¡Música, Maestro!
¡Música, Maestro!
¡Música, Maestro!
Y es a través de las notas de Philip Glass que mi cuerpo actúa, por instinto y por impulso.
Pues bajo las pesadas cadenas de su tiempo, la sangre de Ariadna recorre mis muslos y
tobillos hasta caer sobre la punta de mis pies, y la sensación es tan placentera que mi cuerpo
se estremece y actúa de nueva cuenta.
Ariadna, el silencio también forma parte esencial de nuestra vida. Y es que al mirar tus
piernas y los huesos que se asoman bajo tu piel recuerdo las palabras de Roberto Goyeneche
cuando dijo que los silencios se cantan, y es entonces cuando comprendo que tu muerte bajo
mis manos fue silencio, una melodía perfecta y acompasada. Pues sosteniendo tu corazón
palpitante sobre mis manos, la gran materia, es decir la música, cantó ante mis oídos.
Debo decir que, al verte allí, abrazada por el vacío, mi experiencia con la música se ha
transformado en algo fuera de los límites de lo normal y lo perfecto, ahora la esencia de mi
personalidad se encuentra en órdenes superiores que convergen con el exterior, con aquello
que ha dejado de ser natural. Ahora disfruto de un lenguaje distinto con la esencia de la
música, disfruto de Wagner y de tus manos sin piel, de tu boca sin dientes y de tu cuerpo sin
alma.
Ariadna, el amor que existe entre nosotros aún está presente. Está presente mientras la música
exista y la esencia de tu muerte quede en mi memoria. Es pues, a través de la música que mi
cuerpo actúa y mis impulsos salen a la luz. Ariadna, dulce y bella Ariadna, es con tu muerte
que conocí la libertad. Así que, ¡música, maestro!