Libro y Lectura en Era Digital
Libro y Lectura en Era Digital
Libro y Lectura en Era Digital
Introducción
1 ¿Tecnología e involución del hombre?
6 Los e-books
7 El libro en el futuro
Bibliografía
Anexo
INTRODUCCIÓN
"A nosotros, los lectores de hoy, supuestamente amenazados de extinción, todavía nos queda
por aprender qué es la lectura. (Manguel, Alberto. "Una historia de la lectura". Santa Fe de
Bogotá: Editorial Norma, 1999; p.41)
"En los albores del siglo XXI, el libro sigue con más vigencia que nunca, no en vano deja tras
de sí muchos años y generaciones como contenedor y transmisor de cultura." (Alfredo Bryce
Echenique, "El placer de la palabra escrita" En: El Dominical de El Comercio de Lima, 23
de junio de 2002)
“Podría pensarse que la actual proliferación de equipos informáticos con acceso a la red
(crecientemente en las escuelas, también en muchos hogares) puede bastar para suministrar
motivos de práctica lectora y materiales para ejercerla. No es así: la lectura a través de la
red está por lo general al servicio de la búsqueda de datos, de asimilación de informaciones
breves....Para educar en la lectura siguen siendo necesarios los libros, porque los libros son
las mejores máquinas de leer” (José Antonio Millán “La lectura y la sociedad del
conocimiento”)
Pretendemos con este trabajo analizar el gran desafío que las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación, dentro de lo que ha venido en denominarse la sociedad de la
información, le vienen planteando a la educación actual. El tema es vasto y por ello
centramos nuestro análisis en lo que concierne al desafío que enfrenta el libro y la lectura en
la denominada era digital, analizando la problemática planteada desde tres vertientes:
histórica, pedagógica y de la comunicación social pero en forma integral, paralela y
sincrónica por las imbricaciones que se dan entre ellas. Asimismo, consideraremos siempre
los aspectos socioeconómicos que muchas veces son dejados de lado en los análisis que
suelen centrarse exclusivamente en el aspecto tecnológico, lo que hace que estos se
resientan en cuanto a su real consistencia.
Trataremos de llegar a una cabal comprensión del libro y la lectura en la escuela y en la
sociedad, como consecuencia de un proceso histórico que se inicia con la aparición de la
escritura, la cual implicó, desde su nacimiento mismo, determinados soportes, hasta llegar a
nuestros días caracterizados por el impacto de la tecnología digital, con todo lo que ello ha
significado en cuanto a los cambios profundos que se vienen operando en lo que se refiere a
los diversos tipos de libros, entre ellos los electrónicos, así como también en cuanto al paso
de una lectura caracterizada por su linealidad a una lectura hipertextual, es decir multilineal
y multidimensional. Perseguimos conocer, comprender y actuar desde el punto de vista de la
profesión de educador frente a los desafíos de las nuevas tecnologías dentro del amplio
campo de la educación, pero tratando de centrarnos en el libro y la lectura.
Asimismo trataremos de conseguir un acercamiento a las implicancias de las nuevas
tecnologías en el mundo de las bibliotecas y poder así comprender como estas se han
adaptado a los nuevos retos impuestos por los cambios tecnológicos, dando lugar al
surgimiento de lo que actualmente se conoce con el nombre de bibliotecas híbridas.
Con este trabajo amplío y profundizo uno presentado anteriormente y, asimismo, asumo
positivamente los comentarios generosos de diversos lectores cuyos campos de acción
profesional se encuentran dentro de las ciencias de la Educación y de la Comunicación
Social y que con sus críticas y sugerencias sobre tópicos no tocados o vistos muy a la ligera
me impulsaron a seguir investigando y profundizando el tema. Asimismo he considerado
conveniente considerar una sección más amplia de fuentes de consulta, en la amplia gama
de soportes que actualmente disponemos, pretendiendo brindar una orientación básica a
aquellos que deseen ampliar y profundizar acerca del subyugante tema del libro y la lectura
en la era digital. Hemos consignado los respectivos URL de los recursos que hemos
consultado en Internet y que, a nuestro criterio, son básicos en cualquier consulta que se
quiera hacer sobre el tema. Hemos seleccionado, de todo lo que hemos consultado,
preferentemente aquellos trabajos de autores de gran prestigio y solvencia intelectual.
Todos los que consultan Internet saben que lo que ella brinda en cuanto a cantidad es
realmente asombroso, pero también se dan cuenta con relativa rapidez que el porcentaje de
lo que en ella se encuentra de alta calidad no es tan grande, pero a semejanza de los libros
y revistas en papel no queda otra alternativa que la de leer, porque de hecho los trabajos de
prestigiosos intelectuales suscitan de inmediato nuestra atención, sin embargo nos
encontramos también con aportes relativamente valiosos en trabajos de personas que han
investigado ciertos temas sobre todo a nivel de divulgación, lo cual también es muy
importante y ello me trae de inmediato a la memoria los trabajos de gran seriedad intelectual
aunque solo de divulgación histórica de Martin Walker, para citar un caso muy conocido en
España y en el mundo hispanohablante.
Las nuevas tecnologías de la era digital que nos ha tocado ver nacer y desarrollarse a pasos
agigantados, como nos lo recuerda José Luis Gómez Martínez en su importante trabajo
«Hacia un nuevo paradigma: El hipertexto como faceta sociocultural de la tecnología» , han
terminado por “desarticular el cuidadoso club de los autores, celosamente preservado para
mantener la posición de prestigio académico. ..” Tendremos oportunidad de analizar desde
el punto de vista pedagógico el reto que para la lectura a nivel escolar y en general
académico significa esto que ha dado en llamarse infoxicación. Pero no puede negarse que
se han generado cuestiones de poder, de estatus y de cambios institucionales como señala
Landow, según cita que hace J.L. Gómez Martínez. Cierta revistas electrónicas están
abiertas a recibir colaboraciones de cualquier lugar del mundo pero leemos dentro de sus
requisitos que se tiene que ser profesor universitario, con lo que se confirma que frente a la
innegable proliferación de textos que pueden ser colocados en la red, la mayor parte de
ellos de baja o nula calidad, las instituciones, el mundo académico, aún no encuentra la
manera más adecuada de enfrentar el innegable problema de la probable presión de
personas o instituciones que intenten que se les publique trabajos que en el fondo son
irrelevantes, por decir lo menos. En este sentido Razón y Palabra, publicación electrónica
bimensual del proyecto Internet del tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México,
ha encontrado un sistema ideal al someter el trabajo propuesto a una previa evaluación por
parte del consejo editorial. Es una instrumentalización inteligente frente a los desafíos que
han traído consigo las nuevas tecnologías en esta era de la información en el campo de las
publicaciones especializadas.
6. LOS E-BOOKS
«... puedo imaginarme un futuro sin libros de papel, pero no sin libros ».( Juan Cruz,
director de la Editorial Alfaguara).
«Uno, ante estos augurios, se queda perplejo. No puede concebir un mundo en el que todos
los libros quepan en un solo tomo, ni sabría renunciar a la individualidad de la obra, ni
querría aceptar la inexistencia física de El cuarteto de Alejandría . Pero las ventajas
prácticas del e-libro son tan apabullantes, que no habrá metáfora cultural que se resista. Y,
el futuro, oiga, no hay quién lo pare ». (Tomado de un chat de la Red, moderado por Ramón
Buenaventura)
"El camino que se nos ofrece no es tan sencillo como nos lo presentan los «misioneros
digitales»" ni tan simple como lo consideran los «bibliófilos tradicionales»"
"...Estoy seguro de que las nuevas tecnologías volverán obsoletos muchos tipos de libros ...”
(Umberto Eco)
Carlos Sáez en su trabajo citado «El libro electrónico» nos dice: «En primer lugar, el llamado
papel digital, un descubrimiento del Instituto de Tecnología de Massachusetts cuyo director,
Nicholas Negroponte, comenzó a darle publicidad hace ya algunos años. Este invento hace
posible la fabricación de libros iguales a los de siempre, con su mismo tacto, peso y olor,
pero que poseen las cualidades de una pantalla de ordenador. Asimismo, pueden adoptar la
forma de periódicos que se materializarán en una pantalla plana recargable que evitará el
uso del papel. Cada nuevo día tendremos acceso desde ellas a las noticias que los editores
pongan en circulación». Estos libros son los llamados e-book (electronic book) y
comenzaron a comercializarse a finales de 1998. Sáez nos informa que diversas empresas
americanas y japonesas han lanzado o pretenden lanzar al mercado un objeto, del tamaño y
forma de un libro convencional, que no esconde sino un ordenador de pequeño formato
dotado de una o dos pantallas, equivalentes a una o a las dos páginas que un lector ve en
un libro abierto, en color o blanco y negro, por las que pueden pasar con absoluta fidelidad
las páginas de un libro, incunable o manuscrito, de una revista o de un periódico que el
usuario pueda descargar a su gusto, eso sí, previo pago de un canon en concepto de enlace
o suscripción (Sáez, Carlos. Op. cit.). Parece que estamos cerca de aquella Biblioteca Total
con la que Borges soñaba y en la cual los lectores podrán tener a su disposición una
biblioteca con todos los libros imaginables, independientemente de donde se encuentren
físicamente, porque han sido digitalizados y con ello se han convertido en ubicuos, es decir
están en todas partes y a la vez en posesión de muchas individualidades al mismo tiempo.
En pocas palabras, aunque conceptualmente preciso, se puede definir al libro electrónico
como un material digital de lectura. Su visualización más común es la pantalla del monitor de
la computadora, ya sea en las de escritorio o las portátiles (laptop). Actualmente se pueden
leer también, aunque su difusión es todavía muy reducida, en agendas electrónicas como
las Palm y en dispositivos especiales ("eBook Readers"), diseñados específicamente para
este fin, con una gran capacidad de almacenamiento (entre 1.500 y 500.000 páginas de
texto) y la posibilidad de descargar nuevos títulos directamente desde Internet. En los
Estados Unidos, cuna del "eBook", se está trabajando intensamente para ofrecer hardware
y software asequible, seguro y fácil de utilizar tanto para los empresarios como para los
consumidores. Estos esfuerzos parecen estar dando resultados: en Estados Unidos los
"eBooks" están ya siendo utilizados por muchos profesionales, tales como abogados,
médicos y farmacéuticos. Asimismo, las librerías americanas más importantes, como Barnes
& Noble, ya están vendiendo programas de lectura y libros electrónicos. De hecho, los
analistas esperan que el mercado para los eBooks y otros documentos electrónicos alcance
los 70 mil millones de dólares (unos 61 mil millones de euros) en los próximos años.
(Ver:«Breve historia del libro electrónico» http://virtualibro.com).
En la historia del libro electrónico 1971 marca un hito muy importante porque en ese año
Michael Hart digitalizó la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos,
enviándoles una copia al poco más de un centenar de usuarios que en ese momento tenía
acceso a la red ARPANET, precursora de la actual INTERNET. Asimismo ese mismo año
marca el inicio del gigantesco, ambicioso y maravilloso Proyecto Gutenberg, que es definido
como una gigantesca biblioteca de obras clásicas, totalmente gratis, en las computadoras,
vía internet. Actualmente esta biblioteca supera los dos mil títulos. En una entrevista
concedida en 1996 Michael Hart señalaba como meta para el 2001 una gran biblioteca
digital y gratuita, integrada por diez mil libros totalmente libres de copyright y que por lo tanto
era un desafío a las leyes del mercado cultural, razón por la cual había que seleccionar
primero para luego pasar a digitar, aquellas obras cuyo copyright había expirado. En 1996,
fecha de la entrevista, Hart tenía 49 años, es decir llevaba ya 25 años dedicado a su
proyecto (lo comenzó cuando tenía 24 años y era aún estudiante universitario), sin un real
apoyo oficial, salvo el que proviene de la Benedictine University de Illinois. Reconoce, en la
citada entrevista, haber recibido donaciones individuales de dinero y el apoyo de empresas
tales como Apple, Next, IBM, Microsoft, OmmniPage/WordScan, TextPert, Groliers, Hewlett
Packard y Bell&Howell, así como de la Universidad de Illinois. Para la realización de este
proyecto, Hart señalaba que contaba (en 1996) con unos setecientos voluntarios de diversos
países: Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido, Países Nórdicos,
Japón, Italia, etc. Para él fue una sorpresa saber que algunos de sus colaboradores no eran
jóvenes de 18 años, como él suponía, sino profesores ya maduros.
Un aspecto muy interesante, desde el punto de vista pedagógico, es el concerniente al
pensamiento de Hart con relación a los libros y a la lectura. Al planteársele su opinión y su
posición con relación la lectura, considerando que los especialistas en educación señalan
que ella no pasa necesariamente por soluciones de alta tecnología (high tech),sino mas bien
tiene que ver con hábitos de conducta, relaciones familiares, valores culturales, etc. Hart
señala que el Proyecto Gutenberg, en realidad no implica alta tecnología. Que lo que él hace
es poner a disposición de potenciales lectores, completamente gratis, una biblioteca
totalmente a la mano. Que ello no asegura la lectura, es cierto, y él pone un ejemplo: «Tú
puedes llevar un caballo al agua, pero no puedes obligarle a beber». Sin embargo es
optimista con relación a los beneficios de su proyecto: "En cualquier caso, creo que habrá
mucha gente que leerá y utilizará nuestros libros. Creo que los libros electrónicos son muy
útiles para los estudiantes. A mí me hubiese gustado tenerlos cuando era un estudiante".Al
preguntársele que haría al llegar a su meta de diez mil libros, respondió que tal vez la
extendería a cien mil o un millón de libros y probablemente extendería el campo de acción a
periódicos, revistas, música, cine, etc.
José Antonio Millán en su artículo "Biblioteca Universal. El proyecto Gutenberg y otras
muchas iniciativas quieren llenar la red de libros" al referirse al proyecto de Hart, dice: "Es
pues, un proyecto altruista, muy en línea de los primeros momentos de la Internet, cuando
se creyó que era la herramienta idónea para difundir a todos la cultura (y a propósito: aún no
se ha demostrado que no pueda ser así...)"
Hay otros proyectos de textos electrónicos, mencionados por J.A. Millán, como The Etext
Archives, más dedicado a obras políticas y religiosas; The English Server, con textos de
humanidades; Internet Public Library, The Naked Word, e incluso Project Bartleby, en
memoria del escribiente de la obra de Melville.
En el interesantísimo artículo publicado por Sophie Boukhari, en el Correo de la UNESCO,
de junio de 1999, titulado "La literatura mundial en la red" se nos informa que desde 1995 el
estadounidense Eric Eldred, fundador de Eldritch Press, viene publicando en Internet
clásicos de la literatura que han caído en el dominio público (libre de derechos), con el
objetivo de lograr constituir una biblioteca virtual para los estudiantes de letras. Según
Boukhari "En los últimos años, millones de páginas de textos de grandes escritores,
historiadores, poetas y filósofos han entrado en Internet, después de haber sido escaneadas
o, lo que es menos frecuente, mecanografiadas. Hasta ahora, las obras así numerizadas
son las más de las veces clásicos anglosajones o productos de la cultura occidental
traducidos al inglés. Es posible, por ejemplo, bajar de la Red a una computadora personal
textos de Aristóteles, Oscar Wilde, Tolstoi, Víctor Hugo, algunos autores árabes, persas,
chinos o el Kama Sutra. Ya no hay que moverse para ir a buscar una obra que uno puede
además guardar, imprimir, anotar, explotar a su antojo o enviar a sus amigos...Individuos
tenaces, pero también organizaciones no gubernamentales e internacionales, universidades
y Estados están creando esas bibliotecas virtuales con libre acceso. El Proyecto Gutenberg
y The Oxford Text Archive (OTA) aparecen como pioneros ... Ciertas bibliotecas nacionales
están empeñadas en una labor titánica: numerizar cientos de miles de textos e imágenes de
sus colecciones. Las primeras en arrojarse al agua fueron la Biblioteca Nacional de Francia
(BNF) y la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, explica Sonia Zillhardt, de la
UNESCO. "Las demás se han lanzado sólo en los últimos tres años y suelen encontrarse
todavía en una etapa experimental. Lo que falla a menudo es el financiamiento." Escanear
una página cuesta entre 1 y 4 dólares, pero para numerizar colecciones enteras se
necesitan millones. Lo más difícil, sin embargo, es romper la actitud conservadora de ciertas
administraciones culturales, que entran en el ciberespacio a regañadientes".
Pero, como señala Sophie Boukhari, existen algunos problemas todavía insalvables, entre
ellos la realidad de los países pobres donde la democratización de la cultura, y por ende el
acceso a Internet, está muy lejos de hacerse realidad. Al respecto Boukhari, escribe:
«A primera vista, las bibliotecas virtuales son una bendición para los habitantes de los
países pobres: les brindan acceso a la memoria del mundo, ampliamente concentrada en el
Norte. Pero para ello necesitan además una computadora, una conexión a Internet y dinero.
"En numerosos países en desarrollo, el acceso a la Red sigue siendo algo teórico y el costo
de la comunicaciones internacionales es prohibitivo", recuerda Philippe Quéau, director de la
División de Información e Informática de la UNESCO. "Recuperar textos en la Red toma
tiempo y cuesta caro: varios dólares por hora, en África, por ejemplo." ¿Cabe concluir
entonces que el acceso a la cultura en línea está vedado a los habitantes del Sur? No,
siempre que se desarrollen dos tipos de servicios. Por una parte, creando en los países
pobres sitios espejo [Copia local de un servidor original instalado en otro país] de las
ciberbibliotecas. Por otra, estimulando la difusión de las obras en CD-ROM (cuyo costo de
reproducción es inferior a un dólar). La UNESCO, que lanzó la colección "Pública",
distribuirá pronto un CD-ROM sobre los grandes clásicos árabes. Pero le cuesta mucho
hacer otro tanto con la literatura en francés. "Tropiezo desde hace dos años con la inercia de
la administración francesa, que no quiere entrar en conflicto con las editoriales, aunque las
obras que quiero presentar en CD-ROM pertenecen al dominio público", señala Quéau, que
denuncia el debilitamiento solapado del dominio público en provecho de intereses privados,
"sea ampliando la duración de los derechos de autor, sea sacando partido de la
tecnología."» (http://www.unesco.org/courier/1999_06/sp/comm/intro.htm)
Si hasta no hace mucho había muy pocos libros en la red en idioma castellano, actualmente
ha aumentado considerablemente, aunque está muy distante de lo que aparece sobre todo
en inglés. Sin embargo no quiero dejar de mencionar la excelente Biblioteca Virtual Miguel
de Cervantes (http://cervantesvirtual.com/), donde podemos encontrar no sólo libros,
algunas veces de una misma obra varias importantes ediciones, algunas muy bien
ilustradas, sino también importantes artículos, discursos ( como el pronunciado, en 1905, por
el Sr. Alejandro Pidal y Mon; Juan Valera, por encargo de la RAE con motivo del
tricentenario de la publicación de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha), etc. En
cuanto a cuentos por ejemplo es importante la Biblioteca Digital Ciudad Seva con más de mil
cuentos de autores clásicos hasta comienzos del siglo XX (1930). Asimismo es bueno
destacar la Biblioteca de Avizora que posee un excelente catálogo de libros en español y en
otros idiomas para leer o bajar, ordenado por títulos y alfabéticamente (http://www.avizora.com/index.htm).
Asimismo encontramos que algunas editoriales digitalizan obras o algunos capítulos de
obras de su fondo editorial. Es el caso de la muy importante Biblioteca Digital del Fondo de
Cultura Económica, Fondo 2000. Cultura para todos. (http://omega.ilce.edu.mx3000/index.htm) y
(http://omega.ilce.edu.mx3000/biblioteca/sites/fondo/2000/htm)
Esta biblioteca digital contiene capítulos muy interesantes de obras de autores muy
prestigiosos y que abarcan los siguientes campos: Biografías, Computación, Filosofía
Política, Física, Gastronomía, Historia, Lengua y Literatura, Psicología y Tauromaquia. El
número de obras dedicadas a la historia de México (FCE es una editorial mexicana) es
bastante importante y de obras muy significativas.
No quiero dejar de mencionar en esta brevísima relación de bibliotecas virtuales a las cuales
tenemos acceso los usuarios, en forma totalmente gratuita, (porque existen otras bibliotecas
virtuales que permiten el bajar [«download»] los libros pero previo pago de dinero, que por lo
general es económico si lo comparamos con el precio del mismo libro en papel), a una
revista tan importante como es El Correo de la UNESCO (http://www.unesco.org/courier/index_en.html)
En el campo educativo se cuentan con importantes digitalizaciones de literatura infantil.
En los años 80 del siglo XX apareció el DYNA BOOK, un prototipo librario bastante distante
del formato del libro tradicional, que se independiza de la computadora y que permitía «leer»
los CD-ROM de manera cómoda como se suelen leer los libros tradicionales. En su folleto
de presentación, leemos: "DynaBook puts the incredible power of CD-ROM into a compact
14’5"x 2’75" electronic book weighing a mere 16 pounds… DynnaBook makes reading from
CD-ROM data as sitting down with a good book".
Dyna Book no era sino la expresión tecnológica en una pantalla LCD (Liquid Cristal Display)
de simple lectura, liberada de la computadora (en aquella época todavía de tamaño grande)
y conectada a ella como periférico necesario, que actuaba a manera de concentrador de
información o discoduro. Era el Dyna Book una pantalla táctil transparente como un cristal y
exenta de teclado. Utilizaba un "driver" CD-ROM con convertidor analógico digital. Tenía
también posibilidades de audio. Uno de sus mayores logros era la interacción por tacto con
la pantalla. Sin embargo el DynaBook se extinguió muy rápidamente, porque en el fondo era
tan sólo un lector particular de CDs.
En 1981 aparece el Diccionario Electrónico Random House, considerado el primer libro
electrónico disponible comercialmente y en 1986 los editores Franklin Electronic agregan un
diccionario electrónico en un dispositivo del handheld, Son conocidos, asimismo, los intentos
de la firma Sony a principio de los 90 (1992), con su Bookman; así como los de Franklin
Electronic Publishers, que carecieron de popularidad porque el intento de leer en pantallas
no del todo adecuadas, como las corrientes de aquellos años, distaba mucho de las
calidades de las hojas de cualquier texto o libro impreso.
Poco después, las firmas Canon, Fujitsu, IBM, JVC, Matshushita, Microsoft, Minolta, Ricoh,
NEC, y la misma Sony, junto con otras varias empresas, emprendieron un proyecto que
debería tener todas las condiciones adecuadas para, si no de forma inmediata, sí en un
período relativamente breve, intentar una alternativa digital al modelo tradicional.
No son muchas, sin embargo, las patentes y aplicaciones que en los últimos años del siglo
XX y comienzos del XXI se han acercado, en menor o mayor medida, al libro electrónico-
digital ideal. Las más han mimetizado el modelo computacional en sus primeras
experiencias para permitirle prácticamente las mismas virtualidades que posee la
computadora. Quizá el persistir en la tendencia absolutamente obsesiva por seguir
dependiendo de la computadora, como punto de partida por parte de las empresas que
trabajan en este nuevo modelo, frustra las posibilidades de verdadera ergonomía libraria que
ha hecho fortuna durante más de medio milenio. No obstante, como tales presentaciones
constituirán la protohistoria del nuevo soporte vamos a analizarlas aunque muy
esquemáticamente.
En octubre de 1998, en el foro de la 1ª Feria del Libro Electrónico, bajo el patrocinio del
NIST ( National Institute of Standars and Technology ) celebrada en Gaithersburg, Medford,
USA, fue presentada la denominada iniciativa Open eBook (OEB) .Tal iniciativa se basaba
en un acuerdo de especificaciones sobre la estructura de un modelo universal que utilizara
las normas html y xml. Se consideraba este paso como esencial, dadas las características
del naciente mercado electrónico, a la hora de uniformar los formatos de edición, lenguajes,
contenidos, iconografías, conectividad, etc... "La pronta adopción de un formato estándar
constituiría una piedra miliaria en el mundo de la edición ".
"La presente convergencia de las tecnologías hará finalmente viable la publicación digital y
se presenta como un atractivo desafío ". Tanto las firmas SoftBook como Novo Media´s
RocketBook adoptarán sustancialmente dicha expresión normativa .
Un prototipo que comenzaba a parecerse al libro tradicional fue presentado en 1998 por la
empresa americana SoftBook Press, fundada por Jim Sachs y Tom Pomeroy. en Palo Alto,
California. SoftBook Press Inc. es un líder en el emergente mundo del libro electrónico . Es
una compañía cuyo objetivo es desarrollar la sociedad sin papel por medio de las
extensiones SoftBook y SoftBook Network, aprovechando las prestaciones de INTERNET.
Parte de la idea de que Book + Technology = SoftBook. Su apariencia, sin embargo, lo
asemejaba al mismo libro, a pesar de tratarse de un modelo monopágina, protegido en este
caso por una cubierta de piel. La información se incluye en el softbook por medio de flash
cards que permiten un almacenamiento de hasta casi las 100.000 páginas (también puede
cargarse el modelo vía red). Fue presentado como tal en la feria Seybold de San Francisco
el 30 de agosto de 1999. El 18 de octubre de 1999, el Atheneum de Chicago premiaba esta
idea con el premio del Museo de Arquitectura y Diseño. Estudiado en profundidad, dicho
modelo se parece más a los desarrollados PDA ( Personal Digital Assistent ) que al sistema
librario que pretende mimetizar. Su modelo más avanzado es el Palm Pilot de la firma
3Com. En septiembre de 1999 la firma presentaba la posibilidad de ofrecer por este sistema
los medios Newsweek y Washintong Post, así como un grupo de revistas: Time, Fortune,
Money, New York Times, etc.
En la misma línea se encuentra el Rocket eBook ideado por los consultores californianos
Martin Eberhard y Marc Tarpenning, a partir de 1996. Consiste este libro electrónico en una
pantalla manejable con una mano, y que puede contener unas 4.000 páginas, o sea
alrededor de 10 novelas normales. El Rocket ebook contiene en el sangrado de su pantalla
un programador de sistema de visualización; un orientador de página, que permite leer en
sentido vertical y horizontal en la pantalla; una barra de navegación, con un indicador de la
situación corriente de lectura, con respecto al texto total; un localizador índice de títulos y un
menú de opciones como: marcado de página, subrayado, notas, etc.
Otro modelo de esta misma firma lo constituye el denominado Everybook, de Daniel
Munyan, en el que se obvian las carencias ergonómicas de la pantalla única y se inclinan
por la más aparente de la doble pantalla -doble página- ligada al libro tradicional. El diseño y
concepción del Everybook es radicalmente diferente al de otros libros electrónicos. Cuando
se abre el periférico de lectura ( libro ) aparecen dos páginas similares a las de un libro
impreso, en las que puede desplegarse cualquier libro, así como periódicos, revistas, etc....
Fue creado por la empresa Everybook Incl. fundada por Daniel E. Munyan en 1995. Este
modelo supone un salto entre los modelos computacionales y el mismo libro en sí. Puede
ser utilizado por estudiantes, profesionales y por el público en general. "Este libro electrónico
recoge toda la sensibilidad del lector acerca del libro tradicional, y permite el
almacenamiento masivo, acceso rápido a cualquier información, y servicio en tiempo real
"Resuelve, mejor que otros modelos, los problemas de: transportabilidad, producción,
distribución, ecología, etc
Sin embargo todos los modelos enunciados hasta aquí -que constituyeron el consorcio Novo
Media- no han tenido en principio el éxito deseado, además de por su precio considerable,
porque no dejan de ser una cierta transformación del ordenador más sofisticado, y por ende
su peso es desproporcionado como para ser manipulados con relativa facilidad.
Otro de los grandes proyectos de libros electrónicos es el del equipo del Dr. Joseph
Jacobson del MIT (Massachusetts Institute of Technology), que tiene la ventaja de pretender
brindarnos un libro electrónico que en apariencia es exactamente igual que un libro
cualquiera de hojas de papel y tapas duras, excepto por un par de botones que lleva en el
lomo. Basta pulsar uno de ellos y en pocos segundos en sus más de 200 páginas aparece
impreso el texto. El modelo del año 1999 se basa en un nuevo pigmento, la denominada
tinta electrónica: millares de partículas esféricas sensibles a la corriente eléctrica, blancas
por un lado y negras por el otro, en la proporción de 250.000 por pulgada. Esa tinta,
extendida por un papel especial, en contacto con unos microscópicos hilos, se activa de tal
manera, que ofrece un texto similar al producido en el mismo papel por un procedimiento de
impresión tradicional, e incluso de un contraste mayor al de la impresión láser. El correlativo
movimiento de las esferillas activadas producirá otra página de texto, y así sucesivamente.
Por otra parte la capacidad de almacenamiento del sistema es muy grande, ya que se puede
cargar desde una computadora, una tarjeta o un disco óptico de alta densidad. Posee
también la virtualidad de interactivar el contenido del texto con imágenes en movimiento, u
ofrecer cortos independientes. Limitaciones, las tiene y muy considerables: además del alto
precio por ejemplar -lo cual tiene su compensación a nivel de sus innúmeras posibilidades
secuenciales de uso-, nos encontramos frente a un sistema excesivamente sofisticado y que
necesariamente, según el proyecto, precisa de un disco duro, que aunque permite realmente
-dada la capacidad actual de los mismos- transportar una biblioteca entera, no podrá eludir
el alto BER ( Bit Error Rate ) que produce cualquier periférico de este tipo, amén de su peso
y fragilidad. Pero será el tiempo el que discrimine entre los sucesivos modelos.
El sistema Sagredo-Hidalgo.( Patente P9801927 ) pretende también un libro electrónico que
tenga las virtudes del libro tradicional y supere los inconvenientes de los libros electrónicos
hasta el momento diseñados. El propio Sagredo, especialista que realmente nos iluminó
muchos conceptos que no teníamos suficientemente claros acerca de los e-books y a quien
venimos citando, señala que la diferencia esencial de este modelo con los anteriores, reside
en que se desprende del contexto computacional en gran medida, para confeccionar un
prototipo cercano al libro en su apariencia, y muy próximo a su vez, a los soportes más
avanzados de información, ya que al fin y al cabo el libro no deja de ser un soporte de
información. No se trata en él de expresarse en modos de computadoras más o menos
perfeccionadas. Importa sobre todo extraer toda la rentabilidad de una pantalla universal de
alta definición, como las que existen hoy en el mercado, y convertirla en hoja iluminada
sucesivamente por el contenido de las de un libro tradicional; para mayor ergonomía,
adoptamos la hoja doble y enfrentada, como en el mismo tipo librario. Este sistema está
dotado de una serie de comandos, no más de 10, que permiten funciones de paso de
página, subrayado, aumento del tamaño de la letra, color, etc... sin incidir en otras
virtualidades multimedia, que complican, por el momento, el sistema adoptado. El texto no
está en ningún disco duro, sino que se contiene en una tarjeta óptica que, editada en
cualquier editorial avanzada, podrá ser adquirida en librerías, tiendas de artículos diversos o
en un quiosco tradicional. El sistema, por tanto, está dotado esencialmente de un simple
lector de tarjeta óptica de avanzada tecnología, basada en las potencialidades de los discos
de la última tecnología; o bien de un lector de banda óptica o del denominado papel digital,
que en su día fuera patentado por CREO Products. Lo que busca este sistema es
desprenderse de cualquier soporte circular, de lectura normal en espiral y con cabeza
óptica; para pasar al modelo secuencial de barrido de un soporte rectangular y de lectura
similar a la que nuestro ojo produce sobre el papel tradicional. Dado el desarrollo de tarjetas
de este tipo, ideadas por CANON y DREXLER, resulta sumamente sencillo, nos dice
Sagredo, incorporar dicho elemento, y, además, su precio es irrisorio en comparación con el
de cualquier ejemplar, libro o revista. De este modo, asimismo, este sistema pretende
desprenderse de la celulosa para siempre; (Según Sagredo lograr que los árboles nos
enseñen el bosque). Y, lo que es más importante, se pretende lograr que el nuevo ebook
pueda ser llevado con nosotros, si así lo deseamos, hasta los lugares más remotos del
universo. Asimismo, y dadas las capacidades y autonomía de las actuales pilas de energía,
no es difícil adoptar un modelo que permita una autonomía, como la de cualquier artilugio
que hoy manejamos a diario: teléfono portátil, casete, cámara digital, etc... Cualquiera podrá
adquirir o recargar las tarjetas que desee, con los libros que se adecuen mejor a su función
profesional, científica, cultural, recreativa, personal o colectiva, y transportarlos fácilmente a
cualquier lugar. Al conjunto del sistema sus creadores (Sagredo-Hidalgo) lo han
denominado, con marca patentada, BIBLIOTRON.
Algunos futurólogos consideran que para el cercano 2006 los libros electrónicos estarán
ofertándose en las librerías tradicionales y quioscos, de tal manera que para el 2009 la venta
de libros electrónicos superará a la venta de libros de papel, previéndose que para el 2015
las bibliotecas digitalizarán todas sus obras.
7. EL LIBRO EN EL FUTURO
¿Se alejará el libro a una velocidad cada más creciente y terminará por abandonar la
Galaxia Gutenberg para ingresar a la Galaxia Digital? La mayor parte de los estudiosos de
este tema consideran que aún el libro de papel ha de permanecer un tiempo relativamente
extenso coexistiendo con los libros electrónicos, que terminarán por imponerse, no cabe
duda, como los códices se impusieron a los rollos de papiro y los libros impresos se
impusieron a los manuscritos. Sin embargo ello ha de depender de aspectos económicos
que muchas veces no son tenidos en cuenta cuando se hace el análisis de esa evolución
que ya está en pleno proceso. Me estoy refiriendo a los problemas económicos y financieros
que como nuevos retos ya se están presentando y afrontando dentro de la producción y
comercialización de los libros y que muchas veces se solucionan inadecuadamente cuando,
por ejemplo, el libro de formato tradicional es presentado digitalmente en un cederrón pero
en un formato tal que hace que la lectura en la pantalla de la computadora no sea nada
práctica ya porque el texto de la página del libro aparece en dos columnas y es necesario ir
desplazando hacia abajo el texto para leer la columna de la izquierda y luego volver a subir
para leer la columna de la derecha, ambas correspondientes a una misma página. Me
parece que el problema técnico se podría solucionar fácilmente, porque incluso en estas
presentaciones existen algunas ventajas que se pueden aprovechar muy bien como por
ejemplo el poder dar un mayor zum a esquemas, gráficos y sobre todo fotos que a veces
aparecen en el libro en átomos en tamaño pequeño. Por ejemplo el cederrón Historia del
Perú de Lexus Editores es bastante bueno pero el libro en átomos es aún mucho más
práctico y debido a su adecuada organización temática y relativo considerable volumen es
una muy recomendable y excelente obra de consulta para toda aquella persona que quiera
tener un adecuado conocimiento de la historia peruana a lo largo de sus diversas etapas
históricas, escritas por historiadores de gran calidad. Es una obra que los profesores
deberíamos aprovechar adecuadamente con nuestros estudiantes sobre todo de nivel
secundario y también a nivel superior a manera de introducción para temas determinados
que se deseen investigar. Considero que una nueva versión del cederrón debería ser
planificada para superar algunas limitaciones de la versión actual e incluir aspectos técnicos
que la digitalización permite en dicho soporte. En realidad la excelente calidad de la obra lo
amerita y así poder sus lectores gozar de nuevos aspectos que pueden ser considerados en
lo que se refiere a aspectos de lo que es propiamente recursos de multimedia.
Actualmente contamos con varias obras que se presentan tanto en formato de átomos como
de bites. Seguramente se aprovecha el proceso de digitalización previo que ahora se
emplea para la publicación de los libros (varios especialistas y entre ellos Negroponte han
señalado este hecho, aparentemente paradójico que los libros aparecen primero, dentro de
su proceso de preparación, en formato digital y es por ello que Negroponte lanzó como
propuesta que las editoriales deberían brindar un ejemplar digital de cada obra que
publicaran). Esto también es algo que en un futuro muy cercano va a revolucionar la
producción y comercialización de los libros porque ya es factible enviar los libros en formato
electrónico en pocos segundos de un lugar a otro por más distancia que exista entre ellos,
con la posibilidad de imprimirlo en un lugar cercano al domicilio del comprador. Ya no será
necesario ni el transporte aéreo o marítimo, que tanto encarecen el producto. Darío Prieto
en un artículo publicado en elmundodellibro.com del 6 de diciembre de 2002 nos dice que
Jasón Epstein, directivo nada menos que de la famosa Random House y Bertelsmann y
fundador del The New York Review of Books, vaticina que, “gracias al libro electrónico «la
edición va a volver a ser lo que era en los años 20, una industria creativa y rentable». Y
para ello aboga por la eliminación del costoso sistema de distribución a través de terminales
accesibles en los que se imprimirían libros de bolsillo almacenados en una base de datos...”
(http://www.elmundo.es/elmundolibro/2002/12/06/anticuario/1041629700.html)
Considero que podemos estar seguros que no se producirá el fin del libro, mucho menos
de la lectura, a pesar de que algunos Francis Fukuyama de este campo así lo crean. La
tecnología no se detendrá y por lo tanto nuevos soportes de la escritura han de aparecer,
siempre para delicia, así lo esperamos, de los que amamos la lectura. La prueba la tenemos
en la propia evolución que viene sufriendo el novedoso soporte de los libros electrónico, es
decir la pantalla del monitor de las computadoras, utilizada por todos aquellos que de una u
otra manera tenemos que ver con la cultura, sea para informarnos o para aportar algo de lo
poco que uno sabe, en cualquiera de los dos casos llevados de nuestro afán por aprender y
gozar. Como nos dicen Félix Sagredo Fernández y Ma Blanca Espinosa Temiño en "Del libro
al libro electrónico-digital": «La pantalla, con todos sus inconvenientes para las funciones
rutinarias de lectura y fijación y captación del conocimiento, no así para la gestión del
mismo, también ha experimentado mutaciones trascendentales. Desde los modelos
fosforescentes de primera generación, hasta sus actuales de cristal líquido o plasma, y otros
que aún se desarrollan en laboratorios especializados, ha recorrido, en menos tiempo que el
libro, como realidad connatural con el mismo tiempo que nos toca vivir, un espacio
considerable. Tiene además, en general, y como soporte, una serie de ventajas
inconmensurables. El texto, la imagen estática o en movimiento, y los modelos multimedia,
pueden desfilar por su "brillante página" sin necesidad de funciones de borrado e
inutilización del soporte correspondiente, como sucedería con el soporte papel; es decir,
puede ser utilizada o reutilizada en las mismas tareas culturales interactiva e
indefinidamente, con un consumo elemental de materia prima. En pocas palabras, ha dotado
a la ciencia y a la cultura de unas potencialidades y dinámica, incluso a distancia, que el
papel jamás pudo soñar ni ofrecer».
La mente tan lúcida de Umberto Eco nos hace notar las posturas, para nosotros las más de
las veces risibles, que enfrentan a los «misioneros digitales» con los «bibliófilos
tradicionales». No entendemos, por ejemplo, como se puede trastocar conceptos y verdades
evidentes y convertirlas en pensamientos vacuos, en los cuales el mínimo sentido analítico y
reflexivo se pierde, como queriendo darle la razón a Giovanni Sartori, que en verdad
consideramos que no la tiene, al menos no totalmente. Nos estamos refiriendo a conceptos
como el que a continuación transcribimos, que es una muestra representativa de lo que
repiten muchos «misioneros digitales»: "Mucho del futuro del hipertexto está ligado a su
implantación en el modelo de enseñanza-aprendizaje en la educación básica; hay que
formar en los niños y adolescentes una nueva forma de leer, más orientada a la interacción
que brinda la informática, que a la pasividad soñolienta que ofrece el libro". Y líneas abajo el
mismo autor escribe: "La hipermedia es un modelo muy similar al modelo hipertextual en sus
fundamentos básicos y prácticos, también se caracteriza por su no linealidad, por no tener
un centro definido por el autor, porque no tiene límites definidos, porque no tiene principio ni
fin y porque no hay conclusiones diferentes a las de del lector. Pero con un elemento más
natural, el texto es reemplazado por sonidos, dibujos, animaciones, imágenes y vídeos, es
decir volvemos a la cultura visual y oral tratando de eliminar la cultura del texto" (Cote,
Eduardo. UNINET – Colombia http://www.clasevirtual.net/publicaciones/hipertextos.htm).
Realmente resulta deplorable la pobreza de conocimientos y conceptos tan elementales en
personas que actúan en niveles educativos superiores. Atreverse a decir que los libros
escritos en soporte de papel proporcionan una lectura pasiva y soñolienta significa, o bien
que estos «talibanes digitales» no han leído nunca (a un lado la «lectura obligatoria»-que ya
sabemos no es verdadera lectura-de la escuela o de la universidad), es decir no han
encontrado el placer que brinda la lectura y que, justamente por ello, su bagaje cultural es
tan ínfimo que pueden escribir tales trivialidades («la ignorancia es atrevida»), o que en su
defecto leyendo también libros en átomos, como lo reconoce el propio Negroponte en
cuanto a las virtudes que poseen, sólo pretenden una confrontación con los «bibliófilos
tradicionales», que a veces, es también necesario reconocer, adoptan posturas de bibliófilos
con mentalidad inquisitorial, que pretenden nuevamente hacer renacer el Index (índice de
libros prohibidos, catálogo de libros proscritos por la Iglesia Católica, determinados por el
Santo Oficio) y allí incluir todos los libros escritos en los novísimos soportes de la
informática, que se les aparecen como creación de Luzbel. Es esta confrontación la que me
resulta risible encontrándonos ya en el siglo XXI, que es incuestionable una centuria que ha
heredado un largo pasado de evolución tecnológica continua, que en la segunda mitad del
siglo precedente se aceleró hasta adquirir velocidades realmente vertiginosas en las dos
últimas décadas. Como algunos especialistas señalan, hemos pasado de una sociedad
industrial a una sociedad del conocimiento o de la información. Pero debemos tener
presente como muy bien ha señalado el profesor Robert Darnton que: “Los medios de
comunicación han cobrado tanta importancia en nuestra visión del futuro que eso puede
impedirnos reconocer la importancia que tuvieron en el pasado; y el presente puede parecer
una época de transición donde el reemplazo de los modos de producción por los modos de
comunicación es la fuerza dinámica que impulsa la historia. Quisiera debatir este punto de
vista, argumentar que, a su manera cada época fue una era de la información y que los
sistemas de comunicación siempre han tenido gran influencia en los acontecimientos”.
Pretender, sin embargo, oponerse al avance tecnológico carece totalmente de sentido. Hoy
sabemos que lo digital está en todo el mundo y llega a todas partes. Si aún quedan señales
informativas que se envían a través del sistema analógico ello sólo es un rezago del pasado
y muy pronto será totalmente reemplazado por la digitalización. Y ello es una verdadera
maravilla porque como nos dice Francisco Aguadero: "La digitalización permite que
información y actividades procedentes de soportes físicos muy diversos (papel, fotografía,
cable, espectro radioeléctrico, transistor, circuito impreso, cinta magnética o disco) puedan
homogeneizarse en un denominador común: lo digital; ser procesados con una misma
materia prima: el bit; y transmitidos por la misma vía: la red, constituyendo así un único
documento multimedia" (Aguadero Fernández, Francisco. Op. cit., p.20). A los verdaderos
amantes de la lectura nos apasiona más que el soporte, que es lo accidental, la escritura, el
texto, es decir la creación científica, literaria o de cualquier otro tipo, concretizada y así
perennizada y por lo tanto capaz de ser vivida y compartida no sólo por su autor sino por
todas aquellas personas que acceden a ella a través de eso que se llama lectura. Para
muchos nos cuesta leer en más de un idioma y no se imaginan el placer que uno obtiene en
leer o que le lean obras o artículos escritos en idiomas que no están en su lengua materna
(me refiero a la del lector) y cómo apreciamos la labor de los traductores, con todas las
limitaciones que sabemos que implica una traducción. Mis conocimientos de historia me
permite apreciar el gran significado de los traductores (sin olvidarnos de los intérpretes) y de
las famosas escuelas de traductores que a lo largo de la historia han cumplido un papel
extraordinario. Cómo no recordar el papel de los traductores árabes en la Península Ibérica.
En una entrevista hecha a Alberto Manguel (que si tiene la solvencia intelectual para hablar
y escribir sobre los libros), al recordársele que al inicio de su libro «Una historia de la
lectura» en una de las tres citas que le dedica al lector de su obra (de Robert Darnton,
Virginia Woolf y Denis Diderot), justamente Diderot se pregunta: «Pero, ¿quién será el
amo?. El escritor o el lector?», al inquirírsele sobre su opinión, él dio la siguiente respuesta:
«Los escritores vivimos pensando que somos los amos, pero creo que ese rol le
corresponde, sin ninguna duda, al lector. Él es el amo". ("El Dominical" de "El Comercio" de
Lima, 1 de agosto de 1999; pp. 11-13). No podía ser de otra manera, porque todo buen y
solvente escritor es un ávido lector, aunque la mayor parte de ávidos lectores no escriban
una sola línea, salvo cartas o e-mail. Esto último lo digo ex profeso, porque frente a una
pregunta que le hicieron a Thierry Leterre, catedrático del Instituto de estudios Políticos de
París, sobre si las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han convertido en
obsoletos los modos de escritura y de comunicación tradicionales, dio la siguiente
respuesta: «El mayor secreto de la sociedad de la información es el prodigioso renacer de la
escritura, gracias al correo electrónico, a los sitios, a los foros de discusión. En este sentido,
la informática es un soporte cultural bastante tradicional. Desmiente la idea tan extendida de
una sociedad audiovisual. En realidad, la escritura es un prodigioso vector de información.
Mejor aún: se están redescubriendo formas de escrituras olvidadas, como la escritura diaria,
lo que se llama el "billete"». José Antonio Millán enfatiza también que el género epistolar
está resurgiendo (el teléfono lo había hecho retroceder) “con nuevas formas, con nuevos
elementos –acrónimos, palabras nuevas, emoticones (esas caritas esquemáticas que
expresan emociones)-, pero mas pujante que nunca. Y se ha recuperado a varios niveles: el
intercambio de notas entre adolescentes que usan los mensajes cortos de su teléfono móvil,
el email recordatorio o conminatorio (sin encabezamiento, de una sola línea); pero también
el mensaje de correo electrónico largo y demorado, tan extenso como la mejor carta del
pasado… Sí: al mundo de las relaciones personales ha vuelo la letra, y con ella la lectura”
El citado autor nos señala que actualmente cada minuto se envían en el mundo cinco
millones de correos electrónicos. (Millán, José A. “La lectura y la sociedad del cocimiento”)
El otro aspecto que quiero comentar, es el referente a la afirmación de ciertos «amantes
desorientados de la digitalización» sobre como la escritura puede ser reemplazada por
sonidos, dibujos, animaciones, imágenes y vídeos y con ello volver a la cultura visual y oral
eliminando la cultura del texto. Considero que no reflexionan adecuadamente los que
piensan y escriben esto. No me imagino cómo podrían expresar sus pensamientos,
concepciones básicamente abstractas con un lenguaje solo basado en lo audiovisual. Por
supuesto que podrían replicar que empleando el audio podríamos conocer sus ideas, sus
concepciones nuclearmente abstractas. Lo que no comprenden es que así como el pasar de
la llamada "Galaxia Gutenberg" a la "Galaxia Digital" significa un paso gigantesco en la
evolución de la humanidad, de la cultura humana, así también el paso de la oralidad, de la
cultura oral (oralidad primaria en la tipología de Walter J. Ong) , a la cultura escrita significó
uno de los más grandes avances hechos por el hombre. Lo oral es temporal por excelencia,
es efímero. Exige, además, un desarrollo extraordinario de la memoria, de la memorización.
¿Acaso no saben estos «amantes desorientados de la digitalización» que se desarrolló de
tal manera la facultad de memorización que se podía aprender textos tan extensos como los
poemas homéricos, los cuales eran recitados a un público oyente que solo tenía esa única
posibilidad de gozar con esas creaciones? El público oyente dependía del aeda o rapsoda,
del juglar o del trovador. No tenía la posibilidad de volver en el momento que él quisiese a
eso que escuchó y que le encantó. Por supuesto que se me replicará que esta nueva etapa
de oralidad no será igual (oralidad secundaria), que podremos volver cuando lo deseemos a
esas y a cualquier otra creación porque digitalizadas han sido también perennizadas, pero lo
que me resulta inadmisible es la fobia a la escritura, toda vez que también ella es
digitalizada y por lo tanto no debería hacerse cuestión de estado su acceso a ella si así se
deseara o creyera conveniente, quedándonos ahora la posibilidad de escoger entre leer o
escuchar. Por ejemplo, puedo tratar de informarme sobre las computadoras u ordenadores y
para ello recurro a una enciclopedia como Encarta, versión 2002, que da la opción de
instalar la enciclopedia íntegra en la computadora y con ello evitar el tener que colocar cada
vez un disco y luego tener que cambiar de disco cuando quiero saltar a un hipervínculo
determinado. Ya en el artículo puedo escoger entre el leer el texto del artículo o escucharlo
–texto íntegro o fragmento seleccionado- (que no lo hago por razones ya expuestas), pero
dependerá de mi elección el decidir. ¿Cuál sería la ventaja entre el escuchar un «texto» y el
leerlo?. Considero que realmente la lectura trae muchas más ventajas, primero porque la
lectura es privada, silenciosa, muy rápida (ese ritmo depende de las capacidades lograda
por el lector). Es más fácil detenerse y volver sobre el mismo texto, sin tener necesidad de
emplear las manos para detener la reproducción del sonido y volver a iniciar la reproducción.
Segundo, porque el escuchar a través de los parlantes, se puede causar malestar o
distracción a otras personas (imagínense en una biblioteca no personal), y en el caso del
uso de audífonos, que solucionarían el inconveniente señalado, los que a veces los
utilizamos, sabemos que no es lo mismo escuchar que leer, porque el audio es volátil
(aunque se pueda rebobinar y volver sobre él), que lo escrito en átomos o bits está allí y
depende de nosotros, con nuestra simple mirada, o con un simple voltear una página o
usando nuestro mouse o el teclear «page up» o «page down», el releer lo que consideramos
necesario de una nueva relectura. Sin embargo, los que somos realmente amantes de la
cultura y de la lectura aprovechamos al máximo, o así lo pretendemos, todas las
innovaciones tecnológicas al servicio de la cultura. Sólo para dar un ejemplo, pude satisfacer
mi curiosidad escuchando varias veces la llamada telefónica entre Vicente Fox, presidente
de México y Fidel Castro, que por algunos días fue noticia política importante y formarme
una idea más exacta de lo conversado y sus implicancias, lo que no había podido apreciar
adecuadamente escuchándolo en la televisión. Me es muy gratificante escuchar algunas
voces de personajes muy importantes (aunque sea por un minuto o menos) a través de
internet en Museo de la Voz, tales como don Miguel de Unamuno, Dámaso Alonso, Óscar
Wilde, Ramón Menéndez Pidal, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, etc.
(http://www.portaldelibro.com). Pero ello no me hace olvidar lo que nos dice Ong: “...sin la
escritura la conciencia humana no puede alcanzar su potencial más pleno, no puede
producir otras creaciones intensas y hermosas. En este sentido, la oralidad debe y está
destinada a producir la escritura” (Ong, Walter J. “Oralidad y escritura. Tecnologías de la
palabra”; pp. 23-24)
Como se puede apreciar el avance tecnológico está poniendo a nuestra disposición
posibilidades maravillosas para informarnos, aunque no sólo ello, pero innegablemente uno
de los aspectos más valiosos de la red informática es su carácter de «gran biblioteca», la
biblioteca más grande creada por el hombre y que crece cada segundo, de tal manera que
la llamada «infoxicación» es una realidad y que hoy más que nunca se ha extremado la
necesidad de potenciar las capacidades de análisis crítico y discriminación cualitativa (tener
presente que mucho de lo que aparece en internet tiene escaso valor), así como también la
capacidad de síntesis. Esas capacidades, como nos los recuerda el profesor Thierry Leterre
son justamente las que se aprenden o deben aprenderse en las escuelas. La reactivación
del mito de la escuela sin profesor, del aprendizaje sin profesor, es eso, un mito. Los casos
excepcionales de niños que sin pisar una escuela luego han destacado en algún campo de
la cultura, es eso, una excepción, e incluso en estos casos se explica ello porque debido a
su solvencia económica estuvieron con profesores particulares o con padres o familiares
cercanos que a la vez actuaron como docentes de sus hijos. Los autodidactas por lo general
pisaron las escuelas por algún tiempo y por esos misterios que tiene el hábito de la lectura
se convirtieron en ávidos lectores, lo cual aunado a cierta genialidad, cuya naturaleza y
génesis no es fácil explicar, terminan por destacar en diversos campos de la cultura. Pero
aún para los que pisaron escuelas y universidades, la verdad es que lo que se sabe es
gracias a un autoaprendizaje. Es por eso que hoy se pone mucho énfasis en el aprender a
aprender, que todos sabemos que es el verdadero aprendizaje, pero que valgan verdades
mucho se habla de ello y relativamente poco se hace en ese sentido, muchas veces porque
hay equivocadas prácticas que pretenden ello. ¿Acaso no vemos que se pretende que los
niños y jóvenes aprendan a aprender pero sin proporcionarles los basamentos para ello?.
Se les manda a «investigar» y no se les brinda la mínima y adecuada orientación para que
puedan iniciar esa búsqueda de información y muchas veces, aunque duela decirlo, porque
el docente que pretende que el niño o el joven se informe sobre un tema determinado, no
puede proporcionar la orientación adecuada, simple y llanamente porque desconoce las
fuentes hacia donde hay que orientarlo. Existe además otro aspecto que está siendo
reinterpretado y es el referente al énfasis que se pone en los procedimientos, en el aprender
a aprender, pero notándose un grave defecto en cuanto a su enfoque porque tiende a
prescindirse de algo tan fundamental como es el qué aprender, es decir el contendido.
Cuando se piensa e incluso se pretende fundamentar que los contendidos no importan
porque ellos se pueden hallar con facilidad en los libros, en las revistas, en internet,
entonces nos encontramos con la distorsión de lo que realmente debe ser el aspecto
procedimental. Aprender a aprender es valiosísimo siempre y cuando esté acompañado del
qué aprender. Julia Salazar Sotelo en un valioso libro titulado “Problemas de enseñanza y
aprendizaje de la historia. ¿... Y los maestros que enseñaremos por historia? (México, 2001)
en el capítulo dedicado al falso dilema: actividad vs. contenido, señala que siguiendo los
planteamientos de Piaget se concebía que el pensamiento de los niños se desarrollaba
como consecuencia de su actividad con el mundo, el hacer cosas, alterar situaciones y
transformar objetos, lo que hizo que se cayera, por ejemplo, en el escolar que se presumía
debía asumir el papel de “detective-historiador” con preguntas que iban desde ¿de dónde
eres tú?, investiga cómo fue el movimiento de la independencia en tu región, elaborando
preguntas que a veces estaba fuera de toda posibilidad de trabajo. También, sigue señalado
la mencionada estudiosa, se cayó en “juegos de simulación” que aspiraba a una
comprensión empática de la historia. Señala Julia Salazar S. que en estos últimos años ha
comenzado a invertirse los términos. La especificad propia de las tareas históricas pasa a
primer plano y la psicología genética deja de imponer la tipología de las tareas. La
mencionada autora precisa: “Se puede afirmar que no hay enseñanza de la historia si no
hay contenido que enseñar” (Op. cit.; p. 80). Esto que precisa Julia Salazar S. no sólo es
válido para la enseñanza de la historia sino en general para la enseñanza de las diversas
disciplinas. En el mismo sentido nos encontramos con el Informe sobre los textos y cursos
de Historia en los centros de Enseñanza Media preparado por la Real Academia de la
Historia (Madrid, 23 de junio de 2000) en el cual leemos:”...Se pensaba que lo importante no
era saber más o menos cosas del pasado, sino adquirir las destrezas propias de la
disciplina, lo que se podía conseguir tanto si se estudiaba la revolución francesa como la
historia de la iglesia contigua al centro de enseñanza de que se tratara...No tiene nada de
extraño que, ante esa situación, Don Fernando Arroyo, director del Instituto de Ciencias de
la Educación de la Universidad Autónoma de Madrid, afirmara, en un artículo aparecido en
El País el 10 de marzo de 1987, que la obsesión por «cómo» enseñar había anulado por
completo «qué» enseñar”. Y al llegar a las conclusiones en dicho Informe leemos:
“Podemos, pues, concluir que los problemas existentes hoy en día en cuanto a la enseñanza
de la historia en España en los estudios secundarios contienen tres elementos que
podríamos definir como el sociologismo, el pedagogismo y las circunstancias
políticas...Asimismo la obsesión pedagógica ha tenido sus efectos negativos, pues, al poner
tanto énfasis en los métodos de la enseñanza, se ha terminado por olvidar qué es lo que hay
que enseñar. A este respecto, nuestro compañero Rafael Lapesa comentó, hace unos años,
que en sus tiempos no había cursillos en los que le prepararan a uno para enseñar lo que no
sabe...” (El Informe de la Real Academia de la Historia, en http://www.filosofia.org/his/h2000ah.htm)
Antes de enlazar lo que venimos tratando con lo que ocurre en la escuela, debemos
referirnos, aunque someramente, a las implicancias benéficas del libro electrónico con
relación al medio ambiente, lo que se está analizando como la relación libro – ecología. Para
esto seguiremos el importantísimo artículo “Los enemigos de los libros y la batalla por su
neutralización” tomado de "El Cuidado de los Libros y Documentos" de John Mc Cleary y
Luis Crespo. (http://www.portaldellibro.com/encuadernacion/enemigos.htm)
Ocurre que en los inicios de la fabricación artesanal del papel se utilizaban materiales de
desecho, como eran trapos de algodón y lino, con alto contenido de celulosa, que no exigían
el empleo de aditivos nocivos. Además estos papeles eran de altísima calidad en cuanto a
su durabilidad, porque muchos de ellos ya tiene varios siglos de existencia. Pero el
crecimiento brusco de la demanda de este material para la impresión (el papel aparece
primero que la imprenta) obligó a buscar nuevas técnicas y nuevos materiales para la
fabricación del papel y consecuencia de ello fue la utilización de aditamentos nocivos así
como la utilización de árboles a un ritmo muy acelerado, lo cual constituye una de las
causas (no la única) del proceso de deforestación de los grandes bosques de árboles
madereros. También empieza a surgir el papel de mala calidad debido al empleo de
productos químicos tales como el alumbre (que al descomponerse en presencia de ciertos
niveles de humedad termina por formar ácido sulfúrico dentro del propio papel) y del cloro
utilizado como blanqueador (porque se tenía que usar trapos de color conforme crecía la
demanda). El cloro (utilizado a partir de 1774) era uno de los peores enemigos del papel si
no se eliminaban totalmente los residuos del mismo durante el tratamiento para el blanqueo
de los trapos de color. Todo esto se agravó a partir de 1850 cuando al combinarse el azufre
con la colofonia –una resina obtenida de los pinos– para precipitar este material en las
fibras. La colofonia había reemplazado a la gelatina para encolar porque se podía añadir
directamente en la tina con la suspensión de fibras evitando su aplicación después de la
formación de las hojas, lo cual quiere decir menos trabajo y más rapidez de elaboración y,
por lo tanto, beneficio económico para el fabricante. Pero la combinación del alumbre, una
sal ácida, con la colofonia, un oxidante, provocaba una friabilidad –fragilidad física–
prematura y un oscurecimiento del papel fabricado a máquina.
Fue René Reaumur quien, en 1719, señaló, nada menos como consecuencia de sus
observaciones sobre los nidos de las abejas fabricados con «papel» de madera, la
posibilidad de utilizar la madera para la fabricación de papel, la cual comenzó a utilizarse a
mediados del siglo XIX y que tuvo una gran ventaja adicional y decisiva: su bajo costo. La
pulpa, conocida como pasta mecánica, se obtiene de los troncos de los árboles, sin la
corteza, cuando se trituran con una rueda de piedra giratoria. La pulpa obtenida por este
método retiene todos los componentes de la madera, incluyendo la dañina lignina, (la cual
es factible de ser eliminada) aunque algunos compuestos solubles en agua se eliminan
durante el proceso de la trituración. Pero allí no quedan los males. Para agravar la situación
existían, y existen aún hoy, otras fuentes de acidez: los residuos de los productos químicos
utilizados para blanquear; los gases presentes en la atmósfera que invaden las ciudades por
la combustión de los derivados del petróleo que consumen los diversos medios de
transporte, sistemas de calefacción, etc; las fábricas que contaminan la atmósfera con gases
nocivos tales como el anhídrido sulfúrico, los óxidos de nitrógeno, los peróxidos y el ozono.
Es triste saber que a gran parte del papel fabricado hoy día se le estima una vida media
máxima de cincuenta años. ¡Menuda esperanza de vida cuando se compara con la de los
papeles de tiempos pasados que ya han cumplido muchos cientos de años en un estado de
conservación perfecto! La preocupante realidad de la mala calidad del papel fue puesta en
evidencia por una investigación encargada, en 1959, por el Council on Library Sources
(Consejo de Recursos Bibliotecarios) de los Estados Unidos de América a William J. Barrow,
donde se concluye, en base a la utilización de libros publicados entre 1900 y 1930, que el
90% se habían hecho con papel cuya esperanza de vida aproximada es de solo 50 años y
que solo el 1% del papel investigado podía clasificarse como durable. El reto, y esto es lo
valioso de la investigación y sus consecuencias, fue el desarrollar una pasta tratada
químicamente que fuera igual o superior al papel de alta calidad. La investigación, hecha
conjuntamente con industriales, demostró que ello sí era posible, sin la utilización de aditivos
nocivos e incluso con la introducción de cargas de carbonato para neutralizar cualquier
residuo ácido. La solución técnica había sido hallada, el escollo sería ahora el problema
económico, porque el nuevo papel era más costoso y los productores no estaban seguros
de la rentabilidad del mismo. La presión hacia los gobiernos para que estos a su vez
presionar a las empresas productoras correría y corre a cargo de los archivos y bibliotecas
del mundo.
En Estados Unidos, uno de los países pioneros en la búsqueda de un papel de mejor
calidad, tanto por el interés de los profesionales relacionados de un modo u otro con los
libros como por el poder económico para llevar a cabo su desarrollo e implantación, fue un
camino largo y difícil de atravesar. Sin embargo, en el mes de octubre de 1990, una
resolución política sobre la necesidad de utilizar el papel permanente fue convertida en una
Ley Pública (núm. 102-423) que regulaba las normas a seguir en la fabricación y en el uso
estatal para dos tipos de papel.
En primer lugar, la obligación de usar papeles permanentes libres de ácido, con un pH no
inferior a 6.5, para publicaciones federales a las que se les estime un valor documental
permanente. En segundo lugar, la obligación de usar papeles de calidad de archivo libres de
ácido para aquellos documentos federales a los que se les asigne un valor documental
permanente. Los papeles así designados son aquellos con un valor de pH no inferior a 7.5 y
con una reserva mínima de carbonato cálcico del 2% (el cual actúa como una barrera
protectora frente a los residuos ácidos) más ciertos requerimientos físicos tales como una
cierta resistencia al plegado, al desgarro y al mantenimiento de su color.
Finalmente conviene destacar que el 8 de septiembre de 1996 el National Archives and
Records Administration (Administración Nacional de Archivos y Documentos) publicó una
guía para la aplicación de la Ley Pública (núm. 101-423) que daba las siguientes
definiciones sobre los papeles estables:
Papel alcalino: Papel con una duración de, por lo menos, 100 años bajo condiciones
normales de utilización y almacenamiento. El papel alcalino no tiene en su composición
pasta de madera mecánica, con un valor pH mínimo de 7 y una reserva alcalina de un 2% o
más.
Papel genérico: Papel sin un valor de pH específico y sin reserva alcalina. La duración del
papel genérico varía y es incierta pero muchos oscilarán entre 50 y 100 años. Este tipo de
papel es el empleado para la elaboración de guías telefónicas, anuncios, boletines, etc.).
Papel permanente: Papel que durará cientos de años sin un deterioro significativo bajo
condiciones normales de uso y almacenamiento. El papel permanente no contiene pasta de
madera mecánica, tiene un pH de 7.5 o más, con una reserva alcalina del 2% o más, y otras
propiedades de comportamiento que permiten la utilización y conservación de los
documentos durante un enorme período de tiempo.
En Australia desde 1991 y después de una larga pugna por parte de los conservadores,
archiveros y bibliotecarios para que se fabricara papel permanente, la batalla fue ganada. La
Asociación Nacional de Fabricantes de Papel y de Pulpa ha redactado una lista de normas
que deberán cumplir aquellos productos elaborados por las industrias papeleras que quieran
obtener la denominación de permanentes.
En Canadá, en enero 1992, el Ministerio de Comunicaciones anunció su decisión de usar a
escala nacional el papel permanente para los documentos de un valor documental
permanente, y delegó en sus Archivos Nacionales para que éstos decidieran, en
concomitancia con otras agencias gubernamentales, qué tipo de documentos requerirían tal
tipo de papel.
En Europa, el European Librarians and Publishers Working Group –ELP- (Grupo de Trabajo
de Bibliotecarios y Editores Europeos) anunció que el uso del papel libre de ácido, resistente
al envejecimiento, es urgente y publicó al respecto una lista de recomendaciones como base
para la salvaguarda a largo plazo de la palabra impresa. El ELP ha recalcado que las
normas relativas al papel deben ser compatibles dentro de la Comunidad Europea y que la
producción del papel libre de ácido es cada vez mayor y más asequible económicamente,
por lo que el precio no puede continuar siendo una objeción para el uso de dicho papel.
Esto nos lleva a la conclusión que la tecnología actual puede compatibilizar las necesidades
de la producción de papel con la necesidad perentoria de cuidar el medio ambiente y que
ello hará factible un papel que no sea un factor agresivo en la depredación de árboles
madereros.
El libro electrónico al ser un producto que no afecta el medio ambiente, significa también un
gran avance en este importante campo de la interrelación del hombre con su medio.
Todo lo anteriormente dicho no significa desconocer que la cultura del papel, con un papel
de calidad que proteja el medio ambiente todavía tiene para largo, porque muchísimo de lo
que uno obtiene vía Internet es almacenado en los discos duros o en los disquetes a veces
en su forma original pero en otras copiado en word y para ello dándole una nueva
configuración en cuanto a formato, fuente, convirtiendo tablas en texto, etc. y en una gran
proporción luego impreso, claro que perdiéndose la hipertextualidad en el formato impreso
pero sabiendo que a dicha intertextualidad podemos volver cuando lo deseemos porque lo
tenemos almacenado en nuestros disquetes o disco duro.
Retomemos la perspectiva pedagógica, que es nuestra especialidad y nuestra
preocupación, y veamos cómo se considera que actualmente, con estas últimas
generaciones, se está perfilando lo que ha dado en llamarse la «generación clic» la cual va
a terminar por sustituir a la «generación zapping» y ello va a implicar (realmente ya lo está
haciendo) la aparición de una escuela clic, que ha convertido en un fetiche la computadora e
internet (no se puede negar, por otra parte, que también el libro tiene carácter de fetiche).
Ya hemos citado el artículo, muy importante por las ideas y datos que en el se encuentran,
titulado «Je clique, donc je pense» y en el cual leemos acerca de la grave preocupación que
en Francia existe por el relativo atraso de ese país, con relación a otros países
desarrollados, en lo que se refiere a internet en el sistema educativo. El «Je clique, donc je
pense» presentado a la manera del «cogito ergo sum» de Descartes, refleja a la generación
clic. Pero como señala Thierry Leterre si bien es cierto que hay cierta semejanza entre las
características de las generaciones zapping y clic, sin embargo también hay importantes
diferencias, que favorecen a la segunda. Cuando se hace zapping, quien determina lo que
se quiere ver no es el que tiene en su manos el «control remoto» sino el canal de televisión,
en tanto que cuando se hace clic se salta, es cierto, de un sitio a otro, pero esto se hace en
función de un interés personal y se puede imaginar lo que le espera al hacer el salto y, por
otra parte se busca lo que uno desea. Podemos estar, por ejemplo, con un CD-ROM,
«leyendo» una enciclopedia y ella abrirnos la posibilidad de conectarnos a internet sobre el
tema del cual estamos informándonos. Es verdad que haciendo clic haremos el salto e
iniciaremos la «navegación» como cibernautas, pero quien ha decidido salir de la
enciclopedia e internarse en el ciberespacio somos nosotros y sabemos a donde nos
dirigimos. Ello es, innegablemente, una diferencia cualitativa muy grande entre el zapping y
el cliqueo. Nos espera pues una escuela y un sistema educativo que ha de superar los
graves problemas y daños acarreados por la escuela zapping. Ha de superarse la escuela
zapping y podrá lograrse la gran síntesis entre los valores de la escuela tradicional y los de
la llamada escuela nueva, logrando una escuela donde los alumnos salgan "sabiendo
muchas cosas" pero además aprendan a pensar, desarrollen su recto juicio y grandes
virtudes morales. Una escuela donde se haya hecho carne la idea de que no existe
contradicción alguna entre el "saber mucho" y "pensar bien", sino por el contrario que ambos
fenómenos son mutuamente causa y efecto en un proceso de retroalimentación (Ignacio
Massun). Se podrá hacer realidad el «hombre integrado» es decir el salto cualitativamente
superior con relación al «homo videns», uniendo, como dice Yolanda Osterling, "lo antiguo
con lo nuevo, el concepto y la visión, la imaginación verbalizada y la imagen
conceptualizada..." (Osterling H., Yolanda ‘Homo videns’, "El Comercio" de Lima, 9 de
setiembre de 1998, sección A, página 3).
Como dice Patricia Halaban: “Podemos presumir que en el futuro, el libro y el ordenador
coexistirán, y que cada uno de ellos se utilizará en beneficio de las funciones y de las
necesidades personales y sociales que puedan satisfacer, sin desmedro del resto de las
tecnologías, donde se integrarán la autoridad emanada de los autores legitimados, la
pluralidad de mundos de documentación y la multiplicidad de creaciones individuales”.
(Halaban, Patricia, “Texto e Hipertexto:¿Muerte del libro?” Universidad Blas Pascal.
Córdoba-Argentina; http://www.utec.edu.sv/campus/campus.htm)
En fin, una escuela y en general una sociedad que ha de disponer todavía por algún tiempo,
y en armónica coexistencia, del libro en dos soportes: sobre papel y digitalizado. Ya hemos
dicho que el libro escrito imitó al libro manuscrito y que actualmente el libro electrónico trata
de aprovechar al máximo las bondades del formato del libro escrito sobre papel. Pero
asimismo el libro tradicional recibirá (ya la está recibiendo) la influencia de la informática y
comenzará a utilizar, con las limitaciones enormes que es fácil comprender, los recursos de
Internet y los libros electrónicos. En el “Diccionario de Dudas” de Ramón Sol (Barcelona,
2001), leemos: "Además, un sencillo sistema de remisiones al final de algunas entradas
permitirá al lector «navegar» por el texto –como se dice ahora en el ámbito del omnipresente
Internet-, o sea, conocer otras palabras que presentan problemas parecidos desde el punto
de vista léxico, gramatical o conceptual" (Op. cit.; p. 13). Y en verdad que este sistema logra
su objetivo de hacer que saltemos de una a otra u otras palabras para comparar y reforzar
conocimientos.
Si el libro impreso comenzó buscando que asemejarse a los libros manuscritos y los libros
electrónicos tratan de tener todas las bondades del libro tradicional, no nos debemos
extrañar que las cosas buenas (y una de las grandes cosas creadas por el hombre es el
libro) no mueran en realidad sino que pervivan adoptando solo nuevas modalidades y que
en realidad solo se tratan de nuevos soportes. Al comenzar este capítulo preguntábamos:
¿Se alejará el libro a una velocidad cada más creciente y terminará por abandonar la
Galaxia Gutenberg para ingresar a la Galaxia Digital?. La respuesta la encontramos en el
planteamiento hecho por el prestigioso estudioso Robert Darnton, quien finaliza su ensayo
“La nueva era del libro. Publicación electrónica y nuevas formas de lectura” diciendo: “...El
mundo del aprendizaje está cambiando tan rápido que nadie puede predecir cómo será
dentro de diez años. Pero creo que permanecerá dentro de la galaxia de Gutenberg, aunque
la galaxia se expandirá gracias a un nueva fuente de energía: el libro electrónico, el cual
funcionará como un complemento, no como un sustituto, para la gran máquina de
Gutenberg”. Lo propio sostiene Edwin S. Gleaves, para quien el libro, como el gato, tiene
muchas vidas, porque puede presentarse en diversos formatos e incluso en diversos
soportes, aunque esto implique un concepto amplio del libro en sí mismo. El autor citado
nos dice que actualmente el libro puede salir en varios formatos: hardback, paperback, en
revistas, en screenplays, en libro parlantes (grabados), para no hablar de los libros
multimedia (CD-ROM) y de los e-book. El libro y sobretodo la lectura tienen su vida
asegurada y, en el caso del libro, está garantizado que sobrevivirá cuando ya se haya
extinguido la especie humana, de no mediar la desaparición no solo de la especie humana
sino del planeta todo por algún cataclismo cósmico. ¿Para quiénes y para qué sobrevivirán
los libros creados por el hombre a través del tiempo y del espacio? . Solo Dios lo ha de
saber.
Ligado íntimamente con el futuro del libro y el libro del futuro se encuentra el futuro de la
biblioteca y la biblioteca del futuro. En un ensayo muy interesante publicado por José Miguel
Oviedo en el Suplemento dominical de "El Comercio" de Lima, de 14 de julio de 2002,
titulado «Biblioteca sin libros» se analiza como las bibliotecas actuales, en los Estados
Unidos, tienden a ir reemplazando los libros en átomos por los libros en bites y ello como
consecuencia de que al ritmo como crecen algunas bibliotecas en cuanto a libros, revistas y
periódicos se está generando un problema que se va convirtiendo en inmanejable, cual es el
concerniente a la exigencia de cada vez mayor cantidad de espacio para guardar esos
materiales y que por ello el almacenamiento electrónico es la solución. Por supuesto que
esto se da en las bibliotecas de los países ricos, porque en los países pobres las bibliotecas
públicas, las bibliotecas escolares, las bibliotecas universitarias carecen de los fondos
necesarios para la adquisición de material bibliográfico y de otros tipos. Pero volviendo a los
países ricos, allí ya se va haciendo realidad la biblioteca que almacena su material en forma
electrónica. Esta nueva biblioteca, nos señal J.M. Oviedo, permitiría que el tránsito de los
lectores por ella así como el número de personal de la misma pueda reducirse
significativamente y sin afectar a los usuarios, "pues estos podían consultar las obras desde
su computadora doméstica, leer e imprimir cuanto quisieran , sin molestar a nadie y sin tocar
un solo libro..." ¿Una biblioteca sin libros, una mera "chipoteca", según expresión de
Oviedo?. La incineración de materiales bibliográficos poco o nada leído y que solo ocupan
espacio es ya una realidad en los Estados Unidos. Como nos recuerda Oviedo es la ficción
de Fahrenheit 451 (la temperatura a la que arde el papel) hecha realidad. Oviedo finaliza su
artículo diciéndonos: "La era informática nos ha abierto maravillosos horizontes, pero ha
cerrado otros. Nos está haciendo olvidar que no solo leemos para estar informados, sino por
puro placer, donde no hay reglas ni datos cuantificables".
Es innegable que la biblioteca al igual que el libro tiene asegurada su existencia. Pero
también es innegable que tendrá que enfrentar ( en realidad ya lo está haciendo y de una
manera muy adecuada) cambios que la tecnología le impone. Ya una biblioteca no sólo es
un repositorio de libros, revistas y periódicos. Cuenta con vídeos, películas, CD de audio,
CD-ROM, DVD y por supuesto las infaltables computadoras u ordenadores e Internet. A este
nuevo tipo de «biblioteca» se le ha dado el nombre de Biblioteca Híbrida, en la medida que
es concebida como la institución que cuenta con recursos no digitales o tradicionales
(que incluye no sólo materiales sobre soporte de papel sino también documentos
audiovisuales en soporte magnético, mapas, etc.), recursos de transición, es decir
recursos tradicionales que han sido digitalizados y, por supuesto, los nuevos recursos, es
decir aquellos recursos digitales normalizados, en los que los datos y los métodos de acceso
forman una unidad. (Saorín Pérez, Tomás. “El concepto de Biblioteca Híbrida”). Recomiendo
leer sobre el tema los trabajos de Georgina Araceli Torres Vargas “La Biblioteca Híbrida:
¿Un paso hacia el acceso universal la información? y de Chris `Rusbridge “Towards the
hybrid library”. Y, por supuesto, del importantísimo libro de Fred Lerner ya varias veces
citado el capítulo XIV “Las bibliotecas del futuro”, pp. 247-258.
Considero que la biblioteca del futuro (que ya es una realidad, que ya es presente) ha de
seguir deparando a los verdaderos amantes de la lectura ya no solo textos sino también
imágenes, animaciones, películas, vídeos, etc. También los excelentes cederrón despiertan
similar sentimiento posesorio y amatorio por parte de los amantes de la lectura. Una
videoteca, por ejemplo, es capaz de brindarnos no sólo excelente información sino un placer
inimaginable; se puede aprender en forma placentera. (Véase si no los programas grabados
de los canales de cable dedicados exclusivamente a temas culturales en las más variadas
áreas de la cultura humana). Y lo propio puede decirse de la fototeca o de la cinemateca.
Hoy en día con los vídeos y con los DVD podemos con una mayor facilidad aprovechar de
excelentes películas para, por ejemplo en el caso histórico, hacer que los estudiantes se
enfrenten con acontecimientos recreados adecuadamente y que al ser correctamente
utilizados van a actuar como excelentes motivadores, dándose el caso que pueden hacer
que algunos estudiante se interesen por conocer más sobre determinado tema. Cómo no
sacarle provecho a películas como Amén, El Pianista, La lista Schindler, para mencionar
tres películas que tiene que ver con el tema de la Alemania Nazi, la judeofobia y el
exterminio judío.
Por otra parte, debemos tener presente que los países ricos apenas constituyen 1/6 de la
población mundial y que por lo tanto su supuestos o reales problemas no lo son de toda la
humanidad. Aparte que consideramos que la tendencia a la biblioteca electrónica no ha de
eliminar, por lo menos en un futuro a corto y mediano plazo la presencia del libro, la revista y
los periódicos físicos. Cuando esto ocurra solo habremos evolucionado de una soporte a
otro de la escritura. Y si la bibliotecas mesopotámicas estaban conformadas por libros
hechos en tabletas de arcilla, las egipcias de papiro, para después surgir las de libros en
pergamino y luego aparecer las de libros en papel, tal vez en un futuro lo sean en un soporte
electrónico que ha de requerir un material (monitor actualmente) para hacerse tangible,
aunque esta tangibilidad sea transitoria pero eterna y ubicua. La reapertura de la
celebérrima Biblioteca de Alejandría es una muestra de la biblioteca actual. Su monumental
edificio tiene capacidad para 8 millones de volúmenes (cuenta ahora sólo con 240.000
volúmenes) y alberga, además, un centro de conferencias para 3200 personas, un
planetario y cinco institutos de investigación entre los que se encuentran la Escuela
Internacional de Estudios en Información, el Laboratorio de Restauración de Manuscritos
Raros y un centro de Estudios del Internet que ya ha permitido que algunos de los diez mil
manuscritos y libros raros de la rica colección de la biblioteca hayan sido digitalizados. En
sus 45000 metros cuadrados funcionarán también tres museos (uno dedicado a
manuscritos, otro a la caligrafía y un tercero a la ciencia) y cuatro galerías de arte. El
proyecto costó 220 millones de dólares, de los cuales 120 fueron aportados por el Estado
egipcio y el resto por donaciones. El más insólito de los benefactores fue Saddam Hussein,
cuyo cheque, por 21 millones de dólares, alcanzó afortunadamente las arcas de la biblioteca
una semana antes de su invasión de Kuwait, en 1990.
Al llegar al final de este trabajo deseo terminar con las palabras de Edwin S. Gleaves
referidas justamente al futuro del libro, de las bibliotecas y en general la cultura basada en
el libro. Él nos dice: «Yo creo que podemos vivir en este mundo sin tener que abandonar la
cultura libresca, ni la profesión bibliotecaria (el se desempeñaba como State Librarin and
Archivist en el Estado de Tennessee). Un futuro sin esta cultura, un futuro sin esta
profesión, sería, creo yo, un cuerpo sin corazón, un futuro sin futuro».
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http://www.monografias.com/trabajos12/futulib/futulib.shtml
ANEXO
El simple acto de la lectura implica, en realidad, miles de significados que este libro -la
primera gran síntesis histórica en la materia- nos revela. Leer uno o varios textos, en voz
alta o en silencio, rápidamente o descifrándolos con dificultad, en un manuscrito o en un
ordenador, equivale, cada vez, a recrear el sentido de lo escrito en función de nuestras
propias competencias y expectativas.
Fruto del trabajo de los máximos especialistas en el tema, esta Historia pone en evidencia
los cambios fundamentales que han tenido lugar en la lectura -de la lectura silenciosa en la
Grecia Antigua a las novedades introducidas por la imprenta y las revoluciones electrónicas
que estamos viviendo. También nos presenta historias de objetos, de los libros en sus
diversas formas, así como historias de los hombres y de las mujeres, adultos o jóvenes, de
sus gestos y costumbres, de los espacios y los tiempos reservados a la lectura...
INTRODUCCIÓN
Por Guglielmo Cavallo y Roger Chartier
INTRODUCCIÓN
Por Guglielmo Cavalo y Roger Chartier
Una historia de largo alcance de las lecturas y los lectores ha de ser la de la historicidad de
los modos de utilización, de comprensión y de apropiación de los textos. Considera al
«mundo del texto» como un mundo de objetos, formas y ritos cuyas convenciones y
disposiciones sirven de soporte y obligan a la construcción del sentido. Por otro lado,
considera asimismo que el «mundo del lector» está constituido por «comunidades de
interpretación» (según la expresión de Stanley y Fish), a las que pertenecen los lectores/as
singulares. Cada una de esta comunidades comparte, en se relación con lo escrito, un
mismo conjunto de competencias, usos, códigos e intereses. Por ello, en todo este libro se
verá una doble atención: a la materialidad de los textos y a la practica de sus lectores.
«Los nuevos lectores contribuyen a elaborar nuevos textos, y su nuevos significados están
en función de sus nuevas formas». De ese modo designa D.F. McKenzie con sobrada
agudeza el doble conjunto de variaciones -las de las formas de lo escrito y las de la
identidad de los públicos- que ha de tenerse en cuenta toda historia deseosa de restituir el
significado movedizo y plural de los textos. En la presente obra hemos sacado provecho de
la constatación de diferentes maneras: descubriendo los principales contrastes que, a la
larga oponen entre sí a las diferentes maneras de leer; caracterizando en sus diferencias las
prácticas de las diversas comunidades de lectores dentro de una misma sociedad;
prestando atención a las transformaciones de las formas y los códigos que modifican, a la
vez, el estatuto y el público de los diferentes géneros de textos.
Semejante perspectiva, si bien está claramente inscrita en la tradición de la historia del libro,
tiende, sin embargo, a desplazar sus cuestiones y trayectorias. En efecto, la historia del libro
se ha dado como objeto de la medida de la desigual presencia del libro en los diferentes
grupos que integran una sociedad. De lo cual se infiere, en consecuencia, la construcción
totalmente necesaria de indicadores aptos para revelar las distancias culturales: por
ejemplo, para un lugar y un tiempo dados, la desigual posesión del libro, la jerarquía de las
bibliotecas en función del número de obras que contiene o la caracterización temática de los
conjuntos a tenor de la parte que en ellas ocupan las diferentes categorías bibliográficas.
Desde ese enfoque, reconocer las lecturas equivale, ante todo, a constituir series,
establecer umbrales y construir estadísticas. El propósito, en definitiva, consiste en localizar
las traducciones culturales de las diferencias sociales.
Esa trayectoria ha acumulado un saber sin el que hubieran resultado impensables otras
indagaciones, y este libro, imposible. Sin embargo, no es suficiente para escribir una historia
de las prácticas de la lectura. Ante todo, postula de modo implícito que las grandes
diferencias culturales están necesariamente organizadas con arreglo a un desglose social
previo. Debido a ello, relaciona las diferencias en las prácticas de ciertas oposiciones
sociales construidas a priori, ya sea a la escala de contrastes macroscópicos (entre las élites
y el pueblo), ya sea a la escala de diferenciaciones menores (por ejemplo, entre grupos
sociales jerarquizados por distinciones de condición o de oficio y por niveles económicos).
Y lo cierto es que las diferenciaciones sociales no se jerarquizan con arreglo a una rejilla
única de desglose de lo social, que supuestamente gobierna tanto la desigual presencia de
los objetos como la diversidad de las prácticas. Ha de invertirse la perspectiva y localizar los
círculos o comunidades que comparte una misma relación con lo escrito. El partir así de la
circulación de los objetos y de la identidad de las prácticas, y no de las clases o los grupos,
conduce a reconocer la multiplicidad de los principios de diferenciación que pueden dar
razón a las diferencias culturales: por ejemplo, la pertenencia a un género o a una
generación, las adhesiones religiosas, las solidaridades comunitarias, las tradiciones
educativas o corporativas, etc.
Para cada una de las «comunidades de interpretación» así identificadas, la relación con lo
escrito se efectúa a través de las técnicas, los gestos y los modos de ser. La lectura no es
solamente una operación intelectual abstracta: es una puesta a prueba del cuerpo, la
inscripción en el espacio, la relación consigo mismo o con los demás. Por ello, en el
presente libro, se ha prestado una atención muy particular a las maneras de leer que han
desaparecido o que, por lo menos, han quedado marginalizadas en el mundo
contemporáneo. Por ejemplo, la lectura en voz alta, en su doble función de comunicar lo
escrito a quienes no lo saben descifrar, pero asimismo de fomentar ciertas formas de
sociabilidad que son otras tantas figuras de lo privado, la intimidad familiar, la convivencia
mundana, la connivencia entre cultos. Una historia de la lectura no tiene que limitarse
únicamente a la genealogía de nuestra manera contemporánea de leer, en silencio y con los
ojos. Implica igualmente, y quizá sobre todo, la tarea de recobrar los gestos olvidados, los
hábitos desaparecidos. El reto es considerable, ya que revela no sólo la distante rareza de
prácticas antiguamente comunes, sino también el estatuto primero y específico de textos
que fueron compuestos para lecturas que ya no son las de sus lectores de hoy. En el mundo
clásico, en la Edad Media, y hasta los siglos XVI y XVII, le lectura implícita, pero efectiva, de
numerosos textos es una oralización, y sus «lectores» son los oyentes de una voz lectora. Al
estar esa lectura dirigida al oído tanto como a la vista, el texto juega con formas y fórmulas
aptas para someter lo escrito a las exigencias propias del «lucimiento» oral.
Contra la representación elaborada por la propia literatura y recogida por la más cuantitativa
de las historias del libro, según la cual el texto existe en sí, separado de toda materialidad,
cabe recordar que no hay texto alguno fuera del soporte que permite leerle (o escucharle).
Los autores no escriben libros: no, escriben textos que se transforman en objetos escritos -
manuscritos, grabados, impresos y, hoy, informatizados- manejados de diversa manera por
unos lectores de carne y hueso cuyas maneras de leer varían con arreglo a los tiempos, los
lugares y los ámbitos.
Ha sido ese proceso, olvidado con harta frecuencia, el que hemos puesto en el centro de la
presente obra, que pretende localizar, dentro de cada una de las secuencias cronológicas
escogidas, las mutaciones fundamentales que ha ido transformando en el mundo occidental
las prácticas de lectura y, más allá, sus relaciones con lo escrito. A ello se debe la
organización a la vez cronológica y temática de nuestro volumen, articulado en trece
capítulos que nos llevan desde la invención de la lectura silenciosa en la Grecia clásica
hasta las prácticas nuevas, permitidas y a la vez impuestas por la revolución electrónica de
nuestro presente.
En su artículo «Silent Reading in Antiquity» (1968), Bernard Knox cita dos textos del siglo V
a.C. que parecen demostrar que los griegos -o para ser más precisos, algunos de ellos-
practicaban la lectura silenciosa, y que en la época de la guerra del Peloponeso, los poetas
dramáticos podían contar con una familiaridad de su público con ella. El primero de esos
textos era un pasaje del Hipólito de Eurípides, que data del 428 a.C. Teseo ve la tablilla de
escritura que pendía de la mano de Fedra, y se pregunta qué era lo que le podía anunciar.
Rompe el sello. El coro interviene para cantar su inquietud, hasta que le interrumpe Teseo,
exclamando: «¡Ay! ¿Qué desgracia intolerable, indecible, vendrá a añadirse a la desgracia?
¡Infortunado de mí! A petición del coro, revelará después el contenido de la tablilla, no
leyéndola en voz alta, sino resumiendo su contenido. La había leído claramente en silencio,
durante el canto del coro.
El segundo texto de Knox es un pasaje de Los caballeros de Aristóteles, fechado en 424
a.C. Se trataba de la lectura de un oráculo escrito, que Nicias logró robarle a Paflagón:
«Déjamelo para que lo lea», le dice Demóstenes a Nicias, quien le escanciaba una primera
copa de vino y le pregunta: «¿Qué dice el oráculo?» A lo que Demóstenes, absorto en su
lectura, le replica: «¡Lléname otra copa!» «¿De veras dice que te llene otra copa?», le
pregunta entonces Nicias, creyendo que se trataba de una lectura en voz alta hecha por
Demóstenes. Esa broma se repite y se amplía en los versos siguientes, hasta que
Demóstenes le revela a Nicias: «Aquí dentro se dice cómo va a parecer el propio Paflagón».
Le ofrece luego un resumen del oráculo. No lo lee: lo ha hecho ya, en silencio. Ese pasaje
nos presenta a un lector que tenía la costumbre de leer para sus adentros (y que hasta
sabía hacerlo y pedir de beber al mismo tiempo...) junto a un oyente que no parecía
acostumbrado a esa práctica sino que toma las palabras pronunciadas por el lector por
palabras leídas, cuando en realidad no lo eran.
La escena de Los caballeros es especialmente instructiva, por menos de entrada, porque
indica que la práctica de la lectura silenciosa no era una cosa conocida por todos en 424
(Platón tenía entonces cinco años), aunque se daba por supuesto que el público de la
comedia la conocía. Era una práctica reservada a un número limitado de lectores, y sin duda
desconocida por buen número de griegos, sobre todo -cabe pensar- por los analfabetos, que
no conocían la escritura más que «desde fuera». Además, conviene recordar que los dos
documentos citados eran de procedencia ateniense; en lugares como Esparta, donde se
esforzaban por limitar la enseñanza de las letras a «lo estrictamente necesario», la lectura
silenciosa debió ser todavía menos susceptible de ser conocida, y menos practicada. Para el
lector que leía poco y de manera esporádica era probable que el desciframiento lento y a
tientas de lo escrito no engendraría la necesidad de una interiorización de la voz, ya que la
voz era precisamente el instrumento mediante el cual la secuencia gráfica era reconocida
como lenguaje. Ya hemos visto que la sonorización de lo escrito se programaba,
negativamente, mediante la ausencia de intervalos. Y si esa sonorización era un valor en sí,
¿por qué s iba a sentir la necesidad de abandonar la scriptio continua, obstáculo técnico al
desarrollo de la lectura silenciosa?
Porque la ausencia de intervalos era un obstáculo, y lo siguió siendo. Pero no fue un
obstáculo insalvable, como cabría creerlo partiendo de la experiencia medieval, en la cual,
según Paul Saenger, la word division fue una condición necesaria para que pudiera
difundirse la lectura silenciosa, practicada por monjes que copiaban textos en silencio.
Porque, como acabamos de comprobar, los griegos parecen haber sabido leer en silencio,
aun conservando la scriptio continua. Como sugiere Knox, el manejo frecuente de grandes
cantidades de texto abrió la posibilidad de una lectura silenciosa en la Antigüedad,
silenciosa y, por tanto, rápida. En el siglo V a.C. es verosímil que Heródoto abandonase la
lectura en alta voz en el transcurso de su labor de historiador; y, ya en la segunda mitad del
siglo VI, quienes en Atenas bajo los pisistrátidas se ocuparon del texto homérico con miras
así filológicas -como pudo hacerlos el poeta Simónides- tuvieron sin duda la ocasión de
aplicar esa técnica. Técnica reservada a una minoría, claro está, pero una minoría
importante en la que se hallaban desde luego los poetas dramáticos.
La introducción del intervalo no bastó para generalizar la lectura silenciosa en la Edad
Media. Fue preciso algo más que esa innovación técnica llevada a cabo ya en el siglo VII de
nuestra era. Fueron precisas las exigencias de la ciencia escolástica para que las ventajas
de la lectura silenciosa -rapidez, inteligibilidad- fueran descubiertas y explotadas en gran
escala. Efectivamente, fue en el seno de la ciencia escolástica donde pudo «cuajar» la
lectura silenciosa, si bien permaneció prácticamente desconocida en el resto de la sociedad
medieval. Y del mismo modo -digo yo- el manejo de grandes cantidades de textos no sería
un factor suficiente para que la lectura silenciosa «cuajase» a lo largo del siglo V a.C. en
determinados círculos de la Grecia antigua. La lectura extensiva parece más bien ser fruto
de una innovación cualitativa en la actitud respecto de lo escrito. Fruto de todo un contexto
mental, nuevo y poderoso, capaz de reestructurar las categorías de la lectura tradicional.
Porque no cabe que la lectura silenciosa fuese estructurada solamente por el hecho
cuantitativo: verdad es que el propio Knox no cita más que a autores postclásicos -por
ejemplo, el muy erudito Dídimo de Alejandría, autor de varios millares de libros- cuando
quiere evocar las dilatadas lecturas de los clásicos. Puede serlo, en cambio, mediante la
experiencia del teatro.
La alta Edad Media heredó de la Antigüedad una tradición de lectura que abarcaba las
cuatro funciones de los estudios gramaticales (grammaticae officia): lectio, emendatio,
enarratio y iudicium. La lectio era el proceso por el cual el lector tenía que descifrar el texto
(discretio) identificando sus elementos -letras, sílabas, palabras y oraciones- para poder
leerlo en voz alta (pronuntiatio) de acuerdo con la acentuación que exigía el sentido. La
emendatio -un proceso que surge como consecuencia de la transmisión de manuscritos-
requería que el lector (o su maestro) corrigiera el texto sobre la copia, por lo que a veces
sentía la tentación de «mejorarlo». La enarratio consistía en identificar (o comentar) las
características del vocabulario, la forma retórica y literaria, y, sobre todo, en interpretar el
contenido del texto (explanatio). El iudicium era el proceso consistente en valorar las
cualidades estéticas o las virtudes morales o filosóficas del texto (bene dictorum
conprobatio).
El lector había heredado también de la Antigüedad tardía un corpus de conocimientos
gramaticales que servían más para facilitar el proceso de leer que para despertar el interés
en el propio lenguaje. La rigidez de esta aproximación al lenguaje se prolongó durante
mucho tiempo a causa de la creencia de que el hombre debía ocuparse de la lengua en que
estaba escrita la palabra de Dios, así como por la tendencia a aceptar la existencia de
diferentes sistemas lingüísticos como una consecuencia inevitable de la Torre de Babel.. Las
gramáticas tradicionales consideraban la palabra como un fenómeno lingüístico aislado,
utilizando criterios morfológicos para establecer un conjunto de clases de palabras llamadas
«partes de la oración». Estas gramáticas presentaban y analizaban los paradigmas de
formas asociadas («declinaciones y conjugaciones») y las relaciones sintácticas
superficiales entre las palabras en la construcción de oraciones («concordancia»). De este
modo las gramáticas eran de gran ayuda para el lector, facilitándole el análisis del texto y la
identificación de los elementos de la lengua latina, que proporciona una gran cantidad de
información morfológica por medio de temas y flexiones. Dicha ayuda resultó valiosísima
durante los primeros años de este periodo, cuando los manuscritos se copiaban todavía en
scriptio continua, es decir, sin separación de palabras ni indicación de pausas dentro de los
párrafos.
Los maestros y escritores cristianos aplicaron esta tradición de la enseñanza gramatical a la
interpretación de las Escrituras y, como consecuencia de ello, la educación religiosa y la
literaria estuvieron íntimamente ligadas a todos los niveles. Esta situación era distinta de la
que se daba en la Antigüedad pagana, donde los círculos culturales más elevados estaban
reservados a una élite social. En esta nueva situación se exhortaba a la lectura a todos los
cristianos alfabetizados, pero «a aquellos que aspirasen a llamarse monjes no se les podía
permitir que permaneciesen en la ignorancia de las letras». Como más tarde señalaría
Dhuoda, en un tratado escrito para su hijo, leyendo libros se aprende a conocer a Dios. El
estímulo para la lectura pasaba a ser entonces la salvación del alma, y este poderoso
aliciente se reflejaba en los textos que se leían. El libro de lectura elemental, y el catón de
los niños, pasó a ser el salterio (cuyo conocimiento sirvió durante siglos para comprobar si
alguien sabía leer y escribir). Para aquellos que aprendían mejor de los ejemplos que de los
preceptos había vidas de santos que caracterizaban los ideales cristianos. Para otros, un
nuevo programa de textos conducía a los libros catholicos -el estudio de la divinidad-, que
ayudaban al lector a formular la correcta interpretación de la palabra de Dios como alimento
para su propia alma. «En los comentarios a las Escrituras aprendemos cómo habría que
adquirir y conservar la virtud, y en los relatos de milagros vemos cómo se manifiesta aquello
que se ha adquirido y conservado. Los estudios gramaticales y otros textos estaban
subordinados a este propósito, y se utilizaban para perfeccionar el conocimiento de la
latinidad. San Isidoro observó que «las enseñanzas de los gramáticos pueden incluso
resultar provechosas para nuestra vida, siempre que se sepan usar para buenos fines».
DE LA LECTURA ORAL A LA LECTURA SILENCIOSA
Otra novedad fue el cambio de actitud hacia el propio acto de leer. En la Antigüedad se
insistía en la expresión oral del texto -lectura en voz alta articulando correctamente el
sentido y los ritmos-, lo cual reflejaba el ideal del orador predominante en la cultura antigua.
La lectura en silencio tenía por objeto estudiar el texto de antemano a fin de comprenderlo
adecuadamente. El antiguo arte de leer en voz alta sobrevivió en la liturgia. En el siglo VII
san Isidoro estableció los requisitos que debían cumplir quienes ocupasen el cargo de
Lector en la iglesia:
Quien vaya a ser ascendido a este rango deberá estar versado en la doctrina y los libros, y
conocerá a fondo los significados y las palabras, a fin de que en el análisis de las sententiae
sepa dónde se encuentran los límites gramaticales: dónde prosigue la lectura, dónde
concluye la oración. De este modo dominará la técnica de la expresión oral (vim
pronuntiationis) sin obstáculos, a fin de que todos comprendan con la mente y con el
sentimiento (sensus), distinguiendo entre los tipos de expresión, y expresando los
sentimientos (affectus) de la sententia: ora a la manera del que expone, ora a la manera del
que sufre, ora a la manera del que increpa, ora a la manera del que exhorta, ora
adaptándose a los tipos de expresión adecuada.
El principiante también debía leer en voz alta a fin de que el maestro pudiese asesorarlo.
Superada la etapa elemental, la fluidez en la lectura y en el uso del latín podía ser
estimulada y supervisada leyendo en voz alta en grupo. Durante los siglos IX y X se
copiaban con frecuencia las comedias de Terencio, y, puesto que estos textos se habían
usado en la Antigüedad para que los estudiantes practicasen la pronunciación y
perfeccionasen la elocuencia, era lógico que sirvieran para ese mismo fin en la Edad Media.
En el siglo X Roswitha de Gandersheim escribió obras de teatro para las monjas como
alternativa cristiana y feminista al pagano Terencio. El interés por esos textos más que
entusiasmo por el drama como forma literaria en sí misma, era una manera de adquirir
fluidez en el uso de la lengua de la vida espiritual. La lectura en voz alta, o al menos sotto
voce, se practicaba asimismo durante la lectio monástica para que el lector ejercitase la
memoria auditiva y muscular de las palabras como base para la meditatio. El término
empleado en las diversas Reglas para este tipo de lectura era meditari literas o meditari
psalmos.
Sin embargo, a partir del siglo VI observamos que se empieza a conceder más importancia
a la lectura en silencio. En la Regla de San Benito encontramos referencias a la lectura
individual y a la necesidad de leer para uno mismo con el fin de no molestar a los demás.
Puesto que ese tipo de lectura debía ser supervisada para garantizar que el lector no se
relajase ni se distrajera, de ello se deduce que la lectura en silencio no era infrecuente en
esas circunstancias. Si bien san Isidoro había establecido los requisitos para la lectura en
voz alta en la iglesia, también consideró la preparación para el oficio de lector como una
etapa inicial de la educación eclesiástica. Él mismo prefería la lectura en silencio, que
permitía una mejor comprensión del texto, porque (afirmaba) el lector aprende más cuando
no escucha su voz. De este modo se podía leer sin esfuerzo físico, y al reflexionar sobre las
cosas que se habían leído, éstas se caían de la memoria con menos facilidad.
Un porvenir para la lectura, entendida como una actividad cultural o de deleite para el
hombre alfabetizado, está asegurado, en la medida en que es cierto que en el futuro
próximo continuará la otra actividad comunicativa fundamental, propia de las sociedades
alfabetizadas: la de la escritura. Hasta que dure la actividad de producir textos a través de la
escritura (en cualquiera de sus formas), seguirá existiendo la actividad de leerlos, al menos
en alguna proporción (sea máxima o mínima) de la población mundial.
Por otra parte, no parece que puedan surgir serias dudas sobre la continuidad en un futuro
más o menos cercano de la producción de la escritura por parte de las clases culturales de
la sociedad humana. Nuestro mundo produce actualmente, con funciones muy diferentes,
una cantidad de escritos mucho mayor de cuanto se producía a principios o mediados de
este siglo y de cuanto se haya producido nunca en los siglos pasados; en la mayoría, sino
en la totalidad de los casos, se trata de escritura destinado a cualquier actividad de lectura
inmediata o distanciada en el tiempo, limitada o difundida socialmente. No vemos de qué
modo o por qué esta actividad esencial para el desarrollo de importantes funciones
burocráticas, informativas y productivas, podría o debería dejar de existir. En definitiva, los
hombres (o algunos de ellos) continuarán leyendo mientras haya hombres (los mismos u
otros) que sigan escribiendo para que cuanto escriban sea leído por alguien; y todo ello nos
hace pensar que esta situación continuará existiendo al menos durante algún tiempo.
Según Robert Pattison, «La literacy de la época de los faraones en adelante no ha padecido
estragos, sino solamente cambios»; y podemos presuponer que seguirá cambiando sin
desaparecer.
De modo que no es ésta la cuestión que puede interesar al hitoriador-profeta o al analista de
los comportamientos socioculturales de masa. La pregunta que nos interesa es más sutil:
¿cuál será en el futuro próximo la actividad de lectura de los hombres?, ¿cuánto se
estenderá socialmente y sobre qué tratará?, ¿Qué importancia y qué funciones tendrá en la
sociedad?, ¿la demanda de lectura crecerá o disminuirá? Y cómo se comportarán con
respecto a esto las diversas áreas socioculturales del planeta? Y por último, ¿es verdad lo
que se ha afirmado recientemente, es decir, que «la actividad de leer se retrae en la misma
medida en que la operación de leer se universaliza?».
LO QUE SE LEE, DÓNDE SE LEE
Los historiadores nunca han sido buenos profetas; ellos tienen, como sabemos, numerosas
dificultades para investigar e interpretar el pasado y tienen aún más para adivinar el futuro;
así pues, nadie puede pedirles que se transformen en videntes.
A pesar de ello, si es lícito aventurar algunas previsiones sobre los comportamiento humano
en un sector complejo como el de la culturización, es posible hacerlo sólo partiendo del
análisis de los datos relativos a la situación de la alfabetización, de la producción y de la
demanda de textos, y de la circulación de publicaciones en el mundo en la última década.
Debemos aclarar en primer lugar que un problema como el que hemos expuesto al principio
-y que es el núcleo de este trabajo- no puede afrontarse desde una óptica limitada a los
países desarrollados de Europa y de América, sino con una perspectiva a nivel mundial;
bien porque el porvenir de la lectura está en juego no donde ésta es una práctica habitual y
consolidada, sino allí donde no lo es, bien porque las novedades de la demanda, de la
oferta, de los usos y prácticas de la lectura sólo pueden proceder de las situaciones de
frontera, allí donde la lectura, de la mayoría y de la elite, ahora se está formando y
difundiendo, en situaciones socioculturales absolutamente nuevas respecto al pasado y
respecto a los países de antigua alfabetización. Y en el fondo, o sobre todo, también
porque, como ha escrito recientemente un historiador de la literatura con resuelta sinceridad:
“De ahora en adelante a los intelectuales más rigurosos o sólo más honestos no les será
suficiente dar cuenta del privilegio occidental: deberán medirse con el otro, con alguien
diferente al que no siempre será posible exorcizar invocando la locura y la barbarie del
atraso”.
Los datos de los que disponemos, y que provienen de las investigaciones de la UNESCO,
presentan un cuadro que está modificándose rápidamente y que está muy diversificado en
las diferentes áreas del globo, del cual resulta lo siguiente:
a) El proceso de alfabetización está en lento crecimiento en términos de porcentaje, pero
el número de los analfabetos es cada vez mayor en términos numéricos y ya ha superado
los mil millones. En 1980 había una tasa de analfabetismo del 28,6 por ciento,
correspondiente a 824 millones de individuos; en 1985 el porcentaje había descendido
ligeramente al 28 por ciento, pero el número total llegó a 889 millones. Las áreas en las
cuales el analfabetismo estaba más difundido están localizadas sobre todo en África (en
algunos países árabes y en otros de economía fundamentalmente rural), en América Latina
(Guatemala, Ecuador, Perú, Haití y Bolivia), en Asia sobre todo entre los países
musulmanes (Pakistán, Afganistán y Arabia Saudí). Aparte de estos casos extremos, un
problema de analfabetismo extendido está presente en casi todos los países africanos, en
gran parte de los latinoamericanos y en numerosos países asiáticos. Además, también en
muchos de los países llamados desarrollados, están presentes altos porcentajes de
analfabetismo de regreso y de analfabetismo primario de origen exterior, situado
especialmente en las grandes áreas urbanas. Aparte, tenemos el caso de Estados Unidos,
donde la difusión social del analfabetismo entre negros, latinoamericanos y empleados
urbanos es muy importante y ha dado lugar en la dos últimas décadas a encuestas y a
campañas de alfabetización, que prácticamente no han obtenido resultados.
b) Las causas de la permanencia del analfabetismo en grandes áreas del mundo no
dependen sólo del bajo nivel económico, sino también de razones políticas e ideológicas.
Existen regímenes que no han acogido de buen grado el desarrollo de la educación de
masas (por ejemplo, Haití, Perú); otros países, como los musulmanes, en donde la
educación de la mujer está bloqueada; efectivamente, una de las consecuencias del
analfabetismo femenino, característico de los países que viven con una fuerte ideología
religiosa, es un desarrollo demográfico incontrolado, que a su vez contribuye a mantener
altas las tasas de analfabetismo general. Las únicas campañas logradas de alfabetización
social son las de algunos países (como Cuba, Vietnam y la Nicaragua sandinista) que, con
el modelo soviético, han implicado a las mujeres en el proceso educacional y han apoyado
campañas de control de natalidad.
c) La producción de libros crece vertiginosamente en todo el mundo, tanto en los dos
países gigantes, EE UU y URSS (al menos hasta 1989), como en Europa, como en los
países pertenecientes a otras áreas (pero sólo a partir de la última década). En 1975 fueron
producidos en el mundo 572.000 títulos; en 1980 715.000; en 1983, 772.000. A principios de
los ochenta, Europa, con un 15 por ciento de la población, producía aún el 45,6 por ciento
de los libros; la URSS, con el 8,1 por ciento de la población, el 14,2 por ciento y Estados
Unidos, con el 7,5 por ciento de la población, el 15,4 por ciento. Este cuadro está destinado
a cambiar en el futuro, pero no de un modo radical, ni excesivamente rápido.
d) Por lo que respecta a la prensa, en 1982 se producían en todo el mundo 8.220
periódicos, de los cuales 4.56o en los países desarrollados (en USA, 1815). Era muy
abundante la circulación de ejemplares en países con una antigua tradición de lectura y de
información: en Gran Bretaña se contaban 690 ejemplares por cada mil habitantes; en
Japón, 751; en Suecia y en Alemania del Este, 496; y en Francia, 205.
e) Los préstamos de libros efectuados en las bibliotecas públicas proporcionan datos
análogos. Según el cómputo de 1980, Estados Unidos está en cabeza con 986 millones de
volúmenes, seguidos de la URSS, con 665 millones, y por Gran Bretaña, con 637; lo que
quiere decir que, dado el porcentaje de población, este último es el país en el que la
circulación librera por la vía del préstamo es la más alta del mundo. Le siguen Francia con
89 millones, Dinamarca con 79 y Suecia con 77; pero para estos dos últimos países valen
las mismas consideraciones que hemos planteado para Gran Bretaña.
Aparte de fenómenos recientes, relacionados sobre todo con positivas evoluciones políticas
de áreas o países de América Latina, en África o en Asia, es, pues, evidente que la mayor
producción y la más difundida circulación de libros y de periódicos se sitúan en los países
más alfabetizados y los más poderosos económicamente; y, en particular, en algunos países
europeos con una tradición cultural antigua. Las áreas en las que la circulación de textos
escritos es menor o ínfima con aquellos no sólo débiles económicamente, sino también
donde la presión demográfica es más fuerte y se mantiene a la mujer al margen del proceso
educacional.
CRISIS DE LA LECTURA, CRISIS DE LA PRODUCCIÓN
El cuadro de la producción y de la circulación de los textos en forma de libro en el ámbito de
la cultura escrita de tradición occidental que hasta ahora se ha construido parece dibujar un
continente armoniosamente homogéneo, fundado sobre un canon uniformemente aceptado
y sobre reglas de ordenación universalmente respetadas. Y sin embargo, las apariencias
están desmentidas por recurrentes síntomas de desestabilización y por continuas alarmas
de crisis que conciernen tanto a la editorial como a la lectura. Y en efecto, en ambos
sectores las contradicciones parecen evidentes, las incertidumbres del programa son
grandes y las demandas de intervencionismo estatal resultan deprimentes. ¿Existe, en
definitiva, una crisis de la lectura y del libro? ¿Y cómo se configura?
También en este caso para entender es necesario analizar y distinguir. Extrañamente, las
alarmas más fuertes vienen de las áreas en que la producción y circulación de los textos
impresos son más dinámicas y están más difundidas socialmente, es decir, de los Estados
Unidos y de Europa, no de África y América Latina. Japón constituye un caso aparte.
En Estados Unidos, que es el país del mundo que produce más libros y papel impreso y que
posee una industria editorial muy sólida y organizada, aunque obsesionada con la idea de
una crisis que amenaza con aparecer en cualquier momento, los problemas de los que más
se resiente son el del analfabetismo creciente en las áreas urbanas y el del progresivo
descenso del nivel de preparación académica de los estudiantes medios y universitarios de
las escuelas públicas: en realidad son dos aspectos diferentes del mismo fenómeno.
Según Robert Pattison, el sistema escolástico americano tiende cada vez más a separar una
enseñanza de élite, instalada e impartida en los colleges más caros y más preparados,
fundado en la cultura oficial y en el absoluto respeto de los usos lingüísticos tradicionales, de
una enseñanza de masas, tecnicista y de bajo nivel. «Tenemos -afirma aquél- una literacy
del poder y de los negocios y otra literacy, aún en formación, de la energía popular»; y
concluye que si esta contraposición se transformase en un enfrentamiento violento de clases
y culturas «sería el final del experimento americano». Por otra parte, Estados Unidos es el
país en el cual es más clara la diferencia entre una cultura juvenil mediática, volcada en la
música rock, el cine, la televisión y los juegos electrónicos y que deja en segundo plano la
lectura, limitada ésta a obras de narrativa contemporánea y sobre todo de ciencia-ficción y
tebeos; y una cultura juvenil tradicionalmente cultivada, que se basa en la lectura de libros,
en la asistencia al teatro y al cine de calidad, en escuchar música clásica y en el uso sólo
complementario de las nuevas tecnologías mediáticas.
Una vez más, en Estados Unidos, la lucha contra el analfabetismo urbano de masas ha sido
planteada sobre un programa de refuerzo y de difusión social de la lectura de libros. Ya en
1966 Robert McNamara fundó una asociación llamada «Reading is fundamental», que hoy
cuenta con cien mil colaboradores repartidos por todos los estados y que se dirige sobre
todo a la infancia; y más recientemente Barbara Bush ha creado una Foundation for Family
Literacy que ha tenido un fuerte respaldo federal. El año 1989 ha sido proclamado «Year of
the Young Reader» y 1991 «Year of the Lifetime Reader»; por último, el 6 de febrero de
1990 el Senado estadounidense ha aprobado el «National Literacy Act», que crea una
estructura gubernamental para combatir el analfabetismo sobre todo el territorio nacional,
unificando anteriores iniciativas privadas o locales y concediendo conspicuos fondos
federales.
Por otra parte, según otras fuentes, en Estados Unidos no sólo está en crisis el alfabetismo
de masas, sino también la lectura de calidad, la de los lectores preparados, que leen
frecuentemente y por convicción y que crean opinión. Según el juicio, completamente
informal, de un experto en la industria editorial estadounidense, en todo el país (habitado por
236 millones de personas) estos lectores experimentados no suman más de 15 ó 16.000, a
los cuales habría que añadir unos 500 ó 600 lectores de poesía. Esta opinión es
evidentemente paradójica y no puede responder a la realidad, aunque lo comparten otros
autorizados testigos con los que he tenido ocasión de hablar sobre esta cuestión. De todos
modos, el hecho mismo de que esta opinión sea expresada, divulgada (e incluso
compartida) demuestra que en Estados Unidos, más allá de los problemas y de las
características de la realidad productiva, la llamada crisis del mercado del libro se siente
como un problema inminente.
Europa presenta otra cara del problema, la de una crisis convulsiva de las empresas
editoriales grandes y pequeñas, que pasan frenéticamente de una fusión a otra, de un grupo
de propietarios a otro, de un aumento de capital a otro, en espera del mítico fin de la unidad
continental y siempre atento a cuanto sucede en el mercado, rico y desorientado, de los
países del Este europeo y de la URSS.
En Europa el libro no está aún tratado del todo como una mercancía, y sobre todo los
operadores culturales y los pequeños editores se oponen a que llegue a serlo
completamente. En este sentido fue lógica la polémica que surgió en Francia en torno a la
liberalización del precio del libro. La Ley se promulgó en 1979 con el objeto de adaptares a
las leyes del mercado y fue anulada por una ley que aprobó Jack Lang el 1 de enero de
1982, que restablecía el precio único en todo el territorio nacional.
Por su parte, si en nuestro continente, los viejos mitos son difíciles de destruir, asimismo es
cierto que las editoriales europeas, siguiendo el camino de las estadounidenses, se
encuentran alteradas por un fenómeno de desculturización que agrede al proceso de
producción del libro a todos los niveles, del que dan cuenta la selección, la manipulación
editorial, la traducción y la presentación gráfica de los textos, y que provoca la caza del autor
y el libro de éxito, la frenética creación del instant book y el anclaje pasivo en autores del
pasado (vid, el «re-descubrimiento» de los clásicos en ediciones modernizadas). Este
cambio radical de orientación y de procedimientos, llevado a cabo especialmente por las
grandes editoriales en constante transformación y desvastadas por repentinas variaciones
de los equipos de trabajo y las programaciones, no consigue conquistar nuevos espacios de
mercado y nuevo público, debido también al efecto de una feroz competencia, con
dimensiones nacionales y continentales. En esta situación las empresas editoriales más
débiles, como es el caso de la italiana, se encuentran en mayores dificultades respecto a las
más fuertes y más capacitadas, como la inglesa, la alemana y la española.
A pesar de ello, en estos últimos años las editoriales europeas (incluida la italiana) publican
cada vez más, diversifican los productos, traducen abundantemente, y en conjunto se
muestran más activas y dinámicas de lo que eran hace algunas décadas; pero no consigue
crearse un espacio de mercado seguro y en expansión; y viven (como la estadounidense) en
el miedo a una progresiva (o imprevista) reducción del ya de por sí limitado público
interesado.
El caso japonés es una cuestión aparte, como ya se ha apuntado, ya que los habitantes del
Imperio del Sol constituyen la más grande concentración de lectores «experimentados» que
se conoce, a lo que corresponde una industria editorial moderna, altamente organizada y
sofisticada, que produce casi 40.000 títulos al año con una tirada total de cerca de mil
millones y medio de ejemplares y que cuenta con unas 5.000 empresas.
El lector japonés lee abundantemente porque posee un nivel cultural muy elevado y porque
considera un deber estar informado y formado por la cultura escrita, en un país en el que el
prestigio de la escuela y la universidad están fuera de toda discusión. Los sectores de mayor
éxito son los manuales, la literatura de entretenimiento y de información y los tebeos; los
precios además con muy bajos. En conjunto se trata de un fenómeno de lectura
generalizada de masas, con características de consumo inducido, probablemente único por
la naturaleza autoritaria y jerárquica de la sociedad japonesa y por ello no es fácilmente
exportable a ningún otro lugar.
EL DESORDEN DE LA LECTURA
De cuanto hemos dicho hasta el momento parece evidente que en el ámbito de las áreas
culturalmente más avanzadas (EE UU y Europa) se va abriendo camino un modo de lectura
de masas que algunos proponen expeditivamente que se defina como «posmoderno» y que
se configura como «anárquico, egoísta y egocéntrico», basado en único imperativo: «leo lo
que me parece».
Como ya se ha dicho, esto se ha originado a causa de la crisis de las estructuras
institucionales e ideológicas que hasta ahora habían sustentado el anterior «orden de la
lectura», es decir, la escuela como pedagogía de la lectura dentro de un determinado
repertorio de textos autoritarios; la Iglesia como divulgadora de la lectura orientada hacia
fines piadosos y morales; y la cultura progresista y democrática que centraba en la lectura
un valor absoluto para la formación del ciudadano ideal. Pero esto es también el fruto directo
de una más potente alfabetización de masas, del acceso al libro de un número mucho más
elevado de lectores que el de hace treinta o cincuenta años, de la crisis de oferta de la
industria editorial respecto a una demanda caóticamente nueva en términos de gusto y en
términos numéricos. Todos ellos son elementos que se parecen en gran medida a la crisis
que ya atravesara la lectura como hábito social y el libro como instrumento de este hábito
durante el siglo XVIII europeo; cuando nuevos lectores de masas plantearon nuevas
demandas y la industria editorial no consiguió responder a sus crecientes necesidades más
que de un modo incierto y con retraso; cuando las tradiciones divisiones entre los libros
llamados «populares» y los libros de cultura se debilitaron para numerosos lectores
burgueses y para algunos de los nuevos alfabetizados urbanos.
Contrariamente a lo que sucedía en el pasado, hoy en día la lectura ya no es el principal
instrumento de culturización que posee el hombre contemporáneo; ésta ha sido desbancada
en la cultura de masas por la televisión, cuya difusión se ha realizado de un modo rápido y
generalizado, en los últimos treinta años. En Estados Unidos, en 1955, el 78% de las
familias tenían un televisor; en 1978 este porcentaje creció al 95% y en 1985 llegó al 98%.
Al mismo tiempo, en la sociedad norteamericana disminuía el número de periódicos: en
1910 había más de 2.500, que descendieron a 1.750 en 1945 y a 1.676 en 1985. La
situación europea y la japonesa son, desde este punto de vista, similares a la
estadounidense, aunque no se presentan con las mismas características. En general, se
puede afirmar con seguridad que hoy día en todo el mundo el papel de información y de
formación de las masas, que durante algunos siglos fue propio de la producción editorial, y,
por tanto «para leer», ha pasado a los medios audiovisuales, es decir, a los medios para
escuchar y ver, como su propio nombre indica.
Por primera vez, pues, el libro y la restante producción editorial encuentran que tienen una
función con un público, real y potencial, que se alimenta de otras experiencias informativas y
que ha adquirido otros medios de culturización, como los audiovisuales; que está habituado
a leer mensajes en movimiento; que en muchos casos escribe y lee mensajes realizados
con procedimientos electrónicos (ordenador, máquina de vídeo o fax); que además, está
acostumbrado a culturizarse a través de procesos e instrumentos costosos y muy
sofisticados; y a dominarlos, o a usarlos, de formas completamente diferentes a los que se
utilizan para llevar a cabo un proceso normal de lectura. Las nuevas prácticas de lectura de
los nuevos lectores deben convivir con esta auténtica revolución de los comportamientos
culturales de las masas y no pueden dejar de estar influenciados.
Como es sabido, el uso del mando a distancia del televisor ha proporcionado al espectador
la posibilidad de cambiar instantáneamente de canal, pasando de una película a un debate,
de un concurso a las noticias, de un anuncio publicitario de una telenovela, etc., en una
vertiginosa sucesión de imágenes y episodios. De un hábito de estas características nacen
en el desorden no programado del vídeo nuevos espectáculos individuales realizados con
fragmentos no homogéneos que se superponen entre ellos. El telespectador es el único
autor de cada uno de estos espectáculos, ninguno de los cuales se incluye en el cuadro de
una cultura orgánica y coherente de la televisión, pues, efectivamente, son a la vez actos de
dependencia y actos de rechazo y constituyen en ambos casos el resultado de situaciones
de total desculturización, por una parte y de original creación cultural, por otra. El zapping
(nombre angloamericano de esta costumbre) es un instrumento individual de consumo y de
creación audiovisual absolutamente nuevo. A través del mismo, el consumidor de cultura
mediática se ha habituado a recibir un mensaje construido con mensajes no homogéneos y,
sobre todo, se le juzga desde una perspectiva racional y tradicional, carente de «sentido»;
pero se trata de un mensaje que necesita de un mínimo de atención para que se siga y se
disfrute y de un máximo de tensión y de participación lúdica para ser creado.
Esta práctica mediática, cada vez más difundida, supone exactamente lo contrario de la
lectura entendida en sentido tradicional, lineal y progresiva; mientras que está muy cercana
a la lectura en diagonal, interrumpida, a veces rápida y a veces lenta, como es la de los
lectores desculturizados. Por otra parte, es verdad que el telespectador creativo es en
general también capaz de seguir, sin perder el hilo de la historia, los grandes y largos
enredos de las telenovelas, que son las nuevas compilaciones épicas de nuestro tiempo,
síntesis enciclopédicas de la vida consumista, cada una de ellas puede corresponder a una
novela de mil páginas o a los grandes poemas del pasado de doce o más libros cada uno.
El hábito del zapping y la larga duración de las telenovelas han forjado potenciales lectores
que no sólo no tienen un «canon» ni un «orden de lectura», sino que ni siquiera han
adquirido el respeto, tradicional en el lector de libros, por el orden del texto, que tiene un
principio y un final y que se lee según una secuencia establecida por otros; por otra parte,
estos lectores son también capaces de seguir una larguísima serie de acontecimientos, con
tal de que contenga las características del hiperrealismo mítico, que son propias de la ficción
narrativa de tipo «popular».
LOS MODOS DE LEER
El orden tradicional de la lectura consistía (y consiste) no sólo en un repertorio único y
jerarquizado de textos legibles y «leyendas», sino también en determinadas liturgias del
comportamiento de los lectores y del uso de los libros, que necesitan ambientes
convenientemente preparados e instrumentos y equipos especiales. En la milenaria historia
de la lectura siempre se han contrapuesto las prácticas de utilización del libro rígidas,
profesionales y organizadas con las prácticas libres, independientes y no reglamentadas. En
Europa, durante los siglos XIII y XIV, por ejemplo, la lectura de los profesionales de la
cultura escrita, rodeados de libros, atriles y otros instrumentos, se oponían a las libres
experiencias de lectura del mundo cortés y a las que carecían de disciplina y de reglas del
«pueblo» burgués de lengua vulgar.
Mientras ha durado, el orden de la lectura imperante dictaba incluso a la civilización
contemporánea algunas reglas sobre los modos en que debía realizarse la operación de la
lectura y los comportamientos de los lectores; esas reglas descienden directamente de las
prácticas didácticas de la pedagogía moderna y han encontrado una puntual aplicación en la
escuela burguesa, institucionalizada entre los siglos XIX y XX. Según tales reglas, se debe
leer sentado manteniendo la espalda recta, con los brazos apoyados en la mesa, con el libro
delante, etc.; además, hay que leer con la máxima concentración, sin realizar movimiento ni
ruido alguno, sin molestar a los demás y sin ocupar un espacio excesivo; asimismo, se debe
leer de un modo ordenado respetando la estructura de las diferentes partes del texto y
pasando las páginas cuidadosamente, sin doblar el libro, deteriorarlo ni maltratarlo. Sobre la
base de estos principios se proyectaron las salas de lectura de las public libraries
anglosajonas, lugares sagrados para la lectura «de todos», y que en consecuencia resultan
prácticamente idénticas a las salas de lectura tradicionales de las bibliotecas dedicadas al
estudio, al trabajo y a la investigación.
La lectura, teniendo como base estos principios y estos modelos, es una actividad seria y
disciplinada, que exige esfuerzo y atención, que se realiza con frecuencia en común,
siempre en silencio, según unas rígidas normas del comportamiento: los demás modos de
leer, cuando lo hacemos a solas, en algún lugar de nuestra casa, en total libertad, son
conocidos y admitidos como modos secundarios, se toleran de mala gana y se consideran
potencialmente subversivos, ya que comportan actitudes de escaso respeto hacia los textos
que forman parte del «canon» y que, por tanto, son dignos de veneración.
Según una investigación llevada a cabo por Piero Innocenti sobre un grupo de lectores
italianos completamente casual, todos ellos de cultura media alta, los hábitos de lectura de
los italianos, al menos en niveles de edad y clase social documentados, son más bien
tradicionales. Sobre ochenta entrevistados, sólo algunos desean leer al aire libre; doce de
ellos señalan de prefieren leer sentados ante una mesa o un escritorio; y cuatro indican
también la biblioteca como lugar de lectura. De todos modos, el espacio favorito es la casa y
dentro de ella su habitación (el que la tiene), mientras que la forma de leer varía entre la
cama y el sillón; la mayoría considera el tren como un óptimo lugar para la lectura,
prácticamente equivalente al sillón casero. Sustancialmente se trata de respuestas que
remiten a un código del comportamiento que aún está vigente desde los siglos XIX y XX,
vinculado a unas costumbres (con excepción del tren) que se establecieron hace algunos
siglos en la Europa moderna y que básicamente carece de novedades relevantes.
El convencionalismo y el tradicionalismo de los hábitos de lectura de los entrevistados de
esta investigación provienen tanto del elevado grado de cultura, como de la clase social, la
edad y del hecho de que se trata de europeos culturizados. En este sentido, no es casual
que la única joven del grupo de menos de veinte años de edad y que sólo tenía estudios
primarios ha mostrado preferencias y hábitos claramente opuestas a los de los demás, y
entre las maneras de leer ha señalado también la de extenderse en el suelo sobre una
alfombra.
Ya se ha apuntado el hecho de que los jóvenes de menos de veinte años de edad
representan potencialmente a un público que rechaza cualquier clase de canon y que
prefiere elegir anárquicamente. En realidad, rechazan también las reglas de comportamiento
que todo canon incluye. Como se ha escrito recientemente, «los jóvenes afirman que leen
de todo, siempre y en cualquier lugar. El tebeo tiene esta característica, que se adapta a
todos los ambientes...»
La impresión que se tiene cuando se frecuentan los lugares de estudios superiores en
Estados Unidos y en especial algunas bibliotecas universitarias (si es que una experiencia
personal y casual puede asumir un significado general) es que los jóvenes lectores están
cambiando, como en todos los países, las reglas del comportamiento de la lectura que hasta
ahora han condicionado rígidamente este hábito. Y esto se advierte en las bibliotecas, lo
cual es aún más importante para el observador europeo, porque significa que el modelo
tradicional ya no tiene validez ni siquiera en el lugar de su consagración, que en otros
tiempos fue triunfal.
¿Cómo se configura el nuevo modus legendi que representan los jóvenes lectores?
Éste comporta, sobre todo, una disposición del cuerpo totalmente libre e individual, se puede
leer estando tumbado en el suelo, apoyados en una pared, sentados debajo de las mesas
de estudio, poniendo los pies encima de la mesa (éste es el estereotipo más antiguo y
conocido), etc. En segundo lugar, los «nuevos lectores» rechazan casi en su totalidad o los
utilizan de manera poco común o imprevista los soportes habituales de la operación de la
lectura: la mesa, el asiento, y el escritorio. Pues ellos raramente apoyan en el mueble el libro
abierto, sino que más bien tienden a usar estos soportes como apoyo para el cuerpo, las
piernas y los brazos, con un infinito repertorio de interpretaciones diferentes de las
situaciones físicas de la lectura. Así pues, el nuevo modus legendi comprende asimismo una
relación física con el libro intensa y directa, mucho más que en los modos tradicionales. El
libro está enormemente manipulado, lo doblan, lo retuercen, lo transportan de un lado a otro,
lo hacen suyo por medio de un uso frecuente, prolongado y violento, típico de una relación
con el libro que no de lectura y aprendizaje, sino de consumo.
El nuevo modo de leer influye en el papel social y en la presentación del libro en la sociedad
contemporánea, contribuyendo a modificarlo con respecto al pasado más próximo, como es
fácil constatar si examinamos las modalidades de conservación. Según las reglas de
comportamiento tradicionales, el libro debía -y debería- ser conservado en el lugar
adecuado, como la biblioteca, o dentro de ambientes privados en muebles específicos,
como librerías, estanterías, armarios, etc. Sin embargo, actualmente el libro en una casa
(incluso ahora también en las bibliotecas en donde los materiales de consulta ya no son sólo
los libros) convive con un número de objetos diferentes de información y de formación
electrónicos y con abundantes gadgets tecnológicos o puramente simbólicos que decoran
los ambientes juveniles y que caracterizan su estilo de vida. Entre estos objetos el libro es el
menos caro, el más manipulable (podemos escribir en él, ilustrarlo, etc.) y el que más se
puede deteriorar. Las modalidades de su conservación están en estrecha relación con las de
su utilización: si éstas son casuales, originales y libres, el libro carecerá de un lugar
establecido y de una colocación segura. Hasta que los libros son conservados, se
encontrará entre los demás objetos y con los otros elementos de un tipo de mobiliario muy
variado y sigue su misma suerte que es, en gran medida, inexorablemente efímera.
Todo ello termina por tener a su vez algún reflejo en los hábitos de lectura, en el sentido de
que la breve conservación y la ausencia de una colocación concreta y, por tanto, de una
localización segura, hacen difícil, incluso imposible una operación que se repetía en el
pasado: la de la relectura de una obra ya leída, y que derivaba estrechamente de una
concepción del libro como un texto para reflexionar, aprender, respetar y recordar; muy
diferente al concepto actual de libro como puro y simple objeto de uso instantáneo, para
consumir, perder o inclusive tirarlo en cuanto se ha leído.
Hace ya algún tiempo Hans Magnus Enzensberger, después de haber afirmado
perentoriamente que «la lectura es un acto anárquico», reivindicaba la absoluta libertad del
lector, contra el autoritarismo de la tradición crítico-interpretativa:
El lector tiene siempre razón y nadie le puede arrebatar la libertad de hacer de un texto el
uso que quiera; y continúa:
“Forma parte de esta libertad hojear el libro por cualquier parte, saltarse pasajes completos,
leer las frases al revés, alterarlas, reelaborarlas, continuar entrelazándolas y mejorándolas
con todas las posibles asociaciones, recabar del texto conclusiones que el texto ignora,
enfadarse y alegrarse con él, olvidarlo, plagiarlo, y, en un momento dado, tirar el libro en
cualquier rincón“