Clase 5 Unq Dictadura 2019

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Clase IV

Medios, dictadura y terror

Por Dra. Cynthia Ottaviano*

Hola, ¿cómo están? ¿Pudieron hacer las lecturas recomendadas? Les recuerdo que son
fundamentales para poder comprender por qué consideramos la comunicación como
un derecho humano inalienable, es decir que no nos lo puede quitar nadie, de dos vías:
una individual y otra colectiva.

En las dos primeras clases, pudimos reflexionar sobre la evolución o las distintas etapas
de la libertad de prensa, confundida con la libertad de empresa, la libertad de
expresión y el derecho humano a la comunicación que nos proponen Analía Elíades y
los catedráticos españoles Desantes Guanter y Carlos Soria. Recordando que esas
etapas: monárquica, empresarista, profesionalista y universalista, no necesariamente
son cronológicas, sino que van dándose unas y otras, muchas veces, a la vez.

También pudimos repasar los conceptos de libertad de empresa, de prensa y libertad


de expresión, junto con los tratados internacionales de rango constitucional en la
Argentina, y buena parte de América Latina.

Hoy vamos a trabajar sobre el paradigma anterior al de la perspectiva de los derechos


humanos. No sólo nos referimos al mercantilista de la década neoliberal de los 90, en
la Argentina, sino a la matriz que le dio origen, la implantada durante la dictadura
cívico militar, donde la comunicación estaba bajo la Doctrina de la Seguridad Nacional.

Conocer estas raíces nos va a permitir una mirada más integral a la problemática
comunicacional actual, la búsqueda de la democratización de fines del siglo pasado,
pero sobre todo de principios de este siglo XXI en la Argentina, con la Ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual, en qué contexto histórico fue impulsada por la sociedad
civil y en cuál recuperada por el Poder Ejecutivo, luego el Poder Legislativo y el Poder
Judicial.
Me gustaría que pensáramos ahora ¿qué ocurriría en la Argentina contemporánea si el
salario real se depreciara un 40%? ¿Cómo reaccionarían los trabajadores? ¿Y los
sindicatos? ¿Se gestaría una movilización, un paro general?

¿Qué pasaría si, a la vez, la participación en el ingreso nacional cayera un 30%? ¿Y si la


jornada laboral pasara de 8 a 16 horas? ¿Se produciría un debate nacional que llegara
a ocupar las primeras planas de los diarios, el horario central de la radio y la televisión
o la viralización en las redes sociales?

¿Y si la mortalidad infantil trepara en algunas zonas del gran Buenos Aires al 30%?
¿Qué medidas se tomarían desde la sociedad civil y la oposición política? ¿Qué
denuncias se harían en los organismos internacionales de defensa de los derechos
humanos?

Podrían pensarse muchas alternativas, estrategias y consecuencias posibles. Pero


seguramente, el silencio no sería una de ellas.

Sin embargo, esto fue lo que ocurrió durante el primer año de la última dictadura
cívico militar de la Argentina, en la que se estimaba que ya había 15 mil desaparecidos,
cuatro mil muertos y más de siete mil recursos de habeas corpus rechazados en el
Poder Judicial, de acuerdo con el relevamiento hecho por el periodista Rodolfo Walsh.

En su "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar" (1977)[1], además de detallar la


maquinaria criminal, Walsh ensayó una primera explicación al calor de los hechos: el
silencio no sólo era consecuencia de una "propaganda abrumadora" y de "amordazar"
a la prensa, sino también de la prohibición de los partidos políticos, la intervención de
los sindicatos y la implantación del "terror más profundo que ha conocido la sociedad
argentina".

Más de cuarenta años después de aquel ensayo periodístico inicial, las preguntas
siguen vigentes: ¿Cómo fue posible un genocidio en el último cuarto del siglo XX? ¿Qué
dispositivos se implementaron en la sociedad de los 70 para que esto pudiera ocurrir?
¿Cómo se llegó a alterar, bajo el velo de la "normalidad", una matriz económica
redistributiva, en una concentrada? ¿Puede un "golpe", "llevado a cabo un día", el 24
de marzo de 1976, cambiarlo todo? ¿Qué alianzas son necesarias a nivel social, político
y económico para poder concretarlo? ¿Cuáles fueron las continuidades que habilitaron
la unión de la pedagogía preponderante de las corporaciones mediáticas con la
pedagogía de la elite dominante, partícipes de esa dictadura cívico militar?

Golpe vs práctica genocida

Si bien los acontecimientos históricos suelen enunciarse en una conceptualización


temporal y espacial, reconociendo una fecha de inicio y otra de final -encasillándolos
en ese hecho histórico más que en un proceso-, un análisis político, económico y
cultural de los años previos a la última dictadura cívico militar puede dejar entrever
continuidades en la trama histórica nacional que evidencien que el Golpe militar del 24
de marzo de 1976 constituyó una "práctica social genocida", como teoriza Daniel
Feierstein (2007)[2], más que un “golpe”. Una práctica social habilitante, permeable,
tolerable, tal vez, con el objetivo de ejecutar un plan masivo y sistemático, con la
intención de destrucción total o parcial de un grupo humano.

El reconocimiento de esta "práctica social genocida", antes que un "golpe", implica la


creación de nuevas relaciones sociales, nuevos modelos identitarios que hondo calado
en el tejido social, de manera de lograr "la destrucción de las relaciones sociales de
autonomía y cooperación y de la identidad de una sociedad", con el uso del “terror”
para aniquilar una parte relevante de la sociedad, no sólo por el número, sino por los
“efectos” de esas prácticas (Feierstein, 2007).

Esta nueva matriz se inscribe, a su vez, en una transformación de los procesos de


construcción identitaria, con reformulación de los límites de la “responsabilidad ante el
otro”, concluye Feierstein, entendiendo “que somos parte inescindible de las prácticas
sociales que se desarrollan en las sociedades en las que habitamos y, por lo tanto,
responsables morales por sus efectos".

Más que un día y una hora concretas, deben rastrearse, entonces, los mecanismos
específicos que pusieron en marcha los perpetradores del genocidio para lograr la
transformación de esos sistemas de valores e ideas, de las "prácticas sociales" para
construir una hegemonía que permitiera el triunfo y, luego, la legitimidad en la
búsqueda de la perpetuidad.

En las declaraciones del propio genocida Jorge Rafael Videla, del 25 de mayo de
1976[3], pueden rastrearse ese objetivo al enunciar la necesidad de lograr "la
recomposición del ser argentino", porque ha habido "un trastocamiento de los valores
tradicionales".

En la lógica genocida, “se ha subvertido el orden natural de las cosas”, se ha registrado


un “deterioro de vida”, por culpa de la “demagogia” y la “corrupción”. "La subversión
no es ni más ni menos que eso: subversión de los valores esenciales del ser nacional”,
continuaba la retórica criminal.

Según Videla, había que elevarse “por encima de la miseria que las antinomias nos han
planteado, para dejar de una vez por todas, ese ser ´anti´ y ser de una vez por todas
´pro´, ´pro-argentino´”.

¿Cuál era la supuesta recompensa? “Honestidad, idoneidad y eficacia”, actuar


“inspirados solamente en la verdad”. Pero para hacerlo, primero era necesario
determinar al enemigo, el "no argentino”, en tanto no respondía a intereses
“argentinos”, sino del “exterior”, la otredad amenazante, "un otro" como peligro,
intimidante, el hostis que tiene y debe ser reducido a la nada, porque atenta contra las
individualidades, la familia y sus posesiones.
Pero ¿cuáles eran las amenazas? ¿Cómo comunicarlas al nuevo mundo, a esa nueva
construcción simbólica de representaciones, de nuevos sentidos, interpretada y
delineada por los genocidas para salvar al ser “católico, conservador y nacional”?

La invitación de hoy es a reflexionar sobre la documentación dejada por la maquinaria


criminal, de la última dictadura cívico militar y regímenes autoritarios anteriores,
artículos periodísticos y discursos de los perpetradores de ese nuevo orden para
reconocer que existió una tríada clave: medios, educación y terror.

Esa tríada siniestra cultural se escondió durante años en las capas subterráneas de la
construcción de la matriz simbólica que posibilitó un orden restaurador en lo
económico, político y cultural de la última dictadura cívico militar, durante mucho
tiempo cimentado en el silencio sobre el aniquilamiento de una parte relevante de la
sociedad.

¿Tienen memoria de alguna publicidad o imagen de la década del 70 sobre el tema?


¿En algún encuentro cultural, académico, familiar o de militancia alguien recuperó
alguna vez esta problemática sobre el silencio que se buscaba imponer y cuáles fueron
las consecuencias?

La maquinaria criminal para luchar contra las almas

Fíjense que sin mayores rodeos, podemos encontrar un buen ejemplo en el Acta
número 36, del 29 de septiembre de 1977[4], que ya deja en evidencia la primera faz de
la estrategia: el manejo de los medios de comunicación.

Reunida la Junta Militar en el Congreso de la Nación, vaciado de legisladores y


legisladoras, estableció los "objetivos, políticas y pautas de la radiodifusión".

Entre los "objetivos de la radiodifusión nacional" detallaron "contribuir al


afianzamiento de la unidad nacional y al fortalecimiento de la fe y la esperanza en los
destinos de la Nación Argentina", mientras que entre las "políticas para la consecución
de los objetivos" se enumera "proveer a la seguridad nacional, contribuyendo a la
erradicación de toda causa que pueda debilitarla" y "contribuir a la formación en el
exterior de una correcta imagen del país".

Recuerdan que la clase pasada planteamos que a cada paradigma político le


corresponde un paradigma comunicacional. Bajo la Doctrina de la Seguridad Nacional,
sostuvo la Junta genocida, la información debía ser controlada por los servicios de
inteligencia. La información debía ser “veraz, objetiva y oportuna”; definidas y
determinadas por quienes implantaban el terror como método disciplinante, acuñando
la palabra “enfrentamiento” como eufemismo de fusilamiento y “desaparecido” para
quien “no está ni muerto ni vivo”, sino secuestrado, chupado, torturado en las más
oscuras sombras del Estado terrorista.
En ese nuevo orden, "el silencio es salud", se sentenciaba desde los medios de
comunicación y desde gigantografías que rodeaban el Obelisco[5]. "Mejor no te metas"
se repetía -como prólogo a la entronización de la cultura individualista de los 90- para
evitar cualquier mirada curiosa o solidaria que pudiera cambiar el orden de lo
instituido. En la misma línea, el “algo habrán hecho” buscaba revertir con perversión la
carga de la prueba y transformar a la víctima en victimario.

Vista previa del vídeo "El silencio es salud", cartel giratorio en el Obelisco. de YouTube

¿Lo recuerdan? ¿Alguien se los mencionó alguna vez? No es otra cosa que “la
instauración de la cultura de la muerte y la cultura del silencio", como describió Yago
Di Nella (2007)[6]. Allí está la base de la "naturalización de la impunidad como matriz de
relaciones de esos nuevos sujetos sociales".

Los medios audiovisuales, ya no vistos como negocios ni entretenimientos, sino como


aparatos propagandísticos de la instalación del nuevo orden no podían quedar librados
al azar.

Por eso, presten especial atención a cómo se distribuyeron los medios entre las tres
Fuerzas: la Marina quedó a cargo de Canal 13 y Radio El Mundo, el Ejército dominó
Canal 11 y radio Belgrano, mientras que Aeronáutica digitó los destinos de Radio
Splendid. Y entre todas, es decir, un representante de cada Fuerza Armada, pero
también "de los ministerios de Defensa, Interior, Economía, Cultura y Educación,
Relaciones Exteriores, la Secretaría de Inteligencia del Estado y la Secretaría de
Información Pública" tomaron el control del Sistema Nacional de Radiodifusión
(SINARA), integrado por el Sistema Privado de Radiodifusión (SEPRINA) y por el Servicio
Nacional de radiodifusión (SENARA)[7].

Todo el poder concentrado en el manejo de la construcción de sentidos audiovisuales


"ya no conquistar el terreno físicamente hablando, sino conquistar mentes”, como
enunció la revista SOMOS, el 16 de septiembre de 1977, al homenajear el 22°
aniversario de la Revolución Libertadora.

Quedaba para los viejos manuales de la estrategia militar “tomar plazas-fuertes”.


Ahora se trataba de “moldear las estructuras mentales”, porque “la única victoria
definitiva en la guerra es la victoria cultural… Más que luchas por las armas, es una
lucha por las almas. Para graficar: se ha podado un árbol y para que no brote en el
futuro será necesario quemar la raíz y el tronco de ese árbol".

Pero ¿puede una "lucha por las almas" erigirse de un día para el otro, sin la “lucha por
las armas”? ¿Qué piensan?

Desde la perspectiva genocida, era imprescindible contribuir a la construcción de una


matriz simbólica para triunfar en el campo de batalla de la disputa de sentidos. De
hecho, varios años antes, para generar la necesidad de una ruptura del orden
democrático, no como hecho negativo, sino como imprescindible, ineludible, en 1968,
con la firma del teniente coronel Alejandro Agustín Lanusse, el Ejército Argentino
imprimió en el Instituto Geográfico Militar el "Manual de Operaciones psicológicas"[8],
donde se establece el Plan Nacional de Comunicación Social.

La "Prensa Nacional", la "Prensa extranjera", las "Radios Nacionales", las "Radios


extranjeras", la "Televisión", la agencia "Télam" y las "Compañías privadas" -
sentenciaba- debían quedar subordinadas a las tareas de Inteligencia.

En el texto de lectura obligatoria para oficiales del Estado Mayor, comandos, institutos
y unidades del Ejército para "establecer las bases doctrinarias" se define la "acción
psicológica" como "toda acción que pueda obrar de forma persuasiva, sugestiva o
compulsiva sobre los públicos, procurando crear, afirmar o modificar sus conductas y
actitudes" y se menciona sin eufemismos el rol de "comunicadores llave" para
promover la credibilidad y legitimidad en el poder.

Las huellas del consenso público que buscó generarse para la aprobación del
derrocamiento de la democracia también pueden rastrearse en etapas históricas
previas. Desde la perspectiva de César Luis Díaz (2002)[9], a partir de la muerte de Juan
Domingo Perón, el 1 de julio, puede registrarse desde los editoriales de los principales
diarios la idea de que sólo la interrupción del orden democrático puede recuperar el
orden.
Así, Díaz recupera un editorial elocuente del The New York Times: "una alternativa será
el regreso de las Fuerzas Armadas al poder, aun reconociendo que, con ganas,
entregaron las riendas en 1973, después de 7 años de gobierno inefectivos".

Otra huella “fundadora” de la marca indeleble de la toma del poder por la fuerza que
significó la ruptura democrática puede rastrearse en el diario La Opinión del 1 de
noviembre de 1975.

Allí, la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) publica una solicitada


que dictamina que "ha llegado la hora de definirse y actuar", contra un enemigo
declarado: "la subversión".

"El clima del país exige tener en el gobierno una persona fuerte y capaz", acuñó por
entonces La Opinión como título principal de ese día, sumándose a la agitación
cotidiana del diario La Nación, después del intento de copamiento del Regimiento de
Monte Chingolo, porque el Poder Ejecutivo está "vacante".

¿Pueden reconocer las pistas de la cobertura periodística de la toma del poder del 24
de marzo de 1976?

Para el diario Clarín se trataba de "un buen punto de partida, el reemplazo del elenco
gobernante (...) abren perspectivas en las que es dable depositar la hasta ahora
defraudada confianza de los argentinos".
Tres días después, el diario La Prensa llega al paroxismo de la aprobación al destacar
"la prolijidad" con la que actuaron las Fuerzas Armadas, al establecer "el nuevo
gobierno" en dos horas.

Los casos emblemáticos, hoy olvidados

Los medios gráficos no fueron ajenos, sino fundamentales para interpretar ese nuevo
mundo. Los casos son múltiples y se extendieron a lo largo y ancho del país, no sólo a
través de los diarios, sino también de agencias de noticias y del manejo de la única
fábrica de papel de diarios del país. ¿Recuerdan alguno o tienen referencia de algún
caso en particular? ¿Podrían hacer memoria y hurgar en busca de algún dato?

Miren, entre los casos más emblemáticos en medios de comunicación gráfica, se


detallan:

• Papel Prensa: fundada en 1972 por David Graiver, fue apropiada de manera
ilegítima, luego de la muerte dudosa del empresario, al desplomarse el avión
en el que viajaba. Los propietarios de los diarios Clarín, La Razón y La Nación
fueron los elegidos por la Junta Genocida para asociarse al negocio de la única
fábrica de papel para diarios de la Argentina. "Quien maneja el papel, maneja la
información", fue el eje central para tomar la decisión.
• Cooperativa Copegraf. Ltda: editora del diario El Independiente, de la provincia
de La Rioja. El 10 de mayo de 1976, los periodistas Plutarco Schaller, Mario
Paoletti y Guillermo Alfieri fueron obligados a ceder la propiedad en el centro
clandestino de detención en el que estaban secuestrados y fueron torturados.

• Editorial Atlántida: a través de publicaciones en las revistas Somos, Gente y


Para Ti generaban maniobras distractivas para ocultar las violaciones a los
derechos humanos, así como buscaban contrarrestar la campaña internacional
contra esas. "Los hijos del terror", "A ellos no les importa Alejandra" fueron los
títulos que encabezaron notas sobre Alejandrina Barry, hija de militantes
montoneros, asesinados en el Uruguay en 1977. Luego de los asesinatos,
Alejandrina fue apropiada por las Fuerzas Armadas uruguayas, pero en las
notas se decía que había sido abandonada por los subversivos, transformando
a las víctimas del terrorismo de Estado en verdaderos victimarios.

• Diario El Día y Radio Provincia: El ex jefe de la Sección Reunión Interior del


Destacamento de Inteligencia 101, de La Plata, Anselmo Pedro Palavezzati,
reconoció que "realizaban encuestas para saber el estado de ánimo de la gente
y las opiniones sobre la situación del país... esas conversaciones informales en
la calle, en la cola del banco, eran una actividad de inteligencia, pero la gente
no lo sabía". Por otra parte, el trabajador gráfico Hugo Alfredo Iglesias, que
realizaba sus tareas en los talleres de La Gaceta, un diario que pertenecía al
mismo grupo Kraiselburd, se encuentra desaparecido.

• Diarios La Nueva Provincia: fue investigado por el vínculo con la junta genocida
en el marco de "acciones de operación psicológica", a partir de la publicación
de comunicados sobre "supuestos enfrentamientos militares con presuntos
elementos subversivos". También cuenta con dos operarios gráficos,
representantes sindicales, Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola
secuestrados, torturados y ejecutados en 1976. En el marco de la investigación
judicial se demostró que los directivos del diario documentaban los pasos de
los delegados ante "los comandos militares y navales de la zona".

• La Gaceta de Tucumán: fue investigado para determinar qué injerencia tenían


los responsables del Operativo Independencia sobre el manejo del diario, que
publicaba la existencia de "enfrentamientos" con "subversivos", en lugar de
ejecuciones y desapariciones y registró un centro clandestino de detención,
como una escuela.

Como explicitó Feierstein, esa interpretación del mundo realizada a través del manejo
de los medios de comunicación, esa nueva hegemonía no se dio aislada. En las
prácticas genocidas es necesaria la implantación de un régimen de miedo, de terror
para lograr el disciplinamiento social, como también señaló Michelle Foucault.
Destruir al argentino y la argentina pre-dictadura, transformar los sueños colectivos en
individuales, acercar las perspectivas al consumo y alejarlas del pensamiento y la
crítica, requerían "implementar el terror más profundo", desde la perspectiva de
Walsh[12].

Así, un vecino puede descubrir "un verdadero cementerio lacustre" al bucear en el


Lago San Roque, en Córdoba, ir a denunciarlo a la comisaría, pero que no le tomen la
denuncia y escribir a los diarios, pero que no le publiquen, como denuncia en la Carta
Abierta.

"Cuando los trabajadores han querido protestar los han calificado de subversivos,
secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron
muertos, y en otros no aparecieron", completa para concluir que también fue
necesario el dominio del Poder Judicial, "como el detenido no existe, no hay
posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada
aún en las cumbres represivas anteriores dictaduras".

Tal vez por eso, la plegaria final: "Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de
ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar
testimonio en momentos difíciles".
Fue el terror disciplinante el que logró la imposición del proyecto político y económico,
no por su aceptación, sino por sometimiento, como forma de preservación, desde el
enfoque de Pilar Calveiro (2008)[13]: “así como entre los secuestrados y los
secuestradores -considera- los mecanismos de la esquizofrenia permitían vivir con
“naturalidad” la coexistencia de lo contradictorio, así la sociedad en su conjunto
aceptó la incongruencia entre el discurso y la práctica de los militares, entre la vida
pública y la vida privada, entre lo que se dice y lo que se calla, entre lo que se sabe y lo
que se ignora como forma de preservación”.

El rol de la educación
Ahora profundicemos sobre el vínculo entre dictadura y educación. Fíjense que
reconocer que la dictadura genocida buscó implantar un nuevo régimen económico,
con una nueva matriz cultural que pretendía un hombre nuevo, con nuevos valores,
significa problematizar los mecanismos necesarios para llegar a una instancia creadora
de ese hombre nuevo, no sólo desde el dominio mediático, entramado con las
prácticas del terror, sino también desde el educativo.

Quiero compartir el libro “Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro


enemigo”[14], realizado por el Ministerio de Cultura y Educación en 1978, con la pluma
del ministro Juan José Catalán.

Fíjense lo que decía: “existe una verdadera urgencia de mostrar el perfil de la


Argentina del mañana. En la medida en que, acompañando al Proceso de
Reorganización Nacional, contribuyamos a dar soluciones institucionalizadas a los
problemas políticos y económicos y soluciones normativas a los educativos, haremos
posible, de nuevo, el progreso orientado según los valores trascendentes de nuestro
estilo y concepción de vida”.

La necesidad de detectar a cada uno de estos enemigos internos fue propuesta desde
el Ministerio de Cultura genocida, donde se establecían las pautas para empezar a
rastrearlos desde el jardín de infantes. Se consideraba la educación como arma de
combate. El título lo anticipaba todo: “Conozcamos a nuestro enemigo. Subversión en
el ámbito educativo”.

Este libro se escribió con el tenebroso propósito de evidenciar “los síntomas de una
grave enfermedad moral. Es en la educación donde hay que actuar con claridad y
energía para arrancar la raíz de la subversión”. Por eso se concluía que “las cambiantes
orientaciones políticas de los sucesivos gobiernos nacionales a partir del primer cuarto
de siglo impidieron la implementación de una política educativa no partidaria y
coherente con los objetivos permanentes de la Nación. El accionar subversivo es
desarrollado en todos los niveles educativos a través del personal docente marxista” y
detallaba para explicar a los nuevos espías del régimen que “la tarea de captación del
alumnado se desarrolla a través de:

a) Las ideas y conceptos desde las cátedras.

b) Charlas, comentarios y consejos vertidos informalmente.

c) Empleo de abundante bibliografía marxista.

d) El accionar de las organizaciones estudiantiles de tendencia marxista.

e) Personal de funcionarios marxistas que aún continúan infiltrados en los


organismos dependientes del Ministerio de Cultura y Educación.

f) La actividad gremial, fuertemente infiltrada.


“Se puede determinar con claridad, –concluía- la conformación de un circuito cerrado
de autoalimentación en el cual las ideas inculcadas en el ciclo primario son
profundizadas en el secundario y complementadas en el terciario, para luego, como
docentes y ya en un rol decididamente activo, continuar con la tarea de formación
ideológica marxistas en las nuevas generaciones que ingresan en la estructura
educativa”.

La quema de millones de libros encontró su base argumental también en este material.


Los dictadores tenían la convicción de que “el accionar subversivo se desarrolla a
través de maestros ideológicamente captados que inciden sobre las mentes de los
pequeños alumnos, fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes, aptas
para la acción que se desarrollará en niveles superiores. La comunicación se realiza en
forma directa, a través de charlas informales, y mediante la lectura y comentarios de
cuentos tendenciosos editados a tal fin. En este sentido se ha advertido en los últimos
tiempos una notoria ofensiva marxista en el área de la literatura infantil. Se propone
emitir un tipo de mensaje que parta del niño y que le permita ´autoeducarse´ sobre la
base de la ´libertad y la alternativa´. Las editoriales marxistas pretenden ofrecer ´libros
útiles´ para el desarrollo, que los ayuden a querer, a pelear a afirmar su ser. A
defender su yo contra el yo que muchas veces le quieren imponer padres o
instituciones”.
Tenían certeza de que así, a través de la lectura y el diálogo, se iba “sembrando el
germen para predisponerlos subjetivamente al accionar de captación que se llevará a
cabo en los niveles superiores”.

De hecho, fíjense que lejos de los preámbulos, el dictador Luciano Benjamín


Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército, el 29 de abril de 1976, mientras ardían
decenas de ejemplares de Galeano, Saint-Exupery, Neruda, Proust y García Márquez
sostuvo que su propósito era “que no quede ninguna parte de estos libros, folletos,
revistas, para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos” [15].

Además de la intención histórica de quemar libros como lo hizo Diocleciano en


Alejandría con los libros de alquimia en el año 292 o en la Hoguera de las Vanidades,
ideada por Girolamo Savonarola, creyendo que así quemarían las posibilidades de
nuevos paradigmas y con ellos desaparecerían, el propósito era claro: “de la misma
manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al
intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma
argentina”.

Y así fue. Más de 30 mil enemigos del alma argentina fueron desaparecidos en el fuego
purificador de la dictadura cívico militar, junto a millones de libros e ideas.

Entre 1973 y 1974, en la Argentina se leían tres libros al año, hacia 1976 ya eran dos,
en 1979 era uno y en 1981, menos de uno. El trabajo estuvo bien hecho. Mientras que
en pleno peronismo se imprimían 50 millones de libros, en 1976 fueron 31 millones y
sólo 17 millones entre 1979 y 1982. Tan bien hecho que, según “El Terrorismo de
Estado en las Bibliotecas, Córdoba 1976-1983”[16], siempre entre el 73 y 74, se
consideraba que un argentino o argentina usaba unas 4 mil o cinco mil palabras, entre
1976 y 1980, descendió a entre 1.500 y 2.000. Gran parte de la tarea estaba
concretada.

El rol de los grupos económicos, políticos e ideológicos

Ahora veamos el lugar que ocuparon los grupos político-económicos.

La configuración del nuevo sistema de dominación, para instaurar el "Proceso de


Reorganización Nacional", no sólo remite a la excepcionalidad genocida entre 1976 y
1983, sino a una continuidad histórica con el proyecto de Organización Nacional
instaurado por Bartolomé Mitre, presidente de la Argentina y fundador del diario La
Nación, desde cuya "tribuna de doctrina" se avaló e impulsó el nuevo orden social,
político y económico.

Es en esa elite dominante que puede encontrarse el armado del plan. En intelectuales,
académicos y políticos que integraron usinas ideológicas cuya data es muy anterior a la
década del 70. Así el Ateneo de la Juventud Democrática Argentina, presidido por José
Alberto Martínez de Hoz, con miembros destacados como Pedro Blaquier, Enrique
Pinedo, Jaime Perriaux y Federico de Álzaga, desde 1946 veían en el peronismo el
peligroso retorno al poder de las clases populares. Desde la revista Demos, órgano de
difusión de su plataforma idearia promovían el destierro de "la segunda tiranía".

Años después, con distintos nombres, pero con las mismas ideas, Martínez de Hoz,
Blaquier, Perriaux integrarán otros "clubes" o "grupos" como el Círculo de Plata, en
1973, el Club Azcuénaga y finalmente el Grupo Perriaux, no sirviendo, sino
fusionándose directamente con la dictadura de Onganía (Perriaux fue ministro de
Justicia) y última dictadura cívico-militar en diferentes ministerios, como Economía y
editorialistas de La Nación, como Luis Zanotti.

Una investigación realizada por la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia de


Buenos Aires[17] da cuenta de que la influencia de Jaime Perriaux y su grupo llega al
punto de que en el año 1975 empieza a reunirse con el Equipo Compatibilizador
Interfuerzas (ECI), encargado de coordinar la acción conjunta de las Fuerzas Armadas
en la concreción de la toma del poder. Luego, con el objetivo cumplido, se transformó
en un organismo asesor de la Junta genocida, con participación de la Secretaría de
Información Pública (SIP) y la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), sobre todo
en el armado de "listas negras", base del despliegue del Estado Terrorista.

Reflexiones finales

“Listas negras”, ¿les suena esa frase? ¿Encuentran algún rasgo en la actualidad?
¿Treinta años son suficientes para exorcizar un régimen de persecución y desaparición
que buscó instalar un nuevo orden simbólico, cultural y económico para construir ese
hombre nuevo, católico, conservador y nacional que pretendían? ¿Cuántos años lleva
liberarse de ese andamiaje de palabras instaladas a sangre y fuego? ¿Es posible
constituir esa pedagogía del oprimido, liberadora, cuando los medios cristalizaron que
el pensamiento libre y auténtica es peligroso?

La humillación, la vejación fueron el camino del aniquilamiento de la autoestima. De la


reducción del otro a un objeto de posesión y dominio. Tal vez sea necesario el
reconocimiento de la voz propia, de las identidades, de los orígenes, de las ideas y de
los sueños, porque los hombres como sostuvo Freire (1970) “no se hacen en el
silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión” [18].

En democracia, unos no pueden ser dichos por otros, porque ése es el camino de la
interpretación del otro, de la deshumanización en tanto negación del otro y de su
derecho de decir. No se puede aplastar la creación propia. “Para dominar –explicó
Freire-, el dominador no tiene otro camino sino negar a las masas populares el derecho
de decir su palabra, de pensar correctamente, las masas populares, no deben admirar
el mundo auténticamente, no pueden denunciarlo, cuestionarlo, transformarlo para
lograr su humanización, sino adaptarse a la realidad que sirve al dominador”.
¿Cuánto de la realidad que sirve al “dominador” tenemos todavía en nuestro
andamiaje educativo, político y cultural?

Tal vez sea necesario, como sujetos del propio destino histórico, que los nuevos
actores de la comunicación se redescubrirse, se reconozcan para ser reconocidos,
nombren las palabras que los definen, pongan esas palabras a su servicio y se
comprometan con ellos mismos y la sociedad en la que se constituyen.

Pero también, en los términos de Freire, reconocer “la violencia de los opresores” al
punto de saber que uno es y al mismo tiempo tiene el “yo introyectado” como
conciencia opresora.

En ese camino de contradicciones, de pliegues y encrucijadas, aún es necesario


preguntarse qué tan incorporado tenemos las determinaciones de aquella hegemonía,
para que más de cuarenta años después de la última dictadura cívico militar, una
nueva alianza de los medios concentrados de comunicación, con las elites económicas
vuelvan a implantar un paradigma neoconservador en lo político, neoliberal en lo
económico y darwinista en lo mediático, que día a día vuelve a horadar el tejido social
que empezaba a restituirse.

Me gustaría que ahora puedan ver el documental “La Cocina, en el medio hay una ley”.
Aún si ya lo vieron, repásenlo a la luz de la clase de hoy. Acá les dejo el link
https://www.youtube.com/watch?v=D_XqqHY_zFk

Ya sé que tiene sus años, pero siempre es bueno recuperar la memoria de quienes van
luchando por una comunicación democrática, en la perspectiva de los derechos
humanos y ver cómo fue la cocina de una Ley, como la de Servicios de Comunicación
Audiovisual, desguazada, pero con algunos artículos vigentes sobre la radio y la
televisión. Son actores de ayer, de hoy y de siempre.

¿Se reconocen en esta lucha? ¿Tienen presente cuáles son los derechos que aún
tenemos y cuáles las obligaciones como comunicadoras y comunicadores?

Pueden profundizar los conceptos en el texto de Javier Rodríguez Usé “Ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual: una nueva forma de legislar”.

Lean luego el cuadro comparativo que les envié sobre los ejes centrales de la LSCA y las
modificaciones realizadas por el presidente Mauricio Macri por decretos de necesidad
y urgencia y decretos.

Resulta muy esclarecedor, ante tanta confusión reinante, que vean en detalle qué
artículos siguen vigentes y cuáles no.

Y piensen en tres puntos determinantes de la LSCA para la democratización de la


comunicación o seleccionen tres modificaciones y justifiquen las consecuencias para la
democracia.
Les mando un abrazo y nos vemos la próxima clase, donde vamos a trabajar sobre las
diferencias entre usuarios y usuarias, consumidores y consumidoras, públicos,
audiencias o ciudadanía comunicacional.

Será la antesala perfecta para bucear en los textos de la cordobesa Marita Mata y el
periodista Washington Uranga, docente de la UNQ.

* Para citar esta clase: Ottaviano, Cynthia (2018) “La matriz simbólica del último
genocidio: medios, educación y terror” en Señal de Ajuste. Vigilancia y control en la
nueva era de la Comunicación”, Edulp, Argentina.

[1]
Puede consultarse en línea
en http://conti.derhuman.jus.gov.ar/_pdf/serie_1_walsh.pdf[2] Daniel Feierstein, El
genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina,

Bs. As. Fondo de Cultura Económica, 2007.


[3]Puede consultarse completo en
línea http://www.desaparecidos.org/nuncamas/web/document/militar/discvide.htm
[4]Puede consultarse en línea
en http://www.mindef.gov.ar/archivosAbiertos/centroDeDocumentos.php?document
os=edificioCondor
[5]Puede verse en línea en https://www.youtube.com/watch?v=oWWomN-g-h0 y
en http://www.teoricos.rehime.com.ar/2016/01-20160322.php
[6]Di Nella, Yago (2007), Psicología de la dictadura. El experimento argentino psico-
militar, La Plata, Buenos Aires, Koyatun Editorial.
[7]Lucero, María Victoria (2015), Palabras, silencios y complicidades. La construcción
del discurso legitimador durante la última dictadura cívico militar argentina, Buenos
Aires, Argentina, Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires.
[8]Puede consultarse en línea
en http://www.ruinasdigitales.com/revistas/dictadura/Dictadura%20-
%20Manual%20RC-5-2.pdf
[9]Díaz, César (2002), La cuenta regresiva: la construcción periodística del Golpe de
Estado de 1976, Buenos Aires, Argentina, La Crujía.
[10]Bourdieu, Pierre (1985), ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios
lingüísticos, Madrid, España, Ediciones Akal.
[11]Gras, Martin (2015), Las palabras del terror. Cuarta entrega. El Grupo de Tareas
3.3.2. de la Esma como dispositivo comunicacional: los tableros de control de una
gramática hegemónica. El caso de la Editorial Atlántida. Puede consultarse en línea
en http://www.diariocontexto.com.ar/2015/04/21/laspalabrasdelterroriv/
[12] Ob. Cit.
[13]
Calveiro, Pilar (2008), Política y/o violencia, Buenos Aires, Argentina, Grupo
Editorial Norma.
[14]
Puede consultarse en línea
en http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/normas/11997.pdf
[15]
Puede consultarse en línea http://www.laizquierdadiario.com/Los-libros-que-la-
dictadura-quemo-hace-cuarenta-anos
[16]
Consulta en línea en http://www.ffyh.unc.edu.ar/alfilo/libros-prohibidos/wp-
content/uploads/2012/03/articulo-zeballos.pdf
[17] Ob. Cit.
[18]Freire, Paulo (1970), Pedagogía del oprimido, Buenos Aires, Argentina, Editores
Siglo XXI.

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