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LOS DUEÑOS DEL AIRE

LOS DUEÑOS DEL AIRE

RAÚL GARCÉS CORRA


© 2003 Raúl Garcés Corra
© 2003 Pablo de la Torriente, Editorial
Unión de Periodistas de Cuba
Calle 11 no. 160 e/ K y L, Vedado, La Habana
Edición: Fermín Romero Alfau
Diseño: Tony Gómez
Diagramación: Gladys Armas Sánchez
Corrección: Samuel Paz Zaldívar
Días de radio
(A modo de introducción)

Ocurrió en el amanecer del 28 de diciembre de 2000. Lo había-


mos preparado todo cuidadosamente para que nadie, ni siquiera los
que más presumen de sagaces, advirtieran de antemano nuestros ver-
daderos propósitos. Algunos periodistas y autoridades de la emisora
se dispusieron incluso a servirnos de cómplices. Según lo previsto, la
jefa de Programación de la planta debía confirmar ante la audiencia
que lo dicho por nosotros era cierto. Tal vez lamentable, pero cierto.
Así que no lo pensamos más y emprendimos paso a paso el plan:
«Queridos oyentes –se nos escuchó decir poco después de las cinco
de la madrugada– esta será la última emisión de la radiorrevista “Ha-
ciendo radio”. Nos despedimos con la certeza de que encontrarán
por estas frecuencias, desde mañana, una propuesta mejor».
No habíamos terminado de hacer el anuncio cuando varias
personas empezaron a comunicarse telefónicamente con no-
sotros. ¿Por qué no investigaron los intereses de la audiencia
antes de suprimir el espacio?, preguntaban unos. ¿Quién era
el responsable de «tamaño disparate?», indagaban otros. Una
señora se confesaría «al borde del infarto» cuando encendió
el radio y conoció la noticia. Otra se declararía incapaz de
justificar ante su nieta la supuesta desaparición de «El vende-
dor de asombros», segmento infantil que acompañaba todas
las mañanas a la niña antes de marchar a su escuela. A una
tercera se le oiría preguntar entre sollozos desde el otro lado
del auricular: ¿qué va a pasar con mi vida en lo adelante?
Esa misma tarde nuestro buzón electrónico recogería otras mues-
tras de inconformidad entre quienes, habiendo salido hacia sus cen-
tros de trabajo antes de terminar el programa, permanecían aún
6 Raúl Garcés

ajenos a su desenlace: «Nunca les había escrito –confesaba un ra-


dioescucha–, nunca lo sentí imprescindible, los percibo cercanos
aunque la comunicación sea unidireccional. Sólo hoy he tenido la
necesidad imperiosa de comunicarme con el colectivo porque es la
primera vez que recibo un disgusto de ustedes […]. Me queda la
esperanza de que todo sea una broma, tal vez por el día de los
inocentes».
Y lo era. Habíamos previsto aprovechar el 28 de diciembre para
cobrarle a la audiencia una «inocentada» y comprobar de paso la
influencia que un espacio informativo matutino como el nuestro podía
alcanzar entre su público. Fueron cuatro horas de confusión que
suscitaron, una vez aclaradas las cosas, reacciones muy hetero-
géneas: desde quienes tomaron la broma con aplomo y la estima-
ron «una idea original», hasta quienes nos criticaron duramente,
reservándonos, cuando menos, los adjetivos de locos e irresponsa-
bles. Por nuestra parte, creo que nunca habíamos visualizado tan
claramente el alcance y la ascendencia sobre los oyentes, del ins-
trumento que teníamos en las manos.
No era la primera vez que se realizaba una provocación de
este tipo. En 1994, radialistas de la emisora comunitaria argentina
FM La Tribu quisieron llegar más lejos, planteando la hipótesis de
una posible desaparición de la radio como medio. Aprovechando la
tradición del mandatario Carlos Saúl Ménem de emitir decretos una y
otra vez para enrumbar a su manera los destinos del país, el director
de La Tribu anunciaba la proscripción total de las transmisiones de
radio, como resultado supuesto de otro de los célebres decretos del
presidente. «A partir de las doce de la noche de este día, FM La Tribu
y el resto de las emisoras de la nación dejaremos de transmitir».
Las reacciones en este caso también fueron diversas: algunos se
resistieron a dejarse timar por el mensaje escuchado, otros se con-
movieron hasta las lágrimas con la noticia, y unos pocos estallaron
de ira e insultaron a los autores de la idea al conocer que se trataba
de un divertimento. Todos, sin embargo, reconocieron igualmente
que por primera vez habían reflexionado con total seriedad en tor-
no a la trascendencia de la radio para sus vidas.
Más allá de la curiosidad anecdótica, las historias anteriores plan-
tean varios problemas con implicaciones no sólo para los investi-
Días de radio (A modo de introducción) 7

gadores en comunicación, sino también para estudiosos de otras


ramas de las ciencias sociales contemporáneas. ¿Cuánta depen-
dencia pueden desarrollar las personas respecto a los medios? ¿A
partir de qué límites esa relación comienza a ser nociva? ¿Dispone-
mos, en el caso específico de la radio, de una reflexión teórica sufi-
cientemente consistente para entender el lugar real que ocupa hoy
en la sociedad?
Tales preguntas podrían encontrar respuestas disímiles que, en
lo concerniente a la radio, dependerían de la concepción «apoca-
líptica» o «integrada» que se tenga sobre su papel en una era
apabullada por imágenes y producciones multimedia. Sin embar-
go, en cualquier caso nadie podría desconocer el hecho indiscuti-
ble de que millones de personas en el planeta siguen conmovién-
dose, entreteniéndose o informándose cada día gracias a este
medio. Quienes previeron su sepultura con la aparición de la tele-
visión en la década del cincuenta tuvieron que retractarse pronto
ante la evidencia de que no sólo se mantendría, sino que incluso se
desarrollaría accediendo a la frecuencia modulada, consolidán-
dose en miles de emisoras comunitarias esparcidas por regiones
pobres de los cinco continentes y, en fecha más reciente, iniciando
el camino de la digitalización y las transmisiones en audio real a
través de internet.
Partiendo de reconocer el alcance de la radio en el contexto de la
sociedad contemporánea, bastaría un ejercicio de abstracción ele-
mental para imaginar sus influencias en los tiempos en que la televi-
sión no pasaba de ser un experimento de laboratorio. Las décadas
treinta y cuarenta del pasado siglo atestiguaron una verdadera re-
volución tecnológica y económica en el medio, que favoreció la apa-
rición de nuevas formas de decir y permitió el crecimiento de la
cantidad de oyentes en un número exponencial. No es casual que
estudiosos de la comunicación de masas, sobre todo norteamerica-
nos, se volcaran en esta etapa a investigar sus potencialidades como
instrumento de persuasión. En una sociedad primero sobresaltada
por los efectos de la depresión financiera de 1929 –y los
decrecimientos productivos de la década siguiente– y después lla-
mada a irrumpir en los escenarios de la segunda guerra mundial,
mucha responsabilidad le tocaría a la radio en unificar a la opinión
8 Raúl Garcés

pública estadounidense en torno a las decisiones futuras que toma-


ría la nación.
Cuba, seguidora fiel de las enseñanzas provenientes del Norte,
llegó a la década del cuarenta con un sistema radial que había
importado prácticamente desde sus inicios –y a veces sin la menor
adaptación al contexto criollo– los estilos prevalecientes en las más
importantes emisoras norteamericanas. El diseño de la programa-
ción de nuestras principales plantas constituía una prueba –otra más–
del grado de penetración alcanzado por el modelo de sociedad
yanqui en la isla, y demostraba, por otro lado, las potencialidades
de la radio como institución legitimadora de la dominación extran-
jera sobre nuestro país.
LOS DUEÑOS DEL AIRE pretende acercarse a ese y otros fenómenos
de las relaciones entre la radio y la sociedad cubana de finales de la
década del cuarenta, asumiendo como momento fundamental de
estudio 1948. La inauguración de Radiocentro, el suceso comuni-
cativo en que se convirtiera «El derecho de nacer» mientras duró su
transmisión, la clausura de la emisora Mil Diez en una coyuntura de
sistemática represión del movimiento obrero y comunista, son ape-
nas algunos hechos que concedieron a ese año gran relevancia
dentro de la historia del medio y lo hacen por tanto objeto de un
marcado interés investigativo.
En el propósito de situar la etapa mencionada dentro del contex-
to de nuestra radio comercial, dos obras constituyeron referentes
indispensables. Una de ellas –La radio en Cuba– sigue siendo, a
casi veinte años de publicada, la exploración más detallada que
tenemos en torno a la historia y evolución de ese medio en la isla.
La otra –Llorar es un placer– concentra más su análisis en el impac-
to logrado dentro y fuera de Cuba por nuestras radionovelas; pero
en ese camino aborda también agudamente la «guerra del aire»
que protagonizaran CMQ y RHC Cadena Azul, junto a sus respec-
tivos dueños. Se consultaron además, por supuesto, las secciones
de radio publicadas por revistas y periódicos de la época.
LOS DUEÑOS DEL AIRE pretende ser, entonces, algo más que una
simple recopilación de testimonios. Los entrevistados que aparecen
más adelante interesan, a los efectos de esta investigación, no sólo
por su obra en sí, sino además por sus vivencias dentro del sistema
Días de radio (A modo de introducción) 9

social y comunicativo en el que desarrollaron su trabajo. Siguiendo


la perspectiva de los estudios comunicológicos más recientes, se busca
aquí situar la información aportada por cada fuente, dentro de las
lógicas de emisión y recepción de mensajes prevalecientes al finali-
zar la década del cuarenta. O, dicho con las palabras de algún
teórico,1 se parte de los discursos comunicativos para intentar llegar
a los mecanismos externos de tales discursos y por consiguiente a
una dimensión sociológica de la comunicación.
El enfoque anterior, sin embargo, encuentra a la hora de aplicar-
se numerosos atolladeros. El más importante tal vez se derive de su
relativa juventud, que no deja ver en abundancia concreciones prác-
ticas de los modelos enunciados teóricamente por varios investiga-
dores. La propuesta integradora de Manuel Martín Serrano2 conti-
núa sobresaliendo sin duda por su lucidez, pero resulta casi
inabarcable en un único estudio. Al analizar los distintos niveles en
que podrían afectarse mutuamente los sistemas social y comunica-
tivo –infraestructura, estructura y superestructura–, el propio autor
reconoce con toda lógica que dichas afectaciones ocurrirían, al
mismo tiempo, entre niveles equivalentes y dispares, lo que supone
complejidades adicionales para cualquier indagación. De todas for-
mas, Serrano abre una puerta que intentarán atravesar las páginas
siguientes.
Al objetivo de cumplir con las expectativas de su propuesta teó-
rica, habría contribuido significativamente el poder acceder a gra-
baciones de programas de finales de la década del cuarenta, pero
tal empeño quedó impedido por razones tecnológicas. No hubo
más remedio que darle voz a la radio de la época a través de algu-

1
Alfonso Mendiola y Guillermo Zermeño. «Hacia una metodología del discurso histórico»,
en Jesús Galindo (comp.). Técnicas de investigación en sociedad, cultura y comunicación,
Litográfica Ingra Mex, México, 1998.
2
En su libro La producción social de comunicación, este autor español propone analizar las
relaciones entre el sistema social y el comunicativo, abarcando en cada uno de ellos los
niveles infraestructural (recursos y equipamientos para la producción y reproducción so-
cial), estructural (organizaciones mediadoras para la reproducción de la sociedad) y
supraestructural (normas, leyes, creencias que rigen el funcionamiento de una sociedad en
un contexto determinado). Ver Martín Serrano, en La producción social de comunicación,
Alianza Editorial, Madrid, 1993, «Las afectaciones entre la comunicación pública y el sis-
tema social», pp. 48-70.
10 Raúl Garcés

nos de sus protagonistas y de la amplia documentación disponible


sobre este tema.
La presente investigación está dividida en dos partes. La primera,
«Radio y sociedad en el cruce de caminos», propone un acerca-
miento a nuestro modelo de radio comercial, insertándolo dentro
del contexto que le dio origen en Estados Unidos e intentando expli-
car aquellos procesos que tuvieron lugar, aparentemente, al margen
de las lógicas del sistema radial cubano. Se incluye además, a
manera de referente histórico indispensable, un análisis de la socie-
dad cubana de la segunda mitad de la década del cuarenta.
La segunda parte está referida a entrevistas a diez figuras que se
destacaron por su trabajo en la radio de la época. Por supuesto
que a estos nombres pudiera sumarse una larga lista de artistas,
realizadores, directores y técnicos tan responsables, como los que
aquí aparecen, de situar a nuestra radiodifusión en un lugar de
vanguardia en América Latina; mas toda investigación depende
necesariamente de tiempo, esfuerzos y propósitos finitos. En todo
caso, el camino queda abierto para intentos posteriores y tarea siem-
pre interminable de escribir la historia de nuestros medios y nuestro
periodismo.
Capítulo 1

RADIO Y SOCIEDAD EN EL CRUCE


DE CAMINOS

1.1. Una auténtica estafa (sobre la sociedad


cubana de fines de la década del cuarenta)

¡Grau Presidente!... La noticia del resultado electoral se regó como


pólvora por toda la isla. Miles de personas salieron a las calles a
hacer suya la victoria en las urnas de la Alianza Auténtico-Republi-
cana, esperanzados con la posibilidad de un cambio en el estado
de cosas del país. En La Habana el tráfico de las avenidas más
importantes quedó paralizado más de una vez por el alboroto:
jóvenes gritando de júbilo desde el techo de los tranvías, choferes
sacándole música al sonido de sus cláxones, familias agitando
banderas cubanas desde los balcones de los edificios... «Ningún
presidente cubano ha despertado tan grandes ilusiones de reivin-
dicación social como el doctor Grau», sentenciaría Eduardo Chibás
poco después del 1 de junio de 1944.
Desde la terraza de su residencia del Vedado, el mandatario
recién electo pronunciaría su primer discurso a la nación. La multi-
tud, congregada en 17 y J, no cesaba de ovacionarle, como si
quisiera entregarle con sus aplausos una prueba irrefutable de con-
fianza. La trayectoria del nuevo presidente parecía merecerla: co-
laborador estrecho del Directorio Estudiantil Universitario; activo
participante en las luchas contra Machado; jefe del gobierno re-
12 Raúl Garcés

lámpago que, bajo el influjo revolucionario de Antonio Guiteras,


intentara encauzar una reforma popular; fundador de un partido
que sumaría adeptos rápidamente sobre la base de su discurso
nacionalista y, finalmente, depositario de más de un millón de vo-
tos en unas elecciones cuya legitimidad reconocerían todos, desde
los partidos de oposición hasta el presidente saliente Fulgencio
Batista.
«El día de hoy aparece luminoso por el sol que lo inunda y por
la gloriosa eflorescencia del alma cubana, que se siente también
envuelta por la fe y el optimismo […]. Hoy nuestro pueblo ensan-
cha su pecho al grito del entusiasmo y ve en el horizonte la aurora
magnífica de un nuevo día. Una aurora de paz, de orden, de con-
cordia, de colaboración de todas las clases sociales en un régimen
democrático de Libertad y de Justicia».1 La alocución de Grau te-
nía más de seudopoesía que de enunciados concretos en torno al
programa de su gobierno. Pero advertirlo aquel día inaugural ha-
bría significado para cualquiera, cuando menos, ganarse el adje-
tivo de aguafiestas. La popularidad del elegido, si bien se conecta-
ba con promesas muchas veces repetidas durante la república –fomento
de obras, mejoras educacionales, nuevos empleos, etc.–, se multipli-
caba al hacer énfasis en un propósito largamente ansiado: la libe-
ración económica del país.
Frente a los niveles alarmantes que alcanzaban en ese dece-
nio la especulación y la bolsa negra, los Auténticos proponían un
Estado regulador de la economía y una participación más equita-
tiva en el manejo de los recursos nacionales. Frente a la realidad
de una nación crecientemente gobernada desde Washington, el
partido de Grau apostaba a la lucha contra los monopolios y
hasta dejaba entrever en su discurso cierta vocación antim-
perialista. Frente a la frase «sin azúcar no hay país», asumida casi
como destino histórico irremediable por muchos cubanos, se plan-
teaba la opción de desarrollar la industria, diversificándola y ex-
pandiéndola como fuente de riqueza. En teoría, el programa au-
téntico parecía una luz al final del túnel de la economía cubana,
deformada por una estructura neocolonial que se acentuaba dé-
cada tras década.

1
Diario de la Marina, La Habana, 3 de junio de 1944.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 13

El panorama heredado por Grau cuando asume el poder contie-


ne muestras elocuentes de esa deformación. En 1934 había sido
ampliado el tratado de presunta reciprocidad comercial, vigente entre
Cuba y Estados Unidos desde 1902. Se consolidaban entonces sis-
temas preferenciales de tratamiento arancelario para los artículos
comerciados entre ambos países, con la distinción de que el número
de productos norteamericanos beneficiados ascendía a unos cua-
trocientos, mientras que la cifra de los cubanos alcanzaba apenas
los treinta y cinco. También en 1934 se aprobaba la ley Costigan-
Jones, responsable de que Cuba limitara su exportación de azúcar a
Estados Unidos a un 28% de lo consumido por el mercado norte-
americano. (Sólo unos años antes la isla había cubierto casi la mitad
de las necesidades de importación en este rubro de su vecino del
Norte).2
Si se analiza la composición de las exportaciones y las importa-
ciones de nuestro país, se entenderá mejor el reforzamiento du-
rante las décadas del treinta y cuarenta, de la condición de Cuba
como nación productora y exportadora de materias primas –fun-
damentalmente azúcar y otros derivados de la caña– e importadora
de productos elaborados cuyos precios se disparaban de año en
año en el mercado mundial. A diferencia de lo acontecido a prin-
cipios de siglo, disminuía ahora el presupuesto para comprar ma-
quinarias y equipos que favorecieran el desarrollo industrial, y au-
mentaba, en cambio, el destinado a adquirir alimentos, a pesar
del potencial agrícola de un país colmado de tierras cultivables. A
tal distorsión se agregaba la excesiva dependencia de nuestras
relaciones comerciales respecto a un solo mercado. En general,
durante la década del cuarenta las ventas de la isla a Estados
Unidos triplicaron o cuadriplicaron las efectuadas a los países de
la Organización para la Cooperación Económica Europea (OCEE),3
segundo bloque de importancia en el destino de los productos
criollos. Las importaciones mostraron un desequilibrio todavía más
2
Julio Le Riverend y otros: Historia de Cuba, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1978.
3
La Organización para la Cooperación Económica Europea estaba integrada por Austria,
Bélgica, Dinamarca, Francia, Grecia, Holanda, Italia, Luxemburgo, Noruega, Portugal, Re-
pública Federal Alemana, Suecia, Suiza, Turquía y el Reino Unido. Las mayores exportaciones
que Cuba realizara a ese bloque ascendieron a 179,9 millones de dólares durante 1947.
Fuente: Banco Nacional de Cuba. Memoria 1949-1950. Talleres Tipográficos de Ed. Lex,
La Habana, 1950.
14 Raúl Garcés

dramático: la compra de mercancías norteamericanas alcanzó


en 1947 el mayor volumen del decenio, equivalente a unos 436 mi-
llones de pesos. La cifra resulta astronómica, sobre todo si se le com-
para con adquisiciones realizadas en otras latitudes: 23,8 millones en
Iberoamérica, 24,8 en las naciones de la OCEE y 34,9 en el resto del
mundo.
A primera vista, que una dama de sociedad efectuara sus com-
pras en Sears, cortara su cabello en una beauty parlor, agradecie-
ra a la Cuban Telephone Company el hecho de comunicarse con
distancias lejanas y sobrellevara posibles estreses mascando chiclets,
podía verificarse como expresión cotidiana de un proceso de do-
minación legalizado en 1901 por la Enmienda Platt y consolidado
desde entonces en el tiempo. Las facilidades que disfrutaban los
productos estadounidenses al entrar a la isla dejaban muy mal
parada a la industria nacional y a la posibilidad de promover su
desarrollo. Las fábricas más adelantadas en cuanto a equipos e
infraestructura exhibían sin pudor su nombre yanqui o, en el mejor
de los casos, escondían su verdadera relación con el vecino tras el
velo eufemístico de dos letras: s.a.
Dos muestras evidentes del poco progreso industrial de Cuba
se obtienen, por un lado, del examen de sus empresas atendiendo
al número de empleados con que contaban, y por otro, de analizar
el suministro de energía previsto por la Compañía Cubana de Elec-
tricidad para la clase industrial del país.
Clasificación de las industrias de Cuba
por número de empleados4
Número de empleados Número de industrias Por ciento del total
Hasta 5 830 45,1
De 6 a 10 333 18,1
De 11 a 25 320 17,4
De 26 a 100 250 13,6
De 101 a 250 67 3,6
De 251 a 500 26 1,4
De más de 500 14 0,8
Total 1 840 100,0
Fuente: Investment in Cuba, U.S. Department of Commerce, 1956 .

4
Oscar Pino Santos. El imperialismo norteamericano en la economía de Cuba, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 104.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 15

Número de consumidores de electricidad


(clase industrial)5
Año Pronóstico Real Cumplimiento
del pronóstico
(%)
1947 4 414 4 468 101,2
1948 4 900 1 290 26,3
1949 5 300 1 240 23,3
1950 5 700 1 313 23,0
1951 6 000 1 456 24,3
1952 6 300 1 323 21,0
Fuente: Foreign Policy Association.

En la primera tabla salta a la vista que buena parte de las fábri-


cas –casi la mitad– empleaban cinco obreros o menos, lo que
permite colegir su escasa importancia productiva. Las grandes in-
dustrias requerían proporcionalmente una mayor cantidad de fuer-
za de trabajo y personal capaz de garantizar la organización em-
presarial y administrativa; pero las de ese tipo que disponían de
capital en su mayoría cubano, definitivamente constituían más una
excepción que una regla.
El segundo ejemplo muestra a las claras el chasco sufrido por la
Compañía Cubana de Electricidad al pronosticar el crecimiento de
sus clientes industriales. Los vaticinios habían tomado como base
el período de la segunda guerra mundial, cuando el desabas-
tecimiento de mercancías norteamericanas obligara a buscar solu-
ciones «a la criolla» y condicionara cierto florecimiento productivo
en la isla. Una vez terminada la guerra, sin embargo, bastó poco
tiempo para que se restituyera la «normal anormalidad» de nues-
tros intercambios comerciales y desaparecieran los pequeños talle-
res y empresas desarrollados coyunturalmente. No por gusto un
sector de la burguesía ajeno a los intereses azucareros se quejaba
frecuentemente del ambiente hostil que imperaba para la prospe-
ridad de sus negocios. En las condiciones descritas, lograr produc-

5
Dieter Baudis y Gloria García. «La planificación a largo plazo de la Cuban Electric Company»,
en Los monopolios extranjeros en Cuba. Contribución al estudio de la penetración imperia-
lista, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973.
16 Raúl Garcés

tos competitivos era casi aspirar a lo imposible, y obtener facilida-


des para futuras inversiones se hacía también difícil, sobre todo
considerando que, en general, los créditos bancarios se destina-
ban a las ramas básicas de la estructura neocolonial, o cuando no
se concedían a muy corto plazo y a muy altos intereses.
Tanto para Ramón Grau San Martín como para su sucesor en el
poder, Carlos Prío Socarrás, fomentar una línea de desarrollo na-
cionalista habría requerido tener de su lado, al menos, dos facto-
res clave: el respaldo de las clases económicas potencialmente
capaces de llevar adelante los cambios en el país, a partir de su
interés en promover una diversificación de la industria y una estra-
tegia de inversiones que estimulara ese desarrollo, y la suficiente
valentía política como para enfrentar las tensiones derivadas de
una transformación en las relaciones de dependencia con Estados
Unidos. Los gobiernos Auténticos no contaron ni con lo uno ni con lo
otro, antes bien profundizaron el espíritu de sometimiento al vecino,
poniendo en práctica medidas de consecuencias desastrosas para
amplios sectores sociales.
Los apretones de manos de Grau y Prío con altos funcionarios
norteamericanos, la extrema cordialidad que distinguía los recibi-
mientos a los presidentes de Cuba en Washington, hacían deducir
que cualquier modificación en el rumbo de la isla debía subordi-
narse a un objetivo supremo: mantener intactos los lazos de buena
vecindad. Las declaraciones de Harry Truman a Carlos Prío en 1948
daban cuenta de la carnalidad del matrimonio político: «Presiden-
te, cuando afronte un problema con mi país por grave que sea, ya
se trate de abastecimientos, finanzas, comercio, cualquier cosa,
desentiéndase del protocolo y llámeme por teléfono [...]. Entre us-
ted y yo lo resolvemos perfectamente».6
Los provechos que obtenía el estrato más poderoso de nuestra
burguesía nacional del estatus de Cuba como neocolonia, expli-
can, por otra parte, su desmotivación hacia todo proyecto que
contribuyera a la emancipación del país. Varios estudiosos, dentro
6
Bohemia, sección En Cuba, 19 de diciembre de 1948, p. 113, citado por E. Vignier, y G.
Alonso. La corrupción política y administrativa en Cuba, Instituto Cubano del Libro, La Haba-
na, 1973.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 17

de lo que han llamado bloque oligárquico antinacional,7 identifi-


can al menos cuatro grupos de procedencia cubana: los comer-
ciantes importadores, los latifundistas, los industriales azucareros y
los no azucareros, todos beneficiados con el modelo de desarrollo
vigente.
Los comerciantes importadores veían en los bajos aranceles fi-
jados a los productos yanquis una oportunidad excepcional para
garantizar el esplendor de sus negocios. Los latifundistas sabían
que hacer avanzar la agricultura fuera del entorno neocolonial
pasaba por la realización de una reforma agraria que perjudicaría
sus intereses.8 Los industriales azucareros disfrutaban de las mis-
mas preferencias en cuanto a precio y arancel que encontraban en
el mercado norteamericano las grandes compañías de ese país,
mientras que los no azucareros terminaron protagonizando la inte-
gración de la industria manufacturera cubana a las corporaciones
yanquis. En contraste con este conjunto, los sectores burgueses
que sí apostaban al cambio nacional carecían de peso suficiente
dentro de la evolución económica de la isla, como para respaldar
exitosamente una solución reformista al problema cubano. Al ana-
lizar este tema, el historiador Francisco López Segrera, es conclu-
yente: «Lo que algunos teóricos han denominado burguesía nacio-
nal cubana, no era otra cosa que un sector del bloque corporativo
oligárquico antinacional que, en tanto derivaba sus ingresos de la
relación neocolonial, era incapaz de representar nuestros intereses
nacionales. Por eso esta burguesía dependiente –que detentaba
una porción marginal de la economía controlada por los yanquis–
fue incapaz de echar a andar un proyecto de industrialización del
país mediante la sustitución de importaciones, como lo hicieron las
burguesías de México, Brasil y Argentina. Y por eso también los
7
Ver Francisco López Segrera. Sociología de la colonia y neocolonia cubana, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1989, p. 127 y ss.
8
Un análisis exhaustivo del fenómeno del latifundio en Cuba puede encontrarse en Oscar
Pino Santos: El imperialismo norteamericano en la economía de Cuba, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1973. El estudio recoge estadísticas verdaderamente sorprendentes: en
el sector azucarero, por ejemplo, seis grandes grupos monopólicos tenían bajo su dominio
más de setenta y siete mil caballerías. La estructura de la propiedad de la tierra por el tamaño
de las fincas también evidencia el alto grado de concentración existente. Sólo 4 423 fincas contro-
laban el 56,89% del área total de la tierra, mientras que 125 619 fincas dominaban apenas
el 15,01%.
18 Raúl Garcés

movimientos políticos populistas –Autenticismo, 0rtodoxia– que se


produjeron en Cuba entre 1944 y 1952, estuvieron condenados al
fracaso, pues no tenían una base social burguesa e industrial que
amparase sus proyectos políticos».9
Así, las puertas que Estados Unidos no siempre encontró abiertas
en el resto de América Latina, sí lo estuvieron en Cuba de forma casi
incondicional y permanente. Washington no tuvo necesidad de dise-
ñar para el gobierno de Grau una solución como la que en 1934 lo
derrocara al asumir el poder junto a Antonio Guiteras. No eran las
energías revolucionarias del segundo las que habían llegado al
Palacio Presidencial una década después, sino el ánimo concilia-
dor del primero, expresado durante su etapa de gobierno en dos
grandes concesiones: vender a Estados Unidos las zafras produci-
das entre 1944 y 1947 a precios muy inferiores a los del mercado
mundial, y aceptar en 1948 la imposición de una nueva cuota
azucarera que regresaría los niveles de nuestras exportaciones a
Norteamérica a las exiguas cantidades del decenio anterior.
Justamente el establecimiento de tales cuotas, junto a los pre-
cios tradicionalmente desfavorecidos del crudo y la estructura
latifundiaria del cultivo de la caña, sugerían desde hacía mucho
tiempo que seguir apostando únicamente al azúcar equivaldría,
más temprano que tarde, a sumergir al país en una bancarrota
económica. Percatados de que esa industria no aportaba ya sufi-
cientes garantías, los propios norteamericanos habían reducido
hacia la década del cuarenta el monto de sus inversiones y la can-
tidad de centrales bajo su propiedad. Los récords históricos de las
zafras de 1947 y 1948 no fueron alcanzados a partir de la amplia-
ción y el mejoramiento de la infraestructura existente, sino sobre
todo explotando al máximo los equipos y la tecnología disponible
en ese momento. Para entonces, sectores como el petróleo, la mi-
nería o las manufacturas, y países como Brasil y Venezuela, ofre-
cían mayores motivos de seducción al capital estadounidense que
los que podía brindar una economía agrícola como la nuestra. No
es fortuito que entre 1946 y 1953 las inversiones de Estados Unidos

9
Francisco López Segrera. Op. cit., pp.144 y 145.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 19

en Latinoamérica aumentaran en un 98,2%, mientras en Cuba cre-


cían sólo un 24,2%.10 En el contexto de las relaciones metrópoli-
neocolonia, lo más ganancioso para el dominador continuaba sien-
do invadir la isla con la abrumadora cantidad y diversidad de sus
productos.
López Segrera ilustra hasta dónde compañías norteamericanas
se oponían a aceptar que empresas nacionales las sustituyeran en
sus negocios. En medio de la segunda guerra mundial, ante la
movilización de parte de la flota estadounidense hacia los escena-
rios bélicos en Europa, surgió la posibilidad de que barcos cuba-
nos transportaran nuestra azúcar hacia los puertos de la Florida y
Luisiana, y que al mismo tiempo trajeran de vuelta mercancías esen-
ciales para la población de la isla. El intento molestó tanto a Washing-
ton, que la reacción llegó en forma de protesta oficial e incluyó
amenazas de represalias en el supuesto de que el proyecto se con-
cretara.11
La potencial aplicación de procedimientos similares a otras
muchas ramas de la economía nacional era previsible, atendiendo
al estricto control que se ejercía desde el Norte. Para 1958 el 40%
de la producción azucarera de la isla, el 90% de los servicios eléc-
tricos y telefónicos, el 50% de los ferrocarriles y el 23% de las
industrias no azucareras pertenecerían a empresas norteamerica-
nas.12 Materias primas como el azúcar y el níquel se exportarían
generalmente en bruto a Estados Unidos, para ser refinadas allí y
luego rexportadas a más altos precios hacia otros países. La pro-
ducción de artículos como jabones y detergentes estaría dominada
casi totalmente por los monopolios Procter and Gamble y Colgate
Palmolive, que encontraron en Cuba uno de sus mercados más
rentables. En el segundo caso, por ejemplo, entre 1953 y 1958 las
ganancias ascendieron a 4 600 000 dólares, equivalentes al 55,4%
de lo obtenido por el consorcio entre 1929 y 1952.

10
Oscar Pino Santos. El asalto a Cuba por la oligarquía financiera yanqui, Casa de las
Américas, La Habana, 1973, p. 197.
11
Francisco López Segrera. Capitalismo dependiente y subdesarrollo (1510-1519), Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 1981, p. 210.
12
Id., p. 186.
20 Raúl Garcés

Como hace notar Jesús Chía,13 lo que ganó la Colgate Palmolive


en apenas seis años sobrepasó la mitad de lo obtenido durante
más de tres décadas. Esto, bajo el manto protector de la compañía
Crusellas que, como tantas otras empresas nacionales, se había
integrado al capital yanqui y funcionaba como instrumento al ser-
vicio de sus intereses.
Si las consecuencias del modelo neocolonial no se sintieron con
toda su crudeza durante buena parte de los gobiernos Auténticos, se
debió fundamentalmente a la posibilidad de incrementar nuestras
ventas de azúcar, en el contexto de la depresión productiva y el alza
de precios provocadas, en primer lugar, por la segunda guerra
mundial y, en menor medida, por la posterior guerra contra Corea.
Entre 1941 y 1945 el total del volumen de azúcar de las naciones
productoras disminuyó en unos diez millones de toneladas. La elimi-
nación durante ese período y en los primeros años de posguerra de
la política restrictiva de cuotas impuesta a Cuba, permitió situar en el
mercado norteamericano cantidades crecientes del dulce, hasta lle-
gar casi a la mitad del azúcar importada por Estados Unidos. Así lo
confirman las siguientes estadísticas:

Valor de las exportaciones de azúcar de Cuba


entre 1940 y 1948 (en mm de pesos)
1940 95,6
1941 167,0
1942 144,4
1943 280,4
1944 323,4
1945 294,8
1946 350,3
1947 662,7
1948 637,7
Fuente: Dirección General de Estadísticas, Memoria del Banco Nacional
de Cuba, La Habana, 1950.

13
Jesús Chía. «La Colgate Palmolive Company: métodos de penetración y actividad en
Cuba», en Los monopolios extranjeros en Cuba, 1898-1958, Editorial de Ciencias Socia-
les, La Habana, 1984, p. 186.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 21

Obsérvese cómo en la segunda mitad de la década, particular-


mente hacia 1947 y 1948, las exportaciones se dispararon a sus
niveles más altos, en correspondencia con los récords productivos
alcanzados en la isla: 5,7 y 5,9 millones de toneladas de azúcar,
respectivamente. En un país que hacía depender su futuro de los
vaivenes de la industria azucarera, es obvio que una etapa de bo-
nanza como esta traería aparejados mayores posibilidades de
empleo y un relativo mejoramiento en las condiciones de vida de
sus pobladores. Por otra parte, la propia contracción de nuestras
importaciones, resultado de los rigores impuestos por la guerra a
la economía norteamericana, estimularía el desarrollo de nuevas
producciones nacionales y la consiguiente apertura de ofertas de
trabajo. Fueron años de cierto progreso, aun dentro de las limita-
ciones del modelo cubano, para sectores como el tabaco, los
materiales de construcción, la minería y, en alguna medida, la in-
dustria manufacturera.
Pero estudios de la época interpretaban con exagerado optimis-
mo tales éxitos. Un informe del Banco Nacional publicado en 1950
se deshacía en elogios para «el sostenido bienestar material» que
venía experimentando Cuba durante los años de posguerra. «Hoy
tienen los consumidores del país más trajes, más calzado, más
refrigeradores, más aparatos de radio, más maquinaria casera o
útiles del hogar, más muebles, más automóviles, más teléfonos,
más casas, que nunca antes en su historia. Hoy tienen los produc-
tores nacionales más y mejores equipos que lo que nunca antes
tuvieron: tienen más maquinaria, más camiones, más hierro y más
acero en uso, y más herramientas que en cualquier época anterior
de la vida del país».14 Al analizar el ingreso individual de los cuba-
nos, el informe llegaba todavía más lejos en la euforia de sus valo-
raciones: para 1947 y 1948 estimaba la entrada per cápita de los
habitantes de la isla en 329 pesos. Esa misma cifra, sin embargo,
se reducía drásticamente al corregirse en correspondencia con los
alarmantes aumentos de los precios.

14
Banco Nacional de Cuba. Memorias 1949-1950, Talleres Tipográficos de la Ed. Lex,
La Habana,1950.
22 Raúl Garcés

El cuadro siguiente muestra los cálculos del ingreso individual


antes y después de ser corregidos:

Cálculo del ingreso individual


Año Per cápita en pesos Per cápita de acuerdo
(cálculo 1) con el índice de
precios vigente en
1939 (cálculo 2)
1939 108 108
1945 216 109
1946 251 123
1947 329 139
1948 329 129
1949 300 134
Fuente: Banco Nacional de Cuba. Memoria de 1949 -1950.

Si aceptáramos como ingreso per cápita las cifras resultantes del


cálculo 1, estaríamos validando el espejismo de que los cubanos
triplicaron su capacidad adquisitiva en el período comprendido en-
tre 1939 y 1949; sin embargo, ajustándolas a los aumentos de pre-
cios que tuvieron lugar en la década –tomando como referente el
índice de precios de 1939–, podemos comprobar que el ingreso de
cada persona no llegó a aumentar ni siquiera en 20 pesos. El líder
sindical y experimentado economista Jacinto Torras diagnosticaba
así la situación: «El índice del costo de alimentación es actualmente
tres veces superior al existente al inicio de la guerra y cerca de cien
puntos mayor que el ya bien elevado que existía el 10 de octubre
de 1944. De 100% en enero de 1940, el índice saltó a 203,8 en
octubre de 1944 y ha llegado a 301,2 en octubre de 1948 […]. El
resultado de este aumento en el costo de los alimentos es que el
poder adquisitivo de cada peso, partiendo de un valor de 100 cen-
tavos en 1940, es de sólo 33 centavos en la actualidad. Ese es el
peso recortado brutalmente que deja Grau al pueblo de Cuba. Ex-
presada esa situación de los precios de otro modo, puede decirse
que los alimentos que se compraban en 1940 con $1.00 requieren
ahora de $3.01 para ser adquiridos».15
15
Jacinto Torras. «La economía cubana bajo el gobierno de Grau», en La corrupción política
y administrativa en Cuba: 1944-1952, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 23

La despiadada acción de los especuladores, operaciones comer-


ciales de dudosa legalidad ejecutadas con la aprobación o la tole-
rancia de los gobiernos Auténticos y el protagonismo de los mono-
polios en decidir a cómo vender buena parte de los productos y
servicios, dejaron su impronta negativa sobre el encarecimiento de
la vida. La Compañía de Electricidad, por ejemplo, conocida por los
cubanos de a pie como el pulpo eléctrico, era una de las destinata-
rias más frecuentes de protestas populares debido a los significati-
vos aumentos de sus tarifas. Contrario a toda lógica, mientras más
disminuían los gastos de producción y más se incrementaba la efi-
ciencia del trabajo con la introducción de adelantos técnicos, mayo-
res eran los precios de la electricidad en Cuba.
Entretanto, los salarios permanecían estáticos o aumentaban
ínfimamente en correspondencia con lo que exigían las nuevas
realidades. El 62% de los obreros ocupados durante este período
ganaba sueldos menores de 75 pesos mensuales y dedicaba la
mayor parte de ese dinero a resolver necesidades de sobrevivencia
como la alimentación. Un estudio de la época estimaba que den-
tro de tal presupuesto familiar sólo podían destinarse entre ocho y
nueve pesos a la vivienda, en un país donde el precio de los alqui-
leres se incrementaba por año y la mayoría de sus pobladores
carecía de la propiedad de sus residencias.16
Para el proletariado rural, mayoritario en condiciones de esca-
sa industrialización, la situación de los ingresos se mostraba toda-
vía más calamitosa. Su salario anual se calculaba en unos tres-
cientos pesos –un promedio de 25 mensuales– que le dejaba en
total indefensión frente a la posibilidad de cubrir sus demandas
básicas. Tanto en el campo como en la ciudad la población au-
mentaba en proporción mayor al crecimiento económico. Hasta
analistas norteamericanos u observadores del Banco Mundial cali-
ficaban el desarrollo cubano como inseguro e inestable.17
Claro que las memorias divulgadas en 1950 por el Banco Na-
cional de Cuba pasaban por alto estas consideraciones. El ingreso
per cápita calculado entonces se obtenía de dividir el ingreso total

16
Oscar Pino Santos. Op. cit., 1973, p. 122.
17
Francisco López Segrera. Op. cit., 1989, p. 165.
24 Raúl Garcés

del país entre el número de sus habitantes y, consecuentemente, no


reflejaba el abismo de desigualdad que separaba a ricos y pobres;
sin embargo, en el caso cubano tales diferencias alcanzaban más
crudeza que en otras muchas partes de Latinoamérica, en la misma
medida en que era mayor el grado de deformación de nuestro mo-
delo económico.
Los nítidos rasgos que caracterizaban el perfil de dominadores y
dominados contrastaban con una clase media de identidad difusa,
que al menor vendaval veía disminuidos sus ingresos y cercenada
su potencialidad consumidora. Refiriéndose a este tema, el soció-
logo norteamericano Lowry Nelson afirmaba en 1951: «Este ob-
servador no está en absoluto seguro de que en Cuba exista una
clase media, pero no hay duda de que existen una clase baja y una
clase alta. Estas están bien definidas. Uno tiene la impresión gene-
ral de que la sociedad cubana no ha cristalizado. Personas que
eran ricas se han vuelto pobres; algunos pobres se han hecho ri-
cos; y grandes masas de pobres se han empobrecido aún más. La
sociedad cubana, desde el punto de vista de una estructura estable
y organizada, se halla en una situación de emergencia».18
Como ha quedado dicho, las bases sobre las que se levantaba
nuestra economía aseguraban la reproducción de un círculo vicio-
so: los bajos niveles de industrialización limitaban la cantidad y
diversidad de las ofertas de empleo, lo que a su vez restringía el
ingreso de amplios sectores sociales, frenaba su acceso al consu-
mo e impedía, por consiguiente, un incremento de la demanda
que estimulara crecimientos productivos. La repercusión de este
ciclo sobre el panorama social de la isla provocaba consecuencias
tan nefastas como las que a continuación se refieren, en muy apre-
tada síntesis:
• Un desarrollo notablemente disparejo entre la ciudad y el cam-
po, evidenciado a primera vista en los contrastes entre una
capital opulenta, abundante en hoteles, casinos y edificios de
lujo, y poblados rurales extraordinariamente empobrecidos.
La imagen del campesino cubano habitando una choza de

18
Lowry Nelson. Rural Cuba, Minneapolis, 1951, en Francisco López Segrera. Op. cit., 1989,
p. 153.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 25

guano con piso de tierra, atendiendo las enfermedades de


sus hijos con remedios caseros o de curandería, alumbrando
su bohío con un viejo farol de luz brillante, se escondía detrás
de la naturaleza virgen y el clima campestre paradisíaco que
exportaban postales de la época.
Ningún supuesto indicador de progreso permanecía ajeno a
esta tendencia diferenciadora. La industria de la construc-
ción, que experimentara cierto auge en la segunda mitad de
la década del cuarenta y durante la del cincuenta, tenía in-
variablemente a La Habana como beneficiaria principal de
sus inversiones. Hacia 1956, por ejemplo, el 80% de la ac-
tividad constructiva de la nación se llevaría a cabo en la
capital cubana. El suministro de electricidad se concentraba
igualmente en las áreas urbanas, dada la renuencia de la
Compañía Eléctrica a extender sus líneas hacia zonas intrin-
cadas poco rentables a su negocio. Los salarios capitalinos
tampoco admitían comparación posible con sus similares en
el interior del país. Mientras en 1955 el conjunto de los suel-
dos en las provincias de Las Villas, Matanzas, Camagüey y
Oriente disminuía, en La Habana aumentaba en 15 millo-
nes de pesos.19
• Una alarmante alza del desempleo, atenuada en los años
de posguerra por el florecimiento económico mencionado,
pero de todas formas inevitable en un contexto de
profundización de las estructuras neocoloniales. El censo
de 1953, realizado en tiempos de zafra y por tanto libre de
considerar como desempleados a las víctimas del tiempo muer-
to, diagnosticó un 25% de fuerza de trabajo desocupada. «Va-
loramos la verdadera dimensión de esto cuando compara-
mos a Cuba con Estados Unidos. En el peor año de la
depresión más grave de la historia norteamericana, había sólo
un 25% de desocupados. Es decir, para Cuba –en lo que res-
pecta al desempleo– cada año era como el peor de la más
grave depresión yanqui».20 Poco tiempo después la población

19
Francisco López Segrera. Op. cit.,1981, p. 203.
20
Francisco López Segrera. Op. cit., 1989, p. 138.
26 Raúl Garcés

laboralmente activa en condiciones de desempleo o subempleo


ascendería a 33,4%.21
• El empeoramiento paulatino de los índices educacionales del
país, en proporción directa al progresivo deterioro de las con-
diciones del sistema de enseñanza pública. El contraste entre
estas escuelas y los colegios privados, lo hacía notar sarcásti-
camente en uno de sus ensayos el historiador de la ciudad
Emilio Roig de Leuchsenring:
«¿Han leído ustedes alguna vez, desde el establecimiento de
la república hasta nuestros días, en las secciones educacio-
nales o en las crónicas sociales de los diarios, una noticia
como esta: “Acaba de terminar brillantemente sus estudios
de… grado en la Escuela Pública número... la inteligente
niña (o el aplicado jovencito)... hija (o hijo) del ministro X, el
senador o representante Y, o el general o coronel Z?”.
»Seguramente que no. Pero, en cambio, deben estar cansa-
dos de leer en la prensa periódica nacional millares de mi-
llones de notas informativas reveladoras de que los hijos de
los altos funcionarios del Estado, y los de segunda y sucesi-
vas categorías, con las únicas excepciones de los barrende-
ros, basureros y otros empleados públicos que perciben suel-
dos misérrimos, se educan en escuelas y colegios privados,
desde el kindergarten hasta los colegios universitarios».22
El censo de 1953 calculaba el número de analfabetos en
más de un millón de personas, cifra pico dentro de una ten-
dencia alcista mantenida durante todo el período republica-
no. El contraste entre las zonas urbanas y rurales vuelve a
sobresalir como parte de este indicador: en una población
de seis a dieciséis años, debían asistir a la escuela 738 358
residentes en el campo, pero lo hacían sólo unos 257 000.
La perpetuidad de la ignorancia quedaba así garantizada a
pesar del supuesto aumento de los presupuestos educacio-
nales. El famoso inciso K, concebido para pagarles a los

21
Oscar Pino Santos. Op. cit., 1973, p. 123 y ss.
22
Emilio Roig de Leuchsenring. Males y vicios de Cuba republicana, Oficina del Historiador
de la Ciudad, La Habana, 1959.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 27

maestros que no figuraban en nóminas oficiales, y cuyo monto


original había sido establecido en 15 000 pesos, llegó a
alcanzar en tiempos del ministro José Manuel Alemán la
astronómica cifra de 17 500 000 pesos anuales. Tal canti-
dad habría permitido probablemente esparcir el número de
profesores hasta por los lugares más intrincados de la repú-
blica, de no ser porque en realidad serviría para financiar
los procesos de corrupción más escandalosos. En septiem-
bre de 1949 un periódico de Miami mencionaba a José
Manuel Alemán como líder de operaciones inversionistas por
más de cien millones de dólares, realizadas en esa ciudad
por un grupo de empresarios latinoamericanos. Poco tiempo
después su fortuna personal se valoraba entre 70 y 200 mi-
llones de dólares. Curiosamente, mientras estas noticias tras-
cendían desde el sur de la Florida, la prensa cubana publi-
caba frecuentemente informaciones en torno a desalojos de
escuelas, cuyos locales alquilados no habían sido pagados
por el gobierno.
• Una calamitosa situación sanitaria, padecida sobre todo por
los sectores sociales más vulnerables y especialmente por el
campesinado cubano. Los altos niveles de parasitismo y otras
enfermedades se explican al analizar las condiciones de nues-
tras viviendas rurales –85% sin agua corriente y abastecida
de ríos o pozos cercanos, 54,1% sin inodoro ni letrina, 90,5%
sin baño ni ducha. Encuestas de la época demostraban cómo
la tuberculosis o la fiebre tifoidea «hacían zafra» en los cam-
pos de Cuba, sin que pasara por la mente de sus víctimas
recibir atención en una clínica o en una quinta de salud.
Tales servicios resultaban también privativos para muchos de
los habitantes de las ciudades, quienes, según estimados,
sólo con un salario mayor de 125 pesos podían acceder a
ellos.
Así, la esperanza que se apoderara de los habitantes de la
isla en junio de 1944 fue desvaneciéndose y convirtiéndose
paulatinamente en empedernido pesimismo, máxime cuan-
do la ineficiente administración de los recursos, los negocios
turbios, la corrupción, la fervorosa subordinación a Estados
28 Raúl Garcés

Unidos que había caracterizado al gobierno de Grau, acen-


tuaron sus efectos negativos bajo el mandato de Carlos Prío
Socarrás. Si mal parada había quedado la «cubanidad» in-
vocada por el primero durante sus cuatro años como presi-
dente, peor suerte correría la «cordialidad» pretendida por el
segundo, en un contexto de frustración donde, para muchos,
la solución más sensata parecía la de enajenarse o evadirse.
Las crónicas sociales aparecidas día tras día en los periódi-
cos y en la radio, un estilo de periodismo que sublimaría la
«chismografía» y no la contribución a un cambio social, los
géneros de entretenimiento rebajados a la condición de ton-
tería, encontraron el momento y la manera de llegar a públi-
cos cada vez más crecientes. Desde la perspectiva del poder,
nada podía servir mejor al propósito de reproducir el orden
vigente. Desde la perspectiva de la gente común, tales pro-
ductos no constituían un ejercicio de dominación, sino la
mejor forma de emanciparse de su propio desencanto.

1.2. Los dueños del aire

«Marzo de 1948. En los círculos más selectos de la burguesía


habanera no se habla con tanto entusiasmo de otra cosa que no
sea la inauguración del majestuoso edificio. La prensa ha sido pro-
verbial en comentarios, y a medida que se acerca la fecha prevista
potencia su lluvia de elogios para el gestor de la obra. El Diario de
la Marina lo trata como a un héroe. La revista Cenit cita sus haza-
ñas luego de mencionar las de Napoleón como emperador de
Francia o las de Colón como descubridor del Nuevo Mundo, y
hasta termina rodeándolo de cierto halo mesiánico: “Era imposible
retroceder para un hombre como él [...]. Con las razones que exi-
gía santo Tomás para creer, ha silenciado los labios de los indivi-
duos y con el impulso creador de su espíritu, ha dicho a los que
creían en su fuerza: ‘He ahí mi obra’”».23
23
Normán Díaz. «Radiocentro: sueño y realidad de un hombre», en revista Cenit, La Haba-
na, febrero de 1948.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 29

«Sentado frente a una mesa semicircular cuidadosamente conce-


bida para la elegancia y el lujo de su despacho, Goar Mestre pala-
dea por adelantado el sabor de su inminente triunfo. Revisa los pe-
riódicos del día y, hojeándolos, comprueba cómo se ha convertido
en letra impresa la fortuna invertida para publicitar el acontecimien-
to que está por suceder. Todos los cronistas de las secciones de
radio, sin excepción, hablan del significado que tiene para Cuba y
Latinoamérica la nueva instalación, equipada, en algunos casos, con
una técnica más moderna que la existente en la propia radio norte-
americana. Los diarios despliegan a página completa fotos y dibu-
jos de lo que califican como Palacio, resaltan las tres letras que lo
presiden –CMQ–, ordenadas verticalmente a una altura que las hace
visibles desde la distancia, y extienden la grandilocuencia de sus
gráficas a textos igualmente marcados por el deslumbramiento:
“CMQ, que siempre ha sido la primera en el corazón de todos los
cubanos, la primera en cuanto a la calidad de los programas, y la
primera también en ofrecer cuanto de bueno existe o ha existido en
el arte radial, tiene su nueva casa en L y 23. ¡Y qué casa! Un monu-
mento al progreso hecho en acero y concreto. Un sueño de futuro
plasmado en realidad por la mente de un hombre, Goar Mestre, y el
esfuerzo de muchos hombres que colaboraron con él para alcanzar
los resultados que ahora vemos”».24
«La apertura del inmueble está fijada oficialmente para el vier-
nes 12, pero las fiestas de ocasión se prolongarán durante todo el
fin de semana. A los organizadores les han ordenado pensar en
grande. ¿Cómo podrían escatimarse recursos ante una ceremonia
de tanta trascendencia, mucho más importante que la inaugura-
ción de un simple edificio? Bien lo sabe Mestre, quien no por gusto
ha repasado una y otra vez el cronograma de las celebraciones: a
las diez y treinta de la mañana del viernes el arzobispo de La Ha-
bana, Manuel Arteaga, bendecirá la construcción. Al mediodía el
doctor Ramón Grau San Martín, acompañado de la primera dama
de la república, activará oficialmente las transmisiones desde
Radiocentro cuando presione un botón del control maestro. Des-
pués vendrán discursos, brindis, recorridos por los estudios para

24
Sección Avances Radiales, en periódico El Avance, La Habana, 26 de febrero de 1948.
30 Raúl Garcés

que cada quien verifique por sí mismo los adelantos de la nueva era... y
todo acompañado de un aluvión promocional en cuanta emisora sea
posible. Por lo pronto, ya Radio El Mundo y Radio Splendid, de Buenos
Aires, Radio Carve y Radio Espectador, de Montevideo, la XEW de
México, la National Broadcasting Company, de Estados Unidos y Radio
Caracas, de Venezuela, entre otras, han confirmado su intención de
dedicar programas especiales al acontecimiento».
«Mestre sigue en su despacho y sitúa ahora la mirada en cual-
quier punto, como quien desactiva el sentido de la vista para con-
centrarse mejor en los recuerdos que se agolpan en la mente. Piensa,
por ejemplo, en aquel día de febrero de 1944, cuando propuso a
los arquitectos Junco, Gastón y Domínguez empezar a trabajar en
los planos de lo que sería la edificación de CMQ. O recuerda
cuánto tuvo que defender la locación de L y 23, frente a quienes
preferían construir la proyectada sede en los viejos estudios de
Monte y Prado. Y se vanagloria, una vez más, de su olfato para los
negocios. “Tiempo al tiempo” –dice para sí–, mientras les augura
a los terrenos donde se levanta Radiocentro un porvenir envidiable
como el lugar más céntrico de la nueva Habana».
Habría sido muy difícil que Goar Mestre errara en sus pronósti-
cos. Si algo demostró siempre durante su carrera de «radiócrata»,
fue tener habilidades más que suficientes para saber con exactitud
dónde invertir su capital. No sólo a la Universidad de Yale tenía que
agradecer sus dotes de empresario, sino sobre todo a la exitosa
práctica como gerente de ventas que le llevara a recorrer de extremo
a extremo países como Argentina, Uruguay y Paraguay. Después, en
Cuba, bastaron unos pocos meses para adentrarse en las mañas de
la publicidad criolla y darse cuenta de que, apropiándose de una
emisora de radio, derrumbaría con facilidad cualquier obstáculo que
se interpusiera en su camino. «The guy knows what he wants», diría
un cronista de prensa en 1948. «Mestre es un hombre determinado,
espantosamente determinado –espantosamente para los demás, que
conste– a lograr cuanto se proponga [...]. Para lograr su propósito
cortará por lo podrido y, si hace falta, por lo sano».25

25
Sección Radiales, en revista Carteles, La Habana, febrero de 1948.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 31

Desde hacía mucho tiempo ya no eran noticia en el gremio radial


sus ambiciones desmedidas, ni su afán de triunfar a toda costa. En
el propio itinerario que siguiera antes de comprar CMQ, había mos-
trado elocuentemente cuán lejos podía llegar en sus tácticas de lu-
cha. Primero se alió al dueño de RHC Cadena Azul, Amado Trini-
dad, contribuyendo con sus ideas a fortalecer la programación de
esa emisora, y propiciando al mismo tiempo un declive en la popu-
laridad de CMQ. Luego se apoderó de esta última y enfiló sus ener-
gías contra el antiguo socio, convirtiéndose repentinamente en su
más firme adversario.
Y poco tardó en salir airoso de la competencia. A la anarquía
reinante en Cadena Azul, opuso una estructura empresarial cada
vez más amplia y sofisticada. A la falta de límite de Amado Trinidad
para gastar la fortuna que obtuviera por herencia, respondió con
un estricto orden en las finanzas, respaldado por complicados
mecanismos burocráticos que le garantizarían cada vez más con-
trol sobre sus intereses.
Hacia mediados de la década del cuarenta era un hecho cierto
que los estudios de Monte y Prado quedaban muy por debajo de lo
que demandaba el desarrollo de la creciente CMQ y de las aspira-
ciones de Mestre en tanto magnate no sólo de la radio, sino de
otros muchos negocios que le aportaban un capital millonario. Fue
entonces cuando Radiocentro nació como idea, luego como ob-
sesión y finalmente como uno de los imperios comunicativos más
sólidos de toda Latinoamérica. «Primero pensamos construir un
edificio solamente para el circuito CMQ. Pero carecíamos del di-
nero para ello y no logramos interesar a ninguno de los capitalistas
a quienes propusimos el negocio de que fabricasen un edificio que
el circuito CMQ alquilaría por un término de quince a veinticinco
años, pagando una renta suficiente para permitir la amortización
total del costo del inmueble durante el período y obtener una utili-
dad anual razonable. El fracaso fue total. Todos preferían invertir
su dinero en una buena casita de apartamento, de esquina de
fraile y en algún punto bueno de los repartos. El negocio de radio
no ofrecía bastantes garantías [...]. No recuerdo exactamente por
qué razón, en lugar de abandonar nuestro proyecto, lo agranda-
mos considerablemente, y en vez de pensar en la construcción de
32 Raúl Garcés

un edificio para CMQ, se nos ocurrió construir uno de 17 000 m² de


fabricación que, una vez terminado, habría de costar tres millones
de pesos, que es el primero en Cuba totalmente dotado de aire
acondicionado y que comprende en su complicada estructura todos
los problemas que se pueden presentar en la construcción de cual-
quier inmueble, como son: problemas de ruidos, de vibraciones, de
clima artificial, de acústica, de iluminación, de técnica radiofónica,
sin contar las cuestiones específicas propias de un teatro, de una
estación de radio, de un banco, de dos restaurantes, de un cabaré,
de una farmacia, de 5 200 m² de oficinas para alquilar y de 14
comercios más de diversos tipos».26
Obviamente, una organización así podía presumir por adelan-
tado de su éxito. En caso de que el negocio radial no llegara a ser
suficientemente rentable, la opulenta infraestructura comercial que
le acompañaba se encargaría de proporcionar las ganancias para
recuperar a corto plazo el capital invertido. No obstante, ya la
emisora CMQ representaba en sí misma una empresa bastante
prometedora, considerando sólo las astronómicas sumas de dine-
ro que aportaban los anunciantes. Incluso antes de que Mestre se
apoderara de la planta, sus antiguos dueños habían introducido
importantes mejoras artísticas y técnicas aprovechando los fondos
provenientes de la publicidad. La instalación en Cuba del primer
equipo de 25 000 W de potencia, de la primera cadena radio-
telefónica a través de toda la república, de los llamados estudios
arcosónicos, o la conformación de un cuadro de locutores y acto-
res de gran popularidad, constituyeron costosas inversiones que
consolidaron el lugar de vanguardia ocupado por CMQ entre las
radiodifusoras del país.
Pero la inauguración de Radiocentro significó el puntillazo final.
Su concepción, además de responder a las apetencias de Mestre,
cumplía rigurosamente con los requisitos que él mismo había defi-
nido para el logro de buenos programas radiales:
• Equipos técnicos de primera calidad en los estudios donde
se producen los programas y en las plantas que los lanzan al
espacio.
26
Discurso de Goar Mestre en el Club Rotario de La Habana, en revista Radiomanía, La Habana,
mayo de 1948.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 33

• Presencia de artistas, locutores, músicos, productores, técni-


cos y demás personal necesario en su concepción y ejecu-
ción.
• Tiempo suficiente y estudios adecuados para ensayar hasta
el programa más sencillo durante horas y horas antes de
lanzarlo al aire.
• Oyentes en número suficientemente crecido como para in-
ducir a los anunciantes a gastar grandes sumas de dinero.27
Lo primero había quedado resuelto tras los contratos firmados
con la compañía RCA Victor, a fin de equipar con la última tecno-
logía –más moderna incluso que la existente en muchas emisoras
norteamericanas– a los nuevos estudios de la planta. De lo segun-
do había garantías entre las 528 personas que integraban su plan-
tilla, engrosada luego con la adquisición de artistas que llegaban
a CMQ buscando mejores salarios. En cuanto a los estudios ade-
cuados, los once que conformaban el edificio despertaban el celo
y la admiración del resto de las emisoras, algunas de ellas resigna-
das a peores condiciones acústicas ante la falta de presupuesto,
o de un respaldo tan poderoso como el que, según se sabía,
apadrinaba a Mestre desde Estados Unidos. Por último, estaba
claro que CMQ y RHC Cadena Azul acaparaban una mayorita-
ria parte de la audiencia y, consecuentemente, también la mayoría
de los anunciantes.
Sin embargo, a las alturas de 1948, y luego de quince años de
inaugurada, la ahora monopólica CMQ había iniciado un despe-
gue que dejaría atrás paulatinamente a su principal competidora,
para convertirse en una organización sin rival dentro del sistema
radial cubano. Las habilidades de Goar Mestre para imponerse,
terminaban dando la razón a un periodista que había calado hon-
do su sicología de magnate: «Quiere triunfar y triunfar en magni-
tud de apoteosis. Él no se contenta con menos. En su cerebro y en
su corazón la resolución está escrita. Mestre (es) como el Borgia,
“o César o nada”».28

27
Id.
28
Sección Radiales, en revista Carteles, La Habana, febrero de 1948.
34 Raúl Garcés

1.2.1. La pantalla más grande del mundo


(surgimiento y consolidación de la radio
comercial en Estados Unidos)
Para la fecha en que Radiocentro abría sus puertas, el desarro-
llo logrado por la radio en diferentes latitudes no dejaba ya dudas
de sus potencialidades. En Rusia, los dirigentes de la Revolución de
Octubre habían demostrado cuán lejos podía llegar este medio
como instrumento para aglutinar a las masas y comprometerlas
con el proyecto conformador de un nuevo país. En el Reino Unido,
los británicos vivían el orgullo de una emisora crecientemente pres-
tigiosa –la BBC– por la riqueza de su propuesta cultural y la serie-
dad de su trabajo informativo. En Alemania, Joseph Goebbels ha-
bía puesto en práctica un sofisticado aparato propagandístico que,
valiéndose entre otros recursos de la radio, mucho contribuiría a
sostener al régimen nazi y a promover una aberrada adoración a
Hitler.
Mientras, realizadores de Estados Unidos producían montañas
de entretenimiento radial, cada vez más especializado en entregar
a los receptores, por encima de todo, lo que querían oír. La fórmu-
la no era nueva, sino tan vieja como la evidencia de que, en una
sociedad como la norteamericana, la radio requería para subsistir
del capital aportado por los anunciantes, y estos a su vez exigían
amplias audiencias como condición para patrocinar los espacios.
Estados Unidos consolidó así un sistema que alcanzó, por un lado,
notables avances en su calidad técnica y artística, pero, por otro
–y a diferencia de lo ocurrido en Europa–, una también notable
estandarización en la barra de programas, generalmente compuesta
por novelas de irregular factura, shows de variedades, deportes y
la música más popular.
En general, los mismos aciertos y vicios que habían caracteriza-
do a los periódicos norteamericanos desde que se constituyeran en
prensa de masas hacia la tercera década del siglo XIX, se traspolarían
al escenario radiofónico. Si bien la pretensión de conquistar multi-
tudes obligó a buscar las claves de un lenguaje atractivo, que mez-
clara la palabra hablada con música y efectos en función de gene-
Radio y sociedad en el cruce de caminos 35

rar imágenes auditivas más eficaces, es obvio que, al mismo tiem-


po, ese propósito legitimó la posibilidad de recurrir a todo tipo de
«gancho» sensacionalista, importando poco las consecuencias que
podían derivarse de tales procedimientos.
De este modo, por ejemplo, un revuelo como el que provocara
el periodista Richard Adams Locke en 1835, cuando asegurara
desde las páginas del New York Sun que observaciones telescópi-
cas habían confirmado la existencia de vida en la Luna, era reditado
y potenciado en sus efectos más de cien años después por un jo-
vencito de veintitrés años que, obsesionado con la idea de consi-
derar a la radio como la pantalla más grande del mundo,29 trans-
mitiría desde los estudios de la CBS los pormenores de una presunta
invasión de marcianos a la Tierra.
El análisis de un fragmento del texto de Orson Welles nos per-
mite inferir sin grandes esfuerzos las razones de su éxito:
«LOCUTOR: Señoras y señores, interrumpimos el programa de
música bailable para transmitirles un boletín especial del noticiero
de Radio Intercontinental. A las ocho menos veinte, el profesor
Farrel del observatorio de Mount Jenning, Chicago, Illinois, obser-
vó varias explosiones de gas incandescente que tuvieron lugar a
intervalos regulares en el planeta Marte. El espectroscopio mostró
que el gas en cuestión es hidrógeno y que se dirige hacia la Tierra
a una velocidad vertiginosa. El profesor Pierson, del observatorio
de Princeton, confirma las observaciones de Farrel y describe el
fenómeno como “un chorro de llamaradas azules disparadas por
un arma”.
[...]
»CARL PHILIPS: ¡Un momento! ¡Algo está sucediendo! ¡Señoras y
señores, es algo terrible! El extremo de la cosa está empezando a
moverse. La parte superior ha empezado a dar vueltas como si se
tratase de un tornillo. La cosa debe estar hueca [...]. Señoras y
señores, se trata de la cosa más terrorífica que he presenciado en
mi vida. Un momento, alguien se está deslizando fuera de la aper-
tura superior. Alguien... o algo. Puedo ver como dos discos lumi-
29
Orson Welles se refería a la posibilidad de desarrollar ilimitadamente la imaginación del
oyente, a partir de los mundos recreados y sugeridos por la radio.
36 Raúl Garcés

nosos que observan desde el agujero negro. ¿Son ojos? [...]. ¡Dios
santo! Algo está saliendo de la sombra, retorciéndose como una
serpiente gris».30
El guión de Welles no sólo conseguía descripciones extraordi-
nariamente vívidas, sino que derrochaba astucia al fundir los pla-
nos de la realidad y la ficción en un todo verosímil, cuya credibili-
dad quedaba reforzada por boletines informativos supuestamente
fieles al principio de la objetividad. Aunque el presentador de la
transmisión aclaró varias veces que se trataba de un radioteatro, la
manera en que se organizó el montaje, la utilización prolongada
de la música entre los segmentos de noticias, la conformación de
un clima creciente de suspenso, lograron infundirle al público un
sentimiento de pánico que involucró a gran parte de la nación.
Declaraciones posteriores de algunos oyentes demostraron con elo-
cuencia la confusión que se apoderó de ellos durante la hora que
duró el programa:
«–De pronto mi novia y yo vimos cómo empezaron a salir perso-
nas de los apartamentos, todos en paños menores. Nos metimos
en el coche [...] dispuestos a ir tan lejos como fuese posible».
«–Cuando el locutor dijo lo de evacuar la ciudad eché a correr,
llamé a la dueña de la casa y empecé a bajar precipitadamente
por la escalera. A lo lejos oía los gritos de los vecinos, hasta que
supimos que era nada más que una transmisión radial». 31
Lo acontecido aquel 30 de octubre de 1938 provocó lo mismo
abortos, que piernas fracturadas, que intentos de suicidio, pero
dejó intacto el contrato como realizador que Orson Welles mante-
nía con la Columbia Broadcasting System. Incluso la popularidad
conquistada por Welles prácticamente de la noche a la mañana, le
permitiría pronto acceder a más trabajo y mejores salarios, inde-
pendientemente de las acusaciones, investigaciones o demandas
que llovieron por un tiempo sobre su persona. Era obvio que la
30
Lourdes Novalbos Bou. «Paisaje sonoro de una invasión marciana», en revista Latina de
Comunicación Social, no. 24, diciembre de 1999, en http://www.ull.es/publicaciones/
latina/a1999adi/08/lourdes.html.
31
Hadley Cantril. «La invasión desde Marte», en Miguel de Moragas Spa. Sociología de la
comunicación de masas, Ed. Gustavo Gilí, Barcelona, 1979.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 37

CBS estaba más interesada en el objetivo de ganar oyentes y


patrocinadores, que en diseñar una programación estrictamente
apegada a consideraciones éticas.
Y no por gusto esa concepción figuraba, en mayor o menor
medida, como denominador común de las emisoras norteameri-
canas. A la altura de 1941 los gastos de las grandes empresas en
publicidad radial ascendían a 225 millones de dólares, respecto
a 40 millones que se habían invertido en 1925. En los cuatro años
que siguieron al crack financiero de 1929, los periódicos vieron
decrecer sus ganancias por este concepto en un 45%, las revistas
en un 50%, mientras que la radio conseguía duplicar el capital que
le tributaban los anunciantes.32
Habían quedado atrás definitivamente los tiempos en que auto-
ridades estadounidenses valoraran la publicidad en la radio como
un inaceptable pregón de mercaderías. Parecía ahora hasta ridí-
cula la manera en que la estación WEAF, a través de una tímida
charla, había anunciado por primera vez un producto en 1922,
temiendo a quienes le acusaban de defender «propósitos comer-
ciales mercenarios».33 La idea de financiar los programas radiales
convocando a colectas de dinero entre el público y no valiéndose
de anuncios, resultaba cada vez más ilusoria y desfavorecida por
la mirada pragmática de la sociedad norteamericana. Lo que se
imponía era buscar una solución ágil y efectiva, capaz de sacar de
la quiebra a emisoras que, a pocos años de iniciado el (anti)negocio
radial, empezaron a entregar en masa sus licencias debido a la
falta de presupuesto para sobrevivir.
Tal conclusión encontraba un respaldo contundente en elemen-
tales cuentas matemáticas. En 1925 costaba alrededor de tres mil
dólares sacar una emisora al aire, y dos mil mantenerla transmi-
tiendo durante un año. Apenas dos años después, una pequeña
estación podía llegar a pagar 25 000 dólares por su derecho a
transmitir y por los gastos en la realización de sus programas. Mien-
tras más descarnada se hacía la competencia, más obligatorio era
32
Edwin Emery. The Press and America. An Interpretative History of the Mass Media, Prentice-
Hall INC, Eaglewood Cliffs, 1972, pp. 594, 618.
33
Raymond Williams. Historia de la comunicación. De la imprenta a nuestros días, Ed. Bosh
Comunicación, Barcelona, 1995.
38 Raúl Garcés

mejorar la oferta radial, más necesario acudir al financiamiento


aportado por los anunciantes y más urgente captar audiencia para
atraer el olfato publicitario. Dicho con palabras de Manuel Vázquez
Montalbán, este aparente círculo vicioso no era otra cosa que un
círculo intrínsecamente viciado.34
El modelo de la radio norteamericana, comercial por definición
y esencia, podríamos enmarcarlo entonces dentro de cuatro ras-
gos principales:
• Una filosofía encaminada a potenciar la rentabilidad de la
empresa, desarrollada por propietarios privados con más in-
terés en maximizar sus ganancias que en proveer a la radio
de un verdadero sentido cultural. Luego de ser aceptada en
los primeros años como una suerte de «mal necesario», la
publicidad terminó representando la más importante vía de
sostenimiento del negocio radiofónico. Melvin de Fleur des-
cribe cómo las osadías precursoras de la WEAF allanaron el
camino que muy pronto seguirían otras emisoras. «Empresas
importantes empezaron a patrocinar programas. Una tienda
de ramos generales financió un programa musical de una
hora de duración. Una compañía tabacalera patrocinó una
función de variedades. Una fábrica de dulces presentó a dos
cómicos. El público se sintió atraído por estos programas y
los apoyó. Al principio los patrocinadores no hacían la pu-
blicidad en forma directa. Mencionaban simplemente su
nombre o bautizaban a la audición con el de sus productos
[...]. La capitulación ante la publicidad fue resistida enérgi-
camente durante algún tiempo, pero finalmente se produ-
jo».35 Si en 1929 –y a pesar de sus pérdidas– la prensa escri-
ta era capaz todavía de atraer a más del 50% del capital
aportado por los anunciantes, diez años después esta situa-
ción había cambiado notablemente. Los gastos en publici-
dad encontraban para entonces una distribución mucho más
repartida entre los diferentes medios: 38% destinado a los
34
Manuel Vázquez Montalbán. Historia y comunicación social, edición especial del Ministe-
rio de Educación Superior, s/f.
35
Melvin de Fleur. Teorías de la comunicación masiva, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1970,
pp. 103 y 104.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 39

periódicos, 35% a las revistas y por lo menos un 27% a la


radio.36 Al mismo tiempo los anuncios lograrían adaptarse
cada vez más a las especificidades del discurso radial, con-
siguiendo multiplicar su eficacia a través de jingles de gran
impacto, cuya originalidad les garantizaría muchas veces per-
manecer durante años en la memoria de los consumidores.
• Una programación diseñada en estricta correspondencia con
los intereses del público, caracterizada en general por mejo-
rías notables en los niveles de realización y por una mayor
diversidad de géneros y formatos. Muchas emisoras encar-
garían o ejecutarían ellas mismas rigurosos estudios de au-
diencia para determinar los índices de aceptación de sus
espacios e introducir, consecuentemente, las modificaciones
necesarias en sus barras de programas. En cualquier caso lo
más importante sería siempre cautivar al público, «engan-
charlo» a través de fórmulas previsiblemente eficaces: desde
shows en los que participarían artistas convertidos en estre-
llas por la maquinaria propagandística, hasta radionovelas
que, explotando al máximo determinados resortes emotivos,
conseguirían la fidelidad incondicional de un amplio espec-
tro de oyentes.
Esta manera de concebir los programas, sometiéndolos como
mercancías a lógicas de oferta y demanda, condicionaría la
subordinación del quehacer radial al objetivo supremo de
entretener a cualquier costo, pero al mismo tiempo demos-
traría a los patrocinadores el potencial de la radio para lle-
gar a públicos mucho más masivos que los conquistados
hasta entonces por la prensa escrita. Así, el dinero inyectado
por los anunciantes en el presupuesto de las estaciones sir-
vió para conformar equipos de actores dramáticos y humo-
rísticos, crear orquestas propias, transmitir eventos relevan-
tes de carácter cultural y deportivo, o financiar la producción
de largos seriales destinados a niños, jóvenes y adultos.
La tradicional imagen del «hombre orquesta» que antaño se
ocupara lo mismo de limpiar la cabina, que de operar una

36
Edwin Emery. Op. cit., p. 594.
40 Raúl Garcés

consola, que de leer boletines de noticias frente al micrófono,


cedería ahora su lugar a una legión de guionistas, directores
de programas, actores de distintos géneros y realizadores de
sonido, cuyo desempeño en las emisoras quedaría comple-
mentado con el trabajo de potentes departamentos técnicos y
administrativos.
• Un continuo crecimiento de la infraestructura radial, que trae-
ría consigo la multiplicación del número de aparatos recepto-
res y el consiguiente abaratamiento de sus costos, al tiempo
que permitiría incrementar ostensiblemente la demanda del
producto radiofónico. El surgimiento en la década del treinta
de la Federación Nacional de Comunicaciones allanaría el
camino para poner orden dentro del caos reinante hasta
entonces en el espectro radioeléctrico. Inaugurar una emiso-
ra ya no dependería sólo de la voluntad y los recursos eco-
nómicos de un propietario, sino sobre todo de la aprobación
de licencias de transmisión que otorgarían a las estaciones
frecuencias específicas y las proveerían de su correspondiente
marco de legalidad. Como ha quedado dicho, la existencia
de más emisoras se traduciría en una mayor competencia, y
en el mejoramiento de una programación cuyas característi-
cas contribuirían a formar audiencias radiodependientes.
«Familias que habían llegado al límite de sus recursos ara-
ñaban sin embargo el dinero necesario para hacer reparar
su receptor cuando este se descomponía. Podían verse obli-
gados a dejar que la compañía de préstamos les retirase sus
muebles o a demorar el pago de los alquileres, pero se obs-
tinaban aferradamente a su receptor».37
• Las cifras de crecimiento en la disponibilidad de aparatos de
radio evidencian el salto producido entre los años
fundacionales y la década del cincuenta. Si en 1917 el nú-
mero de receptores se estimaba en 125 000, ocho años
después Estados Unidos acapararía casi la mitad del total
mundial con cinco millones y medio distribuidos por todo el
país. Hacia la década del cuarenta la cifra de receptores por

37
Melvin de Fleur. Op. cit., pp. 106 y 107.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 41

hogar sobrepasaría ya la unidad, como demuestra el siguiente


cuadro recogido por Melvin de Fleur:38
Año Número Número Receptores
de receptores de hogares por hogar
1922 400 000 25 687 000 0,016
1925 4 000 000 27 540 000 0,145
1930 13 000 000 29 997 000 0,433
1935 30 500 000 31 892 000 0,956
1940 51 000 000 35 153 000 1,451
1945 56 000 000 37 503 000 1,493
1950 98 000 000 43 554 000 2,250
1955 135 000 000 47 788 000 2,825
1960 156 000 000 52 799 000 2,955
1965 227 000 000 57 251 000 3,965
1967 268 000 000 58 845 000 4,554
Fuente: New York World Telegram Corporation. The World Almanac, 1965,
Nueva York, 1969, p. 62.
U.S. Bureau of Census. Historical Statistics of the United States, Colonial Times
to 1957, Serie A- 242-244, Washington D.C., 1960, p. 15.
U.S Bureau of Census. Current Population Reports: Population Characteristics,
serie P 20, no. 106, enero 9, 1961, p. 11.
U.S Bureau of Census. Current Population Reports: Population Characteristics, serie
P 20, no. 119, septiembre 19, 1962, p. 4 y no.166, agosto 4, 1967, p. 4.

• La constitución de grandes cadenas o networks, como resulta-


do de la fusión entre un número creciente de emisoras, y en
armonía con un grado de desarrollo socioeconómico que fa-
vorecería la consolidación de monopolios radiales y buscaría
mayores garantías de éxito para la dominación ejercida por
las élites de poder. Inicialmente la propia falta de presupues-
to impuso como necesidad la práctica de compartir el
financiamiento y la producción de algunos programas. Esta-
ciones pequeñas enriquecieron su oferta encadenándose con
otras más poderosas, lo que a su vez consolidaría –como
resultado directo del aumento del número de oyentes– el
aspecto tentador de la radio frente a los ojos de los
anunciantes; sin embargo, es obvio que tales procedimien-
tos no podían constituir una simple táctica de subsistencia,
en un sistema mediático encaminado intensamente desde
38
Id., p. 106.
42 Raúl Garcés

las últimas décadas del siglo XIX hacia la concentración perio-


dística.
A pocos años de haberse iniciado oficialmente la radiodifu-
sión en Estados Unidos, ya se sabía qué compañías llevarían
la voz cantante dentro del negocio radiofónico. Una era la
NBC, surgida en 1926 como resultado de la agrupación de
emisoras pertenecientes a la Radio Corporation of America
(RCA)39 y la otra emergería un año después, al fundirse la
United Independent Broadcasters (UIB) con la Columbia
Phonograph Record Company, para constituir la Columbia
Phonograph Broadcasting System (CBS). Un rápido acerca-
miento a los datos de la cantidad de emisoras afiliadas a
esas compañías demuestra no sólo su crecimiento acelera-
do, sino principalmente sus potencialidades de influencia
sobre el conjunto de la opinión pública norteamericana. La
NBC tenía afiliadas en 1927 a 28 estaciones, mientras que
la CBS contaba con 13. Diez años después tales cifras se
habían disparado a 111 y 105 respectivamente. El número
de emisoras pertenecientes a las grandes cadenas ascende-
ría a 702 en 1944 y a 1 324 en 1953, y llega a constituir
esa cifra el 55% del total.40
Este panorama explica por sí solo la preocupación que, des-
de finales de la década del veinte y principios del treinta,
embargaría a los dueños de periódicos y en general al per-
sonal vinculado a la prensa escrita. Mientras los diarios y las
revistas recibían cada vez menos dinero por concepto de
anuncios, en el período comprendido entre 1929 y 1941 el

39
En realidad la NBC formó inicialmente dos cadenas, una con las emisoras que pertene-
cían originalmente a la RCA y otra con aquellas que habían sido compradas por la RCA a
la American Telegraph and Telephone Company (AT&T). Para distinguirse en sus denomi-
naciones fueron nombradas con los colores rojo y azul.
40
Una evidencia del nivel de concentración que llegó a alcanzar la radio norteamericana
después de la segunda guerra mundial la aporta el informe presentado por la Comisión
Federal de Comunicaciones ante el Congreso de Estados Unidos en 1949. En dicho
documento se hace constar que, un año atrás, la American Broadcasting Corporation
había sumado 262 afiliadas nuevas a su cadena, la CBS aumentaba en 172, la Mutual
Broadcasting System llegaba a un total de 506 emisoras y la NBC obtenía 165 nuevas
estaciones.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 43

capital aportado por la publicidad a la radio se multiplicaría


cinco veces. Asimismo, muchas estaciones ganarían presti-
gio en la cobertura de acontecimientos políticos relevantes,
sorprenderían en las coyunturas de procesos electorales al
hacer públicos a pie de urna los resultados, legitimarían de-
cisiones gubernamentales a través de carismáticos comenta-
ristas con notable ascendencia sobre la opinión pública y, en
general, ayudarían a paliar la incertidumbre tendida sobre
los hogares norteamericanos a partir de 1929, cuando co-
menzaran a sufrirse los efectos de la gran depresión.
Se entiende mejor el arraigo que para entonces había logrado
la radio entre millones de oyentes, si se valora su desarrollo en el
contexto de la peor y más duradera crisis padecida por Estados
Unidos en toda su historia. El norteamericano medio podía espe-
rar una mala racha en su economía doméstica, o la posibilidad de
afectaciones fundamentalmente para los sectores más vulnerables;
pero lo que no estaba al alcance de su imaginación era el hundi-
miento financiero y productivo que por varios años atormentaría a
la nación entera, cuestionando la vieja idea liberal de que las de-
presiones económicas podían resolverse por sí mismas. La mirada
aguda de John Kenneth Galbraith nos ilustra sobre la dimensión
del colapso en aquellos años: «Se produjo como un choque: el
súbito colapso dramático en los valores bursátiles con que se ha-
bían entrelazado las vidas y fortunas de millares de inocentes, que
sólo entonces llegaron a darse cuenta de su inocencia. Esto fue
seguido por el descenso inexorable de la producción total, valores
y ocupación que, en poco más de dos años, redujo el valor de la
producción nacional a la mitad y dejó a doce millones de obreros
sin trabajo y en su mayoría sin medios seguros de sustento. Los que
todavía tenían trabajo vivían con el acuciante temor de que la
próxima vez les tocaría a ellos. Entretanto, centenares de miles de
ciudadanos acomodados caían súbita e inexorablemente en la
pobreza o vivían con el frío temor de que pronto caerían en ella. La
seguridad del país habría aumentado si los hombres de negocios y
banqueros se hubiesen salvado de la catástrofe. Pero sus apuros,
que todo el mundo conocía, señalaban, con toda franqueza, que
tampoco tenían una fórmula para sostener el capitalismo cuando
44 Raúl Garcés

este estaba en trance de naufragar. El banquero arruinado era una


figura tan corriente en las noticias como el obrero sin empleo, y mu-
cho menos tranquilizadora. La economía arrollaba a todos por igual».41
Aunque la crisis había rebasado su etapa más cruda a la vuelta
de cuatro años, lo cierto es que toda la década del treinta estuvo
marcada por una notable incertidumbre económica. Hacia 1937
volvieron a descender los índices de producción industrial, quebra-
ron nuevas empresas y miles de obreros se sumaron a los millones
de desempleados emergidos durante el período más angustioso
de la depresión.
Es significativo, sin embargo, que, a pesar de todo lo anterior,
entre 1930 y 1940 el número de hogares con radio en Estados
Unidos se incrementara de 46 a 81%.42 Sometidos a veces a gran-
des sacrificios para comprar sus receptores, los norteamericanos
cultivaron una fuerte dependencia hacia aquel aparato ubicado
generalmente en la sala de la casa, en torno al cual se reunía toda
la familia y con el que cada quien establecía su propia relación
afectiva. Los «días de radio» descritos por Woody Alen en su pelícu-
la grafican elocuentemente esta dinámica: la solterona de la trama
consolaba sus pesares bailando al ritmo de la canción de moda;
otro miembro del hogar se soñaba a sí mismo en las historias de
peloteros famosos contadas por un narrador deportivo; el prota-
gonista del filme se obsesionaba de niño con las hazañas del «ven-
gador enmascarado», el héroe de turno dentro de los seriales
radiofónicos. De este modo todos encontraban, partiendo de mo-
tivaciones distintas, la manera común de alimentar sus espíritus
con mundos no precisamente salidos de la cruda realidad, sino de
las bocinas de un radiorreceptor.
Fue el crack financiero de 1929 y las nefastas consecuencias
que perdurarían durante años lo que hizo más conscientes a los
dueños de periódicos de la competencia a la que se enfrentaban.
Hacia mediados de la década del treinta, lo que había comenzado
como pequeñas contradicciones se convertiría en declarada beli-
41
John Kenneth Galbraith. Capitalismo americano. El concepto del poder compensador, 4a. ed.
Ediciones Ariel, Barcelona, 1968.
42
Joseph R. Dominick. The Dynamics of Mass Communication, 6a. ed., Mc Graw-Hill,
Companies. Estados Unidos, 1999.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 45

gerancia. La crítica situación de la economía dejaba su impronta


sobre las finanzas de muchos diarios, que se deshacían en guiños
a la publicidad con tal de encontrar desesperadamente alternati-
vas de sobrevivencia. Ante el temor de verse desplazados por las
energías de la radio, representantes de la prensa escrita acordaron
entonces suspender todo suministro de noticias a las emisoras, pro-
hibieron la reproducción de sus materiales frente a los micrófonos
y rechazaron promocionar cualquier programa que mencionara,
en su título, el nombre de algún patrocinador.
Pero la suerte de la radio estaba demasiado echada como para
admitir una vuelta atrás. Las prohibiciones devinieron en realidad
leit motivs para que el pujante medio entrara a la década del cua-
renta con una programación cuyos atractivos trascendían los gé-
neros de entretenimiento y abarcaban también el ámbito periodís-
tico. Aprovechando el creciente aumento de sus presupuestos,
muchas emisoras conformaron sus propios staffs de periodistas,
enviaron corresponsales a los escenarios de la segunda guerra
mundial, transmitieron telefónicamente desde varios países repor-
tes de lo que estaba sucediendo, amplificaron a través de unida-
des móviles el sonido de cañones y proyectiles en fuego cruzado...
Podía ser muy serio el trabajo informativo de la prensa escrita,
pero aun así resultaba impresionante para los norteamericanos
acceder desde sus casas a «imágenes» de las operaciones bélicas
que tenían lugar en Europa, escuchar la voz encendida de Adolfo
Hitler legitimando la expansión de Alemania, o percibir el descon-
cierto del presidente Roosevelt cuando anunciara, un domingo de
diciembre de 1941, el ataque japonés a Pearl Harbor.
Datos recogidos por historiadores de la prensa estadounidense
ayudan a entender el protagonismo de la radio en la cobertura de
la guerra y de sus antecedentes: en las semanas previas al Pacto
de Munich la CBS transmitió 471 reportes relacionados con este
asunto, 135 de ellos en forma de flashazos de última hora que,
interrumpiendo cualquier espacio, alimentaban el culto a la inme-
diatez. La NBC hizo otro tanto, con 443 programas dedicados al
tema bélico en un lapso de 59 días.43 Nombres como los de Edward

43
Edwin Emery. Op. cit., p. 597.
46 Raúl Garcés

Murrow o Hans Von Kaltenborn ganaron fama con sus reflexiones


sobre los acontecimientos, y devinieron referentes radiales de un
nuevo tipo de periodismo más interesado en interpretar y comentar
que en dar a conocer la noticia solamente.
Que la investigación de la comunicación de masas incluyera a
fines de la década del treinta y durante la del cuarenta a la radio
entre sus prioridades de estudio, tiene mucho que ver, seguramen-
te, con el impacto que alcanzaran estos comentaristas distribuidos
en número de cientos por toda la Unión Americana, o con la in-
fluencia de figuras convertidas en verdaderos ídolos radiales para
la opinión pública de su país. Los análisis aparecidos en esta épo-
ca en torno a las potencialidades de la radio, el cine y la prensa
escrita como medios de persuasión permiten inferir algunas con-
clusiones importantes: por un lado, que el temor inicial de los due-
ños y editores de periódicos a ser desplazados del campo
massmediático había cedido terreno a la comprensión de que to-
dos los medios podían coexistir, cada uno con ventajas, limitacio-
nes y funciones particulares que les otorgaban un lugar específico
entre sus receptores. Por otro, que el propio desarrollo de la socie-
dad norteamericana obligaba a trascender el debate en torno a
cuál medio de comunicación era mejor o peor. Por encima de eso
importaba saber cómo utilizarlos a todos más eficazmente para
convencer de que, a pesar de la depresión económica, Estados
Unidos seguía representando una sociedad triunfante, fuerte, dis-
puesta a asumir el rol hegemónico que le esperaba luego de su
intervención en la segunda guerra mundial. Dicho con otras pala-
bras, había que alejar del imaginario colectivo estadounidense la
percepción de una nación en crisis y potenciar la confianza de la
gente común hacia sus líderes políticos y hacia la capacidad de
ellos para sacar adelante al país.
Los resultados fueron sobradamente alentadores. Franklin Delano
Roosevelt ganó cuatro mandatos presidenciales consecutivos no
sólo debido a la manera en que sorteara los vendavales financie-
ros o impusiera con éxito su política de New Deal, sino también
gracias a que los medios consiguieron presentar su gestión ante la
opinión pública norteamericana como un hecho exitoso. Con la
institución de sus famosas charlas familiares, transmitidas a través
Radio y sociedad en el cruce de caminos 47

de la radio a todo el país, Roosevelt parecía actuar en corres-


pondencia con lo que había advertido, en fecha tan temprana
como 1922, refiriéndose al papel de la radiodifusión en las cam-
pañas políticas, un grupo de editores de periódicos: «Cuando un
candidato alquila un salón, no hay ley que le obligue a usted a
escucharlo. Si un diario imprime su discurso, usted puede pasarle
por encima y leer algo interesante en la próxima columna. Usual-
mente usted puede evitarlo también en la calle. Pero cuando un
candidato comparece en la radio, le atrapa. Con la radio en la
oficina, en el club, en la casa, en el baño, en los barcos, en los
trenes, en los automóviles, no se puede escapar del poder de un
orador».44
Estas presunciones encontraron confirmaciones relevantes en el
campo de las investigaciones sociales. En su estudio sobre los efectos
comparativos de los medios como instrumentos de pedagogía in-
formal y de persuasión, Lazarsfeld, Berelson y Gaudet apuntan:
«La campaña por radio consiste mucho más en acontecimientos de
particular interés. Se transmite una reunión política y el oyente pue-
de efectivamente participar en la ocasión inaugural: puede res-
ponder al entusiasmo del auditorio, puede experimentar directa-
mente el flujo y el reflujo de la tensión. Igual sucede con un discurso
importante de uno de los candidatos, es mucho más dramático
que el mismo discurso que aparece en el periódico en la mañana
siguiente».45 Como resultado de tales razonamientos, los autores
concluían que la política a través de la radio se convertía para el
oyente en una experiencia activa y lo proveía de un sentimiento de
acceso personal muy beneficioso al propósito de persuadir.
Probablemente este mismo sentimiento condicionaría muchas
veces una fe ciega de los receptores hacia determinados comu-
nicadores radiales con gran capacidad de convocatoria. La popu-

44
Thomas Allen Greenfield. Radio. A reference Guide, Greenwood Press Inc., Connecti-
cut, 1989. Texto original en inglés: «When a candidate hires a hall, there is no law to make
yor go hear him. If a paper prints his speech, you can skip it and read something interesting
in the next column. Usually you can dodge hin on the street. But when he takes to the
radio, he is got you. With the radio in the office, the club, the home and the bathtub, on
boats, trains and automobiles, there is no escape from the spellbinder».
45
Joseph T. Klapper. «Efectos comparativos de los diversos medios de comunicación», en
revista Referencias, vol. 3, no. 1, Universidad de La Habana.
48 Raúl Garcés

lar cantante y conductora de programas Kate Smith, por ejemplo,


atrajo la atención de los estudiosos luego de la hazaña que pro-
tagonizara, en el contexto de la segunda guerra mundial, de ven-
der 39 millones de dólares en bonos de guerra dentro de una trans-
misión radial de dieciocho horas. Es difícil creer que todos o incluso
que la mayoría de los oyentes respondieran al llamado de la Smith
como expresión de un acto de conciencia. Las propias declaraciones
de algunos participantes de la campaña evidencian sus impulsos
emotivos hacia una personalidad que les fascinaba, a la que estaban
dispuestos a seguir sin vacilaciones: «Mi hija estaba tremendamente
agitada después de hacer la llamada telefónica y, cuando algunas de
sus amigas vinieron luego, corría por el cuarto de un lado a otro
exclamando: le compré un bono a Kate Smith».46 Salvando distancias
de tiempo y contextos, podría homologarse en cierto sentido la exalta-
ción que promovieron periódicos estadounidenses en los años de la
guerra hispano-cubano-americana, con las campañas orquestadas
por la radio para respaldar la actuación de ese país una vez que
entrara a la segunda guerra mundial. El mismo espíritu de la consigna
Remember the Maine, devenida clamor popular antes y durante el
conflicto entre Estados Unidos y España, estaría contenido en cancio-
nes como God Bless America, convertida por Kate Smith en símbolo
renovado del patriotismo nacional.
Hacia fines de la década del cuarenta la radio había demostra-
do así sus potencialidades como institución conformadora de con-
sensos y legitimadora del statu quo estadounidense. El alcance li-
mitado de su señal y la anarquía en la distribución de sus frecuencias,
no pasaban de ser ahora referencias inscritas lejanamente en el
tiempo. Un informe del presidente de la Radio Corporation of
America, David Sarnoff, estimaba, terminando 1948, en casi tres
mil la suma de las emisoras existentes en AM y FM dentro de su
país, y en casi cuarenta millones los hogares con aparatos recep-
tores. Desde todas partes, pero particularmente desde aquellos
países donde Estados Unidos ejercía una mayor influencia, se asu-
mía a la radio norteamericana como un referente paradigmático,
donde había que buscar las claves para el éxito propio.

46
Id., p. 68.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 49

1.2.2. Un imperio firme… y otro que se tambalea

«¡Pasen señores, pasen, que Radiocentro les espera!». Hay mu-


cho de circo en la frase que repiten una y otra vez los anfitriones,
pero es mejor así para que tenga éxito el jolgorio. Son empleados
de CMQ, designados especialmente por la planta para recibir a
los cientos de personas que hacen fila frente a la entrada de la
calle 23: mujeres cuidadosamente maquilladas, cuyas carteras,
colgando de sus brazos, armonizan a la perfección con el color de
sus vestidos, hombres que rinden culto al traje y la corbata, como
corresponde a una ceremonia de tanto lucimiento, niños avanzan-
do de la mano de sus madres, desesperados por satisfacer una
curiosidad que ya les mata.
Han sido tres días de continuas visitas y repetido itinerario.
Familias enteras recorren uno tras otro los estudios, suben y ba-
jan escaleras, atraviesan larguísimos pasillos, mientras escuchan
a sus guías hablar de «conquistas científicas» o «progresos
radiofónicos». Y no es embuste. Los adelantos tecnológicos y el
confort de Radiocentro pueden comprobarse a cada paso: un
sistema que permite grabar programas y escucharlos desde
cualquiera de los once estudios o las oficinas directrices, la
posibilidad de situar al mismo tiempo hasta 50 controles remo-
tos en todo el territorio nacional, 480 amplificadores de alta
fidelidad para garantizar la eficiencia de las transmisiones, mo-
dernas cámaras de reverberación que asegurarán los mejores
efectos... «Y acerca del aire acondicionado, ¿qué puede decir-
nos?», pregunta a Goar Mestre un periodista de la época. «Para
ofrecer ese servicio en todo el edificio se ha constituido una compa-
ñía denominada Aire Acondicionado Radiocentro S.A., con un capital
de 100 000 pesos, que vende la refrigeración a los distintos locales.
Las instalaciones realizadas pasan ya de $250 000. Los equipos ge-
nerales tienen capacidad para 300 toneladas y CMQ absorberá
alrededor de 130».
Todo ha salido según lo previsto. Desde la nueva sede se radian
audiciones especiales para saciar los gustos más disímiles. La prensa
las llama programas íntimos, porque develan los mismos misterios
que un teatro podría esconder detrás de su telón. Los escritores ex-
50 Raúl Garcés

plican cómo redactan sus guiones, los actores cómo encarnan


sus personajes, los técnicos cómo alistan sus equipos... Es una
práctica que se mantiene por tres días y que empieza con la
maratónica transmisión de la apertura de Radiocentro el 12 de
marzo de 1948.
Del suceso, la gente ha recibido hasta el más mínimo detalle: la
llegada a CMQ del Presidente de la República, acompañado de la
primera dama y de otras personalidades del mundo social y políti-
co, las descripciones pormenorizadas de Mestre mientras acompa-
ña a la comitiva en su recorrido por el edificio, las alocuciones que
se suceden en el Estudio 1, ante decenas de personas invitadas de
honor a la celebración.
Primero hablará el fundador de CMQ Angel Cambó, cuya emo-
ción, luego de mencionar a su fallecido compañero de empresa
Miguel Gabriel, le impedirá terminar la lectura de su discurso.
Culminará la tarea José Antonio Alonso, presentador de primera
desde los años en que «La corte suprema del arte» se convirtiera en
acontecimiento nacional. Por último, será el mismísimo Ramón Grau
San Martín quien tome los micrófonos para cerrar con broche de
oro la jornada. Recordará el momento en que, dos años atrás,
lanzara la primera porción de mezcla en la construcción de
Radiocentro. Invocará los supuestos avances económicos de Cuba
y el proceso inversionista en que está inmerso el país. Y, como para
dejar su sello personal en la oratoria, terminará considerando la
obra inaugurada como un progreso más de la cubanidad.
Sin embargo, mal lugar ha escogido Grau para hablar del tema.
Cierto que luce magnífica la bandera cubana colocada ante la
fachada de Radiocentro por la calle 23, o se empina majestuosa la
adherida al globo plateado que, en forma de dirigible, se levanta
sobre el techo del edificio. Pero aún así los aires norteamericanos
se respiran por todas partes: en el nombre del cine teatro que
acompaña al nuevo inmueble –nada menos que Warner–, en los
cuatro vicepresidentes de la National Broadcasting Company que
han venido desde Estados Unidos únicamente para sumarse a la
festividad, en la tecnología RCA Victor con que íntegramente ha
sido equipada CMQ y, más allá de lo evidente, en el significado
que tendrá Radiocentro para los intereses yanquis en Cuba, como
el mejor laboratorio de relaciones públicas del que podrían dispo-
ner a su servicio.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 51

Nada de lo anterior es fortuito. Para nombrar correctamente mu-


chos de los negocios que han permitido a Mestre levantar su capital,
hay que saber inglés: Bestov Product Inc., General Food Sales Co.,
Cook Chemical, North Atlantic Kenaff Corp., Cuban American Me-
tal S.A., North Atlantic River Corp... La lista es tan infinita como las
propias ambiciones del dueño de la CMQ, quien se sabe suficiente-
mente respaldado para llegar hasta donde se proponga. Periódicos
de la época dan fe de sus envidiables relaciones de poder. En una
de sus visitas a la División de Radio de Naciones Unidas, por ejem-
plo, lo muestran retratado junto a magnates de emisoras norteame-
ricanas y funcionarios de la ONU. Hasta un representante suyo en
Estados Unidos aparece en la foto, como evidencia de que ha sabi-
do agenciarse mecanismos para estar siempre de buenas con sus
vecinos del Norte.
En la imagen que proyecta hacia Cuba, sin embargo, intenta
librarse de tanto padrinazgo. Insiste ante la prensa en que el capi-
tal empleado para edificar Radiocentro –tres millones de pesos– es
enteramente cubano, se muestra obsesivamente preocupado por
contribuir con su obra al desarrollo nacional, habla con orgullo de
la paz y la cordialidad que prima entre los trabajadores de CMQ y,
ante ellos, exhibe una conducta ética que le hace ganar admira-
ción y respeto. Así lo confirma la visión que comparten algunos de
sus contemporáneos:
Xiomara Fernández: –Aparentaba ser alguien muy agradable,
respetuoso. Uno se lo encontraba en el elevador y siempre saluda-
ba, o caminaba por los pasillos conversando con la gente. Se le
pedía una entrevista para plantearle cualquier cosa y la concedía.
A mi juicio, su poder no lo convertía en una persona endiosada
que no mirara a nadie [véase entrevista p. 94].
Héctor de Soto: –Era un individuo muy inteligente, con una
visión incalculable. Llegaba a un lugar e inmediatamente diagnos-
ticaba los defectos y las virtudes. Creo que en aquel momento sus
conocimientos le hicieron convertirse en el monopolista más gran-
de que ha tenido Latinoamérica en cuanto a la radio y la televisión
[véase entrevista p. 151].
Enrique Núñez: –Yo decía en otra entrevista que si me hubieran
preguntado en aquella época habría dicho que era una excelente
persona, un caballero de la industria muy atento con sus emplea-
dos y con su instalación, que la cuidaba exquisitamente. Si me lo
52 Raúl Garcés

preguntan hoy digo que era un representante de las trasnacionales,


un magnate proyanqui, pero de todos modos conservo un recuerdo
muy agradable [véase entrevista en p. 130].
Obviamente, no será el propio Mestre quien declare hasta dón-
de representa verdaderamente intereses foráneos. Pero escuchar
la CMQ permite sacar algunas conclusiones. Por su programación
desfila cuanta empresa norteamericana hay en Cuba, ya sea pa-
trocinando espacios o publicitándose a través de menciones co-
merciales. Una enorme estrategia de marketing les facilita presen-
tarse ante el público con suma candidez. La General Electric auspicia
conciertos con valores consagrados y nuevos de la música cubana.
La Standard Oil Company premia a personas «que hayan realiza-
do actos heroicos, o que se hayan destacado por su aporte a la
humanidad», y convence de sus gentilezas en los informes que pu-
blican periódicos de la época: «En esta audición le será impuesta
la medalla Honor al Mérito al valiente niño de trece años Lázaro
Casaldilla, que se lanzó al agua el día 16 para salvar a un perro
que se estaba ahogando [...]. Oiga la dramatización de ese hecho
a través del cuadro de la CMQ, el próximo viernes a las 9 en “Esso
rinde honor al mérito”».
Crusellas, por su parte, patrocina la mayoría de las radionovelas
de la emisora y, con mucho bombo y platillo, se autoproclama
como su principal anunciante, logrando abonar 150 000 pesos
anuales sólo por concepto de compra de tiempo. Claro que la
mayor parte de ese capital no proviene de la misma compañía,
sino del monopolio norteamericano que, desde 1929, viene reali-
zando sus operaciones detrás del telón. Si en 1941 los gastos anua-
les de la Colgate Palmolive en anuncios y propaganda para Cuba
eran de 395 000 dólares, en la década del cincuenta superarían
los dos millones, cifra ascendente, según estimados de investi-
gadores, a un 14% de sus ventas durante esa década. A la altu-
ra de 1953 la Colgate Palmolive situaría a Cuba en tercer lugar,
entre los países a los que destinaba más dinero para el estudio de
sus mercados. Un año después el monopolio llegaría a comprar
hasta veinte horas y treinta minutos de la programación de CMQ,
con el propósito de vender a través de formas disímiles cada uno
de sus productos.47
47
Jesús Chía. Op. cit., p. 187 y ss.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 53

En el otro extremo de la competencia, Sabatés S.A. salvaguar-


da los intereses de la trasnacional Procter and Gamble. Jabones
de tocador y de lavar, diferentes marcas de pastas dentales, cham-
pús, aceites vegetales y, sobre todo, detergentes sintéticos, se con-
funden en los comerciales que sobresaturan a la audiencia varias
veces al día. «Lo que su cutis necesita es el cuidado del suave
jabón Camay», «Si quiere fregar mejor compre detergente
Lavasol»... Esos y otros productos se mencionan en jingles que, en
no pocos casos, quedan grabados durante años en la memoria de
los consumidores.
La gente los acepta, entona su música y tararea los textos más
pegajosos. El aumento de las ventas favorece el desarrollo de las
agencias publicitarias y estimula económicamente a los realizado-
res de comerciales. Algunos buscan ser más creativos. Convocan a
cantantes, autores musicales, figuras artísticas de prestigio que
puedan potenciar la calidad del producto final; pero los hay tam-
bién que se interesan solamente en producir más para ganar mejor
salario. «Se hicieron muchas cosas chavacanas, más de Crusellas
que de Sabatés», recuerda Iris Dávila, quien estuviera vinculada a
este trabajo primero en CMQ y luego en la Publicitaria Siboney.
Su opinión la ratifican revistas de la época, que llegan a referir-
se a las menciones como una mezcla «de sugerencias náusicas y
repelentes». Tanto revuelo cobra el tema en la prensa, que el pre-
sidente de la Asociación de Anunciantes de Cuba, José Kates, tie-
ne que hacer declaraciones públicas en defensa de su negocio:
«Nuestro propósito es lograr una alianza armoniosa de la excelen-
cia literaria y artística y la excelencia comercialmente productiva».48
Sus palabras, sin embargo, parecen caer en el vacío. En realidad,
se sabe demasiado bien la distancia que separa en este tema al
dicho del hecho.
Crusellas y Sabatés continuarán por mucho tiempo repartiendo
sus anuncios entre las dos grandes rivales del espectro radiofónico
cubano. Ambas empresas han intuido, y lo han hecho bien, que en
un contexto de altísima beligerancia de marcas lo mejor es mante-
ner los mismos límites que ya ha fijado la «guerra del aire». Que
Sabatés deba entenderse con Amado Trinidad, y Crusellas con Goar
Mestre, no está escrito en lugar alguno, pero es un pacto que se
48
Sección Radiolandia, revista Bohemia, La Habana, 9 de mayo de 1948.
54 Raúl Garcés

sabe vigente, similar a los que rigen el enfrentamiento entre


pandilleros de bandos contrarios.
Durante el mismo mes que se inaugura Radiocentro, una en-
cuesta demuestra que el matrimonio establecido por CMQ y RHC
con sus respectivas compañías jaboneras es indisoluble.
Los 20 programas más escuchados (marzo de 1948)
Títulos Rango Rating Género radial Patrocinador Productor emisora
La novela del 1 26,66 Novela sentimental Sabatés Sabatés vía RHC
aire
Lo que pasa en 2 25,82 Curiosidades Sabatés Sabatés vía RHC
el mundo
Show Alvariño y 3 19,78 Cómico Sabatés Sabatés vía RHC
Echegoyen
Los tres 4 19,56 Aventuras rurales Sabatés Sabatés vía RHC
Villalobos
Tamakún 5 18,57 Aventuras de Sabatés Sabatés vía RHC
misterio
Vodevil del 6 13,75 Cómico Tarajano RHC
jueves
Tierra adentro 7 12,84 Novela Gravi Gravi vía RHC
Guajira 8 12,57 Décimas y sketchs Crusellas Crusellas vía
guantanamera CMQ
Pototo y 9 11,65 Cómico Trinidad y RHC
Filomeno Hermano
Novela 10 11,12 Novela sentimental Crusellas Crusellas vía
Candado CMQ
Novela 11 11,10 Novela sentimental Crusellas Crusellas vía
Palmolive CMQ
Cárcel de 12 10,49 Novela Sterling Sterling vía RHC
mujeres
Tiburcio 13 10,34 Cómico Regalías RHC
Santamaría El Cuño
Novela blanca 14 10,11 Novela sentimental Crusellas Crusellas vía
CMQ
Chicharito y 15 10,11 Novela sentimental Crusellas Crusellas vía
Sopeira CMQ
Folletín Hiel de 16 9,96 Novela sentimental Crusellas Crusellas vía
Vaca CMQ
Martes de gala 17 9,96 Variedades – RHC
Revista de la 18 9,64 Variedades – RHC
alegría
Selecciones 19 9,57 Curiosidades Gener RHC
Gener
La verdad 20 9,52 Cómico Sabatés Sabatés vía RHC
desnuda
Fuente: «Survey de la Asociación de Anunciantes de Cuba», publicado por la revista Bohemia
el 16 de mayo de 1948.

El sondeo ratifica una tendencia que muestran otras encuestas del


mismo período. Apenas un mes antes ha sido publicado que la RHC
Radio y sociedad en el cruce de caminos 55

marcha a la vanguardia de la radio cubana, seguida por CMQ, Ra-


dio Progreso, la COCO y Radio Cadena Suaritos. En realidad, la
preocupación por el rating implica sobre todo a las dos primeras
estaciones, pues las restantes están demasiado rezagadas en la com-
petencia y no tienen recursos para acortar el trecho.
Llegado marzo, Amado Trinidad comprueba cómo le pertene-
cen 14 de los 20 programas más escuchados, y ve así compensa-
da la lucha sin cuartel que comenzara desde los días de su debut
en la radio. A todo tipo de estrategias ha recurrido durante su
trayectoria: organizar embajadas artísticas por toda Cuba para
promover su emisora, ejecutar acciones de beneficencia que le
aseguren una candorosa imagen ante el público, realizar concur-
sos con seductores premios a fin de tentar a la audiencia y, lo más
demoledor para su contrincante, ofrecer mejores salarios a los ar-
tistas de CMQ con tal de que se pasen a su bando.
Para la publicidad en la prensa escrita destina también grandes
sumas de dinero. Los programas de RHC no se escuchan más sólo
porque tengan mejores actores y actrices o contengan mayores atrac-
tivos en su realización, sino porque se recomiendan hasta la sacie-
dad en los espacios de radio que publican revistas y periódicos:
• «La enorme afluencia de público a los estudios de RHC Ca-
dena Azul para presenciar el famoso “Vodevil del jueves”
demuestra la gracia, la pimienta y la gran simpatía que des-
pierta el más chispeante de los programas humorísticos».
• «Las invisibles cortinas del formidable Gran teatro Cadena
Azul se descorren hoy, precisamente a las once y media de la
mañana, para ofrecer la exquisita pieza sentimental, original
del insigne dramaturgo español don Leandro Blanco, titula-
da “El pecado de ayer”».
• «Entre la variedad programática que dominicalmente ofrece
la poderosa RHC, está el bien combinado programa que
anima y dirige la polifacética Hortensia Guzmán “Varieda-
des del domingo”.
Sin embargo, el hecho de que en algunos horarios la audiencia
se mantenga fiel a las propuestas de Mestre inquieta al dueño de
la Cadena Azul. Sus éxitos no le parecen suficientes, su reputación
56 Raúl Garcés

quiere situarla en la cima más alta que pueda concebirse. Hacia


mayo de 1948 anuncia el estreno de un paquete de programas,
cuya misión será contrarrestar los ratings alcanzados por CMQ
entre tres de la tarde y siete de la noche. Son aventuras, novelas,
espacios de temas románticos con potencialidad para «enganchar»
oyentes. A fin de asegurar el triunfo de su «nueva» fórmula, pro-
mete premiar con mil pesos a la audición que logre, dentro del
horario mencionado, la mejor posición en los surveys. Para los
afortunados habrá incluso un trofeo de oro, similar al Oscar cine-
matográfico, que llevará el nombre de Ramón Trinidad, su padre
desaparecido.
Por ese camino pretende avanzar el «guajiro», pero el estado de
sus cuentas presagia que no podrá llegar muy lejos. Desde hace
años se viene comentando en chismes de farándula el grado de
desorden de su empresa, y lo subutilizados que están algunos ar-
tistas contratados por él, sólo para darse el gusto de saberlos en su
nómina. Poco tiempo después de la inauguración de Radiocentro,
tendrá que resignarse a la caída en picada de su planta y, cuando
un día de 1954 es comunicado públicamente su cierre, los perio-
distas no escribirán más que la crónica de una muerte anunciada.
Alberto Luberta: –El esplendor de Cadena Azul no podía durar
mucho, porque era campeona de la desorganización. Amado Tri-
nidad hacía mucha publicidad, pero dejaba la emisora en manos
de gente que eran unos gánsteres. Me hacían los cuentos de que,
por ejemplo, amarraban a una soga una máquina de escribir, la
bajaban por la ventana del edificio y luego la vendían. En Cadena
Azul se hacían horrores. Cuando Mestre vio que el negocio del
guajiro Trinidad empezó a flaquear y mostraba síntomas de quie-
bra, le dio el puntillazo, y trajo de nuevo a toda su gente, aunque
ya con los salarios fabulosos de 2 000 pesos al mes. Los mejores
artistas volvieron para CMQ y su programación no tuvo rival. Ra-
dio Progreso empezó a levantar con su onda de la alegría. Unión
Radio era una emisorita que también se oía, pero ninguna fue som-
bra para CMQ [véase entrevista en p. 143].
Manuel Villar: –Él era un personaje que se dejaba seducir por
las ideas como resultado de su propio impulso personal. Por ejem-
plo, llegaba alguien y le decía: «Amado, traigo una cancionera
Radio y sociedad en el cruce de caminos 57

extraordinaria a la que le dicen La Cancionera Azul» (no voy a decir


su nombre ahora para no herir sensibilidades, aunque en realidad
era buena cantante). Y eso bastaba para que enseguida la contrata-
ra. Después venía alguien con la idea de formar el Trío Azul, y lo
contrataba también. Es más, Chano Pozo, además de tocar en la
orquesta de la RHC Cadena Azul –que fue una orquesta de primer
nivel, por donde pasaron maestros como Rodrigo Prats, Leonardo
Timor y el inolvidable Adolfo Guzmán– formó el llamado Conjunto
Azul de Chano Pozo, que contaba por supuesto con el patrocinio y la
promoción de la planta [véase entrevista en p. 110].
Esther Borja: –Era un guajiro apasionado y listo, pero le faltaba
una cosa fundamental, que es el equilibrio. Cuando se enamoraba
de las cosas iba por encima de lo que podía hacer. Pero así y todo
le dio un impulso grande a la radio. Esa misma voluntariedad suya
de pagarles a los artistas más que lo que pagaba CMQ, hizo subir
nuestros sueldos [véase entrevista en p. 166].
Para colmo, el espíritu hedonista es compartido como un mal
de familia. Por las calles de La Habana se pasea el hijo del «guajiro»
en el Cadillac que le obsequiara su padre. Un chofer maneja el
auto y recibe a cambio de sus servicios entre 600 y 800 pesos
mensuales. La cantidad podría parecer exagerada, pero en el mundo
de Cadena Azul todo es en grande. Se pierde la noción de lo
hiperbólico cuando se escucha hablar de las mansiones, los ban-
quetes y los viajes de Amado Trinidad y su célebre esposa Florángel
Cañizo.
A la señora se le rinden cumplidos de primera dama. Se ha
autoproclamado mánager social de RHC, y como tal actúa en sus
presentaciones públicas. Se erige en defensora de los tuberculosos,
recoge ropas para los más necesitados, reparte juguetes entre los
niños de los barrios pobres. La prensa se encarga de ensalzar «los
gestos y las preocupaciones de la blonda y gentil mujer, que tan
bien se compenetra con el espíritu humanitario de su esposo, el
señor Amado Trinidad Velasco».
Los agasajos no se circunscriben al contexto cubano. «Con motivo
de su viaje a la hermana República de México, la señora Florángel
Cañizo, mánager social de RHC Cadena Azul, que representa a
esta importante organización radial en la festividad conmemorati-
58 Raúl Garcés

va de El Grito de Dolores, asistió acompañada del famoso músico-


poeta mexicano Agustín Lara, a la emisora XEW, donde fue debida-
mente cumplimentada. También la señora asistió a una recepción en
su honor, efectuada en la embajada de Cuba en México, y en cuyo
acto hizo derroche de su arte magnífico nuestra soprano, la exquisi-
ta Iris Burguet».49
Una y otra vez se repiten anuncios similares. La familia Trinidad
se las ingenia para, constantemente, hacer méritos que trascien-
dan a la prensa. Conoce al dedillo las reglas de un sistema que
fabrica estrellas casi de la noche a la mañana a fuerza de crónicas
sociales, y les saca partido con tal de mantener a RHC en el puesto
que ocupa todavía.
Para influir sobre el común de la gente, otra táctica que emplea
es la organización frecuente de concursos. No importa si se parte
de preguntas tontas o se aporta poco al intelecto del oyente. Lo
primordial es aumentar los ratings del modo más rápido y sencillo.
En uno de los casos, por ejemplo, se convoca a descubrir la frase
semanal. Durante los horarios de menor audiencia alguien dice
una palabra cada día y al final de la semana se obtiene una frase,
cuya revelación merece premios. El público estará pendiente ha-
ciendo anotaciones, escuchará cuanto deba oír en su intento de
acceder a los regalos prometidos: radios, refrigeradores, planchas
eléctricas, bicicletas y hasta la posibilidad de optar por una casa si
se va triunfando hasta el final del año.
A la misma receta se le añaden luego otras variantes. Programas
como «El torneo del saber», recurren a un método de éxito probado
en la radio norteamericana: se llama por teléfono al oyente, se le
formula una pregunta y se le recompensa cuando la respuesta es
acertada. “El sábado, día 18, el animador del programa Luis Aragón
realizó dos llamadas. En la primera no recibió respuesta correcta,
pero en la segunda, hecha al señor Andrés R. Dana y Silva, obtuvo
una contestación con tono de dudas, pero cierta. Aragón había leí-
do unos versos y el interrogado respondió: ¿Serán de Campoamor?
Esas palabras le valieron 130 pesos al señor Dana».50

49
Id., La Habana, octubre de 1949.
50
Id., enero de 1949.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 59

Hay mucha competencia, pero se mide poco el valor educativo


de las audiciones. Tal propósito está lejos no sólo de las priorida-
des de quienes hacen radio, sino también de las capacidades crí-
ticas del público. Es imposible que la gente demande una oferta
diferente a la escuchada, cuando no han sido estimuladas inquie-
tudes que propendan a modelar gustos más exigentes. El oyente
medio se sigue conformando con imaginar ídolos, historias
fantasiosas, mundos diseñados para suplir en la ficción algunas de
las carencias impuestas por la dura realidad. Y le da tanta impor-
tancia a ese objetivo, que no escatima esfuerzos ni recursos en la
meta de acceder a un receptor. Muchas familias lo compran a
plazos, otras se someten a todo tipo de sacrificios y lo adquieren
de una vez, pero todas disfrutan el hecho de sentarse en torno al
radio en la sala de la casa, y empezar a soñar.
Lo a que primera vista parece furia pasajera, realmente en-
cuentra en Cuba una arraigada tradición. A principios de la déca-
da del treinta se estimaba que el número de receptores en nuestro
país ascendía a unos cuarenta mil, y que La Habana poseía más
emisoras, proporcionalmente, que ciudades tan importantes como
Nueva York. En 1933 la isla clasificaba entre las naciones con
mayor cantidad de estaciones, luego de Estados Unidos, Canadá y
Rusia, y por delante de Alemania, Francia, Inglaterra o Japón. Algo
más de dos décadas después, un funcionario de CMQ aseguraría
que un millón de hogares cubanos, de 1 200 000 existentes, con-
taban con radio.51 El estimado parece razonable si se tiene en
cuenta la alta cantidad de receptores importados anualmente por
Cuba. En 1948, por ejemplo, un informe del Departamento de
Comercio de Estados Unidos calculaba en 113 400 el número de
aparatos comprados por la isla. Ese mismo año se habían vendido
a América Latina 436 000, de lo que se deduce que por cada
cuatro radios exportados al joven continente, al menos uno tuvo
como destino el mercado cubano. 52
Hacia la segunda mitad de la década del cuarenta las dos emi-
soras representativas del «monopolio del aire» han perfeccionado

51
Oscar Luis López. Op. cit., p. 335.
52
Revista Radiomanía, La Habana, julio de 1949.
60 Raúl Garcés

más sus mecanismos industriales. La audiencia ha aumentado en


proporción directa a la cifra de aparatos receptores y, en conse-
cuencia, los anunciantes no ven gastos en los presupuestos desti-
nados a la radio, sino inversiones que podrán recuperar rápida-
mente. Se investiga el mercado de forma minuciosa, se contratan
artistas con carácter exclusivo para publicitar las marcas más ven-
didas, se producen menciones comerciales que buscan seducir a
segmentos específicos de públicos, en momentos muy concretos
de la programación radial.
Mirta Muñiz: –Las novelas, por ejemplo, se dirigían fundamental-
mente a un segmento de la población con una situación política y
social en desventaja respecto al resto de la sociedad. Exaltaban los
problemas de las mujeres en un contexto donde ellas estaban abso-
lutamente preteridas. Los anunciantes sabían que, a través de las
novelas, captaban el interés de un determinado público, asiduo a un
determinado horario.
Pero también hay que tener en cuenta que la mujer decide,
tradicionalmente, por lo menos el 80% de las compras. Sobre
todo la compra de suministros del hogar no los decide el hombre
y mucho menos en la sociedad anterior. Antes de la revolución,
para llevar un hombre a una tienda había que crearle un estable-
cimiento especial, para que su machismo no le hiciera sentirse
minimizado. ¿Quién compraba entonces el detergente o el ja-
bón? A veces era incluso la lavandera de una casa. Toda la cam-
paña de Candado iba destinada a las lavanderas, un ejército de
mujeres desempleadas que se ganaban la vida lavándoles la ropa
a los que más tenían.
Por otro lado, los grandes anunciantes siempre han sido las fir-
mas de los artículos de limpieza, que son productos muy consumi-
dos. Cervezas, refrescos, útiles de aseo como jabones y detergentes,
tienen un ciclo de venta y reposición muy corto, por lo que necesita-
ban publicitarse más constantemente en la radio.
–¿En qué tipo de programas se anunciaban entonces firmas como
Gillete o Standard Oil?
–En espacios deportivos o en aquellos que iban dirigidos a una
audiencia más culta. Muchas veces se partía del principio de tra-
bajar para hombres supuestamente cultos y mujeres supuestamen-
te analfabetas, cosa que en cierta medida tenía un basamento
Radio y sociedad en el cruce de caminos 61

histórico real. En la casa donde había dos hijos, una hembra y un


varón, y se tenía que decidir a cuál de los dos se le pagaba los
estudios, siempre el varón salía favorecido, y la hembra debía re-
signarse a lavar y planchar [véase entrevista en p. 102].

La relación entre las publicitarias y las emisoras se hace cada vez


más sofisticada. La espontaneidad, la improvisación de las primeras
transmisiones radiales, han sido suplantadas por un sistema de pro-
ducción planificado estrictamente y una barra de programas que
busca el máximo de ganancias para cada minuto en el aire. Las
principales estaciones distan mucho en su organización de aquellas
plantas fundacionales, cuya oferta se lograba a fuerza de altruismo
y voluntad por parte de sus realizadores. Que los artistas carecieran
en el pasado de salarios, que los programas no tuvieran presupues-
to y se transmitieran de forma irregular, se ve como algo insólito a la
distancia de dos décadas. Ahora hay figuras populares que ganan
sueldos astronómicos y un sistema de contratos que reparte sumas
más o menos atractivas, en dependencia del carácter del programa,
la ascendencia de los artistas sobre el público u otros factores vincu-
lados al funcionamiento del negocio radial.
Dichas reglas sobreviven sin gran cuestionamiento. Cierto que
actores y actrices son valorados como pura mercancía, y que las
formas de sus pagos han sido concebidas para hacerlos trabajar
hasta el agotamiento –aún resintiéndose la calidad del producto
final–, pero en todo caso se prefiere tal dinámica al despido o a
ser «marcado» negativamente por un jefe inmediato. Lo más pru-
dente parece hacer cuanto programa se pueda, con la esperanza
de aumentar los ratings y cautivar a algún patrocinador que traiga
consigo mejoras económicas.
Manuel Villar: –Siempre pongo el ejemplo del «Show de Bola de
Nieve», un espacio sostenido por la CMQ donde Bola actuaba
como solista, o acompañado de una orquesta, o traía invitados de
lujo como Rita Montaner. Llegó un momento en que la Compañía
General Electric decidió patrocinarlo para publicitar intensamente
un radio que proyectaban sacar al mercado con el nombre de
Paratrópicos. La firma no estaba de acuerdo con el título del pro-
grama y los realizadores decidieron entonces llamarle –agárrate–
62 Raúl Garcés

«Nieve en los Trópicos». Aquello tuvo tremendo gancho, y


automáticamente todo el mundo empezó a ganar un poco más
[véase entrevista en p. 110].

El patrocinio se asume así como la tabla salvadora de la indus-


tria. No conformes con la cantidad de anuncios que salen al aire,
varias firmas están a la caza de nuevos programas donde hacerse
presentes. Y para orientar la dirección de sus acciones se valen de
la brújula que más a mano tienen: los surveys. Idolatrados por
algunos y enjuiciados severamente por otros, sus resultados man-
tienen en vilo lo mismo a publicitarios que a dueños de emisoras.
Los favorecidos reciben todos los elogios de la prensa. Los desafor-
tunados deben resignarse a soportar las bromas públicas: «Nos
dijeron que Suaritos,53 después de conocer el resultado del último
survey, se enfermó del hígado y estuvo varios días teniendo que
tomar sal de frutas. La consecuencia fue que el tipo se disparó con
unas andanadas microfónicas, que probaron que a Suaritos nadie
lo oye. Y si no que lo digan los teléfonos de la Radio Cadena, que
apenas suenan».54
A la altura de 1949 las encuestas siguen citando a Cadena
Azul y a CMQ como las empresas de vanguardia en el negocio
radiofónico, pero las noticias para Amado Trinidad empiezan a
ser poco alentadoras. Se ha transmitido en CMQ «El derecho de
nacer», y con su novela Félix B. Caignet ha alcanzado uno de los
ratings más altos en la historia de la radiodifusión cubana. Lite-
ralmente, medio país se paraliza a la hora de su transmisión: de
una población total de poco más de cinco millones de habitan-
tes, 2 150 000 no se despegan de sus receptores en cada capítulo.
La programación de CMQ contiene, además, otras tentacio-
nes. Dentro de los espacios informativos, rompe récords de au-
diencia «La hora de Chibás», en un contexto donde se valora mu-
cho, por excepcional, la honestidad de una figura política. En los
humorísticos, Garrido y Piñero, junto a Leopoldo Fernández y Aníbal
de Mar, conforman las dos parejas más célebres no sólo de la
coyuntura, sino de toda una etapa marcada por grandes éxitos
53
Se refiere a Laureano Suárez, director de Radio Cadena Suaritos.
54
Revista Radiomanía, La Habana, julio de 1949.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 63

radiales. Los primeros han venido encarnando triunfalmente a los


personajes de Chicharito y Sopeira en los mediodías de CMQ. Los
segundos han decidido poner a disposición de Mestre sus famosos
Pototo y Filomeno, luego de olfatear los aires de ciclón que se
avecinan para la Cadena Azul.
El survey realizado entre el 6 y el 26 de julio de 1949 por la Asocia-
ción de Anunciantes de Cuba, determina así el orden de los 20 pro-
gramas más exitosos:
1. «Morir para vivir» (CMQ)
2. «Los tres Villalobos» (RHC)
3. «Chicharito y Sopeira» (CMQ)
4. «Lo que pasa en el mundo» (RHC)
5. «La novela Palmolive» (CMQ)
6. «Tamakún» (RHC)
7. «La novela del aire» (RHC)
8. «La novela blanca» (CMQ)
9. «Leonardo Moncada» (CMQ)
10. «La novela radial Candado» (CMQ)
11. «El folletín Hiel de Vaca» (CMQ)
12. «Ángeles de la calle» (CMQ)
13. «Carnaval Trinidad y Hermano» (CMQ)
14. «El precio del divorcio» (CMQ)
15. «Tierra adentro» (RHC)
16. «Cascabeles Candado» (CMQ)
17. «Divorciadas» (CMQ)
18. «Sonrisas Colgate» (CMQ)
19. «El fantasma» (RHC)
20. «Lo que el dinero no compra» (CMQ)
La proporción se ha invertido respecto a lo que acontecía un
año atrás. Ahora es CMQ la que acapara catorce programas en
los primeros lugares, mientras que RHC debe conformarse con
sólo seis. Amado Trinidad apuesta a organizar nuevos concursos,
intenta con sus productores reformar los espacios de menor au-
diencia, pero ninguno de esos métodos le funciona como antes. Su
política de derroche está tocando fondo, y su guerra contra Mestre
simboliza cada vez más la decadencia de un imperio frente a la
64 Raúl Garcés

consolidación de otro. El fenómeno es tan irreversible que, en lo


adelante, hasta su desaparición, la Cadena Azul deberá resignar-
se a ocupar invariablemente un segundo lugar en las encuestas.
Su dueño, sin embargo, no se da por vencido. Como el moribun-
do que conserva la esperanza de salvarse, en 1950 apelará a una
idea delirante: «No es posible que una cadena de radio donde se
han hecho cuantiosas inversiones y que responde a un crédito públi-
co bien cimentado, esté a merced de estos surveyistas tan irrespon-
sables, quienes deben respetar la industria del radio en su parte
económica, como cualquier otro negocio en Cuba. Por tal motivo, a
partir del día 1 de noviembre, en que quedará perfectamente orga-
nizada nuestra flotilla de automóviles, adquirida en la Dodge, co-
menzará a funcionar en todo el territorio nacional, es decir, pueblo
por pueblo y donde quiera que haya un caserío, nuestro sistema de
surveys, que a no dudarlo será la consulta más grande que se ha
hecho en Cuba de la opinión pública para determinar la verdad y
poner fin a esa escandalosa industria de los surveys, que tanto daño
le está haciendo a la radio en Cuba en su parte comercial y cuya
irresponsabilidad a nadie se le puede escapar».55
La crítica del «guajiro» a los sondeos de audiencia tiene mucho
de cierto, pero en su persona resulta cuando menos sospechosa.
Mientras el mecanismo le ha favorecido no ha habido quejas, a
pesar de los cuestionamientos distinguibles a la vista de cualquie-
ra. Que los surveys sean costeados en gran medida con dinero de
RHC y CMQ, que sus resultados muestren el alto compromiso de
la Asociación de Anunciantes con las firmas más poderosas, que la
programación de las plantas se refuerce mayormente en el mo-
mento de las encuestas, son aspectos contra los que todos han
arremetido, excepto, obviamente, los principales beneficiados. De
modo que las repentinas protestas de Amado Trinidad no pueden
dejar de interpretarse ahora como otra maniobra para alejar su
ruina.
Desde el otro lado de la competencia, Goar Mestre contempla
expectante el desenlace próximo de la guerra del aire. No quiere
aún cantar victoria, pero sabe que el triunfo sobre su histórico rival

55
Id., noviembre de 1950.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 65

es inminente. Hacia 1948 se las ha agenciado ya para tener bajo su


mando, además de CMQ, Radio Reloj y otra emisora de adquisi-
ción reciente: la CMBF. Esta última ha permanecido seis meses en
silencio por falta de potencia, y pesa sobre ella una amenaza de
cierre definitivo dictada por el Ministerio de Comunicaciones. Las
gestiones del dueño de Radiocentro tendrán que ser entonces efi-
cientes y ágiles. Enviará a una parte de sus técnicos a acondicionar
la planta en poco tiempo, renovará el equipamiento y preparará un
stock de discos con una gama diversa de géneros musicales. La
prensa luego hará lo suyo, resaltando el contraste entre los nuevos y
los viejos aires que rodean a la Onda Musical del Circuito CMQ: «A
principios el cuadro era desolador: los equipos estaban cubiertos
de polvo, telaraña, escombros; el techo de la construcción que los
albergaba presentaba un estado ruinoso; una enorme gotera caía
sobre el transmisor. A los aparatos les faltaban tubos,
condensadores... Sin embargo, los técnicos no se desalentaron.
Comenzaron a trabajar inmediatamente. Trabajaron toda la no-
che. La mañana los sorprendió en plena labor. A las doce del miér-
coles, la planta, una nueva planta hecha en menos de veinte ho-
ras, salía al aire por 950 kilociclos».56
Una vez más, Goar Mestre se vende como el hombre que mar-
ca el antes y el después de una empresa radiofónica. Y en ese
propósito le acompañan buena parte de los cronistas radiales,
conscientes de que desafiar su poderío equivaldría a aniquilarse a
sí mismos. En revistas y periódicos se deduce que CMBF será otra
fuente de enriquecimiento para el dueño de Radiocentro, que abri-
rá una nueva puerta a la transmisión de decenas de menciones
comerciales, que consolidará su fama como zar indiscutible de la
radio, pero nada de eso trasciende tanto a los oyentes como las
supuestas preocupaciones del magnate por brindarles una oferta
variada de música que represente lo mejor del arte universal.
Si no real, la imagen anterior resulta por lo menos verosímil. A
fin de cuentas, no es tan difícil para el público aceptar a un gra-
duado de Yale, asiduo concurrente a espectáculos de la alta socie-
dad, como un hombre de inquietudes culturales. Máxime con el

56
Periódico Alerta, La Habana, 28 de febrero de 1948.
66 Raúl Garcés

lustre de gente refinada que ha sabido ganarse de forma lenta pero


contundente en sus presentaciones públicas: siempre camaraderil,
hablando en voz baja, deslumbrando con sus trajes de dril cien a
cuantos le rodean, usando lentes que en su caso refuerzan, según
dicen algunos, cierto aire de persona inteligente... Todos esos atri-
butos se comentan en la época y hasta llegan a admitirse como
ciertos, siempre que no haya amenaza a la vista para los intereses
de su empresa. De lo contrario, mandará a bolina sus buenos mo-
dales y se revelará como el peor de los enemigos, dispuesto a todo
con tal de salir airoso en la pelea. Así lo demuestra cuando, en los
días más cruciales de su competencia con la RHC, los métodos de
Amado Trinidad parecen agotarle su habitual sangre fría: «No soy
partidario de los concursos, por lo mismo que no he sido partidario,
las veces que se me han acercado para proponérmelo, de regalar a
los oyentes radios de una sola frecuencia: la de la CMQ. Y no sim-
patizo con esta idea, porque estimo que si yo regalara diez mil ra-
dios que solamente pudieran sintonizar la CMQ, mi competencia
regalaría otros diez mil por los que únicamente se oyera su planta, y
mi gasto y el de él habrían sido inútiles. Y los dos nos fastidiaríamos
por igual. En cuanto al concurso de RHC Cadena Azul, sólo diré una
cosa: que voy a observarlo con paciencia a ver qué pasa. Si com-
pruebo que me afecta, también haré otro concurso. Si para tener
una estación de radio, hay que dedicarse a la industria de la rifa,
dejaré de ser transmisor para convertirme en productor de rifas. Me
despreocuparé de artistas, autores y productores y me buscaré un
experto en concursos en Cuba o en el extranjero, y en vez de mejo-
rar programas, como ya entonces se oirá cualquier cosa –una prin-
cipiante tocando la guitarra o un perro ladrando ante el micrófono–
haré rifas, y como no estoy ciego, cojo ni manco, si la RHC Cadena
Azul los hace de 35 000 pesos, yo los haré de 40 000, de 50 000,
hasta tanto mi competidor como yo nos declaremos en bancarrota, y
lleguemos a la conclusión de que las rifas no conducen a nada
práctico».57

57
Sección Radiolandia, en revista Bohemia, La Habana, 20 de junio de 1948.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 67

No tendrá que pasar mucho tiempo para que los hechos le den
la razón. Cuando en agosto de 1956 la prensa publica la noticia
del suicidio del «guajiro» Trinidad en su finca de Guanajay, Mestre
ya ha conseguido impulsar su monopolio hasta niveles trans-
nacionales. Entre 1948 y 1953 se ha desempeñado como presi-
dente de la Asociación Interamericana de Radiodifusión (AIR), or-
ganización que agrupa bajo su égida unas tres mil emisoras en
todo el continente americano. Los estudios de CMQ se han am-
pliado para asimilar las demandas de la televisión, introducida en
Cuba por Gaspar Pumarejo, pero consolidada dentro de las facili-
dades técnicas y operacionales que ofrece Radiocentro. Hace va-
rios años que viene funcionando el Sistema Internacional de Gra-
baciones de Audio (SIGA), responsable de distribuir y vender en
varios países los mejores programas producidos por la radio cu-
bana. A través de ese mecanismo, por ejemplo, espacios como las
novelas encuentran en Latinoamérica una repercusión similar a la
que alcanzan en la isla, como evidencia la opinión que, en 1951,
publica en el periódico El Heraldo de Barranquilla el joven perio-
dista Gabriel García Márquez:
«Tengo entendido que las estadísticas no se han mantenido al
margen de “El derecho de nacer”. Conviene que a la nación se dé,
en su oportunidad, el dato preciso de los metros cúbicos de lágri-
mas que se han derramado en trescientos días de transmisiones, a
excepción de los domingos que es el único de la semana que no
hay derecho de nacer o de llorar, que para este caso es lo mismo.
Si la famosa radionovela estuviera patrocinada por una fábrica de
pañuelos, los dividendos habrían aumentado de forma increíble, y
las estadísticas, que en todas partes tienen su puesto reservado,
deben apresurarse a dar este otro dato exacto: cuántos pañuelos
movilizó la nación colombiana para sobrevivir a “El derecho de
nacer”».58
Para los agentes del SIGA, ninguna prueba puede ser mejor en
torno a las potencialidades de la radionovela como producto ex-
portable de primera línea. Y ningún otro género les parece más

58
Periódico El Heraldo de Barranquilla, abril de 1951, citado por Víctor Núñez Rodríguez en
«El negocio de las lágrimas», en El Caimán Barbudo, La Habana, agosto de 1982.
68 Raúl Garcés

adecuado para cubrir desde Cuba una demanda internacional cre-


ciente. Desde los tiempos en que RHC Cadena Azul estrenara «La
novela del aire», e incluso desde antes, es incontable la cantidad de
series dramatizadas producidas en el país, cuyos altos índices de
audiencia las han convertido en pieza clave dentro de la programa-
ción radial.
Todos los engranajes de la industria han hallado en el género
abundantes compensaciones: los oyentes, porque nunca antes se
les ha ofrecido tan variada gama de entretenimientos; las emiso-
ras, porque su reconocimiento y sus ganancias han crecido en pro-
porción directa al aumento de sus ratings; los anunciantes, porque
en este tipo de audiciones –de conflictos extensos, que obligan a
seguir permanentemente la acción– han encontrado la oportuni-
dad perfecta para «sembrar» en la mente de los consumidores la
necesidad de sus productos.
Tanto éxito consolida y legitima una misma receta: relaciones
imposibles, triángulos amorosos expresamente diseñados para hacer
sufrir, una historia central que transita por laberintos aparentemen-
te interminables, líneas argumentales que se dilatan en correspon-
dencia con las demandas del público y con su grado de simpatía
hacia determinados personajes o subtramas...
Cuando Félix B. Caignet estrena «El derecho de nacer», ya co-
noce al dedillo estas reglas y las maneja con singular maestría. Él
mismo ha impuesto el más importante récord de audiencia que
hasta entonces conoce la radiodifusión cubana, con su serie Chan
Li Po. El fanatismo y la euforia que despertaran en 1937 y durante
varios años las historias del detective chino quedaban demostra-
dos en las miles de cartas elogiosas que recibiera el programa, en
el hecho de que se paralizaran las tandas de los cines durante su
transmisión, en la cantidad numerosa de estatuas y retratos vendi-
dos con la presunta figura del famoso personaje.
Jorge Inclán: –Cuando empezamos, me mandaron a ponerles
cortinas a todas las ventanas del estudio y del control de audio,
hasta ese momento descubiertas para facilitar que quienes andasen
por los pasillos pudiesen mirar para adentro. Caignet había pla-
neado decir que Aníbal de Mar era un detective chino de verdad,
cuyo nombre real no debía conocerse. Así que para mantener el
Radio y sociedad en el cruce de caminos 69

misterio había que taparlo todo, incluso al propio Aníbal de Mar, a


quien entraban disfrazado a la azotea del hotel Plaza, o a veces por
el mismo centro del hotel como si fuera un turista.
A las pocas semanas la cantidad de gente acumulada para ver
a Chan Li Po era increíble. Hasta la policía tenía que intervenir a fin
de evitar que las personas se metieran en el hotel para subir a la
planta de radio y buscar a Chan Li Po. Aquella creencia de que a
las ocho de la noche la gente no escuchaba la radio se vino abajo.
El chocolate Armada se la jugó, pero salió muy bien parado por-
que no competía durante el programa con otros anuncios. Recuer-
do que a las ocho menos diez todo el mundo quería poner su
comercial, pero eso se acababa cuando a las ocho en punto el
presentador decía cuatro palabras que eran como mágicas: «El
chocolate Armada presenta...» [véase entrevista en p. 175].

Una década después Caignet batirá su propio récord. A po-


cas semanas de su estreno, «El derecho de nacer» ya se vislumbra
como un suceso comunicativo sin precedentes. Esto, a pesar de
los obstáculos que ha encontrado antes de su salida al aire en
abril de 1948. Primero en RHC Cadena Azul, que ha considerado
inadecuado su tratamiento del tema de la discriminación racial. Y
luego en la propia CMQ, donde el lenguaje de la serie ha sido
valorado por sus especialistas como cursi y hasta rayano en lo
ridículo. Goar Mestre, sin embargo, corre el riesgo que Amado
Trinidad no asume y pronto recoge los frutos.
Esther Borja: –Una vez regresé de una presentación mía en Esta-
dos Unidos y fui a bañarme al círculo militar que quedaba al lado
del Náutico. Entonces oigo a dos señoras que están conversando:
«¡Imagínate! –le decía una a la otra–, fulanita y menganita no saben
lo que están haciendo. ¡Pobre de Albertico Limonta!». Yo suponía
que se trataba de una conversación entre dos viejas chismosas, y en
realidad estaban hablando de «El derecho de nacer».
Recuerdo a una amiga en Regla que me hizo ser testigo de su
matrimonio. Yo hablé con mi chofer para que me llevara a la boda
puntualmente, pero cuando llegué no había nadie. El matrimonio
no se pudo efectuar hasta que pasó la novela, porque hasta la
novia y el novio la estaban escuchando. Y yo esperando que apare-
70 Raúl Garcés

cieran. En 1953 tuve la oportunidad de conversar en Mallorca con


José Boula, que interpretaba a Rafael del Junco, y nos divertimos
muchísimo recordando su repentina mudez luego de que reclamara
un aumento de sueldo.
–Hay quienes reducen el público de las novelas en aquellos años
a amas de casa o al ejército de desempleadas que trabajaban como
sirvientas. ¿Usted qué cree?
–Que las que yo escuché en el círculo militar no eran sirvientas.
Eso lo oía todo el mundo aquí, hasta los hombres [véase entrevista
en p. 166].

Durante la media hora que dura la transmisión, comparte la


pasión por la radio un espectro variopinto de sectores sociales.
Como alguien definiría muchos años después, llorar se convierte
en un placer que unifica a segmentos de ricos con grandes masas
de pobres y a grupos de hombres con multitudes de mujeres, pres-
tas a canalizar a través de la desgracia ajena sus propias desilusio-
nes y tristezas.
A medida que la novela avanza, desde todo el país llegan a
CMQ heterogéneas muestras de su impacto. Compañías teatrales
se cobijan bajo su éxito para representarla, inventando versiones
de un final que se posterga indefinidamente en la radio, laborato-
rios medicinales anuncian sus productos mediante cartas que en-
vían a uno de los personajes protagónicos, el doctor Alberto Limonta;
la actriz Lupe Suárez recibe desde rincones apartados de la isla
muñecas negras como agradecimiento popular a su desempeño
en el rol de Mamá Dolores; parejas incomprendidas o divididas
por prejuicios sociales acuden a CMQ para escuchar del propio
Félix B. Caignet posibles remedios a sus problemas y, en general,
miles de oyentes inundan de correspondencia la planta, sugiriendo
hipotéticos desenlaces o confesando vínculos personales con el
desarrollo de la trama:
–A mí me parece que Albertico Limonta está comiendo mucha
basura... ¿qué hace que no le faja como es a Graciela del Busto,
que se le está metiendo por los ojos?
–(A Caignet) Usted que puede hacerlo, ¿por qué no acaba de
matar a ese miserable Alfredo Martínez, responsable de todas las
desdichas de la infeliz María Elena del Junco?
Radio y sociedad en el cruce de caminos 71

–(A Caignet) He estado oyendo su novela y en ella he visto retra-


tado el caso mío. Yo también engañé a una mujer, como Alfredo
Martínez engañó a María Elena, y, como él, la dejé abandonada
con un hijo… Como me había ido a residir a otro pueblo, durante
dos años no supe más de los dos... pero al escuchar «El derecho
de nacer» vi retratado mi caso, me di cuenta de la infamia que
había cometido y el remordimiento me hizo su presa… Mas ahora,
señor Caignet, gracias a usted me siento un hombre feliz, he vuelto
a mi pueblo, me he casado con la única mujer que he querido en
mi vida, y le he dado nombre a mi hijo. Tanto ella como yo, le
estamos infinitamente agradecidos.

Durante un largo año, «El derecho de nacer» desatará en los


habitantes de la isla todo tipo de pasiones. Cierto que por el cami-
no emergerán adversidades, pero los realizadores de la novela,
junto a su autor, se las ingeniarán siempre para salir airosos y
mantenerla en la cima de los ratings. Cuando concluye su transmi-
sión en abril de 1949 y comienza su distribución por Latinoamérica
poco tiempo después, ya nadie tendrá dudas del alcance y las
potencialidades de la radio comercial cubana. Estados Unidos verá
desconsolado cómo llega la radionovela a donde antes no pudie-
ron llegar sus soap-operas, y Cuba, que había sido discípula fiel
de las enseñanzas del vecino del Norte, tendrá ahora mucho que
aportar a la experiencia radial de su antiguo maestro.

1.2.3. Radio comercial cubana:


¿sólo enajenación?

–¿Podía haber espacio para la crítica social dentro del modelo


cubano de radio de las décadas del cuarenta y del cincuenta?
Enrique Núñez: –Yo hice seriales contra el latifundio, cuando, por
supuesto, todavía no había leído La historia me absolverá. Claro
que desde mi niñez era simpatizante del Partido Socialista Popular
(PSP), había conocido a Jesús Menéndez y a obreros azucareros en
mi pueblo, y quizás eso se me filtró en la sangre. Pero en general,
72 Raúl Garcés

había muchos autores que situaban dentro de sus trabajos ese senti-
do de justicia social que compartía gran parte del pueblo de Cuba.
Fue el caso de Iris Dávila, con «Divorciadas», o de Dora Alonso,
quien ya entonces era miembro del PSP, o de Félix Pita Rodríguez [
véase entrevista en p. 130].
Leovigildo Díaz de la Nuez: –La función de la radio era otra, no
es que incumpliera ningún «mandamiento», sino que sencillamente
sus propósitos, sus objetivos, el rumbo por el que transitó desde
que surgió, eran otros. Los problemas de la época, si usted se
refiere a la explotación del hombre por el hombre, el atraso edu-
cacional, el hambre, la miseria, no tenían nada que ver con la
radiodifusión cubana [véase entrevista en p. 123].

Las opiniones son tan diversas como los propios entrevistados,


pero en todo caso apuntan a la necesidad de analizar nuestro
modelo de radio comercial sin maniqueísmos ni visiones extremas.
En este tema, como en cualquier otro, la verdad se obtendrá siem-
pre de la confluencia de criterios, del contraste entre vivencias de
protagonistas, de complementar tales recuerdos con informacio-
nes aportadas por las fuentes documentales.
El camino andado hasta aquí evidencia el desarrollo de nues-
tras principales empresas radiofónicas, como negocios encamina-
dos a maximizar sus ganancias. Todos sus avances –adelantos tec-
nológicos, diseño de una programación atractiva, organización
sofisticada de la industria, etc.– estarán subordinados a ese propó-
sito, que constituye también un motor impulsor de primer orden
para artistas y trabajadores administrativos. Ya se ha dicho antes:
el valor de lo que sale al aire no se mide fundamentalmente por su
calidad estética y profesional, sino por la capacidad que tiene para
seducir a la audiencia y, consecuentemente, a los anunciantes.
Pero, si bien la conclusión anterior es útil como punto de parti-
da y meta de cualquier análisis en torno a este tema, obviar los
matices que aparecen por el camino conduciría cuando menos a
valoraciones inexactas. A fin de cuentas, las décadas del cuarenta
y del cincuenta atestiguan también la transmisión de programas
como «La universidad del aire» – de evocación imprescindible siem-
pre que se hable del sentido cultural de la radio–, la difusión, a
Radio y sociedad en el cruce de caminos 73

través de la CMBF, de obras musicales representativas de los más


diversos géneros y latitudes, o la denuncia de problemas acuciantes
de la sociedad cubana en las voces de figuras tan elocuentes y
carismáticas como Eduardo Chibás. En algunos casos, todo se
reducirá a una cuestión de rating; en otros, sin embargo, CMQ y
RHC sacrificarán altas audiencias con tal de ganar prestigio y pre-
sumir de una programación culta.
Así, por ejemplo, no será extraño encontrar en la emisora de
Amado Trinidad el espacio «Por la cultura popular», destinado a
divulgar los últimos avances de la ciencia y la técnica. Y menos
escuchar en CMQ «La humanidad en marcha», audición que dra-
matiza algunos de los sucesos más relevantes acontecidos en la
historia universal. «La audición de hoy presenta algo realmente
excepcional: La historia del manifiesto de Emilio Zola, el célebre Yo
acuso del proceso Dreyfuss». 59 El programa «Titanes de la epope-
ya», por su parte, dramatizará pasajes cruciales del devenir nacio-
nal: desde la protesta de Baraguá hasta la intervención norteame-
ricana en el conflicto cubano-español. Para quien lo escuche, incluso
tratándose de un oído entrenado en apreciar críticamente el dis-
curso radiofónico, resultará sorprendente comprobar su alto nivel
de realización y la manera en que la música, los efectos y los diá-
logos se combinan a fin de recrear, exitosamente, escenarios dis-
tantes en el tiempo. No habrá tonos moralizantes ni desenfrenado
didactismo. Más bien los realizadores buscarán la manera de en-
señar y entretener a la misma vez, aplicando mucho de lo probado
como eficaz en las radionovelas a estas audiciones que la prensa
llama de sabor patriótico.
La lista podría engrosarse con los nombres de otros espacios,
pero tal vez merezca la pena sobre todo detenerse en el que más
ha trascendido, por el alcance de sus objetivos y la importancia de
las figuras de la intelectualidad que en él intervinieron. Dos etapas
tuvo «La universidad del aire»: una entre diciembre de 1932 y octu-
bre de 1933, y otra entre 1949 y 1960. En ambas, reconocidas
figuras de la cultura cubana asumirán como suya la idea de Jorge
Mañach de socializar conocimiento, utilizando el medio de mayor

59
Sección Radiolandia, en revista Bohemia, La Habana, 9 de mayo de 1948.
74 Raúl Garcés

impacto en el país. Para los conferenciantes, el reto estará en hacer


asequibles sus disertaciones a las grandes masas, o por lo menos a
cantidades significativas de un público dispuesto a asimilar paulati-
namente este tipo de mensajes. «Al comienzo puede que esto resulte
algunas veces difícil. Las primeras conferencias ciertamente serán,
por sus temas mismos, algo gravosas de escuchar; mas pronto se
irá notando que el esfuerzo de atención rinde su premio generosa-
mente, y que a medida que la atención se disciplina, se hace más
fácil y más grata hasta para los temas abstractos».60
Los auspiciadores del proyecto tendrán como filosofía no hacer
concesiones. Se empleará un lenguaje claro pero profundo, se bus-
cará aumentar los ratings, pero no a costa de sacrificar calidad. El
propio Goar Mestre se olvidará de su obsesión por ganar audiencia
y se conformará en este caso con recibir elogios de quienes repre-
sentan a la alta cultura en Cuba. Opiniones como la de Rosario
Rexach no podrán venir mejor a las presunciones del magnate: «Al
organizar la CMQ “La universidad del aire” –cediendo hora y cuarto
de su tiempo comercialmente muy valioso– demuestra estar a la
altura de lo que una institución de su categoría debe ser en una
sociedad bien organizada democráticamente, es decir, una empre-
sa de ciudadanía tanto como una empresa comercial. Es un darse
cuenta de que el capital tiene que llenar una función social so pena
de cavar las bases mismas sobre las que se establece».61
Al mismo tiempo, el dueño de CMQ tendrá la oportunidad de
compartir protagonismos con personalidades de la talla de Fernan-
do Ortiz, Medardo Vitier, José Elías Entralgo, Raúl Roa... Dentro de
un curso comprendido entre octubre de 1949 y junio de 1950, su
nombre figurará en la lista de ponentes, con el tema de las respon-
sabilidades sociales de la prensa y la radio. Ante la opinión públi-
ca, quedará así como una de las voces más autorizadas para ha-
blar del progreso de las empresas periodísticas cubanas y, de paso,
consolidará una imagen que trascenderá lo pecuniario y abarcará,
al menos aparencialmente, lo humanista, lo filosófico, lo político, y
cuanto terreno adicional convenga a sus ambiciones.
60
Jorge Mañach. «Propósitos y métodos», conferencia pronunciada en diciembre de 1932,
en Universidad del Aire, conferencias y discursos, Editorial de Ciencias Sociales, La Haba-
na, 2001.
61
Rosario Rexach. «Radio» en revista Lyceum, La Habana, vol. 5, no. 17, pp. 81-83.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 75

Pero tales saldos serán poco importantes en comparación con


el balance extraordinariamente positivo que «La universidad del
aire» dejará sobre sus oyentes. Bastaría sólo repasar algunos de
los temas abordados en sus emisiones, junto a los nombres de sus
respectivos disertantes, para entender las potencialidades del pro-
grama en su empeño de crear conciencia crítica y estimular la sed
de conocimiento de sus receptores:
• Nuestra economía: ¿colonialismo?, ¿imperialismo?, ¿nacio-
nalismo? (Doctor Ramiro Guerra).
• El azúcar: ¿bendición o perdición de Cuba? (Doctor Juan
Andrés Lliteras).
• ¿Cómo confluyen las distintas culturas en Cuba? (Doctor Fer-
nando Ortiz).
• ¿Hay un problema de la clase media cubana? (Doctor Ro-
berto Agramonte).
• ¿Tiene la actual juventud universitaria un programa? (Doctor
Raúl Roa).
• ¿Cuál es el estado de ánimo de nuestra juventud? (Doctor
Rafael Sardiñas).
• ¿Han mejorado o empeorado las costumbres cubanas? (Doc-
tor César García Pons).
• ¿Cómo pudiera fundamentarse una reforma de la concien-
cia cubana? (Doctora Mercedes García Tudurí).
• ¿Responde el Congreso a las necesidades nacionales? (Doc-
tor Manuel Bisbé).
• ¿Cuáles deben ser las bases y los objetivos de una política
internacional cubana? (Doctor Herminio Portell Vilá).
• ¿Está falseada la democracia cubana? (Doctor Jorge Martí).
• ¿Hay una crisis de la moral privada y de la moral pública?
(Doctor Medardo Vitier).
• Inmunidad e impunidad en la política cubana. (Doctor José
Miguel Irisarri).
• ¿Está en crisis nuestra cultura? ¿Cómo superarla? (Ingeniero
Gastón Baquero).
• ¿Tendremos fuerzas para rebasar la crisis moral y política
que atraviesa la república? (Doctor Raúl de Cárdenas).
76 Raúl Garcés

• Los grandes males y los grandes remedios. (Doctor Francisco


Ichaso).
• Imagen de un destino nacional. (Doctor Jorge Mañach).
Los mismos títulos de las conferencias dejarán entrever algunos
de sus rasgos más sobresalientes. La reflexión no se diluirá en abs-
tracciones o generalidades, sino que buscará siempre «aterrizar» el
análisis en un problema concreto de la vida nacional. A excepción
de unas pocas intervenciones, los discursos demagógicos sucum-
birán ante el empuje de estilos directos, ajenos a complacencias y
paños tibios. Se hablará de los muchos males que afectan a la
república, y la palabra crisis será cada vez más recurrente, a medi-
da que se percibe con mayor crudeza el desgobierno de los Autén-
ticos.
La salida al aire de estos temas coincidirá con un clima de tra-
gedia en el acontecer del país. Uno tras otro han sido asesinados
campesinos o dirigentes obreros representativos de diferentes gre-
mios. Los nombres de Amancio Rodríguez, Sabino Pupo, Aracelio
Iglesias, Niceto Pérez, Jesús Menéndez, entre otros, recorrerán de
extremo a extremo la isla como símbolos de una represión crecien-
te y al mismo tiempo insostenible. La cacería ha sido estimulada,
en el ámbito internacional, por la implacable lucha desatada con-
tra los comunistas como parte de la política de «guerra fría» y,
hacia el interior de la nación, por una sostenida labor de zapa
dentro del movimiento obrero, que encontrará aliento fervoroso en
la figura del ministro de Trabajo y luego Presidente de la República
Carlos Prío Socarrás.
La radio comercial no podrá permanecer totalmente al margen
de estas realidades. Cierto que intentará maquillarlas tanto como
exijan sus intereses y sus relaciones de poder; pero, en un contexto
de intensa competencia, terminará reflejándolas en noticieros que
han identificado la búsqueda de primicias como su principal razón
de ser. Equipos de redactores y reporteros, locutores con un estilo
peculiar de llegar a la audiencia, tecnologías que incluyen desde
grabadoras de alta fidelidad para registrar el sonido hasta unida-
des móviles de control remoto, formarán parte de un sistema noti-
cioso que asociará el éxito a la inmediatez y a la posibilidad de
cubrir en breves lapsos de tiempo una gran cantidad de sucesos.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 77

Las noticias de la prensa plana continuarán atrayendo a los re-


ceptores, pero los informativos radiales ofrecerán la emoción que
no puede dar el papel escrito. Las voces exaltadas de los periodis-
tas, los testimonios de las personas involucradas directamente en
los hechos, el sonido del ambiente donde estos ocurren, potencia-
rán la credibilidad de los mensajes y el nivel de implicación de los
oyentes con lo narrado. Tales efectos se traducirán en mayores
ratings para los noticieros, según evidenciarán los resultados de un
survey realizado en mayo de 1948:

Noticieros más escuchados Resultado del Resultado actual


survey anterior
1. «La palabra» (Unión Radio) 9,52 12,56
2. «Noticiero internacional» 12,59 10,71
(RHC Cadena Azul)
3. «La palabra» (Unión Radio) 9,57 10,15
4. «Noticiero CMQ» 5,08 6,59
(suplemento)
5. «Noticiero CMQ» (Esso) 4,45 5,11
Fuente: Revista Bohemia, La Habana, 20 de junio de 1948.

Curiosamente, el primer lugar en este caso no será ocupado por


ninguna de las dos emisoras a la cabeza de la competencia radial,
sino por una tercera planta, Unión Radio, cuyo espacio informativo
«La palabra» resonará como trueno lo mismo en los oídos de los
políticos que de la gente común. Su conductor no estará ajeno al
estilo ágil impuesto por comentaristas de la radio norteamericana y,
aprovechando su gracia natural y la demanda de un público
crecientemente interesado en cuestiones políticas, intentará adaptar-
lo a su trabajo en Cuba.
Manuel Villar: –Bajo la gerencia de Mario Abril Dumois en la
emisora CMK, un joven periodista que arrastraba la r al dirigirse a
la audiencia, de nombre José Pardo Llada, empieza a ganar fama
por los comentarios editoriales que transmitía a través de esa emi-
sora. Desde el principio se dedicó a atacar a Grau, aprovechando
que las fisuras de ese gobierno eran muy evidentes. Luego pasó a
la COCO, donde creció su popularidad y se dio a conocer más
como comentarista político, siempre combatiendo a los gobiernos
78 Raúl Garcés

Auténticos. Finalmente trabajó en Unión Radio y estando allí se pro-


dujo el triunfo de la revolución [véase entrevista en p. 110].

Pronto lloverán los elogios sobre el editorialista, a quien la prensa


dedicará sus más generosos vocativos: «el gran comentarista de la
actualidad», «uno de los valores nuevos de la cultura y el periodis-
mo», «la voz más popular de la radio nacional»… El impacto del
noticiero irá aumentando en proporción directa al agravamiento
del estado de cosas del país. No habrá hecho conmovedor para la
isla que no pase por la visión y el análisis de José Pardo Llada:
desde el asesinato de líderes políticos hasta tiroteos gansteriles como
el ocurrido en 1947 en el reparto Benítez. Su tono sobresaltado y
grandilocuente representará para la mayoría del público un signo
de valentía y compromiso social. Los más sagaces, sin embargo,
afinarán el olfato y percibirán en él una dosis de sensacionalismo
siempre recurrente en el camino de conseguir el éxito fácil.
Enrique Núñez: –Logró conquistar una tremenda audiencia con
aquellos editoriales inflamados y su popular frase: «¡Qué despar-
pajo!». Era una voz antirradiofónica, pero tocaba temas candentes
de actualidad con cierto valor personal. Después demostró que no
era tan valiente nada, cuando se fue de Cuba. Yo escribo en el
libro de mis memorias la anécdota de la corbata de Pardo Llada.
Él me había jurado en los estudios de Unión Radio que no se iría
de Cuba, que estaría siempre con la revolución porque eso era lo
que habíamos soñado desde jóvenes. Un día, en la cafetería de
Radiocentro, llegó y me vio con una corbata amarilla –el saco y la
corbata eran como un uniforme en aquella época–, me la elogió y
me dijo que le hacía falta para un traje de gabardina béis con el
que le hacía juego. «Me voy para México unos días y tú me la
tienes que prestar». Me quité la corbata y le advertí: «Pardo, procura
traérmela». Todavía la estoy esperando [véase entrevista en p. 130].
Manuel Villar: –Es un hecho público que Pardo Llada se atemo-
riza ante la invasión de Girón. Él tenía noticias de ella, y basado en
esa información una mañana amaneció evaporado. Se fue. Afue-
ra ejerció el periodismo, incluyéndose entre las figuras que, si no se
despreciaban, se ignoraban. Antes de irse ya había adquirido,
por sus veleidades y oportunismos, el calificativo de Cotorrón, y
Radio y sociedad en el cruce de caminos 79

hasta hay grabada una guarachita de aquel tiempo que dice así
mismo: «¡Se fue el Cotorrón, se fue el Cotorrón!» [véase entrevista
en p. 110].

A costa de su proverbial elocuencia, el anfitrión del noticiero


«La palabra» continuará incrementando su popularidad y la de su
espacio, que se transmitirá primero al mediodía y se repondrá en
horario nocturno. Los informativos de CMQ tendrán que resignar-
se a lugares menos favorecidos en la preferencia de los oyentes,
pero, de todos modos, demostrarán sus potencialidades siempre
que sucesos de importancia obliguen a movilizar al mismo tiempo
la técnica y el talento concentrados en la emisora.
Así ocurrirá el 15 de septiembre de 1947, cuando el locutor
Germán Pinelli, utilizando una grabadora de alambre recién traída
por Goar Mestre desde Estados Unidos, describe pormenori-
zadamente, simulando una transmisión en vivo, el enfrentamiento
entre grupos pandilleros en el reparto Benítez. Horas antes de re-
producirse la grabación a través del «Noticiero CMQ», la noticia
había sido publicada directamente en otra de las plantas adscritas
al imperio de Mestre: Radio Reloj. La agilidad del periodista Jorge
Bourbaki en redactar lo que entonces le comentara por teléfono un
testigo de los hechos, junto a la forma ágil y emotiva de los locuto-
res de cabina al comunicarlos, levantaría tanto el prestigio de la
emisora, que en poco tiempo Radio Reloj extendería su programa-
ción de dieciocho a veinticuatro horas.62
Los comicios presidenciales de junio de 1948 ofrecerán otro
espacio singular de lucimiento a la radio. Nunca antes se había
conocido tan rápidamente el nombre de un presidente electo, ni se
habían desplegado tantos recursos humanos y tecnológicos para
una cobertura de prensa. A pocos días de conocerse los resulta-
dos, Cadena Azul declarará haber mantenido en la calle tres gra-
badoras, cinco automóviles, 150 teléfonos, docenas de líneas te-
lefónicas y un abundante número de periodistas.63 La Compañía
de Teléfonos admitirá haber empleado millares de sus equipos y la
62
Ver «Radio Reloj: el minutero de la historia», entrevista con Héctor de Soto contenida en el
capítulo 2 de este trabajo. Ver también Oscar Luis López. La radio en Cuba, Ed. Letras
Cubanas, La Habana, 1981, p. 127 y ss.
63
Sección ¿Sabe Usted Que?, en periódico El Avance, La Habana, 3 de junio de 1948.
80 Raúl Garcés

más grande cantidad de «hilos» utilizada en una jornada electoral.64


CMQ también exhibirá orgullosa sus logros, entre ellos cuatro
pisicorres con grabadoras de alambre que recorrieron la ciudad de
un extremo a otro, una nutrida batería de teléfonos instalada en el
Departamento de Programas para recibir reportes desde todas las
provincias del país y una permanente conexión por control remoto
con el Palacio Presidencial, el Tribunal Superior Electoral y las resi-
dencias de tres de los cuatro candidatos al máximo puesto político
de la nación.65
Revistas y periódicos destacarán el trabajo de las cadenas más
poderosas, pero celebrarán igualmente el esfuerzo de las que, sin
serlo tanto, enaltecieron la reputación de la radio como medio infor-
mativo.
«Unión Radio puede sentirse orgullosa del comportamiento de su
departamento técnico y de su cuerpo de periodistas y locutores. Quizás
con menos recursos que las otras plantas, la emisora que comanda
Gaspar Pumarejo rindió un trabajo a todas luces magnífico.
»A través de la CMQ, Germán Pinelli desarrolló una labor sen-
cillamente insuperable. Esa facilidad suya para improvisar, ese
dominio del panorama político actual, y los conocimientos perso-
nales que posee, y la simpatía, imprimieron a sus entrevistas el
nerviosismo, la inquietud y la realidad que necesitaban.
»RHC Cadena Azul no contaba con un Pinelli, pero usó al pe-
riodista García Sifredo, que si no es un locutor ágil y oportuno,
conoce perfectamente el ambiente político y el cuestionario debido
en cada ocasión. Elio Oliva le acompañó, y su voz seria y reposa-
da le dio mayor solemnidad al acto. El primer “palo” lo dieron con
la entrevista del señor presidente en el momento de votar y con las
palabras de la primera dama que, a pesar de su nerviosismo, se
expresó con claridad. El “gran palo” fue a las 8:40 p.m., al dar
antes que ninguna otra emisora el resultado oficial de los comicios.
»La COCO, El Periódico del Aire, que dirige Guido García Inclán,
mantuvo un estupendo servicio con una planta portátil, instalada
en un pisicorre para transmitir en el preciso instante, directamente,
la noticia o la entrevista.

64
Id.
65
Sección Radiolandia, en revista Bohemia, La Habana, 6 de junio de 1948.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 81

»Asimismo, Radio Progreso prestó un servicio sorprendente. Ese


deseo envidiable de superación de Manolo Fernández, y del director
de la Cadena Partagás del Aire, Viraldel, movilizó todos los recur-
sos, y puede decirse que Radio Progreso luchó con buenos resulta-
dos el día de las elecciones.
»Después de las seis de la tarde comenzó la verdadera lucha; en
la noche del 1 de junio, cuando llegaron los partes de los colegios
de toda la república, se vio la eficacia del radio y la supremacía de
las emisoras».66
La cobertura de los comicios no se limitará sólo a reflejar lo acon-
tecido en las urnas o a describir el ambiente que envuelve a la na-
ción el 1 de junio de 1948. Por el contrario, mucho antes de esa
fecha se referirán una y otra vez al tema comentaristas, periodistas y
hasta directores de emisoras, que emplearán el recurso de las en-
cuestas de opinión no sólo para diagnosticar la intención de voto de
la audiencia, sino para condicionarla dando por sentada la victoria
de algún candidato favorito. Unión Radio, por ejemplo, determinará
mediante un sondeo que el 82% de los artistas y locutores de las
principales estaciones apoya a Carlos Prío Socarrás y aprovechará
la ascendencia de esas figuras sobre el público para concluir: «Si los
artistas están con Prío, el pueblo lo estará también».67
El director de la emisora en persona, Gaspar Pumarejo, se em-
pleará a fondo averiguando, a través de llamadas telefónicas, las
preferencias electorales del público, aunque no siempre recibirá las
respuestas esperadas desde el otro lado del auricular:
Pumarejo: –Joven, este es el survey telefónico de «La palabra»,
de Unión Radio. ¿Usted tendría la bondad de decirme por qué can-
didato presidencial va a votar en las próximas elecciones?
Oyente: –Yo no tengo voto.
Pumarejo: –¿Y ahí, en la casa, no hay nadie que tenga voto?
Oyente: –Mire, yo soy la criada. Los que viven aquí, la señora y el
caballero, ahora están en la calle.

66
Id.
67
Sección Yo Opino en Radio, en Alerta, La Habana, 10 de junio de 1948.
82 Raúl Garcés

Pumarejo: –¿Y usted no sabe con qué candidato simpatizan ellos?


Seguramente que usted los ha oído hablar…
Oyente: –Mire, esta gente es muy viva, cada vez que me ven
cerca, hablan inglés.
Pumarejo: –¿Son americanos?
Oyente: –No, cubanos, pero saben el inglés.
Pumarejo: –Entonces es que no tienen confianza en usted.
Oyente: –A lo mejor... ¡Oiga, qué gente esta! 68
Luego de dos intensos meses de campaña, que incluirán la ase-
soría de personal especializado en técnicas de propaganda radial,69
Carlos Prío Socarrás se convertirá por fin en Presidente de la Repú-
blica, con una plataforma de gobierno muy similar a la de su ante-
cesor en el cargo, Ramón Grau San Martín. Sólo que, hacia 1948,
los Auténticos atravesarán una situación de multiplicado descrédi-
to, que dejará muy mal parada su autoridad en el siguiente man-
dato. De eliminar la inflación económica, estimular la industriali-
zación del país y promover una política de desarrollo nacionalista,
había hablado Grau antes que Prío, sin otro resultado más notable
que el haber incumplido escandalosamente sus promesas. Tanta
demagogia, que generará ahora una mayor oposición de las van-
guardias políticas y de amplios sectores sociales, suscitará también
la crítica a veces abierta y a veces solapada de varios programas
de radio.
Así, por ejemplo, un personaje humorístico de gran populari-
dad se enganchará al carro electoral para, presuntamente,
postularse a alcalde: «Si es alcalde Chicharito, agua tendrás a
chorrito». Y sus pretensiones llegarán todavía más lejos cuando, en
medio de la campaña de Prío, se autoproclame Presidente de la
República:
Soy Presidente señores,
Por el voto popular,

68
Sección Radiolandia, en revista Bohemia, La Habana, 9 de mayo de 1948.
69
El periódico El Avance menciona el 1 de junio de 1948 al locutor Manuel Hernández
Urquiza, como «alma y nervio de toda la propaganda radial de Prío». Según la publica-
ción, Urquiza trabajaba intensamente, junto a colaboradores cercanos, por el triunfo en
las urnas del candidato del Partido Auténtico.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 83

Y hoy vengo aquí a designar


A mis colaboradores.
A Crusellas, don Ramón,70
Diplomático probado,
Pienso mandarlo enchuchado
De ministro en el Japón.
[…]
Y a Suárez,71 que no se corra
Esto que voy a anunciar:
Yo lo pienso colocar
De director de Mazorra.
Aunque me parece a mí
Que si al fin él llega a entrar
Lo vamos a lamentar
Porque no sale de allí.72
Entre risas y bromas, Alberto Garrido y Federico Piñero
(Chicharito y Sopeira) «cantarán» algunas de las verdades que han
llegado a asumirse casi como males endémicos de Cuba republi-
cana. Por el filo de su ironía pasarán temas como la dantesca
situación del Hospital Psiquiátrico de La Habana, el alza imparable
del costo de la vida, los favoritismos en la designación de cargos
públicos y otros tantos que irá extrayendo el libretista Antonio Castell
de su propio entorno social.
A las denuncias contenidas en programas humorísticos, se su-
marán en otras audiciones los ataques frontales de representantes
de diversas fuerzas políticas. El Partido Comunista tendrá en las
charlas radiales de Salvador García Agüero una de sus armas de
combate más eficaces contra el gobierno de Prío, mientras que el
Partido del Pueblo Cubano dejará caer como descarga eléctrica la
voz de Eduardo Chibás sobre los salones del Palacio Presidencial.
Cada domingo, el líder ortodoxo pondrá en entredicho la supuesta
«cordialidad» del presidente, mediante acusaciones por atropellos,
70
Se refiere al dueño de la compañía Crusellas, principal anunciante de la emisora CMQ.
71
Presumiblemente se refiere a Laureano Suárez, director de Radio Cadena Suaritos. Se
bromeaba en los medios de la época con la posibilidad de su locura, debido a los bajos
índices de audiencia obtenidos por la emisora en los surveys.
72
Reproducido por sección Yo Opino en Radio, en Alerta, La Habana, 31 de mayo de 1948.
84 Raúl Garcés

malversaciones, robos de fondos públicos e inadmisibles oleadas


represivas. El espacio calará tanto en los oyentes, que alcanzará
en mayo de 1948 un rating de 26,7%, muy similar, y en ocasiones
hasta por encima, de los índices de audiencia obtenidos por las
radionovelas más populares.
Bajo estas condiciones no pasará mucho tiempo sin que la cú-
pula dirigente de la nación intente poner obstáculos a la expresión
de sus detractores. La clausura de los periódicos Hoy y América
Deportiva, junto a la aprobación del Decreto Mordaza para acallar
a la radio política, mandarán a bolina definitivamente la famosa
«cordialidad», y echarán más leña al fuego del enfrentamiento entre
el poder y los crecientes grupos de oposición.
Sin embargo, el clima de censura impuesto por los Auténticos
comenzaría en realidad antes de la llegada de Carlos Prío a la silla
presidencial. El 1 de mayo de 1948 agentes policiales habían clau-
surado ya la emisora Mil Diez, homóloga en la radio del periódico
Hoy y abanderada de las luchas por una transformación radical
del país. Tres meses antes Goar Mestre había aprovechado la inau-
guración de Radiocentro para restructurar la programación de CMQ
y dejar fuera espacios como «Mejor que me calle», crítico ferviente
y sistemático de Ramón Grau San Martín y de otras figuras con
puestos clave en ese gobierno.
Protagonizado por Rita Montaner y Alejandro Lugo (Lengualisa
y Mojito, respectivamente) «Mejor que me calle» abordará temas
candentes de la actualidad nacional a partir de una controversia
entre sus dos actores. Lugo aportará siempre los pies forzados y
provocará los comentarios de su pareja, mientras que Rita pondrá
su buen humor y su gracia en función de defender los intereses de
la gente y, más de una vez, añadirá de su ingenio parlamentos que
enriquecerán los guiones del escritor Francisco Vergara.
Durante una de las emisiones transmitidas en 1946 se arreme-
terá contra el impopular jefe del ejército Genovevo Valdés, el mi-
nistro de Obras Públicas Isauro Díaz y, por supuesto, el Presidente
de la República, a quien se trata en el programa con el sobrenom-
bre de Papaúpa:
LENGUALISA (Cantando): Mejor que me calle, que no diga nada,
que ni un sí tú sabes de lo que yo sé, eh, eh.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 85

Mejor que me calle, negro, que no diga nada, que ni un sí tú


sabes de lo que yo sé.
MOJITO: Por eso tú estás…
LENGUALISA: ¡Ay, si es verdad, Dios mío! ¡Ay, si ayer fue el santo
del Papaúpa, confesor y patrono de los mulos del ejército!
MOJITO: Sí, ¡relajea, boba! ¡relajea!, sí…
LENGUALISA: ¡Ay, si no en balde yo vi que todos se le acercaban
al Papaúpa y le decían: «Felicidades, Papaúpa, que siendo presi-
dente celebre su santo muchas veces».
MOJITO: ¿De verdad que le dijeron eso los mulos?
LENGUALISA: Los mulos y tó el mundo.
MOJITO: ¡No!
LENGUALISA: Muchacho, los mulos y tó el mundo. ¡Cómo no! Si
la guataquería estaba pero botá en el barco. Si yo vi cuando el
Papaúpa estaba en la popa y vino Isauro y lo abrazó y le regaló
una pipa.
MOJITO: ¿Y qué?
LENGUALISA: Y entonces el Papaúpa le preguntó a Isauro: «¿Para
qué quiero esa pipa?» ¿Y sabes lo que le contestó Isauro?
MOJITO: ¿Qué le contestó?
LENGUALISA: Pues le dijo: «Papaúpa, como usted está en la popa,
para que eche humo con la pipa y siga pegado de pepe a la papa.
Y que no se haga pupa y, ¡qué viva la pepa!».
MOJITO: ¡Eso no puede ser verdad! Tó lo que ha dicho no ha
sido más que una sarta de mentiras y de estupideces!
LENGUALISA: ¡Sarta de qué! ¿Por qué me vas a decir estúpida?
Estupideces no, sabe, sabe. Que ahora sí que no vengo sola. Te
pueden partir la cabeza.
MOJITO: ¿Quién?, ¿quién?, ¿quién?...
L ENGUALISA : Y en el barco hubo más guataquería, más
guataquería todavía mayor, pá que lo sepa.
MOJITO: ¿En el barco también?
LENGUALISA: Sí, porque vino el Genovevo y le dijo al Papaúpa
que los cañones de esos barcos estaban buenos pá coger a los
que no estuvieran de acuerdo con su relección.
MOJITO: ¡Cállate! ¡No sigas!...
86 Raúl Garcés

LENGUALISA: ¡Sí, señor! (Cantando) Mejor que me calle, que no


diga nada…73

Los diálogos de Lengualisa y Mojito subirán cada vez más su


tono: serán implacables contra la responsabilidad de los
especuladores en el aumento indiscriminado de los precios, abo-
garán por subir los salarios de maestros y empleados públicos como
paliativo al encarecimiento de la vida, defenderán a capa y espa-
da la unidad del movimiento obrero ante los intentos divisionistas
provenientes del Ministerio de Trabajo y, tal vez lo más importante,
mantendrán en perenne intranquilidad a Grau y a buena parte de
su equipo de gobierno. Por lo menos el presidente y su cuñada
Paulina Alsina seguirán fielmente el programa y lo utilizarán mu-
chas veces como termómetro medidor de lo que piensa la opinión
pública en torno a ellos.74
Para los perjudicados, sin embargo, la tolerancia tendrá límites.
Hacia febrero de 1948 la Comisión de Radio del Ministerio de
Comunicaciones enfilará sus cañones de modo enfático contra
«Mejor que me calle» y hará mucho más pormenorizado el diag-
nóstico de sus presuntos defectos. Valorará como demasiado vul-
gar uno de los chistes emitidos y terminará ordenando la suspen-
sión del espacio por tres días. «El autor del libreto –comentará la
prensa de la época– cree que algo más que el chistecito impulsó a
la Dirección de Radio a tomar su decisión. Se inclina a pensar que
fue una fuerza poderosa, emanada de uno de los pisos del Palacio
(Presidencial), tal vez del tercero».75
Los realizadores volverán a la carga una vez concluida la san-
ción, pero ya para entonces Mestre habrá decidido solucionar el
problema definitivamente. Será el mejor regalo que pueda darle al
presidente Grau, quien asistirá a la inauguración de Radiocentro
el 12 de marzo de 1948, cuando «Mejor que me calle» ya ha
dejado de existir.

73
Sketch grabado en 1946, reproducido por Ramón Fajardo Estrada en Rita Montaner:
testimonio de una época, Casa de las Américas, La Habana, 1997, pp. 283 y 284.
74
Ver testimonio de Alejandro Lugo en Ramón Fajardo Estrada. Op. cit., p. 281.
75
Sección Radiolandia, en revista Bohemia, La Habana, febrero de 1948.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 87

Como regla, el dueño de CMQ no tendrá que actuar tan


drásticamente en sus decisiones respecto a los programas. Escrito-
res y directores sabrán por experiencia hasta dónde llegar con sus
propuestas, sin ponerse a sí mismos en peligro ni provocar dema-
siadas contradicciones con los anunciantes. A los censores tocará
entonces, la mayoría de las veces, corregir el tiro en la forma y no
en los contenidos. Con un lápiz rojo deberán tachar aquellas ex-
presiones que, de acuerdo con los moralismos vigentes en la épo-
ca, puedan ser calificadas de soeces.
Enrique Núñez Rodríguez: –Tanto los dueños como los patro-
cinadores se cuidaban mucho. Yo recuerdo que propuse un serial
que se desarrollaría en un central azucarero y que iba a marcar las
diferencias sociales entre la administración norteamericana y los
cubanos. Inmediatamente me dijeron que ese tema no les intere-
saba a las lavanderas consumidoras del jabón Candado. Me pro-
hibieron ponerlo, no porque supuestamente respondiera a una
ideología cercana al socialismo, sino con el pretexto de que afec-
taría los intereses del patrocinador [véase entrevista en p. 130].
Leovigildo Díaz de la Nuez: –La Comisión de Ética Radial fue
creada por propietarios de emisoras con el objetivo de evitar la
competencia desleal; que uno le llevara ventaja a otro empleando
determinados recursos atractivos como chistes de doble sentido,
recursos indecentes, digamos, que atentaran contra «la moral y las
buenas costumbres» de la época [véase entrevista en p. 123].
En la radio las reglas del juego eran transparentes: nadie iba a
escribir algo que fuera subversivo, sencillamente porque a las fir-
mas y a las emisoras eso no les interesaba ni lo compraban.
El nombre del censor Juan José Tarajano se convertirá en objeto
de burla constante para los guionistas. Su cargo, comisionado ge-
neral de la radio, le hará en realidad responsable máximo de mul-
tiplicar las tachaduras sobre los libretos de espacios dramatizados
y humorísticos. Y tan en serio se tomará su labor, que acabará
impregnándolos de un puritanismo digno del más enclaustrado
monasterio. Uno de los principales afectados, el escritor Castor
Vispo, se vengará de su verdugo publicando en la revista Bohemia
88 Raúl Garcés

varias cuartetas, acompañadas de comentarios irónicos en torno a


este tema:
Veamos… «Boda de amor
Para hoy está señalada
La de Chucho Torquemada
Con Cirilo Picaflor»
(Si no se opone el censor
pues, si no, no he dicho nada).
Irán muchos invitados
Todos ellos distinguidos
Debido a lo conocidos
Que son los enamorados
(Que por ser muy come… didos
Nunca han sido censurados)
Ella es hija, cual sabrás
De la viuda de García
De Malanga, de Alma Mía
Y de seis o siete más
(¿No puede enviudar diez veces
una señora, quizás?)
Y él es hijo de Camilo
Rigoberto Picaflor
Que vende café de a quilo
En la plaza del vapor
(Aquí no hay nada censor
Puede usted dormir tranquilo)
[…]
Ella siente que le agobia
Como es natural, el hecho
De que el vestido de novia
Le vaya a quedar estrecho
(La razón está explicada
Si lo tachan, no hay derecho)
Ha sido confeccionado
Con gusto digno de loa
Radio y sociedad en el cruce de caminos 89

Por un modisto afamado


De allá de Guanabacoa
(Aquí no hay ningún pecado
Al que ponerle la proa)
Como debido al apuro
No tiene flus de etiqueta
El novio, casi seguro
Se casará en camiseta
(Si eso les parece impuro
le ponemos su chaqueta)
Y en fin, aunque Chucha es fea
Y feo también es él
El cronista les desea
Eterna luna de miel
(Y no haré más comentarios
Para no gastar papel)76
El estricto control sobre lo escrito entrañará supuestamente una
garantía de calidad para las audiciones, pero, en programas como
«Mejor que me calle», ayudará también a esconder otras censuras
de reconocimiento más difícil y embarazoso para las autoridades
radiales. Desde la perspectiva de los dueños, invocar problemas de
lenguaje o deficiencias técnicas, en los casos de prohibición de con-
tenidos, siempre será más conveniente que admitir limitaciones a la
libertad de expresión.
Dicha táctica será recurrente en las principales emisoras comer-
ciales, pero especialmente Mestre se esforzará en emplearla casi
como una cuestión de principios. Desde su designación como pre-
sidente de la Asociación Interamericana de Radiodifusión, el due-
ño de CMQ intentará consolidar todavía más su imagen de hom-
bre «demócrata», «librepensador», preocupado por las realidades
sociales y políticas de la región. En 1948, durante una reunión de
la AIR en Argentina, arremeterá crudamente contra el gobierno de
Perón, acusándolo de totalitario y represivo de los derechos ciuda-
danos. Declarará no querer entrometerse en los asuntos internos de
76
Id.
90 Raúl Garcés

ese país, pero terminará contrastando el supuesto «clima de atro-


pellos y amenazas» allí vigente con el hipotético aire de libertad
que su organización y él mismo representan: «Cuando llegamos a
un país como la triste Argentina de hoy y vemos una prensa amor-
dazada, una radio a la que la oposición no tiene democrático
acceso, un país humillado y ofendido en sus derechos cívicos ele-
mentales, sentimos a la vez el malestar irresistible de respirar un
aire que está mediatizado, y el dolor inmenso de ver a nuestros
hermanos argentinos anhelando tiempos mejores en que la demo-
cracia y la libertad sean en aquella tierra algo más que simples
palabras sin sentido».77
Curiosamente, Mestre buscará la paja en el ojo ajeno, cuando
tiene sobradas oportunidades de encontrarla en el propio. Sus crí-
ticas a Perón coincidirán en el tiempo con la repercusión que ge-
nera todavía en medios de prensa cubanos el escandaloso cierre
de la emisora Mil Diez. En mayo de 1948 decenas de policías han
irrumpido en su local de la calle Reina, y la han clausurado sin más
explicaciones que presuntos defectos técnicos de su equipo trans-
misor. Desde entonces, sus locutores, artistas, escritores y técnicos
invocarán públicamente los derechos consagrados en la Constitu-
ción de la República sobre la libre emisión del pensamiento, publi-
carán cartas de protesta en periódicos y revistas, solicitarán ayuda
a la Federación de Radioemisores de Cuba, pero en todos los ca-
sos encontrarán oídos sordos. Y el dueño de CMQ, que tan impli-
cado se había mostrado con la realidad argentina, se abstendrá
de ejercer sus influencias ahora a favor de Mil Diez, a pesar del
prestigio acumulado por esa emisora dentro de la radiodifusión
nacional.
Héctor de Soto: –El caso es que Mil Diez fue literalmente una emi-
sora del pueblo porque fue el pueblo quien la compró. Mientras CMQ
o RHC Cadena Azul eran estaciones estrictamente comerciales, Mil
Diez se convirtió en una radio verdaderamente educacional y culta.
–¿Y llegó a conquistar tanto arraigo entre la gente?
–¡Por favor! La Mil Diez fue una emisora con un prestigio ex-
traordinario y una gran calidad en su programación. Yo te diría
77
Revista Radiomanía, La Habana, septiembre de 1948.
Radio y sociedad en el cruce de caminos 91

que sentó cátedra, que fue la emisora que echó las raíces de la
cultura en la radiodifusión. Pasaron por ella personalidades como
Adolfo Guzmán, Enrique González Mántici y muchos otros [véase
entrevista en p. 151].
Elvira Cervera: –Fue un lugar realmente encantador y una ense-
ñanza tremenda para todos. Me relacioné con gente a la que nun-
ca habría podido conocer de no haber trabajado allí […]. Mil Diez
era un timbre de gloria aunque no pagara mucho dinero. No era
una emisora grande ni poderosa –pertenecía a los comunistas, y los
patrocinadores no querían meterse en nada de política–, pero había
un sacrificio real de mucha gente por sacarla al aire. Algunos sena-
dores y representantes daban dinero; sin embargo, sobre todo per-
sonas del pueblo contribuían con un fervor tremendo. Hasta el aire
que se respiraba allí favorecía la creación de cultura. Una estaba
sentada sin hacer nada y escuchaba desde el estudio la voz de Blas
Roca, de Carlos Rafael Rodríguez, de Lázaro Peña o de Salvador
García Agüero impartiendo verdaderas clases magistrales [véase
entrevista en p. 160].
Oscar Luis López: –Mil Diez fue, en su tiempo, la expresión
radiofónica, alta y calificada, de la independencia y de la sobera-
nía nacional, del antifascismo, del socialismo, del comunismo y
del internacionalismo proletario. Pero, a la par, constituye la
restructuración revolucionaria de la organización radial, transfor-
mación del tono y del estilo de expresión y del empleo de los me-
dios técnicos radiofónicos, cuyo modelo importado e impuesto como
lo único superior, procedía, como hemos dicho, del mercado nor-
teamericano y de su esquema mercantil.78
Una vez clausurada, Mil Diez no volverá nunca más a abrir sus
puertas; sin embargo, los cinco años que han mediado entre su
fundación y su cierre serán suficientes para demostrar su viabilidad
al margen de la radio comercial cubana. Sin altos salarios, sin
grandes presupuestos para producciones demasiado ambiciosas,
la emisora del pueblo conquistará a los oyentes a costa de la origi-
nalidad de su programación, del talento de su colectivo artístico y
78
Sin duda, uno de los análisis más completos en torno al significado de Mil Diez para la
radiodifusión nacional, que nos ahorra abordar más ampliamente el tema, está contenido
en la ya mencionada obra de Oscar Luis López, pp. 295-334.
92 Raúl Garcés

del interés por compartir con el público una propuesta verdadera-


mente cultural.
Sin embargo, ninguno de esos argumentos pesará más que el
temor de las cúpulas políticas, ante el alcance y la repercusión de
las denuncias de Mil Diez contra el gobierno de Grau. Lo ocurrido
el 1 de mayo de 1948 dejará claro que, desde la radio, toda
voluntad de modificación del orden establecido no podrá pasar de
simples retoques cosméticos.

Fines de 1949. Desde Estados Unidos, son cada vez más alenta-
doras las noticias que llegan en torno al invento de moda. Miles de
norteamericanos quedan boquiabiertos ante las imágenes en movi-
miento emitidas por sus telerreceptores, de los que no se despegan
la mayor parte del día. Una encuesta de la NBC determina la prefe-
rencia del público por la televisión en proporción de 8 a 1 respecto
a los programas radiofónicos. Los adelantos de la industria acon-
tecen a una velocidad tal que, entre 1948 y 1949 el número de
espectadores se multiplica en doce veces. Para 1953 se da por
seguro que la señal televisiva se extenderá desde la costa del
Atlántico hasta el Pacífico, con una audiencia potencial de 50 mi-
llones de personas.
En Cuba, Goar Mestre sigue atentamente todo cuanto se dice
sobre el célebre descubrimiento, y espera el momento más oportu-
no para introducirlo en el país. Durante la conmemoración del
primer aniversario de Radiocentro, anuncia que antes de 1954
habrá servicio de televisión desde el cabo de San Antonio hasta la
punta de Maisí, pero tendrá que apresurar sus planes frente al
empuje de la competencia. Aún así, Gaspar Pumarejo inaugurará
primero Unión Radio Televisión, sólo por darle en la cabeza a su
más fuerte rival.
Entretanto, los empresarios de la radio enfrentan su futuro con
acrecentada incertidumbre. Ante los encantos que entraña la pe-
queña pantalla, muchos oyentes se han olvidado del medio al que
fueran fieles por tantos años. Numerosos artistas han abandona-
do también los estudios radiales para probar fortuna en los
televisivos, que les reciben ahora con los brazos abiertos. Pronto se
sabrá, sin embargo, de renovaciones tecnológicas que permitirán
Radio y sociedad en el cruce de caminos 93

a la radio esparcirse por doquier y recuperar, en parte, el terreno


perdido: «La importante compañía norteamericana Bell Telephone
Company, en cuyos laboratorios de investigaciones ha sido logra-
do el invento llamado transistor, o sea, el sustituto de los bombillos
de radio, está construyendo en la actualidad una planta experimen-
tal para la fabricación de este formidable artefacto […]. Según las
últimas declaraciones de personas expertas, el transistor revolucio-
nará la fabricación de los actuales radiorreceptores, pues viene a
ocupar el mismo lugar de las válvulas, o sea, el “corazón” de los
actuales aparatos».
Para entonces, una nueva era en la historia de la radiodifusión
habrá comenzado.
Capítulo 2

HABLAN LOS PROTAGONISTAS

Xiomara Fernández

Los premios que me dio la vida

Xiomara Fernández habla como los ángeles. A sesenta y tres años


de que debutara recitando poemas en el antiguo circuito CMQ,
su voz no parece darse por enterada del paso del tiempo. «Fue uno
de los premios que me dio la vida», dice, y se apresura a completar
la frase aludiendo al que considera realmente su premio mayor:
José Antonio Alonso. Ambos constituyeron una de las parejas más
célebres en la historia de la radio cubana. Él, como presentador
consagrado de «La corte suprema del arte», programa del que sal-
drían figuras de la estatura de Rosita Fornés, Elena Burke o la pro-
pia Xiomara. Ella, como una joven dispuesta a conquistar el mun-
do que, andando el tiempo, devendría una de nuestras locutoras
más reconocidas. Tanto es así que cuando el que escribe la men-
cionó en su programa de radio, presumiendo que sólo algunos la
recordarían en nuestro país, recibió enseguida el reproche telefó-
nico de varios oyentes: «Cambie el algunos por el muchos, perio-
dista. De Xiomara Fernández se acuerda casi toda Cuba».
Tal vez por eso pocos entendieron aquella decisión de nuestra
radio y televisión, tomada al calor de la década del setenta: la
reducción de plantilla del personal artístico dejó entonces exce-
dentes –aunque sin afectación salarial alguna– a varias figuras,
entre ellas Xiomara. «Pero en mi filosofía de la vida está sobrepo-
Hablan los protagonistas 95

nerme a los momentos desagradables, así que, pasado algún tiem-


po, en que tomé incluso un curso de Museología, volví a trabajar.
Empecé como cajera en una tienda de 5a. y 86 y, a pesar de que
detesto las cuentas, conseguí adaptarme rápido gracias a compa-
ñeros maravillosos. Me traían una calculadora porque sabían que
yo me equivocaba, y al principio lo que tenía que dejar de mi
salario era mucho... pero aquel fue el último escenario de mis
triunfos, porque todo el mundo venía a verme al mostrador cuan-
do se enteraban de que estaba allí».
Ahora me recibe en su casa apartada del municipio de Playa,
entre fotografías y nostalgias. La veo en portadas de revistas o
anunciada como primera figura en la prensa de la década del
cuarenta, mientras le escucho comentar sobre algunos de sus gran-
des orgullos: su esposo, la radio y, más recientemente, la medalla
por la Cultura Nacional que recibiera de manos del ministro Abel
Prieto. Oyéndola me convenzo de que a esta mujer, aunque mu-
chos ciertamente la recuerden, ante los ojos de otros hay que sa-
carla del olvido.
–¿Recuerda el día de su debut?
–«La corte suprema del arte» empezó el 1 de diciembre de 1937
y yo debuté declamando a mediados de 1938. Gané el premio con
un poema muy sentimental de Juan Francisco López, La plegaria del
huérfano pobre. Luego recité La rumba, escrita por José Zacarías
Tallet para la recitadora argentina Berta Singerman, que en aquella
época cautivaba al público habanero con la musicalidad y el ritmo
muy personal que ponía en su manera de decir los versos.
Yo estaba todavía en el colegio y tenía el honor de que mi
maestra queridísima fuera Judith Martínez Villena de Tallet, herma-
na de Rubén. Ella tenía una vena artística muy grande. Le gustaba
mucho montar comedias y coros para las fiestecitas que hacíamos
al terminar el curso. Así que montó para mí La rumba, y fue tanto el
éxito que tuvo que me la pedían en cualquier teatro cuando llevá-
bamos «La corte...» por toda la isla.
–¿Era tan generalizada la popularidad del programa?
–En aquel momento era una cosa de locura. Existía también «La
corte infantil...», donde se presentaban niños que se convertían en
96 Raúl Garcés

figuras importantísimas. Fue el caso de Adria Catalá, una niña de


cuatro años a quien la mamá vestía y peinaba igualito que Shirley
Stemple. José Antonio le hacía preguntas, ella contestaba y la gen-
te se volvía loca con esos diálogos. Con las personas mayores
también tenían lugar diálogos muy simpáticos. De acuerdo con lo
que el aficionado iba a cantar, José Antonio le preguntaba y pro-
vocaba una conversación muy graciosa, que era de las cosas que
más atraían del programa.
Yo creo que el público cubano es muy apasionado y cuando le
gusta una figura lo demuestra de las maneras más diversas. A José
Antonio se lo querían comer. Le decían el galán de las mil novias
porque todas las mujeres se enamoraban de él.
–¿No lo celaba?
–En ese momento todavía no estábamos juntos. En el orden
artístico sí lo admiraba, pero en lo personal no le prestaba asunto.
Él empezó a enamorarme y yo a no hacerle caso. Entonces empe-
zaron los viajes por toda la isla, y un día él se las arregló para
situarme en la misma máquina que iba manejando. Yo no le daba
chance a que me enamorara, pero cuando se lo di me convenció
rápido. Recuerdo que fue un viaje entre La Habana y Camagüey
en que nos la pasamos conversando. Él fue muy agradable, sim-
pático, me flechó de una forma tremenda y yo me enamoré para
siempre.
–¿Era mucho mayor que usted?
–Sí, quince años, pero yo no lo encontraba mayor. Sólo sabía
que era muy atractivo e inteligente. Tenía un sentido de superación
muy grande. Siempre estaba al tanto de todo, leyendo y estudian-
do mucho. Y me convidaba a hacer lo mismo para que yo me
superara.
–Cuénteme cómo salían de «La corte... » las estrellas nacientes.
–Imagínate, teníamos que ganar el premio semanal, mensual,
trimestral y luego el semestral para llegar a serlo. La eliminación
de eliminaciones se hacía en el actual Gran Teatro de La Habana
con la sala repleta de gente. Después actuábamos en teatros de
Hablan los protagonistas 97

todo el país. Las sociedades que querían hacer algún beneficio le


solicitaban trabajar a los artistas de «La corte...», porque sabían que
era taquilla segura.
–¿A qué atribuye el impacto que logró la radio en esa época y en
años posteriores?
–A que se hacía muy buen trabajo. Muchos de los cantantes que
se escuchaban, por ejemplo, eran los que actuaban en los concier-
tos de Lecuona. Y los artistas de afición aprendíamos en el rigor del
trabajo diario. En la década del cuarenta aparecieron programas
que hicieron historia, como la novela «El derecho de nacer» o la
serie Chan Li Po. A la hora en que salían al aire se paralizaban
teatros y cines, y se encendía la radio para que la gente los escucha-
ra.
Tuve el honor de interpretar un papel, aunque no muy largo, en
la novela de Félix B. Caignet. Hacía de mala, como novia de
Albertico Limonta. En aquel momento me encasillaban en el papel
de la vampiresa que le pintaba monos al galán y le quitaba el
novio a la protagonista... Hace cuestión de quince años quisieron
grabar «El derecho de nacer» nuevamente y todo el mundo se vol-
vió loco. Entonces se publicaba la revista Opina, sacaron mi foto-
grafía en la portada y la gente empezó a preguntarme cuándo
reponían la novela. «Si estoy trabajando –me dijo alguien– la gra-
bo y la escucho cuando regrese a casa, porque no quiero perdér-
mela».
–Antes de «El derecho...», ¿había hecho usted otros programas
dramáticos?
–Primero fue «El suceso del día», una suerte de crónica roja de
lo más importante que acontecía en aquel momento. Como yo era
tan jovencita y sin experiencia, Ángel Cambó propuso traer a al-
guien que me ayudara. Compartí entonces el trabajo con Sol Pinelli,
a quien quise muchísimo y de quien llegué a ser gran amiga y
compañera.
Luego actué en novelas de la compañía Crusellas y en
radioteatros con Enriqueta Sierra, pero más importante que todo
eso fue «De fiesta con Bacardí», una revista musical que incluía
98 Raúl Garcés

también sketchs, por la que desfilaron los artistas más importantes


de Cuba y otras partes del mundo. Allí debutó Luis Carbonell y
pude presentar a figuras como Jorge Negrete, Libertad Lamarque,
Pedro Vargas, José Mujica, el trío Los Panchos, Pedro Infante, Tito
Guízar... Conducía todo aquello junto a Eusebio Valls y José Alber-
to Íñiguez.
–¿Cómo recuerda la inauguración del edificio de Radiocentro?
–Había mucha expectación. De momento me viene a la mente
que ese día se rompió el elevador. No sé qué pasó exactamente,
pero se paró el elevador y hubo un incidente.
–¿Y a la personalidad de Goar Mestre?
–Aparentaba ser alguien muy agradable, respetuoso. Uno se lo
encontraba en el elevador y siempre saludaba, o caminaba por los
pasillos conversando con la gente. Se le pedía una entrevista para
plantearle cualquier cosa y la concedía. A mi juicio, su poder no lo
convertía en una persona endiosada que no mirara a nadie.
–Mucho se habla de sus ambiciones y de su descarnada compe-
tencia con Amado Trinidad.
–Eso es verdad. Ambos tenían mucho dinero y pugnaban por
conseguir los mejores artistas. Como resultado de esa competen-
cia, Amado Trinidad implantó para determinadas figuras sueldos
astronómicos y obligó a Mestre a subir los de CMQ para evitar
que la gente se le fuera.
–¿Usted nunca se fue de CMQ?
–En la década del setenta trabajé muy a gusto en Radio Progre-
so, pero nunca me fui de CMQ. Esa era mi casa, más que esta
donde vivo.
–¿Cuál era exactamente su estatus dentro de la emisora?
– Formaba parte del cuadro de artistas que CMQ tenía contra-
tado como propio. Si la compañía Crusellas me necesitaba para
algún programa me utilizaban, pero yo no era de Crusellas ni de
Sabatés. Los artistas que pertenecían a esas firmas jaboneras con-
trataban directamente con ellas su trabajo.
Hablan los protagonistas 99

Una vez sí estuve exclusiva de Mirta de Perales. Anunciaba sus


productos y participaba con ella en un programa de animación. En
ese caso no podía anunciar ningún otro jabón o perfume.
–¿Cuál es su valoración de la locución que se hacía en la época?
–Había voces que tenían un tono muy especial. Usted oía a
Modesto Vázquez y enseguida lo identificaba. Además, la forma
de trabajo contribuía a que la gente nos identificara mejor porque
cada locutor tenía invariablemente sus programas. Creo que hay
muy buenos locutores hoy, pero creo también que hay personas
que no son locutores y trabajan como tales. Cuando yo hablo con-
tigo lo hago naturalmente, pero en el trabajo de locución hay que
dar cierta entonación, cierto acento, y eso no se cuida suficiente-
mente. Siempre recordaré nombres de buenos locutores como Raúl
Doubrerwill, Matías Vega, Modesto Vázquez, Eusebio Valls, José
Alberto Íñiguez, Manolo Ortega, Germán Pinelli, Ibrahím Urbino,
Antonio Pera, Héctor de Soto...
–Presumo que, además de buenos locutores, tendrá usted que
recordar también a compositores excelentes. ¿Cómo conoció a
Agustín Lara?
–Él vino contratado por Crusellas y oyó mi voz a través de unas
bocinas situadas en los pasillos de la CMQ de Monte y Prado. Se
dirigió al estudio donde grabábamos y, al verme, me propuso pri-
mero que le cantara un pedacito de canción y luego que interpre-
tara una que él compondría especialmente para mí. Al principio
rechacé la oferta, pero luego me decidí y terminé estrenando en el
Teatro Nacional el número Cuando me miraste tú: «Toda la gloria
fue mía/ cuando me miraste tú/ se acabó la luz del día/ cuando
me miraste tú».
–El texto resulta bastante provocativo, ¿no le parece?
–Yo cuando aquello no me fijaba en esas cosas.
–Entonces ya la había flechado José Antonio Alonso.
–Yo me había fijado en él, pero no éramos pareja todavía. Agustín
Lara me fascinó como persona porque era muy fino y delicado,
pero nada más. Recuerdo que me mandaba todos los días un ramo
100 Raúl Garcés

de flores a la CMQ y yo, temiendo que a la gente le llamara la aten-


ción tanta gentileza, le pedí que no siguiera haciéndolo. Entonces em-
pezó a enviarme una flor con el mensajero del hotel donde se hospe-
daba, como evidencia de que estaba pensando en mí.
–¿Y el idilio no llegó más lejos?
–Lo visité varias veces al barcito del hotel Sevilla, en compañía de
Margarita Lecuona y Enrique González Mántici. Él tocaba el piano,
conversábamos y pasábamos un buen rato juntos. Allí se me decla-
ró. Primero me propuso ir a México en planes de trabajo con un
familiar mío, pero a mí aquello no me interesaba. Entonces fue
cuando me propuso matrimonio.
Yo me quedo sorprendida cuando pienso a estas alturas que él
se enamoró seriamente de mí. Esa vez, antes de irse de Cuba ha-
cia Francia, quería regalarme de todas maneras su Cadillac blan-
co, porque decía que le molestaba para seguir viaje. «Yo ni loca lo
acepto –le dije. Si a mí me ven con su Cadillac imagínese lo que
por ahí van a pensar».
–Y José Antonio, ¿cómo asumía la competencia de un preten-
diente tan famoso?
–Alguien me hizo el comentario de que uno de los dueños de la
CMQ de Monte y Prado, Miguel Gabriel, le dijo un día de sope-
tón: «¡Mira quién te vino a quitar la novia, el feo de Agustín Lara!».
A lo mejor eso lo hizo decidirse a enamorarme más rápido.
Es verdad que Agustín Lara era feo, pero aún así era un hombre
muy fino, bailaba muy bien y resultaba una persona agradable. Yo
entiendo por eso que María Félix, siendo una mujer tan bella y de
tanta personalidad, se casara con él y se sintiera bien.
–A la distancia de los años, ¿qué cree haberle dejado usted a la
radio y qué la radio ha dejado en usted?
–Quizás yo no le haya dejado tanto a la radio, pero todo lo que
hice fue con mucho amor, porque para mí el trabajo de la radio
nunca fue trabajo. La radio me dio mucho más a mí porque me
proporcionó la forma de vivir a mi gusto, a mi manera, sin que me
interesaran días libres ni vacaciones. Le debo el mejor recuerdo.
Hablan los protagonistas 101

Hace veintiocho años murió José Antonio Alonso. ¿No lo ex-


traña?
– No lo extraño porque está conmigo siempre. Cierto que me
falta materialmente, pero está dentro de mí. Las personas que uno
quiere, cuando mueren, siguen viviendo dentro de uno.
Mirta Muñiz

«Y ahora con ustedes... “La novela Palmolive”»

La radio y la publicidad acumulan una deuda recíproca. Cuando


los productores radiales norteamericanos temieron, hacia la déca-
da del veinte del siglo pasado, que la falta de presupuesto les
impidiera hacer programas más atractivos y mejorar la calidad del
trabajo artístico y técnico, aparecieron los patrocinadores como
salvavidas del naciente medio. Cierto que impusieron modelos co-
merciales muchas veces ajenos al propósito de difundir cultura,
pero, en aquellos momentos, fue el precio por pagar para que la
radio no languideciera ante la carencia de recursos. La publici-
dad, por su parte, encontró en el discurso radiofónico la posibili-
dad de llegar simultáneamente a millones de oyentes y renovarse
apelando a los formatos más disímiles: desde clásicos spots hasta
jingles de tanto impacto, que hoy sobreviven en el recuerdo de
muchos.
Cuba no fue la excepción. A juicio de Mirta Muñiz, una de las
voces más autorizadas en el tema, la publicidad radial en nuestro
país llegó a ser superior a la de numerosas partes del mundo. No
es casual que nombres publicitarios como Frigidaire o Fab queda-
ran grabados en el lenguaje de muchos, al referirse a los produc-
tos que esas marcas representaron hace más de cincuenta años.
Ni tampoco que, tanto tiempo después, algunos entonen sin equi-
vocarse estribillos como aquel que diariamente anunciara al «ja-
bón Candado (que) deja la ropa mucho más blanca con el Pirey».
De todo eso, que constituye lo mismo una etapa de la historia
de la radio que de la historia de la publicidad en Cuba, nos habla,
con la experiencia de quien se inició tempranamente en los dos
ámbitos, Mirta Muñiz.
Hablan los protagonistas 103

–Según los registros históricos, hacia la década del cuarenta ya


existía en nuestro país la Asociación de Anunciantes de Cuba. ¿Qué
grado de organización llegó a alcanzar la publicidad en este pe-
ríodo?
–A principios de ese decenio empieza a trabajarse más, pero el
desarrollo es todavía muy incipiente. Se trata de una etapa en que
generalmente las emisoras anuncian los productos que las firmas
les ofrecen. Si una firma enviaba refrescos, por ejemplo, la esta-
ción ponía el anuncio. No era algo estrictamente comercial, sino
más bien a nivel de intercambio de intereses.
La publicidad como profesión no fue reconocida dentro de las
leyes del país hasta finales de la referida década y principios de la
siguiente, cuando empiezan a organizarse los profesionales publi-
citarios. Se crea la Asociación Nacional de Profesionales Publicita-
rios –de la cual formé parte– con el propósito de crear una carrera
que estaría vigente hasta 1960 y que luego se interrumpió hasta
que reapareció recientemente en la Facultad de Comunicación.
–¿Quiénes redactaban los anuncios que salían al aire?
–No había un personal especializado, sino que muchas veces
se trataba de alguien que trabajaba en la propia emisora. Eran
cosas muy primitivas. El desarrollo de la publicidad comienza real-
mente luego de la segunda guerra mundial con el propio desarro-
llo de los medios y con la llegada a nuestro país de las grandes
cadenas de tiendas comerciales.
Cuba se convirtió como siempre en un terreno de experimenta-
ción, que recibía las innovaciones anticipadamente en relación con
otros países de América Latina.
Ya en 1946 y 1947, estando la CMQ todavía en sus estudios
de Monte y Prado, la tremenda competencia con la RHC Cadena
Azul constituyó una fuerza de impulso. Aparecieron los programas
de sostenimiento, que no tenían anunciantes y pagaban muy poco
dinero, mientras que los espacios patrocinados pagaban a sus ar-
tistas un mejor salario. La planta conformaba su programación de
la mañana, la tarde y la noche, y después salía a vender los pro-
gramas y encontrar patrocinadores, que no siempre eran exclusi-
vos. Podía darse el caso de que en un programa se colocaran
104 Raúl Garcés

varios anuncios, si los que pagaban no tenían dinero suficiente para


patrocinar el programa completo. Claro está, no se ponían juntos
anuncios de productos competidores, como dos cervezas o dos ja-
bones, por ejemplo.
La parte de los anunciantes ganó mucha fuerza con las transmi-
siones de la pelota, que fue siempre un deporte de gran alcance
en todo el país. Llegaban patrocinadores internacionales como Stan-
dard Oil o Gillette, y pagaban mucha plata por la transmisión de
los juegos. Para entonces ya los comerciales se hacían con objeti-
vos específicos de comunicación y con más rigor si se quiere.
–Llama la atención que en esta época hay inversiones extranjeras
–fundamentalmente norteamericanas– en varios sectores de nuestra
economía, pero ninguno de ellos tiene tanta relación con la radio
como las compañías jaboneras. «Folletín Hiel de Vaca», «Novela
Palmolive», Camay, Jabón Candado... ¿Por qué ese vínculo tan es-
pecial?
–Recuerda que había dos grandes jaboneras, la Sabatés –que
pertenecía al monopolio norteamericano Procter and Gamble– y
la Crusellas, que era de Colgate-Palmolive. La novela radial ad-
quiere el mismo sentido que tuvo antes el folletín y la novela por
entrega. El escritor engancha con su trama y provoca que el oyente
se mantenga a la escucha, generando un valor de continuidad.
Las novelas, por ejemplo, se dirigían fundamentalmente a un
segmento de la población con una situación política y social en des-
ventaja respecto al resto de la sociedad. Exaltaban los problemas
de las mujeres en un contexto donde ellas estaban absolutamente
preteridas. Los anunciantes sabían que, a través de las novelas, cap-
taban el interés de un determinado público, asiduo a un determina-
do horario.
Pero también hay que tener en cuenta que la mujer decide, tradi-
cionalmente, por lo menos el 80% de las compras. Sobre todo la
compra de suministros del hogar no los decide el hombre, y mucho
menos en la sociedad anterior. Antes de la revolución, para llevar a
un hombre a una tienda había que crearle un establecimiento espe-
cial, para que su machismo no le hiciera sentirse minimizado. ¿Quién
compraba entonces el detergente o el jabón? A veces era incluso la
Hablan los protagonistas 105

lavandera de una casa. Toda la campaña de Candado iba destina-


da a las lavanderas, un ejército de mujeres desempleadas que se
ganaban la vida lavándoles la ropa a los que más tenían.
Por otro lado, los grandes anunciantes siempre han sido las fir-
mas de los artículos de limpieza, que son productos muy consumi-
dos. Cervezas, refrescos, útiles de aseo como jabones y detergentes,
tienen un ciclo de venta y reposición muy corto, por lo que necesita-
ban publicitarse más constantemente en la radio.
–¿En qué tipo de programas se anunciaban entonces firmas como
Gillete o Standard Oil?
–En espacios deportivos o en aquellos que iban dirigidos a una
audiencia más culta. Muchas veces se partía del principio de tra-
bajar para hombres supuestamente cultos y mujeres supuestamen-
te analfabetas, cosa que en cierta medida tenía un basamento
histórico real. En la casa donde había dos hijos, una hembra y un
varón, y se tenía que decidir a cuál de los dos se le pagaba los
estudios, siempre el varón salía favorecido, y la hembra debía re-
signarse a lavar y planchar.
–Según Oscar Luis López, en su libro La radio en Cuba, los
anunciantes imponían sus criterios en lo relativo a los programas.
Dice que «a veces concebían tales disparates artísticos que los pro-
pios intérpretes se sentían sin ánimo para ejecutarlos, aunque cum-
plían las órdenes con tal de mantener su posición como artistas de
la radio». ¿Cómo recuerda usted la relación entre los realizadores
de radio y los anunciantes?
–En general la planta establecía su política y su programación.
Los anunciantes podían proponer programas, pero tenían que dis-
cutirlo con la emisora porque en definitiva dependían de ella. La
excepción fue Crusellas, que creó un enorme dispositivo de publi-
cidad con departamentos propios de radio y televisión. Los progra-
mas se escribían allí, se dirigían allí, tenían artistas exclusivos de
allí, que no podían trabajar para nadie más. Luego le compraban
el espacio a la emisora en un horario estelar.
La radio produjo muchos programas que pretendieron elevar la
cultura de la gente. Hubo cosas denigrantes, pero las recuerdo más
106 Raúl Garcés

asociadas a la televisión. El palo encebado, por ejemplo, dentro del


programa «Aquí todos hacen de todo»; o las reinas por un día,
mujeres que se quedaban desajustadas porque las convertían de
repente en reinas con derecho a pedir lo que se les antojara y al día
siguiente no tenían ni trabajo.
En la radio estuvo «La corte suprema del arte», donde podía
verse como denigrante que les tocaran la campana a los que no
tenían éxito cantando; pero lo cierto es que de allí salieron muchas
figuras importantes. Fue un espacio para detectar verdaderos ta-
lentos.
–He leído que la RHC Cadena Azul ganaba al menos 80 000
pesos mensuales por radiar 36 menciones diarias. ¿Tiene idea de
cuánto ingresaba una emisora como la suya por concepto de publi-
cidad?
–Sería muy difícil calcularlo, pero un anuncio radiado en hora-
rios estelares podía costar cientos de pesos. Los había más bara-
tos, y los que costaban una fortuna.
–¿Qué función cumplía usted exactamente en Unión Radio?
–Me inicié como secretaria de Pumarejo cuando tenía apenas
quince años, pero me asociaba a la gente que producía los pro-
gramas y me iba con ellos a cada rato a la cabina. Después empe-
cé a escribir los comerciales de la pelota. Trabajé con una persona
maravillosa, Marcelo Agudo, en un programa que se llamaba «His-
torias favoritas», y cuando comencé a dirigir «La novela de las 8»,
que era la más importante de Unión Radio, los de Cadena Azul me
contrataron para hacer allí también otros programas.
–¿Recuerda alguna anécdota que ilustre la rivalidad entre
Pumarejo y Mestre?
–La vivencia que tengo se relaciona más bien con la llegada de
la televisión. Gaspar se propuso traerla primero a Cuba para darle
en la cabeza a Mestre, y lo consiguió. Recuerdo una noche en que
llaman a mi casa –después que triunfó la revolución era usual que
nos llamaran a toda hora, pero en ese momento resultaba muy
extraño–, y era Gaspar para comentarme la idea. Mandó su cho-
Hablan los protagonistas 107

fer a buscarme y llevarme a la planta para que conversáramos. Le


dije que aquello me parecía una locura, pero me respondió que
estaba decidido y que había coordinado incluso una reunión con
representantes de la RCA Victor.
Al día siguiente almorzamos en un restaurante que existía en
Prado llamado El Patio. Vino la gente de la RCA y le ofreció a
Pumarejo montarle un estudio o dos, con tal de lograr que se ven-
dieran primero los televisores RCA y no los Dumont, que era la
firma con la que Mestre negociaba inaugurar la televisión en el
nuevo edificio de CMQ. Pumarejo aceptó, se firmaron los contra-
tos y empezamos a prepararlo todo. Inmediatamente yo me mudé
de Prado 107 para Mazón y San Miguel, que fue el lugar elegido
para instalar los equipos.
La primera imagen salió en la tarde del 12 de octubre de 1950.
Mostraba a Pumarejo y a Lolita Berrios con una cajetilla de cigarros.
En las pruebas salimos todos nosotros tan embullados como quien
estrena un juguete nuevo.
–¿Pero quién pudo ver eso, si no había televisores en ninguna
parte?
–Le propuse a Gaspar hacer una exhibición en las tiendas. Como
los televisores se venden en las tiendas, determinamos ponerlos en
las vidrieras para que la gente se aglomerara allí. Lo anunciamos
por radio y por cuanto medio había. Y en la noche transmitimos un
gran espectáculo desde lo que era el patio de la casa, donde em-
pezaron a producirse luego programas musicales, humorísticos y
cuñas comerciales. El primer estudio lo inauguramos oficialmente
en el lugar que ocupaba el comedor, mientras que en la cocina se
hacía el programa de Nitza Villapol.
–Volviendo a Unión Radio, quisiera que habláramos sobre uno
de los espacios de la emisora que alcanzó mayor repercusión na-
cional: Clavelito.
–«Pon tu pensamiento en mí/ y verás que en un momento/ mi
fuerza de pensamiento/ ejerce el bien sobre ti...». Así decía la dé-
cima de Clavelito, que tenía mucha pegada entre la gente y espe-
cialmente entre los campesinos. Los oyentes empezaron a escribir-
108 Raúl Garcés

le y a pedirle consejo para sus dolencias, mientras él les recomenda-


ba como remedio poner un vaso de agua encima de la radio.
Todavía recuerdo a muchas personas que llegaban buscando
ayuda al octavo piso del edificio de Prado y Cárcel donde estaba
la emisora, o a algunos que, incluso faltándoles una pierna, su-
bían por las escaleras porque le temían al elevador. Clavelito ape-
nas les decía: «Estás bien, baja, que no tendrás problemas». Y era
suficiente para que se sintieran estimulados.
–¿Cómo explicar esa fe ciega en una simple figura de un pro-
grama de radio?
–En momentos de desesperación la gente más humilde siempre
intentó buscar respuestas en el más allá. Lo que hizo Clavelito fue
canalizar ese instinto a través de un medio con una fuerza muy
grande, capaz de llegar en cualquier circunstancia a todo tipo de
público.
Pero la radio fue mucho más que Clavelito, porque se convirtió
en el vehículo de mayor alcance para difundir información y cultu-
ra. El primer peso que tenía el campesino más humilde lo ahorra-
ba para comprarse un radiecito de pilas. Y no hay dudas de que
hubo una generación de creadores en la radio comprometidos
con su país, que tenían un profundo sentimiento de cubanía y una
gran preocupación por difundir entre el público los mejores valores
de la cultura cubana. Te hablo de Marcos Behemaras, de Onelio
Jorge Cardoso, de Félix Pita Rodríguez, y de tantos otros que se
propusieron hacer, decir y denunciar cosas.
¿Quién era Leonardo Moncada, por ejemplo, si no el que salía
a resolver los entuertos del campo, el que se fajaba con el terrate-
niente y defendía los derechos del campesino? Detrás del humor
de la serie, de personajes como Bejuco –que interpretaba Ñico
Hernández–, o del perro que casi hablaba, había un profundo
contenido social.
–¿Qué valoración tiene de la publicidad que se hacía en la épo-
ca? ¿Se correspondía su desarrollo con el nivel alcanzado por el
discurso radiofónico?
–Creo que nosotros logramos hacer una publicidad superior a
la de muchos lugares del mundo, por varias razones: recibimos
Hablan los protagonistas 109

una técnica que sin duda tenían los norteamericanos, pero a ella
le aportamos nuestro espíritu y autenticidad como cubanos. Fui-
mos bastante osados, nos atrevimos a hacer cosas muy creativas
para la época y explotamos un elemento muy importante, que es
nuestra musicalidad. Se crearon fragmentos musicales o jingles
que eran muy buenos, con excelentes músicos, intérpretes, arreglistas
que les atribuían un sello particular de cubanía. Hasta Benny Moré
venía a ofrecer canciones para comerciales. Recuerdo que una vez
me propuso un jingle para la Coca Cola que terminamos adap-
tando a la cerveza Cristal. Decía (entona la frase): «Caballero, qué
calor, si no fuera por Cristal». Y aquello fue un batazo.
Recuerdo también la campaña de Nescafé. En una investiga-
ción descubrimos que la gente no reconocía al producto como
café. Fíjate que auditivamente puede confundir: Nescafé-Noescafé.
Entonces decidimos darle a la N la connotación de Nestlé, que
como sabes es una marca acreditada también para alimentos. De
modo que el anuncio quedó así: «Nescafé es café y nada más que
café. La N es de Nestlé». Hoy en día están usando esta misma
campaña para introducir el producto en España.
–¿Y qué piensa de la publicidad que hacemos hoy?
–Me parece que es todavía muy primitiva. Hay que tener en
cuenta que desapareció durante mucho tiempo y no tuvimos con-
tinuidad, ni hemos logrado todavía crear una nueva base para
alcanzarla. Creo que debemos buscar el mayor espíritu de
interacción posible, de discusión, de crítica recíproca. La comuni-
cación y la publicidad no son hechos individuales, sino eminente-
mente colectivos. El resultado final será bueno o malo en depen-
dencia del nivel de compromiso y pertenencia que tengan todos
los que participen. Creo que nos vamos desarrollando, pero toda-
vía no hemos alcanzado el nivel que teníamos.
Manuel Villar

El año más grande de la CMQ

No sé por qué presumo que, mientras disfruta la soledad del crea-


dor en un cuarto de edición de la actual Radio Rebelde, conversa
secretamente con figuras que ha conocido con el paso de los años.
Rita Montaner, Bola de Nieve, Germán Pinelli –a quien regala los
mayores elogios– son apenas tres nombres de una extensísima lista
que sería imposible recordar para cualquiera. Rectifico: para cual-
quiera menos Manuel Villar. Nadie sabe a ciencia cierta qué ingre-
dientes componen su memoria, pero al mismo tiempo nadie se
atrevería a cuestionar, sin riesgo de salir enmendado, algunos de
los muchos nombres, fechas o datos que guarda celosamente.
Sobre él pudieran comentarse muchas otras cosas, pero siem-
pre tendrás la sensación de que no lo has dicho todo, de que el
idioma no te alcanza para hacer justicia a sus años de experiencia
y a su saber enciclopédico. Tal vez lo veas recorriendo los pasillos
de la antigua CMQ con aire de filósofo y no entiendas al principio
por qué a su edad sigue aferrado a los rigores del trabajo. Pero te
bastaría conversar con él unos minutos para explicártelo: no pue-
de renunciar a encontrarse todos los días con sus raíces, con su
historia, porque sería como renunciar a su propia existencia.
–Si quieres empezamos hablando de Pinelli.
–No te quepa dudas de que era un hombre increíblemente ex-
cepcional, el artista perfecto, un lord inglés en toda la extensión de
la palabra. Mucho antes de que existiera el término comunicador,
ya él se había convertido en eso. Podía narrar lo mismo un desfile
del 1 de Mayo, que un hecho luctuoso, que aquellos sucesos tan
dramáticos vinculados al gansterismo en el barrio de Orfila. Intro-
Hablan los protagonistas 111

dujo una manera de entrevistar en la radio incisiva y provocadora,


que a veces le ganó los calificativos de confianzudo e irrespetuoso,
pero en su caso el supuesto irrespeto era algo siempre justificado,
explicable dentro del contexto de unas entrevistas a las que impri-
mía la misma gracia que caracterizaba todo su trabajo.
Puedo decir que en mis tiempos de operador de audio trabajé
con él, pero no en un sentido directo. Simplemente colocaba los
micrófonos y preparaba los equipos antes de que empezara a gra-
bar su programa. Estando yo en Radio Taíno muchos años des-
pués, me propusieron dirigir el programa «Recital», que él conduci-
ría. Era tan supercumplidor que la primera vez llegó antes que yo
al estudio para grabar su texto. Entonces me dije: «¡Caramba, qué
cosas más curiosas tiene la vida, conocí a Germán colocando un
micrófono ante él y ahora voy a tenerle cerca como animador de
un espectáculo que yo, sólo formalmente, voy a dirigir!».
–¿Nunca se fue de CMQ, aunque volviera después?
–Amado Trinidad le propuso alguna vez brincar para Cadena
Azul, pero él no quiso; se sentía demasiado parte de Radiocentro.
Cuando le dieron candela a CMQ el 15 de diciembre de 1960, la
contrarrevolución olvidó que debía quemar, además del edificio, a
los que estábamos dentro. Había que ver cómo ardía el máster en
el cuarto piso; pero había que ver cómo todos nos movilizamos
para sacar la señal al día siguiente desde otros estudios. Y entre
aquellos trabajadores se encontraba como el primero Germán
Pinelli.
–Y tú, ¿de dónde procedías antes de trabajar en CMQ?
–Yo me había incorporado a la CMK como alumno de unas
clases de inglés que se transmitían todos los días entre una y dos
de la tarde, a cargo del profesor Luis Lima. La CMK era una emisorita
de poca potencia, que ganó celebridad por ser la única que se
mantuvo transmitiendo durante el ciclón del 44, gracias a que es-
taba situada en el cuarto piso de la Manzana de Gómez, y ese
edificio tenía planta eléctrica. Por cierto, Ramón Grau San Mar-
tín había ocupado la presidencia de la república el 10 de octu-
bre, y el 18 el ciclón atravesó La Habana, trayendo consigo la
112 Raúl Garcés

primera gran experiencia graucista en materia de corrupción. Re-


cuerdo la voz encendida de Chibás denunciando en CMQ la mal-
versación de los fondos destinados a los damnificados.
Pero luego del ciclón del 44 la CMK mejoró su economía. Su
transmisión ininterrumpida le concedió cierto cartelito en el mundo
comercial que atrajo a distintos comerciantes. Al ampliarse la nó-
mina me aceptaron como parte de la plantilla fija, encargándoseme
limpiar la emisora, sacudir las alfombras del pequeño estudio los
domingos y algunos trabajos como mensajero. Al mismo tiempo
hice mis primeras incursiones como operador de audio y luego de
locutor. Esto de locutor-operador tenía mucho que ver con las es-
taciones de corto alcance, en las que era usual que se simultanearan
ambos oficios. Me incorporé también a la emisora Radio García
Serra, donde producía un programa de música popular norteame-
ricana titulado «Hollywood Music Hall».
–¿Y cuándo se produce entonces tu salto a la CMQ?
–Por aquella época el inolvidable compañero Delfín Fernández
me alerta de que los estudios de la antigua CMQ en Monte y
Prado se trasladarían pronto al moderno edificio de M y 23. «Estate
pendiente –me dice–, porque yo integro una especie de comisión
para buscar gente adecuada, cumplidora, que podamos incorpo-
rar a Radiocentro». Poco tiempo después me trasladé para allá, en
febrero de 1948.
–¿Recuerdas detalles del día de su inauguración oficial?
–El 12 de marzo de 1948 fue una fecha muy significativa en la
radio nacional. Por primera vez una subsidiaria de la National
Broadcasting Company tuvo una filial muy eficiente, en los estu-
dios modernísimos de la RCA Victor en La Habana.
–¿Exactamente cuál era tu función en aquel momento?
–Formaba parte del equipo que inauguró el andamiaje técnico
de la CMQ, pero ya desde antes trabajaba en la CMBF, que había
sido comprada por Mestre con el propósito de convertirla en la
onda musical de Radiocentro. La CMBF transmitía principalmente
la llamada música clásica o de conciertos, aunque en sus inicios,
Hablan los protagonistas 113

mientras se probaban las condiciones acústicas y la eficacia de los


equipos de grabación y transmisión, pasaron por sus estudios figu-
ras como las hermanas Martí, Natalia Herrera, o pianistas acom-
pañantes como Orlando de la Rosa y el profesor Mauriset.
Recuerdo que nombraron como director de la emisora a Aurelio
Martínez, un profundo conocedor de la música cubana y especial
admirador de figuras como Ernesto Lecuona y Rita Montaner. Por ahí
anda una publicación sobre Ernesto Lecuona firmada por él. Con
las interpretaciones de Rita, muchas de ellas grabadas en 1948,
tuvo el trabajo de extraerlas de los programas de CMQ para confor-
mar un archivo aparte y difundirlas. Así se conocieron títulos como
Ecó, El Manisero, por supuesto, y otras que surgieron de sus inolvi-
dables dúos con Bola de Nieve, como Quirino con su tres.
–Dicen que entre el Bola y Rita había ciertas disputas...
–Al final yo tengo la impresión de que las relaciones entre ellos
eran totalmente desastrosas; pero con el tiempo aquello se olvidó
y cuando Rita estaba en trance de muerte, Bola la visitaba frecuen-
temente.
–Quisiera tu opinión en torno a dos personalidades que, al ha-
blar del desarrollo de la radio cubana en estos años, siempre que-
dan en el centro de la polémica. La primera es Goar Mestre...
–Significó como empresario el representante, por no decir tes-
taferro, que es una palabra dura aunque quizás merecida en este
caso, de los norteamericanos. Evidentemente detrás de la CMQ
estaba la National Broadcasting Company. Mestre manejó el caso
con gran habilidad, pero es obvio que se sentía respaldado por el
emporio radial de la ciudad de Nueva York. Venía precedido de
ese ropaje. Cuando llegó a CMQ logró rodearse de cuadros diri-
gentes con capacidad probada. Un ejemplo típico es Garpar
Pumarejo, quien llegó a ser jefe de programación, aunque luego
de algunas discrepancias terminó convirtiéndose en un empresario
independiente dentro del entorno de la radio y la televisión, ha-
ciéndole competencia incluso a la propia CMQ.
Yo no puedo decir que traté a Mestre personalmente, pero tra-
bajaba en el ambiente donde él se desenvolvía. Creo que en aquel
114 Raúl Garcés

momento estuvo a punto, porque se manejó su nombre, de ser


aspirante a Presidente de la República. La CMQ se promovía a sí
misma como una tribuna abierta a toda opinión responsable y
recuerdo que, en el contexto de las elecciones de 1948, se radia-
ron las declaraciones de los dos aspirantes seguidas de las decla-
raciones de Mestre. Creo que en un momento determinado lo mi-
raban como a un candidato. Quizás no pudo serlo al final, pero
con los antecedentes que tenía habría respondido excelentemente
a los intereses de Estados Unidos. Además, es una experiencia
latinoamericana que muchos empresarios terminan convirtiéndose
en presidentes de sus países.
–...Y la segunda es José Pardo Llada.
–Bajo la gerencia de Mario Abril Dumois en la emisora CMK, un
joven periodista que arrastraba la r al dirigirse a la audiencia, de
nombre José Pardo Llada, empieza a ganar fama por los comenta-
rios editoriales que transmitía a través de esa emisora. Desde el
principio se dedicó a atacar a Grau, aprovechando que las fisuras
de ese gobierno eran muy evidentes. Luego pasó a la COCO, don-
de creció su popularidad y se dio a conocer más como comentarista
político, simpre combatiendo a los gobiernos Auténticos. Finalmente
trabajó en Unión Radio y estando allí se produjo el triunfo de la
revolución.
–¿No le censuraban las cosas que decía?
–Estando el gobierno de Grau en la presidencia, se estimó muchas
veces que los ataques de Pardo Llada no eran razonables, y se clausuró
la emisora por presuntas indisciplinas de carácter técnico. Tanto a la
CMK como a la Mil Diez, a la que clausuraron en 1948 definitiva-
mente, se les prohibía transmitir por intervalos de tiempo debido a
esos supuestos problemas técnicos, aunque en realidad se sabía
que molestaba mucho el contenido de lo que salía al aire.
–¿Quién ordenaba exactamente esas censuras?
–La Dirección de Radio, un departamento dentro del Ministerio
de Comunicaciones surgido prácticamente desde los inicios de la
distribución por departamentos de esa institución.
Hablan los protagonistas 115

–Pardo Llada dijo en algún momento que había abandonado


Cuba por razones personales y filosóficas y no por miedo a la inva-
sión a Girón. ¿Qué crees tú?
–Es un hecho público que Pardo Llada se atemoriza ante la inva-
sión de Girón. Él tenía noticias de ella y basado en esa información
una mañana amaneció evaporado. Se fue. Afuera ejerció el perio-
dismo, incluyéndose entre las figuras que, si no se despreciaban, se
ignoraban. Antes de irse ya había adquirido, por sus veleidades y
oportunismos, el calificativo de Cotorrón y hasta hay grabada una
guarachita de aquel tiempo que dice así mismo: «¡Se fue el Coto-
rrón, se fue el Cotorrón!».
–¿Qué papel concedes a la competencia entre CMQ y RHC Ca-
dena Azul dentro del desarrollo de la radio cubana?
–Para mí fue fundamental, aunque muy de cerca habría que mencio-
nar el caso de Radio Progreso, que nació como una emisora modesta
en la calle Monte, luego se instaló en la calle San José 104, en los bajos
del antiguo Centro Gallego, hoy Teatro Nacional, y después de 1953
apareció como gran personaje en la calle Infanta con modernísimos
estudios e instalaciones. Hubo también otras emisoras de importancia
como Radio Cadena Suaritos, y la que siempre habrá que consignar
como ente musical y cultural por excelencia de nuestra radio: la Mil
Diez.
¿Pero qué sucedió entre la RHC y CMQ? ¿Qué hizo Amado
Trinidad, devoto, fanático de la radio en general? Llamaba a los
artistas de Radiocentro, les preguntaba cuánto ganaban y les ofre-
cía pagarles el doble. Era una competencia muy desleal, pero al
mismo tiempo novedosa para la época, que terminó elevando el
nivel económico de los que trabajábamos en la radio por aquel
entonces. Así, en un momento determinado la RHC llegó a ocupar
un lugar por encima de la CMQ en los llamados ratings o encues-
tas a los oyentes.
–¿Cómo se diseñaba la programación para que gustara tanto?
–No creas que siempre había realizaciones totalmente origina-
les. Más bien se seguían parámetros establecidos y probados por
un grupo de especialistas, de ahí que hubo géneros como la revis-
116 Raúl Garcés

ta musical que se repetían de una emisora a otra. Igualmente pasa-


ba con la programación dramática y la humorística. En un momento
se decidió que programas de mucho éxito, como Chicharito y Sopeira,
algunas novelas y espacios de aventuras, se transmitieran simultá-
neamente tanto por CMQ como por la RHC Cadena Azul. Claro,
esto no se mantuvo mucho tiempo porque la propia dinámica de la
competencia obligaba a diferenciar las propuestas, aunque hay que
decir que a partir de determinado momento Amado Trinidad no pudo
resistir el embate y la permanencia constante, segura y
superorganizada del circuito CMQ.
Él era un personaje que se dejaba seducir por las ideas como
resultado de su propio impulso personal. Por ejemplo, llegaba al-
guien y le decía: «Amado, traigo una cancionera extraordinaria a
la que le dicen La Cancionera Azul» (no voy a decir su nombre
ahora para no herir sensibilidades, aunque en realidad era buena
cantante). Y eso bastaba para que enseguida la contratara. Des-
pués venía alguien con la idea de formar el Trío Azul, y lo contrata-
ba también. Es más, Chano Pozo, además de tocar en la orquesta
de la RHC Cadena Azul –que fue una orquesta de primer nivel, por
donde pasaron maestros como Rodrigo Prats, Leonardo Timor y el
inolvidable Adolfo Guzmán– formó el llamado Conjunto Azul de
Chano Pozo, que contaba por supuesto con el patrocinio y la pro-
moción de la planta.
–Ahora te propongo, como he hecho con otros entrevistados,
mencionarte algunos programas de la época y que intentes desci-
frarme las razones de su éxito: Clavelito...
–Gaspar Pumarejo se había desarrollado en CMQ primero como
locutor-animador. Recuerdo que tenía una especie de muletilla al
comenzar sus presentaciones: «Aló, gentil auditorio...», pero al mis-
mo tiempo se desempeñaba como director de programas, al extre-
mo de que, como dije antes, llegó a ser nombrado jefe de la pro-
gramación de CMQ. A partir de determinado momento sus intereses
no se correspondieron más con los de Mestre y decidió crear Unión
Radio, que estaba situada donde ahora radica la Compañía de
Aviación Iberia, en la Rampa.
Clavelito fue una idea de Pumarejo. Gaspar quería crear un
programa de música campesina con un personaje que pegara como
Hablan los protagonistas 117

repentista, improvisador y consejero. Entonces surgió la idea del


vaso de agua y una especie de boom de gente que creía ciega-
mente en eso. Algunos hasta le encontraron una explicación cien-
tífica esgrimiendo que el agua, al estar encima de una bocina de
radio, se magnetizaba y adquiría un efecto terapéutico. Sea como
fuere, lo cierto es que Clavelito se convirtió en un fenómeno nacio-
nal que recibía cientos de cartas desde todas partes. En algún
momento se presentó a elecciones y el pueblo votó por él como
representante a la Cámara, aunque quedó de suplente. Curiosa-
mente murió un representante y le tocaba a Clavelito cubrir el es-
caño, pero el escándalo fue tanto que empezaron a movilizarse
muchas fuerzas en su contra. Decían que en una república consti-
tucional, que había alcanzado gran desarrollo intelectual y científi-
co, significaba una regresión designar a la Cámara a un promotor
del oscurantismo. Y así, aunque le correspondía ocupar el escaño,
no dejaron que llegara.
–«La corte suprema del arte»...
–Fue el producto más sobresaliente que tuvo CMQ en sus estu-
dios de Monte y Prado. De su primer impulso salieron práctica-
mente las posteriores grandes estrellas de la radio, la televisión y el
teatro. Después, con el tiempo, languideció, porque los progra-
mas de aficionados siempre tienen una primera etapa exitosa,
pero es una materia prima que se consume cuando el talento
está recorrido.
–Chicharito y Sopeira...
–Alberto Garrido y Federico Piñero eran los actores, pero no se
puede olvidar el talento del libretista Antonio Castell, quien mane-
jaba la actualidad política con una mano maestra. Sus libretos
marcaron un hito en cuanto a la proyección radial de figuras hu-
morísticas conversando a través de las ondas. Era un humor cos-
tumbrista, que empleaba sabiamente las figuras del negrito y el
gallego, procedentes del teatro vernáculo. Otra pareja de cómicos
que consiguió un notable éxito como comediantes radiales fue la
de Pototo y Filomeno –Leopoldo Fernández y Aníbal de Mar.
118 Raúl Garcés

–¿Por qué crees que ese tipo de figuras no hemos logrado reno-
varlas suficientemente dentro del humor cubano de hoy?
–Yo no diría que no han sido renovados. Ahí está «Alegrías de
sobremesa», que sigue gustando tanto como antes a pesar de que
ha perdido una parte importante del elenco. Pero estos tiempos no
son aquellos. Eso tuvo su momento, a través de un vehículo como
la radio que entonces tenía una influencia increíble.
–¿Algún otro programa que quieras mencionar?
–«La novela del aire» de la Cadena Azul. «Ábrense las páginas
sonoras de la novela del aire, para hacerles vivir la emoción y el
romance de un nuevo capítulo». Así empezaba el narrador y luego
entraban los actores con un éxito tremendo. Recuerdo igualmente
«Tamakún, el vengador errante», de la RHC Cadena Azul, «Las
aventuras de Leonardo Moncada», transmitidas por la CMQ, o el
famoso Chan Li Po.
Hay que marcar también la presencia del deporte. Las noches
en que había béisbol en muchas casas se sintonizaba. Gaspar
Pumarejo en Unión Radio fue uno de los que ideó llevar el deporte
a la radio permanentemente, no de forma esporádica como se
había hecho antes.
–¿Cómo ocurría el proceso de recepción de la radio?
–El radio en el centro de la sala era fundamental. Por lo general
en aquellos momentos había un solo radio que tenía que reunir a
toda la familia. Se producían ciertas discrepancias en torno a las
preferencias de cada cual, pero generalmente se llegaba a un con-
senso.
–¿Qué valoración tienes como oyente y realizador del impacto
que logró la radio a finales de la década del cuarenta?
–¡Imagínate! Primero hay que reconocer que la gran competen-
cia de Amado Trinidad desde la RHC Cadena Azul de Prado y
Cárcel se hizo sentir en la audiencia total que tenía CMQ hasta un
momento determinado. La RHC acumuló una nómina de figuras
que respondían a todos los géneros del arte cubano, de modo que
la cultura adquirió gran preponderancia en esa emisora, sin olvi-
Hablan los protagonistas 119

darnos de la presencia desde 1943 de la bien llamada emisora del


pueblo, Mil Diez. Allí se conjugó todo lo que valía y brillaba de la
cultura nacional, incluyendo intelectuales, literatos, hombres de letras
que llegaban a la planta sin grandes ambiciones económicas; por-
que la Mil Diez no tenía recursos para pagar salarios altos.
Quiero decir que a partir de la consolidación de Mil Diez, de la
competencia de la RHC Cadena Azul y de la presencia de otras
emisoras importantes como Radio Progreso y Radio Cadena Suaritos,
la radio adquirió definitivamente una significación cultural. Quizás
ese fue uno de los elementos que acelerara el traslado de CMQ
para Radiocentro, trayendo consigo el gran salto de 1948. Aquel
año fue el más grande de la CMQ, sobre todo desde que comen-
zara a transmitirse «El derecho de nacer». Por cierto, los especialis-
tas y asesores de Goar Mestre no recomendaron al principio la
novela, pero alguien insistió en correr el riesgo y ya se sabe las
repercusiones que tuvo en la radiodifusión nacional.
Una vez inaugurado el nuevo edificio, recuerdo las grabacio-
nes que se hacían con asistencia de público. El estudio 2 era un
estudio-teatro por el que pasaban los artistas más acreditados de
nuestro país, y por el que desfilaron también importantes figuras
de distintas nacionalidades: Argentina, México, Francia, Italia,
España...
–¿Qué transformaciones incluían los estudios de Radiocentro
desde el punto de vista tecnológico?
–Desde sus años en Monte y Prado, la CMQ mantenía un contra-
to con la casa grabadora RCA Victor que le garantizaba equipos de
la mejor calidad. Te invito a que escuches las grabaciones que hicie-
ra allí Lico Valdés con la orquesta Casino de la Playa para que lo
compruebes. Cuando esa misma RCA Victor se trasladó para el
edificio de Radiocentro las condiciones de grabación mejoraron to-
davía más. Fue un adelanto técnico extraordinario grabar todos y
cada uno de los programas que se transmitían en placas de 16 pul-
gadas, a 33 revoluciones por minuto y con agujas de 78.
Al principio aquellos equipamientos eran manejados por espe-
cialistas norteamericanos; pero yo diría que a las pocas horas de
instalados los ingenieros cubanos se hicieron cargo de toda la técni-
120 Raúl Garcés

ca de la CMQ, y por ende de lo que se producía tanto en las trans-


misiones en vivo como en las grabaciones para la RCA.
Hay que remarcar que la CMQ grababa en sus estudios sólo
para esa marca. Quizás debido a algún compromiso ocasional
grabara para otra empresa, pero en general fueron muy respetuo-
sos del contrato. Establecieron un matrimonio bastante fiel.
–Y esas mismas grabaciones se vendían luego por toda
Latinoamérica. Todavía se escuchan por ahí programas de la radio
cubana de la época...
–Algún cerebro dinámico proyectó una pequeña empresa que
respondía a las siglas de SIGA (Servicio Internacional de Graba-
ciones de Audio), que vendía directamente los programas a mu-
chas emisoras latinoamericanas. De ahí que todavía en este mo-
mento «La tremenda corte», por ejemplo, se esté escuchando en
países como Colombia o México.
–Dicen que el jefe del SIGA, Rigoberto Rodríguez, cargó con
algunos de esos programas cuando se nacionalizó CMQ.
–No creo que él haya sido portador físicamente de aquellas
grabaciones. Esos programas ya habían salido del país porque el
sistema de ventas venía funcionando desde hacía años.
–Oscar Luis López habla en su libro La radio en Cuba de la
diferencia abismal entre los salarios astrónomicos que ganaban los
artistas y los salarios miserables que cobraban los empleados. ¿Cuá-
les son tus vivencias respecto a este tema?
–Es cierto que si tu puesto era auxiliar de oficina y el salario que
estaba estipulado para ti era de 45 pesos, era eso lo que te paga-
ban. Obviamente, en algunas posiciones había salarios más
respetabales que en otras. Si trabajabas directamente en la pro-
gramación tenías un sueldo base y podías adicionar varios pagos
de acuerdo con las tarifas de cada programa. Otra cosa era si te
contrataba directamente una empresa publicitaria. Entonces sí el
salario resultaba astronómico en comparación con lo que recibía
un actor o animador que formaba parte de la nómina oficial de la
emisora.
Hablan los protagonistas 121

También dependía de la categoría a la que perteneciera el pro-


grama donde trabajaras. En un espacio de sostenimiento –mante-
nido por la emisora y no por patrocinadores– los actores recibían
un salario menor. Siempre pongo el ejemplo de «El show de Bola
de Nieve», un espacio sostenido por la CMQ donde Bola actuaba
como solista, o acompañado de una orquesta, o traía invitados de
lujo como Rita Montaner. Llegó un momento en que la Compañía
General Electric decidió patrocinarlo para publicitar intensamente
un radio que proyectaban sacar al mercado con el nombre de
Paratrópicos. La firma no estaba de acuerdo con el título del pro-
grama y los realizadores decidieron entonces llamarle –agárrate–
«Nieve en los Trópicos». Aquello tuvo tremendo gancho, y
automáticamente todo el mundo empezó a ganar un poco más.
–¿No existían celos entre empleados y artistas debido a la dife-
rencia de salarios?
–Eso siempre ha existido, pero quienes pagaban buscaban ex-
plicaciones contundentes para justificar el alto salario de algunas
figuras. Se decía que dos humoristas como Garrido y Piñero, por
ejemplo, debían ganar grandes sueldos porque mantenían uno de
los espacios más escuchados según las encuestas. No ocurría lo
mismo con los músicos, que estaban prácticamente relegados y
limitados en su espacio laboral. En Cuba existía la libre contrata-
ción internacional, que permitía contratar a grandes figuras de la
música popular, lo mismo de México que de Puerto Rico, Venezue-
la, España y otras muchas partes. Sin embargo, había cantantes
cubanos con una calidad probada que no eran tenidos en cuenta.
Los mismos patrocinadores decían que no era lo mismo poner a
cantar a Pedro Vargas en un espacio radial nocturno de CMQ que
poner a un cantor cubano.
Fue la lucha de los elementos más progresistas de nuestros tra-
bajadores lo que hizo tomar la medida de presentar espectáculos
en los cines junto a la película de estreno. Ese método logró que
artistas cubanos de gran talento, que no encontraban cabida en
la radio, comenzaran a actuar y a darse a conocer en teatros como
el antiguo Warner –actual cine Yara–, en el América o en el radiocine
que luego se llamó Jigüe.
122 Raúl Garcés

–Hablamos de una época marcada, en lo social, por grandes


escándalos de corrupción. ¿Recuerdas alguno en que estuviera la
radio involucrada?
–Lo que me viene a la mente ahora son los escándalos de la
balita premiada. Dentro de un jabón se colocaba una fichita o
aditamento para indicar que se trataba del producto premiado.
Era vox populi que en algunos casos se sabía de antemano a dón-
de iba el premio, porque los organizadores del sorteo favorecían,
digamos, a las zonas que más compraban una determinada mar-
ca de jabón. Periódicos como Prensa Libre o El País, y emisoras
como la CMQ auspiciaron frecuentemente este tipo de sorteo.
–Ahorita cumples sesenta años de radialista y sigues apostando
a mantenerte vinculado al medio. ¿Por qué?
–Es que, como dice el eslogan de Radio Rebelde, soy un chifla-
do por la radio.
–¿Y qué te chifló?
–El mundo mágico de la imaginación, Raúl. Intentamos que los
demás imaginen cosas, que vean a través de nosotros.
–Pero has pasado por la tentación de la televisión, ¿no la prefieres?
–No, en la televisión no hay imaginación posible. Cuando tú
quieres llevar algo a cabo y no tienes la imagen, estás frito. En la
radio, en cambio, puedes hacer mucho con pocos recursos. Creo
que por eso llegó a sus ochenta años y sigue vivita y coleando.
Leovigildo Díaz de la Nuez

La radio comercial cubana no reflejaba


los problemas de su época*

Sus opiniones en torno a nuestra radio resultan esenciales, al me-


nos, por dos razones: primero, porque cuarenta y dos años de
trabajo ininterrumpido en el medio lo convirtieron sin duda en uno
de sus protagonistas más importantes, y segundo, porque, según
afirman quienes le conocen, Leovigildo Díaz de la Nuez combina a
sus ochenta y nueve años su vasta experiencia con una lucidez que
podrían envidiar, incluso, las personas más jóvenes.
Iniciado en la emisora CMX Lavín en 1942, pronto sus progra-
mas clasificarían entre los de mayor audiencia. «La novela guajira»,
de RHC Cadena Azul, «Estampas criollas», transmitido por Radio
Progreso y, por supuesto, «Las aventuras de Leonardo Moncada»,
bastarían como muestras representativas de su obra, si no fuera
porque a su trabajo como escritor radial se añade también la publi-
cación de dos novelas y el libro de cuentos A medianoche un son.
Esta entrevista es el resultado de un cuestionario formulado por
escrito y respondido por Díaz de la Nuez desde México, donde
reside en la actualidad. Aunque de una conversación cara a cara
habrían emergido presumiblemente nuevas preguntas y una mayor
interacción entre las partes, de todas formas sus reflexiones a dis-
tancia contribuyen valiosamente a caracterizar la etapa monopo-
lista de la radio cubana y confirman que, tratándose de su perso-
na, cualquier variante de diálogo es siempre preferible al silencio.

*
Agradezco a la profesora Miriam Rodríguez Betancourt, no sólo haber entregado el cues-
tionario de esta entrevista a Leovigildo Díaz de la Nuez, sino también que le formulara
personalmente las preguntas y recogiera la transcripción de sus respuestas.
124 Raúl Garcés

–¿Cómo concibió la idea de Leonardo Moncada? ¿Qué recuerda


de la manera en que la serie se recibía entre la población campesina?
–Cuando Moncada surgió había por lo menos otro programa
del mismo corte que tenía gran popularidad: «Los tres Villalobos».
Es decir, que ya había cierta tradición de programas basados en
héroes campesinos, de modo que no fue una creación insólita.
Decidí llamar Leonardo al personaje porque ese es un nombre
bien masculino, eufónico; y lo apellidé Moncada por el patriota
oriental, cuya historia y reciedumbre eran muy conocidas. Desde
sus inicios el programa se escuchó mucho. Contaba con un elenco
estelar; Ernesto Galindo fue su primer protagonista.
Respecto a la recepción no recuerdo especialmente ninguna
anécdota relacionada con la audiencia real, aunque sí sabía que
el espectáculo era muy bien acogido por los campesinos.
–Se dice que la Comisión de Ética Radial y la Dirección de Radio
del Ministerio de Comunicaciones buscaban los más diversos pre-
textos para ejercer la censura. ¿Percibió ese fenómeno sobre sus
libretos?
–La Comisión de Ética Radial fue creada por propietarios de
emisoras con el objetivo de evitar la competencia desleal; que uno
le llevara ventaja a otro empleando determinados recursos atracti-
vos como chistes de doble sentido, recursos indecentes que atenta-
ran contra «la moral y las buenas costumbres» de la época.
En la radio las reglas del juego eran transparentes: nadie iba a
escribir algo que fuera subversivo sencillamente porque a las fir-
mas y a las emisoras eso no les interesaba y no lo iban a comprar.
Problemas de la época como la explotación del hombre por el
hombre, el atraso educacional, el hambre, la miseria, no tenían
nada que ver con la radiodifusión cubana.
En «Las aventuras de Leonardo Moncada» sí se hacían críticas
en el orden social. Se trataban casos de desalojo, de abusos y
atropellos cometidos por hacendados contra gente humilde; pero
el personaje protagónico, a pesar de ser un héroe campesino, no
era específicamente un guajiro cubano. Podía ser de cualquier lu-
gar de la América hispana. En el programa se hablaba correcta-
mente, no con vocabulario ni acento campesinos.
Hablan los protagonistas 125

Yo, como escritor, no tenía ninguna preocupación en cuanto a


la censura porque sabía hasta dónde podía llegar con mis textos.
No recuerdo ahora ningún programa dramatizado que hubiese
sido censurado alguna vez.
–¿Cómo la prensa plana contribuyó a potenciar el impacto de la
radio sobre sus receptores?
–Se publicaba poco en la prensa sobre los programas radiales.
En Prensa Libre, Pacopé, hermano de Félix Pita Rodríguez, escribía
la sección Hit Radial; y en ocasiones aparecían críticas en los pe-
riódicos, pero no creo que se pueda hablar de crónicas radiales.
La prensa no se ocupaba realmente de la radio, de potenciarla, ni
creo que a la radio le hiciera falta tampoco. Se impuso por sí
misma.
–En la década del cuarenta una legión de guionistas sobresa-
lientes invadió la radio. A su juicio, ¿cómo contribuyeron a transfor-
mar el lenguaje del medio?
–Sin duda, muchos contribuyeron a dignificar y hacer crecer los
programas radiales. Eran muy buenos autores, que escribían sus
espacios considerando ingredientes básicos para el éxito: buen
guión, buen elenco, buen tema. Temas eternamente atractivos: lo
imposible, en «El derecho de nacer», de Félix B. Caignet; lo exótico
y enigmático, en el caso de Chan Li Po; los conflictos humanos, en
«Divorciadas», de Iris Dávila, a lo que se añadía abordar un tema
que no se trataba públicamente: la situación social de la mujer
divorciada.
–En esa época se incorporaron también como escritores figuras
de la talla de Félix Pita Rodríguez o Alejo Carpentier…
–Tanto Félix como Carpentier regresaron a Cuba con motivo de
la invasión nazi a Francia. En el caso de Félix necesitaba ganar
dinero para vivir, y eso pienso que lo decidió a escribir para la
radio. Y a Carpentier le sucedió otro tanto, con el antecedente,
favorable, de que había hecho radio en Francia. En Cuba escribió
poco tiempo en la emisora oficial del gobierno, la CMZ, del Minis-
terio de Educación.
126 Raúl Garcés

El trabajo de creación en la radio era menos estimado por el público


que el de un libro. El autor de radio no tuvo nunca el rango del que se
dedicaba a escribir libros. Seguramente en eso influía el peso de la
tradición y el carácter mismo de la programación general.
Creo que la radio es, básicamente, un medio de entretenimien-
to. Así surgió y así se pensó desde que surgió: ¿qué negocio puedo
hacer con este nuevo medio? Ni antes ni ahora la cultura ha inte-
resado a los negociantes; sólo les interesaría si rindiera beneficio
económico, y ya se sabe que la cultura no paga en un entorno domi-
nado por las leyes del mercado.
La radio pudiera ser un medio cultural siempre que los intereses
culturales sean otros, si operara en otro contexto. Cuando lo que
impera es la competencia y el lucro, no puede ser de otro modo, y,
por tanto, tampoco puede ser un instrumento de transformación.
En otras manos, con otros objetivos, la radio sí puede ser un vehícu-
lo cultural, pues nada hay en su estructura tecnológica ni en su natu-
raleza que pueda limitar sus posibilidades.
–¿Qué salario recibía usted? ¿Estuvo contratado como exclusivo
por alguna firma?
–Ganaba 500 pesos cubanos al mes por un espectáculo, lo
que significaban 500 dólares.
Generalmente pagaba la firma patrocinadora, no la emisora;
esta pagaba sueldos más bajos.
Si escribía otro espectáculo, me pagaban por ese otro en de-
pendencia de la categoría de la emisora, del horario en el que se
transmitiera, del reparto, factores todos determinados por el rating.
En última instancia, el rating decidía el sueldo.
Cuando uno firmaba un contrato, ya eso quería decir que era
un autor exclusivo de la firma. Lógicamente si firmaba un contrato
con Crusellas no podía trabajar al mismo tiempo para otra firma.
–¿Recuerda alguna evidencia de discordias entre artistas y tra-
bajadores administrativos por la diferencia de salarios entre unos y
otros?
–No recuerdo que existiera discordia alguna porque unos ga-
naran más y otros menos. Incluso había actores que ganaban muy
poco, tan poco como podía ganar un trabajador administrativo,
Hablan los protagonistas 127

entre los cuales, por cierto, había un número no despreciable que


ganaba muy buen salario.
–CMQ solía contratar a reconocidos artistas extranjeros para sus
presentaciones en espectáculos radiales. ¿Cuánto perjudicaba esa
práctica a nuestros artistas?
–La contratación de artistas extranjeros para presentaciones en
la radio era eventual y no relegaba al artista cubano que tuviera
talento. No conocí nunca de conflictos en ese sentido.
–En 1948 Goar Mestre compra la CMBF. ¿Cómo se explica el
interés por una emisora poco escuchada, en un hombre interesado
sobre todo en maximizar sus ganancias?
–Me lo explico perfectamente. Mestre tenía la CMQ, que cu-
bría un público determinado. Al adquirir CMBF fue en busca de
otro público diferente al de la Q, al que le gustaba la música
selecta. Era otro negocio. De hecho, estaba «maximizando» sus
ganancias.
–Quisiera su valoración en torno a tres figuras vinculadas a la
radio comercial cubana: el propio Goar Mestre, Amado Trinidad y
Gaspar Pumarejo.
–Los tres, empresarios. Esa calificación los define y caracteriza;
como tales actuaban más allá de peculiaridades que distinguían,
sobre todo, a sus respectivos negocios. Los negocios de Mestre,
por ejemplo, disponían de más recursos económicos y tecnológi-
cos que los de sus rivales. Ellos, como personalidades empresaria-
les, no me sugieren otra valoración.
–Dentro de los periodistas radiales destacados suele mencionar-
se la figura de José Pardo Llada…
–Creo que fue un buen comentarista de radio, lograba impacto
en la opinión pública, independientemente de que uno estuviera
de acuerdo o no con sus opiniones.
–Si tuviese que buscar un denominador común para explicar el
éxito que alcanzaron programas dramatizados y humorísticos de la
época, ¿qué diría?
128 Raúl Garcés

–El tipo de programa que usted menciona llegó al público por-


que los asuntos que trataban encajaban con las expectativas cultu-
rales de la audiencia, apoyados en buenos guiones y buenos intér-
pretes. Ello explica su éxito, aunque no se puede descartar un pedazo
de azar, como solemos llamar a esa zona del éxito que nadie pue-
de explicar convincentemente.
También hubo audiciones políticas, como las de Chibás y Sal-
vador García Agüero, que tuvieron un impacto considerable en la
radioaudiencia identificada con sus respectivas posiciones. Más
impacto Chibás que Salvador, como se sabe.
–¿Qué significado le confiere a la emisora Mil Diez dentro de la
radiodifusión nacional? ¿Hasta dónde tuvo repercusión –o no– su
clausura?
–Mil Diez fue una excepción. Respondía a los objetivos de un
partido, de una ideología, que estaban en función de los intereses
populares, pero duró muy pocos años y no pudo influir básicamen-
te en la estructura de poder de la radiodifusión cubana.
Es cierto que llenó su cometido en el espectro cultural de la
radio, pero de modo limitado porque nunca llegó a ser cadena
nacional ni pudo permanecer mucho tiempo, apenas cinco años.
Su clausura no tuvo mucho impacto porque en la prensa no hubo
mayor comentario, exceptuando las publicaciones partidistas. Ni
los medios radiofónicos ni los escritos le concedieron la importan-
cia que el hecho merecía.
–En el mismo año en que se clausura Mil Diez se inaugura
Radiocentro y se transmite «El derecho de nacer». ¿Qué lugar reser-
varía a 1948 en la historia de la radio cubana?
–Usted señala justamente dos acontecimientos que le otorga-
ron un lugar destacado a ese año dentro de nuestra radiodifusión.
Fue un año importante porque en él se mostró la pujanza del me-
dio, su gran potencialidad.
–¿Qué le agradece y qué le reprocha a su participación en la
radio cubana de aquella época?
Hablan los protagonistas 129

Le agradezco todo, no le reprocho nada en cuanto a mí. Fue mi


medio de vida durante muchos años. Escribir para la radio no me
impidió escribir unos pocos libros: las novelas Las fiestas de Veranes
y El regreso del Krause Park, y un volumen de cuentos, A mediano-
che un son. Nunca tuve dificultades para «pasar» de un lenguaje a
otro, aunque no niego que las haya.
Enrique Núñez Rodríguez

Hay gente que vive enamorada de mí

Supongo que Enrique Núñez Rodríguez ya no guarde ningún se-


creto. Si le quedaba alguno debe haberlo cedido al propósito de
poner Mi vida al desnudo, como declara en el título de su libro más
reciente. Hasta la ilustración de cubierta, en la que el pintor Rober-
to Fabelo lo dibuja como si acabara de venir al mundo a sus ochenta
y dos años, Enrique se encarga de explicarla: «Alguien me pregun-
tó por qué Fabelo me puso una corbata para cubrirme las partes
pubendas si podía haberlo resuelto con un lacito».
Núñez Rodríguez es responsable de haber hecho reír a varias
generaciones de cubanos, apelando a los modos más diversos:
desde contribuciones suyas al teatro vernáculo como Dios te salve,
comisario, pasando por clásicos del humor televisivo –«Casos y
cosas de casa», «Si no fuera por mamỖ, hasta llegar a cientos de
anécdotas publicadas en periódicos y libros, que lo revelan, dicho
con palabras del ministro de Cultura Abel Prieto, como «un prínci-
pe del costumbrismo, del humor, de la memoria y de la sabiduría
cubana».
Y en cada uno de esos atributos la radio ha dejado su huella.
Cierta vez llegó a RHC Cadena Azul cargado de proyectos de li-
bretos y todos se los desecharon, excepto una parodia por la que
cobró su primer salario en el medio: dos pesos. Sin embargo, no
tuvo que pasar mucho tiempo para que Enrique se convirtiera en
uno de los escritores mejor pagados. Su nombre pronto significaría
garantía de éxito para programas como «Chicharito y Sopeira»,
«Cascabeles Candado» o aquel que, poco a poco, durante veinte
años, llegaría a conquistar el alma del campesinado cubano.
Hablan los protagonistas 131

–¿Cuándo empieza a escribir Leonardo Moncada?


El autor de «Las aventuras de Leonardo Moncada» fue Leovigildo
Díaz de la Nuez. Yo me incorporo en el tercer serial posiblemente
–el segundo lo escribió Sergio Doré. Cuando Crusellas me propu-
so que escribiera Moncada, lo primero que hice fue consultarle a
Leovigildo. Fui a verlo a Radio Progreso, donde trabajaba enton-
ces. Le pregunté si me autorizaba, y él me sugirió que lo aceptara
porque no iba a escribir el programa más.
Entonces decidí incorporarle el personaje de Bejuco Ramírez,
que interpretaba el actor humorístico Antonio Hernández, y que a
mi juicio balanceaba el tono de acción dramática de Moncada.
Fue un suceso tal, que los campesinos recorrían kilómetros y kiló-
metros o, dicho en su idioma, leguas y leguas para buscar un radio
y escuchar el programa. La serie se transmitía entonces durante
veintisiete minutos a partir de las siete de la noche, compitiendo
con «Los tres Villalobos», que era de Sabatés, el otro gran patroci-
nador de los programas de aventuras.
Sobre todo recuerdo con mucho cariño su repercusión entre los
campesinos. Donde hubiese un radiecito de pilas se reunían 40 o 50,
que venían a caballo desde distintos lugares. A Bejuco todavía lo
recuerdan. A veces salgo al interior y me hablan de Bejuco Ramírez
más que de Moncada, o del personaje del perro Campeón, que lo
hacía el imitador de voces Carlos Plano.
Moncada era un héroe, no un héroe socialista, pero sí alguien
que provocaba la justicia por su mano. No usaba armas porque
era un humanista. Tenía un niño que se llamaba Pedrito Iznaga,
interpretado por Ramón Veloz, a través del cual se transmitían
mensajes a los niños cubanos sin que fuera un teque. Pienso que,
desde el punto de vista social, Leonardo Moncada transmitió mu-
chos valores éticos a la niñez campesina de la época.
–¿El programa se escuchaba también en la ciudad?
–Por supuesto. Me refiero al campo porque era más difícil la
recepción. Te hablo de radiecitos de pilas y de verdaderas asam-
bleas de campesinos que se reunían. En la ciudad se oía mucho
también. Tú salías a la calle –entonces a mí me interesaba mucho
132 Raúl Garcés

todavía si se oían o no mis programas–, y en todas las casas estaba


«Las aventuras de Leonardo Moncada». A esa hora veías el absoluto
poder de la audiencia. Además, venía siempre entre los tres prime-
ros programas del survey de la Asociación de Anunciantes de Cuba,
que chequeaba los ratings de forma sistemática. Unas veces venía
en el primero, otras en el segundo... Por suerte –y no lo tomes como
una inmodestia– una vez vinieron al mismo tiempo tres programas
que escribía yo: «Las aventuras de Leonardo Moncada», «Chicharito
y Sopeira» y «Cascabeles Candado».
–Usted sustituyó a Antonio Castell en «Chicharito y Sopeira».
–Al principio, durante los campeonatos de pelota entre los equi-
pos de Habana y Almendares, yo le mandaba algunas colabora-
ciones a Castell. En una oportunidad él se enfermó y le pidieron
que recomendara a alguien para sustituirlo. Así empecé a escribir
el programa en 1949. Después Castell agravó y murió, y me asig-
naron el espacio definitivamente.
–¿A qué razones atribuye el tremendo éxito que alcanzó?
–A tres factores fundamentales: Garrido, que era muy cómico;
Piñero, que era el gallego, un actor extraordinario –él, más actor
que Garrido, y Garrido más simpático que él– y Antonio Castell. El
costumbrismo de Castell debiera ser observado por los periodistas
y por los que se ocupan de la historia de la radio, porque era algo
extraordinario. Muchos de los libretos debe tenerlos su hijo que vive
y está aquí, y podría prestarlos para un análisis. Chicharito lo mis-
mo hablaba de la pelota, que del ciclón que pasaba por La Haba-
na, que de la descuartizada que aparecía en un solar. Era una
crónica diaria de la actualidad nacional con la gracia extraordinaria
de dos intérpretes insustituibles.
Déjame aprovechar este momento para decirte que la repúbli-
ca le debe también a Cástor Vispo, el escritor de «La tremenda
corte», un estudio de su trabajo. Ese espacio fue un milagro de la
radio nacional; el programa que más ha durado en la nación y en
América Latina. Uno va a Nicaragua, a México, a Costa Rica, y se
encuentra que «La tremenda corte» pueden estarla transmitiendo
hasta tres veces al día. Cástor Vispo era un republicano español,
Hablan los protagonistas 133

muy cercano a la ideología de la revolución cubana, que, ade-


más, murió aquí y casi no se habla de él.
–Cualquiera que escuche esos espacios percibe que en ellos hay
intentos de crítica social. ¿No creaba problemas a realizadores y
patrocinadores el hecho de transmitirlos?
–Yo creo que se transmitían algunos mensajes –no todos– porque
ni los dueños ni los patrocinadores se imaginaron jamás que en
Cuba podía producirse una revolución socialista. No obstante, ellos
se cuidaban. Yo recuerdo que propuse un serial que se desarrollaría
en un central azucarero y que iba a marcar las diferencias sociales
entre la administración norteamericana y los cubanos. Inmediata-
mente me dijeron que ese tema no les interesaba a las lavanderas
consumidoras del jabón Candado. No me prohibieron ponerlo por-
que respondiera a una ideología cercana al socialismo, sino con el
pretexto de que afectaría los intereses del patrocinador.
–Le hacía la pregunta porque he escuchado algunas emisiones
de «Chicharito y Sopeira» con fuertes denuncias contra el hambre y
el desempleo.
–Ni nosotros mismos calculábamos bien lo que decíamos. Yo
hice seriales contra el latifundio, cuando, por supuesto, todavía no
había leído La historia me absolverá. Claro que desde mi niñez era
simpatizante del Partido Socialista Popular (PSP), había conocido a
Jesús Menéndez y a obreros azucareros en mi pueblo, y quizás eso
se me filtró en la sangre.
Pero, en general, había muchos autores que situaban dentro de
sus trabajos ese sentido de justicia social que compartía gran parte
del pueblo de Cuba. Fue el caso de Iris Dávila con «Divorciadas,»
o de Dora Alonso, quien ya entonces era miembro del PSP; o de
Félix Pita Rodríguez. A a la gente se le olvida que hubo autores de
radio de muy notable calidad en la literatura, como fueron Félix Pita
Rodríguez, Carpentier, Dora Alonso o la propia Iris.
–Para algunos, sin embargo, una parte de la vanguardia intelec-
tual del país mira hoy a los medios con reticencia y distanciamiento.
–Hubo una gran subvaloración de los dirigentes de la radio y la
televisión en este aspecto. Todavía hay quien piensa que la radio
134 Raúl Garcés

es para oyentes de tercer grado, siguiendo esa teoría que inventa-


ron los capitalistas de concebir los programas de radio para las
lavanderas. Pero para tu tranquilidad o para tu satisfacción, la
labor que se está realizando en este momento a partir de la bata-
lla de ideas y de los planes soñables de Fidel, representa cada
vez más el acercamiento de la vanguardia a los medios. Hay
conciencia de que la masificación de la cultura hay que hacerla
con calidad.
–Volviendo al tema de la censura, ¿recuerda algunos mecanis-
mos que contribuyeran a ejercerla explícitamente?
–La censura en la radio era mediatizada. Había una Comisión
de Ética que pagaban los anunciantes y a la que estaba vinculado
el censor natural de la radio, Juan José Tarajano. Si había un tema
candente que Tarajano podía tachar pero les convenía a los
anunciantes, nada sucedía. Yo me acuerdo que él o sus emplea-
dos tachaban a veces una escena, luego los anunciantes lo llama-
ban y la cosa se arreglaba entre amigos.
En el entierro de Antonio Castell, mientras esperábamos por la
llegada del carro fúnebre, coincidimos un grupo donde estaban
Álvaro de Villa y Arturo Liendo, ambos autores humorísticos de la
radio, junto a varios autores dramáticos. Entonces llegó Tarajano y
todo el mundo lo saludó afectuosamente, excepto Liendo, quien lo
miró muy serio y le dijo: «Perdóname que no te pueda saludar. Es
que no tengo palabras, porque todas me las tacharías».
–¿Usted salió tachado también alguna vez?
–Tarajano me tachó algunas cosas que resolvimos después
amigablemente. Él respondía a los intereses de los patrocinadores
y yo pertenecía a Crusellas, que figuraba entre los más poderosos.
–¿Exclusivo de Crusellas?
–Empecé escribiendo para Crusellas sin ser exclusivo. Cuando
los tres programas que escribía clasificaron entre los tres primeros
en los ratings, me llamaron para hacerme un contrato de exclusivi-
dad. Eso significaba que no podía escribir para más nadie en la
radio, ni tampoco luego en la televisión.
Hablan los protagonistas 135

–Oscar Luis López menciona en su libro La radio en Cuba ciertos


celos entre artistas y personal administrativo de la radio debido a la
diferencia abismal de salarios. ¿Usted lo sintió así?
–Yo llegué a ganar 2 500 pesos mensuales, más lo que me paga-
ban cuando mis libretos se vendían a varios países latinoamericanos.
Hubo un año en que declaré mis impuestos sobre la renta y ascendían
a 245 000 pesos. Ahora veo la cifra y no me explico dónde metí ese
dinero, supongo que me lo comí y me lo bebí.
Pero, según mi experiencia, había una buena relación entre
los artistas y el personal de oficina; nos respetábamos mutua-
mente. Vine a experimentar esa sensación después de la revolu-
ción, cuando, estando en el teatro Martí, un chofer de Cultura
recogió un cheque mío por derecho de autor y dijo en voz alta:
«Enrique Núñez, 400 pesos», para que todo el mundo supiera que
yo ganaba lo que parecía entonces una barbaridad de dinero.
–Lo cierto es que, cuando la revolución equiparó los salarios
para hacerlos más justos, usted fue uno de los que salió perdiendo.
–Yo bromeo en mi último libro con eso –y hasta ahora nadie me
lo ha criticado, ni Fidel que lo leyó–, cuando digo que llegué a
pensar que la revolución no se había hecho contra Batista, sino
contra mí.
–¿Recuerda otros programas de crítica social que hayan
impactado tanto como los que mencionaba antes?
–«Mejor que me calle», por ejemplo, que hacían Rita Montaner
y Alejandro Lugo con libretos de Vergara. Rita era una artista im-
predecible, y debe haberle puesto mucho de sí al personaje de
Lengualisa, que tocaba la realidad candentemente. Tengo enten-
dido que en algún momento la cerraron, la persiguieron, pero Rita
tenía una personalidad muy poderosa y se sobreponía a eso.
–Hablemos de la relación entre la radio y la prensa escrita du-
rante esta época. Me llama la atención la cantidad de secciones
radiales que publicaban los periódicos.
–Eso no era gratis. En muchas ocasiones las secciones de radio
se financiaban mediante igualas, que eran pagos semanales, quin-
136 Raúl Garcés

cenales o mensuales de la radio a varios periodistas. Recuerdo que


CMQ tenía una dirección de propaganda cuyo jefe era Miguel
Ángel Martín, quien escribía en Bohemia la sección de Las Gotas
del Saber. Él tenía igualas con algunos periodistas a quienes paga-
ba 50 o 100 pesos a cambio de que publicaran las notas que intere-
saban a la planta. Los periódicos pagaban muy poco, por lo que a
través de esas igualas se defendían muchos reporteros.
–¿También las cobró usted?
–Yo siempre escribí por la libre, aunque no faltaron intentos
para comprometerme. Recuerdo que una vez compré un auto de
la firma Buick, donde Mestre era accionista. Al pagarlo me pre-
guntaron si quería ponerle aire acondicionado y respondí que no.
Cuando por la tarde fui a recogerlo y serviciarlo, el carro tenía un
aire acondicionado que había ordenado instalarle Mestre. Llamé a
Miguel Ángel Martín y con él mandé a decirle a Mestre que le
agradecía mucho su regalo, pero que no podía aceptarlo porque
yo no iba a comprometerme a hacerle propaganda a CMQ. Él me
respondió: «Eso lo sabe el señor Goar. Usted no está obligado a
nada».
–Deduzco que era muy difícil hacerle críticas serias a la radio en
medio de ese concierto de complicidades.
–El tipo de crítico que surgió posteriormente en la radio y la
televisión no existía en ese momento. Puede haber habido críticos,
pero en general eran bastante apologéticos. Sí recuerdo que en la
prensa se debatía en torno a figuras como Félix B. Caignet, a quien
acusaban de picúo, vulgar, prosopopéyico...
–¿Compartía usted esa opinión?
–De ningún modo. Caignet era un artista de verdad, lo mismo
escribía «El derecho de nacer» o «Los ángeles de la calle», que
componía una canción como Frutas del Caney, que pintaba un
cuadro precioso o escribía una estampa humorística de las que
luego interpretaría Luis Carbonell. Para mí era un autor realmente
excepcional, una especie de rey Midas que lo que tocaba lo con-
vertía en oro o en dinero. «El derecho de nacer» mantuvo en vilo a
Hablan los protagonistas 137

la nación entera y más desde la mudez de don Rafael del Junco. El


día que él volvió a hablar, el país se volcó a las calles a comentarlo.
Fue un fenómeno comparable a la victoria de Grau San Martín como
Presidente de la República.
–Quisiera su valoración en torno a otras figuras importantes de
la radio. José Pardo Llada, por ejemplo.
–Logró conquistar una tremenda audiencia con aquellos edito-
riales inflamados y su popular frase «¡qué desparpajo!». Era una
voz antirradiofónica, arrastraba la r incluso, pero tocaba temas
candentes de actualidad con cierto valor personal. Después de-
mostró que no era tan valiente nada, cuando se fue de Cuba. Yo
escribo en el libro de mis memorias la anécdota de la corbata de
Pardo Llada. Él me había jurado en los estudios de Unión Radio
que no se iría de Cuba, que estaría siempre con la revolución
porque eso era lo que habíamos soñado desde jóvenes. Un día, en
la cafetería de Radiocentro, llegó y me vio con una corbata amarilla
–el saco y la corbata eran como un uniforme en aquella época–, me
la elogió y me dijo que le hacía falta para un traje de gabardina
béis con el que le hacía juego. «Me voy para México unos días y tú
me la tienes que prestar». Me quité la corbata y le advertí: «Pardo,
procura traérmela». Todavía la estoy esperando.
–Luis Báez dice en Los que se fueron que Pardo Llada vive ahora
nostálgico, con fotografías del Che y Fidel en la sala de su casa.
–Fidel lo había protegido siempre. Cuando Pardo Llada llega
a la Sierra Maestra tenía mucha gente que no creía en él, y Fidel
lo protegió y lo hizo respetar. Y hasta, según me han dicho, mu-
chos años después le mandó tabacos con unos periodistas co-
lombianos.
–¿Y cómo llegó Pardo Llada a la Sierra Maestra?
–Eso no lo sé. Sí recuerdo que el 1 de enero recibí una llamada
desde el Central Palma, donde estaba Pardo Llada con el Ejército
Rebelde. Fuimos muy amigos y no puedo negar que le guardo
consideración y hasta afecto, porque no se borra el afecto por
diferencias ideológicas.
138 Raúl Garcés

–¿No se ha comunicado con él, ni siquiera a través de un telegra-


ma?
–No, pero tiene que haber leído la anécdota mía de la corbata.
–A diferencia de Pardo Llada, Goar Mestre sí vino a Cuba.
–Vino y lo atendieron en lo que es hoy el ICRT. Estuvo de incógni-
to. Por cierto, que desdichadamente metió el pie en una cloaca que
había en la acera de Radiocentro y se fracturó la pierna. Estuvo aquí
atendiéndose con la pierna fracturada. Ese es un personaje digno
de estudio. El que vaya a hacer la historia de la radio tiene necesa-
riamente que pasar por Mestre.
–¿Y qué recuerdos tiene de él?
–Era a mi juicio lo que se llama un caballero: atento, amable,
culto. Yo decía en otra entrevista que si me hubieran preguntado
en aquella época habría dicho que era una excelente persona, un
caballero de la industria muy atento con sus empleados y con su
instalación, que la cuidaba exquisitamente. Si me lo preguntan hoy
digo que era un representante de las trasnacionales, un magnate
proyanqui, pero de todos modos conservo un recuerdo muy agra-
dable.
–¿Nunca tuvieron roces?
–Lo que recibí, en honor a la verdad, fueron muchas atencio-
nes. Inclusive yo debía tener una carta –que he perdido porque no
guardo nada– donde él se despide y me asegura que donde quie-
ra que estuviese, yo podía encontrar trabajo.
–¿También tiene recuerdos agradables de Gaspar Pumarejo?
–Ese era un mercader. Era empleado de Mestre, pero debido a
algunas pugnas y aprovechando ciertas circunstancias, fundó Unión
Radio, con la que trató de hacerle competencia a CMQ.
Creo que era un oportunista simpático, capaz de ser agradable
con la gente, pero en realidad muy populista. Puedo contarte una
anécdota que grafica la moral y la ética de Gaspar. Él llamó a
Cástor Vispo para pedirle que escribiera «El vigilante Tiburcio
Santamaría», un programa que patrocinaría la firma Competidora
Hablan los protagonistas 139

Gaditana. Vispo le plantea que él ya estaba viejo, y le propone


alternar conmigo, cada quien tres veces por semana. Como sala-
rio Pumarejo nos había prometido 3 000 pesos, que eran dólares
entonces, y que nos repartiríamos a partes iguales Vispo y yo. Pero
Gaspar no estuvo de acuerdo con lo que yo ganaría, aduciendo
enseguida que era joven y que no tenía prestigio como escritor.
Vispo, que era todo un caballero español, no transó y le respondió
de forma categórica: «A trabajo igual, salario igual».
Entonces empezamos a escribir; pero al cabo de la semana o
los diez días me di cuenta que el programa no estaba dando los
resultados esperados, y decidimos ir a ver a Pumarejo para que lo
sacara del aire. «De eso nada –nos dijo–, mientras la Competidora
Gaditana siga pagando ustedes sigan cobrando. Yo no lo voy a
quitar porque me lo están pagando muy bien».
–Dentro de ese modelo comercial de radio, ¿qué importancia
concede a la competencia entre CMQ y RHC Cadena Azul?
–Dicen que Amado Trinidad contribuyó a elevar los salarios en
esa puja entre él y Mestre; pero si hablas del desarrollo de la radio
me parece imprescindible considerar el papel de Mil Diez, una
emisora de la que surgieron grandes figuras y que promovió un
tipo de programa distinto por su contenido ideológico. No es ca-
sual que el maestro Adolfo Guzmán pasara por allí, o Elena Burke,
o grandes representantes de la literatura.
–En un momento en que se consolida la radio como negocio y
se pagan en ella grandes salarios, ¿cómo es posible que la Mil
Diez, sin ofrecer esas ventajas, se consolidara?
–Porque quienes allí trabajaban buscaban un espacio distinto,
más creativo, aun cuando no ganaran salarios altos. Tanto la Mil
Diez como el periódico Hoy no se fundaron sobre la base de un
gran capital, sino gracias a colaboraciones y bonos que se ven-
dían a la gente. Recuerdo que el director del Diario de la Marina,
Pepín Rivero, declaró en un editorial que le había mandado 25
pesos al Partido Socialista Popular para la fundación de Hoy, y
aclaraba que no había hecho la donación por gusto, sino para
que los miembros del PSP conocieran lo que se sentía siendo un
140 Raúl Garcés

propietario privado. Era una ironía que utilizaba aquel talentoso hijo
de puta.
–¿Qué repercusión tuvo la clausura de Mil Diez?
–No fue muy grande. Era tanto el silencio en torno a la Mil Diez y
al PSP, que aquello nunca llegó a convertirse en un gran acon-
tecmiento. Los que éramos comunistas entonces sí repudiamos la
clausura de la emisora y del periódico Hoy; pero a mi juicio eso no
tuvo la repercusión nacional que habría merecido.
–Le propongo mencionarle algunos programas y que usted me
comente su significado para la historia de la radiodifusión nacional:
«La universidad del aire»...
–Ese es un antecedente importante de la «Universidad para to-
dos» actual. Su significado no está en la amplitud de la audiencia
que conquistó –lo oían más bien sectores con determinada prepa-
ración cultural–, sino en el aporte que hizo a la cultura de nuestro
país. Por allí pasaron figuras relevantes que eran entonces muy
jóvenes, como Armando Hart... Déjame decirte que yo admiro
muchísimo a Hart, y creo que es digno de estudiar desde el punto
de vista ideológico. Es una de las gentes más profundas que co-
nozco. Quizás no sea el orador que fue Salvador García Agüero,
pero su profundidad en el análisis de cuestiones políticas es ex-
traordinaria.
También recuerdo a Jorge Mañach, quien, independientemente
de su posición política al final de su vida, era un eminente escritor.
Yo pienso que Martí, el Apóstol es una de las mejores biografías
que se han escrito sobre Martí. Yo, por ejemplo, le agradezco a
Mañach el haber conocido a un Martí que me encantó, porque
hasta entonces Martí era la banderita, la estatua, pero no el ser
humano.
–...«La hora de Chibás»....
–Los ortodoxos eran bastante mayoritarios en la política cuba-
na, y Chibás era un líder indiscutible. El último aldabonazo fue un
suceso trascendental en la historia de Cuba. Yo escuché el progra-
ma ese día. No recuerdo que el disparo se escuchara por radio –al
Hablan los protagonistas 141

menos yo no recuerdo haberlo oído–; pero después nos llegó la


noticia de que se había dado un tiro al terminar la audición.
«La hora de Chibás» se transmitía los domingos en la noche, y
todo el mundo la esperaba por las denuncias que Chibás hacía. Él
insistía mucho en la honestidad, combatía la corrupción. Si hubie-
ra llegado a la presidencia, o lo mediatizan o lo matan; pero, juz-
gando desde el punto de vista histórico, a mi juicio realmente suce-
dió lo que tenía que suceder para beneficio del país y para que Fidel
se radicalizara y tomara el mando.
–...Las charlas de Salvador García Agüero...
–Ese fue el mejor orador político que ha tenido Cuba. En un
momento en que coincidieron Mañach, Santiago Reyperna o Fran-
cisco Ichaso, Salvador García Agüero pronunciaba los discursos
más bellos que yo recuerde en mi vida. Especialmente conservo en
la memoria un panegírico de Maceo que hiciera en la Cámara
siendo representante. Era impresionante ver aquella figura negra
como el carbón pronunciar un castellano castizo de un valor litera-
rio tremendo. Hay algo imperdonable y es que su voz no quedó
grabada. Yo hice la investigación en una época, incluso le pregun-
té a su viuda, y comprobé que no había quedado grabada su voz.
Era comunista y a los comunistas no les grababan mucho, ni tam-
poco el partido tuvo la precaución de conservar sus discursos.
De Marinello sí quedan grabaciones de esa época. Cuando
Marinello y él integraban el Comité Central del PSP, a mí siempre
me gustaron más los discursos de Salvador García Agüero –con
todo respeto para Marinello que fue también una figura extraordi-
naria–; pero yo no recuerdo a ningún orador comparable a García
Agüero. Por ahí está el diario de sesiones de la Asamblea Constitu-
yente y cualquiera puede comprobar lo que digo analizando sus
intervenciones.
–...«Cuba en llamas».
–Yo debuté en la COCO de Guido García Inclán con ese pro-
grama de crítica política. Recuerdo que el imitador Tito Rico ridicu-
lizaba las voces de políticos de la época, y nos buscábamos tre-
mendos problemas con algunos que venían a tirarnos los caballos
142 Raúl Garcés

para arriba. Era un período extraordinariamente convulso debido al


descaro de aquellos politiqueros que intentábamos poner en la pi-
cota pública. Por allí pasó un día para saludarnos y solidarizarse
con el trabajo que hacíamos un joven de la universidad llamado
Fidel Castro.
–Usted escribió lo mismo para la radio que para la televisión
durante muchos años, ¿Descubrió en la primera algún encanto es-
pecial?
–El aporte de la imaginación del oyente. Yo nunca escribí cómo
era Leonardo Moncada para que los oyentes perfilaran físicamen-
te el héroe que ellos quisieran.
–¿Qué es lo que más agradece y qué es lo que más le reprocha
a su paso por la radio?
–Le agradezco la posibilidad de haberme introducido en un
medio donde conocí mucha gente buena, escritores como Félix
Pita o Dora Alonso, músicos como Adolfo Guzmán y actores como
Enrique Santiesteban. Me aportó también la posibilidad de ser co-
nocido por todo el país con mis libretos.
¿Y qué le reprocho? Creo que nada. A la radio le debo en
buena medida que hoy siga disfrutando del cariño del pueblo.
Ayer estaba en el estadio viendo un juego de pelota y vinieron dos
fanáticos con mi libro para que se los firmara. Hace unos días una
doctora de treinta años me dijo: «Yo he vivido enamorada de usted
toda la vida», y eso a uno le llega. Quizás sea un detalle frívolo,
pero los artistas somos un poco vanidosos. Uno tiene su corazoncito.
Alberto Luberta

¡Qué gente, caballero, pero qué gente!

Suena la fanfarria y de inmediato se escucha al locutor presentan-


do lo que es sin duda el plato fuerte del show: «Y continuamos
riendo con un libreto de Alberto Luberta y la actuación de Martha
Jiménez Oropesa, Aurorita Basnuevo, Armando Soler...». Otros
nombres de la lista han ido desapareciendo con el tiempo. En treinta
y seis años al aire, «Alegrías de sobremesa» ha atestiguado lo
mismo risas desbordadas que dolorosos vacíos, como los que pro-
vocaran la muerte de Idalberto Delgado y, más recientemente, la
del actor Antonio Hernández, que por tantos años interpretara el
personaje de Sarría.
Pero Alberto Luberta no se da por vencido. Y no es que continuar
escribiendo constituya un capricho al que se aferre –por el contrario,
más de una vez ha propuesto abrir su espacio a nuevas generacio-
nes de guionistas–, sino porque al final acaba cediendo ante quie-
nes le aseguran que sin él ya no habría «Alegrías de sobremesa», o
que la gente al menos no las recibiría igual. De modo que ahí sigue,
inventándoles situaciones humorísticas a los protagonistas del legen-
dario programa radial y dejando tiempo todavía para hablar de la
historia del medio al que ha consagrado su vida, en un diálogo tan
familiar como el que me ofreció, antesala de otro, con grabadora
apagada, que iniciamos luego de la mejor propuesta que pueda
concebirse para los mediodías del trópico: «¿Quieres una
cervecita?...».

–Cuando yo entré en CMQ en 1947, se estaba produciendo una


tremenda evolución en la radio. Todavía los artistas ganaban suel-
dos de miseria, pero eso empezó a cambiar a partir de la compe-
144 Raúl Garcés

tencia con la RHC Cadena Azul. Su dueño, Amado Trinidad, no era


tan conservador como Goar Mestre, y decidió llevarse con él a pri-
meras figuras de CMQ pagándoles sueldos de 2 000 pesos, cuan-
do del otro lado ganaban trescientos y pico.
Lo que ganaron los actores después se lo debieron a Amado
Trinidad y Velazco, que empezó a poner esos sueldos astronómicos.
En Cuba se conoce bien que, en medio de «El derecho de nacer»,
el actor José Goula, de CMQ, estimó que no era suficiente lo que
le pagaban y exigió a Mestre un aumento. Como se lo negaron,
Félix B. Caignet tuvo que enmudecerlo en la novela para que no
actuara. Le inventó un problema en la garganta y mantuvo al pú-
blico intrigado hasta que se arregló la cosa.
Sin embargo, el esplendor de Cadena Azul no duraría mucho,
porque era campeona de la desorganización. Amado Trinidad ha-
cía mucha publicidad, pero dejaba la emisora en manos de gente
que eran unos gánsteres. Me hacían los cuentos de que, por ejem-
plo, amarraban una soga a una máquina de escribir, la bajaban
por la ventana del edificio y luego la vendían. En Cadena Azul se
hacían horrores.
Cuando Mestre vio que el negocio del guajiro Trinidad empezó
a flaquear y mostraba síntomas de quiebra, le dio el puntillazo, y
trajo de nuevo a toda su gente, aunque ya con los salarios fabulo-
sos de 2 000 pesos al mes. Los mejores artistas volvieron para
CMQ y su programación no tuvo rival. Radio Progreso empezó a
levantar con su onda de la alegría. Unión Radio era una emisorita
que también se oía, pero ninguna fue sombra para CMQ.
–Las encuestas de la época lo confirman…
–La gente mencionaba constantemente a la emisora en esas en-
cuestas. Una agencia de publicidad se encargaba de hacerlas al
menos una vez al año en La Habana, casa por casa.
–Pero he leído también que las publicitarias manipulaban los re-
sultados, favoreciendo los programas que más les convenían.
–Si los manipulaban era arriba, porque nosotros recogíamos lo
que decía la gente y todo el mundo sabía lo que más gustaba. Yo
participé en algunos sondeos y me pagaban por eso. Preguntába-
Hablan los protagonistas 145

mos cuáles eran los espacios más escuchados, cuántas personas


oían la radio, cuántos radios había en la casa.
–Pero, ¿no cree que de alguna forma los anunciantes imponían
condicionamientos en la programación?
–Claro que ellos fijaban sus intereses. Por ejemplo, yo tenía un
programa que vendieron al Ron Pinilla. Su representante venía a
verme, me explicaba qué querían recalcar exactamente y yo me
ocupaba de construir el texto. Obviamente lo que se decía respon-
día a los intereses de Mestre, que eran los intereses del capital.
–¿Recuerda alguna anécdota que ilustre el impacto de la radio
en la época?
–Supongo que el ejemplo más conocido sea «El derecho de
nacer». Los cines tenían que transmitir la novela antes de que co-
menzara la función. La gente pagaba, la oía y después veía la
película. Los dueños tuvieron que apelar a ese recurso porque, si
no, a las ocho de la noche el cine se les quedaba vacío. Ese fue el
boom de la audiencia con ochenta y pico de puntos.
Pero había otros muchos programas: «La tremenda corte»,
«Tamakún», «Las aventuras de Leonardo Moncada»... Es que para
la gente no había otra cosa que la radio. Y eso que no había
radios. Costaban ciento y pico de pesos, y en muchas casas no
había ese dinero para comprarlos. Entonces familias enteras ve-
nían de visita por la noche y se ponían a escuchar en la sala del
hogar los programas, o las amas de casa se pasaban el día oyen-
do radionovelas.
Hoy la vida en Cuba ha cambiado. La mujer trabaja, se vive muy
agitadamente. Hay quien tiene un radio en la casa y nada más lo
pone por la noche o para escuchar la hora en Radio Reloj. Antes la
radio era el refugio, desde por la mañana hasta que terminaban las
transmisiones.
–Le propongo mencionar algunos programas y que usted intente
descifrarme las razones de su éxito: «Chicharito y Sopeira»...
–¡Imagínate! Era un programa diario de actualidad. Se hacía por
la mañana y salía al aire a la una de la tarde. Garrido y Piñero
146 Raúl Garcés

representaban al Negrito y al Gallego. Recuerdo momentos can-


dentes de la pelota en que había gran rivalidad entre los equipos
de Habana y Almendares, y se armaban tremendas broncas en-
tre el Gallego que le iba al Habana y el Negrito que era almen-
darista.
Tocaban también problemas de política. Eran amigos de los al-
caldes y los relajeaban. A Justo Luis del Pozo le decían horrores
porque era un alcalde muy feo. Dicen que él se reía de eso.
–...«Mejor que me calle».
–Me acuerdo del versito: «Mejor que me calle, que no diga nada...».
Doña Rita Montaner recreaba el suceso del día, trataba problemas
políticos y dejaba siempre una reflexión inconclusa. Si alguien se
moría de hambre o se suicidaba porque no podía pagar una deuda,
ella dejaba caer que se debía a problemas «de arriba».
–¿Y no se metía en líos por eso?
–Claro que sí, pero de todas formas ella era Rita. No la podían
tocar porque era una figura internacional.
–Tengo entendido que había una fuerte censura sobre los libretos.
– Se creó una Comisión de Ética que revisaba cuanto se iba a
decir y cada emisora tenía, además, un censor. El nuestro se lla-
maba Omar Díaz Salineros, un hombre que leía los libretos del día
y tachaba todo lo que le oliera a vulgar, o a doble sentido, o que
perjudicara determinados intereses políticos. Ocurrían unas bron-
cas tremendas porque a veces se tachaban cosas que le quitaban
al texto su sentido de picaresca.
–Le menciono otros programas: «La corte suprema del arte»...
–En el cuarenta y tanto la revivieron en CMQ-Radiocentro. Salió
también alguna gente importante como Mario Limonta y Aurora
Basnuevo; pero no tuvo el mismo impacto que la que conducía a
fines de la década del treinta y principios de la del cuarenta José
Antonio Alonso. No obstante, algunos seguían yendo a cantar y
pagaban un dineral para que los aplaudieran. Había un tal Lejarde,
de la empresa telefónica, que lo que se gastaba era tremendo
Hablan los protagonistas 147

cada vez que iba allí con la novia a cantar. Me daba a mí y a los
demás veinticinco centavos por aplaudir.
–...«El derecho de nacer», si es que queda algo por decir.
–Yo copié todos los libretos. Ganaba 120 pesos en aquel mo-
mento, que era un buen salario. Había empezado antes con 70
pesos cuando tenía quince años. Inmediatamente después que
pasamos para Radiocentro el 12 de marzo, me aumentaron a 100,
y me pusieron determinadas exigencias. Tenía que llevar corbatica,
manguita larga. No era como en Monte y Prado, donde hacía un
calor tremendo y la gente trabajaba en camiseta. Me acuerdo que
los locutores de CMBF trabajaban en calzoncillo y camiseta en una
cabinita que no tenía aire acondicionado.
Vino entonces el auge de «El derecho de nacer», y Félix B. Caignet
empezó a decir que tenía que pensar bien para mantener la novela
en el aire. Entonces mandaba dos páginas a las dos de la tarde,
tres paginitas más a las cinco y a veces eran las siete de la noche y
no había llegado el final del capítulo, saliendo la novela a las ocho.
Recuerdo que los actores tomaban rápido las páginas y corrían para
los ensayos.
Le di las quejas a Omar Vaillán, que era jefe del Departamento
de Programas en aquel momento. «Mira chico –le dije–, estoy sa-
liendo de aquí todos los días a las ocho de la noche y yo termino a
las seis». «Coño, Luberta, pero eso tiene tremendo rating», me res-
pondió él. Hasta que un día decidí irme pa’l carajo si el libreto no
estaba completo a las seis de la tarde.
Llegó la hora y faltaban tres páginas para el final, así que me
fui, porque en definitiva B. Caignet ganaba un carajal de pesos y a
mí me explotaban pagándome cien. Cuando llegué a mi casa no
le dije nada a mi madre, ni a mi padre que me habría matado a
palos.
Al otro día regresé al trabajo con la convicción de que me iban
a botar. Me llamó Omar Vaillán a su oficina y lo que me descargó
fue mucho; pero terminó prometiéndome que ganaría en lo ade-
lante 120 pesos. Me subieron 20 pesos y tuve que seguirme que-
dando hasta las ocho mientras duró la novela. Con el tiempo, Félix
B. Caignet compró un ditto y alquiló un mecanógrafo para que le
148 Raúl Garcés

copiara los libretos. El muy cabrón empezó a tirar en ditto las copias
que quería, con tal de no utilizarnos más.
–¿Recuerda alguna novela que se haya acercado al éxito de «El dere-
cho de nacer»?
–Aunque no tuvo el mismo impacto, sí recuerdo la repercusión de
«El secreto de Sotomayor», que escribiera Fidel Escandón. Eso tiene
una historia tremenda. Un día llegó a la emisora una mujer muy
olorosa, con aire de condesa, proponiendo la sinopsis de una nove-
la que prometía escribir ella misma en capítulos de una hora de
duración. Se le aceptó la idea, pero la mujer no pudo con aquello.
En los primeros tres capítulos ya lo había dicho todo y no duraban ni
ocho minutos cada uno. Entonces Mestre le da la tarea de continuar-
la a Fidel Escandón.
Nosotros nos reíamos porque el pobre hombre, que trabajaba
en la empresa eléctrica de cajero, tenía que llegar después a su
casa y sentarse frente a la máquina de escribir a llenar 30 páginas,
armando diálogos más o menos así:
–Marianita.
–¿Qué abuelo?
–Quiero hablar contigo.
–¿Cuándo?
–Cuando tú desees.
–¿Ahora?
–No sé si se pueda ahora.
–Dime entonces.
–Espera un momento.
Intervenía entonces el narrador: «Él mira hacia un lado y hacia
otro, hasta que decide volver a preguntar».
–¿Podríamos hablar ahora?
–Sí, abuelo.
–Pero no aquí.
–¿Dónde abuelo?
–Caminemos.
Y aquello tuvo un éxito tremendo.
Recuerdo otra novela más cruda, que narraba los horrores de
la guerra cuando los alemanes ocuparon Italia. Se hizo un tipo de
Hablan los protagonistas 149

propaganda que no se había hecho nunca en Cuba. Tanto a mí, que


era el jefe de la sección de copias, como a los ocho copistas que
trabajaban conmigo, nos mandaban a comunicarnos con números
telefónicos que tomábamos de la guía para preguntar: «¿Usted ha
escuchado “La hora 25”? Óigala». Eso lo inventó Rigoberto Rodríguez
Pérez, entonces a cargo del Departamento del Servicio Internacional
de Grabaciones de Audio (SIGA), y que, cuando la intervención de
CMQ, dio la mala a Mestre llevándose con él muchas de esas gra-
baciones fuera del país.
–¿Cuándo Alberto Luberta dejó de ser quien copiaba los libretos
para convertirse en quien los escribía realmente?
–Después que entré a Radiocentro empecé a hacer varios pro-
gramas, como uno que se llamaba «El alma de las cosas». Recuerdo
todavía lo que decía al comienzo: «Las cosas tienen alma, cuando
nos cansamos de usarlas van al rastro del olvido y guardan nuestros
más íntimos secretos, porque son testigos de nuestros momentos
íntimos». Y así presentaba, por ejemplo, la historia de un botón.
Pero yo le conocía el estilo a todo el mundo. Una vez Félix Pita
Rodríguez, que escribía un espacio sobre la historia de los santos,
se enfermó y me pidió que escribiera en torno a san Francisco de
Asís. Yo no sabía cómo continuaba aquello, y estuve una semana
dándole vueltas al guión sin que pasara nada; pero pude al me-
nos mantener el programa al aire. Así me sucedió con Mercedes
Antón y con otros escritores que fueron confiando en mí para
sustituirlos.
–A su juicio, ¿tiene alguna deuda la radio actual con la que se
hacía en aquellos años?
–Creo que hemos perdido en lo artístico. Antes había muy bue-
nos realizadores, directores de programas y guionistas. El hecho
de que todo se hiciera en vivo, sin cortes, obligaba a prepararse
para hacer las cosas de una vez, porque de lo contrario lo más
probable es que no trabajaras más.
–¿Y cómo ve los programas de humor? Se lo pregunto porque
algunos aseguran que el humor está hoy cada vez más en la calle,
pero cada vez menos en los medios de comunicación...
150 Raúl Garcés

–Cuando pasas revista a las radios provinciales te encuentras


programas de crítica, algunos más graciosos que otros, pero en
general bastante parecidos. Creo que nuestros guionistas no aca-
ban de darse cuenta de que los programas humorísticos exitosos
han sido tradicionalmente costumbristas. En la radio, «Chicharito y
Sopeira» o «La tremenda corte». En la televisión, «Casos y cosas de
casa», «Detrás de la fachada», «San Nicolás del Peladero»... El
costumbrismo te da un margen para hacer sátira, crítica, humor
negro. El simple chiste es un pellizquito del que no se acuerda la
mayoría de la gente al cabo de cinco minutos. Y me parece que
hoy tenemos bastantes pellizquitos en nuestros medios.
Héctor de Soto

Radio Reloj: el minutero de la historia

Héctor de Soto asegura que ha tenido varios privilegios en su tra-


yectoria como locutor: fundar Radio Reloj en 1947, informar minu-
to a minuto sobre sucesos de indiscutible trascendencia –desde el
enfrentamiento de bandas gansteriles en la calle Orfila hasta el
zarpazo batistiano de marzo de 1952–, o estrenar las transmisio-
nes de Radiocentro, incluso antes de que Goar Mestre diera a su
famoso imperio comunicativo la bendición oficial.
Pero claro que ninguno de esos hechos ha marcado tanto su
vida como lo ocurrido el 13 de marzo de 1957. Casi medio siglo
después resuena todavía en sus oídos el rafagazo emitido por José
Antonio Echeverría, junto al eco de sus propias palabras: «Radio
Reloj reportando. Hace breves minutos un nutrido grupo de civiles
abrió fuego contra el Palacio Presidencial...». La historia ya se co-
noce, sin embargo, dudo que alguien pueda conversar con Héctor
de Soto por primera vez sin indagar sobre aquellas trascendentales
horas en el acontecer político cubano. Él lo comprende y me ahorra
algunas preguntas.

–José Antonio no se sentó dentro de la cabina ni cogió el micrófo-


no, sino que habló siempre por detrás de mí. Él entró a Radio Reloj y
en ningún momento hizo un gesto que pudiera atemorizarnos. Fíjate
qué gran contraste. En una situación en la que estaba en juego la vida
que perdería minutos después, él mantenía una forma suave, de com-
pañero. Era un caballero en toda la extensión de la palabra.
–Mestre dijo más tarde que la transmisión se había cortado por
problemas técnicos.
152 Raúl Garcés

–Eso es mentira. La emisora trabajaba normalmente y los nive-


les de modulación de las voces eran también normales. La señal se
cortó desde Arroyo Arenas, donde estaban los equipos transmiso-
res de CMQ. Allí el operador debió haber pensado inicialmente
que se trataba de un hecho normal –las noticias de los asaltantes
estaban tan bien redactadas que se confundían con las nuestras–;
pero cuando habló José Antonio se percató del asalto y cortó la
señal.
–¿Por qué es usted y no Floreal Chomón quien da la noticia?
–En ese momento él leía las cuñas comerciales, pero pudo haberle
correspondido perfectamente. Fue casual que me tocara a mí.
–Tengo entendido que fue casual también que se vinculara a Ra-
dio Reloj desde sus inicios. ¿Cómo surge la idea de fundar la emiso-
ra?
–Radio Reloj se inspira en la XEQK, una emisora que estaba en
la calle Reviegigedo esquina a Dolores, en Ciudad de México, que
daba la hora militar e introducía después una serie de cartuchos
con anuncios comerciales. Gaspar Pumarejo, entonces director
artístico de la CMQ, oyó la estación, le interesó y le dio la idea a
Mestre.
Yo vivía en México en la calle Reviegigedo, cerca de la QK, pero
en 1947 vine a Cuba para que naciera Zoraida Soto, una hija mía
que es hoy musicalizadora del ICRT. Un día pasé por CMQ para
saludar a mi amigo, el locutor Modesto Vázquez, quien durante la
conversación me preguntó si yo conocía la QK. Cuando le respondí
afirmativamente me dio la espalda de sopetón y regresó al cabo de
varios minutos con un señor alto, elegante, que empezó a indagar
por el tiempo de transmisión de la planta y cualquier otro detalle que
yo conociera.
El señor era Goar Mestre y venía acompañado del administra-
dor general de CMQ, Omar Vaillán, quien me invitó a aceptar un
contrato de trabajo como parte del equipo de locutores de una
emisora que estaba por nacer. En ese interín llegó también el fa-
moso compositor y pianista Orlando de la Rosa, junto a un locutor,
exiliado dominicano, que se llamaba Julián Espinal. El 15 de junio
Hablan los protagonistas 153

de 1947, alrededor de las once de la mañana, Espinal y yo firma-


mos el contrato para formar parte de los locutores de Radio Reloj y
de la antigua CMQ. Fuimos seis los que integramos el primer staff:
Reinerio Flores, Julián M. Espinal, Eduardo Tristá, Ramón Irigoyen,
Félix Travieso y yo.
–¿Cuándo sale al aire exactamente la primera emisión?
–A las seis de la mañana del 1 de julio de 1947, desde un lugar
muy incómodo: una caseta por donde pasaba el tubo del aire
acondicionado, en la azotea de la CMQ de Monte y Prado. La
mesa de los locutores estaba sobre ese tubo y teníamos que traba-
jar en paños menores para poder sobrellevar aquel infierno de
calor.
Recuerdo que me dieron 10 pesos para que comprara en Águi-
la y San José una campanita con un xilófono que daría la hora en
punto. Pusieron un micrófono y un metrónomo a 60 ciclos para
que sonara como si fuera un reloj. Así comenzamos, desde las seis
de la mañana hasta las doce de la noche en turnos rotativos de
dos horas.
Radio Metropolitana, que en ese momento estaba fuera del aire,
fue la emisora que nos sirvió de transmisor. El equipo se alquiló o
se compró a fin de que saliéramos con 500 W de potencia. Nos
oíamos sólo en una parte de La Habana, teniendo como plazo un
año para demostrar que el público habanero estaba interesado en
escuchar noticias y al mismo tiempo la hora. Hasta entonces –cosas
irónicas que se dicen y no se creen– la única entidad autorizada en
Cuba a dar la hora era la Cuban Telephone Company. Tú llama-
bas allí y te la decían; pero para nosotros hacer lo mismo debía-
mos demostrar que podíamos mantenernos transmitiendo con ese
propósito.
Y no hizo falta el año. El 15 de septiembre de 1947, pasadas
las dos de la tarde, nos consolidamos.
–Por la cobertura de los famosos sucesos de la calle Orfila, su-
pongo.
–Exacto. Había un vendedor en CMQ de nombre Walterio Voigt
que vivía frente por frente al lugar donde se estaban produciendo
154 Raúl Garcés

los hechos. Él llama por teléfono al periodista Jorge Bourbaki y le


cuenta sobre el tiroteo que había. Bourbaki pide a Voigt que le
narre todo por teléfono, mientras él iba redactando las noticias y
pasándoselas a Roberto López, quien era en aquel momento lo
que llamábamos la liebre, el individuo que llevaba y traía los pa-
peles, convertido después en jefe de Información del Noticiero CMQ
Televisión. Eduardo Tristá y yo estábamos en ese momento en la cabi-
na y empezamos a darle minuto a minuto al pueblo de La Habana los
hechos del reparto Benítez.
Me parece estar viendo todavía a Goar Mestre en el momento
que entró a la cabina, como a las seis de la tarde, después que
terminó todo, y dijo: «¡Nos consolidamos!». De ahí surgió la idea
de llevar las transmisiones de Radio Reloj a veinticuatro horas, cosa
que no se produjo hasta 1950.
–¿Recuerda algún recurso que se pusiera en práctica para acen-
tuar al aire la sensación de inmediatez?
–Jorge Bourbaki creó varias frases: «Radio Reloj reportando»,
«La noticia en acción», y más adelante «El abuelo Reloj dice». To-
das fueron inventadas con el propósito de darle más agilidad a lo
que se informaba, que no fuera monótono. Lo de Orfila fue real-
mente sensacional.
–¿Qué valoración tiene usted de la figura de Goar Mestre?
–Era un individuo muy inteligente, con una visión incalculable.
Llegaba a un lugar e inmediatamente diagnosticaba los defectos y
las virtudes. Creo que en aquel momento sus conocimientos le
hicieron convertirse en el monopolista más grande que ha tenido
Latinoamérica en cuanto a la radio y la televisión.
–Lo de monopolista le venía de familia...
–Su padre era el dueño de una cadena de farmacias en Santia-
go de Cuba llamada La Cosmopolita, y de ahí le venía al galgo ser
rabilargo. Nació y murió rico. Tanto que lo nacionalizaron cuando
triunfó la revolución, le pasó lo mismo en Argentina, y a pesar de
todo murió millonario.
Hablan los protagonistas 155

–Cuénteme de la estructura de Radio Reloj. ¿Contaba con perio-


distas dentro de su plantilla?
–El único periodista que tenía Radio Reloj era Jorge Bourbaki.
CMQ contaba con una serie de corresponsales voluntarios que
llamaban desde cualquier provincia y hablaban con un individuo
de nombre Baldomero González. Este escribía las noticias que in-
teresaban al noticiero CMQ de las seis de la tarde, y las que no,
iban a la basura.
Entonces Mestre decidió un día –y puedes comprobar aquí su
olfato– que a la hoja de noticias escrita por Baldomero se le pusie-
ra papel carbón y se enviara una copia para Radio Reloj. Así em-
pezamos a nutrirnos de noticias del interior. Después Radio Reloj
fue levantándose, y cuando vinimos para el edificio de Radiocentro,
el 12 de marzo de 1948, ya tenía sus propios periodistas como
Luis Navarro, Sócrates Arteaga y algunos otros.
–¿Qué diferencias había entre aquella cabina en la que empe-
zaron a transmitir y la nueva de Radiocentro?
–En Radiocentro transmitimos primero desde el primer piso, en
un estudio normal, aunque con aire acondicionado y mejores con-
diciones. El día de la inauguración del edificio entró mucho públi-
co, en grupos de 12 a 15 personas, y enseguida preguntaban
dónde estaba Radio Reloj. Aquello le demostró a Mestre que a la
gente le interesaba mucho ver la emisora por dentro, y entonces
ideó hacer un estudio con cristales frente a donde está hoy la bar-
bería, en el pasillo del edificio del ICRT. En setenta horas se fabricó
el estudio. La gente le puso la pecera, porque a través de las pare-
des de cristales podíamos ser vistos los locutores, uno frente al
otro, cómo hablábamos y tocábamos la campana.
–¿Cuál era el salario de un locutor de Radio Reloj?
–Nosotros ganábamos cien pesos. Así estuvimos hasta que fui-
mos reclamando y nos aumentaron a ciento y pico, y finalmente a
trescientos pesos. Pero para ganar eso tuvimos que luchar. No fue
fácil. Hubo que ir a los tribunales y promover una serie de discusio-
nes, hasta que llegó la revolución y nos asignó salarios decorosos.
156 Raúl Garcés

–¿Cuál fue su participación en esas luchas?


–Yo era jefe de locutores y delegado de mis compañeros. Así que
de algún modo encabezaba las demandas contra los dueños por
bajos salarios, y hasta ciertas huelguitas.
–¿Y no recibía represalias de Mestre por eso?
–Con él no teníamos contacto directamente; pero sí había repre-
salias en los contratos, que empezaron a ser cada vez más leoninos.
Al principio eran por un año, y cuando empezamos a ganar un poco
más, nos los hacían por seis meses y luego los ratificaban o no como
para tenernos siempre amarrados y viviendo la incertidumbre del
despido. Aunque aquí no se estilaba botar a nadie, tú te ibas cuan-
do sabías positivamente que te iban a botar.
–Quisiera hablar ahora de la publicidad en la emisora. ¿Cuánta
fuerza cobraron en esta época los anunciantes?
–Cuando comprendieron que Radio Reloj se oía, entendieron
también que sus productos podían venderse a través de nosotros, y
empezaron a proponer anuncios de diez segundos, en lugar de los
de cinco que habían existido hasta ese momento. Entonces se pro-
dujo una competencia muy simpática entre jaboneros, arroceros,
cigarreros y funerarios, que fueron los que perdieron, no porque
murieran, sino porque sus anuncios se transmitían menos.
Decían, por ejemplo: «Nota de dolor: en la funeraria tal está
tendido fulano de tal, padre amantísimo»..., y seguían por ese
camino haciendo una apología del muerto; pero cuando termi-
naba de darse la noticia luctuosa otro locutor anunciaba la cer-
veza tal o el cigarro más cual, y eso choteaba lo que se había
dicho antes.
En general, los anunciantes hicieron entrar una cantidad arro-
lladora de dinero, que contribuyó a pagar los primeros programas
de televisión transmitidos por CMQ. Desde Radio Reloj absorbi-
mos el pago de muchos de esos espacios, gracias a grandes colas
de anunciantes de los más diversos productos –desde un análgesico
hasta una marca de ron–, que competían de forma desesperada
por aparecer en la emisora.
Hablan los protagonistas 157

–Usted transmitió desde Radiocentro cuando todavía el edificio


estaba en construcción, pero no precisamente como locutor de Ra-
dio Reloj.
–Esa es otra historia. Cuando Mestre compra la CMBF en febre-
ro de 1948, la emisora llevaba seis meses fuera del aire, y el minis-
tro de Comunicaciones amenazaba con quitarle la frecuencia si no
se transmitía en vivo inminentemente. Entonces Manuel Villar y yo,
junto a Mayito Cambó y al pianista Rolando Mauriset, empezamos a
presentar la programación desde los pasillos de CMQ, saltando de
un lado para otro con un micrófono 44 y un cable larguísimo, entre
constructores que echaban los pisos y levantaban las paredes. Nos
mandaban a corrernos, a quitarnos del medio; pero en definitva
pudimos poner la señal en el éter. Después entraron el trío Servando
Díaz, Orlando de la Rosa con su piano, las Hermanas Márquez y
otras figuras.
Luego de que se inauguró Radiocentro, la CMBF transmitió desde
una cabinita pequeña, con una programación grabada que final-
mente aprobó el ministro de Comunicaciones.
–¿Qué interés podía tener Mestre, tan consagrado a la radio
comercial, en fundar una emisora destinada a la música culta?
–Dice el refrán que entre col y col va una lechuga. Es cierto que
la CMBF difundía música clásica y sinfónica, pero entre número y
número decía: «Fume, tome, compre y venda». Y eso es lo que
interesaba. Mestre intentaba acaparar todos los gustos: la CMBF
para los más cultos, y Reloj y CMQ para una audiencia más
heterogénea.
–Hablemos de otra emisora en la que usted trabajó y que logra-
ra gran impacto a pesar de estar ajena al monopolio: la Mil Diez
–Surge del Partido Socialista Popular. Al principio era CMX Ra-
dio Lavín; pero después el PSP entró en negocio con los hermanos
Lavín para comprar la emisora que había pertenecido a su padre.
El partido, que no tenía fondos para adquirirla, lanzó la idea de
recaudar dinero entre la gente. Hubo quien dio una peseta o un
peso; hubo quien vendió cosas para contribuir. El caso es que Mil
Diez fue literalmente una emisora del pueblo porque fue el pueblo
158 Raúl Garcés

quien la compró. Mientras CMQ o RHC Cadena Azul eran estacio-


nes estrictamente comerciales, la Mil Diez se convirtió en una radio
verdaderamente educacional y culta.
–¿Y llegó a conquistar tanto arraigo entre la gente?
–¡Por favor! La Mil Diez fue una emisora con un prestigio extraor-
dinario y una gran calidad en su programación. Yo te diría que sentó
cátedra, que fue la emisora que echó las raíces de la cultura en la
radiodifusión. Pasaron por ella personalidades como Adolfo Guzmán,
Enrique González Mántici y muchos otros.
–Pero tengo la impresión de que su clausura no levantó el revuelo
que merecía.
–La gente sí protestó, aunque cuando protestabas ibas preso in-
mediatamente. Puedo decir que el cierre de la Mil Diez repercutió
incluso más allá de Cuba. Su noticiero tenía gran prestigio, con vo-
ces muy buenas como las de Ibrahim Urbino, Ramiro Obrador, Ramiro
Hernández Pérez, Mario Viera, todos extraordinarios en ese mo-
mento.
–Hablando de locutores, le menciono algunos y quisiera que us-
ted me comentara su significación en la radiodifusión nacional. El
propio Ibrahim Urbino.
–Tal vez el más popular de esa época. Una voz dulce, fuerte,
segura, con una rapidez en la expresión y tal calidad, que diría que
sentó las bases de una locución nueva, mucho más profesional.
–Xiomara Fernández...
–Está tan bella ahora como cuando hacía «La corte suprema del
arte». Fue la primera voz femenina que hizo pareja con locutores;
con Eusebio Valls y José Alberto Íñiguez, por ejemplo, hizo «De fiesta
con Bacardí». Era extraordinaria también como recitadora, como
actriz y como cantante.
–...Modesto Vázquez.
–También excelente. Le agradezco el haberme traído a la radio
de La Habana y el haberme introducido en la radio de Cienfuegos,
donde comencé el 15 de abril de 1938.
Hablan los protagonistas 159

–¿Se aventuraría a dar su apreciación en torno a la calidad de la


locución actual?
–Hay voces muy buenas, que en cierto modo han sustituido a
las voces legendarias de la radio cubana; pero me entristece que
algunos quieran imitar patrones extranjeros y a veces no sepamos
si son en realidad chilenos, mexicanos, guatemaltecos o peruanos.
Esos serán buenos cuando se encuentren a sí mismos.
–¿A qué razones atribuiría el impacto que logró la radio cubana
a finales de la década del cuarenta?
–Primero a que no había televisión. La fuerza de la radio no
tenía competencia, y la gente podía escucharla mientras atendía
sus negocios. Por otro lado, en esta época se hacía muy buena
radio. Cierto que no era el medio culto que tenemos hoy, pero de
todas formas se transmitían, entre tanto comercialismo, valores
culturales y programas que resultaban enriquecedores para la
gente. No por gusto surgió el SIGA, que logró distribuir y vender
con éxito muchos de los programas de la radio cubana por toda Lati-
noamérica.
–¿Hay algo que eche de menos particularmente relacionado con
su paso por la radio?
–Todo. Fíjate si la extraño que no la puedo abandonar, es mi
propia sangre. A cada rato siento la necesidad de venir por aquí y
colaborar con gente como tú.
Elvira Cervera

Todavía me ocurren cosas insólitas

Cuando llegó a la radio, todavía no se respiraban siquiera los


aires progresistas que trajo a Cuba la Constitución de 1940. Si
pertenecer al sexo femenino representaba ya una condena a la
hora de acceder al mercado laboral, ser, además, mujer negra,
anulaba prácticamente cualquier intento de abrirse paso en la so-
ciedad cubana de entonces.
Elvira Cervera lo sufrió en carne propia desde muy temprano.
Finalizando la década del treinta, debía evaluarse como profesio-
nal junto a varios artistas aficionados de la emisora El Progreso
Cubano, pero quedó excluida del grupo sin explicación alguna.
Fue su primera evidencia de que, en lo adelante, convertirse en
actriz le exigiría multiplicar voluntad y perseverancia.
Tal vez por eso, más de sesenta años después, la mujer que me
encuentro exhibe un carácter fuerte y rebelde, junto a un muy arrai-
gado sentido de la justicia. Por un lado, se muestra implacable lo
mismo contra las groseras manifestaciones discriminatorias de an-
taño, que contra los prejuicios raciales expresados hoy más sutil-
mente. Por otro, guarda una conmovedora candidez para las per-
sonas, los hechos y las vivencias que han hecho de ella, a lo largo
de su vida, un mejor ser humano.

–En 1938 no existía todavía la comercialización en la radio.


Todo era muy artesanal. Enriqueta Sierra contaba la anécdota de
alguien que pagaba por un espacio, a quien se le había muerto la
esposa y por estar de luto quería que le quitaran el programa del
aire. Esa persona consideraba que era una afrenta estar pagando
un programa en medio de su tristeza.
Hablan los protagonistas 161

Mis inicios fueron en El Progreso Cubano –actualmente Radio


Progreso–, que era entonces un cuchitril. En la parte de arriba del
edificio estaba la emisora, y abajo vendían bombillas y artefactos
eléctricos. Un día a los hermanos Martínez Casado se les ocurrió
promover un concurso para buscar talentos jóvenes y cubanos que
se incorporaran a la radio. Hasta entonces muchos de los trabaja-
dores del medio procedían del teatro y eran extranjeros. Cuba te-
nía mucho movimiento teatral y constituía una plaza magnífica para
los artistas foráneos.
–Y usted se presentó en ese concurso.
–Mi casa era muy pobre, pero con un pizarrón grandísimo donde
mi papá, que era albañil, llegaba y nos orientaba lo que debíamos
estudiar. Cuando se enteró de que yo quería ser actriz le entró por
un oído y le salió por el otro, no porque se opusiera, sino porque
tanto a mi mamá como a él lo que les interesaba era verme estudiar
otra carrera. De tres hermanas, mi papá nos hizo a dos doctoras en
Pedagogía, y la otra se graduó de médico.
Así que yo fui solita a Radio Progreso, aunque tuve la suerte de
encontrarme a un joven conocido, Barbarito Diez, quien, al verme
allí, me tomó de la mano y me llevó ante Luis Martínez Casado.
Me dieron un papel dentro de la obra «El arca encantada». Competí
y gané.
–Una vez que empezó a trabajar, ¿qué salario le ofrecieron?
–Ninguno. Todo era muy incipiente; pero los vendedores sabían
que si los anunciaban por radio podían vender más. Entonces te
regalaban una tremenda cantidad de cosas, al punto que alguien
de mi casa debía acompañarme para cargar los regalos que me
ganaba.
No era un trabajo regular, pero con cierta frecuencia me llama-
ban. Cuando me daban la oportunidad de trabajar no cobraba,
pero tenía el privilegio de compartir con grandes actores de la
época. Por ese tamiz se diagnosticaba quiénes eran los que servían
y algunos pasaban a ser profesionales.
–Supongo que con el tiempo esa improvisación fue cediendo a
los imperativos de una industria más consolidada.
162 Raúl Garcés

–Al principio la programación de Radio Progreso era solamente


musical. Luego iniciamos los programas hablados con «Actualidad
mundial», un espacio que dramatizaba hechos noticiosos. Cuando
iba a estrenarse la primera radionovela de la emisora, me selec-
cionaron para protagonizarla junto a Guillermo de Cun. El espa-
cio se llamaba «Esta es tu vida», y presentaba historias de mujeres
contadas por la escritora Inés Rodena. Una planta que siempre
había estado en tercer y cuarto lugar se pegó en el techo con
altísimos índices de audiencia. Entonces alguien decidió sustituir-
nos en nuestros protagónicos por Raquel Revuelta y Manolo Coego.
–¿Se molestó por eso?
–No con Raquel y Manolo, excelentes personas y en definitiva
actores asalariados igual que yo, pero sí con el sistema de trabajo,
en el que se diseñaban y vendían los programas de acuerdo con
los ratings.
–¿Alcanzó Radio Progreso una relación tan sofisticada con los
anunciantes como la que tenía CMQ?
–Tal vez no haya llegado a tanta complejidad, aunque no po-
dría decirte con exactitud porque en realidad nada de eso me im-
portaba. Yo sé que Crusellas se interesó por la novela de Inés
Rodena, y que Sabatés se estaba interesando por otras series. Ha-
bía gran competencia entre las dos compañías jaboneras, y en
general entre todos los publicitarios, a quienes llamábamos el trust
del cerebro. Siempre estaban buscando la forma de ganar más
dinero.
–Hablemos también de su paso por Mil Diez. ¿Qué significación
tuvo esa emisora para la radiodifusión nacional?
–Muchos de los artistas que valían en este país pasaron por Mil
Diez. Fue un lugar realmente encantador y una enseñanza tremen-
da para todos. Me relacioné con gente a la que nunca habría
podido conocer de no haber trabajado allí.
–¿Por ejemplo?
–Enrique González Mántici, Adolfo Guzmán, Pepe Tabío, Paco
Alfonso y otros muchos. El otro día supe que Asseneh Rodríguez,
Hablan los protagonistas 163

de niña, había intervenido también en algunas producciones infanti-


les.
–¿Cómo es posible que figuras tan notables se vincularan a la
planta, a pesar de sus pocos atractivos económicos?
–Mil Diez era un timbre de gloria aunque no pagara mucho
dinero. No era una emisora grande ni poderosa –pertenecía a los
comunistas, y los patrocinadores no querían meterse en nada de
política–, pero había un sacrificio real de mucha gente por sacarla
al aire. Algunos senadores y representantes daban dinero; sin em-
bargo, sobre todo personas del pueblo contribuían con un fervor
tremendo.
Hasta el aire que se respiraba allí favorecía la creación de cul-
tura. Una estaba sentada sin hacer nada y escuchaba desde el
estudio la voz de Blas Roca, de Carlos Rafael Rodríguez, de Lázaro
Peña o de Salvador García Agüero impartiendo verdaderas clases
magistrales.
–Entre todas las figuras que conoció, ¿con quiénes logró relacio-
narse más?
–De Félix Pita Rodríguez, por ejemplo, guardo impresiones muy
agradables. Lo recuerdo comentando las opiniones controvertidas
que generaban las obras de Picasso o calificándose a sí mismo
como un bolchevique sin partido. Cuando empezaba a hablar, yo
me callaba porque era maravilloso escucharlo.
Una vez fuimos juntos a comer a un restaurante y el barman no
nos atendió bien. Félix le dijo un montón de cosas y, cuando ya nos
íbamos, regresó y lo sorprendió con la estocada final: «Todo esto te
lo he dicho no sólo porque nos trataste mal, sino porque, además,
eres muy feo».
–Nicolás Guillén también colaboraba bastante con la emisora…
–Era un asiduo de Mil Diez, siempre jaranero y al mismo tiempo
profundo. Llegaba haciendo unos chistes tan cultos, que a veces
requerían ser explicados después.
Otro al que recuerdo mucho es a Rubén Calderío, hermano de
Blas Roca, pausado, algo melancólico, pero un conversador ame-
164 Raúl Garcés

no. Salpicaba sus observaciones con expresiones de origen campe-


sino muy simpáticas; sin embargo, le afectaban periódicos ataques
de vagotonía que lo convertían repentinamente en alguien sombrío y
monosilábico al hablar, aunque pasada la crisis volvía a ser el mis-
mo conversador de siempre. Eso lo tengo grabado en mi memoria
porque me resultaba muy curioso.
–Siendo Mil Diez una estación tan reconocida, ¿no cree que su
clausura merecía una reacción más enérgica por parte de la opi-
nión pública?
–Primero sería incorrecto pensar que su audiencia abarcaba
grandes masas. Como emisora del Partido Comunista que era, no
todos se atrevían a apoyarla a cara descubierta debido a que te-
mían posibles represalias.
Déjame aclararte, además, que en el momento de la clausura
de Mil Diez yo no trabajaba ya en la planta. Me habían mandado
como locutora para el programa «La hora del partido», y siendo yo
actriz, entendí que el trabajo de locución limitaba mis posibilida-
des de hacer arte. Fui a ver entonces a Jesús Menéndez –a quien
conocía por mi prima Zoila Cervera, que estaba casada con él– y le
dije que me iba de la emisora. Gracias a su ayuda y a la de Lázaro
Peña, empecé a trabajar como maestra en una escuela rural cer-
cana a San José de las Lajas. Estando allí, se produjo el asesinato
de Jesús.
–¿Alguna vivencia en torno a la repercusión del crimen?
–Eso fue tremendo. Yo salí de la escuela y fui para casa de
Zoila, y de allí a la estación terminal a ver llegar el cadáver, que
recibió Juan Marinello. Todo un pueblo se movilizó hacia el capito-
lio, donde lo velamos la noche entera antes de trasladarlo al ce-
menterio a la mañana siguiente.
Luego de aquel hecho, y en medio de las luchas por la elimina-
ción del inciso K, hice un ejercicio de oposición que me permitió
trasladarme a una escuela de Regla. En Radio Progreso iba a co-
menzar la programación hablada y alguien, sabiendo que yo no
trabajaba ya en el campo, me llamó para incorporarme a la emi-
sora.
Hablan los protagonistas 165

–¿Cuánto éxito llegó a alcanzar la planta entre sus oyentes?


–Es cierto que CMQ y RHC Cadena Azul eran las primeras,
pero Radio Progreso logró también mucho auge. A sus dueños les
iba muy bien con el tercer lugar de los ratings, y no se preocupa-
ban por desbancar a las dos emisoras más importantes.
Su programación fue muy popular primero con los musicales, y
luego con los espacios hablados. Recuerdo un programa en el que
había que encontrar al «hombre de la Casa Prado». La emisora
convocaba a la audiencia, por ejemplo, a que lo buscaran en los
alrededores del Parque Central, y allá iba todo el mundo a buscar-
lo con la esperanza de ganar el premio de la tienda patrocinadora,
ubicada precisamente en el Paseo del Prado.
–¿Si le preguntara por el personaje que le trae los mejores re-
cuerdos?
–Casualmente, el otro día pasaba por un parque y alguien me
dijo: «Adiós, Denís». Con mi despiste habitual no imaginé que fue-
ra conmigo, pero me dio por voltear la cabeza y encontré a una
viejecita blanca en canas que me devolvió a la memoria lo que ni
yo misma recordaba: «Usted fue Denís, en “La rata”». Hacía refe-
rencia a un episodio que se escuchó mucho aquí hace más de
cincuenta años. No creo que haya sido mi personaje más significa-
tivo ni mucho menos, pero me demostró que todavía a estas altu-
ras, gracias a la radio, pueden ocurrirme cosas insólitas.
Esther Borja

Por la radio llegó a Lecuona *

Una de las habitaciones de su casa guarda el testimonio de presenta-


ciones suyas en importantes escenarios de Estados Unidos o Argenti-
na, libros repletos de recortes de periódicos con alusiones a su obra,
premios otorgados por las más diversas organizaciones, desde la
estatuilla que le entregara la Asociación de la Crónica Radial Impresa
en 1946 –conservada intacta– hasta un girasol de cristal de la revista
Opina que, paradójicamente, ya perdió sus pétalos.
Más de mil canciones en su repertorio, donde incluyera a composi-
tores como Manuel Corona, Gonzalo Roig, Eusebio Delfín y, por su-
puesto, Ernesto Lecuona, confieren a Esther Borja un puesto prominente
dentro de la historia musical de Cuba. Y, sin lugar a dudas, también
dentro de la historia de las emisoras que difundieron sus obras.
–¿Cómo llegué a la radio? En 1930 me mudé para San Nico-
lás entre San Lázaro y Laguna. Todavía estudiaba magisterio, y ese
año la Escuela Normal había sido cerrada por la huelga contra
Machado, en la que participamos los miembros del Directorio Estu-
diantil. Dio la casualidad que en los altos de mi nueva casa vivía
Lavín, el dueño de la emisora del mismo nombre, quien un día me
preguntó si yo era la muchacha que él escuchaba cantar. Yo efec-
tivamente cantaba, pero sólo mientras barría y limpiaba mi casa
para evitar la monotonía de las labores hogareñas.

*
Desde 1936 y durante la década del cuarenta, Esther Borja comparte sus presentaciones
en La Habana con actuaciones en Estados Unidos y Argentina. Aunque la relación que
mantiene con la radio en esta época es intermitente, su testimonio nos ayuda a entender
las diferencias en el desarrollo del medio, entre las etapas que Oscar Luis López definiera
como comercial –década del treinta– y monopolista –las del cuarenta y cincuenta.
Hablan los protagonistas 167

El caso es que él me invitó para que fuera a su emisora y yo acep-


té. Aquello sería muy importante en mi carrera artística, porque me
incorporé a un programa muy popular con la orquesta de Armando
Valdés, que fue la primera en llevar boleros como La rosa de Francia
o Aquellos ojos verdes a ritmo bailable. Allí cantaba también un mula-
to buen mozo llamado Fernando Collazo, que tenía gran aceptación
entre la juventud y sobre todo entre las mujeres. Hay un dato curioso
que da una idea de la situación económica del país: lo que me paga-
ba el dueño de la emisora por transmisión era un peso.
También hice conexión con una señora que tenía una hora de
radio en El Progreso Cubano, que pasaría a ser después Radio Pro-
greso. Como no vivía tan lejos de esa emisora, me iba en tranvía
hasta allá, cantaba y regresaba caminando para ver las vidrieras y
pasear un poco. Luego canté en una estación que quedaba en la
calle Galiano, la CMCA, gracias a que una amiga, Teté Pérez, gran
pianista graduada del conservatorio González Molina, fue nombra-
da como directora artística de la planta. Recuerdo que cuando yo
no tenía nada que hacer me iba para la CMCA y cantaba a cual-
quier hora, lo mismo al mediodía, que en la tarde, que en la noche.
–Pero, ¿no había una programación establecida, con horarios
fijados estrictamente?
–Existían los programas que tenían anunciantes, pero había hora-
rios un poco más libres en que se ponía a gente que empezaba como
yo. Para mí es muy importante esta etapa de comienzos de la década
del treinta porque en la emisora Lavín conocí a Elisa, una de las her-
manas de Ernesto Lecuona. Ella tocaba el piano acompañando a su
esposo, quien era dueño de una sastrería de la calle Galiano llamada
La Sultana. Él anunciaba su sastrería y al mismo tiempo cantaba gratis
en la emisora. Por otro lado, conocí en la CMCA a un joven que
tocaba perfectamente la guitarra, de nombre Juanito Brower. Era el
papá de Leo Brower y a su vez hijo de Ernestina, la otra hermana de
Lecuona. Así que ya tenía por dos vertientes la conexión con una
familia que sería muy importante en mi carrera artística.
–Ellos la introdujeron entonces en la familia Lecuona.
–Tanto Elisa como Juanito me celebraban frecuentemente al
escucharme cantar, y me aseguraban que a Ernestina podía gus-
168 Raúl Garcés

tarle mucho oírme interpretar algunas de sus canciones. Pero pasa-


ba el tiempo y ninguno de los dos se ofrecía para llevarme ante
Ernestina. Entonces un día, de esos arriesgados que vive la juven-
tud, decidí irme a pie desde San Nicolás y San Lázaro hasta Infanta
y Estrella con mi musiquita debajo del brazo, para que Ernestina
me diera su visto bueno. Tuve tanta suerte que mientras estaba
cantándole el repertorio que llevaba, salió desde el interior de la
casa una viejita ciega, que se nos acercaba tanteando el camino,
y preguntó: «Ernestina, ¿quién canta?». «Tía Carmen –respondió
ella–, es una jovencita que vino para que yo la escuche». –«¡Qué
bonito canta! Cuando Ernestico la oiga...».
Y aquello me dio el aliento definitivo. Ernestina componía can-
ciones muy bonitas, le gustó como canté y me regaló un montón
de música de ella y de Lecuona para que yo la interpretara. Me
invitó a «La hora Lecuona» que ella tenía en El Progreso Cubano, y
así me hice amiga de la familia. Creo que me tomaron mucho
cariño.
Prácticamente en el momento en que Lecuona regresó de Espa-
ña me graduaba yo de maestra, cumpliendo un trato que tenía con
mi mamá. Yo quería ser artista y ella me pidió que estudiara antes
una carrera. Ya había obtenido el magisterio cuando me oyó
Lecuona, me elogió y me recomendó que estudiara canto. Antes
había estudiado música porque mi mamá, sabiendo que en reali-
dad ese era el fuerte mío, me había hecho estudiar también en el
Centro Gallego.
–¿Cuánto tardó Lecuona en descubrir a su Damisela Encantadora?
–Al principio hice con él unas presentaciones en radio, más que
todo por ganar los dos o tres pesos que se pagaban en aquel
momento. Luego, en 1934, Lecuona fue a México, y a su regreso
me trajo canciones con versos de Martí que estrenamos en la so-
ciedad del Liceo femenino.
Cuando estaba en Cuba él hacía los conciertos típicos cuba-
nos, donde presentaba siempre nuevos valores e interpretaba su
música y la de otros muchos autores de nuestro país. Fue entonces
que me invitó a cantar en el Teatro Nacional, hoy García Lorca, y
me dijo: «Voy a escribir algo especialmente para usted». Es curioso
Hablan los protagonistas 169

que siempre me tratara de usted, a pesar de que fui la cantante más


joven que debutara con él.
Su propuesta motivó tremenda lucha en mi casa, porque mi
papá pensaba que actuar en teatro era como dar un paso hacia la
perdición. Finalmente conseguí su anuencia y le di mi respuesta
afirmativa al maestro. Álvaro Suárez escribió la letra de la Damise-
la y Lecuona la música.
–¿En qué año la cantó por primera vez?
–En 1935, el 13 de septiembre de 1935.
–Supongo que perdió la cuenta de las veces que ha tenido que
cantarla desde entonces.
–Me ha perseguido toda la vida. En Argentina fue una explo-
sión extraordinaria: surgieron las tiendecitas damisela, los cocteles
damisela, los zapatos damisela... Recuerdo que en uno de mis
viajes allá me estaba esperando una firma con un par de zapatos
azul prusia, otro negro y otro carmelita. Fue una enfermedad o
una epidemia.
–¿Qué piensa de la contribución que hizo la radio en este perío-
do a la difusión de nuestro patrimonio musical?
–Fue una época de resurgimiento de la radio y de los valores de
nuestra música. A fines de la década del treinta y en la década del
cuarenta emergieron muchos compositores de mi generación como
Orlando de la Rosa, Bruno Tarrasa, Bobby Collazo, Mario Fernández
Porta, Julio Gutiérrez. Aunque fueron años en que yo paraba poco
en Cuba, recuerdo en la radio gran diversidad de propuestas:
música clásica en el «Concierto General Electric», un programa
popular como «De fiesta con Bacardí», otro en la Cadena Azul
cuya orquesta la dirigía el maestro Rodrigo Prats, o «Serenata tres
flores», de CMQ, en el que yo participaba.
–¿Y eran bien remunerados los músicos?
–¡Qué va! Salario suculento no había ninguno. Yo estuve con-
tratada por CMQ cuando regresé de uno de mis viajes y a lo sumo
me pagarían 300 o 400 pesos.
170 Raúl Garcés

–Dicen que pasaba lo contrario con las figuras extranjeras, aun-


que su calidad a veces fuera dudosa.
–Eso era un gran negocio. Los patrocinadores las traían y las
presentaban en la radio y luego en teatros como el de Radiocentro,
mientras que los artistas cubanos quedábamos muy mal parados.
Por eso los que teníamos oportunidad de trabajar en el exterior nos
íbamos, y cuando regresábamos tenían que pagarnos al menos un
poquito más de lo acostumbrado.
–¿Había posibilidad de contratos en las emisoras pequeñas?
–Aquí para estar contratado había que trabajar en CMQ o en
RHC Cadena Azul. En otras emisoras lo que hacía mucha gente
era conseguir primero a los anunciantes y luego proponer los pro-
gramas. Yo, por ejemplo, tenía en la CMK «La hora agrícola nacio-
nal». En una entrevista con el ministro de Agricultura le propuse la
idea, y accedió, a presupuestar un espacio que combinara conse-
jos sobre temas agrícolas con música. Me busqué a un ingeniero
agrónomo cuya esposa era doctora en Pedagogía y formamos un
equipo. Ernestina Lecuona me acompañaba al piano y yo cantaba
y traía como invitadas a algunas figuras.
Como era una chiquilla, sin personalidad artística ni nada, nom-
braron de administrador y director del programa a Osvaldo Valdés
de la Paz, quien era amigo del ministro de Agricultura; pero en la
práctica yo contrataba a los artistas y lo hacía todo. Por eso les
digo a los artistas que empiezan que hay que prepararse bien para
la vida. Yo le agradezco mucho a mi madre, por ejemplo, que me
exigiera hacerme maestra, porque eso me ayudó a pararme de-
lante de un auditorio, hablarles a los alumnos sin faltas de ortogra-
fía y desarrollar mi cerebro para elaborar ideas con un fundamen-
to cultural.
–Sé que en sus intermitentes estancias en Cuba trabajó para la
RHC Cadena Azul, la CMQ y Unión Radio, así que podrá hablarme
de sus dueños.
–¿Por quién empezamos?
–Por Amado Trinidad.
Hablan los protagonistas 171

–Un enamorado de la radio. El dinero lo había hecho a través


de los cigarros Trinidad y Hermano, y cuando se retira de ese nego-
cio invierte su capital en la RHC. Era un guajiro apasionado y listo,
pero le faltaba una cosa fundamental, que es el equilibrio. Cuando
se enamoraba de las cosas iba por encima de lo que podía hacer.
Pero así y todo le dio un impulso grande a la radio. Esa misma
voluntariedad suya de pagarles a los artistas más que lo que paga-
ba CMQ, hizo subir nuestros sueldos. Yo fui una de las que me fui
con él porque tenía necesidad de prosperar. Trabajé muchísimo en
el programa «McFactor», un musical que conducía y en el que
tenía que estrenar algo cada vez.
–Gaspar Pumarejo...
–Lo contrario de Trinidad. Era un magnífico negociante, inteligen-
te, siempre brillante para administrar sus negocios.
–...Goar Mestre.
–Era una persona educada en Estados Unidos, con una mente
capitalista todo el tiempo. No era la gente franca con la que una
pudiera abrirse. Trabajábamos en el mismo ambiente y en alguna
oportunidad coincidimos en las fiestas que había, pero nada más.
Compartí con él cuando vino Cantinflas, y aparezco en una foto-
grafía sentada entre ellos dos. Nadie podía tocarle sus intereses.
–¿Recuerda anécdotas en torno al éxito que lograron algunos
programas de la época?
–Una vez regresé de una presentación mía en Estados Unidos y
fui a bañarme al círculo militar que quedaba al lado del Naútico.
Entonces oigo a dos señoras que están conversando: «¡Imagínate!
–le decía una a la otra–, fulanita y menganita no saben lo que
están haciendo. ¡Pobre de Albertico Limonta!». Yo suponía que se
trataba de una conversación entre dos viejas chismosas, y en rea-
lidad estaban hablando de «El derecho de nacer».
Recuerdo a una amiga en Regla que me hizo ser testigo de su
matrimonio. Yo hablé con mi chofer para que me llevara a la boda
puntualmente, pero cuando llegué no había nadie. El matrimonio
no se pudo efectuar hasta que pasó la novela, porque hasta la
172 Raúl Garcés

novia y el novio la estaban escuchando. Y yo esperando que apare-


cieran. En 1953 tuve la oportunidad de conversar en Mallorca con
José Goula, que interpretaba a Rafael del Junco, y nos divertimos
muchísimo recordando su repentina mudez luego de que reclamara
un aumento de sueldo.
–Hay quienes reducen el público de las novelas en aquellos años
a amas de casa o al ejército de mujeres que trabajaban como sir-
vientas. ¿Usted qué cree?
–Que las que yo escuché en el círculo militar no eran sirvientas.
Eso lo oía todo el mundo aquí, hasta los hombres.
–¿Recuerda programas de trascendencia política? «La hora de
Chibás», por ejemplo.
–Tuvo un éxito extraordinario, porque desgraciadamente hemos
estado tan llenos de gente corrupta que cuando sale una persona
limpia es como un mirlo blanco. «La hora de Chibás» era esperada
porque el pueblo cubano estaba necesitando tropezarse con gente
honesta y seria, de lo contrario no habríamos llegado a esto que
tenemos ahora.
Chibás era un hombre tremendamente cortés. Un día me invitó
al teatro Martí para ver a uno que, según le habían dicho, lo imita-
ba. Lo que tenía era un billete de cien pesos y con eso pretendía
pagar la entrada. «¿Tú estás loco? –le dije–. ¿No te das cuenta
que el taquillero nunca ha visto cien pesos juntos?». Yo pagué las
entradas ese día, pero al siguiente él me mandó una caja de bom-
bones.
Su muerte y luego su entierro estuvieron rodeados de una con-
moción enorme. Fue terrible tener en Cuba una estafa tan grande
como la que significó Ramón Grau San Martín, un hombre que
salió del pueblo porque la gente lo suponía una persona decente.
–Y el que le siguió no se quedó atrás.
–Lo de Carlos Prío fue una cosa espantosa. Él visitaba mi casa,
llegaba y le preguntaba a mi madre si quedaba algo de almuerzo.
Después que se hizo presidente no nos visitó más, y la amistad, por
fortuna, se rompió.
Hablan los protagonistas 173

–¿Recuerda el espacio de Salvador García Agüero?


–Esa era la voz más linda que tenía la radio cubana.
–¿Le parecía mejor orador que Chibás?
–Era una cosa distinta. A García Agüero lo oían más los comu-
nistas, la gente de su credo político.
–En 1946 usted recibe el premio de la Asociación de la Crónica
Radial Impresa. Dicen que los miembros de la ACRI pedían dinero a
los premiados...
–A mí nunca me pidieron dinero. Supongo que ellos lo recau-
daran de las entradas que vendían para los festivales anuales que
se hacían en el cabaré Montmatre o en el Coney Island. Sí había
algunos periodistas que tenían revisticas y por sacar una foto tuya
podían cobrarte 30, 40 o 50 pesos, hasta que tú los parabas en
seco y les decías que no estabas para ese brete. Pero a mí ni Paco
Ichaso, ni José Manuel Valdés Rodríguez, ni Nena Benítez, ni
Conchita Gallardo, ni Arturo Rodríguez, ni otros muchos periodis-
tas de verdad que se dedicaban a hacer crítica musical, me pidie-
ron nunca un centavo. Eso más bien lo hacían aquellos que se
dedicaban a preparar un cancionero, o una revistica que publica-
ba la fotografía del artista para hacerle publicidad.
–¿A qué razones usted atribuye el impacto que logró la radio
cubana en estos años?
–Hay que tener en cuenta que la radio se introduce mucho en la
forma de ser del cubano, siempre fue un apéndice del cubano.
Cuando empezó la televisión muchos pensaron que iba a desban-
car a su antecesora, pero la radio siguió siendo la compañía im-
prescindible. Yo he sido jurado de los festivales de radio y hay que
ver la cantidad de programas que vienen todos los años desde
provincias.
Es un medio muy amigo de los oyentes. Te lo digo porque estu-
ve padeciendo un fuerte dolor en las rodillas y no podía dormir de
madrugada. Después que pasaba el sueño fuerte provocado por
el cansancio me despertaba y me convertía en una de las oyentes
más fieles de «Haciendo radio». A las cinco de la madrugada ya
174 Raúl Garcés

estaba esperando La bayamesa. Sin conocer a Jorge Ibarra estaba


enamorada de él, me encantaba, era mi compañero de dolores y
angustias. Su voz era mi aspirina.
–Esther Borja recorrió Argentina, Estados Unidos, Colombia, Es-
paña y otros tantos países. ¿No extraña esas andanzas de teatro en
teatro?
–La verdad es que no. Yo tenía hambre de estar en mi país, en
mi casa, porque siempre me pasé la vida con la maleta a cuestas.
–¿Qué le agradece a su etapa de vinculación con la radio?
–Una buena parte de mi desarrollo profesional, y que fuera y
siga siendo mi compañía. Ahora tengo el radio al lado de la cama.
–¿Ya no canta?
–Ojalá pudiera, pero perdí la capacidad para emitir. Deben ser
los años. Hay que resignarse a que los años pasen.
Jorge Inclán

Un artista de la técnica

Tenía seis años cuando apareció por primera vez en un periódico


como ganador de un concurso de dibujo y, antes de que terminara
la primaria, ya presentaba sus «obras» en exposiciones escolares.
Así que para su familia no fue difícil pronosticarle un futuro vincu-
lado a la pintura y la escultura, acompañado de un ingreso más o
menos inminente en la Academia San Alejandro.
Pero la vida de Jorge Inclán cambió de rumbo súbitamente: «Un
día, en el taller vocacional de la escuela, vi un aparatico raro que,
según me explicaron, era un radio de galena. Le pedí a mi papá
cinco pesos para construir uno y conseguí hacerlo. Esa fue mi en-
trada en la radiodifusión».
Desde entonces, buena parte de su tiempo ha transcurrido en-
tre transmisores, máquinas de grabación, consolas y todo lo de-
más que conforma el andamiaje técnico de la radio. Una clasifica-
ción tradicional lo excluiría de ser considerado artista del medio;
pero creo que sobre la trayectoria del Inclán técnico se extiende
omnipresente su temprana vocación por el arte. Tanto, que aún a
los ochenta y cinco años me habla de sus experimentos funda-
cionales en la radio cubana, con el entusiasmo y la pasión del más
prolífero de los creadores.

–En 1935 conozco a Roberto Alarcón Mena, padre del actual


presidente de nuestra Asamblea Nacional Ricardo Alarcón. A su
vez, él me presentó a un sobrino suyo llamado Liberto Cao, quien
era jefe de la emisora CMK del hotel Plaza, donde empecé a tra-
bajar como técnico ayudante. Allí nos reunimos un grupo de revo-
176 Raúl Garcés

lucionarios que estábamos siendo perseguidos por nuestras activi-


dades políticas.
–Tengo entendido que en poco tiempo empezó a asumir otros
proyectos.
–Después de CMK Liberto y yo construimos los primeros estu-
dios de grabación de discos en Cuba. Hasta entonces los que se
grababan aquí dependían de equipos portátiles traídos desde Es-
tados Unidos; pero en 1937 se inauguraron esos estudios que fue-
ron una verdadera revolución para la propaganda y la publicidad
radial.
También grabamos música, pero no para la venta al público
porque no era negocio. No podíamos competir con los norteame-
ricanos que venían, grababan orquestas cubanas, producían cien-
tos de discos y luego les era rentable venderlos a peso.
–¿Cómo y cuándo se convierte por primera vez en director técni-
co de una emisora?
–En 1939 vino a verme Ventura Montes, quien era responsable
de la parte técnica de CMQ, para pedirme que me ocupara de la
CMCM, otra emisora que él atendía y en la que no podía seguir
porque CMQ le exigía exclusividad. Esa fue mi inauguración como
director técnico.
Poco después el administrador de la CMCM, Rafael Corrales,
me pidió que le proyectara un estudio-luneta, pues estaba enton-
ces en boga la programación de cortes supremas, y muchas emi-
soras querían tener un radioteatro para espacios en vivo con pre-
sencia de público.
Sabiendo que emprender una empresa como esa costaría en-
tre 60 000 y 70 000 pesos, recordé que el dueño de la CMW,
Adolfo Gil, tenía frente al Capitolio un estudio con por lo menos
doscientas lunetas, cuyo mantenimiento le resultaba muy difícil. Él
mismo me había comentado que los negocios le iban mal, que
necesitaba 10 000 pesos para pagar una hipoteca y hacer costeable
su planta. Finalmente Corrales y yo le pagamos a Gil los 10 000
pesos, más 600 mensuales por arrendamiento de la CMW con
opción a compra.
Hablan los protagonistas 177

–¿Fue entonces que la CMW cambió de nombre?


–Mi propuesta era llamarle Sistema Inalámbrico Internacional.
Como aquí se escuchaban bien las radios de Guatemala y México,
pensé grabar sus noticieros y retransmitirlos para dar un golpe de
efecto propagandístico que justificara el nuevo nombre. Pero Corra-
les quería llamarle Cadena Roja, y finalmente quedó una mezcla
de lo que propusimos los dos: Sistema Inalámbrico Internacional
Cadena Roja.
–¿Nunca los técnicos de CMQ le compulsaron a irse a trabajar
con ellos?
–Eso fue una batalla larga, de la que no quiero hablar mucho
para que no me acusen de vanidoso. Yo siempre fui dirigente estu-
diantil y, finalizada la segunda guerra mundial, me convertí en lí-
der de asociaciones de ingenieros y técnicos, y en secretario gene-
ral del Sindicato de Trabajadores del Transporte Aéreo. Desde 1944
tuve que ver con el desarrollo de la radio en la aviación civil, y
participé en la instalación de la primera microonda desde Boyeros
a un centro receptor, como ayudante de dos ingenieros norteame-
ricanos.
Cuando necesitaron instalar la primera microonda en la televi-
sión en 1950, me llamó Raúl López Giralt, que era director técnico
de CMQ, para que aportara mi experiencia en hacer la cadena de
televisión. Pero el sueldo de los ingenieros especialistas de CMQ
era 375 pesos y ya mi salario era entonces de 700, así que no me
convenía. Además, yo estudiaba la carrera de Ingeniería en la uni-
versidad y lo de la microonda implicaba trabajar en el interior del
país la mayor parte del tiempo, colocando repetidores hasta San-
tiago de Cuba. Recuerdo que me invitaron a esperar el nuevo
año con la gente de CMQ en un restaurante campestre de Fonta-
nar –El Bohío–, tal vez pensando que yo con unos tragos encima
podía aceptar.
–Pero fue inútil.
–Yo no podía, con tal de trabajar en CMQ, llegar a mi casa
diciendo que me habían rebajado el salario a la mitad.
178 Raúl Garcés

–¿Y Mestre nunca ejerció presiones personalmente?


–Después de aquella despedida de año, López Giralt me dijo que
Mestre quería hablar conmigo. Todavía recuerdo sus palabras de re-
cibimiento cuando lo fui a ver: «¿Qué pasa que los compañeros del
Departamento Técnico me dicen que usted no quiere venir para acá?».
Le planteo que yo gano 700 pesos y que aceptando esa propuesta iba
a perder salario. «¿Quiere más explicación que esa?», le pregunté.
«No, no hacen falta más explicaciones», respondió categórico, e in-
mediatamente me brindó un tabaco de una caja que sacó de la gave-
ta de su buró. «A lo mejor en el futuro podremos conversar, pero el
sueldo de mis técnicos ahora es 375 pesos y protestarían si yo le pago
más a usted», me dijo finalmente.
–¿Sólo las grandes emisoras tenían departamentos técnicos
propios?
–Exactamente. Las de menor tamaño conveniaban sus repara-
ciones a través de igualas. Una planta chiquita de 250 W, aquí en
La Habana, por ejemplo, podía proponerme una iguala de 80
pesos mensuales a cambio de que yo la arreglara cuando se rom-
piera y le diera mantenimiento. Cualquier reconstrucción o proyec-
to de ampliación se negociaba aparte. En cambio, emisoras como
CMQ, RHC Cadena Azul, la Cadena Roja o la CMAB de Pinar de
Río, tenían sus propios departamentos técnicos.
–He leído que a veces la técnica era invocada como pretexto
para ejercer censuras sobre algunos programas. ¿Recuerda alguna
vivencia al respecto?
–En la década del treinta y durante la del cuarenta aquí la poli-
tiquería y el Palma Cristi se pusieron de moda. A muchos locutores
y artistas, cuando decían algo que no convenía, les daban Palma
Cristi. Grupos gansteriles que trabajaban para el gobierno los se-
cuestraban, se los llevaban para algún lugar y les obligaban a
tomar aquel purgante tremendo con tal de que no hablaran más.
Creo que hasta Manolo Serrano y Rita Montaner recibieron sus
dosis.
Tengo una anécdota del 7 de diciembre de 1940, cuando iba a
conmemorarse la muerte de Antonio Maceo con un acto que ten-
Hablan los protagonistas 179

dría lugar en el Teatro Nacional y en el que hablaría Jorge Mañach.


Uno de los que estaba vinculado a la organización del homenaje
era José Raúl Delgado Cué, hombre revolucionario y con experien-
cia en asuntos de radio, quien vino a la Cadena Roja a pedirnos que
transmitiéramos el acto, teniendo en cuenta que el nombre de la
planta era un pasaporte para la lucha contra Batista y quienes traba-
jábamos en ella éramos, además, gente de izquierda.
Solicité las líneas telefónicas desde el Teatro Nacional hasta la
Cadena Roja, pero en la madrugada del 7 me llama por teléfono
a la casa el administrador de la planta, Diego Chapotín, y me
convoca a reunirnos urgentemente. Poco tiempo después me reco-
ge en la esquina de Milagros y Diez de Octubre y, dentro de su
máquina, me explica que debido a nuestro propósito de transmitir
el acto la emisora estaba bajo amenaza de clausura. «Dile a Del-
gado Cué que la planta está rota y que la pieza que falta no la hay
en Cuba» –me ordenó.
–¿Y lo hizo?
–Yo no tenía cara para meter esa mentira. Así que no sólo le
dije a Delgado Cué lo que en realidad estaba pasando, sino que
recordé que el centro transmisor de la Cadena Roja tenía dos plan-
tas, por lo que podíamos transmitir nosotros el acto por onda corta
y al mismo tiempo buscarnos otra emisora que lo retransmitiera
por onda media. Se lo propuse a Orlando Sánchez Diago, famo-
sísimo narrador de pelota y dueño de una planta de radio en Ma-
lecón y Belascoaín que se identificaba como CMCG. Él aceptó,
hicimos las pruebas y finalmente sacamos la señal del acto al aire
bastante bien.
–¿Y no se ganaron una cuota de Palma Cristi por eso?
–La CMCG tenía una reja grande en la escalera de entrada.
Ese día le metimos unos candados, de modo que si venía la policía
pasaran trabajo para entrar. Después salimos a escondernos du-
rante dos días y afortunadamente nos dejaron en paz.
–Mencionaba usted a Jorge Mañach. ¿Tuvo alguna relación con él?
–Lo que tuve fue una polémica bastante grande, porque en 1952
nosotros estábamos dando la batalla para que en la universidad
180 Raúl Garcés

se incluyera la carrera de Ingeniería en Telecomunicaciones con


materias de radio y televisión. Y él empezó a decir en un programa
de televisión que quienes queríamos la nueva carrera éramos unos
locos, que aquí ya había más ingenieros de la cuenta, y que ya
bastaba con la especialidad de Ingeniería Eléctrica. Su actitud me
insultó tanto que le escribí una carta replicándole y diciéndole que
él sabría mucho de filosofía y política, pero que de electricidad no
sabía donde estaba parado y era un ignorante.
–¿Y cuál fue su reacción?
–No respondió. Parece que mi carta fue demasiado fuerte.
–En la prensa de 1948 aparece con mucho bombo y platillo el
anuncio de una transmisión de CMQ por control remoto desde el
Pico Turquino. ¿Constituye realmente una novedad para la época?
–Después de 1940 los controles remotos dejaron de ser un mis-
terio. Lo que sucede es que casi todos se transmitían desde estadios
de pelota, teatros... Recuerdo que yo transmití para la Cadena Roja
desde el teatro Martí o el cabaré Sans Soucci. Pero realmente traer
la señal desde Santiago de Cuba, cuando ya existía línea telefónica
para cadenas nacionales, no tenía gran importancia. Tal vez en ese
caso lo que pesó fueron las características del lugar, que se tratara
del punto más alto de Cuba y de una región de difícil acceso. En
lugares como Guantánamo y Baracoa también se pasó mucho tra-
bajo buscando los terrenos donde instalar las plantas de televisión.
–¿Puede comentarme adelantos técnicos que, a su juicio, hayan
mejorado las transmisiones de radio en este período?
–Ya desde el cuarenta y pico habían empezado los compresores
de audio, que trajeron indudablemente una mayor calidad en el
sonido porque contribuyeron a evitar la sobremodulación. Es decir,
cuando hay más sonido de la cuenta las sinusoides trigonométicas
se deforman y el sonido sale distorsionado. El equipo del que te
hablo comprime el sonido cuando la señal se pasa de los límites
normales, evitando que la distorsión se produzca.
–¿Es cierto que a usted le debemos la introducción de la FM en
Cuba?
Hablan los protagonistas 181

–A principios de la década del cuarenta aquí no se hablaba to-


davía de la FM. Sólo habían llegado rumores de que en Estados
Unidos se trabajaba con un nuevo tipo de modulación, variando la
frecuencia en lugar de la amplitud. En 1941, durante una conver-
sación en la que el ingeniero Carlos Estrada intentaba embullarme
para matricular Ingeniería Eléctrica en la Universidad de La Haba-
na, me comenta la llegada a La Habana de un agente de ventas
de las revistas Electronic y Electrical World. Me suscribí y vi un
artículo con una explicación sobre la teoría de la FM.
Al mismo tiempo la agencia de receptores Philco anunciaba en
periódicos de la época radios con banda de FM. Me propuse en-
tonces construir la planta si me costeaban la inversión, y en junio
de 1941 logramos por fin salir al aire en los 44 mhz de la Cadena
Roja. Después vino la guerra, la Cadena Roja quebró y se paró la
construcción de transmisores en la nueva frecuencia. Pero a partir
de la segunda mitad de ese decenio la FM volvió a cobrar auge
paulatinamente.
–¿Qué valoración tiene del impacto que alcanzó la radio cuba-
na en esos años?
–Podría decir muchas cosas, pero prefiero resumirlo así: la so-
ciedad cubana de la década del treinta estaba más influenciada
por la prensa que por la radio, pero en la década del cuarenta y
especialmente en los años finales, la masividad y la fuerza de sus
mensajes le dieron a la radio las de ganar.
–¿Qué programa le trae los mejores recuerdos?
–Para mí el más sensacional de todos fue Chan Li Po, que co-
menzó el 3 de enero de 1937. Aquello era fantástico. Un día lle-
gué a la CMK para que me firmaran unos papeles, y alguien anun-
ció que venían Félix B. Caignet y Aníbal de Mar para tratar el
asunto de un programa que estaban proponiendo. En eso veo en-
trar a Caignet –estaba el pobre hecho leña, largo y flaco como
era– con una pila de paquetes de libretos debajo del brazo. Oigo
que se pone a discutir en torno al horario de su espacio, porque le
habían ofrecido las ocho de la noche y él no estaba de acuerdo.
Los radios buenos en aquella época eran grandísimos, casi del
tamaño de la mitad de un refrigerador, y era costumbre ponerlos
182 Raúl Garcés

en la sala imitando antiguas vitrolas. A la hora de comer se apaga-


ban durante el tiempo que la familia estuviese reunida en la mesa
del comedor. Por eso había muy poca audiencia entre las ocho y las
nueve de la noche. Incluso ya desde las siete y media los anunciantes
consideraban que empezaba a caerse la audiencia, siendo muy di-
fícil que patrocinaran algún programa en ese intervalo.
Félix B. Caignet quería poner su Chan Li Po al menos a las siete
de la noche, pero como la emisora no quería mover su programa-
ción, tuvo que conformarse con el horario de las ocho. El chocola-
te Armada aceptó ser el patrocinador, pagando muy poco y po-
niendo como condición en el contrato que no se radiara durante el
programa ninguna otra publicidad.
–¿Y cuándo sobrevino la explosión de audiencia?
–Cuando empezamos, me mandaron a ponerles cortinas a to-
das las ventanas del estudio y del control de audio, hasta ese mo-
mento descubiertas para facilitar que quienes andasen por los pa-
sillos pudiesen mirar para adentro. Caignet había planeado decir
que Aníbal de Mar era un detective chino de verdad, cuyo nombre
real no debía conocerse. Así que para mantener el misterio había
que taparlo todo, incluso al propio Aníbal de Mar, a quien entra-
ban disfrazado a la azotea del hotel Plaza, o a veces por el mismo
centro del hotel como si fuera un turista.
A las pocas semanas la cantidad de gente acumulada para ver
a Chan Li Po era increíble. Hasta la policía tenía que intervenir a fin
de evitar que las personas se metieran en el hotel para subir a la
planta de radio y buscar a Chan Li Po. Aquella creencia de que a
las ocho de la noche la gente no escuchaba la radio se vino abajo.
El chocolate Armada se la jugó, pero salió muy bien parado por-
que no competía durante el programa con otros anuncios. Recuer-
do que a las ocho menos diez todo el mundo quería poner su
comercial, pero eso se acababa cuando a las ocho en punto el
presentador decía cuatro palabras que eran como mágicas: «El
chocolate Armada presenta...».
–De sus años de trabajo como técnico en la radio, ¿cuál consi-
dera el momento más importante?
Hablan los protagonistas 183

–Cuando me vinieron a ver para construir el transmisor de la


CMAB de Pinar del Río. Yo había sido operador de sonido, pero mi
fuerte era realmente la ingeniería y el montaje técnico de las plan-
tas de radio. En plena guerra mundial, luego de Pearl Harbor, me
pidieron construir en tiempo récord aquel transmisor y concebir la
instalación de 300 lunetas en un teatro destartalado. Lo inaugura-
mos el 24 de febrero de 1942, al cabo de cincuenta y dos días
exactos de trabajo. Todo el mundo sueña con hacer en la vida su
propia obra maestra, y yo considero que esa fue la mía.
El fin del principio
(A modo de conclusiones)

–¿Cómo explicar el impacto logrado por la radio cubana sobre


sus oyentes a fines de la década del cuarenta?
Manuel Villar: Primero hay que reconocer que la gran compe-
tencia de Amado Trinidad desde la RHC Cadena Azul de Prado y
Cárcel, se hizo sentir en la audiencia total que tenía CMQ hasta
un momento determinado. La RHC acumuló una nómina de figu-
ras que respondían a todos los géneros del arte cubano, de modo
que la cultura adquirió gran preponderancia en esa emisora, sin
olvidarnos de la presencia desde 1943 de la bien llamada emisora
del pueblo, Mil Diez. Allí se conjugó todo lo que valía y brillaba de
la cultura nacional, incluyendo intelectuales, hombres de letras que
llegaban a la planta sin grandes ambiciones económicas, porque
la Mil Diez no tenía recursos para pagar salarios altos.
Quiero decir que a partir de la consolidación de Mil Diez, de la
competencia de la RHC Cadena Azul con CMQ y de la presencia de
otras emisoras importantes como Radio Progreso y Radio Cadena
Suaritos, la radio adquirió definitivamente una significación cultural.
Héctor de Soto: No había televisión, la fuerza de la radio no
tenía competencia y la gente podía escucharla mientras atendía
sus negocios. Por otro lado, en esta época se hacía muy buena
radio. Cierto que no era el medio culto que tenemos hoy, pero de
todas formas se transmitían, entre tanto comercialismo, valores
culturales y de entretenimiento que resultaban atractivos para la
gente. No por gusto surgió el SIGA, que logró distribuir y vender
con éxito muchos de los programas de la radio cubana por toda
Latinoamérica.
El fin del principio (A modo de conclusiones) 185

Esther Borja: Hay que tener en cuenta que la radio se introduce


mucho en la forma de ser del cubano, siempre fue un apéndice del
cubano. Cuando empezó la televisión muchos pensaron que iba a
desbancar a su antecesora, pero la radio siguió siendo la compa-
ñía imprescindible.
Jorge Inclán: Podría decir muchas cosas, pero prefiero resumir-
lo así: la sociedad cubana de la década del treinta estaba más
influenciada por la prensa que por la radio, pero en la década
siguiente y especialmente en los años finales, la masividad y la
fuerza de sus mensajes le dieron a la radio las de ganar.

En general, los testimoniantes reconocen de diversas formas un


alto grado de organización y desarrollo en la industria radial cubana
de este período. Puede que diverjan en matices, o en su capacidad
para distanciarse del tema y analizarlo con mayor o menor grado de
objetividad; pero en todos los casos comparten la premisa de que
determinadas lógicas económicas, sociales y tecnológicas de la época
potenciaron la influencia del medio sobre sus oyentes.
De la información aportada por los entrevistados y la consulta
de fuentes documentales, pueden inferirse varios rasgos que distin-
guirían el funcionamiento de nuestro modelo de radio comercial,
enunciados a continuación sobre todo como posible punto de par-
tida para investigaciones posteriores:
1. Un indiscutible desarrollo de la infraestructura radial, marca-
do por la renovación tecnológica de la industria, así como por el
incremento del número de aparatos receptores y de las capacida-
des existentes en el país para repararlos. Durante este trabajo se ha
insistido en el significado que tuvo la inauguración de Radiocentro
para el desarrollo de la comunicación en Cuba. La posibilidad de
ubicar simultáneamente en varios lugares hasta 50 controles re-
motos, la tecnología RCA Victor de los equipos utilizados tanto
dentro como fuera de los estudios, las excelentes condiciones acús-
ticas del edificio, el empleo de amplificadores de alta fidelidad
para las transmisiones, situaban a CMQ a la vanguardia de nues-
tro sistema radiodifusor y le dotaban de infinitas posibilidades para
la producción de programas informativos, dramatizados y musica-
les. Las pormenorizadas explicaciones de Goar Mestre en torno a
186 Raúl Garcés

las bondades de su empresa, nos ayudan a entender hasta dónde


una poderosa infraestructura podía condicionar la organización
eficiente del negocio radial: «En este conjunto de estudios o salo-
nes de transmisión tenemos primeramente dos grandes auditorios
dedicados a la transmisión de música, o de cualquier otro tipo de
programa en que la presencia del público sea necesaria para dar
mayor realismo a la transmisión, así como contribuir a que sicoló-
gicamente los artistas reciban la reacción que su programa o ac-
tuación cause a los oyentes. Estos dos salones corresponden a los
estudios 1 y 2, con capacidad para acondicionar a unas trescien-
tas personas. El estudio 3 será dedicado a la transmisión de músi-
ca sinfónica o de bandas, pues sus dimensiones permiten acondi-
cionar una orquesta de 100 profesores. Los estudios 4, 5 y 6 son
de características similares, aunque el 4 es de mayores proporcio-
nes que los 5 y 6. Estos han sido proyectados para uso general,
tanto de comedias como de pequeños conjuntos orquestales. Estos
salones serán para audiciones privadas, por lo que no se permitirá
el acceso del público en el momento de estarse produciendo los
programas. Los estudios 7 y 8 estarán dedicados a menciones co-
merciales y a música grabada, y los 9, 10 y 11, que tienen carac-
terísticas similares, se utilizarán en los ensayos y grabaciones de
menciones comerciales».1
Los avances tecnológicos de la época se extenderán también a
los aparatos receptores. Se buscarán fórmulas para disminuir en lo
posible los ruidos parásitos, la reducción en el tamaño de los cir-
cuitos de radio permitirá la fabricación de equipos más pequeños y
funcionales, y las transmisiones en FM, junto a la introducción pau-
latina del transistor, mejorarán ostensiblemente la calidad del soni-
do durante la década del cincuenta.
Para los receptores rotos se articulará una red de talleres re-
paradores en toda la capital y en las provincias más importantes
del país. Revistas de la época dedicarán frecuentemente algunas
de sus páginas a anunciarlos: La Casa Jiménez (accesorios de
radios en general y reparaciones garantizadas), Gran Taller de
Enrollados Anduy (especialidad en la reparación de radios de

1
Entrevista a Goar Mestre en Diario de la Marina, La Habana, 11 de marzo de 1948.
El fin del principio (A modo de conclusiones) 187

automóviles), Havana Radio Store (piezas y accesorios radio-


fónicos), Radio City (importadores de artículos de radio y repara-
ciones garantizadas), La Casa Barrie (gran taller de la calle
O´Relly)...2
El negocio crecerá en proporción directa a la cantidad de ra-
dios disponibles para los cubanos. El censo de 1943 estimaba tal
cifra en 112 685, pero un lustro después la isla conseguía impor-
tar 113 400 receptores. Dicho con otras palabras: sólo en un año
Cuba compraba tantos equipos como los acumulados desde el sur-
gimiento de la radiodifusión hasta principios de la década del cua-
renta. Si asumimos que hacia 1956 más de un millón de hogares
cubanos poseían radio, de un total de 1 200 000,3 y que por cada
receptor se calculaba un promedio de cinco oyentes,4 concluiremos
que casi la totalidad de la población de la isla –5 800 000 habitan-
tes– tenían acceso para esa fecha, al menos potencialmente, a los
servicios de radiodifusión.
2. Una configuración monopólica del negocio radial, marcada
por diferencias abismales entre dos emisoras que compiten perma-
nentemente por los ratings más altos y un sinnúmero de plantas
escuchadas sólo de forma intermitente o incluso completamente
olvidadas por la audiencia. En 1949, un survey de la Asociación de
Anunciantes de Cuba establecía en el siguiente orden la preferen-
cia de las distintas cadenas radiales entre los oyentes:
Emisoras Ratings
CMQ 7,56
RHC Cadena Azul 4,89
Radio Progreso 2,19
Unión Radio 2,10
Radio Cadena Suaritos 0,75
COCO 0,65
Cadena Habana 0,60
Radio García Serra 0,17
Fuente: Revista Radiomanía, La Habana, septiembre de 1949.

2
Revista Radiomanía, La Habana, enero de 1947.
3
Oscar Luis López. La radio en Cuba, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1981, p. 335.
4
Id., p. 422.
188 Raúl Garcés

Como ha quedado dicho, luego de la inauguración de


Radiocentro la CMQ no tardará mucho en ponerse a la cabeza de
este tipo de encuestas. Hasta 1948 Cadena Azul ha conseguido
generalmente mantener un liderazgo, pero más a costa de golpes
de efecto que de una organización eficiente y sólida. Una vez que-
brada la empresa de Amado Trinidad a mediados de la década
del cincuenta, e incluso desde algún tiempo antes, Goar Mestre
encontrará el camino despejado para erigirse en zar de la radiodi-
fusión cubana. Frente a su consorcio, poco podrán hacer emiso-
ras como Unión Radio, la Cadena Suaritos, o la COCO de Guido
García Inclán. Cierto que estas últimas intentarán crear sus sellos
distintivos y hasta conseguirán el favor de la audiencia en determi-
nados horarios, pero sus tanteos lucirán de todas formas endebles,
comparados con la poderosa industria que significa CMQ.
Dentro del edificio levantado en 23 y L, todo funcionará sobre la
base de las lógicas de un sofisticado engranaje económico. Los ar-
tistas serán sometidos a complicadas formas de contratación, esta-
blecidas con la propia planta, con agencias publicitarias o directa-
mente con las industrias jaboneras. Los programas se clasificarán en
correspondencia con sus fuentes de financiamiento: de sostenimien-
to si dependen de la emisora, o patrocinados y paquetes si depen-
den siempre o por un tiempo de las firmas anunciantes. El prestigio
de la planta estará determinado no tanto por la calidad de sus pro-
puestas, sino por su habilidad para captar oyentes y, consecuente-
mente, patrocinadores. La valoración de la radio como un medio
exitoso tendrá que ver, en suma, con su capacidad para maximizar
ganancias y probarse a sí misma como una empresa rentable.
3. Una sobresaturación de mensajes comerciales en la progra-
mación, como respuesta a una gran competencia de marcas y al
alto grado de penetración que había alcanzado el capital yanqui en
nuestro país. No es casual que hacia fines de la década del cua-
renta los profesionales publicitarios logren multiplicar su nivel de
organización y recurran a métodos cada vez más sofisticados en la
realización de sus anuncios. Los jingles se valorarán como la con-
tribución radial más significativa al aumento de las ventas de las
principales firmas anunciantes. Algunas veces lograrán impactar a
los oyentes a partir de propuestas creativas, pero otras levantarán
El fin del principio (A modo de conclusiones) 189

la ira popular debido a groserías y vulgaridades contenidas en sus


textos.
Tales contradicciones, sin embargo, importarán poco frente
a las astronómicas sumas de dinero aportadas por los patro-
cinadores al negocio radial. Mientras en 1948 CMQ recibía de
Crusellas 150 000 pesos por concepto de compra de espacios de
tiempo, RHC declaraba ganar 80 000 por la transmisión de 36
menciones diarias, pertenecientes en su mayoría a productos de
Sabatés. Obviamente, dichas cifras aumentaban con la obtención
de financiamiento por patrocinio, convocatorias de concursos u otras
vías de estímulo a la publicidad de los anunciantes.
Que las trasnacionales Colgate Palmolive y Procter and Gamble
–accionistas mayoritarias de Crusellas y Sabatés, respectivamente–
aumentaran cada año el presupuesto dedicado a investigar el
mercado cubano, tenía que ver precisamente con el incremento de
sus ventas en cantidad y proporción mucho mayor que lo logrado
en el resto de América Latina. Nuestros guionistas de radionovelas,
especializados en crear suspenso y mantener a la audiencia «en-
ganchada» de un capítulo a otro de sus obras, allanaron el camino
para la promoción de jabones y detergentes constantemente ad-
quiridos, sobre todo, por mujeres. Por su parte, productos como
cuchillas de afeitar o piezas de ropa masculina se anunciaban en
espacios presumiblemente más escuchados por hombres, como
noticieros o transmisiones deportivas. Hacia 1949, por ejemplo,
cronistas de la época celebraban la inclusión de este tipo de men-
saje publicitario en la difusión de los juegos de pelota: «Cadena
Azul se ha ganado la simpatía de todos los fanáticos de la isla,
primeramente por sus bien probadas y completas cadenas telefó-
nicas, que permiten sintonizarla con igual nitidez en cualquier par-
te de la república y, después, por tan simpáticas innovaciones,
como la grata voz de Consuelito Vidal, leyendo los “comerciales”,
cosa que por primera vez se hace en los perifoneos del deporte
nacional y los bien coordinados y amables “anuncios musicales”,
tan perfectos como si se originasen en los propios estudios».5

5
Revista Radiomanía, La Habana, noviembre de 1949.
190 Raúl Garcés

4. La exportación de programas cubanos a varios países de


Latinoamérica e incluso a regiones de Estados Unidos, lo que con-
solidará a Radiocentro S.A. como un negocio de naturaleza
trasnacional. Nadie mejor que Goar Mestre para promover las
producciones de su empresa, valiéndose de sus relaciones con fi-
guras clave de la radio norteamericana y de su cargo como presi-
dente de la Asociación Internacional de Radiodifusión. A su labor
de relaciones públicas sumará la creación de una estructura dise-
ñada para exportar lo mismo guiones que programas ya realiza-
dos, y recoger a cambio suculentas ganancias. La eficiente gestión
del Sistema Internacional de Grabaciones de Audio (SIGA) propi-
ciará que países como Colombia, México y hasta el propio Estados
Unidos se mantengan radiando muchos años después programas
que batieron récords de audiencia al transmitirse originalmente.
En paralelo a la difusión de la obra cubana por el mundo, se
fomentará la actuación de artistas extranjeros en nuestro país.
Para los anfitriones tales contratos significarán un negocio redon-
do, una vez que incluirán presentaciones no sólo en CMQ, sino en
el teatro que acompaña a la planta y, frecuentemente, también en
otras emisoras. Los invitados regresarán a sus países exprimidos
por una «generosidad criolla» que los inundará de trabajo, mien-
tras dejará muchas veces desempleados a los artistas nacionales.
Tal contradicción encontrará reacciones de protesta en figuras tan
célebres como Rita Montaner: «Mientras se pagan altos sueldos a
los artistas extranjeros, Carmelina Delfín, premiada en Estados
Unidos por su Himno de la victoria, no tiene trabajo en Cuba […] y
como ella, otros tantos; Lecuona, por ejemplo, tiene que organizar
recitales por cuenta propia para subsistir. Y muchos más buenos
artistas que apenas tienen para comer […]. Esto no debe ser. Esto
debe terminar. El arte en cualesquiera de sus manifestaciones ele-
va el prestigio de la patria. A nuestro arte se debe en gran parte
que Cuba sea conocida ventajosamente en el mundo. Recorde-
mos a White, a Brindis de Salas, a Pous, a muchísimos más, que
volcaron sobre otras tierras el encanto de nuestras melodías, o la
jocundia de nuestra gracia.»6

6
Ramón Fajardo Estrada. Rita Montaner: testimonio de una época, Casa de las Américas,
La Habana, 1997, p. 268.
El fin del principio (A modo de conclusiones) 191

5. Una programación cuyo propósito esencial será, por encima


de consideraciones culturales o éticas, responder satisfactoriamen-
te a las expectativas del público. Bastaría leer la sinopsis de una de
las radionovelas transmitidas en 1949 para advertir el tipo de pro-
puesta ofrecida a los oyentes:
«¿Qué siente una mujer cuando puede disponer de la vida de
su rival y, lo que es más aún, amparada por la Ley de los Hom-
bres? Esto es precisamente lo que está pasando por el alma in-
quieta y torturada de Evelyn, doctora especialista en Ginecología,
al tener tendida sobre la mesa de operaciones a Gabriela, quien
–a su juicio– le robara el amor de Fred. Entérese del emotivo des-
enlace, escuchando en el horario de las dos y treinta de la tarde
«Ella y la otra», que admirablemente está escribiendo la joven y
talentosa Araceli Torres para RHC Cadena Azul».7
La mayoría de las series partirán de contenidos sensibleros y
explotarán al máximo posible los recursos del melodrama. El éxito
de los guionistas no se medirá por la calidad de lo escrito o la
novedad en las maneras de contar cada historia, sino por su capa-
cidad para conmover a las audiencias. Si triunfan, deberán estirar
la trama infinitamente, aunque tengan que acudir a diálogos sosos
y a giros argumentales muchas veces inverosímiles.
La aceptación de dichas fórmulas podrá constatarse en las
barras de programas de las principales emisoras. Tanto CMQ como
RHC Cadena Azul dedicarán hasta más del 70% de sus transmisio-
nes a «espacios hablados», o dramatizaciones que inundarán no
sólo a radionovelas y audiciones humorísticas, sino también a los
géneros informativos. Muchos de los sucesos acontecidos en Cuba
y el mundo serán representados por actores y actrices, y de esa
forma atraerán más al público que mencionándose fugazmente en
los noticieros.
Asimismo, el auge de los programas dramatizados demostrará
el grado de desarrollo alcanzado por la industria radial. Su salida
al aire implicará la existencia de colectivos compuestos por guio-
nistas, artistas, narradores, efectistas, musicalizadores, producto-

7
Revista Radiomanía, La Habana, noviembre de 1949.
192 Raúl Garcés

res, directores, y una rigurosa planificación del trabajo que reserva-


rá tiempo para la revisión y corrección de los libretos, largas horas
de ensayo y finalmente la transmisión en vivo. Será necesaria enton-
ces una estructura organizativa que garantice la movilización efi-
ciente de los recursos humanos y materiales requeridos por la indus-
tria para su funcionamiento.
6. Una relación entre emisoras, oyentes y anunciantes, determi-
nada esencialmente por los índices de audiencia de los programas
y sometida a mecanismos que acentuarán las deformaciones de
nuestro modelo de radio comercial. El alto rating de un espacio
multiplicará sus posibilidades de obtener patrocinio y, consecuen-
temente, permitirá a sus realizadores cobrar mayores salarios e
incrementar las ganancias de la empresa. Aumentar los ratings se
convertirá así en la principal motivación para los dueños de emiso-
ras, que acudirán a todo tipo de recursos a fin de lograr éxitos
fáciles y rápidos en sus programas. En lugar de mejorar su calidad,
aplicarán fórmulas como la organización frecuente de concursos,
para estimular con regalos a segmentos de público marginados
del consumo debido a su situación económica.
Por otro lado, la Asociación de Anunciantes de Cuba se encarga-
rá sistemáticamente de realizar encuestas de opinión o surveys para
determinar los programas más escuchados. Bastaría echar un vista-
zo a las fuentes de financiamiento de tales mecanismos para com-
prender su alto grado de deformación. El costo de un sondeo reali-
zado en junio de 1948, por ejemplo, ascendía a 11 000 pesos,
repartidos de la manera que sigue:
CMQ y RHC Cadena Azul: 2 056 pesos cada una.
Otras radioemisoras: 455 pesos cada una.
Cada anunciante: 517 pesos cada uno.
Cada agencia de anuncios de primera categoría: 442 pesos.
Otras agencias de anuncios: 250 pesos.
El capital aportado por Amado Trinidad y Goar Mestre constituía
casi la mitad del presupuesto necesario para los sondeos, lo que
obviamente comprometía de antemano a los surveyistas con resulta-
dos favorables a CMQ y Cadena Azul. Cierto que, de todas formas,
eran estas las emisoras más escuchadas, pero en el caso de que
El fin del principio (A modo de conclusiones) 193

alguna otra consiguiera imponer sus programas en el gusto de la


audiencia, siempre podría concebirse un «arreglo en familia».
7. Un amplio sistema de propaganda subvencionado por el
monopolio radial que favorecerá comentarios generalmente elo-
giosos en revistas y periódicos sobre el desempeño de las principa-
les emisoras. Yo Opino en Radio, Tirando a Fondo, Radiolandia,
Avances Radiales, Sintonizando, son apenas algunos nombres de
las muchas secciones que aparecerán en la prensa escrita para
referirse a la programación de las estaciones. A primera vista, tan-
ta diversidad podría hacer suponer un trabajo sistemático y profun-
do de crítica a la oferta radiofónica, pero en realidad representará
envolturas diferentes para un mismo desfile de complacencias.
«Nuevas e interesantes atracciones cada noche», «uno de los más
selectos programas del momento», «una trama interesante de prin-
cipio a fin», serán frases recurrentes en un tipo de cronista extendi-
do como plaga en las publicaciones de la época.
Claro que muchos de esos criterios nada tendrán que ver con la
opinión real de sus autores, pero sostenerlos les valdrá una muy
oportuna recompensa.
«En muchas ocasiones –comenta Enrique Núñez Rodríguez– las
secciones de radio se financiaban mediante igualas, que eran pa-
gos semanales, quincenales o mensuales de la radio a varios pe-
riodistas. Recuerdo que CMQ tenía una dirección de Propaganda
cuyo jefe era Miguel Ángel Martín, quien escribía en Bohemia la
sección Las Gotas del Saber. Él tenía igualas con algunos periodis-
tas a quienes pagaba 50 o 100 pesos a cambio de que publicaran
las notas que interesaban a la planta. Los periódicos pagaban muy
poco, por lo que a través de esas igualas se defendían muchos de
ellos».
El negocio llegará a organizarse incluso más sofisticadamente.
En 1948 ya tendrá varios años de constituida la Asociación de la
Crónica Radial Impresa (ACRI), que periódicamente escogerá los
mejores artistas y programas, y los premiará en ceremonias anun-
ciadas con gran bombo y platillo. Algunos de los homenajeados se
tomarán en serio el mecanismo y permanecerán al tanto de todo el
proceso de selección. Otros lo asumirán como una pieza más den-
tro de un engranaje publicitario colmado de artificios.
194 Raúl Garcés

8. Una renovación del discurso radiofónico que abarcará no


sólo a los programas dramatizados, sino también a los informati-
vos, y que tendrá lugar paralelamente al desarrollo de la infraes-
tructura del medio. Ya se ha comentado la revolución tecnológica
que vivió la radio en la segunda mitad de la década del cuarenta.
En general, fueron años de bonanza para un país en extremo de-
pendiente de los vaivenes de su industria azucarera. Las produc-
ciones récord de azúcar de 1947 y 1948, y la posibilidad de ven-
derlas prácticamente sin restricciones en el mercado norteamericano,
permitieron a Cuba cierto florecimiento económico que repercutió
favorablemente sobre la industria del radio en todos los sentidos,
desde, como se dijo antes, en el incremento de los aparatos recep-
tores y la disponibilidad de recursos para repararlos, hasta en el
mejoramiento sustancial de las condiciones de emisión y recepción
de los mensajes.
Las novelas no serán más una simple mezcla de diálogos entre
sus protagonistas, sino productos de realización compleja, con pre-
sentaciones impactantes y montajes que sumarán a la voz, la mú-
sica y efectos generados con equipos especiales. Los informativos
aspirarán como nunca a conseguir la inmediatez. Será común que
las emisoras interrumpan su programación para transmitir noticias
de última hora, utilizando recursos sonoros capaces de captar la
atención de los oyentes. Los reporteros, por su parte, competirán
en la búsqueda de informaciones sensacionales o «palos periodís-
ticos» que acrecienten su prestigio y, por supuesto, su salario. Esta
práctica impondrá un estilo injustificadamente grandilocuente y
superficial al contar la noticia, pero otorgará al mismo tiempo mayor
jerarquía y reconocimiento al trabajo informativo dentro del siste-
ma radiodifusor.
Una muestra elocuente de lo anterior estará contenida en la
cobertura de las elecciones presidenciales de junio de 1948. Ama-
do Trinidad anunciará primero que todos la victoria en las urnas de
Carlos Prío Socarrás, y presumirá luego en la prensa, una y otra
vez, de su éxito: «Yo he dado el palo periodístico al anunciar el
triunfo de Prío en las seis provincias, dos horas después de haberse
El fin del principio (A modo de conclusiones) 195

cerrado los colegios electorales».8 Cientos de teléfonos, pisicorres o


unidades móviles con equipamiento y personal técnico, grabadoras
de alta fidelidad, entre otros recursos, serán movilizados para ga-
rantizar la cobertura más rápida y completa que han conocido
hasta entonces los procesos electorales cubanos.
9. La transmisión de algunos espacios de gran significado cultu-
ral o político –excepciones que confirmarán la regla de nuestra pro-
gramación comercial–, que servirán a los dueños de emisoras para
sobredimensionar el carácter educativo de sus propuestas. Al ad-
quirir Goar Mestre en 1948 la CMBF, imaginará el partido que
podrá sacarle en el futuro inmediato, no tanto por la posibilidad
de transmitir en ella mensajes comerciales u obtener patrocinio
para las audiciones, sino por el prestigio que ganará su empresa a
costa de radiar la música más selecta. No pasará mucho tiempo
sin que la UNESCO reconozca en CMBF una vía de excelencia
para la difusión de cultura, o se premie con distinciones internacio-
nales a su director, el musicólogo Orlando Martínez y, por exten-
sión, a la institución en él representada.9
Conciertos de música clásica se dejarán escuchar también, aun-
que esporádicamente, en CMQ y RHC Cadena Azul, junto a otras
emisiones de contenidos históricos, sociales y políticos. «Sucesos
de ayer y de hoy», «Titanes de la epopeya», «Por la cultura popu-
lar», serán algunos de los programas radiados por ambas emiso-
ras que lograrán, gracias a su buena factura, decorosos índices de
audiencia.
Mención aparte merecerá siempre «La universidad del aire», cuya
trascendencia ya ha sido analizada en otro momento de esta obra.
La altura intelectual de las figuras que comparecerán en el progra-
ma se combinará con la intención de hacer asequibles para el gran
público los mensajes transmitidos. Tal preocupación reflejará, por
un lado, el reconocimiento del lenguaje específico requerido por un
medio de masas y, por otro, la identificación de la radio como un
potente vehículo para enriquecer el universo espiritual y cultural de
8
Sección Radiolandia, en revista Bohemia, 6 de junio de 1948.
9
Oscar Luis López. Op. cit., p. 342.
196 Raúl Garcés

los oyentes. Así lo demostrará la profesora Rosario Rexach, al re-


flexionar sobre este tema en 1949:
«Debe “La universidad del aire” mantenerse en un tono de ele-
vación tal que constituya, en verdad, una obra educadora para el
pueblo cubano; pero sin perder de vista nunca que es a él a quien
se dirige y no a una minoría selecta, al cabo, informada de estos
problemas. Quizás fuese una buena fórmula para ello pensar que
la elevación del tono ha de estar más en el contenido que en la
forma, por lo que en lenguaje sencillo y animado del más hondo
calor humano han de estar expuestas las tesis de los trabajos. Y
bueno sería –tal vez– que sugirieran lecturas y tareas de modo muy
concreto».10
10. Una notable influencia sobre las maneras en que gran parte
de la opinión pública evaluará la realidad económica, política y
social del país. Los altos índices de audiencia alcanzados por los
editoriales de José Pardo Llada no sólo expresarán el éxito del es-
tilo comunicativo impuesto por el comentarista, sino también –y
acaso sobre todo– el interés creciente del público por el acontecer
de la nación. Será una forma de comprometerse con la realidad
social, en momentos en que numerosos asesinatos, escándalos de
corrupción, oleadas represivas contra el movimiento obrero, pro-
vocarán la radicalización de sectores antes partidarios de solucio-
nes reformistas al problema cubano.
Los discursos encendidos, el lenguaje populista, la frase «¡qué
desparpajo!» como sello personal de su oratoria, allanarán a Pardo
Llada el camino del triunfo. Llegará al noticiero «La palabra», de
Unión Radio, precedido de gran bombo y platillo por su trabajo en
la emisora COCO: «Todo un pueblo se orienta con su palabra. Los
editoriales van mostrando la realidad nacional. Habla no en de-
fensa de un credo político, no en defensa de un hombre. Su voz se
levanta para defender la verdad. Miles de oyentes de toda la repú-
blica lo han convertido en una figura nacional […]. Lo que más
importa ahora destacar es que este José Pardo Llada les ha imparti-
10
Rosario Rexach, «Radio» en revista Lyceum, La Habana, vol. 5, no. 17, febrero de 1949,
pp. 81-83.
El fin del principio (A modo de conclusiones) 197

do una novísima jerarquía a los noticieros radiales. Antes de que la


radio nacional sintiese su influencia, nada se había hecho en Cuba,
semejante a lo que es hoy el noticiero de la COCO».11
Desde posiciones más sinceras y apartado de todo oportunis-
mo político, Eduardo Chibás estremecerá también a la audiencia
con sus denuncias. Durante la época estudiada su programa al-
canzará 26% de rating (26 casas escuchándolo de cada cien visita-
das); pero poco tiempo después romperá incluso el récord impuesto
por «El derecho de nacer» –41%–, llegando a 43.12 No es casual
que Carlos Prío Socarrás inicie la década del cincuenta implantando
el famoso Decreto Mordaza para censurar a la radio política, ni que
dos años antes Grau termine su mandato presidencial clausurando
la emisora Mil Diez. El propio desarrollo alcanzado por la radio
hacia fines de la década del cuarenta, junto a su creciente ascen-
dencia sobre el público, la convertirán potencialmente en un eficaz
instrumento de oposición a los gobiernos Auténticos; sin embargo,
las cúpulas políticas se encargarán de corregir el tiro siempre que
perciban amenazas a la legitimación de su poder.

11
«Pardo Llada, la voz más popular de la radio nacional», en revista Radio Chic, La Habana,
marzo de 1948.
12
Oscar Luis López. Op. cit., pp. 422 y 423.
Anexos

Anexo I

Algunos datos del desarrollo socioeconómico


de Cuba durante la década del cuarenta

Tabla 1. Valor total de las exportaciones cubanas


(1940-1949) (mm de pesos)
Años Enero Junio Diciembre Total anual
1940 9,8 12,6 6,8 127,4
1941 11,7 15,7 16,2 211,3
1942 11,1 16,6 14,0 182,4
1943 18,3 31,1 37,2 351,6
1944 25,3 43,6 43,4 433,2
1945 39,1 35,3 26,9 410,0
1946 16,7 52,8 42,3 475,8
1947 30,9 64,0 41,2 746,6
1948 33,6 53,7 36,0 710,0
1949 33,6 49,5 18,9 577,8
Fuente: Dirección General de Estadísticas, Ministerio de Hacienda.

Tabla 2. Valor total de las importaciones de Cuba


(1940-1949) (mm de pesos)
Años Enero Junio Diciembre Total
1940 9,6 8,4 8,2 104,1
1941 9,5 11,1 13,8 134,0
1942 14,6 10,8 11,4 146,6
1943 17,2 13,4 14,4 177,3
1944 15,3 15,4 19,0 208,8
1945 21,0 17,7 22,1 239,1
1946 23,6 24,3 28,7 300,3
1947 35,3 40,3 69,3 520,0
1948 53,1 42,6 40,3 527,5
1949 45,8 36,5 37,9 451,3
Fuente: Dirección General de Estadísticas, Ministerio de Hacienda.
Raúl Garcés

Tabla 3. Valor de las exportaciones de Cuba a áreas


seleccionadas (1940-1949) (mm de pesos)
Años Estados Iberoamérica Países de la Resto del
Unidos* OCEE** mundo
1940 104,9 1,8 14,5 6,1
1941 181,2 4,3 17,1 8,9
1942 164,1 2,8 6,9 8,6
1943 296,5 5,6 38,0 11,4
1944 386,0 5,8 26,7 14,6
1945 323,3 17,9 46,2 22,5
1946 320,4 31,9 96,9 26,7
1947 497,7 14,2 179,9 54,8
1948 366,4 11,9 240,0 91,6
1949 369,8 12,2 159,9 36,4
* La fuente hace constar que no se han incluido, a partir de 1946, las cifras revisadas
para el cálculo del balance de pagos con Estados Unidos.
** Países de la Organización para la Cooperación Económica Europea: Austria, Bélgica,
Dinamarca, Francia, Grecia, Holanda, Italia, Luxemburgo, Noruega, Portugal, República
Federal Alemana, Suecia, Suiza, Turquía, Reino Unido.
Fuente: Dirección General de Estadísticas, Ministerio de Hacienda.

Tabla 4. Valor de las importaciones de Cuba por áreas


seleccionadas (1940-1949) (mm de pesos)
Años Estados Iberoamérica Países de la Resto del
Unidos OCEE mundo
1940 81,0 2,5 8,5 11,9
1941 117,1 5,6 4,4 6,8
1942 123,2 13,5 3,3 6,7
1943 138,6 24,3 5,4 9,1
1944 168,8 22,6 4,6 12,6
1945 188,0 27,0 8,9 15,0
1946 229,1 33,7 17,0 20,4
1947 436,4 23,8 24,8 34,9
1948 420,3 30,7 26,6 49,9
1949 372,4 14,7 23,7 40,6
Fuente: Dirección General de Estadísticas, Ministerio de Hacienda.
Anexos
Tabla 5. Valor de las exportaciones de Cuba por clase
de mercancías (1940-1949) (mm de pesos)
Clases 1940 1941 1942 1943 1944 1945 1946 1947 1948 1949
Animales y sus despojos
2,0 3,7 3,5 4,4 4,6 6,2 7,6 5,6 5,2 5,5
Piedras, tierras y
productos minerales 6,1 10,2 7,6 12,1 24,4 29,4 23,6 11,4 8,3 6,5
Metales y manufacturas
1,0 2,0 0,7 1,1 0,6 1,2 1,7 2,5 4,3 4,0
Productos forestales
2,0 1,9 1,3 3,4 3,7 5,5 3,2 3,5 3,0 5,0
Productos alimenticios
7,0 10,6 7,4 16,3 15,7 19,4 29,7 20,4 15,1 10,2
Azúcar y otros derivados
de la caña 95,6 167,0 144,4 280,4 323,4 294,8 350,3 662,7 637,7 511,5
Tabaco en bruto y
manufacturado 12,1 14,1 15,8 28,1 51,7 50,4 55,6 34,7 32,9 29,9
Productos farmacéuticos y
perfumería 0,4 0,8 0,5 1,1 1,4 1,2 0,7 0,6 0,9 0,8

Miscelánea 1,0 1,3 1,1 4,5 7,6 1,8 3,5 5,0 2,4 4,9

Total 127,2 211,6 182,3 351,4 433,1 409,9 475,9 746,4 709,8 578,3
Fuente: Dirección General de Estadísticas, Ministerio de Hacienda.
Tabla 6. Valor de las importaciones de Cuba por clase de mercancías
(1940-1949) (mm de dólares)
Clases de arancel 1940 1941 1942 1943 1944 1945 1946 1947 1948 1949
Piedras, minerales, vidrio y cristal 10,4 12,5 12,5 15,6 18,0 20,5 25,3 40,2 48,4 41,2
Metales y sus manufacturas 9,6 12,9 7,7 8,8 14,5 19,4 25,4 43,8 45,6 39,8
Industria química 10,5 13,7 17,0 18,2 24,5 26,9 31,9 46,5 45,9 39,8
Lanas, pelos, crines y sus
manufacturas 1,5 1,6 1,6 1,7 1,8 2,1 4,3 3,5 2,2 1,7
Algodón y sus manufacturas 9,7 14,8 18,0 15,6 18,0 17,7 24,9 37,6 33,4 25,4
Fibras vegetales, incluyendo rayón
y sus manufacturas 8,7 9,7 15,8 17,4 22,2 19,9 27,3 42,9 42,8 31,6
Seda y sus manufacturas 0,4 0,4 0,1 0,1 – 0,1 5,0 0,1 0,1 0,2
Papel y sus aplicaciones 4,8 6,0 8,1 8,3 7,1 11,8 14,1 17,9 20,2 16,7
Madera y otros productos vegetales 2,1 2,6 2,1 3,7 5,8 4,4 5,0 7,9 8,6 7,0
Animales y sus despojos 1,9 2,0 2,5 2,5 3,2 4,1 4,3 5,5 4,2 4,6
Instrumentos, aparatos y vehículos 10,9 13,8 8,3 6,5 9,9 17,9 34,9 77,9 97,8 81,2
Productos alimenticios y bebidas 27,9 36,0 44,6 61,7 68,8 81,3 83,8 178,5 162,8 147,2
Tabaco y sus manufacturas 0,1 0,2 0,2 0,2 0,3 0,3 0,6 0,8 1,0 1,0
Misceláneas 4,3 5,6 3,9 5,1 8,3 11,8 16,6 15,8 13,1 11,4
Franquicias arancelarias 1,0 2,1 4,5 12,1 6,3 0,7 1,3 0,9 1,3 1,4
Total 103,8 133,9 146,9 177,5 208,7 238,9 300,2 519,8 527,4 451,7
Fuente: Dirección General de Estadísticas, Ministerio de Hacienda.

Raúl Garcés
Anexos

Tabla 7. Producción azucarera


(mm de t largas españolas)
Año Producción de azúcar
1940 2,8
1941 2,4
1942 3,3
1943 2,8
1944 4,2
1945 3,5
1946 4,5
1947 5,7
1948 5,9
1949 5,1
Fuente: Informe del Banco Nacional de Cuba.
Memoria 1949-1950.

Tabla 8. Producción de tabaco


(mm de tabacos)
Año Tabaco torcido
1940 229,8
1941 265,8
1942 309,1
1943 321,2
1944 421,5
1945 370,5
1946 362,0
1947 456,4
1948 478,8
1949 496,5
Fuente: Informe del Banco Nacional de Cuba.
Memoria 1949-1950.
Raúl Garcés

Tabla 9. Producción de cigarros


(mm de cajetillas)
Año Cigarrillos
1940 314,4
1941 324,2
1942 379,7
1943 393,1
1944 423,3
1945 420,2
1946 441,2
1947 458,0
1948 480,3
1949 497,7
Fuente: Informe del Banco Nacional de Cuba.
Memoria 1949-1950.

Tabla 10. Producciones de petróleo


(comienza en Cuba en 1942)
(m de galones)
Año Producción (m de galones)
1943 106,7
1944 622,9
1945 3 334,2
1946 3 698,0
1947 5 375,1
1948 4 285,8
1949 2 904,1
Fuente: Informe del Banco Nacional de Cuba.
Memoria 1949-1950.
Anexos
Tabla 11. Servicios de transporte motorizado (1940-1949) (m de vehículos)
Año Autos Camiones Autos de Ómnibus Total Total no Total
particulares alquiler motorizado motorizado
1940 19,4 13,9 9,4 2,8 47,1 23,8 70,9
1941 20,7 14,6 9,1 3,4 49,4 25,1 74,5
1942 18,4 13,4 8,6 2,4 44,6 24,1 68,7
1943 15,3 13,0 8,1 2,3 40,4 22,6 63,0
1944 14,8 13,5 7,5 2,4 39,8 21,3 61,1
1945 15,0 14,7 7,6 2,5 41,8 25,0 66,8
1946 19,2 17,5 7,7 2,8 49,9 29,3 79,2
1947 27,8 22,2 9,0 3,4 66,8 31,7 98,5
1948 37,3 25,9 10,6 3,7 84,0 32,4 116,4
1949 44,5 27,4 12,0 3,6 95,2 28,6 123,8
Fuente: Informe del Banco Nacional de Cuba. Memoria1949 -1950.
Tabla 12. Servicio telefónico en Cuba (1940-1949)
Número de teléfonos Número de llamadas de larga distancia cursadas
Año en servicio (m) Nacionales (m) Internacionales (m)
1940 59,2 850,9 24,0
1941 61,8 905,5 32,8
1942 66,1 1 161,9 24,3
1943 68,2 1 416,6 31,3
1944 70,7 1 721,4 37,9
1945 74,0 1 869,2 52,2
1946 78,5 2 271,4 93,7
1947 84,5 2 635,8 115,5
1948 93,4 2 994,0 152,7
1949 106,3 3 259,8 157,2
Fuente: «Cuban Telephone Company», en Informe del Banco Nacional de Cuba. Memoria 1949-1950.

Raúl Garcés
Anexo II

Un capítulo de «El derecho de nacer»*

REPARTO:
María Elena Marta Casañas
Doña Clemencia Pilar Mata
María Dolores Lupe Suárez
Don Rafael José Goula
Narrador Luis López Puentes
Locutor Núñez de Villavicencio
LOCUTOR: Comercial de Kresto
NARRADOR: Esta historia de amor y dolor quedó interrumpida en un
momento de verdadera emoción, porque fue cuando, allá por el
año 1905 y en la capital oriental de Santiago de Cuba, se incuba-
ba una tragedia en el seno íntimo de una aristocrática familia, ya
que como una amenaza de escándalo, en las entrañas de María
Elena, la señorita de la casa, palpitaba un hijo…
CONTROL. FRAGMENTO MUSICAL. FONDO DE MÚSICA SUAVE
NARRADOR: La única persona a quien María Elena había confiado
su terrible secreto, era la buena y leal negra María Dolores, su
antigua manejadora; y aquella mañana, después de una escena
entre doña Clemencia y su hija, al querer averiguar el motivo de la
tristeza que en ella advertía, María Elena había perdido el conoci-
miento aumentando así la desesperación de sus padres, quienes
hablaban mientras esperaban la llegada del médico…

* Capítulo 6. Reproducido por la revista Radiomanía, La Habana, octubre de 1948.


208 Raúl Garcés

CONTROL. FRAGMENTO RÁPIDO DE ARPA


RAFAEL (en voz baja, ansioso): Cuéntame… Explícame lo que pasó a
nuestra hija, Clemencia…
CLEMENCIA (en voz baja, emocionada): Una cosa muy extraña,
Rafael…¡Ya no me cabe ninguna duda: a nuestra hija le ocurre
algo grave! Me temo que su cerebro no anda bien…
RAFAEL (impaciente): Pero acaba de explicarme lo que pasó… (pau-
sa). Tú estabas hablando con ella, ¿no es así?
CLEMENCIA: Sí…Como habíamos convenido tú y yo esta mañana,
la llamé y apelando a la mayor ternura le supliqué me confesara lo
que le ocurría…
RAFAEL (ansioso): Bien, sí… ¿y qué te contestó?
CLEMENCIA: Lo de siempre… que no le pasaba nada… y protestó,
cuando le dije que íbamos a llamar al doctor Pezzi para examinarla…
RAFAEL (enérgico): Pues ahora que lo hemos mandado a venir, no
podrá negarse a que el médico la vea… Esto no puede seguir
así… esa chiquilla me tiene profundamente preocupado…
CLEMENCIA (afligida): A María Elena le pasa algo grave, Rafael…
Me lo dice mi instinto de madre. Temo por su cerebro… Acabará
por volverse loca…
RAFAEL (alarmado): ¿Y por qué? Vamos a ver… ¿por qué temes por
su razón?
CLEMENCIA: Porque yo quisiera que hubieras visto cómo se puso; cómo
temblaba todo su cuerpo y el terror que se asomó en sus ojos cuando
se me ocurrió decirle que ella sabría de las angustias de una madre el
día que tuviera un hijo…(solloza) Creí que se iba a volver loca… Se le
desorbitaron los ojos por el espanto y gritó que no… ¡qué jamás
tendría un hijo!... (afligida) Y fue entonces que se desmayó…
RAFAEL (preocupado): Sí que es extraño… (transición) Pero mira…
parece que está volviendo del desmayo… Ha abierto los ojos…
Vamos a su lado.
NARRADOR: Efectivamente: bajo la maravilla de tul y encajes del
dosel de la cama, como un lirio marchito flotando en el lago de
Anexos 209

espumas de las sábanas blancas, la infortunada María Elena volvía


en sí de su desmayo, entreabriendo las esmeraldas enfermas de sus
ojos, mientras sus manos se cerraban en una crispatura de terror…
A su lado, de pie, contemplándola con la mirada erguida de rezo,
estaba la buena negra María Dolores; y al acercarse anhelantes
don Rafael y doña Clemencia…
CLEMENCIA (dulcemente): María Elena, hijita… ¿cómo te sientes?
ELENA (nerviosa): Mal… muy mal… me siento morir… pero por fa-
vor: déjenme sola… quiero morir…
RAFAEL: No, hija mía… luego dormirás… Ahora estaremos aquí con-
tigo hasta que se vaya el doctor Pezzi.
ELENA (alzando la voz aterrada): ¿Qué ha dicho, papá? ¿Qué ven-
drá un médico?... (gritando espantada) No, no, ¡yo no quiero mé-
dico! Prohíbo que se acerque a mi cama el doctor Pezzi. ¿Lo han
oído? Lo prohíbo.
RAFAEL (enérgico): Pues ya es tarde para oponerte, porque de un
momento a otro llegará el doctor.
ELENA (gritando desesperada): ¡He dicho que no, papá! No quiero
que ningún médico me vea.
CLEMENCIA: Pero, ¿por qué no, hija mía? Estás enferma… Ese des-
mayo que tuviste hace un momento…
ELENA (incómoda): Ese desmayo fue nervioso, provocado por ti
misma, mamá…
CLEMENCIA (ofendida): ¿Por mí, hija mía?
ELENA (violenta y llorosa): Sí. Por ti… Por todos en esta casa, que no
hacen más que excitar mis nervios con preguntas insistentes, em-
peñados en que a mí me pasa algo, cuando lo cierto es que no
tengo absolutamente nada…(sollozos).
RAFAEL (enérgico): Pero si no estás enferma, ¡algo grave te ocurre!...
(molesto) ¿Por qué, cuál es la causa de tu tristeza que te consume
desde hace más de dos meses? ¿A qué se deben esas lágrimas
que estás derramando ahora mismo?
210 Raúl Garcés

ELENA (sollozos).
DOLORES (con ternura): Pobrecita… ¡Pobrecita la niña Elena!... Bamo…
No llores más… que aquí está tu negra pa’ consolarte, mi vida.
ELENA (afligida): María Dolores… (sollozos) ¿Qué será de mí?
RAFAEL (enérgico): No es María Dolores quien tiene que decir qué
será de ti… sino el médico…
CLEMENCIA: Sí, María Elena… tu padre tiene razón… no debes
oponerte a que el doctor te vea; que te examine minuciosamente
porque no caben dudas de que estás enferma… y no te vamos a
dejar morir…
ELENA (violenta, alzando la voz): Pues no consentiré que el doctor
Pezzi me examine… no lo consentiré…
RAFAEL (enérgico): ¡Ya eso lo veremos!... Y a propósito, mira: ¡Ahí
está el doctor!
DOCTOR: Buenos días…
CLEMENCIA: Buenos días…
RAFAEL: Adelante, doctor Pezzi…
CONTROL. FRAGMENTO MUSICAL VIBRANTE.
LOCUTOR: Comercial de Kresto.
CONTROL. FONDO MUSICAL SUAVE.
NARRADOR: Los ojos verdes chispeando de terror se habían desor-
bitado en el rostro pálido de la infortunada María Elena, al advertir
la presencia en la habitación de la figura gallarda y honorable del
doctor Pezzi, impecablemente vestido de blanco… La desdichada
había buscado la mirada de María Dolores con desesperación de
náufrago en peligro de naufragio… (pausa) El médico, acompaña-
do de don Rafael se había acercado a la cama de la enferma.
RAFAEL: Venga, doctor… Lo esperábamos ansiosos… esta niña no
está nada bien.
DOCTOR (amablemente): Vamos a ver señorita, ¿qué es lo que se
siente?
Anexos 211

ELENA (nerviosa): Yo… yo no tengo nada, doctor… Se… se trata de


una alarma exagerada de papá y mamá…
CLEMENCIA: Alarma exagerada no, María Elena…
RAFAEL (enérgico): Esta criatura ha cambiado por completo su ca-
rácter desde hace más de dos meses, doctor… no quiere salir a
ninguna parte… está como dominada por una gran melancolía…
CLEMENCIA: No hace más que llorar… Y esta mañana (por eso lo
mandamos a buscar urgentemente) sufrió un desmayo que…
ELENA (sollozos desgarradores): Oh, Dios mío, Virgen Santísima…
RAFAEL (enérgico): ¿Lo ve usted, doctor Pezzi?... ¿Ese constante llorar
puede ser natural?
DOCTOR (suavemente): Bien… Ya veremos lo que tiene… Hagan el
favor: salgan y déjenme a solas con ella...
ELENA (aterrada): No, se lo suplico, doctor… ¡A solas con usted, no!
Por lo menos que se quede aquí acompañándome María Dolores…
DOCTOR: No, señorita… Es mejor que usted y yo hablemos a so-
las… ¿Es que mi presencia le inspira tanto miedo?
ELENA (nerviosa): Miedo no, pero es que…
RAFAEL (firme): Ven Clemencia…Tú también María Dolores… Ha-
gamos lo que ordene el doctor… Vamos para afuera.
CLEMENCIA (cariñosa): Pórtate bien, hijita… y dile al doctor todo lo
que te sientes sin ocultarle nada. Un médico debe ser como un
confesor… Hasta luego, doctor.
ELENA (aterrada): María Dolores… ¿qué será de mí?
DOLORES (apenada): Confía en la Santísima Virgen de la Caridá
del Cobre, mi niña…
CONTROL. FRAGMENTO MUSICAL VIBRANTE. CANTO DE GA-
LLOS LEJANO.
NARRADOR: Todos habían salido del cuarto para dirigirse al amplio
corredor fronterizo al gran patio. Sobre los ladrillos rojos se aplas-
taba la luz del sol, mientras del traspatio llegaba el canto de un
212 Raúl Garcés

gallo que, como un reloj de pluma golpeaba la mañana con su


clarinada, repetida en escala cromática por otros gallos lejanos…
En el alma de don Rafael y doña Clemencia sonreía la esperanza,
sabiendo a su hija bajo la investigación del médico de la familia…
En cambio, María Dolores, conocedora del terrible secreto de su
niña tan querida, temblaba de miedo y sentía que en su corazón
graznaba el búho agorero de un gran dolor… (pausa) Doña Cle-
mencia, acercándose a la buena negra…
CLEMENCIA: Dime, María Dolores… ¿María Elena no te ha dicho lo
que pasa?
DOLORES: No, mi señora… Ella no me ha dicho ná…
CLEMENCIA: Te lo pregunto, porque… porque quizás podría haberte
confiado, por ejemplo, que está enamorada o que…
DOLORES (asustada): No, no mi señora Clemencia… Niña Elena
no me ha dicho ná… y mucho meno cosa de amore con naiden…
¿Pol qué uté me hace esa pregunta?...
CLEMENCIA: Sencillamente, porque como tú…
RAFAEL (nervioso): Mira, Clemencia, ya sale el doctor del cuarto…
Vamos a su encuentro.
CLEMENCIA: Vamos…Vamos… (transición) Atiende tú a María Ele-
na, Dolores…
DOLORES: En seguía, mi señora… Pa’ allá boy… Pobrecita mi niña…
CONTROL. FRAGMENTO MUSCIAL VIBRANTE. FONDO MUSI-
CAL PATÉTICO.
NARRADOR: Los padres, llenos de ansiedad, se habían reunido con el
médico… Instintivamente adivinaban algo grave, al advertir en el rostro
habitualmente plácido del doctor Pezzi como una sombra de inquie-
tud… Mientras caminaban por el corredor de las persianas azules…
CLEMENCIA (ansiosa, en voz baja): ¿Qué tal, doctor?... ¿Realmente
está enferma mi pobre hija…?
DOCTOR (sombrío): Tanto como enferma… Quiero decir… tanto
como una enfermedad grave… no es lo que padece… pero, franca-
Anexos 213

mente, hasta ahora… Hasta ahora sólo tengo una sospecha de


que…
CLEMENCIA (aterrada en voz baja): ¿Una… sospecha? (ansiosa) ¿Y
sospecha de qué, doctor? Hable, por favor…
RAFAEL (nervioso): Mira, Clemencia, espérate aquí, mientras yo lle-
vo al doctor a lavarse las manos. Vamos, doctor…
CLEMENCIA (nerviosa): Es verdad… Me había olvidado… (ansiosa)
Pero vuelva pronto, doctor, para que me diga qué es lo que sospe-
cha de mi pobrecita hija…
CONTROL. FRAGMENTO MUSICAL. FONDO DE MUSICA PATÉTICA.
EFECTO DE ESTUDIO. EFECTOS DE PASOS SOBRE MÁRMOL DE
DOS PERSONAS.
NARRADOR: En el gran silencio del mediodía, sólo se escuchaban los
pasos de aquellos dos hombres, en cuyos rostros se advertía una
angustiosa inquietud… Llegaron en silencio hasta el cuarto de baño;
y mientras don Rafael vertía agua en la linda palangana de cristal
azul, colocada en el lavamanos de mármol, por fin se decidió a
quebrar el silencio…
EFECTO DE ESTUDIO. RUIDO DE AGUA DE UNA PERSONA LA-
VÁNDOSE LAS MANOS.
RAFAEL (ansioso, en voz baja): Usted se daría cuenta de que busqué
un pretexto, trayéndolo hasta aquí, a fin de hablar mejor usted y yo
a solas… (pausa) Hay veces que se hace duro a un médico revelar
su diagnóstico delante de… una madre.
DOCTOR (sombrío): Y también resulta doloroso… delante de un
padre, don Rafael…
RAFAEL (alarmado): ¿Qué ha dicho usted, doctor? Entonces… ¿se
trata efectivamente de una enfermedad grave?... (ansioso) ¿Qué
tiene mi hija, doctor Pezzi?...
DOCTOR: Repito lo que hace un momento dije, don Rafael… No es
una enfermedad (nervioso) Quiero decir… ¡nada grave, de inmi-
nente peligro!
214 Raúl Garcés

RAFAEL (ansioso): Pero usted habló de una sospecha…


DOCTOR: Sí, mi buen amigo… De una sospecha que usted me per-
mitirá que… por circunstancias especiales, mantenga en secreto hasta
mañana, cuando ESA SOSPECHA… se confirme.
RAFAEL (aterrado): ¿Mantener… en secreto hasta mañana…ESA
SOSPECHA? Se lo confieso, doctor… Sus palabras me llenan de
inquietud… (ansioso) ¿No se puede saber que es lo que sospecha
usted?
DOCTOR (sombrío): No, mi buen amigo… TODAVÍA no puedo ni
debo decírselo. Ya se lo dije a su hija… TIENE que ir mañana a mi
consulta… para hacerle un más amplio reconocimiento… ¿com-
prende? Y entonces…
RAFAEL (como desplomado): Está bien, doctor… (ansioso) Pero es
que no acabo de comprender… No puedo imaginarme de lo que
se trata… ¡Una… sospecha!
DOCTOR: No se desespere… y aguarde hasta mañana… Ojalá
quiera Dios que me equivoque… (pausa) Ya lo sabe: haga que
María Elena vaya mañana a las dos de la tarde a mi consulta… y le
prometo que tan pronto como la examine… vendré a comunicarle
mi diagnóstico…
RAFAEL (como desplomado): Perfectamente, doctor…
CONTROL. FRAGMENTO MUSICAL VIBRANTE.
NARRADOR: Mientras aquel padre sentía que la angustia le arañaba
el alma, allá en la habitación apartada, María Elena, más que páli-
da, lívida, con los ojos claros anegados en lágrimas y agrandados
por el espanto, estaba abrazada al cuello negro, curtido de arrugas
y policromado de collares, de la buena María Dolores…
ELENA (aterrada en voz baja): Tengo miedo… ¡mucho miedo, María
Dolores! (sollozos) El espanto acabará por volverme loca…
DOLORES (alarmada, en voz baja): ¡Pero acábame de contar mi niña?
¿Qué é lo que ha pasao?
ELENA (aterrada, en voz baja): Que no me cabe duda de que el
doctor se sospecha la verdad…
Anexos 215

DOLORES (ansiosa): ¿Pero será posible, mi niña? ¡Alabao sea el


santísimo sacramento!
ELENA (desesperada): Sí, mi buena negra… Me ha hecho muchas
preguntas… (sollozos) Me ha examinado… me ha dado a entender
que… (llorando) ¡Oh, Virgen Santísima! ¡Qué vergüenza!... Y quie-
re que mañana yo vaya a su consulta… (llorando desesperada)
¿Comprendes ahora mi desesperación, María Dolores?
DOLORES (aterrada y afligida): Ya lo creo que lo comprendo, mi
pobrecita niña…
ELENA (nerviosa, sin llorar): Bueno… Óyeme, María Dolores… (des-
esperada) Tengo que hablar urgentemente con Andrés… Necesito
verlo esta misma noche… (ansiosa) Pase lo que pase, hoy tengo
que hablar con él… prepárate para que le lleves una carta mía.
DOLORES (desesperada, en voz baja): Sí, mi niña… Él… él é quien
tiene que arreglar este asunto tan grave…
ELENA (desesperada, en voz baja): Ahora… ahora mismo voy a
escribir la carta… Vigila la puerta mientras escribo… (sollozos) Vir-
gen Santísima: líbrame de esta horrible vergüenza… (sollozos).
CONTROL. FRAGMENTO MUSICAL VIBRANTE. TEMA
NARRADOR: ¿Se verificará la entrevista de María Elena con su aman-
te? ¿Qué ocurrirá en esa entrevista? ¿Irá la desdichada criatura a
la consulta del médico? Todo eso lo sabremos mañana, cuando
volvamos a reunirnos con ustedes, para brindarles un nuevo capí-
tulo de «El derecho de nacer», la más humana de las novelas,
original de Félix B. Caignet, el más humano de los autores, que
noche a noche brinda a su audiencia Kresto, el alimento integral
perfecto, a las 8:25 minutos, por todas las frecuencias de este
circuito CMQ.
Luis López Puentes, quien tiene el gusto de hablarles, se complace
en invitarles a escuchar mañana el próximo capítulo de «El dere-
cho de nacer».
Anexo III

Ponencia presentada por la escritora Iris Dávila


en Universidad de Sao Paulo, Brasil, 1989

Parece ser que nosotros los cubanos somos culpables de un


hecho literario unido por el cordón umbilical a la tecnología del
siglo XX y causante de no escasas polémicas en los círculos intelec-
tuales de América Latina.
Me refiero a la narrativa transformada y expandida primero por
la radio y luego por la televisión.
Asumimos la responsabilidad y confesamos el pecado. En efec-
to, hará unos cincuenta años, Cuba tuvo la osadía de introducir en
las peculiaridades de un incipiente sistema electrónico el viejo ofi-
cio de fabular. El atrevimiento originó en lengua hispana un géne-
ro insólito, más dramático que narrativo, por cuanto su forma
elocutiva esencial era el diálogo y no la narración, y por cuanto
demandaba el juego histriónico de voces humanas moduladas, sin
que por ello dejara de ser novela, o sea, acción más o menos lenta
y más o menos amplia, si bien no contada en pretérito, sino expre-
sada en presente. En fin, un gran lío.
Por si nuestras culpas fueran pocas también arrastramos la de
haberle llamado al híbrido novela radial o radionovela, y telenovela
a su variante ulterior, cuando lo justo quizás habría sido denomi-
narlas radiograma y telegrama atendiendo al peso específico, en
ambas, de la función dramática tradicional.
¿Por qué tocó a Cuba romper moldes de naturaleza literaria y
crear un fruto distinto, heterodoxo, quimérico y, por lo tanto, nue-
vo? Veamos.
Al terminar la primera guerra mundial el reciente invento de la
radiofonía y su rápida puesta en producción industrial por Estados
Anexos 217

Unidos, despertó en mi país tan embulladísima curiosidad, que ya


por 1919 manos inexpertas con aditamentos rudimentarios con-
feccionaban planticas de radioaficionados. En un lapso breve, los
radioaficionados sumaron cientos. Uno de ellos, Luis Casas Rome-
ro, músico valioso, auxiliado por su hijo, un adolescente superdotado
para asuntos de ingeniería, preparó la suya en un aposento do-
méstico, y después de trastearla insistentemente e intercambiar sa-
ludos entrecortados con los demás visitantes del éter, construyó
otra, algo presumida, de 10 W, cuyas transmisiones fijas inicia en
agosto de 1922 informando la hora a las nueve de la noche y
ofreciendo a continuación un boletín del estado del tiempo según
el parte del Observatorio Nacional. Al conseguir un equipo mejor,
combina y formaliza emisiones a base de música. Valses, baladas,
barcarolas, canciones criollas y danzones, nuestro típico y amoro-
so danzón, sonaban a diario durante tres o cuatro horas en un
área estrecha porque, claro, a una emisorita casera de raquítica
potencia no cabía pedirle mucho.
El alcance ambicioso llegó pisándole los talones a la iniciativa
del tesonero intérprete y compositor de melodías, pues, el 10 de
octubre de 1922 el Presidente de la República inaugura a bombo
y platillo una planta imponente, de 500 W, subsidiaria de la Inter-
nacional Telephone and Telegraph Corporation. Es fácil imaginar
el brazo extendido de la IT&T. Un símbolo. Nacía la primera emi-
sora yanqui en América Latina –experimental, dijeron–, apta para
irradiar a mediano y largo plazo en un universo de analfabetos e
iletrados, las bondades y bellezas del american way of life.
Ocurrió entonces un fenómeno curioso que si me lo permiten
yo calificaría de folclórico por lo espontáneo, peculiar y pintores-
co: a pesar de aquella broadcasting principesca capaz de inhibir a
cualquiera, de la primitiva red de radioaficionados surgían, como
jardineros, múltiples emprendedores animosos que en corto tiem-
po sembraron de emisoras chicas la isla. En mayo de 1923 opera-
ban 24. Un mes después, 29. Y prosiguió la multiplicación. A prin-
cipios de 1933 una estadística de la Oficina Telegráfica de Suiza
publica que ya había en Cuba 62 estaciones. En el hemisferio sólo
la aventajaban Estados Unidos y Canadá. Uruguay aparece con 25,
Brasil con 22 y Argentina con 17. El resto de América Latina no
figura en el documento.
218 Raúl Garcés

El factor cuantitativo, determinante en este caso, marcó la tóni-


ca y el estilo de las audiciones. Con rapidez, desde el principio, en
música, en chispazos humorísticos, en declamaciones y noticias, se
impusieron las preferencias nacionales.
Los dueños de las diminutas estaciones eran personas modes-
tas, sin voraces apetitos mercantiles, impulsadas por anhelos de
mejoramiento noble o por la fiebre aventurera de descubrir los
misterios y perspectivas del engranaje novel. Desvinculadas de los
intereses yanquis, y por lo regular en pugna soterrada con ellos, la
mayoría recelaba de los supuestos amigos hablantes en idioma
inglés. Había razones de sobra para la hostilidad o la desconfian-
za porque hincaban cercanas en la memoria colectiva la injerencia
del gobierno de Estados Unidos en nuestra guerra de independen-
cia de 1895, las ocupaciones militares subsiguientes –en 1899 y
en 1906– y las coerciones legalistas derivadas de la situación de
fuerza.
Abrigando las mismas reticencias hacia el opulento vecino an-
glosajón, y movido por las mismas aficiones ingenuas, amigos y
parientes rodeaban a los dueños de los transmisores, que en la
mejor disposición les facilitaban manipular el mecanismo, conce-
bir audiciones y hablar, cantar y recitar ante el micrófono. El semi-
llero de emisoras de categoría secundaria constituyó un mundillo
improvisado, divertido y familiar.
Del otro lado del Estrecho de la Florida, los especialistas al
servicio de la industria y el comercio estadounidense calculaban la
futura eficacia del producto radiodramático suyo –la soap opera–
acabado de nacer. Era muy temprano para lanzarlo al sur del Río
Bravo. Precisaban, como plataforma, inundar de aparatos recep-
tores perfeccionados las vastas regiones latinoamericanas y ase-
gurar la utilidad del negocio. Cuando las condiciones estuvieran a
punto, propagarían la mercancía ideológica, inocente en aparien-
cia, conceptualizada y manejada por sus sociólogos, sicólogos y
publicistas. Esperaban el momento propicio. Pero, entretanto, mi
país, huérfano de profesionales en la materia, sin estrategias pla-
nificadas ni cientificismos de ninguna clase, acaso por intuición,
iba ganando terreno respecto a contenidos radiofónicos afines al
pueblo. Ese conjunto de circunstancias bosqueja en cierto sentido
Anexos 219

el caldo de cultivo donde brota como un duende pícaro la


radionovela latina.
Falta por consignar el clima irrespirable: las secuelas de la crisis
capitalista mundial de 1929; la autocracia local, feroz, de un sá-
trapa de los peores; hambre, torturas, asesinatos, conspiraciones
sangrientas y la espada de Damocles de una tercera ocupación
por tropas del expedito Tío Sam. El panorama trágico, sin embar-
go, no debilitó el optimismo inherente al pueblo de José Martí.
En agosto de 1933 una huelga general descabeza a la tiranía, y
empezando 1934 asoma la radionovela. El hecho tecnológico-lite-
rario acontece precisamente en una de las emisoras secundarias
radicada en la ciudad de Santiago de Cuba, a la sombra montaño-
sa de la Sierra Maestra, a novecientos sesenta y siete kilómetros de
La Habana. Y lo realiza un nativo de aquella zona: Félix B. Caignet.
Este criollo sagaz, malicioso y simpático, opositor a la tiranía, y
sediento de justicia como tantos miles, se había estrenado en el
medio como periodista y narrador de cuentos para niños. Apoya-
do en ese ejercicio y apasionado por la juglaresca comunicación
oral, comenzó a idear una criatura radiofónica cuyas notas distin-
tivas serían la trama y subtramas de ficción, el discurso fragmentado
a la manera de las novelas publicadas en los folletines de los perió-
dicos, el diálogo en calidad de forma elocutiva predominante, y
varios de los elementos sustanciales del melodrama oriundo de la
Francia jacobina tan en consonancia con el emocionalismo fácil de
la gente de mi tierra.
Las piezas del teatro español llevadas a la radio desde 1931, y
otros tanteos similares, venían evidenciando las infinitas posibilida-
des de un intento de mayor envergadura. Y Caignet lo acometió
alegremente.
La primicia definitoria fue Chan Li Po, aventuras detectivescas
de un asiático providencial, émulo de un tal Mr. Chan y del
conocidísimo Sherlock Holmes. A Mr. Chan nos lo había enviado
Hollywood enlatado, y el Holmes de Conan Doyle circulaba en
unos cuadernos baratos, tipo serie, a lo Dickens, cautivando a los
lectores cubanos de la época.
La coincidencia, reflejo de la perspicacia de Caignet, favoreció
a Chan Li Po. A lo largo de un año mantuvo a los radioescuchas
220 Raúl Garcés

prisioneros de las bocinas, si bien la pobreza técnica de la emisora


del extremo montañoso del país desde la cual se difundió limitó la
sintonía a las dos provincias orientales.
Corriendo 1936 nuestro autor viaja a la capital y procura ven-
der el experimento probado. En 1937 lo expande una planta
habanera de mediana potencia. En 1938 escribe Caignet nuevas
aventuras con el mismo protagonista para otra de las estaciones
secundarias, y acto seguido pasan a la primera cadena nacional
telefónica recién instalada. En resumen, paréntesis más o menos,
las sutilezas deductivas del chino despejador de crímenes estuvie-
ron unos ocho años complaciendo al auditorio populoso necesita-
do de alimento espiritual y distracciones sencillas.
Con méritos indiscutibles de estructura y tratamiento expresivo,
que los tienen y asombran, las primeras series de Chan Li Po no
revelan sin embargo por completo al auténtico Caignet, porque la
idiosincrasia del inquieto santiaguero andaba por las antípodas de
las tesituras británicas y de los accidentalizados chinos de California.
Lo suyo era otra cosa: el mestizaje congénito, la mulatez criolla y
caribeña, amalgama tropical característica de Cuba que le brota-
ría a raudales en creaciones posteriores.
Una vez consagrado el género, a partir de Chan Li Po autores
varios gestaron para el medio exitosas novelas de aventuras. Las
historias de los bandoleros románticos que robaban al rico para
beneficiar a los pobres –especie de vengadores itinerantes– satu-
raron el aire de fragancias exóticas cubanizadas a lo campesino.
El amor las matizaba, desde luego, pero Cupido, sigiloso y discre-
to al principio, estaba al acecho y acabó adueñándose de la tribu-
na. «Cumbres borrascosas», el clásico inglés, en versión libre, dio
la clarinada y aprisa avanzó la «amatoria» universal trasladada del
libro a las ondas hertzianas. Al unísono, hizo acto de presencia la
radionovela de enorme carga sentimental y personajes sico-
lógicamente latinos inventada y escrita especialmente para el me-
dio. Tres títulos grafican su arrancada impetuosa: «Aves sin nido»,
«Por la ciudad rueda un grito» y «El collar de lágrimas». Tuvo 965
capítulos esta última. Y como ya existían las cadenas telefónicas
nacionales, las aves volaron, el grito retumbó y las lágrimas llovieron
de un extremo a otro de la isla. Presumo que de sorpresa en sor-
Anexos 221

presa, los magnates de la radiofonía norteamericana abrieron la


boca perplejos. Si acertaron a pensar, pensarían que sus seriales
iban a llegar a Cuba un poco tarde y congelados.
¿Y Caignet? ¿Qué hacía Caignet en esa etapa? Pues, de todo.
Viajó a Sudamérica; al cabo de un año regresa a La Habana;
compone canciones y poemas de acendrada devoción a sus raí-
ces; declama, comenta y canta por la radio; cultiva de cuando en
cuando la plástica decorando cartulinas y piedras; se interesa en
la cinematografía –la primera película cubana sonora es La ser-
piente roja, basada en la serie inicial de Chan Li Po– y, por supues-
to, continúa elaborando argumentos para radionovelas. «El precio
de una vida», «Peor que las víboras», «Pobre juventud», «La mujer
que se vendió», «El derecho de nacer», «Ángeles de la calle», dan
idea de su fecundidad. Cada puesta en el aire atrajo como un
imán y, en particular, «El derecho de nacer» batió los récords his-
tóricos de radioaudiencia. Es más, a nivel mundial ningún es-
pectáculo había marcado nunca índices tan altos de atención.
Exento de vanidades, travieso y ecuánime, Caignet sonreía. El
Caignet que yo conocí y traté, era un ser encantador. Sencillo,
jovial, cortés, amistoso, hospitalario y de un terco optimismo inte-
ligente. Le hervía en la sangre el amor a la patria, a la América
nuestra y al África entrañable. Impregnado de un dulce espíritu
cristiano y de un poderoso sincretismo religioso, creía en variedad
de dioses, santos, mitos, ritos y supersticiones. Sentía cariños pa-
ternales, angustias y piedad por los niños, los desvalidos, los discri-
minados. Le dolían en carne propia las desigualdades sociales y
confiaba en la reducación y el arrepentimiento de los crueles, los
soberbios y los egoístas. Eso, todo eso, el humanismo sincero del
auténtico Caignet, aflora en sus obras de la edad madura por
encima de insuficiencias y exorbitancias literarias. «El derecho de
nacer» lo ejemplifica y lo retrata con fijeza. En «El derecho de na-
cer» encontramos casi silvestre la síntesis de esta personalidad nu-
trida de cubanía, y quizás ahí resida su telúrico poder de em-
brujamiento.
Tras «El derecho de nacer» –estrenada en Cuba de abril de 1948
a abril de 1949– la corriente de dramatizaciones novelescas de
continuidad engrosa la oferta en los horarios de la mañana, la
222 Raúl Garcés

tarde y la noche y, por ende, aumenta el número de libretistas. Llega


entonces la televisión y despunta la telenovela nuestra. Considerada
globalmente, semejante vitalidad implica una dinámica creativa des-
mesurada y vertiginosa, de extraordinario relieve sociológico en el
contexto cultural cubano de la década del cincuenta, donde aún
persistía un 24% de analfabetismo y donde las manifestaciones artís-
tico-literarias depuradas eran inaccesibles para el gran público.
Un fenómeno de tantísima pujanza, inserto en el subdesarrollo,
condicionado por el sistema económico imperante y propulsado
por la maquinaria comercial que hasta lo exportó a gran parte de
América Latina y Portugal, guarda todavía secretos de interés para
los estudiosos.
Porque parece enigmático que tuviera lugar en la antesala del
triunfo revolucionario definitivo, cuando en 1952 ocurría un golpe
de estado escandaloso, cuando la rebeldía no le dio un minuto de
paz al régimen, cuando los instrumentos represivos desataron una
violencia extrema y cuando la ciudadanía combatió de una forma
u otra en el llano o la montaña. Nada debilitó la lucha y nadie
permaneció indiferente. Ese mismo pueblo enamorado de las dra-
matizaciones radiales y televisivas –incluso las mujeres, principales
consumidoras de lo sentimental– derrocó a la tiranía y emprendió
el 1 de enero de 1959 batallas y proezas asombrosas. ¿Se entien-
de? La cosecha del género, imposible dudarlo, no ocasionó daño
alguno a los valores éticos fundamentales arraigados en el cora-
zón del pueblo. Por ninguna esquina advertimos indicios de ele-
mentos alienantes, conformismos, ni evasiones de los problemas
decisivos. Y piensen ustedes que en aquel tiempo, como antes,
como siempre, teníamos la lanza en ristre contra los oprobios y las
injusticias, pero nos faltaba, en términos mayoritarios, la cultura
política adquirida después a escala nacional y ahora de una soli-
dez a toda prueba.
Un hecho así desencadena un tumulto de interrogantes, y obli-
ga a subrayar que las manifestaciones supraestructurales no pue-
den medirse por la superficie ni vinculándolas de manera directa al
estrato económico ni generalizando. Exigen examinar con el máxi-
mo rigor científico el nexo dialéctico, harto complejo, de los dife-
rentes fenómenos de la realidad, los factores sicosociales y la con-
Anexos 223

ciencia histórica del país donde suceden.


Llegados a este punto, demasiado serio, y de final abierto, con-
cluyo. Al declarar y reconocer aquí la paternidad cubana de la
radionovela y la telenovela latinas, esperamos comprensión, no
para nosotros, a fin de cuentas tan culpables como Adán y Eva,
sino para la descendencia iberoamericana que, fieles al parentes-
co y contenta de haber nacido, actualmente pasea por los micró-
fonos y las pantallas del mundo los aires de familia.
Anexo IV

Programación de CMQ (octubre de 1948)

a.m.
6:30 Tema Siboney y Saludo (diario)
Saludo musical (lunes)
Noticiero CMQ, Noticias del Periódico El Mundo (martes a
domingo)
6:45 Variedades musicales (lunes)
La prensa dice (martes a domingo)
7:10 El reloj musical (diario)
7:25 Cosas curiosas (lunes)
El repórter ESSO (martes a domingo)
7:30 Progresos del hombre (lunes)
Noticiero CMQ (martes a domingo)
8:00 Nuestros artistas (lunes a domingo)
8:15 Décimas informativas (lunes a sábado)
Música criolla (domingo)
8:25 Alas del alba (domingo)
El cancionero internacional (lunes a sábado)
8:40 Controversias del Dímelo cantando (lunes a sábado)
9:00 Charlas del sindicato azucarero (domingo)
Por los campos de mi Cuba (lunes a sábado)
9:15 Colegio de maestros de Cuba (domingo)
9:30 La voz de la profecía (domingo)
Ritmos populares (lunes a sábado)
10:00 Joseíto Fernández, el rey de la melodía (lunes a sábado)
10:15 Controversia de la Calandria y Clavelito (lunes a sábado)
10:30 Buscando estrellas (lunes a sábado)
Nuestros artistas (domingo)
Anexos 225

10:55 El repórter ESSO (lunes a sábado)


11:00 Ya está el café (lunes a sábado)
Estampas de la historia sagrada (domingo)
11:15 El destino está en sus manos (lunes a sábado)
11:30 Rincón criollo de Regalías El Cuño (diario)
11:55 Noticiero CMQ (lunes a sábado)
12:00 Chan Li Po (lunes a sábado)
Cantares de España (domingo)
p.m.
12:25 El repórter ESSO (lunes a sábado)
12:30 Radio escuela de Cuba: Titanes de la epopeya (domingo)
Ángeles de la calle (lunes a sábado)
12:55 Chicharito y Sopeira (lunes a sábado)
1:00 La pausa que refresca (domingo)
1:10 La novela radial Candado (lunes a sábado)
1:30 La novela blanca (lunes a sábado)
La piquera de los rollos (grabación, domingo)
1:45 El alma de las cosas (lunes a sábado)
Trío Hermanas Márquez (domingo)
2:00 El éxito de la semana (domingo)
Novelas famosas (lunes a viernes)
Sorteo de la lotería (sábado)
2:30 Cabalgata del jabón blanco Oso (grabación, domingo)
Radionovela Dermos (lunes a viernes)
3:00 La humanidad en marcha (domingo)
3:00 Vidas privadas (lunes a viernes)
3:15 La senda prohibida (lunes a viernes)
3:30 Cascabeles Candado (discos, domingo)
Guajira guantanamera (lunes a sábado)
3:45 La novela Pilón (lunes a sábado)
4:00 La novela de las 4 (lunes a sábado)
Voces nuevas (domingo)
4:20 Pasiones inolvidables (lunes a sábado)
4:30 Bailables La Corona (diseño moderno, domingo)
4:40 Así es nuestra vida (lunes a sábado)
5:00 Mujeres que trabajan (lunes a viernes)
Voces criollas (sábado)
226 Raúl Garcés

5:15 Discoteca RCA Victor (lunes a sábado)


5:30 Comisión Obrera Nacional del PRC (lunes a sábado)
5:40 Asociación de Colonos de Cuba (lunes a sábado)
5:50 Hora programática Prío Presidente (lunes a sábado)
6:00 Noticiero CMQ (lunes a sábado)
6:15 La entrevista de hoy (lunes a sábado)
6:25 El repórter ESSO (lunes a sábado)
6:30 Napoleón y Filiberto
Tribuna de la industria azucarera (domingo)
6:45 Misterios de la historia del mundo (lunes a viernes)
7:00 Momia en el aire (lunes a sábado)
Bacardí en los campos de mi Cuba (domingo)
7:15 El folletín Hiel de Vaca (lunes a sábado)
7:30 Rafles, el ladrón de las manos de seda (domingo)
7:35 La novela Palmolive (lunes a sábado)
8:00 Cascabeles Candado (lunes, miércoles, viernes y sábado)
Sonrisas Colgate (martes y jueves)
Audición dominical del senador Chibás (domingo)
8:25 Kresto en el aire (El derecho de nacer)
8:30 Actualidad Canada Dry (domingo)
8:50 Noticias mundiales General Motors (lunes a sábado)
9:00 Un concierto General Electric (domingo)
Gane con Kresto (lunes)
Cabalgata musical (martes, jueves y sábado)
Serenata tres flores (miércoles)
ESSO rinde honor al mérito (viernes)
9:30 Hogar, dulce hogar (lunes a sábado)
El teatro Palmolive del aire (domingo)
9:45 Sucesos de ayer y de hoy (lunes a sábado)
10:00 Ronda musical de las Américas (lunes, miércoles y viernes)
El profesor Cupido (martes)
Programa de la revista Bohemia (jueves)
No lo diga (sábado)
10:20 La piquera de los rollos (lunes, miércoles y viernes)
11:00 El baile del domingo (domingo)
Noticiero CMQ (lunes a sábado)
11:15 Noticiero deportivo (lunes a sábado)
Anexos 227

11:30 Cuba comenta (lunes, miércoles y viernes)


Comentarios de actualidad (martes, jueves y sábado)
11:46 Canciones con Pepe Reyes (lunes a sábado)
12:00 Despedida musical (lunes a sábado)
12.30 Tema musical y despedida
228 Raúl Garcés

Anexo V

Programación de RHC Cadena Azul


del 5 de mayo de 1948

a.m.
6:32 El Madrugador, noticias y programas variados
11:58 Los tres Villalobos, con Galindo, Alvariño y Leyva
p.m.
12:25 Noticias internacionales
12:31 Selecciones de asuntos universales
12:46 El corsario negro, con Paul Díaz
1:01 Leopoldo, Mimí y Aníbal en «El Gran Hotel»
1:17 Se alquilan habitaciones
1:30 Fruto de pasión, con Eva Márquez y Paul Díaz
1:45 Sorteo de la lotería
3:00 Almas en venta
4:00 Orquesta Belisario López
4:17 Orquesta Belisario López
4:44 Hora del doctor Núñez Portuondo
4:55 Noticiero
5:00 Conjunto Baconao y Variedades
5:25 Noticiero
5:45 Trinchera aliancista
5:53 Noticiero
6:15 Romances, por Ernesto Galindo
6:57 Pototo y Filomeno
7:23 Noticiero
7:30 Cárcel de mujeres
Anexos 229

7:44 Tiburcio Santamaría (escrito por Cástor Vispo)


7:57 Noticiero
8:01 Tamakún
8:20 Lo que pasa en el mundo, de Armando Couto
8:30 La novela del aire, de Caridad Bravo Adams
9:00 El torneo del saber
9:28 Noticiero internacional
9:33 La verdad desnuda (escrito por Cástor Vispo)
9:49 Caravana de estrellas
10:18 Lorocón y el sordo
10:32 Noticiero internacional
10:40 La corte suprema del arte
11:30 Programa musical
a.m.
12:00 Noticiero
12:15 Música bailable
12:55 Resumen de noticias
Bibliografía

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Revistas y periódicos consultados

• Revista Radiomanía
• Revista Radio Chic
• Revista Ecos de la RHC Cadena Azul
• Libros de Publicidad de CMQ (se consultaron las secciones de radio
publicadas en los periódicos Alerta, El Camagüeyano, El Crisol, El Avan-
ce y en las revistas Carteles, Bohemia, Cenit)
• Diario de La Marina

Documentos oficiales

Censo de 1943, La Habana, 1945.


Censo de población, viviendas y electoral, La Habana, 1953.
Censo de población y viviendas, 1981. La población cubana en 1953 y
1981. Comité Estatal de Estadísticas.
Banco Nacional de Cuba. Memoria. 1949-1950, La Habana, 1950.
235

Índice

Días de radio (A modo de introducción) ............................................. 5


Capítulo 1. RADIO Y SOCIEDAD EN EL CRUCE DE CAMINOS ..... 11
1.1. Una auténtica estafa (sobre la sociedad
cubana de fines de la década del cuarenta) ............................... 11
1.2. Los dueños del aire ................................................................ 28
1.2.1. La pantalla más grande del mundo (surgimiento
y consolidación de la radio comercial en Estados Unidos) ..... 34
1.2.2. Un imperio firme… y otro que se tambalea ........................... 49
1.2.3. Radio comercial cubana: ¿sólo enajenación? ....................... 71
Capítulo 2. HABLAN LOS PROTAGONISTAS .................................. 94
Xiomara Fernández: Los premios que me dio la vida ........................ 94
Mirtha Muñiz: «Y ahora con ustedes... “La novela Palmolive”» ........ 102
Manuel Villar: El año más grande de la CMQ ............................... 110
Leovigildo Díaz de la Nuez: La radio comercial cubana no reflejaba
los problemas de su época ........................................................ 123
Enrique Núñez Rodríguez: Hay gente que vive enamorada de mí .......... 130
Alberto Luberta: ¡Qué gente, caballero, pero qué gente! ................. 143
Héctor de Soto: Radio Reloj: El minutero de la historia ................... 151
Elvira Cervera: Todavía me ocurren cosas insólitas ......................... 160
Esther Borja: Por la radio llegó a Lecuona .................................... 166
Jorge Inclán: Un artista de la técnica ............................................ 175
El fin del principio (A modo de conclusiones) ................................. 184
Anexos ........................................................................................ 199
Anexo I ........................................................................................... 199
Anexo II .......................................................................................... 207
Anexo III ......................................................................................... 216
Anexo IV ..................................................................................... 224
Anexo V ......................................................................................... 228
Bibliografía ..................................................................................... 231

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