberen a la señora cautiva. Ellos para no contrariarlo dijeron que harían lo ordenado. Así
se fueron aquéllos. Haciéndose ya la noche, arribaron donde un poblado y fueron recibi-
dos por unos cabreros; éstos no entendían nada de cuanto les hablaba don quijote sobre
su aventura como caballero andante. Luego, llegó un cabrero con la noticia de que un
pastor de cabras enamorado de una tal Marcela, amigo de ellos, se había suicidado y al
día siguiente tenían que enterrar en un lugar cerca al arroyo como era deseo del difunto
por haber conocido allí a la ingrata, la causante de aquel infortunio. El día del entierro, don
Quijote conoció a esa Marcela, tan bella como se aludía, y se maravilló. Después del en-
tierro, se alejó de aquel lugar despidiéndose de los cabreros. Luego entraron a un bosque
para descansar, viendo que era un prado hermoso y bueno para pacer a sus bestias. Ro-
cinante, movido por la atracción del olor a fémina, se fue donde las yeguas que por el lu-
gar pasaban conducidas por unos yangüeses. Al ver que un caballo se acercaba a sus
yeguas, los yangüeses le golpearon con estacas al pobre Rocinante. Don Quijote no pudo
contener su grande indignación y le dice a Sancho que le acompañe para escarmentar a
estos insensibles mal hombres. Estos desalmados yangüeses al ver un hombre armado,
pero ellos superaban en número, agarraron a estacazos hasta dejarlos malheridos. San-
cho se quejaba de dolor y Quijote contestaba con esa misma voz llorera. Luego se fueron
a buscar un lugar donde puedan ser atendidas sus heridas. En eso, hallaron una venta
que para Quijote será un castillo. Fueron curadas sus heridas por la esposa del ventero,
su hija y una sirvienta, que para quijote serán doncellas hijas del alcaide del castillo. Des-
casaron en un aposento donde la sirvienta se acerca a la cama de Quijote para saber co-
mo se encontraba; mientras Quijote imagina que la doncella le venía con lisonjas para
pasar la noche junto a él. Pero él se negaría porque estaba muy enamorado de la hermo-
sa Dulcinea. Sin embargo la asirá fuerte con su brazo contra su pecho recitándole unas
poesías amorosas. Unos de los arrieros al escuchar tales rapsodias, celoso, le sorprende
con un golpe y Quijote siente sangre en su rostro que sería sudor y piensa que el castillo
estaba encantado. Al día siguiente, se despiertan y tienen que irse a buscar más aventu-
ras. El ventero les cobra y le dice que los caballeros no estaban obligados a dar la paga,
así decía en los libros de caballerías. Se va sin percatarse de su escudero. El ventero le
cobra a Sancho, y él le dice que no podía pagar porque tal era la determinación de su
amo. Por eso es que se enojan el ventero y los demás que estaban. Le asieron a Sanco y
le envolvieron en una manta y le mantearon hasta arrancar unos gritos lastimeros. Escu-
chando esto, don Quijote regresa para rescatar a Sancho. Mientras Sancho había pagado
con esta broma que le hicieron. Así se marcharon de aquella venta.
Don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza descendiendo una cuesta, se
percataron de dos nubes de polvareda que se levantaban en una espaciosa llanura. Don
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Quijote le dice a Sancho que eran dos ejércitos que estaban acercándose para librar una
batalla, uno comandado por el emperador Alifanfarón y el otro, por su enemigo Penta-
polín. Quijote dice que no podía perderse esta batalla; dio pique a su caballo hacia estos
―dos ejércitos‖. Ya Quijote lejos, Sancho descubre que no eran sino dos manadas de
ove-jas. Quijote se retoza dentro de estas manadas. Los pastores se defienden con
piedras y le dejan muy lastimado. Y cuando Sancho alcanza le dice que él solo se
enfrentó contra estos dos ejércitos y al no poder con él, los encantadores les convirtieron
en manadas de ovejas. La ingenuidad de Sancho podría creer cualquier disparate porque
no conocía eso de caballerías ni cosa por estilo, al fin, era su propósito gobernar una
ínsula. Luego, ano-checía y como de una quebrada aparecieron unas lumbres como
estrellas. Sancho estaba muy asustado y Quijote también, aunque no quería mostrarse
así. Se acercaban aquéllas y Quijote se puso al lado del camino y descubrió que eran
unos hombres con hachas y llevaban en la litera a un muerto. Se lanzó contra ellos. Y uno
salió rodando, aún el hacha estaba ardiendo, a quien le preguntó quién era; a esto le
respondió que era un sacerdote, junto a otros llevaba un muerto para sepultarlo que su
tumba quedaba lejos. Y quién le mató, le preguntó. Una fiebre, fue la respuesta. Sancho
había tomado de botín el fiambre del desgraciado.
Después de haber pasado la noche en un matorral, continuaron su viaje en busca de
aventuras. Luego, en el camino vieron que un hombre montado a su rucio, cuya cabeza
brillaba como si fuera oro, se acercaba. Al estar muy cerca, dejóse ver que en la cabeza
tenía una bacía puesta por estar lloviendo un poco y protegía con ella su sombrero. Pero
para Quijote era un yelmo de Mambrino que tanto estaba buscando; por eso, se lanzó
contra él hasta despojarlo la bacía que no era sino yelmo para quijote. Al ver al hombre
armado, el barbero se fue espantado dejando su rucio y la bacía. Y Sancho, como era ley
de la caballería, las cosas del vencido se toma de botín, se apropió de la albarda que lle-
vaba el jumento. Al poco caminar, vieron unos hombres encadenados que venían preso
de otros armados. Y Quijote dijo que no pueden llevar a los hombres contra su voluntad
privándoles de la libertad. La libertad es el bien más preciado del hombre, dijo. Eran un
comisario y varios guardias que conducías a estos desdichados. Al ser preguntado por
Quijote sobre quiénes eran estos pobres hombres, ellos le dijeron que pregunte a cada
uno. Quijote se puso a preguntar uno por uno, aquellos contóles sus desdichas. Al final,
dijo Quijote que les dejaran libres; a ello el comisario y los guardias se amargaron
arrancándole tanta furia a Quijote quien se lanzó contra el que llevaba una escopeta;
mientras eso, los presos se abalanzaron contra sus cautiverios. Los guardias se escapa-
ron alborotados al ver que los presos se estaban desasiendo de sus cadenas. Pero éstos,
al ser ordenado por Quijote, como era costumbre de caballería, a agradecer a su señora
Dulcinea por la libertad que les daba su caballero Don Quijote. Ignorando de quién era
esa tal señora, se arrojaron contra Quijote, uno de ellos le pegó tanto con la bacía que
llevaba puesta y otros arrojaron con piedras también a Sancho. Y cada cual se fue por su
lado. Don Quijote y Sancho estaban muy confundidos. Quijote se arrepintió de haber dado
libertad a esos malagradecidos, para la próxima sacaría lección.
Al subir una montaña, encontraron una maleta lleno de ropas y dinero, más allá una mu-
la muerta. Luego vieron que en el borde de la montaña, la famosa Sierra Morena, titilaba
una sombra que parecía no llevar nada más que su calzón de bayeta. Vieron también un
cabrero paciendo sus cabras. Llamaron al cabrero y aquél vino ante ellos. El cabrero les
decía no saber nada, también había visto la maleta y no se había atrevido a recoger. Al
voltear, vieron que este hombre con poca ropa estaba frente a ellos. Estaba loco. A esto
quijote le preguntó que le había motivado andar solo por este peñasco. A esto, le contó,
después de haberse identificado como Cardenio le advirtió que no le interrumpiera su re-
lato, sobre una tal Luscinda que había sido la causa de su locura; pero cuando escuchó
nombrar Amadis de Gaula, Quijote interrumpió. A esto, Cardenio se puso furioso lanzán-
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dose contra Quijote y se produjo una lite del que salió pegado Quijote. Luego Quijote se
fue con Sancho. Al voltear la montaña, vieron un hermoso prado. Y Sancho dijo que quer-
ía regresar a casa, a ello, Quijote le contestó que se marchara solo, pero él se quedará
haciendo una penitencia al estilo Beltenebros, un caballero que había leído en los libros.
Al final arreglaron que vaya llevándose una carta a su señora Dulcinea y otro a su sobrina
y ama. Así se quedó Quijote en la Sierra Morena haciendo penitencia en honor a su seño-
ra.
Sancho se acerca a la venta a cuyo ventero no habían pagado. De la venta salen dos
hombres, se trataba del cura y el barbero, amigos de Quijote; ellos habían venido en bus-
ca del amigo perdido. Sancho le dijo que estaba haciendo penitencia en la montaña. A
esto, le dijeron que les guiara. Y planearon para que regrese Quijote a casa. El cura se
disfrazaría de una dama y el barbero de su escudero. Viendo una dama, de inmediato se
sentiría persuadido.
En la Sierra Morena, se encontraron con Cardenio quien contóles el relato completo de
su desagracia. Luscinda su amada le había traicionado casándose con don Fernando,
patrón de Cardenio. Aunque Luscinda había prometido que al momento de casarse iba
matarse con una daga. Pero fue lo contrario. Y para que nadie se entere se había dirigido
hacia esta montaña desolada. En eso, ven acercarse una dama, exageradamente bella. A
Cardenio le hizo recuerdo a su hermosa Luscinda, pero no era aquélla. La dama, en un
inicio, no quiso hablar; pero por la persuasión del cura, fue posible el diálogo y dijo llamar-
se Dorotea. Al ser preguntada sobre el motivo de su pase por esta solitaria montaña res-
pondió que un tal Fernando le había engañado casándose con otra, con una tal Luscinda,
Cardenio escuchaba todo eso; además dijo que Luscinda estaba comprometida con un tal
Cardenio, pero después de casarse Luscinda se desmayó y encontraron una carta donde
decía que estaba comprometida. Luego, el aludido dijo que ese Cardenio era él. Dorotea
se asombró, al final, dijeron que ambos compartirían su desgracia yéndose a rehacer sus
vidas. El cura y el barbero, igualmente asombrados, contaron sus motivos de su visita a
Sierra Morena. Dorotea dijo que ella podría actuar mejor de esa dama en vez del cura. Así
quedaron.
Cuando Sancho le había informado sobre la entrega de su carta a su señora que era fal-
so, Dorotea se acercó a Quijote sobre una mula acompañado por su escudero, era el bar-
bero disfrazado. Al escuchar que la dama quería sus servicios que consistía en vencer a
un gigante que había usurpado las tierras del reinado de su padre, inmediatamente
aceptó. Ella dijo ser del reinado de Micomicón, por lo que la llamó señora Micomicona. El
cura y Cardenio ya se alejaban de la montaña y esperarían en el camino; mientras Mico-
micona conducía a Quijote. Así llegaron a la venta donde antes ya habían visitado. El ven-
tero, su esposa y las muchachas alegres recibieron a sus huéspedes porque esta vez,
Quijote no se irá sin pagar porque el cura se hará responsable de la paga. Quijote como
estaba cansado, después de haber comido, se entregó al sueño. Estaban Cardenio, Lus-
cinda, el cura, el barbero, Sancho conversando, en eso, ven que llegaban un hombre de a
caballo trayendo a una dama, tapada hasta el medio rostro, y acompañado por unos mo-
zos. Al descubrirse la dama fue reconocida como Luscinda y el hombre don Fernando.
Cuenta que Luscinda se había escapado y don Fernando la halló y estaban de regreso,
pero Luscinda se había mantenido callada. Dorotea al reconocer a don Fernando le pidió
que tome por esposa tal como se lo había prometido, él aceptó. Así Dorotea quedó con
Fernando, Cardenio, con su amada Luscinda. En la venta sucedieron otros felices en-
cuentros más.
Llegaron a la venta los hombres de la Santa Hermandad, hombres de ―justicia‖, para
apresar a Quijote por haber liberado a algunos presos que iban conducidos para servir al
rey. El cura les rogó que no apresaran porque no estaba en su juicio. Aceptaron tal ruego
fue enjaulado para llevar en su feliz retorno a su casa. Quijote que también se hacía
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llamar ―El Caballero de la Triste Figura‖, se despertó y no podía menearse y díjose que
estaba encantado, así regresó a su tierra. En el camino, un canónigo les alcanzó y sobre
Quijote comentó que cómo los libros han podido enloquecer tanto. ―Los libros no sólo
de-ben ser para deleitar; sino también para enseñar. Los libros de caballerías no hacen
sino enloquecer a sus lectores cuyos personajes no son reales‖.
A la llegada de Quijote, acudió doña Juana Panza esposa de Sancho Panza. Las aven-
turas serán contadas a su esposa y a sus hijos.
Hasta aquí la primera parte de ―El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha‖ y
consta de 52 capítulos.
La segunda parte narrará sobre la tercera salida; Sancho como Gobernador de una Ínsu-
la y la muerte de don Quijote de la Mancha que consta de 74 capítulos.
CUESTIONARIO Nº 6
¿Cuántas novelas comprende la obra ―Novelas Ejemplares‖ escrita por Miguel de Cer-
vantes Saavedra?
0 14
1 13
2 15
3 10
4 12
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
1 140.
2 150.
3 125.
4 126.
¿Cómo es el orden de la novela ―El Quijote de la Mancha‖?
0.0 Rectangular.
0.1 Búsqueda de aventuras.
0.2 Realización de aventuras.
0.3 Circular.
0.4 Paralelo.
Acerca de la novela ―Aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha‖, es-
criba dentro de los paréntesis (V) si la proposición es verdadera y, (F) si es falsa:
1) Los temas principales de la obra son: la misión caballeresca (aventuras) y el cho-
que entre realidad y fantasía. ( )
2) Sancho Panza es un noble escudero y vecino del Quijote. ( )
3) La obra concluye cuando don Quijote se enferma con fiebre y después se retira
definitivamente de la vida aventurera y viaja a Valladolid. ( )
4) La primera salida del Quijote concluye cuando un campesino de un palazo derriba
a don Alonso, a quien se le cree muerto. ( )
En su tercera salida don Quijote vence al caballero del bosque o de los espejos. ( )
0 F–V–V–V-F
1 V–F–V–F–V
2 F–V–F–V–F
3 F–F–V–V–F
4 V–F–F–F–V
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
PEDRO ANTONIO CALDERÓN DE LA BARCA HENAO
DE LA BARREDA Y RIAÑO
CALIFICATIVO: “Mons-
truo de Ingenio”
RASGOS BIOGRÁFICOS:
APODO: “El Perantón”
Pedro Calderón de la Barca nació
en Madrid en 1600. Fue discípulo
de Lope de Vega. Estudió en Al-
calá y Salamanca donde adquirió
ÉPOCA: Edad de Oro. una profunda formación teológica.
A los veintitrés años escribió sus
CORRIENTE LITERARIA: Barroco primeras comedias, haciéndose
cargo del teatro de palacio tras la
GÉNERO LITERARIO: Teatro (Drama, auto muerte de Lope de Vega. Estrena-
sacramental). ba sus comedias para el Rey y sus
cortesanos. En 1651 se ordenó
sacerdote y se trasladó a Toledo.
Felipe IV lo llamó de nuevo para
que fuese su capellán de honor.
OBRAS: Murió en Madrid en 1681.
Dramas filosóficos
―La Vida es Sueño‖ (1635 obra cumbre)
―En esta vida todo es verdad y todo es mentira‖
Dramas Trágicos
―El Alcalde de Zalamea‖ (1640)
―El mayor monstruo, los celos‖ (1637)
―El Médico de su Honra‖ (1629 –
1637) Dramas Religiosos
―La devoción de la Cruz‖
―El mágico prodigioso‖ (1637)
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Comedias de Capa y Espada
―La Dama duende‖ (1629 mejor)
―Casa con dos puertas es mala de guardar‖
Autos Sacramentales
―El Gran Teatro del Mundo‖
―El divino Orfeo‖
―El Santo Rey don Fernando‖
―La Cena del Rey Baltazar‖
―La devoción de la misa‖
―El gran mercado del mundo‖
Calderón de la Barca, ha escrito en total 120 Comedias y 80 Autos sacramentales.
LA VIDA ES SUEÑO
(Argumento)
Anochecía en aquel desolado rincón del mundo. Por ese instante, aparecen dos sombras.
Al ver, Segismundo lanza sus lamentaciones. Es escuchado por las sombras. Cuyas
sombras eran de Rosaura y Clarín, unos viajeros que pasaban por aquel lugar. Segis-
mundo, al ver, se asombró de la belleza de Rosaura. Tal episodio fue descubierto por Clo-
taldo, carcelero que mantiene preso en la torre a Segismundo. Clotaldo no dudaría en in-
formar al rey sobre el suceso para que castigue con la muerte a ambos intrusos; sin em-
bargo, la espada que traía la mujer, le llama la atención. Le confiesa que alguien le había
entregado la espada para que lleve a Polonia y muestre entre los nobles y vería el resul-
tado. Pues, era la espada de Clotaldo que había dejado, hace mucho, para que entreguen
a su hijo, en este caso, era una hija. A Clotaldo, tal hecho le obligaba a proteger a su hija.
Por otro lado, la lealtad a su rey era grande. Se encontraba entre la espada y la pared,
como quien dice. También le narra que su viaje tenía por objeto vengarse de Astolfo, nieto
del rey, quien había derribado su honra.
Clotaldo, acompañado de soldados, conduce a Rosaura y Clarín ante el rey, muy pre-
ocupado. Al encuentro con el rey, Clotaldo, muy nervioso, le da parte de los intrusos. El
rey recibe la noticia con mucha tranquilidad y le dice que ya había anunciado al pueblo
que tenía un hijo encerrado en la torre por cuestiones de oráculo, quien sería su sucesor y
no sus nietos, Estrella y Astolfo. Por fin, regresa la tranquilidad para Clotaldo. Luego, Ro-
saura se convierte en criada de Estrella y Clarín, de Clotaldo.
El rey, con tanto entusiasmo, siente la necesidad de sacar de la prisión a Segismundo
para ver el comportamiento del futuro rey. Clotaldo prevé que sería muy riesgoso. El rey le
instruye que sacaría de aquel cautiverio en estado de sueño bajo un brebaje que provoca
un profundo sueño. Tal instrucción es aplicada al pie de la letra por Clotaldo, viendo ópti-
mos resultados. Segismundo abre los ojos en el palacio; entra en una terrible confusión:
vestido de principesco y muchas comodidades a su alrededor. Todos le tienen por señor,
-134-
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hasta su propio rígido carcelero le trata de señor ¿Qué pasó? Clotaldo le dice incoheren-
cias como, que él es el príncipe heredero de la corona de Polonia. Segismundo confundi-
do se irrita en contra de Clotaldo, en contra de cualquiera que le contradiga. Incluso, a un
criado que le molesta le avienta por el balcón. El único que le agrada es Clarín. El rey muy
preocupado ordena que retornara a la torre.
Segismundo dormido en la torre, entresueños, deliraba. Clarín compadeciéndose de su
príncipe lanzó frases halagadoras a Segismundo. Al ver, Clotaldo ordenó encerrar a
Clarín.
Segismundo, ya despierto, reflexionó que la vida es sueño.
Clarín medita resignándose de su cautiverio. De pronto, escucha unos ruidos del exte-
rior. Luego, clarín descubre que habían abierto la puerta a forcejeos. Unos soldados en-
cuentran a Clarín y se inclinaron ante él implorando respeto y alabanzas. Clarín no en-
tendía de lo que pasaba. Y, alguien pregunta quien era Segismundo y Clarín responde:
―yo‖. Uno de los soldados, muy enfurecido, se dirige hacia él acusándole de mentiroso.
Segismundo abandona la torre escoltado por la comitiva de soldados para vengarse de
su padre quien había dejado en esa desolada torre convirtiéndole en una fiera humana.
Los soldados lanzaban voces y alabanzas proclamando a su rey.
El rey Basilio abandona enfurecido el palacio para ir al encuentro con su hijo.
Se enfrentan en una batalla entre el bando del rey y el de Segismundo. Sale derrotado
el del rey. El rey Basilio se dirige hacia su hijo y se presenta arrodillado. Segismundo le
abraza a su padre; el rey Basilio, padre de éste, admite el triunfo de su hijo.
CUESTIONARIO Nº 7
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¿Quién es el personaje principal de la obra teatral ―La vida es sueño‖?
0 Basilio, rey de Polonia.
1 Segismundo, hijo de Basilio.
2 Clotaldo, encargado de vigilar la prisión de Segismundo.
3 Astolfo.
4 Estrella.
-136-
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ÉPOCA: Contemporánea.
No publicó ninguna
obra en vida. Sus ami-
CORRIENTE LITERARIA:
gos publicaron en
Romanticismo
1871 con el título de
―Obras de Gusta- GÉNERO LITERARIO:
vo Adolfo Lírico, Narrativo (Leyenda)
Bécquer”.
RASGOS BIOGRÁFICOS:
Nació en Sevilla en el año de 1836, hijo de un pintor y hermano de otro, Valeriano. Tam-
bién él mismo practicó la pintura, pero, después de quedarse huérfano y trasladarse a
Madrid, en 1854, la abandonó para dedicarse exclusivamente a la literatura.
No logró tener éxito y vivió en la pobreza, colaborando en periódicos de poca categoría.
Posteriormente escribió en otros más importantes, donde publicó crónicas sociales, algu-
nas de sus Leyendas y los ensayos costumbristas “Cartas desde mi celda”. Obtuvo un
cargo muy bien pagado, en 1864, de censor oficial de novelas.
Hacia 1867 escribió sus famosas “Rimas” y las preparaba para su publicación, pero
con la Revolución de 1868 se perdió el manuscrito y el poeta tuvo que preparar otro, en
parte de memoria.
Su matrimonio, con la hija de un médico, le dio tres hijos, pero se deshizo en 1868.
Bécquer, que desde 1858 estaba aquejado de una grave enfermedad, probablemente tu-
berculosa o venérea, se trasladó a Toledo, a casa de su hermano Valeriano. Éste murió en
septiembre de 1870 y el poeta el 22 de diciembre, a los 34 años.
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“RIMAS” (1868)
RIMA LI
CUESTIONARIO Nº 8
5–1–2–3-4
5–3–1–2-4
3–4–1–2-5
5-4–3–1–2
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0 4–3–1-2–5
¿Con qué título se agrupan todas las narraciones en prosa escritas por Bécquer?
0.0 Tradiciones.
0.1 Narraciones breves.
0.2 Leyendas.
0.3 Rimas.
0.4 Pesares.
Las narraciones en prosa de Bécquer son …………………… y están escritas con un estilo
………………, delicado y ……………………..
0.0 treinta y dos – elegante – complaciente
0.1 veinte – franco – sincero
0.2 treinta – abierto – vaporoso
0.3 veintidós – vaporoso – rítmico
0.4 veintiocho – comprensible – amoroso
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FÉLIX LOPE DE VEGA Y CARPIO
CORRIENTE LITE-
RARIA:
Renacimiento, Barroco
GÉNERO Y ESPECIE:
Teatro épico – Lírico,
narrativo (novela).
RASGOS BIOGRÁFICOS:
Félix Lope de Vega y Carpio nació en Madrid el 25 de noviembre el 1562. Abandonó sus
estudios por una mujer. Después vivió una intensa pasión con Elena Osorio, la Filis de
sus poemas. Cuando Elena lo abandonó, Lope, raptó a Isabel de Urbina. En 1594, Isabel
murió al dar a luz a su segunda hija.
En 1595 tuvo otro escándalo amoroso, en 1598 contrajo matrimonio con doña Juana de
Guardo, no le dedicó ni un solo verso. En esa época, Lope se enamoró de la actriz Mi-
caela Luján (Camila Lucinada). Fue conocido como el “Fénix de los Ingenios”.
-141-
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En 1613, la muerte de su esposa y de su hijo Carlos Félix le causó una profunda crisis
religiosa que le llevó a ordenarse sacerdote. Nuevamente volvió a enamorarse, esta vez
de Marta de Nevares (Amarilis y Marcia Leonarda), el gran amor de su vida y un nuevo
escándalo, porque ya estaba casada. En 1628 Marta se quedó ciega y, enloqueció; murió
en 1632.
El 27 de agosto de 1635, Lope de Vega falleció en Madrid.
Su producción literaria es prolífica, escribió más de 1.500 obras, de las que se conservan
Donde Lope alcanza su mayor esplendor, es en las obras basadas en la historia y
leyendas nacionales. Además, escribió una importante producción lírica.
OBRAS:
Teatro:
―Fuente ovejuna‖ (1612 – 1614)
―Peribáñez y el Comendador de Ocaña‖ (1614)
―La Estrella de Sevilla‖
―El Caballero de Olmedo‖ (1620)
―El Alcalde de Zalamea‖
―Porfiar hasta morir‖
“Lo cierto por lo dudoso”
―El Mejor Alcalde, el Rey‖
―La Dama boba‖
―El castigo sin venganza‖
―El Acero de Madrid‖
―La Moza del Cántaro‖
―El Rey sin Reino‖
―El verdadero amante‖
―El perro del hortelano‖
―El villano en su rincón‖
Poesía:
―La hermosura de Angélica‖ (1602)
―Jerusalén conquistada‖ (1609)
―La Dragontea‖ (1598)
“Gatomaquia” (1634 de carácter burlesco)
Prosa (novelas):
―La Arcadia‖ (1598)
―El peregrino en su patria‖ (1604)
―Pastores de Belén‖ (1612)
―Novelas a Marcia Leonarda‖ (1624)
―La Dorotea‖ (1632 la mejor)
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FUENTE OVEJUNA
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podía creerlo tal valor de su hija. Los pobladores aprobaron la proposición de la dama va-
liente.
Mientras, Fernán Gómez de Guzmán castiga a Frondoso que tenía preso en su casa.
De repente, se escuchó la bulla, afuera. Los soldados quisieron evitar la entrada de la
muchedumbre, fue en vano. La multitud indignada hizo justicia matando al tirano que ven-
ía causando mucho daño a los pobladores de Fuenteovejuna.
Los reyes, Doña Isabel y don Fernando, se enteraron del incidente de la boca de Flores,
soldado del comendador muerto, quien se había salvado de las manos justicieras del
pueblo.
Los reyes enviaron al juez acompañado de soldados para que averigüe acerca del cul-
pable para castigar ejemplarmente. Sin embargo, cuando el juez llegó a fuenteovejuna
todos respondieron a la pregunta ¿Quién mató al comendador?: Fuenteovejuna, señor. El
juez regreso con esta noticia hacia su rey. El juez había sometido a la interrogación ator-
mentadora a trescientas personas entre niños, jóvenes, adultos y ancianos y todos res-
pondían a la pregunta, quién mató al comendador: Fuenteovejuna, señor. Sin hallar cul-
pable alguno, el rey perdonó a Fuenteovejuna.
-144-
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condesa. Teodoro está muy confundido y dice que Diana era como el Perro del Hortelano:
no comía ni dejaba de comer. Ricardo y Federico están celosos con el criado de Diana:
Teodoro. Por eso, planean matar a Teodoro ofreciéndole una cantidad de dinero a Tristán
que era lacayo de Teodoro. Tristán le dice a su señor que quieren matarlo. Hace saber
esto a Diana, el mismo Teodoro. Diana insta que se vaya a España. Cuando Teodoro es-
taba con los preparativos de su viaje, se sabe que el viejo Conde Ludovico, era padre de
éste. Diana al saber que era proveniente de esta estirpe, ya no oculta su amor por Teodo-
ro. Teodoro y Diana son encontrados por Ludovico y éste promete casarlos. Y desborda-
do de alegría, Ludovico dice: ―Detenga la Fortuna, en tanto bien, con clavo de oro la rue-
da. Dos hijos saco de aquí, si vine por uno‖.
CUESTIONARIO Nº 9
La obra teatral sobre crónicas y leyendas españolas que pertenece a Félix Lope de Vega
es:
0.0 Fuente ovejuna.
0.1 La vida es sueño.
0.2 Cuando pitos, flautas; cuando flautas, pitos.
0.3 Las flores del romero.
0.4 Dineros son calidad.
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A Félix Lope de Vega qué le produjo una profunda crisis religiosa que lo llevó a orde-narse
sacerdote?
0.0.0 La pérdida de su adorada madre.
0.0.1 La trágica muerte de su respetable padre.
0.0.2 La muerte de su esposa y de su hijo Carlos Félix.
0.0.3 El enterarse que Marta Nevares, el gran amor de su vida, estaba casada.
0.0.4 La dolorosa noticia que su esposa lo abandonó.
1 Félix Lope de Vega escribió más de ………………………… obras, de las que se con-
servan ……………………………..
0 1 200 - 570
1 1 800 – 680
2 1 500 - 470
3 2 000 – 700
4 1 600 – 570
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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Premio
Nóbel
de Literatura
(1956)
RASGOS BIOGRÁFICOS:
Este poeta español nace en Moguer a las doce de la noche del 23 de diciembre de 1881.
Juan es el cuarto hijo de una familia rica. Pasa la infancia en Moguer, empieza a intere-
sarse por la poesía y por la pintura. Como bachiller en 1896 marcha a Sevilla para estu-
diar pintura y derecho en la universidad. Con 16 años salen sus primeros textos poéticos.
A causa de la muerte de su padre tiene depresiones graves y se queda en unos sanato-
rios unos años. Cuando vuelve tiene todavía mucho miedo de la muerte y se encierra, y
levanta barricadas antes de la puerta para que la muerte no pueda entrar y cogerlo. Es
muy trágico.
De 1905 hasta 1911 vive en Moguer y decide después de vivir definitivamente en Madrid.
Conoce a Zenobia Camprubí Aymar y 3 años después se casan en la Iglesia católica de
St. Stephen, de Nueva York. Se instalan en la Residencia de Estudiantes. Zenobia tiene
mucha influencia en la vida y obra de Juan Ramón. Los dos trabajan como traductores.
En la guerra civil van en el exilio a los EE.UU. Allá, Juan es profesor en Universidades en
Miami. En 1951 trasladan a Puerto Rico. Zenobia cae enferma y debe ser operada de
cáncer.
En 1956, cuando tenía 75 años, recibe el Premio Nobel de Literatura. Tres días des-
pués muere su mujer. El 29 de mayo de 1958 muere Juan Ramón Jiménez en la Clínica
Mimiya de Santurce. Sus restos, juntos con los de Zenobia, están ahora en el cementerio
de Jesús en Moguer en España.
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OBRAS:
Poesía en Prosa
-―Platero y Yo‖ (1914).
- “Españoles de Tres Mundos” es la obra anecdóticamente ligado al Perú por aquél fic-
ticio amor de Georgina Hubner.
―Poemas Mágicos y dolientes‖
―Diario de un Poeta recién casado‖ (1917)
―Sonetos Espirituales‖ (1917)
―Animal de Fondo‖ (1949)
Producción Lírica
―Rimas‖ (1902)
―Arias Tristes‖ (1903)
―Jardines lejanos‖ (1904)
―Eternidades‖ (mejor obra lírica)
―Ninfeas‖
―Soledad Sonora‖ (1911 )
Genial Prosa poética dedicada a los niños. La obra se originó en las impresiones experi-
mentadas por el poeta durante una temporada en que para reponer su quebrantada salud,
pasó en el campo con el burrito Platero que era compañero de sus excursiones.
El animal ha sido humanizado y convertido en un personaje legendario gracias a la fuerza
lírica del autor; El pronombre YO representa a Juan Ramón Jiménez; los paisajes que
describe son los de Moguer (Andalucía) tierra del poeta.
En el capítulo CXXXII (132) del poema Platero muere al parecer por haber comido una
mala raíz. El médico que revisó al burrito cuando murió fue el viejo Darbón.
―Platero y yo‖ es una Prosa Poética, consta de 138 capítulos.
APRECIACIÓN CRÍTICA
La influencia del modernismo se percibe en sus primeros libros, aunque su mundo poético pronto
apunta, como el de Bécquer, hacia lo inefable, con unos poemas
-148-
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
hechos a partir de sensaciones refinadas por la espiritualidad, y de sutiles estados
líricos, con un lenguaje musical.
El arte de Juan Ramón Jiménez se hace independiente de cualquier escuela, aunque el
simbolismo, ya totalmente asumido, siga influyendo en su poesía casi hasta el final. Con el
paso de los años su estilo se hace cada vez más depurado, siempre en busca de la
belleza absoluta, de la poesía y del espíritu que él intenta fundir con su liris-mo esencial
interior.
En el animal de fondo lo expresa con un lenguaje próximo a una religiosidad inmanen-te y
panteísta.
La poesía antes que palabra es conciencia; inteligencia que permite al poeta nombrar.
0 El tiempo acaba fundiéndose con el espacio. El poeta simbolista, romántico y me-
tafísico, se revela finalmente como un visionario y metafísico que mantiene una alta
tensión poética a partir de iluminaciones nacidas en lo profundo de su sensibilidad.
CUESTIONARIO Nº 10
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6. Acerca de la vida de Juan Ramón Jiménez, relaciona o aparea la columna A y B:
COLUMNA A COLUMNA B
1) Zenobia Camprubí Aymar ( ) escribió sus primeros textos
2) A los 16 años ( ) Profesor en Universidades en Miami
3) Producción poética ( ) falleció
4) EE. UU. ( ) esposa
5) 29 de mayo de 1958 ( ) se caracteriza por la pureza de su estilo
4.0 5–1–2–3-4
4.1 5–3–1–2-4
4.2 2–4–5–1-3
4.3 5-4–3–1–2
4.4 4–3–1-2–5
La obra poética de Juan Ramón Jiménez es muy …………………, con libros que a lo
largo de su ………….., en un afán constante de superación, fue…………………….
a) pequeña – inspiración – guardando
b) numerosa – vida - repudiando
c) escasa – accionar – conservando
d) peculiar – producción – renovando
e) especial – peregrinar – publicando.
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CALIFICATIVO:
“El Poeta Nacional”.
CONSIDERADO COMO:
“El más español de los
poetas españoles”.
ÉPOCA : Resurgimiento.
CORRIENTE LITERARIA : Romanticismo
GÉNERO LITERARIO :Épico, lírico, teatro (drama)
RASGOS BIOGRÁFICOS:
El poeta y dramaturgo español Don José Zorrilla y Moral nació en Valladolid en el año
1817 y falleció en Madrid en 1893. Desde muy joven su afición a la literatura de autores
como Walter Scott, F.Cooper, Chateubriand, Dumas, Victor Hugo, Rivas o Espronceda.
A los 19 años se inició en su hacer literario frecuentando los ambientes artísticos y bo-
hemios de Madrid.
A la muerte de Larra, J. Zorrilla declama en su memoria un improvisado poema que a la
postre le consagraría como poeta de renombre.
Comenzó a escribir para "El Español" y para "El Porvenir". Estuvo casado en dos ocasio-
nes. En su primer matrimonio con Matilde Railly la infelicidad marcó su vida y su carác-
ter. Al enviudar casó con Juana Pacheco.
Residió en París donde mantuvo amistad con Víctor Hugo. Pasó once años de su vida en
México bajo la protección y mecenazgo del Emperador Maximilano.
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
OBRAS:
¿Tan mal se hablaría de don Juan Tenorio? Don Gonzalo de Ulloa, el comendador de Ca-
latrava, que iba ser su futuro suegro, hasta su padre don Diego Tenorio, habían acudido a
una apuesta que había hecho don Juan Tenorio a don Luis Mejía. La apuesta consistía en
quién era el más avezado y apuesto en la conquista de las mujeres, en matar a aquello
que se interponía en su camino y burlaba mejor a la justicia.
Se encontraban en una sala de la hostería ―El Laurel‖ de Sevilla cuyo dueño era Cristó-
fano Buttarelli. Había algunos testigos y dos caballeros con antifaz que no querían ser
descubiertos, al parecer. Don Juan Tenorio iba diciendo que tanto en Roma como en
Nápoles había sido muy bueno con las mujeres, sacándose una lista demostraba que ya
iba en sus conquistas, alrededor de 72 mujeres; don Luis Mejía, tanto en España, Alema-
nia y Francia, exactamente, 50, actualmente, estaba por casarse con doña Ana de Panto-
ja, una mujer muy codiciada en Sevilla. Juan Tenorio le iba llevando en número. Luego,
-152-
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
siempre con la lista en la mano, había victimado más de 32 personas y el otro, no más de
23; en este asunto tampoco perdía don Juan. A ello, remató que burló a la justicia y muje-
res vendió. Le llevó la ventaja Don Juan Tenorio, definitivamente. El otro no se quedó
atrás y le dijo que actualmente quién tenía una novicia que estrenar, al recordarse que al
día siguiente iba a casarse con Ana de Pantoja. A ello, don Juan Tenorio dijo que le reta-
ba que podría convertir en su dama a la novia de un amigo, refiriéndose a don Luis. Esa
misma noche haría su novia y Luis, muy amargo, aceptó el reto. Al terminar esta contien-
da, se les acercó el primer hombre con antifaz, muy exaltado, y al quitarse la máscara se
descubrió que era don Gonzalo de Ulloa. Le dijo que no casaría a su hija, doña Inés de
Ulloa, con el peor hombre como era don Juan Tenorio, que sólo el ver le causaba asco. A
esto, Tenorio le dijo que esa misma noche raptaría a su hija y no era conveniente armarse
líos con él, menos, negar la mano de su hija. Primero sobre mi cadáver, diciendo esto se
marchó. El segundo de antifaz, también se acercó para reprocharle, y se descubrió como
don Diego Tenorio, su padre, quien le dijo que desconocía como a su hijo y se marchó. No
le causó la menor incomodidad.
Esa noche, al ver que don Luis salía de la casa de doña Ana de Pantoja, con la ayuda de
su criado Ciutte, detuvo para luego ocultar en una bodega e impedir su matrimonio que
iba ser al día siguiente. Luego se dirigió a un convento, donde se encontraba doña Inés
de Ulloa, para cumplir lo prometido al padre de ésta. Así raptó a doña Inés, desmayada,
con la ayuda de Brígida que era el ama. Cuando se despertó en el aposento desconocido
le pidió a Brígida que se fueran de allí, no se sentía bien; pero Brígida la convenció que-
darse en esta quinta, estaba lejos de Sevilla cruzando un río, que era de Tenorio. Mien-
tras, Tenorio estaría cumpliendo la promesa a don Luis.
Cuando llegó don Juan tenorio a la quinta, Inés le dijo que no quería saber nada con él;
pero con un aturullamiento romántico impuso su amor. Al final, le aceptó como su novio.
En eso, escuchó algún griterío, al ver por el balcón se enteró que don Luis, al escapar de
la bodega, cruzaba el río. Se enfrentó a él, mientras, llegaba a su quinta don Gonzalo de
Ulloa con varios hombres. A Luis y Gonzalo, les hizo pasar a una sala, allí les disparó
matándoles a ambos. Cuando llegaron los alguaciles, al escuchar el ruido de los disparos,
Tenorio se había lanzado por el balcón al río. Así escapó.
Después de cinco años regreso a Sevilla. En el lugar de su quinta encontró un hermoso
cementerio de flores aromatizantes. Se levantaban, sobre las tumbas, las estatuas de do-
ña Inés, ostentado su porte; la de don Diego de Rodillas; la de don Gonzalo, también de
rodillas y la de don Luis mirándolas. Al entrar, encontró a un hombre que dijo ser el escul-
tor de dichas estatuas. Y le contó toda la historia como es que se construyó este cemente-
rio y sobre la muerte de doña Inés, y todas las muertes causadas por un mal hombre lla-
mado don Juan Tenorio, ignorando que le contaba a él mismo. Al ser obligado que se fue-
ra, se fue el escultor. Don Juan se quedó delirando discursos alusivos a la doña Inés apo-
yado a su estatua. Luego, vio que la estatua se cubrió de humo y al extinguirse el humo
desapareció la estatua. Dijo estar soñando o se estaba volviendo loco. A ello, apareció la
sombra de doña Inés que le habló de su amor. Luego, por la entrada aparecieron el ca-
pitán Centellas y don Avellaneda, sus antiguos amigos. No les dijo de tales apariciones de
sombras. Y se salió juntos a aquellos invitando a la cena a la estatua de don Gonzalo. Sus
amigos le dijeron que dejara en paz a la estatua.
Al llegar un día antes de su visita al cementerio, había comprado una casa en Sevilla. La
cena se realizará ahí. Su criado Ciutte les servirá la comida. Cuando estaban a punto de
servirse una copa de trago, se dejó escuchar una voz que llamaba, luego se apagaba, y
otra vez. Cruzó la puerta la estatua de don Gonzalo y le dijo que venía por su invitación
que le había hecho en el cementerio; el capitán y don Avellaneda cayeron desmayados. Y
el fantasma le dijo que tenía las horas contadas que al día siguiente morirá, definitivamen-
te, y que le visitara el cementerio antes de morir. Y se fue. Al rato, se despertaron los
-153-
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
desmayados. Al creer que todo esto sería una broma que ellos le hacían, desenvainó su
espada y se fue contra el capitán y se armó la pelea.
Al día siguiente, visitó el cementerio, persuadido por el fantasma. Al igual que para una
cena, vio una mesa, a ella, unas sillas, puesta una copa de fuego, un plato de ceniza y un
reloj de arena. Y le dijo la estatua que eso representaba que con el fuego su cuerpo se
convertirá en ceniza y el reloj medía el tiempo de su vida. Y le dijo, en sí, su cuerpo ya
estaba muerto que anoche el capitán le había matado. Se escuchan unas campadas, le
dijo que sonaba por él; luego se oía una música fúnebre que tocaba para él, enseguida,
vio que entraban al cementerio un ataúd, le dijo adentro está su cuerpo. Estaba anonada-
do el pobre Tenorio. Al ser enterrado, su cuerpo se junto con el de doña Inés y de sus bo-
cas salieron sus espíritus en forma de fuegos y desaparecieron en el espacio.
CUESTIONARIO Nº 11
A los cuántos año de edad José Zorrilla y Moral se inició en su hacer literario frecuentando los
ambientes artísticos y bohemios de Madrid
0 16 años.
1 17 años.
2 18 años.
3 20 años.
4 19 años.
Desde muy joven José Zorrilla y Moral fue aficionado a la literatura, quién no influyó en su
producción literaria:
0 Víctor Hugo.
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1 José de Espronceda.
2 Walter Scout.
3 José de Larra
4 Alejandro Dunas.
No es personaje del drama ―Don Juan tenorio‖ escrito por José Zorrilla y Moral:
0 Don Luis.
1 Don Juan.
2 Doña Ana Pantoja.
3 Don Carlos.
4 Ana.
-155-
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
ANTONIO MACHADO Y RUIZ
CALIFICATIVO:
“El Luminoso y Profundo Poeta”
ÉPOCA:
Contemporánea. Considerado como el
mejor Lírico de la ge-
CORRIENTE: Generación del neración 98.
98, modernismo.
Fue amigo de Rubén
GÉNERO LITERARIO: Darío y Unamuno.
Lírico, teatro (comedia)
RASGOS BIOGRÁFICOS:
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
esas mismas fechas conoció a Unamuno, Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez y otros des-
tacados escritores con los que mantuvo una estrecha amistad.
Fue catedrático de francés, y se casó con Leonor Izquierdo, que morirá en 1912.
En 1927 fue elegido miembro de la Real Academia Española de la lengua.
Durante los años veinte y treinta escribió teatro en compañía de su hermano, también
poeta, Manuel, estrenando varias obras entre las que destacan ―La Lola se va a los
puer-tos‖, de 1929, y ―La duquesa de Benamejí‖, de 1931.
Poco antes de finalizar la guerra civil, a los 63 años de edad, Machado fue desterrado. Se
refugió entonces, junto con su madre en un pueblito francés, próximo a la frontera espa-
ñola, llamado Collioure. Allí murió cuando no había pasado ni un mes desde la salida de
España, en1939. Su madre moriría dos días después.
OBRAS:
Verso
―Soledades‖ (1903)
―Campos de Castilla‖ (1912) obra cumbre.
― Nuevas Canciones‖ (1924)
―Poesías Completas‖
―La Guerra‖
― Cancionero Apócrifo‖
Prosa
―Abel Martín‖
―Juan de Mairena‖ (1936)
―Los Complementarios‖
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CAMPOS DE CASTILLA
TEMA: La Lírica de Machado aporta 3
temas:
La preocupación histórica
El paisaje
El amor.
APRECIACIÓN CRÍTICA
El paisaje aparece recogido unas veces de forma objetiva, sin artificios ―A orillas del
Duero”, y a veces lo descubrimos con una intención oculta bajo las descripciones de
Castilla, que nos sugieren la preocupación del poeta sobre temas tales como la patria o
la soledad… ―El mañana efímero”, ―Una España joven…‖ temas propios de la
Genera-ción del 98, a la que no pertenecía ―de facto‖, pero de la que declarará: “Mi
relación con aquellos hombres es la de un discípulo con sus maestros…”, relación
en ver-dad escasa y de cara a la galería.
Sus contemporáneos le describen como un hombre austero, humilde de carácter y que
siempre rehusó todo tipo de honores (Unamuno ironizó sobre su reacción al recibir
el sillón de Académico de la Lengua: “Dios da pañuelo a quien no tiene narices”).
CUESTIONARIO Nº 12
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¿Cuál estimas que es el tema de la obra ―Campos de Castilla‖ escrita por Antonio Ma-
chado y Ruiz?
0 La preocupación histórica, el paisaje y el amor.
1 El recuerdo de la tierra añorada.
2 El sentimiento que brota del terruño.
3 La emoción de volver a la tierra que nos vio nacer.
4 La pasión que despierta los sentimientos.
Su ideal de fraternidad de Antonio Machado y Ruiz en sus últimos años de su vida, lo llevó
a:
0 Proclamar abiertamente la necesidad de las revoluciones a favor de los trabajado-
res.
1 Escribir obras a favor de la gente adinerada.
2 Reclamar abiertamente derechos al capitalismo.
3 Pensar seriamente en la vida.
4 Participar activamente en la vida política de su país.
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CAPITULO VIII
LITERATURA UNIVERSAL
HOMERO
Obras:
La Iliada
La Odisea
La Batracomiomaquia
El Margines
La Tebaida
Los Epígonos
COMENTARIO: en cuanto a la forma o estilo, se sostiene que las descripciones son bre-
ves y exactas y las comparaciones y metáforas son de una gran belleza.
Sus versos se caracterizan por su grandeza, el encanto, el movimiento y su sencillez.
Homero, superando el mundo del mito, creó con conjunto poético de la vida real.
Un aspecto fundamental de ―La Iliada‖ es su infancia educadora. Se le puede llamar
obra ―didáctica‖; porque sus conocimientos influyeron decididamente en la formación de
la juventud griega.
La Iliada: esta epopeya comienza con el rapto de Helena (esposa del rey griego, Mene-
lao) por Paris (hijo de Príamo, rey de Troya). Los griegos consideran una provocación es-
te hecho; lo cual ocasionó una guerra de muchos años entre estos dos países. Termina
esta epopeya con el triunfo de los griegos.
Odisea: se trata de las aventuras de Ulises. Cuando este regresa a su país con sus com-
pañeros, vive una serie de peripecias dentro del mar. Después de muchos años llega a su
Ítaca (isla perteneciente a Grecia). Encuentra su reinado en caos y se venga de todas las
personas que mientras él estaba fuera, quisieron asaltar sus pertenencias.
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SÓFOCLES
Obras:
Ayax
Antígona
Edipo Rey
Edipo en Colono
Electra
Filoctetes
Las traquinias.
EDIPO REY
DANTE ALIGHIERE
Obras:
La Divina Comedia
La vida nueva
De vulgar elocuencia
El convivio
El tratado de Monarchia
Rimas
La Divina Comedia
Consta de tres partes: 1ro. El Infierno (consta de nueve (9) círculos), 2do. El Purgatorio
(consta de siete mesetas de purificación), 3ro. El Paraíso (el encuentro con su amada
Beatriz quien le mostrará varios cielos).
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
SOBRE LA DIVINA COMEDIA
Habiéndome extraviado en una obscura selva poblada por fieras salvajes, vi la figura de
un hombre. Se acercó, cuya sombra me dijo que era de Virgilio, poeta latino. Me guió y
nos acercamos a una gran puerta en cuyo dintel posaba una inscripción que se dejaba
leer: ―Perded toda esperanza, vosotros los que entráis aquí‖. Así entramos en el INFIER-
NO.
En el primer círculo, llamado Limbo, encontré a aquellos de fama que no habían recibi-
do el bautismo cristiano, entre ellos Sócrates, Platón, Homero... En el segundo círculo,
estaba éste más estrecho, el lugar era tan oscuro y no se distinguía nada; se escuchaba,
sólo, el rumor de un mar tempestuoso y furiosos vientos infernales. Aquí estaban los pe-
cadores de carne. Vi a Cleopatra, a la hermosa Helena en este círculo. Llegamos al ter-
cer círculo, aquí encontramos a los pecadores de gula que se encontraban atormentados
por el ladrido de Cerbero, un monstruo con figura de perro y recorría un incesante torrente
de agua y hielo. En el cuarto círculo, encontramos a los avaros que eran atormentados
con castigos indeseables. En el quinto círculo, llegamos al borde de un horroroso lago
de barro, en él revolcábanse aquellos pecadores de ira que les había llevado a la perdi-
ción. En el sexto círculo, estaban los herejes y cismáticos; sufrían horribles tormentos
encerrados en sepulcros de fuego. En el séptimo círculo, aquellos que habían cometido
crímenes de violencia contra alguien, contra sí o contra dios. Estos estaban sumergidos,
sus cabezas, en ríos de sangre. Si intentaban sacar la cabeza, un centauro les disparaba
flechas de fuego. A la voz de mi acompañante, salió el monstruo Fraude que nos bajó en
su dorso hasta el octavo círculo. Allí estaban los aduladores, mentirosos, chismosos,
tiranos, ladrones, hipócritas, asesinos atormentados por espesa lluvia de fuego que les
caía. Así llegamos al último círculo donde encontramos al Lucifer: era un gigante con tres
rostros. El agitar de sus alas mantenía helada el lugar. De sus seis ojos manaba chorros
de lágrimas y sus tres bocas despedazaba cada una a un pecador: Judas Iscariote, Bruno
y Casio, y César.
En aquel momento, descendíamos por la piel peluda de Lucifer a un lugar tenebroso.
Así llegamos al monte de PURGATORIO donde las almas purificaban sus pecados. Su-
bimos a la primera meseta. Aquí encontramos a los pecadores de soberbia que limpia-
ban sus culpas paseando inclinado y fatigado. En la segunda meseta, estaban los envi-
diosos que estaban cosidos sus ojos diciendo: ―amad a vuestros enemigos‖. En la terce-
ra, estaban los pecadores de ira pidiendo perdón y misericordia. En la cuarta, estaban los
pecadores de pereza, melancolía e indiferencia que caminaban agitados. En la quinta,
estaban lo avarientos pos-trados y pegado sus rostros al suelo, llorando y sus-pirando. En
la sexta, estaban aquellos que habían pecado de gula; expiaban su falta sufriendo de
ham-bre y sed, mientras les eran dados la fragancia de exquisitos alimentos. En la última,
entre las llamas
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WILLIAM SHAKESPEARE
Nació el abril de 1564 en Stanford Avon, Inglaterra; acariciado
por la fama y el éxito, murió un 23 de abril de 1616 en su ciu-
dad natal, el mismo día que Miguel de Cervantes Saavedra.
El éxito empezó a sonreírle cuando escribe y estrena
―Ro-meo y Julieta.
Época: Edad Moderna
Mov. Lit.: Renacimiento.
Género Lit.: Teatro (tragedia, comedia, drama), Lírico.
Nombre completo: William Shakespeare Arden
Calificativo: El Cisne de Avón
Obras:
Tragedias
Romeo y Julieta
Hamlet
Otelo
Macbeth
El rey lear
Antonio y Cleopatra
Enrique VI
Ricardo III
Tito Andrónico
Julio César
Coriolano
Troilo y Crésida
Medida por medida
Vida y muerte del rey Juan
Comedias
Los dos hidalgos de Verona
La fierecilla domada
El sueño de una noche de verano
El mercader de Venecia
Mucho ruido para nada
Las alegres comadres de Windsor
Como gustéis
El cuento de invierno
La comedia de los errores
Bien está lo que bien acaba
Trabajos de amor perdido
Duodécima noche
La noche de reyes
Ricardo II
Enrique IV
Enrique V
Cimbelino
La tempestad
Poemario
Venus y Adonis
La violación de Lucrecia
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Sonetos
ROMEO Y JULIETA
(argumento)
Romeo (joven Montesco enamorado de Julieta)
Julieta (moza de la familia de Capuleto)
Fray Lorenzo (amigo de Romeo)
Montesco (cabeza de la familia en enemistad)
Capuleto (cabeza de otra familia en enemistad)
Scala (príncipe de Verona)
Mercucio (amigo de Romeo)
Benvolio (amigo de Romeo y sobrino de Montesco)
Tebaldo (sobrino de la señora Capuleto)
Baltasar (criado de Romeo)
Otros.
Montesco y Capuleto son dos familias que llevan una vida de enemigos. Por tradición son
irreconciliables.
El señor Capuleto organiza una fiesta que acostumbraba todos los años. Son invitados
sus más cercanos amigos. A esta fiesta, Romeo va acompañado de sus amigos Mercucio
y Benvolio. Entran enmascarados a la fiesta. Adentro, se da cuenta de la presencia de
Romeo y sus primos, Tebaldo de la familia de Capuleto. Quiere armar un lío con el propó-
sito de echarles de la fiesta; pero el señor Capuleto evita tal incidente. En la fiesta, romeo
conoce a la bella Julieta, hija de Capuleto. Ambos jóvenes se atraen. Una vez terminada
la fiesta, Romeo se lanza al jardín de la casa para hablarle al balcón de Julieta. Julieta
sale al encuentro y se dicen muchas palabras cargadas de sentimientos. El amor de Ro-
meo es correspondido por su amada. Tanto es el amor que al día siguiente se casan se-
cretamente en complicidad del fray Lorenzo, amigo de Romeo. Esa misma tarde encuen-
tra a Tebaldo y Mercucio luchando. Romeo se interpone separando a los lidiadores; pero
un traicionero movimiento de la mano de Tebaldo hiere de muerte a Mercucio y huye el
agresor. Mercucio muere sangrando. Luego, Tebaldo regresa y provoca a Romeo quien
intenta evitar; pero Tebaldo se viene encima. En el encuentro. Romeo mata a Tebaldo y
huye. En seguida, llega el príncipe de Verona y condena a destierro al desafortunado
Romeo. Él no quiere aceptar el destierro; pero su amigo fray Lorenzo le convence y se va
a Mantua. Mientra Romeo está en exilio; Capuleto le obliga a su hija Julieta a casarse con
el conde Paris. Ella se desespera y va donde fray Lorenzo para pedir consejos. El religio-
so le entrega un brebaje que evitaría el matrimonio. Su uso este narcótico le daba efectos
para simular una muerte temporal. Entonces, para el amanecer del día del matrimonio,
Julieta estaría supuestamente muerta.
Los padres de Julieta lloraban desconsoladamente y guardaron sus exequias en el pan-
teón de los Capuleto junto a los suyos.
Mientras, el fray Lorenzo envió una carta a Mantua; pero no se pudo entregar a Romeo
porque esa ciudad estaba azotada por una peste. Sin embrago Romeo ya sabía de la
muerte de su amada, sin saber que era simulada. Romeo se desesperó y compró un fras-
co de veneno a un pobre boticario; luego, se vino hacia el panteón donde descansaba su
amada. En el trayecto se encontró con Paris y se desató una mortal lucha, muriendo Paris
al instante. Romeo se fue a la bóveda de su esposa; allí estaba el cuerpo yerto de la bella
Julieta. Romeo sacó el frasco y bebió sin vacilar. Tarde llegó el fray Lorenzo. En ese mo-
mento, Julieta se despertaba. Cuando el padre quiso explicar, un ruido le distrajo y se
alejó. Mientras eso, Julieta lamió los rezagos de veneno que quedaban en los labios de su
amado; pero alguien viene. Julieta quería morir rápidamente; en eso encontró el puñal
que traía Romeo y se apuñaló.
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
Después del incidente, Paris, Romeo y Julieta muertos, estaban presentes el señor
Montesco, Capuleto, el Príncipe, los guardianes para saber la verdad del suceso. En eso,
intervino el fray Lorenzo para explicar. Al saber la verdad, los señores Montesco y Capule-
to se perdonaron para vivir en paz a partir de ese momento.
VÍCTOR HUGO
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La casa indicada por la mujer era el monasterio que vivía el monseñor Carlos Francisco
Bienvenido Myriel, un obispo muy caritativo que se quedó desde 1806 y dos ancianas,
una que era su hermana y la otra la empleada. Todo el pueblo le tenía confianza y cariño
por su inmenso amor a los pobres y desamparados.
El forastero tocó la puerta y fue acogido por el obispo Bienvenido, que así lo conocían
en esta ciudad. Por primera vez este hombre encontraba cariño humano después de 19
años. 19 años pasó en la prisión de Tolón por haber robado un pan.
Jean Valjean, así se llamaba el forastero, hacía 20 años se desenvolvía como podador
de jardines y con lo poco que le pagaban mantenía a los 7 hijos de su hermana que había
enviudado. Le despidieron del trabajo, sus sobrinos quedaban sin comer que le obligó a
robar un pan de un panadero quien le acusó y fue sentenciado a 6 años y los restantes
fueron por evasión.
El obispo le ofreció una buena cena y cama. En la cena se percató que se comía con
cubiertos de plata que eran los únicos de lujo que exponía después de dos candelabros
de plata que sostenían las velas alumbrando, porque el obispo Bienvenido vivía humilde-
mente.
Jean Valjean se despertó muy de madrugada y le asaltó un pensamiento que no le deja-
ba tranquilo, le acosaba: pensó en los cubiertos de plata que valdrían una suma no des-
preciable. Así se apoderó de 6 cubiertos de plata y se escapó de aquel monasterio.
El obispo se despertó, las dos ancianas se percataron de los cubiertos; luego vieron que
dos guardias traían del cogote a Jean Valjean por haber robado los cubiertos y presenta-
ron ante el obispo al ladrón. El obispo le dijo que le soltaran porque él le había regalado
esos cubiertos y ―¿por qué no te llevaste los candelabros con ellos?‖ le dijo, le devolvió
los 6 cubiertos y entregó los 2 candelabros. Jean Valjean se quedó atónito. No sabía
como reaccionar frente a tanta misericordia. ―No olvidéis nunca que me habéis
prometido em-plear este dinero en haceros hombre honrado‖. Jean Valjean, que no
recordaba haber prometido nada, lo miró alelado y se fue.
En el camino de la ciudad de D., estuvo descansando pensativo y el sol daba sus últi-
mos rayos en los penachos de las montañas cuando se acercó un saboyano, niño llama-
do Gervasillo, que también iba por el camino. Y le reclamó algo que no entendió y al ser
insistido le largó con un grito amenazador y el niño se fue desconsolado. Después de hur-
gar un tanto su conciencia se paró y al levantar su pie vio algo que brillaba. Era una mo-
neda de 15 sueldos que sería la moneda del niño. El niño le hubo reclamado su moneda y
el no había entendido. El niño estaría jugando con la moneda y al escapársele habría ro-
dado hasta llegar bajo sus plantas y el no habrá visto. Se arrepintió y gritó desesperada-
mente a todos lados y el niño había desaparecido. Se recordó de las palabras del obispo
y se dijo: ―Soy un miserable‖ y lloró intensamente.
Llegó un forastero a la ciudad de M. el forastero instaló un taller, dizque para fabricar
azabache. El negocio creció rápidamente. No uno, sino varios talleres eran necesarios
para fabricar azabaches. La gente del pueblo se empleaba sin mayores requisitos. Mu-
chos clientes llegaban para comprar el producto. Así este pueblo se transformó en un
pueblo rico. El dueño de la fábrica se hacía llamar Sr. Magdalena.
París era la ciudad de gloria. Se concentraban gentes de muchos lugares del mundo: unos
para trabajar, otros para estudiar. Había 4 hermosas muchachas obreras de Francia que
tenían sus enamorados que eran estudiantes y eran de esta manera: Favorita amaba a
Blachelle, Dalia, a Listolier, Zefina a Fameuil, y Fantina a Tholomyes. Estos muchachos de
hace tiempo habían prometido darles una sorpresa. Las muchachas desesperaban esa
sorpresa. Un día salieron de paseo y en la tarde se internaron en un hospedaje las cuatro
parejas. Las muchachas exigieron la sorpresa y los muchachos salieron. Las chicas espe-
raban sus retornos con las sorpresas. Después de una hora de espera, el hotelero entró con
una carta. En la carta decía: ―nos marchamos‖, eso era la sorpresa. Así fueron enga-
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
ñadas estas ingenuas muchachas. Fantina quedó embarazada; ella había nacido en la
ciudad de M. a los quince años se había venido a Paris. No quiso regresar con su hijo a
su tierra, en este caso era una niña: la llamó Eufracia, pero no le gustó ese nombre y
cambió por Cosette. En busca de trabajo llegó a un pueblito llamado Montfermeil donde
encontró a una madre que hacía jugar a sus dos niñas en la puerta de la taberna ―El Co-
ronel de Waterloo‖, cuyo dueño era el Sr. Thenardier. Así dejó a Cosette con las niñas y
se fue para la ciudad de M., su origen. Enviaría una cantidad de dinero a su niña men-
sualmente. Fantina, cuando llegó, la ciudad de M. vio que había progresado mucho. Le
dijeron que este progreso se debía al Sr. Magdalena. Ella misma se empleó en la fábrica
de azabache.
Fantina estaba muy feliz en el trabajo y enviaba buen dinero a su niña cuando de impro-
visto la despidió la administradora después de saber que tenía una hija. El señor Magda-
lena no sabía nada de esto porque estaba ocupado en su cargo de alcaldía de aquella
ciudad. Le habían nombrado alcalde de la ciudad de M. por ser protector de los pobres y
así lo llamaban. Después del despido, Fantina no encontró trabajo; un día, un peluquero
le dijo que le vendiera sus hermosos cabellos rubios y fue rapada. Otro día un dentista le
dijo que vendiera sus dientes incisivos por ser hermosos y se dejó arrancar. Quedó rapa-
da y sin dientes incisivos. Fantina, era pues, una mujer muy hermosa de cabellos rubios y
hermoso rostro. El dinero obtenido enviaba a su querida hija, porque Thenardier exigía
cada vez más dinero y amenazaba con echarla a la calle a su hija. En el extremo de ne-
cesidad llegó a vender su cuerpo. Por eso, un policía llamado Javert, la apresó y la llevó
al interrogatorio cuando el Sr. alcalde le dijo que soltara y el policía por no desobedecer
hizo caso. Fantina quedó muy agradecida a su libertador.
Fantina contó de su desgracia al Sr. alcalde y tosía mucho. Estaba enferma. El Sr. Mag-
dalena se condolió y la llevó a su clínica particular. Cada día estaba peor. Sólo balbucea-
ba el nombre de su hija: Cosette.
Un día, Javert se presentó al Sr. alcalde y le dijo que le había acusado injustamente; el
señor Magdalena se quedó sin comprender nada. Javert había descubierto que el Sr.
Magdalena era el ex presidiario Jean Valjean, buscado por la ley. Y Javert cumplía esa
función, investigar. Después de muchas sospechas y hasta que un día vio ayudar al Sr.
Fauchelevent que se había caído con su carreta y con qué fuerza levantó tanto peso de la
carreta salvando de la muerte al accidentado. Luego, confirmó que era Jean Valjean. Por
eso, Javert había denunciado al Tribunal de Arras. Allí le habían dicho que estaba loco
porque apareció el verdadero Jean Valjean que se había cambiado de nombre por
Champmathiev.
Sr. Magdalena no estaba tranquilo con su conciencia, en lugar de él purgaría un inocen-
te: Chammathiev. Y decidió declararse culpable en el Tribunal. Así lo hizo. Por eso al re-
gresar a la ciudad de M. fue detenido por Javert cuando Fantina se moría. Había sido
condenado a cadena perpetua. Jean Valjean prometió al oído del cadáver encargarse de
su hija Cosette que se encontraba en Montfermeil en poder del Thenardier, un hombre
malvado y chantajista.
Después de haber sido detenido, Jean Valjean, escapó para retirar su dinero del banco y
ocultó en un hoyo, en el bosque de Motfermeil. Pero, definitivamente, fue apresado y así
fue preso en la cárcel de Tolón.
Después de un tiempo escapó de la cárcel, pero se publicó en los diarios que el presidia-
rio Jean Valjean había muerto al salvar a un marinero cuando éste estaba por caer a un
abismo de un talud que daba al mar. Jean Valjean regresó para rescatar a Cosette, tal
como había prometido a la madre de ésta. Llegó a la taberna ―El Coronel Waterloo‖,
don-de encuentra que a la niña maltrataban sin compasión. Los Thenardier, al ver un
hombre con mucho dinero, decidieron vender a la niña. Así pago una buena cantidad de
francos por la niña. La niña fue vestida de luto; se encariñó de él y se fueron hacia Paris.
-167-
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
Cuando llegaron a Paris, Javert, ahora esta cumpliendo su deber allí, había descubierto
que Jean Valjean estaba vivo y vivía con una niña. Jean Valjean tampoco podía vivir libre,
sino bajo la vigilancia y persecución de Javert. Así vivieron en varios lugares de parís; pe-
ro al final estuvieron en la Calle Plumet, a la vez, en la calle Hombre Armado número 7
para no ser capturado. El hombre de canas y la doncella hermosa, en las tardes, se iban a
pasear por la avenida Luxemburgo; el hombre de canas se hacía llamar Fauchelevent y la
doncella era Cosette. Cosette, allí conoció a un muchacho que se llamaba Marius. Ni ella,
ni él sabían sus nombres ni de él, ni de ella. Una carta dejada en una banca de la calle
Plumet fue cómplice del feliz encuentro de los enamorados. Fueron muy felices los des-
cubrimientos de ambos y el intercambio de impresiones de latidos de amor, sin límites.
Luego, se escuchó una movilización. Eran los revolucionarios que iban al motín contra el
rey, en el año 1832. Marius, un estudiante de derecho, había sido echado de la casa del
abuelo, éste defendía al rey y él a la república ¡Qué viva la república! ¡Abajo el rey! Eran
las consignas de la movilización. Se formó una barricada; en ella estaban Marius y sus
camaradas. El ejército del rey les atacaba y ellos resistían. Era dura la batalla. Un cura
que levantó las banderas de la revolución murió; también Gavroche un muchacho inquieto
sin hogar; Eponina, hija de Thenardier. Estaba allí Jean Valjean que tuvo en sus manos a
Javert que estaba como espía en esta barricada; pero le perdonó la vida. Luego los insu-
rrectos se rindieron y allí cayó Marius, gravemente herido, al ver, Jean Valjean le cargó
para que no lo mataran los hombres del rey. Así salvó la vida a Marius, sin que éste sepa
quien fue su salvador y a quien tenía que agradecer. Javert se suicidó por cargo de con-
ciencia.
Pasado algún tiempo de la guerra, se dispuso el matrimonio de Cosette con Marius.
Aunque, Jean Valjean quiso morir al perder a su niña amada, pero tuvo que resignarse.
Cosette lo amaba mucho a Jean Valjean, su protector, le decía padre. Entregó más de
quinientos mil francos a Cosette para que pueda vivir dichosa y enfermó gravemente. Co-
sette y Marius se acercaron al moribundo. Jean Valjean les dijo tantas cosas, les reveló
quien era, también habló de la madre de Cosette y expiró fatigado. Así murió Jean Valje-
an, después de haber cumplido la promesa al obispo de Beinvenido, ser un hombre de
bien, y a Fantina, encargarse de su hija Cosette y hacerla dichosa.
-168-
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Obras:
Narrativas
Las cuitas del joven Werther
Los años de aprendizaje de Wilhem Meister
Las afinidades electivas
Obras completas
Gamínides
Años de vagabundeo de Wilhelm Meister
Teatrales
Fausto
Gottz Von Berlichingen
Egmont
Torquoato Tasso
Clavijo
Rosita campestre
Ifigenea
Hermán y Dorotea
Elegías romanas
Baladas
FEDOR DOSTOIEVSKI
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
El idiota
Demonios o los poseídos
El jugador
Noches blancas
El adolescente
Diario de un escritor
El eterno marido
Netocha Nezvanova.
CRIMEN Y CASTIGO
(Argumento)
Personajes:
Raskolnikov (joven criminal)
Sonia (enamorada de Raskolnikov)
Razomikin (amigo de Raskolnikov)
Pulkeria Alexandrovna (madre de Raskolnikov)
Dunia (hermana de Raskolnikov)
Es una novela sicológica que narra el asesinato de la avara anciana usurera llamada Ale-
na Ivanovna, cometido por el estudiante universitario Rodión Romanovich Raskolnikov.
Después de matar a la prestamista con un hacha, se apodera de todas las alhajas y las
esconde en un hueco de un patio cerca de un edificio. Los días pasan agobiando al joven
criminal con delirios y pesadillas. Su conciencia agobiada se subleva y no lo deja en paz.
Se agrava la salud del joven Raskolnikov que sufre de insomnio por la intensa tensión que
padece. El joven se comporta como un loco y pierde los papeles con suma facilidad. Él
solo se va delatando por su actitud sospechosa. Su amigo del alma, Razomikin, lo recon-
forta y le cambia los andrajos por ropa nueva. En los momentos más difíciles, Sonia Mar-
meladova, siempre lo está visitando porque lo ama. Cierto día, al regresar a su cuarto, al
abrir la puerta encuentra a su madre Pulkeria Alexandrovna y su hermana Dunetska Ro-
manovich (Dunia) que iba a casarse con Pedro Petrovich, a lo que el joven Raskolnikov se
opone totalmente. Va a casa de Sonia y juntos leen la Biblia. Los dos jóvenes se aman en
silencio. Finalmente, el joven Raskolnikov le confiesa a Sonia que él es el asesino de la
usurera; ella queda muy impresionada. Le dice que jamás lo abandonará y que siempre
estará a su lado. El joven ayudado por su enamorada, por fin, decide entregarse a las au-
toridades y confiesa su culpa. Un mes después, es acusado y condenado a ocho años de
trabajos forzados de segunda categoría en Siberia.
ERNEST HEMINGWAY
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
París era una fiesta
Por quién doblan las campanas
Adiós a las armas
Fiesta
Nieves del Kilimanjaro
Más allá del río
Tener o no tener
El sol también sale
Muerte en la tarde
EL VIEJO Y EL MAR
(Argumento)
Era un viejo que pescaba, solo, en un bote en Gula Stream y hacía ochenta y cuatro días
que no cogía un pez. El viejo era flaco y desgarbado con arrugas profundas en la parte
posterior del cuello, las manchas del cáncer a la piel eran notorias en su rostro, todo en él
era viejo, excepto sus ojos claros como el mar, alegre e invicto. Había un muchacho lla-
mado Manolín que lo acompañaba casi siempre, tal vez el único amigo que tenía. Este
muchacho gustaba de conversar con el anciano sobre partidos de béisbol, hablar de fa-
mosos jugadores, el muchacho casi siempre le llevaba un poco de comida o café; el cual
compartía con el anciano mientras hablaban de los viejos tiempos en que había buena
pesca. El anciano soñaba en los tiempos aquellos que pasó en África, soñaba con leones,
con las playas blancas, con las grandes montañas pardas, mientras dormía sentía el olor
de África. Una vez, por la mañana, Manolín vino a buscar muy temprano al anciano, traía
dos carnadas frescas, las cuales regalóle al anciano; éste le deseó suerte.
En aquella oportunidad, el anciano podía sentir llegar la mañana escuchando el rumor
de los peces voladores. Seguía remando y se adentraba más al mar, antes que se hiciera
día, realmente, el anciano sacaba sus carnadas. Pasó todo el día sin ninguna novedad,
sólo, casi después del medio día pescó un pez dorado al cual abrió y limpió para comér-
selo, mientras volvía a remar vio una ave negra que le pareció muy delicada y ésta espan-
taba a los peces voladores y pensó que en esa gran mancha de peces voladores podía
estar un gran pez. Luego, se ponía a recordar sus tiempos de joven pescador; hablaba
con él mismo. Llegaba la noche de ese primer día. En el mar, sentía a los defines al torno
al bote; recordaba como los delfines machos dejaban que las hembras comieran primero.
En estos momentos, extrañaba al muchacho para poder hablar; conversar sobre algo con
él. De pronto, sintió los sedales recorrer y se preguntaba qué peces habrían picado la
carnada o será un pez aguja o un emperador o un tiburón. Y, de un momento a otro el pez
dio un gran tirón el cual le causó una herida debajo del ojo y el pez tiraba con gran fuer-za
del bote. El anciano pensaba que este pez no podría seguir eternamente con este afán, el
bote se movía sin cesar y así llegó el amanecer del segundo día.
El anciano le hablaba al pez y le decía antes que termine el día te mataré; también le decía
que lo respetaba demasiado. Ese día recibió la visita de una ave que se posó muy cansada
sobre su bote; el anciano conversaba con ella. Para ese día, a duras penas el anciano pudo
comerse un pez ―bonito‖. Tomaba de su botella pequeños bocados de agua; lavaba sus
manos en el agua del mar para curar sus heridas, pero sentía que su mano izquierda tenía
calambres. Él pensaba que era humillante tener su mano así; pensaba que si el muchacho
estuviera con él, seguramente le frotaría la mano y haría pasar su calam-bre. De pronto, el
sedal se alzaba lenta y continuamente. De repente, salió el gran pez dejando ver su brilloso
color; su cabeza y lomo eran un púrpura oscuro y las franjas de sus costados eran de color
rojizo, su espalda era tan larga como un palo de béisbol y lue-go se volvió a entrar en el mar.
El viejo dijo que el pez era más grande que su bote. Y,
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siguió tirando del bote. El viejo había visto muchos peces grandes, pero éste era el más
grande que jamás había visto. El viejo sentía que el pez sufría y que debería terminar
pronto este sufrimiento. Llegó la noche y el anciano deseaba que un pez volador viniera a
su bote para poder comérselo. Así aguantó el frío de la noche y llegó el tercer día, el viejo
se puso recordar a las grandes glorias de béisbol y se preguntaba cómo sería el mar visto
desde un aeroplano. El pez seguía avanzando, de pronto dio unos movimientos violentos,
lo cual causó que el viejo le diera un golpe en la cabeza que el pez se estremeció y se
quedó quieto. El viejo decía que tenía la cabeza despejada y que podía pensar en un
plan. Así se pasó ese día y llegó la noche. Otra vez, el frío lo mataba. Corrido el cuarto
día, el viejo se propuso acabar con la vida del pez ese mismo día. Sentía que el pez se
había debilitado y poco a poco empezó a envolver el sedal y en un momento de lucha, el
viejo le clavó el arpón que tenía preparado y lo hizo llegar empujando con sus manos al
corazón; mientras el pez luchaba por seguir viviendo.
Así el viejo acomodó el pez junto a su bote y decidió remar hacia la costa; pero la man-
cha de sangre atraería a los tiburones: pensó. Efectivamente, vino un tiburón que arrancó
un pedazo del pez y el viejo en un arranque de furia con el arpón mató al tiburón. Más
tarde, aparecieron otros tiburones y con gran valentía les dio muerte; aunque éstos se
llevaron gran parte del pez, casi todo.
Se dio cuenta que el bote era más ligero y pensó que fue un error matar al gran pez,
pues, todos esos días lo había considerado como un humano. En fin, llegó a la costa.
Entró en su choza y se quedó dormido. Muy por la mañana, Manolín se acercó a la venta-
na de la choza, como dos días lo había venido haciendo. Luego, se puso a llorar en cuan-
to vio al anciano y así con lágrimas en el rostro fue a conseguir café y comida para el an-
ciano. Cuando llegó, el anciano seguía dormido y por la tarde despertó. El muchacho
compartió la comida. Afuera, todos observaban admirados el esqueleto de aquel gran pez;
pero el anciano miraba con nostalgia aquella escena y decidió regalar la cabeza de aquel
gran pez a un poblador de aquella humilde aldea de pescadores y el muchacho le dijo
desde mañana vamos a pescar juntos. ―yo siempre te voy a acompañar‖, fueron las
pala-bras y el viejo decidió volver a la choza a dormir, a seguir soñando con leones
marinos y el muchacho velaba sus sueños.
WALT WHITMAN
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Redobles de tambor
CANTO A MÍ MISMO
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es su misión y no lo olvidaré;
que nadie lo olvide.
Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo
al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de par en par las puertas a la energía
original de la naturaleza desenfrenada.
GUSTAVO FLAUBERT
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La Educación Sentimental
La tentación de san Antonio
Tres cuentos.
MADAME BOVARY
(Argumento)
Personajes:
Charles Bovary
Emma Rouault (Madame Bovary, esposa de Charles)
Homais (boticario)
Helöise (primera esposa de Charles)
Vizconde (el galán de quien se enamora Emma y no es correspondida)
León Boulenger (segundo galán de Emma que no le corresponde).
Rodolphe Boulenger (Amante de Emma)
Señor Rouault
Berthe (hija de Charles y Emma)
Lheureux (comerciante)
Felicité (Criada de familia Bovary)
Bartolomé Bovary (padre de Charles)
Madame Bovary madre (madre de Charles)
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Pasaron al salón de baile. Ella estaba muy hermosa y feliz en asistir a la fiesta. Mientras
conversa con Charles, Emma es invitada a bailar por un caballero; pero Charles no le to-
ma interés. El acercamiento a ese caballero es placentero y gustoso para Emma.
Más tarde los esposos regresan al pueblo. Emma regresa triste y melancólica. En el
camino ve al Vizconde quien era el caballero que la sacó a bailar en la fiesta. El galán le
mira al pasar. Emma admira la mirada de éste y piensa en él. Luego piensa que nunca
podrá verlo porque se habrá ido a París. La melancolía, la tristeza se apodera de Emma y
un médico le recomienda que cambien de lugar y deciden irse a la ciudad de Yonville.
Allí conocen y entablan relaciones con la gente. El estado de ánimo de Emma parece
cambiar en este nuevo lugar y Charles se siente feliz. Nace su hija Berthe. Emma conoce
a un joven de buen parecer llamado León y se enamora. León frecuenta la visita al hogar
de la pareja Bovary. Y éste, por motivos de estudio, se va a París. A Emma le causa un
dolor muy grande. El estado de anímico melancólico se apodera de nuevo de Emma Rou-
ault (Madame Bovary).
Después de un tiempo conoce a Rodolphe Boulonger, un paciente de su esposo. Ambos
se atraen y deciden tener una relación amorosa. Tanto fue el amor por él que le pide le
lleve lejos donde puedan estar felices. Al principio Rodolphe acepta; pero llegado la hora
en que le iba a esperar se arrepiente. Luego, se marcha solo dejando una carta para
Emma en la que le explica que entre ellos no puede haber nada. Emma, después de leer
la carta, se enferma y siente morir. Después de esa decepción se recupera. Tiempo des-
pués, volvió a encontrarse con León. Él ya no era un chico tímido como cuando conoció.
Y, deciden tener una relación amorosa. Por ese momento, un comerciante usurero, Lheu-
rreux, quien después de haberla favorecido con un préstamo pide que le pague y pide a
un amigo que le represente legalmente y éste hace el embargo de los bienes de la familia
Bovary.
Emma al no saber como pagar esa deuda, sobretodo, cómo decírselo a su esposo, va a
una farmacia encuentra un frasco con arsénico y lo ingiere. Mientras tanto, Charles se
entera del embargo, va en busca de Emma y ella estaba agonizando y muere.
Luego, llega una carta para Charles en el que le invitan a la boda de León; pero él no
puede ir a esa boda. Sólo le hace llegar sus felicitaciones por su boda.
En una feria, Charles se encuentra con Rodolphe, se ponen a conversar. Charles le
hace entender que no le odia por haber sido uno de los amantes de su esposa.
Berthe va en busca de su padre y lo encuentra sentado. La niña le pide ir a jugar. La ni-
ña creyéndolo con ganas de jugar le empuja suavemente a su padre. Su padre cae al
suelo y se da cuenta que estaba muerto.
Al inicio, la abuela se encarga de cuidar a Berthe; pero la abuela muere y una tía suya la
envía a una fábrica a ganarse la vida.
FRANZ KAFKA
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La Metamorfosis
América
El proceso
El castillo
Relatos
Descripción de un combate
Contemplación
La colonia penal
El maestro del pueblo
Blumfel, un solterón
Un médico rural
Un artista del hambre
La Muralla China
LA METAMORFOSIS
(Argumento)
Personajes:
Gregorio Samsa
Señor Samsa
Señora Samsa
Grethe (hermana de Gregorio)
Otros
Una mañana tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa despierta convertido en un mons-
truoso insecto. Esa mañana tenía que salir de viaje; porque todas las mañanas a las siete
salía de viaje por cuestiones de negocio. Acostado en su cama sobre un duro caparazón,
su vientre convexo y oscuro, numerosas patas se agitaban sin concierto ¿Qué le ha ocu-
rrido? No estaba soñando. Era su habitación. Intentó dormir de nuevo, pero no podía; lue-
go, reflexionaba sobre su trabajo, de lo cansado que estaba de viajar todos los días. Con-
vencido de que se había convertido en un horrible insecto, Gregorio tenía que adaptarse a
su nuevo cuerpo e intenta ir a su trabajo, ya que era el sostén de la familia. Pero, no podía
salir de su cuarto debido a su mutación. Su madre le llamó al ver que era ya tarde. Era
inútil. Mientras Gregorio hacía múltiples esfuerzos para abrir la puerta y lo logra. La madre
al ver a su hijo convertido en un aterrador insecto se desmaya. Incluso, su jefe había ve-
nido a averiguar sobre el por qué no había venido al trabajo porque era un muchacho muy
cumplido. Pasado el tiempo, la familia se desinteresa por Gregorio y éste vive en su cuar-
to solo. Sólo la hermana Grethe vive unida a Gregorio; le llevaba los alimentos, se lo barr-
ía el cuarto… Ella era aficionada a la música. Hacía un mes desde la metamorfosis, Gre-
gorio durante ese tiempo había permanecido encerrado en su cuarto. Estaba escondido
dentro de un sofá de cuero que le proporcionaba mayor comodidad. Durante el día se ati-
naba a observar con duras penas por la ventana el hospital de enfrente, los quehaceres
de su familia, y a veces, escuchaba las conversaciones de su familia. Todo esto ya era
monótono para él, sobretodo, los dos metros cuadrados de suelo de su cuarto en donde
casi no podía moverse; descansar tranquilo, le era difícil en la noche y la comida pronto
dejó de causarle placer. Para distraerse, empezó a trepar zigzagueando por las paredes y
resulta que el techo le era más cómodo para Gregorio, respiraba. Un día casi feliz y des-
preocupado, se desprendió del techo y se estrelló contra el suelo; pero su cuerpo se hab-
ía vuelto resistente y no se lastimó.
En cierta ocasión, la hermana nota que la habitación queda chica para Gregorio y deci-
de retirarle algunos muebles con la ayuda de su madre (ésta no podía ver a su hijo por
órdenes de su esposo). Mientras las mujeres vacían su cuarto, Gregorio se mantiene pru-
dentemente oculto. Pero cuando advierte lo que realmente sucede, una ola de recuerdos
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y nostalgias le hace reaccionar. Un cuadro adquiere súbitamente importancia para Grego-
rio y trepa por la pared adhiriéndose fuertemente al vidrio del mencionado cuadro, en un
típico acto de posesión y deseo al no permitir que arrebaten sus cosas. Pese a los esfuer-
zos de Grethe, la madre lo ve y cae desmayada. En ese preciso instante, y como conse-
cuencia de lo sucedido, la hermana llega a increpar duramente a su hermano: ¡ojo Grego-
rio!— gritó la hermana con el puño en alto y enérgica mirada. La inesperada presencia del
padre complica las cosas. La hermana sólo alcanza decirle al padre que Gregorio ha es-
capado. Es la primera vez que Gregorio ve a su padre desde su transformación. Lo ve
muy cambiado, está joven, más enérgico, súbitamente repuesto, porque se ocupaba de
nuevo de su familia. Su progenitor trata de hacerle regresar a su cuarto. Comienza a
bombardearle manzanas y le lanza fría y sistemáticamente sobre su enemigo. La última
se incrusta sobre el lomo de Gregorio permaneciendo hasta que se pudra en su cuerpo
hasta el final.
Por la crisis de la situación económica, reciben a tres inquilinos. Un día, la hermana se
pone a tocar el violín para los visitantes y Gregorio seguido por el impulso de la música
sale de su cuarto dejándose ver por los inquilinos. Los inquilinos se molestan y se van de
ahí sin pagar ningún centavo. La familia dice que lo mejor que podría pasarles es que
Gregorio se fuera; esto fue escuchado por Gregorio, por lo que se siente muy mal. Al día
siguiente, la sirvienta lo encuentra muerto. La familia se siente muy mal y se cambian de
casa para iniciar una nueva vida.
JAMES JOYCE
ULISES
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Personajes:
Leopoldo Bloom.
Esteban Dedalus
Malachi Mulligan.
Haines.
Simón Dedalus (padre de Esteban).
Molly (esposa de Bloom)
Blazes Boylan (amante y manager de Molly)
Lidia Douce (camarera).
Se trata del relato de un día, según unas versiones el 4 de junio, según otras, como la que
hoy presentamos, el 16 de junio, quizás es lo más adecuado por ser el primer día en que
su autor salió con Nora Barnacle (según ciertas precisiones, aunque no existe, sin embar-
go, constancia de que así fuera, lo que parece ser cierto, es que el día anterior, Nora no
se presentó a la cita concertada con Joyce). Sea como fuere, el 16 de junio se tiene por
día del juicio (domsday) y del florecimiento (bloomsday). La narración ocupa 18 horas del
discutido día. En ella se entrecruzan una serie de vidas: la de tres jóvenes, Stephen (Es-
teban) Dedalus, (apellido más mitológico), el protagonista del Retrato del Artista, licencia-
do en ―Artes‖ y profesor privado (¿Joyce? ¿Telémaco?), Malache (Buck) Mulligan, estu-
diante de medicina (en él se plasma la carrera fracasada del autor), Haines, estudiante
inglés interesado en la matemática y la lengua vernácula irlandesa. Los tres viven en la
Torre Martello de Dublín y recuerdan que Joyce también la habitó durante una semana de
1904 con dos compañeros más, Gogarty, un poeta médico y miembro de una rica familia
de Dublín (Mulligan) y Trench (Haines) que años después pondría fin a su vida.
Como el título indica, se trata de la versión moderna y paródica de la Odisea, aunque no hay
ningún personaje que se llame Ulises, si bien desde el primer capítulo se halla lleno de
referencias a ella: Telémaco, Néstor, Proteo, Calypso, los Lotófagos (comedores de la flor del
olvido), Hades (el Infierno clásico que Ulises visita), Eolo (el dios de los vientos, símbolo
quizás de la Prensa, la redacción del periódico equivalente a la cueva donde el dios tenía
cautivos a los vientos, los Lestrigones, ―unos caníbales… ¡clientes de un res-taurante!‖,
Escila y Caribides, ―los famosos mostruos del estrecho de Mesina que se tra-gaban a los
barcos y navegantes, expresión, quizás de la lucha entre el idealismo platóni-co y el realismo
aristotélico‖, Las Rocas errantes, ―a las que se refiere Circe que obstacu-
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lizan la navegación‖, Las Sirenas, ―en paralelismo con las camareras, hermosas de medio
cuerpo para arriba, parte que asoman seso‖, Náusica, ―la hija del rey de los feacios que
encontró a Ulises desnudo en la playa tras haber naufragado y se lo llevó a palacio), Los
Bueyes del Sol, ―en realidad ‗terneras‘ o ‗vacas‘, símbolos de la fecundidad‖, Circe, la be-
lla hechicera, el porquerizo Eumeo, Ítaca, Penélope, ―pero en este caso, se desprende un
agudo sarcasmo si tenemos en cuenta la infidelidad de Molly‖).
La obra ofrece una estructura: Esteban – Bloom y Molly, son vistos por el lector a través
del estilo que compone la sucesión de ese día único con un único propósito que difiere de
la propia Odisea, ―el vagar por la ciudad‖, en este caso, Dublín. En cierta ocasión Joyce
había manifestado que pretendía realizar una descripción tan completa de la capital irlan-
desa que, si alguna vez desapareciera del planeta, pudiera ser reconstruida partiendo de
su libro‖. Esto es cierto, siempre que el lector sea un habitante más de la ciudad, al igual
que sus personajes, porque el nombre, distribución y configuración de las calles son mi-
nuciosamente exactos, pero las descripciones son parcas. Para el lector foráneo, es una
dificultad añadida, puesto que a ellos sí que les es necesario explicar con mayor detalle
los lugares. Así el Dublín del Ulises, acaba siendo, si no la conocemos, cualquier otra ciu-
dad en donde bien hubiera podido ocurrir la misma historia. No olvidemos que Ulises, a
diferencia de la Odisea es una novela urbana. Sin embargo, el que unos ciudadanos se
parezcan las unas a las otras no significa que sean iguales, la acción se ha de desarrollar
en Dublín porque los rasgos que el autor nos sigue dando se hacen más precisos: el olor,
el río que la atraviesa (el Liffey), las tiendas, etc. La novela intenta unificar todos los pro-
cedimientos de estilo en un lenguaje total. La técnica de fluir de la conciencia, basada en
el monólogo interior le convierte al lenguaje en la realidad fundamental: el realismo de la
novela es ante todo un realismo verbal, ya que los personajes se construyen a través de
lo que dicen, y además se hace coincidir exactamente el tiempo de la acción con el tiem-
po del relato.
Bloom lucha por conseguir el contrato de un anuncio, pero también sin entusiasmo. Así
pasan la jornada en bares, discusiones, como la que organiza Esteban sobre Shakespea-
re en la Biblioteca Nacional y paseos. ¡Qué lejos se hallan de las virtudes tradicionales de
la burguesía, el trabajo, la sobriedad y el ahorro! ¡Salvo quizá Bloom! Deambulan en bus-
ca de que alguien les invite a una copa o les preste algunos peniques. Son auténticos an-
tisistemas.
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HONORATO DE BALZAC
OBRAS:
0 ―El Coronel Chavert‖
1 ―El médico de la aldea‖
2 “Papá Goriot”
3 ―El lirio en el valle‖
4 ―La pìel de zapa‖
5 ―Eugenia Grandet‖
6 ―las ilusiones perdidas‖
7 ―En busca de lo absoluto‖
8 ―la mujer de 30 años‖
―Esplendores y miserias de las cortesanas‖
“PAPÁ GORIOT”
(Argumento)
El escenario de esta novela es una humilde pensión en Paris, la casa BAUQUER, que
representa el mundo gris de la época, donde la vida es triste y a veces cruel, frente al
mundo de los poderosos.
Goriot anciano de 69 años, se había refugiado en ella, después de retirase de los ne-
gocios como fabricante próspero de harina y pastas. Allí conoció a Eugenio de Rastignac,
estudiante provinciano de derecho, a quien llegó a querer como a un hijo.
También habitan en esta pensión los señores Vautrin, poiret, Bianchón, la señorita Tai-
llefer, entre otros.
Papá Goriot había cedido toda su fortuna a sus hijas Delfina y Anastasia, a fin de ca-
sarlas, a la una con un baquero y a la otra con un conde. Las hijas y sus maridos después
de arrebatar todo su dinero, se niegan a recibirle en sus casas y a presentarle a sus amis-
tades a causa de su tosquedad en el trato social. El amor paternal y a veces patológico
del buen Goriot, hace que no se fije en los desplantes de ese mundo cínico e hipócrita de
la aristocracia y por ver y abrazar a sus hijas, accede incluso a entrar por la puerta de ser-
vicio.
Abandonado por ellas y sus yernos; y en absoluta miseria muere papá Goriot y es ente-
rrado con el dinero de los estudiantes Bianchón y Rastignac. Éste último, ante el terrible
espectáculo de la ingratitud filial, lanza en el cementerio un terrible desafío a esa sociedad
frívola diciendo ¡Nos veremos las caras!
CUESTIONARIO Nº 13
0.0 2,1,4,3
0.1 3,4,2,1
0.2 3,2,4,1
0.3 4,1,3,2
0.4 4,3,2,1
1 ―Adiós a las armas‖ , es una producción literaria de Hemingway ,
pertene-ce al género y especie:
a) Narrativo : Cuento
b) Lírico : Poesía
c) Narrativo : Novela
d) Épico : Lírico.
e) Dramático : Tragedia
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0 James Joyce.
1 Franz Kafka.
2 Flauber.
3 Whitman
4 Borges
0.0 IC-IIA-IIID-IVB
0.1 IA- IIB-IIIC-IVD
0.2 IC-IID-IIIB-IVA
0.3 ID-IIC-IIIA-IVB
0.4 IA-IID- IIIB-IVC
0 La solidaridad
1 La perversidad
2 La soledad
3 Los obstaculos
4 El amor
0 La razón
1 La divinidad
2 Las pasiones
3 El hombre extraviado
4 La selva oscura
En la obra Hamlet ,Claudio asesino al rey Hamlet en complicidad con:
0 Polonio
1 Laertes
2 Gertrudis
3 Ofelia
4 Fortimbras
En la obra Los Miserables ,Jean Valjean no es acusado de robo por:
0 Javert
1 El obispo Myriel
2 Marius
3 Fantine
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4 El señor Magdalena
En Crimen y Castigo , Rodino Raskolnikov confía el secreto del asesinato de
las usureras a:
0 Dunia
1 Pulqueria
2 Sonia
3 Sofía
4 Cosette
¿Qué obra de Gustavo Flaubert fue censurada al publicarse:
0 La Educación Sentimental
1 Madame Bovary
2 Por Quien doblan las Campanas
3 La Dama del Perrito
4 Salambo
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LECTURAS DE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
LA LOCA
Verán, dijo el señor Mathieu d'Endolin, a mí las becadas me recuerdan una siniestra
anécdota de la guerra.
Ya conocen ustedes mi finca del barrio de Cormeil. Vivía allá en el momento de la llegada
de los prusianos.
Tenía entonces de vecina a una especie de loca, cuya razón se había extraviado bajo los
golpes de la desgracia. Antaño, a la edad de veinticinco años, perdió, en un solo mes, a
su padre, a su marido y a un hijo recién nacido.
Cuando la muerte entra una vez en una casa, regresa a ella casi de inmediato, como si
conociera la puerta.
La pobre joven, fulminada por la pena, cayó en cama, deliró durante seis semanas. Des-
pués, una especie de tranquila lasitud sucedió a la crisis violenta, y permaneció sin mo-
verse, comiendo apenas, revolviendo solamente los ojos. Cada vez que intentaban levan-
tarla, gritaba como si la matasen. La dejaron, pues, acostada, y con solo la sacaban de
entre las sábanas para los cuidados de su aseo y para darle la vuelta a los colchones.
Una anciana criada permanecía junto a ella, obligándola a beber de vez en cuando o a
masticar un poco de carne fiambre. ¿Qué ocurría en aquella alma desesperada? jamás se
supo, pues no volvió a hablar ¿Pensaba en sus muertos?, ¿Desvariaba tristemente, sin
un recuerdo concreto? ¿O bien su pensamiento aniquilado permanecía inmóvil como un
agua estancada?
Durante quince años se quedó así, cerrada e inerte.
Llegó la guerra; y, en los primeros días de diciembre, los prusianos entraron en Cormeil.
Lo recuerdo como si fuera ayer. Caía una helada de esas que resquebrajan las piedras;
yo mismo estaba tumbado en un sillón, inmovilizado por la gota, Cuando oí el golpeteo
pesado y acompasado de sus pasos. Desde mi ventana, los vi pasar.
Era un desfile interminable, todos iguales, con esos movimientos de muñecos que les son
peculiares. Después los jefes distribuyeron a sus hombres entre los habitantes. Me toca-
ron diecisiete. Mi vecina, la loca, tenía doce, entre ellos un comandante, un verdadero
soldadote, violento y tosco.
Durante los primeros días todo transcurrió normalmente. Al oficial de al lado le habían di-
cho que la señora estaba enferma, y no se preocupó para nada. Pero pronto aquella mu-
jer a la que nunca veía empezó a irritarlo. Se informó sobre su enfermedad; le respondie-
ron que la anfitriona guardaba cama desde hacia quince anos, a consecuencia de una
pena muy honda. No lo creyó, sin duda, e imaginó que la pobre loca no se levantaba por
orgullo, para no ver a los prusianos y no hablarles, para no rozarse con ellos. Exigió que
lo recibiera; lo llevaron a su habitación. Le pidió con un tono brusco:
―Zírvace uzted, ceñora, lefantarce y bajar, para que la fearnoz‖
Ella volvió hacia él sus ojos extraviados, sus ojos vacíos, y no respondió.
Él prosiguió:
―No toleraré mas insolencias. Si usted no ce levanta por las buenas, me las arreglaré
para que se pasee sola.‖
Ella no hizo el menor gesto, siempre inmóvil, como si no lo hubiera visto.
EL rabiaba, tomando aquel silencio tranquilo por un signo de supremo desprecio. Y
agregó:
―Si no baja mañana...‖
Y después salió.
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Al día siguiente, la criada, aterrada, quiso vestirla; pero la loca empezó a chillar, deba-
tiéndose. El oficial subió en seguida; y la sirvienta, arrojándose a sus pies, gritó:
―No quiere, señor, no quiere. Perdónela; es muy desdichada.‖
EI soldado se quedó turbado, sin atreverse, a pesar de su cólera, a hacer que sus hom-
bres la sacaran de la cama. Pero de pronto se echó a reír y dio unas órdenes en
alemán.
Pronto se vio partir un destacamento que sostenía un colchón, como quien lleva a un
herido. En aquella cama que nadie había deshecho, la loca, siempre silenciosa, perma-
necía tranquila, indiferente a los acontecimientos con tal de que la dejaran acostada.
Detrás, un hombre llevaba un paquete de ropas femeninas. Y el oficial pronunció,
frotándose las manos:
―La veremoz ci puede o no festirce zola y dar un paceito‖
Luego se vio al cortejo alejarse en dirección al bosque de Imauville.
Dos horas después los soldados regresaron solos.
Nadie volvió a ver jamás a la loca. ¿Qué habían hecho con ella? ¿A dónde la habían lle-
vado? Nunca se supo.
La nieve caía día y noche, sepultando la llanura y los bosques bajo un sudario de espu-
ma helada. Los lobos venían a aullar hasta nuestras puertas.
La idea de aquella mujer perdida me obsesionaba, e hice diversas gestiones con la au-
toridad prusiana, con el fin de conseguir información. A punta estuve de ser fusilado.
Volvió la primavera. EI ejército de ocupación se alejó. La casa de mi vecina seguía ce-
rrada; una tupida hierba crecía en las avenidas.
La anciana criada había muerto durante el invierno. Nadie se ocupaba ya de aquella
aventura; sólo yo pensaba en ella sin cesar.
¿Qué habían hecho con aquella mujer? ¿Se habría escapado a través de los bosques?
¿La habrían recogido en alguna parte, y metido en un hospital, al no poder obtener de
ella ninguna información? Nada venía a aliviar mis dudas: pero, poco a poco, el tiempo
apaciguó la inquietud de mi corazón.
Ahora bien, en el otoño siguiente, las becadas pasaron en tropel; y, como mi gota me
daba una pequeña tregua, me arrastré hasta el bosque. Ya había matado cuatro o cinco
aves de largo pico, cuando derribé una que desapareció en un hoyo lleno de ramas. Me
obligado a bajar a él para recoger al animal. Lo encontré caído junto a una calavera. Y
bruscamente el recuerdo de la loca embistió contra mi pecho como un puñetazo. Otras
muchos habían expirado acaso en aquellos .bosques durante aquel año siniestro; pero,
no sé por qué, estaba seguro, se lo digo, de que había encontrado la cabeza de la infeliz
maniática.
He conservado esa triste osamenta. Y hago votos porque nuestros hijos no vean jamás
una guerra.
Guy de Maupasant
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EL CORAZÓN DELATOR
¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué
afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de
destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oír-
se en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, en-
tonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi
historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero,
una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco
estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me in-
sultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo
semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba
en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a
matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En
cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí!
¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui
más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las
doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y enton-
ces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una lin-
terna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y
tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasa-
ba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño
del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura
de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan pru-
dente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto,
abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba
abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un
solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches...
cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposi-
ble cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la
mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resuel-
tamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado
la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar
que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta.
El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás,
antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad.
Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco
a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamien-
tos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repenti-
namente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia
atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba comple-
tamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la
abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en
el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando: -¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y
en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchan-
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do... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los
taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba
dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el es-
panto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce,
cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco
los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba
sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí
que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Hab-
ía tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es
más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado
de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque
la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la
fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque
no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acos-
tarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-,
hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de
lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo
con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el
tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por
un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agu-
deza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presu-
roso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me
era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redo-
blar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la lin-
terna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el
haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía
cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo ten-
ía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención?
Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de
aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontro-
lable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el
latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a esta-
llar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel soni-
do! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me
precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un
segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente
al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió
latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escu-
charlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el
colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano
sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo es-
taba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las as-
tutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras
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yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le
corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco.
Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el su-
yo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna man-
cha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había
recogido todo... ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro
como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon
a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Du-
rante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posi-
bilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisio-
nado a los tres agentes para que registraran el lugar.
Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que
yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había
ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisa-
ran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto.
Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entu-
siasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que
descansarán allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo,
colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me
hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo
les contestaba con animación. Más, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía
pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los
oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más inten-
so; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de
esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta
que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levan-
tando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y qué podía hacer yo? Era un re-
sonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en
algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no hab-
ían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía conti-
nuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas
gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un
lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfure-
cieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé es-
pumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado,
raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin
cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando pláci-
damente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían
y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así
lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería
más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas!
¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más
fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones!
¡Ahí... ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!
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Edgar Allan Poe
EL RUISEÑOR Y LA ROSA
- Ha dicho que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas -se lamentaba el joven es-
tudiante-, pero no hay en todo mi jardín una sola rosa roja.
Desde su nido de la encina óyele el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.
¡No hay una sola rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaban de lágrimas.
¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído todo cuanto han escri-
to los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y tengo que ver mi vida destrozada
por falta de una rosa roja.
He aquí por fin el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las no-
ches, aun sin conocerle; todas las noches repito su historia a las estrellas, y ahora le
veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que
desea; pero la pasión ha tornado su rostro pálido como el marfil y la pena le ha marcado
en la frente con su sello.
El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi ado-
rada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si
le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos. Reclinará su cabeza sobre mi hombro y
su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré
que estar solo y no me hará caso ninguno. No se fiará en mí para nada y mi corazón se
desgarrará.
He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo
que es alegría para mí, para él es pena. Realmente el amor es una cosa maravillosa: es
más precioso que las esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Perlas y granates no
pueden pagarle porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al
vendedor, ni pesarlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.
Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumen-tos
de cuerdas y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporo-
samente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rode-
arán solícitos; pero conmigo no bailará porque no tengo rosas rojas que darle.
Y dejándose caer sobre el césped, hundía su cara en sus manos y lloraba.
¿Por qué lloras? -preguntaba una lagartija verde correteando cerca de él con su cola
levantada.
-Sí, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de
sol. -Eso es, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una dulce
vocecilla. -Llora por una rosa roja.
-¿Por una rosa roja? ¡Qué ridiculez!
Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció si-
lencioso en la encina, reflexionando en el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.
Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.
En el centro del parterre se levantaba un hermoso rosal, y al verle voló hacia él y se
posó sobre una ramita.
Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal sacudió su cabeza.
Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la
nieve en la montaña. Pero ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo
reloj de sol y quizá él te dé lo que pides.
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Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía en torno del viejo reloj de sol.
Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal sacudió su cabeza.
Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que
se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los
prados, antes de que llegue el segador con su hoz. Pero ve en busca de mi hermano,
el que crece debajo de la ventana del estudiante y quizá él te dé lo que pides.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el arbusto sacudió su cabeza.
Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que
los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invier-no
ha helado mis venas, las heladas han marchitado mis botones, el huracán ha parti-do
mis ramas, y no tendré ya rosas en todo este año.
No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay
ningún medio para que yo la consiga?
Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy asustadizo.
Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con notas de música, al
claro de luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí, con el
pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas
te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá
en sangre mía.
La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor- y todo el mundo ama
la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a
la luna en su carro de perlas. Dulce es el olor de los nobles espinos. Dulces son las
campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embar-
go, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el
de un hombre?
Entonces desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una
sombra y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped, allí donde el ruiseñor le dejó, y
las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
Sed feliz -le gritó el ruiseñor-, sed feliz; tendréis vuestra rosa roja. La crearé con notas
de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que
os pido en cambio es que seáis un verdadero enamorado, porque el amor es más sa-
bio que la filosofía, aunque ésta lo sea. Y más fuerte que el poder, aunque éste tam-
bién lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son
dulces como la miel y su aliento es como el incienso.
El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo
que le decía el ruiseñor, pues únicamente sabía las cosas que están escritas en los li-
bros.
Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñorcito que
había construido el nido en sus ramas.
0Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!
Entonces el ruiseñor cantó para la encina; y su voz era como el agua reidora de una fuen-
te argentina.
Al terminar su canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuadernito
de notas y su lápiz de bolsillo.
El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza inne-
gable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas, todo
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estilo sin nada de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la
música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negar-
se que su voz tiene notas muy bellas. ¡Qué lástima que todo eso no tenga sentido alguno,
que no persiga ningún fin práctico!
Y volviendo a su habitación se acostó sobre su jergoncito y se puso a pensar en su ado-
rada.
Al poco rato se durmió.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra
las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas; y la fría luna de cristal se
detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche y las espinas penetraron cada vez más en su pecho y la
sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha; y
sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción
tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la maña-
na y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal, parecía la sombra de una rosa en
un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté
terminada. Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más
sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una
virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara
de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la
rosa seguía blanco; porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de
una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté
terminada. Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas toca-
ron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor
sublimizado por la muerte, el amor que no acaba en la tumba.
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los
pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se ex-
tendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un último fulgor. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora
se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío de la
mañana. El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus
sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió: yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón tras-
pasado de espinas.
A mediodía el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
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- ¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto una rosa se-
mejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy seguro de que debe tener en latín un
nombre enrevesado.
E inclinándose, la cogió.
En seguida se puso el sombrero y corrió a casa del profesor con su rosa en la mano.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con
un perrito echado a sus pies.
- Dijisteis que bailaríais conmigo si os traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la
rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderéis cerca de vuestro corazón, y cuando
bailemos juntos, ella os dirá lo mucho que os amo.
Pero la joven frunció las cejas.
Temo que esta rosa no se armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino
del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad y ya se sabe que las joyas cues-
tan más que las flores.
¡Oh, a fe mía que sois una ingrata! -dijo el estudiante lleno de cólera.
¡Ingrato! -dijo la joven-. Os diré que os portáis como un grosero, y después de todo, ¿qué
sois? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que podáis tener nunca hebillas de pla-ta en
los zapatos como las del sobrino del chambelán.
Y levantándose de su silla, se metió en su casa. -¡Qué bobería es el amor! -se decía el
estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la Lógica, porque no puede probar
nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no
son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser
práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se
puso a leer.
Oscar Wilde
PEPE
Pepe tiene unos diez años. Es débil, delgadito y ligero como una lagartija. De sus estre-
chos hombros cuelgan unos andrajos abigarrados, por cuyos infinitos agujeros se ve la
piel, oscura de sol y de mugre.
Pepe parece una yerbecita seca, arrastrada por el viento que viene del mar. Salta por las
piedras de la isla desde que sale el sol hasta que se pone, y a todas horas resuena en
alguna parte su vocecita infatigable:
Italia bella,
¡Italia mía!
Todo le interesa grandemente: las flores que se derraman por la buena tierra, las lagarti-
jas entre las piedras malvas, los pájaros en las cinceladas hojas de los olivos o en el en-
caje de las vides, los peces en los umbríos jardines del fonda del mar y los viajeros en las
angostas calles de la ciudad: el alemán gordo, con el rostro arañado par la espada; el in-
gles, siempre semejante al actor acostumbrado a representar el papel de misántropo; el
norteamericano, que can tenacidad, pero sin fortuna, quiere parecerse al ingles, y el inimi-
table francés, ruidoso como una sonaja.
¡Vaya una cara! — dice Pepe a sus amigos, mostrándoles con los ojos, que todo lo ven, a
un alemán tan hinchado, que hasta tiene los pelos de punta — ¡Vaya una cara: tan grande
como mi barriga!
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Acerca de Pepe se podrían contar multitud de interesantes historietas: Una vez, una seño-
ra le encargó que llevase a una amiga suya, como regalo, una canasta lleno de manzanas
de su jardín;
- ¡Te ganarás una moneda! — le dijo —. Y eso no te vendrá mal...
Con gran diligencia, Pepe tomó el canasto, se lo puso sobre la cabeza y se fue, pero no
regreso en busca de la moneda sino hasta la noche.
Sin embargo, ¡estoy muy cansado, señora! — contestó Pepe, dando un suspiro —. ¡Pues
eran más de una docena!
¿En un canasto lleno hasta los bordes? ¿Solo una docena de manzanas?
De chiquillos, señora.
Pero, ¿y las manzanas?
Empecemos por lo s chiquillos: Nano, Giovanni...
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- ¿No has visto los que llevo?
Era difícil verlo, pues de los que tenía Pepe no quedaban ya en sus piernas más que
míseros restos.
- Si - asintió la hermana—, ¡necesitas vestirte! Pero el puede pensar que lo hemos roba-
do...
¡No hay que creer que la gente es mas tonta que nosotros! Cuando, de mucho, se coge
un poco, ¡eso no es un robo, sino un reparto justo!
¡No me vengas con excusas! —contestó la hermana, disconforme, pero Pepe no tardó en
convencerla. Cuando trajo a la cocina unos pantalones, buenos, de color gris claro y
resultaron ser más largos que todo el cuerpo de Pepe, este adivinó el momento lo que
había que hacer:
¡Dame un cuchillo!
Entre los dos convirtieron los pantalones del norteamericano en un terno muy cómodo:
era un saco un poco ancho, pero confortable, sujeto a los hombros con unas cuerdas, que
se podían enrollar al cuello, y las entradas de los bolsillos hacían perfectamente las veces
de mangas.
Habrían confeccionado con ellos un terno mejor y más cómodo aun, de no haberlo impe-
dido la esposa del dueño de los pantalones, que se presentó allí y empezó a pronunciar
palabras soeces.
Pepe, incapaz de detener aquel torrente de elocuencia, fruncía el ceno, se llevaba la ma-
na al corazón, a la cabeza, suspiraba con aire de cansancio, pero ella no pudo apaciguar-
se hasta que llegó su marido.
¿Qué pasa? -preguntó este. Y
entonces Pepe le dijo:
Señor, sorprende mucho el alboroto que ha armado su esposa y hasta lo siento un poco
por usted. Según lo que he conseguido entender, ella cree que hemos estropeado los
pantalones, ¡pero le aseguro que a mí me resultan muy cómodos! Por lo visto se figura
que yo he cogido sus últimos pantalones y usted no puede comprarse otros...
EI hombre, después de oírlo tranquilamente, manifestó:
Hay que llamar a la policía.
¿Si? - se asombró mucho Pepe -. ¿Para qué?
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Mira y canta...
- ¡Fiorino-o, fiorino-o!
De lejos, como sones de un enorme tambor, llegan los sordos suspiros del mar. Revolo-
tean las mariposas sobre las flores. Pepe alza la cabeza y sigue su vuelo entornando los
ojos deslumbrados por el sol, mientras a, sus labios aflora esa sonrisa un poco envidio-
sa y triste, pero buena, del que se siente dueño en la tierra.
- ¡Chas! —exclama, dando una palmada para asustar a una lagartija de esmeralda.
Y cuando el mar está sereno como un espejo y no llega a las rocas el albo encaje de la
marejada, Pepe, sentado en algún peñasco, observa con sus ojos penetrantes el agua
transparente. Allí, entre las algas rojizas, se deslizan suaves los peces, aparecen fuga-
ces los langostinos, se arrastra de costado un cangrejo. Y en el silencio, sobre el agua
azul, va fluyendo lenta la voz sonadora y cantarina del pequeño: - iOh, mar! ¡Oh, mar!
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
CLAVE DE RESPUESTAS
Nº
C 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
1 B 1 C 1 A 1 C 1 D 1 C 1 E 1 B 1 A 1 E 1 D 1 B 1 D
2 B 2 B 2 A 2 D 2 C 2 B 2 C 2 B 2 A 2 C 2 C 2 B 2 C
3 D 3 D 3 B 3 B 3 E 3 E 3 D 3 C 3 D 3 B 3 B 3 C 3 C
4 B 4 C 4 B 4 D 4 B 4 E 4 B 4 E 4 C 4 B 4 C 4 B 4 A
5 C 5 E 5 C 5 E 5 C 5 B 5 D 5 C 5 E 5 B 5 E 5 E 5 E
6 C 6 E 6 E 6 B 6 D 6 E 6 C 6 D 6 D 6 C 6 D 6 A 6 B
7 A 7 B 7 B 7 B 7 A 7 D 7 A 7 C 7 C 7 A 7 C 7 A 7 D
8 D 8 D 8 D 8 D 8 D 8 B 8 C 8 B 8 C 8 B 8 D 8 C
RESPUESTAS
9 C 9 B 9 C 9 C 9 C 9 D 9 D 9 C 9 E 9 B 9 D 9 E
10 C 10 E 10 E 10 A 10 E 10 E 10 B 10 E 10 A 10 d 10 E 10 D
11 B 11 C 11 B 11 C
12 B 12 C 12 D 12 B
13 D 13 B 13 C 13 C
14 D 14 B 14 C 14 B
15 E 15 c 15 C
16 A
17 A
18 C
19 B
20 C
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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO - PUNO LITERATURA
BIBLIOGRAFIA
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