Resumen Ética Fariña 1° Parcial 2016
Resumen Ética Fariña 1° Parcial 2016
Resumen Ética Fariña 1° Parcial 2016
Ariel sitúa falsos pares de oposiciones: estilo y estética, pasión y deber, sujeto y estado, moral y ética.
Por moral vamos a situar lo que es pertinente a la conducta social de un sujeto entre otros. Sería lo que
llamaríamos los deberes del sujeto frente al estado, frente a la ley. La moral es temática, siempre se sitúa en un
tema, la moral es temporal, es decir, es la moral de una época, es siempre referenciada a una época. Además la
moral es subsistencial permite algún ordenamiento de la existencia de ese sujeto en lo social. (Entenderlo desde el
1º movimiento)
La ética es la posición de un sujeto frente a su soledad, no la posición en lo social por su relación con los otros, sino
la posición frente a un sujeto con su soledad. Frente a lo que está dispuesto a afirmar, a firmar. (Entenderlo desde
el 2do movimiento, la singularidad en situación. En cambio el primer movimiento está relacionado con la moral.)
La ética propone otro plano de existencia y, en ese sentido la ética es atemporal, es atemática y existencial. La ética
no se contrapone a la moral. La ética, la existencia del sujeto desorganiza la moral, no pretende suplantarla (es
suplementaria). No genera conflictos, salvo en determinados momentos muy singulares.
La estética son las condiciones de posibilidad de la experiencia de la belleza en el orden social. Sin estética, sin
condiciones de posibilidad no habría posibilidad de esa experiencia de la belleza.
La estética es, al igual que la moral, temporal, es decir, histórica. Hay una determinada estética de una época y una
determinada estética de otra época. Es temática, y podemos decir que la estética, en lo social siempre es un crimen
contra el sujeto. Es un crimen contra el uno, pues propone el para todos.
Con respecto al estilo, que aparece como un par contrapuesto, diremos que es la posición del sujeto frente a su
soledad, pero aquí no frente a lo que está dispuesto a afirmar sino frente a lo que está dispuesto a crear, frente a lo
que está dispuesto a crear más allá de la belleza. El estilo indicará, entonces, una posición del sujeto en el acto
creador que va más allá de la belleza. Y es por ello atemporal, resiste las épocas. Es atemático, no histórico y no
personal.
En el orden social vamos a colocar la Moral, esta pertinencia de la conducta de sujetos entre otros. Vamos a oponer
términos en la moral misma. Bueno y malo; verdadero y falso. Y sí y no. Estas oposiciones en el orden social, son
oposiciones que son necesarias, humanas y culturales, con las que el sujeto se encuentra en el comienzo mismo. Es
aquello que determinará el buen o el mal gusto, pero jamás el gusto mismo.
Del otro lado, vamos a colocar la palabra suplementario, el universo suplementario. Si decimos que es
suplementario, diremos que no es complementario del orden social, ni opuesto, es suplementario. Este nivel
suplementario del sujeto excede y desorganiza el orden social cada vez que crea. Es la desorganización necesaria de
un orden, para que haya acto creador. Pues de no haber la desorganización de un orden, el acto creador será un
dormir en las condiciones de la estética de la época.
1.2. “Antígona y el rito funerario” - Gutiérrez, C.
La comprensión de las singularidades en que se ponen en juego los universales que exceden toda ley por particular
requiere desaprender mucho del sentido con que, intuitivamente, funcionan los términos universal, particular,
singular en otros campos de experiencia.
Las singularidades éticas además de ser éticas son de por sí singularidades. Y el término singular esconde su
enorme potencia cualitativa tras una inocente apariencia cuantitativa. Primera advertencia: las intuiciones
meramente cuantitativas (singular para uno solo, particular para unos cuantos, universal para todos) no sólo son
insuficientes sino también contraproducentes en este terreno.
Lo que más complica el análisis es que, en una situación suelen estar trabajando las tres dimensiones
conjuntamente, no son claramente discernibles entre sí y lo más decisivo de su funcionamiento radica en las
relaciones complejas que establecen entre sí.
La singularidad está por fuera del “uno”, el universal va más allá del “todos”. La singularidad es lo que se sustrae al
régimen del uno: la presentación de “algo” incalificable según el lenguaje de la situación. El universal es lo que va
más allá de “todos”: no es un todo gigantesco, una bolsa descomunal en la que se acumulan las entidades reales e
imaginarias posibles, sino el hecho mismo de que para cada universal postulado, un algo singular lo obliga a ir más
allá de su aparente totalidad. El universal es este hecho de (una vez des-totalizado por un singular) ir más allá de sí.
Un conjunto se determina por sus propiedades. Una propiedad determina un conjunto. El universal, si existiese,
tendría que ser también, a su vez, un conjunto. Para ser, tendría que verificar una propiedad, pero no es formulable
semejante propiedad capaz de dar existencia al universo.
En ausencia de universo universal, los “todos” postulados como tales no son más que particulares precarios. El
universal es la potencia de desborde, de exceso, es el gesto de ir más allá de las totalizaciones supuestamente
clausuradas al devenir. El “todo” es sólo la parte nombrable, discernible, formulable bajo las propiedades que
determinan la universalidad restringida de ese universo. El universal de comienzo se revela retroactivamente como
particular; el carácter de universal se desplaza entonces del aparente universo de partida al gesto de desbordar tal
universo y acotarlo como particular.
No es el hecho de ser uno el que lo vuelve singular. Un singular no es “uno solo”, porque uno solo es uno más: un
término previsible, nombrable, discernible bajo las propiedades que estructuran el lenguaje de la situación (o
conjunto) en cuestión.
Podremos hablar de singularidades sólo cuando algo que se presenta hace desfallecer las capacidades
clasificatorias de la lengua de la situación, cuando ese algo no se deje contar como un individuo por ninguna de las
propiedades discernibles (estructurantes) de la situación (o conjunto) en cuestión.
El término será singular si no pertenece al universo en que irrumpe, si su presentación hace tambalear las
consistencias previamente instituidas.
Se dirá que una ley de un código que regula exhaustivamente una situación cualquiera es siempre particular: está
sometida (o suspendida) hasta la sorpresiva irrupción de una singularidad que (des-totalizando como particular la
legalidad del universo previo) exija un gesto de suplementación (universalización) en nombre de una nueva ley
“más alta”.
Las singularidades sólo son un modo de relación con una situación en que irrumpen.
Una situación es, en principio, un universo (restringido como todos) que es ciego a la restricción que lo funda.
Como el lenguaje que lo ordena simbólicamente es un lenguaje, bajo ninguna circunstancia podría armar un todo
coherente sin exclusiones. Su coherencia depende de las exclusiones. Pero esas exclusiones no son discernibles de
antemano, no derivan de un gesto explícito de apartar deliberadamente tales o cuales términos indeseables para
luego asegurar la consistencia de los términos admitidos. Estas exclusiones se instauran implícita y ciegamente con
el acto mismo de instituir un universo, una situación, una ley o un lenguaje.
Tales, universo, situación, ley o lenguaje ignoran radicalmente lo que excluyen. Lo que está excluido simplemente,
no existe, sin más. Por eso el advenimiento singular suplementa realmente el universo de lo existente.
El juego conjunto de las tres categorías sería: Una ley moral, por ejemplo, parece enunciar unos principios en cuya
ejecución quedarían codificadas todas las situaciones posibles. Pero se le presenta un punto en que fracasa. La ley
no sabe pronunciarse (y se sabe impotente para operar en estas circunstancias). Ese punto de impasse es el campo
de intervención sobre el que ha de constituirse una singularidad. El universal previo se revela como meramente
parcial. El punto de singularidad vehiculiza la exigencia de una nueva ley, ésta sí universal, que deje atrás el limitado
horizonte restrictivo de la legalidad previa. El universo se ha ensanchado, se ha suplementado a partir de una
singularidad. Esa singularidad era el único lugar en que se estaba poniendo en juego un universal que fuera más allá
del restringido universo situacional.
1.4. “¿Qué es esa cosa llamada ética?” Capítulo II y “Lo Universal - Singular” Capítulo III – Fariña, M.
(3) Un analista se duerme en la sesión ¿No es eso una terrible falta ética? No, no lo es. No hay allí una cuestión
ética. El dilema ético lo tendrá el analista cuando despierta, ¿Reniega de haberse dormido y alega “sentirse mal”?,
¿O por el contrario reconoce que se quedo dormido? Muy distinto será lo que se lleve el paciente de uno y otro
analista al dejar el consultorio. El primero se irá sabiendo que su analista le mintió, clausurando todo camino
terapéutico posible. El otro, al reconocerse responsable, crea las condiciones para que su “siesta” pueda ingresar,
transferencia mediante, en un camino simbólico.
Dormirse en medio de una sesión es hacer mal el trabajo para el cual se nos requirió, es un ejemplo de mala praxis.
Cuando se despierta, en cambio, se encuentra ante un dilema ético, tienen dos caminos claramente diferenciados,
sabe que las consecuencias de uno y otro son bien distintas, y elije intencionalmente uno de ellos.
Diremos entonces que, toda violación a la Ética, conlleva a una mala praxis, pero no toda mala praxis involucra un
problema de ética.
(4) Tienen ante ustedes la primera lección: el horizonte ético escapa a las evidencias inmediatas.
Historia del capítulo de los Simpson. Bart, en un rapto de amor filial, decide tatuarse un corazón con la palabra
MOTHER. En mitad de la tarea es interrumpido por la madre quedando solo MOTH (polilla). Es claro el sentido de la
interrupción, intercepta el destino incestuoso del tatuaje original, desviándolo a declarar su amor a una polilla. Al
negar a su hijo semejante iniciativa, su madre abre en él la condición de posibilidad para que algún día Bart pueda
grabar en su brazo el nombre de una mujer que, será cualquiera menos ella.
El tema que es central en el ejemplo, es la prohibición, no hay lugar para el amor de Bart en Marge.
Lo importante es la evidencia de esa prohibición que constituye la función de la ley. Ese universal de la castración
simbólica o de la interdicción, no se realiza sino en la forma de lo singular. Esto significa que nada sabemos de él
sino a través de su emergencia singular En este ejemplo, la formula moth (er), mamá polilla, será la marca que
realice en el cuerpo de Bart la función universal de la interdicción. El carácter singular se evidencia en las
circunstancias irrepetibles de la experiencia.
No existe entonces lo universal sino a través de lo singular, y recíprocamente. El efecto singular, es una de las
infinitas formas posibles de realización de lo universal.
La dimensión universal - singular (U-S) para subrayar el carácter indisoluble de sus términos, dimensión sobre la
que se comenzará a dibujar el horizonte de la ética.
La categoría de lo universal suele ser confundida con la de lo General. Existe una diferencia radical entre ambas
categorías. Como universal, nombrado universal –singular, se entiende aquel rasgo que es propio de la especie: su
carácter simbólico. Lo general, en cambio, es lo que pudiendo ser una característica de todos los miembros de la
especie no hace a su condición misma.
Lo particular no se comprende separado de lo universal- singular y, a su vez, lo universal- singular no existiría sin lo
Particular. Ante todo, lo particular es un efecto de grupo. En otras palabras, un sistema de códigos compartidos. Si
lo universal-singular denotaba lo propio de la especie, lo particular será el soporte en que se realiza ese universal-
singular.
Como dijimos, lo universal es el lenguaje, el habla de cada sujeto es singular. La línea universal – singular se realiza
entonces en la correspondencia lenguaje – habla. Lo universal – singular del lenguaje no puede realizarse sino
sobre un determinado campo de códigos compartidos. La lengua constituye la dimensión particular porque es ella
la que sostiene lo universal – singular. Decimos la lengua y no simplemente el idioma, aunque es este último el que
soporta toda la estructura significante. En el ejemplo de los Simpson, el neologismo MOTH (ER) no se realiza en
abstracto, sino en la materialidad de una lengua. El efecto se sustenta en un código compartido, en este caso es el
idioma inglés el que soporta el equívoco, el fallido es intraducible, no tiene ningún sentido para quienes no hablan
inglés. En otras palabras, no cualquier lengua soporta cualquier cosa, no se trata solo del idioma, decimos lengua
para expresar algo que va incluso más allá.
En la columna de la derecha de nuestro esquema, en la parte superior leemos castración simbólica, interdicción. Se
trata de la prohibición que instaura la Ley en tanto universal. El efecto singular de esta interdicción, la fórmula
MOTH (ER) también nos es conocida.
Se escucha decir por ahí que el complejo de Edipo es universal y sin embargo lo situamos en el corazón de lo
particular ¿Por qué? Porque el crimen de Edipo es sólo una de las formas posibles para representar la esencia de un
acto prohibido. Las culturas africanas cuentan con otros mitos en los que alojar esa misma condición exogámica. Lo
universal – singular toma prestado el mito.
Es en ese horizonte de lo universal – singular donde iremos reconociendo, tal como lo anunciamos, la dimensión
ética. Hoy vamos a hablar de: “…el terapeuta que quería comprarse una videocasetera. Se asesora en los negocios
del ramo sobre las marcas, características, precios, etc. Cuando llega a su consultorio, el primer paciente del día
empieza diciendo: “…estoy feliz de la vida! Me acabo de comprar una videocasetera extraordinaria… ¡y la pagué la
mitad de lo que vale!...la conseguí en un negocio que la tenía de oferta, quedaban las tres últimas.”
Lo que nos interesa discutir es la oportunidad de la pregunta que todos tenemos en la punta de la lengua, ¿dónde
la compró? Ustedes mismos se están interrogando al respecto ¿Puede el terapeuta formular la pregunta para
aprovechar el también la oferta?
Digámoslo desde ya: en esa precipitación del terapeuta encontraremos la ocasión de hablar de la falla ética, falla
que no por obvia nos eximirá del en análisis en los términos teóricos que nos comprometimos a desarrollar aquí.
¿No estamos exagerando tratando de encontrar allí un problema ético? Finalmente el paciente no deberá hacer
demasiado sacrificio para responder ¿Qué le cuesta? Ni siquiera tendrá que interrumpir demasiado su sesión. Le
bastará con decir Rodo o Frávega y ya está.
Dijimos que la dimensión ética se despliega en el circuito universal-singular, sosteniéndose (de manera siempre
provisoria) en el campo de lo particular, del que toma prestado se carácter de código.
El paciente habla de su felicidad por la videocasetera y el terapeuta lo puede escuchar, esto es así porque existe un
lengua compartida que es el sostén del juego universal – singular. Pero el significante se apoya en el nivel de
código, pero sólo para escapársele, para deslizarse, como sabemos, hacia otro significante.
En otras palabras, la videocasetera del paciente y la del terapeuta se llaman igual pero no son la misma. La del
paciente está ubicada en el circuito universal – singular, mientras que la del terapeuta, en cambio, es de carácter
particular. La videocasetera del paciente se llama igual que la del terapeuta, porque para nombrarla se toma
prestado el idioma compartido por ambos. Sin ello no hay análisis posible, no se puede escuchar a un paciente que
nos habla en una lengua ajena.
Imaginemos por un momento el rumbo que podría tomar la asociación libre del paciente. Pensemos por ejemplo:
casetera, caseta, y… “cajeta”. Porque si el nombre de la videocasetera desembocara en el fantasma del órgano
sexual femenino, se haría entonces patente el alcance de su valor significante.
Si el terapeuta interrumpe a su paciente para preguntarle ¿Dónde la compró? Precipita la caída de la abstinencia
que hemos definido como particularista. Y, en ello reside la falla ética.
¿Por qué particularismo? Porque lo universal – singular, es decir lo simbólico, sostiene su existencia en un sistema
de convenciones. En nuestro ejemplo podríamos rastrear la impronta materna en las marcas de esa vagina,
dimensión universal – singular del deseo del paciente, sobre el fondo contingente y particular de la videocasetera.
El fantasma del órgano sexual femenino se sostiene en la videocasetera pero, obviamente, no para agotarse en
ella. Si el terapeuta pregunta, se traga el anzuelo, congelando la videocasetera en el mero valor de código. Al
arrancarla así del circuito significante, la llevará inevitablemente hacia su molino, en un viaje inútil y sin retorno.
Para nuestro terapeuta, la oferta de la videocasetera le saldrá cara, ya que los efectos devastadores de esa
“casetera de Troya” no se harán esperar.
El efecto particularista es distintivo de la falla ética y se verifica en la pretensión de que un rasgo particular
devenga condición universal. Es justamente en ese efecto donde radica el núcleo de la violación a los llamados
DD.HH., cuando el campo particular de reconocimiento de un grupo (etnia, religión, lengua), que solo debiera
sostener en una de las variaciones posibles, la condición humana, aspira a colmarla, pretendiendo que todos sean
eso. Es justamente el caso del Nazismo, que desconoció la condición simbólica de la especie, fundada justamente
en la diversidad. Porque es diversa, se realiza en una amplia gama de posibilidades, desde las étnicas hasta las
lingüísticas y culturales. Las ambiciones del III Reich suponían exactamente lo contrario: reducir la riqueza simbólica
a una sola de las manifestaciones posibles, el ideal ario. Si ese ideal hubiera triunfado, los sobrevivientes, es decir,
los elegidos de la raza superior, hubieran visto, paradójicamente, degradada su condición en el instante mismo en
que deseaban coronarla.
En la tradición filosófica se utiliza el término MORAL para describir los sistemas de valores, y se reserva el término
ÉTICA para la disciplina que estudia dichos entes. La ética sería allí la rama de la filosofía dedicada al estudio de la
moral.
En el contexto de esta materia daremos a los términos moral y ética una acepción algo diferente. La pauta moral se
corresponde con los sistemas particulares (culturales, históricos, de grupo), mientras que el horizonte ético, si bien
puede soportarse en tales imaginarios, siempre los excede. De allí la afirmación que asigna a la dimensión ética
alcance universal. Pero lo universal-singular de la ética no puede ser colmado por ningún sistema moral (particular).
En el edicto de Creonte hay un ejemplo paradigmático de particularismo ya que para Creonte el acto de traición
cometido en vida por Polinices lo alcanza más allá de la muerte, privándolo del derecho a una tumba. No dice
“como Polinices fue un traidor será sepultado sin honores o no me siento convocado a su entierro”. Si lo hiciera no
se le reprocharía nada desde la ética, sería más bien una cuestión moral.
Como veremos más adelante, el derecho a la tumba es un derecho inalienable de la especie humana. El guardia
trae la noticia de que alguien esparció una fina capa de polvo sobre el cuerpo de Polinices. El edicto ha sido burlado
y Creonte ordena que se encuentre al culpable.
(2) En el coro, Sófocles nos habla de la excepcionalidad de la especie, acaso para indicarnos que es justamente eso
lo que está en juego.
En síntesis se establece el carácter formidable del hombre. Éste radica en lo que vamos a llamar “mediaciones
instrumentales”, un arado o una red, no son otra cosa que entes mediadores entre el hombre y la naturaleza. El
lenguaje y las ideas etéreas también constituyen mediaciones pero no ya con la naturaleza sino con el resto de los
seres de la especie. Mientras que las aptitudes instrumentales suponen un entrenamiento, el lenguaje se aprende
por sí solo.
El coro sigue diciendo: “y los comportamientos que imprimen un orden a las ciudades”. Este verso está en relación
la Ley. Fariña llama mediaciones normativas a estas instancias. El hombre es la cosa más formidable, de un lado se
ha mediado con la naturaleza, generando instrumentos que lo emancipan de ella; y de otro dispone de un lenguaje
y de la Ley, mediadores por excelencia entre los sujetos.
El hombre es la cosa más formidable y es justamente por eso que tiene problemas éticos. A pesar de su astucia, no
puede eludir su carácter imprevisible: a veces obra en el sentido del bien, otras en el sentido del mal. Pero, ¿Qué
entiende el coro por bien y mal? Coro: “Si entrelazas las normas de la tierra y la justicia de los Dioses (…) ¡He ahí un
ciudadano de primera!” Literalmente el texto nos dice como llamar a un ciudadano. Bastará con verificar si existe
armonía entre su proceder en la tierra y la justicia de los dioses. ¿Qué significa esto? Se trata ni más ni menos que
de nuestro esquema referencial.
UNIVERSAL
“justicia de los dioses”
É
Moral - - - - - - - - -T- - - - - - - - PARTICULAR
I “normas de la tierra”
C
A
SINGULAR
El “proceder en la tierra” no es otra cosa que la conducta particular de un sujeto entre otros. Mientras que las
conductas particulares van cambiando, hay ciertos principios que permanecen. Recuerden que hemos denominado
universal – singular a ese horizonte del acto humano.
El término “entrelazar” es lo suficientemente elocuente, nosotros lo hemos formulado así: el campo de lo particular
debe ser un buen soporte de lo universal – singular.
(3) Entra el guardia llevando detenida a Antígona. Creonte la interroga: “Afirmas o niegas haber hecho esto”, y
Antígona responde: “Afirmo haberlo hecho y no reniego de ello” (Cuidado con apresurarse y extraer de este pasaje
una falsa ecuación CONFESIÓN = RESPONSABILIDAD. La responsabilidad no tiene nada que ver con este tipo de
enunciados).
Cuando Creonte la interroga, Antígona dice conocer el edicto, pero aclara que son otras las leyes que ella obedeció
al enterrar a su hermano. Hace referencia allí a las leyes de los dioses, esta referencia no puede ser comprendida
fuera del esquema conceptual anterior: “…entrelazar las normas de la tierra con la justicia de los dioses…”
Despedirse de un ser querido no constituye una operación sencilla. Es necesario un proceso de transformación del
objeto amoroso, proceso llamado por Freud “trabajo de duelo”. En ausencia de tal proceso se dice, la sombra del
objeto arriesga caer sobre el YO, pudiendo arrastrarlo consigo, tal como se demuestra en la clínica de la melancolía.
El duelo, se sabe, es singular. Pero en sentido estricto, se realiza en las coordenadas de lo universal – singular y, lo
que es importante, encuentra su soporte en lo particular. El soporte particular es, nada menos, que el rito
funerario. El entierro del cuerpo del Polinices es para Antígona condición para que lo universal – singular pueda
desplegarse. Pero es justamente esa sepultura lo que Creonte ha prohibido.
Creonte toma partido por Eteocles, Antígona no hace lo propio con Polinices (rompiendo así lo que sería una nueva
serie especular). Para Antígona, Polinices está muerto, y bien muerto está, porque esas son las leyes de la guerra.
Su deseo de sepultura no supone reivindicación alguna de lo que fue su hermano en vida. Es esa renuncia, por vía
del deseo, a toda forma de ideal lo que da su acto verdadera dimensión ética. Dimensión ética que debe buscarse
en el carácter mismo de la sepultura.
En su seminario, Lacan propone una idea: Antígona afirma que no hubiera hecho ni por un marido ni por un hijo lo
que hizo por su hermano. No hay incoherencia, su fundamento despeja toda duda: “…ante la muerte, podría
encontrar un nuevo esposo, engendrar otro hijo pero, muertos su padre y su madre, nunca volverá a tener un
hermano. Le permite a Sófocles dar testimonio del carácter irrepetible del vínculo.
Inmediatamente después de constatar que ha sido Antígona la que realizó los rituales funerarios sobre el cuerpo
de Polinices, Creonte manda a llamar a Ismene creyéndola tan culpable como Antígona. La confronta con los
hechos y es entonces cuando Ismene produce un giro con respecto a su posición anterior. Ahora está con Antígona,
y está dispuesta a pagar.
Lejos de mostrarse comprensiva con el gesto de su hermana, Antígona vuelve desplegar su galería de egoísmos.
Ella no busca proteger a su hermana sino humillarla y restarle todo el crédito. Con este gesto mezquino Antígona
no se muestra a la altura de su propio acto. Una sepultura es un acto simbólico por excelencia. A diferencia de los
bienes concretos, un bien simbólico no puede ser monopolizado, no sin que tal pretensión de “apropiación”
suponga efectos particularistas.
Cuando muchos de ustedes estaban dispuestos a edificar en Antígona un monumento a la ética, el texto se ocupa
de poner las cosas en su lugar. Nadie es ético. Existen, o no, actos éticos en la vida de un ser humano, lo que no
supone que su existencia misma pueda ser revestida de tal atributo. Eso es lo que distingue a la tragedia, si bien
necesitas de sujetos humanos actuantes, “no es un ser humano, sino un momento de ese ser humano”
Un acto ético se realiza siempre “en soledad” lo cual no significa que la persona carezca de compañía.
Las condenas han sido ejecutadas, el cuerpo de Polinices permanece sin sepultura y Antígona ha sido enterrada
viva. Creonte recibe Tiresias y dice: “…mal gobernante es aquel que sepulta a los vivos y priva al muerto de una
tumba…”, y abandona el palacio. (Entre medio encuentro con el Corifeo) Creonte resuelve acatar el mandato, más
por remordimiento y miedo a las consecuencias que por haber cambiado de parecer. Atormentado por la imagen
del cuerpo insepulto primero cumple el ritual y después se dirige a liberar a Antígona, pero no sólo que ésta se ha
colgado sino que su hijo Hemón se da muerte ante sus propios ojos. Al enterarse de los acontecimientos, su esposa
Eurídice se quita la vida.
Hemos insistido sobre el sentido del acto ético, sin embargo hay que reiterar que se trata de la puesta en juego de
lo universal – singular de la especie, realizado sobre una superficie particular que, lejos de ser indiferente al
universal – singular que soporta, va modelando su margen mismo de realización. Lo universal – singular carece de
toda existencia fuera de lo particular. Ese y no otro es el tema de Antígona, se trata del valor que adquiere el rito
funerario en tanto “soporte” del juego universal – singular. Se trata, una vez más, del reclamo ancestral de la
tumba.
La transmisión de la ética se asienta hoy en un doble movimiento, doble movimiento que se expresa en la dialéctica
de lo particular y singular.
Un primer movimiento que revela los elementos generales de una situación para confrontarlos a un análisis del
estado del arte y del campo normativo, categorías teóricas establecidas y consensuadas, pero interpretadas a la luz
de la dimensión del sujeto; y un segundo movimiento que recorta el caso en su singularidad.
Primer movimiento (encuadre particular): Indica el tránsito de los juicios morales al universo de conocimientos
disponibles en materia de ética profesional. Se trata de una transformación reflexiva del cuerpo, ya que supone
poner entre paréntesis las concepciones sobre el bien y el mal, para situar el problema en una suerte de estado del
Arte que da cuenta de los avances alcanzados por la disciplina. Este “estado del Arte” permite deducir el accionar
deseable del profesional ante situaciones dilemáticas de su práctica. Da cuenta del “qué debería hacer y por qué”.
Se prescinde del caso singular. El conocimiento necesario para resolver el dilema ya existe, antecede a la situación
misma, disponga o no de él el profesional que debe resolverlo.
Supone pasar de la intuición moral al Estado del arte integrado por los conocimientos disponibles. Es la dimensión
deontológica (codificaciones éticas disponibles). Da cuenta del “deber hacer y por qué”. La expresión más
depurada de esta lógica son los llamados “códigos de ética”.
Este es el método del primer movimiento. No funciona en todos los casos. Se adapta a las situaciones de las que ya
hay conocimiento. El conocimiento antecede a la situación y se confronta el caso con ese conocimiento.
Cuando se presenta un caso lo pensamos como un caso en general, se hace un recorte particular, se lo piensa como
un caso “tipo”. Esto es lo que diferencia los movimientos, porque en el segundo movimiento se hace un recorte
singular del caso. Se relevan los elementos singulares del caso que no podrían estar contemplados en las generales
de la ley.
Pero hay un segundo movimiento. Suplementario del anterior, éste da cuenta de las singularidades en situación.
Son aquellos escenarios dilemáticos para los cuales no existe en sentido estricto un conocimiento disponible, sino
que es la situación misma la que funda conocimiento al sustraerse de la lógica precedente. Este movimiento
interroga la norma más allá de todo campo reflexivo, suplementando el universo al decretar su incompletud. Da
cuenta no del “qué debería hacer…” de la pauta deontológico particular, sino del “qué hacer” allí donde la situación
se revela a posteriori como desbordando el conocimiento que la antecede. Lo que era un aparente universal se
revela como un particular.
EDIPO REY. Edipo es el rey mítico de Tebas, hijo de Layo y Yocasta. Al nacer Edipo, el Oráculo de Delfos auguró a su
padre, Layo, que aquel, al crecer, le daría muerte y desposaría a su mujer (esto en castigo al crimen no pagado por
Layo de abuso). Layo, queriendo evitar tal destino, ordenó a un súbdito que matara a Edipo. Apiadado de él, en vez
de matarlo, el súbdito lo abandonó en el monte Citerón. Un pastor halló el bebé y lo entregó al rey Pólibo de
Corinto quien, con su esposa, se encargó de la crianza del bebé, llamándolo Edipo. Al llegar a la adolescencia, Edipo
visitó el Oráculo de Delfos, que le auguró que mataría a su padre y luego desposaría a su madre. Edipo, creyendo
que sus padres eran quienes lo habían criado, decidió no regresar nunca a Corinto para huir de su destino.
Emprende un viaje y en el camino hacia Tebas, Edipo encuentra a Layo en una encrucijada, discuten por la
preferencia de paso y lo mata sin saber que era el rey de Tebas, y su propio padre. Más tarde Edipo encuentra a la
esfinge, un monstruo que daba muerte a todo aquel que no pudiera adivinar su acertijo, atormentando al reino de
Tebas. Edipo responde correctamente el acertijo y es nombrado rey y se casa con la viuda de Layo, Yocasta, su
verdadera madre. Tendrá con ella cuatro hijos: Polinices, Eteocles, Ismene y Antígona. Al poco tiempo, una terrible
plaga cae sobre la ciudad, ya que el asesino de Layo no ha pagado por su crimen y contamina con su presencia a
toda la ciudad. Edipo emprende las averiguaciones para descubrir el culpable, y gracias a Tiresias descubre que en
realidad es hijo de Yocasta y Layo y que es él mismo el asesino que anda buscando. Al saber Yocasta que Edipo era
en realidad su hijo, se da muerte, colgándose en el palacio. Horrorizado, Edipo se quita los ojos y abandona el trono
de Tebas, escapando al exilio.
EDIPO en COLONO. Edipo, ciego y desterrado de Tebas, llega errante a Colono, al norte de Atenas, ayudado por su
hija Antígona. Los habitantes de Colono le piden que se marche, pero él, sabiendo que éste era el lugar en el que
había de morir según el oráculo, se niega a hacerlo. Se recurre a Teseo, rey de Atenas, quien asegura a Edipo su
protección y le promete que será enterrado en suelo ático. De esta forma su espíritu protegerá Atenas. El rugir de
los truenos advierte a Edipo que la hora de la muerte se está acercando. Se retira y un mensajero cuenta que tras
bendecir a sus hijas, se ha apartado a un lugar solitario y que ha muerto solo, en presencia de Teseo.
ANTIGONA. Edipo, tuvo dos hijos varones: Polinices y Eteocles. Ambos acordaron turnarse anualmente en el trono
tebano (para esquivar una nueva maldición) pero, tras el primer año, Eteocles no quiso ceder el turno a su
hermano, se exilió, y al tiempo volvió con un ejército contra Tebas. Ambos hermanos se dieron muerte
mutuamente.
Antígona cuenta a su hermana Ismene que Creonte, actual rey de Tebas, impone la prohibición de hacer ritos
fúnebres al cuerpo de Polinices, como castigo por traición a su patria. Antígona pide a Ismene que le ayude a
honrar el cadáver de su hermano, pese a la prohibición de Creonte. Ésta se niega por temor a las consecuencias de
quebrantar la ley. Antígona reprocha a su hermana su actitud y decide seguir con su plan. Un guardián anuncia que
Polinices ha sido enterrado, sin que ningún guardián supiera quien ha realizado esa acción. El coro de ancianos cree
que los dioses han intervenido para resolver el conflicto de leyes, pero Creonte amenaza con la muerte a los
guardianes porque cree que alguien los ha sobornado. Pero pronto se descubre que ha sido Antígona la que ha
enterrado a su hermano. Antígona confiesa y señala a Creonte que ha desobedecido porque las leyes humanas no
pueden prevalecer sobre las divinas. Creonte la increpa por su acción, sospecha que su hermana Ismene también
está implicada y se dispone a condenarlas a muerte. Ismene, llamada a presencia de Creonte, y a pesar de que no
ha desobedecido la ley, desea compartir el destino con su hermana y se confiesa también culpable. Sin embargo,
Antígona, resentida contra ella porque ha preferido respetar la ley promulgada por el rey, se niega a que Ismene
muera con ella. Finalmente, es solo Antígona la condenada a muerte. Será encerrada viva en una tumba. El hijo de
Creonte, Hemón, se ve perjudicado por la decisión de su padre, ya que Antígona es su prometida. Señala a su padre
que el pueblo tebano no cree que Antígona merezca la condena a muerte y pide que la perdone. Creonte se niega a
ello y manda traer a Antígona para que muera en presencia de su hijo. Hemón se niega a verla y sale. El adivino
Tiresias interviene en ese momento para señalar a Creonte que las aves y los perros arrancan trozos del cadáver de
Polinices y los dejan en los altares y los hogares, señal de que los dioses muestran señales de cólera. Acusa a
Creonte de imprudente y vaticina que alguien de su propia sangre pagará sus errores con su muerte. El coro de
ancianos también aconseja al rey que cambie de actitud. Creonte, ante las profecías de Tiresias, cede y se dispone a
rectificar sus faltas. A continuación se disponía, junto con los guardianes, a liberar a Antígona del sepulcro donde
había sido encerrada, pero ésta fue hallada ahorcada y Hemón se había suicidado clavándose una espada tras
encontrar a su prometida muerta. Creonte aún tiene que soportar otra desgracia más, pues al volver a palacio con
su hijo muerto en brazos, es informado de que su esposa Eurídice también se ha suicidado al conocer las noticias. El
coro finaliza con un llamamiento a obrar con prudencia y respetar las leyes divinas.
El acto ético aparece en toda su plenitud. Es allí donde Antígona se enfrenta con la opción de obedecer a Creonte,
dejando el cadáver de Polinices a la intemperie, o enterrar a su hermano y ser castigada. Enterrar a su hermano es
ir más allá de las normas, asumiendo la responsabilidad de un acto que la conduce a la muerte, sin detenerse ante
el temor o la compasión.
Interrogada por Creonte, Antígona reconoce la existencia del edicto del rey, pero aclara que son otras las leyes que
ella obedeció al enterrar a su hermano. La referencia a los Dioses en el texto debe ser contemplada bajo el
esquema que presenta la respuesta de las mediaciones normativas: es decir, lo que el coro afirma respecto a
entrelazar las normas de la tierra con la justicia de los hombres, a partir de lo cual se constituye uno como
ciudadano. Despedirse de un ser querido requiere de un proceso de transformación del objeto amoroso,
denominado por Freud como “trabajo de duelo”. El duelo es singular, pero se realiza estrictamente en las
coordenadas de lo U-S, encontrando su soporte en lo Particular. Mientras que la peculiaridad del objeto recae en lo
Universal, lo Particular está dado por el rito funerario. El entierro de Polinices es para Antígona condición necesaria
para que lo Universal - Singular pueda desplegarse. Justamente ese entierro es lo que Creonte ha prohibido. El
deseo de sepultura de Antígona no supone reivindicación alguna de lo que su hermano fue en vida, tiene más que
ver con una renuncia a toda forma de ideal, dando así a su acto una dimensión ética.
El tema ético central en Antígona consiste en el valor que adquiere el rito funerario en tanto soporte del juego
Universal -Singular. El sentido Singular del trabajo de duelo no existe a priori. Las formas particulares le dan
consistencia al acto.
El elemento en común entre el dilema ético y el problema ético es la referencia a lo ético como horizonte último.
Dilema ético: Una situación es dilemática si nos confronta con una disyuntiva ante la cual tenemos que decidir,
para ello debemos encontrar algunas alternativas posibles, caminos diversos. Pero es preciso que se trate de una
verdadera decisión (diferente de los términos opción y elección).
La decisión está ligada a la producción de una singularidad subjetiva, una variable que se inventa acorde a la
singularidad en situación. Aquí no se juega la opción correcta o la elección adecuada. La decisión se encuentra
ligada con cierta posición del sujeto en su enunciación.
Si hay dilema es porque el sujeto se halla dividido por una pregunta ante la cual es convocado a responder. Esa
respuesta sitúa la responsabilidad. El dilema deja al sujeto dividido por esa pregunta en las puertas del acto de
juzgar. Ahí se encuentra la articulación ética, vía el acto. Un acto ubicado en relación al eje Universal-Singular.
Problema ético: el problema ético también convoca al sujeto a responder pero no sitúa en su centro un dilema y
sus alternativas, sino un asunto sobre el que hay que tomar la palabra, sobre el que hay que legislar en resguardo
de lo singular. Un acto que incluye la lectura de lo particular como catálogo de singularidades decididas.
El dilema conduce al análisis de cierta inconsistencia que presenta el universo del discurso. El problema ético no
busca producir sujeto dividido. Se pueden situar los nombres de los problemas éticos y clasificarlos, por ejemplo los
capítulos de ética en Educación del Ibis.
Lo que intermedia el dilema ético y el problema ético es el acto de juzgar. En ambos casos se requiere que al
concepto provisto por el estado del arte se lo suplemente con un acto que legisle, decidiendo si ese caso particular
ingresa o no bajo esa regla universal. Se sitúa aquí la función del intérprete, aquel que interpreta la norma para
cada situación singular.
Juzgar no implica aplicar una regla universal a un caso particular sin ver si la regla se aplica. La decisión implica una
elección que implica responsabilidad. Ante una situación dilemática confrontada con el estado del arte se tratara
del arte de juzgar. Un dilema se resuelve suplementando la clasificación. Aquello que no esta totalmente
establecido en la teoría, en el estado del arte convoca al acto de juzgar, al arte de juzgar.
En términos generales el lenguaje filosófico utiliza el vocablo ethos en la actualidad para definir al “conjunto de
actitudes, convicciones, creencias morales y formas de conducta, de una persona individual o de un grupo social o
étnico.”
La ética concebida clásicamente como la ciencia que estudia los comportamientos morales de los sujetos humanos,
será la disciplina confinada a recopilar las acciones adquiridas como hábitos, supuestamente universales, para
extraer de allí reglas generales que tendrán valor de éticas. Siendo así “la teoría o ciencia del comportamiento
moral de los hombres en sociedad.”
La deontología es la ciencia de los deberes o la teoría de las normas morales. Teoría ética de los deberes relativos a
una determinada actividad social. Comprendiendo, al conjunto de reglas que un grupo establece para sí en función
de una concepción ética común.
La deontología profesional será aquella sección de la ética encargada de estudiar y compilar las reglas, normas y
deberes que rigen la “buena” conducta en el ejercicio de las profesiones.
Ética y deontología coexisten en sintonía al ocuparse ambas de las acciones de un grupo determinado pero, la
diferencia radica en que la deontología legisla aquello que se debe hacer, lo esperable en el marco de las relaciones
humanas que regula, mientras que la ética reflexiona sobre el obrar humano, sobre los actos de los sujetos que no
pueden ser anticipados por la norma.
La perspectiva de la ética se halla soportada en la práctica y teoría psicoanalíticas y se sustenta en la pregunta ¿Ha
actuado usted en conformidad con el deseo que lo habita? Dentro de este marco el deseo inconsciente es la
referencia.
Esta concepción de la ética se sostiene en el saber-hacer en acto. Saber – Hacer que se contrapone al saber
absoluto. La ética no será un asunto pertinente a la ciencia como acumulación de saber sino al deseo.
En este sentido, los ideales terapéuticos del deber-hacer pertinentes en el marco deontológico serán
suplementados por la emergencia de una singularidad. La ética se presentaría como suplementaria de la
deontología al producir un exceso respecto de las totalizaciones dadas, mientras que la deontología sería producto
y reflejo de la moral social.
Si hablamos de suplementaria ello implica dejar caer la ilusión de un saber totalitario, “…se trata de soportar que
hay un suplemento que no puede reducirse al saber general o al consenso universal.”
Llamaremos ética a “…las singularidades en que se ponen en juego los universales que exceden cualquier ley
particular.”
Se entiende por “particular” aquellos usos, costumbres y valores que comparte un grupo determinado en un lapso
histórico dado.
Llamaremos éticas a aquellas singularidades que produzcan un quiebre respecto de ese universo de discurso del
cual emergen, siendo advertidas como “algo incalificable para el lenguaje de la situación”. En este sentido, el deseo
no podrá ser alistado como un elemento de la serie normativa del universo deontológico. La singularidad concebida
como “lo que se sustrae al régimen del uno”.
Una ley de código que regula exhaustivamente una situación cualquiera es siempre particular: Está sometida (o
suspendida) hasta la sorpresiva irrupción de una singularidad que (destotalizando como particular la legalidad del
universo previo) exija un gesto de suplementación (universalización) en nombre de una nueva ley ‘más allá’.
Una singularidad para ser concebida como tal deberá producir una novedad en la situación, y sólo si existe el
trabajo subjetivo de lectura y nominación. Sólo si hay otro que la sanciona como tal, que la nomina y le da
existencia.
2.4. “Puntualizaciones sobre el amor en transferencia” – Freud, S. (VER las historias que usa Freud)
¿Cuál es la posición que debe adoptar el profesional, a partir de la cual no debe responderse a las demandas
amorosas de los pacientes?
El profesional debe comprender que él tendió el señuelo a ese enamoramiento al introducir el tratamiento
analítico para curar la neurosis. Por ello, se le impone la firme prohibición de extraer de ello una ventaja personal.
La condescendencia de la paciente no hace sino volcar toda la responsabilidad sobre su propia persona. Motivos
éticos se suman a los técnicos para que el médico se abstenga de consentir el amor de la enferma: su meta es que
esta mujer alcance la libre disposición sobre su capacidad de amar, sin dilapidarla en la cura, sino que la tenga
aprontada para la vida real cuando, después del tratamiento, esta se lo demande. Por alto que el analista tase el
amor, tiene que valorar más su oportunidad de elevar a la paciente sobre un estadio decisivo de su vida. Ella tiene
que aprender de él a renunciar al propio placer, renunciando a una satisfacción inmediata. Debe dejarse subsistir
en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionales del trabajo y la alteración, y guardarse de
apaciguarlas mediante subrogados.
El profesional debe guardarse de desviar la transferencia de amor, evitando disgustar de ella a la paciente. Con
igual firmeza, debe abstenerse de corresponderle. Se retiene la transferencia de amor, pero se la trata como algo
no real, como una situación por la que se atraviesa en la cura, q debe ser reorientada hacia sus orígenes ICC y
ayudará a llevar a la CC lo más escondido de la vida amorosa de la enferma, para así gobernarlo. La paciente, cuya
represión de lo sexual no ha sido cancelada, sino sólo empujada al trasfondo, se sentirá entonces lo bastante
segura p/ traer a la luz todas las condiciones de amor, todas las fantasías de su añoranza sexual, todos los
caracteres singulares de su condición enamorada, abriendo desde aquí el camino hacia los fundamentos infantiles
de su amor.
¿Cuáles son las razones por las que el profesional no debe intentar satisfacer las demandas de amor de los
pacientes?
Porque en ese caso, la paciente alcanzaría su meta. Sería un gran triunfo para ella y una derrota para la cura:
conseguiría repetir en la vida, mediante el acto, algo que sólo deben recordar y reproducir como material psíquico,
conservándolo en dicho ámbito. Posteriormente, ella sacaría a la luz todas las inhibiciones y reacciones patológicas
de su vida amorosa sin que fuera posible rectificarlas en algo, para concluir finalmente en el arrepentimiento.
¿Qué diferencia existe entre lo que habitualmente se llama amor verdadero y el amor de transferencia?
En realidad, no puede negarse el carácter de “genuino” al enamoramiento que sobreviene dentro del tratamiento
analítico. De cualquier modo, se singulariza por los siguientes rasgos:
Apuntes de la clase de Carlos Gutiérrez: Frente a una paciente mujer que se ha enamorado del médico que la
analiza. Se pueden pensar dos desenlaces posibles: que se casen o interrumpir el tratamiento. Freud sostiene que
el punto de vista del analista debe ser distinto.
Freud dice: “El médico (…) tiene que discernir que el enamoramiento de la paciente ha sido impuesto por la
situación analítica y no se puede atribuir a la excelencias de su persona.”
“A primera vista no parece que del enamoramiento en la transferencia pudiera nacer algo auspicioso para la cura.
(…) Luego meditando un poco, uno se orienta: cuanto estorbe proseguir la cura puede ser la exteriorización de una
resistencia. Y en el surgimiento de esa apasionada demanda de amor la resistencia tiene sin duda una participación
grande.”
Dice Gutiérrez: El análisis debe seguir y la cura se despliega en la transferencia, es ella misma el campo de batalla
donde se despliega la cura. Los preceptos morales no sirven para el psicoanálisis. Lo que el psicoanálisis comparte
con los preceptos morales es la no satisfacción de lo amoroso, pero se llegó allí por conveniencia analítica.
Freud: “(…) sustituir la imposición moral por unos miramientos de la técnica analítica, sin alterar el resultado” (la no
satisfacción de lo amoroso).
Si se hace que la paciente sofoque lo pulsional es como llamar lo reprimido a la conciencia para reprimirlo
nuevamente.
Freud: “Exhortar a la paciente, tan pronto como ella ha confesado su transferencia de amor, a sofocar lo pulsional,
a la renuncia y a la sublimación, no sería para mí un obrar analítico, sino un obrar sin sentido. (…) Uno habría
llamado lo reprimido a la conciencia sólo para reprimirlo de nuevo.”, “La técnica analítica impone al médico el
mandamiento de denegar a la paciente menesterosa de amor la satisfacción apetecida. La cura tiene que ser
realizada en la abstinencia. (…) Hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas
pulsionantes del trabajo y la alteración y guardarse (evitar) de apaciguarlas mediante subrogados.”, “Consentir la
apetencia amorosa de la paciente es tan funesto para el análisis como sofocarla.” “Uno retienen la transferencia de
amor, pero la trata como algo no real, como una situación por la que se atraviesa en la cura, que debe ser
reorientada hacia sus orígenes inconscientes y ayudará a llevar a la conciencia lo más escondido de la vida amorosa
de la enferma, para así gobernarlo.”
Gutiérrez: Transferencia recíproca contratransferencia. Hay que estar advertido y cuando se presenta vencerla
con una posición de neutralidad. El amor de transferencia es resistencia. Pero el amor de transferencia es anterior,
la resistencia se sirve de él. Se trata de un amor auténtico. El médico fue quien tendió el señuelo.
Freud: “La participación de la resistencia en el amor de transferencia es indiscutible y muy considerable. Sin
embargo, la resistencia no ha creado este amor; lo encuentra ahí, se sirve de él y exagera sus exteriorizaciones. (…)
Este enamoramiento consta de reediciones de rasgos antiguos y repite reacciones infantiles. Pero ese es el carácter
de todo enamoramiento.”, “No hay ningún derecho a negar el carácter de amor ‘genuino’ al enamoramiento que
sobreviene dentro del tratamiento analítico.” Freud dice que es tan anormal como los enamoramientos que se dan
fuera de la cura analítica. “Es provocado por la situación analítica, es empujado hacia arriba por la resistencia que
gobierna a esta situación y carece de miramiento por la realidad objetiva (…) estos rasgos que se desvían de la
norma constituyen lo esencial de un enamoramiento.” Los motivos éticos y técnicos coinciden. No hay técnica hay
una posición ética. “Para el obrar médico (el amor de transferencia) es el resultado inevitable de una situación
médica, como lo sería el desnudamiento corporal de una enferma o la comunicación de un secreto de importancia
vital. Esto le impone la prohibición firme de extraer de ahí una ventaja personal. (…) Motivos éticos se suman a los
técnicos para que el médico se abstenga de consentir el amor de la enferma.”
En principio, el eje simbólico que conecta un universal con un singular es el eje formal privilegiado para pensar las
situaciones éticas.
1. Los vistos, donde se diagnostica una situación en la que aparece un punto de inconsistencia.
2. Los considerandos, en los que se enuncia el eje, el valor, a partir del cual se intenta intervenir sobre la
situación. Y…
3. La resolución en la que se abrirá una medida para modificar la situación descrita en los vistos en la
dirección señalada por los considerandos..
Nuestra lectura de los códigos apunta a ver que los considerandos implícitos en la prescriptiva están siempre
orientados por el eje de lo simbólico. Así el fundamento implícito de cualquier normativa, es el despliegue o la
suplementación simbólica.
Noción de código: Dos modos de totalización: una totalización de todo lo hasta aquí acontecido, una compilación.
La otra modalidad totaliza lo posible, es necesaria: no compila retroactivamente lo acontecido sino que determina
proactivamente lo que podrá ocurrir. Todos los posibles caen bajo este concepto. Refiere a una totalidad ya
clausurada. Transcurre en el espacio universal, de la ley, de la totalización sin fallas ni excepciones. Esa es la idea de
código moral. En principio, código moral se refiere a todas las situaciones posibles.
Pero lo que tiene esa apertura esencial es que no señala el punto en que está abierta, por lo tanto parece cerrado.
Sólo una nueva singularidad lo va a abrir, y va a ir a anotarse como singularidad que, una vez decidida, suplementa
el corpus de la codificación.
El Codex tiene una apertura esencial. De ahí que se trate de leer los códigos como totalizaciones morales que
incluyen toda experiencia posible, sino más finamente como una transmisión de una experiencia, y por lo tanto
como condición de posibilidad de la experiencia. Esa transmisión de la experiencia significa transmisión de la
singularidad problemática decidida en una prescripción, y no como principio capaz de cubrir la totalidad de las
situaciones.
Caso del Dr. Joel Feigon: terapeuta de sesenta años, a quién le retiraron la matrícula profesional por haber
mantenido relaciones sexuales durante ocho años con una paciente cuyo amante e hijos estaban también en
tratamiento (individuales) con él. La junta hizo especial hincapié en la manipulación de los cuatro pacientes por
parte de Feigon, dos de ellos menores, “No se considera una buena práctica para un analista el conducir
simultáneamente la terapia de amantes o de más de una persona a la vez en una familia en que los vínculos son
muy estrechos”.
Este caso es de abuso sexual. Violación de la pauta ética de la abstinencia. Las relaciones sexuales que Feigon
mantuvo con su paciente contaron con el consentimiento de ella. Se comprobaron los hechos, el comité de ética lo
consideró de la mayor gravedad y retiró la matrícula del profesional.
Caso Margaret Bean Bayog: Tenía como paciente a Paul Lozano. Fue internado varias veces por sus pensamientos
suicidas y sus intentos fallidos. La Dra. realiza una supervisión donde le informan q el tratamiento marcha bien y
que si interrumpe el tratamiento el paciente podría suicidarse. Se interrumpe el tratamiento porque ella le exige
que le pague entre 100 y 120 la sesión. Lozano viaja y muere tras inyectarse una dosis letal de cocaína. La familia de
Lozano inicia acciones contra la Dra. acusándola de haber manipulado y seducido a su paciente causándole la
muerte. Se basan para ello en varias cartas y fotografías de la terapeuta encontradas entre las pertenencias de Paul
Lozano, las cuales habían sido enviadas o entregadas por ella durante el tratamiento. La terapeuta continúa con su
labor de terapeuta bajo supervisión de un psiquiatra. Es un caso de mala praxis. Consultó con un supervisor,
deseaba hacer su trabajo lo mejor posible y estaba dispuesta para ello a escuchar la opinión de un tercero. El hecho
de que éste le aconsejara seguir adelante e incluso reforzara su vínculo imaginario con el paciente, no puede
atribuírsele a la terapeuta.
En el primer caso estamos ante una violación, entre otras, de la pauta ética de la abstinencia. En el segundo caso,
también hay violación de la ética.
¿No es acaso ésta una gravísima falla ética? No lo es. ¿Qué indica que un analista se quede dormido durante una
sesión? En primer lugar, que tiene sueño, que está cansado y que su cuerpo no le responde y le pide dormir. No hay
allí cuestión ética alguna. El dilema ético lo tendrá el analista no cuando se queda dormido, sino más bien cuando
se despierte.
¿Reniega de él, como en algunos casos que se nos han relatado, fingiendo sentirse mal para ir al baño, refrescarse y
regresar para continuar con la sesión como si nada hubiera pasado ante el paciente que en algunos casos hasta lo
escuchó roncar?
¿O por lo contrario reconoce que se había dormido, que pensaba que estaba en condiciones de atender cuando
comenzó la sesión pero que evidentemente no era así, pide disculpas, da por interrumpida la sesión y ofrece
recuperarla en otro momento?
Puede ocurrir que tanto el paciente del primer ejemplo como el del segundo abandonen la sesión sin retomar
nunca más su terapia. Porque ver al analista dormirse mientras uno habla en sesión no es una experiencia
precisamente agradable. Pero muy distinto será lo que se lleve uno y otro al dejar el consultorio. El primero se irá
sabiendo que su analista le mintió, y que si regresa será para continuar su análisis en condiciones que son su
negación misma. Al resolver el dilema ético por el camino de la mentira, el analista muestra que no está en
condiciones de sostener su posición, clausurando así todo camino terapéutico posible.
El segundo paciente, en cambio, se llevará, junto a un sentimiento inequívoco de frustración, sin embargo, las
condiciones para continuar su análisis. El analista se durmió en la realidad, pudo reconocerlo y por lo mismo su
sueñito puede ingresar, transferencia mediante, en un camino simbólico.
Ahora bien, dormirse en medio de una sesión es poner en peligro el tratamiento de un paciente. Es hacer mal el
trabajo para el cual se requirió su presencia allí. Es un ejemplo de lo que llamaremos de ahora en más mala praxis.
Al quedarse dormido, un terapeuta incurre en mala praxis profesional. Cuando se despierta, en cambio, está ante
un dilema ético: tiene dos caminos claramente diferenciados; sabe que las consecuencias de uno y otro son bien
distintas y elige intencionalmente uno de ellos
Toda violación a la ética conlleva una mala praxis, pero no toda mala praxis involucra un problema ético.
Las relaciones sexuales que Feigon mantuvo con su paciente contaron con el consentimiento y hasta con el placer
de ella; Masserman, en cambio, cometió directamente una violación. ¿Esto no hace una diferencia a los fines que
aquí nos interesan? No.
La seducción que un paciente puede llegar a desplegar frente a su analista, lejos de constituir un atenuante en los
casos de abuso sexual, es en rigor un agravante.
El analista debe estar dispuesto a mantener la abstinencia, especialmente la sexual porque es eso y no otra cosa
lo que el paciente requiere de él.
En el caso de Margarte Bean-Bayog. Su tratamiento de Lozano puede haber sido pésimo, con lo cual estaríamos en
el terreno que antes definimos como de mala praxis. Pero no se ve que exista un problema ético de abuso sexual.
Nunca evaluamos la gravedad ética de una conducta por las consecuencias que de ella emanen para la víctima,
sino por el análisis de los valores puestos en juego en la situación misma. Un ejemplo: Paul Lozano se suicidó,
mientras que la paciente de Feigon tal vez haya cumplido una fantasía omnipotente y diga sentirse bien; eso no nos
dice nada sobre la gravedad de los actos de ambos terapeutas, los cuales son evaluados en otro andarivel.
Antecedentes: En pleno Siglo XIX, el fisiólogo francés Claude Bernard plantea las primeras cuestiones éticas del
mundo moderno. Dos de las preguntas de Bernard en sus “principies” anticipaban ya algunos de los debates
actuales ¿Tenemos derecho de realizar experiencias sobre el hombre?, ¿Se pueden hacer experiencias o
vivisecciones sobre condenados a muerte? A ambas responde de manera positiva. “Si están condenados a morir,
perdido por perdido ¿Por qué no experimentar? En otras palabras, la ciencia moderna comienza a reemplazar el
viejo precepto hipocrático de “primum non nocere” (lo primero es no hacer daño), por los beneficios que una
acción médica pueda traer a la humanidad.
Los inicios del siglo XX encuentran a la biología y a la medicina en peno auge. Distintas corrientes - el darwinismo
social por ejemplo – van confluyendo hacia fortalecer la noción de raza. Uno de sus resultados más fuertes será el
de la eugenesia.
Eugenesia: La ciencia del mejoramiento del linaje, dar a las razas mejor dotadas un mayor número de
oportunidades de prevalecer sobre las razas menos buenas.
Este movimiento tomaría dos formas, promover el desarrollo de las “razas mejor dotadas”, eugenesia positiva, o
limitar el desarrollo de las “menos buenas”, eugenesia negativa. Esta última se expreso en políticas de eutanasia y
esterilización (Por ejemplo evitar la descendencia de los delincuentes considerados peligrosos).
En 1912 se crea la sociedad francesa de eugenesia y obtiene el premio Nobel a Carrel, un importante referente del
movimiento eugenésico. Al año siguiente se premia también con el Nobel a Richet quien publicaría “Selección
humana: la supresión de los anormales.”
Medicina en Alemania (1918-1945): Si bien no nació en Alemania, el movimiento eugenésico encontró allí su
mayor desarrollo, desde la República de WEIMAR hasta los campos de concentración nazis.
1919 – 1933: Se implementaran políticas de eugenesia positiva – créditos fiscales apara estimular el crecimiento
demográfico de las familias “valiosas” - y medidas de eugenesia negativa - esterilización de personas
“genéticamente inferiores”. También fue el inicio de los experimentos con seres humanos.
1933 – 1939: Hitler asume el poder de Alemania. Según su lugarteniente HESS, el nazismo no era otra cosa que
“biología aplicada”. El régimen nazi proclamo la “raza nórdica” como ideal eugénico, y promulgó la “Ley para la
Prevención de la Descendencia con Enfermedades Hereditarias”. Se ordenó la esterilización de 400.000 alemanes.
Rápidamente, las políticas del Estado eugenésico se centraron en la población judía. En 1935 se promulgó la “Ley
de protección de la sangre” que penalizaba los matrimonios entre alemanes judíos y no judíos.
1939 – 1945: En octubre de 1939 se profundizaron los programas de eutanasia extendiéndose a todos los enfermos
considerados “incurables”. Rápidamente, la eliminación alcanzó a los judíos, considerados por la medicina y la
antropología nazi, como raza sub-humana.
El código de ética APA hace referencia explícita a cuestiones de involucración sexual en el marco de la psicoterapia.
10.05 Intimidad sexual con pacientes en tratamiento. Los psicólogos no se involucran en intimidad sexual con
pacientes actuales de terapia.
10.06 Intimidad sexual con parientes u otros individuos significativos para pacientes en tratamiento. Los
psicólogos no se involucran en intimidad sexual con individuos que saben que son parientes cercanos, tutores o
que tienen algún otro vínculo significativo con pacientes actuales. Los psicólogos no finalizan la terapia para eludir
esta norma.
10.07 Terapia con partenaires sexuales anteriores. Los psicólogos no aceptan como pacientes de terapia a
personas con las cuales han tenido intimidad sexual.
10.08 Intimidad sexual con pacientes (a) Los psicólogos no se involucran en intimidad sexual con ex-pacientes
durante al menos dos años después de la interrupción o finalización de la terapia. (b) Los psicólogos no se
involucran en intimidad sexual con ex-pacientes aún después de un intervalo de dos años salvo en circunstancias
excepcionales. Los psicólogos que se involucran… tienen la obligación de demostrar que no ha habido explotación,
a la luz de todos los factores pertinentes, que incluyen (1) el lapso de tiempo transcurrido desde la finalización de la
terapia; (2) la naturaleza, duración e intensidad de la terapia; (3) las circunstancias de finalización; (4) la historia
personal del paciente; (5) el estado mental actual del paciente; (6) la probabilidad de impacto adverso sobre el
paciente; y (7) cualquier declaración o acción llevada adelante por el terapeuta durante el curso de la terapia,
sugiriendo o invitando la posibilidad de una relación sexual o sentimental con el paciente luego de finalizado el
tratamiento. (Ver también Norma 3.05, Relaciones múltiples).
• Prohibición absoluta de involucración con pacientes en tratamiento y con ex partenaires sexuales – año
1987.
• La normativa sobre intimidad sexual con ex pacientes – año 1982.
• La de intimidad sexual con parientes o personas allegadas al paciente – año 2002.
La que presenta mayor interés es la 10.8 ya que establece una diferencia ética y deontológica en relación con el
resto de las profesiones. Atiende a la peculiaridad de la transferencia y su importancia en nuestro campo de
trabajo. Tiene dos incisos.
a) Establece una prohibición absoluta para la involucración sexual con ex-pacientes durante los dos años
posteriores a la interrupción o la efectiva finalización del tratamiento. El período de dos años empieza a
correr a partir del último contacto.
b) Se aplica al período posterior a los dos años, y es una regla cuya aplicación es prácticamente imposible.
Ante “circunstancias excepcionales”, el código establece la obligación por parte del psicólogo de demostrar
que no ha habido “explotación o aprovechamiento” según los siete factores siguientes:
1. El lapso de tiempo transcurrido desde la finalización de la terapia. En realidad se trata de una redundancia
destinada a poner énfasis en el plazo de dos años.
2. La naturaleza, duración e intensidad de la terapia.
3. La circunstancia de la finalización. Si se produce por problemas en el manejo de la relación terapéutica
esto puede resultar un impedimento ético para una relación personal.
4. La historia personal del paciente. Hay eventos en la historia de paciente, tales como abuso sexual infantil,
que pueden adquirir una significación especial cuando ese paciente establezca vínculos de carácter
asimétrico como puede ser el caso de una relación con si ex–terapeuta.
5. El estado mental actual del paciente. Una persona que se encuentra en situación de vulnerabilidad es más
permeable a ser víctima de aprovechamiento.
6. La probabilidad del impacto adverso sobre el paciente. Lo interesante es que esta consideración no rige
únicamente respecto del ex–Paciente, sino también de otras personas significativas para él o ella,
incluyendo también otros pacientes, especialmente quellos que llegaron al terapeuta recomendados por el
ex – paciente.
7. Cualquier declaración o acción llevada adelante por el terapeuta durante el curso de la terapia, sugiriendo
la posibilidad de una relación sexual o sentimental. Se refiere a las intervenciones que el psicólogo haya
podido tener durante el tratamiento, sugiriendo que al cabo de dos años podría existir una relación
romántica entre ambos.
Si bien la prohibición de la involucración con ex – Pacientes no es absoluta, en los hechos termina siéndolo, porque
es prácticamente imposible que un profesional garantice haber controlado estos siete factores.
Caso 1. Un terapeuta recibe la consulta de una mujer de 35 años. A medida que el tratamiento progresa el
terapeuta percibe que sus sentimientos hacia esta paciente iban más allá del campo profesional. Consulta con un
colega de amplia experiencia y se inscribe en un taller para manejo de la contra – transferencia erótica. Comenzó
así a resolver exitosamente la intensidad de sus sentimientos. Después de cuatro meses concluye el tratamiento y
la paciente queda muy satisfecha con los resultados.
Tres años después, se encuentran y descubren que existía una atracción mutua. Consulta nuevamente con un
colega con el propósito de trabajar cualquier residuo de poder que pudiera haber quedado como efecto de la
relación terapéutica, buscaba que su rol de terapeuta quedara completamente fuera de la relación. Intentó ser
claro y tomar las precauciones razonables para evitar cualquier tipo de aprovechamiento de la situación.
El caso fue presentado de manera ambigua, no se aclara si es ilustración de lo que se debe o de lo que no se debe
hacer, pero se desprende claramente la tensión entre la voluntad del terapeuta por sobreponerse al conflicto y la
dificultad estructural que emana de la situación misma. Más recaudos toma para ser “objetivo”, y más sospechable
se hace de estar fallando en el principio de neutralidad.
Caso 2. Un terapeuta atiende a una paciente a lo largo de cuatro años. El tratamiento se interrumpe por un viaje a
Europa. A los tres años se vuelven a encontrar iniciando un vínculo amoroso. A los dos meses de la relación deciden
casarse, pero el casamiento resulta un fracaso, separándose seis meses más tarde en medio de un escándalo.
En el juicio de divorcio ella argumenta que el motivo de la ruptura era el maltrato que sufría a diario por parte de
este hombre, quien la humillaba haciendo referencia a aspectos de su vida que él conocía de la época en la que
había sido su terapeuta.
Si aplicáramos el criterio del código APA, el terapeuta podría verse incriminado en una situación de falla ética
tomando en cuenta como mínimo los factores 5 (Estado mental actual del paciente) y 6 (La probabilidad del
impacto adverso sobre el paciente).
Efectivamente, carecería de importancia para el comité de ética si los dichos de la mujer son verdaderos o falsos. Si
fueran verdaderos, el psicólogo estaría decididamente en dificultades, pero si no lo fueran, también, ya que
podrían estar poniendo en evidencia una situación de inestabilidad psíquica por parte de ella.
En este campo, la responsabilidad profesional se dirime en términos de pautas deontológicas y jurídicas que
generan obligaciones, regulando la práctica profesional. Los códigos deontológicos resguardan los derechos de las
personas; las normas protegen los derechos de aquéllos sobre los que se dirige la intervención psicológica. Las
normativas deontológicas plasmadas en los códigos de ética profesional se organizan en relación a diferentes
temáticas (competencia, idoneidad, secreto profesional, investigación, docencia, etc.), y se fundamentan en los
principios generales establecidos por los propios códigos.
Los códigos deontológicos fomentan el respeto y la protección del derecho a la privacidad, autodeterminación,
libertad y justicia, promoviendo fundamentalmente la protección de los Derechos Humanos.
La mala praxis constituye un concepto jurídico referido a las conductas que ponen en riesgo o dañan directamente
aquellos bienes jurídicos tutelados por las leyes y, en consecuencia, también por las normas deontológicas.
La mala praxis se configura en relación a la noción de responsabilidad civil que, como ciudadano, le compete al
psicólogo en relación al contrato de prestación de servicios (jurídicamente hablando) que establece con el paciente.
Desde la perspectiva jurídica, la responsabilidad se contrae al incumplir una obligación; en otros términos, la
responsabilidad significa asumir las consecuencias de un daño, causado por acción u omisión. La responsabilidad
civil, entonces, consiste en la obligación que recae sobre una persona de reparar el daño que ha causado a otro,
sea en naturaleza o bien por un equivalente monetario (indemnización). En términos del Código Civil “Todo el que
ejecute un hecho que por su culpa o negligencia ocasiona un daño a otro esta obligado a la reparación del
perjuicio”.
Tal incumplimiento de las obligaciones puede resultar de un propósito deliberado (dolo) o bien por:
• Negligencia: Es entendida como falta de cuidado y abandono de las pautas ya estudiadas, probadas e
indicadas de tratamiento. Es un acto negativo; un psicólogo podría ser acusado de negligencia si no realiza
la Interconsulta pertinente con un médico cuando sea necesario para, por ejemplo, descartar el origen
orgánico del cuadro a tratar (organicidad), y así arribar a un diagnóstico adecuado. Podría definirse como:
“Hacer menos de lo que se debería hacer”
La mala praxis podría configurarse entonces por imprudencia: “ejercer una especialidad en la cual uno no
se encuentra convenientemente formado ni capacitado”, impericia: “deficiente y/o mal manejo procesal y
del discurso psicológico-forense con el consiguiente daño que se inflige al quehacer de la Justicia”, o por
negligencia: “deficientes estudios y exámenes, pésimos informes”
• Responsabilidad penal: se debe tener en cuenta q la mala praxis no está tipificada como delito. En cambio,
sí se sancionan las consecuencias de una mala praxis, por ejemplo, los homicidios o lesiones culposas, será
reprimido con prisión de cinco a diez años e inhabilitación especial en su caso, por cinco a diez años, "el
que por imprudencia, negligencia, impericia, en su arte o profesión o inobservancia de los reglamentos o de
los deberes a su cargo, causare a otro la muerte"
• Otras figuras contempladas en el código penal son aquellas de “Abandono de Persona” y “Omisión de
Auxilio”. Estas dos figuras no son exclusivas para los profesionales de la salud; cualquier ciudadano podrá
responder penalmente por este tipo de acciones. Sin embargo, se aplican al caso de un psicólogo o un
médico cuando, en el ejercicio de la profesión, incurrieran en el desamparo o abandono de una persona, al
negarle la atención y el cuidado necesarios que su profesión les permitiría brindar, poniéndola en una
situación de peligro para la salud o la vida.
La Ética Profesional involucra por una parte, el campo normativo que sustenta las exigencias sociales, legales y
deontológicas de la profesión (códigos de ética, deberes profesionales), pero también habrá de considerar las
exigencias que la dimensión clínica presenta. Una noción de ética profesional que contemple estos dos campos, el
deontológico-jurídico y la dimensión clínica, permite establecer una noción de responsabilidad profesional que,
aunque más compleja, apunta más nítidamente al corazón de nuestra práctica.
Campo normativo y dimensión clínica dan cuenta de diferentes aspectos de la responsabilidad profesional.
Mientras el campo normativo se fundamenta en el sujeto del derecho, la dimensión clínica nos ubica frente al
sujeto del sufrimiento psíquico, y la responsabilidad profesional nos compele a decisiones que tengan en cuenta
ambas dimensiones.
El encuentro entre la dimensión clínica y el campo normativo (deontológico-jurídico) constituye puntos conflictivos
que generan dilemas éticos. El psicólogo no puede eximirse de la responsabilidad a la que una decisión en sentido
pleno lo compromete: “Los códigos [son] guías para la práctica, pero que nunca podrán sustituir el discernimiento
del profesional que se encuentra en la situación y, por lo mismo, nunca reemplazarán su responsabilidad en la
toma de decisión”
Por otra parte se encuentra un profesional que lidia con el sufrimiento del paciente, que debe operar con otra
concepción de sujeto y que despliega su práctica en el terreno de la transferencia. Hay una responsabilidad
profesional entonces ligada a nuestro objeto de estudio y práctica: el sufrimiento psíquico del sujeto.
La dimensión clínica no se refiere exclusivamente al trabajo clínico, sino que con este término nos interesa señalar
una perspectiva que toma en cuenta la dimensión del sujeto, la singularidad en situación. Claramente, el campo
normativo configurado sobre la lógica de lo general recorta los problemas desde una perspectiva particular. En
cambio, la dimensión clínica constituye un modo de lectura y abordaje sustentado en la categoría de lo singular.
Los profesionales tienen a buscar soluciones y líneas de acción tomando como referencia alternativamente uno de
esos dos campos, dejando de lado al otro. En términos generales, se pudo identificar claramente dos posiciones:
aquellos que toman como única referencia la letra de los códigos, y buscan allí la resolución del problema y, la
posición contraria, de obviar por completo las normativas vigentes fundamentando las respuestas en argumentos
de índole exclusivamente clínica. Es muy frecuente todavía encontrar en la bibliografía especializada la misma
dicotomía.
Resultó interesante verificar que, tanto para aquellos que se inclinan por la pauta deontológica como para los que
la desechan, existe la idea de que tomar las normativas deontológicas como referencia para la acción conlleva la
interrupción del trabajo clínico y un desplazamiento de la función profesional. Se supone una relación de exclusión
entre el campo normativo y la dimensión clínica de la práctica.
Si bien no se trata de obviar la existencia de uno de los dos campos, tampoco se trata de suprimir la diferencia y,
con un afán conciliador, establecer falsas coincidencias. La posición ética se constituirá en esa intersección entre el
marco normativo y la dimensión clínica, lo cual excluye la obediencia automática a la norma pero también su
rechazo.
1. Establecen una serie de pautas que regulan la práctica, funcionando como una referencia anticipada a
situaciones posibles y por venir.
El campo normativo tiende a configurarse y a funcionar en tanto universo. Los códigos deben expedirse con
respecto a todos los casos, circunstancias y sujetos posibles. La formulación de la norma y el criterio que
sustenta deben permitir que una variedad de casos sean contemplados en ella. La norma ordena, pero la
condición es que ordene más allá del uno a uno, haciendo homogéneos a los “cada uno” en un “todos”. La
lógica del Universo prescinde de la existencia de lo no clasificado, de aquello no comprendido en el
Universo. Evidentemente, el singular que un sujeto comporta – siempre diverso y heterogéneo – no estará
contemplado en la norma, este hecho introduce el problema de la articulación entre el campo normativo y
la clínica La jurisprudencia es el conjunto de sentencias que alude a los modos previos de aplicación e
interpretación de la norma.
2. Resumen el conocimiento alcanzado en el campo profesional hasta cierto momento histórico (Estado del
Arte). En ese sentido, Estado del Arte y regulaciones profesionales constituyen el conocimiento que
antecede a una situación dada.
3. Las normativas de los códigos encuentran una referencia jerárquicamente superior en las normas jurídicas.
El circuito queda entonces configurado de la siguiente manera: práctica profesional - normativa deontológica - ley
social - Constitución Nacional - normativa internacional - declaración universal de los Derechos Humanos.
Los códigos condensan los valores morales de un tiempo histórico determinado. Es necesario reflexionar sobre la
relación entre la dimensión moral en la que ubicamos a los códigos deontológicos, y la perspectiva ética en sentido
estricto, referida fundamentalmente a la dimensión subjetiva.
Otro aspecto de la complejidad relativa al campo deontológico – jurídico, no se refiere únicamente a la mencionada
articulación de los códigos con la dimensión clínica, sino es en el seno mismo del campo normativo donde se
verifican puntos de conflicto.
1. Normas de excepción a las normas: las normas que plantean los casos de excepción a otras normas del
mismo código, ponen sobre el tapete el problema del conflicto entre los derechos protegidos. Por ejemplo,
la normativa que determina que ciertos motivos clínicos o terapéuticos pueden ser excepción legitima al
secreto profesional. Es inevitable señalar que la suspensión de la confidencialidad, implica también la
suspensión de los derechos protegidos.
2. Interpretación de la norma: Cada norma contemplará una serie de casos que constituyen un conjunto, en
tanto grupo de elementos que comparten una propiedad común. La confrontación con un caso
determinado nos obliga a analizar la pertinencia de la norma. Es decir, no es posible su aplicación
inmediata e indefectiblemente, será necesario interpretarla. La aplicación de la norma no puede ser
automática. Frente al caso a analizar, deberemos interpretarla y, además, ponderarla en relación a otras
normas y a otros elementos de juicio.
Consideraciones sobre la posición ética
Hemos presentado a la ética profesional en su doble dimensión, constituida tanto por los aspectos conceptuales y
normativos del campo deontológico – jurídico, así como por la dimensión clínica. La inclusión de este segundo
campo obedece a la necesidad de articular el campo normativo de la práctica con la dimensión del sujeto, lo cual
constituye la perspectiva ética propiamente dicha.
Existen puntos problemáticos. En primer lugar, los fundamentos morales del campo normativo, no garantizan a la
referencia deontológica – jurídica como medio infalible par una decisión ajustada a la dimensión del sujeto, la cual
configura la dimensión ética.
En segundo lugar, se suma el hecho de que el discurso deontológico – jurídico se asiento en concepciones basadas
en la noción de sujeto que difiere considerablemente de aquella que nos guía en la práctica clínica.
En tercer lugar, el campo normativo organizado sobre una lógica de universo (cerrado) excluye lo singular (en tanto
diverso y heterogéneo), dificultando su articulación con la lógica del sujeto. El texto normativo, coincidentemente
con la idea de lo general, evocaun sujeto anónimo, todos y a la vez ninguno. La perspectiva ética nos orienta en el
sentido de incluir esa dimensión singular excluida de lo particular.
La confrontación de las normas deontológicas y jurídicas con un caso, ya sea por su calidad de único (primer
movimiento de la ética), como en su recorte singular (segundo movimiento de la ética), exige la ponderación e
interpretación de aquéllas.
La sola exigencia de interpretación da cuenta de un punto de inconsistencia de ese universo. Es decir que la
interpretación funda una lógica del no-todo y convoca al sujeto a responder. El modo en que se responda a la
interpelación, a ese llamado que surge del punto de inconsistencia del campo normativo, da lugar a una cierta
posición subjetiva que podrá configurarse o bien en una posición moral o bien una posición ética.
• El abordaje del campo normativo desde un posicionamiento moral, posición de mera obediencia, de
acatamiento frente a la referencia deontológica. La posición moral no soporta el punto de inconsistencia al
que lo enfrenta el campo normativo e intenta hacerlo consistir adjudicándole una solidez inexistente,
velando así la lógica de la castración.
• Una posición bien distinta es la posición ética de responsabilidad (diferenciada de la posición de
obediencia). El sujeto acepta ese punto de indeterminación radical que lo convoca a responder de un modo
singular. La disposición a interpretar la norma supone una mirada sobre el código que se sustraiga a la
intención dogmatizante, se trata de una posición subjetiva que acepta la lógica de la falta. La posición ética
se funda y a la vez sostiene la lógica de la castración.
Primera aclaración metodológica: Incluir la dimensión del sujeto como horizonte de nuestras decisiones en la
práctica no significa necesariamente ubicarnos en el segundo movimiento de la ética. También el primer
movimiento exige la referencia al sujeto.
Segunda aclaración metodológica: Casi cualquier situación, aunque presente elementos singulares, puede ser
víctima de una lectura que tienda a la tipificación.
Es decir, primer y segundo movimiento de la ética constituyen modos de lectura diferenciados que recortan una
situación dada relevando diferentes aristas. Sin embargo, en ambos la dimensión clínica es la referencia inevitable.
Tanto en el campo normativo como en la dimensión clínica se juega la relación del Sujeto con la Ley (Sujeto-ley
simbólica y sujeto-ley social). Por lo tanto, no se trata de plantear la disyunción de los campos sino, aún
sosteniendo la diferencia pensar su articulación.
La autora da el ejemplo de un caso en que un paciente planea asesinar a una persona y el terapeuta se enfrenta al
dilema de la suspensión o el mantenimiento del secreto profesional.
Por lo tanto se deben tener en cuenta las implicancias clínicas que las decisiones en relación al orden deontológico-
jurídico puedan acarrear. La relación del sujeto a la ley no se reduce a la mera aplicación de la norma sobre él.
Se trata de elevar la norma a categoría de Ley. Ley que regula, que inscribe una prohibición en la intimidad del
sujeto y del acto. De allí la importancia de sostener la decisión en una posición que no se configure en relación a la
exigencias morales.
La sanción legal no debe configurar únicamente una responsabilidad en el campo de la moral. Se trata de favorecer
un más allá de la responsabilidad jurídica, para dar lugar al campo de la responsabilidad subjetiva. La decisión
tendrá el valor de un acto que confronta al sujeto con la implicación en su propio acto.
La posición del profesional podrá oscilar entre una posición moral de acatamiento a los roles asignados y una
posición ética que facilite un posicionamiento ético del sujeto sobre el que dirige su intervención. Es en este punto
donde la noción de responsabilidad subjetiva adquiere relevancia ineludible.
3.2. “La interacción del profesional con los códigos” - Calo, O. (2002)
Es necesaria una relación interactiva entre el psicólogo y el corpus deontológico que regula su práctica. Para que tal
relación se fructífera la posición del psicólogo no podrá ser ni de sumisión ni de indiferencia, sino capaz de
interrogar críticamente los códigos. Posición reflexiva del profesional frente a los códigos.
Deontología es el conjunto de deberes que impone a los profesionales el ejercicio de su actividad. Este conjunto
está constituido por Leyes del ejercicio profesional, estatutos, reglamentos, códigos de ética y códigos
deontológicos. Este corpus deontológico refleja el punto de vista moral vigente en la sociedad y desde allí prescribe
las formas en las que se espera que actúe cada profesional.
Pero la relación que tiene el profesional con el corpus no puede ser de sólo obediencia. Reclama de su parte un
posicionamiento ético, crítico en relación a la norma. Su accionar tiene que ser una interacción, que implica
discriminación y jerarquización de los valores en juego. Actitud de libertad y responsabilidad para elegir.
Hay que considerar, demás, la imposibilidad de la existencia de un código completo, capaz de prescribir lo que se
debe hacer en todas las circunstancias. Primero, porque las situaciones posibles son innumerables. Segundo,
porque los valores son regionales y “epocales” y eso hace que deban ser revisados permanentemente.
Esta imposibilidad para la existencia de un código completo funda la libertad y la potencia del profesional como
sujeto ético.
Los párrafos anteriores describen las dimensiones que se aúnan en consideración ético – deontológica. Todo acto
profesional incluye estos dos aspectos:
- Aspecto social. Conjunto de obligaciones que se le imponen al profesional.
- Aspecto ético. Convoca al profesional a anteponer a la norma su compromiso personal y responsable.
Teniendo en cuenta las líneas anteriores, se someterán a discusión dos normativas comunes, la obligación de
guardar secreto profesional y la de obtener consentimiento por parte de las personas asistidas.
Secreto profesional: La intimidad es el ámbito psíquico en el que se despliega el proceso por el cual el viviente se
hace humano, condición de posibilidad de la constitución subjetiva.
Desagregar la idea de intimidad respecto de la de “privado”, hay ocasiones en las que mantener algo como privado
no es el mejor medio para proteger la intimidad.
El psicólogo debe considerar las situaciones desde un criterio subjetivo, se lo convoca a un compromiso subjetivo,
una decisión personal: como generalmente las obligaciones están acompañadas de excepciones, debe decidir si la
ocasión es o no la que debe caer bajo excepción.
Intimidad: es un valor en sí mismo, un derecho individual básico. Secreto profesional: es un medio para un fin.
Valor instrumental
Los derechos básicos deben ser defendidos con independencia de las consecuencias; los valores instrumentales
obligan a tener en cuenta las consecuencias. La intimidad y el secreto profesional encierran valores distintos, por lo
tanto deben ser considerados de modo distinto.
La posición del psicólogo frente a la normativa del secreto profesional implica situaciones de tensión por:
a) el hecho de que el respeto por la intimidad de los pacientes constituye un principio, que deriva en la
normativa de confidencialidad.
b) en algunas ocasiones, descriptas en modo general por las leyes, hay excepciones porque está en juego un
principio superior al de la intimidad.
c) la valoración de principio o utilitaria de la confidencialidad.
d) el hecho de que es el mismo profesional implicado el que debe resolver, en cada caso, si es o no cuestión
de excepción.
1. Evitar daño serio para el paciente o para terceros es considerado de un modo prácticamente unánime
como causa para el levantamiento del secreto. Esta situación es la que constituye el núcleo del caso
Tarasoff, su asesinato podría haberse evitado si los profesionales hubieran levantado el secreto profesional
advirtiendo del riesgo a la víctima.
2. Defensa del profesional. Cuando el psicólogo deba defenderse de denuncias hechas por el paciente (en
ámbitos policiales, judiciales o profesionales). Cuando el médico se ve injustamente perjudicado por el
mantenimiento del secreto, y el paciente sea el autor voluntario del perjuicio.
3. Situaciones en las que mantener el secreto facilite la comisión de actos que vulneren los DDHH
fundamentales (Los DDHH aparecen en la mayoría de los cuerpos deontológicos como principio básico, por
ejemplo, la primacía del derecho a la identidad sobre la confidencialidad).
4. Casos en los que se puede levantar el secreto con el consentimiento del paciente. Pero esto debe ser
puesto en cuestión a partir de la fuerte “influenciabilidad” que los pacientes suelen tener en relación con
sus terapeutas. Podría tratarse de un consentimiento inválido. Puede ser recomendable contar con el
acuerdo del paciente, pero no es suficiente. “…El psicólogo no debe admitir que se le exima de la obligación
de guardar secreto profesional por ninguna autoridad o persona, ni por los mismos confidentes”(Código de
Ética de la Provincia de Buenos Aires).
Consentimiento: Relación entre la obligación que el profesional tiene de obtener consentimiento y la de respetar la
autonomía del paciente. El consentimiento es un medio, mientras que la autonomía es un fin en sí mismo. La
obligación de obtener el consentimiento da consistencia al principio de autonomía.
Tal como se sostuvo en relación al secreto, varias son las situaciones de excepción en las que la exigencia de
obtener consentimiento puede ser dejada en suspenso. Principalmente cuando el cumplimiento de esta normativa
llevado a cabo de un modo “obsesivo” volvería inoperante la práctica. Ejemplo:
Es necesario pensar cómo se puede preservar la autonomía del paciente en las situaciones en las que cumplir con el
consentimiento se hace difícil. Cuando se utilizan técnicas de engaño, los participantes deben ser informados lo
antes posibles de la verdadera naturaleza de la investigación y las razones por las que no se brindó la información
completa al comienzo de la experiencia. El psicólogo se asegurará que el recurso del engaño no va a producir
perjuicios duraderos en ninguno de los sujetos.
Ya Freud hacía énfasis en el cuidado ético necesario para no emplear el poder que otorga la transferencia para fines
diversos que la cura del paciente. No valerse de la sugestión para que el paciente dé su consentimiento, si no, se
burla la autonomía.
Otra cuestión conflictiva es, ¿quién consiente? Como la transferencia positiva, el consentimiento durará mientras la
resistencia no haga su aparición.
Un tercer punto difícil. Para que el consentimiento sea válido, el profesional debe informar al paciente sobre
tratamientos alternativos posibles. Pero el cumplimiento de esto es problemático, porque la manera en la que cada
profesional concibe el tratamiento siempre está determinada por su formación teórica, y es desde ese lugar desde
el cual valora las alternativas. (Un psicoanalista no va a recomendar una terapia sistémica, o un conductista una
terapia gestáltica).
Otro punto, el consentimiento no es una decisión que se toma de una vez y para siempre, sino que se renueva en
cada nuevo encuentro; las condiciones subjetivas en las que alguien brinda su consentimiento van variando, se
puede retirar el consentimiento o renovarlo cada vez, de modo tácito, por la sola concurrencia al tratamiento. En el
caso de un tratamiento prolongado, sería ridículo solicitar en cada sesión la firma de un consentimiento.
También hay que considerar los efectos que la firma de un formulario de consentimiento puede tener en la relación
entre psicólogo y paciente. El consentimiento el paciente lo está brindando (tácitamente), mientras que con el
formulario se hace claro para el paciente que no sólo le da el consentimiento al psicólogo, sino que está referido a
una instancia tercera que juzga la relación.
Los formularios de consentimiento, por lo general, responden más a la necesidad de los profesionales de cuidar sus
espaldas frente a posibles consecuencias legales que al respeto por la autonomía del paciente.
No es claro que mediante la firma del consentimiento se contribuya al respeto por la autonomía del paciente. Es
más, se corre el riesgo de subvertir el espíritu de la normativa y alentar relaciones en las que haya una desconfianza
que no provenga de fantasías del paciente sino que la instale el profesional mismo.
Secreto profesional y la obligación de obtener consentimiento materializan la relevancia que, como principios,
tienen la protección de la intimidad y la autonomía. Pero es necesaria una posición crítica. El ejercicio profesional
no puede existir sin códigos, pero la misma profesión se desvitalizaría sin la interacción con los profesionales que, a
través de su crítica, la actualizan cada vez.
El psicólogo cumple funciones en múltiples espacios de intervención. El compromiso ético opera como fondo de
toda actividad profesional y la condiciona sin exclusiones.
La idea de que el psicólogo debe adaptarse a los requerimientos de quien demanda no es sostenible en forma
tajante ni aun en el ámbito del tratamiento clínico. Por ejemplo, en el ámbito judicial, el psicólogo debe remitirse a
cumplir su trabajo sin presiones y elevar el informe requerido sin otro condicionamiento que el criterio profesional.
Si el informe en cuestión es útil para la defensa, es algo que debe decidir el sujeto y sus representantes legales. El
psicólogo debe evitar que su función profesional sirva de cobertura a cualquier forma de engaño.
Ramírez pone énfasis en mostrar la distancia que existe entre un paciente que demanda tratamiento y el sujeto
que el psicólogo forense debe entrevistar, tarea que reclama el juez. En un caso el sujeto en cuestión es un
paciente, en el otro no. Análogamente, en un caso el psicólogo es terapeuta y en el otro es un auxiliar de la justicia.
Partiendo de estas diferencias Ramírez releva de cualquier obligación ética al psicólgo en relación al secreto
profesional.
Partiremos de lo que definimos como la ética de lo simbólico, una ética que encuentra su fundamento en el
reconocimiento del sujeto como ser simbólico; de un sujeto que se humaniza por el lenguaje, que a través de la
palabra accede a la condición de humano. Tal pasaje por el lenguaje constituye al sujeto deseante, al sujeto del
inconsciente. La ética de lo simbólico reside en el reconocimiento de tal condición y en sus actos lleva implícita la
intención del desarrollo simbólico del sujeto. Todo aquello que atente contra su posibilidad simbólica se erige como
no ético. Por ejemplo, si un sujeto acusado de un homicidio revela su culpabilidad durante una entrevista con el
psicólogo forense, este deberá intervenir, en primer término, confrontando al sujeto con su acto, buscando
reenviarlo a las coordenadas simbólicas que lo hagan responsable. Pero si tal intervención no obtuviera el resultado
buscado, el psicólogo no podrá eludir su obligación de dar a conocer tal información.
El psicólogo no puede intervenir sometiéndose al dictado particularista, moral. ¿Cómo suponer que el juez pueda
encargar una tarea que se oponga a los principios éticos de los psicólogos? No es posible que se establezca como
principio que la palabra del juez disuelva el marco ético que del psicólogo. Pretender esto es sostener que la
actividad del psicólogo forense, en su carácter de auxiliar de la justicia, es esencialmente, no ética.
Ni aún la necesaria aclaración que el psicólogo forense debe hacer ante el sujeto, presentándose como delegado
del juez, resuelve el problema ético y lo exime del secreto profesional. Ya que, ni tal aclaración puede disolver el
peso imaginario que para ese sujeto cargado de presiones tiene el estar frente a un profesional de la salud que se
ofrece a escucharlo, aunque se trate de un enviado del juez. Esto puede no interesar al hombre de leyes, pero no
puede dejar de ser considerado por el psicólogo, que sabe que el sujeto dirá ante él, más que ante ninguno, y aún
más de lo que quiera decir.
No se trata de un problema de conciencia en el sentido propuesto en el trabajo de Ramírez. Que un acto deje la
conciencia tranquila a quien lo lleve a cabo, no por ello se constituye en ético. Si responsable significa dar una
respuesta, esta no puede enajenarse ni aun en la figura del juez. Responder ante un dilema ético, elegir el camino
correcto rechazando el que se reconoce como incorrecto, no es algo que el psicólogo pueda eludir.
El psicólogo no se encuentra frente a dos obligaciones contradictorias, como lo pretende Ramírez, tiene una sola
obligación y esta se encuentra en la necesidad de respetar los principios éticos.
Ante la pregunta sobre ¿cuál debe ser la función del psicólogo forense?, es necesario evitar los apresuramientos a
dos voces: por un lado los psicólogos, prestos a ocupar nuevas plazas en el mercado y por otro, el administrador de
justicia buscando más elementos de prueba.
3.7. “La responsabilidad profesional, entre la legislación y los principios éticos” – Gutiérrez,C. y Salomone, G.
¿La responsabilidad profesional, debe circunscribirse a las disposiciones legales? Los códigos deontológicos son
redactados por una comunidad profesional en un momento histórico determinado, su normativa puede incluir,
junto a principios éticos claros, intereses corporativos que respondan a valores propios de su época y resulten
discordantes con la dimensión de la subjetividad.
A partir de esta distinción, sostenemos que el profesional de la salud mental debe tomar como horizonte de su
práctica los principios éticos, es decir el resguardo de la subjetividad, a la vez que debe promover una mirada crítica
sobre aquellos otros aspectos que degradan lo humano condicionando su práctica, y por lo mismo, poniéndola en
riesgo.
Conocemos situaciones de nuestra práctica que enfrentan al terapeuta con la disyuntiva de tomar una decisión que
excedería los límites del encuadre terapéutico, situaciones en las que se pone en juego el dilema del
mantenimiento o suspensión del secreto profesional.
Si bien la ley no dice que quien no realice la denuncia incurre en algún tipo de delito, hay que tener en cuenta que –
existiendo tal obligación– quien la omita, sería pasible de una eventual demanda por daños y perjuicios, en razón
de su actuación imprudente y negligente. Por otra parte, el decreto reglamentario de la ley (Dec. 235 de 1996, art.
4º) establece el plazo máximo de 72 horas para llevar a cabo la denuncia. No obstante, es interesante destacar que
se relativiza este enunciado en los siguientes términos: “La obligación de denunciar a que se refiere el artículo 2º de
la ley 24 417 deberá ser cumplida dentro de un plazo máximo de 72 horas, salvo [que] por motivos fundados a
criterio del denunciante resulte conveniente extender el plazo.”
Esto último parece introducir cierta ambigüedad en relación a la obligación de denunciar que parecía resuelta. Sin
embargo, no debiera ser entendido en términos de ambigüedad. Esta ley ha sido creada en el fuero civil
justamente para resolver un problema que quedaba pendiente cuando la denuncia sólo podía ser llevada a cabo
ante la justicia penal.
En el fuero penal, la comprobación del delito implica una sanción para el victimario, lo cual resuelve
expeditivamente la cuestión. Pero, se ha reparado en que la prisión para el victimario resulta insuficiente como
medida, ya que limita la intervención judicial a la exclusiva función punitiva. Si trasladáramos esto a otro lenguaje,
podríamos decir que la supresión del síntoma – separar al agresor del núcleo familiar– no implica necesariamente
la resolución del conflicto.
En cambio, esta ley abre otra perspectiva de intervención del ámbito judicial, ahora en el seno mismo del núcleo
familiar. Enfatizamos la importancia que tiene la ley social como regulador simbólico en toda cultura.
Así entonces, la denuncia en el fuero civil abre un abanico de posibilidades de intervención promovidas por el
juzgado: participación de un asistente social, indicación para el grupo familiar o sus miembros de iniciar
tratamiento psicológico gratuito, indicación de que el agresor abandone el hogar, etc.
Por otro lado, y precisamente porque ése es el espíritu de la ley, ella contempla un espacio de intervención
profesional anterior a la presentación judicial.
Como ya dijimos, la ley permite la postergación de la denuncia excediendo el plazo de 72 horas fijadas, en caso de
que el criterio profesional así lo dictare. Puede, incluso, prescindirse de la denuncia si en ese tiempo la operación
terapéutica lograra controlar el problema.
Si se posterga la denuncia por considerar prudente alguna forma de intervención profesional, del éxito de la misma
puede surgir que el hecho a denunciar haya desaparecido. De este modo, la denuncia civil quedaría como último
recurso, sólo para los casos en que la situación no pueda controlarse.
Es aquí donde se abre un punto interesante para el análisis de la responsabilidad profesional; pues, si la ley dictara
el plazo de 72 horas sin elasticidad alguna, el profesional quedaría sitiado por un determinismo legal que impediría
el acto profesional propiamente dicho. En cambio, aparece en toda su dimensión el carácter dilemático de este tipo
de situaciones. En su acto, el terapeuta está solo y sin garantías de ninguna índole y sólo tiene como respaldo su
criterio profesional del cual es único responsable.
Si un profesional, haciendo uso de esta libertad que la ley le brinda, se demora de un modo negligente al punto de
ocasionar un daño mayor, se verá en la situación de afrontar una eventual demanda judicial por mala praxis. En el
otro extremo, podríamos ubicar a quien toma el texto de la ley de un modo mecánico y se precipita a denunciar,
refugiándose en la obediencia a la letra de la ley. Tampoco éste estaría exento de una demanda del mismo tenor.
La sujeción a la ley no puede ser la única guía de la conducta profesional, ya que es estrictamente el criterio
profesional el que deberá guiar el accionar del psicólogo. Este criterio profesional no debe confundirse con los
valores morales del terapeuta, sino que dependerá exclusivamente de la responsabilidad a la que el terapeuta se
ha comprometido en relación a los avatares psíquicos de su paciente. Serán los principios éticos los que delimitarán
el campo profesional.
Considerar la obligación del profesional de propiciar la intervención de la ley (por Ej. en caso de que su paciente
comunique que es violada por un familiar, o que su padre es golpeador o que conozca que ha sido apropiado
ilegalmente), no significa que consideremos al psicólogo un agente de la seguridad del estado. Jamás podría ser
ésta su función. En la medida que el horizonte de su práctica está definido por el respeto a la subjetividad, la
posición de neutralidad será el sitio del que no deberá moverse si no quiere abandonar la pertinencia de su tarea.
El secreto profesional debe estar siempre sujeto al principio de neutralidad.
La posición de neutralidad nos guiará a la suspensión del secreto profesional cuando su mantenimiento conduzca a
favorecer alguna forma de ideal incompatible con un proceso de elaboración y desanudamiento. Ningún ideal, ni de
la persona del analista, ni de su paciente, ni los ideales sociales deberían detenerlo en su acción.
El discurso deontológico-jurídico, como una unidad, se diferencia del discurso de la subjetividad. El campo
deontológico jurídico y la dimensión del sujeto conllevan diferentes nociones conceptuales: la noción de sujeto, de
ley y de responsabilidad.
La responsabilidad jurídica.
La noción de responsabilidad de la que se trate estará directamente vinculada a una determinada noción de sujeto:
mientras que la responsabilidad subjetiva interpela al sujeto más allá de las fronteras del yo, asentándose en la
noción de sujeto del inconsciente, la responsabilidad jurídica se plantea en función de la noción de sujeto
autónomo, la cual restringe la responsabilidad al terreno de la conciencia, al ámbito de la intencionalidad
conciente.
El término autonomía se trata de la condición de ser responsable y responsable de sí mismo. El sujeto autónomo es
el sujeto de la voluntad y la intención.
El sujeto de derecho es el sujeto considerado autónomo; aquel capaz de hacerse responsable, no sólo por sus
acciones sino también por sus elecciones y decisiones.
Cuando la persona no muestra estar en dominio de sus facultades mentales por razones afectivas y/o intelectuales,
pierde su cualidad de autónomo, y así se considera que no está en condiciones de gozar de la libertad de
manifestar una intención voluntaria. Se entiende que su responsabilidad ha quedado restringida o anulada.
El sujeto ya no considerado autónomo es eximido de su responsabilidad jurídica. El sujeto del derecho es el sujeto
imputable por definición: es aquel capaz de responder por sus actos.
Es decir entonces que la inimputabilidad estará vinculada al estado de conciencia que la persona tenga durante la
comisión de un delito. Se lo considerará imputable si el estado de conciencia le permite comprender y dirigir sus
acciones al momento de ejecutar el acto.
En cambio, el Psicoanálisis plantea un determinismo inconsciente que hace al sujeto responsable por definición.
El campo de responsabilidad subjetiva confronta al sujeto con aquello que perteneciéndole le es ajeno. El sujeto es,
en estos términos, siempre imputable, pero ya no en términos morales o jurídicos, sino éticos.
En el campo de la responsabilidad subjetiva, los motivos de la acción responsabilizan al sujeto. Los efectos de des-
implicación en el acto son en general de alto costo subjetivo. Freud responsabiliza al sujeto de aquello que
desconoce de sí mismo, aquello de lo que el sujeto considerado autónomo no puede dar cuenta. Sin embargo, no
imputa al sujeto en el campo moral por aquello que se le juega en lo inconsciente.
Hasta aquí, puntos en el seno del campo deontológico. Pasemos ahora a considerar el encuentro entre el campo
deontológico y la dimensión clínica.
En relación al encuentro entre el campo deontológico y la dimensión clínica, plantea el ejemplo de un hombre que
solicita un turno para hacer psicoterapia y en el primer encuentro plantea que él no quiere realizarla, que sólo lo
hace porque su mujer lo obliga (cuestión del consentimiento informado).
Mientras que desde la perspectiva deontológica esta persona es considerada como un sujeto autónomo, y por lo
tanto está en condiciones de dar su consentimiento para el tratamiento, por otra parte, desde la perspectiva
clínica, claramente vemos que tal decisión no es ni tan libre ni tan voluntaria.
La intencionalidad que excede las fronteras de la conciencia, es desconocida por el campo normativo.
Donde la noción de sujeto autónomo nos llevaría a des-responsabilizar al sujeto, la experiencia clínica nos guiará a
confrontarlo con una responsabilidad inalienable.
Milgram desarrollo distintas versiones de su experimento, introduciendo en cada una variantes que permitieran
aislar los factores que explicaban la obediencia. La versión más conocida es la 5.
Procedimiento:
Una universidad publicaba un aviso convocando a participar de una investigación sobre la memoria. Cuando el
candidato acudía a la cita, se encontraba con otro participante (colaborador de los investigadores) y ambos eran
informados de la naturaleza del estudio: los efectos del castigo en el proceso de aprendizaje.
A través de un falso sorteo, se le asignaba al candidato el rol de maestro, mientras que el colaborador adoptaba
siempre la posición de alumno. El participante observaba cómo el investigador sujetaba al alumno a una silla en un
cuarto contiguo y le colocaba electrodos en los brazos. Se le explicaba al participante que su tarea consistiría en
administrarle al alumno un test de aprendizaje. El participante era instruido para administrar una descarga eléctrica
ante cada respuesta incorrecta. Las descargas iban de 15 a 450 voltios. En realidad el alumno no recibía la descarga,
pero este dato era ocultado al participante, por lo que creía estar administrando descargas de intensidad creciente.
A partir de la administración de los 150 voltios, el participante escuchaba gritos de protesta del alumno quien pedía
que se detuviera el experimento, manifestando dolor. El estudio continuaba hasta q el participante oponía
resistencia a cada uno de los 4 estímulos verbales de exigencia creciente dados por el experimentador (“Continúe x
favor”, “El experimento requiere que usted continúe”, “Es absolutamente esencial que usted continúe” y “No tiene
opción, tiene que continuar”), o si el participante hubiera pulsado tres veces el interruptor de más alto rango.
La Variable dependiente era el momento en el cual el participante se negaba a continuar. Conclusión, el 65% de los
participantes continuaban administrando las descargas hasta el final de los rangos que ofrecía el generador.
Desde el punto de visa ético-metodológico, el diseño del experimento afecta cuestiones relativas al cuidado de la
integridad psico-física del sujeto de la experimentación, a la administración de consignas engañosas y al
consentimiento para participar de la experiencia, lo que instaló en la comunidad científica un debate ético.
Recurrir al engaño resulta necesario en algunas prácticas investigativas de las ciencias sociales ya que, en algunos
casos, brindar información sobre la actividad a realizar tornaría inoperante la práctica misma. Sin embargo, en
virtud del resguardo de los derechos de las personas, la deontología prescribe ciertas limitaciones a los efectos de
minimizar los efectos de esta técnica sobre el sujeto de experimentación. El Código APA, establece recaudos para el
uso de consignas engañosas.
a) “Los psicólogos no lleva adelante un estudio que involucre consignas engañosas que… esté justificado por
un significativo valor científico…y que no es posible utilizar procedimientos alternativos eficaces que no
sean engañosos…”
b) “Los psicólogos no engañan a los futuros participantes acerca de una investigación que razonablemente les
pudiera causar dolor físico o un severo malestar emocional”.
c) “Los psicólogos dan a conocer a los participantes las técnicas engañosas…tan pronto como sea
posible…permitiéndoles a los participantes retirar los suyos (datos).”
Las pautas éticas que rigen actualmente no harían posible a realización de la experiencia Milgram, el diseño no
contempla los requisitos (b) y (c).
Para poder realizar la experiencia, Burger tomó dos recaudos ético-metodológicos, que permitieran salvar las
objeciones (b) y (c), y mantener la fuerza investigativa del diseño:
2. A los efectos de evitar el dolor físico o severo malestar emocional, interrumpía el experimento
inmediatamente después de que el sujeto administrara la descarga de 150 voltios, recordemos que el
rango de la consola llegaba a 450 voltios. Según los resultados del experimento original, los 150 voltios
constituyen un punto de no retorno en materia de obediencia, es un punto de inflexión, una barrera que
una vez franqueada indica la voluntad del sujeto de continuar hasta el final. De esta forma pudo detener al
sujeto ni bien aplicaba los 150 voltios, ahorrándole la sucesiva cuota de stress.
3. Estableció un doble proceso de selección de los candidatos para excluir aquellas personas que podrían
reaccionar negativamente ante la experiencia.
4. Los participantes fueron informados, por escrito, que podían retirarse en cualquier momento del
experimento y quedarse con los 50 dólares que les fueron asignados por la participación.
5. Se administro a los candidatos una leve descarga para que verificaran el efecto generador (igual que en el
experimento original) pero en vez de ser de 45 voltios, era de 15.
6. El investigador a cargo de supervisar la prueba era un psicólogo clínico experimentado, preparado para
detectar cualquier signo de estrés y detener la prueba si era necesario.
Al interrumpirse la prueba habiendo el candidato aplicado los 150 voltios, Burger evitó el conflicto entre el
consentimiento y la obediencia. No utiliza los 4 estímulos verbales interrumpiendo el experimento antes de que el
conflicto pudiera manifestarse.
Al finalizar la 2ª Guerra Mundial se realizó el célebre juicio de Nüremberg. Existía una fuerte discrepancia entre los
aliados acerca de los límites jerárquicos de tal responsabilidad: ¿quiénes eran los responsables? ¿Debía extenderse
a todos quienes habían actuado o sólo a los principales funcionarios? Finalmente, comparecen en Nüremberg sólo
los principales responsables de los horrores de la guerra.
En el proceso del juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén. La expulsión de los judíos del territorio del Reich comenzó
en 1933, recién en 1941, la emigración se transformó en la deportación hacia el Este, con destino a los campos de
exterminio. La gran figura organizativa de estas dos grandes etapas fue Adolf Eichmann, encargado de la tarea
logística de reunión en guetos y organización de los transportes hacia los campos.
El fiscal en su consideración del acusado: “…el destructor de un pueblo, un enemigo del género humano… vivió
como una fiera en la jungla…. Cometió actos abominables…”
Destaquemos que se señala al acusado como una “fiera en la jungla”, por fuera del campo de lo humano. Ahora
bien, el interrogatorio a Eichmann demuestra en gran medida lo contrario: que no era una fiera sangrienta.
Ninguna decisión importante del régimen pasaba por él. Era sólo un engranaje sumamente eficiente para resolver
inmensos problemas de orden práctico tales como el censo de la población judía, la confiscación de sus bienes, su
concentración en los guetos de cada ciudad y el posterior traslado en los trenes.
Todo el peso de su defensa estaba puesto en demostrar cómo él fue un simple ejecutor de órdenes superiores. “…
Son los documentos franceses los que prueban mi papel de agente de transmisión…”, dice.
En otro pasaje se lo interroga sobre la Conferencia de Wannsee, la reunión en la que se decidió el exterminio.
Eichmann tuvo a su cargo aspectos prácticos del encuentro. No tomó ninguna de las decisiones que de ella
emanaron. Una de sus principales responsabilidades fue administrativa: confeccionar el acta para registrar lo
aprobado en la conferencia.
“Yo tenía órdenes y debía ejecutarlas de acuerdo a mi juramento de obediencia. Por desgracia no podía
sustraerme, y por otra parte nunca lo intenté [...] Me dije que había hecho todo cuanto podía. Era un instrumento
entre las manos de fuerzas superiores. Yo –y permítame que le diga vulgarmente– debía lavarme las manos en total
inocencia, por lo que concernía a mi yo íntimo. Así es como lo interpretaba. Por lo que a mí respecta, no se trata
tanto de factores exteriores como de mi propia búsqueda interior”
Ante este discurso de obediencia ciega, un integrante del tribunal le dice: “Si uno hubiera tenido más coraje civil,
todo habría ocurrido de otra manera. ¿No le parece?”, "Por supuesto, si el coraje civil hubiera estado estructurado
jerárquicamente" Eichmann lleva al extremo absoluto de la sumisión esta lógica de la obediencia a la estructura
jerárquica, aun en los casos en que no existe o no está impuesta.
“Entonces ¿no era un destino ineludible?”, le dice el mismo juez, a lo que Eichmann responde:
“Es una cuestión de comportamiento humano. Así es como las cosas ocurrían, así era la guerra. Las cosas estaban
agitadas, todos pensaban: ’es inútil luchar contra eso, sería como una gota de agua en el océano, ¿para qué? No
tiene sentido. No hará ni bien ni mal...’ Por supuesto, también está ligada la época, pienso, la época, la educación,
es decir la educación ideológica, la formación autoritaria y todas esas cosas.” "Yo tenía órdenes. Que la gente fuera
ejecutada o no, había que obedecer las órdenes según el procedimiento administrativo."
Es notorio cómo "ejecución" y "procedimiento administrativo" se encuentran íntimamente ligados. Es decir, cómo
el lenguaje burocrático se superpone a la tarea de eliminación. Por último:
"(…) para mi gran pesar, al estar ligado, por mi juramento de lealtad, en mi sector debía ocuparme de la cuestión de
la organización de los transportes. Y no fui relevado de ese juramento... Por lo tanto, no me siento responsable en
mi fuero interno. Me sentía liberado de toda responsabilidad. Estaba muy aliviado de no tener nada que ver con
la realidad del exterminio físico. Estaba bastante ocupado con el trabajo que me habían ordenado que hiciera.
Estaba adaptado a ese trabajo de oficina en la sección, e hice mi deber, según las órdenes. Y nunca me reprocharon
haber faltado a mi deber. Todavía hoy, debo decirlo."
Todo demostraba que Eichmann había sido un engranaje de la maquinaria. Pues bien, aquí estaba el problema ya
que la obediencia a las órdenes superiores no es pasible de castigo en términos jurídicos. Por ello, resultaba
necesario para la acusación salir del terreno de la obediencia. Así es como se lo inculpa como si se hubiera tratado
de una “fiera en la jungla”, alguien "que actuó por voluntad, con entusiasmo ardor y pasión" para provocar daño.
Lo extraño es que, frente a tal acusación, Eichmann informaba a los jueces sobre circunstancias que lo
incriminaban. A pesar de que él era un burócrata de oficina y que, por lo tanto, su tarea se encontraba lejos de los
campos de la muerte, tuvo ocasión de asistir personalmente a ver los horrores del exterminio. En el juicio no sólo
no había pruebas acerca de tal situación sino que ni siquiera existía como sospecha. Eichmann lo sabía
perfectamente porque toda su defensa se basaba en los documentos escritos y ninguno relataba estas
circunstancias. Esto prueba, indirectamente, la sinceridad de Eichmann durante el juicio. Sin embargo,
desestimando esta sinceridad, el asistente del fiscal afirma.
"El testimonio del acusado en este proceso no era un testimonio verídico. Todo su testimonio no fue más que un
esfuerzo constante y sistemático de negación de la verdad y esto para anular su verdadera cuota de
responsabilidad, o por lo menos para disminuirla lo más posible. Entonces se plantea la siguiente pregunta: ¿por
qué confesó algunos elementos que lo incriminan y que a priori sólo pueden ser probados por su propia
confesión?”
Consideran a sus palabras sin veracidad alguna para ubicar a Eichmann como plenamente responsable; es decir,
con intención deliberada y conciencia clara de hacer el mal. Así, para la Corte se había "demostrado que el reo
había actuado sobre la base de una identificación total con las órdenes y una voluntad encarnizada de realizar los
objetivos criminales. Al plantear una identificación con las órdenes criminales, compartía la voluntad de aquellos a
quienes se había identificado.
En su intento de desentenderse del problema afirma “(…) que si él no lo hubiera realizado, otro lo hubiera hecho en
su lugar.” En primer lugar, utiliza un argumento contrafáctico, diciendo que el pasado podría haber sido de alguna
otra forma. El pasado no acepta una especulación de esa índole. Lo que fue ya ha sido y no admite las
modificaciones que la imaginación querría imprimirle. En la intención de manipular ficticiamente los hechos del
pasado, trata de desconocer aquello que en verdad sucedió.
Pero también elude el segundo y principal problema: la razón por la que se lo acusa. A Eichmann no se lo acusa por
el conjunto de la historia o por el resultado global del exterminio –como sí sucedía con los enjuiciados en
Nüremberg–. Si otro hubiera estado en su lugar, esa interpelación hubiera sido dirigida precisamente a ese otro.
Eso sucedió porque él decidió prestarse para que eso tenga lugar a través de sí mismo; si era necesario contar con
alguien para que eso suceda, contar con los engranajes para que la maquinaria funcione, él decidió ser parte,
decidió que se contara con él y no con otro.
Para enfatizar lo desarrollado, cabe recordar el sugerente final de El proceso, de Franz Kafka. Ese extraño juicio en
el que alguien está allí como reo y no sabe de qué es acusado. Se lo hace responsable aunque no se sabe acerca de
qué. En esa curiosa causa, algo del sujeto aparece sin ser nombrado, ajeno a la acusación y al proceso judicial. Eso
que allí no está nombrado tiene lugar con la culminación del proceso judicial, en el final de la novela. Precisamente
en el momento en que a Joseph K. le aplican la condena dándole muerte: "¡Como un perro! –dijo. Y fue como si la
vergüenza hubiera de sobrevivirlo." Luego del proceso, de la sentencia y la condena, algo sobrevive, la vergüenza.
Eso que sobrevive dice algo del sujeto y de la responsabilidad, algo que el derecho no alcanza a situar, a nombrar y
ni siquiera a entrever.
Uno de los valores que Bauman destaca de las investigaciones de Milgram es que cuestiona el planteo de Adomo,
los actos crueles no los cometen individuos crueles, sino sujetos comunes que intentan alcanzar el éxito en sus
tareas normales. La crueldad tiene escasa relación con las características psicológicas de los que la llevan a cabo, y
sí tiene una fuerte vinculación con la relación de autoridad y subordinación.
El experimento Milgram permite despejar una serie de cinco factores vinculantes que facilitan la obediencia de un
sujeto común a órdenes aberrantes:
1) La distancia social
3) La moralización de la tecnología
4) La responsabilidad flotante
1) La distancia social: El experimento Milgram pone al sujeto lejos del partenaire, fuera de su vista, sólo escucha
sus respuestas –y gritos– desde una habitación aislada. La separación de la víctima le ahorra al sujeto el presenciar
el resultado de sus actos, se le ahorra al perpetrador tener que ver el rostro de la víctima.
El experimento confirma de esta manera la relación inversamente proporcional que existe entre la disposición a la
crueldad y la proximidad al semejante: a más proximidad al otro menos disposición a la crueldad, y a menos
proximidad, más facilitación para la comisión de actos crueles. “Cualquier fuerza o acontecimiento que se sitúe
entre el sujeto y las consecuencias de hacer daño a la víctima produce una reducción de esfuerzo en el participante.
Ahora bien, Bauman nos recuerda que la sociedad moderna divide la acción en fases separadas por la jerarquía de
la autoridad y fragmentada mediante la especialización funcional. Tal división hace más fácil la realización de
comportamientos inhumanos: cuanto más racional sea la organización de la acción, más fácil será causar
sufrimientos y quedar en paz con uno mismo.
Pero el experimento Milgram hace algo más: une al sujeto con el experimentador, y los separa de la víctima,
convertida en objeto. La soledad de la víctima es tanto física como social “Situar a la víctima en otra habitación no
sólo la aleja del sujeto sino que acerca al sujeto y al experimentador.” Tenemos aquí la estructura mínima de masa:
un sujeto que ubica a un líder en el lugar de Ideal –líder con el cual se identifica–, y un tercero excluido sobre el que
se ejerce acciones en tanto objeto segregado de esa unión.
La cooperación entre sujeto y experimentador facilita la sensación de grupo, de pertenencia a una empresa común.
Se configura así una acción lesiva de naturaleza colectiva.
2) La paradoja de la acción secuencial: La acción secuencial resulta ser un factor importante para obtener un
efecto de obediencia a una orden aberrante. El sujeto en el experimento debe realizar acciones en las que
sucesivamente va aplicando descargas eléctricas cada vez mayores, a partir de 15 voltios. Tal secuencia repetitiva
produce en el propio sujeto un efecto acumulativo de las acciones pasadas sobre la decisión de seguir o no.
Cada descarga es sólo ligeramente más intensa que la anterior. Negar la corrección del paso que está a punto de
dar implica que el paso anterior tampoco era correcto y esto debilita la posición moral del sujeto. El sujeto se va
quedando atrapado en su creciente compromiso con el experimento.
El paso suave de una etapa a la otra hace que el sujeto quede atrapado en la imposibilidad de abandonar sin revisar
y rechazar la evaluación de los propios actos como correctos. La acción secuencial introduce así una paradoja que
facilita la resistencia a volver a evaluar y condenar la propia conducta anterior y estimula seguir avanzando, mucho
después de que el compromiso original con “los fines” del experimento haya desaparecido.
3) La moralización de la tecnología: Bauman señala que es propio del sistema burocrático de autoridad de nuestra
sociedad actual moralizar la tecnología y al mismo tiempo negar valor moral de aquellas cuestiones no técnicas.
La preocupación moral se centra así en la tarea en sí misma y en su perfeccionamiento (rapidez, eficiencia, etc.),
dejando de lado la reflexión sobre la situación de los objetos a los que se dirige la acción. Como consecuencia de
esto, la persona subordinada siente orgullo o vergüenza, según lo bien que haya desempeñado las acciones
exigidas por la autoridad. Se pasa así de una evaluación de la bondad o maldad de los actos, a una valoración de lo
bien o mal que uno funciona dentro del sistema de autoridad.
El experimento Milgram se apoya en este desplazamiento, al conformar una conciencia moral sustitutiva – basada
en argumentos técnicos sobre “los intereses de la experimentación” y “las necesidades del experimento”– que
mantiene a raya la conciencia moral del sujeto, allí donde empieza a vacilar de seguir o no con el mismo. Resulta
fácil cerrar los ojos ante la responsabilidad cuando se es sólo un eslabón intermedio en una cadena y se encuentra
alejado de las consecuencias finales de la acción: al sujeto le parecerá que su intervención es exclusivamente
técnica.
4) La responsabilidad flotante: “Estos estudios confirman un hecho esencial: el factor decisivo es la respuesta a la
autoridad y no la respuesta a la orden concreta de administrar una descarga eléctrica. Las órdenes que no
proceden de la autoridad pierden toda su fuerza… Lo que cuentan no es lo que hagan los sujetos sino por quién lo
hacen”.
Cuando todos los miembros de una organización delegan su responsabilidad en una autoridad, el efecto global del
traslado de responsabilidad configura una “responsabilidad flotante” en la que todos están convencidos de estar
sometidos a la voluntad de Otro. Tal responsabilidad flotante no es meramente la excusa dada a posteriori para los
actos crueles, sino la condición primera de los mismos cuando tienen lugar con la participación de sujetos
normalmente incapaces de romper las reglas morales convencionales. No puede tal “responsabilidad flotante” ser
el justificativo de la obediencia a órdenes crueles, cuando son juzgadas.
5) La concentración del poder: La situación artificial planteada por el experimento Milgram difiere de la vida real en
dos factores:
b) El sujeto trata con un único superior que actúa con coherencia, firmeza y seguridad en cuanto a los objetivos de
la acción.
Respecto del punto a), en la vida real el sujeto tiene vínculos más permanentes con las organizaciones en las que
desarrolla sus actividades, entonces se estima que en esa situación, el impacto de la autoridad sería mucho más
profundo que en el experimento, debido a la solidaridad y sentimiento de obligación mutua propios de los grupos
humanos que trabajan juntos mucho tiempo.
Respecto del segundo punto, Milgram introdujo una variante a su experimento, poner a dos experimentadores que
en determinado momento discrepen. Los resultados de esta variación fueron sorprendentes. De los 20 sujetos de
este experimento adicional, uno abandonó antes de que los dos experimentadores escenificaran su desacuerdo,
dieciocho se negaron a cooperar ante la primera señal de desacuerdo, y el último decidió no participar en la etapa
siguiente.
De donde se concluye que la disposición a actuar en contra del propio parecer no sólo está en función de una orden
autoritaria, sino que es el resultado del contacto con una fuente de autoridad inequívoca, monopolista y firme.
Ahora bien, en la vida real se suelen combinar una gran cantidad de presiones compensatorias que se anulan unas
a otras. De ahí que no se observe tan comúnmente el fenómeno de obediencia a órdenes contrarias a la ética.
Esto explica de paso el fenómeno del nazismo, que se deriva de un sistema de poder basado en una autoridad
jerárquica rígida con un líder único al que se le rinde culto a su imagen, y en donde se consagra un discurso único y
oficial. Las dictaduras, los estados totalitarios, las sectas, y las instituciones dogmáticas y fundamentalistas
religiosas o políticas son en este sentido un buen ejemplo de organizaciones que fomentan el culto a la obediencia.
De ahí que para Milgram el pluralismo dentro de la sociedad resulte ser la mejor medicina preventiva para evitar
que personas moralmente normales participen en acciones anormales.
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