Este documento presenta un resumen de la historia de Trilby, un duende de Escocia que vive en la cabaña de Dougal el pescador. Trilby se ha enamorado de la esposa de Dougal, Jeannies, y la visita por las noches para acariciarla y susurrarle palabras de amor. Cuando Jeannies se queja de Trilby a Dougal, el duende se enfurece. Para librarse de Trilby, Dougal llama al monje Ronald, quien usa sus poderes para conjurar a Trilby y obligar
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
50 vistas72 páginas
Este documento presenta un resumen de la historia de Trilby, un duende de Escocia que vive en la cabaña de Dougal el pescador. Trilby se ha enamorado de la esposa de Dougal, Jeannies, y la visita por las noches para acariciarla y susurrarle palabras de amor. Cuando Jeannies se queja de Trilby a Dougal, el duende se enfurece. Para librarse de Trilby, Dougal llama al monje Ronald, quien usa sus poderes para conjurar a Trilby y obligar
Este documento presenta un resumen de la historia de Trilby, un duende de Escocia que vive en la cabaña de Dougal el pescador. Trilby se ha enamorado de la esposa de Dougal, Jeannies, y la visita por las noches para acariciarla y susurrarle palabras de amor. Cuando Jeannies se queja de Trilby a Dougal, el duende se enfurece. Para librarse de Trilby, Dougal llama al monje Ronald, quien usa sus poderes para conjurar a Trilby y obligar
Este documento presenta un resumen de la historia de Trilby, un duende de Escocia que vive en la cabaña de Dougal el pescador. Trilby se ha enamorado de la esposa de Dougal, Jeannies, y la visita por las noches para acariciarla y susurrarle palabras de amor. Cuando Jeannies se queja de Trilby a Dougal, el duende se enfurece. Para librarse de Trilby, Dougal llama al monje Ronald, quien usa sus poderes para conjurar a Trilby y obligar
Descargue como PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 72
TRILBY
EL DUENDE DE ARGAIL. POR
CARLOS NODIER.
CÓRDOBA.
Jmprenta y Papelería Catalana, Ayuntamiento 8
TRILBY. ¿Quién no habrá oído hablar de los drows de Thaló y de los elfs, ó duendes familares de Esco- cia, que habitan por lo común en las casas rústi- cas de aquellos paises? Malicioso demonio, á ve- ces caprichoso j pertinaz servicial y dulce otras, que posee todas las buenas cualidades y los de- fectos de un niño mal educado. Frecuenta raras veces la habitación de los grandes y las opulen- tas granjas que reúnen gran número de servido- res; un destino mas modesto liga su vida miste- riosa á la cabana del pastor ó del leñador. Allí, mas alegre mil veces que los bri.'lantes parásitas de la fortuna, se entretienen en contrariar á las viejas que por las noches maldicen de él, ó eu turbar con sueños incomprensibles, pero gracio- so', el sueño de las doncellas, ú ordeña durante la noche las vacas y las cabras del lugar, para gozar de la dulce sorpresa de las pastoras, que llegan al apuntar el dia, y se hallan sin saber Como con las horteras arregla-las con órdon y llenas de espumosa leche, ó caracolea sobre lúa Caballos que relinchan de gozo, ensortija sus lar- gas crines flotantes, ó lava con agua, pura como el cristal, sus finas y nervudas piernas. Durante el invierno, prefiere el hogar doméstico, ó coloca su habitación en las grietas del muro ó al lado de la armoniosa celda del grillo. ¡Cuantas veces no se ha visto á Trilby, hermoso duende de la cabana de Dougal, saltar por las piedras calcinadas, con su pequeño tartán de fuego y su ondeante plaid de color de humo, queriendo coger al paso las chipas que se escapan de los tizones y suben des- de el hogar en columna brillante! Trilby era el mas joven, el mas galante, el mas apreciable de los duendes. Al recorrer la Escocia entera, desde la embocadura del Solway hasta el estrecho de Pentland, no se hallaba otro que pudiera dispu- tarle el ingenio y la gentileza. No se contaban de él sino cosas amables y caprichosas. Las caste- llanas de Argail y de Ljnnox lo querían tanto, que so morían de pena por no poder poseer en sus palacios el duende qae había llenado sus sue- ños de encantos; y el viojo lairtd de Luthahubie- ra sacrificado para ofrecerlo á su noble esposa, hasta el mohoso claymore de Archibald, gótico adorno de su sala de armas; pero Trilby hacia muy poco caso del claymore de Archibal, de los palacios y de las castellanas. No hubiera abando- nado la cabana de Dougal por el imperio del mun- lio, porque amaba á la morena .Jeaunies, la encantadora barquera del lago Beau, y aprove- chaba de vez en cuando la ausencia del pescador para contar á Jeanníes los sentimientos que le habia inspirado. Cuando Jeanníes, de vuelta del lago, habia visto perderse á lo lejos, hundirse en. una abra profunda, ocultarse detrás de un cabo, ó palidecer en las brumas del agua y del cielo la luz del baivo que llevaba á su esposo, y las espe- ranzas de una pesca feliz; miraba una vez aun, entraba suspirando, atizaba los carbones medio blanqueados por la ceniza, y hacían boltear su uso, murmurando el cántico de San Dunstan ó la balada de la aparición de Alberfoií; y cuando sus párpados abrumados por el sueno empezaban á velar sus ojos fatigados, Trilby, que aumentaba Ja dejadez de su amada, saltaba con ligereza de su rendija, se balanceaba en las llamas con un gozo de niño, haciendo brillar á su alrededor mil chispas de fuego; se acercaba con timidez á la hermosa dormida, y asegurado por el aliento que exhalaba de sus labios á intervalos iguales se adelantaba hasta sus rodillas, tocándolas ligera- mente como una mariposa, cou el batir mudo de sus alas invisibles; ó acariciaba sus mejillas, en- sortijaba los largos rizos de su cabellera, se sus- pendía en los anillos de oro de sus orejas, o repo- saba en su seno, murmurando con una voz mas dulce aun que el suspiro del aire t cuando muere en una hoja de álamo; «Jeanníes, mi bolla Jean* »üíes, estíueha un momento al amaute qua té «adora, y á cuya ternura no corrospoudes. Apla- údate de Trilby, del pobre Trilby, el duende de la «cabana. Soy yo, Jeanníes, mi bella Jeaaníos: «quien cuida el cordero á quien amas, quien da á »su lana 'a finura de la seda y de la plata. Soy »yo, quien lleva el peso de tus remos para aliviar »tua brazos, quien rechaza á lo lejos la onda que «apenas tocan. Soy yo, quien sostiene tu barco >Cuando cede al esfuerzo del viento, quien lo ha- »ce surcar contra la marea como en un descenso .«fácil. Los peces azules del lago Long y del lago »Beau que muestran á los rayos del sol sus bri- llantes espaldas en las aguas bajas de la rada, »Ios traje yo de los lejanos mares del Japón para «recreo de la primera niña que darás á luz, y que »verás saltar de tus brazos para seguir sus mo- «vimientos ágiles y los variados reflejos de sus «escamas brillantes. Las flores que te admiras de «hallar por la mañana á tu paso, en la mas triste «estación del año, las voy á buscar para ti en en- «cantadores campos cuya existencia ni siquiera «sospechas, y donde yo habitaria, si quisieras m «sueñas viviendas, en lechos de sua be musgo »que jamás cubre la nieve, ó en el embalsamado «cáliz de uua rosa que no se amortigua sino para «dar lugar á rosas mas bellas aun. Al respirar «un ramo de tomillo, si sientes tus labios heridos «de repente por un movimiento súbito, es un beso «d'ilce que te doy al pasar. Los sueños que mas »te gustan aquellos én qus ves á un niño que te «acaricia con tanto amor, soy yo quien te los en- »via; yo soy el niño cuyos labios reposan en tus «labios ardientes en los dulces prestigios de la «noche. ¡Oh! realiza la felicidad de nuestros sue- «ños! ¡Jeanníes, rai bella Jeanníes, delicioso en- »canto de mis pensamientos, objeto de inquietud »y de esperanzas, de turbación y de encantos, «apiádate de Trilby, del pobre Trilby, del duende «de la cabana! Jeannies gustaba de los juegos del duendo, de sus cariñosas lisonjas, y de sus sueños inocen- temente voluptuosos. Mucho tiempo habia que gozaba de aquella ilusión sin participarlo á Dou- gal, y entretanto lafisonomíadulce y la cariñosa voz del espíritu del hogar se presentaba en su imaginación, en-áquel espacio indeciso que me- dia entre el reposo y el despertar, en que el co- razón se acuerda á pesar suyo de las impresio- nes que ha procurado evitar durante el dia. Le parecía ver á Tri by deslizarse en los pliegues de sus cortinas, ú oírle gemir y llorar bajo su al- mohada. Algunas veces también, habia creído sentir el tacto de una mano agitada, el ardor de una boca ardiente. Se quejó por tiu á Dougal do la terquedad del duende que la amaba, y que no era desconocido a) mismo pescador, porque aquel rival habia encadenado cien veces su anzuelo ó Jigado las mallas de su red á las insidiosas yer- bas del lago, Dougal lo habia visto delante de su 2 — 8— barco, bajo la apariencia de un pez enorme, se- ducir con engañosa indolencia la espera de su pesca nocturna, y luego hundirse, desaparecer, tocar ligeramente el lago bajo la forma de una mosca ó mariposa nocturna, y perderse en la ori- lla con el Bope-Clover e n h profundidad de la mies. De este modo, Trilby extraviaba á Dougal y prolongaba por mucho tiempo su ausencia. Mientras que Jeanníes, sentada en un ángu- lo del hogar, contaba á su marido las seduccio- nes del malicioso duende, ¡juzgúese de la cólera del Trilby, de su inquietudy de sus terrores! Los tizoneslauzaban blancas llamas que se balancea- ban sobre ellos sin tocarlos. Chispeaban los car- bones encendidos, y ol duende se revolcaba en la inflamada ceniza, y la hacia volar á su alrede- dor en ardientes torbellinos.«Estanoche he visto »al viejo Ronald, al centeaario monje de Balva «que lee de corrido los libros de la iglesia, y\ »queno ha perdonado á los duendes de Algail los «estragos que causaron el año último en su pres- biterio. No hay mas que él que pueda librarnos »de este Trilby, y desterrarlo mas allá de las ro- »cas de Inisfail, de donde nos vienen estos malos «espíritus. > No había aun despuntado el día, cuando fué llamado el ermitaño á la cabana de Dougal. To- do el tiempo que iluminó el sol el horizonte", lo pasó en ruegos y meditaciones, hojeando el ri- tual y la clavícula. Luego á las primeras h.ora.9, — i) — dtí la noche, cuando loa duendes perdidos en el espacio entraron en posesión de su habitación so- litaria, se puso de rodillas ante el hogar, echó al fuego algunas ramas de acebo bendito que es- tallaron al quemar, escuchó con ateuto oido el melancólico canto del grillo que presentía la pérdida de su amigo, y reconoció á Trilby en sus suspiros. Jeannit-saeaoaba de entrar. Entonces el viejomonje se levantó, y pronun- ciando por tres veces el nombre de Trilby, dijo con voz fuerte: uTo conjuro por el poder que he «recibido de los ¿Sacramentos, para que salgas de »la cabana de Dougal el pescador luego que haya «cantado por tres veces las santas letanías de la «Virgen. Como que tú, Trilby, no habías dado «nunca lugar a una queja formal, y eras couoci- »do en Argail por un espíritu sin malicia; como »sé ademas, por los secretos libros de Salomon «cuya inteligencia se haya reservada, en parti- «cuiar a nuestro monasterio de Barva, que per- «teneces á u:;a raza misteriosa cuyo destino fu- »turo no se halla fijado todavía, y que el secreto «de tu salvación ó de tu condena, se halla aun «en el pensamiento del «Señor; me abstengo de «pronunciar sobre tí un castigo mas severo. Pero >acuerdate, Trilby, que te conjuro en nombro del »pod.-rque me dierou los Sacramentos, para que «salgas de la cabana de Dougal el pescador, lue- »go que haya cantado por tres veces las santas «letanías d« la Virgen.» — 10 — Y el viejo monje cantó por la primeva vez, acompañado do los responsos de Dougal y de Jeanníes, cuyo corazón empezaba á palpitar con emoción penible. No dejaba de arrepentirse de haber revelado á su esposo los tímidos amores del duende, y el destierro del acostumbrado huésped del hogar, le hacia comprender que se hallaba mas unida á él de lo que hasta entonces habia creído. El viejo monje dijo pronunciando de nuevo portresveces el nombre Trilby. «Te conjuro que «salgas d'» la cabana de Dougal el pescador; y »para que no te lisonjeesde poder eludir el seuti- »do de mis palabras, pues no es hoy cuando em- »piezo á conocer vuestra malicia, has de saber »que esta sentencia es irrevocable para sieni- »pre...» ¡Ay de mí! dijo Jeanníus en voz baja. «A menos, continuó el monje, que Jeanníes »te permitiese la vuelta.» Jeanníes prestó entonces mayor atención. «Y que el mismo Doug.il no te lo mandara.» ¡Ay de mí! repitió Jeuuníes. «Y acuérdate,Trilby, que te conjuro en nom- »bre del poder que me dieron los Sacramentos, «para que salgas de la cabana de Dougal el pes- »cador, cuando haya cantado por dos veces aun »las santas letanías do la Virgen » Y el viejomonje cantó por segunda vez acom- pañado de los responsos do Dougal y de Jeanníes que fco pvonuuciaba sino á media voz, con íà ca- b üa medio envuelta ea su negra cabulera, por- que su corazón se hallaba sofocado por los sollo- zos que procuraba contener, y llenos sus ojos de lágrimas. «Trilby, se decía así misma, no es de una ra- »za maldita; este mismo monje acaba de confe- «sarlo; me amaba con la misma inocencia que un «cordero; no podia vivir sin mí. ¿Que será de él »en la tierra, cuando se halle privado de la sola «felicidad que le quedaba? ¿Era acaso tan gran una 1 , pobre Trilby, que jugara por las noches »con mi huso, cuando medio dormida se escapa- »ba de mis manos, ó que cubriera de besos el hi- «loqueyo había tocado? Pero el viejo monje, repitiendo aun por tres veces el uombre de Trilby, volvió á empezar sus palabras en el mismo orden. «Te conjuro en nombre del poder que me die- r o n los Sacramentos, para que salgas de la ca- l a ñ a de Dougal, el pescador, sin poder jamás «entrar en ella sino bajo las condiciones que te «prescribí, cuando haya cantado una vez aun las santas letanías de la Virgen.» Jeanníes llevó la mano á sus ojos. «V ca tigare tu rebeldía de modo que aterro- «rice á tus iguales; te ataré por espacio de mil «años, espíritu desobediente y maligno, en el »álamo mas nudoso y corpulento del cemea- »terio.» •- ¡V — ¡Desgraciado Trilby! dijo Jeauiiíe?. «Lojuro on nombre del Seínr, y será hecho «así.» Y cantó por )a tercera v^z, acompañado de los responsos de Douga!. Jianníjs no respondía, se habia dejado caer en la piedra saliente que ro- dea el hogar, y el monje y Djugal atribuían su emoción á la natural turbación que d¿be causar una ceremonia imponente. So acabó el último responso; palideció la llama de los tizones; una luz azul, corrió sobre la amortiguada brasa; un grito agudo resonó en toda la cabana. El duende ya habia salido. —¿Dónde está Trilby?dijoJeanníes, volviendo en sí. —Ha salido, dijo el monje con orgullo. • —¡Salido! esclamó con un acento queél mismo tomó por el de la admiración; los sagrados libros de Salomon nada le habían ensebado en cuanto á aquellos misterios. Apenas habia salido el duende de la cabana de Dougal, cuando sintió Jeanníes con amargu- ra que la ausencia del pobre Trilby habia hecho de ella una soledad profunda. Sus canciones de la noche no eraa ya oidas de nadie, y segura de no confiar sua pensamientos sino á las paredes insensibles, no cantaba síuo por distracción, ó cuando le asaltaba el pensamiento de que Trilby, mas poderoso que el ritual y la clavícula, balla- ria medio de eludir los exorcismos del viejo mon- — 13 — jé y los severos decretos de Salomon, ftatonceá con la vista fija en el hogar, procuraba distin- guir entre las caprichosas figuras que forma la ceniza, algunas de las facciones que su imagina- ción habia prestado á Trilby; pero no hallaba si- no una sombra sin formas, sin vida, que rompia la uniformidad del inflamado rojo del hugar, y que se disipaba á la menor agitación del manojo de yerbas secas, que echaba al fuego para reani- marlo. Dejaba caer el huso, abandonaba el hilo; pero Trilby no hacia voltear el huso de su amada, ni recogía el hilo del que se habia servido tantas veces para llegar hasta la mano de Jeanníes, é imprimir en ella un beso rápido, después del cual se retiraba y desaparecía tan pronto, que ni la daba lugar para quejarse.¡Cómo habían cambiado los tiempos! ¡qué largas eran las noches; qué tris- te se hallaba el corazón de Jeanníes! Las noches, la vida de Jeanníes, liaban perdi- do todo su encanto, y se entristecía aun mas al pensar que Trilby mejor acogido por las caste- llanas de Argail, viviría apacible y acariciado sin temor da sus fieros esposos. ¡Qué comparación tan humillante entre la cabana del lago Beau y las suntuosas chimeneas, en que negras colum- nas de Staffa elevándose sobre mármoles de plata de Firkin, terminaban en resplandecientes bebe- das de mil colores brillantes! Mas dolorosa era para Jeanníes esta comparación cuando se presen- 3 taba en su imaginación á sua nobles rivales, jun- tas alrededor de un bracero alimentado por pre- ciosos y odoríferos maderos, y llenando do una nube de perfumes el fovorito palacio del duende, Cuando detallaba en su pensamiento las riqueza» ¿e sus tocados, los brillantes colores de sus ro- pajes, lo bello, lo escogido de sus plumas de ptarmigan y de garza, la compostura de sus ca- bellos; cuando creíais oir en el aire los concier- tos de sus voces de encantadora armonía. «¡Des- »graciada Jeanníes,decía,tú creías saber cantar! < »y aunque tuvieras una voz mas dulce que la de ola joven del marque los pescadores han oído 4 «veces por la mañana ¿qué has hecho tú, Jean- »níos, para que él se acuerda de tí? Tú cantabas »como si él no estuviera aquí, como si solo el «eco debiera escucharte, mientras que esas co- »quetas no cantan sino para él; además ¡cuántas »ventajas no tienen ellas sobre tí! la fortuna, la «nobleza, quizás la belleza misma! tú eres more- »na Jeanníes, porque tu frente descubierta en la «resplandecientesuperficie délas aguas.desafiaal «ardorosocielo del verano. Mira tus brazos Jean- «níes; son blandos y nervoosos, pero sin delicade- z a , siu frescura. Tus cabellos se hallan quizás «faltos de gracia, aunque negros, largos, riza- »ios, cuando flotando sobre la desnuda espalda »los abandonas alas frescas brisas del lago; pero «¿me ha visto tan raras veces en el lago y acaso «no lo ha olvidado ya?» — ià — Preocupada con estas ideas, Jeanníes se entre- gaba al sueno mas tardo que de costumbre. Tril- by uo se presentaba ya en sus sueños bajo la gra- ciosa forma del enano del hogar. A aquel capri- choso niño había sucedido un adolescente de ca- bellos blondos, cuya talla esbelta y llena de ele- gancia disputábala soltura á losflexiblesjuncos de la ribera; se descubrían en él las mismas fac- ciones fioas y dulces del jefe de la tribu de los Macfar;aues, cuando trepaba el Cobler blandien- do el poderoso arco del cazador, ó cuando se per- dia por los risueños laberintos de Argail hacien- do resonar por el espacio las cuerdas de la arpa escocesa; y tal debia ser el último de aquellos ilustres señores, cuando desapareció de repente de su castillo al sufrir el anatema de los santos religiosos de Balva, por haberse rehusado al pa- go de un antiguo tributo hacia el monasterio. Las miradas de Trilby no tenian ya aquella es- presiou franca, aquella confianza ingenua de la felicidad. Miraba á Jeanníes con ojos tristes, sus- piraba amargamente, cubría su frente con los rizos de su cabellera, ó la envolvía entre los lar- gos pliegues de su rnaato; luego se perdía entre las confusas sombras de la noche. El corazón • de Jeanníes era puro, pero sufría á la idea de que ella sola era la causa de las desgracias de aque- lla encantadora criatura que no la había ofendido jamás, y cuya ternura había temido demasiado pronto. Se imaginaba eo el error involuntario do — j ({ — sus suuiloa, que el duende volvía á sus llama- mientos, y que penetrado de reconocimiento se postraba á sus pies y los cubría de besos y de lá- grimas. Pero al couteniplar su nueva forma, co- nocía que no podia inspirarle sino un interés cul- pable, y deploraba su destierro sin atreverse á desear su vuelta. Así pasaban las noches de .Teanníes desde la salida del duende; y su corazón, atormentado por un justo arrepentimiento, ó por una inclinación involuntaria, siempre rechazada, y vencedora siempre, no alimentaba sino melancólicas imáge- nes, que turbaban el reposo de la cabana. Hasta el mismo Dougal parecía inquieto; porque las ca- sas habitadas por los duendes gozan de muchos privilegios. Se hallan preservadas de los acciden- tes del huracán y de los desastres del incendio, porque el atento duende no olvida jamás, cuando todos se han entregado ai reposo, dar la vuelta nocturna alrededor del dominio hospitalario que le presta un asilo contra el frió de los inviernos, componed pajizo techo a medida que un viento obstinado lo va dividiendo, ó coloca en sus goz- nes una puerta agitada por ia tempestad. Obli- gado á alimentar para sí'el agradable calor del hogar, revuelve de vez en cuando la ceniza que se amontona; reanima cou ligero soplo uua chis- pa que se estiende poco a poco sobre un carbón amortiguado y que acaba por abrasar toda su ne- gra superficie. No le falLi mas para calentarse, poro paga generosamente el beneiício, Cuidando ae que uua llama furtiva pueda turbar el tranqui- lo sueüo de sus huéspedes, observa-cou la vista los rincones de la cabana, las rendijas de la anti- gua chimenea; revuelve el forraje en el pesebre, y la paja en la litera; y uo se limita tan solo á los cuidados del establo; proteje también á los pací- ficos habitantes de! tras-corral y de la pajarera, á quienes la Providencia no h i concedido sino gritos para lamentarse, á quienes no ha dejado arma alguna para defeuderse. Atnenudo el gato monte?, que había bajado do sus montanas, mo- deraudo el paso sobre el musgo que tocaba apa- ñas, conteniendo su ahullido de tigre, cercando sus ojos ardientes que brillan en la oscuridad, como luces errantes; la viajadora marta, que caá de repente sobre su inadvertida preda, que la arrebata sin herirla, la rodea como una coqueta de graciosos abrazos, la embriaga con perfumes encantadores, y le imprime en el cuello un beso que le da la muerte; la misma zorra, á veces ha sido hallada sin vida ai lado de un nido de paja- ros recien nacidos, mientras que la madre dormia inmóvil, la cabeza oculta bajo el ala, soñando en la feliz historia de nidada nacida ya. En ñu, el mal humor de Dougal se habia au- mentado con la falta de aquellos peces azules, que solo caian en sus redes, pues desde la parti- da de Trilby, todos habían desaparecido. Al ir al lago, era perseguido por I03 niños da la tribu dç — 18 — Macfarlanó, qüe ití g'ritaba: «Dougal, «Dougal, »os habéis llevado nuestros hermosos peces del »lago Longy del lago Beau; ya no los veremos >saltar en la superficie de las aguas, pareciendo «querer morder nuestros anzuelos, ó detenerse «inmóviles como fljres color del tiempo, sobre »las frescas yerbas de la rada, ifa no les veremos «nadar masa nuestro lado cua-ido nos banemo·), »ni nos apartarán de las corrientes peligrosas re- solviendo con rapidez su larga columna azul:» y Dougal proseguía su camino murmurando y diciéndose entre sí: «en efecto, será cosa bien ri- »dícula estar celoso de un duende; pero en cuan- »to á eso. el viejo monje de Balva sabe mucho •masque yo. Dougal, en fin, no podía menos de ver el cam- bio que se había efectuado en el carácter de Jeanníes, tan sereno en otro tiempo; y jamás pensaba en el principio de su melancolía, sin acordarse de las ceremonias del exorcismo y del destierro de Triiby. A fderza de reflexionar, se persuadió que las inquietudes que notaba, y l a mala fortuna que tenia en la pesca, podrían muy bien ser efecto de un maleficio; y sin comunicar este pensamiento á Jeanníes, en términos que pudiesen aumentar la pesadumbre á la que pa- i'ecia hallarse entregada, le sugirió p>K'o á poco la idea de recurir á una protección poderosa con- tra «1 cruel destino que les perseguía. Pocos días <4¿«Bpuea .debía tener lugar en el monasterio de - id- Hilva la famosa vigilia de San Columbain, cuya intercesión mas que ninguna otra, buscaban las jóvenes d<sl país, porque victimado un amor se- creto y desgraciado, siria sin duda mas propicio á los ocultos pesares del corazón que los demás habitantes de la mansión celeste. Contábase de ól milagros de caridad y de ternura; y nunca Jeanníes habia oído hablar do ellos sin emoción, y de algun tiempo á aquella parte, sé le presen- taban con frecuencia á su imaginación entre los encantadores sueños déla esperanza. Además, accedió fácilmente á la proposición de Dougal, porque no habia visitado jamás la plataforma de Calender; y en aquel pais, nuevo á sus ojos, creia hallar menoa recuerdos que en el hogar de la cabana, que le traía siempre á la memoria las gracias y el inocente amor de Trilby. Un solo pesar se mezclaba á la idea de aquella romería. El anciano del monasterio, el inflexible Ronald, cuyo3 crueles exorcismos habun desterrado á Trilby para siempre de su oscura soledad, baja- ría probablemente de la hermita de las montañas para tomar parte en el solemne aniversario del santo patrón; pero Jeanníes, que temia con ra- zón tener que echarse on cara muchos pensa- mientos indiscretos, y hasta sentimientos culpa- bles, se resignó á la mortificación ó al castigo de su presencia. ¿Qué iba, por otra parte, á pedir á Diop> sino el olvido de Trilby, ó mas bien de la falsa imagen que de él se había formado? ¿Qué 4 odio podria conservar h<ícia aquel anciano, que no había hecho mas que llenar sus votos y pre- venir su penitencia? «Ronald, se decia á sí misma, tenia mas de »cien años en la última caída de las hojas, y qui- »zás no exista ya.» Dougal, menos preocupado, porque era mas fijo el objeto de .su viaje, calculaba todo lo qu8 podía esperar de la pesca de los peces azules, cuya especie creía no ver acabar jamás, y como si hubiera pensado que solo el proyecto de una piadosa visita al santo abad debía conducir á aquel pueblo bagamundo á las aguas bajas del golfo, las sondeaba inútilmente con la vista, re- corriendo el pequeño rodeo de lá extremidad del lago Long hacia las deliciosas orillas de Tarver, encantadores campos cuyo racuerdo no olvida jamás, hasta el viagero que los atraviesa con el corazón vacio de las ilusiones del amor que em- bellecen todos los países. Poco menos de un año hacia que se había alejado Trilby. Ei invierno no habia empezado aun, pero el estío había pasado ya. El frío déla mañana hacia enroscar las hojas en la punta de las ramas, y sus caprichosos ra- milletes llenos de un rojo brillante, ó jaspeados de un amarillo co.'or de oro, parecían adornar la frente de los árboles con flores mas frescas, con frutos mas brillantes que las flores y frutos que lesdala naturaleza.Creeríanse ser ramilletes de granadas en los álamos, maduros racimos en - 21 — la pálida verdura de los fresnos, sorprendidos al brillar entre las finas labores de su ligero follaje. En los dias de decadencia del otoño, hay algo de inexplicable que se une á la solemnidad de todos los sentimientos. C:»da paso que da el tiempo, imprime en los campos que s» deshojan ó en la frente de los árboles que se amortiguan, un nue- vo signo de caduquez mas grave é imponente. Se oye salir del foudo de los bosques un rumo r amenazador compuesto del crujido de las ramas secas, del roce de las ojas que caen, del confuso quejido délas bestias feroces, lamentos, suspiros, quejidos parecidos á veces á voces humanas, que aterrorizan y sobrecojen el corazón. Aun en el abrigo de los tem píos persiguen al viajero igua- les sensaciones. Los mismos ruidos y rumores est- íranos pasan por debajo de las altas bóvedas de las viajas iglesias que al travos del espese folla- je de los bosques, cuando las pisadas del solita- rio esparcen ruidos incomprensibles y producen ecos estraños en la nave; el viento entonces se desliza silbando por entre las mas uuidas arca- das, agita fuertemente los rotos vidrios, y toda estraña armonía acompaña el lento y prolongado rumor de los pasos. Diríase algunas veces que aquello es el canto débil y monótono de una jo- ven monja que une sus procesal sonido majes- tuoso del órgano; y en otoño mayormente so pro- ducen estas impresiones con tanta naturalidad, que engañan muy fácilmente el iastiato de los — 5£¿ — animales. So ha visto andar errantes los lob< s por entre las columnas de una capiila abandoua- da, del mismo rnodo que entre los blancos tron- cos de las hayas; pusarae una bandada de pája- ros espantados, ya ¿u las altas copas de los árbo- les, ya en las larguísimas puntas de los cam- panarios góticos. Al aspecto de esta especie de árbol imponente, cuya forma y materia han sido arrancadas á su bosque natal, el milauo estrecha poco á poco el círculo de su vuelo y se lanza sobre su punta aguda, como se ve cincela- do sobre la corona de un antiguo blasón. Esta idea hubiera podido precaver á Jeanuíes del error de un presentimiento horroroso, cuando siguien- do los pasos de Dougal llegó á la capilla de Glen- fallach, hacia la cual se habían dirigido porque era la destinada para la ofrenda. En efecto, ha- bía visto alo lejos un ciurvo con alas inmensas, bajarse sobre la antigua aguja del campanario, y lanzar al posarse en ella uu grito lúgubre y pro- longado, que expresaba tunta inquietud, tanto sufrimiento, que no pudo menos de considerarlo como un presagio funestj. Mas tímida que hasta entonces, al acercarse allí volvía la vista en tor- no suyo con un sobresalto involuntario, y su oi- do se espantaba al débil murmullo de las mudas ondas que vienen á morir al pié del monasterio solitario. Así pues, de ruiníis, en ruinas, llegaron Dougal y Jeanníes á la? estrechas orillas del la- ... ¿:j _ go Kattriu, porque en aquel antiguo tiénlpo éi'an mas escasos los barqueros que I03 peregrinos. EQ Un, dospues do tres d i as de viaje descubrieron á lo lejos los abetos de üalva, cuyo sombrío verdor se destaca fuertemente en los secos bosques, ó en el pálido musgo de la montaña. En la otra fal- da árida y resbaladiza, y como suspendidos en la punta, de uua roca perpendicular, á cuyo abismo parecían ibau á precipitarse, veíanse las negrus- ras y viejas torres del monasterio y otras partes del edificio medio derruido. Níugun esfuerz ) humano había sido emplea- do para reparar la chstrucciou del tiempo, desde que los santos habían fundado aquél edificio; y una tradición antigua y universal muy sabida por tolo el pueblo aseguraba que cuando sus so- lemnes vestigios acabarían de poblar la tierra con sus destrozos, el enemigo de Dios triunfaría por largos siglos en Escocia, y que con tinieblas impías y falsas creencias, obscurecería el puro y brillante esplendor de la fe. Asi pues, era un ob- jeto de gozo cada dia nuevo para la multitud cris- tiana el verlo aun de aspecto imponente, y cuya solidez ofrecía largos años de duración. Enton- ces los gritos de gozo, los alaridos de entusias- mo, el dulc'3 murmullo de esperanza y de reco- nocimiento, se confundían con la plegaria co« mun. Aquí pues, durante este momento de piadosa y pn.ifuuf.la emoción que escita la esperanza ó \% ~i¿4 - vista de un milagro, todos los peregrinos se arro- dillaron, recordando durante algunos momentos de adoración los principales objet03del viaje. La mujer y las hijas de Col'-Calmeroo, uno de los mas cercanos vecinos de Dougal, los nuevos ador- nos que eclipsaran en la fiesta próxima la senci- lla hermosura de Jeanníes; Douga!, el golpe de red misteriosa que lo enriqueció coa un tesoro encerrado en una caja preciosa, á la que la buena fortuua habia conducido intacta hasta la orillla del lago; y Jeanníes, la necesidad de olvidar á Trilby, y de no acordarse de él jamás; plegaria que su corazón no podia contener entera, y que esperaba meditar al pié de los altares, antes de Confiarla á los altos destinos de su sauto protec- tor. Llegaron por fin los peregrinos à la plazuela de la vieja iglesia, en donde uno de los ermitaños mas anciano de la comarca; estaba ordinariamen- te encargado de recoger sus ofrendas, y de ofre- cerles alimentos y asilo para la noche. De lejos, la tersa blancura de la frente del anacoreta, su ta- lle magestuoso que no habia doblado el peso de l)s años, la gravedad imponente de su posición inmóvil y casi amenazadora, habian engendrado eu Jeanuíes un recuerdo lleno de respeto y de te- rror. Esto ermitaño era Ronald, el vipjo monje do Búva. «Me hallaba preparado ya para recibiros> dijo á Jeanníes con una inteucion tan penetrante qivi la infeliz ao hubiera probado mayor turba- — 25 — cion al verse acusada públicamentede un pecado. «Vos también aquí mi buen Dougal» continuó dándole la bendición. «Venís con mucha razón á buscar los dones »del cielo en la casa de Dios, y á pedirnos contra »los enemigos secretos que os atormentan, los so- corros de una protección que los inmensos peca- »dos del pueblo han amortiguado, y que no pue- »d'> renacer sino á costa de grandes sacrificios.» Mientras hablaba de tal manera, les había in- troducido en la larga sala de refectorio; los de- más peregrinos, unos yacían tendidos en las lo- sas del vestíbulo, otros se esparramaron, siguien- do cada cual su devoción particular, entre las ca- pillas de la iglesia subterránea. Ronald se per- signó y sentó, y Dougal siguió su ejemplo. Jean- níes llena de una inquietud extraña, invencible, quería evitar la fija atención del saDto sacerdote, dejando errar la suya sobre la infinita variedad de objetos que aquella habitación desconocida la ofrecía. Obserbaba con una curiosidad vaga, la clave inmensa de las antiguas bóvedas, la lijera elevación de las columnas, los caprichosos y fan- tásticos ornamentos, y la infinidad de cuadros suspendidos en el entablamento, unes empolva- dos, otros destrozados y carcomidos. Era la primera vez que Jeanníos eutraba en una galería de pintura, la primera vez que veía una imitación del hombre, animada según el ca- pricho del artista, de todas las pasiones de la vi- * 5 da. Contemplaba admirada esta bolla sucesión de héroes escoceses, de diferente espresion y ca- rácter, y cuya brillaute pupila siempre fija sobre sus movimientos, parecía perseguirla de cuadro en cuadro, en unos con la espresion del interés, con una nobleza imponente, ó con una ternura inútil, en otros lanzando sombrías miradas de amenaza y maldición. En uno de ellos, había el pincel del atrevido artista, por una combinación de sombras y colorido, representado el héroe con tanta verdad, que parecía animado y pronto á saltarse del cuadro; esta idea de verlo despren- derse de su dorada guarnición, y atravesar la ga- lería como un espectro, horrorizó de tal modo á Jeanqíes, que temblando fué á unirse con Dougal y cayó desconcertada en el baoco que Rouald la habia preparado. *. «Este, dijo Ronald, cuya conversación con «Dougal no habia sido interrumpida, es el piado- oso Magnus Mac-Farlane, el mas generoso de «nuestros bienhechores y al que se diririgen la >mayor parte de nuestras oraciones. Indignado »por haber faltado á la fé sus descendientes, cu- »ya perfidia ha prebado por largos siglos los no- »bles esfuerzos de su ulma, dicen que desde este »mismo retrato misterioso persigue á sus cóm- «plices y partidarios. Aseguran también, que ja- »más pudo entrar en esta habitación ningún ami- »go de los últimos Mac-Farnale, sin que el pia- doso Magnus bajara del cuadro, en (Jonde^taJ - 2/ «vez lo iiabia fijado el pintor, para vengar el crí- »men y baldón de su raza. Estos lugares que si- eguen vacíos, continuó, son los que debían ocu- »par nuestros opresores, mas no han sido admi- «tidosea el estautecomo habrán sido desechados »en el cielo. ÍNO obstante, dijo Jeanníes, el último lugar «parece está ocupado... He aquí un cuadro en el «fondo de esta galería y que si no estuviese ocul- t o debajo el velo...» <tOs decía Dougal, continuó el monje sin pres- «tar atención á la observación do Jeanníes, que «este último cuadro es el de ¡Vlagnus Mac-Falar- »ne, y que todos sus descendientes han arrastra- »do sobre si la maldición eterna.» «Mas hé aquí, dijo Jeanníes, un cuadro en el »fondo de esta galería, un cuadro cubierto con un »velo, y que sin duda no seria admitido en esto »santo lugar, si el personaje que representa hu- »biesecaido también en la maldición eterna. jTal »vez no pertenecerá á la familia de los Mac-Far- »lane, según se ve en el orden de la galería, y «como un Mac Farlane!...» «La venganzade Dios tiene sus límites y con- diciones, interrumpió Ronald, y á buen seguro «que este joven ha encontrado amigos entre los i>santos...» «Era joven, esclamó Jeanníes...» «Y bien, respondió con dureza Dougal, ¿qué «impórtala edad de UD condenado?... — as -• »Los condenados no tienen amigos en el cié »lo» respondió Jeanuíes con viveza, precipitán- dose hacia el cuadro. Dougal la detuvo. Ella se sentó. Los peregrinos fueron entrando poco á po- co en la sala, y formando un círculo inmenso ai- rededor del venerable viejo que continuó el dis- curso que habia comenzado. «En verdad, en verdad, repitió apoyando las »manos sobre su frentedesconcertada... ¡terribles «sacrificios!... por medio de nuestra intercesión «solo podemos pedir la protección del Señor sobre »las almas que la demandan sinceramente, y co- »mo nosotros, sin engaño ni debilidad. No es «bastante temer la obsesión del demonio, y rogar »al cielo para que nos libre de él. ¡Es preciso mal- »decirlo! ¡Sabéis que hay ocasiones en que la ca- »ridad puede ser un gran pecado!» «¿Es posible, respondió Dougal?» Jeanuíes vol- vió la cabeza, y observó a Ronald con mas aten- ción que hasta entonces. «Pobres desgraciados, continuó ¿y cómo re- wsistiríamos al maligno espíritu que se goza en «nuestra desgracia, si no usásemos contra el de »todos los socorros que nos ha confiado la reli- »gion, y de todo el poder que ha colocado en nues- t r a s manos? ¡De qué nos serviria el rogar cada »dia para librarnos de los que nos persiguen, si »no usasen ya contra nosotros de sus maleficios y «•sortilegios!» «El aire sagrado que nos rodea, nuestras pri- •;u -vaeiones, el duro cilicio que iios envuelve, nú «son bastantes para contener las tentaciones del «demonio; sufrimos también como vosotros, que- jidos hijos, y juzgamos vuestras desgracias y «dolores por las que hemos sufrido ya. ¿Creéis tal «vez que nosotros, pobres monjes, hemos pasado »Ia larga carrera sobre esta tierra rica de goces »y placeres, por una senda llena de soledad y de «miserias sin luchar con deseos de voluptuosidad, «y sin apetecer este bien temporal que llamáis ¿felicidad? ¡Oh! ¡cuantas veces sueños felices y «lisonjeros han turbado nuestra juventud! ¡cuan- «tas veces una ambición criminal ha atormenta- ndo nuestra edad madura! ¡cuantos amargos re- cuerdos han pasado sobre nuestras canas, y con «cuantos remordimientos llegaríamos ante el »trono del Eterno, si no nos hubiésemos armado «de maldiciones y anatemas, para combatir el «espíritu del pecado!...» A estas palabras el viejo Ronald hizo nna se- ñal y todos se sentaron en el estrecho banco que corria'de arriba abajo de la pared como una mol- dura. «¡Considerad nuestra tristeza, por la soledad «que nos rodea, dijo Roñal, por el inmenso aban- «dono á que estamos condenados! Los mas crue^ «les rigores que os hace probar vuestro destino, »no están exentos de consuelo y de placer. Tenéis »toda una alma que os ama, toda una imagina- «cion que 03 comprende, otro ser que se une 4 — 30 — «vuestros recuerdos, à vuestros interésela vues- t r a s esperanzas, en fin à vuestro pasado, vues- »tro presente, vuestro porvenir. No hay círculo »que detenga la libertad de vuestro pensamien- »to; no hay obstáculo que fije límites á vuestros «pasos, ni criatura que desprecie vuestro amor; «mientras que toda la vida del monje, toda la «historia del ermitaño, pasa desconocida del cír- »culo solitario de la iglesia al sombrío recinto de »'as catacumbas. La sola diferencia existe eu la »l&rga serie de años que se desenvuelven inva- riablemente, y que forman nuestra existen- c i a es el cambiar de tumba, el pasar de entre los «sacerdotes, á la morada de los justos. ¿Y os pa »rece si es posible apetecer por segunda vez una «vida tan triste y penosa? Ahora bien, queridos «he/manos, ved hasta qué punto el celo que nos »une á vuestros intereses, emponzoña cada dia »!a austeridad de la penitencia. No es bastante «el que estemos sometidos como el resto de los »demás hombres á las agitaciones del corazón, »de las que ninguu descendiente de la raza de «Adán se ha podido librar, no; no existe ni un «espíritu débil y desgraciado, ni un solo duendo «el mas desconocido que no se goce en atormen- t a r nuestros rápidos instantes de r<>poso, y el «silencio por largo tiempo no interrumpido de «nuestra celda. Algunos de estos duendes ocio- »*os, y mucho mas aquellos que á fuerza de sa- crificios y oraciones los heme» desterrado de ~ 81 — »vuestras habitaciones, se vengan cruelmente «sobre nosotros con el poder que un exorcismo indiscreto les ha dejado. Si al arrancarles de loa «rincones secretos de vuestras quintas, no les ñ- wjamos un lugar de destierro determinado, solo «quedan libres de sus caprichos, y supeichería «las casas que hemos libertado. ¿Creeréis que no »hay nada santo, nada sagrado para ellos, y que »su falange infernal, en este mismo momento en »que os estoy hablando, solo espera que las ti- «nieblas bajen sobre la tierra, para lanzarse cual »un espeso torbellino debajo el techo artesonado «del claustro?» «El otro dia, en el momento de depositar uno »de nuestros hermanos en la mansión de losmuer- »tos, la cuerda se rompió súbitamente lanzando »un silbido agudo y el ataúd cayó rodando furio- «samente debajo de las bóvedas. Las voces que «salian, huecas, estranas.y cascadas,parecían las »de los muertos indignados por haberles turbado »el reposo de la tumba. Al acercarse á la sepul- t u r a uno de los monjes que estaban mas cerca- »nos áella creyó ver en el fondo levantarse las «losas con pesadez, notar agitadamente los su- darios, y los esqueletos puestos en movimiento »por el artificio do los duendes, lanzar risotadas •agudas mezcladas con risotadas satánicas y «amargas, andar errantes sobre él pavimento que ^temblaba, agruparse confusamente en la larga «sillería, y mezclarse cual figuras grotescas, ea- 0 — :i2 — «tre ía sombra del santuario. En oí mismo mú- »mento, todas las lámparas de la iglesia... ;Ks- » cuchad.'...» Todos se apretaban y adelantaban para poder oir mejor á Ronald. Jeanníes permanecía sola, pa- sando sus dedos por entre un flotaúte rizo de su cabello, parecía teDer el alma fija en un solo pen- samiento, escuchaba pues, mas nada oía. «Escuchad queridos hermanos, y reflexiona i, »quó secreto pecado, qué traición, qué asesinato, «qué adulterio, j a de acción, ya de pensamiento, »ha podido atraer sobre nosotros esta calamidad. «Desaparecieron todas las luces del templo. Las «antorchas de los acólitos, lanzaban apenas al- »gunas llamas amortiguadas y fugitivas que «huían, venían y danzaban alrededor del pavilo, «formando un círculo azul, amarillo como los fue- »gos mágicos de las brujas, después se elevaron »y se perdieron por último en losnegros rincones »de los vestíbulos y de las capillas. En fin la lám- «para inmortal del Santo entre todos los Santos. »Yo la vi agitarse, debilitarse, amortiguarse por «grados y morir. /Morir!... /La noche oscura, ne- -tgra, la noche entera en la iglesia, ea el cora- »zou, en el tabernáculo/ /la noche bajada por pri- »mera vez sobre el Sacramento del Señor.' /En to- adas partes la uoche húmeda, oscura, espantosa, »_y mas horrorosa y tremenda aun debajo de laa «bóvedas de nuestros templos, en los que deba «reinar eternamente la luz!... Nuestros monjes, — ya — ^esparcidos y errantes por la inmensidaddel tem- »plo, mas inmenso todavía durante la lobreguez »de la noche, no encontrando en ninguna parte »una salida estrecha y olvidada, engañados por »el confuso murmullo desús voces plañideras, que «repetidas por el eco, llegaban á sus oidos pro- xiucieudo ruidos estraños de amenaza y terror; «huian espantados y confundidos. Escuchaban «aterrorizados los clamores y gemidos de laa «imágenes que habia entalladas sobre las turn- abas, porque creían haberlas visto llorar sobre su »lecho de piedra. Uno de ellos sintió la mano de ¡«Sao Duncau abrirse, apretar la suya fuertemen- »te, y atarlo á su sepulcro para no poder sepa- rarse jamás. El dia siguiente lo encontraron «muerto. El mas joven de nuestros hermanos, «(que habia llegado poco tiempo y cuyo nombre »y familia ignoramos todavia) se agarró tan fuer- «temente á la imagen de una santa, en cuyo ao- »eorro confiaba, que la arrastró sobre sí, y le «aplastó en su caida. Esta era, ya lo sabéis vos, «la que un hábil escultor del pais habia cincela- »do poco ha, á semejanza de la virgen de Lothian »que murió de pesar por haberla separado de su «prometido esposo. Tantos malea, continuó Ro- «nald fijando su mirada en los ojos inmóviles de «Jeanníes, son tal vez efecto de una piedad indis- creta, de una intercesión involuntariamente «criminal, ó de un pecado, de un solo pecado de »intención.» - Hi - «¡De un solo pecado de intención!» exclamo Clady la mas joven de las hijas de Coll-Ca- meron. «De uno tan solo, repitió Ronald con impa- ciencia.» Jeanníes permanecía inmóvil y tran- quila sin haber tan solo lanzado un suspiro. El misterio incomprensible del retrato tapado, ocu- paba toda su imaginación. «En fin,» continuó Ronald levantándose y dando á sus palabras una esprosion solemne de entusiasmo y superioridad, «hemos lijado este »dia para lanzar el terrible ó irrevocable anate- »ma sobre todos los espíritus malignos de la Es- »cocía.» «¡Irrevocable!» murmuró una voz triste y las- timera, que fué alejándose gradualmente. «Irrevocable, si es libro y universal. Cuando »el grito de maldición se fulmine delante del al- »tar, y sea repetido por todas las voces...» «Si todas las voces iv piten un grito do maldi- c i ó n fulminado delante dol altar,» respondió la misma voz. Jeauníes pasó al estremo de la ga- lería. «Entonces se acabar» todo, y los demonios se »hundiíán para siempre ea el abismo.» «Que así sea, respondió el pueblo» y siguió en tropel al tremendo enemigo de los duendes. Los demás monjes, ó m;is tímidos ó menos seve- ros, se habían sustraído á la ceremonia formida- ble; porque según hemos dicho ya; no era punto - 85 — cierto en la creencia popular, si iá condenación eterna de los duendes de Escocia inspiraba mas inquietud que odio, y se habia esparcido un ru- mor bastante probable, de que muchos de ellos, del mismo modo dirigían los rigores del exorcis- mo y las amenazas del anatema en la celda del pobre solitario, que en el sepulcro de un apóstol. En cuanto á los labradores y pastores debían tan solo alegrarse por no tener ya interrumpidas la mayor parte de sus relaciones familiares; mas poco sensibles al recuerdo de los servicios pasa- dos, porque á buen seguro, lo único que podia in- citarles á destruir este enemigo común, eran los favores que de él habían recibido, juntaban sus imprecaciones á la cólera de Ronald. La historia del destino del pobre Trilby, ha- bia llegado entonces á oidos de los vecinos de Dougal, y las hijas de Coll-Cameron decían mu- chas veces durante la velada que sin duda debia Jeanníes á sus sortilegios, lo acaecido en las fies- tas de la tribu, y Dougal la superioridad que ha- bia adquirido en la pesca sobre su padre y sus amantes. ¿Por ventura no habia visto Maineh Ca- merou á Trilby, sentado á la punta del batel, y lanzar á manos llenas millares de peces azulea en las nasas vacías del dormido pescador, dis- pertarlo después, y precipitándose en el rio, ro- dar de onda en onda hasta llegar á la orilla ro- deado de una espuma argentada?.,. «¡Maldición, gritó Maineh!... — 36 — «¡Maldición ósciamó Fey!...» «¡Ah! ¡solo Jean- »níes posee encantos para vos! decía Clady por »Io bajo; vos me habéis abandonado, dulce com- »pañero de mi sueño, á mi que siempre osheama- »;io, y si la maldición dol cielo pronunciada con- »tra vos no tuviese efocto, libre entonces de os- »coger entre todas las cabanas de la Escocia, «¡siempre, siempre fijarais vu'stra morada en la »de Jeannies!... ¿No es verdad?» «¡Maldición! repitió Ronald cm una voz te- mible.» Clady tuvo que hacer un esfuerzo sobre si misma para pronunciar esti palabra; pero al ver entrar áJeannies tan bella de emoción y de amor, ya no dudó mas. ¡Maldición! esclamó Clady .. Solo Jeannies había dejado de asistir á la ce- remonia; las rápidas y profundas sensaciones no habian dado lugar á la multitud para notar su ausencia. Clady no obstanto había reparado en ella, porque en cuanto á belleza la creia la única rival digna de ella. Recordaremos que un vivo in- terés de curiosidad arfastraba á J;;auníes al es- tremo de la galería, en el momento en que el vie- jo monje preparaba el espíritu de sus oyentes para cumplir eon el cruel deber que la piedad le imponía. Apenas hubieron salido de la sala,cuan- do Jeannies, temblando de impaciencia, y poseí- da quizá mal de su grado, de otro sentimiento, se lanzó precipitadamente hacia el cuadro tapa- do, arrancó el velo quo le cubría, y reconoció á primera vista las facciones que había soñado eü su ilusión. Era él: era aquella fisonomía tan co- nocida, los vestidos, laa armas, los blasones, el nombre mismo de los Mac-Farlane. El pintor gó- tico habia trazado debajo del retrato, según la costumbre de su tiempo, el nombro del personaje allí representado.
JOHN TRILBY MA.C-FARLA.NH.
¡Trilbyl esclamó Jeanníes admirada y luego
lijera como el rayo, recorrió las galerías, laa sa- laa, los corredores, loa vestíbulos, y cayó al pié del altar de San-Colombain, en el mismo momen- to en que Clady haciendo un esfuerzo sobre si misma, acababa de pronunciar el grito de maldi- ción. «Piedad, esclamó Jeanníes abrazando el «santo sepulcro.» Amor y caridad, repitió por lo bajo. Y si hubiese faltado en el corazón de Jean- níes fuerza bastante para tener fé en la piedad, la sola imagen de San-Golombain hubiera sido suficiente para reanimarla. Es menester haber visto la sagrada efigie del protector del monas- terio, para poder formarse una idea de la divina espresion con que los ángeles han animado el cuadro milagroso; porque todo el mundo sabe que esta pintura no ha sido trazada por la mano del hombre, sino que bajó un espíritu durante el sue- $0 involuntario del artista á embellecer las fac- ciones angelicales del bienaventurado, con un — as — Montimieuto de piedad y de ternura, que la tierra desconocía. San-Colombaín era el único entre los elegidos del Señor, de mirada triste y de sonrisa amarga, ya fuese por el dolor de h ber dejado so- bre la tierra un objeto de afecto y de ternura, que los goces inefables prometidos á una eterni- dad de gloria y de dicha no hubiesen sido bas- tantes para olvidarlo; ya porque demasiado sen- sible á los males de la humanidad, solo veía tal vez desde su nuevo estado, las desgracias y dolo- res á que estaban espuestos los que le habían so- brevivido, desgracias y dolores que no podia pre- venir ni endulzar. Tal debe ser en efecto la sola aflicción de los santos, á menos que los sucesos déla vida hayan unido su destino á una criatu- ra, que han perdido y que no encontrarán ya mas. La viva y dulce espresion que lanzaban loa ojos de San-Colombain, la sonrisa celestial pinta- da en sus labios, los consuelos de amor y caridad que se desprendían de ellos, y que introducían en el corazón una ternura religiosa, hicieron afir- mar á Jeanníes en la resolución que habia for- mado: ella repetía con entusiasmo las palabras: amor y caridad. «¿Conque derecho fulminaria »yo una terrible maldición? /Ah! no ha confiado »el Señor á la debilidad de la mujer, el ser ins- trumento de terribles venganzas. (Pudiera su- »ceder que él no se vengara! mas solo ha de cas- tigar los enemigos quien no los teme, y no h£ — au — >de confiar el ministerio mas terrible de su justi- »cia á las ciegas pasiones de tan débiles criatu- r a s . ¡Cómo! es él quien uu dia hadejuzgar todos »los pensamientos... ¡Y cómo iré yo á implorar la «piedad por mis hechos, cuando lo serán presen- tados con toda la pureza y toda la verdad! yo «entonces no podré contradecir, y ¡si por hechos «que me son desconocidos... si por hechos que »nc hau sido cometidos tal vez yo lanzara el «grito de maldición que se me pide contra un des- agraciado, que sin duda es severamente castiga- »do!...» De este modo Jeanníes se horrorizaba do su propia posición, y sus miradas buscaban con esfuerzo las de San-Colombain, mas, confiada en la pureza de sus sentimientos, porque el inven- cible afecto que conservaba hacia Trilby no le habia hecho olvidar que era esposa de Dougal, buscó, ñjó los ojos y el pensamiento en el pensa- miento incierto del santo de las montanas. Un débil rayo del sol poniente pasó al través de los vidrios, é iluminó el altar con aquellos colores vi- vos y cambiantes que el crepúsculo anima, for- mando una brillante aureola alrededor del santo, y dando á su fisonomia una eapresion celestial. Jeanníes creyó que San-Colombain estaba satis- fecho, y llena de reconocimiento, besó con ardor las losas de la capilla, y los escalones de la tura- ba, repitiendo votos de caridad. Es posible que estuviese entonces ocupada en una plegaria que el mundo no podia comprender. ¿Quién sondeará — 40 — los secretos de una alma tierna, y quien podra apreciar lo bastante los delirios de una mujer que ama? El viejo monje que observaba con atención á Jeanníes, satisfecho de tanta emoción, en la que traslucía alguna esperanza, la levantó del santo pavimento, y la dejó á los cuidados de Dougal que se preparaba para partir, con la imaginación llena de ilusiones y felicidades, que fundaba so- bre su peregrinación y sobre la protecciou de los santos de Bal va. «A pesar mió no puedo calcular, «dijo á Jeanníes, lo que me ha costado esta mal1- »diciou y tengo necesidad de detraerme en la pesca.x En cuanto á Jeanníes no era esto bastan- te para ella; nada podia distraerla de sus recuer- dos. El dia siguiente al que la bella pescadora condujo hasta el golfo de Clyde la familia del Laird de Roseneiss, volvía Jeanníes cerca la es- tremidad del lago Long. a la merced de la marea que hacia hendir la nave á una distancia igual de los bajíos de Argail y de Lemox, sin tener que recorrer al penoso movimiento de los remos; lan- zada sobre el estrecho y movible batel; abando- naba al viento su negra y amada cabellera, y su blanco cuello que el sol había débilmente mati- zado, se destacaba con una brillantez singular sobre su rojo ropaje de Ayr. Su desnudo pie colo- cado sobre uno de los lados del frágil batel, daba á este un lijero movimiento; impulsada entonces ._ 41 - la navecilla recibia y rechazaba la ouda, que obligada á retirarse por aquella resistencia casi insensible, venia otra vez espumosa, elevándose plateada, y rodeando con su espuma fugitiva el torneado pié de Jeanníes. La estación era riguro- sa, pero la temperatura de algun tiempo á aque- lla parte se habia endulzado insensiblemente de modo que pareció á Jeanníes uno de los mas her- mosos dias que pudiera recordar. Los vapores que se elevan ordinariamente del lago, formaban una trasparente cortina delante de los montes, que iba ensanchándose poco á poco debajo la flotante corona de nubes que pasaba sobre la montaña. Las que el sol no habia disipado aun, se mecían en el occidente como una colgadura de oro bri- llante, entretejidas por las faldas del lago para adorno de sus sencillas fiestas. Otras esparrama- das, huian argentadas, doradas, movibles, como pequeñas lentejuelas engastadas sobre un fondo trasparente y de mil colores. Eran aquellas hú- medas y pequeñas nubes en que el naranjado, el amarillo, el verde pálido, están en continua lu- cha, según los caprichos del aire y la luz, con el azul, la púrpura, y el violado. Al debilitarse y abajarse una de estas brumas errantes siguiendo el sendero del- monte, ei viento libre entonces, confundía todas las nubes trasparentes en una de estraña é indefinible que admiraba, promo- viendo en el espíritu una sensación inmensa, du- rante cuyo tiempo las decoraciones se suceden, — 42 — COU suma rapidez, cambiando de urja á otra i-ibe- ra. So ofrecían delante de ella dos inmensas pun- tas, á cuyos lados circulares se quebrabau los ra- yos del sol poniente en unos resplandecientes como el cristal, en otros lanzando un pálido tin- te pardo pronto á desvanecerse; á las mas lejanas hacia el oeste, las coronaba una inmensa aureo- la de vivo encarnado, que se despreadia por los lados de la montaña en caprichosos rayos que iban debilitándose poso á poco, hasta morir en au base entre las sombras débilmente iluminadas por el crepúsculo. Estaban los cabos tan llenos de sombra, que cualquiera hubiera dicho á lo lejos que habia allí escollos inevitables; mas al acercarse iba reti- rándose poco á poco la sombra delante de la proa y mostrando grandes bahías muy favorables para los marineros. El escollo tremendo iba embelle- ciéndose y ofreciendo una segura navegación. Jeanníes habia visto á lo lejos los bateles de los pescadores del lago Goyle, y lanzó una mirada sobre las débiles obras de Portincaple. Contem- plaba con una emoción cada dia nueva, f sa infi- nidad de puntas amontonadas confusamente, y que no se destaca la una sobre la otra, sino á fa- vor de los efectos de la luz. mayormente en esta ocasión en que todas ellas se perdían debajo el terso velo de la nieve. Creía haber visto á su iz- quierda, ¡tan puro y trasparente estaba el cielo! las cúpulas de Ben-More y de Beu-Neathan; á su — 43 — derecha se descubría la áspera cresta de Ben-Lo- mond, por medio de algunas ásperas puntas que no habia cubierto la nieve y que se erizaban ne- gruscas alrededor de la calva frente del rey de las montañas. El fondo de este cuadro maravillo- so recordaba á Jeanníes una tradición esparcida por todo el país, y que su espíritu, ahora maa predispuesto que otras veces á las emociones vi- vas y á las ideas milagrosas, consideraba bajo un aspecto diferente. A la misma punta del lago se levantaba la enorme masa de Ben-Arthur de- trás de las dos inmensas y negras rocas de ba- salto que parecían estar la una suspendida sobre la otra. Estas piedras fueron estraidas de las ca- vernas de la montaña en donde reinaba el gi- gante Arthur, cuando dos hombres atrevidos le- vantaron à orillas de Foth los muros de Edim- burgo. Arthur desterrado de su dulce soledad por la política de un pueblo temerario, dio un paso hacia el estremo del lago Long, y colocó sobre la mas alta de las montañas que se ofrecía delante de él las ruinas de su palacio salvaje. Sentado sobre una de las rocas, y con la ca- beza apoyada sobre la otra, miraba con rabia el pueblo implo que habia usurpado sus dominios y le habia separado para siempre de la felicidad, y aun de la esperanza, porque dicen que amaba con delirio á la reina misteriosa de aquellas riberas, una de las hadas que los antiguos llaman ninfas, que habitan cavernas encantadas y desconoci- 8 _ 44 — das, y caminaban sobre alfombras de flores mari- nas, al resplandor de las perlas y carbunclos del Océano. Desgraciado el atrevido batel que osase herir la inmóvil superficie del lago cuando la lar- ga figura del gigante, vaga indecisa como los vapores de la tarde, se levantaba súbitamente entre las dos rocas de la montaña, apoyando sus pies enormes sobre sus puntas desiguales; se ba- lanceaba entonces á favor del viento,'estendien- do sus brazos tenebrosos y flotantes hacia el ho- rizonte que llegaban al fin á rodearle como de un -círculo inmenso. Apenas acababa de hundir en el lago los últimos pliegues de su manto de nubes, cuando una luz briüante salia de los fieros ojos de la fantasma, su voz producía un sonido pareci- do al del trueno y las ondas furiosas inundaban las orillas. A causa de esta aparición que espan- taba en alto grado á los pescadores, habia queda- do desierta la rica y deliciosa rada de Arrophar, cuando un dia llegó un pobre ermitaño, cuyo nombre se ignora, de los mares tempestuosos de Irlanda, solo, pero invisiblemente acompañado de un noble espíritu de fé y de caridad sobre una lancha empujada por un poder irresistible, sur- cando las agitadas olas, sin participar de su agi- tación, no obstante de no aprovecharse el santo sacerdote del frágil socorro de los remos. De rodi- llas sobre el débil esquife, con un crucifijo en las manos, miraba tristemente al cielo. Cuando lle- gó cerca del término de su viaje, se levantó coa - & - dignidad, derramó unas cuantas gotas de ¡igua bendita sobre las ondas furiosas, y dirigió al gi- gante del lago ciertas palabras en un idioma desconocido. Oréese que en nombre de los prime- ros compañeros del Salvador, que eran pescado- res y gondoleros, le mandaba restituir á los pes- cadores y gondoleros del lago Long el pacífico imperio de las aguas que la Providencia les ha- bía otorgado. Al mismo instante, el espectro amenazador se disipó en lijeros copos como los que el hálito de la mañana hace rodar por enci- ma de la ola invisible, y que á lo lejos podria to- marse por una nube de plumazón arrebatada del nido de las grandes aves que habitan sus ri- beras. El golfo todo aplanó su vasta superficie; las mismas olas que se elevaban blanqueando contra la playa no volvieron á bajar; perdieron su flui- dez sin perder su forma y su aspecto, y la vista engañada todavia por los contornos redondeados, ondulantes movimientos, y color azulado y heri- do de reflejos cambiantes por los escamosos es- collos de que está erizada la costa, los toma de lejos por bancos de espuma cuya vuelta imposi- ble espera en vano. Eu seguida el santo anciano sacó su barco á la arena, en la esperanza de que quizás asilo encontraría el pobre montañés; con sus enlazados brazos apretó contra su pecho el crucifijo, y trepó con firme paso el sendero de la roca hasta la celda que le edificaron los ángeles — 4(5 — al lado do la región iuaccesible dol águila blanca, Muchos anacoretas le siguieron en estas soleda- des y se desparramaron lentamente formando piadosas colonias en los vecinos campos. Tal fué el origen del monasterio de Balva, y sin duda el del tributo que largo tiempo se liabia impuesto hacia los religiosos de este convento la gratitud sobrado pronto olvidada del clan de los Muc-Far- lane. Fácil es comprender por que secreta traba- zón la historia de este exorcismo antiguo y do sus consecuencias se enlazaba con las ideas ha- bituales de Jeannies. Sin embargo, las sombras de una noche tan precoz en una estación en que Luda la carrera del dia se verifica eu pocas horas, empezaban á subir desde el lago a las alturas que ie rodean, nasta envolver las cimas mas elevadas. El can- sancio, el frió, el ejercicio de uua larga contem- plación ó reñexiou profunda, habían abatido las fuerzas de Jeannies, y sentada con una estenua- ciou iuesplicabíe en la popa de su navecilla, de- jaba que se alejase de los frondosos laberintos de Argail hacia la morada ae Dougal, estando medio dormida, cuando una voz salida do la opuesta oríllala anunció un viajero. Solo la piedad que inspira un hombre descarriado en una costa en que no habitan su mujer ó hijos, y que va á de- jarles contar buenas horas do angustias y de es- pera, en la esperanza siempre fallida de su vuel- ta, si el oído del gondolero se cierra por casuali- — 47 — dad ¡i su súplica; este interés, que las mujeres aobre todo tomau por un proscrito, por un desva- lido, por un niño abandonado., podia solo obligar á Jeanníes á lidiar con el sueño que la abruma- ba, para voiver su proa, batida de las olas tan largo tiempo habia, con dirección á los genios marinos que cubren el largo golfo de las monta- ñas. «¿Quien hubiera podido precisarla á atrave- »sar el lago á esta hora, decia ella, sino la nece- sidad de huir de un enemigo, ó de juntarse con »un amigo que la espera9 ¡Ah! ¡pueda todo aquel que espera á su objeto amado no ser engañado jamás en su esperanza! ¡alcance siempre lo que desee!... Y las lamias tan largas y apacibles se multiplicaban bajo el remo de Jeanníes que las hería como un azoto. Continuaban haciéndose oir los gritos, pero tan débiles y cascados, que mas bien parecían gemidos de fantasma que voz de criatura humana, y la vista de Jeanníes dirigida con esfuerzo ha- cia el lado de la costa, no la descubría mas que un horizonte sombrío, cuya profunda inmovilidad ningún ser viviente animaba. Si habia creído distinguir desde luego una figura humana incli- nada sobre el lago, dirigiéndola suplicantes bra- zos, no habia tardado en reconocer en el preten- dido estsanjero un tronco muerto que balanceaba bajo el peso de las escarchas dos ramas deseca- das. Si la habia parecido por un instante que veía circular una sombra á corta distancia de su ba- • — 48 ~ tel, entre la niebla que acababa de caer, era la auya que la última luz del crepúsculo horizontal dibujaba en el flotante velo, y quo iba confun- diéndose mas y mas con las inmensas tinieblas de la noche. Su remo en fiu, hería ya ¡os silvan- tes cañaverales de la ribera, cuando vio salir de ella á un anciano tan encorvado bajo el peso de los años, que se hubiese dicho que su pesada ca • beza buscaba un apoyo en sus rodillas, y que so- lo conservaba el equilibrio de su cuerpo vacilan- te, apoyándose en un frágil junco que le susten- taba no obstante sin doblegarse; pues este viejo era enano y el mas pequeño, según trazas, de cuantos hubiese visto jamás la Escocia. Aumen- tóse la admiración de Jeanníes, cuando á pesar de lo caduco que parecía, se lanzó lijeramente á la barquilla y tomó asiento frontero á la gondole- ra, de un modo que no carecía de flexibilidad ni de gracia. «Padre mió, le dijo ella, no os pregunto donde «pensáis dirigiros pues el término de vuestro oviaje debe estar demasiado lejos, para que os »quede esperanza de llegar á él esta noche. «Estáis equivocada, hija raia, replicó el viejo; »jamás he estado tan cerca de el, y desde quo me «encuentro en esta barca, me par ice que nada «tengo que desear para llegar á é!, aun cuando »un hielo eterno la pegase de repente en m..dio »del golfo.» «Esto es admirable, replicó Jeanníes. Un «- 49 - «nombre de vuestra estatura y de vuestra edad >S3ria conocido en todo el país, caso que habita- »se en él, y á menos que seáis el hombrecillo de »la isla de Man de quien frecuentemente he oido «hablará mi madre, el cual ha enseñado á los ha- bitantes de nuestros lugares el arte de fabricar »con cañas largas cestas dentro de las cuales los »peces (retenidos por algun poder mágico) jamas »pueden encontrar la salida, me atrevería á de- »ciros que no tenéis hogar en las costas de la »mar de Irlanda.» «¡Oh! yo lo tenia muy vecino à esta ribera; »pero me arrojaron de él cruelmente.» «Ya comprendo, buen anciano, lo que os con- »duce á las costas de Argail. Es preciso que ten- sgais aquí muy tiernos recuerdos para abando- »nar á hora tan avanzada las risueñas riberas del •lagoLomond, en que abunda una pesca mases- »quisita que la de nuestras aguas marinas, y un »wiskey mas saludable para vuestra edad que el »de nuestros pescadores y marineros. Para vol- »ver entre nosotros, es preciso que améis á algu- »noenesta región de tempestades, de la cual «huyen las mismas serpientes. A la venida del »invierno se deslizan hacia el lago Lomond, lo »atraviesan en desorden como una tribu de mon- wtañesea, y van á refugiarse en una de las rocas »del mediodía. Los padres, losesposos, los aman- »tes, no temen internarse en rigurosos lugares «cuando tratan de hallar el objeto amado, poro 9 ~ m - «vos no podríais pensar, sin que fuese locura, «alejaros esta noche de las orillas del lago Long.» «No es esta mi intención, dijo el desconocido, »mas quisiera morir mil veces.» «Aunque Dougal sea taneconómicoen su des- »pensa, continuó J¿anníes, que no abandonaba »su pensamiento, y que no habia prestado sino »una atención lijera á las interrupciones del pa- wsajero, aunque sufra, añadió con amargura, que »la esposa y las hijas de Coll-Cameron luzcan »mas que yo en las fiestas de la tribu, no por eso »falta en su cabana leche y pan de avena para »los viajeros, y quisiera mas bien que fueseis vos «quien apurase nuestro buen wiskey, que no ese »viejo monje de Balva, que no ha venido ni una »sola vez sin causarnos algun daño.» «¿Qué es lo que oigo, hija mia? dijo el ancia- »nocon grande admiración; precisamente me di- wrigiayo hacia la cabana de Dougal el pescador; «allí debo volver á ver todo lo que amo, dijo mo- dulando en temblorosa voz, si no he sido enga- »ñado. ¡Solo ha sido la fortuna quien me ha de- »parado esta nave!...» «Ya os comprendo, dijo Jeanníes sonrióndoae, «graciassean dadas al hombre de la isla de Man. «Siempre ha amado á los pescadores.» «¡Ay de mí! ¡no soy el que vos pensáis! otro «sentimiento me llama á vuestra casa, Sabed, «hermosa joven, porque esas luces boreales que »bañan la frente de las montañas, esas estrellas, — 51 — «que caen del cielo cruzándose y que blanquean »en el horizonte, esa luz que se adelanta, que se «estiende, y que viene hasta nosotros desde »aquel barco lejano, todo me ha hecho ver que «erais hermosa; sabed, digo, que soy el padre de »un genio que habita en la cabana de Dougal el «pescador; si creo lo que me han contado de ella, >si doy crédito, sobre todo á vuestra fisoDomíay »á vuestro lenguaje, podria comprender apenas, »en la edad á que he llegado, que Trilby hubiera «escogido otra habitación. Hace pocos dias que »han informado de ello, y no he visto al pobre »jóven desde el reinado de Fergus. Esto pertene- c e á una historia que fuera largo contaros, pero «juzgad de mi impaciencia ó mas bien de mi feli- »cidad, pues que ya tocamos la ribera.» Jeannles dio á ¡a nave un movimiento retró- grado, y dejó caer su cabeza hacia atrás, apo- yando una mano sobre su frente. «¡Y bien! dijo el anciano, ¿porqué no abor- »damos?» «Abordar,respondió Jeanníes sollozando. ¡Pa- »dre infortunado! ¡Trilby ya no vive aquí!...» «¡No está aquíl Jeanuíes, ¿acaso hubierais si- »do tan culpable que lo hubieseis abandonado »en manos de esos monjes de Bal va que han sido »causa de nuestras desgracias?...» «Sí, sí, dijo Jeanníes impeliendo la nave por »el lado de Arroqhar. Si, ¡soy yo quien lo ha per- »dido, quien lo ha perdido para siempre!...» — ¿2 — «¡Vos, Jeanuíes, vos tan encantadora, tan »buena! ¡Pobre joven! ¡Cuan culpable habrá sido »para merecer vuestro odio!...» «¡Mi. odio! dijo Jeanuíes dejando caer la mano »sobre el remo, y sobre la mano su cabeza. ¡Solo »Dios sabe cuanto le amaba!...» «¡Le amabas!» esclamó Trilby cubiiendo de besos sus brazos (pues este viajero misterioso era el mismo Trilby, y mal de mi grado he de confe- sar que si ini lector esperimeuta algun placer con esta esplicacion, no será probablemente el de la sorpresa.) «¡Tú le amabas!... ¡ahí repite que le amabas, >/Osa decírmelo á mí, decirlo por mí porque tu re- wsolucion va á decidir do mi felicidad ó de mi «ruina. ¡Acógeme, Jeanuíes, como un amigo, co- »mo un amante, como á tu esclavo, como á tu «huésped, cual hubieseis acogido a este pasagero «desconocido. ¡No niegues á Trilby un asilo se- »creto en tu cabana! Y así hablando, el duonde iba despojándose del bizarro disfraz que la víspera le prestaron los Shoupeltinos del Shetlauu. Abandonaba á la cor- riente de la marea sus cabellos de cáñamo y su barba do blauco musgo, su coliar compuesto de alga y crista marina cogido á trechos en pechi- nas de varios colores, y au Yugulo arrebatado á la plateada corteza del abedul. Ya no era mas que el espíritu vagabundo del hogar; pero la os- curidad prestaba á su aspecto algo de vago que J— 53 — no hacia mas que recordar sobradamente á Jean- níes el prestigio singular de sus últimos sueños, las seducciones de este amante peligroso del sue- ño que llenaba sus noches de ilusiones tan en- cantadoras como temidas, y el cuadro misterioso de la galería del monasterio. «Sí, mi Jeanníes, murmuraba él con una voz »dulce, pero débil como la del suave ambiente »que suspira en el lago por la mañana; vuélveme »al hogar desde el cual podia yo verte y oirte, el «modesto rincón de la ceniza que tú revolvías »por la noche para descubrir una chispa, la tela- «rañade invisibles mallas que cuelga de los vie- »jos techos y que me prestaba una hamaca flo- rante en las noches calurosas del verano. ¡Ah! »si preciso es, Jeanníes, no te importunaré mas »con mis caricias, no te diré mas que te amo, no »tocaró tus vestidos aun cuando se levanten vo- «lando hacia mí, con ia corriente de la llama y »del aire. «Si alguna vez me atrevo á tocarlo será solo »para apartarlos del fuego, cuando te dormirás ahilando. Y mas te diré, Jeanníes, pues veo no «pueden acabarte de resolver mis ruegos, concé-> »deme á lo menos un lugarcillo en el establo; «concibo todavia cierta felicidad en este pensa- miento, besaré la lana de tu carnero, porque se »que te agrada hacerla girar alrededor de tus «dedos, cojeró lasfloresmas aromáticas, y tejeré »con ellas, guirnaldas, y cuando llenes el pese- - 54- »bre con nüevó lecho de paja la estrechare yo «contra mi corazón con mas orgullo y placer que «las tapicerías de un rey; te llamaráquedo: ¡Jean- »níes, Jeanníes!... y nadie me oirá tenlo por cier- »to, ni tan siquiera el insecto monótono que hie- »re la pared por mesurados intervalos, y cuyo re- »loj de muerte interrumpe so¡d el silencio de la •noche. Mi mas ardiente deseo es de estar allí «donde pueda respirar el aire que toca el aire que »ta respiras; el aire por donde hayas pasado tú, »que ha participado de tu aliento, quo lia circu- lado por entre tus labios, que han penetrado tus «miradas, que te hubiese acariciado con ternura »si su naturaleza inanimada gozara de los privi- legios de la nuestra, si tuviese sentimiento y »amor.» Jeanníes echó de ver que se había alejado de- masiado de la ribera, pero Trilby comprendió su inquietud se apresuró á tranquilizarla refugián- dose al estremo de la barca. cAnda Jeanníes, la dijo vuelve sin mí á ias ri- beras de Argail donde no puedo yo penetrar sin el permiso que me rehusas. Abandona al pobre Trilby en una tierra de destierro para qu? viva en ella condenado al dolor eterno de tu pérdida; nada le costará si dejas caer sobre él una mirada de adiós ¡des lichado! ¡que tenebrosa noche!» Un fuego repentino brilló en fl lago. «Helo aquí dijo Trilby; ¡Dios mió gracias os doy! ¡hubiese aceptado vuestra maldición á este precio!» — 55 — «No es por culpa mia, dijo Jeanníes, pues no esperaba yo esta luz estrana, y si mis ojos han encontrado los vuestros... si habéis creido leer en ellos la espresion de un consentimiento, cu- yas consecuencias no previa ya; en verdad, bien lo sabéis, el fallo del temible Ronald encierra otra condición. Preciso es que el mismo Dougal os envié á la cabana. Y por otra parte ¿no está interesada vuestra misma felicidad en su dene- gación y la mia? Vos sois amado, Trilby, las mas nobles damas de Argail os adoran, y en sus pala- cios debierais de haber encontrado...» «¿Los palacios de las damas de Argail? repli- có con viveza Trilby. ¡Oh! desde que he salido de la cabana de Dougal, aunquehubiese sido al prin- cipio de la mas cruda estación del año, mi pió no ha pisado el pavimento de. la morada de un solo hombre; no he reanimado mis helados dedos á favor de la llamado un hogar chisporreante. He tenido frió, Jeanníes, y ¡cuántas veces, cansado de tiritar á la orilla del lago entre las ramas de los arbustos desecados que se encorvan bajo el peso de escarchas, me levanté saltando para des- pertar un resto de calor en mis miembros inertes, y llegué hasta la cumbre de las montañas! ¡cuán- tas veces me he envuelto en la nieve que acaba- ba de caer, he ido rodando encerrado dentro de BUS pellones; pero dirigiéndolos de manera que m menoscabasen una sola cabana, ni comprome- tiesen la esperanzado un solo cultivo, ni ofendía- lo - 5b' - sen á un solo ser animado! El otro dia, corriendo, vi una piedra en la cual un hijo desterrado había escrito el nombre de su madre; conmovido, me apresuró á desviar el horrible azote, y me preci- pité con ella en un abismo de hielo donde jamás ha respirado un insecto. Tan solo cuando el cuer- vo marino, furioso por encontrar el golfo aprisio- nado por un muro de hielo que le niega el tributo de su pesca acostumbrada, atrabesaba graznando de impaciencia para ir á arrebatar una presa mas fácil en el Firth de Clyde ó en el Sund delJura, corria yo todo gozoso al escarpado nicho del ave viandante, y sin otra inquietud que la de ver abreviada su ausencia, me calentaba entre sus pequeñuelos del ano, demasiados jóvenes todavía para tomar parte en sus espediciones marítimas, y que familiarizados bien presto, con su huésped clandestino, pues jamás he dejado de traerles al- gun presente, á mi llegada Sf> hacían á un lado para dejarme entre ellos un pequeño lugar en su lecho de plumón. O bien, á semejanza del indus- trioso turón que se escava una habitación subte- rránea para el invierno, recogía con cuidado el hielo y la nieve amontonados en un rincón de la mputañaque al dia siguiente debia estar ex- puestoá los primeros rayos del sol, levantaba con precaución el tapiz de viejo musgo que habia emblanquecido después de muchos años de estar sobre la roca, y al llegar á la última capa, me envolvía en sus hilos de plata como ua niño erç — 57 — sus mantillas, y me dormia protegido del viento de la noche bajo mis cortinas de terciopelo; feliz sobre todo, cuando se me ocurría que tú habias podido pisarlo al ir á pagar el diezmo del pesca- do ó de los granos. Tales eran, Jeanníes, los so- berbios palacios que habitaba, he aquí la dulce acogida que he recibido desde que estoy separa- do de tí, el del escarabajo pelotero que muchas veces, sin saberlo, he turbado en su retiro, ó de la alborotada gaviota que una tempestad repen- tina obligaba á refugiarse junto á mí en el hue- co de un sauce roido por la edad y por el fuego, cuyas negras cavidades llenas de ceniza dan á conocer el puuto de reunión habitual de los con- trabandistas. Tal es, oh cruel, la felicidad que me echas en cara. Pero ¡qué es lo que digo! ¡este tiempo de miseria no ha pasado sin cierta felici- dad! Aunque me fuese prohibido hablarte y acer- carme á tí sin tu permiso, no obstante, seguía tu batel con mis ojos, y otros duendes tratados con menos rigor, doliéndose de mis penas, me traían algunas veces tu aliento y tus suspiros. Cuando el viento de la tarde arrancaba de tus ca- bellos los restos de una flor de otoño, el ala de un amigo complaciente la sostenia en el espacio, llevándola hasta lacimade la roca solitaria, has- ta en el seno de la nube errante donde estaba yo abandonado, y la dejaba caer sobie mi corazón. Un dia, ¡te acuerdas! el nombre de Trilby habia sonado en tus labios; un duende lo recogió y vino á encantar mis oidos con el sonido de este llama- miento involuntario. Lloraba yo entonces pen- sando en tí, y mis lágrimas de dolor se trocaron en lágrimas de gozo: habia de ser junto á tí don- de echase yo menos los consuelos de mi destie- rro.» «Esplicaos, Trilby, dijo Jeanníes, procurando distraerse de su emoción. Me parece que me aca- báis de decir, ó de acordarme que os estaba pro- hibido hablarme y acercaros á mí sin mi permi- so. Así efectivamente lo habia dispuesto el monje de Balva. ¿Cómo es, pues, que os encontréis aho- ra en mi barca, junto á mí, conocido de mí, sin que yo os lo haya permitido?...» Jeanníes, permitidme que os lo repita, aun- que cueste tanto á vuestro corazonel confesarlo... ¡Vos habéis dicho que me amabais!» «Seducción ó debilidad, compasión ó devaneo, lo he dicho, replicó Jeanníes; pero antes, pero hasta aquí yo creia que mi batel lo mismo que mi cabana os debia ser iuaccosible...» «¡Harto lo sé! ¿cuantas veces estuve inútil- mente tentado de llamarla junto á mí? El aire empero se llevaba mis quejas, ¡y vos no me oíais!...» «Entonces ¿cómo puedo yo comprender?» «Ni yo mismo lo comprendo, respondió Trilby, á no ser que vos, continuó el en un tono de voz mas trémulo y humilde, hayáis confiado el se- creto que os he sorprendido por casualidad, á co- - m— razones favorables, á amistadas tutelares, que eü la imposibilidad de revocar enteramente mi con- dena, sin embargo no han perdido la esperanza de dulcificarla...» «Nadie, nadie esclamó Jeanníes espantada; yo misma no sabia, yo misma no estaba todavía segura y vuestro nombre no ha pasado de mi mente á mis labios mas que en el secreto de mis oraciones...» «En el mismo secreto de vuestras oraciones, podíais conmover un corazón que me amase, y si en presencia de mi hermano Colombain, Colom- bain Mac-Farlane...» «¡Vuestro hermano Colombain! si en su pre- sencia... ¡y vuestro hermano! ¡Dios de bondad!...- ¡teued piedad do mí! ¡perdón!... ¡perdón!...» «Sí, yo tengo un hermano, Jeauníes, un her- mano muy querido, que goza de la contempla- ción de Dios, y para quien mi ausencia no es mas que el intervalo penoso de un triste y peligroso viajo cuya vuelta es casi segura. Mil años en la tierra no son mas que un instante para aquellos que no deben separarse jamás.» «Mil años, es el término que Ronald os habia fijado, caso que volvierais á entrar en la ca- bana...» «Y ¡qué son mil años de la mas severa cauti- vidad, qué seria una eternidad de muerte, una eternidad de dolor, para el alma que tú hubiesea amado, para la criatura sobrado favorecida de 1* — (50 — Providencia que se hubiese asociado durante al- gunos minutos á los misterios de tu corazón, pa- ra aquel cuyos ojos hubiesen encontrado eu tus ojos una mirada de abandono, en tu boca una sonrisa de ternura! ¡Ah! la nada, el infierno mismo no tendrian mas que tormentos imper- fectos para el dichoso condenado, cuyos labios se hubiesen rozado con tus labios, hubiesen aca- riciado los negros anillos de tus cabellos, be- sado tus cejas húmedas de amor, para aquel que siempre en medio de los tormentos sin fin, pu- diese pensar: ¡Jeannies me ha amado un instan- te! ¡Concibes 69te placer inmortal! ¡No es así co- mo la cólera de Dios se desploma sobre lo's cul- pables que intenta castigar! ¡Pero caer arrojado por su poderosa mano en un abismo de desespe- ración y de amargura donde todos los demonios repiten durante todos los siglos: No, no, Jeau- níes no te ha amado. ¡Esto, Jeannies, es un hor- rible pensamiento, un porvenir inconsolable! Mi- ra; reflexionar, consulta; de tí depende mi in- fierno.» «Pensad al menos, Trilby, que os os necesario el consentimiento de Dongal para el logro de vuestros deseos, y que sin el...» «Todo queda á mi cargo, si vuestro corazón responde á mis ruegos y á mis esperanzas...» «¡Vos olvidáis!...» «Nada olvido...» «¡Dios mió! esclamó Jeannies... ¡tú no ves... tú no vea... tú estás perdido!...» «Estoy salvado... contestó Trilby sonriendo.o «Ved... ved... Dougal está junto á nosotros.» En efecto, á la vuelta de un pequeño prouion- torioque le había ocultado el lago por un momen- to, la barca de Jeanníes se encontró tan cerca de la de Dougal que este hubiese visto infaliblemen- te á Trilby, á pesar de la oscuridad, si el duende no se hubiese precipitado á las olas en el mismo instante en que el pescador preocupado echaba en ellas sus redes. He aquí otra syi duda, dijo retirándolas, y desprendiendo desús mallas una caja de una for- ma elegante y de una materia preciosa que por su tersa blancura y pulido tacto creyó ser marfil incrustado de algun metal brillante, y enrique- cido con gruesos carbunclos orientales cuyo res- plandor aumentaba la noche. tFigúrate, Jeanníes, que desde la mañana no ceso de llenar mis redes con los mas bellos pes- cados azules que jamás so hayan pescado en el lago; y para colmo de fortuna, acabo de sacar un tesoro, pues á juzgar por el peso de esta caja y la magnificencia de sus adornos, no encierra nada menos que la corona del rey de las islas, ó las jo- yas de Salomon. Apresúrate pues á llevarla á tu cabana, y vuelve corriendo á vaciar nuestras re- des en el remanso de la rada, pues no conviene despreciar los pequeños beneficios; y la fortuna que me envia San Colombain no me hará nunca Olvidar que he nacido un simple pescador.» 11 *- Ó2 — La gondolera estuvo largo tiempo sin poderse esplioarsus ideas. Parecíale que flotaba una nu- be delante de sus ojos y oscurecía su entendi- miento, ó que trasportada de ilusión por un sue- ño inquieto, sufna el peso del sueño y del abati- miento hasta el punto de no poderse despertar. Al llegar á la cabana, empezó por dejar la caja con precaución, luego se acercó al hogar, revol- vió la ceniza todavía ardiente y quedó atónito al encontrar carbones encendidos lo mismo que la vispera de una fiesta. El grillo cantaba de alegiia en el borde de su gruta doméstica, y la llama voló hacia la lámpa- ra que temblaba en la mano de Jeanníes, con tan- ta rapidez que el aposento quedó súbitamente iluminado.. Jeanníes de pronto se figuró que por último á la fin de un largo sueño hería sus pár- pados la luz de la mañana, pero no era nada de esto. Los carbones chispeaban como antes; con- tinuaba en su canto el alegre grillo, y la caja misteriosa permanecía en el mismo lugar donde acababan de colocarla con sus embutidos de pla- ta sobredorada, sus cadenas de diamantes y ro- setones de rubíes. «jNo dormía yót dijo Jeanníes. ;No dormía yot Fortuna deplorable,» continuó sentándose, cabe á la mesa, y dejando caer su cabeza sobre el te- soro de Dougal! «¿Qué me importa las vanas ri- quezas que encierra esta cajíta de marfil?Piensan los monjes de Balva haber pagado COQ esto la, - tía - pérdida del sin ventura Trilby, pues no me cabe ya dudar que ha desaparecido bajo las olas, y que es fuerza renunciar para siempre á volverle á ver. ¡Trilby, Trilby! esclamó llorando...> y un suspi- ro, un largo suspiro se dejó oir. Miró á su alrede- dor,puso atento el oido pra ver si se habia enga- ñado. En efecto, ningún otro suspiro se oyó. «¡Trilby ha muerto, esclamó ella, Trilby no está aquí! Por otra parte, añadió con maligna alegria, ¿qué partido puede sacar Dougal de este mueblo que es imposible abrir sin que se rompa? ¿Quién le enseñará el secreto de ¡a cerradura en- cantada que debe girar sobre estas esmeraldas? Preciso lo fuera saber las palabras mágicas del encantador que la ha construido, y vender su al- ma á algun demonio para calar el misterio.)/ «No habria mas que amar á Trilby y* decirle que es amado, replicó una voz que se escapaba del maravilloso cofrecito. Condenado para siem- pre site resistes,parasiempre salvadosi consien- tes; he aquí mi suerte, la suerte que tu amor me ha labrado...» «¿Es preciso decir?... replicó Jeanníes...» «Es preciso decir: ¡Trilby, yo te amo.» «¿Decirlo... y esta caja se abriría desde luego? ¡y vos quedaríais libre!...» «Libre y feliz.» «No, no, dijo Jeanníes despavoiida, no, yo no puedo, no debo...» «Y ¿qué podríais temer?...» «Todo, respondió Jeanníes, un perjurio horro- roso, la desesperación, la muerte...» «¡Insensata! ¡qué concepto has formado pues de mí!... ¡Te imaginas, tuque lo eres todo para el infortunado Trilby, que iria á atormentar tu corazón con un sentimiento culpable, y seria ca- paz de perseguirle con una pasión peligrosa que destruiria tu felicidad y emponzoñaría tu vida!... Juzga mejor de tu ternura. No, Jeanníes, te amo por la dicha de amarte, de obedecerte, de depan- der de tí. Tu consentimiento no es mas que un derecho mas á mi sumisión, no es esto un sacrifi- cio. Diciéndome que me amas, das libertad á un amigo y ganas á un esclavo. ¿Qaé relación te atreves á concebir entre las vueltas que solicito y la noble y tierna obligación que te une á Dou- gal? El amor que te profeso, oh Jeanníes, no es de condición terrestre; ¡ah! ¡quisiera poderte decir, poderte hacer comprender cómo en un mundo nuevo, un corazón apasionado, un corazón que ha sido engañado en sus mas caros afectos ó que ha sido despojado de ellos antes de tiempo, se en- trega á una ternura infinita, á una eterna felici- dad que no puede ser ya culpable! Tus potencias demasiado débiles todavía no han podido com- prender el amor inefable de un alma libre de to- dos los deberes, y que puede sin ser infiel rodear á todas las criaturas que guste de un cariño sin límites. ¡Oh, Jeanníes, tú no sabes cuanto amor existe fuera de la vida, y cuan puro es y tranqui- — (J5 — lo! ¡Dime, .Teannies, dime tan soío que ine amast No es tan difícil decir esto... Solo la espresiondel odio debe costar algun esfuerzo á los labios. ¡Yo te amo Jeanníes, yo no amo mas que á tí! Ves, Jeanníes mia, no hay en mi espíritu un solo pen- samiento que no te pertenezca. No da un latido mi corazón que no sea por el tuyo. ¡Mi seno pal- pita con tanta fuerza cuando el aire que recorro está herido por tu nombre! ¡se estremecen mis labios y pierden el color con tanta prisa cuando intento pronunciarla! ¡Oh cuanto te amo, Jean- níes! y no dirás, no te atreverás á decir... ¡Yo te amo, Trilby! ¡pobre Trilby, yo te concodo un po- co de amor!...» «No, no, dijo Jeanníes, escapándose con ho- rror del aposento donde estaba depositada la rica cárcel de Trilby; no, jamás haré traición á los ju- ramentos que hice á Dougal, que hice libremente al pié de los altares; verdad es que Dougal tiene á veces un humor estraüo y reganoso; pero estoy segura de que me ama. Verdad es también que no sabe espresar los sentimientos que esperimen- ta, como este fatal espíritu desencadenado con- tra mi reposo, pero ¿quién sabe si este don funes- to no es un efecto particular de la pujanza del demonio, y si no es él quien me seduce en I03 ar- tificiosos discursos del duende? Dougal es mi amigo, mi esposo, el esposo que volvería á esco- jer aun; le empeñé mi fé, y nada triunfará de mi resolución y de mis promesas; nada, ni mi mismo _ ütí - corazón, Continuó suspirando. ¡Antes se haga pedazos que olvide el deber que Dios le ha im- puesto!... > Apena > tuviera tiempo JeaDníes de afirmarse en la resolución que acababa de tomar, repitién- dosela consigo misma con uua fuerza de volun- tad, tanto mas enérgica, cuanto mas numerosas eran las dificultades que tenia que vencer, mur- muraba todavía las últimas palabras de este se- creto empeño, cuando sonaron dos voces junto á ella, debajo del camino de travesía que h. bia to- mado para llegar mas pronto á la orilla del lago, pero que no se podia recorrer con una carga de consideración, mientras que Dougal llegaba co- munmente por el otro, cargado de los mas bellos pescados, sobre todo cuando conducia algun huésped á su cabana. Los viajeros seguían la ru- ta inferior y marchaban lentamente á guisa de hombres ocupados en una seria conversación. Eran Dougal y el visjo monje de Bilva que !a ca- sualidad acababa de conducir á opuesta orilla, y que habia llegado á tiempo para pasar en la bar- ca del pescador y pedirle hospitalidad. Puédese creer que Dougal no estaba dispuesto á rehusar- la al santo comensal del monasterio, de quien aquel mismo dia habia recibido tan señalados fa- vores; pues á su protección y no á la de ningún otro, atribuía él la vuelta de los tesoros de la pes- ca, y el hallazgo de aquella cajita tantas veces soñada, que debia encerrar á todas luces tesoros - 67 — mucho mas positivos y duraderos, acogió pues al Tiejo monje con mas oficiosidad que el dia me- morable en que tenia que pedirle e! destierro de Trilby, y eran las espresiones reiteradas do su agradecimiento, y las solemnes protestas de la continuación de las bondades de Ronald, las que habían llamado la atención de Jeanníes. Paróse como á pesar suyo para escuchar, pues no dejaba de temer, sin embargo de que no se lo atreviera á confesar, que este viaje no tuviese otro objeto que la demanda ordinaria de Iuverrary, que nun- ca dejaba de traer en tal ocasión á un emisario del convento; su respiración estaba suspensa, latia con violencia su corazón; aguardaba una palabra que la revelase algun peligro para el cautivo de la cabana, y cuando oyó á Ronald pro- nunciar con esforzada voz; «Libres están las montañas, los espíritus ma- lignos han sido vencidos; el último de todos fué condenad la vigilia de San Colombain;» concibió doble motivo de confianza, pues no la quedaba duda acerca las palabras do Ronald. «O el monje ignora la suprte de Trilby, dijo, ó Trilby se ha salvado y alcanzado de Dios el perdón, cual pa- recía esperarlo.» Mas tranquila ya, se dirigió á la bahía donde estaban amarradas las barcas de Dougal, vació en el remanso las redes que esta- ban llenas, estendió las vacias en la playa, des- pués de haber esprimido con mucho cuidado el agua, á fin de preservarlas del percance de una 12 — 68 — helada matinal, y volvió á tomar el camino da las montañas con aquella calma que resulta del cumplimiento de un deber que no ha costado na* da á nadie. «El último de los malignos fué con- denado la vigilia de SanColorabain, repitió Jean- níes, no será Trilby, pues me ha hablado esta tarde, yá la hora esta está en la cabana, á menos que un sueño haya burlado mis sentidos. Trilby ostá pues salvado, y la tentación que acaba da ejercer en mi corazón no era mas que una prue- ba de que no se hubiese encargado de su propia voluntad; sino que le habrá sido impuesta por los santos. Salvado está, y algun dia volveré á ver- le, algun dia ciertamente, esclamó ella; él mismo acaba de decírmelo; mil años en la tierra no son mas que un intante para aquellos que no debea separarse jamás.» Jeanníes habiaalzado tanto la voz que hubie^ ran podido oiría, pues creia que estaba sola. Ib» siguiendo las largas paredes del cementerio, fre- cuentado tan solo en aquella hora solitaria por animales carniceros, ó cuando mas por algunos , niños huérfanos, que pobres y tristes van á llo- rar á sus padres; al confuso rumor de aquel ge- mido parecido al lamento de un sueño, se alzó del interior una antorcha hasta la altura de las paredes del fúnebre recinto, y lanzó en los largos troncos de lo ¡ vecinos árboles, espantosos res- plandores. El alba del Norte, que había empeza- do á iluminar el horizonte polar desde la caida. — 69 — dol sol, desplegaba lentamente, á través del cie- lo, su velo pálido sobre la cresta de las montañas triste y terrible como la luz de un incendio leja- no, al cual no podemos dar ausilio. Las aves noc- turnas, sorprendidas en sus insidiosas correrías, replegabm sus pesadas alas y se dejaban caer despavoridas en las pendientes del Cobler, y el águila espautada lanzaba gritos de terror desde la punta de las rocas, contemplando aquella au- rora inusitada, que ni va seguida de ningún as- tro, ni anuncia la mañana. Jeanníes habia oído hablar diferentes veces de los misterios de las brujas y de las hadas, que se figuraba ella debían tener lugar en la última mansión de los muertos, y á ciertas épocas de las lunas de invierno. A veces también, cuando en- traba fatigada bajo el techo de Dougal, habia c/eido columbrar aquella luz caprichosa que so elevaba y caia rápidamente, habia creído perci- bir "in los aires sonidos de voces raras, risotadas chirriantes,y feroc.es. cantos que parecían de otro mundo, según lo que eran débiles y fugitivos. Acordábase de haberla visto con sus tristes teas empapadas en sangre y ceniza, perdiéndose por entre las mismas ruinas del claustro desigual, ó evaporarse como la humareda blanca y azul del azufre, devorado por la llama en las sombras del bosque y los vapores del cielo. Arrastrada poruña invencible curiosidad, tras- pasó el terrible umbral que nunca pisara sino de — 70 — dia para ir á rezar sobre la tumba de su madre. Dio un paso y se paró, hacia el estremo del ce- menterio, sombreado solo por esta especie de te- jos cuyos frutos rojos como las cerezas caidas de la cesta de una hada, atraen de lejos todas las aves de la comarca; detrás del lugar señalado para la última hoya que estaba todavía vacia, ha- bía un grande abedul llamado el Árbol del Sanio, con motivo de creer algunos que San-Cuiombain siendo todavía mozo y antes de desengañarse enteramente de las ilusiones del mundo, habia pasado bajo su sombra toda una noche llorando, y luchando contra el recuerdo do sus profanos amores. Este abedul habia pasado á ser un obje- to de veneración para el pueblu; y a ser yo poeta hubiese trasmitido su memoria á la prosteridad. Jeanníes escuchó: contuvo la respiración; ba- jó la cabeza para oir mas atentamente y voivió á escuchar. Oyó un doble ruido semejante al deuria caja de marfil y de un abedul que se rompen, y al mismo tiempo vio correr sobre la tierra, blanquear y esteudei'3e por sus vestidos el prolongado re- flejo de una luz lejana. Siguíólatímidameutehas- tasu origen; terminaba en el Árbol del Santo, y delante el Árbol del Santo, habia uu hombre en pié en ademan de imprecación, y un hombre pros- ternado en ademan de rezar. El primero agitaba una antorcha que bañaba de luz su frente torva á la par que serena. El otro parecía llorar. .Reco- noció en ellos á Ronald y á üougal: oíase todavía - 71 - una voz, una voz apagada como el ultimo aliento de la agonia, una voz que suspirando pronuncia- ba débilmente el nombre de Jeanníes, y que se disipó en el abedul. «Trilby,» gritó Jeanníes... y adelantándose por entre las demás tumbas se dejó caer en aque- lla que la esperaba sin duda, pues nadie engaña su destino. «¡Jeanníes. Jeanníes, dijo el pobre Dougaií» «¡Dougal!» contestó Jeanníes, esten- diendo hacia él su mano trémula, y mirando al- ternativamente á Dougal y al Árbol del Santo. «Daniel, mi buen Daniel, nada son en la tierra mil años... nada...» replicó levantando penosa- mente la cabeza; luego la dejó caer y murió. Konald interrumpido por un momento conti- nuó su rezo: Habían pasado muchos siglos desde este acon- tecimiento cuando el destino de los viajes, y qui- zás también algunas penas del corazón me con- dujeron al cementerio. Al presente está alejado de todas las cabanas, y á la distancia de mas de cuatro leguas se ve notar en la misma ribera la humareda de la3 altas chimeneas de Portincapte. Todas las paredes del antiguo recinto están des- truidas; quedando solo raros vestigios, ya sea que los habitantes del país hayan empleado los materiales para nuevas construcciones, ya sea que la tierra de los campos de los laberintos de Argail arrastrada por súbitos deshielos las haya ido cubriendo poco á poco. a~ 12 — tíin embargo ia piedra quá cubre la tumba de Jeannies ha sido respetada por el tiempo, por las cataratas del cielo, y hasta por los hombres. Lóen- se todavía estas palabras trazadas por piadosa mano. Mil años en la tierra no son mas que un instante para aquellos que no han de separarse ja- más. El Árbol del Santo está ya muerto; pero al- gunos arbustos llenos de vigor coronan su enjuto tronco con su rico follaje, y cuando un viento apacible sopla por entre sus espesas y verdes ra- mas, una imáginaciou viva y tierna puede figu- rarse todavía los suspiros de Tiilby sobre la tum- ba de Jeannies. ¡Mil años son tan poco tiempo pa- ra poseer el objeto amado, tan poco tiempo para llorarlo!...