Clase 5 Unq Dictadura 2019
Clase 5 Unq Dictadura 2019
Clase 5 Unq Dictadura 2019
Hola, ¿cómo están? ¿Pudieron hacer las lecturas recomendadas? Les recuerdo que son
fundamentales para poder comprender por qué consideramos la comunicación como
un derecho humano inalienable, es decir que no nos lo puede quitar nadie, de dos vías:
una individual y otra colectiva.
En las dos primeras clases, pudimos reflexionar sobre la evolución o las distintas etapas
de la libertad de prensa, confundida con la libertad de empresa, la libertad de
expresión y el derecho humano a la comunicación que nos proponen Analía Elíades y
los catedráticos españoles Desantes Guanter y Carlos Soria. Recordando que esas
etapas: monárquica, empresarista, profesionalista y universalista, no necesariamente
son cronológicas, sino que van dándose unas y otras, muchas veces, a la vez.
Conocer estas raíces nos va a permitir una mirada más integral a la problemática
comunicacional actual, la búsqueda de la democratización de fines del siglo pasado,
pero sobre todo de principios de este siglo XXI en la Argentina, con la Ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual, en qué contexto histórico fue impulsada por la sociedad
civil y en cuál recuperada por el Poder Ejecutivo, luego el Poder Legislativo y el Poder
Judicial.
Me gustaría que pensáramos ahora ¿qué ocurriría en la Argentina contemporánea si el
salario real se depreciara un 40%? ¿Cómo reaccionarían los trabajadores? ¿Y los
sindicatos? ¿Se gestaría una movilización, un paro general?
¿Y si la mortalidad infantil trepara en algunas zonas del gran Buenos Aires al 30%?
¿Qué medidas se tomarían desde la sociedad civil y la oposición política? ¿Qué
denuncias se harían en los organismos internacionales de defensa de los derechos
humanos?
Sin embargo, esto fue lo que ocurrió durante el primer año de la última dictadura
cívico militar de la Argentina, en la que se estimaba que ya había 15 mil desaparecidos,
cuatro mil muertos y más de siete mil recursos de habeas corpus rechazados en el
Poder Judicial, de acuerdo con el relevamiento hecho por el periodista Rodolfo Walsh.
Más de cuarenta años después de aquel ensayo periodístico inicial, las preguntas
siguen vigentes: ¿Cómo fue posible un genocidio en el último cuarto del siglo XX? ¿Qué
dispositivos se implementaron en la sociedad de los 70 para que esto pudiera ocurrir?
¿Cómo se llegó a alterar, bajo el velo de la "normalidad", una matriz económica
redistributiva, en una concentrada? ¿Puede un "golpe", "llevado a cabo un día", el 24
de marzo de 1976, cambiarlo todo? ¿Qué alianzas son necesarias a nivel social, político
y económico para poder concretarlo? ¿Cuáles fueron las continuidades que habilitaron
la unión de la pedagogía preponderante de las corporaciones mediáticas con la
pedagogía de la elite dominante, partícipes de esa dictadura cívico militar?
Más que un día y una hora concretas, deben rastrearse, entonces, los mecanismos
específicos que pusieron en marcha los perpetradores del genocidio para lograr la
transformación de esos sistemas de valores e ideas, de las "prácticas sociales" para
construir una hegemonía que permitiera el triunfo y, luego, la legitimidad en la
búsqueda de la perpetuidad.
En las declaraciones del propio genocida Jorge Rafael Videla, del 25 de mayo de
1976[3], pueden rastrearse ese objetivo al enunciar la necesidad de lograr "la
recomposición del ser argentino", porque ha habido "un trastocamiento de los valores
tradicionales".
Según Videla, había que elevarse “por encima de la miseria que las antinomias nos han
planteado, para dejar de una vez por todas, ese ser ´anti´ y ser de una vez por todas
´pro´, ´pro-argentino´”.
Esa tríada siniestra cultural se escondió durante años en las capas subterráneas de la
construcción de la matriz simbólica que posibilitó un orden restaurador en lo
económico, político y cultural de la última dictadura cívico militar, durante mucho
tiempo cimentado en el silencio sobre el aniquilamiento de una parte relevante de la
sociedad.
Fíjense que sin mayores rodeos, podemos encontrar un buen ejemplo en el Acta
número 36, del 29 de septiembre de 1977[4], que ya deja en evidencia la primera faz de
la estrategia: el manejo de los medios de comunicación.
Vista previa del vídeo "El silencio es salud", cartel giratorio en el Obelisco. de YouTube
¿Lo recuerdan? ¿Alguien se los mencionó alguna vez? No es otra cosa que “la
instauración de la cultura de la muerte y la cultura del silencio", como describió Yago
Di Nella (2007)[6]. Allí está la base de la "naturalización de la impunidad como matriz de
relaciones de esos nuevos sujetos sociales".
Por eso, presten especial atención a cómo se distribuyeron los medios entre las tres
Fuerzas: la Marina quedó a cargo de Canal 13 y Radio El Mundo, el Ejército dominó
Canal 11 y radio Belgrano, mientras que Aeronáutica digitó los destinos de Radio
Splendid. Y entre todas, es decir, un representante de cada Fuerza Armada, pero
también "de los ministerios de Defensa, Interior, Economía, Cultura y Educación,
Relaciones Exteriores, la Secretaría de Inteligencia del Estado y la Secretaría de
Información Pública" tomaron el control del Sistema Nacional de Radiodifusión
(SINARA), integrado por el Sistema Privado de Radiodifusión (SEPRINA) y por el Servicio
Nacional de radiodifusión (SENARA)[7].
Pero ¿puede una "lucha por las almas" erigirse de un día para el otro, sin la “lucha por
las armas”? ¿Qué piensan?
En el texto de lectura obligatoria para oficiales del Estado Mayor, comandos, institutos
y unidades del Ejército para "establecer las bases doctrinarias" se define la "acción
psicológica" como "toda acción que pueda obrar de forma persuasiva, sugestiva o
compulsiva sobre los públicos, procurando crear, afirmar o modificar sus conductas y
actitudes" y se menciona sin eufemismos el rol de "comunicadores llave" para
promover la credibilidad y legitimidad en el poder.
Las huellas del consenso público que buscó generarse para la aprobación del
derrocamiento de la democracia también pueden rastrearse en etapas históricas
previas. Desde la perspectiva de César Luis Díaz (2002)[9], a partir de la muerte de Juan
Domingo Perón, el 1 de julio, puede registrarse desde los editoriales de los principales
diarios la idea de que sólo la interrupción del orden democrático puede recuperar el
orden.
Así, Díaz recupera un editorial elocuente del The New York Times: "una alternativa será
el regreso de las Fuerzas Armadas al poder, aun reconociendo que, con ganas,
entregaron las riendas en 1973, después de 7 años de gobierno inefectivos".
Otra huella “fundadora” de la marca indeleble de la toma del poder por la fuerza que
significó la ruptura democrática puede rastrearse en el diario La Opinión del 1 de
noviembre de 1975.
"El clima del país exige tener en el gobierno una persona fuerte y capaz", acuñó por
entonces La Opinión como título principal de ese día, sumándose a la agitación
cotidiana del diario La Nación, después del intento de copamiento del Regimiento de
Monte Chingolo, porque el Poder Ejecutivo está "vacante".
¿Pueden reconocer las pistas de la cobertura periodística de la toma del poder del 24
de marzo de 1976?
Para el diario Clarín se trataba de "un buen punto de partida, el reemplazo del elenco
gobernante (...) abren perspectivas en las que es dable depositar la hasta ahora
defraudada confianza de los argentinos".
Tres días después, el diario La Prensa llega al paroxismo de la aprobación al destacar
"la prolijidad" con la que actuaron las Fuerzas Armadas, al establecer "el nuevo
gobierno" en dos horas.
Los medios gráficos no fueron ajenos, sino fundamentales para interpretar ese nuevo
mundo. Los casos son múltiples y se extendieron a lo largo y ancho del país, no sólo a
través de los diarios, sino también de agencias de noticias y del manejo de la única
fábrica de papel de diarios del país. ¿Recuerdan alguno o tienen referencia de algún
caso en particular? ¿Podrían hacer memoria y hurgar en busca de algún dato?
• Papel Prensa: fundada en 1972 por David Graiver, fue apropiada de manera
ilegítima, luego de la muerte dudosa del empresario, al desplomarse el avión
en el que viajaba. Los propietarios de los diarios Clarín, La Razón y La Nación
fueron los elegidos por la Junta Genocida para asociarse al negocio de la única
fábrica de papel para diarios de la Argentina. "Quien maneja el papel, maneja la
información", fue el eje central para tomar la decisión.
• Cooperativa Copegraf. Ltda: editora del diario El Independiente, de la provincia
de La Rioja. El 10 de mayo de 1976, los periodistas Plutarco Schaller, Mario
Paoletti y Guillermo Alfieri fueron obligados a ceder la propiedad en el centro
clandestino de detención en el que estaban secuestrados y fueron torturados.
• Diarios La Nueva Provincia: fue investigado por el vínculo con la junta genocida
en el marco de "acciones de operación psicológica", a partir de la publicación
de comunicados sobre "supuestos enfrentamientos militares con presuntos
elementos subversivos". También cuenta con dos operarios gráficos,
representantes sindicales, Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola
secuestrados, torturados y ejecutados en 1976. En el marco de la investigación
judicial se demostró que los directivos del diario documentaban los pasos de
los delegados ante "los comandos militares y navales de la zona".
Como explicitó Feierstein, esa interpretación del mundo realizada a través del manejo
de los medios de comunicación, esa nueva hegemonía no se dio aislada. En las
prácticas genocidas es necesaria la implantación de un régimen de miedo, de terror
para lograr el disciplinamiento social, como también señaló Michelle Foucault.
Destruir al argentino y la argentina pre-dictadura, transformar los sueños colectivos en
individuales, acercar las perspectivas al consumo y alejarlas del pensamiento y la
crítica, requerían "implementar el terror más profundo", desde la perspectiva de
Walsh[12].
"Cuando los trabajadores han querido protestar los han calificado de subversivos,
secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron
muertos, y en otros no aparecieron", completa para concluir que también fue
necesario el dominio del Poder Judicial, "como el detenido no existe, no hay
posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada
aún en las cumbres represivas anteriores dictaduras".
Tal vez por eso, la plegaria final: "Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de
ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar
testimonio en momentos difíciles".
Fue el terror disciplinante el que logró la imposición del proyecto político y económico,
no por su aceptación, sino por sometimiento, como forma de preservación, desde el
enfoque de Pilar Calveiro (2008)[13]: “así como entre los secuestrados y los
secuestradores -considera- los mecanismos de la esquizofrenia permitían vivir con
“naturalidad” la coexistencia de lo contradictorio, así la sociedad en su conjunto
aceptó la incongruencia entre el discurso y la práctica de los militares, entre la vida
pública y la vida privada, entre lo que se dice y lo que se calla, entre lo que se sabe y lo
que se ignora como forma de preservación”.
El rol de la educación
Ahora profundicemos sobre el vínculo entre dictadura y educación. Fíjense que
reconocer que la dictadura genocida buscó implantar un nuevo régimen económico,
con una nueva matriz cultural que pretendía un hombre nuevo, con nuevos valores,
significa problematizar los mecanismos necesarios para llegar a una instancia creadora
de ese hombre nuevo, no sólo desde el dominio mediático, entramado con las
prácticas del terror, sino también desde el educativo.
La necesidad de detectar a cada uno de estos enemigos internos fue propuesta desde
el Ministerio de Cultura genocida, donde se establecían las pautas para empezar a
rastrearlos desde el jardín de infantes. Se consideraba la educación como arma de
combate. El título lo anticipaba todo: “Conozcamos a nuestro enemigo. Subversión en
el ámbito educativo”.
Este libro se escribió con el tenebroso propósito de evidenciar “los síntomas de una
grave enfermedad moral. Es en la educación donde hay que actuar con claridad y
energía para arrancar la raíz de la subversión”. Por eso se concluía que “las cambiantes
orientaciones políticas de los sucesivos gobiernos nacionales a partir del primer cuarto
de siglo impidieron la implementación de una política educativa no partidaria y
coherente con los objetivos permanentes de la Nación. El accionar subversivo es
desarrollado en todos los niveles educativos a través del personal docente marxista” y
detallaba para explicar a los nuevos espías del régimen que “la tarea de captación del
alumnado se desarrolla a través de:
Y así fue. Más de 30 mil enemigos del alma argentina fueron desaparecidos en el fuego
purificador de la dictadura cívico militar, junto a millones de libros e ideas.
Entre 1973 y 1974, en la Argentina se leían tres libros al año, hacia 1976 ya eran dos,
en 1979 era uno y en 1981, menos de uno. El trabajo estuvo bien hecho. Mientras que
en pleno peronismo se imprimían 50 millones de libros, en 1976 fueron 31 millones y
sólo 17 millones entre 1979 y 1982. Tan bien hecho que, según “El Terrorismo de
Estado en las Bibliotecas, Córdoba 1976-1983”[16], siempre entre el 73 y 74, se
consideraba que un argentino o argentina usaba unas 4 mil o cinco mil palabras, entre
1976 y 1980, descendió a entre 1.500 y 2.000. Gran parte de la tarea estaba
concretada.
Es en esa elite dominante que puede encontrarse el armado del plan. En intelectuales,
académicos y políticos que integraron usinas ideológicas cuya data es muy anterior a la
década del 70. Así el Ateneo de la Juventud Democrática Argentina, presidido por José
Alberto Martínez de Hoz, con miembros destacados como Pedro Blaquier, Enrique
Pinedo, Jaime Perriaux y Federico de Álzaga, desde 1946 veían en el peronismo el
peligroso retorno al poder de las clases populares. Desde la revista Demos, órgano de
difusión de su plataforma idearia promovían el destierro de "la segunda tiranía".
Años después, con distintos nombres, pero con las mismas ideas, Martínez de Hoz,
Blaquier, Perriaux integrarán otros "clubes" o "grupos" como el Círculo de Plata, en
1973, el Club Azcuénaga y finalmente el Grupo Perriaux, no sirviendo, sino
fusionándose directamente con la dictadura de Onganía (Perriaux fue ministro de
Justicia) y última dictadura cívico-militar en diferentes ministerios, como Economía y
editorialistas de La Nación, como Luis Zanotti.
Reflexiones finales
“Listas negras”, ¿les suena esa frase? ¿Encuentran algún rasgo en la actualidad?
¿Treinta años son suficientes para exorcizar un régimen de persecución y desaparición
que buscó instalar un nuevo orden simbólico, cultural y económico para construir ese
hombre nuevo, católico, conservador y nacional que pretendían? ¿Cuántos años lleva
liberarse de ese andamiaje de palabras instaladas a sangre y fuego? ¿Es posible
constituir esa pedagogía del oprimido, liberadora, cuando los medios cristalizaron que
el pensamiento libre y auténtica es peligroso?
En democracia, unos no pueden ser dichos por otros, porque ése es el camino de la
interpretación del otro, de la deshumanización en tanto negación del otro y de su
derecho de decir. No se puede aplastar la creación propia. “Para dominar –explicó
Freire-, el dominador no tiene otro camino sino negar a las masas populares el derecho
de decir su palabra, de pensar correctamente, las masas populares, no deben admirar
el mundo auténticamente, no pueden denunciarlo, cuestionarlo, transformarlo para
lograr su humanización, sino adaptarse a la realidad que sirve al dominador”.
¿Cuánto de la realidad que sirve al “dominador” tenemos todavía en nuestro
andamiaje educativo, político y cultural?
Tal vez sea necesario, como sujetos del propio destino histórico, que los nuevos
actores de la comunicación se redescubrirse, se reconozcan para ser reconocidos,
nombren las palabras que los definen, pongan esas palabras a su servicio y se
comprometan con ellos mismos y la sociedad en la que se constituyen.
Pero también, en los términos de Freire, reconocer “la violencia de los opresores” al
punto de saber que uno es y al mismo tiempo tiene el “yo introyectado” como
conciencia opresora.
Me gustaría que ahora puedan ver el documental “La Cocina, en el medio hay una ley”.
Aún si ya lo vieron, repásenlo a la luz de la clase de hoy. Acá les dejo el link
https://www.youtube.com/watch?v=D_XqqHY_zFk
Ya sé que tiene sus años, pero siempre es bueno recuperar la memoria de quienes van
luchando por una comunicación democrática, en la perspectiva de los derechos
humanos y ver cómo fue la cocina de una Ley, como la de Servicios de Comunicación
Audiovisual, desguazada, pero con algunos artículos vigentes sobre la radio y la
televisión. Son actores de ayer, de hoy y de siempre.
¿Se reconocen en esta lucha? ¿Tienen presente cuáles son los derechos que aún
tenemos y cuáles las obligaciones como comunicadoras y comunicadores?
Pueden profundizar los conceptos en el texto de Javier Rodríguez Usé “Ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual: una nueva forma de legislar”.
Lean luego el cuadro comparativo que les envié sobre los ejes centrales de la LSCA y las
modificaciones realizadas por el presidente Mauricio Macri por decretos de necesidad
y urgencia y decretos.
Resulta muy esclarecedor, ante tanta confusión reinante, que vean en detalle qué
artículos siguen vigentes y cuáles no.
Será la antesala perfecta para bucear en los textos de la cordobesa Marita Mata y el
periodista Washington Uranga, docente de la UNQ.
* Para citar esta clase: Ottaviano, Cynthia (2018) “La matriz simbólica del último
genocidio: medios, educación y terror” en Señal de Ajuste. Vigilancia y control en la
nueva era de la Comunicación”, Edulp, Argentina.
[1]
Puede consultarse en línea
en http://conti.derhuman.jus.gov.ar/_pdf/serie_1_walsh.pdf[2] Daniel Feierstein, El
genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina,