Dialnet SerresM2014Pulgarcita 4903689 PDF
Dialnet SerresM2014Pulgarcita 4903689 PDF
Dialnet SerresM2014Pulgarcita 4903689 PDF
“Nosotros los adultos hemos convertido nuestra sociedad del espectáculo en una sociedad
pedagógica que eclipsa la escuela y la universidad con su competencia vanidosamente inculta
(…) los medios se han apropiado hace mucho tiempo de la función de la enseñanza.”. Pero
aún hay esperanzas, porque el observador pasivo de la televisión se ha convertido en el
internauta activo.
Pulgarcita nace en este mundo convulso y nace como un nuevo ser humano. Serres utiliza
como metáfora al obispo Denis, condenado a ser decapitado en la cima de lo que hoy
conocemos como Montmartre. Los soldados, perezosos de subir a la cima, decapitaron a
Denis a mitad de camino, para luego huir despavoridos cuando el santo descabezado se alzó
para terminan el acenso. Pulgarcita tiene igualmente su cabeza en las manos. Su intelecto, su
cognición, se encuentra exteriorizado en dispositivos electrónicos con mucha más capacidad
de almacenamiento que su mente. Según Serres, la originalidad y la innovación se ocultan en
el vacío translucido sobre el cuello de Pulgarcita, no como los pseudo-innovadores que “se
apresuran a buscar el libro electrónico, cuando lo electrónico todavía no se ha librado del
libro”. Y es justamente éste el problema de instituciones como la Escuela, que es incapaz de
formar estas nuevas generaciones decapitadas, sin afán de acumular conocimientos y con
deseos de reinventar el mundo.
Para regenerar las instituciones es necesario crear desorden: Aristide Boucicaut, fundador
de Le Bon Marché, la primera tienda por departamentos de Francia, aumentó sus ventas
cuando en vez de colocar los productos en las categorías organizadas de siempre, las
distribuyó sin orden y en completa serendipidad. De tal forma que la mujer que fue a buscar
los puerros del almuerzo, salió comprando también lencería de seda. Serres propone utilizar el
mismo concepto de serendipidad en la organización de los departamentos y de los despachos
universitarios, obligando así a dialogar lósofos con economistas, economistas con
matemáticos, matemáticos con psicólogos, etc. Se trataría de adoptar una forma más acorde
con los nuevos tiempos y dejar las categorizaciones y las clasicaciones obsoletas y
contraproductivas. El saber materializado en la red no tiene más orden que el que le dé el
buscador.
Para Serres, las nuevas tecnologías también han traído la posibilidad de una nueva
democracia; todos tenemos voces en la telaraña, todos tenemos acceso al conocimiento y los
alumnos empiezan a cuestionar a sus profesores, las enfermeras cuestionan a los médicos y los
policías a sus superiores. En esta nueva democracia, Pulgarcita se relaciona en redes, es capaz
de formar equipos, comunidades y asambleas y rehuye las sanguinarias guerras del pasado: “lo
virtual, al menos, evita esta carnalidad”. La pluralidad será la regla, la red facilita las
traducciones y las singularidades.
En denitiva nos encontramos con demasiadas ideas condensadas en un libro tan pequeño.
Los interrogantes que surgen en su lectura son múltiples y las respuestas escasas. Michel
Serres peca de cierta misticación de las nuevas tecnologías y sobrestima, sin lugar a dudas,
su alcance. Por regla general, nadie por el simple hecho de tener una biblioteca cerca de casa
leyó periódicamente libros. De la misma forma, nadie por poseer un móvil o un ordenador con
acceso a Internet se preocupa por saber, por ejemplo, en que consistió el existencialismo o de
qué colores se pintó el Partenón. En un estudio realizado por Magdalena Albero, el uso de
Internet como recurso de búsqueda de información estaba muy lejos de desarrollar la
curiosidad, la capacidad de investigación y el razonamiento de los niños que no lo utilizaban.
Los jóvenes ven en Internet otra herramienta para canalizar sus intereses.
A Michel Serres parece habérsele olvidado la piedra angular de la enseñanza y es que se
aprende a aprender, como bien lo dijo Paul Willis en su día. Ningún niño de clase obrera,
suponiendo que tenga acceso a Internet, buscará en YouTube la octava sinfonía de Franz
Schubert si nunca en su vida ha escuchado la palabra sinfonía y, menos aún, cuando disparar a
los aliens de la pantalla es mucho más entretenido. El conocimiento está sin duda ahí, pero
hay que saber ir a buscarlo. También Serres parece haber olvidado a su compatriota Pierre
Bourdieu y la importancia del origen social en el éxito del recorrido o rendimiento escolar,
donde las diferencias de clase siguen muy vigentes.
Aún cuando a lo largo del libro se hace mucho hincapié en la diversidad en las aulas
educativas, el concepto de Pulgarcita parece bastante constreñido y construido a imagen y
semejanza de los estudiantes de universidad que llegan a las aulas en donde Serres es docente.
Puede parecer que la Universidad es una institución bastante pluricultural, sobre todo en
países como Estados Unidos, donde estudiantes de todo el mundo solicitan ingreso en sus
universidades. Aún así no podemos olvidar que la segregación racial en las aulas es
incuestionable, sobre todo en la primaria y secundaria, tanto en Estados Unidos, como en
España.
Pero no todo son críticas para este libro. Serres toca puntos interesantes, como es el caso
de la disociación entre nuevas tecnologías y escuela. Los remedios propuestos hasta ahora han
sido chapuzas inecaces, como puede ser la introducción de retroproyectores en las aulas, o
una asignatura sobre manejo de ordenadores, sin dejar realmente que la institución se
impregne de las denominadas TIC’s. De la misma forma, la enseñanza no ha perdido la
intención de acumular conocimientos que los estudiantes nunca pondrán en práctica y cuyo
interés para su desarrollo intelectual es dudoso. Como bien cita Serres a Montaigne: “Más vale
una cabeza bien hecha que bien llena”.
Lamentablemente no estamos condenados, como dice Serres a “volvernos inteligentes”.
Atribuirle a las nuevas tecnologías la capacidad de culturizar a las masas, mejorar las
instituciones y hacernos superhumanos es una trampa necesaria a evitar. No es por caer en el
cliché del negativismo académico pero tanta visión positiva y esperanzadora reunida en un
centenar de páginas levanta la sospecha.
Referencias