Derrida y La Educacion.

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La educación sobrevalorada: deconstruir el aula.

Tomando como disparador inicial una escena de la película “Luna de


Avellaneda” del año 2004 bajo la dirección de Juan José Campanella se
pueden tomar varias aristas para analizar el fenómeno educativo en sí y las
distintas transformaciones en el área pedagógica a finales del siglo XX y
comienzos del siguiente. En la escena una profesora se dispone a explicar un
tema de su clase de geografía ante la taciturna y descansada mirada de sus
estudiantes, en un instante uno de ellos bosteza y genera risas en sus
compañeros, la docente chista un ‘¡sh!’ y hace retroceder el murmullo. Luego,
se repite la primera secuencia ahora con más risas y finalmente un objeto
pequeño se estrella contra el pizarrón. Es ahí donde comienza un valioso
intercambio de palabras y claro, de intereses entre el estudiante aburrido y la
docente muy preocupada por exponer sus conocimientos sobre los “vientos de
la Patagonia”.

Muy claramente el estudiante aburrido (como el resto de sus


compañeros) le hizo saber a la encargada del curso que “a nadie le interesa los
vientos de la Patagonia” y “…no se da cuenta que esto es un embole (…) no
sirve para esto profesora, dese cuenta” .Ante los reclamos del soporífero joven
y la mirada atenta del resto del aula, la docente despotricó su furia (mezclada
con frustración, evidente en su mirada) contra el joven señalándole la puerta de
salida con una frase que nos servirá de reflexión más adelante: “…si preferís
seguir siendo un ignorante, no pierdas más tiempo en aprender y yo no pierdo
mi tiempo en enseñarte. Retirate”. El conjunto de estudiantes se levantan de
sus asientos y se acercan a la puerta cuando la docente se abalanza sobre el
líder de la manada y termina cacheteando al joven.

El resto de la escena es el escenario central donde podemos extraer


más riqueza para este análisis de carácter filosófico. El dialogo final se
compone de una suerte de lección de vida a modo de regaño de parte de la
docente y una veraz respuesta del estudiante embolado.

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D1: “¿Te crees que no te puedo enseñar nada? ¿Te crees que lo sabes
todo? Te puedo contar lo que va a pasar con el resto de tu vida, día por día,
¡así te tengo boludo! Te puedo contar como vas a dejar a tu novia con el
bombo porque te crees muy piola para ponerte un forro ¿O no? ¿¡O no!? Como
vas a terminar con un laburo roñoso para mantener a tu familia, y el día de
mañana cuando te empiecen a empujar a vos vas a pedir perdón. Empezá a
usar esto2 con esa cara de nabo es lo único que te queda”.3

E4: “Usted no sabe nada de mi vida”.

Finalmente la docente abandona el aula entre el griterío de los jóvenes


excitados por la inusual situación, dando por terminada la escena.

Si bien las extremas acusaciones de la profesora pueden dar muchos


puntos de análisis posibles, detenernos en la primera frase de la acalorada
discusión y en la última respuesta del estudiante embolado nos será de mayor
practicidad en una eventual interpretación filosófica de la escena. Simplemente
como plantear preguntas como ¿Qué podemos enseñarles a los estudiantes de
verdad? ¿Es la enseñanza una herramienta fidedigna para el desarrollo ético
de una persona? ¿La educación está sobrevalorada? Si es que lo está, ¿Qué
debemos hacer para deconstruir este problema?

Tomando como punto de partida, la escena ya descrita, y elevando este


caso a un nivel más general en la educación podemos tomarnos el atrevimiento
de decir que la educación está sobrevalorada, totalmente sobrevalorada. Con
el fin de encontrar respuestas firmes a las principales problemáticas culturales
y sociales que amenazaban los códigos morales y éticos de nuestra sociedad,
la educación ha fracasado. Y con el inconmensurable objetivo de transportar
conocimientos edilicios y saberes culturales de antaño que serán de clave
importancia para el porvenir intelectual del ser humano y su comportamiento
dentro de la sociedad enmarcada bajo canales de lenguaje infranqueables, la
enseñanza institucionalizada ha fallado estrepitosamente.

1 Docente
2 Martillando con su dedo índice al cabeza del joven.
3 El resto de los jóvenes avivaban con gritos y vítores a la maestra encendida.
4 Estudiante.

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Parece exagerado y hasta apocalíptico dar este paso, más tomando
como referencia dos frases de una simple película. Pero como dijimos, nos
servirá como punto de partida esta problemática extraída de la escena para
desarrollar nuestra hipótesis. Luego podemos discutir si es un poco
descabellada o no.

Para poder abrir este corto análisis, no podemos dejar pasar una
dimensión de la filosofía que tiene mucho a traer en la actualidad pero que
poco se parece en sus orígenes. Jacques Derrida, filosofo argelino fiel seguidor
del trabajo de Heidegger va a centrar su trabajo en la teoría post-estructuralista
que proponía Heidegger, y va a llevarla al plano etimología, más
específicamente en la desconstrucción del lenguaje en sí. Derrida tenía la
impresión que la palabra “deconstrucción” era una palabra entre otras muchas
palabras, que iba a borrarse o que iba a ocupar un lugar. Para él formaba parte
de una cadena de vocablos como muchos otros, tales como Huella o
Differance. Cabe destacar que el éxito de esta palabra se produjo por el
contexto, por la época en que dominaba generalmente el estructuralismo, y en
el que la palabra clave era Estructura. El escrito que marcó la insistencia en su
uso fue “De la Gramatología” (1967) y el mismo así lo sugiere: “Cuando elegí
esta palabra, o cuando se me impuso, creo que fue en la De la Gramatología”.5

Desconstruir parece significar ante todo: desestructurar o descomponer,


incluso dislocar las estructuras que sostienen la arquitectura conceptual de un
determinado sistema o de una secuencia histórica. Ahora bien, que podría
significar esto en el ambiente de la educación.

Yendo a la escena en cuestión, ¿se puede deconstruir la enseñanza


para entender el pensamiento del alumno? ¿Cómo debe ser un docente según
Derrida?

Según Derrida, en uno de sus escritos, el docente no debe instar a los


estudiantes a la repetición del contenido, copiar y pegar la información que ya
está plasmada en los papeles, sino que debe motivar a los estudiantes a la

5 (Derrida, 1967)

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comprensión critica y producción de nuevos textos de forma continua6.
Cataloga a los docentes que instan a la enseñanza como un sistema de
reproducción antagónico de contenido como agrége7 : traducido como
repetidor. ¿Acaso nuestra docente en cuestión no estaba siendo una repetidora
con los estudiantes? Lo que provoco una justificada catarata de bostezos.

Dando un paso más adelante, algunos de los profesionales más


destacados en el área de la educación en el país ya advertían como debería
ser un docente, guardando estrecha relación con lo sugerido por Derrida
décadas atrás. Un componente destacado se puede observar claramente al
advertir que un docente debe procurar positivamente por la razón ética de sus
estudiantes y que ellos deben saber que la mera autoridad del profesor es una
cuestión burocrática que no guarda relación con la cooperación de los
estudiantes en el aula. Y que éste es un punto clave en torno del buen ejercicio
de la tarea docente (Tenti Fanfani, 2009)8.

Siguiendo la línea que tomaba Tenti inicialmente en su texto, un carácter


paternalista puede resultar beneficioso para el desarrollo de las clases por
parte del docente y que, procurar por este componente ético es procurar por
una óptima realización del trabajo áulico del docente. Lejos de escepticismos
viejos que alegan que una relación personalista y “amigable” entre el cuerpo
docente y el estudiantado pueden traer problemas a futuro, como el exceso de
confianza y la pérdida de autoridad del mismo profesor. Y así durante mucho
tiempo se llevo a una idea de docente rígido que no cumple con ciertos códigos
humanos implícitos dentro del aula: todos somos humanos. Llevando así, a
tradiciones que pueden decaer en la mera repetición de contenidos que
explicada Derrida como un cuerpo docente repetidor: un agrége.

Se puede decir entonces que es una cuestión de hospitalidad tratar a los


estudiantes medianamente bien en el aula. Derrida, siguiendo su línea
filosófica, advierte sobre la hospitalidad institucional y que sus efectos pueden

6 (Derrida, Donde comienza y como acaba un cuerpo docente, 1982, pág. 70)
7 Responsable de impartir la educación mediante un concurso bajo regímenes de burocracia
política francesa
8 “El docente debe demostrarle a sus alumnos que el cuida de ellos…” (Tenti Fanfani, 2009,

pág. 39)

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ser contraproducentes, “como invitar a alguien a casa solo porque yo tengo el
control de quien entra y sale”. Pero no se detiene aquí sino que sostiene que
una hospitalidad pura o incondicional consiste en dejar entrar a alguien ajeno a
un determinado lugar, más allá de saber si este tercero puede ocasionar algún
daño o no. Se trata de no someter a alguien a alguna regla impartida (idioma,
lenguaje, saberes culturales, etc.) en el lugar donde se le da hospitalidad
“pura”9.

Dejando así una idea en claro, la hospitalidad depende de los docentes.


Claro está, dada las circunstancias socio-políticas en la que los docentes se
ven envueltos no siempre es posible esta consideración, pero claro se esa
hablando de un caso en especifico, como el de nuestra docente comprometida
con los vientos de la Patagonia y el estudiante aburrido que no para de
bostezar. Parece que la profesora no fue lo suficientemente hospitalaria con el
“embolado” ¿O ella era parte del embole?

Por último, una frase del Consideraciones Intempestivas (Nietzcshe,


2015) que nos deja un poco más acerca del rol del docente. ¿Deconstructor o
agregé?)

“¿qué les importa a nuestros jóvenes la historia de la filosofía? ¿Ha de privarles


la confusión de opiniones de tener ellos opiniones propias? ¿Han de ser
instruidos para tomar parte en los jubileos provocados por el camino magnífico
que hemos recorrido? ¿Habrán de ser enseñados a odiar y a menospreciar a
los filósofos?” 10

9 (Derrida & Roudinesco, Y mañana, que..., 2003, págs. 69-70). Como parte de la discusión
entre ambos intelectuales.
10 (Nietzcshe, 2015, pág. 232) Agregado de una discusión de “Schopenhauer, educador”

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Bibliografía

Derrida, J. (1967). De la Gramatologia. Mexico DF: Siglo XXI.

Derrida, J. (1982). Donde comienza y como acaba un cuerpo docente. En D.


Grisoni, Politicas de la filosofia (págs. 57-99). Mexico DF: Fondo de Cultura
Economica.

Derrida, J., & Roudinesco, E. (2003). Y mañana, que... Buenos Aires: Fondo de
Cultura Economica.

Duschatzky, S., & Aguirre, E. (2014). Des-armando escuelas. Buenos Aires:


Paidos.

Nietzcshe, F. (2015). Consideraciones Intempestivas. Madrid: Alianza Editorial.

Tenti Fanfani, E. (2009). Notas sobre la construccion social del trabajo docente.
En Aprendizaje y desarrollo profesional docente (págs. 39-49). Madrid:
OEI/Fundacion Santillana.

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