Darkness Become Her - Kelly Keaton PDF
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Darkness
Becomes Her
Gods & Monsters #1 2
Kelly Keaton
3
Traductoras
Felin28 MaryJane♥ pamii1992
IzarGrim Lorena Tucholke Zyan11
Dark Juliet 5hip andre.12
Ilka kristel98 Dara
Moderadora de corrección
Juli_Arg
4
Correctoras
Juli_Arg Vickyra Angeles Rangel
lsgab38 Maniarbi Kelly Frost
MaraD Anaizher, Eneritz
Francatemartu
Recopilación
Juli_Arg
Revisión
Felin28
Diseño
Elena Vladescu
Índice
Sinopsis Capítulo 11
Capítulo 1 Capítulo 12
Capítulo 2 Capítulo 13
Capítulo 3 Capítulo 14
Capítulo 4 Capítulo 15
Capítulo 5 Capítulo 16
Capítulo 6 Capítulo 17
Capítulo 7 Capítulo 18
5
Capítulo 8 Capítulo 19
A
ri no puede evitar sentirse perdida y sola. Con los ojos color turquesa y un
raro cabello plateado que no puede cambiarse o destruirse, Ari siempre se
ha destacado. Y después de crecer en hogares de adopción, ella anhela
sólo comprender un poco de dónde viene y quién es.
En su búsqueda por respuestas, descubrirá un solo mensaje de su madre que
murió hace tiempo: CORRE. Ari puede sentir que alguien o algo, está cada vez más
acercándosele de lo que debería. Pero es imposible protegerse a sí misma cuando
no sabe lo que va tras ella o por qué es perseguida.
Ella sólo sabe una cosa: deberá regresar al lugar donde nació, New 2, la exuberante
ciudad reconstruida de New Orleans. Al llegar, descubrirá que New 2 es muy…
diferente. Aquí, Ari aparentemente es normal. Pero cada criatura que encuentra, no
importa cuán mortal o terrible sea, tiene miedo de ella.
6
Ari no se detendrá hasta que sepa el por qué. Pero algunas verdades son
demasiado inquietantes, demasiado aterradoras, que nunca deberían ser reveladas.
Uno
Traducido por Felin28
Corregido por Juli_Arg
D
EBAJO DE LA MESA DE LA CAFETERÍA, MI RODILLA DERECHA TIEMBLA COMO un
martillo eléctrico. La adrenalina corre a través de mis piernas como un
rayo, que quiere salir rápidamente de Rocquemore e ir a casa y nunca
mirar hacia atrás.
Respiro profundamente.
No he podido mantener juntas y calmadas mis acciones, me gustaría poder
empezar a hiperventilarme y avergonzarme una mierda de mí misma. Eso no es
una buena señal, especialmente cuando estás sentada en un manicomio con
habitaciones desocupadas.
—¿Está segura de que quiere hacer esto, señorita Selkirk? 7
—Es Ari. Y, sí, Dr. Giroux. —Le contesté al hombre que estaba sentado frente a mí
con un gesto alentador—. No he llegado hasta aquí para rendirme ahora. Quiero
saber. —Lo que buscaba era terminar con todo esto y poder hacer algo, cualquier
cosa, con las manos, pero en lugar de eso las dejé en la mesa. Muy quietas.
Demasiado tranquilas.
Una respiración profunda sale a través de los labios delgado del doctor, agrietados
por el sol cuando me miró con un lo siento, dulzura, tú me has pedido que lo viera.
Abrió la carpeta que tenía en las manos, aclarándose la garganta.
—Yo no estaba trabajando aquí en aquel tiempo, pero vamos a ver... —Hojeó unas
cuantas páginas—. Después de que su madre la entregara a servicios sociales, pasó
el resto de su vida aquí en Rocquemore. —Sus dedos jugueteaban con el archivo—.
Ella misma se ingresó —continuó—. Estuvo aquí seis meses y dieciocho días. Se
suicidó en la víspera de su vigésimo primer cumpleaños.
Contengo lo respiración.
Oh infierno. No me esperaba eso.
La noticia entra a mi mente entumecida. Esto destrozó mi lista mental de
preguntas que había ensayado y preparado.
Durante todos estos años, había pensado en cada posibilidad por la cual mi madre
su pudo dar por vencida. Incluso exploté la idea de que ella pudo haber fallecido
en cualquier momento durante estos últimos trece años. ¿Pero suicidarse? Sí, idiota,
cómo es que no había pensado en eso. Una larga serie de maldiciones llegaron a mi
mente, y deseaba golpear mi frente contra la mesa… tal vez eso podría ayudarme a
llevar esa noticia a casa.
A eso me había llevado al estado de Louisiana inmediatamente después de que
fuera mi cuarto cumpleaños, y seis meses más tarde, mi madre había fallecido.
Todos esos años pensando en ella, preguntándome cómo luciría, a qué se dedicaba,
preguntándome si alguna vez pensó en la niña que había dejado atrás, cuando
todo este tiempo ha estado tres metros bajo tierra y sin hacer nada ni preguntándose
ninguna puta cosa.
Mi pecho se expandió con un grito que no podía expresar. Con dificultad miré mis
manos fijamente, mis uñas cortas como escarabajos negros brillantes contra la
superficie de la resina blanca de la mesa. Me resistí ante la tentación de rasgar la
mesa que tenía debajo y escarbar en el laminado, para sentir como la piel debajo de 8
las uñas se despegaba, para sentir algo más que el dolor que apretaba y quemaba
dentro de mi pecho.
—Está bien —dije, controlándome—. Bueno, ¿qué era lo que le ocurría? —La
pregunta era como el alquitrán sobre mi lengua e hizo que mi rostro ardiera. Retiré
mis manos y las coloque debajo de la mesa sobre mis muslos, frotando mis manos
sudorosas contra mis jeans.
—Esquizofrenia. Delirios… bueno, un delirio.
—¿Sólo uno?
Abrió el archivo y simuló que revisaba la página. El tipo parecía nervioso como el
infierno sin saber que decirme, y no podía culparlo. ¿Quién querría decirle a una
adolescente que su madre estaba tan mal que se había matado ella misma?
Puntos rosados aparecieron en sus mejillas.
—Aquí dice… —Su garganta parecía que tenía dificultades para tragar—… que
eran serpientes… serpientes que estaban tratando de entrar a su cabeza, que las
podía sentir cada vez más y moviéndose debajo de su cuero cabelludo. En varias
ocasiones, se rascó tan fuerte la cabeza que llegó a sangrarse. Trató de sacarlas con
un cuchillo de mantequilla que había robado de la cafetería. Los doctores no
pudieron hacer nada e hicieron todo lo posible para hacerle entender que todo
estaba en su cabeza.
La imagen llegó alrededor de mi columna vertebral y envió un escalofrío
directamente a la parte de atrás de mi cuello. Odiaba a las serpientes.
El Dr. Giroux cerró el expediente y se apresuró a ofréceme todo el consuelo que
podía darme.
—Es importante tener en cuenta, de nuevo que las personas que han pasado por
estrés post-traumático… Eras demasiado joven para recordar, pero…
—Recuerdo algo. —¿Cómo podría olvidarlo? Huyendo con cientos de miles de
personas, de dos Huracanes Categoría Cuatro, uno tras otro, destruyeron New
Orleans y toda la mitad sur del estado. Nadie estaba preparado. Y nadie regresó.
Incluso ahora, trece años después, nadie en su sano juicio se ha aventurado más
allá de los limites.
El Dr. Giroux me da una sonrisa triste.
—Entonces no tengo que decirte por qué tu madre vino aquí.
—No.
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—Había muchos casos —prosiguió con tristeza, con los ojos desenfocados y me
pregunto si está hablando conmigo todavía—. Psicosis, miedo a ahogarse, viendo a
seres queridos morir. Y las serpientes, las serpientes que salieron de los pantanos y
las aguas residuales con la inundación… Su madre probablemente experimentó
algún terrible evento en su vida real lo que la llevó al delirio.
Las imágenes de los huracanes y sus secuelas hacen clic en mi mente como un
proyector de diapositivas, imágenes como si apenas hubieran ocurrido. Me pongo
de pie, necesito aire, diablos necesito salir lejos de ese lugar espeluznante en el que
estoy rodeada de pantanos, musgo y árboles llorones retorcidos. Quería sacudir mi
cuerpo como una loca, necesitaba deshacerme de aquellas imágenes que se
arrastran por toda mi piel. Pero en cambio, me obligué a permanecer inmóvil,
saqué una respiración profunda y terminé al final jalando mi camiseta negra hacia
abajo, aclarando mi garganta.
—Gracias, Dr. Giroux, por hablar conmigo tan tarde. Probablemente debería irme.
Me giré lentamente y caminé hacia la puerta, sin saber a dónde iría o lo que haría a
continuación, sólo sabía que para poder salir de ahí tenía que poner un pie delante
de otro.
—¿No quiere sus cosas? —preguntó el Dr. Giroux. Mi pie se detuvo a medio
paso—. Técnicamente son suyas ahora. —Mi estómago dio un vuelco nauseabundo
cuando me di la vuelta—. Creo que hay una caja en el trastero. Iré a buscarla. Por
favor —hizo un gesto hacia el banco—, sólo será un segundo.
Banco. Sentarme. Buena idea. Me dejé caer sobre la orilla del banco, apoyé mis
codos sobre las rodillas, y miré hacia los dedos de los pies, mirando la V entre mis
pies hasta que el Dr. Giroux rápidamente regresó con una caja marrón descolorida
de zapatos.
Esperaba que fuera más pesada y me sorprendió, estaba un poco decepcionada,
por su ligereza.
—Gracias. Eh, una cosa más… ¿mi madre está enterrada cerca de aquí?
—No. Fue enterrada en Grecia.
Tardé en reaccionar.
—¿Hay una pequeña ciudad en América llamada Grecia, o... ?
El Dr. Giroux sonrió, metió sus manos en los bolsillos y se balanceó sobre los
talones. 10
—No. La verdad de las cosas. Algunos familiares vinieron y reclamaron el cuerpo.
Como he dicho, yo no estaba trabajando aquí en aquel tiempo, pero tal vez pueda
buscar toda la información en la oficina del forense, como quien firmó por ella, ese
tipo de cosas.
Familia.
Esa palabra era tan ajena a mí, tan irreal, que ni siquiera estaba segura de que
había escuchado bien. Familia. La esperanza se agitó en el centro de mi pecho,
brillante y tranquilizador y estaba lista para empezar una canción de Disney con
todo incluido, pájaros azules adorables y ardillas cantando.
No. Es demasiado pronto para eso. Cada cosa a su tiempo.
Miré hacia abajo a la caja, poniéndole la tapa a la esperanza… me han defraudado
demasiadas veces como para caer de nuevo sintiéndome… preguntándome qué
otra noticia impactante pudiera descubrir esta noche.
—Cuídese, señorita Selkirk.
Me detuve un segundo, observando por un momento la cabeza del doctor en un
grupo de pacientes que se sentaron cerca de la ventana que daba hacia la bahía,
antes de salir a través de las puertas doble. Con cada paso me alejaba de la
mansión-hospital mental hacia mi auto que estaba estacionado al frente pero me
llevó más tiempo que anteriormente. Fue horrible el calvario de mi madre. Mi
tutela bajo el estado. Hija de una madre adolescente soltera que se había matado a
sí misma.
Jodidamente genial. Simplemente genial.
Las suelas de mis botas crujían sobre la grava, haciendo eco sobre el sonido
constante de los grillos y saltamontes, del chapoteo ocasional de agua y del
llamado de las ranas toro. Puede ser que para el resto del país sea invierno, pero en
enero en el profundo sur todavía hacía calor y había mucha humedad. Me aferré a
la estrecha caja, tratando de ver más allá de los robles y cipreses cubiertos de
musgo, en las sombras más profundas y más oscuras del lago pantanoso. Sin
embargo, un muro de oscuridad me impedía, un muro que parecía que
parpadeaba me hizo vacilar.
Pero era a causa del aumento de mis lágrimas.
Apenas podía respirar. Jamás imaginé… que me doliera. No esperaba entender
realmente lo que había sucedido. Después con un golpe rápido en los bordes
húmedos de mis ojos, puse la caja en el asiento del copiloto del auto e
inmediatamente bajaba por la sinuosa carretera solitaria de Covington, Louisiana y
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de nuevo a lo que parecía la civilización.
Covington se cierne sobre The Rim1, el límite entre la tierra de los desamparados y
el resto del país; una ciudad fronteriza con un Holiday Inn Express.
La caja la puse en la cama del hotel, me quité las botas, encogí mis hombros
mientras me sacaba mis viejos jeans y sacudí con un golpe la cabeza. Había tomado
una ducha por la mañana, pero después de mi visita al hospital, tenía que lavar esa
nube depresiva y la gruesa capa de humedad del sur que se aferraba a mi piel.
En el baño, abrí la ducha y desaté el fino lazo negro que tenía alrededor de mi
cuello, con el que llevaba puesto para no perder mi amuleto favorito—una luna
creciente de platino—deslizándolo completamente. La luna creciente siempre ha
sido mi vista favorita en el cielo, sobre todo en una noche fría y despejada cuando
está rodeado de estrellas brillantes. Me gusta tanto, que tengo una pequeña media
luna negra tatuada debajo del borde de mi ojo derecho, en la parte alta de mi
pómulo… regalo que me hice para mi graduación del instituto. El tatuaje me
recuerda de dónde vengo, mi lugar de nacimiento. The Crescent City. New
Orleans.
B
AJO CORRIENDO CON LA CAJA, ENTREGO MI llave y me dirijo hacia la puerta
trasera de mi auto. La farola zumbaba, parpadeando constantemente,
comenzaba a descender la neblina por el aire, las ranas y los grillos
cantaban desde más allá de la valla metálica que separaba el estacionamiento de la
maleza, había un foso acuático que recorría todo el largo del aparcamiento.
Con cada paso que doy, me voy haciendo más escéptica y me siento cada vez más
estúpida. ¿Por qué demonios estaba huyendo de ahí a causa de una carta? ¿Y que
había en New 2 que tenía que evitar? ¿Necesitaba más respuestas sobre mi pasado?
¿A caso soy una abominación de la naturaleza? ¿Necesito más información sobre la
vida de mi madre?
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Mi madre podría haberme avisado, pero probablemente nunca imaginado que su
única hija resultaría ser una bondsperson3 de fianza de medio tiempo. Que podía
manejar New 2 y cualquier otra cosa que se me pudiera presentar.
Una vez más, puse la caja en el asiento del pasajero y la mochila de gran tamaño
sobre el suelo. Mis dedos flexionados en el volante y me quedé sentada en el
asiento del conductor por un largo tiempo, odiando mi indecisión.
Me enteré de Rocquemore House y el lugar de mi nacimiento, New Orleans, antes
de salir de Memphis. Bruce y Casey habían sido geniales conmigo al prestarme
uno de sus vehículos, sabían que era más madura y responsable como la mayoría
de los adultos. Tenía diecisiete años, me gradué un semestre antes y lo había
demostrado, con mi rendimiento en el trabajo, que era digna de confianza. Y en
seis meses, me gustaría ser una ciudadana pistolera legal de tiempo completo
trabajando en Sanderson Bail y Bonds.
Pero, me incliné y dejé caer suavemente con un bang de mi frente contra el volante,
les había prometido a Bruce y Casey que sólo iría a Covington y que si mi
3 Bondsperson: Afianzador.
búsqueda me llevaba a New 2, esperaba que pudieran ir conmigo, para no tener
que ir sola.
Pero ahora, con la carta de mi madre, quería ir de inmediato. Había esperado todos
estos años. Estaba tan cerca…
Toda la noche se me había metido completamente en mi cabeza. Ari Selkirk no era
una persona indecisa. Había tenido que cuidarme sola durante la mayor parte de
mi vida y me enfrenté a cosas más difíciles que esto. Diablos, esto era francamente
suave en comparación con algunas cosas.
Con ese pensamiento, me senté derecha y puse la llave en el contacto, pero antes
de que pudiera girarla, mi teléfono sonó desde el interior de mi mochila.
—Hola.
—¿Cómo te fue, chiquilla? —Era Bruce.
—Bien. Creo que conseguí lo que vine a buscar. Sin embargo, todavía tengo que
echarles un vistazo. Por cierto, dale a tu hermano las gracias por su ayuda, ¿de
acuerdo? —Aunque el imbécil me cobró por sus servicios de investigación.
—Claro. ¿Aún conducirás mañana de regreso? Tenemos dos nuevos casos. Podrían
ser buenos para el negocio.
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Podría ser, pensé. Aunque podría ser mejor si tal vez de una vez por todas me
entero de quién soy y por qué soy diferente a cualquier otra chica en el mundo.
—Oye, ¿sigues ahí?
—Sí. —Hice una pausa—. Yo, uh, tengo algunas pistas más para revisar y luego
regresaré. En todo caso podrá ser mañana por la noche. —Cerré los ojos y los
apreté, me siento muy mal al no ser completamente sincera y decirle que deseaba
ir a New 2. Pero tenía demasiado miedo de que si lo hacía, me dijera que no.
Originalmente, había planeado dejar Covington por la mañana y viajar de regreso
a Memphis. Ahora, ya no estaba segura de qué hacer o qué diablos haría, acabo de
firmar mi salida del hotel.
Sí, lo haré. Ir más allá de The Rim. Iría a New 2.
Después de colgar con Bruce, di la vuelta al encendido y dejé el coche quieto.
Necesitaba un día. Un día para conducir a New 2, tendré que ir al Charity
Hospital, acceder a mis registros de nacimiento y con suerte, encontraré el nombre
de mi padre.
A pesar de que conducir no puede ser la mejor opción para ir a New 2 porque era
famoso por el robo de vehículos. Lo último que quería, sobre todo después de
echarme hacia atrás en mi promesa, era llegar de regreso a Memphis sin el auto.
Tal vez la mujer de enfrente del mostrador me podría señalar si había una estación
de autobuses. Si se encontraba una cerca, entonces quizá estaba destinada a que
fuera. Si no era así, entonces tendría que esperar. Pero no había nada malo en
preguntar, ¿verdad?
Me incliné, recogí mi mochila, pero un movimiento en el espejo retrovisor hizo que
me congelara.
Una figura oscura estaba detrás del coche, ahora totalmente quieto. El miedo
recorrió rápidamente como un rayo a través de mi sistema y tenía la sensación de
que acababa de entrar directamente en una película de terror.
Mierda. Él se quedó allí, era una sombra en la ventana trasera.
Poco a poco mi mano saltó de la mochila y se fue a la guantera. La abrí, buscando
la 9mm que Bruce tenía allí. Estaba en el vehículo de la empresa. Había siempre una
guardada por seguridad en cada vehículo. Era ilegal que yo la usara, pero algo me
dijo que ser menor de edad era la menor de mis preocupaciones en estos 18
momentos, y si podía asustarlo, entonces no habría daño alguno.
El alivio corrió a través de mí cuando mi mano sintió que tocaba la pistola. Me
enderecé, respiré hondo y forcé mi mente a tranquilizarse y ponerla en fase en
modo de entrenamiento. Practiqué encuentros como este un millón de veces,
tácticas de evasión, autodefensa, detención...
Abrí la puerta y salí del coche.
Alto. Cabello rubio oscuro corto. Camiseta negra. Una correa de cuero en diagonal
sobre el pecho unido a un escudo redondo en la espalda. Pero lo que más llamó mi
atención e hizo saltar mi corazón a la garganta fue la cuchilla muy brillante, de
muy mala apariencia en su mano, algo entre una daga y una espada corta.
Estaba sólidamente armado, y cuando me miró de arriba abajo y luego me miró a
los ojos, las palabras de mi madre hicieron eco en mi mente. ¡CORRE!
Mi mano se dobló sobre el arma que sostenía contra mi muslo cuando se movió del
maletero del auto al espacio abierto, dejándome atrapada entre dos vehículos y la
pared del hotel. Retrocedí y me deslicé por la parte delantera del auto y los
arbustos, me moví para el otro lado. La sombra me seguía.
—Mira, no sé cuál sea tu trabajo, pero quizá deberías bajar el cuchillo, ¿de
acuerdo?
Estábamos en la parte de atrás del hotel, prácticamente aislados. Y al menos que un
coche se acercara por la calle lateral junto a este aparcamiento, estaba sola.
Se movió hacia adelante, haciéndose espacio con sus anchos hombros. No quería
matar al hombre, pero algo me decía que a él no le importaba la pistola. Empezó a
hablar. En un lenguaje diferente. En un tono bajo, dominante, hablaba con tanta
convicción que sabía que lo que estaba diciendo era malo, como un último rito de
tipo malo.
—Vamos, no seas estúpido. —Retrocedí, tropezando con el borde—. No quiero
matarte.
Cerró la distancia entre nosotros y estaba a tres metros de mí hablando más fuerte
con un acento inglés y levantó la cuchilla.
—Por la voluntad de Athana potniya, te libero de esta vida.
Maldita sea, va a hacerlo.
Bajó la cuchilla. Disparé.
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El sonido del aire de la noche cortado como con una bomba, y el ligero rebote vibró
a través de mi cuerpo, la bala abruptamente salió desde mi muslo.
Se estremeció, solo se detuvo por un segundo, y luego continuó acercándose a mí.
Mis ojos se abrieron y se me secó la boca. Oh, sí, él ha de estar parado sobre algo
para ser tan alto. Tenía que ser.
Levantó la larga daga. Mi pulso latía fuerte y lentamente en mis oídos. Parecía que
el segundo duraría para siempre con su brazo delante de mí cayendo con tanta
fuerza que él gruñía. Apenas podía sentir mi mano sobre el arma cuando
nuevamente la tomé con fuerza y apreté el gatillo otra vez. La bala le dio en el
hombro derecho. No lo mataría, pero debo conseguir que deje caer la maldita mini
espada.
Detuvo el brazo a la mitad del golpe y miró la flor de sangre que salía fuera de su
herida. Entonces sus ojos locos se encontraron con los míos. Y sonrió.
Oh mierda.
Dio dos pasos y giró bajando. Cogí su brazo, con la esperanza de que la herida y
mi fuerza sería suficiente para mantenerlo controlado. Su cara estaba a centímetros
de la mía, lo suficientemente cerca para ver su propósito plenamente con un brillo
en sus ojos. El sudor le recorría por la sien izquierda. Con los dientes apretados, me
maldijo con ese extraño idioma. Su otro puño lo levantó, pero lo bloqueé con el
codo, preparándome contra el dolor, e inmediatamente le di un rodillazo en la
ingle con tal fuerza, suficiente para abollar el maletero de un coche. Se dejó caer
hacia atrás doblándose.
La cuchilla cayó al suelo.
Ya era hora.
Mis sentidos golpeaban. Pasé junto a él, tomando la cuchilla del suelo, sin perder el
ritmo, mi cabello revuelto y cayendo en mis ojos. Corrí hacia la calle lateral que
conducía a la parte delantera del hotel, pero sólo alcancé a llegar a la esquina, él me
alcanzó. Su mano se deslizó y agarró mi tobillo. Grité por la sorpresa. Solté mi
arma. Oh no. Me preparé para el impacto.
Mis codos golpearon primero el suelo, una fracción de segundo antes de que mi
frente se estrellara contra el duro asfalto y al igual que la pistola y la cuchilla
ruidosamente.
El dolor estalló en todas direcciones, recorriendo cada centímetro a lo largo de mi
cráneo y cegándome en el proceso. 20
¡Jesucristo! Por todas partes había una devastadora luz blanca.
Mis miembros se entumecieron, mi pulso estaba demasiado acelerado, demasiado
caótico. Estaba al borde del pánico, de esos que destruyen por completo mi
capacidad de luchar, que no he podido poner en práctica. Si estás abajo, ¡no podrás
balancear nada! ¡Tienes que hacer todo lo posible para levantarte! La voz de Bruce
gritaba en mi cabeza.
Reprimiendo el pánico, me di media vuelta y tentando a ciegas, sentí contacto con
algo. Con mi mano rocé sobre la empuñadura de la cuchilla que estaba sobre mi
cabeza. La recogí, me senté y la empuñé delante de mí con toda mi fuerza,
esperando endiabladamente golpear algo. Y la cuchilla lo ha hecho. Y la empujé.
Mi ritmo cardíaco tamborileaba fuerte en mis oídos, que apenas podía escuchar.
Poco a poco mi visión regresó.
El hombre se arrodilló entre mis piernas, las dos manos alrededor de una parte de
la cuchilla cerca de la empuñadura, el resto estaba incrustada profundamente en su
pecho. Sus ojos estaban muy abiertos y sorprendidos, como si la idea de un fracaso
nunca cruzó por su mente.
Pasaba el tiempo. Nuestras miradas se quedaron fijas. En algún momento, su
expresión cambió a un lamento. Alzó una de sus manos y levantó un mechón de
mi cabello.
—Tan hermosa —susurró en inglés. Y comenzó a frotarlo entre su dedo índice y el
pulgar ensangrentados. Luego murmuró en ese mismo lenguaje extraño antes de
que le sobreviniera un ataque de tos. Hizo una mueca y cerró los párpados con
fuerza. Mi cabello se perdía entre sus dedos mientras caía hacia atrás, su cuerpo se
deslizó fuera de la cuchilla.
Las ranas y los grillos continuaron su canción de la noche. Los sonidos del tráfico
volvieron a la vida. Sin embargo, todos los sonidos, aquellos sonidos que no tenían
idea de lo que acababa de suceder, fueron silenciados por mis respiraciones fuertes
e irregulares.
Mi garganta se agrandó y estaba seca. Las lágrimas escocían mis ojos mientras
miraba al hombre delante de mí. No podía tener más de veinticinco años. Sano.
Bien parecido. Podría haber tenido una vida decente. Quizá conocía a una chica
linda. Estaba casado. Tendría bebés.
Oh, Dios. Acababa de matar a un hombre, mis dedos doblados en la empuñadura
de la cuchilla, en una maldita espada de miniatura.
21
Mi tiempo con la familia Sanderson no me había enseñado eso.
Me pasé el dorso de mi mano temblando sobre mis húmedos ojos, sin soltar la
daga con la otra, a pesar de que mis nudillos estaban blancos y mis dedos se
estaban acalambrando. Sentía que no me podía mover, no podía recuperarme del
shock. El shock de ser atacada por un desconocido. De luchar por mi vida. De
matarlo.
…Debo obtener mi teléfono. Llamaré al 911. Tengo que mover el culo, ya sabes qué tienes
que hacer. Sí. Sé lo que tengo qué hacer. Tomé unas respiraciones profundas para
calmar mi corazón acelerado, rodé sobre mi cadera para levantarme, pero el
cuerpo del hombre repentinamente tembló.
Me quedé inmóvil, con la boca abierta mientras su cuerpo se levantaba del suelo y
flotaba durante unos segundos antes de que poco a poco gire en una bruma y
luego desaparezca en algún tipo de corriente ascendente invisible.
Atónita, me senté de nuevo y parpadeé. Mi dominio sobre la espada quedó inerte,
con el ángulo de la cuchilla controlado por el alumbrado público y haciendo brillar
la sangre.
Una risa aguda escapó de mi boca abierta.
—¿En serio? —Mi voz sonaba pequeña y débil sobre la noche tranquila. Incliné mi
cabeza hacia atrás y gritó al cielo nocturno nublado—. ¡En serio!
¿Esto fue idea de alguien para tratar de jugar con mi mente? ¿Me caí por las
escaleras en Rocquemore? ¿Golpeé mi frente demasiado duro en la acera? ¡Maldita
sea! Las lágrimas nublaron mi visión mientras miraba la cuchilla que descansaba en
el suelo entre mis piernas.
Sangre. Cuchilla.
Lo que acababa de pasar, estaba segura de una cosa. Era real. Sostenía la prueba de
ello en mis manos. Mi madre, tan jodida como parecía, había estado en lo cierto.
22
Tres
Traducido por IzarGrim & Felin28
Corregido por lsgab38
E
L RETUMBAR PROFUNDO DE UN MOTOR Y EL ESTRUENDO DE LA MÚSICA HICIERON
CLICK en mis sentidos sobresaltados. Las luces brillantes me cegaron. El
zumbido de los frenos. El olor a goma quemada en el asfalto… Todo me
llegó demasiado tarde.
Lancé un brazo por encima de mi rostro y volví a rodar, dándome cuenta de que
estaba sentada en la calle, en el camino de un vehículo que se aproxima. Me han
pillado con la guardia baja, distraída por lo que acababa de hacer y lo que he visto.
La sangre corría a través de mi sistema tan rápido, mis piernas estaban
entumecidas y mi cabeza estaba nublada.
El camión se desvió y se detuvo hasta estar parado y balanceándose, el 23
parachoques delantero tan cerca de mí que podría tocarlo. Una nube de gases de
escape cayeron sobre mí y el olor me revolvió el estómago. Una pequeña figura se
asomó por el lado del conductor. Me quité el brazo de encima de mi cabeza, el
motor vibró a través de mí como un continuo flujo de electricidad yendo hacia el
suelo.
—Hola, ¿estás bien? —pregunta una chica en un mono y un sombrero de taxista.
Traté de responder, pero no pude encontrar mi voz.
—¿Estás borracha o algo así?
—No —dije con voz ronca, poniéndome de rodillas y colocando las palmas sobre
el asfalto para ayudar a empujar mi cuerpo débil para ponerme de pie. Una vez
que estuve estable, me sacudí las manos en los pantalones vaqueros.
—Vale. Bien, ¿te importaría moverte? Tengo correo que entregar.
Miré a la chica con su mono manchado de grasa, una camiseta de rayas blancas por
debajo, camisa de franela y bordes finos. Su cabello castaño estaba trenzado en dos
trenzas y tenía los ojos verdes, astutos, tenía pecas sobre el puente de la nariz y una
mancha de grasa en la cara. Un antiguo logotipo de UPS se asomaba a partir de
una capa delgada de pintura en aerosol negro en el lado del camión.
—Eres de New 2. Uno de los corredores de correo.
—¿Y?
Tragué saliva, sabiendo que estaba en estado de shock y probablemente no en el
mejor estado de ánimo para hacer un buen análisis del momento, pero sabía que si
no aprovechaba esta oportunidad frente a mí, me convencería a mí misma. Un día.
Todo lo que necesitaba era un día.
—Estoy buscando un paseo a la ciudad.
La chica me miró, mirándome de la cabeza a los pies y no se avergonzaba de eso.
—¿Eres uno de los Loros?
—¿Loros?
—Sí, ya sabes... ¿turistas paranormales? —Ella agitó sus codos—. ¡Cuack, cuack!
—¿Cuántos años tienes?
—Casi trece años.
Levanté una ceja.
—¿Dejan que una niña de doce años entregue el correo? 24
La chica puso los ojos en blanco, apoyándose en el gran volante.
—Tú no has estado en New 2 antes, ¿verdad? —Me encogí de hombros—. Las
cosas allí no van igual de cómo van fuera. —Sus ojos se convirtieron en
calculadores—. Te puedo llevar, pero me tendrás que compensar.
—¿Cuánto?
—Veinte dólares.
—Hecho. Sólo dame un segundo. —Cogí la pistola y la cuchilla del suelo y luego
me apresuré hacia el coche para tomar la caja de mi madre. Metí la espada en mi
mochila, deslicé la pistola en la banda de la cintura y a continuación, cerré el auto.
—Sólo tengo que volcar mis maletas en la oficina de correos y luego he terminado
—dijo la chica a medida que fui hacia ella, su mirada se dirigió brevemente a la
mochila, pero no dijo nada sobre el arma y la cuchilla. En su lugar, sacó una mano
grasienta.
—Soy Crank.
Tomé su mano pequeña.
—Ari.
Crank metió el cambio en la marcha y soltó el embrague. El camión se echó hacia
atrás y adelante en varias ocasiones, por lo que me tuve que agarrar al frío pomo
de metal de la puerta, ya que finalmente dio un vuelco en el movimiento.
Nadie había salido del hotel cuando se efectuaron los disparos. ¿No lo habían
escuchado? Un cosquilleo de inquietud se deslizó por mi espalda cuando la vista
del hotel y del aparcamiento trasero desapareció de la vista. O bien el personal del
hotel o invitados no llamaron a la policía a propósito, o los disparos en medio de la
noche eran algo normal cerca de The Rim. Esto también podría explicar por qué
Crank no parecía perturbada por las armas que había traído a bordo.
Pero ninguno de esos pensamientos me hizo sentir mejor. Una vez que Crank
condujo hacia la parte trasera de la oficina de correos y dio marcha atrás a un
muelle de carga, se metió en la parte trasera de la camioneta, abrió la puerta y dejó
todas las bolsas de correo en tres grandes contenedores. Cogió dos bolsas
marcadas para New 2 desde la zona de carga y los arrojó dentro, y luego nos
dirigimos hacia la Ruta 190.
Parte de la salida hacia el sur tenía barricadas, pero tres barriles anaranjados
habían sido movidos para hacer espacio para conducir.
Fuimos por lo que supuse eran unos 16 kilómetros más o menos antes de pasar
25
oficialmente por encima de The Rim. No hubo nada que celebrar por la ocasión,
excepto una señal de tráfico envejecido que decía: FRONTERA DE ESTADOS
UNIDOS, ZONA DE DESASTRE EN ADELANTE, PROCEDA BAJO SU PROPIO
RIESGO. Y luego otra señal a unos metros más adelante: PROPIEDAD DE EL
NOVEM. POR FAVOR RESPETE NUESTRA TIERRA. BIENVENIDO A NEW
ORLEANS.
Además de los golpes y el ruido del motor, el viaje fue largo y lleno de silencio, el
tipo de silencio que se ve, no se escucha. Un silencio que se extendía por el paisaje
plano de las siluetas negras de las ciudades en ruinas, restaurantes de comida
rápida abandonados, gasolineras y vehículos. El camino se hizo peor a medida que
avanzaba, el asfalto agrietado lleno de agujeros y grandes parches, al azar malas
hierbas por doquier.
—No hay mucho por ahí ya —dijo Crank, mirando por encima de mí y siguiendo
la dirección de mi mirada—. La mayoría de la gente vive en New 2 o cerca.
—¿Por qué se quedaría alguien? —le pregunté en voz baja. El gobierno se había
lavado las manos sobre la ciudad y la tierra circundante después de la devastación,
la declaró zona de desastre y trasladó a todo el mundo que se quisiera ir. Toda la
ciudad, el estado y la infraestructura federal de New Orleans se derrumbó junto
con su economía. Si alguien se quedó, lo hizo con el conocimiento de que los
Estados Unidos no existían allí.
Nueve de las familias más antiguas de New Orleans habían formado una alianza,
el Novem, y compró la derruida ciudad y los condados circundantes en un
acuerdo histórico que parecía una situación de ganar-ganar para todos. El gobierno
no tuvo que hacer frente a New Orleans. Algunos de los 8,2 billones de dólares que
los Estados Unidos ganó de la venta fue a todas las personas desplazadas y
afectadas. Y el Novem tiene algo que obviamente querían: una ciudad que puedan
llamar suya.
Durante un tiempo, los medios de comunicación han sido en todo el Novem,
atraídos por la intensa especulación detrás del grupo de compra inexplicable de un
terreno baldío, y atraídos por su riqueza y el poder que viene con ser dueño de una
ciudad. Había incluso un libro escrito sobre las familias y su larga historia en New
Orleans. Ganaron una especie de estatus de celebridad que se convirtió en una
especie de leyenda. Los personajes extraños que salpican sus árboles genealógicos
aumentaban el misterio-de-los-cuentos-de brujas y vampiros y reinas del vudú.
El Novem nunca confirmó ni negó los rumores. Nunca dieron entrevistas, nunca 26
quisieron destacar, excepto para hacer la compra. Y luego se retiraron a la ciudad
en ruinas, dejando el resto del país con preguntas. No pasó mucho tiempo antes de
unirse a las filas del Área 51, Roswell, el monstruo Loch Ness y todas las otras
teorías de la conspiración y especulaciones paranormales que hay. En secreto
periodistas y buscadores de la verdad que habían salido de la ciudad más tarde
con las fotografías borrosas y los cuentos de monstruos y asesinatos sólo se
añadieron a la especulación. Y ahora, trece años más tarde, un gran porcentaje del
país cree que New 2 era un santuario, un lugar de moda, por lo paranormal.
Crank se encogió de hombros, con las mejillas balanceándose cuando los
neumáticos del camión golpearon una sucesión de baches.
—New 2 es mi casa —respondió a mi pregunta silenciosa. El asiento elástico
recuperó todo su cuerpo, y llamó mi atención sobre sus pies, que se apoyaban en
los bloques de madera conectados a los pedales para que pudiera alcanzarlos—.
Algunas personas no tienen a dónde ir, algunos eran demasiado obstinados para
abandonar.
—¿Y tú de cuál eres?
Crank dejó escapar una pequeña risa.
—Ambos, supongo. Mi padre murió en la inundación. Mi tío escondió a mi
hermano y mamá, como mucha gente lo hizo cuando las tropas llegaron a través
de la ciudad y ordenaron evacuar. Yo no nací hasta después, sin embargo. ¿Por qué
vienes?
Abracé la caja un poco más fuerte.
—Trato de conocer a mis padres. Nací en el Charity Hospital algunos años antes de
que los huracanes golpearan.
—No me digas, ¿en serio?
Una pequeña risa burbujeó en mi garganta. Crank era como un pequeño adulto
atrapado en un cuerpo preadolescente.
—En serio.
—Bueno, tal vez mi hermano puede ayudarte con eso. Él es muy bueno en la
búsqueda de las cosas. ¿Tienes un lugar para quedarte?
Sí... En realidad no había pensado tan lejos cuando me decidí a saltar en el camión
del correo.
—No, todavía no. 27
Todo lo que necesitaba era un día. Un día para encontrar el hospital y acceder a
mis archivos. No iba a dar marcha atrás ahora.
—Bueno. Puedes quedarte con nosotros. Los hoteles de turistas, los que hay en el
Barrio Francés, son muy caros.
La oferta fue lo último que me esperaba. Pero entonces, nunca me esperaba para
ser conducida a New 2 por alguien de doce años.
—No lo sé...
—Confía en mí, tenemos un montón de habitaciones. Por cuarenta dólares te
conseguiré una para la noche. —Cuando no respondí directo a lo que decía, dijo—:
¿Qué dices?
—Claro —le dije con un suspiro, preparándome para el paseo y poniendo los ojos
ante nada—. ¿Por qué no?
La camioneta aceleró a través de los restos destrozados de Mandeville y luego pasó
lo que solía ser la zona de peaje para el Lago Pontchartrain Causeway. Había una
luz tenue en el interior de una de las cabinas, junto con una oscura, figura
sombreada. Crank frenó el camión. El hombre, al menos eso es lo que supuse por el
tamaño de él, nos saludó con la mano.
Apreté el mango de mierda firmemente ya que el camión rodó sobre un lado del
puente de doble tramo, y el otro lado estaba intransitable, la falta de grandes trozos
de pavimento, dejando sólo los pilares de hormigón de pie, la mayoría de las
cuales fueron cubiertas con los nidos de aves.
Crank deslizó una mirada de reojo a mí, con una sonrisa en sus labios. Ella le dio a
la camioneta un poco más de gas.
—Treinta y ocho kilómetros por recorrer —cantaba en voz baja, disfrutando de mi
ansiedad un poco. Ella se inclinó más, para llegar a la radio, sus ojos apenas veían
sobre el tablero. El camión comenzó a desviarse peligrosamente cerca de la barrera
de protección.
Mi mano se cerró alrededor de la manija de la puerta, la otra sosteniendo la caja
fuerte.
—Um, ¿Crank?
La radio volvió a la vida y Crank se enderezó, tomando el volante con ella y virar a
la izquierda de la carretera, donde una parte de la barandilla había desaparecido. 28
Sin perder un segundo, se recostó en su postura de conducción y guiando
lentamente el vehículo en el centro de la carretera.
Treinta y ocho kilómetros de puente, un poco menos espeluznantes lo últimos,
que eran extendidos y planos en su mayoría sobre las aguas tranquilas del lago.
Treinta y ocho kilómetros de la música zydeco como cada uno de los músculos de
mi estómago crecía el dolor en los dedos y empezaron a entumecerse alrededor de
la manija de la puerta. En el momento en que llegamos a tierra, me sentí como si
hubiera hecho cientos de abdominales y oído lo suficiente de zydeco para toda la
vida.
Crank conducía a través del suburbio de Metairie, que estaba oscuro y silencioso a
esta hora de la noche, sólo unas pocas luces al azar donde deberían haber sido
miles, a continuación, en la Ruta 61, que llevó a Washington Avenue. La calle
cambió de nombre varias veces antes de que cruzara con St. Charles Avenue, en el
Garden District. Crank no se detuvo a observar el tráfico, sólo disparó hacia la
intersección, virando a la izquierda en la calle. No es que importara, no había nadie
más en el camino. Había unas pocas farolas de trabajo y pude ver las dobles vías
de la avenida St. Charles, el tranvía que corre paralelo con la carretera.
El Garden District se había convertido en una ciudad semi-fantasma, un hermoso
lugar perdido donde los jardines una vez al cuidado, estaban subidos por encima
de sus vallas de hierro fundido y se extendió a través de la comunidad en una
maraña de enredaderas y maleza. Crank rechazó la primera calle y fue como si nos
hubiéramos ido cien años atrás en el tiempo. A pesar de la pintura saltada, tablas
podridas, barandillas rotas y agrietadas, ventanas rotas o tapiadas, las casas se
erguían como centinelas dignas en las calles rodeadas de antiguos robles envueltos
en los grises, chales andrajosos de musgo.
El camión giró en Coliseum Street y luego se detuvo de repente, los frenos
lloriquearon, enviándome volando hacia adelante hasta que el cinturón de
seguridad hizo clic y me detuvo de ir a través del parabrisas. Volé de regreso
contra el asiento, el corazón palpitante cuando Crank metió el cambio en punto
muerto, pulsó el freno de estacionamiento y apagó el motor.
Vibraciones sobrantes del camión seguían retumbando a través de mí y mis oídos
sentían como si estuvieran encerrados.
—Hogar dulce hogar —dijo en voz alta Crank—. Vamos.
Salté con la caja y me colgué la mochila al hombro. Mis pies tocaron tierra firme. El
impulso para caer de rodillas y dar gracias a Dios porque había salido con vida
29
pasó por mí, pero me quedé inmóvil, tomando unos segundos para recuperar mi
equilibrio.
—Por aquí —la voz de Crank resonó en la oscuridad.
Me acerqué a la acera rota y estiré mi cabeza hacia atrás a las sombras altas que se
ciernen sobre nosotros. Wow. La casa está en la esquina de First y Coliseum, y se
encuentra en una selva de árboles y césped cubierto, rodeado por una verja de
hierro negro. Era alta y rectangular, dos pisos de altura con pintura malva
desvanecida, barandillas de hierro forjado y volutas a lo largo de los pórticos
dobles y contraventanas de plantación negro enmarcando los grandes ventanales.
Unas tenues luces brillaban a través de los cristales, silenciado por cortinas
oscuras, la suciedad y la mugre.
Me encantó de inmediato, era de una belleza ensombrecida por el tiempo y la
decadencia, pero aún de pie, orgullosa. Sí, este era mi tipo de lugar. Me sentí un
poco mejor acerca de mi decisión espontánea para venir a New 2, seguí a Crank a
través de la puerta principal, que apoyaba una gruesa, enmarañada escalada de
pequeñas flores blancas fragantes, de la misma clase, que hacía una cuerda al lado
de la casa y torcido a través de la barandilla del segundo piso. Una linterna negra
colgada, suspendida desde el techo de la galería del segundo piso por encima de
nosotros.
—Guay, ¿eh? —dijo Crank por encima de su hombro mientras abría la puerta
principal.
—¿Vives aquí?
—Así es. Bueno, técnicamente no lo poseo, pero nadie nunca volvió a reclamarlo,
por lo que ahora es nuestro. Hay un montón de casas vacías en el GD-eso es lo que
llamamos el Garden District, los mejores han sido todos tomados por ocupantes
ilegales, pero éste no es del todo malo. Algunas de ellas son peores que otras, pero
por lo demás es bueno. —Ella le tendió la mano—. Veinte para el paseo y cuarenta
por la habitación.
—Oh, claro. —Puse mi mochila en el porche y busqué mi cartera, sacando veinte y
colocándolos en la mano abierta de Crank.
Entramos en un gran vestíbulo de entrada de madera con una amplia escalera en
una pared, la mitad inferior de la misma curvaba suavemente hacia la puerta
principal. La base se desplegaba como la miel cuando se derrama de un tarro.
Colgando de una larga cadena sujeta al techo del segundo piso era una lámpara de 30
araña de hierro forjado grande, tan fina y detallada que parecía que había hecho
girar de una araña metalúrgica mágica. Las paredes de cada lado del vestíbulo
tenían amplias aberturas que conducen a otras habitaciones.
A la derecha había una habitación enorme de comedor con una mesa larga y
majestuosa y diez sillas de respaldo alto. Había un desvanecido mural en el techo y
papel tapiz de burdeos y oro que se desvaneció y descamaba en algunos lugares.
Negros candelabros quemados, menos los dos que no funcionaban, en intervalos
espaciados alrededor de la habitación y dos ventanas estaban enmarcadas con
cornisas y pesadas cortinas color vino viejo.
—Estupendo, ¿eh? —Crank estaba a mi lado—. Lo llamamos La Cripta a causa que
se ve como algo de un vampiro de película.
—Bonito —murmuré.
Algunas de las tablas del suelo se estaban pudriendo. Evitaba que nos dirigiéramos
hacia las escaleras. El papel tapiz en el vestíbulo de entrada se encuentra
descamado en lugares al igual que en el comedor, pero, como dijo Crank, no estaba
mal. De hecho, pensé que era tan bella por dentro, ya que estaba en el exterior.
—Te mostraré tu habitación primero.
Al otro lado del comedor estaba la sala de estar. Que corría toda la longitud del
lado izquierdo de la casa. Techos altos. Dos arañas polvorientas. Y dos chimeneas a
lo largo de la pared del fondo, con espejos dorados sobre cada repisa. Al igual que
el comedor, y probablemente cualquier otra habitación de la casa, las habitaciones
estaba enmarcadas con graves molduras y yeserías. Una de las ventanas había sido
tapiada con piezas al azar de madera y clavos.
—Puedes quedarte en la habitación enfrente de la mía —dijo Crank, ya en las
escaleras—. Ah, y ten cuidado en el decimosexto escalón.
Conté, asegurándome de saltar la número dieciséis, y luego seguí a Crank por un
ancho pasillo. Ella se detuvo en la primera puerta a la izquierda y luego se apartó
para dejarme pasar primero.
—Aquí tienes.
La habitación era oscura y olía a madera húmeda. Crank golpeó el interruptor de la
luz y una pequeña lámpara brilló por encima de nosotros, colgando de un
medallón de yeso en el techo. Los pisos estaban muy abiertos, tablones de madera
y había dos ventanas altas. Entré con pasos cuidadosos. El suelo crujió pero me
sostuvo.
31
—Tienes vista al jardín lateral. En el colchón estaba creciendo moho, por lo que
nos desharemos de él, pero te puedo traer mi viejo saco de dormir. Tenemos agua
corriente, pero yo no la bebería. Sólo la tienes que utilizar para la ducha y el
inodoro que debe estar bien. El baño está a través de esa puerta, cada habitación
tiene uno propio. El Novem puso todo su dinero en la fijación del Barrio Francés
primero, pero al final vamos a hacer las cosas de nuevo a la forma en que deben
estar. Le diré a mi hermano que estás aquí.
Crank se había ido antes de que pudiera dar la vuelta y decir gracias, por lo que
me quedé en medio de la habitación vieja, teniendo el marco de la cama de hierro
sin colchón, la alfombra ovalada descolorida en el suelo, la chimenea de mármol y
en el revestimiento, con un montón de velas, todas en diferentes etapas de uso.
Una pintura al óleo de una madre y sus dos hijos se cernía sobre la cama, en ambos
lados de la pintura había candelabros de pared dorados que no parecían estar
funcionando.
Había una mesa alta en la esquina, un largo aparador a juego y espejo en la misma
pared que la chimenea. Me acerqué, elaborado con una calavera humana
acurrucada en una cama de colores del Mardi Gras, un negro sombrero de copa en
la cabeza. Parecía, tragué saliva, real. Un cigarro viejo estaba metido entre sus
dientes. Había otras cosas en el aparador, un espejo de plata de mano y cepillo, un
pequeño joyero, y una botella de vino vacía, con una vela metida en el cuello.
El espejo sobre el tocador era brumoso y estaba agrietado en la esquina derecha. La
reflexión que se me quedó era que parecía tranquilo y perdido. No se puede
discutir con eso. Ni en un millón de años hubiera pensado que iría más allá de The
Rim. Sí, la gente lo hizo, juerguistas del Mardi Gras, turistas o los científicos que
quieren estudiar historias de sucesos paranormales, pero por lo demás la mayoría
de la gente simplemente no vienen aquí.
Me acerqué a la ventana y miré hacia abajo a la selva del jardín. Un grueso roble
ocupaba la esquina izquierda, pero fue enterrado debajo de las vides y zarcillos de
largos grises de musgo. El césped había sido tomado por una alfombra de hojas
muertas y flores pequeñas de color púrpura. Una estatua de un ángel con la cara y
las manos levantadas al cielo, un ala rota, estaba parcialmente cubierto de liquen
verde. Un escalofrío se arrastró por mi espina dorsal. Algo estaba moviéndose
debajo de la alfombra de hojas.
—¡Tengo golosinas! —gritó una voz desde abajo. Pasos y voces resonaron más allá
de las paredes de la habitación.
La cabeza de Crank apareció en la puerta abierta.
32
—Ven a conocer a Henri.
Puse mi mochila y la caja en el suelo cerca de la cómoda y luego seguí a Crank por
las escaleras, pero me detuve a medio camino y me quedé en el vestíbulo, sujeta en
la barandilla de hierro para no perder el equilibrio.
El que yo supuse era Henri levantó una gran bolsa de naranjas. Crank y otros dos
chicos se reunieron alrededor de él. Henri debía de ser de mi edad o un poco
mayor, porque tenía barba fina roja a lo largo de la mandíbula y la barbilla. Tenía
el pelo de color rojo oscuro, sin cortar y recogido en la nuca. Pero fueron sus ojos lo
que me hizo jadear. Al igual que los míos, no eran normales. Los iris bordeado de
avellana, pero eran demasiado claros, demasiado amarillo, para ser normal. ¿No lo
eran?
Alguien puso un cuchillo en la bolsa y algunas naranjas cayeron, golpeando el
suelo. La risa estalló. Crank y los otros dos se dejaron caer para acorralar a los
frutos sueltos.
La más pequeña estaba encorvada, arrebató una naranja, y luego echó la cabeza
para encontrarse con mi mirada. Ella era pequeña y ligera, casi demacrada, con
enormes ojos negros y enormes sombras oscuras. Su cara era pequeña, ovalada y
blanca, salvo por el leve color rosa de sus labios. Sacudió su cabello negro que se
rizó debajo de la barbilla. Sobre su pecho descansaba, y mantenía allí, una pequeña
cadena alrededor de su cuello, era una máscara de Mardi Gras de oro.
La chica sonrió lentamente, dejando al descubierto una pequeña hilera de dientes
blancos y dos muy distintos, muy pequeños... colmillos.
Mi pulso saltó. Aparté mi mirada de la niña.
Contrólate, Ari.
El grupo debajo de mí se quedó en silencio. Todos mirando. A mí. Mi corazón latía
con fuerza. Suelto lentamente la mano de la barandilla y me volví, rígidamente a
subir las escaleras.
¿Qué demonios estaba haciendo aquí?
New 2 era un lugar estúpido. Sabía esto al venir, pero...
No fue hasta que estaba dentro de la habitación, caminando hacia mis cosas, que oí
hablar en voz baja, seguido de un momento de pasos en la escalera.
—Crank dijo que estás en busca de información —dijo Henri, apoyado en el marco 33
de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho.
Recogí mi mochila.
—Ya no.
Entró en la habitación, sacudiendo la cabeza.
—¿Qué estabas esperando un hotel de cinco estrellas? ¿Un grupo de adolescentes
con los teléfonos e iPods y los últimos vestidos de Abercrombie y Fitch?
Me mordí la lengua y no le dije que los iPods son historia antigua y Abercrombie &
Fitch salió hace siglos del negocio. Me agaché para la caja.
—¿Qué pasa con el arma?
Mierda. Me enderecé, dándome cuenta de que la 9mm estaba saliendo de mi
cintura para que todo el mundo la viera.
—Es legal. —Pero no lo era.
—Eso no es lo que quise decir.
Realmente no quiero entrar en el juego de lo que estaba haciendo aquí y por qué
estaba armada. En realidad, se estaba convirtiendo en bastante obvio que había
cometido un gran error.
Henri me cerraba el paso. Más allá de su hombro, estaban Crank y los demás de
pie en la puerta, con los ojos muy abiertos y escuchando. Retrocedí y miré a Henri.
—¿Te importa?
Después de un breve y tenso silencio, él levantó las manos y se apartó.
—Está bien, adelante. No sé cómo vas a volver a The Rim sin un paseo. Buena
suerte para encontrar un taxi o un autobús Greyhound. —Los otros se rieron.
Le di una sonrisa torcida.
—Gracias. —Y luego saltaron a su alrededor mientras los otros tres se dispersaron
hacia la salida. Estaba siendo dramática y estúpida, lo sabía, pero los dientes de la
niña... Los ojos de Henri... Golpeó demasiado cerca de casa, me hizo pensar en mi
propia rareza y me dieron ganas de correr como siempre he hecho.
Mis botas golpeaban con fuerza con cada paso mientras corría escaleras abajo, con
cuidado de no perder el equilibrio, y me pregunté por qué demonios me pareció
que era una buena idea. Todo lo que quería era saber de mi madre, al llegar a New
34
2 y acceder a los registros de los hospitales, tal vez el nombre de mi padre. Eso era
todo, sólo un nombre. Una historia real de la familia sería genial, pero era lo
suficientemente inteligente como para saber que era como alcanzar las estrellas.
Y debería haber sido lo suficientemente inteligente como para evitar New 2 y
esperar, como había prometido, hasta que Bruce y Casey pudieran venir conmigo.
Pero entonces, no esperaba conseguir esa carta extraña de mi madre o de ser
atacada por un, bicho raro que desaparece, tampoco.
Yo estaba al otro lado del vestíbulo de entrada cuando la puerta principal se abrió
y otro chico entró.
Tenía la cabeza hacia abajo, un mechón de pelo negro cubriéndole la cara. Una
mano sostenía la correa de una vieja mochila, la otra cerró la puerta detrás de él.
Alto. 1.85 metros, tal vez. Llevaba vaqueros raídos, botas negras y una vieja
camiseta de Iron Maiden que se había desvanecido a un gris suave. Alrededor de su
muñeca izquierda tenía una pulsera de cuero oscuro con un anillo de plata con
incrustaciones.
Me quedé helada. Como una idiota total.
Alcé la cabeza, y me encontré con los ojos grises más sorprendentes que jamás
había visto. En mi visión periférica, vi a su mochila lentamente deslizarse de su
mano y cayó al suelo.
Mi boca tan seca como papel, demasiado seca para tragar. El calor me envolvió la
cara y la parte baja de la espalda. Sus cejas negras se dibujaban en una mueca que
le daba un aspecto ligeramente siniestro, pero eran en definitiva, diferente de los
ojos expresivos enmarcados con espesor, las pestañas completamente negras. Tenía
una cara bonita, que podría ir de tipo poeta duro en función de su estado de
ánimo. Sus labios eran naturalmente más oscuros que la mayoría, y apretando sus
ojos que siguieron reduciéndose. Su mandíbula se flexionó. Di un paso atrás,
sintiéndome extraña, como si pudiera ver dentro de mí, como si supiera lo que era.
—Ellos ya te están buscando, sabes.
35
Cuatro
Traducido por Dark Juliet
Corregido por MaraD
U
N NUDO EN MI GARGANTA Y PENSÉ INMEDIATAMENTE EN EL maníaco manos
de tijeras. Me mordí el interior de la mejilla con tanta fuerza separando
piel, liberando sangre caliente, con sabor metálico en la lengua.
—¿Quién me busca?
—El Novem.
—Sí —dije, sumando dos y dos—. Ellos ya intentaron matarme una vez. No voy a
dejar que se acerquen por segunda vez.
Sus cejas se juntaron.
—El Novem no quiere matarte. 36
Crank vino alrededor de mí y saltó a la larga mesa contra la pared, sentándose en
ella y moviendo sus pies.
—Tiene razón, lo sabes.
Negué con la cabeza, sin comprender.
—¿Cómo lo sabes?
—Debido a que Sebastian, mi hermano, y él sabe todo lo que pasa en New 2. Es su
trabajo saberlo. —Levanté una ceja, esperando que, al menos esté de acuerdo, pero
se quedó en silencio—. Bas trabaja para el Novem. Ellos le pagan para ejecutar
mensajes, obtener información, ese tipo de cosas. —Crank torció su sombrero de
taxista hacia atrás—. Entonces, ¿quién realmente eres después de todo, Ari? ¿Tiene
algo que ver con esa espada sangrienta en tu mochila?
Dejé que mis párpados se cierren lentamente y luego conté hasta cinco. Había
matado a un hombre. Lo vi desaparecer. Había una pequeña gótica con colmillos.
Y ahora el Novem podría o no estar detrás de mí. Suponía que «podría», no
importa lo que dijo Crank.
¿Cómo diablos me he metido en este lío? No, no era mi problema, esta fue mi
madre. Y yo no estaba tan segura de querer saber la verdad ya. Saqué mi teléfono
del soporte de la cintura. Bruce vendría a buscarme. Estaría loco como el infierno,
pero vendría.
—Los móviles no funcionan en New 2 —dijo Henri detrás de mí.
Eché un vistazo a la pantalla. No hay señal.
—Está bien. ¿Hay algún móvil o un teléfono público en algún lugar que pueda
usar?
—Principiantes —murmuró un chico de la edad de Crank, sentado en uno de los
escalones pelando su naranja. Era de un aspecto tan extraño que me distrajo por un
segundo. Piel de color marrón claro. Los ojos verdes. Y cabello corto rubio oscuro
en Afro. Hasta sus cejas eran rubias.
—A menos que tengas dinero o conexiones, no hay teléfonos, no hay Internet.
Nada más que agua corriente, electricidad y los corredores de correo —dijo
Henri—. Bienvenida a New 2.
—Ari nació en el Charity Hospital. Ella quiere encontrar sus registros. Puedes
ayudar con eso, ¿No es así, Bas? —preguntó Crank a su hermano.
Sebastian recogió su mochila, evitando mis ojos. 37
—No. Ella debería volver a casa. —Subió las escaleras.
Crank farfulló, y nadie más dijo nada. Sólo se oía los pasos pausados de Sebastian
en la escalera. Eché un vistazo a la puerta de entrada a las escaleras y luego dejé
escapar un gemido, sin poder creer que estaba a punto de correr tras el Sr. Cálido y
Acogedor.
Corrí por las escaleras, atrapando a Sebastian en el rellano.
—Oye, espera un segundo. —Se detuvo, volviéndose a medias—. Mira, si sabes
algo... por qué estas personas están detrás de mí...
Con mi 1.70 no era mucho más pequeña que Sebastian, pero me sentí pequeña ante
su mirada tormentosa. El chico no revelaba nada. Lanzó una rápida mirada a los
otros, que se habían reunido a mitad de las escaleras.
Apretó la mandíbula y sus ojos se endurecieron. Se inclinó hacia adelante y
mantuvo la voz baja.
—El Novem recibió una llamada hace unas horas con tu descripción y nombre... se
corrió la voz a todos los corredores y personas que trabajan para la Novem, que es,
básicamente, todo el mundo en esta ciudad, a buscarte.
El Dr. Giroux. Debe haber llamado. Pero ¿Por qué?
—Y trabajas para ellos.
—Ellos sólo quieren verte. Nadie dijo nada acerca de hacerte daño, así que no sé
una mierda de toda esa cosa de la que Crank está hablando. Y sí, trabajo para ellos.
Eso no significa que siempre escucho.
Caminó por el pasillo y desapareció en una habitación al final.
Una ola de agotamiento se apoderó de mí. Mis hombros se hundieron. Podía sentir
los ojos de los demás en mí desde abajo y más que nada sólo quería estar sola para
poder reagrupar y pensar con claridad, para digerir todo lo que había sucedido
hasta ahora. Mi decisión apresurada o deseo—como quiera llamarlo—pero correr
no me haría ningún bien. Estaba oscuro. Necesitaba un lugar para quedarme. Ya
había pagado. Suspiré, supuse que era este.
Volví a la habitación, tomé la caja y me senté en la alfombra frente a la chimenea.
Pero la confusión de los pasos en el pasillo dejó en claro que no podría conseguir
privacidad a corto plazo.
Crank, el chico de un aspecto tan extraño y la diminuta chica del colmillo —que
ahora llevaba la máscara dorada de Mardi Gras— se presentaron en la habitación. 38
Se sentaron en la alfombra, haciendo un círculo. El muchacho se inclinó hacia la
chimenea y chasqueó los dedos sobre la madera. Estalló en llamas.
Levantó las manos sobre el fuego, calentándose antes de volverse hacia los demás.
—No es gran cosa. Sólo un truco. —dijo por mi boca abierta—. ¿Qué hay en la caja?
Sí, sólo un truco maldito. Era más fácil creer que la alternativa.
—Cosas de mi madre.
Un tambor resonó en algún lugar de la sala. Luego otro y otro, hasta que el ritmo
se apoderó. Las paredes y el suelo vibraban. Y cogió, rápido, furioso y realmente
bueno el ritmo filtrándose en mi piel y huesos, encontrando su camino hacia mi
corazón y golpeando al mismo tiempo.
—Ese es Sebastian —dijo Crank—. Él toca cuando no está de humor.
No tengo que preguntar qué significaba eso. Sabía de los estados de ánimo, así
como la próxima persona. En el fondo, muy débilmente, escuché música y voz, me
di cuenta de que debía estar tocando al mismo tiempo que la radio o un CD.
Fuese lo que fuese, era algo que se podía bailar, o acostarse en el suelo, cerrar los
ojos y llorar también.
Mientras las llamas en la chimenea crecían, las sombras bailaban en las paredes y
sobre el cráneo, que parecía sonreírme como si supiese algo que yo no. La luz del
fuego se reflejaba en las cuentas de colores y el satén negro del sombrero de copa.
Se necesita un nombre, pensé, preguntándome que era más escalofriante, el cráneo o
la niña que me miró a través de la máscara dorada con esos ojos negros luminosos.
—Este es Dub —dijo Crank, señalando al muchacho—. Y esta es Violet. Ella no
habla mucho.
Violet aún acunaba su naranja con las dos manos, a veces la acercaba a su
diminuta nariz para olerla, pero sus ojos redondos se fijaron en mí. Parecía una
extraña muñeca Mardi Gras Goth. Y por alguna razón, me encontré viendo
calentándose al niño extraño. No podía haber tenido más de diez años.
—Creo que le gusta tu tatuaje —dijo Dub, tamborileando con los dedos en sus
pantalones—. ¿Eres un doué4 también?
—¿Qué?
—Doué. Esa es la palabra amable del Novem para los monstruos. Raros. Ya sabes...
nosotros —explicó en una respiración rápida. Todo acerca de Dub era energía
nerviosa. Una parte de su cuerpo se movía constantemente—. Violet tiene dientes 39
extraños. Henri tiene ojos extraños. Tengo trucos. Crank tiene…
—Nada —lo interrumpió ella, decepcionada—. Yo soy normal.
—Sí, pero nadie más puede hacer que las cosas funcionen como lo haces —dijo
Dub—. Y… —Puso una mano sobre el corazón y el otro en línea recta como si
estuviera a punto de darle una serenata—… puesto que ya arreglaste el
refrigerador, gobiernas esta casa de locos.
La cabeza de Crank cayó, rodó los ojos, pero podía ver que estaba satisfecha con el
cumplido.
—¿Y tu hermano, Sebastian? —le pregunté—. ¿Es normal también? —Además de ser
un idiota y un baterista lanzadísimo.
—A Sebastian no le gusta hablar de ello. Pero lee a la gente, ¿Sabes? Siente lo que
sienten. A veces demasiado.
Los tambores siguen golpeando, pero no es tan exigente como antes, no tan rápido.
Ahora era constante, incluso a un ritmo lleno de emoción. No había otra manera de
describirlo. No era sólo un latido haciendo eco por el pasillo, era algo más.
4
Doué: (francés) dotado.
—¿Y qué hay de ti? —volvió a preguntar Dub en voz más baja—. Te ves rara y
todo.
—Vaya, gracias.
—Bueno, tienes ese tatuaje en tu cara, tu cabello es blanco, y tus ojos son un poco
extraños. —Se encogió de hombros—. Podrías ser un doué es todo lo que estoy
diciendo.
—Tal vez a ella no le gusta hablar de ello tampoco —dijo Crank, y me dio una
pequeña sonrisa. Le devolví la sonrisa y luego miré mis manos. Era la verdad, no
me gusta hablar de eso. Nunca lo hice. Y de repente, compartirlo no era algo que
yo solía hacer.
—Santos cigarrillos —dijo Dub. Miré hacia arriba para verlo tirando de la espada
de mi mochila—. ¡Tiene sangre en ella y todo!
—Dame eso. —Me abalancé sobre mis rodillas, agarrando la empuñadura y luego
mi mochila, fuera de su mano.
—Joder. Lo siento. —Volvió a sentarse, actuando como si hubiera hecho un gran
problema de algo pequeño. Pero no era pequeño. No tenía nada que hacer entre
mis cosas. Nada en absoluto. 40
Metí la espada corta en la mochila, con la esperanza de que la sangre se hubiera
secado ahora y no estuviera sobre toda mi ropa. Inteligente, Ari. Debería haber
pensado en eso antes de poner la cosa ahí, para empezar.
—Mira, simplemente mantente fuera de mis cosas, ¿de acuerdo? Voy a estar fuera
por la mañana.
—Puedo tratar de hablar con Bas de nuevo —dijo Crank—. Estoy segura de que te
ayudará en el hospital, y…
—Sin ánimo de ofender, Crank, pero no quiero su ayuda.
Crank dio un codazo a Dub en el brazo, y se puso de pie. Violet se quedó inmóvil,
así que Crank se agachó y tiró de su brazo.
—Vamos, Vi.
La niña oscura siseó a Crank, pero se levantó y se fue con los demás.
Después Crank me trajo la bolsa de dormir, esperé hasta que el silencio descendió
más allá de la puerta de mi dormitorio, un silencio roto sólo por los crujidos y
gemidos naturales de la casa.
Tomé dos velas altas de la repisa de la chimenea y las encendí con las brasas de la
chimenea, poniéndolas en el suelo delante de mí. Finalmente, estaba sola. Sin
interrupciones. No había niños. No tambores. Nada que me distraiga.
Aunque, sinceramente, me había tomado tanto tiempo sólo para reunir el valor
suficiente para ver todo lo demás que estaba en la caja.
Con un profundo suspiro, abrí primero los dos pequeños joyeros. Uno era un
anillo de plata con una inscripción griega corriendo a lo largo de su longitud. Era
brillante, hermoso y simple. Lo coloqué en mi mano derecha, dedo anular. Se
ajustaba perfectamente. La siguiente caja tenía un medallón desgastado, tan
desgastado que era difícil de distinguir la imagen en el frente o las palabras que
daba la vuelta al borde. Podría haber sido un sol, no podía decirlo con seguridad.
Puse el medallón en la caja y luego cogí un recorte de periódico acerca de una
mujer decapitada en Chicago, dejando una pequeña hija, Eleni, sin familia. El
corazón me dio un golpe duro. Mierda.
Eleni era el nombre de mi madre, por lo que esta mujer podría ser mi abuela.
La siguiente fue una carta descolorida escrita a mi madre.
41
Querida Eleni,
Si estás leyendo esto, entonces no he tenido éxito, como tantas otras antes que yo.
He fallado.
A medida que creces y llegas a ser mujer, entiendes que eres diferente. Todos
nosotras hemos sido así. Ninguna mujer en la familia hasta donde he descubierto
ha vivido más allá de su vigésimo primer cumpleaños. Todos hemos dejado atrás
una hija. Parece que el destino ha elegido nuestro camino para nosotras, y siempre
es lo mismo.
No vas a ser diferente. A menos que pueda encontrar una manera de poner fin a
esta maldición. Mi madre se suicidó cuando yo era un bebé. Ella no me dejó nada,
pero he aprendido que su madre, y su madre antes que ella, también murieron de la
misma forma.
Y pronto me iré también. Lo siento en mis huesos, en mi piel. Mi tiempo está
llegando. Lo he intentado, he visto tantos adoradores, curanderos y sacerdotes,
pero esta maldición está todavía conmigo como lo será contigo. Pero me niego a
caer en la locura. Me niego. No voy a ceder a la tentación de terminar las cosas.
Tal vez solo se romperá la maldición.
Encuentra la cura, Eleni. Detén esta locura dentro de nosotras. Me hubiera gustado
tener más tiempo juntas...
Siempre voy a estar contigo
Madre.
Las lágrimas picaban mis ojos y un nudo hinchó mi garganta. Doblé la carta con
cuidado y la deslicé de nuevo en su sobre. Yo no quería creerlo, pero por dentro lo
sabía. Las palabras eran ciertas. El destino había logrado su cometido con todas
ellas y ahora era mi turno. Una gota caliente cayó sobre mi mejilla y la aparté.
Al diablo con esto.
Yo no estaba a punto de morir o de quedar embarazada en los próximos tres años
y medio. Esta cosa, esta maldición o lo que fuera, acabaría conmigo. La
decapitación de mi abuela significaba que algo vino por ella, su muerte, cuando se
negó a ceder a la locura y suicidarse. Y algo vino por mí en el aparcamiento del
hotel, un poco antes de mi vigésimo primer cumpleaños, seguro, pero sin duda en
busca de acabar conmigo.
Froté las manos por la cara.
42
No tenía suficiente información. Lo único que sabía con certeza era que yo era
diferente; lo supe toda mi vida—algo había tratado de matarme y las mujeres de
mi familia fueron maldecidas, todas ellas murieron a los veintiún años.
Veintiuno. Vigésimo-jodido-primero.
Apoyé la barbilla en las puntas de mis dedos, tratando de encontrar algo de calma
y dirección en medio del caos en que se había convertido mi vida en una noche.
Había matado a la cosa que vino a mí. Tal vez sólo se había roto la maldición.
Teoría débil.
Pero... Yo estaba aquí ahora. En New 2. La única cosa lógica que podía hacer era
averiguar más sobre mi madre, mi padre y por qué el Novem quería verme. O
hacerme daño.
Un día. Yo le daría un día.
***
Me desperté con los codos magullados, una frente dolorida y la espalda rígida. Y,
si el rojo detrás de mis párpados era algún indicio, un rayo de sol entraba por la
ventana. Apreté mis párpados cerrados, como una sombra que bloquea la luz. Las
tablas del suelo crujían. Abrí los ojos.
Cada músculo se congeló. Yo estaba mirando directamente a los ojos azules de un
pequeño cocodrilo blanco.
—Pascal, esta es Ari —susurró una voz femenina muy pequeña.
Era Violet—de rodillas, inclinada sobre el saco de dormir, con una máscara
borgoña con joyas incrustadas que empujó encima de su cabeza—sosteniendo un
pequeño cocodrilo blanco justo delante de mi cara. Todo lo que tenía que hacer era
presionar y mi nariz sería historia.
Contuve mi aliento, temerosa para respirar por la piel lechosa.
Finalmente Violet se sentó sobre sus talones y se volvió al cocodrilo para besar su
nariz.
—Buen Pascal —susurró ella y lo puso en el suelo, tirando de la media cara abajo
sobre su cara. Las esquinas barridas en puntos adornadas con dos pequeñas
plumas.
Pascal se contoneaba a distancia y por la puerta. 43
Soltando el aliento, me senté, sin saber qué decirle a la chica peculiar, que había
vuelto su mirada.
Sus pequeñas manos blancas estaban tumbadas en sus rodillas y el vestido negro
que llevaba parecía que había sido una vez vestido de coctel de una mujer. Llevaba
medias debajo, o podría haber sido calcetines hasta la rodilla destinados a un
adulto, pero lo que fueran, desaparecieron bajo el dobladillo del vestido. Sus
zapatos eran mocasines de niño y de un tamaño demasiado grande.
—¿Era eso tu cocodrilo? —Revisé la puerta para asegurarme de que Pascal no
había decidido volver dentro.
—Él es de nadie. —Violet ladeó la cabeza—. A él le gusta tu pelo. Es como su piel.
Sin pensarlo, se acercó y empujó un mechón detrás de mí oreja, olvidándome que
lo había desenrollado antes de acostarme. Lo que quería hacer era recogerlo hacia
arriba y empujarlo detrás de mis hombros, pero por alguna razón no quería que
Violet pensara que el cabello significaba nada, así que lo dejé colgando largo y
suelto, velando los lados de mi cara el resto descansando en mi regazo.
—Le gustan mis dientes. Son como sus dientes —dijo Violet, sus grandes ojos
parpadeando a través de los orificios de la máscara.
Me quedé inmóvil, casi congelada.
—¿Por qué son tus dientes como los suyos, Violet? —Me preparé, con la esperanza
de que la pregunta no le molestara y hacer que se vaya con todo la chica-colmillos
hacia mí.
—Para comer cosas, por supuesto. —Ladeó la cabeza—. Eres diferente.
Luego se levantó y salió con paso silencioso a pesar de los zapatos negros pesados.
La vi desaparecer de mi vista, un poco confundida y arrojada por lo mucho que me
fascinaba. Pero era más que la máscara y sus dientes afilados. Violet me hizo sentir
más suave en el interior, como si una especie de hermana mayor rara/instinto
maternal se estaba despertando. Supuse que era la misma sensación que Casey y
Bruce tuvieron en su primer encuentro conmigo—sólo una conexión inexplicable o
la necesidad de cuidar. Negué con la cabeza. No importa, sin embargo. Me habré
ido para esta noche.
Fui a arrastrando mi mirada de la puerta cuando Sebastian pasaba, él giró su
cabeza. Estaba claro por el vacilar en su paso no esperaba verme sentada allí.
Mi estómago dio un vuelco. Calor picaba mis mejillas. Sus ojos grises me atrajeron
como dos piscinas fascinantes de mercurio líquido. Sí, y el mercurio es un veneno, 44
grandísima tonta.
Pero él no me miraba, me di cuenta, estaba mirando mi cabello. Al igual que todos
los demás.
Pareció una eternidad, pero en realidad, sólo fue un segundo o dos antes de que su
mirada cayera y continuaran sus pasos.
Parpadeé saliendo de mi bruma, rápidamente me recogí el cabello y comencé a
girar para ponerme de pie y fui tras él.
—Sebastian.
Se detuvo a mitad de la escalera, su lenguaje corporal gritaba resistencia mientras
me acercaba, atando mi cabello en un moño y tratando de ignorar el hecho de que
el tipo me hizo muy consciente de sí mismo.
Dos pasos por encima de él, mis brazos bajaron a los lados.
—Mira, sé que no me quieres aquí, pero... el Novem, ¿realmente crees que no desea
hacerme daño?
Una esquina de su boca casi se levantó en lo que podría haber sido una sonrisa. O
una mueca.
—Sí, lo creo —respondió.
Me mordí el labio, tomando una decisión rápida.
—Si me ayudas a encontrar la información que busco, iré contigo, para ver el
Nov…
La puerta se abrió de golpe, golpeando contra la pared, el hundimiento se marcó a
través de los paneles de yeso.
Violet apareció, deteniéndose justo en el interior del salón con Pascal bajo el brazo
cuando tres jóvenes entraron en la casa.
Todos eran similares en edad jóvenes tardíos, veinteañeros. El hombre en el centro
lanzó una mirada a Violet, agitando la cabeza.
—Bienvenida a la Casa de Misfits.
Sus amigos se rieron cuando él levantó sus ojos hacia las escaleras.
—¿Añadiendo otra a las filas? —Su atención se desplazó de Sebastian hacia mí—.
Cariño, es mejor el pantano que con estos perdedores.
—¿Qué quieres, Ray? —Sebastian agarró la barandilla con tanta fuerza que los
nudillos se le pusieron blancos.
45
Di otro paso hacia abajo cuando Dub salía desde el comedor con una naranja,
empezando a pelarla, cuando Ray se la arrebató fuera de su mano.
—¡Oye!
Ray lo tiró al suelo.
—¿Qué pasa, Dub? Tú mestizo de mierda.
—Vete a la mierda, Ray Mond.
Ray cogió a Dub.
Parecía que los próximos segundos ocurrieron en cámara lenta.
Violet puso a Pascal en el suelo, sacó su máscara sobre su cara como si se preparara
para la guerra y luego lanzó su pequeño cuerpo a Ray. Ella estaba sobre él, como
un pulpo, los brazos y las piernas envueltas alrededor de su cintura. Sus afilados
dientes se hundieron en su bíceps. Él gritó, tratando de sacársela de encima.
Consiguió espacio entre ellos, pero las piernas y las manos de Violet se aferraban
firmemente. Maldijo en francés y tiró de nuevo de ella, esta vez lanzando su
pequeño cuerpo a través de la habitación. Ella cayó al suelo y se deslizó por el
pasillo de madera suave.
Algo dentro de mí se rompió.
Volé alrededor de Sebastian y bajé las escaleras mientras Dub y Crank corrieron
hacia Violet. Violet se puso de pie por su cuenta, limpió la sangre de su boca y la
barbilla y luego corrió a la parte trasera de la casa y dentro del jardín. Sólo alcancé
a ver su buceo bajo las hojas muertas antes de voltear de nuevo hacia Ray.
La adrenalina vibraba a través de mis venas, impulsada por la furia. Nada me hace
ir como ver a un niño siendo lastimado—sabía de primera mano cómo era.
—¿Por qué no lo intentas conmigo? —Mejor aún, le pegué en la mandíbula.
El dolor que atravesó mis nudillos y mi mano se sentía bien. Y cuando sus amigos
vinieron en su ayuda, di la bienvenida a la lucha.
Vengan, cabrones.
Cuando el primer tipo se acercó, me giré sobre mis talones y me agarré el brazo
por encima de mi hombro, tirándolo al suelo. Tan pronto como él estuvo abajo, el
aliento del otro abanicó la parte de atrás de mi cuello. Mi mirada se encontró con
Sebastian. Sus ojos estaban sonriéndome, me estaba retando, para ver lo de lo que
era capaz. Incliné una sonrisa cuando el segundo tipo me agarró por la cintura.
Tiré la cabeza hacia atrás, preparándome para la grieta cuando mi cráneo chocó 46
con su rostro. Él gruñó. Le dolía mucho más que a mí. Me volví y le di una patada
en el estómago. Se fue al lado de su amigo.
Di un paso atrás y examiné mi obra, con el corazón acelerado.
Dub silbó desde algún lugar detrás de mí. Pero mi atención estaba fija en Ray. Él
era el único que no estaba en el suelo y por lo tanto seguía siendo una amenaza.
—¡Maldita perra! —gruñó, con una mano sobre su hombro ensangrentado y la otra
se frotaba la mandíbula. Su cara era una pálida sombra como había llegado
primero.
Sonreí y le di la vuelta al pajarito. Su sonrojo se vio a través de su piel y sus labios
se apartaron un poco como si estuviera a punto de desnudar sus dientes.
Sebastian apareció a mi lado.
—Ella es mía —dijo con una voz tranquila—. La encontré primero.
—Sí y ahora eres el chico de oro, ¿verdad, Lamarliere? —Escupió en el suelo
mientras sus amigos finalmente lograron ponerse de pie—. Ah, y será mejor que
ella esté allí pronto. De lo contrario Grandmère5 comenzará a cuestionarse.
Después que se fueron, Dub sacó la manija de la puerta de los paneles de yeso para
que la puerta se cerrara, mientras giré hacia Sebastian.
—¿Soy tuya? ¿Qué demonios fue eso?
—Ray trabaja para el Novem también. Está tratando de encontrarte primero.
Alguien tuvo que haberte visto venir con Jenna.
—¿Jenna?
—Crank. —Hizo una pausa. Cuatro segundos pasaron—. Te ayudaré a encontrar
los registros. —Y luego se dirigió hacia la puerta de atrás.
Todo bien, entonces.
Me ahogué en una profunda respiración—la que iba a necesitar tratando con Sr.
Personalidad. Lo seguí a través de un conjunto de enormes puertas francesas al
jardín trasero. Dub y Crank estaban de pie en un patio de piedras cubiertas de
musgo, mirando un nudo en las hojas. A pesar de la temporada de invierno, la
humedad se había apoderado de la zona, por lo que el jardín parecía más una
47
jungla, un lugar húmedo que olía a tierra, las hojas en descomposición, y esas
flores blancas picantes que se arrastraban hasta la casa.
—Vi se ha ido. Y te perdiste el impresionante golpe bajo de Ari. —Dub refuerza
sus palabras con un par de golpes al aire y un golpe a un cuerpo imaginario—.
Vamos, Vivi. Tú te enfrentaste por mí. Sal de ahí, así puedo decir gracias en
persona.
Dos ojos negros parpadearon bajo las hojas. Me deslicé más cerca de Sebastian
mientras Crank hablaba con Violet.
—¿Cuál es su problema, de todos modos? ¿Qué pasa con la dientes de vampiro
bebé?
—Ella no es un vampiro —dijo con una sonrisa tranquila—. Dub la encontró en el
pantano el año pasado. Vivía sola en la casa flotante de un cazador. Él le dio de
comer durante tres meses antes de que ella regresara con él. Ella viene y va como le
place, lleva cosas extrañas como las máscaras y frutas. Nunca se lo come, sin
embargo.
5
Grandmère: (francés) Abuela.
Levanté una ceja, balanceándome sobre los talones.
—Así que en realidad no habla más de una frase a la vez.
Echó un vistazo y frunció el ceño.
—Vamos, mejor nos vamos. Violet saldrá cuando esté lista.
48
Cinco
Traducido por Dark Juliet
Corregido por MaraD
S
E ESTÁ BIEN AQUÍ—DIJE, PERDIDA EN EL PAISAJE DE Garden District mientras
caminaba con Sebastian a St. Charles Avenue. Su única respuesta fue un
gruñido. No tenía intención de dar voz a mis pensamientos, para compartir
cualquier cosa con él. Era bastante obvio que no tenía ningún interés en la
conversación.
No es que me importara, no era como si fuera conocida por mis habilidades
sociales de todos modos.
Así que me instalé a un buen ritmo junto a mi guía, manteniendo mis
pensamientos para mí, pensando en las grietas en el pavimento y las ramas de los
árboles que colgaban sobre las cercas, bajando de musgo y enredaderas pesadas. 49
Si alguien pudiera meterse dentro de mi alma, y luego crear una ciudad que me
sienta mejor, se hubiera mirado como el GD. Había un sentido de pertenencia aquí
que yo nunca había sentido en ningún otro lugar antes. Podría haber sido porque
nací aquí, y yo sabía que mi madre había vivido aquí, pero de alguna manera era
más que eso.
Fue la emoción del lugar, el aire de abandono, el ligero deterioro en todo, el
desenfreno de las plantas y los árboles, la aparición encantada que se aferraba a las
grandes casas antiguas y las partes oscuras donde la luz nunca ha alcanzado
profundidad en los jardines perdidos, detrás de terrenos baldíos y más allá de las
ventanas tapiadas. Era incluso donde los inadaptados hicieron de este lugar su
casa. Violet, Dub, Henri y Crank. Y, miré otra vez, a Sebastian con su pelo negro
con ojos melancólicos y los labios de color rojo oscuro. Era la libertad de estar en
un lugar que no le importaba una mierda lo que eras, porque era diferente
también.
No se descuidaban por completo, sin embargo. Pasamos junto a una casa con un
grupo de veintitantos tipos de artistas. Un hombre en el porche tocó una guitarra
de doce cuerdas, los dedos volando en una melodía romántica española mientras
una mujer con un turbante pintó un cuadro en un lienzo. Las voces y el sonido de
los martillos de madera fluían de las ventanas abiertas. Otro laico en una antigua
hamaca colgada entre las columnas, con una V en sus dedos colgados.
El tipo de la guitarra miró y bajó la cabeza a Sebastian.
Unas casas más y cruzamos St. Charles Avenue mientras esperábamos el auto.
—Charity Hospital, ¿verdad?
—Sí. ¿Crees que vamos a tener problemas para acceder a mis archivos?
Sebastian se encogió de hombros, arrastró los dedos por el cabello, dejándolo todo
salvaje y despeinado.
—No debería ser muy difícil.
—¿Conoces algún Selkirks que viven en New 2?
El tranvía rodó hacia nosotros mientras Sebastian negó con la cabeza y luego buscó
en el bolsillo por dinero.
—Cuesta un dólar veinticinco.
—Oh... mierda. —Dejé mi mochila en el suelo y abrí la cremallera del bolsillo
delantero para sacar dos dólares mientras el transporte se detenía. Sebastian ya 50
estaba a mitad de camino de las escaleras. Me apresuré, pagué mi pasaje y luego
me senté en el banco de madera al otro lado del pasillo de él.
Nos montamos en silencio, los únicos ahí, hasta que Sebastian se deslizó sobre mi
asiento, sorprendiéndome. Me moví hacia la ventana.
—Así que… —empezó en voz baja, manteniendo sus ojos en el operador del
tranvía—. ¿Quieres contarme sobre el hombre que trató de matarte?
Nuestros hombros se tocaron, y yo trataba de no respirar muy profundamente
porque olía muy malditamente bien.
—En realidad no. —Miré por la ventana.
—¿Crees que él vivía en New 2?
Fruncí el ceño.
—No sé qué pensar. El hombre actuaba como si viviera en otro planeta. —Me di la
vuelta otra vez y murmuré—: Un país diferente, por lo menos. Le disparé dos
veces, y apenas se estremeció. —Las imágenes de la noche anterior volvieron a
mí—. Lo raro en ello es que... mi madre lo sabía. Murió hace mucho tiempo, pero
sabía que alguien vendría por mí. Me dejó esta carta, y luego como por arte de
magia ahí estaba.
—Y tú lo mataste —dijo solemnemente, con ojos tristes por mí, por lo que yo tenía
que hacer.
—Con la espada, sí, lo maté. Creo. —Pensé que mi atacante había desaparecido.
No estaba segura de lo que realmente había pasado con el tipo. Tal vez había
muerto, o tal vez había desaparecido a lamer sus heridas. Pero no iba a decirle a
Sebastian esa parte de la historia. Diablos, ni siquiera estaba segura de por qué le
había dicho todo lo que tenía.
El carro se balanceaba ligeramente, empujándome hacia Sebastian, mi nariz a
centímetros de él. Mi boca se secó.
Calidez floreció en mi vientre. Una sensación de seguridad me llenó, pero no era
una sensación de calma. Estaba tensa y emocionada, todo en uno. Sus ojos
recorrieron mi rostro y luego se detuvieron en mis labios. Un músculo palpitó en
su mandíbula. Dejé de respirar.
Y luego el carro se detuvo y me sorprendí a mí misma antes de que mi culo se
deslizara por el banco de madera suave.
—Canal Street —llamó el operador carro.
Sebastian ya estaba de pie y alejándose. 51
Rápidamente me incorporé, dándome una sacudida mental fuerte. Estaba aquí por
una razón, no para hacer ojitos a un chico sólo porque era un alma oscura que
acaba de pasar a ser asesino lindo y podría tocar la batería como nadie. Si él tenía
habilidades raras, como yo, estaba en serios problemas.
—Necesitamos un tranvía más. El que está en la Canal Street. Eso nos llevará más
cerca del hospital. Después, vamos a caminar el resto del camino. No va a ser lejos
—dijo, mientras yo saltaba fuera.
Después nos subimos al tranvía del Canal Street, anduvimos el resto del camino en
silencio, lo que estaba bien para mí. Mi atención estaba atrapada en las ruinas del
distrito financiero y el centro. Todos los rascacielos y edificios en ruinas o
destruidos en el interior, todo el aspecto de una víctima de un apocalipsis. Estaba
claro que el Novem ni siquiera había tocado esos lugares.
Una vez que estuvimos fuera del tranvía, caminamos tres cuadras más o menos al
Charity Hospital. Sebastian cruzó corriendo la calle, pero se quedó quieto,
observando el gran edificio. Allí era donde mi madre me había dado a luz. Mi
pulso se aceleró. ¿Mi padre vino para el nacimiento? ¿Él caminó a través de esa
puerta con flores? ¿Con globos? ¿Un gran y viejo oso de peluche blanco?
—Ari. —Sebastian se quedó en la acera, levantando las manos en un gesto de ¿Qué
está pasando?
Lo dejé. Hice el gesto probablemente con más sarcasmo de lo que merecía, y luego
me fui trotando, ignorando su mirada inquisitiva y dirigiéndome a la entrada
principal.
Me alcanzó en las puertas.
—Deberías esperar aquí.
Una risita escapó de mis labios cuando las puertas se abrieron.
—Hay mucho que debes aprender acerca de mí. No espero tras bastidores. —Yo
iba a la cabeza al interior. Podía oírlo ya. No quiero aprender de ti. Prefiero estar
sentado en la esquina mirando el ceño fruncido a cualquiera que se atreva a pasar.
Caminamos por el vestíbulo y en el pasillo principal.
—Los registros estarán en las computadoras.
—Pensé que no tenían…
—Tenemos computadoras. El papel no es exactamente duradero con este clima.
Después de que el Novem compró New 2, tuvieron que transferir a la 52
computadora todo lo que quedaba en papel.
Nos detuvimos en el ascensor. Sebastian golpeó el botón, y las puertas se abrieron
de inmediato. Entramos.
—Así que, ¿Cuál es el plan? ¿Sólo vamos a la habitación de registros y tomamos lo
que queremos?
—Sí.
—Oh vaya. Eso es impresionante. —Puse los ojos. El ascensor bajó un nivel y luego
sonó. Caminé antes de que la puerta estuviera completamente abierta.
Un gélido silencio me saludó. Nuestros pasos resonaban en el espacio vacío. Traté
de no pensar en lo que generalmente se mantiene en el sótano de la mayoría de los
hospitales, pero eso no impidió que subieran escalofríos por mi columna vertebral.
Sebastian giró a la izquierda y abrió una puerta con la etiquetada REGISTROS.
Sólo entró como Pedro por su casa.
Sospechas se agruparon en mis entrañas. Esto era demasiado fácil.
Había cuatro mesas, dos vacías, las otras dos ocupadas por mujeres, que
levantaron la vista de sus monitores.
Les llevó al menos tres segundos para que notaran que no éramos personal del
hospital, sino sólo adolescentes. Dos extraños, vestidos con jeans y de negro y sin
duda, para nada buenos.
Lo cual en realidad, era verdad. La idea me hizo sonreír.
La mayor se levantó y abrió la boca.
Sebastian estaba de repente en frente de ellas, tan rápido que no lo vi moverse. Él
extendió la mano, ahuecando su mejilla en su palma. Levantó la barbilla, fascinada,
atrapada en su mirada. Se inclinó, sus labios rozando su oreja mientras le
susurraba. Sus párpados vibraron.
La otra mujer que estaba sentada en su escritorio no podía moverse, paralizada por
la visión de Sebastian y su compañera de trabajo encerrada en un abrazo íntimo
donde nadie parecía importarle. Su mano se deslizó de la mejilla de la mujer.
Ella volvió a sentarse en la silla, con los ojos muy abiertos, sin ver, perdida en una
fantasía de su propia mente. Sebastian se volvió hacia la otra mujer. Mi corazón se
aceleró como si estuviera presenciando algo privado e íntimo.
Algo que no era para mí. Pero estaba clavada en el suelo. No me podía mover o
salir o mirar hacia otro lado, a pesar de que quería. 53
La joven se puso de pie cuando Sebastian se acercó. Era más alto que ella por una
cabeza y tan tranquilo, tan concentrado. Cuando él se acercó y pasó un dedo por la
mandíbula, ella gemía como si hubiera estado soñando haber sido tocada así toda
su vida. Le susurró a ella también, y pronto estaba sentada en la tierra al igual que
su compañera de trabajo.
Sebastian me miró. Mis labios se separaron. El calor se extendió en una onda lenta
y constante desde el centro de mi torso hacia afuera. Se sentía claustrofóbico,
asfixiante. Me aclaré la garganta.
—Buen truco. ¿Qué eres, una especie de hipnotizador o algo así?
Sus ojos sostuvieron mí mirada un segundo más de lo necesario y el calor empezó
a subir de nuevo. Pero luego puso a la joven fuera de la computadora, se puso
delante del monitor y comenzó a escribir.
—¿Nombre de la madre?
Fue directo.
—Eleni Selkirk.
—¿Tu fecha de nacimiento?
—Veintiuno de junio, 2009.
—¿Alguna marca de nacimiento, defectos? ¿Parto por cesárea o natural?
Sí, un defecto enorme, quería decir. En lugar de eso dije:
—Ninguno. Y no sé nada de lo otro.
Golpeó el teclado un par de veces más y luego se apartó.
—Ahí está. Bebé Selkirk. Mujer. Padre no conocido.
Recorrí el monitor, ya en negación. No puede ser. Tenía que estar en la lista. Pero
como ya he buscado, no había nada de utilidad en el informe, nada que no supiera
ya.
—Nada.
Sebastian se inclinó hacia abajo y seleccionó la pestaña de facturación.
—Vamos a ver quién pagó la factura. Tendrá información de seguro y quién más
estaba en la tarjeta, en su caso.
Bueno, he pensado en eso, y después de haber recibido un segundo,
probablemente lo habría hecho. La información de facturación se cargó en la 54
pantalla. Info Seguros. Nadie en la tarjeta a excepción de Eleni. Pero el co-pago: —
Josephine Arnaud. ¿Quién demonios es ella?
Sebastian se enderezó. Apretó la mandíbula y su expresión fue sombría. Se pasó
los dedos por el cabello y luego me miró con una mirada seriamente cabreado.
—Josephine Arnaud es mi abuela.
Las mujeres comenzaron a moverse en sus asientos, saliendo de cualquier trance
que Sebastian les hubiera puesto. Hizo clic de nuevo a la pantalla principal, me
agarró del brazo y me empujó hacia la puerta.
—Vamos, vamos a hablar en el camino.
Todavía trataba de recuperarme de la conmoción de lo que había dicho, y aquí me
estaba empujando hacia la puerta antes de que pudiera orientarme.
—Espera, espera, ¿en el camino a dónde? —Fuimos a través de la puerta y salimos
al pasillo. Tiré mi brazo de él—. ¡Maldita sea, Sebastian! ¿Qué diablos está
pasando?
Sabía que estaba siendo demasiado ruidosa, pero en este momento me importaba
una mierda que me escucharan. Sebastian me hizo pasar a la habitación más
cercana. La morgue.
Di un paso atrás de la puerta.
—¿Y bien?
—El Novem se compone de nueve familias…
—Sí, mira, no necesito una maldita lección histórica, ¿de acuerdo? Lo sé todo sobre
las nueve familias. Todo el mundo lo hace.
Sebastian negó con la cabeza, con fastidio parpadeando en sus ojos grises.
—Los extranjeros creen que lo saben todo. Josephine, mi abuela, es la jefa de la
familia Arnaud. La familia Arnaud es uno de los nueve que compró New Orleans
hace trece años.
Una breve carcajada atravesó mi boca. Pero él no se reía. Estaba mortalmente serio.
—Tu familia. Tu familia es dueña de parte de New 2. —Caminé formando un
pequeño círculo, dando otra carcajada incrédula—. Y tu abuela conocía mi madre y
pagó sus gastos médicos. Esto es increíble. —Le di la espalda y puse mis manos en
mis caderas. La ira corría por mis venas mientras mis ojos pasaban lentamente en
la sala estéril. La mesa de examen, los dos carros con dos cuerpos bajo sabanas de
algodón azul fijados contra un muro de pequeñas puertas cuadradas que
probablemente tenía más cuerpos…
55
En serio, increíble. Me di la vuelta, obligándome a permanecer allí. Darle la
espalda a dos cadáveres no era definitivamente algo que se sintiera ni de lejos
reconfortante.
Negué con la cabeza y maldije en voz baja, sin entender nada de eso. La
advertencia de mi madre, el ataque, el muerto desaparecido. La maldición que
ahora al parecer se extendía hacia mí, y ahora esto—la cabeza del Novem
efectivamente pagó las facturas médicas de mi madre. ¿Saben de mí, entonces? ¿Es
por eso que querían verme? ¿Habían estado buscando por mí todo este tiempo?
—¿Y ahora qué? ¿Debo tener una charla con tu querida y vieja abuela?
¿Preguntarle por qué trató de matarme? —Pasé mis manos por mi cara,
sacudiendo la cabeza y negando que todo esto estuviera incluso pasando.
—Sí, ese era el plan. Creo que deberíamos ir a hablar con ella.
—Claro que sí. Eso es lo que haces, ¿verdad? Haces lo que dicen. —Me aparté, la
prisa de la paranoia alimentando mi miedo como un líquido más ligero a la brasa.
—Gracias, pero no, gracias. Creo que aquí es donde nos separamos.
Me trasladé al otro lado de la mesa de examen, poniendo un poco de distancia
entre Sebastian y yo. Mis manos se cerraron alrededor de los bordes fríos, lista para
empujarlo si se movía por el camino equivocado.
Una esquina de su boca se elevó ligeramente en lo que podría haber sido una
sonrisa triste.
—Eso difícilmente me detendría si yo quisiera hacerte daño.
Eché una rápida mirada por encima del hombro, en busca de otra forma de salir de
la habitación. Pero no había ninguna.
Sebastian se paró frente a la única salida. Me miró con paciencia, como un padre
esperando a un niño a superar un ataque, y me dieron ganas de abofetear la
mirada de su cara.
—Ari —dijo finalmente—, Josephine Arnaud es una perra manipuladora, pero no
es una asesina. El Novem no emplea espadachines extranjeros y apuesto mi vida
en eso. Si ella sabía de tu madre, entonces es probable que tenga todas las
respuestas que siempre has querido. No voy a dejar que ella o cualquier otra
persona te haga daño.
—¡Ni siquiera me conoces! Ni siquiera quieres conocerme, ¿por qué demonios vas 56
a protegerme?
Se quedó en silencio durante un largo rato, completamente ilegible. Sus ojos se
oscurecieron a gris acero. El músculo de la mandíbula se marcó unas cuantas veces
antes de decir:
—Somos iguales. Sé lo que es…
—Oh, por favor. Tú no sabes, ¿De acuerdo? No sabes nada. No tienes ni idea de lo
que…
—¿Ser diferente? ¿Un monstruo entre los monstruos? Ponme a prueba. Tú estás en
New 2, Ari. La mitad de los niños de por aquí ni siquiera van a la escuela. Tienen
puestos de trabajo. Trabajos. La otra mitad son Novem y mucho más jodidos de lo
que puedas imaginar.
Gran parte de mi quería cumplir su reto, para decirle exactamente lo extraña que
era yo realmente, pero me mordí la lengua. No valía la pena. Y no era como si
fuera a por los alrededores diciendo todos sobre sus habilidades hipnóticas raras,
de todos modos. ¿Por qué debería compartir la mía?
—Lo que sea —dijo finalmente, y abrió la puerta—. Haz lo que quieras.
Que se joda. Podía irse si quería. Porque mejor me iba ir por mi cuenta. Siempre
había estado mejor por mi cuenta. Esto era New 2, el lugar para todas las cosas
sobrenaturales. Si había alguna manera de aprender más acerca de mi maldición,
era aquí. No necesitaba a Sebastian. Sí, y mi madre vivía aquí, sin embargo, ella había
fallado para levantar la maldición. Me mordí suavemente en el interior de la mejilla.
Todavía estaba abierta donde me había mordido antes.
Dejé escapar un suspiro de frustración cuando la realidad me golpeó.
—¿Cuánto sabes acerca de las maldiciones?
Sebastian se quedó inmóvil. Yo sabía lo que pensaba, que sólo debería salir y
librarse de mí y de mi mala actitud y tal vez sería lo mejor.
Se movió hacia atrás y cerró la puerta, volviéndose hacia mí. No hacía falta ser un
genio para ver que estaba enojado como el infierno. Casi tan cabreado como yo.
—Algo —dijo—. ¿Por qué?
Las letras pasaron por mi mente. Mis antepasados, todas maldecidas a morir a los
veintiún años. Y aunque quisiera, no podía negar la verdad. Sabía que era real, lo
sentí. El muerto, el cabello, las palabras. Todo era real.
—Debido a que mi familia está maldita. Estoy maldita. No «maldita», como en mi
57
vida es una mierda y soy diferente, sino seriamente maldita. —Sí, era real, pero
seguro que sonaba como un montón de tonterías diciéndolo en voz alta—. Mira,
todo lo que necesito es apuntar en la dirección correcta. Quiero esta «cosa» fuera,
de mí, que es lo que tengo que hacer.
El enojo de antes dio paso a la derrota y un montón de pesimismo. Mis hombros
cayeron y me puse tan fría como los cadáveres en la morgue.
—¿Qué tal esto? —dijo Sebastian—. Conozco a una persona que puede levantar
maldiciones. Te voy a mostrar el camino hacia el más poderoso sacerdote vudú en
New 2. Y después de eso, deja que te muestre todo el Vieux Carré6. Entonces
iremos juntos para hacer preguntas a Josephine de tu madre.
Yo estaba bastante segura que sabía lo que parecía: un hámster de la historieta en
los faros. Definitivamente no era lo que esperaba que él dijera, sobre todo después
de haber dado a entender que sólo era uno de los chicos malos.
—Uh... —¿Qué diablos se supone que tengo que decir a eso?—. ¿Está bien?
Una sonrisa dividió el rostro de Sebastian, cortando dos hoyuelos en sus mejillas.
6
Vieux Carré otra forma de conocer el French Quarter
Santa María Madre de Dios. De hecho, dejé de respirar por un segundo.
—Bueno —dijo, sin dejar de sonreír. —Vamos a salir de aquí. Hace mucho frío.
58
Seis
Traducido por Felin28
Corregido por francatemartu
C
RANK TENÍA RAZÓN. EL NOVEM SE HABÍA CONCENTRADO MUCHO; SI no porque
tanto esfuerzo y dinero en reconstruir el French Quarter, o el Vieux Carré,
como Sebastian llamó. Mientras deambulamos por Bourbon Street, cada
edificio había sido restaurado, cada cristal de las ventanas, puertas y las
barandillas de hierro forjado. Incluso las aceras, que Sebastian me contó eran
conocidas como banquetas, habían sido reparadas. Quedando igual que todas las
imágenes de postales que había visto del French Quarter, no dejó nada fuera. La
zona prosperó, también. Esta era su máquina para hacer dinero. Aquí es donde
llegan los turistas, donde Mardi Gras7 todavía atraía enormes multitudes.
Y Mardi Gras estaba en pleno apogeo, ha comenzado el 6 de enero. Y en unas
pocas semanas, se pondría fin a los grandes desfiles y enmascarados nocturnos
59
antes de Fat Tuesday en febrero. Mientras tanto, había enmascaradas cada fin de
semana, desfiles locales y vendedores de máscaras y disfraces como locos.
El barrio estaba lleno de actividad, un lugar vibrante, con las puertas abiertas de
los bares, tiendas de antigüedades, restaurantes, clubs y desayunos en la cama.
Mulas jalando laboriosos carruajes. Músicos tocaban ocupando todas las esquinas.
Y el único tráfico era algún camión —los automóviles personales no estaban
permitidos en el Barrio.
—Para preservar el ambiente y la historia —explicó Sebastian.
—Voodoo Alley —dijo mientras doblamos en la esquina de Dumaine Street.
La calle era una mezcla colorida de hogares y empresas, en su mayoría
relacionados con el vudú.
—Y como les he dicho —señaló a una tienda en la planta baja llena de pequeñas
bolsas, paquetes de conjuros, reliquias, estatuas, bufandas, y muñecas hechas a
mano—, esas son trampas para turistas.
7Mardi Gras es el nombre del carnaval que se celebra en New Orleans, Luisiana y Mobile, Alabama
(EEUU). Se deriva del francés, que se traduce directamente al español como «martes graso».
A medida que avanzábamos por un pequeño recorrido a pie salió de la tienda, el
guía turístico vestido como una vieja reina del vudú, Marie Laveau8.
—¿Dónde están las tiendas reales? —Me bajé de la acera a la calle para darle la
vuelta al tour.
Sebastian se metió las manos en los bolsillos.
—En trastiendas, patios, casas particulares, pantanos…
Estamos de vuelta a una angulosa acera, pasando por una larga franja de casas a
ambos lados de la calle. El área se hizo más tranquila, pero no menos colorida, las
casas pintadas con colores brillantes del Caribe. Largas persianas de madera
enmarcan las ventanas abiertas, lo que permitió que la brisa del río entrara.
Pero incluso aquí, en el espacio residencial, el vudú estaba en todas partes.
Adornaba cada puerta, barandilla y puerta con perlas, flores, velas de oraciones,
bolsas gris-gris, muñecas hechas a mano, hermosas bufandas, baratijas y figuras de
santos.
Sebastian se detuvo frente a una de esas puertas. El hierro forjado rechinó cuando
la abrió. Entramos en un túnel, un espacio oscuro donde el sonido de nuestros
pasos rebota en el techo abovedado de ladrillo del pasillo que nos llevaba al patio 60
que había entre las casas de ambos lados de estilo West Indies.
Mis ojos se humedecieron cuando salimos de la oscuridad del túnel hacia la luz
brillante de una gran pared en el patio. El agua salpicaba desde una fuente en el
centro y por todas partes había pájaros cantando, volando, moviéndose entre los
árboles. Bufandas y perlas colgaban del árbol de plátano grande en el lado
izquierdo de la esquina.
—Por el camino —dijo Sebastian en voz baja.
Lo seguí por el camino de ladrillos a un patio de piedra que llegó hasta el primer
piso de la casa. Tenía tres conjuntos de puertas francesas que corría a lo largo de la
planta baja. La central estaba abierta y la mantenían así con plantas en macetas y
una real imagen tallada en madera de tamaño natural de la Virgen María, con el
cuello cubierto con granos.
Incienso nublaba el interior de la habitación. Las partículas finas de polvo y volutas
de humo flotaban en huecos aleatoriamente en la luz del sol. La sala estaba llena de
8Marie Laveau. Fue una mujer afroestadounidense, practicante de vudú de renombre, en New
Orleans.
cosas. Cosas raras. Cosas viejas. Cosas llamativas. Había tantas cosas que me
resultaba difícil concentrarme.
—Sebastian Lamarliere —dijo una voz profunda y fuerte con acento cajún con una
ligera tono cantarín. La figura dio la vuelta en la esquina con una túnica fina, de
mangas anchas que rozaba sus largos pies descalzos. De piel oscura y los ojos. Muy
corto, su cabello rizado gris. Dos grandes aros en las orejas. Tenía diversos anillos
en los dedos de una mano y un ramo de margaritas en el otro.
Estaba perpleja.
Era la primera vez en mi vida que no podía decir cuál es el sexo de una persona.
Mis ojos se posaron en el cuello, buscando una manzana de Adán, pero estaba
envuelto en un pañuelo de colores, los extremos caían hacia la parte trasera del
vestido.
—Jean Salomón —dijo Sebastian con respeto.
Lo dijo en tono francés.
—Jean —en francés es un hombre. Entonces, Hombre es.
Jean se fue hacia atrás de un largo mostrador y sacó un jarrón para las flores. 61
—Estas son para Legba —dijo, oliendo una margarita antes de colocarla en el
florero.
Jean hizo una seña para que diéramos un paso más cerca, sus sabios ojos cálidos y
su tono de voz amable lo hizo un poco más fácil. Le di una pequeña sonrisa, sin
saber qué decir, y tardó varios minutos incómodos antes de que moviera el vaso a
un lado y apoyara los brazos sobre el mostrador.
—¿Qué cosa interesante has traído a mi tienda, Bastian? —Sus ojos me miraban de
reojo, brillante, con diversión, pero en el fondo, omnisciente y misterioso.
—Sebastian me trajo hasta aquí para ver si usted puede levantar una maldición…
una vieja.
Levantó una ceja al oír mis palabras, o el hecho de que yo hubiera respondido en
lugar de Sebastian, no lo sabía.
—Una vieja, por cierto. —Apoyó la barbilla en su mano—. Me encanta el tatuaje de
la luna. ¿Cuál es su nombre, chère?9
—Ari.
9 Chère = Querida.
—¿Y, qué, señorita Ar-eee, ofrecerá a Loa10 a cambio de la eliminación de esta
maldición?
Sabía lo suficiente como para saber que loa eran los espíritus que un sacerdote
vudú llamaba para que le ayudaran, y Legba era un espíritu que actuaba como
guía entre el sacerdote y el mundo espiritual. O al menos, eso fue lo que pensé que
era. Lo que no había considerado era el pago. Y me estaba quedando sin fondos.
—Te diré algo —dijo Jean—: Vamos a ver de qué maldición se trata y la loa me dirá
lo que quieren de ti, c'est bon?11
Solté el aliento.
—Gracias. —Su guiño trajo una sonrisa a mi rostro y alivió la tensión de mis
hombros. Ahora estamos llegando a algún lado.
Rodeó el mostrador, a Sebastian y a mí nos exhortó a que le siguiéramos a una
gran sala cuadrada, rodeada de elementos y sillas pero vacía en el centro. En la
pared del fondo había un gran altar, cubierta de cera de la vela, pequeños ídolos de
vudú y de religión cristiana, comida, baratijas, y sangre seca. Había una fotografía
de una mujer con un turbante y una estatua grande de Cristo en la cruz. Y en la
base tenía acurrucada un pitón amarilla. 62
Un pequeño pitón, pero el tamaño no importaba realmente a la hora de serpientes.
La sangre abandonó mi rostro mientras un cosquilleo eléctrico de miedo me
llenaba. Mis brazos y piernas quedaron insensibles, y mi corazón empezó a latir
como uno de los tambores de Sebastian. Me quedé inmóvil, incapaz de dar un paso
más.
Distancia. Sí, debo mantener mi distancia.
—Está bien —dijo Sebastian, sintiendo mi angustia.
—Las serpientes se utilizan para ayudar a la concentración del sacerdote y
conectarse con los espíritus.
—Vamos, vamos. —Jean cerró las puertas francesas y luego caminó arrastrando los
pies hacia el altar, levantando suavemente la serpiente y colocándola en sus
hombros. Doblaba su cola hacia su cuello mientras encendía las velas del altar.
10 En la religión vudú, se les denomina Loa a los espíritus que sirven como intermediarios entre los
hombres y Bondye, el regente del mundo sobrenatural.
11 c'est bon? = ¿Te parece bien?
Todos los cabellos de la nuca se me levantaron. Jean se giró hacia nosotros y dio
dos pasos más cerca. Uno más y sabía que iba a correr. No sería capaz de
controlarlo. La serpiente estaba mirándome directamente.
Pero Jean se detuvo en el segundo paso, respiró profundamente y cerró los ojos.
—Legba —susurró con reverencia, alcanzando ambas manos para acariciar a la
serpiente—. Papa Legba, abre la puerta para mí, así para que pueda pasar, cuando
vuelva, voy a honrar a la loa. Papa Legba ouvri baye-a pou mwen, pou mwen pase. Le
ma tounen, ma salyie lwa yo. Papa Legba ouvri baye-a pou mwen, pou mwen pase. Le
tounen ma, ma salyie lwa yo.12
Jean repitió su hechizo una y otra vez hasta que comenzó a sonar como una
canción. Cada vez más rápido. Él se sacudido mientras cantaba las palabras,
poniéndose en un estado de trance profundo. La serpiente se movía hacia atrás y
adelante con Jean, el equilibrio en su forma reptil era espeluznante, sus ojos nunca
me dejaron. Sebastian y yo encontrábamos meciéndonos también.
Jean se detuvo de repente, y se hizo un silencio sepulcral.
Casi salto fuera de mi piel.
Seis segundos pasaron. Los conté, tratando de calmar mi pulso acelerado, pero no 63
estaba funcionando. Lentamente, abrió los ojos, y ellos eran diferentes a los de
antes. Eran lechosos. Sonrió y dijo unas pocas palabras incomprensibles,
mirándonos o más allá de nosotros, no estaba segura.
—¿Qué buscan?
Tragué saliva, echando un rápido vistazo a Sebastian. Se veía tan ansioso como yo,
y un poco más pálido. Respiro tranquilamente, notando que los ojos y la cabeza de
Jean se han inclinado hacia atrás y tenía fija la vista en el ventilador de techo.
—Um. —Me aclaré la garganta—. Busco una manera de quitar mi maldición.
Fue tan rápido que ni siquiera vi que su rostro se inclinase hacia abajo o que haya
movido sus ojos. Ellos estaban en el techo y de repente estaban sobre mí.
Demasiado rápido para ser humano. Me quedé helada. La serpiente realizó un
movimiento de su cabeza fuera y lejos de hombros de Jean, intentando llegar a mí.
Y entonces se desató el infierno.
12Criollo Haitiano = Papa Legba, abre la puerta para mí, así para que pueda pasar, cuando vuelva,
voy a honrar la loa.
Jean o Papa Legba —quienquiera que fuera ahora— gritó, saltando arriba y abajo
como si lo hubiera atrapado el fuego. La serpiente cayó al suelo y se deslizó debajo
del altar, girando su cabeza para sisear hacia donde estaba yo. Una furiosa
discusión estalló entre Papa Legba y Jean Salomón. Una misma persona. Dos voces
diferentes.
Retrocedí lentamente, captando fragmentos y frases cortadas en inglés y francés,
de todo lo que estaban hablando ellos.
Sebastian se acercó y tomó mi mano, cuando dijo Jean a sí mismo:
—Ella no puede hacerte daño…
—¡Bah! ¡Legba no tiene miedo! —Su cabeza se giró y corrió hasta mí, alargó su
cuello, y pegó su rostro al mío. No podía moverme ni respirar—. ¡NO ME DA
MIEDO!
Los vasos sanguíneos de la cabeza de Jean Salomón se hincharon. Su rostro se
sacudió con rabia. Luego se enderezó y regresó de nuevo al altar, mientras
gesticulaba.
—¡Deshonra, deshonra, deshonra!
Y luego la voz calmada de Jean.
64
—Shh. Shh. Shh… —Seguido por incomprensibles, suaves murmullos de Jean
tratado de calmar al espíritu enojado.
Más palabras furiosas.
Y entonces Jean Salomón se derrumbó, y todo estaba en silencio, excepto por el
martilleo de sangre que corrían por mis tímpanos y las aves de afuera comenzaron
sus canciones una vez más. Piel de gallina cubría mi piel. El apretón de manos con
Sebastian era brutal, pero él no la soltó. En realidad, él se aferraba a la mía tan duro
como yo me aferraba a la de él.
Jean se enderezó, me miró confundido, avergonzado y con un poco de miedo
cuando él se acercó a nosotros.
—Usted se debe ir —dijo, y la voz que salió fue más femenina y cansada.
—Pero…
—Lo siento, señorita Ari, pero la loa no le ayudará.
La desesperación se extendió fríamente por mi estómago.
—Mira, yo puedo pagar. Puedo conseguir más dinero. Por favor, necesito saber
algo, cualquier cosa. ¿Qué fue lo que dijo?
Jean nos acompañó hasta las puertas francesas, pulsó la palanca para que las
puertas se abrieran. Me tendió una mano.
—Por favor, váyase.
Dudé, pero Sebastian tiraba de mi mano. Jean mantuvo la mirada en el suelo,
mientras pasábamos por la puerta y una vez que estuvimos de regreso al patio, me
sorprendió que en cuanto salimos cerró la puerta sin hacer ruido detrás de él.
El tono de Jean era bajo, obviamente no quería ser escuchado.
—He deshonrado a mi loa con tu presencia aquí. Fue mi culpa, porque no te vi
como realmente eras hasta que me uní con Legba. Nunca deberás volver aquí.
—¿Por qué? ¿Qué quieres decir? —Mis puños los tenía apretados en mis costados.
Quería gritar de frustración—. ¿Qué demonios está mal conmigo?
La tristeza pasó por sus ojos.
—Espero que nunca lo averigües. —Y luego se alejó, sacudiendo la cabeza.
—Por favor, Jean —dije, pidiéndole ahora—. Él vio mi maldición. Sabía lo que era,
65
era el único que lo sabía. Necesito su ayuda. —Jesucristo, odiaba mendigar. Lo
odiaba tanto que hizo que sienta una opresión en mi pecho amarga.
Jean suspiró y sacudió la cabeza como si estuviera a punto de hacer algo que no
debía. Él se apartó de la puerta.
—¿Quieres saber del pasado, lo que te han puesto en tu vida? Tritura los huesos de
Alice Cromley en polvo, un polvo tan fino como el polvo, y entonces lo verás. Esos
huesos te dirán tu historia. Bastian sabe cómo, ¿verdad? —Sebastian asintió y Jean
parecía satisfecho—. Buena suerte, chère.
Volvió a entrar y cerró la puerta.
Me volví a Sebastian.
—Por favor, dime que no es grave.
Sebastian me tomó del brazo y me llevó lejos de la casa y de vuelta al pasillo.
—Desafortunadamente, es muy en serio.
Figuras.
Jalé bruscamente mi brazo y caminé por el túnel del patio y regresé a Dumaine
Street. No me molesté en esperar a Sebastian como salió por la puerta, dejándolo
que cerrara de golpe de nuevo la cerradura, y nos dirigimos al sur.
Todo lo que quería era un poco de normalidad en mi vida. ¡Eso era todo! ¿Por qué
eso es tan malditamente difícil de conseguir?
¿Por qué?
Las lágrimas escocían mis ojos, estúpida, lágrimas ardientes que robé con el dorso
de mi mano. Un grito salió dentro de mi pecho, empujándolo contra mi corazón y
nervios, dañándome como el infierno. Aspiré con fuerza y un destello brillante me
cegó.
Un rayo intenso dolor entraba poco a poco a través de mi cerebro, haciéndome
gritar, con las manos en la cabeza cuando me tropecé y caí de rodillas en la calle.
Me derrumbé, mis codos cayeron sobre el pavimento, mis dedos jalando mi cabello
desde las raíces cuando el incrementaba en los confines de mi cabeza y luego
rebotaba de nuevo para hacerme más daño. Grité de nuevo por las ondas de
agonía que fluían por mi cabeza.
Era demasiado… demasiado. 66
Sentí unas manos tomándome de los hombros, tirando de mí hacia atrás,
levantándome del suelo.
Abrí los ojos, pero no veo, estaba demasiado cegada por el dolor. El lado de mi
rostro húmedo chocó contra tela. La camisa de Sebastian. Su olor. Su voz, aunque
no podía entender sus palabras. Sus labios y su aliento cálido estaban en mi
templo, hablaba en voz baja. Me volví hacia él, buscando alivio, consuelo, algún
tipo de escape, aun así seguía doliendo. Cada paso que daba lanzaba un nuevo
dolor hacía mi cabeza.
Y entonces, gracias a Dios, se detuvo. Él me abrazó fuertemente, envolviéndome
entre sus brazos, apoyándose en su espalda. Me aferré, apretando mis ojos
cerrados y encerrándome en mí. Pero no estaba sola. Por suerte, esta vez, no estaba
sola.
Siete
Traducido por Ilka
Corregido por francatemartu
U
NA SUAVE MÚSICA DE JAZZ ACOMPAÑA EL CONSTANTE sonido del corazón de
Sebastian, las notas del piano atravesando por mi mente débil cómo una
brisa tranquila. Lamentables remanentes de dolor se mantenían en la
curva de mi cráneo, un recordatorio de mi colapso en Dumainey Street en los
brazos que me afirmaron y aún me sostenían.
El lado derecho de mi cara presionaba contra el suave algodón de la camiseta de
Sebastian, mi oído sobre su corazón. Una de sus manos acunó la parte trasera de
mi cuello, sus dedos enredados en mi cabello suelto. Su otra mano estaba
extendida sobre mi espalda baja, la palma contra la piel desnuda donde mi
camiseta se había subido. El calor me rodeó. Su calor. Su olor. Sus piernas estaban
entrelazadas a cada lado mío, mi cadera estrechamente en contacto con su
67
entrepierna.
Mientras más despertaba, más se acompasaba mi pulso con el sonido del corazón
de Sebastian. Una sensación fría se deslizó en mi estómago. Cada terminación
nerviosa cobró vida por estar tan cerca… y me sentía avergonzada de haberme
aferrado a él por tanto tiempo.
Podrías muy bien terminar con esto.
Aspirando un sutil aliento y mordiendo mi labio, levanté mi cabeza y abrí mis ojos.
Usando ambas manos, una en el pecho de Sebastian y la otra cercana a su hombro,
me empujé hacia una posición sentada entre sus piernas mientras el peso de mi
cabello caía alrededor de mi cara. Nunca había tenido mis manos en un tipo de ésta
manera.
Nunca había sentido el calor y la musculatura y la sensación de la piel bajo mis
manos.
Una vez que estuve despierta, mis ojos pararon en Sebastian. Por una vez estuve
contenta de que mi cabello estuviera hacia abajo y escudando mi cara. Por lo
menos así podía esconderme.
La cabeza de Sebastian descansaba hacia atrás contra el gran asiento verde, su
cuerpo acurrucado en la V de una de las esquinas. Un barman pulía la cubierta del
bar mientras un músico tocaba el piano y la camarera servía bebidas a la única otra
pareja en el cuarto oscuro. La puerta de enfrente estaba abierta hacia la calle.
Cuando volví mi mirada a Sebastian, sus ojos estaban medio abiertos y fijos en mí
de una manera tranquila e indescifrable. El color parecía mezclarse con el humo,
una bruma gris y plateada. Sus labios se habían vuelto profundamente rojos con su
estado relajado. Su cabeza aún descansaba contra el asiento y su pálida garganta
vibró mientras tragaba. No me moví. No podía.
Por una vez no estaba avergonzada de que mi cabello estuviera suelto. Mi mente se
calmó, totalmente tranquila, aunque mi cuerpo era otra historia. La sangre tronaba
a través de mis penas a la velocidad de la luz. Pequeños puntos de energía
nerviosa se disparaban al azar desde mi estómago.
Sebastian levantó su mano y gentilmente entrelazó sus dedos en mi cabello. Mi
corazón latía fuerte cuando tomó esa misma mano y la llevó a mi mejilla,
deslizándola por mi cabello y acunando mi cabeza, guiándome hacia él.
Era como si aún estuviese dormida, aún en la tierra de los sueños.
68
Y parecía lo mismo para él, porque su cuerpo estaba completamente relajado. No
hubo pausa, no hubo dudas, sólo un lento e imparable viaje hacia sus labios.
Mi estómago se hizo un nudo mientras mis labios suspendían sobre los suyos por
un leve momento, tan cerca que nuestro aliento se mezclaba. Entonces mis labios
se unieron a los suyos.
Un golpe de fría adrenalina corrió por mi sistema. La presión de sus labios
aumentó. Los suyos se separaron. Los míos prosiguieron. El deslizó su lengua
contra la mía había mariposas en mi estómago.
Mariposas. Ahora entiendo lo que eso significa.
Él me acercó, más apretados, profundizando el beso como si estuviera hambriento,
aun así tomándose el tiempo de saborear cada segundo. Yo sabía cómo besar, sabía
el mecanismo involucrado, pero esta era la primera vez que yo me perdía, incluso
deseándolo más que respirar y quería seguir hasta que el tiempo se detuviera y la
tierra se deshiciera.
Estaba viva. No sólo existía, sino que estaba realmente viva.
—¡Oh demonios! —Llegó una voz asombrada desde el otro lado de la mesa. Me
separé con una inspiración, justo para atrapar a la camarera sonreír—. Lo siento,
no quería interrumpir. Puedo volver más tarde…
Sebastian se enderezó, pasó una mano sobre su rostro y luego arrastró sus dedos
por su pelo. Aclaré mi garganta, finalmente sintiendo la vergüenza que no había
sentido antes, aunque no hizo nada para barrer el calor de nuestro beso, calor que
se sintió insanamente bien, tenso y emocionante todo al mismo tiempo.
—Está bien —logré decir a pesar de mi respiración agitada—. Me encantaría algo
de agua, si tienen.
Por supuesto tienen agua. Qué pregunta más estúpida hice.
—¿Algo para ti Sebastian?
—Agua también Pam. Gracias.
Pam dejó la mesa mientras las manos de Sebastian se asentaban en mis caderas.
—¿Cómo te estás sintiendo? —Sus mejillas se sonrosaron por sólo un segundo—.
Me refiero a tu cabeza. —Se rió de sí mismo—. ¿Aún te duele?
—No. Está bien. Gracias, creo… por ayudar. ¿Dónde estamos? 69
—En Gabona’s. A una calle de donde colapsaste. Vengo aquí todo el tiempo. ¿Te
pasa muy a menudo?
—¿Qué pasa muy a menudo?
Una esquina de su boca se levantó.
—Los gritos en la calle. Caer sobre tus rodillas. Llorar…
Honestamente, no estaba segura cómo responder. Estaba teniendo migrañas más
frecuentes últimamente, pero nada de esa magnitud antes. La camarera volvió con
las aguas. Tragué la mitad del vaso. El líquido frío me despertó y aclaró mi cabeza.
Dejé el vaso y luego enrollé mi cabello en un nudo.
—Deberías usarlo suelto.
Mis mejillas aún estaban calientes pero sonreí mientras arreglaba mi cabello.
—¿Es ése un cumplido?
—Lo es, me gusta. Es…
—¿Extraño? ¿Bizarro? ¿Diferente? Sí, lo escucho todo el tiempo. —Hice rodar mis
ojos, terminando.
—Iba a decir hermoso.
—Oh. —Fantástico tonta. Era obvio que yo apestaba en el departamento de chicos.
No había tenido exactamente mucha práctica con todo eso de flirtear y cosas de
chicos. La mayor parte de mi tiempo la había pasado evitando a los chicos, o
peleando con aquellos que se rehusaban a dejarme que los evitara.
—Lo siento —dije decidiendo honesta—. Mira, realmente no soy buena en esto de
los chicos. O lo de los besos.
—Entonces, ¿No hay novios en casa?
No pude decir si él pensaba que era divertido o si realmente quería saber. Parecía
una mezcla de ambas.
—No.
—¿Por qué?
—Bueno, supongo que es porque no he encontrado a alguien que pueda pensar
más que en deportes, hormonas y fiestas.
—¿Y tú no haces esas cosas?
Me encogí de hombros.
70
—Quizás las tuve en otra vida. Las cosas que son importantes para los chicos de mi
edad, dejaron de ser importantes para mí hace mucho tiempo, o nunca lo fueron.
—Hice una media reverencia—. Contempla un producto con fondos insuficientes
por-quien-nadie-da-una-mierda los servicios sociales.
Él rió.
—Es casi hora de almuerzo. Y aunque la comida es buena aquí, tengo otra cosa en
mente. ¿Qué dices si salimos de aquí?
—¿Qué tienes exactamente en mente?
—Buñuelos.
Mi estómago se removió con la idea.
—Ahora, eso lo puedo hacer. —Sebastian me devolvió la sonrisa con una propia.
Y entonces me di cuenta que estábamos sentados ahí sonriéndonos uno al otro
como dos idiotas. Rompí el contacto visual, me levanté del banco y tomé mochila
mientras Sebastian buscaba en su bolsillo algunos dólares para dejar en la mesa a
Pam.
Las nubes se habían reunido fuera, pero nada que sugiriera que comenzaba una
tormenta. La sombra era un regalo de Dios, porque estaba bastante segura,
después de mi migraña del infierno, que mi cabeza no sería capaz de soportar luz
brillante por ahora.
Fuera de Gabona’s, Sebastian silbó a uno de los carruajes que rodaban por Saint
Ann Street. El conductor levantó una mano, hizo un giro en U en la calle y luego se
detuvo al lado de nosotros.
—Bon Jour, mes amis13. ¿Dónde puedo llevarlos Miss Praline y yo en este bello día?
Tenía una sonrisa contagiosa, la que devolví mientras subía en la parte trasera del
carruaje que crujía. No había imaginado que en mi incursión en la enemiga New 2
estaría involucrada en un paseo turístico por el French Quarter, pero estaba
contenta por la distracción… y la compañía.
—Jackson Square —le dijo Sebastian al cochero mientras se subía al lado mío.
—¿Escuchaste eso? Miss Praline, Jackson Square. —El conductor sacudió las
riendas por sobre el largo aparejo y Mis Praline comenzó su paso.
No llegaríamos ahí en tiempo récord, pero supuse que ese era el punto, ir lento,
disfrutar la vista y los sonidos del French Quarter. El hombro de Sebastian se 71
inclinó hacia el mío, entendí su pista y me relajé contra él. Extraño pero me gustó.
Necesitaba un descanso como este, necesita olvidar todas las cosas oscuras por un
tiempo, por esto escuché al conductor señalar puntos de interés y seguía el dedo de
Sebastian cuando me mostraba algo que pensaba me gustaría.
—Y esto —dijo el conductor mientras pasábamos por una esquina con una casa de
tres pisos con portón doble y barandillas de hierro forjado—, se dice que fue la
casa de Alice Cromley.
El nombre, el mismo nombre que Jean Solomon había dicho, mi piel cosquilleaba.
Intercambié una rápida mirada con Sebastian y luego me incliné para preguntar al
conductor:
—¿Quién fue Alice Cromley?
El conductor se giró en su asiento rojo, sus ojos se abrieron ansiosos por contar la
historia.
—¿Quién fue Alice Cromley? ¿Ahora esa no es la pregunta? Alice Cromley fue una
mulata, la mayor belleza colonial que Vieux Carré vio jamás. Por qué, ella tenía un
75
Ocho
Traducido por MaryJane♥
Corregido por Vickyra
S
EBASTIAN ME PUSO AL TANTO MIENTRAS CAMINÁBAMOS POR LA PLAZA. A cada
lado de la Catedral St Louis había dos enormes edificios históricos. El
Presbytère, a la derecha, había sido convertido en la ostentosa
escuela/universidad privada de Novem, donde se suponía que Sebastian asistía
pero que abandonó. Y el edificio de la izquierda era el Cabildo, que sigue siendo
un museo ya que estaba desde la época pre-New 2, pero el segundo y tercer piso la
había adquirido la Novem como lugar oficial de negocios. Este también es donde
se celebraron las reuniones del Consejo de los Nueve, asistiendo únicamente la
cabeza de cada familia.
Y cada familia tenía apartamentos y oficinas privadas en los dos edificios de
apartamentos Pontalba que había a lo largo de ambos lados de la plaza.
76
Al parecer, Jackson Square era la central del Novem.
Con cada paso por la plaza y hacia el edificio, mis músculos se volvieron más
tensos. Estiré el cuello para mirar de nuevo a la alta aguja de la Catedral de St
Louis.
—¿Entonces de cuán lejos viene tu familia exactamente?
—El primer Arnaud llegó a New Orleans en 1777. Fue el tercer hijo de una familia
noble del área de Narbonne en Francia.
Un trío de músicos tocaban cerca de los bancos frente a la catedral. El viento se
levantó y nubes bajas bloqueaban el sol. El aire se volvió húmedo y frío, con
amenaza de lluvia. Unas gotas comenzaron a caer mientras pasábamos por debajo
de uno de los arcos del Cabildo.
Un ambiente silencioso nos recibió en el interior. Había algunas exhibiciones
permanentes, pero no tuve exactamente tiempo para mirar alrededor cuando
Sebastian me hizo pasar a un tramo de escaleras.
El rellano del segundo piso había sido modificado para asemejarse a un edificio de
oficinas de lujo, con un escritorio de recepcionista central. Sebastian soltó mi mano
cuando el hombre detrás del mostrador levantó la mirada, lo reconoció y dio una
leve inclinación de cabeza antes de regresar a su trabajo.
Nuestros pasos resonaban con fuerza en los suelos de madera pulida mientras
caminábamos por la larga galería frente al edificio. La luz tormentosa desde fuera
pasaba a través de las ventanas de arco, iluminando el espacio con un misterioso
resplandor. A medio camino, un pasillo se cruzaba con la galería.
Sebastian giró. Lo seguí. No había ventanas. No había luz artificial. Sólo un
corredor que se ponía más y más oscuro cuanto más lejos íbamos.
Nos detuvimos en la última puerta a la derecha. Mi pulso tamborileaba
constantemente en mis oídos. Josephine Arnaud le había pagado a mi
madre. Tenían que haberse conocido. Incluso ella podría conocer a mi padre. Me
tragué el nudo en la garganta, tratando de no ser demasiado optimista. Pero estaba
tan cerca.
La sala de espera a la que entramos era tan vieja y sagrada como el resto del
edificio. El mobiliario parecía demasiado caro para sentarse, y las pinturas de las
paredes probablemente valían unos cuantos millones. Deseé que hubiese una
especie de hilo musical, algo que no fuera ese ominoso silencio.
77
Un hombre levantó la vista de su escritorio cuando nos acercamos. Era apuesto, de
unos treinta años probablemente, y no lo que me imaginaba como una
secretaria. Cabello castaño oscuro recogido en una cola de caballo. Características
muy clásicas.
Frunció los labios, entornando los ojos a Sebastian.
—¿Has entrado en razón ya, Bastian?
Sebastian se puso rígido.
—Mis sentidos están justo donde deben estar, Daniel.
—Solamente abandonaste las clases y vives en alguna vieja podrida en Garden
Dis…
—Sólo dile a Josephine que estamos aquí.
Los oscuros ojos de Daniel miraron a Sebastian por un largo y tenso segundo antes
de caer sobre mí.
—Así que la encontraste —dijo, evaluándome y probablemente preguntándose por
qué demonios la anciana me quería de todos modos.
—Madame estará complacida. Pueden entrar. —Cogió el teléfono y murmuró en
voz baja mientras cruzábamos la sala hacia un conjunto de puertas dobles.
Sebastian se volvió hacia mí, rodando los ojos como diciendo: Esto va a ser muy
divertido antes de empujar la puerta. Respiré hondo y me dispuse a conocer a la
persona que podría tener todas las respuestas.
Una mujer de pelo negro colgó el teléfono y se levantó lentamente, tirando hacia
abajo el borde inferior de una chaqueta rosa sobre una falda a juego, una blusa
blanca debajo. Su cabello oscuro estaba en un moño y llevaba pendientes de perlas
y un collar Cameo. Dinero muy viejo. Mundo muy viejo. Y a partir de las miradas
de ella, no muy de abuela.
—Bonjour, Grandmère. —Sebastian se inclinó para besar ambos lados de sus
mejillas.
Mis párpados cayeron por un momento, y luego sacudí la cabeza, con ganas de
reír. En serio, ¿cuánto más raro podría ser esto? Esa mujer tenía que estar en sus
veintes. No había manera en el infierno que fuera su abuela. Cualquier tonto con
dos dedos de frente podía ver eso.
Sebastian retrocedió. La mirada de Josephine se concentró en mí. 78
Él había mentido. Me había dicho un montón de mierda y yo le había creído. Dios,
¿cuán estúpida podría ser? Todo lo que sentía era una idiotez, idiotez por creer
algo de un hombre. ¿Y por qué? Porque era lindo, ¿porque había mostrado algún
interés en mí?
—Lo que sea —murmuré, y luego giré sobre mis talones y marché hacia la puerta,
intentando como loca no sentir dolor.
No sabía a qué juego estaba jugando, pero estaba harta.
—Ari.
No me detuve. La mano de Sebastian se cerró alrededor de mi brazo. Me volví
hacia él, con los puño cerrados y con ganas de golpearlo.
—¿Esto es una especie de juego para ti, Sebastian? ¿Qué, tenías un día libre y nada
que hacer, así que por qué no perder el tiempo con la chica nueva? ¿Pasar un buen
rato? ¿Ver hasta dónde podías engañarme? Suéltame. —Tiré de mi brazo, sin
encontrar esos falsos ojos grises—. Olvídalo. —Me dirigí a la puerta.
Él apareció frente a mí, bloqueando la puerta.
Di un grito ahogado, deteniéndome, mi cara palideciendo. Se había
movido demasiado rápido.
En algún lugar escuché a mi cerebro decirme que corriera, que lo golpeara y me
dirigiera a la escalera, pero no me podía mover.
Sus ojos mostraban preocupación y pesar, y tal vez incluso un poco de súplica. Su
mandíbula se flexionaba con la frustración.
—Lo lamento, Ari —dijo en voz baja—. Pensé… —Se pasó una mano por la cara—.
Pensé que estarías de acuerdo con esto. Mira lo que has visto hasta
ahora. ¿Recuerdas lo que te dije en la cafetería? ¿Sobre los dotados, ser
diferente? No estaba mintiendo. Somos diferentes. —Sus ojos rodaron al techo. Sus
dos manos se sujetaron en mis bíceps—. Estoy tratando de ayudarte. Te lo juro, ella
es mi abuela.
Di un paso atrás y parpadeé con fuerza, tratando de alejar la falta de claridad
mental que invadía mi cabeza.
Sí, había estado manejando toda la mierda extraña bastante bien hasta ahora. Así
que demándenme. Ahora estaba cayendo como un maldito diluvio y no podía
escapar de ella, no podía ponerlo todo en un pequeño compartimiento limpio e 79
ignorarlo.
—¿Qué eres exactamente?
Un mechón de pelo negro caía sobre sus ojos, y lo empujó hacia atrás con un
suspiro profundo. Abrió la boca, pero no salió nada. Su mandíbula se tensó, y
parecía como si realmente no supiera cómo responder a mi pregunta.
—Él es un Arnaud —dijo una voz sensual, con acento francés.
Los labios de Sebastian se extendieron en una línea sombría, como si quisiera ser
cualquier cosa menos un Arnaud.
—Ven, siéntate. Los dos —dijo ella.
Después de una buena mirada a Sebastian, me volví y fui a una de las dos sillas
vacías en frente de la mesa de Josephine. Bien. Lo que estaba pasando... realmente
no importaba. Lo que importaba era conseguir respuestas sobre mi
madre. Después de eso, estaría fuera de allí.
—Bueno —empezó, estudiándome de pies a cabeza—, a excepción de la marca en
tu mejilla, te ves igual que tu madre.
Mis ojos se abrieron de par en par. Una mano se aferró al respaldo de la silla y la
otra fue a mi estómago. Aquellas palabras provocaron una ola de choque a través
de mí. Tenía recuerdos borrosos, seguro, pero siempre las cuestionaba.
Siempre cuestionándolas.
Finalmente una pregunta mía había sido contestada y me dejó con una extraña
sensación de felicidad y dolor.
—Por favor, siéntate. —Josephine se recostó en su silla y me observó con una
mirada calculadora.
Respira. Por el rabillo de mi ojo, vi a Sebastian tomar asiento. Mi pulso iba
demasiado rápido y mis miembros se habían debilitado. Tal vez sentarse era una
buena idea.
—Cuando Rocquemore House me llamó, no lo creí. Pero… —Josephine extendió
sus manos y sonrió, lo que obviamente fue un evento raro, porque parecía que su
piel estaba a punto de romperse—, mírate. Aquí estás.
—Así que sabía de Rocquemore. Sabía que mi madre estaba allí.
—Tu madre huyó de New Orleans en contra de mi consejo. Tomó unos meses,
pero no fue difícil encontrarla.
80
—Y entonces, sólo la dejó allí.
—¿Que hubieras sugerido, niña? Su mente estaba escapando. Necesitaba una
supervisión constante. El hospital era el mejor lugar para
ella. Desafortunadamente, para el momento en que te encontramos, ya estabas
perdida en el sistema, o de lo contrario habrías tenido un hogar aquí con nosotros.
Sebastian soltó un pequeño resoplido.
—¿Cómo conoció a mi madre?
—Eleni vino a mí por ayuda unos pocos meses antes de que los huracanes
golpearan. Tu madre era una mujer muy especial, Ari. ¿Debes saber esto, oui?
—Si por «especial» quiere decir maldita, entonces sí, lo sé.
Josephine se encogió de hombros como si fuera tomates o tom-ah-tes.
—¿Y mi padre?
—Tu padre era un secreto que Eleni se guardó para sí misma.
La perra estaba mintiendo. Y ella no estaba tratando de ocultarlo bien. Crucé los
brazos sobre mi pecho.
—¿Y quién es usted exactamente?
—Soy Josephine Isabella Arnaud. Hija de Jacques Arnaud, fundador de esta
familia, el primero de nosotros en llegar a New Orleans.
Me reí, agudo y fuerte, una risa al-borde-de-un-colapso-mental.
—¿Así que eres la hija de un hombre que vino aquí en 1777? ¿Así que eso te haría
de cuantos? ¿Trescientos años más? ¿Estás segura de que no debes estar en
Rocquemore?
Una risa ronca retumbó en la garganta de Josephine.
—Tienes más espíritu que ella. Más... actitud.
La frustración brotó en mi pecho con cada segundo que pasaba.
—¿Por qué ayudó a mi madre?
—Estaba asustada. Sola. La única de su tipo, dijo. Sentí que era diferente, pero no
fue hasta más tarde cuando realmente entendí la magnitud de su poder.
—¿Cómo qué?
—Quiero ayudarte, Ari. Hay gente por ahí que quiere verte muerta por lo que está 81
dentro de ti. Tu madre debería haberse quedado en New Orleans como le aconsejé,
pero entró en pánico cuando llegaron las tormentas. Ella no creía que pudiera
protegerla, que todos, en conjunto, podríamos proteger a esta ciudad. Pero lo
hicimos. Y ahora lo poseemos. Ella todavía podría estar viva si se hubiera quedado.
—Jugueteó con el lápiz sobre su escritorio por un momento—. He pedido verte
para ofrecerte protección mientras estás en nuestra ciudad. Juntos vamos a
profundizar en tu pasado y descubrir este regalo que te han dado. Pero, a cambio,
debes concederme tu lealtad, un juramento de sangre a la familia Arnaud y no
otra.
—¿Eso fue lo que le pediste a mi madre? ¿No estaba ayudándola por la bondad de
su corazón?
Josephine se echó a reír.
—No tengo un corazón, querida. Pregúntale a mi nieto.
La respuesta de Sebastian fue una sonrisa.
—¿Tenemos un acuerdo?
—¿Puede dar su palabra de levantar mi maldición?
—El poder de las nueve familias puede hacer cualquier cosa. Y si, te doy mi
palabra.
No tenía intención de estar en New 2 por mucho tiempo después de esto, esta
maldición por la que mi madre había muerto, estaba fuera de mi vida para
siempre. No tenía ninguna intención de profundizar en mí pasado con Josephine,
pero ella no tenía por qué saberlo. No confiaba en una palabra pronunciada por
sus labios perfectos. Pero no podía negar el hecho de que el nombre de Josephine
estaba en los archivos del hospital. Ella había conocido a mi madre. Había un
hombre muerto que desapareció tratando de matarme. ¿Creía que Josephine podía
borrar esta maldición? Dudoso. Pero estaba aquí. No había nadie más para hacer el
intento, y no tenía ningún problema en mentir para conseguir su cooperación.
—Está bien. Usted levanta mi maldición y le daré mi juramento.
—Dame dos días para organizar el ritual. Permanecerás bajo la atenta mirada de la
familia Arnaud. Etienne será tu guardián. Y puedes quedarte…
Sebastian se puso de pie.
—El infierno, se queda contigo.
—Tus pensamientos o deseos tienen muy poca importancia en mi toma de 82
decisiones, Sebastian.
—Etienne es un idiota.
Josephine ignoró la explosión, apoyó los brazos sobre el escritorio y miró a
Sebastian pensativa.
—¿Qué quieres que haga?
—No la quiero con Etienne, por ejemplo.
Finalmente me levanté. Lo que sea. Podrían estar aquí todo el día y luchar por
resolverlo.
—Gracias por la oferta, pero puedo cuidar de mí misma. Voy a tener que llamar a
mis padres adoptivos y hacerles saber que me quedaré un poco más.
El único sonido en la habitación era el débil retumbar de un trueno en la distancia.
—Bien —dijo Josephine por fin—. Vayan. Tengo trabajo que hacer. Sebastian te
cuidará. Daniel te ayudará con tu llamada. —Se dio la vuelta, su atención en los
archivos en su escritorio, pero luego se detuvo—. Te espero en dos días.
Estaba temblando para el momento en que Daniel hizo la llamada a Memphis. El
Novem tenía teléfonos. Y probablemente Internet, también.
Daniel me pasó el teléfono. En el cuarto tono, Casey atendió.
—Sanderson Bail y Bonds, esta es Casey.
Me acerqué a la pared del fondo. Sebastian esperó junto a la puerta, apoyando la
espalda contra ella, con los brazos cruzados sobre el pecho e impaciente como el
infierno por salir.
—Casey. Soy yo.
—Jesucristo, Ari. ¿Dónde estás? Bruce sigue tratando con tu celular y lo único que
consigue es el correo de voz. Pensamos que estarías conduciendo de vuelta.
Hizo una pausa y podría imaginar sus dos líneas entre las cejas profundizadas de
preocupación, metiendo su pelo hasta los hombros de color rojo detrás de su oreja.
—¿Está todo bien?
—Todo está bien. Conocí a alguien que conocía a mi madre. Quiere que me quede
por unos días. Quiero quedarme por unos días.
—Oh. Bueno... —Su larga pausa me dijo que la había derrumbado por completo—.
83
Sabes que quiero esto para ti, Ari. Y no me interpondré en tu camino si es lo que
quieres. Pero soy responsable de ti. ¿Está ahí? ¿Puedo hablar con ella?
Hice una mueca.
—Por supuesto. Pero antes de que enloquezcas... —Respiro profundamente—. Estoy
en New 2. Y lo siento. Sé que no querías que fuera sola, pero tenía una ventaja, y
era sólo un viaje rápido y luego me encontré con Josephine y...
Hice una pausa para tomar aire, de repente sin saber qué decir, sólo sabiendo que
lo había echado a perder y mentí, mentí al primer grupo de padres adoptivos al
que realmente le importaba. Silencio en el otro extremo.
Finalmente la exhalación de Casey se coló a través del teléfono.
—Supongo que tuve la sensación de que podrías ir después de descubrir sobre el
hospital. Mira, lo entiendo, de verdad. Pero no puedes salir corriendo sin dejarnos
saber dónde estás. Aún no tienes 18 años. A Bruce y a mí, nos importa lo que te
pase. Sé que es probablemente difícil creer a veces, pero…
—No —le interrumpí—, sé que les importa. Cometí un error. Lo siento.
—Bueno, además de Bruce haciéndote limpiar el baño de la oficina y hacer algo de
entrenamiento, creo que estamos bien. Ya sabes cómo es el trabajo más duro de lo
que uno piensa. Sólo... no nos alejes, ¿de acuerdo? No resuelve nada, no ayuda
nada.
—Está bien. —Lo siento. Lo siento mucho. No importaba cuántas veces le dijera, o me
dijera, sabía que nunca sería capaz decir relacionar lo mal que me sentía por
dentro.
—Tengo una cita en cinco. Déjame hablar con esta persona Josephine.
***
Sebastian estaba justo detrás de mí en la escalera, gritándome que esperara, pero
no esperé. Al infierno con él.
La ira y la humillación corrían por mi sangre. Enojada con él, con Josephine y
conmigo misma por haber mentido. Yo era una mierda. Maloliente mierda
apestosa, pero ¿qué otra clase era en realidad? Bruce iba a flipar cuando se
enterara. Y Casey, su decepción... Dios, dolió. Preferiría que me gritara a que
simplemente aceptara lo que había hecho, ser comprensivos y tratar de seguir
adelante. No me lo merecía. Y la peor parte en ello, había roto su confianza. 84
En el momento en que entró por la puerta de la planta baja y salió a la calle
mojada, estaba tan enojada que podría haber gritado.
Una fina llovizna caía. Los músicos se habían retirado y la calle estaba vacía. Las
luces de las tiendas de la planta baja de los apartamentos Pontalba brillaban en la
niebla gris, haciendo que la zona pareciera totalmente desolada.
Caminé en medio de la calle, agradecida por el frío, preguntándome si el vapor
saliendo de mí era del calor de mi cuerpo o de pura ira, al rojo vivo, me giré hacia
Sebastian.
—¿Qué diablos eres? Y no cambies el maldito tema, u ofrezcas una de tus
respuestas vagas. Lo digo en serio, Sebastian, no sé cuánto más de esto puedo
aguantar.
Esperé, con las manos en las caderas, mirándolo cuando su rígida postura cedió.
—Mi madre era una Arnaud —dijo—. Pero no importa lo que digan, soy más como
mi padre. —Un músculo se flexionó en su mandíbula—. Las nueve familias se
dividen en tres grupos. Los Cromleys, Hawthornes y Lamarlieres son brujas de
gran poder.
Dio un respingo ante la palabra «brujas», parecía que preferiría tener los dientes
tirados sin una onza de Novocaína. Él inclinó su rostro hacia la lluvia y tomó una
respiración más profunda.
—Los Ramsey, Deschanels y Sinclairs son alguna forma de semidioses o cambia
formas. Y los Arnauds, Mandeville y Baptistes son lo que podríamos
llamar... vampiros.
Un parpadeo lento fue mi única reacción.
El resto sucedió en el interior, mi estómago revuelto, el frío en mis venas y la
realización que cada palabra que decía era verdad.
En serio. Todo encajaba. Gente más allá de The Rim sólo se reiría y sacudiría la
cabeza ante los informes de actividad paranormal, las demandas locas de vampiros
y fantasmas y otros avistamientos en New 2. Y yo, con mi maldición.
Los chicos de First Street. Sebastian y su capacidad de convertir a esas mujeres en
dos completos robots…
—Eres un vampiro —reí.
Sí, y has visto a un tipo desaparecer en el humo, Ari. 85
—Medio —dijo, como si hubiera una gran diferencia—. Mi padre no era un
vampiro. Era un Lamarliere. No soy un pervertido de trescientos años de
antigüedad que besa adolescentes, ¿de acuerdo? Soy de la misma edad que
tú. Nací como tú.
Levantó las manos, me dio una mirada que decía: Sé qué piensas que estoy loco, y
luego se giró y se dirigió por el medio de la calle. Las gotas de lluvia caían por el
lado de mi cara. Por delante de él, el French Quarter parecía perdido en las nubes y
la niebla. Entonces, de repente me di la vuelta, caminando hacia atrás por unos
escalones, abriendo los brazos y gritando de frustración. ¡Bienvenidos a New 2!
Él sentía dolor, y yo no sabía por qué. Se volvió una vez más y se encogió de
hombros frente a la llovizna. Mi corazón trabajó horas extras. Mi cuerpo temblaba
sin control, por el frío y sus palabras.
No debería sorprenderme. No debería. Sobre todo después de haber vivido con mi
propia rareza, y el oír todas las teorías e historias que me han dado la vuelta, sobre
el Novem. Y la maldición. Los chicos de Garden District.
¿Qué vas a hacer, Ari? ¿Huir? ¿Actuar como si ya estuviera todo normal y no pudieras
manejar cosas raras como esta? ¿O quedarte y lidiar con esto y averiguar lo que eres?
Caminé por la calle como un león enjaulado, adelante y atrás, mis ojos en la forma
de Sebastian mezclándose con la niebla.
Me mordí el interior de la mejilla hasta que la sangre golpeó mi lengua y me dio un
poco de humanidad, algo de carácter real.
Estas personas todavía sangraban. Seguían muriendo. Todavía amaban, se herían
y querían sobrevivir. Y también lo hacía el dotado, los superdotados. Lo mismo
hacia el Novem.
—¡Sebastian!
Corrí por la calle.
Caminó unos pasos más antes de darse la vuelta, la lluvia cayendo fuerte ahora. Yo
no tenía ni idea de lo que estaba haciendo ni por qué. Pero me lancé a él,
envolviendo mis brazos alrededor de él y aferrándome.
Al principio se quedó rígido, por confusión o ira, no lo sabía, pero luego me apretó
la espalda, tirando de mí aún más cerca, más fuerte, hasta que su nariz estaba
enterrada en mi cuello.
Finalmente, después de que estuvimos empapados, levantó la cabeza y me miró,
con las manos ahuecando mi cara.
86
—Pensé que me dirías que me fuera a la mierda, y me dejarías. Creí que con cada
palabra que dije sería la última vez te veía.
—Por favor. Puedo con eso. ¿Tienes alguna idea de lo jodida que estoy?
Su sonrisa torcida transformó su rostro.
—Sí. Tengo una idea.
Mi vientre se calentó de nuevo. Sebastian me besó, sus labios mojados por la lluvia.
Nueve
Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por Vickyra
H
EMOS HECHO DE ESTA ARENA UN HOGAR DESDE EL PRINCIPIO. Cuando
llegaron los huracanes, las familias pusieron sus diferencias a un lado,
combinaron sus poderes y protegieron tanto la ciudad como pudieron. El
Vieux Carré. El Garden District. El distrito financiero tuvo un impacto muy
grande, por lo que la mayor parte está todavía en ruinas. Después de que todo
había terminado, los jefes de cada familia formaron el consejo y empezaron
poniendo viejos rencores a un lado y hablaron. Y una vez que fue evidente que el
gobierno no tenía la capacidad de reconstruir, pusieron en común sus recursos y
compraron la tierra. La ciudad ha sido de ellos desde entonces. Ellos controlan
todo, bancos, bienes raíces, turismo, comercio... todo.
Escuché, bebiendo té caliente de una taza para llevar mientras Sebastian hablaba.
87
Después de que la lluvia se había vuelto intensa, corrimos a la vereda y
encontramos una pequeña librería y cafetería.
La voz de Sebastian era tranquila y su cara pálida, los ojos grises duros y plateados
en contraste contra su húmedo pelo negro y los labios de color rojo oscuro. Podría
mirarlo por siempre. Pero eso era algo que él nunca, nunca sabría.
—Hay otras cosas que viven en esta ciudad y en la periferia —continuó—. El
Novem ofrece refugio a cualquier persona o cosa con tal de que se adhieran a sus
leyes y no llamen la atención sobre sí mismos. No todos los que viven aquí son
diferentes. La gente común también vive aquí.
Mis dedos acunaron la taza caliente, y mi estómago se apretó.
—Así que tu mamá era...
—¿Un vampiro? —respondió con una risa que sonaba como si no lo creyera él
mismo—. Sí. Y la única hija de Josephine.
—Siempre pensé que los vampiros se hacían, no que nacían. Que no podían tener
hijos.
—Eso es lo que la mayoría de la gente piensa. —Sonrió y se encogió de hombros—.
No vemos exactamente la necesidad de iluminar al mundo exterior. Es bastante
básico. No somos una especie totalmente independiente ni nada, simplemente se
separaron del árbol de la evolución humana hace mucho tiempo y evolucionaron
de manera diferente. Tú te sorprenderías del número de ramas que hay. Pero sí, los
vampiros se pueden hacer o nacer. Los hechos son llamados Turned, básicamente
los humanos se convirtieron en vampiros.
—¿Y los niños?
—Los niños son bastante raros. No es fácil para los vampiros tener hijos, pero a
veces ocurre. Los niños crecen con normalidad, pero cuando llegan a la edad
adulta, sus cuerpos dejan de envejecer. Es por eso que la mayoría de los vampiros
Nacidos lucen como de veinte años. —Pensó en decir algo más, pero luego vaciló y
sacudió la cabeza—. ¿Estás segura de que quieres saber todo esto?
—Sí. Es interesante. —Le di una pequeña risa—. En una especie alucinante.
—Alégrate de que no tienes que tomar la clase de biología molecular del Sr. Fry, en
el que todos los seres humanos y Doué se explican, todo el camino hasta el nivel del
genoma.
88
—Totalmente adormecedor, ¿eh?
—Sí. —Se quedó en silencio.
Me mordí el labio, pensando en las palabras de Sebastian por un momento.
—¿Pero tú eres sólo un medio vampiro?
Apoyó los codos en la mesa y se inclinó un poco.
—Te voy a dar la versión corta. Tienes los niños puros, que son llamados
Bloodborns. Son vistos como la nobleza, además que son los más poderosos y los
más molestos. Estoy hablando de egos del tamaño del Monte Everest. Los hijos de
un humano y un vampiro son llamados Dayborns. Hay diferentes características
entre ellas, diferentes puntos fuertes y débiles. Dayborns no necesitan sangre para
sobrevivir como Bloodborns lo hacen. Aunque hay un momento en que llegan a la
edad adulta, donde el impulso está ahí. Si toman la sangre —añadió, encogiéndose
de hombros—, la necesitarán a partir de entonces como un Bloodborn lo haría.
—¿Eso es lo que usualmente sucede? ¿Toman, quiero decir?
Sebastian asintió, su expresión era tenue y el volumen de sus palabras descendió.
—La sangre es difícil de resistir para cualquier vampiro, independientemente de su
nacimiento.
El peso de su admisión se sentó entre nosotros por un largo momento. Me aclaré la
garganta.
—¿Y eso es lo que eres, un Dayborn?
Él apartó la mirada. Su nuez se movió con un trago fuerte.
—No. Mi otra mitad es Lamarliere. Así que no del todo humano, tampoco. El ADN
de una bruja es un poco diferente, al igual que el de los vampiros y cambia formas,
pero sólo tienden a pasar a su poder por vía materna, a través de la línea femenina.
—Así que... ¿qué serías, entonces?
—Siempre he sido un fenómeno de la naturaleza.
—Ha —le repliqué, sonriendo—. Eso es lo mío.
Bajó la cabeza, como si renunciara a su reclamación sobre el título.
—Hablando en serio, cuando yo era pequeño, mi papá me coló en una biblioteca
oculta en Presbytère, que los estudiantes nunca ven. Una que alberga algunas
mierdas realmente muy viejas. Sacó la tableta de piedra y dijo que contaba la
89
historia de un niño como yo. Mi padre la llamó Mistborn14.
—Mistborn —repetí.
—Sí. Debido a que la niebla oculta lo que hay dentro. Y eso es una especie de lo
que soy. Un gran signo de interrogación, ¿ves? Nadie puede decir qué rasgos,
maldiciones, o necesidades tendré hasta que se manifiesten por si solas. Algunos
han necesitado sangre para sobrevivir. Algunos nunca la necesitaron. Algunos
pueden controlarlo.
—Oh. —Calor se deslizó hasta mi cuello, y me removí en la silla—. Así que, hum,
¿qué tipo eres tú?
Negó con la cabeza y luego miró más allá de mi hombro, su mirada indescifrable.
—No lo sé. No sabemos si o cuando la necesidad se presentará.
Bueno, eso fue reconfortante. Mi control sobre la copa aumentó.
—¿Cuántos como tú hay?
Levantó ambas manos y se echó hacia atrás.
M
E ECHÉ A REÍR CON INCREDULIDAD, EL FUERTE SONIDO REBOTANDO
por el
pasillo, el eco eventualmente desapareciendo por el piso, el goteo
continuo de agua contra la piedra. Primero vampiros, brujas y
metamorfos. Y ahora esto.
Esto es lo que debe haber sentido Alicia cuando cayó por el agujero del conejo.
No me moví ni hablé, y tenía la sensación de que mi respuesta novata trajo tristeza
a la prisión subterránea, como si todos los presentes por un momento estuvieran
recordando su propia primera noche, su propio horror e incredulidad.
—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —le pregunté a la figura frente a mí.
—Nada trae la locura de nuevo más rápido que pensar en el tiempo —dijo en voz
99
baja—. Mejor no preguntar eso. A nadie le gusta pensar en ello.
Oh. Cierto.
—Y de Athena… ¿se habla de Athena, la diosa griega, expulsada del Olimpo?
—Ella es, por desgracia para todos nosotros, muy real.
Mi espalda se desplomó y mis párpados se cerraron cuando una atónita carcajada
burbujeó en mi garganta y se posó allí. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? ¿Por
qué demonios no podía salir de esta maldita pesadilla? Los dioses eran reales. No
sabía cómo reaccionar, así que me quedé allí sentada en blanco y apretando las
barras con toda la fuerza que pude. Y aún más extraño, de alguna manera había
molestado a uno de los dioses.
Es lógico.
Acerqué mis rodillas al pecho, y las abracé, apoyando mi cabeza en mi antebrazo y
suspirando palabras:
—No puedo creer esto. —El hombre frente a mí se rió suavemente, su audiencia
tenía que ser muy aguda. Levanté la cabeza—. Todo esto es real, ¿y, los dioses?
—Algunos lo son, sí. Los mitos que todos conocemos, a los dioses que se aprenden
en el colegio, algunos son pura ficción, pero muchos de ellos son o fueron alguna
vez reales. Y hay algunos que nunca se mencionan en las crónicas de la
humanidad, que incluso ahora vagan por la tierra. Los panteones no son lo que
solían ser. La Era de los Dioses pasó hace mucho, y ahora luchan por sobrevivir al
igual que el resto de nosotros. Familias enteras aniquiladas, dioses derrocados,
encarcelados... Sólo hay dos panteones que quedan, constituidos por los que
sobrevivieron a las guerras y las rivalidades. A Athena nada le gustaría más que
limpiar sus enemigos de la faz del planeta. Mientras tanto, se divierte con las
parcelas y los placeres vengativos.
—Entonces, ¿qué la han hecho para enojarla?
Él se echó a reír.
—Yo nací en el poder.
Otro susurro flotó desde el pasillo.
—Soy nacido también.
—Yo también.
—Y yo.
100
—Y yo.
Mi corazón latía más fuerte. Para estas personas, nacer fue su único crimen. ¿Era
ese mi crimen?
La voz del pájaro vino después.
—Nace o se hace. Nace o se hace. Todos nacen o se hacen.
—¿Qué eres tú? —pregunté fuerte, presionando mi rostro contra las barras para
que mi voz se escuchara al final del pasillo.
—Hecho. Hecho. Me hizo, lo hizo —chilló como pájaro, los escalofríos se
extendieron hasta mi brazo.
Otra voz femenina, vino de la oscuridad.
—Hecho.
Conté siete. Siete personas estaban aquí. Y yo era el número ocho. Podría entender
nacer con poder, pero ¿«Hecho»?
—¿Qué quieren decir Hecho, exactamente?
—Hecho de humano en algo... otra cosa. Hecho τερας. El castigo. Para luchar por
ella. A veces en un simple capricho. Athena es severa, crítica, y no será eclipsada.
A veces todo lo que necesita es ser hermosa —dijo el hombre frente a mí.
La voz del pájaro volvió a hablar en medio del fruncido movimiento.
—No todos nosotros estamos aquí porque hemos nacido o hecho. Hay alguien aquí
por otra razón.
—Vete a la mierda —vino una voz irritada, del fondo. Masculina. El mismo acento
a los dos cazadores que habían venido por mí. Un acento que ahora entendía que
era griego. El pájaro chilló en una enojada respuesta, el sonido hizo que me tapara
los oídos, mientras rebotaba en las paredes de piedra.
Nadie habló después.
Apoyé la cabeza en mi antebrazo y cerré los ojos, dejando que mi cuerpo descanse.
Mi mente, sin embargo, estaba corriendo, repasando los acontecimientos de los
últimos dos días que habían conducido a esto. No podía estar muy lejos de New 2.
Este lugar era probablemente una de las muchas plantaciones que existían o habían
existido, a lo largo del camino del río.
Todo lo que tenía que hacer era salir de esta celda y de vuelta a la base. O al
101
camino. No me podía quedar aquí, no en esta oscuridad, no rodeada de pantano y
el lodo, lo que podría implosionar las paredes y ahogarme en el barro, ineludible,
asfixiante barro.
Mi presión arterial se elevó con el pensamiento. Mis dedos se flexionaron con el
deseo de causar algún daño grave.
Dañándome a mí misma. Dañar a la celda. No importaba. Mi pie rebotó la pierna
con la velocidad de una locomotora. Era una pequeña manera de liberar la
adrenalina en mi cuerpo. Mover la pierna o golpear con el puño contra los barrotes
y romperme la mano. Parecía una elección fácil, pero estaba pensando que el dolor
puede sentirse bastante bien ahora.
Respira, Ari. Has estado en sitios peores que este. Siete años de edad. Encerrada en una
jaula de perro sucia por tres días, comida para perros seca lanzada a través de la
rejilla frontal. Mi castigo. Mi mamá de acogida número dos nos había dado
pechuga de pollo servido para la cena, totalmente crudo en el centro. En fin. Me
negué a comer, consiguió clavarme en el suelo, y metió el pollo crudo en mi
garganta. Vomité de regreso en la mano con la que trató de ponerme cinta
adhesiva en la boca, y el resto se convirtió en apenas un capítulo más de mi
historia. Lo que sea.
Manejé aquel espacio pequeño. Y estoy segura que podré manejar esto.
Aspiré con fuerza y limpié mi nariz, mirando a la tenue luz del pasillo, recordando
otro acontecimiento en mi pasado.
No pienses en ello.
Esta vez pensé en Bruce y Casey, su naturaleza tolerante y sonrisas frecuentes,
tanto sin sentido y duro, pero amable y cariñoso a su manera. Pensé en Crank y
Violet, y los regalos que todavía estaban en mi mochila, donde quiera que
estuvieran. Y Sebastian. Mi estómago se fue sin peso cuando su imagen me vino a
la cabeza. Lo que me gustó sentir su mano mientras íbamos al Café Du Monde.
Cómo besarle había borrado cada pensamiento de mi mente y, por una vez, me
permití sólo estar en el momento, completamente arrasada.
La tos se hizo eco de las tinieblas.
Levanté la cabeza de los barrotes, dejando de rebotar finalmente la rodilla. Sabía
que lo que estaba experimentando era lo que todos aquí ya habían pasado. El
pánico. La incredulidad. El miedo. 102
Mis dientes mordieron suavemente mi labio. Y probablemente todos pensaban
escapar también.
Mis dedos se sintieron a lo largo de las barras, en busca de la cerradura. Era
cuadrada con un gran ojo en la cerradura lo suficientemente grande para mi
meñique, que se ajustan a la primera falange y luego podría ir a más. Me moví,
sintiendo los bordes dentados.
—No se abrirá —dijo el chico—. Nuestros poderes no funcionan aquí.
Mi mano se quedó inmóvil.
—¿Poderes?
Una sílaba salió de su boca antes de que se abriera la puerta de encima, el envío de
un rayo daba bienvenida a la luz corriendo por el pasillo. Pero no todo era tan
brillante, pero cuando has estado en la oscuridad durante varias horas, parecía que
el sol había salido y me protegí los ojos, mientras caminaban por las escaleras.
—Buena suerte, chica —dijo la voz del pájaro.
Me puse tensa, de pie y agarrando los barrotes, mirando fijamente al chico a mi
lado, por comodidad, por ayuda, para nada.
—Él te llevará a Athena —dijo el hombre rápidamente—. Ella no va a venir aquí.
Habrá acabado antes de que lo sepas.
Los faroles a lo largo de las paredes pasaron a la vida, uno por uno, para los pasos
que se acercaban. La gran silueta negra se detuvo frente a mi celda. Era el mismo
hombre que me había puesto aquí. El cazador τερας. El cazador de monstruos. Y
tenía mi mochila al hombro. Deslizó la llave en la cerradura, abrió la puerta, y
entró.
Reaccioné sin pensar, basándose en años de instinto y una seria gran necesidad de
obtener el infierno fuera de allí. Agarré su muñeca, empujándole al interior con
todas mis fuerzas, sabiendo que él no esperaba eso. Sin nada, me gustaría suponer
que iba a tratar de correr, salir, no de entrar.
Cogido por sorpresa, gritó y tropezó en el interior, deslizándose sobre el suelo
sucio y deslizante en la negrura cuando cogí la bolsa de su hombro.
La voz del pájaro chilló. El cazador maldijo en voz alta.
Rápidamente abrí la cremallera de la bolsa y busqué la daga, tirando de la hoja
primero y luego dándole la vuelta para que el puño golpeara en mi palma.
Entonces esperé, palpitaciones y hormigueo en las extremidades por la adrenalina. 103
Mis ojos estaban un poco más acostumbrados a la oscuridad que la suya, así que
tenía la ventaja. Mis dedos flexionados. Un movimiento. Tengo sólo un segundo
vistazo de él, cuando surgió de la oscuridad. Caímos de rodillas, las pantorrillas y
los pies metidos debajo de mí, mientras sus brazos se extendían hacia donde yo
había estado una vez. Sus pies tocaron mis rodillas cayó hacia adelante mientras yo
hacia atrás, tan lejos que mi cabeza tocó el suelo sucio, y al mismo tiempo
empujaba la daga. Sus manos golpearon las rejas. Él gimió.
Gotas calientes golpearon mi cara. El olor del hierro era espeso y nauseabundo.
Su sangre se deslizó por la empuñadura de la daga y en mis manos, arrastrando
sobre mis antebrazos. Me quedé inmóvil, respirando pesadamente. No se está
moviendo. Las celdas están silenciosas. La espalda y los músculos del estómago se
tensaron y su peso quedó desplomado sobre la daga. Mis brazos quemaban, pero
aun así no se movieron. Y de pronto tembló. Tres segundos más tarde, su cuerpo se
transformó en humo y desapareció en la corriente ascendente invisible.
El peso fue relevado de mi cuerpo, y me derrumbé en el suelo.
Me di la vuelta a mi lado, la incredulidad me inundaba. Rápidamente me limpié
las manos con sangre en mis pantalones y luego me sacudí duro, tratando de
librarme de los temblores. No sirvió de nada. Metí la daga de nuevo en la mochila,
moví la llave de la cerradura y luego me relajé fuera de la celda.
El camino hacia la libertad se encendió desde mi celda a las escaleras, pero se
apartó de la luz a la clara negrura del pasillo. Cada terminación nerviosa que tenía
se estaba disparando, instando a que corriera, pero me detuve, mi corazón
martillaba y dijo lo suficientemente alto para que lo escuche, «estoy fuera».
Las luces de las celdas aparecieron de nuevo, lo suficientemente brillantes como
para revelar el pasillo. Caminé a través de mi celda, pero estaba vacía. En la
próxima estaba el chico que me había hablado. Estaba de pie junto a los barrotes,
esperando, sus ojos grises brillantes de expectación.
Me quedé sin aliento cuando vi su cara.
—Oh, Dios mío.
Él frunció el ceño.
—¿Qué?
—Nada —le dije, estrechando manos y trabajando en la cerradura—. Sólo me
recuerdas a alguien. 104
La puerta se abrió. Dio un paso fuera. Alto, como Sebastian, esos ojos grises
reflejados en los míos. Su rostro estaba cubierto con una barba negra peluda y su
cabello era largo y enredado, pero no había duda en mi mente. Era como mirar a
Sebastian, sólo que con treinta años de edad. Me apresuré al final del pasillo.
Fui a cada celda, liberando a la gente y sin mirar demasiado de cerca a los
ocupantes. Todos se veían de la misma manera. Sucios, el pelo enmarañado y la
ropa raída. Sólo sus ojos ardían. Con miedo. Asustados. Con el sabor de la libertad,
pero también con miedo a la esperanza por el momento.
Llegué a la siguiente celda, y esta vez me encontré de nuevo con el corazón en la
garganta.
—¡Date prisa! —susurró la voz del pájaro.
Tragué saliva y moví la cerradura, las manos temblorosas peor que antes. Sus
garras envueltas alrededor de las barras y su agudo pico curvo estaba a
centímetros de mi cara mientras yo trabajaba en la cerradura. El bloqueo apareció.
Miré hacia arriba alrededor de los ojos negros, rodeados de amarillo, pero en una
pequeña parte vi que la humanidad existía en él. Tristeza. Parpadeó.
—Hecho —dijo en voz baja, casi avergonzado.
Tiré de la puerta, tropezando de nuevo a la harpía de 1.90 de altura y salió. No
había otra palabra en mi vocabulario para describirlo. Humanoide, pájaro y daba
miedo como el infierno.
Dos celdas más a la izquierda.
Abrí otra celda, ésta completamente oscura. La mujer con el cuerpo de una araña
negra de la cintura se escurrió fuera. Toda la sangre se drenó de mi cara.
—Gracias —dijo la criatura, y me dio el visto bueno que decía mucho.
Mierda.
La última celda. Seguí adelante. Tenía que hacerlo. Fue lo único que previno mi
histeria. Sigue adelante. Trataría con ello más tarde. Mis manos temblaban tanto ahora
que casi dejé caer las llaves. Pero el que se veía como Sebastian puso su gran mano
sobre la mía.
—No. Él se queda. —Tragué dos veces.
—¿Qué? —La persona en el interior ni siquiera había llegado a los barrotes. Su
silueta se mostró sentada contra la pared, con una pierna cruzada—. No podemos
dejarlo.
105
—Él es un cazador τερας. Al igual que el que acaba de morir. Puso a algunos de
nosotros aquí.
Una lenta sensación helada se hundió en la boca de mi estómago. Eché un vistazo a
la figura del barbudo, un temor inexplicable mezclado con algo muy parecido a la
tristeza. Él era un cazador τερας. Uno de los soldados de Athena. ¿Quién sabía lo
que había hecho para disgustarla? Pero me sentía mal dejarlo. Mal, mal, mal.
Negué con la cabeza.
—¡Date prisa! —La voz urgente de la harpía vino de las escaleras.
El viejo Sebastian agarró las llaves de mi mano y se fue. Mis pies parecían haber
echado raíces. No podía moverme. Miré a la figura sombreada en la celda,
sintiendo como si mi corazón se encogiera.
—Yo…
—Sólo vete —dijo su voz ronca. Era la misma voz que le había dicho a la harpía «
Vete a la mierda»—. Yo pertenezco a este lugar.
—¡Chica! ¡Vamos! —Vino la voz del viejo Sebastian de nuevo.
Me tragué las lágrimas calientes que cortaban a través de la suciedad en mi cara.
—Nadie pertenece aquí —le dije.
—Los asesinos sí. Sólo vete. Toma el sendero detrás de las antiguas viviendas de
los esclavos. Esto llevará a la carretera de regreso a New 2. Puede que no tengas
tiempo suficiente para esconderte. Pero no vas a detenerla. Ella ya ha roto el pacto
con el Novem enviando un cazador a la ciudad. Y va a enviar más. No renuncies a
tu cuchilla. Es la razón por la que obtuviste tu libertad. Esa arma es lo único capaz
de matar al cazador. Mantenla segura y en secreto.
Golpeé las barras, con ganas de gritar para pedir las llaves.
—Date prisa, tienes poco tiempo.
—Gracias. —Parecía totalmente insuficiente, pero lo dije de todos modos, mi voz
quebrada. El cazador no me respondió.
Corrí, sintiendo como si hubiera hecho algo malo, algo que sabía que siempre me
arrepentiría. Volé pasando al viejo Sebastian y fui subiendo dos escaleras a la vez.
No había nadie en la casa de la que se corrimos por la puerta principal.
Tomé la iniciativa, en dirección a través del patio grande y debajo de las copas de
los robles de los edificios detrás de la casa principal, la luna creciente iluminaba
nuestro camino.
106
Cuando doblamos la esquina de los barrios de esclavos restaurados, me detuve,
sentía mis pulmones y el tórax agitados por el esfuerzo. Mis ojos recorrieron el
camino y encontraron un pequeño sendero que llevaba al pantano, se confundía de
viñas, palmeras y cipreses.
Un grito de angustia bajo llamó mi atención de nuevo al grupo.
La mujer araña estaba de rodillas, toda una mujer ahora, completamente desnuda,
con la cara hacia atrás a la luz de la luna y los brazos a los costados. Lágrimas de
alivio y alegría corrían por su rostro, algunos de los otros la ayudaron a ponerse de
pie.
—No he sido capaz de cambiar durante doscientos años. Gracias.
Conocía los oscuros ojos de la mujer. Era hermosa la Reina de la Noche, con el
cabello largo y oscuro y nítidas características seductoras.
—De nada —le dije, tratando de sonar normal, pero salió roto y alto.
Sus ojos se estrecharon mientras asimilaba el blanco de mi cabello y los ojos verde
azulado.
—¿Eres τερας? —preguntó.
Abrí la boca para decir que no, pero luego vacilé. No estaba segura de cómo
responder, o qué demonios estaba haciendo aquí, en medio de la nada.
—No sé lo que soy —le respondí finalmente.
El viejo Sebastian puso una mano suave en mi hombro.
—Lo sabrías si fuera una Hecha. Algunos de los que son Hecho, como Arachne
aquí, tienen el poder de cambiar de nuevo a su forma humana.
—Aquí es donde los dejo a todos. —Arachne se volvió hacia mí—. Si alguna vez
me necesitas de mí, sólo di mi nombre. Oiré.
Ella asintió a los demás y luego se precipitó en la oscuridad del pantano.
—Aquí es donde los dejo —dijo la harpía.
Su gran cabeza se inclinó hacia mí, los ojos intensos, el pico casi tocando mi nariz.
La garra extendió la mano, a punto de tocar el pequeño tatuaje de media luna en
mi mejilla y luego en mi cabello. Se echó a reír.
—Liberado por la belleza. Figuras. Fui como tú una vez. No dejes que te afecte,
chiquilla. Tomé mis oportunidades en el pantano.
107
Más cerca, el pico rozó mi mejilla, enviando un escalofrío por mi espalda. Luego
susurró sólo para mí:
—Di mi nombre en voz alta, y lo oiré sin importar la distancia. —Se detuvo y
susurró su nombre.
La palabra mágica hizo que se me pusiera la piel de gallina.
La harpía desplegó sus enormes alas, y se dio a la fuga. La fuerza sopló las hojas
alrededor de mis pies y me agitó el cabello.
Se había ido.
—Vamos —dijo el viejo Sebastian, dirigiéndose con pasos rápidos a la pista.
Nos sumamos a la pandilla, moviéndonos rápidamente a través del pantano.
Nadie habló, pero los sonidos de nuestros jadeos y nuestros pasos a través de la
maleza parecían extrañamente fuertes en mis oídos.
Se sentía como que viajamos durante horas antes de llegar a un camino de tierra.
Finalmente—no más hojas golpeando en mi cara, no más tropezando con raíces y
entrar hasta las pantorrillas en la profundidad del agua y barro. Corrimos hacia el
centro de la vía, con cuidado para no caer en las bandas de las orillas de ambos
lados.
En vez de estar cansada como yo, los otros parecían aumentar la velocidad, para
conseguir un segundo aire. Recordé la mención que había hecho el viejo Sebastian
sobre el poder: Nuestros poderes no funcionan aquí, y me pregunté si sus poderes, lo
que sea, estaban regresando, si eso era lo que les daba esta explosión extra de
energía, mientras que yo estaba a punto de sentarme en el suelo y rendirme.
Pero aun así continué, concentrándome en poner un pie delante del otro hasta que
todo mi cuerpo estuviera entumecido y caliente, y mi nariz seca hasta el punto de
dolor.
El amanecer no había llegado al horizonte cuando tuvimos nuestra primera vista
de las luces de la ciudad desde la parte alta, por lo que nuestro camino era Leake
Avenue, a St. Charles y el anterior Audubon Zoo.
Algunos de los ex-prisioneros se detuvieron. ¡Gracias a Dios! No cuestioné la
decisión, simplemente me incliné, con ambas manos en mis rodillas y traté de
recuperar el aliento. La tensión en los pulmones, la quemadura seca en la garganta,
no se parecía a algo que había sentido antes. Entonces puse mis manos en mis
caderas y me paseé en un pequeño círculo, tratando de caminar, para calmar mi
108
corazón con exceso de trabajo.
Uno de los prisioneros dio una inhalación gigante y luego sacudió su cuerpo como
un perro que se sacude el agua. Algunos trozos de tierra volaron de él, pero no
mucho. Me agarró la mano y la besó.
—Estoy muy agradecido. Te debo mi vida. Clámame, y regresaré el favor si se
presenta alguna vez la necesidad.
Hunter dio un paso atrás. Las dos mujeres de nuestro grupo y otro chico dieron un
paso adelante, dándome las gracias. Todo lo que pude hacer fue asentir. Yo no
sentía que ellos me debieran nada. El que escapara de la celda fue un golpe de
suerte, y lo sabía. Si la cuchilla no hubiera estado en mi mochila, todos seguiríamos
bajo tierra.
Hunter y el resto del grupo, excepto el viejo Sebastian, huyeron hacia la luz del
alba, desvaneciéndose, se separaron y se fueron por caminos diferentes.
Me volví hacia el Sebastian de aspecto similar, la mirada en una de las sombras se
retiraban. Apenas éramos nosotros dos. En la calle oscura y vacía.
Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos lentamente. Su pecho subía, tomando
una profunda respiración. El aire se agitó, soplando en sus ropas y cabello
mientras se envolvía alrededor de él, un tornado suave le ocultó a la vista por un
momento. Se limpió la suciedad y los harapos se reemplazaron con unos vaqueros,
una crujiente camisa blanca y una delgada capa de negro llegó a sus caderas. Su
cabello negro estaba recogido de su afeitada cara, sólo el más leve indicio de barba
en la mandíbula. El tatuaje negro se arremolinaba en alguna parte debajo del cuello
izquierdo de su camisa, por el lado de su cuello y la mandíbula para cerrarse
alrededor de la oreja y la sien.
La sangre latía en mis venas. Tragué saliva y me obligué a no dar un paso atrás, mi
cuerpo completamente inmóvil, él volvió la cabeza hacia mí. El shock robó mi voz.
Un estremecimiento me atravesó. Asentí, tratando de catalogar esta última escena
en todos los demás actos sobrenaturales presenciados en los últimos dos días. No
debería sorprenderme, de verdad, no después de lo que había aprendido en la
cárcel de Athena o visto fuera de ella.
—Supongo que has conocido a mi hijo.
109
Once
Traducido por IzarGim & Felin28
Corregido por Anaizher
S
EBASTIAN ES TU HIJO.—EN REALIDAD NO ERA UNA PREGUNTA, ESTABA haciendo
eco de una declaración. El hecho era evidente.
Eran casi idénticos. Mismo cabello negro, mismos ojos grises, la misma
estructura facial, aunque los labios de Sebastian estaban un poco más llenos y más
oscuros. Tal vez sólo tenía que decirlo en voz alta para conectar con la verdad.
—Michel Lamarliere. —Me tendió la mano con una mirada cálida, intencionada y
con un profundo, profundo conocimiento. Se la estreché con rapidez, distraída por
esos ojos y un ligero temblor de aprehensión. Su mano grande me hacía sentir
pequeña e intrascendente. Más débil. Más joven. Todo cierto, pero seguro como el
infierno que la sensación no tenía que gustarme. 110
—Me puede indicar la dirección correcta para el Garden District —le dije sonando
torpe.
Michel Lamarliere soltó mi mano, sus ojos se estrecharon sobre mi hombro
intentando ubicar nuestra posición.
—Por este camino. —Y echamos a andar.
Dejé escapar un lento suspiro y caminé a su lado, bajando por la calle enmarcada a
ambos lados por pequeñas casas.
—¿Cómo está mi hijo?
Apenas conocía a Sebastian. Lo conoces lo suficiente para querer comértelo. Puse
los ojos en blanco ante la estúpida idea. Me aclaré la garganta y jalé las correas de
la mochila para aliviar los hombros y axilas. Me centré en el asfalto roto.
—Parece que lo está haciendo bien. Realmente no lo sé con certeza. Me está
ayudando. Bueno, su abuela también nos está ayudando, quiero decir, a mí.
—¿Josephine?
—Sí. ¿Es tu madre? —Tan pronto como lo pregunté, recordé a Sebastian diciendo
que Josephine era la mamá de su mamá.
—Dioses, no quisiera nunca esa maldición. No, Josephine era la madre de mi
esposa. ¿Con qué te están ayudando?
—La maldición. —Rápidamente decidí confiar en él—. Mi maldición.
Asintió pensativo uniendo las manos detrás de la espalda mientras caminábamos
por la calle desierta. Viejas casas, árboles y autos estaban envueltos en sombras. En
la distancia, tenues luces naranja parpadeaban a través de las sucias ventanas
acentuando la oscuridad.
Ahora que mi cuerpo se había enfriado del maratón, la piel había quedado húmeda
y fría. Un leve estremecimiento floreció en la parte posterior de mi cuello pero no
era por frío.
—¿Por qué estabas...? —dudé, no estaba segura de cómo preguntar.
—Mi único delito contra Athena fue nacer con una cierta herencia y tomar partido
en contra de su locura. ¿Cómo te llamas hija?
—Ari —recordé las palabras de Sebastian. El comienzo de las nueve familias. Los
Lamarlieres eran brujas. El poder pasaba a través de la línea femenina—. Pensé que
las mujeres eran las únicas que podían hacer…
—¿Magia?
111
Me encogí de hombros. ¿Qué otra palabra había para lo que acababa de hacer?
—La realizan los hombres de vez en cuando —explicó.
—Y eso hace Sebastian…
—Parte hechicero parte vampiro. Y muy especial. —Sí, Sebastian se había olvidado
de compartir eso—. No he visto a mi hijo en casi una década.
Michel hablaba con tristeza.
—Debe pensar que lo abandoné, que lo dejé. Estoy seguro de que en mi ausencia
Josephine le ha fomentado esa impresión. Me temo que tu influencia va a lograr un
cambio en él.
—No creo que haya que preocuparse por eso. Sebastian juega con sus propias
reglas.
Michel sonrió, el orgullo y las lágrimas brillaron en sus ojos.
—Eso es bueno.
Asentí dejando de lado el tema de Sebastian, diez años es un largo tiempo para
estar separados y sólo puedo imaginar las cosas duras que atravesaban la mente de
Michel en estos momentos.
—¿Por qué la harpía no hizo el cambio para volver a su forma humana como lo
hizo Arachne? Porque eso era una harpía ¿verdad?
Michel dejó escapar una risita.
—Sí. Y en todo el tiempo que estuve en ese agujero, tú eres la única a la que ha
dado su verdadero nombre. Guárdalo como el regalo que es. La harpía no puede
dar marcha atrás hacia su forma humana. Athena la hizo sin la capacidad de
cambiar. Arachne sin embargo se hizo con los medios para transformarse, para
poder atraer a los enemigos de Athena con una forma hermosa y luego cambiar y
arremeter contra ellos. —Michel se detuvo y me miró—. Tú nos has liberado y
mataste al hijo de Perseo. Ella te buscará diez veces más.
—De hecho fueron dos —hice una mueca—, maté a dos de ellos.
Él parpadeó sorprendido.
—Entonces has hecho algo que nadie antes había podido lograr —continuó
caminando una vez más—. Debes permanecer en la ciudad bajo la protección de 112
los Lamarlieres. Somos una de las nueve y con el poder de la Novem podemos
mantenerte a salvo.
—Gracias, pero lo que quiero es que esta maldición se vaya y Josephine sabe cómo
hacerlo. Entonces se acabará esta pesadilla. Sin ánimo de ofender.
Se rascó la barbilla.
—Hay que tener cuidado con Josephine.
—Lo sé. Me lo han advertido. Pero ella sabía de mi madre y tendrá el conocimiento
para ayudarme.
Él se quedó quieto mirándome con fijeza, su mente trabajaba procesando mi
información y poniéndome los pelos de punta porque sentí que lo que diría no me
gustaría. Maldijo con una voz sin aliento.
—La hija de Eleni. —Una oleada de frío me atravesó el estómago—. No me extraña
que te quiera.
No le pregunté quién. Josephine. Athena. De repente, ya no quise saber. Sólo
quería que todo se arreglara.
Tal vez si desaparecía la maldición ninguno de ellos se preocuparía más por mí.
Michel se acercó y puso una mano en mi hombro.
—No tengas miedo —me dijo— esto es para tu propio beneficio.
Me puse tensa justo antes de caer al suelo. Mi visión se volvió negra.
Imágenes al azar llenaron mi mente. La prisión. Violet con su máscara. La nariz
blanca lechosa de Pascal, una boca abierta mostrando los dientes, tan cerca. Mi
madre frente al espejo con el rostro lleno de lágrimas, agitando las manos para
desprender las serpientes imaginarias de su cuero cabelludo. La harpía aleteando
con sus grandes alas, golpeando el vidrio y cantando a coro con otras aves. La luz
del sol. Sábanas limpias y olorosas.
¿Sabanas limpias?
Mis ojos se abrieron de golpe. Los pájaros cantaban, revoloteaban y se movían
entre las vides que se desparramaban por el costado de la ventana. Me froté los
ojos, limpiándome las lágrimas que brotaban por el bostezo. Mi cara se sentía vieja
y pesada, mi cuerpo torpe y cansado, pero a medida que me movía, me estiraba y
me acurrucaba contra el suave colchón, comencé a sentirme más como mi viejo yo.
Las aspas del ventilador en el techo corrían lentamente, acariciándome con una
brisa suave. 113
No pasó mucho tiempo antes de que me diera cuenta de que estaba en una de las
habitaciones de la planta baja con vista al jardín, similar a la de la casa de Jean
Salomón en Dumaine Street. Alguien me había puesto una camiseta blanca y unos
pantalones de pijama blancos con cordón. Tenía los pies desnudos. Me bajé de la
cama y crucé el piso de madera hasta un conjunto de puertas francesas, las abrí y
me encontré con una hermosa puesta de sol de invierno en el French Quarter. El
aire era frío, pero el sol había calentado los adoquines de ladrillo y emanaban
calor.
Dormí todo el día, desde el amanecer hasta la puesta del sol. Es lo que sucede
cuando pasas toda la noche rompiendo la «prisión-diosa» y caminas con dificultad
a través del pantano para volver a la civilización.
Ni cerraduras en las puertas. Ni cárcel. Simplemente Michel se encargó de que me
pusieran en una cama suave. Michel, sabía de mi madre.
Y que probablemente sabía todo sobre mi maldición.
Más allá de las paredes altas de ladrillo, el clip-clop de los cascos en la calle y el
crujido de las ruedas de los carros atraparon mi atención. Voces apagadas flotaban
a través del patio. Apreté el marco de la puerta. Dios, me hubiera gustado que mi
madre todavía estuviera aquí, que hubiéramos tenido más tiempo. Que pudiera
mirarme ahora para ver cuánto he crecido.
Empecé a entender por qué mi madre había elegido vivir en este lugar. Estaba
lleno de belleza, no solo se veía, también se sentía, se olía y saboreaba. Tomé una
bocanada de aire tratando de sofocar la opresión del pecho antes de volver a la
habitación.
Había una pila de ropa cuidadosamente doblada sobre la cómoda. No era mía.
Pensé que la mía se había arruinado tanto que no soportaría una lavada. Un par de
pantalones vaqueros y mi camiseta strech negra. Las botas negras estaban limpias
y había calcetines y ropa interior nueva también. Mi mochila estaba en el suelo
junto a la cómoda. Después de una revisión rápida me sentí aliviada al descubrir
que no había sido abierta. Mi arma por supuesto se había ido. La había tomado el
cazador τερας. Pero la cuchilla sí estaba y era lo único que me importaba. La daga
era más letal que la pistola.
En el cuarto de baño me di una ducha rápida, me lavé el pelo sucio dos veces y
pensé en cómo habría llegado hasta aquí, lo que haría y cómo diablos iba a hacer
que Michel me dijera lo que sabía.
Apreté el cabello para quitar el exceso de agua preguntándome qué querría de mí
114
Athena y si era ella la que había maldecido a mi familia, para empezar. Pero ¿por
qué una diosa nos iba a destinar a morir a los veintiún años? ¿Por qué nos hacen
tener inmutable el cabello y los ojos del color de un mar de neón? En todo caso, lo
que llamó mi atención fue algo que dijo Michel que Athena me odiaba. ¿Por qué?
Me sequé, usé los artículos de tocador que me habían dejado y me vestí con la ropa
nueva.
Debajo del lavabo me encontré con un secador de pelo.
Mi cabello estaba todavía húmedo pero me di por vencida y me lo trencé para
convertir el gran montón en algo más manejable y menos llamativo. Una vez que
terminé, salí de la habitación con una sensación energizada, balanceando mi
mochila por encima del hombro en busca de algo para comer. No podía recordar la
última vez que había comido.
Ah, sí podía. Buñuelos con Sebastian.
La casa era enorme y llena de objetos antiguos. La guarida de un brujo o hechicero.
Seguro. En el segundo piso atravesé un salón doble. Escuché una variedad de
voces que venían de detrás de las puertas altas de madera. Me escondí detrás de
una gran urna cuando pasó una sirvienta llevando una bandeja. Hablaban de mí.
Después de que la dama pasó, me asomé para echar un vistazo a la enorme
biblioteca. Comprobé que no viniera nadie más, me estiré, adelanté un pie y dejé la
puerta entreabierta.
—Es demasiado peligroso mantenerla aquí Michel. Lo sabes. Athena vendrá con
toda su fuerza y poder contra nosotros.
—Rowen está en lo correcto. Ya viste lo que sucedió cuando albergamos a Eleni.
El costo para nosotros y para toda esta ciudad. Los huracanes casi la destruyeron.
—Pero juntos tenemos el poder para protegernos. Juntos somos fuertes —dijo
Michel—, y juntos seremos lo suficientemente fuertes como para acoger a esta
niña.
—No mientras ella lleve la maldición —dijo otra voz—. Incluso sin Athena, esa
niña es un peligro para nosotros y para todo el mundo en esta ciudad. Ningún
poder puede detener lo que ella haría una vez que madure.
—Ella no se ha introducido en su maldición. No representa ningún daño para
nosotros por ahora. Si la ayudamos a deshacerse de la maldición —propuso
Michel—, ya no será de utilidad para Athena y no habrá ningún daño para 115
nosotros.
—¿Ayudarla a deshacerse de ella? —Esa era Josephine—. ¿Te das cuenta de la
ventaja de que la chica esté con nosotros? Piensa en el poder que tendremos. El
poder sobre los dioses. Podemos deshacernos de ellos para siempre.
La dura voz de Michel estalló en mis oídos.
—¡Escucha Josephine! Esto fue lo que nos metió en problemas la primera vez. Si
no hubieras intentado utilizar a Eleni no estaríamos ahora en esta situación. Y
ahora qué ¿vas a utilizar a su hija? ¿Por el poder?
—Por la protección —lo corrigió—. Athena ha sido nuestra enemiga desde la
Inquisición, cuando trató de limpiar a todos de la faz del planeta. Tiene miedo,
miedo de que nos volvamos demasiado poderosos, miedo de lo que hizo, de que
sus propias creaciones se vuelvan contra ella. Guardamos a la chica y le ayudamos
a convertirse en lo que está destinada a ser. Entonces Athena o cualquier dios, para
el caso, no se atreverán a desafiarnos.
—¿Qué sugieres? ¿Encarcelarla? No. Yo prohíbo esto.
Josephine se echó a reír.
—No puedes prohibir nada, Michel. Este es un consejo. Y las normas se ponen por
mayoría.
—No me siento bien usando a una niña de esta manera, pero tampoco puedo
soportar otro golpe a la ciudad como el de hace trece años —dijo una nueva voz—.
Hemos tenido paz en New 2, la paz que hemos estado buscando durante mucho
tiempo. Acoger o ayudar a esta niña causará una guerra entre nosotros y Athena.
Yo digo que se vaya y pruebe sus posibilidades fuera de The Rim.
—No, no se puede ir —dijo Michel—, piensa un poco Nickolai. No puede
esconderse de Athena. Esa chica ni siquiera sabe de lo que es capaz. Una vez que la
diosa la tenga, puede y la va a usar contra nosotros. Ella debe quedarse, pero no
como un arma. Necesitamos protegerla.
Se me secó la garganta. Con el corazón acelerado me recosté contra la pared. La
sangre latía tan rápido en mis oídos que no pude oír más aunque hubiera querido.
No sabía qué hacer así que corrí.
Salí a la calle, justo frente a un caballo que trotaba tirando un carro lleno de
turistas. Estuve tan cerca que su cálido aliento me abanicó la mejilla antes de que
avanzara tropezando hasta el otro lado de la calle.
116
Me detuve en la esquina agarrada de una farola, apoyándome y tratando de
recuperar el aliento. Las lágrimas picaban pero no caían. Quería volver, tomar por
asalto a la biblioteca y decirles que estaban todos equivocados. No era un arma.
No tenía poderes como el Novem y no era una doué.
Tomé la decisión por ellos. Me iría de New 2. Si Athena había causado los
huracanes debido a que el Novem había acogido a mi madre, no se sabía lo que
haría ahora por mí, por los cazadores que maté y los prisioneros que había
liberado.
Tenía una sensación de rigidez y vacío. Caminé por las calles del French Quarter a
la caída del sol mientras las farolas volvían a la vida, utilizando el tiempo para
ordenar mis pensamientos y decidir mi próximo movimiento. Podría buscar un
teléfono para llamar a Bruce y Casey, pero la última cosa que quería era atraerlos a
este monstruoso espectáculo sobrenatural donde yo jugaba el papel principal.
Usé mis últimos cinco dólares en comprar un bocadillo de camarones a un
pequeño proveedor de Jackson Square y me senté en un banco. Una banda de tres
hombres tocaba jazz en la catedral y el traga-fuegos realizaba su espectáculo.
La luz se reflejaba en las lentejuelas, máscaras y perlas de los trajes. El lugar
rezumaba voces y música y risas. Era un buen momento para mezclarse, ahora
que la luna se había levantado y la ciudad había despertado a la vida.
Crank había decorado su camión de UPS y se encontraba en la acera frente a 1331
First Street, el mismo lugar donde me dijo que me quedara aquí en el Garden
District. Un viejo Toyota Camry estaba en la calzada, sin etiquetas y todo cubierto
de calcomanías. Me detuve bajo el follaje de un roble oculto por las sombras y
cubierto de musgo por todas partes. Mi mirada barrió la calle oscura, la puerta de
hierro y las ventanas.
El Novem tenía que haber descubierto que huí. Pero no me iría sin la caja de mi
madre.
Hasta ahora había sido capaz de pegarme a las sombras negras que colgaban sobre
las calles del Garden District. La única luz, de las pocas que funcionaban a lo largo
de St. Charles Avenue, venía de las casas. Desde mi punto de observación estudié
la altura de la casa y el perímetro, mientras masticaba suavemente el interior de la
mejilla.
La humedad se colaba bajo mi piel. El aire se había estancado. Nada se movía.
Hora de irse. Me lancé al otro lado de la calle, manteniendo mis pasos fuera de la
117
luz. El objetivo era la esquina de la reja de hierro forjado. Las enredaderas había
inundado esa parte de la reja haciendo más fácil pasar por encima.
Una vez que mis pies se posaron en la suave cama de hojas húmedas corrí a la
parte posterior de la casa, teniendo cuidado de mantenerme abajo y adherida a las
sombras. Después de una pausa rápida detrás del borde de la magnolia, me lancé a
través del patio y abrí las puertas francesas, deslizándose dentro y cerrándolas
lentamente.
Las luces estaban encendidas pero la casa estaba en silencio. El salón estaba vacío,
lo mismo que el comedor «Cript» y la cocina. Llena de esperanza me detuve en las
escaleras y escuché. Nada. Corrí por las escaleras y me dirigí a la habitación. Tenía
que hacerlo y salir sin ser vista, sin tener que explicar o decir adiós… Quizá no era
la mejor manera, pero sería más fácil para todos los involucrados.
La puerta del dormitorio estaba entreabierta y todo lo que tenía que hacer era
empujarla y colarme dentro. Sin embargo, una vez que entré me detuve.
Violet yacía acurrucada de espaldas a mí en la bolsa de dormir de Crank, con
Pascal estirado y acurrucado contra la curva de su espalda.
Me moví. Las tablas del suelo crujieron. Pascal levantó la cabeza y poco a poco se
volvió en mi dirección. Parpadeó al tiempo que Violet se despertaba y miraba por
encima del hombro. Se levantó quitando Pascal para no aplastarlo y lo dejó a su
lado en el suelo. La máscara azul marino colgaba de su cuello y la subió a la parte
superior de la cabeza. Me miró con solemnidad, con los ojos tan grandes y negros
como la recordaba. Un segundo de calor se extendió por mi pecho y quise ir a
sentarme a su lado, para conocerla, para…
No, me tenía que ir.
—Hola Violet. —Fui a la caja consciente de que su mirada me seguía. Mis manos se
deslizaron alrededor de la caja. Sólo tomaría la caja y me iría. Violet estaría bien sin
mí. Lo que, para empezar, era una idea estúpida. Violet se las había arreglado muy
bien sin mí durante todos estos años y ciertamente no se inmutaría por alguien que
conoció hacía unos días.
Sostuve la caja contra mí con un nudo en la garganta. Violet y yo éramos lo
mismo, la misma realidad. Diferentes. Y solas.
Pero Violet tenía algo que yo envidiaba, algo que yo admiraba. Aceptó lo que era.
No trató de ocultar o ser algo que no era. La diferencia es que yo no quería otra
cosa que ser normal, distinta a lo que era.
118
—Sebastian está buscándote. Todo el mundo te está buscando —dijo Violet con
un pequeño susurro. Acariciaba la espalda del Pascal— ¿Qué te ha pasado Ari?
—Nada. —Agarré con fuerza la caja—. Cuida de ti misma Violet. No cambies
nunca.
Casi corrí a la puerta cuando me dijo:
—Tú tampoco deberías, ya lo sabes.
Seguí caminando.
Doce
Traducido por 5hip
Corregido por Anaizher
E
STABA EN LA SALA EN EL MOMENTO EN QUE RECORDÉ LOS REGALOS que había
comprado el día anterior, el día que el cazador τερας había llegado al
mercado. Rápidamente puse la caja en la mesa del vestíbulo y saqué el
rompecabezas para Crank y los buñuelos, que estaban probablemente rancios ya,
para los chicos. Saqué la máscara que había comprado para Violet, tomándome un
segundo para frotar el pulgar sobre la superficie suave. Y pensar que nada me
gustaría más que usar una máscara así, para poder ocultarme como siempre había
hecho. Un pequeño nudo de culpabilidad se formó en mis entrañas. No estaba
practicando exactamente lo que predicaba ¿o sí?
Pero claro, Violet no tenía una diosa griega detrás de su culo o un vampiro
sediento de poder queriendo usarla como arma.
119
De repente, los vellos de la nuca se me levantaron y un miedo frío me cortó debajo
de la piel.
Alguien estaba detrás de mí.
Cerré los párpados e inhalé una respiración profunda y tranquila, apretando el
puño a mi lado. Sí. Definitivamente alguien estaba detrás de mí. Y ese alguien era
más alto, más grande y tan silencioso como una estatua. Tensé los músculos
preparándome.
Uno. Dos. Tres.
¡Ahora!
Me dejé caer en cuclillas, girando y balanceando una pierna hacia fuera, que
conectó con una pantorrilla y siguió avanzando hasta que los pies del intruso se
levantaron del suelo y su cuerpo cayó hacia atrás.
Lo curioso fue que nunca golpeó el suelo.
Las puntas de mis dedos se apoyaron en el suelo mientras retiraba mi pierna
debajo de mí, lista para lanzarla, pero su cuerpo se giró en el aire y quedó frente al
suelo. La punta de sus dedos y sus zapatos tocaron suavemente el suelo y rebotó
como una pelota, empujándose hacia arriba a su posición de pie.
Completamente antinatural. No estaba tratando con un ser humano.
Salté sobre mis pies y giré levantando una mano, pero la suya ya estaba sobre mi
antebrazo. Lancé la otra mano. Y la atrapó también. Su rostro angular y duro se
iluminó arrogante con la victoria. Estúpido. Siempre caen con este movimiento.
Ahora no tenía nada con que proteger el área de la ingle, las rodillas o espinillas de
una patada.
Pero en vez de hacerlo, algo me hizo clic.
—¿Daniel? —Mi rodilla se congeló medio doblada, recordando el rostro y el
nombre en el mismo instante. El secretario de Josephine—. ¿Qué demonios estás
haciendo aquí?
No había duda de que él preferiría estar en cualquier otro lugar. Con un gesto
molesto, ignoró la pregunta y soltó mis muñecas para sacar un sobre blanco del
interior de su chaqueta negra formal. Bueno, no me extraña que estuviera irritado,
estaba aquí en vez de en cualquier baile o fiesta de Mardi Gras para la que se
hubiera vestido. 120
Ondeó el sobre delante de mi cara. Lo cogí, saqué la tarjeta y era una invitación a
un baile, mi corazón seguía latiendo con fuerza. Fruncí el ceño, confusa hasta que
vi la pequeña nota, cuidadosamente escrita en la parte inferior.
Las familia Arnaud solicita su presencia esta noche, a las 12 a.m. en 716 Dauphine,
para unirse a sus amigos Sebastian, Jenna, Dub y Henri.
—Ella los tiene —susurré. Mi mano se cerró con fuerza alrededor de la invitación
cuando Daniel se arregló la chaqueta, asintió una vez y se marchó por la puerta
principal. Estúpido.
Josephine Arnaud tenía a los otros. El Novem no necesita recorrer la ciudad
buscándome. Todo lo que tenían que hacer era tomar a mis amigos y yo llegaría.
Me pregunté quién más en el consejo sabía que Josephine estaba reteniéndolos
para llegar a mí, si habían tomado la decisión por unanimidad.
—¿Qué dice? —preguntó Violet, de pie en el último escalón con Pascal. Estaba
demasiado enfadada para hablar así que le entregué el pedazo de papel grueso y
arrugado. Violet lo miró como si acabara de entregarle una pelota de tenis. Me la
devolvió—. No sé leer.
Me quedé inmóvil por un segundo, sorprendida. ¿Violet no sabía leer? La lástima
se agitó en mi estómago. La niña nunca había tenido la oportunidad de aprender.
Dub la había encontrado viviendo sola en la casa flotante de un trampero y no
había escuelas ni maestros viviendo en los pantanos.
Le dije a Violet lo que estaba escrito en el interior de la invitación, con cuidado de
mantener la voz para no traicionar mi reacción.
—¿Qué debemos hacer?
—Supongo —le dije—, que vamos a un baile de máscaras.
Una lenta sonrisa felina se extendió por su rostro, mostrando la punta de los
colmillos y dándome escalofríos
—Excelente. —Subió corriendo las escaleras y se detuvo a medio camino para
volverse—. Ven. Elige un traje y una máscara. Tengo un montón.
Corrí por las escaleras y seguí a Violet a una habitación al final del pasillo, frente a
la puerta de Sebastian. 121
Sacó una llave que colgaba de un cordón negro alrededor de su cuello y abrió la
puerta. Había una pequeña lámpara cubierta con un pañuelo rojo quemado cerca
de una cama individual y cuatro postes de los que colgaban perlas, pañuelos y
máscaras. Fue como entrar en el Mundo Mardi Gras. Cada centímetro de espacio
de pared estaba cubierta con máscaras. Montones de vestidos y trajes habían sido
extendidos por orden y apilados contra las paredes.
La luz se reflejaba sobre las lentejuelas, perlas y cristales, proyectando un arco iris
de colores en el techo. El efecto era mágico.
—¿Son todos tuyos?
Violet puso a Pascal en la cama.
—Ahora lo son. Colecciono estas cosas.
—¿Por qué?
Me miró como si no pudiera entender la pregunta, como si la respuesta fuera
obvia. Entonces comenzó a escarbar entre montones de hermosas creaciones y
disfraces.
—El baile Arnaud es muy formal. Cada familia tiene el suyo y luego, en la última
noche Mardi Gras, tienen el baile general. Necesitarás algo para mezclarte... no,
este no... Ah. Este es el indicado.
Violet se puso en medio de la pila como una pequeña hada oscura dentro de un
anillo de diamantes y sostuvo un vestido de raso negro con adornos en blanco. El
corpiño era strapless y tenía cientos de perlas y diamantes de imitación, como
estrellas en un cielo pintado.
—Coincide con tu tatuaje y se verá bien con tu pelo. Como un dominó. Blanco y
negro.
Ella pisoteó encima de los vestidos desechados, me entregó su elección y se paró
frente a la pared, buscando justo la máscara correcta. Realmente no me importaba
lo que escogiera. Sólo quería entrar en la casa de Josephine y poner a mis amigos a
salvo. Pero mis manos acariciaban la tela suave y mi corazón saltó con...
anticipación. Supongo que había una chica en mí después de todo, porque pensé
que el vestido era increíble.
—Esta —dijo Violet, señalando.
Seguí la dirección de su diminuto dedo a una máscara de satén blanco brillante que 122
se inclinaba hacia arriba en las esquinas y estaba adornada con pequeñas y difusas
plumas negras y pedrería. Solo me cubriría los ojos, las cejas y el puente de la
nariz.
Era lo suficientemente alta como para alcanzarla, así que la bajé mientras Violet iba
a buscar su propio disfraz. Pensé en decirle que se quedara, pero ¿quién era yo
para decidir eso? No tenía derecho sobre Violet. La chica era dueña de su persona,
había vivido sola en el pantano por Dios sabe cuánto tiempo. Haría lo que quisiera
y probablemente la ofendería si le dijera lo contrario.
—¿Violet? —dije quitándome la blusa y los vaqueros para ponerme el vestido.
—¿Hmm?
—¿Hay escuelas en New 2?
Sus pequeños hombros se encogieron dándome la espalda mientras buscaba en la
pila.
—El Novem tiene una escuela, pero es solo para sus niños y los niños con un
montón de dinero. No para nosotros. Hay una mujer que llega a la GD una vez a la
semana para enseñar a quien quiera escuchar.
Violet se puso un vestido púrpura que llegaba a mitad de la pantorrilla, dejando al
descubierto sus demasiado grandes zapatos negros y calcetines a rayas negro y
blanco. Se quitó la máscara de la cabeza y cogió una de un armario cubierto con
máscaras. Era púrpura y blanco para que coincidiera con el vestido y con su corto
cabello negro, el atuendo le daba un cierto aire punk. Hada punk, decidí.
Al ver mi lucha para cerrar el zipper de la espalda del vestido de fiesta, Violet me
dio la vuelta para ayudarme. Era ajustado y realzaba mis pechos, creando un valle
donde por lo general no había ninguno. Los hombros y cuello desnudos me
hicieron sentir un poco vulnerable, pero podía lidiar con eso. El dobladillo del
vestido apenas cubría la punta de mis botas negras, así que me las dejé puestas y
luego me coloqué la máscara sobre la cara.
Inmediatamente me gustó la sensación de estar escondida. De que nadie supiera
quién era o qué estaba mal en mí. Aunque el cabello me delataría. Lo metería en un
moño ajustado en la nuca. Violet me entregó un par de pendientes de presión, con
arañas hechas de piedras negras y circonitas cúbicas. Mi cuello quedó desnudo, los
pendientes y la máscara eran suficiente decoración.
Después de localizar un cinturón de cuero, me até la cuchilla τερας en el exterior
del muslo. Golpearía contra la pierna, pero la falda era suelta y fluida, así que tenía 123
un montón de espacio para moverme.
—Perfecto.
A medida que nos apresurábamos escaleras abajo, de repente sentí como si
estuviera viviendo un sueño. Un sueño en el que flotaba bajando por las escaleras
de una casa antigua, un sueño en el que yo era la belleza del baile, y la noche era
mía para poseer.
El aire frío del exterior solo aumentó mi excitación cuando nos lanzamos a la calle
vacía rodeadas de color y sonido. El rumor de las faldas. La risita encantada de
Violet. Los sonidos hacían eco a nuestro alrededor.
No debería disfrutar tanto del torbellino de tela alrededor de mis piernas o de la
emoción sin aliento que provenía de bajar corriendo por una carretera oscura y
misteriosa con viejas mansiones decadentes a mi alrededor. Mirar a través de la
máscara me hacía una persona diferente, una versión confiada de mí misma. Eso
me hizo hermosa, misteriosa y poderosa, como si perteneciera a la noche y a la
magia que existía aquí como en ningún otro lugar en la tierra. Y me pertenecía.
Estaba sin aliento cuando llegamos a St. Charles Avenue para tomar el tranvía
lleno de turistas disfrazados. Violet pagó nuestra tarifa, yo ni siquiera había
pensado más allá de jugar a disfrazarme y rescatar a nuestros amigos. Al menos
una de nosotras estaba preparada.
La conversación fue ruidosa y alegre mientras el coche rodaba hacia a French
Quarter, donde salimos y caminamos a paso rápido, pasando multitud de personas
disfrazadas y sin disfraz que se abrían camino hacia la Royal Street para el desfile
nocturno. La música flotaba en el barrio, mezclándose con la juerga y
desentonando con las melodías ocasionales de los clubes y bares.
La casa Arnaud dominaba la esquina de Dauphine y Orleans Streets. Era de tres
pisos, con dos balcones y pasamanos con herrajes de encaje. Los helechos colgaban
de los adornos de volutas y las altas ventanas estaban iluminadas desde el interior,
las sombras pasaban y la música clásica fluía desde la casa.
Violet y yo nos detuvimos en la acera frente a la casa y vimos cómo un grupo de
mujeres y hombres enmascarados entraba. Dos mayordomos en traje formal hacían
guardia en la puerta. Mi mano jugueteaba con la invitación doblada. Habíamos
llegado temprano y disfrazadas. Y parecía que esas eran las únicas dos cosas a
nuestro favor. El verdadero desafío esperaba dentro.
—¿Estás lista?
124
Violet deslizó su pequeña mano en la mía y apretó. Levantó la cabeza, sus grandes
ojos iluminados, incluso a través de los orificios de la máscara.
—Siiiiiii.
Trece
Traducido por kristel98
Corregido por Angeles Rangel
E
L PRIMER PISO DE LA MANSIÓN ESTABA LLENO DE GENTE ENMASCARADA,
moviéndose a través de las habitaciones, distrayéndome en sus coloridos
trajes brillantes. Los sonidos de conversaciones y las risas fueron realzados
por la brisa ocasional que entraba por las ventanas abiertas y se mezclaban con el
cuarteto de cuerda suave que tocaba en el salón en el segundo piso.
Subí, siguiendo la música. El baile era impresionante y surrealista, como si me
hubiera ido a otro país cientos de años en el pasado.
Zigzagueé a través de la multitud de personas en la parte posterior de la casa y el
balcón que daba al gran patio fijado con mesas redondas, flores recién cortadas y
centros de vela. Los camareros se movían por debajo de filamentos 125
resplandecientes de luces colgadas de las ramas de los árboles.
Me aferré a la barandilla de hierro forjado y exploré la multitud debajo en busca de
Josephine o Michel. Pero era difícil distinguir a alguien en sus máscaras. Fui a
transmitir mi decepción a Violet, pero ella se había ido.
—Violet —susurré volviéndome con rapidez y volviendo a través de la casa, pero
no había rastro de ella.
Los mayordomos habían cerrado las puertas de entrada y sellaron la residencia por
todos lados. Violet estaba aquí en alguna parte.
Y entonces estaban los otros. Céntrate. Josephine no les haría daño, ¿verdad? Sebastian
era su nieto, después de todo y los demás eran sus amigos. Pero ella misma había
dicho que no tenía un corazón.
Después de un chequeo completo, pero muy discreto del primer piso, me levanté
la falda y me apresuré a volver a la segunda planta, con la intención de buscar allí.
El Baile había comenzado en el salón. Una multitud se reunió para ver el
espectáculo de bailarines girando en una nebulosa de brillantes colores. Poco a
poco me abrí paso a través para rodear el borde de la pista de baile.
—Ah, una belleza entre las bellezas —dijo una voz con acento francés mientras
caía una mano sobre mi brazo, me dirigía a través de los espectadores—.
¿Problemas con el vals?
Abrí la boca mientras me empujaba suavemente hacia atrás. Habíamos pasado
entre la multitud y estábamos en la pista de baile. Su cálida mano se deslizó por mi
brazo hasta mi cintura, guiándome hacia él y yo dando vueltas.
Mi cuerpo se puso rígido. Separé su mano de la parte baja de mi espalda
separándome ligeramente. Pero no me soltó.
—No soy la mejor bailarina —murmuré, vencida por un profundo sentimiento de
vergüenza. Yo no sabía cómo hacer esto. No pertenezco aquí. Con estas personas—
. Yo realmente debería…
—Un baile. Por favor. —Él aumentó sus pasos para mantener el ritmo de los otros
en el suelo y giró en una dirección, en un óvalo rápido y sin aliento. El sudor
estalló lo largo de mi espalda. Mis ojos recorrieron la multitud un lugar para
escapar—. Relájate, cariño. Sólo déjeme llevar.
Mi mente trató de ponerse al día cuando me movió a lo largo, haciéndome girar y
llevar la corriente. 126
—Respira. Sirve de ayuda si respiras —dijo, la risa en su voz.
Mi exhalación vino inmediatamente, no me di cuenta de que había estado
conteniendo el aliento. Mis dedos se flexionaron en su hombro mientras mis pies
empezaron a recoger los sencillos pasos.
Pasamos junto a una escalera, mi mirada fue hasta la máscara cortando mi visión y
me vi obligada a prestar atención a mi pareja. Quería escapar, pero algo dentro de
mí quería quedarse también.
Sus ojos, mejillas y nariz estaban envueltos en una simple máscara de oro, pero él
era alto y joven. Sus labios se curvaron en una media sonrisa y sus ojos brillaban
como dos esmeraldas en poder de la luz. Su cabello era castaño claro y ondulado,
tocado por el sol y lo suficientemente largo para rizar sobre sus orejas y el cuello de
su camisa blanca.
Las sutiles notas de colonia me hicieron respirar a pleno pulmón. Lindo.
Había algo acerca de estar detrás de la máscara que me permitió relajarme con este
baile, ser otra persona, una joven que le encantaba divertirse, bailar con un
hombre, coquetear y sentirse especial.
Giré y giré, perdiendo la noción del tiempo.
Cambié parejas muchas veces y parecía como si cada hombre enmascarado que me
sostenía era más misterioso y atractivo que el anterior. La música trinó. Crecí
bebida en ella, en la belleza y la risa y la calidez en mi cuerpo.
Me solté de repente de mi pareja, riendo y girando hasta que otro me tomó por la
cintura, mi impulso golpeó mi frente contra su pecho.
—¡Oh, lo siento! —Hice una pausa, respirando rápido—. Es usted de nuevo.
Mi primera pareja había vuelto y me mantenía cerca, su mano caliente contra mi
espalda. Se inclinó y rozó mi oreja con sus labios. Un silbido de aire ligero pasó a
través de mi estómago.
—No lo lamentes. Yo no lo hago. —Me besó en la oreja y luego me llevó a otro
baile.
—¿Cómo te llamas? —preguntó—. ¿Ninfa? ¿Sirena? ¿Princesa de hadas?
Había algo gozoso en coquetear, en el sentido de poder que me dio.
—No soy ninguna de esas cosas —le dije, sonriendo.
—Ah, es más, mucho más. —Me atrajo más cerca, nuestros pechos tocando
127
mientras el lado de su mejilla se posó sobre mi sien—. Te llamaré la Reina Luna.
Me eché a reír.
—Entonces, ¿en qué te convierte eso?
—Buena pregunta. —Se echó hacia atrás para mirar hacia mí. Una lenta sonrisa tiró
de su boca—: Ser el rey sería muy aburrido. Yo prefiero con mucho… consorte de
la reina.
El calor quemaba mis mejillas y mi respiración se hizo fatigosa. Su boca rozó mi
sien, lentamente, perezosamente arrastrando sus labios a mi mejilla, mi oreja y
luego mi cuello, enviando escalofríos calientes por mi espina dorsal. Yo quería
más, quería caer en una espiral descuidado de sensaciones.
Al diablo con las consecuencias. Él me llevó más cerca como si percibiera mi
necesidad. Y lo dejé, exponiendo mi cuello más a medida que giramos en la
habitación.
Tragué saliva, en algún lugar en el fondo de mi mente sabía que era demasiado
rápido y demasiado extraño, pero el mural del techo y las luces mezclándose en
colores brillantes me distrajo.
Sus brazos se apretaron mientras besaba mi cuello, pequeños, ligeros besos y el
aliento caliente debilitó mis extremidades. Mis ojos giraron, cayendo sobre los
bailarines, la música desapareciendo a un segundo plano, las voces y las risas que
yendo con ello.
Mientras flotaba alrededor de la pista de baile, vi destellos de cosas, cosas sin
sentido. Otros hombres y mujeres enmascarados, poniendo sus labios sobre el
cuello de su pareja. Algunos contra las paredes. Besando. Suspiros de placer. Una
pareja morena y su boca yendo a su cuello, su cabeza contra la pared, con los ojos
cerrados.
Alrededor de la habitación. El trueno de mi pulso ahogó la música. Mis respuestas
se convirtieron lentas y perezosas, pero por dentro el fuego rabió. Al llegar al lugar
donde la pareja morena se besaba en la pared, no podía dejar de mirar de nuevo.
Oh mi Dios, los labios del chico se retiraron, sus dientes se alargaron mientras se
hundían en el cuello expuesto de la chica. En el mismo momento, mi pareja
chasqueó su lengua y se arremolinó alrededor de mi cuello.
Mis uñas negras cortas se clavaron en el hombro de mi pareja mientras los labios
de la chica se abrieron. No estaba segura de sí oí el gemido de placer o
simplemente lo imaginé. Pero sonó en mis oídos.
128
Mi corazón latía con fuerza, volteando mi estómago. No podía respirar. Mi visión
se debilitó y la habitación daba vueltas.
De repente, la pared del fondo se presionó contra mi espalda, mi pareja me
depositaba allí mientras sus dientes rozaban la piel de mi cuello. Estaba perdida y
no me importaba. Yo era otra persona, una extraña enmascarada, una mujer
deseada.
Sí.
Y luego él se había ido.
El aire frío acarició por mi piel caliente. Parpadeé, la mente confusa y fuera de
concentración, perdiendo el contacto.
—Déjala en paz, Gabriel —dijo una voz familiar.
La sensación de ebriedad se negó a irse, pero hice todo lo imposible por
concentrarme, al darme cuenta de que algo no estaba bien. Mis reacciones no eran
las adecuadas.
—Ella no quiere estar sola —dijo mi pareja—. Pregúntale.
La habitación aún giraba por encima de mí, pero la música era cada vez más clara,
las voces a mí alrededor más nítida. Una figura con una máscara negra entró en mi
línea de visión y levantó su máscara.
Fue como un balde de agua fría.
—¿Sebastian?
129
Catorce
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Juli_Arg
C
ON ALGUNOS PARPADEOS RÁPIDOS, LOS DOS TIPOS FRENTE A MÍ llegaron a un
enfoque nítido. Mi cara se puso más caliente que la superficie del sol
mientras me hundía mi comportamiento y me di cuenta de lo que casi
había hecho. ¡Idiota! Si hubiera tenido un solo deseo en ese momento, habría sido
desaparecer. Simplemente desaparecer en una nube de humo mortificado.
Había bebedores de sangre, vampiros, en todo mí alrededor. Tomando libremente
de aquellos que ofrecían sus cuellos brillantes blancos, los juerguistas perdidos en
una especie de estado hipnótico donde lo único que importaba era la sensación y la
necesidad. Y yo hubiera sido uno de ellos si Sebastian no hubiera intervenido.
¿Estaba tan débil, que estaba dispuesta a saciar «la necesidad» de Gabriel? 130
—Ari —dijo Sebastian—, ¿estás bien?
Me aparté de la pared.
—Estoy bien. —Pero yo estaba enojada con lo ingenua y complaciente que había
estado, cabreada con el calor que irradiaba todavía por debajo de mi piel y los
estrechos confines del vestido. Gracias a Dios por la máscara. Por lo menos mi cara
roja estaba parcialmente oculta. Traté de no mirar directamente a lo que sucedía a
nuestro alrededor. Continuaban los bailarines, los juerguistas todavía charlaban,
pero los otros, los que abrazaban contra las paredes, en los rincones oscuros...—.
¿Esto es lo que eres, Sebastian?
Su boca se endureció.
Gabriel se echó a reír, con los ojos arrugándose detrás de la máscara de oro.
—Sebastian niega lo que es. Pero es lo mismo que yo.
El iris de Sebastian fue oscuro y tormentoso. Un músculo palpitó en su mandíbula.
—Vete a la mierda, Baptiste. Nunca voy a ser como tú, como cualquiera de ustedes.
—El tono firme era tan duro como la mano que me agarró del brazo—. Anda,
vámonos.
—Incluso para ti, Lamarliere, esa no es manera de tratar a una dama. ¿Por qué no
le preguntas si ella siquiera quiere ir contigo?
Me aclaré la garganta, queriendo desesperadamente salir, para conseguir alejar el
uno del otro antes de que algo realmente malo sucediera.
—Gracias por el baile —le dije, señalando que ya había terminado con nuestra
interacción.
La expresión y soporte de Gabriel se volvieron formales. Él me dio una pequeña
reverencia.
—Ha sido un placer, Lady Moonlight —y luego se marchó.
Sebastian me tiró en la dirección opuesta, zigzagueando a través de la presión de
los cuerpos hasta que llegamos a un espacio vacío cerca del balcón de la fachada. El
aire fresco que entra por las puertas abiertas ayudó a aclarar mi mente.
—¿Qué diablos está pasando? ¿Dónde están los demás? ¿Y dónde está Violet?
—¿Qué está pasando? Lo que está pasando es que te hemos estado buscando desde
que desapareciste del mercado anoche, eso es lo que está pasando. —Él me miró,
sus fosas nasales dilatadas un poco, bajó la máscara con un gesto de enojo, y luego
marchó hacia el balcón.
131
Sebastian agarró la barandilla de hierro con una mano y pasó los dedos por su
cabello con la otra, dejando escapar un largo suspiro. Su mirada se posó en la calle
de abajo, por los juerguistas del Mardi Gras que pasaban, su perfil sombrío desde
el borde de la máscara caída. Tenía el aspecto de un ave de presa, cabello negro
cayendo sobre la máscara de satén negro. Vestía una camisa blanca y pantalones
negros, y el contraste de la máscara oscura contra su pálida piel hizo que sus labios
parecieran más rojos de lo normal. Por supuesto, la ira pudo haber sido la razón de
ese color también.
El sonido burdo de una bocina de la fiesta de abajo conmocionó la admiración
fuera de mi mente. Este lugar, esta fiesta, o lo que fuera, había llegado a mí. Me
había convertido en algún juguete dispuesto para un maldito chupasangre.
Mis nudillos se volvieron blancos cuando apreté la barandilla con ambas manos.
—No he visto a Violet —dijo—. ¿Qué demonios te pasó?
—Es una larga historia. Tu abuela envió una nota que tenía a Dub y Crank y Henri.
Él me miró de frente, confundido.
—Hemos estado buscando por ti sin parar hasta esta tarde, cuando mi abuela me
dijo que estarías aquí esta noche. Envié a los demás de vuelta a casa a descansar.
—¿Tu padre no ha hablado contigo aún?
Empujó la máscara sobre la cabeza, mirándome como si hubiera perdido la cabeza.
—¿Mi papá? Mi padre se fue cuando yo era un niño.
Oh infierno. Mi ira se suavizó.
—No, no lo hizo, Sebastian. Fue encarcelado por Athena. Está aquí, en el French
Quarter. Yo estaba con él antes.
El rostro de Sebastian se aflojó y muy blanco. Se tambaleó.
Lo agarré del brazo y lo regresé a la larga mesa contra la pared exterior. Se sentó
como si estuviera en piloto automático, fue a frotar una mano por la cara, pero
temblaba tanto, se rindió y se sentó allí en estado de shock.
Yo no era buena en este tipo de cosas, ayudando a las personas a lidiar con el
pasado. Ni siquiera podía hacer frente al mío.
Sebastian se inclinó hacia delante, con los codos en las rodillas y la cabeza
inclinada. Me quedé a su lado, sin saber qué hacer o decir. Alcé mi máscara.
132
Volvió la cabeza, los ojos grises vidriosos. Esperanzado, todavía incierto.
—¿Estás segura de que es él?
—Sí. Te pareces a él. —Jugué con la máscara en la mano por un momento, con
ganas de ayudar, pero no sabiendo cómo—. Él no se fue de tu lado. He visto la
cárcel yo misma.
—Mierda —murmuró con incredulidad—. ¿Dónde está ahora?
—Estaba en una casa del barrio. Salí de allí antes, cuando oí…
—¿Oíste qué?
Tragué saliva.
—Que tu abuela no quiere que me marche de New 2. Cree que soy una especie de
arma, y quiere usarme para proteger la Novem contra Athena. Pero no soy como
ustedes. No tengo poderes o la capacidad de hacer frente a una diosa.
—Es la segunda vez que dices ese nombre. ¿Estás hablando sobre Athena, la diosa?
—Sí. Lo arruiné, ¿no es así? —le dije con una pequeña sonrisa—. Tu abuela
escondió mi madre de Athena. Ella molestó a Athena, y causó los huracanes de
hace trece años. Ahora sabe que estoy aquí y me está buscando. Por lo que he oído,
suena como que quiere usarme también, al igual que el Novem.
Negó con la cabeza y dejó escapar un gran suspiro.
—Jesús. ¿Y no sabes por qué?
—No, ni idea. —Me quedé en silencio para finalmente hacer la pregunta que se
escondía en el fondo de mi mente—. Sé lo que dijiste ayer en la tienda de té. —Sin
embargo, Sebastian podría haber estado mintiendo, o tiene miedo de decirme la
verdad. Vacilante, le eché un vistazo y me encontré con sus ojos grises—. ¿Estaba
Gabriel diciendo la verdad? ¿De verdad eres como él?
—Gabriel Baptiste puede irse al infierno. Le gusta pensar que voy a resultar como
él. —Un profundo gemido de frustración retumbó en la garganta de Sebastian—.
Honestamente, yo podría ir toda mi vida sin sangre, o un día va a empezar el ansia
y necesidad al igual que ellos. ¿Quién demonios lo sabe?
Imágenes de lo que había visto y sentido en el salón pasaron por mi cabeza, se hizo
más intensa por la idea de que Sebastian podría, algún día, ser uno de los
juerguistas. ¿Qué se sentiría al ser sostenida en sus brazos de la manera en que
Gabriel me había sostenido? 133
Estúpido, estúpido pensamiento, Ari.
—No debería haber tomado ventaja de ti así.
Me enderecé.
—Él no se aprovechó. —No tuvo que hacerlo, porque te ofreciste a ti misma en una
bandeja de plata—. Tengo que salir de aquí. Estoy bastante segura que tu abuela no
me dejará ir si me encuentra.
—¿Viniste por los demás?
—Sí, pero, obviamente, ella mintió sobre eso para tenerme aquí. Debí haberlo
sabido. —Miré a mí alrededor, esperando ver a Violet.
Sebastian se levantó y me agarró la mano.
—Anda, sígueme.
Dejé que me guiara a través de la multitud, manteniendo los ojos de frente y sin
caer en la tentación del baile vampiro. Pero no he podido resistir la tentación de la
mano envuelta firmemente en la mía. Se sentía bien y seguro, a pesar de que yo
sabía lo que era, o lo que él era capaz de hacer.
Sebastian me llevó abajo al patio. Ya había menos gente fuera, pero aun así
tuvimos que serpentear por grupos y mesas y servidores para llegar a la pequeña
pensión de dos plantas.
Un estudio de arte/apartamento, para ser exactos.
La luz del patio se derramó en la habitación cuando entramos, revelando
caballetes, lienzos, equipos de pintura, y un largo mostrador con lavabo. Más allá
de la sala de enfrente había una zona de estar, un dormitorio y una cocina.
—Esto va a ser un lugar seguro para hablar.
Me detuve junto a la puerta y me quité la máscara.
—¿Desde cuándo los chicos quieren hablar?
Se detuvo cuando se dio cuenta que no le estaba siguiendo. Se volvió, agarró mi
mano y me llevó hasta el sofá.
—Mira, si mi abuela quiere que te quedes en New 2, y hay una diosa detrás de tu
culo, entonces sí, quiero hablar. Empieza desde el principio.
Mi falda ondeaba a mí alrededor mientras me sentaba. Sostuve la máscara en mi
regazo. Guiñó cuando uno de los diamantes de imitación captó la luz del exterior. 134
Di una respiración profunda, cambiando de modo que pudiera sacar una pierna y
enfrentar a Sebastian. Y entonces le dije todo lo que sabía. Desde mi visita a
Rocquemore House, a las cartas en la caja, mi maldición, los chicos a los que había
matado, la casa de la plantación en el camino del río, y todo lo que aprendí del
espionaje a Michel. Las palabras deberían haber sonado inverosímiles y ridículas,
pero no lo eran.
Ellas eran mi vida. Y mientras hablaba, era como si las palabras se solidificaran. No
más incredulidad. No más pensar en nada de esto siendo una locura. No más
escondites. Al igual que Violet yo era diferente. Y en New 2, delante de Sebastian,
no tenía que fingir.
—No tiene sentido —dijo finalmente después de haber terminado—. ¿Por qué
Athena maldeciría a las mujeres en tu familia para que tenga los ojos como los
tuyos y el cabello... como la luz de la luna? —Llegó detrás de mi cabeza y desató
mi moño, pero agarré su mano.
—No. Por favor.
Continuó desenredando mi pelo. Contuve la respiración. Un bulto seco se levantó
en mi garganta y mi corazón comenzó a golpear duro y más rápido.
—¿Por qué —comenzó en voz baja—, dar a tus antepasados esta belleza y luego
hacerlos morir antes de cumplir los veintiún años?
—No lo sé. —Miré mis manos descansando en mi regazo y me estremecí ante el
aire frío, pensando en la harpía—. No estoy segura de querer saberlo.
Me soltó el cabello, tomó mis manos entre las suyas, y las calentó con las suyas.
—Tenemos que permanecer fuera del radar el tiempo suficiente para averiguar tu
pasado.
—Es una lástima que no podemos simplemente preguntarle al Novem. Ellos
parecen saber todo sobre ella.
Hice una pausa, escuchando el zumbido de la fiesta afuera, el estallido ocasional
de la risa, el tintineo de los cubiertos, la orquesta. Para la mayoría de la gente de
aquí, eso probablemente era un sonido alegre, pero no para mí. Para mí los sonidos
eran engañosos y sólo destacaron la amenaza que existe aquí.
—¿Dónde crees que los otros están, entonces? —le pregunté—. Debido a que no
estaban en la casa. Violet era la única allí.
—No lo sé. Cuando el mensajero de mi abuela nos encontró buscándote al lado del
río, Henri dijo que volverían a la GD. Vine aquí para limpiar y esperar por ti.
135
—¿Qué hay de tu padre?
—Si él está de vuelta, estará aquí esta noche. Pero primero tenemos que
asegurarnos de que Josephine no tenga a alguien para recoger a los otros una vez
que me fui. Está loca si cree que puede retenerte aquí en contra de tu voluntad, o
utilizar a mis amigos como cebo. —Miró su reloj y se levantó—. Tenemos tiempo
suficiente.
Me levanté con él, revisando la correa de la hoja τερας bajo el material de mi falda.
—¿Tiempo para qué?
Sus ojos se lanzaron de inmediato. Instantáneamente su postura era rígida y su
lenguaje corporal incómoda.
—El baile se pone un poco loco alrededor de la medianoche.
El corazón me dio un vuelco.
—¿Qué quieres decir con loco? —le pregunté, aunque estaba segura de que sabía lo
que quería decir.
—Es la temporada —dijo—. El tiempo para... disfrutar. Una vez el Mardi Gras ha
terminado y comienza la Cuaresma, somos rápidos también. Es una tradición. Así
que durante el Mardi Gras...
Ellos se hartan de sangre, y, probablemente, el sexo y cualquier número de
placeres decadentes. Entendí.
No necesitaba deletrearlo. De repente me sentí muy pequeña de pie delante de él.
—¿Así que realmente nunca tuviste la urgencia? ¿Ni siquiera una vez?
—Nunca dije que no tenga ganas de hacerlo. No quiero sangre para descartar mi
vida como lo hacen algunos. Una vez que se toma, es como una droga. —Miró por
la ventana a los enmascarados en el patio—. Cálido, rico, nunca es suficiente.
Asentí, jugando con mi máscara.
—Algo así como el chocolate. —Traté de mantener mi sonrisa. Casey siempre me
dijo que tenía un extraño sentido del humor que viene en los momentos más
extraños.
Él parpadeó antes de estallar en carcajadas. Tenía la risa más bonita y la sonrisa
más increíble que jamás había visto. Sus ojos grises se iluminaron y aparecieron
esos atractivos hoyuelos en sus mejillas.
136
—Sí. Supongo que es como el chocolate.
Parte de la tensión salió de la habitación.
Me agarró la mano y abrió la puerta mientras me deslizaba la máscara sobre el
rostro.
—Quédate cerca y estarás bien. Encontraremos a Violet, nos aseguramos que los
otros no están realmente aquí en alguna parte, y después saldremos de esta casa.
Quince
Traducido por pamii1992
Corregido por Angeles Rangel
M
IENTRAS SEBASTIAN NOS CONDUCÍA A TRAVÉS DE LA MULTITUD, ME FUE
imposible alejar mis ojos de su espalda; la tentación de las lentejuelas y
el satín, las máscaras y el misterio, era demasiado difícil de resistir. El
suave murmullo de las voces, la música, los colores y la luz reflejándose en cada
lugar, hacían que la casa vibrara.
Él se movió rápido, mezclándose entre los cuerpos, dejándome captar únicamente
vistazos de las cosas, cosas que trataba de no mirar, pero no podía resistirme. Me
distraía muy fácilmente, parejas en lugares oscuros y escondidos haciendo algo
más que sólo bailar o conversar. Mi corazón dio un vuelco al captar el destello de
unos blancos colmillos, la única gota de sangre que brillaba en la esquina de una
boca sonriente con el mismo brillo de un rubí, antes de que una lengua se acercara
137
a limpiarla.
Sebastian tiró de mí, el movimiento llamó mi atención. Nos habíamos detenido
cerca del balcón del segundo piso. El aire era aún más fresco que antes, fácil de
respirar, ayudándome enormemente para poder aclarar mi mente.
El fuerte sonido de los platillos y la batería de fuera, se escuchaba más cerca,
ahogando el sonido de la orquesta. Los invitados dentro de la casa salieron al
balcón. Sebastian maldijo, apretando mi mano fuertemente mientras éramos
arrastrados por la multitud y empujados contra el balcón mientras el desfile de
Maddi Grass daba la vuelta en la esquina.
A nuestro alrededor, los invitados gritaban y animaban, con sus bebidas
desbordándose de sus vasos, sus ojos brillando por el alcohol, sus mejillas
sonrojadas por la sangre que fluía a través de ellas, emoción y los placeres
sensoriales del desfile.
Carros alegóricos pasaban uno por uno en una lenta sucesión, cada uno haciendo
referencia a la vida en el mar de alguna forma u otra.
—El desfile de Poseidón —dijo Sebastian.
Algunos hombres estaban de pie sobre lo que parecía un barco de guerra con siglos
de antigüedad, sus rostros estaban girados hacia el balcón, escondidos bajo simples
máscaras doradas de narices ganchudas. Usaban sombreros tipo Napoleón, largos
abrigos y mallas blancas. Algunas de las personas de la multitud los llamaban,
pero no movieron ni un músculo, simplemente continuaron mirándonos. El efecto
era inquietante.
Sirenas ocupaban el siguiente auto. Quienes lanzaban perlas hacia la multitud, que
se encontraba en las calles y en los balcones. La gente detrás de nosotros avanzó en
un intento por atraparlas, empujándonos aún más contra el balcón. Los brazos de
Sebastian rodearon mi cintura, y yo sabía que había sido por puro instinto y no
porque quisiera tenerme así de cerca. Se agachó, acercando sus labios a mi oído
para que pudiera oírlo.
—Deberíamos revisar la casa ahora que todo el mundo está distraído.
Mientras hablaba, otro auto pasó frente a nosotros, la escena representaba un
acantilado en medio del mar donde sirenas semidesnudas se recargaban,
esperando a que los marineros se acercaran sin sospechar. La música que salía del
auto estaba diseñada para sonar como una invitación, el llamado de una sirena.
De pronto unos destellos —cuerpos dorados y brillantes— aparecieron entre la
138
gente que miraba desde la calle. Grititos de deleite salieron de la multitud,
hombres en nada más que su ropa interior y sus máscaras de bronce saltaron al
auto de las sirenas. Y una vez allí, se agacharon, esperando. Y entonces, las sirenas
les hicieron gestos con sensuales sonrisas. Los hombres enmascarados se
aproximaron, trepando por el cuerpo de cada sirena, cubriéndolas con el suyo. La
multitud enloqueció.
Mi rostro parecía arder. Mis sentidos estaban fuera de control. No podía resistirlo
más. Era como si el sonido bajo nosotros tuviera un efecto hipnótico de verdad.
Pero no podía… ¿o sí? Esta fiesta había sido como drogarse a lo grande. Me había
emborrachado con la vista y los sonidos como si fuera alguien que se emborracha
muy fácilmente y ahora me hacía sentir enferma. Apreté los ojos, forzando a mi
mente a bloquear las distracciones. Necesitaba salir de ahí cuanto antes. Revisar la
casa. Encontrar a Violet y a los otros e irnos.
Sebastian cambió de posición, sus muslos presionándose contra los míos,
ocasionando que la espada se moviera contra mi piel. El metal se había calentado,
igualando la temperatura de mi cuerpo y la correa era suave, demasiado suave.
Pero fue suficiente recordatorio como para aumentar mi concentración.
Collares de perlas y dulces volaron sobre nuestras cabezas. Me moví, lejos del
balcón con Sebastian, dejando que las demás personas tomaran nuestros lugares.
Regresamos hacia la casa, como una ola que se regresa al mar. A la casa de
Josephine.
¡Dios, necesito salir de este traje! Se había hecho demasiado caluroso, demasiado
restrictivo. Me quité la máscara y metí mis dedos por la orilla de la parte superior
de mi vestido, alejándolo de mi piel, tratando de que entrara más aire. No ayudó.
—Vamos —dijo Sebastian, caminando a grandes zancadas por el ahora vacío
cuarto.
Nos apuramos recorriendo la habitación del baile. Una puerta francesa se azotó. Y
luego otra. Y otra. Me detuve en la desierta pista de baile, girando para ver cómo
cada puerta se cerraba sola. La orquesta dejó de tocar. Algunos de los invitados, a
quienes podía ver a través de los cristales de las puertas, trataron de entrar pero no
pudieron. A su alrededor, todas las puertas se cerraron con seguro. Y luego, sólo
hubo silencio.
Y una puerta más se abrió.
La miramos, esperando a que se cerrara, pero algo me dijo que estaba esperando. 139
Una advertencia recorrió mi cuerpo. Las inmaculadas cortinas blancas del otro
lado de la puerta parecieron inflarse. El aire entre ellas brilló.
Y luego una alta figura salió de la nada. La sangre se congeló en mis venas. No
había duda en mi mente de quién había entrado al cuarto. ¿Cómo podría haberla?
La puerta se azotó detrás de ella, haciéndome estremecer.
1.80 m. Cuerpo perfecto. Envuelta de la cabeza a los pies en delgado cuero, del
color oscuro del olivo. Había líneas en el cuero, líneas que parecían como de reptil,
que lo hacían parecer que alguna vez había sido una cosa viviente.
Athena.
Su piel era blanca como la porcelana, ojos esmeralda que parecían brillar desde
dentro, y cabello negro, largo y ondulado que llegaba hasta la parte baja de su
espalda. De entre sus mechones colgaban trenzas, entretejidas con delgadas tiras
de cuero y cuentas de hueso. Trenzas que parecían haber estado ahí por cientos de
años.
Diminutos símbolos estaban grabados en la piel de sus sienes, justo donde iniciaba
el cabello. Sus rojos labios se curvaron en una sonrisa.
—No estarán pensando en irse, ¿no? —Llegó el sonido de una ronca voz femenina,
con una innegable vibración de poder.
Mis ojos viajaron hacia ella. Estaba en shock. No podía hablar.
—Me he pasado años cuestionándome tu existencia, niña.
Tragué saliva audiblemente, con mis pies fijos en el suelo, mientras la diosa se
acercaba más y más, con una sonrisa en su rostro, una sonrisa tanto maliciosa
como victoriosa. Mi mano apretó fuertemente la de Sebastian.
Oh Dios mío.
Mi estómago se revolvió cuando el traje de cuero que usaba Athena se hizo más
claro. Se movía. De alguna maldita forma, se movía. Como si una cosa viviente
estuviera envuelta alrededor de su cuerpo, una cosa que parecía tener el ligero
contorno de una cara enorme, totalmente aplastada, como si la piel hubiera sido
desprendida del hueso y hubiera sido aplanada y cocida para crear esa… cosa.
—¿Te gusta? —me preguntó, con un brillo de deleite en sus ojos—. Hice esto con la
piel de Typhon. Con sólo un pedazo de carne, en realidad. Era un titán, después de
todo.
Era obvio el por qué Athena había elegido usar ese traje. Una táctica para asustar.
140
Para intimidar.
Su mirada me cubrió de la cabeza a los pies, su expresión haciéndose indiferente
aunque tensa, como si estuviera intentando demasiado demostrar que no le
importaba.
—No tan bonita como la primera, pero parece que tienes el cabello y los ojos.
—No quiero el cabello o los ojos —dije con voz ronca, teniendo que obligar a mis
palabras a que salieran—. Puedes quedártelos.
Los ojos de Athena se arrugaron ligeramente, y se rió.
—Ten cuidado con lo que dices, no vaya a ser que te tome la palabra. Yo no te di
los ojos o el cabello. Esos son tuyos por naturaleza.
—Pero… —Entonces, ¿qué diablos me dio?
—Athena, no tienes nada que hacer aquí —rugió Josephine con voz furiosa,
haciéndome saltar. Las puertas por las que entró se azotaron tras ella. La matriarca
de la familia Arnaud cruzó el cuarto como si se tratara de la reina de Inglaterra—.
Haz roto el convenio.
—Oh, al demonio con tu pequeño convenio, vampiro.
—Tú accediste a nunca más volver a poner un pie en Nuevo Orleans. Esa fue la
única razón por la que te entregamos el cazador τερας que estaba en nuestra
posesión. Ese era el trato.
—La niña lo cambia todo, Josephine. Lo sabes. Sabes que no puedo dejarla en tus
manos. ¿Qué harás, eh? ¿Protegerla como hiciste con sus padres? ¿También la
traicionarás?
Mi mirada se clavó sobre Josephine.
Josephine me dirigió una impaciente mirada.
—Tú dijiste que ayudaste a mi madre…
—Tu madre era joven y estúpida. No sabía lo que era mejor para ella.
Los otros miembros del concejo entraron al salón, formando un círculo a nuestro
alrededor. La puerta por la que entraron lentamente, se cerró sola al entrar el
último de ellos. Una mirada sobre mi hombro reveló que los invitados a la fiesta en
el balcón aún observaban animados el desfile, aunque había algunos que
intentaban volver a entrar. Aparentemente, el Novem también quería que eso fuera
un asunto privado.
141
Michael me dirigió un asentimiento, sus ojos diciéndome que estaba de mi lado,
aunque no podía confiar en eso. ¿Cómo podría confiar en algo luego de lo que
había escuchado hace poco?
Sebastian se puso rígido y sus manos apretaron las mías al ver a su padre por
primera vez en casi 10 años. Le devolví el apretón y luego lo solté, diciéndole que
fuera con su padre, pero se quedó a mi lado.
—Suficiente, la niña es una de las mías —dijo Athena impaciente, estirándose para
tomarme del brazo.
El miedo entró en mi cuerpo como un jadeo, bajando por mi garganta hasta mis
pulmones. El toque de Athena era frio, sus dedos parecían hielo mientras tocaba la
piel de mi antebrazo.
Sebastian se negó a soltar mi mano. Athena lo miró mientras el consejo nos
rodeaba y extendía las manos a sus costados. El aire de la habitación se llenó de
chispas al tiempo que una brillante línea de energía azul los conectaba por la punta
de los dedos, cerrando el círculo.
—Ya te forzamos a irte antes, Athena —dijo Josephine, su voz era fuerte, sin
titubeos—. Y lo podemos hacer otra vez.
Athena hundió sus dedos en mi piel, como quemándome, señal de que pronto mi
piel cedería y la sangre empezaría a salir. La diosa dirigió lentamente su atención
hacia Josephine, con todo su cuerpo quieto y su mirada letal, su voz salió baja pero
con más poder que antes.
—Adelante. Unan sus poderes, déjenlos caer sobre mí y observen cómo su fiesta
termina convertida en un mar de sangre.
Observé horrorizada cómo Josephine en verdad consideraba sus palabras pues yo
sabía que a Josephine no le importaría si todos los presentes se morían siempre y
cuando ella obtuviera lo que quería.
El traje de piel de Athena se movió otra vez por su brazo hasta la muñeca, tan cerca
de mí que casi me hizo alejarme del férreo agarre de la diosa. El pánico empezó a
instalarse en mí.
—¿Por qué me quieres a mí? —dejé escapar, tratando de alejarme de ella.
Athena se quedó quieta y regresó su atención de Josephine hacia mí, se agachó,
poniendo su rostro a pocos centímetros del mío. Dejándome ver de qué estaba 142
hecha realmente la diosa de la guerra. Su perfecto rostro cambiando de la belleza a
la oscuridad, como el infierno más horroroso que alguien hubiera visto. Muerte.
Guerra. Huesos.
Su rostro se transformó en la reina de todo ello. Parte esquelética. Con un ojo
faltante y el ojo esmeralda aún intacto. Insectos salían del espacio entre la cuenca y
su ojo. Sus tendones jalando sus labios para formar una sonrisa. Y dentro de su
cráneo, entre su andrajoso cabello, huesos y carne en descomposición, vi
movimiento. Por toda la diosa, por todo su cuerpo, debajo de sus costillas, estaban
las almas de los guerreros, en el infierno que se encontraban dentro de ella.
Athena se enderezó, convertida otra vez en una belleza y sonrió.
—Dejaremos que la niña decida.
Yo había podido observar en el corazón de la guerra y la muerte y sabía que la
diosa tenía el poder de erradicar la ciudad entera si así lo deseaba. Claro que
habría políticas, convenios y leyes que tal vez incluso Athena estaba obligada a
cumplir, pero en esto, ella destruiría al mundo para obtener su premio. A mí.
—No —dijo Sebastian, dándose cuenta hacia qué lado me estaba inclinando.
Fortaleció su agarre, pero solté mi mano de la de él.
—Un día, Athena —dijo Michael, con sus ojos puestos sobre la diosa—, las
criaturas que creaste se volverán en tu contra. Y que los dioses te ayuden cuando lo
hagan.
La cabeza de Athena giró y de su boca salió un gruñido.
—Y cada vez que lo intenten, fallarán. Te puedo volver a poner donde perteneces,
Lamarliere, así que cállate de una vez.
Claramente, había dado en el clavo.
Mi mente pensaba a toda velocidad. Escalofríos recorrieron mi cuerpo. Pensé en la
harpía y en Arachne, pero estaba demasiado asustada como para llamarlas,
demasiado asustada de lo que haría Athena.
—Hace trece años, casi tienes éxito en tu misión de destruirnos —dijo Michael, en
voz calmada, pero sus ojos brillaban con odio—. Dime, Athena, ¿te arrepientes de
haber convocado al viento y al mar? ¿Te arrepientes de tu ansia por poder?
—No me arrepiento de nada —siseó, Athena.
—Oh, deberías hacerlo. Tus huracanes se hicieron incontrolables. Tal vez si no
hubieras estado tan entusiasmada podrías haber sostenido el Aegis y no lo
hubieras soltado en el mar.
143
Que Athena mantuviera la respiración me dio a entender que Michel había
revelado algo que él no debería saber. Pero Michel sólo sonreía.
—No hay mucho que hacer en la prisión más que hablar… Si tu padre, el gran
Zeus, estuviera vivo hoy en día y supiera que perdiste su Aegis, una de sus armas
más poderosas, por la que lo mataste, me imagino que la ironía lo divertiría
mucho, ¿no? Sin el Aegis, ya no eres invencible.
Athena se puso rígida, sus ojos entrecerrados sobre Michel. Me jaló fuerte,
acercándome a ella.
—Con Aegis o no, aun soy más poderosa que tú. Y esta pequeña mierda —dijo,
moviendo mi cabello—, será mi nuevo Aegis. Separaré la cabeza de su cuerpo,
removeré la piel de sus huesos y con ella haré un nuevo escudo, un mejor Aegis
que al anterior. O quizá haga mi nuevo Aegis en forma de armadura o una capa. —
Recorrió con sus dedos el costado de mi rostro—. La piel tiene muchos usos.
Josephine se rió.
—Creo que te estás olvidando de algo, Athena. Mataste al único dios capaz de
crearte un nuevo Aegis. ¿Tal vez, estás perdiendo la cabeza junto con tu sabiduría?
Oh, rayos.
Parpadeé. No sólo Michel tenía deseos de morir, también Josephine. Sus palabras
hicieron que los dedos de Athena se hundieran aún más en mi piel, atravesando la
carne. El dolor me asombró, pero sólo por un segundo. Sangre corría en una lenta
y delgada línea por mi antebrazo.
La ira de Athena aumentó. Una sofocante y pesada energía nos envolvió.
—No necesito esperar para usarla. Creo que me gustaría verte morir primero,
Josephine.
—No puedes usar a la niña —respondió Josephine—. No ha alcanzado la madurez.
La cruel boca de Athena, sonrió.
—Bueno, ¿Qué tal si acelero el proceso? —Empujó su mano contra mi pecho.
—¡NO! —gritó Josephine, rompiendo el círculo. Athena levantó su mano,
lanzándola contra la pared. Sebastian apareció detrás de Athena. Michel gritó.
—Sebastian, ¡no lo hagas!
El brazo de Sebastian rodeó el cuello de Athena. Una llave a la cabeza, la apretó
fuerte, pero su carne cedió lo suficiente para que la atravesara. Se cayó hacia atrás,
144
sin nada a dónde agarrarse.
Calor se extendía debajo de las palmas de la diosa, filtrándose en mi pecho, a
través de mi cuerpo y a mi mente. El mismo increíble dolor que se había
apoderado de mí en la calle, quemando mi cerebro, ampliando la sangre de los
vasos que corrían bajo mi cuero cabelludo, haciéndolos estirarse. Un grito salió
desde las profundidades de mi ser, elevándose, hasta salir por mi boca. No sonó
humano.
Justo cuando mis ojos se cerraban, vi a Michel sosteniendo a Sebastian para que no
volviera a atacar y a Josephine poniéndose de pie para volver a crear el círculo. Los
miembros del consejo empezaron a cantar, la línea de poder a su alrededor
empezaba a hacerse más gruesa. Pero no importaba. Me estaba muriendo. Mi
cabeza iba a explotar, o implosionar, o a derretirse.
Nunca me había imaginado que podía gritar tan fuerte y por tanto tiempo, aunque
tal vez el sonido era alimentado por el dolor de mi alma. Y entonces, vi flashes en
mi mente. Una hermosa mujer que se parecía a mí. Amable. Cariñosa. Dedicada.
En un templo, un templo en el mar. Un bebé llorando. Mucha muerte. A través de
los siglos. Miseria. Tenía que parar. Tenía que parar.
¡Dios! ¡No quería morir!
Agarré la muñeca de Athena con mi mano derecha y la sujeté fuerte, tratando de
alejar su palma de mí y terminar con la agonía. De pronto, la ira salió a la
superficie, bloqueando por un breve segundo el dolor en mi cabeza. Mi pecho
hinchándose de ella. Todas esas imágenes, toda esa muerte, todo ese sufrimiento
en mi familia por culpa de Athena.
No había hecho nada malo, ninguno de nosotros lo habíamos hecho. Abrí los ojos.
Mi mano apretando fuerte, con cada pizca de fuerza que poseía. Mis ojos se
clavaron en los de Athena.
—Te… odio —siseé, queriendo dejar salir ese pensamiento antes de morir—. ¡Por
todo lo que les has hecho… por ser una malvada… y maldita perra!
Athena se estremeció, sus ojos se ensancharon por una fracción de segundo. Sólo
una pequeña señal de dolor y un tirón de su brazo. Apreté la mandíbula. Ella
presionó más fuerte contra mi pecho, pero yo estaba alejando su mano de alguna
manera.
Miré hacia mi mano que rodeaba la muñeca de la diosa, donde la blanca piel de
Athena se estaba haciendo dura y gris. 145
¿Qué demonios?
Ambas nos sorprendimos y nos soltamos al mismo tiempo. Pero tomé la ventaja.
Era buena para hacer a un lado las cosas y dejarlas para después. Todo lo que
importaba ahora era la pelea. Preparé mi puño e hice un gancho que hubiera hecho
orgulloso a Bruce. Mi puño le dio a la mandíbula de Athena, enviándola hacia un
lado. Mi corazón latía con fuerza. El dolor dentro de mi cabeza hizo flaquear mi
visión. No podía sentir mis rodillas y ni siquiera estaba segura de cómo estaba de
pie, pero levanté mis dos manos, lista para su respuesta.
Lentamente la mano de Athena se dirigió hacia su mandíbula. La sorpresa se
apoderó de sus ojos y juro que vi un poco de vulnerabilidad y vergüenza. Me
atreví a suponer y decidí que nadie nunca había golpeado a la diosa de la guerra.
Y luego desapareció. Sólo así. Estaba un segundo ahí, y al siguiente ya no. Mis
piernas cedieron, enviándome sobre mi trasero al piso de la pista de baile, mi
vestido ondulando a mí alrededor, haciéndome sentir muy pequeña y haciéndome
sentir mucho como la niña que todos me llamaban. Una niña pretendiendo ser una
niña grande en su gran vestido de fiesta. Una niña que no sabía nada del mundo
en el que se encontraba. Una niña comparada con los viejos y antiguos seres que
había llegado a conocer.
Michel soltó a Sebastian. Él corrió hacia mí, poniéndose de rodillas.
—Ari. ¿Estás bien?
Entumecida, sólo pude asentir. Josephine avanzó, con sus tacones azotando contra
el suelo y me levantó del brazo.
—Levántate. Tenemos trabajo que hacer.
—Josephine —la suave voz de Michel sonó más fuerte—, esa no es la forma de
tratar a la persona que acaba de salvar esta casa de la aniquilación.
Ella abrió la boca para discutir, pero los otros miembros se habían acercado
también, obviamente no aprobando el trato que me estaba dando. Soltó mi brazo.
—Bien. —Josephine se volvió hacia ellos—. Athena se ha ido a lamer las heridas,
pero esto es sólo el principio. Desatará la guerra por esta niña.
Se levantó el vestido y se alejó gritándole a las sirvientas que abrieran las puertas y
haciéndole señas a la asombrada orquesta para que empezara a tocar su música
otra vez. 146
—Josephine tiene razón.
Michel le ofreció una mano a Sebastian para ayudarlo a levantarse del suelo.
Sacudí mi vestido cuando Sebastian se levantó, poniéndose de pie frente a su
padre, un padre al que no había visto en años.
Su mirada pasó del rostro de su padre a sus manos unidas. La emoción brilló en
sus grises ojos y de pronto parecía un niño también. Michel lo jaló hacia un enorme
abrazo. Los dejé solos, observando cómo los invitados volvían a entrar al salón. La
orquesta empezó a tocar y una línea de meseros entró cargando charolas con hors
d’oeuvres15 y champaña.
Pero la única persona que noté por encima de todos los otros fue a Violet,
deslizándose por la pista a su manera, la falda morada de su vestido moviéndose
junto con ella y su máscara puesta. Caminó directamente hasta mí, levantó su
máscara y habló:
—¿De qué me perdí?
15
Hors d’oeuvres: Aperitivos, entremeses
Lo absurdo de lo que había pasado finalmente me golpeó. Me reí. Y no pude
detenerme una vez que empecé. Violet solamente me observó con sus estoicos ojos
como de costumbre. Y luego volvió a decirme:
—Estoy cansada. Vámonos a casa.
Parpadeé, la risa desvaneciéndose.
Casa. La amenaza de lágrimas picó en mis ojos. Abrí mi mano y Violet deslizó su
pequeña mano dentro de ella.
—Sí, vamos a casa.
Al diablo con el consejo. Nos iríamos.
Salimos del salón, lejos de la llamada de Josephine para regresar. Athena no se
lamería las heridas por siempre. Lo sabía, pero justo ahora, necesitaba regresar a la
vieja casa en el GD y tratar de ser normal por un momento, incluso si sólo fuera
por una noche.
—¡Oigan! ¡Esperen! —Sebastian nos atrapó cuando salíamos de la casa. Me detuve
en medio de la calle. El desfile ya había terminado, pero la gente aún caminaba en
grupos, pues no estaban listos para que se acabara la fiesta. 147
Sebastian parecía feliz por primera vez desde que lo conocí, como si la oscura nube
que estaba constantemente sobre su cabeza se hubiera ido.
—¿No vas a quedarte con tu padre?
—No, quiero regresar solo al GD. —Su rostro se coloreó ligeramente y se metió las
manos en los bolsillos de sus pantalones—. Si no hubiera una diosa tras tu trasero,
amenazando destruir el Novem, entonces, sí me quedaría con él un poco más para
ponernos al corriente.
—Ella no está sola, Bastian —dijo Violet, ofendida. Sebastian sonrió.
—Lo sé, Violet. Pero cuantos más protectores tenga Ari, mejor. —Encontró mi
mirada—. Mi padre quiere que consideres quedarte con él. Su casa es más segura.
Yo sabía dónde quería estar.
—Lo pensaré. Pero ahora mismo, lo único que quiero es quitarme este vestido y
comer. Me estoy muriendo de hambre. Y los primeros lugares en los que Athena
me buscará son en las casas del Novem, no en una vieja y deteriorada casa en el
GD. —Sebastian asintió. Movió las manos, galantemente.
—¿Nos vamos, señoritas?
Un extraño sentimiento se esparció por mi pecho. Él me había elegido. Le
importaba. Sí, el mundo como lo conocía básicamente se caía a pedazos a mí
alrededor y mi vida estaba en la balanza, pero la felicidad que sentí en ese
momento lo borraba todo. Caminamos por la acera, hacia el tranvía que nos
llevaría a casa.
148
Dieciséis
Traducido por Zyan11
Corregido por Kelly Frost
E
NCONTRAMOS A DUB, HENRI Y CRANK EN EL SALÓN, SENTADOS en el suelo
alrededor de la mesa de centro jugando póker con un pote que consistía en
monedas, dientes de oro, camafeos y un surtido de vieja joyería. Había un
contenedor de gumbo16 y tazones usados en la mesa. Olía muy bien.
—¿Dónde diablos han estado chicos? —preguntó Sebastian cansadamente,
haciendo plaf en el sofá y estirando sus piernas.
—¡Te fuiste a un baile! —Crank aventó sus naipes en la mesa, sus ojos devorando
el magnífico vestido de baile en blanco y negro mientras dejaba caer mi trasero en
el brazo del sofá, estremeciéndome cuando el cinturón alrededor de mi muslo frotó
el punto irritado en mi piel. Dub echó una mirada rara a Crank, e inmediatamente 149
se puso indiferente—. Parece que eso pica.
—Lo hace. —Deseaba haberme podido quitar el vestido justo entonces, pero estaba
demasiado cansada para llegar a arriba. Una cosa que podría hacer era liberarme
de la espada. Estando de pie, doblé mi muslo lejos de los otros, levantándome la
falda, me quité la espada, poniéndola con la molesta correa en la mesa.
Cuando me volví atrás, fue para ver todos los ojos en mí.
—¿Qué?
Los ojos pálidos de Dub se movieron de regreso a mí.
—Realmente me gusta ella.
Crank sonrió abiertamente.
—Voto para que nos la quedemos.
Henri aventó una carta boca abajo en la mesa.
—Sí —dijo de un suspiro—. De hecho cuadra con el resto de ustedes bichos raros.
16
Gumbo: Es una sopa muy popular en Luisiana que consiste principalmente de dos ingredientes: arroz y
caldo, y algún tipo de carne, ave o marisco. El gumbo ha sido denominado como una de las grandes
contribuciones de la gastronomía de Luisiana a la cocina norteamericana.
—Oh. Ja-Ja —dijo Crank, negociándole una tarjeta—. ¿Así que, cual baile?
—El Baile Arnaud —contestó Violet con una voz cantarina, escapándose de la
habitación. Sus pasos resonaron en la escalera.
Sebastian soltó una larga exhalación y arrastró sus dedos a través de su cabello.
—¿Y ustedes? Pensé que volverían a la casa después de que me fui.
—Decidimos hacer un poco de saqueo por el camino. —Dub señaló con la cabeza
al montón de tesoros en la mesa.
—Quienquiera que gana el pote podrá vendérselo a Spits.
Me quite mis botas.
—¿Quién es Spits?
—El anticuario de Quarter —contestó Sebastian mientras Violet regresó con Pascal,
pasando el salón dejándolo salir atrás.
—¿Quieren jugar? —preguntó Dub hacia mí y Sebastian.
—No —dije—, pero quiero un poco de este gumbo.
—Sírvete tú misma. —Henri cabeceó hacia la olla—. La Sra. Morgan lo trajo, y los 150
«petits bébés» aquí se pusieron como locos. —Crank le dio un puntapié—. Ow, eso
dolió.
—Entonces deja de llamarnos bebés. Y tú también te volviste loco por ello. Justo
como siempre.
—No —dijo Dub—, Henri se volvió loco por la Sra. Morgan. Él está
enamoraaaaado de ella.
Henri se puso ferozmente colorado, recogió una muela con relleno de oro y lo
lanzó a Dub en la frente.
—Yo no la amo, idiota.
Dub y Crank estallaron en risas tontas mientras que Sebastian llenaba dos tazones.
Me deslicé en el cojín del sofá y arreglé mi vestido, jalando mis pies debajo de mí.
—La Sra. Morgan —dijo, dándome un tazón—, parece una profesora viajera, viene
al GD una vez por semana y trae comida.
—Sí, Violet me comentó sobre ella.
Tenía tanta hambre que comí demasiado rápido. Pero demonios, estaba bueno. Y
llenador. El juego de póker siguió. No le tomó mucho tiempo a Crank ganar el
pote, con suficiente alarde como para parecer a un luchador profesional orgulloso.
Después de conocer la verdad de Sebastian—que Crank no era realmente su
hermana— la miré más estrechamente, lamentando por lo que ha tenido que pasar.
Pobre pequeña.
Pensé que sabía mucho sobre New 2, pero después de venir aquí y pasar el último
par de noches, me percaté que nunca había tenido una pista de cómo era realmente
este lugar. Además de toda la cosa sobrenatural, nunca pensé que podrían haber
niños abandonados teniendo que sobrevivir solos, viviendo en casas abandonadas,
arreglándoselas de la forma que pudieran.
Y eran un grupo asombroso de niños. Estaba orgullosa de estar aquí con ellos.
Uno tras otro, fueron arriba para acostarse, dejándonos a mí, Sebastian y Henri.
Henri descansó su espalda contra la silla frente al sofá.
—Así que ¿alguno de ustedes me va a decir que es lo que realmente ha pasado esta
noche?
La pequeña lámpara en la mesa lateral vaciló, haciendo que las sombras alargadas
151
de la pared se balancearan de acá para allá. La luz hizo brillar los ojos de Henri—
un brillo increíble que me recordó la mirada fija vigilante de un depredador de la
selva.
Con mi asentimiento, Sebastian dijo a Henri todo que había pasado en el baile,
excluyendo mi baile con Gabriel y nuestra conversación en el patio de la casa de
huéspedes.
—Así que Athena causó los huracanes —dijo Henri, sacudiendo su cabeza.
—¿Quién sabe? Sólo los pudo haber empeorado, o causar el último. Aun así, —
Sebastian cambió su mirada hacia mí— nada de eso explica lo que tu mamá tuvo
que ver con ello.
—Creo que Athena quería a mi mamá como me quiere a mí.
—Sí, te quiere viva. De lo contrario, te habría matado en el baile.
—¿Y no tienes ni idea de por qué una maldita diosa de la guerra y el Novem
lucharían por ti? —preguntó Henri. Me encogí de hombros—. ¿Y ahora qué?
Volverá por ti. Aquí. Finalmente se dará cuenta que no estás con el Novem, y
vendrá acá.
Con Dub, Crank y Violet en peligro. Henri no lo tuvo que decir en voz alta. Sabía
que mi presencia aquí los ponía en peligro a todos ellos.
Un nudo se atoró en mi garganta.
—Me iré.
La cara de Sebastian se retorció en un ceño fruncido.
—Fuera de The Rim ella tiene todo el poder. Te vas y ella lo sabrá al minuto que lo
hagas. Nunca tendrías una oportunidad. Al menos aquí el Novem tiene sus
custodios en la ciudad. No lo suficiente para mantenerla fuera, pero su poder
debilitará al suyo.
—Gracias por el voto de confianza.
—Ella te tiene miedo. —Ignoró mi sarcasmo—. Lo puedo sentir, sentirlo de ella. Es
debido a tu maldición... lo que sea que le hiciera a tu familia puede hacerle daño a
ella de alguna manera.
Pensé en la muñeca de Athena, el modo que mi mano en su piel la había hecho
endurecerse.
Henri se puso de pie, estiró sus brazos sobre su cabeza y bostezó. 152
—Sí, pues muy bien, aunque no sabemos qué es la maldición.
Estudié a Henri mucho tiempo. El reloj de péndulo hizo tictac fuertemente en el
silencio.
—Hay una manera de averiguar —dije, mi atención cambiando de Henri a
Sebastian.
—Alice Cromley —dijo Sebastian.
Henri se heló, sus ojos entornándose.
—¡Oh, Demonios no! No te ayudaré con ese fenómeno de la naturaleza, Bastian.
No otra vez.
—¿Sabes dónde está? —Enderecé mi postura, mis ojos en Sebastian—. Esto es lo
que Jean Solomon quiso decir. Has usado sus huesos antes.
—Hace unos años —reconoció en una voz baja—. La encontramos en el cementerio
Lafayette.
—Sí, así él pudo aprender la verdad sobre…
—No importa —interrumpió Sebastian, haciéndose más seguro con cada palabra
que decía—. Sabemos dónde está ella. Sé cómo realizar el ritual. Ari verá la verdad,
y luego tal vez tendremos la posibilidad de luchar.
¿Contra una diosa de la guerra? Casi me reí.
—Nos iremos antes del amanecer —dijo, su mirada fija desafiando a Henri a decir
otra cosa.
Durante un momento, creí que el alto pelirrojo discutiría, pero finalmente asintió y
salió de la habitación, mascullando sobre obtener algo de sueño ya que el
amanecer estaba a sólo unas horas.
Una vez que se fue, pregunté:
—¿Por qué al amanecer?
—Porque los rituales siempre trabajan mejor en las transiciones entre día y noche,
noche y día.
—Ah.
La electricidad vaciló otra vez. Exploré las esquinas del salón grande, sintiendo
como si estuviéramos en una isla diminuta en un mar de espacio interior oscuro, 153
totalmente aislados del resto del mundo.
Sebastian rompió el silencio.
—Deberías tratar de dormir algo.
Mis pensamientos volvieron a Gabonna, donde había dormido contra él, donde
había despertado en un cálido y seguro lugar. El calor subió sigilosamente por mi
cuello.
—No creo que pueda dormir ahora mismo.
—Sí, yo tampoco.
El silencio debería haber sido incómodo, pero no lo era. Inhalé un hondo suspiro y
me acurruqué más profundo en los cojines del sillón, descansando mi cabeza
contra mi brazo, que estaba extendido a lo largo del apoyabrazos. Sin necesidad de
palabras. Ninguno de nosotros quiso ir arriba, separarnos, para intentar dormir.
Una siesta era todo lo que nos podríamos permitir justo ahora, si es que podía
manejar eso.
Sebastian se movió, poniéndose cómodo, levantando sus piernas para descansarlas
en la mesa de centro e inclinándose atrás con sus brazos cruzados en su pecho, ojos
cerrados. Le miré un rato, tratando de relajarme, intentando detener el torbellino
de pensamientos que corrían a través de mi mente, saltando de suceso en suceso,
repitiendo los últimos días una y otra vez, todas las cosas que debería haber hecho,
todas las cosas que deseé que sucedieran.
El cazador τερας, el que había dejado en la prisión, continuaba regresando tan
vivamente que podía oler el hedor y el barro. Y su voz. La amargura. El breve
momento de bondad cuando me contó sobre el camino más rápido hacia la
libertad. ¿Pero por qué? ¿Por qué le importaría? ¿Y en primer lugar por qué estaba
él allí dentro, además de obviamente molestar a Athena?
El hecho de que lo hubiéramos dejado tenía la sensación amarga en el estómago.
Un error, no importa lo que Michel y los demás pensaran.
Los huesos de Alice Cromley poseen la llave a todo. Si entendiera el poder que
tengo sobre la diosa, la razón por la que tanto me quiere, tal vez sería suficiente
para garantizar mi seguridad y mantener a Athena alejada de New 2 para siempre.
Y tal vez, una vez que todo se haya dicho y hecho, sería capaz de volver a la casa
de la plantación y liberar al cazador.
La respiración de Sebastian se hizo más profunda.
154
Que gracioso cómo es que se pudo dormir tan rápido a pesar de la situación. Bruce
era de la misma forma. Se podía dormir en todas partes, en cualquier posición, y
por lo general en cinco minutos.
El cabello de Sebastian brillaba negro en la luz. Un mechón cayó en su frente,
haciéndole parecer infantil y vulnerable. Un estallido de confeti se disparó a través
de mi estómago mientras que estudiaba su perfil. Su cara se relajó, quitando el casi
constante ceño fruncido que llevaba. La esquina de su boca se movió
nerviosamente. Dios, cómo amaba el color rojo oscuro que coloreaba sus labios. Era
tan único, tan cautivador.
Una risa resonó en mi cabeza. Oh, Ari, estás mal.
Era mucho más que eso, sin embargo. Había una conexión, hecha por semejanzas.
Incluso aquí en la locura que era New 2, él era diferente, nacido de dos familias
muy diferentes.
Miré su pecho elevarse y bajar. Hasta respira atractivamente. Resoplé suavemente
por eso. No es un pensamiento que Ari Selkirk hubiera tenido alguna vez antes, y
moriría antes de confesarlo en voz alta.
Todavía sonriendo, cerré mis ojos. Sí, New 2 me afectaba en toda clase de formas
bizarras.
Desperté en la oscuridad, mi cabeza en el pecho de Sebastian, sus brazos
envolviéndome. Una hojeada en las ventanas me dijo que ya había rayado el alba
sobre la ciudad. Mis ojos se cerraron otra vez, no haciendo caso de la parte de mi
mente que decía, ¡Despierta! demasiado cómoda con el calor del cuerpo de
Sebastian y el olor de su piel, como el olor de agua de un lago claro en las
montañas de Tennessee.
Su mano se crispó en mi brazo, enviando un escalofrío que recorrió por mi piel. Él
estaba despierto. Demonios. Aclaró su garganta suavemente. Levanté mi cabeza y
me recosté cuando se recorrió a una posición más derecha. Bostecé y estiré mis
brazos, evitando sus ojos grises y sintiéndome un poco cohibida por haber
gravitado hacia él durante el sueño.
Los crujidos arriba significaban que Henri estaba despierto.
Sebastian miró detenidamente su reloj, sus ojos todavía no ajustados al despertar,
su cabello despeinado y lindo. Sonreí.
—Mierda. Tenemos que irnos —refunfuñó, empujando la falda del vestido de sus 155
piernas, quitando sus pies de la mesa, y luego inclinándose hacia adelante, con los
codos en sus rodillas, su cabellera negra cayendo a sus ojos.
Pasos machacaron la escalera, demasiados para ser de una persona. Henri entró el
cuarto con Dub, Crank y Violet en sus tacones.
—Ya les dije que no podían venir con nosotros.
Dub resopló.
—No sé lo que has estado fumando, Henri, o en qué mundo vives, pero nadie nos
dice que hacer.
Violet y Crank ambas asintieron en acuerdo. Pascal estaba metido bajo el brazo de
Violet, y ella estaba de vuelta en su vestido negro habitual, una máscara del Mardi
Gras apoyada encima de su cabeza.
Me puse de pie, arreglando mi vestido.
—Me tengo que cambiar.
Los dejé para resolverlo mientras fui arriba y me cambié con la ropa que Michel
había dejado fuera para mí durante mi permanencia en Quarter. Una vez que
estaba hecho, me aseguré que la espada estuviera en mi mochila.
Sebastian cerraba la cremallera de su bolso cuando bajé trotando la escalera. Los
demás parados junto a la puerta principal con caras serias y decididas.
—¿Lo tomo como que vamos todos? —dije.
—Es un país libre. —Sebastian lanzó su bolso sobre su hombro—. Si alguien se
hace daño, el Hospital de Charity está cerca.
Mientras los demás se dirigían fuera y por la Street Coliseum, hice una pausa. 1331
de First Street en la oscuridad nebulosa antes de que el alba fuera una visión
impresionante. Una sombra negra, grande y pesada. Un escalofriante, silencioso
gigante que protegía las calles devastadas. Le di una cabezada respetuosa.
Esto era el hogar. Y lo amaba.
Estaría para siempre agradecida por lo que Bruce y Casey habían hecho por mí,
pero Memphis no era lugar para mí.
Más que nada quería quedarme aquí, hacer una vida en el GD. En mis términos.
No en los de Novem.
Si tendría alguna vez esa oportunidad todavía se tenía que decidir aún. Estaba el
pequeño asunto de quitar al Novem y a la diosa griega de la guerra de encima de
mí.
156
—¡Ari! —me llamó Dub.
Con una mirada de despedida, me apresuré calle abajo, alcanzando a los demás y
yendo al paso con Sebastian.
—Entonces, ¿qué quisiste decir antes sobre que nadie saliera herido?
—Parte del cementerio se inundó durante las tormentas. Una sección se hundió un
poco. No se ha drenado.
Henri se rió.
— Lafayette el cementerio «Pantanoso» es más bien eso. Ciudad de los Muertos.
Tierra de alimañas.
Un fuerte escalofrío me recorrió directamente por mi columna desde la nuca. Me
estremecí. Grandioso.
—Como dije, si alguien es mordido, el hospital no está lejos.
¿Pero qué parte del cementerio tiene los huesos de Alice Cromley?
No pregunté, realmente no quería saber. Entrar, salir. Eso es en lo que me tenía que
concentrar. Con nuestro grupo, tal vez espantaríamos cualquier «alimaña» antes de
que se acercaran demasiado.
Un roce en mi brazo me hizo echar un vistazo abajo para ver a Violet, la cabeza de
Pascal balanceándose de arriba abajo con sus pequeños pasos.
—Espero que esté en la parte pantanosa —murmuró ella con una expresión
anhelante.
De acuerdo... Tal vez deberías mantener a Violet a tu lado. Si hubiera alguna
serpiente, ella y Pascal podrían hacerse cargo de eso. De hecho, no era una mala
idea. Violet iba a quedarse justo a mi lado.
El cementerio Lafayette No. 1 estaba a cuatro cuadras sobre First Street. El alba se
aproximaba había convertido el cielo manchado de tinta a un morado ligero,
suficiente luz para ver, pero también lo suficiente para proyectar sombras en sitios
oscuros e iluminar el largo y plateado musgo que colgaba de los robles y cipreses
dentro y fuera del cementerio. A través del alto enrejado de hierro forjado, las
tumbas eran visibles, elevándose como fantasmas grises en la suave tierra. La
puerta gimió en voz alta cuando Henri la empujó para abrirla, el sonido haciendo
acelerar mi pulso.
157
El olor de piedra mojada y barro flotaba denso en el aire cubierto de rocío,
recordándome la casa de la plantación en el Misisipí. Las hojas y los escombros
ensuciaban los jardines alrededor de la puerta principal. Enredaderas gruesas,
frondosas crecían sobre el arco de hierro. Esquivé las enredaderas y anduve por lo
que había sido alguna vez una vereda pavimentada, pero ahora estaba agrietado y
cubierto de musgo y mala hierba.
El único sonido era el arrastre de nuestros pasos cuando perturbamos el campo
santo. Filas largas de tumbas, esculpidas para parecerse a iglesias en miniatura de
mármol y piedra, localizadas en ambos lados de la vereda.
El tiempo y los huracanes habían dejado su huella, dejando decoloración, fracturas
y mármol roto esparcido por todos lados. Algunas tumbas habían sido levantadas
por la corriente de las inundaciones y llevadas hacia un alto montón de escombros
contra la cerca. Entre los escombros y enredaderas y hojas había huesos humanos y
piezas funerarias dejadas a la intemperie.
Miré la espalda de Sebastian, preguntándome lo que habría sido tan importante
para él como para haber venido a un lugar como este a buscar a Alice Cromley.
Henri se detuvo al final de un callejón largo. Sebastian siguió por delante de él,
doblando por otra embrollada hilera donde las tumbas se acercaban alrededor de
nosotros. Había bastante luz ahora para revelar pequeños detalles en el suelo.
Trastabillé, distraída por un cráneo roto atorado bajo una losa de mármol.
Dub me dio un empujón discreto sobre un montón de escombros.
—No te molestes —dijo, notando la dirección de mi mirada, pero malentendió mis
razones de mirar—. El lugar lo han dejado limpio.
—¿Qué quieres decir?
—Tú sabes. Las cosas con los que fueron sepultados. Anillos. Collares. Recuerdos.
Encontré un rubí gigantesco en aquel de allá.
—¿Robaste de una tumba? —Sabía que Dub era un ladrón de tumbas. Sebastian
me lo había dicho, pero no me podía hacer a la idea.
Se encogió de hombros y dio un puntapié a un pequeño trozo de mármol del
camino.
—Claro. No es como si lo fueran a necesitar. ¿Dónde crees que conseguimos todas
esas cosas anoche? Se lo vendemos a Spits, él lo vende a tiendas de antigüedades, y
ellos se lo venden a los turistas.
158
La idea de confiados turistas que andan por ahí usando joyería de una persona
muerta me dio escalofríos.
Mis pensamientos fueron al dormitorio en el cual había dormido.
—Por favor dime que aquel cráneo escaleras arriba no es verdadero.
Crank se rió sobre su hombro, sus trenzas de la coleta sobresaliendo de la parte
trasera de su boina.
—Ese es Eugene Hood de Saint Louis Number One.
St Louis núm. 1 era un cementerio en el Barrio francés. No me extraña que el
cráneo me hubiera puesto nerviosa; ¡era verdadero!
Me agaché debajo de una rama baja que se había caído a través de las tumbas. El
callejón terminaba en el alto enrejado de hierro que rodeaba el cementerio.
Sebastian se agachó alrededor de la esquina de una tumba, siguiendo la línea del
enrejado bajo la suave alfombra de hierba y hojas hasta que la tierra se hizo suave,
blanda y el olor de pantano se intensificó.
Más adelante, filas y filas de tumbas se elevaban del agua negra, salina.
Sebastian dio vuelta otra vez, llenándome de alivio. Al menos no íbamos hacia
adelante.
El ruido húmedo de nuestros pasos se hizo más fuerte. Mi alivio fue efímero
mientras el pensamiento de hundirse en barro acribillado con cadáveres, hizo
tensar mi estómago y poner mis nervios al borde.
—Aquí es —dijo Sebastian silenciosamente, deteniéndose de frente a una tumba.
Dos pasos conducían a una puerta de hierro de seis pies de alto, ambos lados
enmarcados con urnas de mármol llenas de lodo, escombros y unas matas de
hierba. La tumba estaba cubierta con liquen y algas. En la inscripción de la puerta
se leía: THE RIVER ANGELS, 1867.
El agua negra se filtraba sobre los dedos de mis botas mientras más tiempo me
quedaba parada en un punto. Violet permitió bajar a Pascal, y el caimán se escapó
lejos, probablemente afuera para cazar el desayuno.
Eché un vistazo detrás de mí al pantano oscuro, sombreado, viendo apenas el brillo
visible de sus ojos, docenas de ojos, y esperando por dios, que fueran ranas o
caimanes.
Henri ayudó a Sebastian a empujar la pesada puerta de hierro hacia dentro hasta 159
que el espacio fuera lo suficiente grande para meterse a través de este. Entonces se
apartó y limpió sus manos.
—Me quedo aquí afuera esta vez. Todos ustedes que se diviertan.
Sebastian dejó su bolso deslizarse de su hombro, lo abrió y sacó una gorda vela de
color vainilla.
—Dub.
Dub chasqueó sus dedos sobre el pabilo. La llama flotaba en el aire cuando
Sebastian se puso enfrente de mí.
—¿Lista?
Un último vistazo sobre mi hombro reveló que más ojos brillantes habían
aparecido, filas y filas de ellos, puntos diminutos balanceándose en el agua.
Mirando y esperando. Me adelanté, suprimiéndome un fuerte estremecimiento y
sacudiéndome la idea extraña de que aquellos ojos encendidos habían venido por
mí.
Respiraciones profundas. Una larga dentro. Una larga afuera.
Aumenté mi paso sobre los escalones de mármol agrietados cuando Sebastian
entró en la tumba, dejando una pequeña luz naranja para seguirle.
Doblé mi cuerpo, deslizándome fácilmente dentro.
El aire mohoso, húmedo hacía difícil respirar. Aproximadamente dos metros y
medio de hondo y tal vez dos metros pies de alto en su cumbre abovedada, la
tumba era bastante grande para cuatro, tal vez cinco personas paradas con espacio
para moverse.
En cada uno de los lados rectangulares estaban dos estanterías largas con urnas y
cajas funerarias apiladas. Más habían sido apiladas en el suelo bajo los anaqueles.
—Las tumbas se reutilizan repetidas veces. Por eso hay tantos cuerpos aquí. Antes
en los viejos tiempos, quitarían los huesos del último ataúd, los pondrían en una
de aquellas cajas, y luego traerían un nuevo ataúd con un nuevo cadáver. Una vez
que el cuerpo dentro se deterioraba u otro miembro de la familia moría, repetían el
proceso. Es como un juego de las sillas para los muertos.
—Que agradable. —Miré alrededor el pequeño espacio, notando que las cajas
funerarias más viejas estaban rajadas y deterioradas, con huesos saliéndose a
través de estos. Mi corazón palpitó, porque trataba como el infierno de no inhalar 160
el olor de cadáveres en descomposición hacia mis pulmones—. ¿Cuál era Alice?
Sebastian caminó hasta la parte de atrás de la tumba, donde lo que pensaba que era
un asiento de mármol largo era realmente un ataúd de piedra cubriendo la pared
trasera. Encima de ello, en un nicho escarbado en la pared de mármol, estaba una
vieja vela medio quemada cubierta de putrefacción.
—Acabas de decir que movían los huesos adentro de las cajas.
—Todos excepto éste. Esa leyenda que escuchaste del conductor del auto... ¿los dos
cuerpos en el río? Sólo es un cuento. —Colocó la vela en el pequeño nicho del lugar
y luego se arrodilló ante la tumba—. Ayúdame a empujar. —Tomó un punto en
una esquina mientras me arrodillé ante el otro, colocando mis manos en la tapa de
mármol áspera.
—Bien, ¿así que cuál es la verdadera historia entonces?
—Alice Cromley fue asesinada por su amante. Un crimen pasional. Nadie sabe
exactamente qué pasó, salvo que no fue botada en el río y mientras yacía
muriendo, le dio instrucciones a él de cómo preparar su cuerpo. Algún ritual vudú.
Él hizo lo que ella pidió, por miedo a ser maldecido, y porque, algunos dicen, que
realmente la amaba. ¿Lista?
Asentí, sabiendo que tendría que respirar pronto. Como estaba, mis pulmones y
corazón apenas podían mantenerse. Mis dientes apretados mientras que miraba la
piedra, finalmente arrastré una profunda respiración, sabiendo que era mejor
hacerlo ahora que cuando el ataúd estuviera abierto y el aire lleno de... Alice
Cromley.
El peso de la tapa de mármol nos tenía a ambos sudando para cuando logramos
ladear la parte superior. Una vez esto se hizo, fuimos al otro extremo e hicimos lo
mismo, hasta que el ataúd se abrió casi a la mitad.
Sebastian se recostó. El sudor mojaba su nacimiento del cabello.
—Con esto estará bien. —Se limpió con su antebrazo sobre sus cejas antes de
levantarse para recuperar la vela. Miró fijamente abajo en el ataúd, su semblante
serio.
Ascendí sobre mis rodillas, lo suficiente alta para ver sobre la repisa del ataúd y
abajo en el lugar del descanso final de la tristemente célebre Alice Cromley.
Jadeé. Ambas manos se agitaron alrededor buscando apoyo, algo, cualquier cosa
que me impidiera caerme hacia atrás. Me agarré del extremo irregular del ataúd.
Una muy hermosa mujer criolla perfectamente conservada, yacía adentro. 161
Alice Cromley.
Su vestido estaba en jirones deteriorados, pero su piel y cabello se veían como si la
hubieran puesto en el ataúd de piedra sólo unas horas antes.
—Esto es imposible —susurré.
Una risita me hizo apartarme de la escena macabra, para encontrar a Sebastian
sonriéndome abiertamente con una ceja negra levantada.
—¿Después de todo lo que has visto? Vampiros. Una diosa. Una harpía.
—Sí, y cada uno de ellos imposible. Justo como esto.
La risa entre dientes de Sebastian parecía incorrecta en nuestro aprieto actual.
—No en New 2. En New 2 cualquier cosa es posible.
—¿Incluso derrotar a una diosa griega?
Sebastian abrió su bolso.
—Nos deberíamos apresurar antes de que el sol se eleve. —Sacó unas tijeras de
jardín.
—Jesús. —Mi estómago fue de tenso a enfermo en un salto.
—Supongo que significa que yo haré los honores.
Por lo visto no había esperado algo más, porque daba vuelta ya hacia el ataúd. Se
inclinó dentro y levantó el pie desnudo de Alice Cromley. Noté que le faltaba un
pequeño dedo.
Mierda. Mierda. Mierda.
Me aparté y me estremecí. El chasquido de hueso entre las tijeras rebotó en las
paredes de mármol. En cualquier minuto despertaría a los muertos. Los muertos
enojados, enojados por profanar a uno de los suyos. Casi huí de la tumba.
—Rápido —susurró Sebastian, sentándose con su espalda en el sarcófago
sacándose el mortero y la mano de mortero para moler, pelando el pequeño hueso
del dedo del pie y luego secando la pieza y dejándolo caer en el tazón. Comenzó a
moler, echó un vistazo para verme de pie y parada muy quieta—. ¿Quieres saber o
no?
Tragué, obligando a bajar el pánico y temor que hacía a mis miembros entumecer y
debilitarse. Todo en mí gritaba: Corre. Corre lejos, muy lejos de esta escena oscura,
de pesadilla y nunca mires atrás, nunca recuerdes. 162
Pero en cambio me senté de forma acartonada en el suelo mientras que Sebastian
siguió moliendo la pieza diminuta de hueso.
En algún sitio detrás de mi mente sabía que el contenido de ese tazón iba a
encontrar un hogar dentro de mi cuerpo. Pero no pensé en ello. Sólo miré y dejé a
mi mente quedarse en blanco.
Diecisiete
Traducido por andre.12
Corregido por Eneritz
D
ESPUÉS DE VARIOS LARGOS MINUTOS, SEBASTIAN GOLPEABA LA MAJA del
mortero contra el borde de este, enviando una minúscula ducha de polvo
de hueso de vuelta al tazón.
—Extiende tu mano.
Mi fosa nasal se ensanchó. No me moví. No podía. Mi mirada se trabó en la de
Sebastian, con sus ojos grises profundos e ilegibles. Un tic flexionó su mandíbula.
Sólo uno, pero lo vi. Luego se estiró, tomó mi mano y vertió el contenido en mi
palma.
—También me puso los pelos de punta —dijo en voz baja—. Pero lo haría de
nuevo, si tuviera que hacerlo. Es sólo hueso. Polvo. Ningún sabor en absoluto. Es 163
como inhalar una roca pulverizada.
—Roca pulverizada —repetí. Roca pulverizada. Puedo manejar eso. Soy fuerte. Puedo
manejar lo que sea. Sí, cualquier cosa.
Entrené a mi mente en la pequeña cantidad de polvo ahuecado en mi mano. Roca
pulverizada. La acerqué más, el corazón martilleando contra mi caja torácica, me
incliné y luego inhalé.
Se extendió por mis fosas nasales y golpeó la parte posterior de mi garganta,
granuloso y… como roca, como Sebastian había dicho. Me dio arcadas. Demasiado
seco contra una garganta ya árida. No podía tragar. Se agrupó. Mi estómago sintió
nauseas, queriendo vomitar, enviando la señal a mi garganta al tiempo que mi
visión se nubló y una sensación de hormigueo se apoderó de mi cuerpo,
serpenteando bajo mi piel como un relámpago.
El mausoleo se inclinó, dando vueltas como una casa de la risa de feria.
El lado de mi cara golpeó el piso. No, no el piso. La mano de Sebastian, que
suavizó mi caída y luego se deslizó gentilmente desde abajo de mi mejilla.
Mis ojos estaban inamovibles, mi vista en el largo resplandor de la vela, que se
sentaba en el piso, la rodilla de Sebastian en una esquina y las sombrías cajas de
hueso en la oscuridad de más allá.
Estaba congelada, completamente paralizada, pero mi mente seguía girando,
seguía dando vueltas lentamente en el divertido paseo. Mis párpados se hicieron
más pesados y bajaron, finalmente capaces de cerrarse en una explosión de blanco.
Destellos brillantes.
Pizcas de color. Deslumbrantes colores. Blanco reluciente y azul vibrante.
El reflejo del sol parpadeando y brillando fuera del mar, radiando fuera del mármol pulido.
Voces rotas.
Vislumbres de un templo Griego, sobresaliendo desde las rocas junto al mar. Hermoso, este
lugar. Tan hermoso.
Dentro de esas perfectas columnas, cabello blanco vuela fuera, ondeando como una bandera
en la brisa.
Mi pecho se aprieta. El miedo fluye por mi sistema, propulsado por la comprensión de lo
que está sucediendo. Que se siente como si estuviera pasándome a mí. El horror mientras la 164
mujer de cabello blanco se zafa de la gran mano agarrando su brazo. Ella pierde el equilibrio
y tropieza mientras huye dentro del templo. Está demasiado asustada para sentir el dolor de
su caída dura, con la imperdonable baldosa de mosaico. Gira, cayendo rápidamente sobre su
trasero, desesperada, mientras la gran figura se cierne sobre ella.
Ella sabe.
Él la quiere, y no hay ninguna forma de detener esto.
La mano de él se estira y lentamente jala el dobladillo del vestido de ella por sobre sus
muslos. No hay nada que ella pueda hacer, nada en absoluto a lo que la figura sobre ella
habla tranquilamente, extrañas palabras adornadas con poder, la clase de poder que le dice
que mantenga sus ojos abajo y que no mire su rostro. Eso seguramente significaría la
muerte.
Mi primera contracción, mi cuerpo entero se pone rígido y entumecido.
Un lento, furioso grito se construye en lo más profundo de mí, nacido de ira, injusticia, y
miedo. Se arranca de mi garganta, sonando con desesperación y negación.
Desde algún pequeño, oscuro lugar en mi mente donde aún puedo razonar, sé lo que le está
ocurriendo a la mujer. Pero me niego a experimentar esas emociones, así que me revelo
contra ellos, contra el poder de los huesos clarividentes de Alice Cromley, y peleo duro,
cerrando mi mente a las emociones incluso mientras veo los destellos de la violación de la
mujer en mi mente.
Y luego se acaba.
La mujer en el piso se acurruca y llora, su cabello plateado derramándose en un arco en el
colorido mosaico del piso, su blanco vestido manchando con sangre a lo largo de la curva de
su trasero, su cuerpo temblando.
Mi ira se vuelve más caliente, tomando la angustia de la escena en mi mente. Mi garganta
se cierra, y mis ojos y mejillas están húmedos.
Otro destello brillante consume la escena.
Una voz. Una voz tan familiar que manda escalofríos por mi columna vertebral.
Athena.
Conozco la voz, aunque no las palabras. Esas son como las de él. Extranjeras, pero no
escondidas en falsa comodidad. La imagen rebota rápidamente. Y las palabras son brutales,
condenatorias, y honestas. Desconfianza se desliza dentro de mí como miel mientras siento
la conmoción y el profundo sentido de presentimiento de la mujer. La diosa la está culpando
a ella de la violación en el templo, por contaminar el sagrado lugar de Athena.
La mujer se empuja a sus pies, dolida, confundida, con el corazón roto por ser abandonada
165
por la diosa que ha adorado y amado desde su infancia.
Veo a través de los ojos de la mujer. Los pies de Athena y el final de su toga. Nunca su
rostro. No se permite mirar a la cara de los dioses. Y luego la maldición empieza. Las
palabras expedidas de la boca de Athena no son más entendibles que antes, pero no hay
equivocación en este momento. Este es el momento en el que el aire se carga y chasquea con
energía primitiva, donde se enrosca alrededor de la mujer, crujiendo el vestido y levantando
su cabello. Aquí es cuando sus ojos, su belleza, su cabello, son su perdición, donde una
vengativa e injusta diosa saca sus celos en una inocente, pacífica mujer.
Primero violada y ahora recriminada.
La mujer grita a lo que el mismísimo aire entra en su cuerpo, un aire vivo con las palabras
de poder de Athena. Invade su piel, sus órganos, y sus huesos. Reforma y trae fealdad y
veneno. El abrasador dolor arranca desde su garganta en un gutural, primitivo grito, que
me hace dejar de respirar. Siento este dolor. Pero sé que no es nada como la cosa real. Ella se
inclina en la cintura, y su estómago vacía su contenido en las baldosas de mosaico. Dolor ha
tomado su visión. Ella ya no ve, solo siente. Su cuero cabelludo se quema, abriéndose en
maldiciones y lágrimas. Ella se estira para agarrar su ardiente cabeza, pero sus manos son
mordidas por algo. Dolorosas mordidas. Una y otra y otra vez hasta que es consumida por
la compasiva oscuridad.
Respira, me digo a mí misma. Mi latido golpea como un tambor de ritual frenético,
haciendo eco dentro de mí. Atrapado.
Otro destello me lleva del blanco templo a una oscura cueva. Un lugar sombrío. Un lugar
donde luz de velas titila en las paredes, y los gritos y valentía de la misma mujer hacen eco
a través del hueco lugar.
Tanta agonía.
Y luego los lloriqueos de un bebé recién nacido mientras es llevado a través de la oscuridad
por su madre, una nueva madre doblada por el dolor del parto. Un corazón bombeando.
Miembros tan débiles, pero su voluntad tan fuerte. Para salvar a este bebé. Para llevar a
este bebé lejos. Lejos. Ella llora calientes lágrimas y su corazón se rompe con cada paso, con
cada paso más cerca de abandonar a su hijo.
Pero es la única manera.
Se ha estado escondiendo por tantos meses, y pronto ellos la encontraran. Y cuando lo
hagan, no tendrán piedad de este bebé. Ese bebé nacido de mujer y dios.
Yo gimo, mi propia voz yendo más allá de las imágenes a mis oídos mientras el bebé es
puesto en los peldaños de la puerta de una pequeña granja de piedra.
Y luego la mujer huye. Con el corazón acelerado. Con el cuerpo débil y sangrando por el 166
parto, el líquido caliente bajando por sus muslos tan rápido como las lágrimas rodando por
su rostro. Está acabada. Este acto de salvar a su hijo la ha quebrado más de lo que Athena y
el dios jamás lo hicieron.
Vuelve a la cueva, al pequeño rincón donde su bebé, una hija, respira viva por primera vez,
y entierra sus manos en la tierra para cubrir la placenta, para esconder cualquier evidencia
de que un niño ha nacido. Y luego se acuesta como el monstruo que es para esperar al
cazador.
Esta vez no se esconderá, no correrá o peleará. Esta vez le dejara tomar su cabeza como los
otros lo han intentado. Está cansada, demasiado dañada para seguir adelante.
No sabe cuántas noches y días se acostó ahí en el frío, en el rocoso piso de la cueva, pero
sabe inmediatamente cuándo otro invade su espacio. Levanta su cabeza y tiembla mientras
el monstruo en ella se despierta. Sus manos palpan por la pequeña vela, el pedernal, y
enciende la mecha.
Sombras barren y se retuercen en las paredes, revelando a un hombre en armadura
arrastrándose cerca. La mano de él se flexiona alrededor de la empuñadura de una pequeña
espada. Su otra mano se alza alrededor de un escudo mientras se acerca a la luz de la vela.
Las sombras en la pared se encuentran.
Ella se doblega al sonido del silbido en sus oídos, un sonido que odia más que nada. Un
sonido que pronto será silenciado.
Él se balancea.
La filosa punzada en la parte trasera de su cuello jala un sonido de sus labios, pero luego
alivio fluye a través de ella. Es libre finalmente. Libre de la maldición, libre de ser un
monstruo. Le da la bienvenida a la muerte con los reconfortantes recuerdos de su hija
acurrucada en sus brazos.
—¡Ari! —La parte trasera de mi cabeza rueda de un lado a otro del duro piso. Unas
manos se aferran a ambos hombros fuerte—. ¡Ari! ¡Maldición, respira!
La voz de Sebastian. Las manos de Sebastian. Respira. ¿Por qué? Yo estaba bien.
Todo estaba bien. Somnolienta y bien. Me instalé de vuelta en la entumecida,
cálida negrura que encontré tan reconfortante.
Hasta que un puño golpeó mi pecho.
¡Joder!
Mis ojos volaron abiertos. Me senté, boca abierta, ojos amplios pero ciegos. Mis
pulmones quemaban. El dolor sobre mi corazón, brutal. Mi boca abierta como un
pez fuera del agua. Sofocándome. Mi visión aclarándose y con ello vino la
167
comprensión de que necesitaba inhalar, respirar.
¡Jesucristo, necesitaba respirar!
Mi cuerpo se tambaleó mientras mi cerebro finalmente disparó la señal correcta, y
fui capaz de succionar por una larga, desesperada bocanada de aire. Mi corazón
bombeaba tan duro, una respiración no fue suficiente, ni de cerca suficiente.
Sebastian se sentó de nuevo y pasó una mano sobre su frente, sus ojos llenos de
alivio mientras agarró mi mano.
Después de un largo rato, dijo:
—Dejaste de respirar. Estabas tan quieta y callada. Todo el tiempo. Ni siquiera
pestañeaste.
Una serie de temblores me atravesó. Mordí las lágrimas de vuelta y tragué.
—¿No lo hice? —jadeé. Porque estoy segura como el infierno que recuerdo gritar,
llorar y gemir.
Y estoy segura como el infierno que recuerdo mi pasado. No, no mi pasado. El
pasado cruel, rompecorazones de mi ancestro. Mi pecho se infló con la persistente
desesperación que había experimentado con mi ancestro. Mi cabeza cayó en mis
manos.
—Lo viste.
Doy un vistazo hacia Sebastian, manos cayendo flácidas en mi regazo.
—Sí —respondí, mi voz irregular y pequeña—, lo vi. —Él esperó y yo no podía
hacer llegar las palabras—. ¿Te importaría si nos vamos de aquí?
Me miró por un largo momento, vi su preocupación y miedo en su mirada, pero
eso fue todo, sólo un breve vislumbre antes de que su cabeza bajara y empezara a
empacar todos los contenidos de nuestro ritual en su maleta.
Después de empujar la pesada tapa sobre el cadáver antinatural de Alice Cromley,
dejamos la tumba.
Largas manchas de púrpura y anaranjado se filtraban a través del oscuro cielo
desde el este, revelando el cementerio en toda su tétrica, quebrada gloria. La alta
cerca de hierro se elevaba como picos de campo de batalla, manteniendo dentro las
tumbas invictas, las ruinas, y los musgosos expuestos huesos.
Todavía débil y entumecida, hice mi camino cuidadosamente bajo los dos
escalones rotos, mis ojos viniendo a descansar en la espalda de los demás. Extraño.
168
Pensé que ellos estarían encarándome, esperando, curiosos por saber lo que había
ocurrido.
Cuatro en una línea. Hombro a hombro. Nadie se movió.
—¿Chicos? —dije lentamente, el vello en mis brazos alzándose.
—¡Shh! —La cabeza de Henri se movió ligeramente, la única indicación de que el
sonido había venido de él.
Intercambié una rápida, confundida mirada con Sebastian antes de dar un paso
más cerca para ver lo que había atrapado su atención.
Un jadeo se atrancó en mi garganta.
No.
Serpientes. Al menos treinta de ellas. Todas en el borde del pantano, donde el agua
se encontraba con el suelo. Flotando en el agua. Juntas. Ahogadas allí. Ojos en la
tumba. En mí. Viendo hacia mí.
Di un traspié, cayendo contra los escalones. El dolor lanzándose a través de mi
espalda y codo que chocaron contra el mármol agrietado. Una mirada fue todo lo
que necesité, una breve mirada que ardería en mi cerebro para siempre. Y miedo,
uno como el que nunca antes había conocido, me arrastró y propulsó hacia atrás.
Espantada, cayendo duro en mis rodillas, mis manos arañando a través del
dentado borde de una piedra rota mientras yo continuaba, girando y corriendo.
Corre.
Mi corazón y pulmones crecieron con la fuerza del terror empujando la sangre a
través de mi sistema, haciéndome estremecer y estar inestable incluso mientras
corría como un rayo alrededor de las tumbas y saltaba sobre ruinas, reduciendo la
velocidad solo cuando la reja que llevaba a la libertad se alzaba ante mí.
Me detuve enfrente de la gigantesca reja, mi pecho pesando, mis brazos flojos en
mis costados, la mochila escurriéndose de mi mano y cayendo en el suelo.
Lágrimas fluyendo hacia abajo por mis mejillas y cuello mientras luchaba por
respirar y procesar lo que acaba de presenciar.
Una pesadilla. Una horrible jodida pesadilla.
Los rápidos pasos de los otros acercándose me hicieron limpiar rápidamente las
lágrimas.
Crank fue la primera en alcanzarme. 169
—¿Estás bien?
—Sí. Estoy bien.
—Le tienes miedo a las serpientes. —Dub llegó después, sentándose en una piedra.
Sebastian lanzó su mochila a los pies de Dub y se le unió en la piedra, jalando una
pierna arriba, su voz uniforme y silenciosa.
—Nunca las había visto hacer eso antes.
Una pequeña, irónica risa, se detuvo en mi boca, convirtiéndose en un duro sonido
en mi garganta. Sí. Tampoco yo. Puse mis manos en mi cadera, queriendo lanzar
mi cabeza atrás y gritar, pero en su lugar me quedé en silencio, mirando al cielo
mientras hacía la transición de madrugada a día.
Mi cuerpo convulsionó con un rápido temblor. Me restregué el rostro duramente,
tratando de fregar la visión de mi mente, y la horrible comprensión de que las
serpientes habían venido a verme. A pagar homenaje a su reina. Medusa. Gorgona.
La maldición que llevaba mi familia y que algún día habría de convertirme en un
monstruo. Una espantosa criatura tan repulsiva que una mirada convertiría a una
persona en piedra. Piedra tan dura como en la que Dub y Sebastian estaban
sentados.
Ese era mi legado. Eso era lo que me esperaba.
Y era lo suficientemente jodido como para asustar a una diosa. Lo imagino. Me reí.
—¿Entonces? —dijo Henri, sin aliento, habiendo por fin llegado hasta la reja—.
¿Qué viste en la tumba?
—Nada. —Mi voz estaba mezclada con horror y pena.
Violet vino acercándose, Pascal bajó su brazo otra vez. No pude mirar esos ojos
viperinos, así que me giré hacia atrás, quedando cara a cara con el ceño de Henri y
la incrédula mirada de Crank.
—Nosotros vinimos todo el camino hasta acá contigo y ¿no vas a decirnos nada?
—No te pedí que vinieras, Crank —me avergoncé, sabiendo que sonaba como una
estúpida de primera categoría—. Lo siento, es sólo… no puedo... —¿Cómo podría
decirles? ¿Cómo podría decirles y ver sus rostros transformarse en conmoción y
disgusto?
—Tú nunca lo habrías descubierto sin nuestra ayuda —señaló Henri—. Merecemos 170
saber en contra de qué estás. Si Athena va por el camino de la guerra, nos afecta a
todos nosotros.
—No lo hace si no estoy aquí.
Los ojos de Crank se ampliaron en desconfianza y sus manos se enrollaron en dos
pequeños puños.
—Así que, ¿qué estás diciendo? ¿Vas a dejarnos?
Lancé mis manos arriba, mirando fuertemente a un punto más allá del hombro de
Crank. No sabía qué diablos estaba diciendo ahora. Sólo que no podía decirles lo
que era, en lo que me convertiría. No podía verlos huir, darme la espalda, la mayor
inadaptada de todos ellos, abandonada incluso por aquellos en New 2. Y si eso
ocurría, entonces ¿adónde se suponía que fuera? ¿Dónde diablos habría alguien
que me aceptara?
No, este secreto se iría conmigo a la tumba si tenía que hacerlo. Tanto si significaba
herir a mis amigos o no, sin importar que significara dejar New 2 y nunca mirar
atrás.
Un graznido interrumpió mis pensamientos, reverberando a través del ligero aire
de la mañana.
Un cuervo aterrizó en la cima de una tumba cercana, sus alas revoloteando antes
de doblarse detrás se su espalda.
—Ari —dijo Sebastian —, sea lo que sea, puedes decírnoslo.
El cuervo graznó de nuevo, el sonido haciendo eco a las últimas dos palabras de
Sebastian. ¡Dinos! ¡Dinos! Casi como si se estuviera riendo de mí. Dios, estaba
enloqueciendo.
Pero entonces, los otros también estaban mirando extrañados al pájaro.
Yo no fui la única que lo escuchó.
¡Dinos! ¡Dinos!
El temor barrió debajo de mi piel mientras el cuervo se transformaba en una mujer
vestida de negro posada en sus caderas en la cima de la tumba, sus manos
curvándose sobre el borde, uñas largas y viciosas, una malvada sonrisa en sus
labios.
—Sí, dinos, Ari. Dinos lo que has visto.
Athena.
Flores muertas y cuentas de destellos esmeralda enhebradas a través de su 171
enredado, elevado cabello.
Un fuerte trago de saliva bajó por mi garganta, seguido por la contracción de cada
músculo que poseo. Todas las emociones de mi visión hirviendo, tan frescas y
furiosas como lo habían estado unos momentos antes.
—Deberías saberlo, tú, insignificante pedazo de mierda.
Parpadeé, sorprendida por el veneno y las palabras que salieron de mi boca. Pero
sabía de dónde venían. De ver a Medusa, y el horror por el que había pasado. ¿Y
para qué? ¿Por ser hermosa? ¿Por ser violada por algún dios culo-limpio en el
perfecto templo de Athena?
Que se joda Athena.
Los ojos de Athena se redujeron a finos puntos. Alzó su cabeza. Pero la subida en
su pecho mientras respiraba me dijo que las palabras le habían dolido. Bien.
—Bien, entonces —dijo la diosa, sus perfectos labios crispándose—. Si tú no les
dices, tal vez yo deba.
Dieciocho
Traducido por Dara & Felin28
Corregido por Eneritz
¡N
O!—GRITÉ MIENTRAS ATHENA RELAJABA LAS PIERNAS Y las bajaba,
sentándose a horcajadas sobre la tumba con los pies colgando sobre el
borde y balanceándose como una niña. Su sonrisa petulante me heló
hasta los huesos—. Por favor —susurré odiándome a mí misma por suplicar—. No
lo hagas.
—¡Oh! —Ella juntó las manos—. Lo sé. ¿Y si en su lugar se lo mostramos? Una
pequeña muestra de lo que está por venir. Sólo una visión, no lo suficiente para
hacerles daño. Y sólo lo suficiente para mostrarte, querida Ari, que tú no
perteneces a aquí.
Oh Dios. 172
Caí de rodillas.
—No —mi voz se ahogó—. Por favor. No hagas esto.
Una esquina de su boca se torció con aire de suficiencia. Sabía que era demasiado
tarde. Lo vi en el brutal destello y en la arrogancia increíble que iluminaba las
profundidades de sus ojos.
Las manos de Athena salieron disparadas, y de ellas salieron dos rayos
chispeantes, tornados verdosos. Ni siquiera tuve tiempo para ponerme de pie, me
quedé paralizada de rodillas mientras su poder se arremolinaba a mí alrededor,
arrugando mi ropa y levantándome los mechones de cabello. El nudo en la parte
posterior de mi cabeza se liberó. Mi cabello se levantó y se extendió en olas
blancas. Mi estómago se contrajo mientras intentaba doblarme, enrollarme sobre
mí misma y ocultarme, pero una fuerza invisible me mantenía inmóvil,
sosteniendo mi barbilla en alto y mis hombros rectos. Luché contra ello, el sudor
brotaba por la parte baja de mi espalda.
Grité, tratando de levantar mis manos, para bajar mi cabello, para detener lo que
estaba pasando, pero no cooperaban. Mis rodillas se despegaron del suelo y me
giré, enfrentando los rostros atónitos y pálidos de mis amigos. Los brazos
extendidos, abiertos por completo. No había manera de ocultarlo.
Y Sebastian—Sebastian, que tenía un pie delante de él, estaba presionando hacia
adelante, pero incapaz de moverse, incapaz de ayudarme. Ninguno de ellos podía
moverse.
La única acción que podía hacer era con mis ojos. Se conectaron con los de
Sebastian y se pusieron vidriosos. Mi garganta se cerró. Mi corazón bombeaba a un
ritmo frenético, doloroso. Entonces mi cabello comenzó a separarse en varios
mechones retorcidos y bamboleantes. Mi cuero cabelludo estaba ardiendo.
¡Dios bendito, estoy en llamas!
Grité un sonido horrible. Apreté los ojos, cerrándolos, obligándola a parar.
¡Por favor! ¡Basta!
Y entonces los sentí agitarse detrás de mí cuero cabelludo. Mi boca se abrió
mientras jadeaba buscando aire que no llegaba.
Una repulsión me atravesó, haciendo que mis nervios se electrificaran con miedo.
Las lágrimas se filtraron calientes en mis ojos.
173
¡No! ¡No! ¡No!
Mi cuero cabelludo quemado se sentía como seda, redondeando el humo que se
deslizaba hacia arriba y fuera de mi piel, girando y retorciendo mechones de mi
cabello y convirtiéndose en sombras vagas de cosas vivas. Terroríficas cosas vivas.
Visiones humeantes de lo que estaba por venir. Retorciéndose, entrelazándose
juntas, unas apariciones de un halo repugnante, de color blanco lechoso, amarillo y
naranja.
Mis ojos se pusieron en blanco. Mi corazón latía con fuerza, una última vez más,
incapaz de soportar el pánico y la adrenalina corriendo por mis venas. Mis ojos se
abrieron de golpe en contra de mi voluntad, Athena me obligó a mirar, para ver a
mis amigos.
Mis amigos.
Apoyo. Llegaron el uno al otro para apoyarse. El horror empalidecía sus caras
afligidas y les dejaba boquiabiertos.
No. Quería suplicar. Por favor, no se vayan.
Pero no podía hablar.
Y Sebastian. Sebastian que tenía un pie fuera, tratando de romper la barrera
invisible y ayudarme, dio un paso atrás.
Dio un paso atrás.
Mi pecho se desinfló, hundiéndose, colapsando mientras la verdad y el frío se
apoderaban de los últimos restos de esperanza que tenía, y los desmenuzaba en
mil pedazos. No debería haberme sorprendido, en realidad. No tengas esperanzas
y no te lastimarás. No confíes o ames y no saldrás herido. Había roto mis propias
reglas. ¿Y quién en su sano juicio o incluso un poco cuerdo no huiría, o se cagaría
de miedo, o se pondría en estado de shock? No podía culparlos.
Crank sostenía el brazo de Henri, su rostro presionaba contra él, con los ojos
redondos como frisbees17. Todos ellos se alejaron, todos menos Violet, que estaba
sorprendida, empujando lentamente la máscara del carnaval para revelar una
expresión de asombro infantil.
Henri se adelantó y agarró a Violet, sacudiendo su espalda. Ella se dio la vuelta y
mostró sus diminutos colmillos. Él la soltó como si se quemara.
Se fueron por la puerta ahora, los dedos envolviéndose alrededor de los barrotes y
gritando a Violet que viniera, las voces se apagaron y se ahogaron en el caos que se 174
arremolinaba a través de mi cerebro, mezclándose con el dolor y mi corazón roto.
En un acto de desafío, Violet se sentó con las piernas cruzadas en el suelo.
Finalmente se dieron por vencidos. Henri jaló a Crank y Dub lejos de los barrotes y
salieron corriendo por la calle. Sebastian titubeó, dando una última mirada
insondable hacia mí, sobrevalorando el interior del cementerio, y luego se apresuró
detrás de los otros.
Athena me soltó. Un soplo renovado entró en mis pulmones y el peso de mi
cuerpo cayó al suelo, hundiéndome en la suavidad. El lado de mi cara golpeó
contra la tierra húmeda y se sintió bien esa sensación.
Me quedé inmóvil, demasiado débil y demasiado herida para importarme.
Los pies de Athena golpearon el suelo y se acercó a unos pocos pasos de donde yo
estaba. Su dedo se clavó en mi hombro, empujándome por detrás.
Miré hacia arriba, a la cara de la diosa, la perra cruel que tenía un lugar especial en
el infierno, si tal lugar existía. Se dejó caer sobre sus piernas y tiernamente limpió
el único flujo de lágrimas desde la izquierda del lado de mi cara, y luego apoyó los
codos en las rodillas.
H
ABÍAN PASADO TRES DÍAS. TRES DÍAS SIN DORMIR Y DE PESADILLAS y
preocupación. Violet se había ido. Nadie sabía cómo recuperarla. Y nadie
había visto o escuchado algo de Athena.
Tres días de ir al cementerio, llamando a Pascal, buscando en cada tumba, en cada
grieta para encontrarlo.
Violet querría eso, y yo se lo debía. Iría todos los días hasta que lo encontrara.
Sebastian había pasado los últimos dos días en su habitación, golpeando sus
tambores, llenando la casa con tal furia intensa que era difícil permanecer allí
cuando tocaba.
Michel había enviado una pequeña fuerza a la plantación River Road para rescatar
187
a mi padre, pero como era de esperar, la prisión se había ido, como si nunca
hubiera existido. Había sido difícil para Michel hacer siquiera eso. Mi padre τερας
había matado a inocentes y a humanos con poderes en el nombre de Athena. Pero
su amor por mi madre lo había cambiado, le había dado el poder de ir en contra de
la diosa. Y él había estado pagando el precio por todo estos años.
Ahora, por mi culpa, pagaría incluso por más tiempo.
Repetí ese momento en la cárcel una y otra vez en mi mente. Había estado justo
ahí, dispuesta a liberarlo. Debería haber hecho lo que sabía que era correcto
cuando tuve la oportunidad. Podría haber exigido a Michel que me devolviera las
llaves. Debí dar la batalla, negándome a ir hasta que fueran puestos en libertad
todos los prisioneros.
El arrepentimiento y la culpa se clavaron en mi costado como espinas venenosas.
Tenía que encontrarlo.
Fue casi un alivio salir de New 2, para alejarme de los recuerdos, para saltar en el
camión del correo con Crank y conducir sobre el Lago Pontchartrain a Covington,
la ciudad fronteriza, donde Bruce y Casey estaban esperando a reunirse con
nosotras.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —me preguntó Casey, con los brazos
apretados alrededor de mi cuello. Ella me hizo retroceder, y aproveché el momento
para memorizar su rostro. Redondo. Amable. Con brillantes ojos azules que
mostraban cada emoción que tenía. Ojos que ahora estaban llenos de lágrimas.
Sólo sabían que había encontrado una fuerte pista en mi padre y que necesitaba
lanzarme en ello por ahora antes de que perdiera el rastro.
—Tengo que hacer esto. Tengo que encontrar a mi padre.
Bruce era el siguiente. Me dio un abrazo de oso, en una nube olorosa de crema
para después de afeitar, una mezcla limpia picante que me hizo respirar profundo.
Apreté su hombro vestido de suave franela.
—Ten cuidado —murmuró—. Recuerda tu entrenamiento. Vamos a esperar
informes regulares.
Di un paso atrás y asentí.
—La documentación estará terminada dentro de sesenta días, pero supongo que el
Novem tiene cuerdas, porque de seguro que jalaron de alguna para obtener el
permiso para transferir la tutela —dijo Casey—. Te avisaremos cuando todo esté
terminado. 188
—Gracias.
Michel Lamarliere pronto sería registrado como mi tutor legal. Al menos para los
próximos seis meses, hasta que cumpla dieciocho años.
Los Sandersons me ayudaron a transferir mis pertenencias de su SUV al camión
del correo. Yo no tenía mucho, sólo dos bolsas de basura llenas de ropa y zapatos,
y un par de cajas con algunos libros y otras cosas que había recogido durante los
años.
—Puse un álbum de fotos en una de las cajas —dijo Casey, luchando por contener
las lágrimas.
Bruce cerró la parte trasera del camión, y ambos me envolvieron en otro abrazo. La
voz de Bruce me susurró al oído:
—Hay algo pequeño ahí de mi parte, también. —Por el tono de su voz, yo diría que
es algo así como de la variedad de protección personal—. Te amamos, chica.
Mi garganta se cerró, pero me las arreglé para decir:
—Igual.
En cuanto a las despedidas, esta fue la más difícil. Forcé la bajada del aumento de
las lágrimas y mantuve mi compostura mientras nos alejábamos. Fue sólo después
de que Crank había dejado el correo, recuperado las nuevas bolsas y nos dirigió de
nuevo por la carretera abandonada, que me quité unas cuantas lágrimas de las
esquinas de los ojos.
Los últimos rayos del sol se extendían sobre la superficie del lago, convirtiéndolo
en un espejo brillante de profundos azules, morados y naranjas. La silueta de New
2 parpadeó en el horizonte, enviándome de regreso a la primera vez que Crank y
yo condujimos sobre el puente y al interior de Crescent City. Sólo que esta vez no
nos dirigimos hacia el GD. Esta vez lo hicimos al French Quarter.
El camión lento e ilegalmente, navegó por Royal Street, consciente de los peatones
y los carruajes.
Casi oscuro. Casi la hora de otro desfile de Mardi Gras y otro baile. Cosas que
significaban muy poco para mí.
Crank estacionado fuera del Cabildo.
—Te esperaré aquí.
Asentí, respiré hondo, me puse la cara de juego, y salté del camión. 189
Mis botas negras golpeaban sobre el pavimento. La hoja τερας se balanceó en
contra de mis vaqueros, asegurada en una funda nueva, con una vaina más
pequeña oculta alrededor de mi bota que contenía la daga de Violet «de-aspecto-
siniestro» y muy afilada. Estaba haciendo una declaración. Tenía la hoja, y no la
estaba manteniendo en secreto. Los lados de mi cabello habían sido trenzados y se
reunían con el resto de mi pelo, en un moño en la nuca.
Estallé una pequeña bomba con mi goma de mascar mientras abría la puerta de
madera gruesa y entré.
El Consejo del Novem de los Nueve se había reunido.
En el segundo piso, ignoré a la recepcionista, con una mano apoyada en la
empuñadura de la hoja τερας, marché por el pasillo que contenía tanta historia, y
me colé en la reunión.
Nueve rostros se volvieron hacia mí. Siete de ellos finalmente los conocería, pero
por lo que había recogido de Henri, Sebastian, y los otros, no tendrían problemas
para ponerle nombre a los rostros.
Nadie, sin embargo, parecía sorprendido de verme.
Respiración profunda.
Todo lo que tenía que hacer era pensar en Violet, en nosotras riendo y corriendo
por la First Street en nuestras máscaras y trajes de gala, en su voz que me decía que
estaba hermosa, en su imagen abalanzándose sobre Athena y apuñalándola a The
Bitch en el corazón, y encontré mi fuerza.
Agarré una silla libre de la esquina y la arrastré por el suelo de madera, dejando
que chillara, esperando que enviara escalofríos por las columnas de los miembros
del consejo. En la gran mesa ovalada, giré la silla y me senté.
Lentamente me encontré con cada par de ojos.
Los jefes de las tres familias de brujas: Lamarliere, Hawthorne y Cromley. Las tres
familias de vampiros: Arnaud, Mandeville y Baptiste. Y las tres familias de
semidioses/cambiaformas: Deschanel, Ramsey, y Sinclair.
Otra respiración profunda. Otra pequeña bomba estalló.
—Me gustaría inscribirme en el Presbytère —dije.
Josephine, en su caro traje de color crema, soltó una carcajada. Pero nadie se rió
con ella. 190
Después de un largo momento, Michel habló:
—No veo por qué eso debería ser un problema.
—Por supuesto que no, Michel. Dinos, Ari, ¿qué interés podrías tener en asistir a la
escuela del Novem?
—Bueno, estoy aquí para quedarme. Y la forma en que lo veo, me necesitan. Todos
ustedes necesitan mi ayuda. La guerra está llegando a New 2.
—Tenemos poder —dijo Soren Mandeville—. Y tenemos lo suficiente para
proteger a la ciudad y a la gente en ella.
—En el pasado, tal vez. Pero esta vez no tienen nada…—Mi dura mirada atravesó
a Josephine, prometiendo venganza por la traición de mi padre, por entregarlo a
Athena cuando buscó protección en el Novem—… o a nadie para negociar por la
paz.
—Te tenemos —dijo Josephine en voz baja.
—Por favor, Josephine —dijo Rowen Hawthorne—. Ya nos hemos puesto de
acuerdo para dar refugio a la señorita Selkirk. Ya hemos luchado con Athena y
sellado nuestro papel en esta guerra. Amenazar a esta joven mujer es...
redundante.
—Te ofreces para luchar, para ser parte de esta batalla. ¿Y todo lo que quieres a
cambio es santuario y educación? —preguntó Bran Ramsey con suspicacia.
—Quiero conocimiento. —Me senté hacia adelante, con los codos sobre la mesa y el
corazón desbocado—. Quiero aprender todo acerca de Athena, los dioses, el
pasado, todo lo que hay que saber acerca de mi maldición. Sé que el Presbytère
contiene una biblioteca secreta, que los estudiantes ni siquiera conocen. Quiero
acceder a eso, también.
Nadie habló, pero algunas exclamaciones incrédulas se extendieron por toda la
habitación.
—Pides demasiado —dijo Bran.
Nell Cromley tomó la palabra, y no pude evitar preguntarme si la bruja de cabello
oscuro y ojos azules, estaba directamente relacionada con la Alice Cromley cuyos
huesos había ingerido en mis pulmones.
—Nuestro conocimiento se mantiene oculto por una buena razón. Sólo los nueve
de nosotros y los traductores están permitidos dentro de esas paredes. Nuestras 191
propias familias no tienen acceso. Lo siento, hija, pero simplemente eres
demasiado joven e inexperta para captar lo que nos pides. La responsabilidad que
conlleva el soportar este conocimiento es demasiado grande.
Si ella supiera lo que ya había tenido que «soportar» en mi vida. Odiaba la
implicación de que yo era incapaz e irresponsable. Lo odiaba. La frustración
devoraba mi calma.
—¿Puede alguno de ustedes matar a un dios? —Eché un vistazo alrededor de la
mesa—. Quiero decir, ¿realmente? ¿Simplemente eliminar uno por estar ahí de pie
y ser tú mismo? —Mi mirada volvió a Nell—. Voy a tener ese poder un día. Puede
que tenga ese poder ahora. No necesito el conocimiento de su biblioteca para eso.
Vieron lo que hice en el cementerio. Ella me tiene miedo.
Los labios de Michel se curvaron en una pequeña sonrisa, y sus ojos grises
adquirieron un brillo decisivo.
—Dudo que Ari tenga la intención de exponer nuestros secretos y nuestra historia
al mundo. El permitir su acceso a nuestra biblioteca y a nuestro conocimiento sólo
nos beneficia si el resultado es la derrota de Athena. Mi hijo puede ayudarla.
—¡Oh, bravo, Michel! —se burló Josephine—. Bastian es lo suficientemente
poderoso.
—¿Y qué hay de nuestros hijos? —intervino Soren—. ¿Esperas que estemos de
acuerdo en que tu hijo aprenda el conocimiento y los nuestros no?
—Él será la cabeza de esta familia un día —dijo Michel—. Lo aprenderá
eventualmente.
—Sí —replicó Soren—. Cuando él tome tu lugar. Entonces y sólo entonces. Así
como lo es para el resto de nosotros.
Hubo asentimientos alrededor de la mesa. Michel se sentó y se encogió de
hombros. Tuve que darle crédito por intentarlo (y por pasar a hurtadillas a su hijo
en la biblioteca años antes, para mostrarle la tabla Mistborn, algo de lo que el
Novem obviamente no sabía nada). Ahora sabía de dónde Sebastian obtuvo su
tendencia a desafiar a la autoridad.
—Consideraría esto… —dijo Nikolai Deschanel, pensativo—, si entra sola, y se va
sin nada. Sin artefactos, pergaminos o libros. Sin notas, nada de ningún tipo,
excepto lo que se está comprometido a la memoria.
—Estoy de acuerdo con eso —dije inmediatamente. No tenía exactamente una 192
memoria fotográfica, pero si encontraba información que me ayudara a localizar a
Athena y a Violet, dudaba que lo olvidara. Y más que nada, estaba ansiosa por
empezar—. Entonces, ¿qué van a hacer? Dejarme entrar en la escuela, darme
acceso a la biblioteca, y… —sonrió—… me encargo de su problema de la diosa.
Unas pocas risas recorrieron la sala.
—¿Pero por qué? —Otra cabeza del Novem, Simon Baptiste, dijo—: Eres una mujer
joven inteligente. Te podrías esconder, desaparecer del radar de Athena. ¿Qué
podría motivarte a hacer todo esto, de ponerte en su camino y ayudar a proteger
esta ciudad? ¿Qué es lo que realmente quieres? Riquezas, control, poder...
Mi pulso saltó mientras mi mirada se fijaba en el poderoso vampiro. Una corriente
de anticipación y convicción serpenteó a través de mis venas. Era simple.
—Quiero venganza.
Esa sola palabra resonó a través de la sala como si tuviera poder.
Poco a poco me recosté en la silla, mientras la piel de gallina en mis brazos se
desvanecía.
Venganza.
No pararía hasta que la obtuviera. No pararía hasta que Violet volviera a New 2
sana y salva. No pararía hasta que mis antepasados pudieran descansar en paz, y
mi padre fuera liberado. Nunca me detendría. No hasta que Athena estuviera
muerta.
Y fue entonces que supe que, de alguna forma u otra, no importa cuánto tiempo
tomara, tendría mi venganza.
Fin
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Próximo Libro
A Beautiful Evil
(Gods & Monsters #2)
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