El Elixir de La Larga Vida Resumen
El Elixir de La Larga Vida Resumen
El Elixir de La Larga Vida Resumen
Cuando entra, el padre le dice que le alegra que le llene la casa de fiesta y que
tiene menos ganas de morirse queél de dejar todo eso, así que le dice que tiene un modo
de resucitar, que es que le frote con un agua el cuerpo entero cuando exhale su último
aliento.
“Pero la profunda jovialidad de don Juan Belvídero precedió a todos ellos. Se rió de todo. Su
vida era una burla que abarcaba hombres, cosas, instituciones e ideas. En lo que respecta a la
eternidad, había conversado familiarmente media hora con el papa Julio II, y al final de la charla
le había dicho riendo:
–Si es absolutamente preciso elegir prefiero creer en Dios a creer en el diablo; el poder unido a la
bondad ofrece siempre más recursos que el genio del mal.
–¡Ah! si es así como entiendes la vejez –exclamó el papa– corres el riesgo de ser canonizado.
Cuando llega a los 60 años, se casa con una tal Doña Elvira y tuvo un hijo, pero
no es un buen padre ni un buen marido. El hijo le sale ultra religiosa, la antítesis del
padre. Está viviendo en Eswpaña. Disfrutaba imponiéndoles las leyes religiosas de las
que él se mofaba, contrata a un abad para que vigile a su mujer y su hijo.
Pero le llega el momento del dolor, de que le caigan los dientes, de la gota:
decrepitud, la antítesis de lo que había sido su vida. El día de su muerte, le encarga a su
hijo Felipe que le bañe en el contenido del frasco, pero contándole que se lo dio el papa
amigo suyo y que era una forma de expiar su alma, que no se asombrase de lo que viese
porque el poder de dios era inmenso. Cuando muere, el hijo llora mucho y lo pone en
una mesa, le baña la cabeza, que rejuvenece, y luego le unta el brazo derecho, que le
coje del cuello y este del susto tira el frasco.
–Oh, coglione!
–El santo dice diabluras –respondió el abad. Entonces, aquella cabeza viviente se separó
violentamente del cuerpo que ya no vivía y cayó sobre el cráneo amarillo del oficiante.
Éste profirió un horrible grito que turbó la ceremonia. Todos los sacerdotes corrieron y
rodearon a su soberano.
–¡Imbécil! ¿y dices que hay un Dios? –gritó la voz en el momento en que el abad,
mordido en su cerebro, expiraba.”