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1. La libertad moral.
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1
A. Millán-Puelles, Economía y libertad, Confederación española de Cajas de
Ahorro, Madrid, 1974, 14 y 438, así como la estructuración misma del entero libro,
(cit. .Economía).
2
A. Millán-Puelles, Sobre el hombre y la sociedad, Rialp, Madrid, 1976, 99, (cit.
Sobre el hombre). En la misma línea, y sin pretensiones de agotar las posibles citas,
sirvan como testimonio estas otras palabras, situadas en un contexto muy distinto a
las transcritas en el cuerpo del artículo: "Ya sea subdito o gobernante, y tanto si es
más remiso o más audaz en la personal forma de asumir la gestión de sus intereses,
todo hombre es persona en cuanto tiene una esencial libertad que le hace responsable
de sí mismo. (...) En suma, es en absoluto inseparable de la dignidad de la persona
humana el derecho-deber de que cada hombre lleve a cabo lo que sus propias fuerzas
le permitan con el fin de atender a sus necesidades materiales y al despliegue y
potenciación de la respectiva personalidad": A. Millán-Puelles, Economía, 414-415.
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A la distinción entre los dos sentidos complementarios de la dignidad humana, en
un contexto similar al aludido en el texto, se refieren estas líneas: "También el animal
irracional apetece su propio bien privado y, aunque de hecho sirve al bien común, no
lo apetece como bien común, porque le falta la capacidad de concebirlo. Por
consiguiente, cuando un hombre sirve de hecho al bien común, mas no por estar
queriéndolo como algo comunicable a otras personas humanas, sino tan sólo en
función de su bien propio, se produce el fenómeno de una cierta animalización del
ser humano, la cual no por ser libre deja de rebajar a quien la hace. La dignidad de la
persona humana se sigue dando en quien así se animaliza, mas no con toda la
perfección de que es capaz. La persona en cuestión continúa teniendo el libre arbitrio
y, por lo mismo, la dignidad «natural» de todo hombre, es decir, la que ninguno se
da a sí mismo libremente, mas no la dignidad «moral» que libremente puede darse a
sí mismo cualquier hombre elevando su voluntad a un bien que trasciende y supera el
bien privado sin quitarle a éste su valor": A. Millán-Puelles, Economía, 373.
4
Tomás de Aquino, S. Th. I, q. 105, a. 5 c, De virt. in Comm., q. un., a. 1 c; ///
// De Cáelo et mundo, lect. 4, n. 334; S. Th. MI, q. 3, a. 2 c, donde se encuentran
las pertinentes remisiones a Aristóteles. Millán-Puelles apela explícitamente a estos
principios en Sobre el hombre, 63 ss.
5
Aristóteles, Metafísica, I, 2, 982 b 25-28.
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hombre se dota a sí mismo -y es, por eso, causa sui- reside la integridad
de la grandeza de la condición humana y, simultáneamente, como insi-
nuábamos, el apogeo humano de la libertad. La libertad moral, si cabe,
es más libertad que las otras dos; y, también, más humana que ninguna
de ellas: justamente porque el hombre es tal por su condición de ser li-
bre, y porque, en su conjunto, la libertad humana, en un sentido pro-
fundísimo y nada metafórico, y supuesta siempre la acción fundante de
Dios, ha de llegar a ser también causa de sí misma.
Por consiguiente, la línea divisoria y claramente discriminadora en-
tre las otras dos libertades y la libertad moral es la que separa a lo natu-
ralmente recibido -o innato- de aquello que el propio sujeto adquiere o
se otorga a sí mismo. Mediante la libertad que le es dada, el hombre se
da a sí mismo lo que a esa misma libertad le falta para alcanzar su pleni-
tud terminal; y demuestra, con ese acrecentamiento o conquista, su ín-
dole propiamente humana o, si se prefiere, reduplicativamente libre.
A este respecto, los textos de Millán-Puelles son claros y abundantes.
Por ejemplo, en Economía y libertad, a continuación de las palabras que
acabamos de transcribir a pie de página, tras haber aludido a la libertad
fundamental y al libre arbitrio, el filósofo de Alcalá de los Gazules
prosigue: "La posibilidad de otra acepción, esencialmente distinta, para
el término libertad, es lo que en definitiva se plantea con la pregunta si-
guiente: ¿no cabe que el hombre adquiera por sí mismo alguna manera
de ser libre? O, lo que es igual: ¿podría haber para el hombre una liber-
tad esencialmente humana no sólo por darse en él, sino también, y sobre
todo, por ser él quien activa y libremente se la diera?".
"El alcance de esta pregunta puede ser aclarado en una forma analó-
gica por medio de la conocida distinción entre las «acciones humanas» y
las «del hombre». En una acepción muy amplia se denomina humana
toda acción realizable por el hombre, aunque no sea peculiar de él. En
cambio, de un modo estricto, es humana tan sólo la acción nacida de la
voluntad deliberada, por la cual el hombre se distingue de los demás
animales; de suerte que en este género de acciones se incluyen única-
mente las atribuibles a los hombres precisamente en tanto que son hom-
bres 11 . Pues bien, la libertad que nos ocupa no sería tan sólo la «del
hombre», sino justo la «humana», por consistir en un cierto efecto o
resultado de una deliberada volición, es decir, en algo que el hombre
mismo habría elegido, cosa que no le ocurre, en cambio, al libre
arbitrio, ni tampoco a la libertad fundamental, que ya son necesarios
para poder elegir"12.
11
Santo Tomás, Sum. TheoL, I-II, q. 1, a. 1.
12
A. Millán-Puelles, Economía, 233-234.
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A. Millán-Puelles, Economía, 235.
14
A. Millán-Puelles, Economía. He aquí un texto que resume magistralmente casi
todo lo visto hasta el momento: "Tanto el libre albedrío humano como la «libertad
trascendental» de la razón, que lo hace posible, son libertades que no nos podemos
dar sino que nos son dadas. Nos encontramos con ellas sin haberlas buscado ni
elegido. Son, por tanto, tan naturales en el hombre como es natural en lo animales
infrahumanos el carecer de ellas. Pero el hombre puede darse a sí mismo otra clase
de libertad: la que se adquiere en la práctica de las virtudes morales. A esta libertad
que no es innata, sino que puede y debe ser adquirida por el hombre para
perfeccionar su propio ser, cabe llamarla «libertad moral» por lograrse en el ejercicio
de esas mismas virtudes. Adquirirlas es para el hombre conseguir un peculiar señorío
sobre sí mismo, en la misma medida en que con esto nos hacemos dueños de
nuestras propias pasiones, no por lograr no tenerlas, lo cual para nuestro ser es
imposible, sino por conseguir no ser tenidos por ellas ni sometidos, como si no
fuésemos hombres, a una esclavitud y servidumbre que solamente son propias del
nivel del animal irracional": A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, Rialp, Madrid,
1984, 404.
15
Por ejemplo, los dos aspectos capitales y complementarios que la componen:
"(...) la libertad más propiamente humana -a que valiéndose de su personal iniciativa
puede el hombre lograr para sí mismo- ofrece dos dimensiones formalmente
distintas, aunque complementarias: el señorío sobre las cosas materiales -un tenerlas
de modo que en definitiva no sean ellas lo que a su vez nos posee- y la apertura o
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2. La libertad de albedrío.
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A. Millán-Puelles, Economía, 14 y 338.
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El filósofo alcalaíno sostiene a menudo que ésta -la del libre arbi-
trio- es la acepción más común, a la par que la más propia, de lo que ge-
néricamente calificamos como libertad18. Es de ella, por otro lado, de la
que tenemos mayor y más clara conciencia, sobre todo a través del pro-
ceso de deliberación y decisión19. Y esto, para un filósofo que se niega
rotundamente a divagar sobre una libertad hipotética que antes no se
experimente como vivida20, manifiesta una actitud de tal importancia
que con ella se pone en juego la pervivencia de su entera filosofía.
En efecto, Millán-Puelles pertenece a ese linaje de pensadores que no
aceptan bajo ningún pretexto elucubrar en el vacío; o, si se quiere ex-
presar con palabras más técnicas, a aquel conjunto de filósofos que con-
sideran a la experiencia como el fundamento pre-filosófico de todo
quehacer propiamente filosófico. Pero cuando la filosofía se entiende de
este modo, como fundamentación científica y como profundización y
explicitación de la experiencia, todo nuestro discurrir en torno a la li-
bertad podría compendiarse en estas dos o tres tareas: por un lado, dejar
constancia del hecho de experiencia y, contemplándolo de la manera
adecuada, eliminar las explicaciones insuficientes o contrarias a lo así
percibido; por otro, perseguir hasta sus fundamentos últimos una teoría
que torne comprensible la vivencia de que se parte.
En este sentido, no puede extrañar que nuestro autor dedique buena
parte de su empeño a esclarecer la experiencia de la libertad y a
«desmontar» aquellas presuntas explicaciones que se oponen a ella. Al
respecto, quizás el texto más maduro y significativo -entre los hasta
ahora publicados- sea el de su Léxico Filosófico, donde, por otra parte,
y en consonancia con lo que desde hace unos momentos venimos seña-
lando, la exposición de las tres dimensiones de la libertad se inicia con la
del libre albedrío, al que se consagra bastante más atención que a las li-
bertades trascendental y moral, tomadas en su conjunto.
En contraposición a los empiristas que niegan la libertad, Millán-
Puelles advierte en primer término que la vivencia de ésta acompaña
sólo a unos cuantos entre nuestros actos conscientes. Y que en otras ac-
ciones lo que adquirimos es una clara conciencia de la necesidad de
nuestro obrar: ya porque nos advertimos como sujetos meramente pasi-
vos del influjo de otros, ya como sujetos activos de acciones no delibe-
radas. Pero "si tanto la libertad como la necesidad son objeto, en el
18
A. Millán-Puelles, Economía, 148; Léxico Filosófico, 402.
19
A. Millán-Puelles, Economía, 160 ss.
20
A. Millán-Puelles, Economía, 163.
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3. La libertad trascendental.
a) Naturaleza.
21
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 395.
22
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 395.
23
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 396.
24
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 39^.
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25
A. Millán-Puelles, Economía, 61 ss.; Léxico Filosófico, 401-402.
26
A. Millán-Puelles, Economía, 69.
27
"Sin este fundamental hallarse abierto, que es un hecho ontológico y que, en
consecuencia, no depende de ningún acto de la voluntad, el hombre carecería de la
presencia de sí, justo en la misma medida en que tampoco le sería posible la
presencia de ningún otro ser": A. Millán-Puelles, Sobre el hombre, 20.
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alma en cuanto espiritual, que radica en ella antes que en sus potencias;
pero que, como es obvio, se torna inmediatamente operativa a través de
las facultades propiamente espirituales que del alma por naturaleza di-
manan: el entendimiento y la voluntad. Y, en efecto, la apertura del
alma humana al ente como tal se concreta en posibilidad de conocer
cuanto tiene razón de verdadero o inteligible, y de querer cuanto posee
la condición de bueno. La peculiar estructura ontológica que permitía a
los medievales calificar al hombre como capax entis adquiere vida, por
decirlo de algún modo, en cuanto éste se revela como capax veri y capax
boni.
Millán-Puelles parece suscribir estas afirmaciones al sostener, pongo
por caso, que la condición de posibilidad del libre albedrío es doble. Por
una parte, la inclinación natural de la voluntad a todo aquello que puede
ser catalogado como bueno; una propensión que ligaría incondicional-
mente la facultad volitiva a la felicidad entendida formalmente y al Bien
supremo intuitivamente captado como tal; y que, de esta suerte, asegu-
raría su trascendencia -su falta de necesaria vinculación- respecto a
cualquier bien finito28. Por otro lado, la apertura del entendimiento a
toda entidad, que permite al hombre trascender o pasar desde cual-
quiera de ellas a otra distinta y, más en concreto, apoyándose en la idea
universal de bien, advertir las carencias o imperfecciones de todas y
cada una de las realidades finitas y del mismo Bien irrestricto cuando no
es aprehendido como tal de manera intuitiva; al ofrecer a la voluntad
este «panorama» de bienes no-absolutos, el entendimiento hará posible,
de hecho, el ejercicio del libre albedrío29.
Hasta tal punto aprecia el filósofo gaditano esta necesaria mediación
del entendimiento -sostenida, por otra parte, al menos desde
Aristóteles-, que hay textos en los que la libertad trascendental parece
28
En un contexto ligerísimamente distinto al nuestro, las siguientes palabras: "Ahora
bien: la determinación inmutable de la voluntad al bien no es una determinación de la
voluntad a un bien inmutable, nada más que en dos casos; y ello de una manera lo
suficientemente imprecisa, en cierto modo, para que la libertad sea posible. La
voluntad está naturalmente determinada respecto de dos cosas: el bien en general y la
felicidad o último fin. Querer tan sólo el bien no significa querer únicamente un bien
concreto. Si la voluntad tiene una inclinación natural al bien en general, todo lo que
posea la razón de bien y como tal sea captado por el entendimiento, puede ser
querido. Y no hay que olvidar la absoluta trascendentalidad de la axiología metafísica
de la Escuela: bonum et ens convertuntur. Todo ente es, en cuanto tal, apetecible.
Por otra parte, la inclinación natural a la felicidad no es una necesidad de coacción, ni
se dilata a los medios para ese último fin, pues son muchas las «vías» que a él
pueden conducirnos, tanto realmente como en apariencia. De este modo, queda un
amplísimo margen de indeterminación, en el que la libertad puede inscribirse": A.
Millán-Puelles, Sobre el hombre, 42.
29
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 402.
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A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 401-402.
31
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 402.
32
"La libertad, como se ha expuesto antes, pertenece formal y directamente a la
voluntad, no a ninguna de las otras facultades imperables por ésta": A. Millán-
Puelles, Léxico Filosófico, 400.
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33
A. Millán-Puelles, Sobre el hombre, 40.
34
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 48.
35
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 48.
36
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 52. El subrayado de las palabras «acierto»
y «advertir» es nuestro.
37
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 52.
38
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 52-53.
39
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 53.
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Así, por ejemplo: "La libertad no es ningún atributo del entendimiento, ni
tampoco del cuerpo, sino tan sólo de la facultad volitiva, por más que a través de ésta
repercuta en aquéllos": A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 399."En su más propia
acepción, como poder o capacidad que el hombre tiene de disponer de sí mismo, la
libertad pertenece exclusivamente a la facultad volitiva": A. Millán-Puelles, Léxico
Filosófico, 402.
41
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 400.
42
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 402.
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A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 402-403.
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4. Conclusión.
44
A. Millán-Puelles, Léxico Filosófico, 403. Esta vez, el subrayado -tan signifi-
cativo- es del propio autor.
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A. Millán-Puelles, Sobre el hombre, 42.
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Tomás de Aquino, Super Epístolas S. Pauli lectura. Ad Romanos, cap. II. lect. 3,
nQ217.
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