Madurez Humana
Madurez Humana
Madurez Humana
MADUREZ CRISTIANA
SUMARIO: 1. Origen del término «madurez» . II. El concepto de madurez humana en la actualidad: 1
Aportaciones del psicoanálisis; 2. Aportaciones de la psicología evolutiva; 3. Aportaciones de la psicología
humanista; 4. La madurez como integración de la persona. 111. Madurez humana y madurez religiosa. IV.
Madurez religiosa (el encuentro con Dios). V. Madurez cristiana.
a) Confianza básica-desconfianza básica. En este estadio, que ocupa los primeros meses de la vida,
se desarrolla como zona erótica y primera zona de interacción, la boca. Por medio de ella se alcanza
la experiencia del placer en la crianza y se suministran diariamente las principales sensaciones de
bienestar. El niño, gradualmente, desarrolla un sentimiento de que el mundo circundante es bueno, y
que merece la pena vivir y estar en él y, como consecuencia, va progresivamente adquiriendo la
confianza básica en él mismo, que será fuente de seguridad y sustento para su futuro crecimiento.
Por el contrario, si no encuentra unos brazos que le acunen, una persona con quien interactuar
afectivamente, una fuente de placer y seguridad, adquirirá una conciencia de que lo que le rodea es
malo, y progresivamente se deteriorará su propia seguridad y confianza.
b) Autonomía-vergüenza y duda. El segundo estadio, anal-uretral y muscular, alcanza hasta los dos-
tres años de edad. Es el tiempo en el que el niño va adquiriendo progresivamente autonomía en sus
acciones y desplazamientos, en que sus actividades alcanzan o no un grado de control y autonomía
suficiente. En este estadio, la zona anal llega a ser el sitio de choque de dos formas de actuar:
retención y eliminación. Estas dos formas se expresan también por el desarrollo muscular en acciones
tales como agarrar las cosas o tirarlas. El niño duda a menudo, algunas veces violentamente, entre los
dos opuestos, y pierde su control; pero ha de aprender a controlar estas dos pulsiones para alcanzar,
sin miedo a arriesgarse, su propia autonomía. Si el niño está sometido a un repetido y excesivo freno
paterno, el resultado puede ser un sentimiento duradero de duda y vergüenza. En definitiva, en esta
etapa el niño se encuentra enfrentado a la disyuntiva entre ser y sentirse autónomo, seguro de sí,
capaz de controlar su propia corporalidad y carácter, o a la inseguridad respecto a sí mismo y su
autocontrol, y al miedo a lo que le rodea.
c) Iniciativa-culpa. A este estadio, que ocupa hasta los 5-6 años, Freud lo denominó fálico, y en él
situó el complejo de Edipo con su constelación de sensaciones, anhelos y miedos. Erikson sitúa esta
constelación de sentimientos en el contexto más amplio de las nuevas capacidades del niño:
independencia y movimientos vigorosos, comprensión del idioma, imaginación salvaje y a veces
asustadiza. En este período se interioriza la intencionalidad de las acciones y de los sentimientos,
siendo el tiempo en el que emerge la intención moral y los sentimientos de culpa, que pueden tener
una función positiva al redirigir su curiosidad y su energía más allá de la familia, hacia el mundo de los
hechos, de los ideales y de las metas prácticas; pero el peligro de este estadio es que la existencia de
un hondo y permanente sentimiento de culpa ante deseos prohibidos y celos, quizás expresa dos en
actos de temor a una agresión ingobernable, bloquee el crecimiento del niño.
f) Intimidad-aislamiento. Con el logro de identidad, el joven está listo, por fin, para compartir y
fundir su identidad con la identidad de otros, en una relación íntima. Aunque Erikson elabora este
concepto principalmente en las relaciones heterosexuales de mutualidad orgásmica que, según su
pensamiento, sólo pueden desarrollarse totalmente en relaciones permanentes, la intimidad también
se hace presente en otras situaciones como la amistad, la camaradería. Cuando, por el contrario, hay
ausencia de una identidad firme y/o miedo a la pérdida del yo, la persona evita tales experiencias a
toda costa, establece solamente una relación superficial, y de todo ello resulta un sentimiento
profundo de aislamiento.
h) Integridad-desesperación. Cuando se alcanzan con éxito los logros de cada uno de los siete
estadios anteriores y, por lo tanto, la madurez en cada una de las etapas de la vida, la cosecha en la
vejez es un sentimiento de plenitud, de integridad, y la personalidad es adornada de múltiples
cualidades. La integridad del yo maduro es adornada por un sentimiento de coherencia y totalidad.
En este tiempo de plenitud existe un sentimiento de comunión con el mundo, con la sociedad y con la
vida, y de sentido espiritual. Se acepta de una forma nueva el amor hacia los propios padres y hacia el
resto de las personas significativas de la propia vida. La persona se siente solidaria con pueblos
distantes y con los hombres que han trabajado por la dignidad humana y el amor. Y
la integridad fundamenta, en la asunción del uno y único ciclo vital, la aceptación de la propia
muerte. Cuando esto no ocurre, se toma conciencia de que la vida se termina y de que esta se ha
perdido; la falta de integración del yo se ve marcada por la desesperación, por la no aceptación de la
excesiva fugacidad del tiempo y de la imposibilidad de volver a comenzar.
3) Este equilibrio no se efectúa únicamente entre las distintas dimensiones de la personalidad, sino
que se genera en el diálogo y la comunicación con los otros, asumiendo adecuadamente los distintos
papeles y roles que la persona se encuentra llamada a desempeñar; y en la superación de los retos
que el ambiente y la sociedad le provocan y a los que tiene que dar respuesta.
4) Estos retos sociales no son iguales en cada una de las edades de la vida, sino que existe una
progresión, debida, de una parte, a las capacidades de la edad y, de otra, al contexto social en el que
el sujeto se ve envuelto (clase social, cultura, etc).
5) El logro del equilibrio y de la madurez tiene que ver no sólo con la autoestima, que se va
consolidando en el sujeto a lo largo de su vida, sino con la visión que este tiene del mundo y de la
sociedad que le rodea. O lo que es lo mismo, el logro de madurez está íntimamente emparentado con
la salud psicológica.
6) Finalmente, el logro de madurez en cada una de las etapas, tiene también un carácter dinámico, al
ser motor de crecimiento y de cambio en la personalidad del sujeto, que se ve impulsado, desde lo
que en cada momento es, a un proceso de crecimiento y enriquecimiento personal, que le permitirá
enfrentar adecuadamente los nuevos retos que la vida le depare.
V. Madurez cristiana
Esto que se puede decir de todas las confesiones religiosas, y que tiene en cada una de ellas sus
propias connotaciones, en el cristianismo nos aboca directamente a la persona de Jesús.
A partir del misterio de la encarnación, Dios-con-nosotros, la persona de Jesús se convierte, para los
creyentes, en referente último de nuestra humanidad. El es el modelo, la meta, y el maestro de
nuestra humanidad. Por medio de él se ha derramado sobre nosotros la gracia que nos permite no
sólo reconciliarnos con Dios, sino con nuestra misma humanidad. Él, el Hombre nuevo, ha hecho de
cada uno de nosotros hombres nuevos renacidos por el bautismo.
Esta recreación de nuestra humanidad no es considerada como un acto mágico, sino como una tarea
continua de crecimiento. Como un proceso (Ef 4,13) en el que la gracia derramada en Cristo juega un
papel, y la acción libre y voluntaria del hombre juega el suyo propio. Por eso Pablo invita a los
cristianos a la aceptación de la gracia (Ef 4,17ss.) y a hacer crecer en cada uno las mismas actitudes
de Cristo Jesús (Flp 2,5).
Todo esto es vivido y descrito por el Nuevo Testamento con las categorías de seguimiento de Jesús y
de discipulado, que suponen un proceso en el que las etapas de llamada, seguimiento y
envío subrayan y concretan los distintos momentos por los que pasa la madurez cristiana. Este
proceso y sus etapas permiten señalar como aspectos de la madurez cristiana:
a) La toma de conciencia de sí mismo, de los valores y limitaciones de cada uno y del propio contexto
social (los llamó por su nombre). La capacidad de apertura y escucha más allá de la misma realidad
concreta. Y la capacidad de trascender para encontrarle a él, que nos llama en cada uno de los
acontecimientos, situaciones y personas de la vida diaria.
c) La conciencia de tener una misión, una tarea, un papel que realizar en la construcción del mundo,
en el anuncio de una buena noticia, que se derrama como una gracia fraterna y salvadora. La
conciencia de libertad, que es vivida como un riesgo ante la toma de decisiones, ante la apertura de
caminos, ante la creación de situaciones nuevas en las que Dios pueda hacerse presente. El
compromiso constante en la tarea, incluso con hombres de otros credos y de otras ideologías. El
convencimiento de que todo, y especialmente la propia vida, tiene un sentido.
BIBL.: ERIKSON E. H., Identity and the Life Cycle: Selected Papers, International Universities Press, Nueva York 1959; The Life Cycle
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Antonio Ávila Blanco