Este documento analiza cómo la interpretación tradicional de la masculinidad de Jesús ha marginado y excluido a las mujeres. Argumenta que 1) al considerarse a Jesús como la revelación de un Dios masculino, se sugiere que la masculinidad es esencial para lo divino, 2) su encarnación como varón implica una identificación más estrecha de los hombres con Cristo que de las mujeres, y 3) un salvador masculino no puede salvar a las mujeres si su masculinidad es esencial. Propone una antropología que celebre la diversidad humana más
Este documento analiza cómo la interpretación tradicional de la masculinidad de Jesús ha marginado y excluido a las mujeres. Argumenta que 1) al considerarse a Jesús como la revelación de un Dios masculino, se sugiere que la masculinidad es esencial para lo divino, 2) su encarnación como varón implica una identificación más estrecha de los hombres con Cristo que de las mujeres, y 3) un salvador masculino no puede salvar a las mujeres si su masculinidad es esencial. Propone una antropología que celebre la diversidad humana más
Este documento analiza cómo la interpretación tradicional de la masculinidad de Jesús ha marginado y excluido a las mujeres. Argumenta que 1) al considerarse a Jesús como la revelación de un Dios masculino, se sugiere que la masculinidad es esencial para lo divino, 2) su encarnación como varón implica una identificación más estrecha de los hombres con Cristo que de las mujeres, y 3) un salvador masculino no puede salvar a las mujeres si su masculinidad es esencial. Propone una antropología que celebre la diversidad humana más
Este documento analiza cómo la interpretación tradicional de la masculinidad de Jesús ha marginado y excluido a las mujeres. Argumenta que 1) al considerarse a Jesús como la revelación de un Dios masculino, se sugiere que la masculinidad es esencial para lo divino, 2) su encarnación como varón implica una identificación más estrecha de los hombres con Cristo que de las mujeres, y 3) un salvador masculino no puede salvar a las mujeres si su masculinidad es esencial. Propone una antropología que celebre la diversidad humana más
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LA MASCULINIDAD DE CRISTO
La historia de Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, con
fesado como el Cristo, está en el centro de la fe cristiana en Dios. En el poder gracioso de Sofía-Espíritu desencadenado a través de su historia y destino, la comunidad de discípulos vuelve a contar y representa de modo continuo esa historia como la historia de Dios con nosotros para sanar, redimir y liberar a todo el pueblo y al cosmos mismo. Buenas noticias, por supuesto. Pero esas bue nas noticias se suprimen cuando la masculinidad de Jesús, que per tenece a su identidad histórica, se interpreta como esencial para su función e identidad cris ticas redentoras. Entonces, el Cristo actúa como un instrumento religioso para marginar y excluir a las mujeres. Seamos muy claros: el que Jesús de Nazaret fuese un ser humano masculino no se cuestiona. Su sexo era un elemento consti tutivo de su persona histórica junto con otras particularidades tales como su identidad racial judía, su ubicación en el mundo de la Galilea del siglo i, y así sucesivamente, y como tales hay que res petarlas. La dificultad surge, más bien, del modo en que la mascu linidad de Jesús se elabora en la teología y la práctica eclesial andró- céntricas oficiales.
I. LA HISTORIA REAL DE LA MASCULINIDAD DE JE S U S
El análisis teológico feminista revela al menos tres modos en
que se produce tal interpretación distorsionada. 1. Dado que el hombre Jesús se confiesa que es la revelación de Dios, el símbolo de Cristo señala la masculinidad como una característica esencial del ser divino mismo. Esto se agrava con el uso exclusivo de las metáforas del padre y del hijo para interpretar la relación de Jesús con Dios, y por el uso del logos, conectado en la filosofía griega con el principio masculino, para articular su rea lidad personal como Dios con nosotros: «Quien me ha visto, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Esto se toma literalmente como signifi 490 E. A. Johnson
cando que el hombre Jesús es la encarnación del Logos masculino
y el revelador de un Padre-Dios masculino, pese a la evidencia en las Escrituras y en la tradición de que el misterio de Dios trascien de toda denominación y crea la realidad femenina en la imagen y semejanza divinas. 2. La creencia de que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros como un varón indica que, gracias a su semejanza corpo ral natural, los hombres gozan de una identificación más estrecha con Cristo que las mujeres. Los hombres son no sólo teomórficos, sino que, en virtud de su sexo, son también cristomórficos de un modo que va más allá de lo que es posible para las mujeres. Así, sólo los hombres entre los seres humanos son capaces de represen tar a Cristo totalmente. Aunque las mujeres pueden ser receptoras de la gracia divina, son inadecuadas para desarrollar acciones cris- ticas públicamente debido a su diferencia sexual respecto de su masculinidad. Para esta mentalidad, la idea de que la palabra po dría haberse convertido en carne femenina no es siquiera imagina ble seriamente; así que se piensa que las mujeres son incapaces de identidad crística, y esto, pese a la doctrina de la Creación y a la práctica de la Iglesia y la teología del bautismo. 3. Dado el dualismo que esencialmente separa a la humani dad masculina de la femenina, la masculinidad de Cristo pone en peligro la salvación de las mujeres. La historia cristiana de la sal vación implica no sólo la voluntad compasiva de Dios para salvar, sino también el método por el que esa voluntad es efectiva, a sa ber: sumergiéndose en la historia humana pecadora y transformán dola desde dentro. El primitivo aforismo cristiano «Lo que no se asume no se sana» resume la idea de que la solidaridad salvadora de Dios con la humanidad es lo crucial para el nacimiento de la nueva Creación. Como confiesa en el credo de Nicea, «et homo factus est». Pero si de hecho lo que se entiende es et vir factus est, si la masculinidad es esencial para la función crística, entonces las mujeres están separadas del lazo salvador, pues la sexualidad hu mana no fue asumida por el Verbo hecho carne. Así, para la pre gunta investigadora de Rosemary Radford Ruether «¿Puede un salvador masculino salvar a las mujeres?», la interpretación de la masculinidad de Cristo como esencial sólo puede responder n0\ La masculinidad de Cristo 491
pese a la creencia cristiana en la universalidad del intento salvador
de Dios b La historia real del símbolo de Cristo presenta una sorpren dente evidencia de cómo una concentración desequilibrada de la atención en la masculinidad distorsiona la teología de Dios, la an tropología cristiana y la buena nueva de la Salvación. Para recons truir la cristología es imperativo volver a pensar tanto la antropo logía fundacional, que ha llevado a tal fijación en la masculinidad, cuanto el significado teológico del símbolo de Cristo.
II. ANTROPOLOGIA: DE UN PREDOMINIO DE LA MASCULINIDAD
A UNA CELEBRACION DE LA DIFERENCIA
La ubicación social de este uso problemático es una comunidad
eclesial donde la voz oficial, el voto y la presencia pertenecen por ley sólo a los hombres. Recurriendo a expresiones intelectuales que, por necesidad, soportan el statu quo, este patriarcado es funda mento sólido para la construcción antropocéntrica de las diferen cias de género que modelan el uso equivocado de la masculinidad de Cristo. El imaginar un tipo diferente de comunidad unido por relaciones de mutualidad y reciprocidad permite al pensamiento feminista diseñar la antropología en una forma (gestalt) igualita ria, con efecto práctico y crítico. Entonces la masculinidad de Cris to está abierta a una interpretación simultáneamente menos impor tante y más liberadora. Al comienzo de este esfuerzo era evidente qué modelo de antro pología no quería el pensamiento feminista, a saber: el modelo dualista predominante que moldea a mujeres y hombres como opuestos polares, cada uno con características únicas de las que el otro sexo está excluido. Aquí, varón y mujer están relacionados por la noción de complementariedad, que predetermina de modo rígido las cualidades que cada uno debería cultivar y las funciones que cada uno puede desempeñar. Aparte de la ingenuidad acerca de su propio condicionamiento social, su confianza en estereotipos y la denegación de la totalidad de la experiencia humana que ello1
1 R. Ruether, Sexism and God-Talk: Toward a Feminist Theology (Boston
983) 116-138.
32 492 E. A. Johnson
implica, esta posición actúa como una pantalla de humo para la
subordinación de las mujeres, dado que, por su definición, las mu jeres son siempre relegadas al ámbito privado y pasivo12. Por contraste con esta antropología dual, las pensadoras femi nistas desarrollaron primero una antropología de la naturaleza indi vidual, que considera la diferencia sexual como biológicamente importante para la reproducción, pero no determinadora de las per sonas como tales. Dado que el significado de masculino y femenino está surgiendo aún históricamente, cada cual es libre de desarrollar lo mejor de las características masculinas o femeninas en la bús queda de la totalidad, y puede asumir funciones públicas y priva das según sus dones. Aquí se resalta la semejanza básica más que la diferencia, hasta el punto en que las diferencias se vuelven rela tivamente inconsecuentes. Aparte de su olvido de la importancia de la encarnación sexual, que afectan mucho más que a la repro ducción en la vida de cada persona, este punto de vista también se somete a crítica por tender a mantener un solo ideal humano, posi blemente andrógino, que puede ser destructivo de la diversidad humana genuina. Por otro lado, el pensamiento feminista resiste a una doble corriente monótona de pensamiento, un punto de vista de la pola ridad sexual de la naturaleza humana que inevitablemente conduce a un modelo dominante/subordinado. Y además, la reducción a una igualdad de uniformidad ignorando la diferencia sexual es también inaceptable. ¿Dos tipos separados de naturaleza humana o unisexo? Un modo de resolver tal bloqueo es ir más allá de esas opcio nes: una naturaleza humana exaltada en una interdependencia de diferencias múltiples3. No un punto de vista binario de dos natu
1 Para esto y para el modelo siguiente, cf. A. Carr, Transforming Grace:
Women’s Experience and Christian Tradition (San Francisco 1988) 117-133, y M. A. O ’Neill, Toward a Renewed Anthropology: «Theological Studies» 36 (1975) 725-736. 3 Cf. M. Marx Ferree y B. Hess (eds.), Analyzing Gender: Perspectives from tbe Social Sciences (Beverly Hills, CA, 1987); J . Scott, Deconstructing Equality-Versus-Difference: «Feminist Studies» 14 (primavera 1988) 33-50. El uso teológico de este modo es evidente en R. Chopp, Tbe Power to Speak: Feminism, Language, God (Crossroad, NY, 1989). La masculinidad de Cristo 493
ralezas masculina y femenina predeterminadas para siempre, ni una
abreviación en un solo ideal, sino una diversidad de modos de ser humano: un conjunto multipolar de combinaciones de elementos humanos esenciales, de los que la sexualidad es solamente uno. La existencia humana tiene un carácter multidimensional. Si la mascu linidad y la feminidad pueden imaginarse en un contexto más holís- tico, puede concebirse de modo más correcto su relación mutua. Todas las personas están constituidas por un número de cons tantes antropológicas, elementos esenciales que son intrínsecos para su identidad. Éstos incluyen la relación con el propio cuerpo y, por consiguiente, con la propia sexualidad, como el medio de la con ciencia humana; la relación a través del cuerpo con la red ecológica entera del planeta; la relación con otras personas significativas como la matriz en donde surge la individualidad; la relación con las estructuras sociales, políticas y económicas; el condicionamiento por el tiempo y el lugar históricos; la función de la teoría en la práctica de la cultura propia como opuesta al instinto solo; y la orientación a la esperanza y al tirón del futuro4. Estas constantes se condicionan mutuamente entre sí, y en sus combinaciones infi nitas son constitutivas de la humanidad de cada persona. Cambie mos de modo significativo cualquiera de ellas y surge una persona diferente. Es falto de perspicacia el considerar la sexualidad como siem pre y en todo lugar más fundamental para la existencia histórica concreta que cualquiera de las demás constantes. Tomemos, por ejemplo, casos documentados de crueldad con mujeres esclavas ne gras en el sur de Estados Unidos antes de la guerra civil. ¿Basán dose en qué diría uno a una mujer maltratada como esa que el sexo es más fundamental que la raza y el sistema económico de la escla vitud en el diseño de su identidad? Los pensadores afroamericanos actuales sobre la mujer son muy críticos con el feminismo blanco por resaltar en exceso la discriminación sexual con exclusión del prejuicio racial y de clase que las mujeres negras sufren también. Estas tendencias están tan intrínsecamente unidas mutuamente en su experiencia, que las mujeres de color no pueden distinguir el1*
1 E. Schillebeeckx, Christ: The Experience of Jesús as Lord (Crossroad,
NY, 1980) 731-743. 494 E. A. Johnson
sufrimiento que procede de una más que de otra 5. Otro ejemplo:
en la vejez, cuando disminuye la atracción sexual, las diferencias biológicas entre mujeres y hombres pierden importancia compara das con la cuestión de los recursos disponibles para vivir los últi mos años de la vida con dignidad o en la miseria. Concentrarse en la sexualidad, con exclusión de otros elementos igualmente constitutivos, es el equivalente de usar un microscopio para este factor clave de la vida humana cuando lo que se necesita es un telescopio para captar las galaxias de la rica diferencia hu mana. La sexualidad debe integrarse en una visión holística de las personas humanas en vez de convertirse en la piedra de toque de la identidad personal y, así, distorsionarse. El modelo antropoló gico de una naturaleza humana ejemplificada en una multiplicidad de diferencias va más allá de los modelos contrastantes, ya sea del dualismo del sexo o de la uniformidad de los individuos abstractos hacia la exaltación de la diversidad como enteramente normal. El objetivo es reordenar los sistemas de dos términos y de un término en un esquema de término múltiple que permita la conexión en la diferencia más que garantizar constantemente la identidad mediante la oposición o la uniformidad. El respeto puede, así, extenderse a todas las personas en sus infinitas combinaciones de constantes antropológicas, ilimitadamente concretas. Y la diferencia misma, más que un lamentable obstáculo para la comunidad, puede actuar como una fuerza creadora modeladora de la comunidad. Como valora la poetisa Audre Lorde: «L a dife rencia es la conexión primera y poderosa...» 6 Una antropología multipolar permite a la cristología integrar la masculinidad de Cristo usando la interdependencia de la dife rencia como una categoría primaria más que resaltar la sexualidad de un modo ideológico y distorsionado.
5 B. Hooks, Ain’t I a to rn an ? Black Women and Reminism (Boston
1981), y una respuesta de S. Thistlethwaite, Sex, Race, and God: Christian Feminism in Black and White (Crossroad, NY, 1989). 6 A. Lorde, Sister Outúder (Freedom, CA, 1984) 112. III. CRISTO : DE LA IMAGEN ESTA TIC A DEL HOMBRE PERFECTO A LA COMUNIDAD ESCATOLOGICA Y VIVA
La hermenéutica feminista ha abierto un camino mostrando
cómo el relato evangélico de Jesús resiste el ser utilizado para justi ficar el predominio patriarcal en cualquier form a7. Su predicación y estilo de vida expresaron y vivían lo opuesto, planteando un reto que hizo caer sobre su cabeza la ira de la autoridad religiosa y civil. Le crucificaron. A la luz de esta historia, la masculinidad de Jesús puede considerarse que tiene una significación social definida. Si una mujer hubiese predicado el amor compasivo y establecido un estilo de autoridad que sirve, se le hubiese respondido con un enor me encogimiento de hombros. ¿No es esto lo que se supone que las mujeres hacen por naturaleza? Pero desde una posición social de privilegio masculino, Jesús predicó y actuó de este modo, y en ello está el llamamiento. La cruz también es un símbolo de la «kenosis del patriarcado», el autovaciamiento del poder dominante masculino en favor de la nueva humanidad del servicio compasivo y de la mutua habilitación8. El relato evangélico de Jesús deja en claro que el núcleo del problema no es que Jesús fuese un varón, sino que más varones no hayan sido como Jesús. ¿Qué ocurre entonces con Cristo? Las claves para la interpre tación feminista pueden encontrarse en la resurrección, la cristolo- gía de la sabiduría y el símbolo bíblico del Cuerpo de Cristo. La resurrección es un misterio de fe envuelto en el misterio de Dios. Niega un literalismo simple que imagina a Jesús existiendo aún como en la época de su vida terrenal, solamente que ahora invisible. Jesús ha muerto realmente, con todo lo que esto implica de cambio: se ha ido del centro de la historia según la carne. La fe en la resurrección afirma que Dios tiene la última palabra para esta víctima ejecutada de la injusticia estatal, y esa palabra, benditamen te, es vida. Jesús, con toda su historicidad, es elevado a la gloria por el poder del Espíritu. Lo que esta afirmación resonante sígní-
7 Cf. E. Schiissler Fiorenza, In Memory of Her: A Feminist Theological
Reconstruction of Christian Origins (Crossroad, NY, 1983); R. Nakashima Brock, Journeys by Heart: A Cbristology of Erotic Power (Crossroad, NY, 1988). * R. Ruether, op. cit., p. 137. 4% E. A. Johnson
fica con precisión es inconcebible. Su vida está ahora oculta en el
sagrado misterio de Dios, mientras que su presencia es conocida solamente a través del Espíritu: dondequiera que dos o tres per sonas se reúnan, se parta el pan y se alimente a los hambrientos. Pero esto indica una transformación de su humanidad tan profunda que escapa a nuestra imaginación. La humildad del planteamiento apofático reconoce que el lenguaje acerca de la masculinidad de Cristo en este punto actúa bajo el signo negativo de la analogía, más distinta que similar a cualquier masculinidad conocida en la historia. La cristología de la sabiduría del Nuevo Testamento elabora a Jesucristo en términos de la poderosa figura femenina de Sofía que es creador, redentor y divino renovador del pueblo de Israel y, por supuesto, del planeta entero (cap. 7,10). Diciendo sus palabras, realizando sus actos y encontrando su rechazo, Jesús es descrito como el hijo de Sofía, su profeta, y en definitiva incluso su encar nación (Le 11,49 y Mt 23,34; Jn 1). Esta identificación es lo que vincula al profeta crucificado con la creación misma del mundo, y sitúa los pies de la Iglesia en el camino a Nicea. La cristología de Jesús Sofía hace añicos el predominio masculino basado en el len guaje exclusivo acerca de Jesús como el Logos masculino eterno o el Hijo del Padre, permitiendo la articulación de incluso una alta cristología encarnacional en poderosas y bellas metáforas feme ninas 9. Desde el comienzo, los cristianos están marcados por la confe sión de que Jesús Sofía es el Cristo, el ungido, el bendito. Pero esta confesión también da testimonio de la verdad que la amada comunidad comparte en esta cristiandad, participa en la vida, muer te y ascensión de Cristo hasta tal punto que también tiene un ca rácter cristomórfico. Desafiando a un ingenuo fisicalismo que resu me la totalidad del Cristo en el Jesús ser humano, metáforas como el Cuerpo de Cristo (1 Cor 12,12-27) y las ramas que sostienen el vino (Jn 15,1-11) expanden la realidad de Cristo para incluir a toda la humanidad redimida, hermanas y hermanos, aún en el camino.
9 E. Johnson, Jesús, the Wisdom of God: A Biblical Basis for a Non-
Androcentric Christology: «Ephemerides Theologicae Lovaniensis» 61 (1985) 261-294. La masculinidad de Cristo 497
Entre el sufrimiento y los conflictos de la-historia, los miembros
de la comunidad de discípulos están en Cristo y sus propias vidas asumen un modelo crístico. La cristología cósmica bíblica expande la noción de Cristo aún más (Col 1,15-20), viendo que el universo mismo está destinado a ser cristomórfico en un nuevo cielo y una nueva tierra reconciliados10.
IV. LAS MUJERES COMO «IMAGO C H R IST I»
El igualitarismo fundamental del bautismo y las tradiciones del
martirio expresan el carácter de las mujeres como imago Christi en modos que son apreciados de nuevo. Uno en Jesús Cristo, mujeres bautizadas precisamente en su existencia corporal femenina, y no aparte de ello, están vestidas con Cristo (Gál 3,27-28). Pablo indica el significado de esta identificación con mucha precisión utilizando la idea evocadora de la imagen/icono. La esperanza nos hace actuar con gran osadía, escribe él, pues descubrimos nuestros rostros para mirar fijamente a Cristo. Luego, a través del poder del Espíritu, «todos nosotros somos transformados en esa misma imagen de un grado de gloria a otro» (2 Cor 3,18). El inclusivo «todos nosotros» deja en claro que toda la comunidad, mujeres tanto como hombres, recibimos el don de la transformación «en la misma imagen», en griego, el mismo eikon, es decir, la imagen/icono de Cristo. Otro ejemplo: en el designio de Dios, la comunidad es llamada «a con formarse a la imagen» de Cristo (Rom 8,29). El idioma griego es instructivo, pues los miembros de la comunidad son identificados como sym-morphos al eikon, es decir, compartiendo la forma de la semejanza, o formados según la imagen de Cristo. No se hace ni se necesita distinción alguna basándose en el sexo. El ser cristomór fico no es don distintivo del sexo. La imagen de Cristo no se halla en la similaridad sexual con el Jesús ser humano, sino en coheren cia con la forma narrativa de su vida compasiva y liberadora en el mundo, a través del poder del Espíritu.
10 Elisabeth Schüssler Fiorenza, Wisdom Mythólogy and the Christological
Hymns of the New Testament, en Robert Wilkens (ed.), Aspects of Wisdom in ]udaism and Early Christianity (Notre Dame 1975) 17-41. 498 E. A. Jóhnson
Teológicamente, la capacidad de mujeres y hombres para ser
sym-morphos con el eikon de Cristo es idéntica. Una valoración similar de las mujeres en la imagen de Cristo fluye a través del discurso acerca de quienes sufren por la fe. En una narración magnífica, Lucas hace explícito este cristomorfismo: «Pero Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discí pulos del Señor, fue al gran sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas en Damasco, de modo que si encontrase a alguien perte neciente al Camino, hombres o mujeres, podrá llevarlos atados a Jerusalén». Cuando la luz del cielo destella, cuando la voz pregunta: «¿Por qué me persigues?», cuando Saulo pregunta: «¿Quién eres tú, Se ñor?», surge la respuesta inmediata: «Soy Jesús, a quien tú estás persiguiendo» (Hch 9,1-5). Las mujeres perseguidas son aquí iden tificadas de modo explícito con Jesús, como los hombres, sin dis tinción. El intento asesino de Saulo y sus acciones atormentadoras contra las discípulas son acciones contra Cristo, sin calificación. Escribiendo sobre los mártires, siglos después, el Concilio Vati cano II continúa esta tradición duradera de interpretación. El mar tirio transforma a un discípulo en una imagen intensa de Cristo, imago Christi, pues el mártir «perfecciona esa imagen incluso hasta el derramamiento de sangre» 11. En este texto conciliar no se hace distinción alguna basándose en el sexo de los mártires, ni debería hacerse. Las cuatro monjas norteamericanas asesinadas en El Sal vador en 1980 y los seis jesuítas universitarios asesinados con su ama de llaves y su hija, diez años después, dan todos un testimonio de la unicidad de sus propias personas y de las circunstancias que es teológicamente idéntico. La liturgia bautismal hasta este mismo día establece la realidad de que la capacidad fundamental de ser iconos de Cristo es un don no limitado por el sexo; las mujeres son el Cuerpo de Cristo. La tradición del martirio reconoce que al entregar sus vidas, las muje res son cristomórficas de un modo más profundo y gráfico. El efec to práctico y crítico de esta verdad evangélica destruye cualquier conexión intrínseca entre masculinidad y Cristo y se plantea como un desafío al gobierno patriarcal.
Lumen gentium, núm. 42.
V. LA M A SCU LIN ID A D D E JE S U S EN E L C R IST O EN TERO
Se han reunido elementos clave de una cristología feminista,
aunque aún no se han sintetizado. En esa síntesis, el símbolo de Cristo el redentor ocupará su lugar, pero su nexo simbólico cam biará, expandiéndose para incluir símbolos tomados de la expe riencia femenina 12. Sin las anteojeras de la antropología dualista, el símbolo de Cristo mismo se interpretará de modo inclusivo y escatológico. En el poder del Espíritu, la historia de Jesús libera una historia de discipulado igualmente entre mujeres y hombres, que avanza en fragmentos anticipatorios de curación y liberación. Entre una multiplicidad de diferencias, la masculinidad de Jesús se aprecia como intrínsecamente importante para su propia iden tidad histórica personal y el reto histórico de su ministerio, pero no teológicamente determinadora de su identidad como el Cristo ni normativa para la identidad de la comunidad cristiana. En el poder de Espíritu-Sofía, mujeres y hombres son cristomórficos, como ne gros y blancos, viejos y jóvenes, judíos y griegos, y el cosmos mis mo, todos en el camino hacia el nuevo cielo y la nueva tierra. De modo ideal, si la igual dignidad humana de las mujeres es recono cida alguna vez en la teoría y la praxis eclesiales, este debate sobre la masculinidad de Cristo se desvanecerá. En una Iglesia más justa, nunca se habría convertido en un asunto tal. E. A. J ohnson [Traducción: A. Villalba ]
12 Cf. la recuperación por M. Grey, Feminism, Redemption and tbe