7 Bound by The Past - Cora Reilly PDF

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Prólogo
La primera traición
La segunda traición
La tercera traición
Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9
Parte 10
La cuarta traición
Parte 1
3
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
La quinta traición
Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
El contragolpe
Parte 1
Parte 2
Próximo libro
Sobre el autor
Créditos
Dante

Mi vida es una historia de traición.

Maté a muchos porque traicionaron nuestra causa, porque traicionaron a la


Organización.

Un hipócrita. Un mentiroso. Un asesino.

Esto es lo que soy.

Traicioné a la Organización cinco veces. Hice una promesa a nuestra


causa con mi sangre, juré mi vida a ella, prometí poner primero a la
Organización. Por encima de todo.

Elegí a una mujer por encima del bien de la Organización cinco veces.
Traicioné a mi padre. Mi juramento. Mis hombres.
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Cosechas lo que siembras.

¿Mis traiciones destruirían todo lo que juré proteger?

Valentina

Hice un voto de estar junto a Dante el día de nuestra boda.

En las buenas y en las malas.

Amarlo por encima de todas las cosas.

Al crecer en la mafia, sabía que los desafíos en nuestra vida serían


numerosos. Nunca esperé que rasgaran la base misma de nuestra familia, de
nuestra existencia.

Born in Blood Mafia Chronicles #7


La traición se castiga con la muerte.

Maté a muchos porque traicionaron nuestra causa, porque traicionaron a la


Organización.

Un hipócrita. Un mentiroso. Un asesino.

Eso es lo que yo era.

Capo. Jefe. Juez sobre la vida y la muerte.

Esa es la razón por la que aún estaba aquí, y no muerto por mis crímenes, 5
por mi traición.

Traicioné a la Organización cinco veces. Hice una promesa a nuestra


causa con mi sangre, juré mi vida a ella, prometí poner primero a la
Organización. Por encima de todo lo demás.

Elegí a una mujer por encima del bien de la Organización cinco veces.
Traicioné a mi padre. Mi juramento. Mis hombres.

Algunos Capos se consideraban a sí mismos por encima de la ley, por


encima del fracaso. No podían traicionar a la causa porque ellos eran la causa.
No podían fallar porque no fallaban. Yo no compartía esas creencias. Un Capo
no era la causa en sí misma. La Organización lo era, y yo era responsable de mis
acciones.

Y, aun así, mis traiciones quedaron impunes, al menos según las leyes de
nuestro mundo. Pero pagué cada traición con una traición a su vez. Había
traicionado y sido traicionado. Justicia en estado puro.

Cosechas lo que siembras.

Mi vida era una historia de traición. Había tenido que hacer sacrificios con
el tiempo que me podrían costar todo si quería conservar lo que más importaba.
Dante, diecinueve años…

L
os gritos ahogados me hicieron parar en seco en el pasillo. Los
lamentos venían de la biblioteca. Seguí el sonido y abrí la pesada
puerta de madera. Ines estaba sentada en el sillón en su rincón de
lectura favorito, con un libro en su regazo, pero dudaba que pudiera ver ni una
sola letra de las palabras en las páginas que tenía delante.
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Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

Mi hermana no era de las personas que lloraban, nunca lo había sido, y a


excepción de unas pocas ocasiones cuando había sido una niña, jamás la había
visto llorar. Nuestro padre nos había enseñado a suprimir cualquier tipo de
agitación emocional.

Entré, dando a conocer mi presencia. Los ojos azules de Ines se alzaron,


su cuerpo tensándose, pero se relajó cuando me vio.

—Oh, eres tú. —Se enjugó las lágrimas rápidamente, evitando mi mirada.
Cerré la puerta antes de acercarme a ella y me dejé caer sobre el pequeño puf en
el que solía apoyar sus pies mientras leía.

—¿Qué pasa? —le pregunté, obligándome a sonar en calma incluso


cuando mi preocupación y protección me lo dificultaban.

Tanteó las páginas de su libro, tragando con fuerza.

—Padre decidió a quién me dará en matrimonio.

Ines tenía dieciséis años, así que era hora de tomar esa decisión. Que padre
lo hubiera pospuesto durante tanto tiempo era porque le daba ventaja. El temblor
en su voz aumentó mi preocupación.
—Pietro pidió tu mano.

Era una elección buena. Era un tranquilo hombre templado, desatando su


lado oscuro solo cuando era necesario, como yo. Tenía el presentimiento de que
lo mantendría bien contenido en un matrimonio.

Ella asintió y luego se arrojó sobre mí. Después de un momento de


sorpresa, envolví mi brazo alrededor de sus hombros.

—Ines, dime qué es lo que pasa. Ahora.

—¡Me va a dar a Jacopo Scuderi!

La tensión irradió a través de mi cuerpo.

—¿Qué? —gruñí.

Ines sollozó, sus lágrimas empapando mi cuello y garganta. No dejó de


temblar y estremecerse. Nunca la había visto así, pero teniendo en cuenta lo que
reveló, parecía una reacción apropiada.

Jacopo y yo habíamos trabajado juntos a menudo en el pasado, no por


elección de mi parte. Padre quería que trabajara con los Scuderi viendo que eran
los hijos de su Consigliere, pero yo aborrecía profundamente a Jacopo. Era un ser
7
cruel y vengativo que prosperaba al degradar a las personas que consideraba
menos (a las mujeres, los soldados de bajo rango sujetos a su mando, y a su
hermano más joven) y aunque yo era un cruel hombre vengativo, no encontraba
satisfacción alguna al humillar a los demás, mucho menos a las mujeres.

Las pocas veces que me había visto obligado a visitar uno de nuestros
prostíbulos, vi de primera mano lo que Jacopo consideraba divertido. Había oído
aún más historias terroríficas de su hermano menor Rocco cada vez que había
estado borracho y era incapaz de cerrar su gran bocaza. Jacopo era sádico, en la
cama y fuera de ella. No podía ni imaginar que Ines supiera el alcance de su
depravación, y, aun así, sabía que era la peor opción posible.

—¿Estás segura que está decidido? Padre no me dijo nada —le dije,
sofocando mi ira.

Ines se echó hacia atrás, sus ojos llenos de miseria.

—Está decidido. Me lo dijo esta mañana justo después de su reunión con


los Scuderi.

Asentí, entendiendo por qué padre había tomado su decisión. Era porque
me negaba a casarme con nadie más que Carla. Lo desafié y se dio cuenta que no
tenía ninguna manera de obligarme o castigarme, de modo que al final cedió a las
demandas de su Consigliere. Padre sabía qué clase de hombres eran los Scuderi.
Sabía qué clase de hombre era Jacopo, y sin embargo le dio a Ines. Más de una
vez colgó el destino de mi hermana por encima de mi cabeza.

Toqué el hombro de Ines suavemente.

—Hablaré con él.

—No va a cambiar de opinión. Dio su palabra a los Scuderi —susurró, sus


hombros empezando a temblar bajo más sollozos.

Me puse de pie y salí. Ines era un trofeo para Jacopo. Él y su padre habían
estado pidiéndole a padre que le diera su mano en matrimonio a Jacopo durante
años.

Me dirigí a la oficina de padre, intentando mantener la calma. Nada


enfurecía más a padre que cuando no podía sacarme ni una reacción. En los
últimos años se había producido un cambio de poder, fue gradual, pero
definitivamente allí. No podía castigarme con más dolor, no después de años
adormeciéndome a este. Llamé a su puerta, doliéndome los nudillos por la fuerza.
Irrumpir y exigir respuestas era lo que en realidad quería hacer, pero mi padre
seguía siendo Capo, todavía dueño de esta casa, y esperaba el respeto de todos 8
alrededor.

—Adelante —dijo padre arrastrando las palabras.

Adopté una máscara de calma. No sería prudente dar a padre más


munición contra mí. Al entrar, mis ojos se posaron en mi padre, quien se sentaba
en la silla de su escritorio y observaba su calendario. Nos parecíamos mucho, un
hecho que la gente nunca dejaba de mencionar. Los mismos ojos azules fríos,
cabello rubio y actitud distante. Cada mañana despertaba, jurándome ser un
hombre mejor. Un Capo mejor. Un esposo mejor. Un padre mejor.

—Estoy intentando decidir cuándo tendremos las dos bodas. Tu hermana


el próximo año y la tuya el año siguiente. —Alzó la vista con una sonrisa
calculadora. Ines era demasiado joven para casarse—. ¿O preferirías esperar un
par de años más antes de casarte? Solo tienes diecinueve. Entonces, veintiuno.
Quizás necesitas un poco más de tiempo para disfrutar de otras mujeres.

Carla tendría diecinueve en dos años, un año mayor que Ines, y sería
injusto hacia ella hacerla esperar, y no quería. Quería a Carla.

—No. No necesito esperar. —Hice una pausa—. Pero no estoy aquí para
hablar de mi boda.

Padre ladeó la cabeza con fingida curiosidad.


—Entonces, ¿por qué estás aquí?

Sabía jodidamente bien por qué estaba aquí.

—Para discutir el matrimonio de Ines contigo. Jacopo no es alguien a


quien deberíamos considerar traer a nuestra familia —le dije, sofocando mi
molestia.

—Es una unión esperada, siendo el hijo de mi Consigliere y tu futuro


Consigliere. Los Scuderi han estado esperando por Ines. Jacopo está muy ansioso
por casarse con tu hermana. Hasta ahora se ha negado a cualquier otra mujer.
Rocco ya está casado y pronto tendrá un heredero. Jacopo merece ser
recompensado por su paciencia.

No mencioné que Rocco ya tenía dos hijas. Para mi padre, las niñas no
valían nada, y por eso trataba a Ines como un trofeo de intercambio. Sacudí mi
cabeza.

—Padre, es demasiado viejo para Ines. Y su reputación deja mucho que


desear. Tal vez no has oído los rumores, pero he estado trabajando con Jacopo el
tiempo suficiente para saber que es un sádico y psicópata. No puedes permitir
que Ines esté a su merced. 9
Padre me dio una mirada como si no entendiera nada de la vida.

—Si Ines responde a sus demandas, estará bien. Cada uno de nosotros
tiene que hacer sacrificios. Debería estar orgullosa de ser dada a alguien de su
estatus.

Lo contemplé, comprendiendo que no me dejaría convencerlo.

—Estás cometiendo un error.

Alzó un dedo.

—Y deberías recordar tu lugar, Dante. Eres mi heredero, es cierto, pero


sigo siendo el Capo de la Organización, sigo siendo el amo de esta casa.

Me tragué mi ira. Tenía que actuar con inteligencia. Discutir con padre no
cambiaría nada. Asentí.

—Mañana trabajas con Jacopo y Rocco. Deberías felicitarlo.

—Lo haré —gruñí.


Más tarde ese día, Pietro me llamó y me pidió una reunión. Sabía de qué
se trataba. Dada la tendencia de Jacopo a presumir de todo, probablemente les
dijo a todos acerca de su unión con Ines.

Nos encontramos en el bar de uno de nuestros casinos flotantes para tomar


una copa. Después de dejar mi bebida frente a mí, el cantinero mantuvo su
distancia, sintiendo mi humor oscuro.

Pietro era poco más de dos años mayor que yo y actualmente trabajaría en
Chicago antes de asumir el cargo de lugarteniente de Minneapolis por su padre
en algunos años. Estaba sosteniendo mi whisky cuando se dejó caer en el
taburete a mi lado, indicándole al cantinero que le diera lo mismo que yo.

Miré hacia él.

Su camisa estaba arrugada y su cabello oscuro totalmente despeinado. Al


segundo en que el vaso estuvo frente a él, lo agarró y lo bebió de un trago.
Después, sus ojos sombríos se encontraron con los míos.

—Dante, no dejes que Jacopo ponga sus manos en Ines.


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Giré el vaso sobre la barra. Pietro había pedido la mano de Ines dos veces.
Como futuro lugarteniente de Minneapolis, era una buena opción. Era solo seis
años mayor que ella, no doce como Jacopo, y más importante aún, no era un
sádico.

—¿Por qué quieres a Ines? —le pregunté con cansancio.

Él frunció el ceño.

—Porque la respeto. A pesar de su edad, sabe cómo portarse. Es orgullosa,


elegante y hermosa.

—Y un buen partido.

Eso era un hecho indiscutible. Todos los hombres en nuestros círculos que
quisieran a Ines serían estúpidos si no consideraran el efecto positivo que un
matrimonio tendría en su futuro.

—Por supuesto, también eso. Mi familia quiere una unión con tu familia.
Pero desde que bailé con Ines hace unos meses, supe que la quería como esposa.
—Pietro aferró mi brazo, obligándome a mirarlo a los ojos. La preocupación
sincera en sus ojos me sorprendió. No era amor. No conocía a Ines lo suficiente
para eso, pero era obvio que se preocupaba por ella—. Dante, tú y yo sabemos
qué clase de hombre es Jacopo.
Todos sabían qué clase de hombre era Jacopo. Se excitaba torturando. Yo,
también apreciaba esa ráfaga de poder que traía, de vez en cuando, sobre todo si
tenía que lidiar con traidores o enemigos, pero Jacopo lo disfrutaba a nivel
sexual, lo cual no era un buen augurio en un matrimonio.

Incliné mi cabeza, tratando de reprimir la ira que inundaba mi cuerpo.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? ¿Cómo puedes no estar furioso?

Casi sonrío. Mi furia estaba reprimida en el fondo donde permanecería


hasta que decidiera desatarla. Me había llevado años perfeccionar mi máscara sin
emociones, ahora era tan impenetrable como el acero.

—Mi padre es el Jefe. Sabes que es su decisión, no la mía.

Los ojos de Pietro lucieron feroces.

—Pero lo desapruebas.

Por supuesto que lo hacía. ¿Cómo no iba a hacerlo?

—Ines es mi hermana —dije simplemente. No diría nada más en público,


ni siquiera si Pietro me agradaba.
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—¿Puedes quedarte ahí y verla siendo entregada a un monstruo?

—Jacopo es engreído y arrogante. Eso podría matarlo eventualmente.

Pietro ordenó otro trago para él mientras yo todavía giraba el primero en


mis manos. Nunca disfrutaba embriagándome. La pérdida del control y las
inhibiciones las aborrecían profundamente.

—Eventualmente podría ser demasiado tarde para Ines.

Vacié mi whisky.

—No van a casarse hasta el próximo verano…

—¿El próximo verano? Para entonces solo tendrá diecisiete años. ¿No van
a esperar hasta que sea mayor de edad?

El camarero levantó la botella, pero sacudí la cabeza. No quería ni estar


remotamente ebrio.

—Un año es mucho tiempo, Pietro. —Me encontré con su mirada.

Evaluó mis ojos, intentando dar sentido a mis palabras. No sería más
explícito que eso.
—Puedes confiar en mí. Puedo ayudar.

Le di una sonrisa fría, sin decir nada. No revelaría nada, o compartiría más
de lo que ya lo había hecho. Pietro era uno de los pocos hombres en los que
confiaba hasta cierto punto, pero definitivamente no lo suficiente como para
contarle más de lo que era absolutamente necesario.

—No necesito su ayuda.

Rocco y Jacopo esperaban junto al auto cuando llegamos Enzo y yo.


Jacopo sonrió ampliamente, su cabeza aún más alta y su pecho hinchado. Les di a
su hermano y a él un asentimiento tajante. Si pronunciaba una palabra ahora, no
sería ni remotamente cerca al frío sofisticado por el que era famoso. Enzo les
estrechó la mano, pero por la forma en que su boca se adelgazó cuando tocó a
Jacopo, era obvio lo que pensaba de él. A muy pocas personas les agradaba
Jacopo. Y no confiaba en ninguno de ellos.
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Me deslicé en el asiento trasero, sin decir una palabra. Enzo tomó el
volante como de costumbre.

—Vas atrás, Precoz —le dijo Jacopo a Rocco cuyas orejas se pusieron
rojas. Antes, toda su cara se habría puesto del mismo color pero había aprendido
a ocultar sus reacciones en los últimos años.

Rocco se sentó junto a mí, en silencio, pero fulminando la parte posterior


de la cabeza de su hermano. Su animosidad iba más allá de la rivalidad entre
hermanos. Era odio puro sin diluir.

—¿Por qué todavía lo llamas por ese nombre? —preguntó Enzo en su bajo
retumbar a medida que encendía el auto.

—¿No te conté la historia?

—Se la contaste a todos repetidamente —dijo Rocco en voz baja.

Apreté los dientes.

—Ciertamente.

Jacopo nos lanzó a su hermano y a mí una sonrisa cruel a través del espejo
retrovisor.
—Es una historia demasiado buena para olvidar.

No había estado presente cuando surgió el sobrenombre. Pero la historia


aún circulaba, principalmente gracias a que Jacopo lo mencionaba tan pronto
como se calmaban los rumores. Rocco había tenido catorce años cuando Jacopo y
sus amigos igualmente depravados lo llevaron a un burdel por primera vez.
Aparentemente, Jacopo ordenó a dos bailarinas que le dieran bailes de regazo
muy intensos a Rocco, lo que lo hizo correrse en sus pantalones. Naturalmente,
ese no fue el final de la humillación de Rocco. Jacopo y sus amigos obligaron
entonces a Rocco a desnudarse, a limpiarse el semen en una galleta y comerlo.
Probablemente habrían encontrado más formas de torturarlo si Giovanni Aresco,
nuestro lugarteniente aquí en Chicago, no hubiera intervenido.

—Tenemos una tarea en que enfocarnos y no tenemos tiempo para pensar


en el pasado —espeté, garantizando el silencio en el trayecto restante a nuestro
objetivo.

Enzo estacionó a una cuadra de la estructura del edificio y fue a explorar


el área con Rocco. Mi padre desaprobaba que participara en los ataques, pero yo
insistía. Aun así, rara vez se me permitía estar al frente.

Para el momento en que Jacopo y yo estuvimos solos, apoyándonos contra 13


el auto, dejó escapar un suspiro y sonrió de una manera que sugería que no sabía
por qué los seres humanos utilizaban el gesto pero él lo usaba.

—Tu padre me hizo esperar mucho tiempo. Incluso mi hermano ya está


casado, y yo tuve que esperar años por tu hermana. Aunque, estoy seguro que
hará que valga la pena. —La sonrisa se volvió más oscura y lasciva.

La ira se desbordó más allá de mis defensas blindadas. Presioné mi codo


contra su garganta. Mi cuchillo estaba justo debajo de mi chaqueta. Bastaría con
una apuñalada para salvar a Ines de un destino cruel… un destino que ninguna
mujer merecía.

El desafío y el miedo se reflejaron en los ojos de Jacopo.

—¿Quieres matarme por una puta?

Apreté mi agarre. Un corte y su sangre cubrirían mis manos. Se sentiría


bien, mejor que cualquier muerte antes que él.

—Cuidado—dije en voz baja—. Esa puta es mi hermana, y harías bien en


recordar que seré tu Capo en unos pocos años. Muestra respeto.

—Y yo seré tu Consigliere. Así ha sido siempre. Nuestros padres son


amigos. No puedes matarme.
Eso era cierto. Mientras mi padre viviera, no podría matar a Jacopo, e
incluso entonces sería difícil de explicar a mis hombres. Scuderi era un apellido
que albergaba poder, que pertenecía a la Organización. Eran leales. Una muy
buena razón sería necesaria para disponer de uno de ellos, y proteger a mi
hermana de una violación y tortura marital no se consideraba como una. La mera
idea de que Ines tendría que sufrir bajo el sadismo de Jacopo me hizo hervir la
sangre.

Lo liberé. Había trabajado durante toda mi vida para convertirme en Capo,


para seguir los pasos de mi padre. Estaba destinado a gobernar sobre la
Organización, y lo haría. Nada detendría mi ascenso al poder, y mucho menos
Jacopo Scuderi. Retrocedí con una sonrisa fría.

—Tienes razón, no voy a matarte.

Su sonrisa se volvió aún más triunfante, seguro en su inmunidad heredada.


Se escucharon unos pasos cuando Rocco y Enzo doblaron la esquina, terminando
de explorar el área.

—¿Todo despejado? —les pregunté.

Asintieron, y di la señal para atacar. Como era de esperarse, encontramos 14


a seis soldados de la Bratva dentro del edificio, vigilando su última entrega de
drogas. Nos dividimos en pares a medida que intentábamos eliminar a nuestros
oponentes de la manera más rápida y efectiva posible. Jacopo y yo terminamos
en una sala de almacenamiento más pequeña con tres de los soldados de la
Bratva de mayor rango, mientras que Rocco y Enzo estaban ocupados lidiando
con el resto en el almacén principal.

Cuando anulé al primer oponente, avancé en el lugar y me escondí detrás


de un cajón cerca de mi próximo rival. Jacopo permaneció más cerca de la
puerta, a la izquierda y lidió con el enemigo número tres.

Podía decir que mi oponente se estaba poniendo impaciente y nervioso.


No tenía puntería y seguía levantando la cabeza para mirar hacia la puerta
buscando una forma de escapar. ¿En serio se arriesgaría a correr por la libertad?
Era inútil.

Apunté con calma, mi brazo firme a medida que esperaba su próximo


error. Al final, lo hizo de nuevo y disparé a la cabeza del bastardo de la Bratva,
enviando su cerebro dispersándose por todas partes. Cayó de costado al suelo,
dejando caer su arma, un modelo ruso.

Jacopo todavía estaba en una contienda de disparos con su oponente. Mis


ojos fueron atraídos por la pistola de la Bratva. Me saqué uno de mis guantes de
cuero de la chaqueta y me lo puse antes de levantar el arma descartada. Luego
levanté mi propia Barretta y disparé al último hombre de la Bratva con ella.
Jacopo se giró con una sonrisa triunfante, que murió cuando me vio apuntándole
con el arma rusa.

—El destino de mi hermana no será un matrimonio contigo.

Levantó su arma al mismo tiempo en que yo apretaba el gatillo. La bala le


atravesó el ojo izquierdo, arrojando su cabeza hacia atrás. Su cuerpo cayó de
espalda. Por un momento el silencio reinó a mi alrededor, una extraña nada que
resonó en mis oídos.

Traición.

Maté a un soldado de la Organización. Un hombre leal a la causa, a mi


padre, a la Organización.

Un jadeo brusco hizo que mis ojos se dirigieran hacia la puerta, donde
estaba Rocco Scuderi. Una mirada a su expresión y supe que había sido testigo
de mi asesinato a su hermano. Ninguno de los dos se movió por varios minutos.
Seguía apuntando la pistola rusa en el lugar donde la cabeza de Jacopo había
estado. 15
El rostro de Rocco se transformó de conmoción a… alivio.

Rocco parecía aliviado, no, extasiado al ver a su hermano mayor muerto.


No había habido amor entre los dos, pero esta muestra de alegría sin resguardo
era una sorpresa. Apunté mi arma directamente al cráneo de Rocco, pero a él no
pareció importarle. Se acercó a su hermano muerto con los ojos completamente
abiertos, y una sonrisa inquietante en su rostro. Escupió sobre el cadáver y luego
lo pateó con fuerza varias veces.

Bajé mi arma lentamente, entrecerrando los ojos ante la muestra de


emoción.

—¡Ves! ¡Ves! ¡Tienes lo que te mereces! —gritó enfurecido, su cabeza


roja y transpirando—. ¡Te lo mereces!

Se volvió hacia mí, respirando con dificultad. Mi arma ya estaba apuntada


a su pecho, a medida que intentaba decidir si también podía arriesgarme a
matarlo. Rocco Scuderi no era un hombre bueno, pero era tan leal como su
hermano, tal vez incluso más, y no compartía el sadismo de su hermano, por lo
menos hasta ahora no lo había demostrado abiertamente.
La mirada de Rocco cayó a la pistola en mi mano, la que había terminado
con la vida de su hermano, dándose cuenta que también podría poner fin a la
suya.

—No le diré a nadie —dijo.

Me acerqué a él, pasando por encima del ruso muerto en el proceso. No


quería apartar mis ojos de Rocco.

—¿No lo harás? —le pregunté fríamente—. El honor dicta que le digas a


tu padre la verdad sobre quién mató a su heredero, tu juramento te obliga a
revelar cualquier traición de la Organización a tu Capo, mi padre.

Rocco hizo una mueca, sus ojos fulgurando con odio.

—Lo quería muerto, desde que tengo memoria. Yo mismo lo habría


matado… —Sacudió la cabeza—. Estoy agradecido de que lo hicieras. Dante,
estaré agradecido por siempre. Me llevaré el secreto a la tumba conmigo, lo juro.

—¿Por qué? —Me detuve a unos pasos de él, el arma aún apuntada a su
corazón.

—Porque me diste todo lo que siempre quise. Jacopo está muerto, y seré 16
Consigliere.

Ladeé la cabeza.

—Cierto. Con el tiempo, te harás del cargo de tu padre.

Rocco frunció el ceño.

—Si él lo permite. Jacopo era su hijo favorito.

El cerebro de Jacopo decoraba el suelo de cemento.

—Sin duda entiendes que, no puedo confiar a nadie con un secreto de esa
proporción.

La mirada de Rocco se tornó frenética. Prácticamente podía ver sus


pensamientos corriendo en su cabeza. Dio un paso más y yo levanté mi arma más
alto.

—Dante, voy a darle veneno a mi padre, algo que sea difícil de detectar a
menos que estés buscándolo específicamente. Algo que haga que su final parezca
como un ataque al corazón. Ya ha tenido uno antes, y es natural para él sufrir
otro después que su heredero, su hijo favorito es asesinado cruelmente por un
bastardo de la Bratva. Tú convencerás a tu padre que estaba devastado y que la
muerte de mi padre fue por una causa natural, y yo convenceré a todos que el
enemigo mató a mi hermano. De esa forma, no soy el único ocultando un secreto.

Rocco tenía el potencial de ser un Consigliere útil, más de lo que Jacopo


podría haber sido. Su padre era marginalmente mejor que Jacopo y estaba
demasiado entrelazado con mi padre. Si quería un cambio de poder paulatino,
tendría que cambiar a los actores clave ahora mismo. Matar a Rocco levantaría
sospechas y me dejaría lidiando con Scuderi Padre durante una década o más.
Tenía que menoscabar el poder de mi padre ahora, en formas sutiles pero
eficaces.

—Espera una o dos semanas. Déjalo morir después del funeral.

Rocco asintió, con un alivio evidente en su rostro.

—Gracias, Dante. No te arrepentirás. Seré un Consigliere leal, si quieres.

—Serás Consigliere cuando asuma el poder, esa es mi promesa hacia ti. —


Hice una pausa—. Pero si alguna vez mencionas este acontecimiento otra vez,
voy a terminar lo que no hice hoy. Te llevarás este secreto a la tumba de
cualquier manera.

—Nadie se enterará por mí. —Rocco me contempló con admiración y


17
respeto. No pude detectar engaño en su comportamiento. Así que, bajé el arma y
la volví a dejar junto al ruso.

—Tienes que moverlo un poco hacia un lado para que el ángulo sea el
correcto —dijo Rocco.

Tenía razón. Arrastré al ruso hacia la izquierda y luego me metí el guante


en el bolsillo. Rocco asintió satisfecho.

Enzo irrumpió al sitio, luciendo desaliñado. Sus ojos se posaron en


Jacopo.

—Mierda, ¿los cabrones le dieron?

Asentí.

—Fue alcanzado por una bala rusa. Tendremos que vengarlo. La Bratva
tiene que pagar con sangre —dije con firmeza.

Rocco sonrió sombríamente.

—Lo harán por matar a mi hermano.


Una mentira compartida. No confiaba en Rocco, pero confiaba en su odio
hacia su hermano y su afán de convertirse Consigliere. Ambos garantizarían su
silencio… de momento.

Una traición siempre era seguida por otra. Aunque me llevaría años darme
cuenta.

Después de una reunión nocturna con mi padre, el viejo Scuderi y nuestros


Capitanes, finalmente me dirigí a mi habitación. No estaba seguro si padre en
realidad creía que Jacopo había recibido un disparo tan poco después que
descubriera que iba a casarse con Ines. Tenía la sensación de que sabía de mi
traición, pero prefirió ignorarlo. O tal vez lo sostendría en mi contra después. No
estaba seguro de sus motivos. Él solo tenía un heredero, yo, y mi madre y él eran
demasiado viejos para tener otro hijo. Estaba atado a mí como yo estaba atado a
él si quería conservar el respeto de la Organización. El patricidio era algo que
sería aceptado en nuestros círculos tradicionales. 18
De camino a mi habitación, me detuve frente a la puerta de Ines. Golpeé
mis nudillos contra la madera.

—¿Dante?

—Sí —respondí.

—Entra.

Abrí la puerta, entré y la cerré. Ines se paraba frente a su ventana, ya


vestida para la cama con un camisón largo, su largo cabello rubio cayendo por su
espalda. Las palabras repugnantes de Jacopo de lo que le haría pasaron por mi
mente, seguidas de la satisfacción sombría que sentía ya que nunca podría tocar
ni un centímetro de mi hermana.

—Quería decirte… —dije, pero me detuve cuando Ines se volvió hacia mí.
Ya sabía que Jacopo estaba muerto. El alivio total resplandecía en su rostro—.
No deberías escuchar las reuniones a escondidas, Ines. Padre te castigará.

Padre esperaría que yo también la castigara, pero no lo haría. No la


golpearía, ni la lastimaría de alguna otra manera. Nunca la torturó como lo había
hecho conmigo, pero la golpeaba y la trataba como si fuera menos. Mi negativa a
hacer lo mismo lo enfurecía.
Ines corrió hacia mí y se arrojó a mis brazos, abrazándome con fuerza.

—Estoy tan feliz, tan feliz de que esté muerto. Es horrible de esté tan feliz
por algo como eso, pero lo estoy. Podría bailar de alegría. Recé cada día desde
que descubrí sobre el matrimonio para que muriera, y ahora mi deseo se hizo
realidad. Sé que fuiste tú. Sé que lo mataste de modo que no pudiera hacerme
daño.

—Ines —siseé en advertencia—. ¿De qué estás hablando?

Alzó los ojos azules llenos de agradecimiento.

—Sé que fuiste tú. No me mientas. Sé que lo hiciste para salvarme de él.

No dije nada porque Ines me conocía demasiado bien. No le haría cambiar


de opinión, sin importar lo que dijera.

—Gracias por salvarme. Gracias, Dante. Gracias, gracias, gracias. —Las


lágrimas llenaron sus ojos nuevamente, y mi pecho se apretó. Apoyó su frente
contra mi pecho, soltando un suspiro tembloroso—. Gracias por matarlo.

—Ines —dije con voz áspera—. Shhh. Nadie debe saberlo. Jacopo fue
asesinado por la Bratva, ¿de acuerdo? 19
Ella retrocedió, sonriendo suavemente.

—Carla es tan afortunada de convertirse tu esposa. Si supiera lo honorable


que eres, dejaría de preocuparse tanto.

Mis cejas se fruncieron.

—¿Carla está preocupada por casarse conmigo?

Ines y Carla habían sido amigas desde que podía recordar, razón por la
cual conocía a Carla a pesar de su estatus bajo como la segunda hija de un
Capitán… según mi padre. Saber que hablaban de mí a mis espaldas no me
sentaba bien. No había empezado a notar a Carla hasta hace un año cuando la
había llevado a su casa después de haber visitado la nuestra. Fue inapropiado,
pero Ines no se había sentido lo suficientemente bien como para unirse a
nosotros. El viaje de treinta minutos durante la hora pico nos obligó a hablar y su
suave voz cantarina mientras me hablaba de cosas mundanas como coser o
cocinar me había dado una sensación de calma. Si bien la calma siempre se
reflejaba en mi exterior, la verdadera calma en el interior me había eludido.
Comencé a prestarle más atención. Era hermosa pero muy tímida, sumisa
naturalmente, amable y religiosa, casi piadosa. Era buena de una manera en que
me esforzaba a ser cada mañana cuando juraba no llegar a ser como mi padre y
sin embargo, ya fallaba sin llegar al desayuno cuando albergaba pensamientos de
cómo deshacerme del viejo sin perder el respeto de la Organización. Si alguien
podía sacar lo bueno que había en mí, entonces era alguien como Carla.

Ines sonrió.

—Eres difícil de leer, y francamente aterrador para las personas que no te


conocen, así que… todos lo están, excepto yo.

—Acordó a casarse conmigo.

—Su padre accedió, y cualquier Capitán estaría loco si no estuviera de


acuerdo a casar a su hija con el futuro Jefe de la Organización.

Me puse rígido.

—Si Carla no me quiere…

—No dije eso.

—Entonces, ¿qué es lo que estás diciendo, Ines? Dime.

Bajó los brazos y su sonrisa cayó.


20
—No… —Tragó con fuerza—. No suenes como él. Me asustas cuando lo
haces.

Solté un suspiro y toqué su brazo ligeramente.

—No tienes ninguna razón para tenerme miedo y tampoco Carla. Pero
necesito saber si ella no quiere casarse conmigo, si no se siente atraída por mí.

Ines sacudió la cabeza.

—Por supuesto que Carla quiere casarse contigo. Casi todas las chicas se
sienten atraídas por ti, incluso si actúas como si no las notaras. Tu
distanciamiento las vuelve locas. Deberías escuchar los rumores que circulan.
Son dignos de escalofríos. Incluso Carla a veces cae en esa trampa.

—¿Qué rumores?

Ines se mordió el labio.

—Preferiría no decirlo.

—Ines —dije con firmeza.

—En serio —dijo Ines, ruborizándose—. Preferiría no decirlo.


—Necesito conocer los rumores que circulan de mí, especialmente si
Carla se los cree.

Ines miró hacia otro lado.

—Se corre el rumor de que estás tan obsesionado con el trabajo y tan
carente de emociones humanas que no requieres ningún tipo de cercanía física,
por lo que algunas personas creen que eres… —Ines se encogió, alcé las cejas—
… que eres virgen. Carla de hecho me preguntó si te guardas para el matrimonio.

Me quedé mirando a mi hermana. Sus mejillas estaban rojas. Se cubrió la


boca con la palma de la mano y se echó a reír, sus ojos arrugados por la
diversión. Sus hombros temblaban.

—Lo siento.

Esto era tan típico en nuestra sociedad, especialmente entre nuestras


mujeres. Intentaban divulgar historias a mi alrededor para hacerme parecer
alguna especie de héroe de ensueño cuando era todo lo contrario.

—Sé que no lo eres, lo cual le dije a Carla…

—¿Lo sabes? —Incliné la cabeza, entrecerrando los ojos. Aunque no 21


estaba del todo cómodo hablando de mi sexualidad con mi hermana, su certeza
me había intrigado.

Ella parpadeó, bajando la mano.

—¿Lo eres? —Su conmoción hizo que la esquina de mi boca se


contrajera. Solo la miré y su rostro se transformó en confusión lentamente—.
Juegas conmigo.

Lo hacía, pero era bueno ver que el peso de los últimos días se había ido.

Sacudió su cabeza.

—No puedes serlo. ¿Por qué lo serías? Si pudiera elegir a la persona e


incluso disfrutar de ella como lo hacen los hombres, entonces yo tampoco lo
sería. —Sus ojos se abrieron de par en par—. Esperaré, por supuesto. Sabes que
lo haré. No es que sea algo que estoy esperando que pase pronto. —Hizo una
mueca y me dio la espalda—. Lo siento. Ya deberías irte.

Toqué su hombro.

—Ines, cálmate. Entiendo. No tienes que temer mi reacción. No soy padre.

Asintió lentamente y alzó la vista.


Me sentí obligado a compartir un poco de la verdad.

—Tienes razón, no me estoy guardando para el matrimonio. Incluso si


quisiera, no estaría permitido en nuestros círculos. Mi primera experiencia no fue
por mi elección y tampoco lo disfruté. Como es costumbre, nuestro padre, así
como todos los padres de la Organización, lleva a su hijo a un prostíbulo y paga
por su primera mujer. Era muy joven, y habría preferido elegir una mujer por mi
cuenta. —Ines se giró hacia mí lentamente, su rostro cambiando a la
compasión—. No sientas pena por mí. Tienes razón, como un hombre, tengo la
oportunidad de disfrutar antes del matrimonio, pero el matrimonio no significa
que no llegarás a disfrutarlo por ti misma. Pietro es un hombre bueno.

—¡Dante! —exclamó Ines y señaló la puerta—. Ahora en serio debes irte.

Salí y ella me siguió, sus dedos aferrando el borde de la puerta con fuerza
mientras la cerraba hasta que solo una rendija de su rostro se asomaba por ella.

—¿Padre permitirá que me case con Pietro?

—¿Quieres casarte Pietro?

—Es una buena opción. —Tragó con fuerza—. ¿Es un hombre bueno?
22
Era un mafioso.

—Será bueno contigo.

—Entonces quiero casarme con él.

Asentí.

—Lo harás.

Después del desayuno, fui a la oficina de padre. Madre también estaba allí,
y se retorcía las manos.

—La gente lo considera mala suerte.

—¿Qué es lo que consideran mala suerte? —pregunté cuando entré.

—Que Jacopo muriera tan pronto después de que tu padre accediera a


darle a Ines. Podría estar maldita.
La superstición de madre me sorprendió, incluso después de todo este
tiempo.

Los ojos de padre se clavaron en mí.

—Una maldición requiere un poder superior teniendo su parte en el final


de Jacopo, pero no fue Dios quien acabó con él, ¿cierto, Dante?

—Cierto. La Bratva no es más santa que nosotros.

La sonrisa de padre fue rígida, sus ojos de reptil escudriñándome.

—Me preocupa… —comenzó madre.

—Preocúpate por la ropa y las costuras, no por las cosas más allá de tu
comprensión —dijo padre.

Madre asintió y salió corriendo.

—Pietro pidió por la mano de Ines dos veces. Incluso esta ridícula
maldición no ha logrado disuadirlo.

—También tengo otras ofertas que debo tener en cuenta.


23
Me acerqué al escritorio. Tal vez trataba de castigarme a través de Ines
una vez más. Pero no lo permitiría.

—Acepta a Pietro.

Sus ojos destellaron con ira.

—Cuidado.

—Un rey sin heredero reina sobre un reino condenado a caer. Estoy
dispuesto a la caída inminente. ¿Y tú?

Era la única amenaza que le diría. Padre sostuvo mi mirada, intentando


evaluar mi seriedad, luego sonrió rígidamente.

—De todos modos, Pietro es la mejor opción sobre la mesa. ¿Por qué no le
das la buena noticia? Puede tener a Ines el año que viene. Estableceremos la
fecha de la boda para agosto.

—Padre, Ines solo tendrá diecisiete años entonces.

—Y la edad para el matrimonio y cualquier consentimiento en Minnesota


es de dieciséis, donde vivirá con Pietro. Espero que se mude a Minneapolis y se
prepare para reemplazar a su padre en un par de años.
—¿También esperas que me hagas cargo como Capo poco después de mi
boda con Carla? —Por supuesto, ya sabía la respuesta. Mi grata pregunta estaba
destinada a provocarlo.

—Ser el Jefe de la Organización es algo completamente diferente.

Padre pensaba que llamaría menos la atención negativa hacia él si se le


llamaba Jefe, y no Capo, como si engañara a alguien con la apariencia falsa.
Asentí bruscamente.

—Voy a encontrarme con Pietro ahora mismo.

Me fui sin esperar su despedida. Envié un mensaje breve a Pietro de


camino a mi auto, pidiéndole que se encontrara conmigo en quince minutos en el
bar de Bolonia, el casino que dirigía actualmente. Cuando entré al lugar, el cual
tenía una temática de lámpara de lava molesta, Pietro ya estaba sentado en un
taburete. Me dirigí hacia él y me senté a su lado. Se giró. Hoy su cabello lucía
impecable y su ropa perfectamente planchada.

—Escuché que Jacopo fue asesinado ayer por una bala de la Bratva.

Una bala de la Bratva, no por un soldado de la Bratva.


24
—Fue desafortunado.

Pietro sonrió. Le hice señas al barman para que me diera un expreso como
Pietro.

—Padre aceptó darte a Ines.

La expresión de Pietro se iluminó.

—¿En serio?

—El año que viene, agosto.

Pietro se congeló.

—Preferiría casarme con ella un año después cuando tenga dieciocho


años, Dante.

—Padre insiste en la fecha, y que te mudes a Minneapolis justo después de


la boda y te prepares para convertirte en lugarteniente.

Pietro miró hacia otro lado, pasándose una mano por su cabello.

—No me siento cómodo estando casado con Ines cuando solo tiene
diecisiete años.
—Asumo por el aspecto sexual de tu matrimonio —dije en voz baja,
incluso si temblé ante la idea. Pietro me dio una mirada dolida—. No tenemos la
tradición de las sábanas sangrientas. Puedes esperar los diez meses hasta el
cumpleaños de Ines. El matrimonio no significa que tienes que tener relaciones
sexuales.

Pietro contempló el bar.

—Dante —dijo en voz baja, pero la duda resonó fuerte en esa sola palabra.
Levantó la cabeza.

No estaba ciego. Ines era una mujer muy hermosa. Su cabello rubio y sus
ojos azules eran deseados por muchos hombres, y su figura alta aumentaba su
atractivo. Pietro sería tan buen esposo como buen hombre tanto como su y mí
disposición podían serlo. Al final, también era hombre… un hombre que tenía el
derecho a una mujer muy hermosa con la que compartiría una casa y una cama.

—Jamás obligaré a Ines, ya lo sabes.

—Ines ha sido educada para ser obediente y su deber es entregarte su


cuerpo. No será necesario que la obligues, Pietro. Lo sabes tan bien como yo. —
Mi voz se había vuelto más aguda. 25
—No sé si… si soy lo suficientemente fuerte como para resistir tanto
tiempo. —Evaluó mis ojos—. ¿Podrías resistirte durante meses si tu hermosa
esposa compartiera una cama contigo todas las noches?

Me enorgullecía de mi autocontrol. ¿Estaba absolutamente seguro que


podría resistirme? No, pero no le revelaría eso a Pietro.

—Sí.

Pietro sacudió la cabeza con una risa.

—Entonces eres un hombre más fuerte que yo.

Su boda tuvo lugar el año siguiente en agosto, como insistió padre.

Vigilé a Ines y Pietro en la boda, intentando leer sus interacciones para


evaluar cuán contundente tendría que ser mi advertencia para Pietro. Mis ojos se
dirigieron a Carla, quien estaba sola, aferrando un vaso de agua. Sus padres
estaban bailando. Avancé directamente hacia ella. Me vio y desvió la mirada
rápidamente en la manera recatada de siempre. Le tendí la mano.

—¿Bailarías conmigo?

—Por supuesto.

Bailamos un rato en silencio antes de abordar el tema que me había estado


molestando.

—¿Segura que quieres casarte conmigo?

Sus ojos se abrieron por completo.

—Absolutamente. Nos casamos en tres meses… ¿verdad?

Incliné mi cabeza. Había tomado un esfuerzo considerable para convencer


a padre de tener la boda el mismo año que Ines, pero no quería esperar. Los
padres de Carla eran muy conservadores y ya había cumplido los dieciocho
varios meses atrás.

—Parecías reacia.

—No, en serio. Solo mantengo mi distancia teniendo en cuenta que aún no 26


estamos casados. —Me dio su primera sonrisa sincera del día.

—Tres meses.

Sonrió un poco más, sonrojándose, y asintió, y como siempre, una


sensación de calma me inundó en su presencia. Después de mi baile con Carla,
me dirigí hacia mi cuñado para lidiar con el segundo asunto en mi lista.

Pietro reía de algo que dijo Rocco. Desde la muerte del viejo Scuderi,
Rocco había asumido el cargo de Consigliere, su actitud había cambiado. Ahora
ya nadie lo llamaba Precoz. Liberado de su padre y hermano, demostró que era
un Scuderi de principio a fin, no tan depravado como ellos, pero astuto y brutal.
Un buen Consigliere, uno que me era leal a mí, no a mi padre.

—Me gustaría tener unas palabras contigo.

Pietro asintió y me siguió a un área apartada.

—¿Recuerdas hace un año que dijiste que Jacopo era un monstruo y que
Ines no debía ser dada a él?

Pietro observó a Ines hablar con Carla antes de volverse hacia mí, con las
cejas fruncidas.
—Por supuesto. Me alegró que lo mataran.

—Espero que esta noche, así como todos los días posteriores, demuestres
que eres un hombre mucho mejor que Jacopo, que mereces a mi hermana —dije
en voz baja, dando un paso más cerca de él.

Pietro me sostuvo la mirada.

—Si no lo hago, ¿la Bratva también me dará un final temprano?

—Espero que no termine así.

—No pasará. Y no porque tema a las consecuencias. —Su expresión fue


dura—. Si me disculpas, tengo que hablar con mi esposa.

Estaba tenso, había estado así toda la noche y toda la mañana. Pietro e
Ines finalmente entraron y sonaron los aplausos. No me uní. Pietro tenía su brazo
envuelto posesivamente alrededor de la cintura de Ines, pero Ines estaba apoyada 27
contra él, buscando su cercanía y protección cuando la fuerza de la atención de
todo el mundo cayó sobre ella. Mantuvo la cabeza en alto a pesar del ligero
sonrojo en sus mejillas. Echó un vistazo a Pietro sin una pizca de miedo y él le
devolvió la mirada con adoración. Cuando notó mi atención, su expresión se
suavizó, volviendo a la calma en blanco. Me dio un brusco asentimiento, que
devolví porque una mirada a mi hermana me indicó que la trataría de la forma en
que se lo merecía. Tal vez traicionar a la Organización por mi hermana tendría un
precio eventualmente, pero estaba dispuesto a pagarlo.

Ines: La primera mujer por la que traicioné a la Organización.

Era solo el principio.


12 años después…

S
ostuve la mano de Carla, presioné mis labios contra sus nudillos.
Su piel lucía pálida, su respiración laboriosa, dolorosa… Levanté
mis ojos y la encontré observándome con unos cansados ojos
tristes.

—Lamento que nunca pude darte hijos. 28


Sacudí mi cabeza, toqué su mejilla y presioné un beso en sus labios secos.

—Carla, nada de esto importa.

—Todo esto es parte del plan de Dios, mi amor.

No dije nada. Durante todos estos años, la fe de Carla nunca había sido
algo que compartiera, sin importar lo duro que lo intentara. No era creyente,
ahora menos que nunca. Si había un Dios y este era su plan, jamás lo perdonaría.

—No… no estés enojado. No dejes que te consuma.

Le habría dado el mundo. Pero esto no era algo que pudiera prometer. La
ira ya hervía en mi pecho, esperando a derramarse.

—¿Rezarás conmigo?

Acuné sus manos, asintiendo y bajé la cabeza. Las oraciones susurradas de


Carla rebotaban en mi desesperación creciente. Carla era lo único bueno en mi
vida. Me contrastaba. Sin ella… ¿en qué me convertiría?
La morfina no era lo suficientemente fuerte como para hacer que las horas
de vigilia de Carla fueran soportables; a menos que los médicos le dieran tanto
que su estado fuera casi comatoso.

Sostuve su mano mientras ella gemía, su rostro completamente hundido.


Pocos de mis enemigos habían sufrido bajo mi tortura tanto como Carla en los
últimos días de su vida. No era justo. Nada podría hacerme creer lo contrario.

—Sé que el suicidio es pecado, pero quiero que esto termine. Solo quiero
que se detenga. —Tragó con fuerza—. No puedo… aguantar más.

Me quedé helado. Había sabido que era solo cuestión de tiempo antes de
que tuviéramos que despedirnos, pero las palabras de Carla arrojaron la cruda
realidad contra mi cara.

Besé su mano.

—En realidad, no es un suicidio si la muerte viene a través de mi mano,


mi amor.

—Dante… 29
—He hecho cosas peores. —Eso era mentira. Esto rompería la última
parte humana en mí, pero si alguien valía ese sacrificio, era Carla.

—¿Estás seguro? —Habría discutido conmigo en el pasado, recitado


pasajes de la Biblia, apelado al bien en mí. Que ella ni siquiera lo intentara
demostraba lo malo que era.

Asentí.

—Puedes dispararme. Eso es rápido y fácil para ti.

Nada de esto sería fácil. Y nunca deshonraría a Carla al matarla como lo


haría con un maldito traidor.

—No te preocupes por eso. Mañana todo habrá terminado y tú estarás en


un lugar mejor.

No creía en el Cielo o el Infierno. Si lo hubiera, nuestra despedida sería


eterna.
Esa noche fue la última que pasé con Carla.

Cuando me acerqué a la cama, Carla sonrió débilmente. Sabía lo que


estaba a punto de hacer y el alivio brilló en sus ojos. No había discutido los
detalles con ella. Siempre prefirió mantenerse en la oscuridad con respecto a los
lados brutales de la vida. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué la
jeringa con la insulina. Me acosté en la cama junto a Carla y acaricié algunos
mechones de su suave cabello. Mechones grises se mezclaban en él, como las
arrugas alrededor de sus ojos y boca, marcas de su batalla contra esta enfermedad
demoníaca. Una batalla que perdió.

—Está bien —susurró—. Encontrarás la felicidad nuevamente.

No dije nada porque cada palabra habría dejado triste a Carla o habría sido
una mentira.

Preparé la jeringa, con manos temblorosas. Unas manos que siempre


estuvieron firmes sin importar lo que sucediera. Ahora no.

—Te amo, Dante.


30
Tragué con fuerza.

—Y yo te amo, siempre voy a amarte, Carla.

Apretó mi mano con ojos tristes y luego asintió levemente.

Presioné la jeringa en su brazo, mirándola a los ojos. Antes de inyectarla,


la acuné en mis brazos y la besé una vez más. Segundos después de la inyección,
Carla perdió el conocimiento y su respiración se detuvo, mientras la sostenía en
mis brazos.

Seguí sosteniéndola incluso cuando se enfrió, incluso cuando el silencio


en la habitación resonó en mi cabeza. La noche cayó y luego se hizo la luz otra
vez, y aún la acuné en mis brazos. Sonaron pasos en la casa. Deslicé mi brazo por
debajo de su cuerpo lentamente, y puse su cabeza sobre la almohada. Después de
sacar la jeringa y arrojarla en la papelera, besé sus párpados y me puse de pie.

No podía apartar la mirada de su cuerpo sin vida, incluso aunque la vista


aplastara mi corazón.

—¿Señor? —llamó Zita, y por un momento, consideré enviarla a casa para


que así pudiera estar a solas con el cuerpo de Carla y mi dolor, pero no podía
ocultarme así para siempre. No podía hacer lo que quería: Acostarme junto a mi
esposa una vez más y esperar que la muerte también me reclamara. La vida tenía
que continuar. Sin embargo, no estaba seguro de cómo podría yo.

Ines apretó mi mano debajo de la mesa a medida que continuaba su


conversación con madre. No reaccioné a su intento de consuelo, en su lugar, me
disculpé y me dirigí a los jardines, necesitando alejarme de todas las personas
pretendiendo que les importaba la muerte de Carla cuando lo único que querían
era ganarse mi simpatía, sabiendo que era solo cuestión de tiempo antes de que
yo asumiera el control como el Jefe oficial después de mi padre.

No podía recordar la última vez que hubiera estado tan enfadado, pero sin
una salida para liberar mis emociones. La muerte de Carla había sido como una
bomba de dispersión y desde entonces mi interior se sentía desgastado,
desgarrado, dañado irrevocablemente. Mi tristeza no había disminuido, si es
posible, había crecido en los días desde que la maté y con ella mi ira, mi
necesidad de compartir esta agonía de la única manera que podía, al infligirla a 31
otros.

Unos pasos elevaron mis muros protectores, pero no tuve que enmascarar
mi expresión con una de calma, siempre estaba así. Mis músculos parecían
perfectamente congelados incluso aunque mi interior ardiera con emociones que
amenazaban con deshacerme y con ello posiblemente a la Organización.

Pietro se detuvo a mi lado, sin decir una palabra, y miró al cielo nocturno
como yo. Después de un par de minutos, me miró de reojo.

—Nos quedaremos por una semana. Tu madre está feliz de tener a los
gemelos alrededor e Ines pensó que sería bueno para ti tener a la familia cerca. —
Asentí brevemente—. Dante —dijo Pietro en voz baja, inclinando su cuerpo
hacia mí y supe que sus palabras no funcionarían como deberían, incluso antes de
que las dijera—. Si necesitas a alguien para hablar, sabes que puedes contar
conmigo. No tienes que soportar esta pérdida por tu cuenta.

Asentí nuevamente, con una mano hecha un puño a mi lado, y Pietro


finalmente se retiró.

El cielo nocturno parecía interminable y premonitorio esta noche. Quería


creer que Carla estaba allá arriba en alguna parte, mirándome. Tal vez me habría
ofrecido una pizca de consuelo si creyera en una existencia después de la muerte.
No lo hacía, y el consuelo era inalcanzable. Las imágenes del cuerpo sin vida de
Carla, de su ataúd siendo bajado en el suelo húmedo se deslizaban por mi mente
como serpientes venenosas.

Dos días después, mis padres invitaron a los Scuderi a cenar y, a pesar de
mi necesidad de estar solo, asistí a la reunión. No había nadie en casa
esperándome y mi deber con la Organización me obligaba a estar presente. No
serviría de nada aparentar debilidad, menos tan poco antes de mi ascenso para
convertirme en Capo.

Ines, Pietro y los gemelos también estaban allí. Las hermanas Scuderi eran
demasiado adultas para jugar con ellos, pero Fabiano solo tenía un año más que
ello, y después de cenar se unió a Serafina y Samuel en un rincón de la
habitación para jugar. Apenas escuchaba la conversación, incluso si se tratara de
la Famiglia y cómo asegurar la paz con ellos.

—Un matrimonio nos uniría. Salvatore está ansioso por encontrar a una
32
hermosa novia para su hijo Luca —dijo padre.

—Está interesado en Aria —dijo Rocco—. Una boda inmediata


preferiblemente.

Mi mirada se volvió hacia la chica que estaba conversando con sus


hermanas en el sofá. Tenía quince años, demasiado joven para el matrimonio y
demasiado inocente para alguien con la disposición de Vitiello.

—Ese hombre mató a su primo con sus propias manos. No estoy segura si
una unión entre él y una de nuestras chicas puede ser el fundamento de la paz —
dijo Ines.

Las cejas de padre se tensaron con desaprobación, y madre hizo un


pequeño ruido de silencio hacia Ines.

—Ines, tu opinión no es apreciada en esta mesa. Es mejor que te


preocupes por cómo complacer a tu esposo y controlar a tus hijos, especialmente
a tu hija, ella necesita aprender su lugar.

Serafina estaba peleando con los chicos, manteniéndose firme a pesar de


su aspecto angelical.
En el pasado, Ines habría agachado la cabeza, pero como esposa de Pietro,
solo tenía que obedecerle a él, no a padre, y Pietro no parecía molesto por su
opinión.

—No te preocupes, le enseñaré a mi hija su lugar. —Ines había dominado


el arte del desafío sutil y la crítica educada, y por eso sonrió, aunque sus ojos
reflejaban la misma aversión que yo sentía hacia nuestro padre.

La boca de padre se tensó y me miró como si esperara que reprendiera a


Ines. Sabía que mi hermana valoraba mi opinión más que la suya. Levanté mi
copa y tomé un sorbo de mi vino, ni en lo más mínimo interesado en
involucrarme en esto, no hoy, no cuando mi mente seguía repitiendo la última
sonrisa de Carla, su último aliento, el momento en que sus dedos se aflojaron en
los míos.

—Por supuesto, hay algo a considerar antes de decidir dar a Aria a Luca.
—La sonrisa de reptil de padre se extendió, y mis músculos se tensaron en
preparación para sus siguientes palabras—. Aria podría darle a la Organización
hermosos niños rubios. Tú necesitas una nueva esposa y un heredero.

A pesar de mis mejores intenciones, las palabras me golpearon como un


mazo. Después de tantos años, padre finalmente encontró algo que me cortara 33
una vez más. Mantener mi rostro neutral fue una lucha agonizante.

—¡El funeral de Carla fue hace solo dos días! —siseó Ines, mirándome en
flagrante preocupación—. ¿No tienes ni una pizca de respeto por su memoria y el
dolor de Dante?

—Harías bien en respetar al hombre que decide sobre la vida y la muerte


en este territorio —dijo padre.

Pietro agarró la mano de Ines y, por la mirada en sus ojos, supe que estaba
a punto de decir algo que lo metería en problemas con mi padre, y aunque padre
dudaría antes de deshacerse de un lugarteniente, jamás se desharía de mí porque
él quería que su sangre viviera y yo era su única opción. Me puse de pie y
estampé la palma de mi mano sobre la mesa, dejando salir mi ira y apretando mi
tristeza en un nudo firme dentro de mí.

—Esta conversación no va a pasar.

Incluso los niños se callaron mientras me observaban con la boca abierta.

Di un paso atrás y salí de la habitación, hirviendo, y continué hacia la


puerta principal, necesitando aire fresco. Padre no se daría por vencido tan
fácilmente.
Mi sospecha resultó correcta cuando padre y yo fuimos invitados a la
mansión Scuderi unos días después para discutir los desarrollos más recientes de
una posible unión con la Famiglia.

Padre había hablado con Salvatore Vitiello varias veces en los últimos
días, mientras yo retrocedía para recomponerme. Mi estado mental no nos haría
ningún favor en las negociaciones comerciales de momento. Luca y Salvatore
podrían oler la debilidad a kilómetros de distancia.

—Le envié fotos de Aria y Gianna a Salvatore —dijo padre—. Acepta a


cualquiera de las dos, pero prefiere a Aria.

Rocco sacudió la cabeza.

—Gianna es demasiado escandalosa. La molería a golpes y luego


tendríamos el problema de cómo reaccionar adecuadamente. Necesita a alguien
que sepa cómo controlar sus impulsos y romperla sin matarla. Luca no es esa 34
clase de hombre.

Sus ojos se dirigieron hacia mí. Ignoré la sugerencia sutil. No me casaría


con Aria o Gianna. Esas chicas tenían trece y quince años, simples niñas, y yo
era un hombre que solo albergaba oscuridad después de la muerte de Carla.

—Hijo, tenemos que tomar decisiones tácticas que beneficien a la


Organización.

Asentí.

—Eso es cierto. Darle a Aria a Luca parece la mejor opción. Pienso que
será menos propensa a provocarlo en lugar de Gianna. —Teniendo en cuenta
cómo maté a Jacopo para proteger a Ines de un monstruo, era irónico que yo
estuviera de acuerdo en dar otra chica inocente a un monstruo por el bien de la
Organización. Se necesitaban sacrificios, era el credo de mi padre. Sabía que solo
había una forma de salvar a Aria de las garras de Luca y era si la quería para mí.
Padre y Rocco estarían de acuerdo. Le evitaría la crueldad bajo la mano de Luca,
y me quitaría a padre de encima, permitiéndome sumergirme en mi dolor sin una
vigilancia constante. Podría insistir en un matrimonio en tres años, e incluso si
padre exigía una fecha más cercana, sabía que Aria estaría feliz si no actuaba
como un marido, si no intentaba reclamarla. Mi interior se tensó ante la mera
idea de estar con alguien que fuera Carla, de hacer un voto de esa proporción
cuando Carla era la única mujer a la que quería estar unido.

Como si pudiera oler mi tren de pensamiento, Rocco se levantó y caminó


hacia la puerta, abriéndola.

—¡Aria! Ven aquí un momento. —Rocco volvió a la mesa e intercambió


una mirada con padre. Sabía lo que estaban pensando, lo que muchas personas en
la Organización estaban pensando.

La Pareja Dorada. El apodo susurrado en nuestros círculos, había


comenzado a serlo incluso antes de que el cuerpo de Carla se enfriara, había
comenzado al momento en que se corrió la noticia sobre su cáncer. Lo ignoré,
pero había crecido a una dimensión que hizo imposible seguir haciéndolo. Pero
me dejaba con dos opciones si no quería parecer débil, porque seguir de duelo
por una mujer muerta no era más que debilidad ante los ojos de muchos de los
hombres leales a padre. O me casaba con Aria o se la daba a Luca.

Después de un par de minutos, entró en la sala de estar, vestida con un


vestido azul pálido, su cabello rubio recogido en una coleta desordenada. Sus
ojos se abrieron por completo cuando nos vio, demasiado joven para ocultar sus
facciones lo suficientemente rápido. Se acercó, con las manos cruzadas delante 35
de su vientre, la inquietud reflejándose en su rostro. Por un momento, sus ojos se
encontraron con los míos antes de agachar la cabeza y volverse hacia Rocco.

—¿Sí, padre?

Mis ojos la estudiaron, intentando imaginar cómo podría ser un esposo


para esa chica. No podría permitir la cercanía con ella en lo físico, y mucho
menos el sentido emocional. La idea de compartir una cama con ella, de fingir
que podía preocuparme por ella, retorció mis entrañas, hasta que la ira y la
tristeza fueron inseparables, hasta que mi necesidad de impartir el mismo dolor
que me consumía se tornó abrumadora. Tal vez Luca la rompería con crueldad,
pero tal vez no lo haría. No lo sabía.

Lo que sabía, sin duda alguna, era que la rompería con mi oscuridad teñida
de tristeza, que con el tiempo, ventilaría mi ira en ella porque se atrevió a ocupar
el lugar a mi lado que nadie más merecía salvo la mujer que enterré hacía apenas
unos días.

—Queremos un trago. Dirígete al salón de fumadores y busca vasos y la


botella de mi whisky favorito.

Ella asintió rápidamente antes de darse la vuelta y alejarse. No me casaría


con Aria. No podía.
—Es hermosa y joven —dijo padre hacia mí.

—Lo es. —Mi voz no reflejó mi agitación interna—. Por eso tenemos que
dársela a Luca Vitiello. Le enviará el mensaje de que estamos decididos a darle
lo mejor que podemos ofrecer. Si la paz es nuestra intención, no tenemos opción.

La decepción parpadeó en la cara arrugada de padre, pero inclinó la


cabeza. Rocco tampoco pareció demasiado triste, después de todo, de cualquier
manera, su hija sería dada a un futuro Capo.

—Todavía nos queda Gianna.

—Padre —dije con firmeza—. Tampoco voy a casarme con Gianna, ni


con nadie más. Tenemos otras cosas en las que enfocarnos.

Me conocía lo suficientemente bien como para darse cuenta que no


cedería en el tema ahora que me había hecho a la idea. No quería volver a
casarme pronto, o nunca. El recuerdo de Carla sería mi compañía y el éxito de la
Organización mi misión en la vida, no había lugar para nada más.

Me había jurado poner a la Organización por encima de todo,


especialmente una mujer, pero aquí estaba yo, negándome a una unión por mi
amor por Carla. El hecho de no casarme representaba un riesgo en nuestros
36
círculos. Sugería que luchaba con la muerte de mi última esposa y eso era admitir
debilidad por encima de todo. Si la Organización parecía débil, nuestros
enemigos podrían intentar atacar. Sin mencionar que necesitaba un heredero, un
niño que pudiera convertirse en Capo cuando me retirara o me mataran.

Aun así, no podía casarme, aún no. Tal vez nunca.

Y eso era una traición a mi juramento, pero los votos a Carla significaban
más para mí. Siempre lo harían.
Tres años después…

C
ontemplé a Aria mientras se acurrucaba junto a Luca. A pesar del
vestido espléndido y su sonrisa deslumbrante, era obvio para mí
que su boda no era un día de alegría para ella. No era una
sorpresa, teniendo en cuenta su esposo. Los ojos vigilantes de Luca siguieron
volviendo a mí, como un león que olía a otro depredador en su territorio.
37
No era alguien a quien habría tolerado en mi vecindad bajo circunstancias
normales, pero lo normal se había convertido en un concepto aún más difícil de
entender en estos últimos tres años.

Madre puso su mano sobre la mía.

—¿No crees que ya es hora de que te lo quites?

Solté mi anillo de bodas, el cual había estado girando en mi dedo, aparté


mi mano y me puse de pie.

—Disculpa, creo que se espera que agracie la pista de baile con mi


presencia. —El rostro de mi madre reflejó el mismo reproche que sus palabras
habían albergado pero el sentimiento de culpa había perdido gran parte de su
impacto en mí.

Aunque, de todos modos, había apreciado su interferencia. Necesitaba


mantener las apariencias en un momento como este y colgarme al pasado
públicamente no era algo con lo que podía correr el riesgo. Ines y Pietro apenas
habían salido de la pista de baile, una de las pocas parejas que eran tan felices a
puerta cerrada como aparentaban serlo fuera de ellas, como Carla y yo lo
habíamos sido.
Aparté los pensamientos a un lado y mis ojos se posaron una vez más en
Valentina. De pie a un lado del lugar, hablando con Bibiana Bonello. Me acerqué
a ella a propósito y su comportamiento cambió de relajada a una tensión
sofisticada al momento en que notó mi acercamiento. Había perdido a su esposo
hace menos de un año y su padre había empezado a buscar un esposo nuevo para
ella hace un par de semanas. Le tendí la mano.

—¿Te gustaría bailar?

La sorpresa destelló en sus ojos verdes, pero aceptó mi invitación y me


dejó guiarla hacia la pista de baile. El silencio se extendió entre nosotros cuando
comenzamos a balancearnos con la música, y consideré a la mujer en mis brazos.
Desde el momento en que el padre de Valentina, Giovanni, comenzó a buscar un
nuevo esposo para su hija, una idea comenzó a formarse en mi mente. Valentina
había perdido a su esposo recientemente, y aún estaría paralizada por su propia
tristeza, lo que a su vez la haría reacia a buscar mi cercanía, al menos emocional.
En cuanto al aspecto físico de una posible unión, no tenía problemas admitiendo
que me sentía atraído por ella, al igual que la mayoría de los hombres presentes
esta noche. Valentina era elegante y hermosa.

Además, tenía experiencia, lo que podría hacerla indeseable a los ojos de 38


mis padres, pero perfecta para mis propósitos. Una novia virgen requeriría
delicadeza y cuidado que no tenía de sobra, pero Valentina podría estar dispuesta
al sexo enojado que yo ansiaba aunque solo fuera para batallar contra sus propios
demonios en el silencio.

—Lamento tu pérdida. Hasta ahora no te lo había dicho personalmente.

La tristeza parpadeó en sus ojos.

—Gracias. Significa mucho viniendo de alguien que entiende lo que


significa.

Mi pecho se contrajo pero mi máscara permaneció perfectamente inmóvil.

—No todos comprenden que lleva tiempo superar el dolor. —Sus ojos se
dirigieron brevemente a su padre, quien hablaba con Rocco.

Obviamente no estaba contenta con sus intentos de volver a casarla tan


rápido, otro hecho que la convertía en la opción perfecta. Después que terminó el
baile, mi decisión ya estaba tomada. Discutiría una posible unión con su padre
tan pronto como el mío accediera.
Como era de esperarse, padre no estuvo emocionado con mi elección.

—Dante, ya estuvo casada antes. ¿En serio quieres a una mujer que ya ha
sido reclamada por otro hombre? Serás Capo, en unos pocos meses. Puedes tener
a cualquier chica que quieras, ¿por qué optar por artículos de segunda mano?

Reprimí mi molestia y mantuve mi expresión severa a medida que metía


mis manos en mis bolsillos.

—Es ella o nadie. No quiero a una chica joven a mi lado. Valentina es


perfectamente capaz de darme lo que necesito.

Padre suspiró, sus lechosos ojos azules intentando socavarme, pero había
envejecido y la única cosa que lo protegía de una muerte temprana era el hecho
de que respetaba a madre y sabía que muchos hombres se preocupaban por mi
padre a pesar de sus muchas fallas.

—Habla con Giovanni. Estoy seguro que saltará ante la oportunidad de


hacer la unión.

Dejé su oficina, sin decir una palabra, y continué saliendo de la casa de 39


mis padres hacia mi auto mientras le enviaba un mensaje a Giovanni indicándole
que iría a verlo por un asunto de negocios.

No vi a Valentina o a su madre por ningún lado cuando Giovanni me llevó


a su oficina, obviamente confundido por mi aparición.

—¿Pasa algo, Dante? Estoy seguro que nuestros hombres mantendrán a


raya a los soldados de Grigory.

—No es por eso que estoy aquí. —Acepté la bebida que me tendió antes
de sentarme en el sofá. Giovanni se sentó frente a mí, con un destello de
inquietud en sus ojos. ¿Acaso pensaba que estaba aquí porque lo removería de su
posición como lugarteniente ahora que me había convertido en el Jefe de la
Organización? Después de todo, éramos la única familia de la mafia donde el
Capo permitía un lugarteniente en su propia ciudad.

—¿Ya has encontrado un esposo para tu hija?

Bajó su vaso con una mirada de confusión.

—Tengo un par de pretendientes que estarían dispuestos a aceptar una


viuda. Son soldados como Antonio, pero en realidad no había esperado encontrar
una mejor opción para ella. Nunca debí haber aceptado su matrimonio con
Antonio en primer lugar, pero quería verla feliz y ahora mira a dónde nos llevó
eso. —Negó con la cabeza y abrió el botón de su chaqueta mientras se relajaba
en la silla.

Asentí incluso si no me importaba.

—Si aún no está comprometida con nadie, me gustaría pedirte que me des
su mano en matrimonio.

Giovanni tosió cuando se ahogó con su whisky, sus ojos llenos de


lágrimas.

—¿Disculpa?

—Me gustaría casarme con tu hija, si te parece bien.

Giovanni se me quedó mirando durante tanto tiempo, que me pregunté si


había sufrido un derrame cerebral, y entonces, se rio. Cuando no lo seguí, se
quedó en silencio y se aclaró la garganta.

—Estás hablando en serio.

—Lo hago. Quiero casarme con Valentina en enero antes de asumir el


cargo de Jefe.
40
Giovanni se recostó contra el respaldo, soltando un suspiro mientras
pasaba una mano por su cabello, luciendo seriamente aturdido.

—No esperaba eso.

—Puedo verlo.

—¿Tu padre está de acuerdo con que te cases con alguien que no es pura?

Mis labios se apretaron.

—No pido permiso, Giovanni. Sabes tan bien como yo que ya gobierno
sobre la Organización. Mi palabra es ley.

Giovanni asintió, agitando su bebida en su vaso y sacudiendo su cabeza


una vez más.

—Dante, ¿por qué mi hija?

No había esperado esa pregunta.

—Pensé que estarías feliz con una unión entre Valentina y yo.

—No me malinterpretes, lo estoy, y Livia sin duda estará encantada de


tenerte como su yerno, sobre todo después de todos los problemas que Orazio
nos ha estado dando —dijo rápidamente, pero no me miró. Tomó otro sorbo,
obviamente sopesando sus siguientes palabras—. Pero no tienes nada que ganar
de una unión como esa.

—Ganaré a una esposa hermosa y una madre para mis hijos.

—Hay docenas de chicas en nuestro territorio que podrían darte lo mismo


con la ventaja adicional de que seas su primer esposo.

—No estoy interesado en tener a una adolescente a mi lado, ni tampoco


veo la ventaja de estar con una virgen.

Giovanni hizo una mueca y algo en sus ojos cambió. Fue un cambio sutil,
pero uno que noté porque había aprendido a prestar atención a los detalles
pequeños. Era un hombre que había pasado de preguntar como mi lugarteniente a
interrogarme como padre de Valentina.

—Dante, me conoces, solo me meto en mis propios asuntos, pero en mi


posición, tendría que ser sordo para no oír los chismes ocasionales. —Sus ojos
sostuvieron los míos—. Sé que solías frecuentar el Palermo. Tommaso y Raffaele
son hombres a los que les gusta oírse hablar, lo sabes.

—Di lo que tienes que decir —dije con frialdad, aunque tenía el
41
presentimiento de saber a dónde iba esto.

—De acuerdo a sus palabras, y cito “fuiste allí para sacar la ira de tu
sistema follando”.

—Cómo paso mis noches es asunto mío y también lo son mis preferencias
sexuales.

—Lo son, a menos que tengas la intención de usar a Val para deshacerte
de tu ira. No es virgen, de acuerdo, pero no voy a permitir que abusen de ella
solo porque crees que tu conciencia te dará menos problemas con una mujer con
experiencia.

Giovanni era un soldado leal, un buen lugarteniente y un hombre mejor de


lo que pensaba. Rocco como tantos otros hombres me habrían entregado a sus
hijas sin hacer preguntas, pero Giovanni quería proteger a Valentina y lo
respetaba por ello, y por eso le daría pasar la forma en que me habló.

—No tengo ninguna conciencia que me pudiera dar problemas —espeté—


. Pero puedo asegurarte que no abusaré de Valentina, sea virgen o no. Conoces
mi postura sobre la violencia doméstica y la violación, Giovanni. Estuviste de mi
lado cuando planteé abolirlo.
Ladeó la cabeza pero su expresión permaneció siendo cautelosa.

Consideré en qué decirle. Había tenido razón de que quería a Valentina


porque esperaba que estuviera dispuesta a conformarse con una unión de
conveniencia que se extendiera al sexo violento. No estaba buscando la cercanía
o el amor, sino una manera de cumplir con mi deber a la Organización. Si esta
unión me permitía sacar mi ira follando sin usar prostitutas, sería una ventaja
adicional, pero solo si Valentina quería lo mismo.

—Quiero a tu hija como mi esposa porque ambos hemos perdido a alguien


y esa es una base en la que podemos construir una unión mutuamente
beneficiosa.

—Esa es una razón que puedo aceptar, pero no estoy seguro si Val
comparte nuestros puntos de vista.

—Parece una mujer razonable. Estoy seguro que estará de acuerdo en que
esta es la mejor solución para los dos.

—Estoy seguro que lo hará —dijo lentamente. Aunque hubo una nota en
su voz que no pude precisar, pero era irrelevante.

—Entonces, ¿está resuelto?


42
Levantó su vaso.

—Así es.

Chocamos los vasos y tomamos nuestras bebidas y luego me fui, teniendo


asuntos más urgentes que atender ahora que el problema de mi matrimonio
estaba resuelto.

La boda no fue tan espléndida como podría esperarse de un hombre en mi


posición, pero fue más grande de lo que me habría gustado.

Valentina era una novia hermosa, una sofisticación elegante en su vestido


color crema. Mi atención debería haber estado en ella, solo en ella, desde el
momento en que puso un pie dentro de la iglesia, aún más cuando llegó a mi lado
y su padre me la entregó.
Y sin embargo, luché por permanecer en el presente, por no ser llevado a
muchos años atrás a otra ceremonia de boda, a otra mujer. La mujer que aún
atormentaba mis noches con sus ojos llenos de tristeza.

Cuando llegó el momento de nuestro beso, mi interior se tensó. No había


besado a una mujer desde la muerte de Carla. Era un gesto demasiado íntimo,
demasiado emocional. Pero Valentina era mi esposa y todos esperaban que
compartiéramos un beso.

No demostraría mi conflicto, no permitiría ni un momento de vacilación,


cuando llevé mi boca a los labios expectantes de Valentina. La renuencia que
había esperado ante este toque íntimo no llegó, aunque, el sentimiento de culpa
cayó sobre mí como una avalancha. Me aparté rápidamente, captando la
expresión evaluativa de Valentina, y me giré hacia los invitados. Valentina
pensaba que nuestro matrimonio le permitiría visualizar detrás de mis muros…
estaría desilusionada muy pronto.

43
La boda pasó entre una serie de conversaciones sin sentido, sonrisas
apagadas y felicitaciones que apenas pude aceptar. Bailar fue nada más que
marginalmente mejor.

Solté a Aria después de nuestro baile obligatorio y ella volvió rápidamente


junto a Luca cuando dejé la pista de baile para despejarme un poco. Orazio se
encontraba a un lado solo, así que me dirigí hacia él. Se enderezó un poco más al
notar mi acercamiento.

—Dante —dijo, sus ojos cautelosos. Nuestra relación siempre había sido
distante, y dudaba que ahora cambiara.

—¿Tu padre y tú resolvieron su disputa?

—Apenas puede llamarse una disputa. Me dijo su opinión y espera que


siga su orden.

Asentí.

—Nuestro mundo está dominado por reglas viejas que pueden ser
subestimadas fácilmente. A menudo se siente como si solo hubiera deber y muy
poca opción.

La boca de Orazio se tensó.


—Lo sé. El deber es una palabra con la que estoy muy familiarizado.

Evalué sus ojos.

—Renunciar a alguien que nos importa nunca es fácil, pero un matrimonio


de conveniencia puede ser beneficioso mutuamente. —Las palabras sonaron
huecas incluso ante mis propios oídos. Mis ojos siguieron a Matteo a medida que
se inclinaba frente a Valentina y la atraía contra él. La ira se apoderó de mí por su
abierta falta de respeto.

—¿Eso es lo que Valentina es para ti… conveniente?

Le di una mirada aguda a Orazio.

—No discutiré de mi matrimonio contigo. Tampoco me involucraré en tus


asuntos.

Orazio miró hacia otro lado.

—Si hablas con mi padre, podrías entender mi punto.

—No puedo involucrarme en los asuntos familiares. Tu padre siempre ha


sido un hombre leal.
44
Las risitas de Valentina llegaron a través del lugar.

Mi mirada la encontró mientras sonreía ampliamente por algo que Matteo


debía haber dicho.

—Disculpa —le dije a Orazio, quien se limitó a asentir, y avancé hasta


Valentina y Matteo. Por alguna razón inexplicable, no me sentó bien que
Valentina pareciera completamente a gusto con Matteo. Su encanto era notorio.

—Creo que de nuevo es mi turno —dije cuando los alcancé, mi voz


tajante.

La boca de Matteo se crispó.

—Por supuesto. ¿Quién podría mantenerse alejado por mucho tiempo de


tal belleza morena? —Luego besó la mano de Valentina de una manera que me
hizo hervir la sangre. La provocación abierta habló a la furia oscura que había
permanecido inactiva bajo una delgada capa de control durante todo el día.
Valentina agarró mi mano antes de que pudiera decidir si matar a Matteo me
daría la satisfacción necesaria para garantizar la guerra con la Famiglia. Y Aria
fue lo suficientemente inteligente como para alejar a arrastras a Matteo de mí.
—¿Pensé que querías bailar conmigo? —Las palabras de Valentina
interrumpieron mis pensamientos.

La atraje contra mí y empecé a guiarla sobre la pista de baile, incluso si la


música suave no tranquilizara mi pulso galopando.

—¿Qué dijo? —pregunté.

—¿Qué?

—¿Qué te hizo reír?

—Hizo una broma sobre arbustos.

Una pizca de vergüenza apareció en el rostro de Valentina.

—Debería ser más cuidadoso.

—Creo que está un poco tenso por los problemas entre Gianna y él.

—Por lo que he oído, siempre ha sido volátil, incluso antes de su


compromiso con la chica Scuderi.

—No todos son tan controlados como tú. 45


Si supiera lo poco que quería controlarme esta noche, no habría dicho eso.

Me sentí aliviado cuando las celebraciones llegaron a su fin y Valentina y


yo nos sentamos en el silencio de mi Mercedes camino a mi mansión. No podía
evitar la sensación de que hoy había traicionado a Carla, mi promesa a ella,
nuestro amor, el recuerdo que me impedía perderme en la oscuridad
completamente, esperaba que por lo menos desde afuera pareciera sereno, en
control. Pero estaba harto de tener el control, harto de mantener una apariencia
fría cuando quería enfurecerme y destruir.

Habían pasado muchos meses desde la última vez que visité el Palermo, la
última vez que liberé al menos parte de la furia acumulada. Uno podría pensar
que mi vida proporcionaba la oportunidad suficiente para aliviar parte de la
tensión y ciertamente me había asegurado de participar en más ataques que en los
años anteriores, pero no parecía suficiente. En lugar de calmar la furia rabiosa y
la tristeza en mis venas, cada acto de violencia parecía encender un fuego nuevo
y más caliente en mi pecho. Valentina me dirigió una mirada, tal vez molesta por
nuestra falta de conversación, pero no podía proporcionarle ninguna una charla
insignificante, no en este momento.

Estaba intentando honrarla como mi esposa, pero eso requería que no


perdiera el control y mi compostura colgaba amenazantemente. Había luchado
conmigo mismo durante toda la noche. Enojado por la situación, por todo,
incluso con Valentina, lo cual no era razonable ya que este matrimonio ni
siquiera había sido idea suya. Me enorgullecía de mis cualidades lógicas, pero en
este momento, las emociones anulaban todo lo demás y amenazaban con
hacerme pedazos, así como la imagen que había construido.

Apreté mi agarre en el volante mientras giraba el auto hasta la mansión


que había sido mi hogar junto a Carla durante casi doce años, y ahora se
convertiría también en el hogar de Valentina. Incluso eso se sentía como un
sacrilegio. Valentina me dio otra mirada curiosa, pero no la dejaría ver detrás de
la máscara. La llevé a la casa y luego subí las escaleras hacia nuestra habitación.

Mis ojos encontraron el escote de Valentina, sus curvas atractivas. Tal vez
podría deshacerme de parte de la tensión enroscándose en mi cuerpo. Desde el
baile de Matteo con ella y las miradas apreciativas que los otros hombres habían
arrojado en su dirección, había sentido la depravada necesidad de reclamarla. 46
Nunca había sido un hombre primitivo, nunca actuaba con base a mis
necesidades, pero había sido un hombre diferente en ese entonces, o tal vez no
diferente, pero mi naturaleza oscura no había estado al control. Con Carla, me
había contenido, nunca sentí el deseo de tener sexo salvaje con ella. Había sido la
calma en mi vida, la que invocaba el bien en mí, una parte de mí que deseaba que
fuera más prominente pero nunca lo sería.

Abrí la puerta de la habitación principal y le indiqué a Valentina que


entrara, lo que hizo con otra mirada evaluativa hacia mí. Mis ojos siguieron la
curva de su espalda hasta su trasero que el vestido acentuaba de una manera muy
placentera cuando entré y cerré la puerta. Me había mudado a ese dormitorio días
después de la muerte de Carla, incapaz de dormir en la habitación en la que pasé
casi cada noche con ella. Aparté los recuerdos a un lado, me obligué a socavar la
ola de emociones que estaba evocando, y me concentré en una idea más segura:
mi deseo por mi esposa.

—El baño está por esa puerta —le dije, mientras pasaba junto a ella hacia
la ventana, sofocando mi deseo de agarrar a Valentina, arrojarla a la cama y
follarla por detrás. Era mi esposa, y merecía al menos un poco de control de mi
parte. Que la deseara ya me hacía sentir culpable. Las putas que busqué en el
Palermo habían sido elegidas con base a sus especialidades sexuales, no su
apariencia. No les había dado más que un vistazo fugaz antes de follármelas, pero
había elegido a Valentina, e incluso si quería fingir que fue en base únicamente a
la lógica, tenía que admitirme que la encontraba deseable.

El suave sonido de la puerta me indicó que Valentina había desaparecido


en el baño. Me apoyé contra la ventana, mirando hacia la noche oscura,
concentrándome en la forma en que mi ingle se apretaba, en el deseo agitándose
en mi interior, en el hambre oscura que gritaba más fuerte que el dolor y la culpa.

Cuando Valentina finalmente emergió, me tambaleaba en el borde. Se


aclaró la garganta, haciéndome girar y verla, vestida con un camisón violeta que
abrazaba sus curvas. Era elegante y más modesto de lo que esperaba. Cuando mi
mirada finalmente se posó en su cara, supe que esta noche no encontraría una
salida para mi furia contenida, no porque Valentina no respondería a mis
exigencias sino porque no podía permitirme actuar de esa manera hacia mi
esposa, no cuando me miraba con una pizca de inseguridad y timidez, y peor aún,
esperanza. Valentina podía haber perdido a un esposo, pero quería que yo
ocupara su lugar, que le diera ternura y amor.

—Puedes acostarte. Tomaré una ducha. —Las palabras salieron como una
orden, pero no me retracté mientras me dirigía al cuarto de baño y cerraba la
puerta ante la cara confundida de Valentina. 47
Arranqué mi corbata y luego la arrojé al suelo antes de quitarme la ropa
restante con la misma violencia. Solo me relajé cuando entré en la ducha y
respiré hondo a medida que el agua caliente caía sobre mí. Agarré mi polla,
necesitando deshacerme del deseo hirviendo bajo mi piel. La mujer esperándome
en nuestra cama compartida quería algo que no podía darle y ella aún no estaba
lista para darme lo que quería. Pronto se daría cuenta de que esta era una unión
por las apariencias externas, y nada más. Mi liberación me trajo muy poca
satisfacción, no es que lo esperara, pero cuando volví al dormitorio quince
minutos después, me sentí más como yo, en control y calma. Valentina se
recostaba en la cama, elegante y hermosa. Mis ojos se fijaron en ella, no podía
parar, pero una vez más su expresión me recordó por qué había intentado
controlarme en primer lugar. Me tendí a su lado, incluso aunque su aroma inundó
mi nariz, clamando al deseo que intentaba enfriar. Me encontré con la mirada de
Valentina cuando se estiró a mi lado. Se veía incómoda e insegura, casi inocente,
y me confundió porque había esperado que fuera diferente, porque me había
casado con ella esperando que sea diferente.

—Mañana tengo que levantarme temprano —dije, apagando las luces.

Incluso la respiración profunda de Valentina sonó a mi lado y su aroma


siguió atormentándome, pero en la oscuridad, el pasado fue más fuerte que mi
deseo a medida que los recuerdos resurgían contra el lienzo negro de la noche. El
rostro hundido de Carla, su último aliento rasposo, el miedo y la desesperación
en sus ojos, y finalmente el alivio cuando todo terminó.

48
E
vité a mi esposa como un maldito cobarde. Me enorgullecía de mi
moderación, pero en su compañía, comprobaba que había estado
equivocado. Cada nuevo intento de su parte por seducirme
derribaba otro trozo de mi muro.

Valentina no se dio por vencida. Una parte de mí quería que siguiera su


persecución hasta que perdiera la batalla, la otra parte, aún más fuerte, necesitaba
que se detuviera antes de que le mostrara por qué evité el matrimonio durante
tanto tiempo. Nuestro primer beso despertó algo en mí que tuve problemas para
encerrar, un hambre tan desenfrenada y salvaje que amenazaba con despertar las
partes de mi naturaleza que no tenían lugar en un matrimonio. Y así seguí
rechazándola. Por mi bien, pero más que eso, por el suyo.

49
Me quedé mirando la chimenea oscura. Las últimas brasas habían muerto
a diferencia de la ira ardiente dentro de mí. Era difícil determinar la fuente de mi
ira. La mayor parte de ella estaba dirigida a mí, pero una parte era por la mujer
que no la merecía. Valentina.

La resentía por el deseo que despertaba en mí. Me hacía sentir desquiciado


de una manera con la que no estaba familiarizado. Nunca había experimentado
este tipo de deseo sexual, esta necesidad de consumir a alguien.

El sonido de unos tacones en el piso de madera dura atrajo mi atención


pero no me giré. Valentina se cernía cerca de la puerta, hermosa como siempre,
una sirena llamando a mis instintos básicos.

—¿Es verdad que frecuentabas el Club Palermo?

Mis dedos alrededor del vaso de whisky se apretaron. No quería hablar del
pasado, y menos aún que me recordaran mis necesidades primitivas.

—Pertenece a la Organización, pero eso fue mucho antes de nuestro


matrimonio.
—Entonces, ¿no te molesta la compañía de prostitutas, pero no puedes
tomar la virginidad de tu propia esposa?

La conmoción estalló a través de mi compostura. Miré a Valentina.


¿Virginidad?

Un deseo tan intenso que casi destrozó mi control se apoderó de mí. Lo


detuve con pura fuerza de voluntad.

Valentina huyó de la habitación.

Con una calma forzada, bajé el vaso y la seguí, incluso si mantener mi


distancia con mi esposa demasiado tentadora era perjudicial.

Encontré a Valentina en el dormitorio, mirando por la ventana. Me


acerqué a ella hasta que pude ver su cara inclinada en el reflejo.

—¿Virginidad? —pregunté, deteniéndome detrás de Valentina quien


siguió mirando por la ventana, intentado ocultar su rostro de mí—. Antonio y tú
estuvieron casados por cuatro años.

Pensé en los intentos de Valentina por seducirme. Parecía inexperta y


torpe, pero le eché la culpa a sus nervios de estar con otro hombre que no era su 50
primer esposo. Ahora, al reflexionar en sus acciones más a fondo, me daba
cuenta de que probablemente podrían estar vinculadas a que ella nunca había
estado con un hombre, pero la pregunta seguía siendo: ¿Por qué era virgen
después de haber estado casada?

—Valentina —dije con más firmeza.

—No debí haber dicho nada —susurró—. Fue solo una expresión. No lo
quise decir literalmente. Como dijiste, Antonio y yo estuvimos casados por
cuatro años. Claro que no soy virgen.

Estaba mintiendo. No tuve problemas para detectar la mentira y eso


aumentó mi ira. Pocas personas se atrevieron a mentirme y todos pagaron un
precio muy alto por ello, pero Valentina sabía que estaba a salvo. A salvo de la
naturaleza cruel de mi ser, pero eso no significaba que no tenía otras formas de
coaccionarle la verdad. Tomé su cadera. Ella saltó sorprendida y chocó contra el
alféizar de la ventana con un jadeo.

La sensación de su calidez a través de su ropa tuvo un efecto en mí aún


más fuerte de lo que me gustaría.

Me concentré en la reacción de Valentina, ignorando la mía.


—Date la vuelta —le ordené. Valentina se volvió hacia mí, pero no se
encontró con mi mirada. Levanté su cabeza, encontrándome con esos malditos
ojos deslumbrantes. Como siempre, tembló muy levemente bajo mi toque y esa
reacción fue directa a mi polla.

Valentina no intentó alejarse o bajar la mirada. Sostuvo la mía casi


tercamente pero su barbilla se tensó. Estaba nerviosa, y no solo por nuestra
cercanía. Se aferraba a una mentira. La pregunta era a cuál.

—Entonces, ¿tus palabras abajo solo fueron para provocarme? —pregunté


en voz baja. Casi nunca levantaba la voz, ni siquiera cuando tenía que lidiar con
mis soldados, y desde luego no lo haría cuando lidiara con mi propia esposa.

Los ojos de Valentina se humedecieron y una lágrima rodó por su suave


mejilla, estallando en mi dedo índice. La solté. Las lágrimas no me molestaban.
Había hecho que hombres adultos lloraran de rodillas frente a mí, pero ver la
agitación de mi mujer provocó una punzada desagradable en mi pecho. Valentina
se retiró de mi cercanía de inmediato.

—¿Por qué estás llorando? —pregunté con cuidado, intentando


comprender el estado de ánimo de Valentina. No me había parecido como
alguien que lloraba a menudo. 51
—¡Porque me asustas!

—Hasta hoy nunca pareciste asustada de mí —dije. Evocar el miedo en


los demás era algo natural para mí y era algo que usaba a mi favor en el pasado y
aún lo hacía. El miedo, sin duda habría hecho a Valentina revelar la verdad, pero
no quería que mi mujer me temiera.

—Entonces tal vez soy buena actriz.

—No tienes razón para tenerme miedo, Valentina. ¿Qué estás


escondiendo?

Sus ojos se posaron en mi barbilla, evitando mi mirada, intentando


aferrarse a la mentira que no tenía forma de proteger.

—Nada.

Envolví mis dedos en su muñeca, una advertencia y una solicitud.

—Mientes sobre algo. Y como tu esposo quiero saber qué es. —Los ojos
de Valentina brillaron con ira, sorprendiéndome con su vehemencia.

—Quieres decir que como el Jefe quieres saberlo, porque hasta ahora no
has estado actuando exactamente como mi esposo.
Tenía razón. No había actuado como un marido, no uno bueno, ni siquiera
uno decente. Había estado pisoteando esos votos, pero ese no era el punto, y no
permitiría que ella lo convirtiera en uno.

—¿Por qué seguirías siendo virgen?

—¡Te dije que no lo soy! —Intentó evadir la situación al apartarse de mi


agarre bruscamente, pero no la solté. En su lugar, la atraje, hasta que estaba
presionada a mí, pero me arrepentí de mi decisión al momento en que su aroma
me golpeó, un perfume picante con una nota florida y el propio aroma tentador
de Valentina. Su pulso se aceleró, sus labios se separaron, sus ojos dilatados a
medida que me veía. Se lamió los labios, un gesto nervioso, y mi ingle se tensó
con una nueva ola de deseo por la mujer frente a mí. Deseaba a Valentina, no
podía negarlo.

Ahogué la sensación.

—Entonces, si te llevara a nuestra cama justo ahora… —dije en voz baja y


presioné a Valentina más cerca de nuestra cama—… y te hiciera mía, no
encontraría que me acabas de mentir.

No sería capaz de ocultármelo si era virgen. Cuando había tomado la 52


virginidad de Carla, no había habido ninguna duda. El dolor estalló en mi pecho,
ardiendo ferozmente, y empujé cualquier pensamiento de ella de mi mente.

Valentina tiró de mi agarre.

—No lo harías porque no me llevarás a esa cama ahora mismo.

Me concentré en la mujer frente a mí. Intentó sonar segura, pero una pizca
de incertidumbre permaneció en su voz.

—¿No lo haré?

—No, porque no me tomarás en contra de mi voluntad. Desapruebas la


violación.

—¿Eso es lo que oíste? —pregunté con una sonrisa.

Sostuvo mi mirada.

—Sí, les diste órdenes directas a tus subjefes de decirles a sus hombres
que castrarías a cualquiera que usara la violación como un modo de venganza o
tortura.

—Lo hice. Creo que una mujer nunca debería estar sometida a nadie más
que a su esposo. Pero tú eres mi esposa. —En nuestro mundo, el cuerpo de una
mujer pertenecía a su esposo. Nadie me cuestionaría sin importar lo que le
hiciera a Valentina, no solo porque mi palabra era ley, sino también porque
nuestras tradiciones antiguas me protegían.

Valentina se estremeció, la máscara sofisticada deslizándose, revelando lo


que olvidaba a menudo: era mucho más joven que yo.

—Aun así —susurró.

—Sí, aun así —dije con firmeza y la solté—. Ahora quiero que me digas
la verdad. Siempre te he tratado con respeto, pero espero lo mismo de ti. No
tolero las mentiras. Y eventualmente, compartiremos la cama y entonces,
Valentina, sabré la verdad.

—¿Cuándo compartiremos la cama alguna vez como marido y mujer, y no


solo para dormir uno junto al otro? ¿Eso pasará alguna vez?

Si tan solo supiera cuántas veces me había imaginado follándomela, y


cómo quería arrojarla sobre la cama tan desesperadamente.

—La verdad. Y recuerda, lo sabré eventualmente. —Valentina agachó la


cabeza y tensó los hombros—. Valentina.
53
—Lo que dije en la sala es verdad —admitió en voz baja, mirándome a
través de sus pestañas. Sus mejillas enrojecieron de vergüenza.

Una emoción extraña me atravesó ante su admisión, inesperada,


indeseada.

—Eso es lo que pensé, pero ahora pregunto, ¿por qué?

—¿Por qué es tan sorprendente pensar que Antonio no me deseaba? Tal


vez no me encontraba atractiva. Tú obviamente no lo haces, o no pasarías la
mayor parte de tus veladas en la oficina y tus noches con la espalda hacia mí.
Ambos sabemos que si me desearas, si me encontraras deseable en lo más
mínimo, habría perdido la virginidad en nuestra noche de bodas.

Deseable no era una palabra lo suficientemente fuerte para describir a


Valentina. Era deslumbrantemente hermosa y elegante. Mis ojos se hundieron en
su escote. Durante sus pocos intentos de seducción en los primeros días, había
usado ropa interior que casi había roto mi resolución. Ahora me alegraba que mi
autocontrol hubiera ganado. Si me hubiera follado a Valentina en aquellos días,
habría sido impulsado por la ira: duro y rápido. Habría notado su inocencia
demasiado tarde y podría haberla lastimado. Eso no era lo que se merecía. Y aun
así, sabía que nunca conseguiría hacer el amor como quería para su primera vez.
—Pensé que acordamos que no te forzaría —dije.

El pecho de Valentina se tornó pesado, y se sonrojó aún más.

—Pero no tendrías que forzarme. Eres mi esposo y quiero estar contigo.


Prácticamente me he arrojado hacia ti por días y tú ni siquiera has notado mi
cuerpo. Si me encontraras atractiva, habrías mostrado alguna reacción. Supongo
que solo tengo suerte de terminar con esposos que me encuentran repulsiva.

La ira me llenó. Ira contra mí por ser incapaz de hacer lo que debí haber
hecho en nuestra noche de bodas.

—No eres repulsiva para mí. Créeme, te encuentro atractiva.

Las cejas de Valentina temblaron en duda. ¿Cómo podía creer que no la


deseaba? La mayoría de mis malditos pensamientos en estos días giraban en
torno a fantasías de cómo quería reclamar su coño y su boca. Me acerqué a ella,
intentando ignorar la forma en que mi cuerpo gritaba para hacerla mía.

—Lo hago. No dudes de mis palabras. Cada vez que doy una mirada a la
cremosa piel de tus muslos… —Acaricié el suave muslo, sintiendo que se le
erizaba la piel. Se sentía tan cálida, suave y mía. La conmoción cruzó el rostro de
Valentina, seguido por el deseo, clamando a un lado de mí que estaba haciendo
54
todo mi maldito esfuerzo por suprimir—. O cuando veo el contorno de tus
pechos a través de las pequeñas nadas que usas para dormir… —continué,
incapaz de evitar tocar el oleaje de los senos de Valentina—. Quiero lanzarte en
nuestra cama y enterrarme en ti. —La verdad se demoró entre nosotros y retiré
mi mano rápidamente, sofocando mi deseo.

—¿En serio? Entonces, ¿por qué…?

Presioné un dedo contra la boca de Valentina, silenciándola. La sensación


de su aliento caliente contra mi piel avivó imágenes de mi polla en su boca. Era
una batalla perdida, lo sabía, lo había sabido por mucho tiempo.

—Es mi turno de hacer preguntas y tú prometes no mentir. —Dio un


pequeño asentimiento, la preocupación arremolinándose en sus ojos—. ¿Por qué
Antonio no durmió contigo?

Valentina era una mujer que muy pocos hombres podían resistir. Había
visto la forma en que muchos de mis soldados la miraban cuando pensaban que
no estaba prestando atención.

—Le prometí que no se lo diría nunca a nadie.


—Antonio está muerto —dije. No me sentó bien que eligiera su lealtad a
su esposo muerto por encima de su lealtad a mí, pero sabía que estaba siendo
hipócrita—. Ahora soy tu esposo y tu promesa conmigo es más importante. —
Apartó la mirada otra vez—. ¿Valentina?

—Antonio era homosexual.

La sorpresa me invadió. Siempre me enorgullecía de ser un buen juez de


carácter y Antonio nunca había actuado de una manera que habría sugerido que
prefería a los hombres. Por supuesto, mis soldados sabían que tenían que ocultar
su disposición o no me dejarían más opción que castigarlos.

—Nunca sospeché nada. ¿Estás segura?

Valentina me dio una mirada exasperada. Como de costumbre, me enojó y


excitó por igual. Muy pocas personas se atrevían a mostrar sus verdaderos
sentimientos en mi compañía.

—Algunas veces llevaba a su amante a la casa —dijo.

—¿Por qué no durmió contigo para tener descendencia? Eso habría


evitado posibles sospechas. —No habían estado casados mucho tiempo, pero con
el tiempo, las personas se habrían preguntado por qué no tenían hijos. Ese había
55
sido el caso con Carla y conmigo. Empujé el pensamiento lejos.

—No creo que eso hubiera funcionado. Ya sabes… —Señaló hacia mi


polla.

—¿Era impotente?

Un sonrojo oscuro se extendió en las mejillas de Valentina, haciéndome


preguntar por qué todavía me molestaba en contenerme. No era un hombre
bueno, y tratar de ser uno era una pérdida de tiempo. Con el tiempo, la
reclamaría.

—No, mencionó una vez que no podía conseguirlo con las mujeres. —
Volví mi atención a Valentina, quien parecía sinceramente incómoda, y sus
palabras me hicieron darme cuenta de otra cosa. Nunca había visto una erección.

Necesitaba concentrarme en proteger a la Organización, no en la


naturaleza de mi deseo por mi esposa.

—¿Quién era su amante?

—No puedo decírtelo. No me hagas hacerlo.


Consideré de cerca el rostro de Valentina a medida que tocaba sus brazos,
sabiendo el efecto que mi cercanía tenía sobre ella.

—Si es alguien de la Organización necesito saberlo, y si no lo es… la


Organización es lo primero. Necesito proteger a todos los que ponen su confianza
en mí.

—No puedo decírtelo. No lo haré. Lo siento, Dante, pero sin importar lo


que hagas, no te daré un nombre.

La desobediencia no era algo que tolerara, ni siquiera en mi familia. Carla


nunca se había opuesto a mí, había sido sumisa por naturaleza, pero Valentina era
todo lo contrario. Me hacía querer obligarla a someterse.

—Has vivido una vida protegida, Valentina. Hombres más duros me han
dicho lo mismo, y al final terminaron revelando todos sus secretos.

—Entonces haz lo que tengas que hacer —gruñó y se retiró de mi agarre


una vez más—. Corta los dedos de mis pies y dámelos a comer. Golpéame,
quémame, córtame, prefiero morir que ser responsable de la muerte de un
hombre inocente.

Inocente. Ese no era un término que habría utilizado para un hombre de la


56
mafia.

—Así que no es de la familia.

La expresión de Valentina fue toda la respuesta que necesitaba.

—No dije eso.

—No tienes que hacerlo. Si Antonio llevó a su amante a la casa, asumo


que lo conociste y sabes su nombre, y puedes describírmelo.

Valentina levantó la barbilla desafiantemente. Algo profundo en mi pecho


se agitó, algo posesivo y primitivo. Me acerqué nuevamente, obligándola a lidiar
con mi presencia.

—¿No eres leal a mí? ¿No crees que me debes la verdad? ¿No crees que es
tu deber? No solo porque soy el Jefe de la Organización sino porque soy tu
esposo —dije.

Valentina entrecerró los ojos. Esa no era la reacción que había esperado.

—Y tú me debes una noche de bodas decente. Como mi esposo debería


ser tu deber hacerte cargo de mis necesidades. Supongo que ambos tendremos
que vivir con la decepción.
A la mierda todo. El problema era que quería follármela, follármela para
que se sometiera, quería dominarla y poseerla. No era lo que ella necesitaba, lo
que un esposo debería hacer, pero maldita sea, estaba presionando todos mis
botones. Nunca había sentido esa urgencia con Carla. Había sido tan dispuesta y
sumisa, que jamás podría haberla follado como quería follarme a Valentina. Solo
había hecho el amor con ella.

Agarré a Valentina y la atraje bruscamente contra mí, de modo que su


espalda estaba presionada contra mi pecho y su trasero firme contra mi polla.
Consideré en agarrarla del cuello e inclinarla, pensé en follármela justo aquí y
por detrás. Tal vez entonces dejaría de querer que me convirtiera en el esposo
que quería.

—Soy un cazador paciente, Valentina —dije en voz baja, ahogando mi


oscuridad, mi ira y tristeza—. Con el tiempo, vas a decirme lo que quiero. —Pasé
la palma de mi mano por su costado, sintiéndola temblar bajo el toque y mi polla
estremeciéndose en respuesta. Las yemas de mis dedos rozaron por su muslo liso
y Valentina contuvo el aliento, desesperada por mi toque, pero no tan
desesperada como me sentía por reclamarla. Dios, quería someter a esta mujer.

Mi mano siguió su muslo hasta llegar a sus bragas. El encaje estaba 57


empapado con sus jugos. La excitación de Valentina era como el canto de una
sirena. Se recostó contra mí, su respiración tornándose más profunda, sus
pezones frunciéndose bajo su débil camisón. Rogándome que la folle. Empujé un
dedo por debajo de sus bragas, sofocando un gemido al sentir su hendidura
húmeda y caliente. Mi dedo la acarició por encima de su carne suave, luego
profundizó entre sus pliegues, sintiendo su suavidad y la humedad de Valentina.

—¿Quieres esto? —gruñí, mi voz empapada de deseo. Necesitaba


controlarme, necesitaba reprimir esto. Perder el control no era una opción.

—Sí —dijo Valentina. Su voz gutural, necesitada. Presionó su coño contra


mi mano, haciendo que mi dedo se deslizara sobre su abertura. Envolví mi brazo
alrededor de su cintura, deteniendo sus movimientos. Sentir su coño apretado
contra la punta de mi dedo me hizo querer cambiar el dedo por mi polla—. Te
deseo, Dante.

—Dime lo que quiero saber. —No estaba ni siquiera seguro si esto seguía
tratándose de coaccionarle la información a mi esposa porque dudaba que
pudiera evitar frotar mis dedos por encima de sus pliegues. La respiración de
Valentina se profundizó, sus caderas haciendo pequeños movimientos de
balanceo a medida que se acercaba a su liberación. Se puso más húmeda, y tuve
que esforzarme para mantener el toque suave y no follarla con mis dedos como
había fantaseado. Valentina comenzó a temblar, más excitación haciendo que mis
dedos se deslizaran aún más fácilmente entre los labios de su coño. Valentina
apoyó la cabeza contra mi hombro.

—¿Me deseas?

¿No lo veía? Quería follármela con tanta fuerza que no podría caminar,
quería derramar mi semen por su garganta, quería reclamarla. Sus ojos verdes
nadaban en necesidad y deseo, y eso solo podría haberme convencido de arrojarla
a la cama y mostrarle lo mucho que la deseaba. Pero detrás del deseo aparente,
detecté su inseguridad, su ansiedad, su necesidad de ternura. Acaricié mi dedo
hasta su clítoris, frotándolo con la almohadilla y los ojos de Valentina se abrieron
en estado de shock, sus labios perfectos abriéndose libremente, a medida que se
corría bajo mi mano. Mi polla estaba dolorosamente dura mientras la veía
sucumbir al placer, sabiendo que podía darle mucho más, mostrarle diferentes
formas de placer.

Deseaba a Valentina, nunca había deseado a una mujer como lo hacía con
ella. Y ese era el problema. Era mi esposa. Había hecho un voto de ser bueno y lo
cumpliría. No me la follaría, no cuando merecía hacer el amor y la ternura con
ello. Era mi esposa, no una puta.

—Lo hago. Ese es el problema. —La solté antes de que hiciera algo que 58
pudiera lamentarme, y sin duda algo que ella lamentaría. No la miré otra vez
cuando salí de la habitación, necesitando poner distancia entre mi esposa y yo.

No ralenticé mis pasos hasta que llegué a mi oficina y cerré la puerta. Fui
directamente al mueble bar, preparándome una bebida fuerte. Al momento en que
levanté el vaso con el whisky, solté un suspiro fuerte y cerré los ojos. El aroma
de Valentina persistía en mis dedos. El dulce aroma de su excitación. Quería
probarlo, probarla. Bebí el whisky de un trago y volví a dejar el vaso. Mi polla se
presionaba contra mis pantalones, dura y con liquido pre seminal en la punta.
Resistí el impulso de masturbarme en medio de mi oficina. No era un maldito
adolescente e incluso entonces, había poseído más autocontrol que este.

Rodeé el escritorio y me hundí en mi silla, mis ojos se dirigieron al marco


en la superficie de caoba. Una foto de Carla y yo poco después de casarnos. Mi
pecho se apretó como siempre cuando veía la foto. Un destello de culpa me
inundó. No era una emoción con la que estuviera muy familiarizado.

Había jurado a Carla que siempre la amaría, siempre la recordaría, Lo


había jurado sobre su lecho de muerte, había hecho un voto. Nunca había querido
casarme después de que muriera. Había querido vivir con su recuerdo como juré.

La gente pensaba que era el epítome del control, pero no lo era. No había
pasado mucho tiempo después de la muerte de Carla cuando finalmente rompí la
primera promesa, cuando busqué follarme a las putas. Había estado enojado,
jodidamente desesperado por una forma de aliviar la tensión y el dolor. Había
hecho las paces con mi naturaleza pecaminosa, me había dicho que eso no
afectaba el voto que hice porque esas mujeres no eran nada más que cosas para
follar. Bien podrían haber sido muñecas de goma para todo lo que me importaba.

Pero las cosas con Valentina eran diferentes. La deseaba, quería


follármela, pero la respetaba, no solo porque era mi esposa, sino también por su
inteligencia y su coraje. Era una buena mujer. Una mujer que merecía un esposo
bueno. Abrí mi portátil con un suspiro, decidiendo enterrarme en los números del
mes pasado para distraerme, y sabiendo muy bien que no funcionaría para
siempre.

Era más de la medianoche cuando me dirigí a la habitación. En lugar de


entrar al baño para prepararme, me acerqué a la cama. Valentina yacía boca
arriba, con la cara inclinada hacia mi lado de la cama. Bajo la franja de luz
entrando por el pasillo, su piel deslumbraba de manera tentadora. Una pierna
larga se asomaba por debajo de las sábanas, haciéndome querer trazar su piel
suave nuevamente, alcanzar más alto y deslizar un dedo dentro de ella.

Me di la vuelta y agarré el pantalón del pijama cuando salí. Era mejor si 59


pasaba la noche en mi oficina, siempre y cuando no tuviera un mejor control en
mi deseo.
M
i mente vagó a Valentina, a su admisión.

Había elegido a una mujer casada porque no quería


la carga de estar con una virgen, porque sabía que no
podía ser lo que una mujer sin experiencia necesitaba. Un
amante gentil que la sostuviera en sus brazos mientras
susurraba palabras de adoración en su oído.

El hombre capaz de ese tipo de cosas había muerto con Carla. Ese hombre
solo había existido por Carla.

Ser gentil o cariñoso no estaba en mi naturaleza, ahora menos que nunca.

Una parte depravada de mí, la parte que se escondía detrás de trajes caros
y una máscara de control total, se regocijó al reconocer la inocencia de Valentina.
Esa parte de mí quería reclamarla. 60
Luché contra el deseo, mantuve mi control externo, cuando sabía que era
una batalla perdida. Deseaba a Valentina, la quería como la mayoría de los
hombres querrían a una mujer de su belleza e inexperiencia. Quería poseerla y
corromperla. No había estado con una mujer desde que me casé con Valentina e
incluso antes de eso mis visitas con las prostitutas habían sido poco frecuentes.
Mi cuerpo gritaba por la liberación, y no solo por mi deseo, sino también por la
ira acumulada hirviendo en mis venas.

Pero Valentina era mi esposa y merecía algo mejor que el sexo por ira.
Sabía que no sería capaz de darle mucho más.

Después de dos tazas de café negro, me escondí en mi oficina a la mañana


siguiente nuevamente. Nunca antes evité a alguien. No estaba en mi naturaleza.
Prosperaba en el conflicto.

Mis ojos se dirigieron al marco con una foto de Carla. Lo agarré. En estos
últimos días, cada vez menos de mis noches habían estado plagadas con el
recuerdo de su último aliento. En cambio, las fantasías reclamando a Valentina
habían ocupado mis noches.

Valentina abrió la puerta.


Dejé el marco rápidamente.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Mi voz sonó áspera.

Valentina se congeló por un momento antes de cuadrar los hombros.

—Esta también es mi casa, ¿no?

—Por supuesto que sí, pero ésta es mi oficina y tengo que trabajar.

—Siempre lo haces. Quería ver si estabas bien.

—¿Por qué no lo estaría?

—¿Por qué? Porque ayer actuaste muy extraño. En un momento estás


tocándome y al siguiente no puedes escapar lo suficientemente rápido.

Si solo supiera…

—No sabes nada de mí, Valentina.

—Lo sé, y quiero cambiar eso, pero sigues alejándome.

Mis ojos se dirigieron a Carla una vez más.


61
—Nunca quise casarme de nuevo. Por una buena razón.

—¡No te pedí que te casaras conmigo! —espetó Valentina,


sorprendiéndome con su ira desenfrenada, tan apasionada y estimulante.

Se dio la vuelta y salió corriendo, cerrando la puerta con tanta fuerza que
un libro cayó del estante. Como un cazador despertado, la perseguí y agarré su
muñeca.

—Tienes un temperamento imposible.

Sus ojos se entrecerraron y, mierda, quise hundir mi polla en ella justo en


medio del pasillo.

—Es tu culpa.

—Este matrimonio siempre ha sido por razones lógicas. Te lo dije.

—Pero eso no quiere decir que no podemos tratar de hacerlo un


matrimonio real. No hay razones lógicas por las que no deberíamos acostarnos.
Te acostaste con prostitutas, ¿por qué no puedes acostarte conmigo?

Sus ojos nadaban con confusión y dolor. Valentina era joven y en algunos
aspectos ingenua, incluso si a menudo presentaba un frente sofisticado.
—Porque estaba enojado y quería follarme a alguien. Lo quería fuerte y
duro. No estaba buscando cercanía, sensibilidad o lo que sea que quieres. Tomé
el placer que quería, y luego me fui. Lo que tú estás buscando, no te lo puedo dar.
La parte que era capaz de ello murió con mi esposa, y no volverá.

Valentina se acercó más.

—No sabes lo que quiero. Tal vez queremos lo mismo.

—Puedo ver en tus ojos que no es cierto. Quieres hacer el amor, pero no
puedo darte eso. Sí quiero poseerte, quiero ser dueño de cada parte de ti, pero no
por las razones que tú deseas. Soy un bastardo sin corazón, Valentina. No trates
de ver nada más en mí. El traje de negocios y el rostro sin emociones son la
delgada capa que cubre al puto abismo que es mi alma y corazón. No intentes ver
debajo de ella, no te gustará lo que vas a encontrar.

La solté y regresé a mi oficina.

62
Terminar el trabajo fue imposible después de nuestra discusión. Lo único
en lo que podía pensar era en Valentina.

Cuando sonó un golpe a la hora de la cena, esperaba que Valentina me


preguntara si comería con ella. Al momento en que abrí la puerta, supe que esa
no era la razón por la que estaba aquí. Iba desnuda debajo del material sedoso de
su bata de baño.

—¿Puedo entrar?

Di un paso atrás y me acerqué al escritorio, lejos de mi esposa, incluso


aunque mi interior gritaba para arrancarme hasta la última prenda.

—¿Qué pasa? —le pregunté, acerando mi expresión.

—Me decidí.

—¿Sobre qué?

Valentina abrió su bata de baño, revelando un cuerpo sacado directamente


de mis fantasías más oscuras. Valentina era alta y delgada con caderas
atractivamente balanceadas. Un pequeño parche de vello oscuro cubría su sexo.

—Sobre nosotros. Sobre el sexo.


Mi ingle se tensó pero me obligué a apartar la vista.

—Deberías irte.

—No me des la espalda. Mírame. Creo que al menos merezco ese pequeño
decoro, Dante. —No sabía nada—. ¿Soy tu esposa?

—Por supuesto que lo eres. —Lo cual era parte del problema. Si fuera
cualquier otra mujer, ya me la habría follado.

—Entonces reclama tus derechos, Dante. Hazme tuya.

Mi mirada trazó sus pezones, imaginando probarlos, chuparlos mientras


me hundía en ella.

—También tengo necesidades. ¿Preferirías que encuentre a un amante que


te libere de la carga de tocarme?

Los celos crudos me atravesaron ferozmente.

—No —gruñí, acercándome a Val. La necesidad de poseerla me inundó,


casi imposible de reprimir.

Valentina presionó su cuerpo desnudo contra el mío. La agarré, tocando la 63


piel caliente de su espalda. El deseo en sus ojos era como un arroyo lento en
comparación con el furioso tsunami de mi hambre por ella. Valentina se levantó
para besarme pero no bajé la cabeza.

Se alejó tambaleante, herida y huyó de mi oficina.


N
o merecía esto. Eché un vistazo a mi puño de nudillos blancos y
luego al bulto en mis pantalones. ¿A quién carajo engañaba? No
era un hombre bueno. Podía tomar lo que quisiera, ¿por qué me
privaba cuando Valentina estaba dispuesta? La deseaba, y Valentina deseaba.
Siempre me enorgullecí por mi control, así que, ¿por qué estaba tan asustado de
perderlo alrededor de ella?

Sin pensarlo mucho más, fui en busca de mi esposa. Aún no estaba seguro
de lo que haría una vez que la viera, si finalmente escucharía la voz crepitando en
mi cuerpo exigiendo reclamarla.

Abrí la puerta del dormitorio y encontré a Valentina en la cama. Su


albornoz completamente abierto, sus piernas ligeramente separadas y sus
elegantes dedos largos acariciando su coño. Dejó escapar un gemido que sentí en
cada maldita fibra de mi cuerpo y jadeé sin aliento sabiendo que la batalla con la 64
que había luchado estas últimas semanas estaba perdida.

No tenía sentido intentar detener lo imparable. Esta noche la haría mía.

Los ojos de Valentina se abrieron en estado de shock. Retiró la mano,


cerró la bata e intentó levantarse de la cama.

Me moví sin pensar, bloqueándole el paso. Me miró conmocionada, sus


dedos aún presionados en su bata, privándome de su hermoso cuerpo.

—No —solté, más allá del deseo pulsando en mi cuerpo.

Me incliné sobre ella, obligándola a retroceder y ella cedió, acostándose y


mirándome con los ojos completamente abiertos. Olía deliciosa y su mano soltó
la bata finalmente, dejándola caer, descubriéndola ante mí. Me incliné aún más
bajo. Esta mujer era mía, cada centímetro de ella. Y pronto estaría enterrado en
ella.

Apoyé mi peso en un brazo y separé las piernas de Valentina con mi


rodilla. Sus pliegues resplandecían con su excitación, y por un segundo quise
desabrocharme los pantalones y tomarla justo en ese momento. Tal vez entonces
se daría cuenta la clase de hombre que era.
Acuné su seno, sintiendo su pezón endurecerse contra mi palma. Valentina
era jodidamente receptiva, tan lista para ser tomada. Pellizqué su pezón, una
advertencia y una promesa, intentando ver si en realidad podría tomar lo que
recibiría. Si entendía que esto no sería hacer el amor, esto sería yo reclamándola,
yo arrancándole su inocencia. Valentina se arqueó con un gemido, y perdí la
razón. Tiré de su pezón, coaccionando más gemidos de sus labios separados. Sus
ojos estaban en mi cara, llenos de necesidad y sorpresa. Balanceó sus caderas con
cada tirón de su pezón. Esto la estaba excitando, mojándola. Era obvio lo
inexperto que era su cuerpo, lo dispuesta a someterse al placer. Le demostraría
gran parte de ello. Su pezón estaba rojo de mis atenciones y no pude resistir más.
Me agaché y chupé la protuberancia sedosa en mi boca, disfrutando lo duro que
estaba por la excitación.

Valentina se animó, necesitando más, exigiendo que le diera lo que


necesitaba. Pero tenía que aprender que juagábamos esto solo según mis reglas.
Agarré sus caderas y la presioné contra la cama. Ella movió su coño contra mi
rodilla, y apreté aún más mi agarre. Su centro caliente contra mi rodilla me hizo
querer detener el acercamiento lento.

Rocé su pezón con mis dientes como advertencia y Valentina gimió,


sacudiendo su coño contra mí nuevamente. 65
Mis ojos se centraron en su rostro, en la inocente rendición en su
expresión. Se sometía a mí, confiaba en mí. Alcancé su rodilla y abrí sus piernas
aún más. No hubo resistencia. Su cuerpo estaba listo y parecía más que dispuesta,
pero me obligué a decir:

—Dime ahora si quieres esto.

El pecho de Valentina cayó pesadamente. La comprensión destelló en sus


ojos, esto era todo. Medio esperé, medio temí que dijera que no.

—Quiero esto.

—Bien. —Dirigí mi atención hacia su otro pezón, provocándolo con mi


lengua mientras mis dedos encontraban su centro empapado. Presioné su clítoris
y Valentina explotó de inmediato, gritando y temblando. Estaba tan jodidamente
húmeda, tan cálida y los sonidos escapando de sus labios fueron directo a mi
polla. Era como la pólvora. Valentina levantó los ojos casi desafiantes. Oh,
amaría someterla ante mí en la cama.

Deslicé los dedos hasta que rozaron su apertura y luego comencé a entrar
en ella. Estaba imposiblemente tensa y la incomodidad brilló en su hermoso
rostro. Seguí empujando hasta que mis dedos quedaron enterrados en ella, luego
me obligué a esperar un momento para que se adaptara, incluso si era lo último
que quería.

Para el momento en que sus paredes suavizaron su agarre aplastante,


comencé a follarla con ellos suavemente, dándole tiempo para estirarse y
prepararse para lo que estaba por venir.

—Eres increíblemente estrecha. No puedo esperar a estar dentro de ti. —


Apenas reconocí mi propia voz, tan empapada de deseo. Valentina volvió a
correrse y apenas pude contener un gemido.

Saqué mis dedos. Estaban resbaladizos con su excitación. Estaba lista para
mí. Tenía que estarlo porque no podía seguir conteniéndome más. No quería.

Me quité mi chaqueta antes de desabrochar mi cinturón.

—Estás duro —dijo Valentina sorprendida a medida que veía la tienda de


campaña en mis pantalones.

—Soy capaz de tener una erección. No soy impotente. —Su mirada de


fascinación casi me hizo reír y me alegré por las palabras de Valentina, porque
me recordaron que mi esposa, era una mujer joven que merecía cualquier pizca
de ternura que pudiera compartir.
66
—Eso no es lo que quise decir. Solo pensé que mi cuerpo no te atraía —
dijo.

¿Cómo aún podía creer eso? Tan peligrosamente ajena cuando se trataba
de detectar el deseo de un hombre.

—No te preocupes. Tu cuerpo dejaría a pocos miembros de la especie


masculina inafectados.

Me deshice de mis pantalones y bóxer. Habían pasado casi dos meses


desde que estuve con una mujer y no podía esperar más, no cuando Valentina
estaba acostada delante de mí con las piernas abiertas, esperando a que la
reclamara.

—Deslízate hacia arriba —pedí, al mismo tiempo que me daba cuenta que
debería elegir unas palabras más suaves, pero se lo advertí. Empujé su abertura
con mi punta, sofocando un gemido ante su excitación caliente. Sus paredes me
apretaron fuertemente cuando empecé a empujar. Valentina se tensó aún más y
gritó de dolor. A pesar de mi hambre oscura y el latido feroz de mi polla, el
sonido de su incomodidad fue como un bálsamo para el fuego en mis venas,
recordándome una vez más que ella era mi responsabilidad. Me detuve, esperé a
que Valentina se relajara, buscando cualquier señal de que pudiera tomar más de
mí. Sus ojos verdes encontraron los míos, nadando con nervios y confianza. Me
agarró por los hombros y asintió. El permiso que necesitaba.

Empujé el resto del camino en una estocada brusca, obligando a sus


paredes a rendirse. Valentina se presionó contra mí, sus labios tensándose por el
dolor.

El placer vibró fuertemente a través de mis bolas y mi polla. No podía


recordar haberme sentido así… nunca.

—Dime cuándo puedo moverme.

—Está bien.

Empecé a follarla lentamente. Cada embestida llevándome más cerca de la


liberación. Ver fijamente el rostro aturdido y sudoroso de Valentina solo
aumentó mi placer. La satisfacción primitiva de ser el primero dentro de ella me
llenó. Se suponía que esto era una simple follada, pero cuando miré a la mujer
debajo de mí, sentí más que nada que usaba a Valentina por placer. Estar cerca de
ella físicamente se sentía bien de maneras inesperadas. Actuando por impulso,
besé a Valentina cuando me corrí. Por un instante, me permití perderme en el
sabor de ella, con los ojos cerrados. Cuando los abrí, atrapé la expresión 67
esperanzada de Valentina, y me alejé rápidamente. No quería que sus esperanzas
se eleven por algo que no podía darle.

Después de asegurarme que estaba bien, salí de la habitación sin mirar su


rostro indudablemente herido.

Era deshonroso dejar a mi esposa así después de nuestra primera vez


juntos, después de su primera vez, pero la fuerza de mi culpa y confusión me
obligó a buscar el aislamiento. Necesitaba tiempo para pensar, tiempo para
calmarme.

Zita me dio una mirada curiosa cuando la pasé de camino a mi oficina.

Una vez que la puerta se cerró detrás de mí, me tambaleé hacia mi


escritorio y me hundí en la silla. Mi mirada aterrizó en la foto de Carla. Y una
nueva ola de culpa cayó sobre mí. Volqué el marco, rastrillando mis dedos por
mi cabello, incapaz de soportar los ojos de mi última esposa sobre mí.

Otra emoción mezclada con la culpa por traicionar a Carla me abrumó: la


culpa por cómo traté a Valentina. No había hecho nada malo. Y recordar la forma
en que se había entregado a mí hacía pocos minutos, aumentó el peso en mi
conciencia. Me hundí en mi silla.
Como hombre racional, sabía que no era razonable sentirme obligado a
una mujer muerta cuando tenía una mujer que respiraba y sentía, y a la cual se
suponía que debía cuidar.

Y aun así, aquí estaba, dividido entre el presente y el pasado.

Levanté el marco, abrí un cajón del escritorio y luego dudé antes de


finalmente guardarlo dentro y cerrar el cajón.

Esto no iba a silenciar el pasado. Mis dedos se demoraron en la manija. Y


con un suspiro, me recosté y cerré los ojos.

68
A
l día siguiente, me reuní con Giovanni, Rocco y mi padre en la
mansión Scuderi para nuestra reunión semanal. Mi padre me
contempló con los ojos entrecerrados cuando entré. Me había
estado observando aún más de cerca desde mi matrimonio. No estaba seguro de
lo que esperaba.

Estreché la mano de Rocco.

—¿Cómo te está tratando la vida conyugal?

Le di una sonrisa tensa, sin responder. Mi matrimonio no era de su


incumbencia. Luego me volví hacia Giovanni.

—¿Cómo está Val? —preguntó en voz baja. La preocupación parpadeaba


en sus ojos.
69
Su pregunta era difícil de responder. Valentina era infeliz con nuestra
situación actual, lo de anoche no había cambiado de eso. Quería cercanía a nivel
emocional. Pero era una mujer inteligente. El haberme pedido trabajar lo
demostraba. Pero ni siquiera un trabajo cambiaría por completo la infelicidad de
Valentina. Sin embargo, tenía que admitir que mi sugerencia para que tomara el
control como encargada del casino fue alimentada por la esperanza de que
estuviera demasiado ocupada para reflexionar sobre nuestro distanciamiento
emocional. Parecía la única forma en que podía garantizar su felicidad, y quería
que fuera feliz.

—Le está yendo bien. Quiere empezar a trabajar.

La sorpresa inundó el rostro de Giovanni. Crucé la habitación hasta padre


quien no se había levantado de su sillón.

—Asumo que no le permitiste ese tipo de tonterías —bromeó.

Rocco hizo un gesto hacia el sillón junto al de mi padre, pero sacudí la


cabeza, prefiriendo el punto de vista más alto al lidiar con el viejo. Rocco se
hundió, seguido de Giovanni, esperando mi respuesta.

—Le sugerí que podría trabajar en uno de nuestros casinos clandestinos.


—¿El que está cerca del Palermo? —supuso Rocco. Recientemente había
matado al gerente anterior porque robó dinero de la Organización.

—Sí.

—A Raffaele y Leonardo no les gustará eso. De todos modos, ¿qué se


supone que va a hacer? No creo que quieras que sea una chica de compañía —
murmuró padre, peinando hacia atrás su cabello blanco a pesar de que estaba en
su lugar.

Estreché mis ojos hacia él. El rostro de Giovanni se puso rojo de ira, su
mano apretándose alrededor de su rodilla.

—Espero que todos muestren respeto a mi esposa, incluyéndote a ti, padre


—dije en voz baja. Muchas personas en la Organización estarían ofendidas por la
mera idea que la esposa de un Capo trabajara, especialmente en una posición de
importancia. Pero era una decisión por Valentina.

Los ojos de mi padre fulguraron con ira, pero ahora yo era el Jefe de la
Organización. Aunque todavía era muy respetado entre nuestros hombres, me
veían como el líder más capaz, lo había sido durante muchos años. Padre era
viejo. Ya era hora de que muriera. Desafortunadamente, se aferraba a la vida 70
como lo hacían todos los narcisistas.

—Va a administrar el casino —dije casualmente, empujando mis manos


en los bolsillos.

—Eso es ridículo —dijo padre, sacudiendo la cabeza—. Ni Leonardo ni


Raffaele escucharán las órdenes de una mujer.

La expresión de Rocco estuvo cuidadosamente en blanco, pero sospechaba


que compartía la visión de mi padre. Sin embargo, era demasiado inteligente
como para ponerse de su lado, aunque intentaría convencer a mis hombres de mi
punto de vista, incluso si no estaba de acuerdo. Era un oportunista de principio a
fin, lo cual era útil y atroz a la vez.

Padre se volvió a Rocco como esperaba.

—No puedes estar de acuerdo con la decisión de Dante.

Rocco sonrió con fuerza.

—Confío en que mi Capo hace lo mejor.

La boca de padre se tensó. Yo prefería el término Capo, pero él insistía en


la palabra Jefe. Este sutil uso de “Capo” mostraba claramente de qué lado estaba
Rocco: el mío. Su agradecimiento se extendía hasta el presente. Dejarlo vivir
había resultado útil de muchas maneras a lo largo de los años. Me dio un sutil
asentimiento, sus ojos como los de un perro esperando un regalo.

Padre se volvió hacia Giovanni quien, como Rocco, sabía que no debía
mostrar sus sentimientos abiertamente.

—No es posible que puedas querer que tu hija trabaje. Eso no es


adecuado.

—Si hace feliz a Val y si Dante está de acuerdo con eso, no veo por qué
debería desaprobarlo. De todos modos, dejará de trabajar una vez que sea madre.

Me puse rígido. Se esperaba que tuviera hijos, sobre todo ahora que estaba
en mis treinta años y mi primer matrimonio no había dejado descendencia. Luché
contra el torrente de ira y tristeza que estalló en mi interior.

Padre asintió sombríamente.

—Cuando quiera que sea eso. Pero estoy seguro que Dante tiene todo
planeado. —No dijo nada más después de eso. Quizás finalmente entendió que
sus días de poder habían terminado. Mi palabra ahora era ley. Sin duda, aún me
dio su opinión sobre algunos asuntos en varias ocasiones.
71
Cuando terminó la reunión, aparté a mi padre.

—Creo que es tiempo para que te retires totalmente y dejes de asistir a mis
reuniones con mis hombres. Tu presencia socava mi autoridad y eso es algo que
no puedo permitir.

—¿Permitir? —repitió padre bruscamente. Sus viejos ojos se encontraron


con los míos, intentando socavarme, pero como había sido el resultado en los
últimos años, al final apartó la mirada—. Muy bien. Si eso es lo que quieres.

—Lo es —dije con firmeza.

Volví al auto, pero no tuve la oportunidad de encender el motor cuando mi


teléfono sonó. Madre.

—¿Qué puedo hacer por ti?

—¿Escuché que vas a permitir que tu esposa trabaje?

Lo escuchó de padre, por supuesto.

—Sí.
—Eso va a causar un escándalo, Dante. Ya hemos molestado a muchas
personas cuando tomaste a una viuda, ¿por qué insistes en romper mi corazón?
¡Piensa en la Organización!

Mi boca se tensó ante su actuación teatral. Sus palabras me llevaron de


vuelta a Valentina y la última noche, unos recuerdos demasiado tentadores que
no quería reproducir mientras hablaba con mi madre.

—Madre, después lidiaré con la Organización. Ahora tengo que colgar.


Tengo asuntos que atender.

Soltó un pequeño sollozo, pero conocía sus artimañas falsas. Terminé la


llamada. Mi teléfono vibró nuevamente durante mi viaje a casa. Echándole un
vistazo, capté el mensaje de Ines.

Estoy orgullosa de ti.

Mi boca se torció.

72
Permitir que Valentina trabajara fue en parte para mi beneficio, por
supuesto. Estaba ocupada y tenía menos tiempo para buscar mi compañía. Como
había esperado, el pasado no era fácil de dejar atrás. Evité la cercanía de
Valentina tanto como fue posible durante el día, pero por las noches mi deseo
siempre ganó. Nunca había estado tan desenfrenado, tan dominado por mis
necesidades. Valentina no era consciente de su poder sobre mí, y no solo de
noche. Incluso durante el día, me sorprendía pensando en ella. Algo en la forma
en que ella insistía en superar mis límites me intrigaba.

Pero, aunque seguí guardando la foto de Carla en mi cajón, sus recuerdos


perduraron. No eran fáciles de olvidar, ni tampoco quería hacerlo.

Durante las semanas siguientes, Valentina demostró ser un activo capaz en


el casino y una amante cada vez más atrevida en la cama. Caímos en una rutina
que me convenía, aunque obviamente molestaba a Valentina. Fingí no ser
consciente de su insatisfacción porque eso me permitía ignorar mi propia
molestia conmigo mismo. Una parte de mí quería buscar a Valentina por algo
más que sexo, pero mi naturaleza terca me mantuvo arraigado a una promesa que
jamás debí haber hecho.
En un intento de mostrar a Valentina de maneras sutiles que la apreciaba,
fui a nuestro joyero de siempre y pregunté por un collar de esmeraldas. Tenía
varios en exhibición. Como casi todos los mafiosos de la Organización
compraban joyas para sus esposas y, a veces, a sus amantes allí, siempre tenía
una amplia selección para elegir.

Elegí el que tenía casi el mismo tono que los ojos de Valentina. A pesar de
su cuerpo impresionante, sus ojos me atormentaban más que sus curvas.

En mi camino de regreso a casa, mi teléfono sonó con una llamada de


Tommaso. Contesté, mis labios tensándose. Era un remanente del reinado de mi
padre, un desperdicio repugnante de espacio y aire. Desafortunadamente, no se
involucraba en los ataques por problemas en su espalda, de modo que no podía
encontrar un final desafortunado a través de una bala de la Bratva.

—¿Sí? —respondí cortante.

—Lamento molestarte, Dante. ¿Mi esposa está en tu casa? Tu esposa la


recogió sin mi permiso.

—Mi esposa solo necesita mi permiso, no el tuyo —dije en voz baja.

Tommaso se aclaró la garganta.


73
—Por supuesto. Pero Bibiana es mi esposa.

—Estoy seguro de que Valentina estará tomando el café con ella.

—Agradecería si me llamaras si sabes más.

—Veré lo que puedo hacer. —Colgué.

Cuando me estacioné en el camino de entrada, Enzo ya me estaba


esperando.

—¿Se llevó el auto sin ti? —supuse.

Asintió, pareciendo nervioso.

—Se había ido antes de que pudiéramos actuar.

Entré en la casa y, como esperaba, encontré a Bibiana y Valentina en el


pasillo. Valentina se movió, protegiendo a su amiga de mi vista como si le
preocupara que la lastimara. Bibiana era una mujer desdichada. Ciertamente no
tenía que temerme.

—Buenas noches, Bibiana.


Ella se estremeció, sin mirarme a los ojos.

—Buenas noches. —Su cara y brazos estaban llenos de moretones. Era


una suerte que hubiera protegido a Ines de eso. Si se hubiera casado con Jacopo,
habría sido una sombra rota de la mujer que era ahora… como Bibiana. Tendría
que considerar opciones para deshacerme de Tommaso en algún momento.

Después de informarle a Tommaso que su esposa pasaría algún tiempo


aquí, me retiré a mi oficina para dar a Valentina y Bibiana algo de tiempo.

Me hundí en la silla de mi escritorio y giré la pequeña caja de satén en mi


mano. Los regalos de San Valentín siempre evocaban emociones en las mujeres.
Había sido el caso con Carla. Siempre se derretía y lloraba cuando le daba algo.
Dejé la caja sobre mi escritorio, suspirando. Mis ojos se dirigieron al cajón donde
guardaba el marco. Hoy me había resistido a mirarlo.

En lugar de ceder ante mi necesidad de ahogarme en el pasado, levanté mi


teléfono y llamé a Pietro.

—Dante, qué agradable sorpresa.

—Hola, Pietro.
74
Abrí la caja y miré los pendientes de esmeraldas. El color de los ojos de
Valentina… Dios, esos ojos.

—¿Pasa algo?

—¿Cómo está Ines?

—Cada vez más grande —dijo con una pequeña risa tan llena de ternura
que mi corazón dio un vuelco en mi pecho—. Solo dos meses más. —Se quedó
en silencio—. ¿Cómo van las cosas con Valentina? —Su voz sonó cuidadosa.
Sabía lo renuente que era a compartir algunos detalles privados.

—Las cosas van bien —dije evasivamente—. Supongo que los rumores
por su nuevo trabajo ya están circulando.

Pietro se echó a reír.

—Bueno, ¿qué esperabas? Es la primera vez que la esposa de un Capo


trabaja. Hasta ahora, incluso las esposas de los lugartenientes siempre se
quedaban en casa.

—Valentina está dispuesta a trabajar y tiene cualidades de liderazgo.


—Tendrás que hacer un montón para convencer a la Organización, ¿te das
cuenta de eso?

—Sí, pero tampoco tengo que explicar mis decisiones. La Organización


está bajo mis reglas. —No era tan fácil como eso. Necesitaba el apoyo de mis
lugartenientes y Capitanes, de modo que tendría que ir con cuidado, sobre todo
con nuestras tradiciones—. ¿Cómo van las cosas en Minneapolis?

Pietro siguió mi cambio de tema fácilmente. Nunca me había arrepentido


de mi decisión para apoyar su matrimonio con Ines, y era uno de los pocos
hombres en los que confiaba. Cerré la caja con el collar, sin saber si debía dárselo
a Valentina.

Valentina todavía estaba dormida cuando me levanté. Como de costumbre,


su cara estaba girada hacia mí, tan hermosamente dormida y sin un toque de
maquillaje. Merecía más de lo que le daba. Era una verdad que sabía sin dudarlo.
Puse la caja con el collar y una nota escrita a mano a su lado y luego me fui.
75
Tenía un día ocupado por delante. Mi lugarteniente de Detroit estaba en la
ciudad y queríamos discutir sus problemas con la Bratva.

Más tarde ese día, iba de camino para comprobar a Valentina en el casino.
Leo y Raffaele todavía necesitaban instrucciones claras de mi parte. Su renuencia
a trabajar con una mujer era demasiado evidente. Mi teléfono sonó cuando estaba
a solo una cuadra de distancia.

—Enzo, ¿qué pasa?

—Jefe, tenemos un problema. Valentina acaba de salir del casino sin


avisar a nadie y se está reuniendo con un hombre desconocido.

La furia seguida de unos celos asombrosos se apoderó de mí. ¿Valentina


estaba sola con un hombre desconocido?

—Estaré allí en un minuto. Espérame.

Enzo ya estaba en el estacionamiento cuando me detuve. No perdí tiempo


y lo seguí a un almacén junto a nuestro casino. Mirando a la vuelta de la esquina,
encontré a Valentina hablando con un extraño. Definitivamente no era uno de
mis hombres. Era apenas más alto que mi esposa y tenía el cabello rojizo. Mis
ojos se entrecerraron a medida que intentaba sofocar mi furia celosa. Esta
abrumadora sensación de posesividad era nueva para mí. Enzo y yo nos
acercamos, manteniéndonos pegados al edificio.

El hombre agarró el brazo de Valentina.

—Valentina…

Suprimiendo el impulso de dispararle al hombre en el acto, solo dije:

—Aparta tus manos.

Valentina se giró con un grito de sorpresa, y los ojos muy abiertos. El


hombre hizo lo mismo, pero luego intentó huir. Enzo lo agarró y le hizo una llave
de cabeza.

Me acerqué a Valentina muy despacio y la agarré del brazo. Me costó


mucho trabajo no desatar mi ira sobre ella. Le había dado una gran cantidad de
libertad, más de la que la mayoría de los mafiosos le daban a sus esposas, y
pareció abusar de mi confianza.

Le indiqué a Enzo que llevara al hombre al almacén, lejos de las miradas


indiscretas, y lo seguí con Valentina.

—¿Así que esto es lo que haces cuando no estoy cerca? ¿Encontrarte con
76
otros hombres? —pregunté con voz mortal.

Valentina me dio una mirada sorprendida.

—¡No! No es lo que crees.

—También ha estado merodeando alrededor de la casa, ya dos veces, Jefe


—dijo Enzo, luego gruñó cuando la rodilla del hombre lo golpeó en la ingle.

—Explícate —gruñí, mis manos en el brazo de Valentina apretándose aún


más lejos, incluso cuando ella hizo una mueca.

—Es Frank. —Relajé mi agarre sobre Valentina. Un destello de dolor


fulguró en sus ojos—. El amante de Antonio.

Enzo me miró. Se había encontrado con Antonio ocasionalmente.

En el silencio, sonó un disparo y Enzo se estremeció con un grito. Otra


bala chocó en la pared sobre nosotros.

Arrastré a Valentina al suelo conmigo, protegiéndola con mi cuerpo, mi


arma apuntó en dirección a nuestros atacantes. Frank se liberó y salió corriendo.
Apunté a él y apreté el gatillo al mismo tiempo que Valentina empujaba mi
brazo. La bala no alcanzó su objetivo.
—¡Valentina! —gruñí. Frank desapareció de la vista antes de que pudiera
disparar nuevamente—. ¿Qué demonios fue eso?

Valentina sacudió la cabeza, su piel pálida.

—¡No sé! Pensé que estaba solo. Frank ni siquiera conoce a nadie que
pueda disparar un arma.

—Debiste haberme dejado dispararle. Nunca interfieras así otra vez.

—Él es inocente. No merece morir.

—Estupideces. Ese tipo te tendió una trampa y tú caíste jodidamente en


ella —murmuró Enzo.

Asentí. Esto no había sido una coincidencia. Mi esposa había entrado


directamente en una maldita trampa.

Valentina me miró.

—¿Qué quieres decir?

Se las arreglaba para parecer sofisticada y bien familiarizada con nuestras


costumbres, pero al final, Valentina sabía muy poco del verdadero peligro de la 77
vida de la mafia.

—¿No te has preguntado por qué quería encontrarse contigo? Quizás se ha


puesto en contacto con los rusos y acordó ayudarlos. A ellos les encantaría
matarte.

—Frank no haría eso.

¡Tan confiada e ingenua! No perdería a Valentina. No lo haría.

Después de que llegaran los refuerzos y llevaran a Enzo a nuestro médico,


llevé a Valentina a casa.

—Realmente lo siento —susurró durante el viaje a nuestra mansión.

No dije nada, consumido con tantas emociones en conflicto que tenía


problemas manteniéndolas bajo control. Ira contra Valentina por desobedecer mi
orden, preocupación por perderla y la necesidad de demostrarme que esta mujer
era mía. Lo que sentí cuando vi a Valentina con Frank había sido más que una
simple posesividad, y luego, el terror agudo que sentí cuando la bala falló la
cabeza de Valentina por un par de centímetros…

No quería ni reflexionar mis emociones, no estas emociones, y me centré


en mi ira hacia mi esposa.
Después de nuestra llegada a casa, me dirigí directamente a nuestra
habitación, necesitando sacar la furia de mi sistema.

—Realmente lo siento —dijo Valentina, cuando entró en la habitación,


pero no tenía intención de dejarla escapar de eso tan fácilmente.

Empujé a Valentina contra la puerta del dormitorio, mi pecho presionado


contra su espalda, por una vez usando mi fuerza física contra mi esposa,
inmovilizándola. Mi pene ya se estaba endureciendo, sintiendo el sexy cuerpo de
Valentina contra el mío.

—¿Por qué continúas desobedeciéndome, Valentina? —gruñí. Le subí la


falda y apreté mi erección contra su trasero, mostrándole lo que me hacía. Soltó
un suspiro entrecortado, y se le puso la piel de gallina.

—No lo sé —admitió, con voz temblorosa.

Mi ira era abrumadora, solo superada por el hambre feroz consumiendo mi


propio ser.

—Esa es la respuesta equivocada. —Encontré a Valentina mojada cuando


toqué su coño y la penetré con dos dedos, asegurándome que estaba lista para la
follada salvaje que ansiaba. Y maldita sea, lo estaba. Nuestra pelea la excitó, lo
78
que me enfureció y excitó al mismo tiempo. Evocar emociones conflictivas en mí
era la especialidad de Valentina.

Empecé a follarla justo contra la puerta, sin contenerme. Mi ira se liberó


mientras la tomaba bruscamente, dominándola, sin darle otra opción sino ceder a
mis demandas, y lo hizo. Sus gemidos se salieron de control, su coño resbaladizo
alrededor de mi pene y cuando se corrió con un grito y echó la cabeza hacia atrás,
no pude resistirme a besarla ferozmente, reclamando esa hermosa boca como
reclamé su coño. Seguí bombeando dentro de ella, abrumado con un placer
devastadoramente abrasador que nunca antes había sentido, y cuando me corrí
dentro de ella y presioné un beso en su cuello, ya no estaba seguro de lo que
sentía.
M
i ira era la opción segura, así que me concentré en ella e ignoré
a Valentina completamente las siguientes semanas. Fue un
castigo duro para los dos. Acostarse a su lado por las noches,
con su atractivo aroma en mi nariz, con el calor de su hermoso cuerpo junto al
mío y no follarla, fue una tortura.

Valentina me dio el espacio, y por una vez deseé que no lo hiciera, deseé
que intentara seducirme como lo había hecho desde el principio, de modo que
pudiera ceder.

Dos semanas después, perdí mi batalla contra mí. Valentina y yo


acabábamos de apagar las luces y acostarnos uno al lado del otro en la cama
cuando el deseo palpitante en mi pene se tornó demasiado. Me apoyé en mi codo.

—Ni una sola palabra —gruñí. 79


Valentina contuvo el aliento cuando bajé por su cuerpo, deslicé sus bragas
y lamí su hendidura. Se arqueó contra mi boca con un gemido sofocado. La follé
con mi lengua, tan ansioso por su coño, mi polla se retorció contra el colchón. Se
corrió en pocos minutos. No me había tomado mi tiempo, impaciente por más.
Me puse de pie y me deslicé los pantalones del pijama.

—Ponte de rodillas, Valentina.

Escuché el crujido del colchón y luego apareció ante mí y se inclinó. En la


oscuridad de la habitación, solo podía distinguir esquemas. Agarrando su cuello,
la guie hacia mi polla expectante. No le permití entretenerse como de costumbre,
no estaba de ánimo para un enfoque suave esta noche. En cambio, comencé a
follar su boca, dejando que mi ira alimentara mis movimientos. Se atragantó
cuando golpeé la parte posterior de su garganta, pero no retrocedí. Su gemido
ocasional alrededor de mi polla y la forma en que se movía inquieta indicándome
que lo estaba disfrutando mucho.

—No te toques a ti misma. Soy el único que hará que te corras —gruñí. Se
estremeció y supe que estaría completamente empapada ahora. Mierda. El
pensamiento me abatió y derramé mi esperma por su garganta, sosteniéndola en
el lugar con un agarre firme en su cuello. La atraje hacia mí, luego gruñí en su
oreja—: Aún estoy enfadado contigo. Es por eso que tendrás que irte a dormir
ahora sin un segundo orgasmo. —Hizo un pequeño sonido de protesta—. Ni una
palabra, Valentina.

—Dante…

—No —gruñí.

Me subí los pantalones y volví a la cama. Valentina me siguió y se estiró a


mi lado, observándome en la oscuridad. Se frotó las piernas entre sí, obviamente,
buscando alivio y me estaba volviendo loco, sabiendo cuán resbaladiza debía
estar.

Sin decir una palabra, separé sus piernas y hundí dos dedos en ella.
Valentina se apretó alrededor de mí y se arqueó con un gemido. Manteniendo
mis dedos dentro de ella, di un pequeño mordisco al lóbulo de su oreja.

—Soy demasiado indulgente contigo.

Saqué mis dedos de ella, medio tentado a meterlos en mi boca para probar
a Valentina nuevamente.

—¿Puedo probarme a mí misma?

Mi polla se sacudió. Esta mujer era mucho más de lo que esperaba, mucho
80
más de lo que podía resistir.

En las semanas siguientes, me follé a Valentina todas las noches y entablé


una conversación cortés pero distante, incluso aunque ansiara más. No podía
explicar la atracción entre nosotros. Esta conexión primitiva era nueva para mí.
Era algo que podría haber podido manejar, pero las emociones hacia mi esposa
acompañándola me sorprendían. Necesitaba control, prosperaba en él, pero con
Valentina lo perdía por completo a menudo.

Las cosas en la Organización estaban tensas, así que no podía usar mi


inestabilidad emocional en lo más mínimo. Desde que Rocco me llamó hacía
unos minutos para decirme que Gianna había escapado para así escapar del
matrimonio con Matteo Vitiello, necesitaba más que nunca mi cabeza despejada.
Esto podría destruir la paz con la Famiglia, podría arrojarnos directamente a una
guerra sangrienta. Mi furia amenazaba con extenderse, pero cuando Valentina
entró en mi oficina, su piel pálida me distrajo de mi confusión inmediatamente.
Se veía enferma.
Se había estado sintiendo enferma desde hacía un tiempo hasta ahora, pero
en realidad no le había prestado mucha atención, aún decidido a mantener mi
distancia. Ahora mi preocupación anuló mi determinación.

—Te ves pálida. ¿Aún no te estás sintiendo bien? Quizás deberías hablar
con el doctor.

Ella sacudió su cabeza.

—No, yo… —Sus ojos se abrieron de par en par y salió corriendo de mi


oficina. La seguí rápidamente hacia el baño de invitados. Colgaba sobre el
inodoro y vomitaba rápidamente cuando entré. Intentó pararse, pero se balanceó,
así que la agarré del brazo para evitar que se cayera.

—¿Valentina?

Se tambaleó hacia el lavabo y se limpió. El sudor resplandecía en su


frente. No se veía bien. ¿Mi rechazo la había llevado a su estado debilitado?

—Estoy bien.

Estaba mintiendo. La seguí arriba a nuestra habitación y toqué su cintura.

—Sabes que odio cuando ocultas secretos. No lo hagas un hábito.


81
Valentina tragó con fuerza y presionó una palma contra su vientre. Todo
pareció detenerse cuando comprendí lo que significaba el gesto, y de repente su
enfermedad constante tuvo sentido.

—Estoy embarazada.

Valentina esperó.

Mi interior era un océano furibundo. El pequeño velero de mi alegría por


las noticias pronto quedó arrojado a un lado por las estruendosas olas de mi
tristeza, culpa e ira. Carla y yo habíamos estado intentando ser padres. Había sido
su mayor deseo, y no había podido dárselo. Murió sin poder sostener nunca a su
hijo en sus brazos, sin experimentar las alegrías de la maternidad.

Y Valentina estaba embarazada después de tan poco tiempo. Sin lucha.


Sin dificultad.

—¿Embarazada? —le pregunté.

—Sí. Nunca utilizamos protección, así que no sé por qué actúas tan
sorprendido. ¿No era tener un heredero una de las razones por las que te casaste
conmigo?
—Esa era la razón por la que mi padre quería que me casara de nuevo.

—Entonces, ¿no quieres hijos?

—¿Es mío? —Carla me había asegurado que su médico no había


encontrado nada obviamente mal con ella. Nunca había ido al médico yo mismo.

La sorpresa y un dolor agudo cruzaron el rostro de Valentina a medida que


se alejaba de mí.

—Contesta mi pregunta.

—Por supuesto que es tu hijo. Eres el único hombre con quien he dormido
alguna vez. ¿Cómo puedes siquiera hacer tal pregunta? ¿Cómo te atreves?

Carla no me habría mentido. No tenía razón para hacerlo. La duda me


inquietó, y eso solo alimentó mi furia aún más. No quería dudar de mi difunta
esposa.

—No mantengo un registro de todo lo que haces, y hay muchos hombres


que frecuentan el casino donde trabajas que no se negarían a una noche contigo.
Has hecho un hábito el ocultarme cosas. ¿Te tengo que recordar a Frank?

—¿Cómo puedes siquiera decir algo así? Nunca te he dado razón alguna
82
para dudar de mí así. Soy fiel a este matrimonio. Hay una diferencia entre no
decirte sobre Frank y engañarte.

—Mi primera esposa y yo intentamos por años que quedara embarazada.


Nunca funcionó. Tú y yo hemos estado casados por menos de cuatro meses y ya
estás embarazada.

—No sé por qué actúas como si eso fuera imposible. Si tu primera esposa
era infértil, entonces esa es tu explicación. ¿Has siquiera consultado con un
doctor? ¿O pensaste que eras tú quién era infértil?

—Nunca fuimos con un doctor para averiguar por qué no podíamos


concebir. No que sea de tu incumbencia. No discutiré contigo mi primer
matrimonio.

—Qué mal. Lo estamos discutiendo en este momento. Sé por qué no


quisiste averiguar. No querías saber la verdad, porque te preocupaba que te haría
menos hombre si era tu culpa que tu esposa no pudiera quedar embarazada. Pero
ahora sabemos que no era tu culpa. Era Carla quien era infértil.

La ira rugió a través de mí.

—Te dije que no quería hablar de Carla.


—¿Por qué no? ¿Porque todavía la amas? ¿Porque no puedes superarla?
Lamento que perdieras a Carla, pero ahora yo soy tu esposa.

Valentina tenía razón. En el fondo sabía que tenía que dejar de aferrarme
al pasado, pero en este momento, no podía. El enojo conmigo mismo burbujeaba,
más fuerte que cualquier ira que hubiera sentido alguna vez hacia Valentina.

—Estoy tan harta que me trates como una prostituta. Me ignoras durante
el día y vienes a mí en la noche por sexo. ¿Y ahora me acusas de engañarte?
Algunas veces pienso que me lastimas a propósito para mantenerme a suficiente
distancia. ¿Cuándo seguirías adelante finalmente? Tu esposa ha estado muerta
por cuatro años, es tiempo que dejes de lamentarte y te des cuenta que la vida
sigue. ¿Cuándo dejarás de aferrarte al recuerdo de una mujer muerta y te darás
cuenta que hay alguien en tu vida que quiere estar contigo?

Me acerqué a ella, furioso porque me arrojara todo esto.

—No hables de ella.

—Está muerta y no regresará, Dante.

Un dolor agudo atravesó mi pecho con sus palabras, haciéndome querer


arremeter contra todo lo que me rodeaba.
83
—Deja de hablar de ella.

El miedo brilló en los ojos de Valentina. Miedo de mí, su propio esposo,


pero yo era incapaz de disculparme, incapaz de dar marcha atrás.

Levantó la barbilla.

—¿O qué? ¿Quieres pegarme? Adelante. No puede ser peor que el


cuchillo que enterraste en mi espalda al acusarme de estar llevando el hijo de otro
hombre. —Era un hombre brutal, no había ninguna duda al respecto, pero
golpear a Valentina era lo último que haría jamás—. Estás tan ocupado
honorando su memoria y protegiendo la imagen de ella que tienes en tu cabeza
que no te das cuenta lo mal que me estás tratando. Perdiste a tu primera esposa
por algo que no fue tu culpa, pero me estarás perdiendo porque no puedes dejarla
ir.

Debí haberme disculpado, pero en lugar de eso, vi a Valentina salir de


nuestra habitación.
M
e llevó semanas pedirle a Valentina que volviera a nuestra
habitación. Una disculpa aún no pasaría por mis labios, incluso
si habría sido lo correcto a hacer. Valentina estaba embarazada
de mi hijo y no podía admitir mi error, no podía pedirle perdón como lo habría
hecho cualquier esposo bueno. Todavía dolía pensar que Carla no me había dicho
la verdad sobre su infertilidad. Ines me lo había dicho después de que admitiera
mi discusión con Valentina en un momento de debilidad. Carla se había
preocupado de que la considerara menos si me enteraba que no podía quedar
embarazada, por no hablar de la reacción de mi padre si alguna vez sabía.

A pesar de mis muchos defectos, Valentina regresó a nuestra habitación,


luchando por nuestro matrimonio, algo que yo todavía no podía hacer de la
manera que se merecía. Intenté mostrarle mi voluntad de hacer mi parte al
remover las pertenencias de Carla de la antigua habitación. Se sintió como una
traición hacia ella, pero al mismo tiempo, pude sentir un peso levantándose de mi
84
corazón con cada pieza de Carla que me llevaba. El pasado había tenido poder
sobre mí por demasiado tiempo. Tenía que dejarlo ir. No podía perder a
Valentina.

Giovanni vino por la tarde a nuestra reunión semanal, pero quince minutos
antes de la hora acordada. Abrazó a Valentina con fuerza, besándola en la mejilla
y susurrando algo en su oído que la hizo sonreír, lo cual murió cuando me miró.

La culpa siempre me tomaba por sorpresa, cosa que no debería, ya que era
un sentimiento común en torno a mi esposa últimamente.

Con otra mirada tierna a Valentina, Giovanni finalmente se dirigió hacia


mí y me siguió hacia la oficina. Tuvo problemas para mantener a raya su
entusiasmo. Una vez que estuvimos en la oficina, me agarró de la mano y apretó.

—Felicidades. Estoy muy feliz por ti y Val.


Asentí brevemente. Esta era la reacción que Valentina había esperado de
mí. Sin embargo, aún no podía mostrarle lo que sentía, que también estaba
ansiando tener un hijo con ella.

Nuestro hijo. Era un pensamiento sorprendente. Había hecho las paces con
no tener hijos cuando Carla se había enfermado. Nunca la culpé, aun cuando a
menudo se sentía culpable por no darme un heredero como todo el mundo
esperaba de ella. Casi se sentía como otra traición que Valentina hubiera quedado
embarazada tan rápido. No solo deseaba a Valentina y anhelaba su cercanía, sino
que también me estaba dando lo que Carla no podría.

Me aparté de mis pensamientos cuando me di cuenta de lo preocupado que


Giovanni me miraba.

—¿Estás bien?

—Por supuesto —dije—. Valentina y yo estamos entusiasmados por ser


padres.

Él entrecerró los ojos pensativos.

—¿Estás seguro que todo está bien? ¿Se trata del bebé? ¿Es una niña?
85
Hice una mueca.

—Incluso si se tratara de una niña, estaría feliz. El niño está bien.

¿Lo estaba? Aún no había hablado con Valentina sobre nuestro hijo, nunca
la había acompañado al médico. Mierda. Era un maldito bastardo.

—¿Qué tal si nos centramos en los negocios ahora? Rocco estará aquí
pronto.

Giovanni asintió lentamente, pero podía decir que no estaba feliz


conmigo. Eso nos hacía dos.

Había estado enterrado en el trabajo todo el día, y sin embargo mis


pensamientos habían girado en torno a Valentina. La casa estaba en silencio
cuando volví. Quizás Valentina había ido con Bibiana. Quizás me estaba
evitando como la evitaba a ella. Tenía que superar mi orgullo, mi maldita
terquedad y hablar con mi esposa.
Entré en mi oficina y me tensé cuando encontré a Valentina adentro. Para
el momento en que se volvió hacia mí, supe que algo estaba muy mal.

Parecía desconsolada y cerca de las lágrimas. Mi interior se convirtió en


piedra. ¿Le había pasado algo al bebé?

El alivio me inundó cuando me contó que vio a Antonio, de su complot


para que me mataran. Era asombroso que noticias tan inquietantes como esa
fueran aún mejores que la alternativa: que Val diciéndome que algo le había
pasado a nuestro bebé. Podía lidiar con los traidores. No podía lidiar con perder a
nuestro hijo.

Cuando Valentina terminó de contarme sobre el plan de Antonio, estaba


llorando suavemente, sus ojos buscando los míos casi desesperadamente. Le
sequé las lágrimas con mi pulgar.

—¿Sabes qué es extraño? —susurró con voz ronca—. En algún momento,


pensé que nunca podría amar a alguien como amaba a Antonio, sin importar lo
poco correspondido que fuera ese amor. Y hoy lo estoy condenando a su muerte
por otro hombre que jamás corresponderá mi amor.

Mi mano contra la mejilla de Valentina se quedó inmóvil. Había evitado 86


tener en cuenta la medida de mis sentimientos por Val, prefiriendo protegerme de
ellos. Había estado enamorado de todo lo que Carla simbolizaba: piedad,
inocencia, virtud, bondad pura; mucho antes de que la quisiera. El amor había
llegado con el tiempo y luego se había grabado tan ferozmente que casi me
incineró cuando me lo habían arrancado. Nunca quise quedar atrapado otra vez
en algo tan destructivo como el amor. Eso mostraba mi arrogancia; pensar que
estaba por encima de la emoción humana más fuerte, que podía decidir no amar
nunca más.

—No deberíamos esperar demasiado. Tal vez se dé cuenta de lo estúpido


que fue contactarte y decidirá volver a esconderse. Tenemos que alcanzarlo antes
de eso —dije, aun peleando una batalla que ya había perdido. Tan arrogante y
orgulloso.

Valentina se apartó de mi alcance y dejé caer mi mano.

Ahora tenía que encargarme de los traidores. Eso era lo único en lo que
podía concentrarme.
Siempre era más fácil desatar tu ira sobre los demás que sobre ti mismo,
incluso si era a mí a quien despreciaba con una pasión ardiente.

Me quité la chaqueta y me arremangué mientras contemplaba a Antonio y


Raffaele atados a las sillas frente a mí. El terror absoluto se reflejaba en sus ojos
y era una vista espléndidamente satisfactoria.

Había prometido a Valentina poner fin a Antonio rápidamente, sabiendo


que estaba mintiendo. No podía perdonarlo, no solo porque necesitaba la
información que albergaba sino también porque necesitaba satisfacer el hambre
oscura en mis venas pidiéndome sangre, dolor y gritos.

Arturo retrocedió, leyendo mi estado de ánimo con curiosidad.

—¿Quieres encargarte de ellos?

Incliné mi cabeza con una sonrisa fría que hizo que Raffaele se retorciera
en su asiento, luego gimió contra la cinta cubriendo su boca. Sus rodillas estaban
astilladas, pero eso no lo mataría. La herida de disparo en el estómago de
Antonio era un problema mayor, pero Arturo lo había vendado de modo que no
se desangraría demasiado pronto.

—Por ahora —dije.


87
Arturo asintió y se apoyó contra la pared. Solo recientemente había
tomado el relevo de su padre como Ejecutor, pero era un activo capaz. Le
gustaba la tortura, cosa que siempre era un rasgo útil en nuestra línea de trabajo.
Aun así, a veces me preocupaba que lo disfrutara demasiado. Una mirada a sus
ansiosos ojos oscuros me decía que estaba impaciente por que yo iniciara. Justo
en ese momento, mis propios ojos probablemente tenían la misma necesidad
trastornada de derramar sangre.

Dejé que mi mirada se deslizara sobre la exhibición de cuchillos,


escalpelos y otras herramientas destinadas a hacer que las últimas horas de un
traidor sean lo más agonizantes posible. Arturo siempre probaba herramientas
nuevas, era inquietantemente creativo en su trabajo.

Prefería los métodos de tortura ordinarios. Desenvainé mi cuchillo, me


acerqué a Antonio y arranqué la cinta. Gritó enseguida.

—Piensa en Val. Jamás querría que me tortures —dijo con voz ronca.

Era lo peor que podía decir, recordarme su conexión con Val, la forma en
que le falló como yo le había fallado hasta el momento. Incluso sabiendo que era
gay, la idea de que él besara a Val, de que la tocara envió una ráfaga de celos
furibundos a través de mí. Sonreí y él comenzó a temblar.
—Val jamás se enterará, ¿verdad?

Antonio tragó con fuerza, sus ojos se dirigieron a mi Ejecutor. Si esperaba


ayuda, estaba muy equivocado.

—Me dirás todo lo que quiero saber, cada pequeño detalle, sobre este
golpe, sobre tus compañeros conspiradores. Pero primero… sobre Val.

Los ojos de Antonio se abrieron de par en par.

Tendría que torturar a Raffaele para conseguir la información sobre la


conspiración, pero Antonio era el único que podía ayudarme a comprender a mi
esposa, la esencia misma de su ser y quizás mis emociones conflictivas por ella.

Me cambié de ropa antes de volver a casa. Se encontraba extrañamente


silenciosa cuando entré. Taft estaba en su caseta de vigilancia y Zita y Gabby ya
debían haberse ido a casa. Subí las escaleras en busca de Valentina. Después de
la imagen que Antonio había pintado sobre mi esposa, mi culpa se hizo aún más
88
pesada sobre mis hombros. Val era una mujer buena, que intentaba ayudar a las
personas que amaba con todo lo que tenía.

El sonido del agua me llevó al baño y la vista que tuve ante mí atravesó
las nubes oscuras con que la tortura había cubierto mi alma. Val estaba
encorvada en la ducha, sus piernas presionadas contra su pecho mientras el agua
corría sobre ella. Su cabello estaba pegado a su cuerpo tembloroso. Me acerqué
hacia ella y cerré el agua, sorprendido de encontrarla caliente cuando la piel de
gallina en Valentina sugería que estaba fría.

No podía explicar lo que sentí al ver hacia abajo sobre mi esposa


devastada, ante su angustia y dolor. Los gritos torturados de Antonio y Raffaele
no habían hecho nada para mí, pero el estado de mi mujer me derrumbó.

Levanté a Valentina y la alcé a mis brazos, sintiéndola temblar contra mí.


Quería protegerla de todo mal en este mundo, pero el mayor de todos los males
eran mis propios demonios.

Puse a Val en el suelo, pero ella se aferró a mí incluso mientras la secaba


con una toalla. Me sorprendió enterrando su rostro en mi cuello,
estremeciéndose.

—Oh, Dios —susurró.


La levanté una vez más y la llevé a la cama donde la puse suavemente
antes de estirarme a su lado. La respiración de Val venía en jadeos bruscos, sus
ojos disparándose de ida y vuelta a medida que sucumbía a la conmoción. Toqué
sus mejillas, obligándola a mirarme.

—Shh, Val. Está bien.

—Lo maté —gruñó una y otra vez.

—Val, mírame.

Lo hizo y el dolor en sus ojos verdes agitó emociones dentro de mí que no


había sentido en mucho tiempo.

—Hiciste lo correcto. Hiciste lo tenías que hacer para protegerme. Nunca


lo olvidaré. Nunca. —Acaricié sus mejillas, queriendo decir cada palabra. A
pesar de haber sido un esposo horrible con Valentina, me eligió.

—Te dije que podías confiar en mí.

—Lo sé y lo hago.

—¿Obtuviste los nombres de los otros traidores?


89
Asentí.

—Sí. Estoy bastante seguro. Enzo y algunos otros están encargándose de


las ratas menos importantes ahora mismo.

—¿Qué… qué le hiciste a Antonio?

—Está muerto, Val.

—Lo sé, pero, ¿qué hiciste con él?

—Si te sirve de consuelo, enfoqué mi atención principalmente en


Raffaele. Antonio consiguió una muerte más rápida que cualquier otro traidor. —
No era una mentira. Raffaele sufrió aún más, pero no era la verdad que había
pedido Valentina. Era la que se merecía. Necesitaba para ser feliz y no la
agobiaría con la cruel muerte de Antonio.

—Gracias.

Contemplé su rostro pálido, sus labios temblando, sus ojos muy abiertos.

—Val, estás preocupándome.

Val me besó, saboreando las lágrimas y su propia dulzura tentadora. Mis


cejas se fruncieron, sin saber muy bien qué hacer con su comportamiento.
—Por favor —susurró—. Hazme el amor. Solo por hoy. Sé que no me
amas. Finge, solo por esta noche. Sostenme entre tus brazos por una vez.

Había estado alimentado por el odio hacía mí cuando me ocupé de


Antonio y Raffaele, pero eso no era nada en comparación con lo que sentía
ahora. Me merecía diez veces más el dolor que les ha causado.

—Dios, Val —gruñí y la besé.

Aparté mi odio hacia mí mismo y me concentré en darle a Val lo que se


merecía, lo que quería darle. Por primera vez, me permití tomarme mi tiempo
besando a Val, para verter mi propia necesidad en ella. Val se relajó bajo mi
toque mientras acariciaba su hombro, su brazo y su costado, haciendo lo que debí
haber hecho la primera vez que la había tomado.

Me deshice de mi camisa y abracé a Val contra mi pecho, acariciando su


cabello y besando su rostro. Me tomé mi tiempo acariciando cada centímetro de
su piel suave hasta que finalmente deslicé mi mano entre sus piernas,
encontrándola húmeda pero no tan excitada como siempre. Después de unos
minutos besándola y acariciándola, Valentina estaba retorciéndose debajo de mí
y mi propia necesidad llamaba en voz alta por mí, pero no dejaría que me
detuviera. Esto no se trataba sobre mis propios deseos. Esto iba sobre mi paso 90
hacia la redención, redimiéndome con mi esposa de la única manera que era
capaz en este momento. Me desnudé y moldeé nuestros cuerpos entre sí. Me
deslicé en Valentina lentamente, observando su rostro de cerca, disfrutando de la
forma en que sus labios se separaron y gimió.

Acuné su rostro, fijando nuestras miradas antes de comenzar a moverme.

Y esto se sintió como si un pedazo de mi corazón, que había estado


destrozado por la muerte de Carla, se pegara otra vez, como si pudiera finalmente
dejar el pasado atrás, paso a paso, y permitir que Valentina entrara en mi corazón
al que pertenecía.

Era una mujer hermosa, buena, una que no merecía, pero por la que me
juré ser un esposo mejor, un hombre mejor para ella.

—Debí haber hecho el amor contigo antes —gruñí, y mi corazón dio un


vuelco al darme cuenta que esto era exactamente eso. Hacer el amor. Me estaba
enamorando de Valentina. Mi cuerpo y corazón eran incapaces de resistirse a
ella, y había luchado esta batalla inútil durante demasiado tiempo.
D
urante una reunión por la mañana temprano con mis capitanes
(menos Tommaso que no había aparecido) para analizar la
situación de traidores, mi teléfono sonó. Era uno de los hombres
que había enviado a comprobar a Tommaso.

—¿Lo encontraste?

—Está muerto. Lo encontramos solo en calzoncillos en el piso de la sala


de su casa. Su esposa se asustó con nosotros.

—¿Dónde está ahora?

—Todavía histérica en la cocina.

—Llévala con sus padres.

Colgué y luego llamé al médico y lo envié a echar un vistazo al cuerpo.


91
Sabía lo que encontraría. Nunca había pedido a Val que devolviera el vial con
veneno que Antonio le había dado. Debió habérselo dado a Bibiana para así
poder matar a su esposo.

Giovanni, Rocco y mis capitanes me contemplaron con curiosidad.

—Tommaso ha sido encontrado muerto.

—¿Los traidores lo mataron? —preguntó Giovanni.

—Aún no lo sabemos. Pospongamos esta reunión. Discutiremos los


aspectos más importantes del asunto. Necesito lidiar con esto.

Me puse de pie y todos hicieron lo mismo.

Salí de la oficina de Rocco y crucé el vestíbulo de entrada. Unos pasos


sonaron detrás de mí. Giré. Rocco.

—¿Antonio o Raffaele revelaron algunos planes para matar a otra


persona?

Apreté los dientes mientras consideraba mi respuesta. Si la muerte de


Tommaso no podía ser vinculada al golpe arrojaría sospechas sobre Bibiana. Val
estaría absolutamente desconsolada si algo le sucedía a Bibiana. No la lastimaría.
Pero sería rechazada. Al menos, tendría que dejar nuestros círculos, expulsada de
todo lo que conocía.

—Mencionaron que habían planeado matar a más seguidores leales, pero


murieron antes de que pudiera extraerles más detalles.

Rocco frunció el ceño. Por lo general era muy bueno haciendo que la
gente permaneciera viva el tiempo suficiente para revelar todos sus secretos, pero
ayer había sido un día catastrófico y ni siquiera yo estaba más allá de fallar. Con
suerte, eso lo aplacaría. Él asintió, pero sus ojos siguieron curiosos.

El médico llamó cuando ya estaba de camino a casa, diciéndome lo que


había sospechado: Tommaso había sido envenenado.

Para el momento en que vi a Val, la ira se alzó en mí. Debió habérmelo


confiado antes de hacer algo tan tonto. Si Bibiana hubiera actuado de manera
sospechosa, Tommaso podría haber anticipado su plan y haberla matado por pura
ira. Habría revelado la participación de Val bajo coacción y entonces, tendría que
lidiar con Tommaso para mantener a Val fuera de la línea de fuego. No es que la
situación actual fuera mucho mejor.

—Valentina, me gustaría hablar contigo —siseé entre dientes y avancé a 92


mi oficina, mirando por la ventana.

Los tacones de Val resonaron en el suelo. Me giré hacia ella. La


preocupación nadaba en sus ojos. Era una mujer inteligente. Sabía que algo
estaba mal.

—Tommaso no apareció en la reunión que convoqué.

Val de hecho se hizo la tonta, algo que no le quedó en absoluto bien.


Intentó negarlo todo, lo cual fue inútil. Cuando se dio cuenta que no podía
engañarme, finalmente admitió dar a Bibiana el veneno sin un atisbo de
remordimiento.

—Lo haría otra vez. No me arrepiento de liberar a Bibi de ese bastardo


cruel. Solo me arrepiento de haberlo hecho a tus espaldas porque no me dejaste
opción.

—¿Que no te dejé opción? ¡No puedes ir por ahí matando a mis hombres!

—Se lo merecía. Deberías haber visto lo que le hizo a Bibi. Deberías


haber querido matarlo por cómo trataba a una mujer inocente, sea su esposa o no.

—Si matara a cada hombre de la Organización que trata mal a las mujeres,
perdería la mitad de mis solados. Esta es una vida de brutalidad y crueldad, y
muchos soldados no entienden que como hombres de la mafia deberíamos
proteger a nuestras familias de eso, y no descargar nuestra furia en ellos. Saben
que no apruebo sus acciones. Eso es todo lo que puedo hacer. —Era una triste
verdad. Despreciaba a muchos de mis hombres por cómo trataban a sus esposas.
Por lo general, me aseguraba de salvar a menos de estos hombres en las peleas,
pero no podía matarlos abiertamente.

—Pero yo tuve la oportunidad de hacer algo, y lo hice.

—Ayudaste a una esposa a asesinar a su marido. Algunos hombres en mi


situación encontrarían inquietante estar con una mujer que no duda en usar
veneno.

—Le di a Bibi una oportunidad, una elección. Eso no significa que yo te


mataría. Lucharía contigo si alguna vez me trataras como Tommaso lo hizo con
Bibi. Tommaso se aprovechó de la debilidad de Bibi. Fue entregada a ese viejo
bastardo cuando solo tenía dieciocho años y nunca supo cómo defenderse contra
él. Ha tenido cuatro años para ser un mejor hombre, para tratarla decentemente.
Y fracasó. Nuestro matrimonio no tiene nada que ver con el de ellos. No
necesitas golpearme y violarme para sentirte como un hombre, y yo no te lo
permitiría. De todos modos, no soy vengativa, o no habría soportado cómo me 93
trataste en los últimos meses, cómo me acusaste de engañarte. Y Bibi nunca amó
a Tommaso, así que…

Tuve que apartar la mirada de los ojos de Val por un momento. Su amor
por mí… no quería ser confrontado con él ahora mismo. Las cosas ya eran
complicadas como estaban.

—No me preocupa que me envenenes. Como dije antes, confío en ti. Pero
tendré que investigar la muerte de Tommaso.

—No castigarás a Bibi, ¿verdad? Por favor, Dante, si te preocupas por mí


en absoluto, dictaminarás que el asesinato de Tommaso estuvo relacionado con
los traidores y que Bibi es inocente. Ella ya ha pasado por demasiado.

—Es posible que haya personas por ahí que no creerán que Bibiana no
estuvo involucrada en la muerte de Tommaso exactamente por las razones que
manifestaste antes. Ella tenía razones para odiarlo. Tenía razones para matarlo.

—Entonces cúlpame a mí. Podría haberlo hecho a espaldas de Bibi para


ayudarla.

—¿Y luego qué?

—Luego me castigas a mí y no a ella.


—¿Y qué pasa si el castigo por ese delito fuera la muerte a cambio? Ojo
por ojo, Valentina.

—No lastimes a Bibi. Simplemente no lo hagas. Sin mí, ella nunca habría
encontrado una manera de matarlo. Fue tanto mi culpa como de ella. Compartiré
cualquier castigo que le impongas.

Como si alguna vez haría daño a Val. Mis sentimientos por ella siempre lo
evitarían. Castigar a Bibiana lastimaría a Val. Eran mejores amigas. Val ya era
frágil en su estado de embarazo. No quería causarle más angustia, no más de la
que ya le había causado con mi comportamiento frío. Merecía felicidad y amor.
Aunque no estaba seguro si podía darle esto último, haría todo lo posible para
asegurar lo primero.

Tommaso había sido un soldado leal. Merecía mi protección. Mi


juramento como Capo implicaba proteger a la Organización y a mis hombres.
Dejar que otros los envenenen definitivamente rompía mi juramento. Los ojos de
Val me rogaban. No podía negarme a ella, incluso si eso significaba traicionar a
la Organización. Mantuve el secreto de Bibiana.

Por Val.
94
Después de mi interrogatorio con Bibiana y de encontrarla inocente, Val y
yo íbamos camino a casa. Rocco e incluso Giovanni habían sospechado. La
historia de Bibiana no había sido completamente convincente pero mi juicio era
definitivo y ninguno de mis hombres correría el riesgo de mi ira por alguien
como Tommaso. No había dejado a nadie atrás que en realidad lo echara de
menos. Pura suerte.

Val puso su mano sobre mi pierna, sonriendo aliviada. Estaba agradecida


por lo que había hecho. Sus ojos brillaban intensamente.

—Gracias por ayudar a Bibi.

—Lo hice por ti. —Había ocultado la participación de Bibiana por Val, así
como había corrido el riesgo del descontento entre mis hombres cuando le
permití trabajar. Había traicionado los intereses de la Organización por Carla y
ahora estaba haciendo lo mismo por Val. ¿Cuánto más iría por ella?

¿Me arrepentiría de traicionar a la Organización por Val? Lo dudaba.


Nunca me arrepentí de mis traiciones anteriores. Valía la pena traicionar mi
juramento por Val.
Durante nuestra reunión siguiente, Giovanni y yo escuchábamos como
Rocco contaba lo que había reunido del estado de ánimo actual de nuestros
soldados después de que hubiéramos encontrado a los traidores. Una situación
como esta podría salirse de control ya sea porque mis hombres me consideraran
abierto para un ataque o solidificaría mi poder. La muerte de Tommaso había
sido un riesgo adicional, uno que no debería haber asumido sobre mí mismo. A
pesar de su naturaleza repugnante, había sido muy querido entre los capitanes y
soldados gracias a su tendencia a ofrecerles prostitutas libremente. Su muerte
había causado la mayoría de los rumores, la mayor discordia. Podría haber
dividido a la Organización si la verdad hubiera salido a la luz.

Rocco todavía sospechaba. Era demasiado astuto para no sospechar algo.


No había estado presente durante la tortura de modo que no tenía conocimiento
de los detalles de la conspiración. Tal vez incluso habría ocultado la verdad como
lo había hecho con Jacopo pero no tenía ninguna intención de confiar en él con
otro de mis secretos.

Arturo sabía que ni Raffaele ni Antonio habían mencionado a Tommaso


como parte de su complot, pero su enfoque era muy resuelto. Mientras le 95
permitiera torturar y matar, incluso ocasionalmente a un forastero que lo
molestara de la manera equivocada, estaría bien entretenido y no era una
amenaza. Rocco, tampoco investigaría nada. Tenía todo lo que deseaba.

Las cosas parecían haber seguido sin problemas, y sin embargo no podía
dejar de sentir una sensación de aprensión.

—¡Ayuda! ¡Ayuda!

Rocco se calló. Salté sin dudar, sacando mi arma mientras salía de mi


oficina. Rocco y Giovanni me siguieron de cerca.

Para el momento en que vi a Valentina acunando su vientre, un miedo


puro rugió a través de mí. Me dirigí hacia ella, guardando mi arma.

—¿Valentina? ¿Qué está pasando?

—No es nada. No quería interrumpir tu reunión.

El vaivén de Valentina traicionó sus palabras como lo que eran, una


mentira. La estabilicé y me fijé en el fluido tornando sus pantalones más oscuros.
El bebé.

Valentina podía perder a este bebé antes de que siquiera le dijera lo feliz
que estaba con su embarazo. Por mí. ¿Por lo que la había hecho pasar?
Giovanni se apresuró hacia nosotros, su rostro reflejando la preocupación
que amenazaba con paralizarme.

—¿Valentina?

—Tenemos que llevarla a un hospital —dijo Bibiana bruscamente.

Levanté a Valentina a mis brazos.

—Tu camisa. Vas a ensuciarla.

Como si me importara una mierda. Me metí en mi auto e indiqué a Enzo y


Taft que condujeran, luego fui a toda velocidad hacia el hospital.

Valentina estaba sufriendo y no había nada que pudiera hacer al respecto,


nada más que conseguirle ayuda lo más rápido posible.

—Debimos poner una toalla sobre el asiento. Lo estoy mojando —dijo.

La piel de Valentina estaba pálida, su ceño fruncido en preocupación y


dolor.

—Me importa una mierda el asiento, el auto o cualquier cosa en este


momento. Tú eres todo lo que importa. —Necesitaba tocarla, sentir su piel 96
caliente y asegurarme que todavía estaría allí mañana. Agarré su mano—. Ya
casi estamos allí. ¿Sientes dolor?

—No es tan malo como antes. Es tu bebé, Dante. Nunca te engañé y jamás
lo haré.

Mi sospecha se hizo realidad horriblemente ante las palabras de Valentina.

—¿Esa es la razón de esto?

Val me miró con curiosidad.

—¿Crees que mi fuente se rompió porque estaba molesta contigo?

—No sé. —Nunca me perdonaría si Val perdía a nuestro hijo—. Soy un


maldito bastardo, Val. Si pierdes este bebé…

Val apretó mi mano como si fuera el que necesitara tranquilidad. Para el


momento en que llegamos al hospital, los médicos corrieron hacia el auto. Me
lanzaron miradas nerviosas, sabiendo perfectamente quién era.

Los seguí al interior pero me quedé en el pasillo cuando llevaron a


Valentina a una sala de tratamiento. Me dio otra sonrisa alentadora. Al momento
en que se fue, pasé una mano por mi cabello y solté un suspiro fuerte.
—Mierda.

Enzo se apresuró hacia mí.

—Vigilamos las puertas en busca de actividades sospechosas, Jefe. —Se


detuvo, contemplándome. Una pizca de compasión apareció en sus ojos
castaños—. ¿Está bien?

—Los médicos la están revisando ahora.

—Estoy seguro que ella y el bebé estarán bien.

Asentí brevemente, sin querer mostrar lo mucho que me inquietaba. Enzo


asintió y se dio la vuelta. Me alegró estar solo, incluso si me daba tiempo para
odiarme una vez más. Pronto Giovanni y Livia corrieron por el pasillo hacia mí.
La madre de Val lloraba abiertamente y Giovanni tenía que mantenerla
estabilizada con un brazo alrededor de su hombro. Cuando llegaron a mi lado,
Livia me abrazó con fuerza. Toqué su espalda en respuesta. Giovanni me dio una
sonrisa de disculpa.

—¿Cómo está? —preguntó—. ¿Y qué hay del bebé? —Livia retrocedió,


pero siguió aferrando mis brazos.
97
—Aún no he tenido la oportunidad de hablar con los médicos. Siguen
tratando a Val.

Livia sollozó.

—Dios, no puedo soportar la idea de nuestra dulce Val perdiendo a su


bebé.

—No lo hará —dije con firmeza.

Giovanni apartó a Livia de mí y la presionó a su lado.

—Todo estará bien, Livia.

Se abrió la puerta de la sala de tratamiento y salió uno de los médicos,


seguido por un segundo. Intercambiaron una mirada y luego uno de ellos se
apresuró, dejando que su colega se ocupara de nosotros. Su expresión hizo
evidente lo renuente que era.

—¿El bebé está bien? —soltó Livia antes de que pudiera decir algo.
Giovanni apretó su hombro a modo de advertencia, pero ella solo tenía ojos para
el médico.

El doctor se volvió hacia mí.


—¿Usted es su esposo?

—Sí, dígamelo todo. No lo endulce.

Hizo una mueca ante mi tono.

—Su esposa sufrió una ruptura prematura de membranas. Ella y el bebé


están bien, pero para que siga así necesita descansar tanto como sea posible.

Giovanni sonrió a su esposa, su alivio evidente.

Una vez que el médico me dio instrucciones claras sobre cómo proceder,
se fue.

—Ve —dijo Giovanni—. Estoy seguro que Val y tú quieren un poco de


tiempo para ustedes.

Entré en la habitación. Val se veía pálida, pero me sonrió suavemente. Me


prometí protegerla a ella y al bebé a toda costa, trabajar para darle a Val lo que se
merecía.

98

Como era de esperar, Val no pudo llegar a término. La llevé al hospital


para una cesárea seis semanas antes de la fecha probable de parto. Me aseguré
que solo los mejores médicos y enfermeras estuvieran presentes. No permitiría
que nada saliera mal. Eran casi ocho semanas demasiado temprano y, aunque los
médicos me aseguraron que Anna tenía buena salud dadas las circunstancias, me
preocupaba.

Aferré la mano de Val durante la cirugía y ella me sostuvo la mirada.

Y entonces sonó el primer grito. Los ojos de Val se abrieron por completo
y apreté su mano y besé sus nudillos.

Una enfermera apareció con una pequeña bebé cubierta de sangre y


mugre. Tan pequeña e indefensa. Mi hija. Nuestra hija. Era difícil de entender y,
aun así, una sensación que no me había creído posible me atravesó: una
sensación de llegada. Como si en este momento finalmente me sacudiera las
cadenas del pasado y realmente podía vivir en el presente con mi esposa e hija.

Val me soltó.

—Ve con nuestra hija. Ve.


Val estaba débil y necesitaba mi apoyo tanto como nuestra hija. Tenía que
estar allí para ellas, tanto desde este día hasta que tomara mi último aliento. Ese
sería el mayor reto de mi vida.

Después de dar un beso a Val en la frente, me enderecé y avancé hacia la


enfermera. Miré brevemente hacia el vientre abierto de Val y la cantidad de
sangre a su alrededor. El doctor bajó la vista y continuó su trabajo.

Seguí a la enfermera y observé a medida que medía a Anna. Lloraba


lastimosamente, sus pequeños brazos agitándose.

—Está saludable. Cuarenta y dos centímetros y un kilo setecientos


gramos. ¿Quiere sostenerla?

Asentí y finalmente sostuve a mi hija por primera vez. Era mucho más
pequeña que cualquier bebé que hubiera cargado alguna vez y eso encendió mi
instinto protector. Acaricié su mejilla, maravillado por mis sentimientos hacia
este pequeño humano. ¿Cómo podía nacer el amor tan rápido?

Eché un vistazo a Val, quien observaba con ojos llorosos. Ahora me daba
cuenta que, aunque mi amor por ella no había nacido en un solo segundo, no
ardía con menos fiereza. Me acerqué a Val y le mostré a nuestra hija. 99
—Anna —dijo Val—. Tu papá siempre te amará y te mantendrá a salvo.

Las palabras se aferraron a mi lengua, unas palabras que debí haber dicho
antes, pero nuevamente quedaron atrapadas en mi garganta. Besé a Anna y luego
a Val.

—A ti y a Anna, a ambas.

Val me dio una sonrisa conocedora. Tal vez de hecho se daba cuenta de
que la amaba. Y un día se lo diría. Solo necesitaba sacudirme esa pequeña hebra
que todavía me anclaba a mi culpa, a mi voto a Carla.
N
o dejé el lado de Valentina hasta el día siguiente cuando se
recuperó un poco de la cirugía y sus padres la visitaron. Anna
estaba en la UCI para asegurarse que recibiera suficiente oxígeno
y estaba bajo vigilancia las 24/7. Val estaba decidida a visitarla hoy, pero su
herida por cesárea lo dificultaría.

Giovanni me sorprendió con un abrazo cuando entró en la habitación.

—Estoy muy feliz por ustedes dos.

Asentí. Livia se dirigió directamente hacia Val, que yacía en la cama pero
parecía impaciente por salir.

—Tendré que darle una llamada a mi padre.

Giovanni se acercó a Val y la abrazó. Al ver que Val estaba siendo 100
atendida, salí y llamé a mi padre. Les había enviado a Pietro y él un mensaje
rápido ayer contándoles de Anna, y aunque Pietro nos había felicitado a Val y a
mí inmediatamente, padre no había respondido.

—Padre, ¿qué pasa? —dije en un tono tan neutro como era capaz sabiendo
lo que diría.

—Es una pena —musitó—. Pero tal vez la próxima vez que finalmente
serás bendecido con un heredero. No deberías esperar demasiado tiempo para
intentar tener un segundo hijo.

Apreté los dientes contra la ira hirviendo en mi interior. Val acababa de


sufrir una cesárea y Anna necesitaría semanas para ponerse al día, pero él ya
deseaba otro hijo.

—Estoy feliz con la niña que Valentina me dio ayer. Tu nieta es hermosa
y está bien, considerando las circunstancias.

—Qué bueno. Tu madre te envía saludos.

Solté un ruido evasivo.

—¿Vendrás a visitarnos?
—Sabes cómo se pone tu madre cuando está en un hospital. Esperaremos
hasta que la niña esté en casa.

Colgué poco después y respiré hondo a medida que aflojaba mi agarre


sobre el teléfono. No permitiría que mis padres arruinaran la alegría que sentía
por tener a Anna.

El teléfono volvió a sonar. Como de costumbre, Ines intervenía en el


momento perfecto.

—¡Estoy tan feliz por ti! Felicitaciones de parte de Pietro y yo. ¡Estamos
muy emocionados por ti!

—Gracias. Pietro ya me envió tus felicitaciones.

—¡Por mensaje! Eso no es suficiente. Estoy muy feliz por ti. Desearía
poder abrazarte a ti y a Valentina. ¿Cómo está Anna? ¿Está bien?

Sonreí levemente ante la emoción de Ines. Por lo general, era más


recatada.

—Los doctores están contentos con ella. Está respirando por su cuenta y
se está desarrollando bien para un bebé prematuro. 101
—Maravilloso —dijo en voz baja—. Nos encantaría ir a visitarlos. Ha
pasado mucho tiempo. Sé que ahora estás ocupado, pero ¿tal vez Pietro y yo
podemos ir con los niños la próxima semana? Incluso podemos quedarnos con
madre y padre si prefieres tener la casa para ti.

—No, son bienvenidos a quedarse en nuestra casa. La última vez padre no


apreció la naturaleza bulliciosa de los gemelos.

Ines resopló.

—Solo tienen ocho, por supuesto que son un poco salvajes. Déjame
adivinar, ¿no te felicitó por tu hija?

—Ya sabes cómo son —respondí.

—Así que madre hizo lo que mejor sabe hacer y simplemente siguió el
ejemplo de padre. —Hizo un pequeño ruido de descontento—. Me alegra que te
consiguieras una esposa con sus propias opiniones. Creo que eso es exactamente
lo que necesitas.

—¿Eso es lo que crees?


—Sí. Necesitas a alguien que te saque de tu caparazón y patee tu orgullosa
retaguardia de Capo ocasionalmente.

Mi boca se torció.

—¿Crees que voy a permitir que alguien haga eso? —Serafina y Samuel
gritaron en el fondo, seguidos por los chillidos de Sofia.

—Maravilloso, despertaron a la bebé.

—Encárgate de tus hijos.

—Y tú de la tuya y tu esposa.

Regresé a la habitación donde Valentina se encaramaba al borde de la


cama, su rostro retorciéndose de dolor. Giovanni me miró preocupado. Giré la
silla de ruedas y luego ayudé a Val a subir en ella.

—Aún no puedes caminar todo el camino a la UCI.

El rostro de Val dejó en claro que no estaba contenta con el rechazo de su


cuerpo a obedecer sus órdenes. A veces podía ser tan orgullosa y terca como yo.

Al ver a Anna en la incubadora con todos los monitores siguiendo sus 102
signos vitales, mi corazón se apretó con fuerza. Una enfermera se apresuró hasta
nosotros y sacó a Anna de la incubadora y luego la dejó en el pecho de Val. Val
me sonrió radiante y luego a sus padres. Livia comenzó a llorar una vez más.
Giovanni se inclinó hacia abajo y tocó la mano de Anna ligeramente.

—Mira esos dedos tan pequeños…

Val no solo había sido una buena elección por ser quien era, sino también
por sus padres. Giovanni era un hombre que me agradaba y en el que podía
confiar hasta cierto punto. Y Livia sería una abuela mucho más amorosa de lo
que podría ser mi propia madre.

—Creo que ahora les daremos algo de tiempo —dijo Giovanni después de
unos minutos. Una vez que se hubo ido con Livia, acerqué una silla junto a Val y
acaricié la mejilla de Anna.

—¿Los médicos te dijeron cuánto tiempo tendrá que permanecer aquí? —


me preguntó Val, sin levantar la vista de nuestra niña.

—Dos o tres semanas. Es una luchadora, así que a pesar de su comienzo


temprano confían que estará lo suficientemente fuerte como para volver a casa
muy pronto con nosotros.
—Bien. La quiero en casa con nosotros. Me siento más segura en nuestra
casa.

Besé la sien de Val.

—Estás a salvo, Val. Mis hombres están vigilando cada entrada. Patrullan
los pasillos, y yo estoy a tu lado.

Val levantó la vista con una sonrisa suave.

—¿Por qué no la sostienes un poco?

Asentí y entonces, levanté a Anna cuidadosamente del pecho de Val y la


acuné contra el mío antes de reclinarme en la silla. Val nos observó, sus ojos
vidriosos. Enlacé nuestros dedos y apreté suavemente. Necesitaba saber que esto
significaba tanto para mí como significaba para ella, incluso si no lo expresara de
la misma manera.

103
Tres semanas después, Anna finalmente pudo volver a casa con nosotros.
La cargué a nuestra mansión porque Val todavía no tenía permitido cargar nada
pesado.

Zita y Gabby esperaban en el vestíbulo, obviamente curiosas. Aún no


habían visto a nuestra hija porque habíamos mantenido a los visitantes a un
mínimo absoluto. Solo Ines y Pietro con los niños y Bibiana nos habían visitado
junto a los padres de Val.

Zita se acercó con una sonrisa maternal.

—Es preciosa.

Val asintió.

—Lo es. —Intercambiaron una sonrisa. Su animosidad inicial se había


convertido en un respeto mutuo, gracias a la paciencia de Val.

Gabby se acercó lentamente, como siempre tímida alrededor de mí.

—Es tan pequeña.


—Crecerá rápido —le dije. Le entregué el portabebés a Zita, quien lo
tomó de inmediato para poder ayudar a Val a quitarse el abrigo. Todavía se
movía un poco rígida pero estaba intentando ocultarme su dolor.

—Su padre llamó, señor —dijo Zita a medida que tomaba el portabebés
una vez más. Mi boca se apretó—. Su madre y él quieren venir a cenar para
conocer a su nieta.

Val alzó las cejas. Ella había fingido no importarle el desinterés de mis
padres por nuestra hija, pero no estaba ciego.

—No estaba segura qué hacer, pero compré todo para un gran festín solo
por si acaso —dijo Zita, mirando entre Val y yo.

Intenté controlar mi ira. Val rozó mi brazo, dándome una sonrisa, y parte
de mi furia se evaporó.

—Por favor, prepara algo delicioso, Zita. Tenemos que atenderlos.

Zita asintió, pero me contempló inquisitivamente como si esperara a que


lo confirmara. Asentí brevemente.

—Llevemos arriba a Anna. 104


Zita y Gabby se dirigieron a la cocina mientras Val y yo avanzamos
escaleras arriba. Al tomar los escalones, el rostro de Val destelló con molestias,
pero lo enmascaró rápidamente cuando se dio cuenta de mi mirada en ella.

Una vez que Anna estuvo acomodada en su cuna, tomé los hombros de
Val.

—Val, no tienes que ocultarme tu dolor. Puedes apoyarte en mí. Necesito


saber cuando te duele.

Se inclinó hacia mí con un suspiro tembloroso y acuné su cabeza. Tragó


con fuerza, obviamente luchando contra las lágrimas.

—Estas últimas semanas fueron muy difíciles de aguantar. Simplemente


estoy feliz de que Anna esté en casa, y estoy enojada con mi cuerpo por tomarse
tanto tiempo para recuperarse. Quiero ser la mujer controlada que esperas.

Retrocedí con el ceño fruncido.

—Eres todo lo que quiero, Val, créeme. Tu cuerpo pasó por mucho. Me
diste una hija. Date tiempo para sanar. Quiero estés sana y feliz, eso es todo lo
que requiero de tu parte en este momento.
Asintió.

—Tienes razón. Es solo que no me siento como yo últimamente. Son las


hormonas y los cambios en mi cuerpo. Necesito tiempo para acostumbrarme a
todo esto.

—Tal vez será mejor decirles a mis padres que no tenemos tiempo para
ellos esta noche. Ninguno tendrá un efecto positivo en tu salud.

—Sé que no están felices por no haberte dado un heredero. —Mis manos
en ella se apretaron—. Pero su decepción no puede lastimarme, Dante. Todo lo
que importa somos nosotros. Que seamos felices, y estoy absolutamente alegre
cada vez que miro a Anna.

—También yo —dije, besándola. Antes de Val, mi vida había estado


dominada por el deber y controlada por el pasado. La alegría había sido un
concepto abstracto e inconsecuente para mí. Pero lentamente, se estaba volviendo
parte de mi existencia una vez más. Su felicidad encendía la mía. No lamentaría
mi traición a la Organización, aunque debería haberlo hecho.

Era mi deber poner primero a la Organización, eliminar cualquier amenaza


a mi poder y a la unión de la Organización. Ocultar que Bibiana había matado a 105
su esposo tampoco servía a ese propósito. Era la elección lógica, la diligente, la
necesaria. Esta era una decisión puramente emocional. Después de ver a Val
devastada por Antonio, no la quise hacer por completo añicos al tener que
castigar a su mejor amiga. Así que mentí y engañé. A mis hombres. A la
Organización. A mi juramento. Todo. Por Valentina.

¿Siquiera se daba cuenta la clase de sacrificio que era ese? Si lo supiera,


entendería que ya no tenía que fingir hacerle el amor.
P
asamos nuestro primer aniversario en casa porque Anna todavía era
pequeña y los últimos meses habían sido agotadores. Pero Zita nos
había preparado una cena de tres platos y se hizo cargo de vigilar a
Anna mientras Dante y yo disfrutábamos nuestra comida. Nos sentamos uno al
lado del otro y hablamos sobre Anna y nuestros planes de pasar unas semanas en
la Toscana en verano.

Fue una velada relajada e íntima. De hecho, estaba contenta que no


hubiéramos ido a un restaurante de lujo para la cena. Cuando estábamos en
público, Dante siempre tenía que mantener su máscara en alto. No era el mismo 106
hombre entonces que el que era cuando estábamos solos. Su apariencia exterior
me recordaba demasiado al hombre retraído al comienzo de nuestro matrimonio.
Prefería su lado privado mucho más cálido y accesible, uno que escondía con
tanto cuidado y que solo mostraba a las personas en las que confiaba.

—En serio me encanta esto —le dije después de terminar un delicioso


pedazo de tarta de tatin, un elegante postre francés que sabía al cielo.

Dante inclinó la cabeza con una pequeña sonrisa.

—¿El postre o tu regalo?

Me reí, girando mi brazo para ver las esmeraldas en mi pulsera atrapar la


luz de las velas.

—Ambos. Pero de hecho, me refería a nuestra celebración.

Dante pasó su pulgar por mis nudillos, obviamente sorprendido.

—Pensé que podrías esperar una celebración más grande para la ocasión.

—No —dije con firmeza—. Creo que este es un concepto para el futuro,
incluso cuando Anna sea mayor y no necesite que estemos cerca. Me gusta que
seamos solo nosotros dos, sin miradas indiscretas.
La comprensión se apoderó de la expresión de Dante y presionó un beso
en mi mano.

—Tengo que admitir que prefiero no compartir la impresionante vista de ti


con este vestido.

Una sonrisa satisfecha se extendió en mi rostro. Me incliné hacia él.

—¿Está convirtiéndote en un adulador?

—No, adulador, es la pura verdad —dijo en voz baja y con una mirada en
sus ojos que pude sentir justo entre mis piernas.

Tragué con fuerza.

—Bueno, tampoco me gusta compartirte con todas esas mujeres que se


quedan mirándote boquiabiertas.

Dante rio entre dientes.

—Ahora exageras.

Le di una mirada.
107
—Tengo ojos y tú también. El poder y el dinero son la encarnación del
atractivo sexual, y si los combinas con unos abdominales increíbles. Es ridículo.

Dante se levantó, extendiendo su mano en una orden silenciosa.

—Si no te conociera mejor, diría que has tomado demasiado. Vamos a


levarte a la cama.

Me puse de pie con una sonrisa burlona.

—No estoy cansada. —Era una mentira, por supuesto. Anna nos había
mantenido despiertos las últimas noches.

Dante me dio un beso ardiente en la garganta.

—No vas a dormir.

Sus dedos se enlazaron con los míos a medida que me llevaba escaleras
arriba.

Nunca me cansaba del cuerpo de Dante encima del mío, de él haciéndome


el amor. Esos eran los momentos en que más me sentía conectada a él y podía
sentir lo mucho que me quería, aunque no pudiera decirlo.
Después, nos dirigimos a la habitación de Anna. Zita tenía problemas para
calmarla, y solo quería estar con mi pequeña. La acuné contra mi pecho, besando
sus mejillas regordetas. Dante observaba con una expresión tierna de la que
nunca me cansaba.

Presioné un beso en la frente de Anna. Simplemente no podía dejar de


amarla.

—Te amo —dijo Dante en voz baja, casi vacilante.

Sonreí.

—¿Oíste, Anna? Tu papi te ama.

Dante tocó mi mejilla, atrayendo mi atención hacia él y sacudió la cabeza.

—Eso no es lo que quise decir, aunque es cierto. Te amo, Val.

Jadeé bruscamente, mirándolo sorprendida. Había hecho las paces con el


hecho de que Dante no pudiera decir las palabras. Había dolido de vez en
cuando, pero esto no era algo que pudiera demandar.

El arrepentimiento se reflejó en el rostro de Dante mientras se inclinaba,


su mirada penetrando la mía casi desesperadamente.
108
—¿No lo has sabido? Intenté demostrártelo. Yo, obviamente, no hice un
buen trabajo.

Intenté controlarme, tragando con fuerza.

—No. Me mostraste tus sentimientos y deduje que me amabas, pero


escuchar las palabras reales… —Algunas lágrimas vergonzosas se deslizaron por
mis mejillas. Anna parpadeó adormilada hacia nosotros.

Dante se veía como si lo hubiera herido mortalmente. Acunó mi cabeza y


me atrajo para un beso duro.

—A partir de ahora, prometo decírtelo a menudo. Pero incluso si no


siempre puedo expresar mis emociones, debes saber que te amo, a ti y a Anna
más que nada en el mundo. Eres mi futuro.

—Y tu mi presente —dije con una pequeña sonrisa burlona.

—Mi todo —dijo con voz áspera, y no podía imaginar jamás ser más feliz
que en este momento.
Unos tres años después…

M 109
e froté las sienes, intentando ignorar los indicios de un dolor
de cabeza palpitando en la parte posterior. Desde que declaré
la guerra a la Famiglia unos meses atrás después de que
Liliana huyera con Romero, el soldado de Luca, y mataran a uno de mis
hombres, no había dormido más de unas pocas horas por las noches. Quería ser
un padre para Anna quien parecía crecer todos los días, pero para que yo tuviera
tiempo para mi pequeña durante el día, necesitaba trabajar por las noches.

Pronto tendría que cuidar de otro hijo, por no mencionar que Valentina
necesitaba mi apoyo criando a dos niños pequeños. No me hacía ilusiones con
nuestra relación futura con la Famiglia. Después de todo lo que había sucedido,
la paz estaba fuera de discusión. Esta guerra pronto se volvería más sangrienta y
brutal, y necesitaba asegurarme que mi familia estuviera a salvo.

Mi teléfono parpadeó con un mensaje de Enzo. Lo escaneé rápidamente y


me quedé inmóvil, luego lo leí una vez más.

Creo que Aria está en la ciudad. Está en el restaurante.

Unos segundos después siguió una foto. Fue tomada desde un ángulo malo
y, obviamente, medio oculto pero reconocí el rostro de Aria. Incluso su peluca
oscura no podría disfrazar sus rasgos faciales extraordinarios.

—¿Qué está pasando? —preguntó Rocco cuidadosamente.


Consideré en qué decirle. Aria era su hija y su aparición aquí en Chicago
en tiempos de guerra era una gran conmoción. Era la debilidad de Luca,
definitivamente su mayor debilidad.

¿Debería agarrarla? Val y ella estuvieron juntas en el baño. Val regresó,


pero creo que podrían reunirse de nuevo.

¿Por qué Aria habría contactado a Val? Y más importante aún, ¿Val me lo
diría? En realidad, esperaba que lo hiciera. Era mi esposa. Su lealtad debería estar
conmigo, no con su prima, sin importar lo cercanas que hubieran sido.

Levanté la mirada hacia Rocco. Me estaba frunciendo el ceño,


preocupado. Ya nunca hablaba de sus hijas. Estaban muertas para él. Me era
difícil de entender. No podía imaginar odiar a Anna algún día como parecía que
él despreciaba a sus hijas. Por supuesto, Anna estaría obligada por ciertas reglas,
como todos nosotros lo estábamos y esperaba que no las rompiera y no me
pusiera en una posición que me obligara a someterla a ellas.

Rocco era mi Consigliere y seguía siendo el padre de Aria. Después de


todo, ocultarle su aparición podría causar un alboroto si se corría la voz. No 110
estaba seguro de lo que Aria estaba planeando, así que no era improbable que
llamara la atención indeseada sobre sí muy rápidamente. Su rostro era demasiado
conocido en Chicago.

—Enzo acaba de contarme sobre un posible avistamiento de Aria en


Chicago.

Rocco se puso rígido en su silla, sus ojos completamente abiertos.

—Luca jamás le permitiría abandonar su territorio.

—Cierto —dije. Luca era demasiado controlador cuando se trataba de su


esposa, y también en todos los demás aspectos de su vida—. Creo que podría
haber actuado sola.

Rocco me miró por un par de minutos, con la boca apretada.

—¿Qué hay de Gianna? No puedo imaginar a Aria saliendo con esta


idiotez por su cuenta. Debe haber sido idea de Gianna. Es la que siempre causó
problemas.

No dije nada. Casar a Aria con Luca debía traer la paz, pero a la larga, el
vínculo había llevado a tantos eventos desafortunados que nos habían sumido en
una guerra más brutal que antes.
—Aún no tengo toda la información detallada.

—¿Enzo la capturó?

—No lo creo. Todavía no se ha reportado. Necesito saber lo que está


tramando y si está contactando con otras personas. Sabes el tiempo que nos ha
estado llevando buscando al traidor entre los nuestros. Tal vez nos lleve a él
directamente.

Rocco asintió.

—Capturar al infiltrado es nuestra máxima prioridad.

—¿Vas a ser capaz de aconsejarme en esto sin que tus emociones se


interpongan? Necesito ser muy estratégico con esto. La venganza toma tiempo y
no debería forzarse.

Rocco sonrió levemente.

—No te preocupes. La Organización es mi único interés. Aria es un peón,


nada más.

Ladeé la cabeza. Sonaba certero, pero me preguntaba si no estaba


ocultando sus verdaderos sentimientos. Ciertamente deseaba venganza por la
111
vergüenza que sus hijas le habían causado ante sus ojos.

—Muy bien.

—Una vez que la tengamos en nuestras manos, Luca se volverá


completamente loco. Está obsesionado con ella. Mis hijas tienen talento para
volver locos a los hombres. Hará cualquier cosa que pidamos, correrá cualquier
riesgo, nos dará cualquier cosa si le hacemos daño.

Me recosté, intentando predecir cómo podría reaccionar Luca. ¿Qué haría


si Valentina estuviera en sus manos? El simple pensamiento me volvió loco.
Haría lo que fuera para proteger a Val, para recuperarla. ¿Cedería antes las
demandas de Luca? ¿Confiaría en él para mantener su parte del trato? No estaba
seguro. No confiaba en Luca ni en lo más mínimo. La única otra opción sería un
ataque e intentar liberar a Val con pura brutalidad. Sería peligroso y
considerando que sucedería en el territorio de Luca sería poco probable a que
tenga éxito.

Pero Luca era incluso menos contenido que yo. Al segundo en que le
dijera que tenía a Aria se vería impulsado por las emociones, la furia y el amor
por igual, y armaría un ejército para atacar a Chicago. Dejaría un rastro
sangriento. No podía ver cómo saldría de esto debilitado a menos que me las
arreglara para matarlo, pero hasta entonces, él mataría a cientos de mis hombres.
E incluso si mataba a Aria, eso no destruiría a la Famiglia, solo haría a Luca
completamente impredecible, trastornado y mucho más peligroso de lo que era
ahora. Si era honesto, esos pensamientos estratégicos no fueron la única razón
por la que estaba reacio a secuestrar a Aria. Dañar a una mujer inocente iba en
contra de mis convicciones, y no solo eso, una parte de mí de hecho sentía una
pequeña obligación de proteger a Aria del daño. La había arrojado a los brazos de
un monstruo para silenciar a los entusiastas de la Pareja Dorada y evitar casarme
tan cerca después de la muerte de Carla. Incluso si Luca la trataba bien, no lo
había sabido en aquel entonces. Sacrifiqué a una chica inocente por mis propias
razones egoístas. La idea de volver a hacer eso, de secuestrar a Aria, me
disgustaba. Esas no eran consideraciones que debería meditar como Capo. Solo
la Organización debería ser mi preocupación.

—Supongo que, ¿piensas capturarla y chantajear a Luca con su bienestar y


vida? —preguntó Rocco cuando me quedé callado por demasiado tiempo.

—Definitivamente voy a capturarla. Lo que voy a hacer con ella una vez
que la tenga, aún es incierto. No quiero que nadie se entere de esto.

—Tenemos que pensar en qué haremos con Aria. Luca es un oponente 112
peligroso, especialmente cuando es provocado.

—Lo es, razón por la cual no creo que secuestrar a Aria sea el plan más
prometedor de todos.

Rocco abrió la boca como para protestar, pero levanté la mano.


Probablemente habría expresado objeciones válidas, pero no me importó. Había
considerado opciones alternativas. Simplemente no podía dejarla ir. La
Organización necesitaba sacar provecho de su error, o mis hombres se
amotinarían.

—Tenemos que abrir una brecha entre ellos, destruirlos desde adentro. Si
el matrimonio de Luca se rompe, las personas en la Famiglia que estuvieron en
contra de una unión con una mujer de la Organización se alzarán.

Rocco entrecerró los ojos pensativos, y luego asintió.

—La guerra emocional es una opción. Luca se absolutamente celoso


cuando se trata de Aria. Tal vez piensa que es amor, pero es pura posesividad.
Defenderá su territorio a cualquier precio, tanto el Este como a Aria. Si pensara
que Aria no es tan angelical como la considera ser, si se siente traicionado por
ella, podría ser un objetivo fácil.

—¿Quieres organizar una aventura? ¿Con quién?


—¿Alguna vez has visto la expresión de Luca cuando alguien menciona el
rumor de la Pareja Dorada?

—No.

—Dante, Luca te odia. Eres su enemigo, otro depredador que quiere su


presa. Eso desentrañaría cualquier apariencia de humanidad que haya puesto. La
mera idea de que pudieras tocar lo que él considera suyo lo destruirá. Este podría
ser nuestro primer paso hacia la victoria.

Podría serlo, o podría desestabilizar esta guerra completamente. Solo el


tiempo podría decirlo.

Después de mi encuentro con Aria en el baño, me dirigí de nuevo a 113


Bibiana y Luisa, sostiene la mano de Anna con fuerza. Enzo me dirigió una
mirada curiosa, obviamente preocupado porque había pasado tanto tiempo en el
baño. Esperaba que Anna nos siguiera el juego y mantuviera en secreto la
presencia de Aria. Si se le escapaba algo alrededor de Enzo, no sería capaz de
impedir que capturara a mi prima y la entregara a Dante.

Dios, Dante ¿Cómo se suponía que debía ocultarle esto?

Pero, no podía decirle. La guerra con la Famiglia no le daría más remedio


que utilizar a Aria contra Luca, especialmente cuando Rocco se enterara. Tal vez
era un genio estratégico inteligente, pero no me agradaba. Desde que se casó con
esa joven chica, menos que nunca. Su deseo por la chica finalmente había
causado la debacle con Liliana.

Me dejé caer frente a Bibi, quien levantó la vista del dibujo que Luisa
estaba haciendo y frunció el ceño. Me conocía bien. Miré a Enzo y le di una
sonrisa tensa porque todavía se cernía cerca de mí en lugar de sentarse junto a
Taft. Al final, se retiró y se sentó. Mis ojos se dirigieron a la puerta del baño,
preguntándome cuándo surgiría Aria, pero no me atreví a enfocar mi atención
allí.

Bibi levantó una ceja.


—¿Qué está pasando?

Su voz era un susurro desnudo.

—Nada. —Entonces articulé—: Después te digo.

—Nada —repitió Anna con los ojos abiertos teatralmente antes de


sonreírme con orgullo. Besé su cabello. Luisa le sonrió a Anna, quien saltó del
banco y se dirigió a su amiga para que así pudieran dibujar juntas. Esas dos eran
demasiado lindas juntas.

—¿Cómo van las cosas con tus padres? —pregunté en voz baja,
necesitando cambiar de tema antes de que la emoción de Anna sacara lo mejor de
ella, o mi preocupación me vuelva loca.

Bibi suspiró.

—Están muy infelices de que todavía esté soltera. Es escandaloso ante sus
ojos. Han estado hablando con Rocco. Piensan que Dante debería dejar de
intervenir por mí. Es asunto de mi familia, no del Capo. —Me dio una sonrisa a
modo de disculpa—. Espero que no se meta en problemas por mi culpa.

—No lo hará —dije con firmeza. A Bibi le había llevado mucho tiempo 114
recuperarse del abuso de Tommaso. No había estado interesada en estar con otro
hombre, y mucho menos alguien a quienes sus padres eligieran otra vez para ella.
La primera vez la habían dado a un monstruo. Dudaba que su gusto hubiera
mejorado. Eran seres humanos despreciables—. ¿Has considerado ir a una cita?
¿Conocer a alguien?

Los ojos de Bibi se abrieron en estado de shock.

—Sabes cómo es esto. Sería un escándalo. Incluso si estuviera bien con la


repercusión, no quiero que Luisa se meta en problemas por mi culpa. —Bajó la
voz y se inclinó por encima de la mesa de modo que su hija no escuchara, pero
Luisa y Anna de todos modos estaban ocupadas.

Tomé su mano.

—Actúas como si quisiera que te convirtieras en una especie de mujer


escarlata. —Bibi resopló, y yo sonreí—. Me refería a, ¿por qué no ir a citas con
posibles pretendientes? ¿O prefieres quedarte sola?

Bibi suspiró, pareciendo avergonzada.

—Quiero casarme. Quiero amor y todo lo que tienes con Dante. Pero no
estoy segura que sea algo que pueda tener alguna vez.
—Por supuesto que lo tendrás. —Hice una pausa—. Alguien me preguntó
por ti. Si ya estabas prometida nuevamente, o si podrías estar dispuesta a
conocerlo.

Bibi me miró como si le hubiera dicho que la tierra era un disco.

—¿En serio? Quiero decir… ¿quién?

Sonreí ante su reacción. Enzo se levantó y examinó el restaurante y la


calle una vez más. Me tensé, preguntándome si Aria ya se había ido. No me
atrevía ni a mirar en dirección de los baños para comprobar si se había ido.
Esperaba que cambiara de opinión y tome el primer vuelo de vuelta a Nueva
York en lugar de encontrarse conmigo esta noche.

—¿Val? —preguntó Bibi.

Parpadeé, volviendo mi atención a ella.

—Oh, Dario Fabbri. Lo has conocido en reuniones sociales…

—¿La cabeza del equipo legal de Dante?

Asentí.
115
—Sí. Es muy inteligente, muy recatado, y se ve bastante bien, ¿no te
parece?

Bibi se sonrojó de un rojo intenso.

—Nunca lo miré tan de cerca.

Le di una mirada.

Sonrió tímidamente.

—Es de buen ver. ¿No está casado?

—Se concentró en su carrera hasta el momento, y como el tercer hijo de


un Capitán, en realidad no es tan importante que esté casado. Sus hermanos ya
tienen más que suficientes hijos para llevar el apellido.

—¿Cuántos años tiene?

Fruncí el ceño. No estaba del todo segura.

—¿Tal vez treinta?

—¿En serio preguntó por mí?


—No estés tan sorprendida. Eres hermosa, Bibi, y puesto que el-que-no-
debe-ser-nombrado ya no está acabando con tu vida, has conseguido unas curvas
en todos los lugares correctos.

—Pero ya he estado casada. Seguramente, preferiría a una novia más


joven y más inocente.

Puse los ojos en blanco.

—Tal vez es como Dante y quiere a una mujer cercana a su edad con un
poco de experiencia en la vida. ¿Quién sabe? ¿Por qué no lo averiguas por ti
mismo? Reúnete con él.

Bibi se mordió el labio.

—Tal vez debería hacerlo, pero ¿puedes estar allí? No creo que pueda
reunirme todavía con él a solas.

—Seré tu acompañante, Bibi. Nada de travesuras hasta que yo lo diga.

Bibi se echó a reír, haciendo que Anna y Luisa levantaran la vista,


sorprendidas.

Mi corazón se sintió más ligero después de esto. Estar con Bibi y Luisa
116
siempre me alegraba, sin importar lo que hubiera pasado antes, por eso me
encontraba con Bibi al menos una vez a la semana, y ahora cada dos días.

Después de despedirnos de Bibi y Luisa, Anna y yo nos metimos en la


parte trasera del auto con Enzo y Taft al frente. Enzo me miró evaluativo por el
espejo retrovisor y me pregunté por qué.

—¿Ahora a casa? —preguntó Enzo.

—Sí, por favor. Estoy cansada.

Acuné mi vientre. Anna apoyó su oreja en mi bulto, mirándome con sus


grandes ojos azules.

—¿Está bailando otra vez?

Sonreí. Leonas había estado muy salvaje últimamente, lo que provocaba


noches de insomnio y dolor de espalda, pero solo me quedaban unas pocas
semanas más.

—Ahora está durmiendo.


La ansiedad apretó mis entrañas cuando regresé a la mansión. Dante salió
de su oficina y Anna corrió hacia él como de costumbre y se arrojó a sus brazos.
La alzó y la presionó contra su pecho. Luego caminó hacia mí y me besó.

—¿Todo bien? —preguntó.

Por un momento, pensé que sabía sobre Aria, pero luego me dije que
estaba siendo ridícula. Siempre me preguntaba cómo estaba. Prácticamente a
estas alturas estaba por estallar.

—Leonas y yo estamos bien.

—¿Qué tal tu almuerzo con Bibi?

—Maravilloso.

—Luisa y yo pintamos una jungla. ¡Y un tigre, y un elefante! Y mamá y


yo jugamos a las escondidas con…

—Luisa y Bibi. Fue muy divertido —dije y entonces, agregué


rápidamente—: Ah, y convencí a Bibi para que salga con Dario. Dijiste que no
tengo que preocuparme de ella con él, ¿verdad?

Dante bajó a Anna, quien se lanzó hacia la cocina, probablemente para


117
rogarle dulces a Zita y Gabby.

—Hasta donde sé, no es un hombre que abuse de las mujeres.

Algo en la mirada de Dante me tenía preocupada.

—¿Pasa algo?

Sacudió la cabeza.

—Tengo mucho que hacer.

Sonreí.

—¿Vas a reunirte con los Capitanes esta noche como de costumbre?

—Ese es el plan, ¿a menos que me necesites en casa?

Evaluó mi cara.

Sacudí mi cabeza.

—No, probablemente veré mi serie favorita y luego iré a la cama


temprano si Anna lo permite.
—De acuerdo —dijo, luego me besó una vez más antes de regresar a su
oficina.

La culpa me atravesó. Le mentí a la cara.

Debí haber sabido que Dante lo descubriría. Desde el comienzo de la


guerra, había sido aún más cuidadoso, más vigilante. Ahora era demasiado tarde.
Había llevado a Aria en una trampa sin saberlo.

Mi corazón latía frenéticamente mientras salía apresuradamente del Santa


Fe. Lancé una última mirada sobre mi hombro a través de las amplias ventanas
del restaurante donde estaban sentados Aria y Dante. ¿Qué le iba a hacer? Dante
despreciaba lastimar a las mujeres, y había conocido a Aria toda su vida. No
podía imaginarlo haciéndole daño. Tenía que confiar en eso.

Enzo me esperaba detrás del volante de su auto y me metí en el asiento


trasero, acunando mi vientre. 118
Arrancó el motor de inmediato y se fue. Le había dicho a Dante lo de Aria.
No me había preguntado al respecto. Esto me mostraba una vez más que en
última instancia, tenía muy pocas personas en la que confiar que no informarían a
Dante. No es que tuviera ninguna intención de ocultarle más cosas. Tal vez la
aparición de Aria ya abriría una brecha entre nosotros.

Cerré los ojos, sintiéndome exhausta y cansada. Mis ojos se abrieron de


golpe.

—Tenemos que recoger a Anna en casa de Bibi.

Enzo sacudió la cabeza.

—Taft ya lo hizo.

Me mordí el labio, esperando que Bibi no estuviera en problemas por mi


culpa.

Anna irrumpió en mi camino cuando entré en la mansión, sonriendo


radiante. Bendita sea ella y su alegría inocente.

—¡Mami! ¡Mira mi pintura!


Acaricié la cabeza de Anna y tomé el pedazo de papel que me tendió. Con
mi vientre enorme, ya no podía alzarla en mis brazos, incluso si quería hacerlo.

Era un dibujo de flores y cuatro figuras de palo.

—¡Somos nosotros! ¡Y leonas!

—Es hermoso.

—¿Podemos dibujar juntas?

Miré el reloj. Ya era pasada la hora de acostarse de Anna, pero estaba


contenta por la distracción. Asintiendo, permití que Anna me llevara a la sala de
estar.

Seguí revisando mi teléfono en busca de mensajes de Dante, pero solo


Bibi me preguntó cómo estaba. Cuanto más tarde se hizo, más preocupada
estaba. ¿Qué le estaría haciendo Dante a Aria?

119
E
ntré en el Santa Fe y vi a Val con Aria. Pero mi decepción y rabia
hacia Val eran algo en lo que no podía concentrarme en este
momento.

Aria me vio a medida que avanzaba hacia ellas, la conmoción reflejándose


en su rostro. Miró a Val, quien sacudió la cabeza frenéticamente.

—No le dije nada, Aria. Yo nunca…

Me detuve junto a su cabina.


120
—No lo hizo —dije con frialdad. Discutiría de esto con Val más tarde.
Después de sus secretos sobre Frank y Antonio al principio de nuestro
matrimonio, había esperado alcanzar un nivel de confianza nuevo, uno que
permitiera a Val decirme todo, especialmente información crucial como la
presencia de Aria en mi ciudad. Tal vez no entendía la gravedad de esta guerra.
Me encontré con la mirada preocupada de Val—. Pero en un momento como
este, no voy a dejarte ir a ningún lado sin mi conocimiento.

—Me seguiste —dijo ella, mirando su teléfono que yacía sobre la mesa.

—Eso, sí, y Enzo reconoció una cara familiar esta mañana durante tu
almuerzo con Bibiana, pero no estaba seguro, y cuando me envió una foto de
Aria y le pedí que la agarrara, ya había desaparecido.

Me deslicé en la cabina junto a Aria, obligándola a hacer espacio para mí


con mi cuerpo. Ella contuvo el aliento.

Val miró entre Aria y yo con ansiedad.

—Dante —comenzó. Iba a intentar aplacarme, pero esto ya no era asunto


suyo. Lidiaría con ella más tarde.

—Vete. Dos de mis hombres te están esperando. Te llevarán a casa.


—Dante —intentó una vez más, suplicándome.

—Valentina —gruñí. No había usado ese tono con ella en un tiempo muy
largo, y ciertamente no me gustó usarlo con ella en su estado de embarazo, pero
me había traicionado y eso tendría que ser tratado más adelante.

Valentina se levantó, acunando su vientre. Evaluó mis ojos, pero no le


permití que me leyera.

—Gracias, Val, por venir aquí —susurró Aria.

Val pasó junto a mí y salió del restaurante.

Me volví hacia Aria. Su miedo destellaba intensamente en sus ojos. Nunca


había sido buena ocultando sus emociones, especialmente a alguien que estaba
acostumbrado a leer a los demás. Incluso el día de su boda, su terror había sido
tan claro como el día. Ahora su miedo estaba dirigido a mí.

—Voy a llamar al camarero ahora y pagar la cena. Nos levantaremos


juntos, te quedarás a mi lado, iremos a mi auto y entrarás.

Aria asintió. Era más complaciente que Gianna, pero aún desconfiaba de
su indulgencia. Después de pagar, agarré el abrigo de Aria y la ayudé a 121
ponérselo. Toqué sus hombros, mi cuerpo cerca del de ella. Fue un gesto
demasiado íntimo. Uno que normalmente habría evitado porque era irrespetuoso
con Aria, pero era necesario. Mis ojos evaluaron el exterior del restaurante, pero
no pude ver al fotógrafo desde mi punto de vista.

Me incliné aún más cerca, acercando mi boca a su oído.

—No intentes correr o hacer nada estúpido, Aria. Odiaría tener que
lastimarte.

Aria tembló en mi agarre y asintió nuevamente. La llevé a mi auto,


sosteniendo su mano con fuerza, y finalmente noté al fotógrafo escondido detrás
de dos edificios. La lente de su cámara dirigida hacia nosotros.

Aria se metió en el auto y me puse detrás del volante.

—Supongo que estás sola —dije a medida que nos alejábamos del
restaurante. No tenía prisa. El fotógrafo tendría que alcanzarnos.

—Sí.

Es lo que sospechaba. Aria no era el tipo de persona que arriesgara la vida


de sus hermanas como lo haría con la suya, y ninguno de los hombres de Luca,
mucho menos Luca en sí, la habría apoyado en esta iniciativa tonta.
—No deberías haber venido a Chicago. —El fotógrafo estaba a tres autos
detrás de nosotros. Aria permaneció callada a mi lado. No era sorprendente que
no preguntara por su padre. Solo había resentimiento entre ellos.

Salí de la carretera principal y estacioné cerca de las vías del tren. Este era
el lugar más probable para las siguientes fotos. Si nuestra aventura fuera cierta,
un lugar más desierto sería una buena opción para participar en actividades más
entretenidas.

No podía seguir los consejos de Rocco. Por un lado, lo consideraba un


engaño incluso aunque solo fuera para aparentar, y en segundo lugar mi postura
sobre la violencia sexual contra las mujeres no había cambiado. No violaría a
Aria ni siquiera si conducía a fotos mejores y en consecuencia a una reacción
más fuerte de Luca. Tan celoso como era, unas fotos aún menos explícitas lo
harían sacar conclusiones erróneas y causar el daño deseado.

Aria miró el bolso en el espacio para las piernas entre sus pies. La
expresión contemplativa indicándome que había algo dentro de lo que se debatía
usar en mí contra. Alcancé el bolso, antes de que pudiera obligarme a lastimarla
en defensa propia.

Aria se estremeció, su cabeza chocando con la ventana. 122


—¡No!

Contemplé su rostro y el horror en sus ojos me dijo todo lo que necesitaba


saber. Pensó que iba hacerle algo, que la obligaría en este lugar desierto para
romperla y a Luca. Y aunque eso ciertamente aplastaría a Luca como lo había
predicho Rocco, razón por la cual las violaciones en masa eran una práctica tan
común en las guerras del pasado e incluso a veces hoy, la mera idea me disgustó
profundamente. Agarré el bolso como pretendía hacer y regresé a mi lado.

Aria lanzó un suspiro tembloroso, sin alejarse de su posición presionada


contra la ventana.

—Eres la esposa de Luca, una guerra no cambiará eso. E incluso si no


fueras su esposa, no tendrías que temer eso de mí o de nadie más en Chicago. Lo
juro.

—Gracias, Dante. —Finalmente se sentó, pero la tensión permaneció en


su cuerpo.

—No hay necesidad de agradecerme por respetar tu cuerpo.

—Entonces, ¿qué vas a hacer conmigo?


Sin saberlo, Aria era mi peón. Averiguaría de esta trampa, sobre las fotos
más tarde, probablemente por Luca.

—Supongo que, esa es la pregunta. Debería usarte para castigar a Luca y


la Famiglia. O al menos usarte como ventaja para chantajearlo.

El miedo cruzó por la cara de Aria. Aún no pensaba que fuera por su
propio destino. Amaba a Luca. Había atestiguado los sentimientos del uno por el
otro en nuestros encuentros en los últimos años. Parecía imposible teniendo en
cuenta mi evaluación de la personalidad de Luca, pero era la verdad indiscutible.

—Luca es Capo. No arriesgará nada por la Famiglia.

Por supuesto, diría eso.

—Pero tú eres su esposa, y vi la forma en que te mira. Solo hay una cosa
por la que Luca arriesgaría su posición como Capo, y esa eres tú.

—Creo que estás sobreestimando mi valor. La primera elección de Luca


siempre será la Famiglia.

Las habilidades para mentir de Aria habían mejorado pero no fueron lo


suficientemente convincentes para mí. 123
—Y creo que tú estás subestimando tu valor por una buena razón.

—No lo hago. Luca no arriesgará su territorio. No lo conoces tan bien


como yo.

—Y ese es el problema. Si Luca se negara a nuestras peticiones, tendría


que intentar convencerlo. —Rocco había sugerido esto. Arturo no tendría
problemas para causar dolor a una mujer. No tenía problemas para causar dolor a
nadie. Mi padre habría elegido esta opción y muchos de mis hombres también
habrían estado a favor. Tal vez era lo mejor para la Organización, pero lastimar a
Aria, una mujer inocente, de cualquier manera estaba fuera de discusión.

—Al hacerme daño.

—Al hacerte daño. No me gusta mucho infligir dolor a las mujeres. Sin
embargo, la Organización es donde reside mi preocupación. —Aria no podía
descifrarme, no podía saber que ya había tomado mi decisión. Jamás le haría
daño del modo que requería para chantajear a Luca. No solo porque la conocía
desde que era más joven y me sentía obligado a protegerla, sino porque Val
nunca me perdonaría si lastimaba a Aria. Ella y yo habíamos hablado a menudo
sobre cómo las mujeres en nuestro mundo muy frecuentemente sufrían a través
de sus esposos o por las fallas de sus esposos, y ella lo odiaba ferozmente. Si me
convertía en un hombre que torturaba a una mujer, aunque fuera a través de la
mano de Arturo, me resentiría.

Los sentimientos de Val hacia mis acciones no deberían ser motivo de


preocupación para mí. Era solo una mujer, nada relevante ante la vista de muchos
de mis hombres, pero valoraba su opinión, y aún más que eso, necesitaba su
apoyo y su amor.

—Todavía está Matteo, y el resto de la Famiglia. Luca tiene que


considerar sus deseos.

—Luca sabe cómo hacer que la gente vea las cosas como él quiere que las
vean. Luca es el Capo más fuerte que Nueva York ha visto en mucho tiempo. Sus
hombres lo admiran, pero no conocen su debilidad.

Luca había engañado a casi todo el mundo sobre su invulnerabilidad,


sobre el hecho de que no le importaba nadie. Sin embargo, Aria era la excepción.

—Luca hará cualquier cosa para seguir siendo Capo. Está en su sangre. En
última instancia, si tiene que elegir entre el poder y yo, elegirá el poder, créeme.

No duda en absoluto de la determinación de Luca para mantenerse en el


poder. Él nació para ser Capo, como yo. Estaba en nuestra sangre.
124
—Quizás. Pero quizás solo estás intentando salvarte a ti y a Luca. Quizás
te das cuenta que tú estando aquí podría significar el fin de la Famiglia.

—Sin importar lo que me hagas, Luca no renunciará a su territorio. Luca


no se inclinará ante nadie.

—Pero tampoco retrocederá y permitirá que te torturen.

Aria se estremeció. Sonreí fríamente.

—No lo hará. Atacará a Chicago y matará a cada hombre. Mostrará


fuerza, no debilidad. Luca es el hombre más despiadado que conozco, Dante, y
he crecido conociéndote. No confundas su posesividad con otra cosa. Soy su
posesión, y derribará tu ciudad y tu hogar para recuperarla.

—Y haré lo mismo con Nueva York. Creciste viendo mi máscara


civilizada, Aria. No lo confundas con mi verdadera naturaleza. Luca lleva a su
monstruo en el exterior; yo mantengo el mío enterrado hasta que lo necesito.

Aria alcanzó la puerta, intentando escapar.

—Aria —advertí. ¿En serio creía que podía escapar? Estábamos en un


área donde Aria estaría en mayor peligro fuera del auto que conmigo.
—Voy a vomitar —dijo, y una mirada a su cara me dijo que decía la
verdad.

Abrí las cerraduras y Aria salió a toda prisa. La seguí y la encontré


inclinada detrás del auto, vomitando.

Le tendí un pañuelo.

—Toma.

Aria estaba temblando cuando se enderezó.

—Gracias. —Las lágrimas corrían por su rostro y parecía estar a punto de


perder el conocimiento. Casi nunca lidiaba con mujeres, excepto las pocas veces
que tuvimos que lidiar con las putas de la Bratva.

Aria se encontró con mi mirada.

—¿Acaso es miedo o algo más? —pregunté. Quería asustarla, pero este


terror abierto era más de lo que anticipé.

—Ambos. Nunca te he tenido más miedo que hoy. —Si esperaba que me
ablandara, estaría decepcionada—. Pero eso no es todo. Estoy embarazada.
125

Una prueba de embarazo confirmó la declaración de Aria. Su embarazo


me daba otra ventaja sobre Luca. Debería haberlo consultado con Rocco de
inmediato, pero teniendo en cuenta estas circunstancias nuevas, estaba bastante
seguro de que me aconsejaría conservar a Aria, y chantajear a Luca con el niño
por nacer.

Pensando en Val y en lo preocupada que estaba por ella porque era tan
vulnerable estando embarazada, supe sin lugar a dudas que Luca se volvería
completamente loco. Perdería la cabeza, y atacaría.

Mantener a Aria como cautiva solo pondría a Val y a Anna en peligro,


porque si apuntaba a su esposa e hijo de esa forma, Luca haría lo mismo con mi
familia. Y si Val descubría que mantenía a una mujer embarazada como cebo,
definitivamente, no me perdonaría. Tenía poca moral, pero no lastimar a una
mujer embarazada era definitivamente una de ellas. Aria no sufriría ningún daño
en mi territorio.
Por supuesto, mientras veía a Aria dirigirse hacia el aeropuerto para volar
de regreso a Nueva York, supe que la estaba llevando a ella y a Luca a una
trampa. Las fotos que se habían tomado confirmarían la naturaleza desconfiada
de Luca. Se creería la mentira ansiosamente, porque esta verdad falsa tendría más
sentido en su cerebro retorcido que la realidad del amor y la fidelidad de Aria.

Era un plan diabólico, pero uno que posiblemente podría destruir a Luca y
con él a la Famiglia, o al menos sacudirlos tanto que fueran vulnerables. También
me haría quedar mal, pero haría que Val se viera como otra víctima y por lo tanto
no le daría a Luca ninguna razón para apuntar a ella o Anna.

Muchos de mis hombres estarían descontentos con esta táctica, dirían que
debería haber conservado a Aria para controlar a Luca. Algunos incluso podrían
decir que no estaba tomando la decisión necesaria para la Organización.
Estábamos en guerra. La misericordia hacia una mujer, especialmente Aria
Vitiello, sería vista como innecesaria, tal vez incluso como una debilidad. Sin
embargo, mi conciencia me había obligado a elegir una mujer inocente por
encima de la Organización.

Me alejé del aeropuerto y llamé a Rocco, informándole sobre la situación


menos del embarazo de Aria. El fotógrafo remitiría las fotos para nosotros esta 126
noche y luego elegiríamos las más comprometedoras para enviarlas a varias de
las revistas y periódicos de Nueva York, con la esperanza de que lograran llegar
al titular en sus prensas en línea de mañana y en sus impresiones reales al día
después. Eso causaría un gran escándalo, uno que daría municiones a los
conservadores en la Famiglia de Luca contra él. Rocco intentó convencerme de
una cooperación con un par de los tíos de Luca que se acercaron a nosotros antes,
pero desconfiaba de los viejos Vitiello incluso más que Luca.

No necesitaba su ayuda.

Ahora necesitaba hablar con Val. Sobre la confianza. Sobre la traición.


V al todavía estaba despierta cuando volví a casa. Mi ira se había
intensificado durante el viaje a la mansión, pero cuando entré en
la habitación y vi a mi esposa muy embarazada sentada al borde
de la cama, amasando sus manos ansiosamente, fue difícil aferrarme a mi furia.
Se puso de pie lentamente, sus ojos nadando de preocupación. Su camisón de
seda roja se extendía sobre su vientre.

—¿Qué le hiciste a Aria?

Por alguna razón, su preocupación por Aria avivó mi ira nuevamente. Me


desabroché los puños y me dirigí al vestidor y no a Val.
127
—Fuiste a una reunión con la esposa del Capo de la Famiglia sin decirme,
sin protección, Val —dije. Me quité la chaqueta y la arrojé sobre una silla cuando
Val apareció en la puerta.

—Aria no es un peligro para mí. La he conocido durante toda mi vida.


Somos primas.

Sacudí mi cabeza, mis dedos firmes a medida que me quitaba la corbata y


desabrochaba mi camisa, a pesar de las emociones sacudiéndome.

Estreché mis ojos hacia ella.

—Estamos en guerra. —No solo era la ira que sentía por su traición.
También estaba preocupado. Se arriesgó demasiado. Esto podría haber sido una
trampa.

Val se apoyó contra el marco de la puerta, acunando su vientre.

—Tú estás en guerra, Dante. La Organización lo está. Pero Aria y yo, no


lo estamos.

Apreté los dientes ante su negativa a aceptar la triste verdad. Esta guerra
era global.
—Podría haber sido un truco. Luca podría haberla enviado para engañarte.
Te arriesgaste demasiado.

Val levantó las cejas.

—¿En serio crees que Aria me habría llevado a una trampa de modo que
Luca pudiera capturarme? ¿Y entonces qué?

—Es algo bueno que nunca lo averigüemos. —Me quedé en bóxer, avancé
para salir, pero Val dio un paso en el camino.

—¿Dónde está Aria? —preguntó Val otra vez, tocando mi pecho


desnudo—. ¿Qué le hiciste?

Agarrándola por los hombros, la aparté suavemente de mi camino y me


dirigí al baño. Por supuesto, Val me siguió.

—Dante, no me ignores ahora. Dime lo que le hiciste a Aria. Merezco


saberlo.

Estampé mis manos contra el lavabo.

—¿Y yo no merecía saber que Aria Vitiello estaba en mi territorio? ¿Que


tenía la intención de encontrarse con mi esposa? ¿Qué quería? ¿Por qué quería
128
encontrarse contigo?

Val palideció ante mi ira abierta.

—Quería hablar de Fabiano. Está preocupada por él por culpa de esta


guerra, por culpa de Rocco.

Sacudí mi cabeza.

—Fabiano es parte de la Organización. No es de su incumbencia.

—Si Leonas fuera parte de otra Famiglia, ¿ya no sería de tu incumbencia?

—Leonas nacerá en la Organización y regirá sobre la Organización. No


habrá nada más para él.

Val bajó la mirada hacia su vientre con el ceño fruncido.

—Pero, ¿y si no quiere serlo?

—Valentina, esta discusión es irrelevante. Leonas será criado para ser


Capo. No habrá nada más. No querrá nada más. Esta discusión ha terminado.

Val se giró, pero su suave respiración entrecortada me indicó que iba a


llorar. Me agarré al borde del lavabo, contando hasta tres, intentando calmarme.
Me enderecé y seguí a Val. Miraba por la ventana, con los hombros temblando.
Estaba cerca de su fecha de parto y vulnerable emocionalmente.

Suspiré. No quería pelear con ella, no en el estado en que se encontraba.


Me acerqué y toqué los hombros desnudos de Val, luego presioné un suave beso
en su cuello.

—Dante —susurró. Nuestros ojos se encontraron en el reflejo de la


ventana y, como de costumbre, me costó mucho seguir enojado con ella cuando
me miró.

—La envié de regreso a Nueva York.

Los labios de Val se separaron con sorpresa.

—¿En serio? —Se dio la vuelta en mi agarre, haciendo que su vientre roce
con mis abdominales.

Quité las lágrimas de sus mejillas pálidas.

—En serio.

Sus cejas se fruncieron.


129
—¿Por qué? Tenerla en tus manos te habría dado una ventaja sobre Luca.

Luca habría perdido la cabeza. Habría orquestado un ataque contra


Chicago. Era una idea que había meditado a menudo, pero ya había tomado mi
decisión y aún estaba seguro que había sido la correcta.

—Aria está embarazada.

Val pareció pensativa por un momento y luego me abrazó.

—Me pareció verla tocarse el vientre un par de veces, pero en realidad no


lo pensé mucho. Estoy muy feliz por ellos. —Se quedó en silencio, al ver mi
expresión. Me importaba una mierda si Luca se convertía en padre. Solo
significaba que Leonas tendría que lidiar con futuros Vitiello. No seguirían
siendo niños inocentes para siempre.

Val sonrió y luego me besó.

—Eso fue lo correcto.

Val pensaba que actué por la pura bondad de mi corazón. No sabía a qué
había enviado a Aria de vuelta. Y no sería capaz de escondérselo para siempre.
—Deberías descansar un poco. Aún tengo trabajo que hacer —le dije, y la
llevé a la cama.

Val se estiró pero sujetó mi mano.

—¿Qué dirá Rocco? ¿Y tus lugartenientes? ¿Qué dejaras ir a Aria, no


causará discordia? ¿O intentarás ocultárselos?

Besé sus nudillos.

—No te preocupes. Me encargaré.

Podía decir que Val quería seguir discutiendo, pero retrocedí y salí de la
habitación.

Cuando encendí mi iPad en la oficina, el fotógrafo ya me había enviado un


correo electrónico. Seguí el enlace al Dropbox y examiné sus fotos. Había hecho
un trabajo maravilloso al tomar las fotos desde un ángulo que hacía que mis
interacciones con Aria parecieran íntimas y secretas. Para alguien como Luca,
estas tendrían el efecto de una bomba nuclear. Estaba predispuesto a sacar las
peores conclusiones posibles. Él y yo siempre esperábamos lo peor de los demás,
de modo que era fácil dar por sentado cualquier acto de traición.
130
Elegí una selección de fotos y luego las envié a Rocco. Él las enviaría a
sus contactos en la prensa, y con suerte para mañana todo el infierno se desataría
en el Famiglia.

Mis ojos ardían de cansancio, pero dudaba que el sueño me encontraría


esta noche. Hoy había sucedido demasiado, incluso más ocurriría mañana.

Al final, me paré y subí las escaleras. Entré en la habitación de Anna,


cuidando no hacer ruido mientras me dirigía hacia su cama. Estaba acurrucada de
lado, con el pulgar en la boca. Solía hacerlo a menudo cuando era más pequeña,
pero finalmente conseguimos que se detuviera. Sin embargo, a veces todavía la
pillaba chupándose el pulgar por las noches. Le aparté algunos mechones de la
cara y luego le saqué el dedo suavemente. Hizo un pequeño sonido, pero no
despertó. Siempre intentaba darle las buenas noches o incluso leerle un cuento
antes de dormir, pero en días como este, a veces volvía a casa cuando ya estaba
dormida. Me incliné y besé su frente, después me dirigí a la habitación.

Val estaba dormida y no despertó cuando me deslicé en la cama junto a


ella. Mañana por la mañana, después del desayuno, tendría que hablar con ella
sobre las fotos. No quería que lo descubriera a través de otros. Los periódicos en
Chicago no publicarían ningún artículo sobre Aria y yo, Rocco y yo nos
aseguraríamos de ello, pero eran cosas que por lo general se extendían como un
reguero de pólvora en la Organización y pronto la gente estaría hablando.

Me froté la sien, cerrando los ojos. Esto tenía el potencial para salirse de
control. Era un movimiento muy arriesgado. Algunas personas en la
Organización estarían furiosas de que hubiera estado en contacto con Aria, no
tanto sobre el asunto de la aventura, otros podrían aplaudirme por tener a una
espía tan cerca de Luca. También tendría que contarle a Giovanni de esto
mañana. Tampoco estaría feliz. Estaría preocupado de cómo afectaría esto a Val.

Eché una mirada a mi esposa dormida. No quería lastimar a Val


emocionalmente. Este movimiento al menos garantizaría su seguridad física. Por
supuesto, puede que no lo vea así. Me senté y salí de la cama. Dormir estaba
fuera de cuestión. Tomé mi teléfono de la mesita de noche, me dirigí al pasillo y
le envié un mensaje de texto a Rocco.

Espera con las fotos por ahora. Tenemos que discutir las consecuencias.

Su respuesta llegó rápidamente.

Ya están enviadas. Lo siento, Dante. Es un buen movimiento en esta


guerra. 131
Suspiré. Tenía razón. Este truco era bueno para la Organización. Aunque,
podría no ser bueno para mi matrimonio, y aunque no debería pasar, mi familia
era más importante para mí que mi juramento.

Ya era demasiado tarde. Las cosas se habían puesto en movimiento.

La presión sobre mi vejiga combinada con el dolor en mi ciática me


despertó antes del amanecer una vez más. Dante ni se movió cuando me metí en
el baño, lo que significaba que había ido a la cama tan tarde otra vez que
probablemente apenas llegaba a su fase de sueño profundo. Después de lavarme
la cara, me salí de la habitación a la planta baja y me preparé un té. La luz de la
oficina me llamó la atención. Me dirigí hacia ella y encontré a Anna acurrucada
en la silla de Dante, mirando hacia abajo en su iPad.
Sonreí por lo linda que se veía con su cabello despeinado y sus ojos
somnolientos.

—Sabes que papi no quiere que entres en su oficina sin su permiso.

La cabeza de Anna se alzó de golpe en sorpresa. Sonrió tímidamente.

—Estaba aburrida.

Sacudí mi cabeza y fui hacia ella.

—No puedes tocar las cosas de papá. Son importantes para su trabajo. —
Y potencialmente traumáticas para un niño pequeño. Anna no entendía lo que
hacía Dante.

—Pero tiene fotos de la tía Aria.

Le quité el iPad, frunciendo el ceño, y miré la foto a la que se refería


Anna. Hice clic rápidamente en una miríada de otras fotos, todas de Aria y
Dante, algunas de ellas inquietantemente íntimas. Intenté ocultar mi sorpresa
porque Anna me observaba con curiosidad.

—¿Por qué no vas a tu habitación y dibujas un poco? Mami sigue estando


muy cansada. Pero más tarde podemos hacer un rompecabezas, ¿de acuerdo?
132
Anna hizo un puchero, pero al final asintió y salió corriendo. Tenía el
presentimiento de que iría directo a nuestra habitación y vería si Dante la
entretenía, o al menos le permitiría ver la televisión, cosa que no haría.

Me hundí en el borde del escritorio y, aunque sabía que Dante estaría


enojado, leí su correo electrónico a Rocco y al fotógrafo.

Debí haber sabido que Dante no había permitido que Aria se fuera por la
simple bondad de su corazón. Era un asesino insensible, un líder brutal de una
organización criminal, y aunque nos amaba a Anna y a mí, sus sentimientos hacia
la mayoría de la humanidad eran indiferentes en el mejor de los casos.

Hice clic en las fotos una vez más, deteniéndome en las que mostraban a
Dante y Aria en un automóvil. Se inclinaba sobre ella, su brazo extendiéndose
entre sus piernas. Sabía que Dante no tendría una aventura, especialmente no con
Aria. Era absolutamente hermosa y una mujer que todo hombre deseaba, pero
Dante era fiel.

¿Cómo tomaron estas fotos? Obviamente era solo un espectáculo, un


espectáculo del que no pensaba que Aria estuviera involucrada. Dante estaba
vehementemente en contra de la violencia sexual en cualquier forma contra las
mujeres. No habría hecho creer que a Aria que abusaría de ella. No podía creerlo.
La puerta se abrió y Dante entró, vestido solo con pantalones de pijama.
Mis ojos se posaron sobre su cuerpo musculoso. Se mantenía en forma. Era el
epítome de la disciplina, se levantaba temprano la mayoría de los días para
entrenar, mantenerse en forma y verse fuerte porque en la actualidad, las
apariencias externas eran una parte importante de ser un líder respetado. Muchas
mujeres deseaban a mi esposo por su poder, por su aspecto, por su
inalcanzabilidad.

Muchas personas se creerían la mentira con entusiasmo si se corría la voz


sobre estas fotos. Especialmente los tradicionalistas que siempre se habían
preguntado por qué Dante había elegido justo a una viuda. Esto les daría la razón,
y aunque intentaba que las opiniones de los demás no me importaran, esto me
irritó. Miré las fotos nuevamente. Esto tenía que ser idea de Rocco Scuderi. Era
despiadado y le encantaba jugar sucio.

Dante se acercó, echando un vistazo a las fotos y luego a mí. Una pizca de
preocupación apareció en su rostro, dándome una satisfacción extraña.

—Val —dijo con cuidado—. Hice que tomaran las fotos…

Lo fulminé con la mirada.


133
—Para así poder hacer que Luca crea que Aria tuvo una aventura contigo.

Me consideró un momento antes de asentir. No era tan despistada. Desde


que Anna nació, rara vez visitaba nuestro casino clandestino. Trabajaba desde
casa, planificaba eventos, llamaba a los apostadores grandes y especialmente a
los políticos, y más importante aún, me ocupaba de las quejas de las prostitutas
trabajando en los muchos burdeles de Chicago. Pero sabía lo que estaba pasando,
sabía cómo funcionaba la política de la mafia, especialmente cuando Scuderi
tenía sus dedos en la mezcla.

—¿Por qué? —pregunté, aunque tenía una sospecha, una que era cruel y
genial a la vez.

Dante se detuvo a mi lado.

—Porque Luca tiende a perder el control cuando se trata de Aria. Actuará


sin pensar. Esto lo dejará vulnerable, un objetivo fácil.

Tan calculador y sin emociones. Evalué su rostro, pero la preocupación en


él era por mí, no por Aria.

—¿Qué hay de Aria? ¿Y si Luca la lastima? ¿La mata?


Estaba empezando a sentirme enferma con solo pensarlo. Luca era brutal.
Incluso si amaba a Aria, aun así, podría matarla. No sería el primer hombre en
matar a su esposa en un ataque de celos. El amor, o lo que muchas personas
hacen de él, ha sido la razón de muchos actos depravados.

Dante tomó mi hombro suavemente.

—No lo hará.

—¿Cómo puedes estar seguro? ¿Me está diciendo que Luca Vitiello, un
hombre que aplastó la garganta de su primo, no es capaz de matar a una mujer en
un ataque de celos?

Dante sonrió extrañamente.

—Luca podría matar a cualquiera por cualquier razón que considere


conveniente. Ni siquiera necesita una razón. Pero Aria es la única persona en este
mundo a la que nunca matará.

Miré a mi esposo, deseando compartir su convicción, deseando poder


entender por qué podía estar tan seguro.

—¿Cómo puedes estar seguro? —repetí enojada. 134


Dante acarició mi mejilla.

—Porque en el fondo Luca y yo somos iguales, compartimos los mismos


demonios, la misma naturaleza cruel. Una naturaleza que nos permite hacer lo
que se debe hacer y nos impide cuidar a los demás. El amor no viene fácil para
nosotros, pero si amamos, nos consume. —La mirada de Dante pareció acariciar
mi cara—. Jamás podría lastimarte, jamás podría matarte, Val. Mi amor por ti
siempre va a impedírmelo, y eso es igual para Luca en lo que concierne a Aria.

—Espero que tengas razón.

—La tengo.

—Pero esto podría destruir su matrimonio, podría desquiciar a Luca por


completo —dije y asentí—. Aunque, eso es lo que quieres, ¿verdad? Quitarle a
Luca su refugio, hacerle perder el control. Esto podría arrojar a la Famiglia al
caos.

—En última instancia, Aria no me dejó otra opción. No podía dejar pasar
esta oportunidad. Entró en mi territorio, si la dejaba ir sin utilizar eso a nuestro
favor, habría parecido débil. Dejarla ir en absoluto ya fue un gran riesgo. No le
debo nada a Aria.
Tragué con fuerza.

—Es la madrina de Anna.

—Jamás volverán a verse otra vez, a menos que Luca se rinda o muera, y
entonces tal vez habrá paz de nuevo.

Toqué mi vientre. ¿Leonas crecería en un mundo de guerra? ¿Reinaría


sobre la Organización aún en guerra? Eso me asustó.

Dante besó mi sien y luego acarició mi vientre.

—¿Cómo te sientes?

Casi reí porque me sentía miserable. Por supuesto, él se refería


físicamente.

—Bien. Leonas está muy activo hoy —dije con una pequeña sonrisa a
pesar de la tensión que sentía. Tomé la mano de Dante y la llevé al lugar donde
Leonas estaba pateando.

La expresión de Dante se suavizó.

—Te das cuenta que estas fotos también provocarán un escándalo en la 135
Organización. Seré la pobre mujer embarazada que fue engañada, con la mujer
más hermosa que tenía la Organización para ofrecer a Luca. Eso les dará
municiones nuevas a todos los entusiastas de la Pareja Dorada. Apuesto a que
algunos incluso esperarán que Aria regrese a Chicago para poder casarse contigo.

Dante hizo una mueca como si probara algo amargo.

—El rumor de la Pareja Dorada siempre ha sido una tontería. —Acunó mi


cara, sus ojos casi enojados—. Y por lo que a mí respecta, Valentina, eres la
mujer más hermosa en la Organización.

—Aria ya no es de la Organización —le recordé, porque merecía sufrir


por esta treta.

Dejó escapar un suspiro.

—Para mí eres la mujer más hermosa.

No dejaría que sus palabras me apacigüen.

—¿Y si los rumores sobre tu aventura alcanzan los oídos de Anna con el
tiempo? Aún es demasiado joven para comprender, pero entenderá que es algo
malo.
—No va a enterarse. Val, estas fotos no serán publicadas en ninguna parte
de mi territorio.

—La gente hablará. Se propagará.

Dante asintió lentamente.

—Sí, no seré capaz de silenciar a todos en la Organización, sin importar lo


que haga. Tendrás que soportar algunas de las consecuencias de mis acciones,
incluso si nunca quise que lo hicieras. Lo siento.

Me aparté con los ojos muy abiertos.

—¿Qué pasa?

—Creo que esta es solo la segunda vez que dices que lo sientes.

Sonrió sombríamente.

—He tenido muchas más razones para disculparme contigo, lo sé, pero no
es algo en lo que soy muy bueno.

—Lo sé. Y agradezco tu disculpa, pero aun así desearía que hubieras
encontrado otra forma de atacar a la Famiglia en lugar de inventar el rumor de 136
una aventura.

Dante no dijo nada pero podía decir que tal vez parte de él estaba de
acuerdo.
—L
as fotos aún no han aparecido en ninguna parte —
dijo Rocco a modo de saludo al entrar en mi oficina a
la tarde siguiente.

—Luca debe haber logrado sobornarlos. Pero las ha visto, no tengo dudas.

Rocco asintió pensativamente mientras se hundía en el sillón frente a mí.

—Mis contactos con la prensa más allá de nuestras fronteras son muy
limitados. Estoy esperando que alguno de esos periodicuchos tenga las bolas para
publicar un artículo. Es un escándalo que ninguno de ellos debería dejar pasar. 137
—Así es —digo. Tenía que admitir que no estaba del todo descontento
con el hecho de que las fotos no llegaran a los titulares. Los posibles rumores
habían preocupado a Val más de lo que anticipé, tal vez por su embarazo, pero no
quería estresarla más de lo absolutamente necesario—. Estoy seguro que Luca
me enviará pronto algún tipo de mensaje.

—Supongo que uno sangriento. Dudo que te dé una llamada.

Sonreí sombríamente. Luca definitivamente enviaría una advertencia


sangrienta de lo que estaba por venir. Querría retribución, sin duda alguna.

—Podría decirle a Fabiano que llame a Liliana o Gianna con el pretexto de


querer hablar con ellas. De esa manera podría ser capaz de conseguir información
de lo que esté pasando en el hogar Vitiello. Luca debe haber confrontado a Aria a
estas alturas.

Asentí lentamente. Gianna y Liliana podrían revelar algo a su hermano.


Había comenzado su proceso de iniciación, de modo que necesitaba aprender a
hacer incluso las tareas más difíciles, como tender una trampa a sus hermanas.
Me pasé una mano por el cabello. Cuando había sido un hombre joven, soñé con
ser un hombre mejor, un Capo mejor. Por desgracia, no podía ser ninguno.
—¿Ya le has dicho a Giovanni?

Sacudí mi cabeza.

—Voy a reunirme más tarde con él. Livia y él vendrán a cenar para ver a
Anna y ver cómo está Val.

—¿Solo dos semanas más? —preguntó Rocco.

Asentí. Me había preocupado que Leonas llegara antes de tiempo como


Anna, pero hasta el momento, el segundo embarazo de Val había ido sin
complicaciones.

Rocco sacudió la cabeza, luego una expresión de orgullo cruzó su rostro.

—También estoy por convertirme en padre. Aún es demasiado temprano


de modo que no lo hemos anunciado, pero si las cosas van bien, mi hijo recién
nacido y tu Leonas podrían llegar a ser amigos.

—Felicidades —dije. Hasta ahora Rocco no había sido un buen padre con
sus hijos. Esperaba que hiciera un mejor trabajo con este niño.

Conduje a Rocco hacia la puerta principal. Val se cernía en la escalera y le


dirigió a Rocco su sonrisa oficial, pero algo en su rostro me indicaba que tenía
138
dolor. Al momento en que Rocco salió por la puerta, avancé hacia ella.

—Val, ¿qué pasa?

Ella sonrió.

—Estoy en trabajo de parto. Creo que Leonas no quiere esperar más.

—¿Ahora?

Se rio y luego hizo una mueca.

—Bueno, este es mi primer parto natural, al menos espero que lo sea… así
que no sé cuánto tiempo lleve esto, pero es probable que tenga tiempo para
llamar a mis padres de modo que se encarguen de Anna y agarrar mi bolsa para
el hospital.

—¿Esto es otra vez por mí? —La última vez, el embarazo de Val había
sido horrible porque le hice la vida tan difícil. ¿Su trabajo de parto estaba
vinculado a nuestra conversación de ayer?

Puso los ojos en blanco.


—No todo se trata de ti, Dante. Este bebé ya está grande. Me alegra que
quiera salir un poco antes. Ahora, busca mi bolso y a Anna. Llamaré a mis
padres.

Asentí y subí las escaleras corriendo.

Quince minutos después, estábamos en el automóvil camino a la casa de


los padres de Val para dejar a Anna.

—¿Estás segura que podemos hacer este desvío? —le pregunté


nuevamente. El trabajo de parto no era algo que podías controlar y me estaba
volviendo loco.

Val me miró, aferrándose el vientre.

—Estoy segura. Llamé a mi partera y ella dijo que aún me quedan unas
horas.

Me pregunté cómo lo sabría la mujer. A veces estas cosas se aceleraban


inesperadamente. Giovanni y Livia esperaban en los escalones delanteros cuando
nos detuvimos. Anna comenzó a llorar cuando Livia intentó apartarla de las
piernas de Val.
139
—Está bien, cariño —canturreó Livia—. Tu mami estará bien.

Los gritos lastimeros de Anna me desgarraron y, por lo general, la habría


consolado, pero tenía que llevar a Val al hospital.

Solo cuando finalmente llegamos al hospital me tranquilicé un poco.

Como Val había dicho, el parto tardó seis horas más y ya era tarde cuando
Leonas emitió su primer grito.

Era mucho más grande que Anna. Unas pocas semanas hacían una gran
diferencia. La partera lo puso en los brazos de Val de inmediato y rodeé sus
hombros con mi brazo. Se parecía a las fotos que había visto de mí cuando bebé.

—Es igual a ti —dijo Val con una risa.

—Tal vez consiga tus ojos.

—Ya veremos —susurró ella y acarició su espalda suavemente. Era


extraño pensar que uno de los momentos más felices de mi vida le siguió muy de
cerca a un acto de guerra. Tal vez era un recordatorio de que necesitaba
concentrarme en lo bueno de mi vida, incluso si el mal siempre sería mi
compañero más cercano.
Las felicitaciones de padre llegaron con rapidez después de escuchar del
nacimiento de Leonas. Aunque no hubiera mostrado ni el más mínimo interés en
conocer a Anna, ahora no podía esperar a conocer a mi hijo, el heredero de
nuestro linaje cómo nunca dejaba de enfatizar. No se lo mencioné a Val, incluso
aunque era muy consciente de la opinión de mis padres.

A Val se le permitió salir del hospital al día siguiente. Quería que volviera
a casa lo más rápido posible, considerando el conflicto escaldándose con la
Famiglia.

—No puedo esperar a que Anna conozca a su hermanito. Espero que su


emoción no desaparezca una vez que se dé cuenta que en realidad no es un
juguete —dijo Val a medida que entrábamos en nuestra mansión. Giovanni y
Livia traerían a Anna más tarde y se quedarían a almorzar.

—Estoy seguro que se llevarán bien. Es bueno para ella compartir nuestra
atención.
140
—Lo sé —dijo Val, sonriendo a Leonas, quien estaba profundamente
dormido en su portabebés. Acaricié su espalda. No había dejado su lado desde
que dio a luz. Mi instinto protector estaba en su punto álgido y era difícil
suprimir el sentimiento.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y el nombre de Rocco apareció


en la pantalla. Tenía el presentimiento de que esto era una actualización de la
situación de la foto. No estaba seguro de querer saberlo en este momento, pero
los negocios no podían esperar.

—Está bien. Atiende la llamada —dijo Val—. Iré a la cocina para


mostrarles a Gabby y Zita a nuestro Leonas. Probablemente están ocupadas
preparando el almuerzo. Huelo pollo asado.

La besé, luego presioné el teléfono contra mi oreja.

—¿Qué pasa, Rocco?

—Felicidades por tu hijo —dijo, pero podía decir por el sonido de su voz
que ese no era el motivo de su llamada. Algo había pasado.
—¿Qué está pasando? —pregunté en voz baja, dirigiéndome a mi oficina
de modo que Valentina no pudiera escuchar nada por casualidad. No necesitaba
preocuparse.

—El fotógrafo desapareció.

—¿Qué quieres decir con que desapareció?

—Intenté llamarlo, pero no contesta. Después llamé en su agencia y me


dijeron que no logran localizarlo. Envié a alguien a su apartamento para ver
cómo estaba, pero no estaba allí. Su auto sigue estacionado en su lugar habitual.

—¿Crees que alguien de la Famiglia lo secuestró? —Era la explicación


lógica, casi demasiado lógica para Luca después de ver las fotos de Aria
conmigo.

—Sí. O podría ser el topo.

Mi boca se apretó. Habíamos sospechado de un espía en nuestras filas por


un tiempo, pero no teníamos ninguna pista sobre quién podría ser.

—Aunque, teniendo en cuenta que las fotos aún no han llegado a los
titulares, puede que la intención de Luca sea asegurarse que siga siendo así. 141
—Podemos filtrar las fotos directamente a varias plataformas de redes
sociales. Una vez que estén en línea, ni siquiera Luca podrá evitar que se
propaguen.

—No, Luca ya está fuera de control. Cometerá errores. Eso es lo que


queríamos. Mira lo que le hizo a los moteros. Es impredecible. Las fotos lo
golpearon donde se suponía que debían hacerlo. —El baño de sangre en Jersey
había sido discutido con entusiasmo en varios foros en línea en la red oscura, con
muchas especulaciones apuntando hacia Luca. No tenía ninguna duda de que fue
él.

—De acuerdo. ¿Qué se supone que debemos hacer con el fotógrafo?

—A estas alturas ya estará muerto, o deseando estarlo. Nuestro enfoque


debe estar en encontrar al posible espía en nuestras filas.

—Por lo que escuché, Luca comenzó a deshacerse de la gente indeseable


en la Famiglia.

Por supuesto que sí. Daría rienda suelta a su ira sobre cualquiera que
alguna vez se opusiera a él y mataría a tantos de sus oponentes como sea posible.
Antes de convertirme en Capo comencé a eliminar a los soldados que no
me eran leales. Luca tenía mucho con qué ponerse al día.

—Ataca sus fronteras e intenta entablar una cooperación con los MC en su


territorio.

—No cooperan muy bien. Siguen sus propias reglas. Jamás podremos
saber si podemos confiar en ellos.

—No tengo absolutamente ninguna intención de confiar en ellos. Quiero


que lleven a cabo ataques contra los clubes de la Famiglia y las instalaciones de
almacenamiento. Y nosotros le proporcionaremos drogas y armas a cambio.

—Probaré suerte. Ahora mismo, no tengo ninguna relación estrecha, pero


intentaré construirlas.

El timbre sonó.

—Tengo que colgar. Mantenme informado.

Salí de mi oficina justo cuando Gabby abrió la puerta principal. Anna me


vio de inmediato y corrió hacia mí, la falda de su vestido a cuadros revoloteando
alrededor de sus cortas piernas. La alcé y besé su mejilla. Livia había vuelto a 142
peinarla con trenzas francesas, el peinado favorito de Anna.

—¿Dónde está? —preguntó con entusiasmo.

Sonreí, señalando hacia la puerta de la cocina donde Val acababa de salir


con Leonas en su brazo. Los ojos de Anna se abrieron de par en par.

—¡Es blanco!

Me reí.

—Es rubio pálido, pero su cabello probablemente se oscurecerá un poco


con los años como el mío.

Anna me miró.

—¿Tu cabello era blanco cuando eras un bebé?

—Sí, como el cabello de Leonas.

—¿Y yo tengo el cabello de mamá?

Val sonrió a medida que se detenía a nuestro lado.

—Casi.
Giovanni y Livia se unieron a nosotros, sonriendo con orgullo.

—¿Ha ido todo bien? —preguntó Val a sus padres y luego besó la frente
de Anna.

—Todo ha ido de maravilla —dijo Giovanni, pero sus ojos se dirigieron


hacia mí y se tensaron. Desde que se enteró del montaje de las fotos, mantuvo su
distancia conmigo. Asumía porque se preocupaba, de lo contrario, mostraría su
ira. Ser mi suegro y lugarteniente resultaba complicado.

Livia arrulló a Leonas, pero no despertó.

—¿Papi? —Anna miró hacia mí—. ¿Por qué está dormido?

—Está cansado.

—Pero quiero conocerlo.

Acaricié su cabello.

—Pronto, Anna. —Ella lo contempló, con la cabeza inclinada hacia un


lado como si fuera un juguete que no entendiera. Val me dio una sonrisa
pequeña, luciendo exhausta y feliz. Y sin importar cuán difíciles estuvieran las
cosas en la Organización, esta visión siempre me daba esperanza para nuestro
143
futuro.

Todos nos dirigimos hacia el comedor. Puse a Anna en el suelo para que
así pudiera seguir a Val y hacerle preguntas sobre Leonas.

—¿Puedo tener unas palabras contigo? —preguntó Giovanni cuando las


mujeres se instalaron en la mesa de comedor.

—Por supuesto —respondí y lo llevé a unos pasos de distancia—. Sé que


no apruebas mi plan.

Giovanni sacudió la cabeza.

—Debía haber habido otra forma de manejar la situación, Dante. No me


gusta la forma en que esto podría afectar a Val.

—Nadie sabe nada.

—Todavía. Para ser honesto, me alegro que Luca lograra mantener las
fotos lejos de los titulares.

No dije nada, no estando dispuesto a admitir que también me alegraba. De


todos modos, el plan estaba funcionando como debía, así que estaba decidido a
presentarlo como un éxito, al menos por apariencias externas.
—Este plan afirmó mi sospecha de que tenemos un espía en nuestras filas.
El fotógrafo fue secuestrado, y dudo que Luca pudiera haber enviado a alguien
de su Famiglia tan rápido. Tendrían que preguntar por la dirección, y eso habría
atraído mucha atención. El trabajo debe haberlo hecho alguno de nuestros
hombres que sabía dónde encontrarlo.

—El hombre ha estado en nuestra nómina por años. Mucha gente sabe de
él. La lista de posibles espías sería muy larga.

—Lo sé. Necesitamos escribir todos los nombres posibles y repasarlos. Si


podemos reducirlo a ciertas personas que podrían tener razones para estar
insatisfechos con su posición en la Organización, los llevaremos a un lado y
hablaremos con ellos. Si actúan sospechosos, intensificaremos nuestros
esfuerzos.

Giovanni frunció el ceño.

—No me gusta la idea de un espía entre nuestros hombres. ¿En serio crees
que ese es el caso?

—Espero que no, pero creo que debemos aceptar la posibilidad. ¿Tienes
algún sospechoso aparente? —Giovanni miró hacia otro lado con una expresión 144
distante. Algo en su rostro me hizo creer que había alguien que tenía en mente,
pero que todavía era reacio a nombrar—. ¿Giovanni?

Sacudió la cabeza rápidamente.

—Tendré algunos nombres para ti hoy mismo y los enviaré por correo
electrónico. Creo que deberíamos unirnos a nuestras esposas, nos están
esperando.

Tenía razón. Val y Livia nos estaban mirando. Los platos ya estaban
llenos de comida. Incliné mi cabeza, pero mi sospecha permaneció intacta. Si
Giovanni dudaba en revelar un nombre, debía ser alguien cercano a él, de modo
que era uno de sus soldados más cercanos o su familia.

—¿Orazio todavía está en Chicago? Ha estado trabajando muy de cerca


con la Famiglia y podría tener pistas sobre posibles sospechosos.

La expresión de Giovanni se oscureció.

—Ayer tuvimos una discusión. No he hablado con él desde entonces. Se


supone que va a ayudarme durante la próxima semana con nuestro nuevo
laboratorio de drogas.
No había visto a Orazio en un par de meses. Desde que la guerra con la
Famiglia había estallado otra vez, trabajaba en su mayoría para Pietro en
Minneapolis y solo de vez en cuando Giovanni insistía en Chicago como había
sido el caso de las últimas dos semanas, pero no habíamos cruzado caminos.
Había sido un conflicto constante entre los dos que se negara a regresar
finalmente a Chicago para trabajar con su padre. Después de todo, se suponía que
Orazio asumiría su lugar como lugarteniente en algún momento. Sabía que
Giovanni estaba ofreciéndole la posición bajo la condición de que Orazio se
estableciera y se casara con una mujer que sus padres eligieran para él. No me
había involucrado hasta ahora, ni como cuñado de Orazio ni como Capo. No era
parte de mis funciones obligarlo a una unión de la que era reacio. Pero con el
tiempo, Orazio tendría que reemplazar a Giovanni, de modo que uno de ellos
tendría que ceder.

Val me dio una mirada inquisitiva. Suavicé mi expresión. No quería darle


razones para preocuparse. Solo debía centrarse en nuestro hijo recién nacido, no
en los problemas entre su padre y su hermano.

Después del almuerzo, me dirigí a la oficina e intenté llamar a Orazio,


pero fue directo al buzón de voz. En cambio, llamé a Pietro, preguntándome si
Orazio había regresado a Minneapolis sin decirle a su padre. Habría preferido 145
pasar el día con Val y los niños, pero como Capo, no podía dejar que los
problemas se salieran de control. Tal vez necesitaba hablar con Orazio. El
conflicto entre Giovanni y él afectaba sus trabajos y a Val, ambos casos
inaceptables.

—Dante, es bueno saber de ti —dijo Pietro—. ¿Leonas y Val están en


casa?

Era fácil entender por qué Ines estaba tan feliz con él. Era uno de los
mafiosos más fáciles de llevar que conocía, pero eso no lo hacía ser menos
eficaz. Dominaba el arte de canalizar su lado oscuro. Una de las razones por las
que lo admiraba.

—Sí, justo esta mañana. Prefiero tenerlos en la mansión ahora mismo.

—Comprensible. He estado pensando en tener protección adicional para


Ines y los niños. Aunque, Ines no está muy contenta con la perspectiva de más
guardias dentro y alrededor de la casa.

—Dudo que Luca los apunte, aun así, ciertamente recomendaría la


precaución.

—Asumo que no llamaste para hablarme de Leonas y Val. ¿Hay


novedades con las fotos?
—Giovanni, Rocco y yo haremos una lista con posibles espías.

Pietro guardó silencio por un momento.

—¿Y quieres algunos nombres de mi parte? ¿O soy uno de los


sospechosos?

Lo dijo en broma, pero me pregunté si Pietro estaba preocupado por mi


confianza en él. Nunca le había dicho explícitamente lo mucho que apreciaba su
lealtad. Era uno de los últimos hombres en el que sospecharía alguna vez, no solo
porque las consecuencias serían devastadoras, si fuera el caso. Era una decisión
que jamás querría enfrentar.

—Confío en ti, Pietro. Ines confía en ti. —Era todo lo diría.

Pietro se aclaró la garganta.

—Entonces, ¿quieres nombres? ¿Crees que uno de mis hombres podría


estar entre los traidores?

—Espero que solo haya una rata. Y no tengo en mente a ninguno de tus
hombres. Orazio ha estado en contacto con muchos soldados que trabajaron
estrechamente con la Famiglia a lo largo de los años. Me gustaría hablar con él. 146
—Estoy seguro que puede darte una lista de personas que se llevaban
demasiado bien con los soldados de la Famiglia. Pero… —vaciló—… ¿por qué
me llamas a mí? Orazio ha estado en Chicago por dos semanas y hasta ahora no
ha regresado a Minneapolis. Giovanni me dijo que iba a ayudarlo con el
laboratorio otra semana más. ¿No crees que Orazio irá a visitar a Leonas y Val?

—Giovanni tuvo una discusión con él, así que supuse que regresó sin decir
una palabra.

—Oh, bueno, aún no me ha llamado. Te haré saber si aparece por aquí.


Tal vez solo necesitaba algo de tiempo para calmarse. ¿No sabe que Leonas
nació?

Mi naturaleza sospechosa alzó su cabeza, pero la empujé hacia abajo.

—Val le envió un mensaje de texto. Él la felicitó, pero no ha llamado ni se


presentó. Tal vez quiere evitar a Giovanni y planea una visita sorpresa más tarde
hoy o mañana.

—Tal vez —dijo Pietro—. Giovanni le hizo pasar un mal rato por esa
chica suya. Pero rompieron hace tantos años que pensé que habrían hecho las
paces a estas alturas.
—Se toleran mutuamente en el mejor de los casos —dije. No me había
involucrado en sus asuntos familiares. Giovanni había querido mantener la cosa
en secreto, no le había contado a nadie salvo a Pietro porque valoraba su
aportación. Valentina y yo ni siquiera nos habíamos casado cuando ocurrieron las
cosas entre Orazio y la chica, y para entonces, había estado de luto.

Pietro suspiró.

—¿No piensas que…?

Pero no expresó lo que no quería considerar.

—Es un buen soldado y es de la familia. Orazio nunca traicionaría a la


Organización. —Era un hecho de que confiaba en él porque la alternativa era
absolutamente inaceptable.

—Lo es.

Pero también trabajó muy de cerca con la Famiglia durante su tiempo en


Cleveland, y habló con Matteo durante mucho tiempo en mi boda con Val.
Empujé el pensamiento a un lado.

—Es de la familia, y la familia a veces peleas. Entrará en razón. Giovanni 147


puede ser difícil.

Observé el marco de fotos en mi escritorio con una foto de Val, Anna y yo


durante un día en Great Lakes el verano pasado. Val tenía la misma foto en su
escritorio en su oficina de arriba, así como una foto de nuestra familia más
amplia, incluyendo a Orazio. Había intentado intensificar su contacto y habían
hablado por teléfono al menos una vez al mes. Desde el nacimiento de Anna,
Orazio incluso la había visitado cada dos meses. Val quería a su hermano aunque
no fueran tan cercanos como quería.

Si Orazio era el traidor…

Mi pecho se apretó teniendo en cuenta lo que tendría que hacer. No


dudaría en matarlo. Lo interrogaría personalmente. Sería una cobardía no
hacerlo, e incluso si no lo hacía con mis propias manos, Val estaría devastada de
igual forma. ¿Podría vivir con eso? ¿Podría perdonarme si matara a su hermano?
¿Y qué hay de Livia?

—Estoy seguro que te sorprenderá por la tarde.

—Eso espero. —Mi voz sonó de acero, pero mi interior era un infierno
devastador.
Después del desayuno del día siguiente, Leonas estaba durmiendo a mi
lado en el sofá mientras leía un libro ilustrado con Anna acurrucada a mi costado.
Apenas se separaba de mí desde que sus abuelos la habían llevado a casa ayer.
Podía decir que le preocupaba que ya no tuviera tiempo para ella ahora que nació
Leonas. Pasé la página, acariciando su cabello y seguí leyendo.

Mi teléfono sonó, sobresaltándome, pero por suerte no a Leonas. Contesté


cuando vi que era Orazio.

—Hola, hermanito —dije con una sonrisa. En los últimos años, nuestra
relación había mejorado nuevamente y eso me hacía delirar de la felicidad.

—Hola, Val. ¿Cómo estás? Lamento no haber llamado antes.

—No te preocupes. Creo que papá está manteniéndote ocupado de modo


que no te metas en problemas. 148
Hizo un sonido evasivo, que solo podía significar que habían tenido otra
pelea.

—Por ahora no estamos en condiciones de hablarnos.

—¿Otra vez? ¿Pero pensé que ibas ayudarlo con el nuevo laboratorio de
drogas?

Otro gruñido.

—No hablemos de eso. Quería ir esta tarde para ver a mi sobrino, ¿está
bien?

—Por supuesto. ¿Te quedarás a cenar?

—No… no, no puedo.

No pregunté por qué. Orazio siempre desaparecía. Era un mujeriego, o eso


decían los rumores y asumía que prefería pasar las noches con una conquista que
con su hermana y sus dos hijos pequeños, o su jefe. Dante y él nunca se habían
convertido en verdadera familia. A Orazio le resultaba difícil ignorar el hecho de
que Dante era su Capo.

—Tengo que colgar. Nos vemos más tarde.


—Hasta entonces —dije. Parecía que Orazio estaba en el auto.

—¿Quién era? —preguntó Anna con curiosidad.

—Tu tío Orazio. Vendrá a visitarnos esta tarde.

—¡Yay!

Sonreí ante su deleite evidente, y luego agarré a Leonas y me puse de pie.

—Ven. Vamos a buscar a Zita para decirle que tendrá que hornear el
pastel favorito de Orazio.

Después de hablar con Zita y Gabby, me dirigí hacia la oficina de Dante


para hablarle de la visita de Orazio. Prefería saber quién ponía un pie en nuestra
mansión. Su actitud protectora en realidad no había disminuido ya que ahora
tenía dos niños pequeños de los que preocuparse. Llamé y luego entré. Anna
corrió inmediatamente hacia su padre y él la levantó en su regazo.

Las cejas de Dante se fruncieron preocupado. La situación con la Famiglia


le había pesado mucho en estos últimos días.

—¿Esto es un recordatorio de que trabajo demasiado?


149
—¡Sí! —bramó Anna, sonriendo a Dante radiante. Él la rodeó con un
brazo y una sonrisa.

—De acuerdo.

—Llamó Orazio. Vendrá a visitarnos.

El comportamiento de Dante cambió, tornándose vigilante y enfocado.

—¿En serio? ¿Dónde está ahora?

Apreté los labios.

—¿Supongo que en Chicago? ¿No está ayudando a mi padre?

La pregunta de Dante me confundió, y al mismo tiempo me preocupó.

—Ni tu padre ni yo pudimos contactarlo desde ayer.

—Dijo que tuvo una pelea con papá. Quizás necesitaba tiempo para
calmarse.

—Eso es lo que dijo Pietro.

—Le preguntaste a Pietro si Orazio había regresado a Minneapolis.


Dante miró a Anna, quien había empezado a dibujar sobre la base de uno
de los papeles en su escritorio. Pero tenía el presentimiento de que también lo
estaba haciendo a propósito para evitar mis ojos.

—Prefiero saber sobre el paradero de mis hombres.

Entonces caí en cuenta, y la indignación se alzó en mí.

—No puedes considerar seriamente a Orazio haciendo algo contra la


Organización. Es mi hermano, Dante. Por Dios, por favor, no arrastres a nuestra
familia aún más en esta guerra de lo que ya estamos.

Dante levantó la vista con expresión dolida.

—Nunca quise arrastrarte a esto. Pero es inevitable.

Anna miró entre nosotros. Intentábamos no discutir delante de ella y ya


me arrepentía de mi arrebato, pero desde que comenzó la guerra, Dante
sospechaba de enemigos en cada esquina. Si su paranoia ahora se extendía a la
familia, eso era simplemente demasiado.

Dante se levantó y dejó a Anna en la silla de su escritorio.

—¿Puedes dibujarnos algo?


150
Anna asintió y se inclinó sobre la hoja con una mirada de aguda
concentración en su precioso rostro. Leonas se movió en mi agarre y lo balanceé
suavemente de modo que no empezara a llorar.

Dante enderezó su chaleco antes de dirigirse hacia mí, tocando mi


hombro.

—Val, no sospecho de Orazio. Pero su conflicto con tu padre es algo que


me preocupa mucho. Necesita hacer las paces con él y cumplir con sus deberes.

No capté ni una pizca de engaño en el rostro de Dante pero una pequeña


parte de mí seguía preocupada.

—Lo sé —dije en voz baja—. Papá espera mucho de Orazio, pero mi


hermano quiere tener un poco de libertad. Tal vez es por eso que no está
dispuesto a establecerse con una de las posibles novias que papá sigue
empujando sobre él.

—Tiene que casarse en algún momento.


—No todo el mundo quiere conformarse con menos que el amor —dije,
aunque ni siquiera estaba segura si Orazio deseaba amor y eso lo contenía o solo
quería seguir divirtiéndose.

—No tuvimos que conformarnos —dijo Dante con firmeza, atrayéndome


más cerca, pero con cuidado de no aplastar a nuestro hijo dormido—.
Trabajamos por nuestro amor, y fuimos recompensados.

Alcé una ceja con una sonrisa burlona.

—¿Lo hicimos?

Dante suspiró y besó mi boca.

—Lo sé, al principio hiciste todo el trabajo. Si no fuera por tu terquedad,


todavía estaría…

—¿... enfurruñado en tu oficina?

Una pizca de exasperación parpadeó en sus ojos.

—... atrapado en el pasado.

—¡Listo! —exclamó Anna. 151


—Hablaré con Orazio —le prometí.

—También hablaré con él cuando venga.

—No vayas como Capo con él.

—Soy su Capo, Val. Dudo que alguna vez me vea de otra forma.

Asentí.

—De acuerdo. Se supone que Bibi debe venir en cualquier momento para
almorzar. ¿Te unirás a nosotras o vas a trabajar?

—Necesito trabajar. Estoy seguro que ustedes dos tienen mucho de qué
hablar.

Anna saltó de la silla y corrió hacia nosotros, blandiendo su dibujo con


entusiasmo.

—¡Miren!

Dante se puso en cuclillas a su lado y contempló, su obra de arte


pacientemente a medida que le explicaba cada figura de palo. Reprimí una
carcajada ante su expresión seria. Me encantaba verlo con Anna, cómo intentaba
hacerla sentir validada con todo lo que hacía.

Quince minutos después, Bibi llegó a nuestra mansión para una cita de
juegos. Luisa y Anna se amaban mutuamente, un hecho que me hacía
absolutamente feliz. Me alegraba que Anna tuviera una de sus mejores amigas
viviendo cerca porque siempre estaba triste de no poder ver a Sofia tan a menudo
debido a la distancia entre ellas.

Asentí hacia los guardias sentados en el auto delante de la casa quienes


trajeron a Bibi. No tenía licencia para conducir a diferencia de mí, pero incluso
yo casi nunca conducía ahora que tenía a los niños. De todos modos, Dante no
quería que fuera a ningún lugar sin Taft o Enzo, o preferiblemente ambos.

Bibi se veía espléndida con un vestido de lana ajustado y su cabello


castaño suelto mientras caminaba hacia mí, sosteniendo a Luisa de la mano quien
estaba vestida con un lindo vestido rosa. Luisa era exactamente igual que Bibi
152
cuando niña, un hecho por el cual estaba muy agradecida ya que Bibi no
necesitaba más recordatorios de su brutal esposo muerto. La abracé de lado,
sosteniendo as Leonas, y luego arqueé las cejas.

—Te ves impresionante. ¿A quién intentas impresionar? Ahora me siento


mal vestida.

Había optado por pantalones chinos cómodos y una blusa que permitía un
acceso rápido a mis senos para amamantar a Leonas.

Ella se sonrojó, mirando alrededor en vergüenza como si alguien nos


pudiera escuchar, y me hizo pasar. Anna abrazó a Luisa y luego corrieron arriba,
probablemente, para jugar en la habitación de Anna.

Bibi arrulló a Leonas, evitando mis ojos deliberadamente.

—Bibi, escúpelo.

—Acabas de dar a luz, Val. Deberías ser el centro de atención, no yo. No


puedo hablarte de mis citas.

La empujé ligeramente.
—Bibiana, has pasado años viviendo en la miseria y tuviste que escuchar
las historias felices de todos. Ahora es tu turno. Por favor, necesito la distracción.
—En realidad no quería preocuparme por Orazio y mi padre nunca más.
Entonces me di cuenta de lo que dijo—. ¿Citas, como en más de una? Pensé que
me necesitabas como chaperona.

Bibi pareció mortificada.

—Lo sé… pero tenías a Leonas…

—Y no podías esperar a conocer a Dario tan pronto como sea posible.

—Solo hemos tenido dos citas —admitió con una risita avergonzada a
medida que entrábamos en la sala de estar.

—¿Y?

—Es muy encantador. —Sus mejillas se tornaron aún más roja y se


concentró en Leonas una vez más. Era adorable lo avergonzada que estaba Bibi
por su vida amorosa. Nunca antes tuvo un flechazo o estuvo enamorada, así que
esto me dejó delirantemente feliz por ella—. ¿Puedo cargarlo? ¡Es absolutamente
adorable!
153
Asentí. Tomó a Leonas de mis brazos y lo meció suavemente, luciendo
definitivamente embelesada. Quizás Bibi volvía a tener la fiebre de los bebés.
Nos sentamos una al lado de la otra en el sofá. Gabby ya había preparado una
taza de té y un surtido de los macarrones favoritos de Bibi. Sentía que había
estado comiendo constantemente desde que regresamos a la casa.

—Bibi, me estás ocultando algo.

Se mordió el labio y luego se encontró con mi mirada.

—Dejé que me besara después de nuestra segunda cita. No quería…

—Forzarlo…

—Dios no —dijo Bibi rápidamente—. Quiero decir, me prometí no


permitir la cercanía porque no quería darle una impresión equivocada, pero
entonces solo… no lo sé. Estaba tan cerca y olía tan bien, y simplemente sucedió.

—Entonces lo besaste —dije con una sonrisa—. ¿Y qué? Eres una mujer
adulta. Y mereces disfrutar un poco.

Bibi sacudió la cabeza.


—Sabes lo que va a decir la gente si se enteran que besé a un hombre con
el que no estoy casada.

—Nadie va a enterarse y si lo hacen, será mejor que mantengan sus


opiniones para sí. Nadie merece esto más que tú. Entonces, ¿cómo estuvo?

Bibi sonrió.

—Simplemente fue… guau. Nunca antes he sentido nada igual, como si


cada parte de mí se derritiera. Tuve muchos problemas para alejarme.

Uní nuestros dedos, incapaz de dejar de sonreír a pesar de mi


preocupación por Orazio y la guerra.

—Entonces, la próxima vez no te alejes. ¿A quién le importa?

Bibi sacudió la cabeza, pareciendo decidida.

—No. No puedo ser egoísta con esto. Quiero que Luisa tenga el mejor
futuro posible y no quiero que la gente hable a sus espaldas de cómo su madre
tuvo una aventura.

Apreté su mano.
154
—Dario es abogado. Estoy segura que tiene sus maneras de ser astuto al
respecto.

Bibi soltó una risita pero luego se puso seria.

—Quiero hacer esto en mis términos. Le dije que me gustaría verlo otra
vez, pero que tenemos que ir despacio.

—Haz lo que sientas correcto. Sabes que te apoyaré sin importar nada. —
Me incliné hacia adelante y besé las mejillas de Bibi—. Pero Bibi, te mereces
algunos orgasmos provocados por el hombre.

Bibi jadeó y luego se echó a reír a carcajadas a las que me uní,


sintiéndome más ligera de lo que había estado en un tiempo.
Valentina solía ser la pacificadora en nuestra familia. No le gustaban los
conflictos persistentes entre su hermano y su padre, pero esta vez fue mi decisión
invitar a Giovanni para una conversación esclarecedora. Con la guerra cada vez
peor, no podía permitir peleas entre mis propios hombres, y mucho menos en mi
familia.

—Espero que no discutan delante de los niños —dijo Val con un suspiro.

Orazio fue el primero en llegar al final de la tarde. Parecía como si no


hubiera dormido mucho estos últimos días y me pregunté si los problemas con
Giovanni le estaban causando tanto estrés o si había algo más detrás de su
agotamiento evidente.

Me estrechó la mano brevemente y me dio una sonrisa tensa. Valoraba su


trabajo, pero nunca congeniamos en realidad. Era tan hermético como yo, lo cual
en realidad no ayudaba a formar una unión más estrecha.

—Felicidades por volver a ser padre.

—Gracias.

Su expresión se volvió más relajada cuando avanzó hacia Val y Leonas.


La abrazó brevemente.
155
—Estoy tan contenta de que lograras venir —dijo Val, pareciendo feliz.
Parados uno al lado del otro, era inconfundible que Val y Orazio fueran
hermanos.

Compartían los mismos ojos y casi el mismo color de cabello.

—¡Anna! —llamé—. Tu tío está aquí.

Unos pasos atronadores sonaron por las escaleras y luego Anna bajó los
últimos escalones casi tropezando y saltando a los brazos de Orazio. La alzó con
una sonrisa.

—Cuidado. Vas a hacerte daño.

Lo dejé unos momentos antes de hacer un gesto hacia mi oficina.

La expresión de Val se tensó.

—Queremos tomar café y pastel.

—Esto solamente tomará unos minutos.


No dijo nada pero sabía que más tarde me daría un sermón. Apreciaba que
Val tuviera sus opiniones, pero también me alegraba que supiera cuándo
mantener las apariencias.

Orazio dejó a Anna y me siguió a mi oficina.

—¿Qué está pasando?

—¿Dónde has estado estos dos últimos días?

Las cejas de Orazio se alzaron lentamente. Se rio entre dientes y sacudió


la cabeza.

—Primero mi padre, ¿ahora tú? ¿Por qué todos siempre me interrogan?


No sabía que tenía que anunciar a dondequiera que iba.

—Soy tu Capo, a diferencia de tu padre.

—Así que esto no es solo una visita familiar, de acuerdo —dijo con
amargura.

Apreté los dientes.

—Orazio, solo responde mi pregunta. 156


Se encontró con mi mirada. No estaba excesivamente nervioso, al menos
no más que de lo que requería la situación. Estaba enojado, eso era obvio.

—Tuve una gran pelea con mi padre hace dos días y luego ayer por la
mañana. Sabes que simplemente no puede dejarlo pasar. Cada vez que me ve,
critica cada una de mis elecciones, especialmente mi negativa a casarme con una
mujer que sugiera. Estoy jodidamente harto de eso. Sabía que estaba a punto de
perder mi puto control con él y no quería que eso ocurriera, así que decidí
despejarme la cabeza. Fui a unos cuantos bares, bebí un par de tragos de más, me
follé a un par de chicas… y ahora estoy aquí, Dante.

—¿Qué bares?

Se rio sombríamente.

—El Voda y la Kamchatka. Mi padre dejó muy claro hace mucho tiempo
que no quiere que mis compañeros mafiosos vean mis aventuras, y nadie sabe
quién soy en los bares de la Bratva.

Entrecerré los ojos pero no pude detectar una mentira.


—Es arriesgado que vayas a esos bares. Incluso si nuestra guerra con la
Bratva en Chicago se encuentra inactiva actualmente, eso podría cambiar en
cualquier momento.

—Podría ser ruso por mi aspecto. Nadie me cuestionó.

Asentí.

—La razón principal por la que estaba intentando llamarte, es que Rocco y
yo sospechamos que un espía está detrás de algunos incidentes desafortunados y
ya que has estado trabajando estrechamente con la Famiglia, podrías saber quién
se acercó demasiado a ellos o tal vez una de sus mujeres y sus lealtades
cambiadas.

Orazio se encogió de hombros.

—No se me viene nadie a la mente. Los chicos con los que trabajé son
leales a ti, Dante. No puedo imaginar que traicionen la causa. Tal vez no hay un
espía. Si me preguntas, Rocco puede ser un poco paranoico.

Tenía que estar de acuerdo, pero incluso sin la insistencia de Rocco, había
sospechado que teníamos un topo.
157
—Créeme, no es una idea que medite a la ligera, pero es una opción válida
y tenemos que estar atentos y encontrar al que está detrás de esto.

—Mantendré los ojos abiertos —dijo Orazio—. Solo dime una cosa, ¿Val
invitó a nuestro padre para que podamos hacer las paces?

—Yo lo hice. Pero primero, vamos a tomar el café con pastel. Estoy
seguro que Val está impaciente por nuestro regreso.

Val me lanzó una mirada inquisitiva cuando Orazio y yo entramos al


comedor. Le di una sonrisa, pero podía decir que todavía estaba preocupada.

Afortunadamente, Anna estaba ansiosa por la atención de su tío y mantuvo


la conversación con sus parloteos. Leonas dormía en su cuna en un rincón de la
habitación, para nada impresionado con nuestra conversación. Parecía un bebé
tranquilo. Esperaba que esto continuara en su adolescencia, pero la mayoría de
los niños tenían una fase de rebelión, así que estaba preparado para ello.
Terminaba cuando el niño alcanzaba la madurez o se extendía a la edad adulta y
se convertía en resentimiento o incluso en odio, como lo fue entre Orazio y su
padre, o yo y el mío. Quería que las cosas entre mi hijo y yo fueran diferentes,
pero Leonas también sentiría la carga de ser un Cavallaro y heredero de la
Organización desde muy temprano.
Sonó el timbre y Orazio dejó escapar un suspiro.

—Y ahora, la paz ha terminado.

—No seas tan negativo. Por favor, intenta hacer las paces con papá. Al
menos, por mí y mamá.

Orazio asintió, pero su expresión dejó en claro que dudaba que todo
saliera bien. Giovanni y Livia entraron a la habitación, seguidos de Gabby.

—¿Necesitan algo más? —preguntó Gabby. Desde que Val se había


encargado de educarla, Gabby se había vuelto menos tímida con otras personas,
especialmente con los hombres.

—Tenemos todo lo que necesitamos, gracias —dijo Val mientras se


levantaba de su silla para saludar a sus padres. Orazio y yo también nos pusimos
de pie. Anna ya había corrido hacia sus abuelos y había abrazado uno tras otro.
Su relación hacia mis propios padres no era tan cercana, pero no eran de la clase
de personas afectuosas, y Anna era una niña que necesitaba un montón de afecto.

Livia se dirigió hacia su hijo y lo abrazó con fuerza, luego besó su mejilla.

—¿Por qué tienes que preocuparnos tanto? 158


—Madre —dijo en voz baja pero firme, y le quitó las manos de su cara—.
Quizás deberías preguntarle a papá por qué.

El rostro de Giovanni destelló con ira, pero después de una mirada a Anna,
quien observaba todo con grandes ojos curiosos, se limitó a sonreír con rigidez.

—¿Qué tal si primero tomamos café y luego ustedes dos discuten lo que
sea que necesiten resolver? —sugirió Val.

—De acuerdo —dijo Giovanni.

El ambiente en la mesa fue helado. Me recordó a las cenas en mi propia


casa en el pasado. Afortunadamente, Val se aseguraba que nuestras cenas
familiares fueran una reunión agradable y cálida. Anna y Leonas nunca
conocerían nada diferente, excepto por las pocas veces que tendrían que cenar en
la casa de mis padres.

Después de eso, llevé a Orazio y Giovanni a mi oficina para tomar una


copa y conversar. No quería que Anna viera a su tío y abuelo peleando, y a
juzgar por la mirada de enojo que los dos habían intercambiado antes, no había
ninguna duda de que habría argumentos fuertes.

Cerré la puerta.
—Bajen la voz. No quiero que el resto de la casa escuche.

—Puedo controlar mis impulsos —dijo Giovanni intencionadamente.

—¿En serio? ¿Controlaste tus impulsos cuando llamaste a Lucy una puta
de ojos rasgados?

—Eso fue una vez…

—Dos veces.

—Y eso fue hace años. No me digas que sigues pendiente de esa maldita
chica. Por Dios, hay millones de peces en el océano. ¿Qué tienen de malo
nuestras chicas? Hay tantas chicas italianas hermosas que están ansiosas por
casarse contigo y las sigues rechazando a todas.

—Porque no las quiero. ¡Deja de molestarme con posibles novias!

—Debes casarte. Tienes veinticinco. Si quieres convertirte en


lugarteniente, tienes que casarte. Fin de la historia. No me detendré hasta
entonces.

—¿Qué tiene que ver mi estado civil con todo esto? ¿Crees que seré un
mejor lugarteniente solo porque esté casado? ¿Por qué mis hombres deberían
159
respetarme solo por un matrimonio?

Me aclaré la garganta. Sus voces se habían elevado y definitivamente se


podían escuchar mucho más allá de esta habitación.

—No tienes que casarte ahora, Orazio, pero tu padre tiene razón. Al
menos debes elegir a una novia viable en algún momento. Nuestras tradiciones
son como son y no cambiarán a corto plazo.

—Y eso es bueno —añadió Giovanni.

Orazio sacudió la cabeza.

—Entonces, ¿si no me caso con una de las chicas que quieres, no me


convertiré en lugarteniente?

—¿Seguramente quieres casarte con alguien? —pregunté, intentando


mantener la calma incluso si su furia encendía la mía.

—Por supuesto que quiero casarme. Simplemente no con una de las chicas
que mi padre sugiere.

—¡No vas a casarte con una forastera mientras yo respire!


Di un paso entre ellos porque las cosas estaban a punto de escalar de una
manera que no podía permitir.

—Esto es suficiente. Tendrán que encontrar una manera de llevarse bien.


Estamos en guerra. Tenemos que unirnos para luchar contra la Famiglia. Estas
pequeñas disputas familiares son lo último que necesitamos.

Orazio se encontró con mi mirada.

—Permíteme regresar a Minneapolis y trabajar para Pietro. No puedo


prometer nada si tengo que quedarme en Chicago.

—No espero tu promesa, espero obediencia —dije bruscamente,


mirándolos a los dos—. Pero por ahora, puedes regresar a Minneapolis. —
Giovanni abrió la boca, pero levanté la mano—. Esta es una solución temporal.
Quiero que ustedes dos lo resuelvan. Orazio, tendrás que decidirte por una esposa
para el próximo año. Y tú, Giovanni, consultarás con Orazio sobre posibles
compañeras. Resuélvanlo, y no arrastren a Val en esto. —Dije lo último en un
tono más amenazante de lo que pretendía, pero Val sufría por culpa de la
escalada del conflicto entre su padre y hermano, y necesitaba todas sus fuerzas
para cuidar de nuestros hijos.
160
La boca de Orazio se tensó, pero dio un gesto conciso. Giovanni suspiró.

—Eso suena razonable.

—¿Me puedo ir ahora? Me gustaría volver a Minneapolis tan pronto como


sea posible.

—Si eso es lo que quieres —dije.

—Lo es. Me despediré de las mujeres y luego me iré. —Se volvió y salió
de mi oficina.

Giovanni sacudió la cabeza.

—¿Soy demasiado estricto? ¡No sé qué espera! Conoce las reglas.

—¿Todavía está con esa chica?

—No, terminaron hace mucho tiempo. Al menos, eso es lo que me dijo.


Dejé mi punto muy claro en aquel entonces, así que dudo que hubiera mentido.

—Tal vez las cosas se calmen una vez que esté casado y se dé cuenta que
no es el fin del mundo.

—Espero que Leonas jamás te dé los mismos problemas.


También lo esperaba.

161
Ocho meses después…

B
ibi era una novia hermosa. Estaba prácticamente radiante. En su
primera boda, había llorado lágrimas horrorizadas en el baño
después de la ceremonia. Hoy sonrió y, aunque podía decir que
estaba nerviosa y un poco abrumada por la atención, exudaba felicidad. Dario se
alzaba sobre ella, vestido con un traje oscuro, su oscuro cabello corto y su barba
bien recortada. Su expresión era de acero, una máscara que probablemente 162
desarrolló como abogado de la mafia.

Sofia, Anna y Luisa fueron las niñas de las flores y se veían adorables con
sus vestidos rosados a juego. No fue una gran fiesta, solo alrededor de un
centenar de invitados y una fiesta en el jardín de la mansión de Bibi. Para
sorpresa de muchas personas, Dario había aceptado a mudarse a la casa. Su
propio ático no era un buen lugar para una familia y su hermano mayor había
heredado la mansión familiar.

Intenté distraer a Leonas, meciéndolo y cantando su canción favorita


mientras veía a Bibi y Dario aceptar las felicitaciones de la multitud. Incluso los
padres de Bibi parecían aplacados por su segundo matrimonio. No es que los dos
tuvieran que meter sus narices en la vida de Bibi nunca más.

Leonas se retorció en mi agarre, infeliz por ser cargado. Era principios de


agosto y ya tenía bastante movilidad a los ocho meses, y se levantaba todo el
tiempo con apoyo. Quería explorar el jardín por su cuenta, pero con tanta gente
alrededor no podía dejarlo gatear sobre el césped.

Mis ojos encontraron a Maria quien estaba intentando calmar a su bebé


llorón de dos meses. Rocco estaba hablando con Dante y mi padre cerca de la
barra, obviamente, sin preocuparse por la angustia de su joven esposa. La chica
tenía veinte años y no solo se había visto obligada a casarse con Rocco, sino que
también quedó embarazada casi de inmediato. Era obvio que estaba abrumada.
En las pocas veces que la había visto desde que dio a luz, siempre parecía a punto
de llorar.

Me dirigí hacia ella con Leonas todavía retorciéndose en mi agarre y le di


una sonrisa alentadora cuando llegué a su lado.

—Hola Maria, ¿estás bien?

Ella asintió rápidamente.

—Hola señora Ca…

—Por favor, llámame Val. No hay necesidad de formalidades. No soy


mucho mayor que tú.

Rocco Jr. se había calmado en los brazos de su madre, obviamente


fascinado por las payasadas de Leonas. Se me ocurrió una idea entonces.

—¿Por qué no vienes de vez en cuando para que nuestros niños puedan
jugar juntos? Una vez que crezcan, los seis meses entre ellos no serán tan obvios.

Su cara se iluminó.
163
—Por supuesto, si Rocco lo permite.

Aún me parecía increíblemente extraño que tanto su esposo como su hijo


se llamaran Rocco. Esta había sido una práctica común en la mafia en el pasado,
pero ahora mostraba cuán desagradable era Rocco Scuderi, y en realidad no tenía
ni la menor razón de serlo.

—No puedo imaginar que se oponga a que te reúnas con la esposa y el


hijo del Capo —dije con una sonrisa. Fabiano se dirigió hacia nosotras. Había
crecido y era tan alto como yo. Sus rasgos juveniles se habían vuelto más duros,
resguardados y como noté antes, caminaba como si sus costillas le dolieran.
Tendría que tener otra charla con Dante de esto. Fortalecer al chico para sus
tareas futuras era una cosa, pero abusar de él era otra.

—¿Quieres que lo sostenga un rato? —preguntó a Maria.

Ella se mordió el labio.

—Sabes que a tu padre no le gusta eso.

La boca de Fabiano se tensó, pero asintió.

—Fabiano, ¿qué tal se sostienes a Leonas? Así puedo cargar a Rocco por
un rato.
Fabiano asintió y tomó a Leonas. Era obvio que sostenía a su hermanito a
menudo en los últimos dos meses porque se aseguró de sostener a mi hijo de la
manera correcta, incluso aunque Leonas ya era mucho más ágil que Rocco.

—¿Puedo? —pregunté a Maria, quien asintió, con una mirada de


agradecimiento en su cara. Acuné a su hijo en mis brazos y sus ojos se centraron
en mí.

—¿Está bien si me refresco y tomo una bebida mientras lo cuidas?

—Por supuesto —respondí.

Maria se fue rápidamente, sin mirar atrás. Sentí lástima por ella.

—¿Cómo van las cosas con tu iniciación?

Fabiano levantó la vista, sorprendido.

—¿Bien, supongo? —La precaución llenó sus ojos—. ¿Puedo hablar


contigo de eso?

Solté una pequeña risa ante su confusión. Era todo un adolescente.

—Bueno, soy la esposa del Capo. 164


—Sí… —Se encogió de hombros—. Mi padre espera mucho de mí antes
de que quiera permitirme convertirme en mafioso y hacerme el tatuaje.

Era tan típico de la Organización mantener los rumores del tatuaje entre
los iniciados y las personas que no eran de la mafia cuando Fiore había dejado la
tradición hace mucho tiempo. El Capo en la Organización nunca se había hecho
un tatuaje, solo sus soldados, pero incluso ese había sido pequeño en
comparación con los de la Famiglia y la Camorra, solo un pequeño crisantemo en
sus cuellos ocultos por la línea del cabello. Se suponía que era para demostrar
que el hombre ya había sido marcado por la muerte y no la temía porque los
crisantemos eran flores fúnebres en nuestra tradición. Luego, Fiore decidió que
era mejor no mostrar su asociación con la mafia de ninguna manera, de modo que
también insistió en llamarse a sí mismo Jefe, no Capo. Muchas personas todavía
llamaban a Dante el Jefe, incluso a pesar de volvió a cambiarlo a Capo.

—Tal vez es bueno que seas mayor. Es una vida dura.

Fabiano hizo una mueca y volvió a mirar a Leonas, quien intentaba


retorcerse en su agarre.

—No está feliz en mis brazos.


—No está feliz en los brazos de nadie en este momento. Quiere gatear.

Rocco Jr. por otro lado se había quedado dormido en mis brazos. Tenía los
ojos oscuros y el cabello de la familia Scuderi, no tan claros como los de Fabiano
heredados del lado de la familia de su madre.

Rocco y Dante se dirigieron hacia nosotros. Fabiano se puso tenso de


inmediato, pero solo sonreí.

—¿Qué está pasando? —preguntó Rocco gratamente. Usando ese tono


porque Dante y yo estábamos cerca. Tenía el presentimiento de que sus palabras
habrían sido más severas si hubiera estado a solas con Fabiano, porque la mirada
que le dirigió al niño fue helada.

—Le pedí a Maria si podía sostener a su hijo durante un rato, porque es un


bebé tan lindo, y Fabiano tuvo que ayudarme con Leonas mientras tanto, quien
generosamente accedió a hacerlo. ¿Verdad, Fabiano?

Fabiano asintió.

—Sí.

Rocco frunció el ceño. 165


—¿Dónde está Maria?

—Fue a los baños. Oh, le pregunté si podíamos vernos una vez a la


semana para que así nuestros hijos pudieran crecer juntos. Espero que estés de
acuerdo.

La mirada severa fue reemplazada por una de orgullo.

—Por supuesto.

—Puedo encargarme ahora —dijo Dante a Fabiano y le quitó a Leonas.


Leonas detuvo su alboroto brevemente, pero luego intentó llegar al piso
nuevamente—. Es bastante testarudo —dijo Dante con una sonrisa.

—También puedes darme a mi hijo, Valentina. Estoy seguro que te


gustaría tomar una bebida —dijo Rocco cortésmente, extendiendo las manos.
Tuve que reprimir un resoplido. Cuando le di a Rocco Jr. se hizo evidente que no
sostenía al suyo muy a menudo y solo intentaba imitar a Dante. No comenté.

Rocco sabía qué cara mostrarnos a Dante y a mí, pero también sabía cómo
era a puertas cerradas. Cuando aún había estado en contacto con Aria, me lo
había admitido.
No confiaba en él ni un poco.

Ocho meses después…

Leonas salió corriendo de su habitación antes de que pudiera agarrarlo,


completamente desnudo. Me apresuré detrás de él, riendo.

—¡Quieto!

Por supuesto, no lo hizo. Era su nuevo pasatiempo, arrancarse la ropa y el


pañal, y correr por la casa hasta que alguien lo atrapara.

Mi corazón casi dio un vuelco cuando bajó las escaleras a trompicones. Ya


tenía las piernas más firmes a los diecisiete meses, pero los escalones eran otra
cosa. 166
Anna asomó la cabeza desde su habitación con los ojos muy abiertos, y un
crayón en mano como de costumbre.

Leonas se rio aún más fuerte cuando cayó a medias por las escaleras.
Afortunadamente, Dante se encontraba en la base de la escalera, probablemente
alertado por el ruido y atrapó a Leonas antes de que pudiera caer de cara.

Contuve el aliento a mitad de la escalera.

—Es rápido.

Dante escaneó a Leonas con una sonrisa exasperada.

—Tienes que escuchar a tu madre y debes ponerte la ropa.

Leonas se rio como si fuera la cosa más divertida que hubiera oído alguna
vez.

Dante en su elegante traje de tres piezas y un Leonas con el trasero


desnudo, era una vista adorable.

Estaba sudada de intentar vestir a nuestro hijo tres veces seguidas.

Dante me miró y luego dijo.


—¿Qué tal si lo visto?

Subió las escaleras hasta que me alcanzó y luego besó mi boca,


demorándose un poco más, la mirada en sus ojos diciéndome que deseaba que
tuviéramos un tiempo a solas. No estaba segura de lo que encontraba atractivo en
mi aspecto sudoroso, pero no importaba.

—Buena suerte —le dije. Leonas obedecía a su padre más que a mí, pero
estaba probando sus límites de momento—. Iré a ver cómo está Anna. Su
profesora de piano viene en treinta minutos y tengo el presentimiento de que aún
no ha practicado su canción.

—¿Está dibujando de nuevo? —preguntó Dante a medida que subía las


escaleras a mi lado. Me alegraba que trabajaba desde casa más a menudo para así
poder estar allí con nuestros hijos. Muchos padres eran en su mayoría ausentes en
las vidas de sus descendencias, pero eso no era algo que quisiera. A Anna y
Leonas les encantaba pasar tiempo con él.

—Es talentosa. Tal vez deberíamos considerar conseguirle también una


maestra de arte.

Dante asintió. 167


—Esa podría ser una buena idea. —Le di a Leonas un pequeño saludo
antes de dirigirme a la habitación de Anna. Como era de esperarse, se sentaba en
su escritorio, encorvada sobre un papel, dibujando un campo de flores. Tenía solo
cuatro años, pero ya se concentraba y motivaba cuando se trataba de arte.

Levantó la vista brevemente cuando entré y me acuclillé a su lado.

—Amor, esto es hermoso. Pero ¿practicaste tu canción para las clases de


piano?

Sonrió tímidamente mientras me miraba a través de sus gruesas pestañas


oscuras.

—Una vez.

Su pequeño teclado estaba arrojado en su cama.

—¿Esa es una mentira?

Su sonrisa se volvió aún más tímida.

Me puse de pie y extendí mi mano.

—Vamos. Bajemos las escaleras y practiquemos al piano. Te ayudaré.


Anna dejó su crayón, tomó mi mano y me siguió afuera. Dante quería que
nuestros hijos aprendieran un instrumento musical, como lo habían hecho él y sus
hermanas. Lo consideraba una lección de perseverancia y paciencia. También
había aprendido a tocar el piano cuando era una niña, pero no había tocado en
años hasta que Anna había empezado a tomar lecciones hace poco más de un
año.

El hermoso piano Steinway estaba en medio de la biblioteca y verlo


siempre hacía que mi corazón cantara. Anna y yo nos sentamos una al lado de la
otra. No era muy buena música y como Anna, las clases de piano siempre habían
significado un deber y no una alegría. Aun así, intentaba hacer que nuestro
tiempo de piano fuera una aventura divertida para mi niña, de modo que quizás
descubriera pronto su amor por el hermoso instrumento. Tocamos algunas
melodías divertidas antes de comenzar a practicar la canción que su maestra de
piano le había dado como tarea.

—Mami, ¿papi estará triste si no toco el piano? —preguntó Anna en voz


baja.

Me detuve.

—No. Pero le encanta escucharte tocar. Y es como aprender a escribir o 168


contar. Un día ya no será tan difícil y simplemente podrás hacerlo sin pensarlo.

Anna lo consideró y luego asintió.

—Luisa es muy buena tocando el piano. Mucho mejor que yo. —Pude
escuchar una pizca de celos. Anna quería ser la mejor en todo lo que hacía.

—Luisa ama el piano, como tú amas el arte. Tú eres la artista y Luisa es la


música. Todo el mundo es bueno en algo. Y eso es maravilloso, ¿no te parece?

Anna inclinó la cabeza y sonrió.

—Sí.

El timbre sonó.

—Espera aquí. Iré a la puerta.

Anna siguió tocando a medida que salía de la biblioteca hacia la puerta


principal. Gabby ya la había abierto y entraron Luisa y Bibi. Acaricié la cabecita
de Luisa.

—¿Por qué no te adelantas y vas a la biblioteca?


Asintió con entusiasmo y salió corriendo, con sus coletas oscuras
balanceándose.

Le sonreí a Bibi.

—Te ves radiante. Dario es mago.

Bibi se puso roja.

Me reí.

—¿Eso ya te hace sonrojar? Debe ser incluso mejor de lo que pensaba.

—Val —dijo Bibi, riendo.

No tuvimos la oportunidad de continuar nuestra conversación porque el


timbre volvió a sonar.

—A tiempo como siempre —dije cuando la profesora de piano, la señora


Gatti, esposa de uno de los soldados de Dante, entró. Después de una pequeña
reverencia, que se negaba a renunciar a pesar de mi suplica, se dirigió
directamente a la biblioteca para enseñar a Luisa y Anna.

Llevé a Bibi a la sala de estar para nuestro tiempo de macarrones 169


quincenales. Nos hundimos en el sofá.

—¿Has pensado en la educación en casa?

Bibi asintió.

—Sí. Me gustaría que Luisa y Anna aprendan juntas.

—Perfecto. Lo arreglaré todo. —Dante quería que Anna estudiara en casa


hasta que tuviera diez o doce años porque la situación actual le preocupaba y
quería que Anna tuviera a su amiga a su lado. Estar cerca de los adultos todo el
tiempo no era bueno para una niña de su edad.

Bibi me miró como si estuviera ocultando algo. Conocía su expresión


secreta. En realidad, no era buena ocultándome cosas.

—¿Qué pasa? ¿Las cosas no van bien con Dario? —No podía imaginar
que fuera el caso. Parecían felices por fuera, pero sabía que a veces las
apariencias podían ser engañosas. Aun así, Bibi me habría dicho si hubiera algún
problema.

—Quería esperar un poco más para decírtelo, pero…

—¡Estás embarazada! —dije.


Sus labios se abrieron y luego asintió.

—Solo nueve semanas.

Envolví mis brazos alrededor de ella.

—Oh, Bibi, estoy muy feliz por ti y Dario.

Dario no tenía hijos y Bibi quería más, de modo que había esperado que
Bibi quedara embarazada.

Charlamos por más de una hora. Anna y Luisa habían subido a jugar
después de su clase y usamos el tiempo para nosotras.

Pero cuando Dante entró en la sala de estar con una forzada expresión
tranquila, las palabras murieron en mi garganta. Algo en sus ojos hizo sonar mis
campanas de alarma.

—Buenas tardes, Bibiana.

Bibi se levantó y miró su reloj.

—Debería irme. Ya es tarde. —No era más tarde de lo habitual, pero


aprecié su consideración. La acompañé a la puerta—. ¡Anna! ¡Luisa! 170
Ambas niñas bajaron unos minutos después. Después de una despedida
breve, Luisa y Bibi se fueron. Dante sostuvo a Anna en sus brazos, escuchando
su recuento de su lección de piano de hoy. Podía decir que su mente estaba muy
lejos, incluso aunque intentara darle a Anna toda su atención. Me acerqué a ellos.
Leonas todavía estaba dormido, pero también despertaría pronto. Evalué los ojos
de Dante, preguntándome qué estaba mal, pero él sonrió.

—Vamos a cenar en nuestro lugar favorito.

—¿Estás seguro?

—Sí. Quiero que tengamos una noche familiar. Podemos hablar más tarde.

—Está bien —dije con una sonrisa—. Iré a vestirme. ¿Y tú, Anna?
¿Quieres ponerte bonita?

—¡Sí! —gritó.

—¿Puedes dejar a Leonas presentable?

Dante me miró mientras bajaba a Anna.

—Haré lo mejor posible. Hoy me ha dado problemas.


Me reí y luego tomé la mano de Anna.

—Ahora las chicas necesitan prepararse.

Anna y yo nos apresuramos a subir las escaleras y entrar en mi vestidor


donde también guardaba algunos de los atuendos más bonitos de Anna.

—¡Quiero verme como tú! —dijo Anna.

Me mordí el labio. A Anna le encantaba usar atuendos a juego. Mucha


gente en la Organización pensaba que era extraño, pero intentaba ignorar sus
voces negativas.

—De acuerdo. Veamos lo que podemos hacer.

Elegí un vestido a cuadros para Anna con lindas botas negras y elegí un
traje a cuadros para mí. De esta manera nuestros atuendos eran similares pero
gritaba gemelas desde lejos. Luego trencé el cabello de Anna. No era tan buena
en las trenzas francesas como mi madre, pero hice mi mejor esfuerzo. Después
me peiné y me puse un poco de maquillaje, y entonces nos dirigimos a la
habitación de Leonas.

Para mi sorpresa, Dante había logrado vestir a Leonas con pantalones 171
chinos y una linda camisa abotonada, así como zapatillas deportivas. Le estaba
hablando en voz baja. Dante rara vez alzaba la voz a nuestros hijos e incluso
entonces nunca gritaba. Anna siempre había sido una niña obediente, de modo
que nunca tuvimos razón para ser estrictos, pero Leonas ya estaba poniendo a
prueba nuestra paciencia a una base diaria. Me preguntaba por cuánto tiempo el
enfoque tranquilo de Dante funcionaría con nuestro hijo.

Me apoyé en la puerta, sonriendo mientras sostenía la mano de Anna.

Dante me pilló mirando y luego nos escaneó a Anna y a mí con aprecio.

—Vamos a cenar con dos hermosas damas, Leonas, tenemos que


comportarnos lo mejor posible. —Leonas no prestaba atención, demasiado
distraído en la tarea de hurgar los puños de Dante.

Nuestro restaurante favorito era un lugar elegante pero acogedor con el


mejor bistec de la ciudad. Conseguimos nuestra mesa habitual en un rincón
donde estábamos protegidos de la atención.

Leonas y Anna se comportaron de maravilla, como lo hacían la mayor


parte del tiempo cuando estábamos afuera. Incluso los berrinches de Leonas
generalmente ocurrían en la seguridad de nuestro hogar.
Podía decir que Dante disfrutó de nuestra cena familiar a pesar de la
tensión persistente en su expresión.

Más tarde esa noche, cuando yacíamos en los brazos del otro después del
sexo, le pregunté:

—¿Qué pasó hoy? Parecías aturdido.

Dante dejó escapar un suspiro profundo que hizo que su pecho vibrara
debajo de mi mejilla.

—Es Fabiano. Se ha ido.

Levanté la cabeza para mirar el rostro de Dante bajo la tenue luz de la


lámpara de noche.

—¿Se fue?

—Ha escapado. Al menos, eso es lo que dijo Rocco.

—Eso es ridículo. Fabiano no quería nada más que convertirse en un


hombre de la mafia. ¿Por qué huiría de eso?

—Rocco cree que pudo haber seguido los pasos de sus hermanas y huyó a 172
Nueva York para unirse a la Famiglia.

Sacudí la cabeza lentamente, pero una parte de mí pensaba que quizás


Rocco tenía razón. Fabiano amaba a sus hermanas, incluso si su relación se
hubiera roto por la guerra. Por otro lado, sus sentimientos hacia su padre
probablemente eran menos afectuosos. El hombre lo había tratado aún peor desde
que nació Rocco Jr.

—¿Qué opinas?

Dante pasó sus dedos por mi cabello y luego por mi brazo y cintura.

—Temo que Rocco podría tener razón. Luca aceptaría a Fabiano si Aria le
pidiera que lo hiciera.

Los labios de Dante se apretaron como siempre lo hacían cuando hablaba


de ellos. A pesar de las fotos, Luca y Aria todavía parecían estar fuertes. Durante
un tiempo me había estado preocupando que Luca hubiera lastimado a Aria
porque desapareció por completo de la opinión pública, pero luego averiguamos
que dio a luz a una niña y se había escondido por protección.

Me apoyé sobre el pecho de Dante.

—Solo tiene catorce años, Dante. ¿Has enviado gente a buscarlo?


—Rocco lo hizo. Es su hijo.

—¿Y qué pasa si lo atrapan?

Dante dejó caer la cabeza contra la almohada y miró hacia el techo.

—Según nuestros estándares, es un iniciado, Val. Ya no es un niño.

Cerré mis ojos. Como tenía un hijo, las reglas de nuestro mundo me
preocupaban a menudo. Leonas era un poco rebelde y sinceramente esperaba que
eligiera sus batallas sabiamente una vez que fuera mayor.

—Pero es tan extraño, que Fabiano eligiera huir ahora. ¿Por qué no siguió
a sus hermanas cuando se llevaron a Liliana? Podría haber ido con ellos. Pero
intentó detenerlos.

—Tal vez no. Tal vez todo fue un montaje. Ya sabes lo que he estado
sospechando, ¿qué tenemos un topo en la Organización?

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Crees que Fabiano era el topo? Pero ni siquiera es todavía mafioso. Su


conocimiento es limitado.
173
—Su conocimiento directo, sí. Pero podría haber escuchado muchas cosas
en la mansión Scuderi.

—¿En serio crees que Luca habría utilizado a un niño como un espía?

—Si crees que Luca tendría reparos en poner a un adolescente en peligro,


entonces puedo asegurarte que no los tiene. Y en lo que respecta al valor de
Fabiano, supongo que su información era mejor que nada.

—Pero, ¿cómo podemos estar seguros? ¿Y si algo le pasó al niño?

—Rocco tiene algunos contactos en las bandas de moteros locales en


territorio de Luca. Con suerte podrán conseguir algo y compartir información con
nosotros a cambio de bienes.

—¿No crees que es terrible cómo alejó Rocco a todos sus hijos? ¿La idea
de perder a Anna y Leonas así? Me destroza el corazón.

Dante acunó mi cabeza, sus ojos transmitiendo absoluta certeza.

—No perderemos ni a Anna o Leonas. Estamos intentando darles todo lo


que necesitan. Sé que siempre estarán obligados por ciertas reglas y deben estar
limitados por ciertas restricciones, pero me aseguraré que puedan tener tanta
libertad como nuestro estilo de vida permita. Y tu amor les dará las raíces que
necesitan.

—También tu amor. Leonas y Anna siempre están muy felices cuando


pasan tiempo contigo. Te quieren mucho.

La ternura parpadeó en los ojos de Dante.

—Estoy intentando ser un mejor padre que el mío. No sé si siempre tendré


éxito.

—Lo eres —dije con firmeza—. ¿Cómo puedes siquiera considerar


compararte con tu padre? Él y tú no se parecen en nada.

Dante se rio entre dientes sombríamente, sus ojos observaron mi rostro


casi con reverencia.

—Créeme, Val, me parezco mucho a mi padre. Pero es un lado en mí que


ni tú o nuestros hijos jamás verán.

Bajé la cabeza hacia adelante, mordiendo su labio inferior


juguetonamente.

—Eres todo lo que quiero.


174
Nos dio la vuelta, presionándome contra la cama. Colgué mi pierna sobre
su cadera.

—No puedes dejarme estar arriba, ¿verdad? —bromeé. Dante frotó su


creciente erección contra mí en respuesta y mordió mi hombro ligeramente.

—No te hagas la tímida, Val. Te mojas al momento en que te obligo a


rendirte.

Dios, tenía razón. Intenté montarlo un par de veces por curiosidad, pero no
funcionaba para mí. Me encantaba el lado dominante de Dante en la cama, cómo
tomaba el control absoluto. Después de todo, siempre obtenía mi recompensa.

Al día siguiente, el clima era hermoso y cálido, el primer indicio de la


primavera después de un invierno demasiado largo. Anna y yo nos sentábamos
en nuestro banco, vestidas con nuestros abrigos y una manta sobre nuestras
piernas porque aún hacía frío a pesar del sol. Leonas, obviamente, no sentía frío.
Se quitó el abrigo otra vez y se arrojó a la caja de arena.

Anna se rio, mirándome. Nunca había sido tan atrevida y salvaje. Prefería
mirar y considerar sus acciones a fondo. Se acercó más a mí y tarareó la nueva
canción que había aprendido en su última lección. Mi teléfono vibró en el
bolsillo de mi abrigo y al ver el nombre de Orazio, tomé la videollamada. Me
preguntaba si era un accidente, ya que nunca antes habíamos tenido un vídeo chat
e incluso sus llamadas eran pocas y distantes.

Sonreí a la lente.

—Hola, Orazio.

—¿Tío Orazio? —preguntó Anna animada, mirando a la pantalla. Desde


que Anna y Leonas nacieron, había visto a mi hermano con frecuencia. Mis hijos
lo amaban, pero su relación con nuestro padre aún no había mejorado.

—Hola, Val —dijo, luciendo y sonando exhausto. Su cabello estaba


despeinado y sombras oscuras se extendían bajo sus ojos. Nunca lo habías visto
de esa manera. Orazio siempre se ocupaba de su apariencia, razón por la cual
tantas chicas lo admiraban y les habría encantado ser su esposa—. Quería llamar 175
para ver a Leonas y Anna.

—¡Hola! —gritó Anna y saludó con la mano salvajemente, casi


derribando el teléfono de mi mano.

Orazio sonrió levemente, pero fue apagado. Lo que hizo las cosas aún más
extrañas era que estaba en un auto.

—¿Dónde estás?

Miró brevemente al lado del pasajero y luego sacudió la cabeza.

—En ninguna parte importante. ¿Cómo estás? ¿Cómo está Leonas?

Sostuve la cámara del teléfono hacia la caja de arena donde Leonas estaba
construyendo lo que parecía una pirámide.

—Como de costumbre, tiene arena en su trasero —dije, y entonces volví


la cámara sobre Anna y yo, quien prácticamente presionaba la cara contra la mía.

—¿Cuándo vas a visitarnos? —le preguntó Anna.

Los ojos de Orazio se dirigieron hacia la derecha y luego su sonrisa se


tornó aún más tensa. No respondió.
—¿Has tenido otra pelea con papá? No entiendo por qué ustedes dos no
pueden llevarse bien. —Orazio había logrado zafarse de su promesa de
establecerse con una mujer hasta ahora, pero papá estaba cerca de explotar por
eso.

—Es demasiado tarde —dijo.

Fruncí el ceño.

—¿En serio es tan malo casarse con alguien que papá sugiere? Puede
funcionar.

—Voy a casarme dentro de unas semanas.

No estaba segura si escuché bien. Una vez más, su mirada buscó a quien
se sentara a su lado en el asiento del pasajero.

—¿Quieres hacerle esto a nuestros padres? —susurré. Si se casaba con


una chica de la familia de un soldado que nuestros padres no aprobaran, no
mejoraría su relación con papá en lo más mínimo.

—No les diré. Se enterarán, por supuesto, y no lo aprobarán. Papá ha


dejado muy claro su punto de vista. 176
—¿Él sabe?

Orazio rio sombríamente.

—No sabe que voy a casarme, o que Lucy y yo estamos juntos, pero sabe
de Lucy. —La furiosa nota amarga en su voz me sobresaltó.

Anna se hundió nuevamente, obviamente aburrida por el tema cuando mi


interior prácticamente ardía de curiosidad y temor.

—¿Lucy? —repetí. ¿Tal vez abreviación para Lucilla? U otro nombre


italiano, pero en el fondo, sabía que no lo era. Tragué con fuerza—. ¿Estás
enamorado de una forastera?

Orazio hizo una mueca. Y de repente, me di cuenta que esta llamada era
una despedida. Lo sentía en el fondo. Si Orazio se casaba con una forastera, papá
lo desheredaría. A menos que pudiera convencer a Dante para que hablara con él,
incluso si los asuntos familiares estaban fuera del alcance de un Capo, pero él
podría hacerlo como yerno.

—Tal vez…

—No —dijo Orazio—. Tengo que irme, Val. No hay otra manera.
No quería creer la verdad. Bajé la voz.

—Orazio, sabes las consecuencias de huir. Es traición.

Puede que Dante no envíe a muchos hombres a buscar a Orazio como un


favor para mí, de modo que tal vez mi hermano podría permanecer sin ser
detectado. ¿Pero en qué podía trabajar? Nunca había hecho nada más que ser un
hombre de la mafia.

—Déjame hablar con papá y Dante. Sabes que ha habido excepciones en


el pasado donde se les permitió a los mafiosos casarse con forasteros.

—Soldados bajos, no el heredero de Chicago —me corrigió Orazio—. Y


créeme, no habrá ninguna excepción para Lucy.

Miró hacia un lado y luego asintió, y apareció una hermosa chica con
cabello negro… y un rostro exótico. Una chica asiática. No, papá jamás la
aceptaría, ni tampoco la Organización todavía tan tradicional. Había oído
suficientes rumores en las reuniones sociales para saber del racismo persistente
en nuestros círculos.

Forcé una sonrisa.


177
—Hola, Lucy.

Ella sonrió tímidamente, después miró a mi hermano, y la mirada que pasó


entre ellos me hizo darme cuenta que nada podría detener a Orazio. Ni tampoco
querría interponerme entre ellos.

—Encantada de conocerte, Valentina —dijo Lucy con voz suave.

¿El amor podría ser un crimen? ¿Querer estar con tu amor sin importar lo
que sea podría considerarse traición?

—Hablaré con Dante a tu favor. Si huyes a Europa, tal vez a Inglaterra,


podrías estar a salvo.

Lucy se mordió el labio, dándole a mi hermano una mirada dolida.

—Ojalá nos hubiéramos conocido en persona. —Y con eso, desapareció


de vista.

La expresión de Orazio se tornó tensa.

—Valentina, lamento haberte culpado por mis problemas con papá.


Cumpliste con tu deber de casarte nuevamente y de alguna manera eso me
enfureció aún más por un tiempo. Me alegra haber podido ver a Anna y Leonas
una vez más.

—Orazio, ¿qué está pasando? No entiendo.

—Estoy en un lugar seguro, así que puedes decirle a Dante lo que acabo
de decir. No tienes que pensar que necesitas protegerme. Adiós.

—¡Adiós, tío Orazio! —llamó Anna.

No pude decir nada, solo observé la pantalla volviéndose negra,


sintiéndome completamente confundida. Leonas vino corriendo hasta mí,
sonriéndome, pero su buen humor no me llegó. Me puse de pie y lo atrapé
cuando se arrojó a mis brazos, contenta por la distracción y el tiempo necesario
que me dio para ordenar mis pensamientos. No entendí lo que quiso decir Orazio
con un lugar seguro. ¿Ya estaba fuera de los Estados Unidos? Por alguna razón,
no lo creía. La pequeña parte del auto que había visto se parecía al BMW de
Orazio.

Anna trotó detrás de mí a medida que regresaba a la casa. Leonas dejó


caer arena por todas partes.

—Mami, tengo hambre —canturreó.


178
—Primero, tenemos que cambiarte el pañal.

Leonas sacudió la cabeza salvajemente, pero de todos modos lo llevé a su


habitación.

—¿Quién era esa chica con el tío Orazio? —soltó Anna mientras me
seguía de cerca.

Puse a Leonas en el cambiador a pesar de sus protestas. Mi ropa y la mesa


terminaron cubiertas de arena, y me maldije internamente por estar tan perdida en
mis pensamientos como para no pensar en limpiarlo primero en el baño.

—¿Mami? —preguntó Anna, poniéndose de puntillas y sosteniéndose en


el borde de la mesa.

Sonreí temblorosamente.

—Era su amiga.

—¿Como Luisa y Sofia son mis amigas?

—Sí, así es —respondí.


Después de cambiar el pañal de Leonas, bajamos a la cocina. Zita estaba
en el cuarto de servicio planchando las camisas de Dante y era el día libre de
Gabby, así que tenía la cocina por mí misma. Para distraerme y ya que Anna y
Leonas las adoraban, preparé tostadas francesas con una crema mascarpone de
vainilla por encima.

Anna me ayudó a batir los huevos mientras Leonas sumergía sus dedos en
el azúcar y los lamía para limpiarlos. Les encantaba aprender cosas nuevas, y a
mí me encantaba darles la oportunidad de sentirse involucrados cuando cocinaba.
Nos acomodamos en la mesa y tanto Leonas como Anna comieron ansiosamente.
Se veían completamente contentos, sus caras espolvoreadas con azúcar y crema.
Intenté aferrarme a la sensación de paz que sentí al verlos, pero mi preocupación
por Orazio pronto se hizo cargo. Por un lado, estaba feliz por él, feliz de que
encontrara a alguien que amaba, pero, por otro lado, me preocupaba por su
futuro, por su vida. ¿Y si esto solo era algo impulsivo? ¿Cuánto tiempo había
conocido a Lucy? ¿En serio valía la pena para dejar todo atrás? No podía
simplemente cambiar de opinión dentro de unos meses cuando las cosas no
funcionaran. Sería considerado un traidor y… Dios, ¿Dante en realidad mataría a
mi hermano? ¿Qué hay de papá?

Cerré los ojos, aterrorizada por mi hermano, por mi familia. 179


Una mano en mi hombro me sacó de mi ensueño y mis ojos se abrieron de
golpe. Dante se alzaba sobre mí, sus cejas rubias fruncidas en evidente
preocupación.

—¿Estás bien?

—¡Mamá nos hizo tostadas francesas! —dijo Anna alegremente. Dante


acarició su cabello, pero sus ojos permanecieron en mí.

Leonas levantó los brazos y después de un momento Dante se inclinó y lo


alzó. Por un segundo, me permití disfrutar de la conmovedora escena de Dante
sosteniendo a nuestro hijo cuidadosamente en sus brazos. No había dado bocado
a mi tostada francesa, me faltaba el apetito.

—¿Quieres un poco? —indiqué hacia mi plato.

Dante sacudió la cabeza.

—¿Has oído algo de tu hermano?

Mis ojos se abrieron por completo. Me puse de pie lentamente.

—¿Por qué?
Dante se puso tenso, la preocupación instalándose en su rostro.

—Porque no apareció a una reunión con tu padre esta mañana. Pensé que
tal vez podrías saber lo que está pasando y parece que tenía razón.

—Acaba de llamar. Hace pocos minutos.

—¿Y? —preguntó Dante cuidadosamente a medida que dejaba a Leonas


en el suelo antes de acercarse a mí. Tomó mis hombros, evaluando mis ojos—.
¿Qué quería?

Tenía el presentimiento de que Dante sabía que algo estaba terriblemente


mal. ¿Qué estaba haciendo Orazio? Eché un vistazo a nuestros hijos, sin saber si
quería tener esta conversación frente a ellos. Levanté mi plato y me acerqué al
fregadero. Dante me siguió.

—Tuvimos un video chat y me dijo que tenía que irse… porque iba a
casarse con una chica llamada Lucy —susurré.

—Maldita sea —gruñó Dante, su rostro fulguró de ira.

—¿Dante? —Un miedo frío se extendió por mi cuerpo.

La forma en que me miraba me preocupó por lo que tenía que decir.


180
—¿La chica es china?

Me encogí de hombros. No estaba segura de la nacionalidad de la chica


pero que Dante supiera eso me hizo preguntarme por cuánto tiempo habría
sabido de todo esto.

—¿Lo sabías?

Dante sacudió la cabeza, pero sus pensamientos parecían kilómetros de


distancia.

—Tu padre me mencionó sus problemas con Orazio, antes de casarnos. Se


trataba de esa chica. Orazio se negó a abandonarla por mucho tiempo hasta que
tu padre finalmente lo convenció.

—¿Cómo?

—No lo sé. No era Capo en ese entonces y aunque lo hubiera sido, no me


habría involucrado como sabes.

—Entonces, ¿han estado juntos durante años? Eso tiene sentido.


—¿Lo hace? —preguntó Dante enojado—. Tu hermano está obligado por
su juramento. Al traicionar a la Organización, arriesga la vida de sus compañeros
mafiosos.

—Solo quiere estar con la mujer que ama. ¿Cómo es que esconderse para
estar con ella hace daño a sus compañeros mafiosos?

Los dedos de Dante sobre mis hombros se apretaron.

—Porque sabes que sospecho que hay un espía entre mis soldados. Y tal
vez no era Fabiano…

Exhalé bruscamente.

—¿Crees que podría ser Orazio?

Dante suspiró y presionó nuestras frentes juntas. Envolví su cintura con


mis brazos, temblando.

—Dime que no lo haría.

Lo quería decir, pero había visto la mirada que había pasado entre Orazio
y Lucy, y no quería mentir a Dante.
181
—No puedo —susurré ásperamente, mis ojos escociendo.

—Val —dijo Dante en voz baja, sonando torturado—. Si Orazio ha estado


ayudando a la Famiglia… —No quería ni imaginarlo. No podía—. ¿Sabes dónde
puede estar ahora mismo?

Sacudí mi cabeza.

—No. Pero estaba en su auto.

Dante acunó mi cabeza y cerró los ojos por un momento.

—Por favor, no lo mates.

Dante respiró hondo.

—Haría casi cualquier cosa por ti, Val. Ya antes te he elegido por encima
de la Organización y parte de mí quiere hacerlo otra vez, pero si Orazio traicionó
a la Organización al trabajar con la Famiglia, tengo que castigarlo en
consecuencia.

—Mamá estará devastada… y papá. Dios, ni siquiera puedo pensar en eso.


Tal vez no es como pensamos. —Tragué con fuerza, intentando con todas mis
ganas no llorar, no perder el control antes de conocer todos los detalles.
Anna se dirigió hacia nosotros con su plato vacío. Parpadeé
apresuradamente y tragué con fuerza, luego me obligué a sonreír.

—¿Quieres la tostada de mamá?

Anna sacudió la cabeza.

—Estoy llena. —Miró entre nosotros como si pudiera sentir que algo
estaba pasando. Lo había notado antes. Anna era perceptiva, especialmente
cuando se trataba de medir las emociones de las personas. Era un talento
hermoso, pero también preocupante porque quería protegerla de tantas cosas en
nuestro mundo y su empatía me dificultaría el éxito.

182
L
os rumores sobre la desaparición de Orazio corrieron como la
pólvora en la Organización. Pietro había intentado controlar los
daños, pero los hombres que trabajaron con Orazio obviamente
habían propagado sus especulaciones. Contemplé un informe sobre un ataque a
una instalación de almacenamiento y laboratorio cerca de Cleveland, frotando
mis sienes.

—¿A qué hora viene mi padre? —preguntó Valentina, llevando a Leonas


contra su pecho mientras entraba. Solo estaba en pañales y una camisa, y ya
retorciéndose en su brazo para volver a bajarse y desvestirse. Val parecía 183
cansada, lo cual no era sorprendente ya que su preocupación por su hermano la
había mantenido despierta toda la noche y durante el día, Anna y Leonas la
mantenían ocupada, de modo que no podía intentar recuperar el sueño entonces.
Con la escalada de la situación con la Famiglia y la deserción de Orazio, mi
carga de trabajo se había duplicado y por más que lo intentara, no era de mucha
ayuda. Me puse de pie y caminé hacia ella.

—¿Quieres que lo cuide un rato para que puedas tomar una ducha caliente
y tomar un café en paz?

Val levantó las cejas, mirándose a sí misma.

—¿Me veo tan mal?

Toqué su cadera, mi pulgar deslizándose por debajo de su suéter de


cachemir para sentir la piel suave debajo, luego me incliné para darle un beso
prolongado.

—Estás hermosa como siempre, Val.

Frunció los labios.

—No me siento así ahora mismo. Me siento como un desastre.


—Esto es difícil —dije en voz baja y le quité a Leonas. Sus ojos se fijaron
en mí en seguida y sonrió.

—¡Papá, jugar en el jardín!

—Entonces, ¿a qué hora vendrá mi padre? Sé que vas a volver a discutir la


situación de Orazio con él. —Esta era otra de las razones para las noches de
insomnio de Val.

—En diez minutos. Tu hermano no es nuestro único tema. La guerra con


la Famiglia está tomando muchos de nuestros recursos.

Val asintió lentamente.

—No tienen ninguna pista de dónde podría estar.

—Aún no. —Val me contempló como si no estuviera segura que estaba


diciendo la verdad. Tenía todas las razones para ser cautelosa. Aunque no tenía
un rastro del paradero de Orazio, de todos modos, no le diría incluso si lo
supiera. No le diría a Val, cuando atrapara a Orazio. Giovanni y yo habíamos
acordado eso.

Leonas se retorció en mis brazos. 184


—¡Por favor, abajo!

Lo puse en el suelo y tropezó hacia la silla de mi escritorio, intentando


subirse a ella.

—Está bien —dijo—. Iré a tomar una ducha ahora. —Salió de la oficina,
con una última mirada a Leonas y yo. Miré hacia mi hijo, recordando la
expresión aturdida de Giovanni cuando descubrió que Orazio había huido.
Giovanni aún no lo sabía, pero tampoco le diría nada si alguna vez atrapaba a su
hijo. Tal vez Orazio era lo suficientemente inteligente como para esconderse en
alguna parte donde no tuviéramos contactos, Escandinavia o Asia sería una
buena opción. La silla del escritorio giraba sobre sí misma, haciendo imposible
que Leonas se subiera. Me acerqué a él y sostuve la silla por el respaldo. Leonas
finalmente se las arregló para levantarse y luego se sentó en mi silla con una
sonrisa orgullosa. Su cabello rubio estaba por todos lados, definitivamente
necesitaba un corte. Hasta el momento no se había oscurecido mucho, pero
cuando había tenido su edad mi cabello también había sido más claro.

Intenté imaginar cómo me sentiría si él huía de su familia, de sus deberes.


La mera idea me golpeó como un puñetazo en el estómago. Tal vez Giovanni
debería haber sido más indulgente cuando se trató del deseo de Orazio para estar
con Lucy. Pero la Organización sin duda alguna, habría estado en contra de la
unión. Una mujer asiática, o a decir verdad cualquier mujer sin antepasados
italianos, tendría dificultades para ser aceptada en nuestros círculos.

Esperaba que esto cambiara para cuando Leonas tuviera la edad suficiente
para enamorarse.

El timbre sonó. El grito encantado de Anna le siguió y a pesar de la


tensión en mi cuerpo, no pude dejar de sonreír. Tomé a Leonas y caminé hacia la
puerta principal donde Giovanni estaba abrazando a Anna contra su pecho y la
alzaba a medida que Gabby le abría la puerta. Parecía haber envejecido unos diez
años más desde las noticias sobre la desaparición de Orazio.

—Ahí está mi princesa favorita —dijo Giovanni mientras besaba las


mejillas de Anna. Ella sonreía absolutamente radiante y luego me sonrió con las
mejillas sonrojadas. Giovanni se dirigió hacia mí, su sonrisa tornándose más
tensa. Bajó a Anna y después le dio otro beso en la coronilla—. Tu padre y yo
tenemos asuntos que tratar, bambina, pero más tarde te leeré una historia, ¿qué
tal eso?

Anna hizo un puchero, pero asintió. Acaricié su cabeza la alcancé.

—¿Por qué no ayudas a Gabby? 185


Anna asintió, aunque pareció decepcionada. Giovanni despeinó la cabeza
de Leonas quien soltó una risita en respuesta.

Gabby agarró la mano de Anna y la condujo a la cocina.

Giovanni contempló a Leonas retorciéndose en mis brazos.

—Ha crecido tanto.

Le di a Leonas y lo acunó contra su pecho con una sonrisa melancólica.


Leonas se calmó por un momento.

—Recuerdo cuando sostuve a Orazio por primera vez… —Se calló y pude
ver que estaba luchando consigo mismo. Apreté su hombro.

—Tal vez lo mejor es que siga escondiéndose. Ahora mismo, no tenemos


los recursos para desperdiciarlos en su búsqueda.

Giovanni levantó la vista, comprendiendo lo que estaba diciendo. No


buscaría a Orazio activamente. Y ese era mi regalo para Val y él.

—Si lo encuentras, será visto como un traidor…

Suspiré.
—Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él. Por ahora, no sabemos si
hizo algo que pueda ser interpretado como una traición. —Huir de la mafia era
una traición, pero si ese era su único crimen, tal vez podría ser indulgente,
incluso si eso enviaría un mensaje fatal a los otros mafiosos considerando
abandonar sus obligaciones. Para nosotros, el mejor resultado posible era que
Orazio no apareciera nunca más.

Llevé a Giovanni a mi oficina y se dejó caer en un sillón con Leonas en su


regazo, quien se liberó y se precipitó hacia la silla de mi escritorio.

Esta vez se las arregló para subir sin mi ayuda, lo que hizo que la silla
girara con él. Leonas se echó a reír encantado.

Giovanni suspiró.

—¿Qué vamos a hacer una vez que me jubile? ¿Quién va a ser


lugarteniente?

—Todavía tenemos muchos años para decidir eso. No vas a retirarte en


cualquier momento pronto.

—Haré lo mejor que pueda. Livia ya me tortura con una dieta baja en
carbohidratos. Como si un hombre de verdad no pudiera lidiar con pasta y pan.
186
Reprimí una sonrisa.

Rocco llegaría en treinta minutos para nuestra reunión. Siempre me reunía


con Giovanni un poco antes porque confiaba más en él y porque disfrutaba
nuestras conversaciones.

—El ataque al laboratorio de Cleveland fue un éxito —le dije.

Giovanni asintió distraídamente a medida que se paraba y giraba la silla


del escritorio, haciendo que la risa de Leonas fuera estridente. Afortunadamente,
todavía era demasiado joven para comprender la mayoría de lo que discutíamos.
Una vez que creciera, tendría que tener cuidado de lo que compartía en su
presencia hasta que llegara a una edad que le permitiera hacer frente a los
problemas de nuestro mundo y mantener secretos. Val quería que Leonas
permaneciera protegido el mayor tiempo posible, pero tenía que prepararlo.

Sonó mi teléfono. Era Rocco, lo cual hizo que mi pulso se acelerara de


inmediato.

No llamaría así, poco antes de una reunión a menos que algo hubiera
sucedido.

—¿Sí?
—Estoy de camino, Dante. Tengo malas noticias.

—¿Qué pasó?

—He estado contactando a los MC en territorio de la Famiglia. Es


imposible negociar con ellos y son tan estúpidos como tostadas, pero no pueden
mantener sus grandes bocazas cerradas. Y mencionaron una información muy
desafortunada…

Mi paciencia se estaba agotando rápidamente.

—Escúpelo.

—Orazio ha encontrado refugio en la Famiglia. Los rumores son que


removió su tatuaje y sirve bajo Vitiello.

Mis ojos se dirigieron a Giovanni, quien me miró con el ceño fruncido. A


pesar de la fuerte protesta de Leonas, dejó de girar la silla y vino hacia mí.

Tragué con fuerza.

—¿Es cierto?

—Mencionaron a una puta asiática embarazada, sus palabras no mías, a su 187


lado. Se mudaron a un edificio de apartamentos en el Upper East Side. Con
mucha seguridad.

Aparté la vista de Giovanni, como si alguien me hubiera golpeado el


estómago. Mis dedos en el reposabrazos se apretaron a medida que la furia y la
inquietud me abrumaron. Esta era la peor noticia posible.

—Lo siento, Dante —dijo Rocco—. Sé lo que se siente ser traicionado por
la familia. La Famiglia ha robado muchos de los nuestros. Estaré en la mansión
en diez minutos.

—De acuerdo. —Colgué, después me quedé mirando hacia abajo a mis


dedos apretando mi teléfono. Esta guerra se había vuelto muy personal. Más
personal de lo que nunca pensé que podría ser.

—¿Dante? —preguntó Giovanni en voz baja.

Me encontré con su mirada, preguntándome cómo le diría que su hijo nos


había traicionado de una manera que hacía que fuera imposible para mí mostrarle
misericordia. Y para ser honesto, no tenía absolutamente ninguna intención de
hacerlo, mi amor por Valentina ni siquiera cambiaba eso.

—Orazio ha desertado a la Famiglia.


El color desapareció del rostro de Giovanni. Sacudió la cabeza lentamente
y luego miró a Leonas.

Solo podía imaginar lo que sentía ahora.

—No puedo decirle a Livia. Simplemente, no puedo —dijo con voz áspera
a medida que se dejaba caer en el sillón—. Ya ha estado devastada de solo pensar
que huyó, pero ahora… ¿esto? Dios. —Se tapó los ojos con la mano y tomó una
respiración profunda. Cuando me miró después de un par de minutos, su
expresión estaba más controlada—. ¿Qué vamos a hacer?

—Tenemos que decirle a Val y Livia. Se difundirán las noticias sobre


esto. Es imposible ocultar algo de esta proporción en secreto.

Giovanni asintió, pero aun así, no dijo nada. Le temblaban las manos.
Pensé en decir algo para aliviar su dolor, pero las palabras no parecían tener
sentido. ¿Qué podía decir que hiciera más fácil perder a tu único hijo? Sobre todo
porque yo era el hombre que tendría que cazarlo y matarlo.

Giovanni se puso de pie e hice lo mismo. Se acercó a mí con las piernas


temblorosas y enderezó los hombros como si llegara a una decisión.

—Renunciaré a mi posición como Capitán. No tengo un heredero… mi


188
hijo… mi hijo se ha convertido en un traidor a la causa. Nuestros hombres te
pedirán que encuentres a un Capitán nuevo que pueda hacerse cargo.

Leonas saltó de la silla y tropezó hacia nosotros. Abrazó mi pierna,


sonriéndonos. Aferré el antebrazo de Giovanni fuertemente.

—No permitiré que renuncies a tu posición, Giovanni. Tienes un deber


que cumplir con la Organización, conmigo y con nuestra familia. No me importa
lo que diga nadie más. Mi palabra es ley y te quiero como mi lugarteniente. Sin
discusión.

Giovanni dudó y luego inclinó la cabeza.

—Si eso es lo que quieres.

—Lo es.

—Ahora tengo que ir con Livia. Tienes razón. Tiene que escucharlo de mí
y también necesito algo de tiempo para aceptar las noticias. No tienes que
acompañarme a la puerta. Cuida de Leonas. —Giovanni dio unas palmaditas en
la cabeza de Leonas con una sonrisa dolida antes de apresurarse a salir de la
habitación.

—¡Papi! Abuelo, se va.


—Lo sé —dije en voz baja. Leonas frunció el ceño y luego corrió hacia la
silla.

Valentina apareció en la puerta, luciendo confundida, su cabello aún


húmedo y recogido sobre su cabeza.

—Me apresuré para saludar a mi padre, pero prácticamente huyó de la


casa. ¿Qué está pasando?

No estaba seguro de cómo decirle la horrible verdad. Mis ojos se


dirigieron a Leonas en mi silla. Bostezó y se frotó los ojos.

Val se puso rígida.

—Dante, me estás asustando… ¿es por Orazio?

Me acerqué más.

—Llevemos a Leonas a la cama para su siesta y después hablamos.

—Dante —susurró Val.

Toqué su hombro.
189
—Después.

Val asintió mecánicamente y observó cuando levanté a Leonas, quien


descansó su mejilla en el hueco de mi cuello, una clara señal de que era hora de
la siesta.

—Vamos, Val.

Subimos en silencio las escaleras y bajé a Leonas a su cama. Le aparté el


cabello de la cara y me enderecé. Llevé a Val al pasillo sin decir una palabra y
me acerqué a ella, acunando su rostro. Sus ojos nadaban con miedo. Y deseé que
no tuviera razones para sentirse así.

—Nuestros contactos en el territorio de la Famiglia nos informaron que


Orazio apareció en Nueva York, donde lo acogieron. —Los labios de Val se
entreabrieron, pero no dijo nada. La incredulidad seguida del horror cruzó por su
hermoso rostro—. Lo siento, Val.

Sacudió la cabeza lentamente.

—¿Eso significa que es un traidor…? No entiendo por qué se unió a la


Famiglia. ¿Por qué no huir?

—Creo que podría haber estado trabajando con ellos por un tiempo.
Val presionó su frente contra mi pecho, estremeciéndose.

—¿Por qué no podía solo huir?

—Su novia está embarazada.

Val levantó la cabeza y la comprensión se instaló en sus rasgos.

—Quiere protegerlos. Huir con un niño es imposible. Probablemente


pensó que estarían más seguros con la Famiglia.

Mantuve mi rostro neutral. Val necesitaba entender esto y su razonamiento


ciertamente tenía mérito. Orazio probablemente había actuado con el objetivo de
proteger a su novia embarazada, pero estaba lejos de estar a salvo. Sería cazado.
No podía solo sentarme cuando el hijo de un miembro de alto rango de la
Organización desertaba a nuestros enemigos. Tenía que eliminarlo lo antes
posible para dar un ejemplo. Si no tenía cuidado, esto podría salirse de control.

Val evaluó mis ojos. Supe lo que estaba esperando encontrar, incluso sin
decir una palabra, pero esta vez no lo haría. No habría compasión para Orazio
una vez que lo tuviera.

—Ahora vas a cazarlo, ¿verdad? 190


—Tengo que hacerlo.

Sacudió su cabeza.

—No. Eres el Capo. Puedes determinar qué dirección tomará la


Organización en el futuro. ¿Por qué arrastrar a todos en una maldita guerra que
no nos llevará a ninguna parte? ¿Por qué no podemos simplemente ignorarnos
mutuamente? No tiene que haber paz entre la Organización y la Famiglia,
siempre y cuando simplemente no nos matemos entre sí.

—Porque Luca hizo esto personal. Mató a uno de mis hombres, secuestró
a la hija de Rocco, y ahora se llevó a mi cuñado. Val, no voy a ignorar esto. Mis
hombres esperan que muestre fuerza, y aceptar que otros me falten el respeto a
mí y a la Organización no va a mostrar esa fuerza. Serán recibidos con toda la
fuerza de mi brutalidad y venganza.

Val dio un paso atrás y se dirigió a nuestra habitación lentamente donde se


dejó caer en la cama.

—¿Qué dijo mi padre? —Se obligó a sonar calmada, y odié que levantara
una barrera entre nosotros. La seguí.
Su mirada se dirigió a sus manos, que jugueteaban con su suéter
nerviosamente. No quería que leyera su expresión.

—Fue a decirle a tu madre. Entiende las consecuencias de las acciones de


Orazio.

Val resopló.

—Las consecuencias de sus acciones. ¿Puedes sonar más indiferente? —


Sus ojos se dispararon a los míos, llenos de ira y angustia—. Es mi hermano,
Dante. No es un enemigo, ni un traidor, ni un nombre en una lista que puedes
tachar como si nunca hubiera significado nada. Y sin importar lo que diga papá,
esto lo golpeó fuerte. Y mamá… —Val se alejó de mí una vez más, aferrando el
borde de la cama con fuerza, sus hombros temblando.

Me obligué a controlar mi propia ira y frustración. Val tenía mucho que


soportar, sin mencionar a dos niños pequeños y exigentes que cuidar. Estaba
exhausta y vulnerable emocionalmente.

—Soy consciente de ello. ¿Qué esperas que haga, Val? Soy Capo. Mis
hombres esperan que los guíe a través de esta crisis. Una crisis, que podría
agregar, podría haber empeorado por las acciones de Orazio. 191
Se puso de pie una vez más.

—Lo hizo por la mujer que ama y su hijo por nacer. ¿Qué harías para
proteger a nuestros hijos?

La atraje contra mi pecho.

—Haría cualquier cosa para protegerlos a ti, a Anna y Leonas.


Absolutamente cualquier cosa, por eso necesito asegurarme que la Organización
permanezca fuerte. Luca no dudará en derribar todo lo que construí. La
Organización es el legado de Leonas. Es el legado de nuestra familia. No seré
indulgente con las personas que arriesgan la seguridad de nuestra familia.

—Tal vez estaríamos más seguros sin una guerra…

—Val —gruñí—. Luca comenzó esta guerra y yo la terminaré


eventualmente, en mis términos y cuando la Organización llegue a la cima. No
me culpes por lo que hizo tu hermano. Sabía las consecuencias de sus acciones y
las aceptó. ¿Cómo sabes que no le pasó información sobre ti, sobre Anna y
Leonas a Luca? Aún ni siquiera sabemos el alcance de su traición.

Val consideró mis palabras, pero podía ver que no quería creerlas.
—¿En serio crees que Orazio le habría dicho algo a Luca sobre Anna y
Leonas?

Acuné la parte posterior de su cabeza hasta que me miró nuevamente.

—No lo sé y ese es el problema. Ahora que Orazio está en Nueva York,


puedes estar segura que le dará a Luca todo lo que sabe. Necesita seguir siendo
útil para garantizar su protección.

Val se hundió contra mí y dejó escapar un sollozo estremecedor. Envolví


mis brazos alrededor de ella mientras lloraba. Comprendía su dolor y me dolió
verla así, pero no sentía nada más que ira por las acciones de Orazio. No
encontraría compasión de mi parte si alguna vez ponía mis manos sobre él. Ya no
era de la familia. Era el enemigo, incluso si Val no podía verlo de esa manera.

192
Mi estómago se apretó dolorosamente cuando Enzo se detuvo delante de
la casa de mis padres. Anna rebotaba emocionada en su asiento e incluso Leonas,
quien había estado llorando todo el viaje, pareció encantado cuando reconoció la
casa. Anoche había hablado con mamá brevemente por teléfono. Su voz había
sonado ronca de llorar pero intentó sonar recobrada.

Saqué a Leonas de su asiento y Enzo ayudó a Anna a salir del auto. La


puerta de la casa se abrió y salió mamá, vestida de negro como si ya estuviera de
luto por la muerte de Orazio. Tal vez esta era su manera de hacer frente a la
situación, pretendiendo que estaba muerto, así no tendría que seguir
preocupándose por su destino. Si la Organización alguna vez lo atrapaba, la
muerte definitivamente no sería la peor opción. La bilis subió por mi garganta
considerando que Dante podría torturar a mi propio hermano.

No podía albergar ese pensamiento, no si quería mantener mi cordura.

Anna se apartó de Enzo y corrió hacia su abuela. Besé la mejilla de mi


madre y le di una sonrisa temblorosa. Tenía los ojos hinchados y rojos, pero su
expresión era orgullosa y determinada cuando se volvió hacia Enzo.

—¿Por qué no te adelantas a la cocina? El personal está tomando el


almuerzo.
Enzo asintió y luego me miró para confirmar. Asentí un poco y después
seguí a mi madre y a Anna, quien le estaba contando todo sobre sus colores
nuevos. Leonas estaba particularmente inquieto hoy y al momento en que me
senté en el sofá, se deslizó de mi regazo y fue a investigar la sala de estar. Mi
madre tenía una vasta colección de jarrones caros y figuras de porcelana, y
generalmente seguía a Leonas a donde fuera para evitar que rompiera uno de
ellos. Hoy ni siquiera miró en su dirección, lo cual demostraba lo aturdida que
estaba.

Anna estaba sentada felizmente en el regazo de su abuela.

—¿Cómo estás? —pregunté suavemente. En realidad, no podíamos hablar


con Anna en la habitación. Ya entendía más que suficiente y esta situación
definitivamente era demasiado para una niña de su edad. Mantuve un ojo en
Leonas pero hasta el momento no había agarrado nada.

Mamá se encogió de hombros, otra cosa que nunca hacía a menos que
estuviera totalmente distraída. Encogerse de hombros no era algo que una dama
debía hacer.

—Intento concentrarme en lo positivo. En ti y mis hermosos nietos.


193
—¿Y papá?

—Está intentando ser fuerte por mí, pero que un hombre pierda su
heredero, su único hijo… especialmente de esta forma. —Su voz se apagó—.
¿Qué hay de Dante?

Pensé en mi respuesta.

—Está intentando proteger a la Organización.

—Como debería. Tu padre y Rocco le están ayudando, eso es bueno.

En realidad, no estaba segura. Rocco, en particular, había estado


intentando agitar el conflicto entre la Organización y la Famiglia desde que
Liliana escapó con Romero. Él no sería la voz de la razón, y mi padre estaba
demasiado agitado para tomar decisiones acertadas. Dante quería venganza.
Quería la muerte de Orazio, incluso si no lo decía directamente, al menos no a
mí. Y aunque lo entendía, mi corazón estaba destrozado por las emociones en
conflicto. No podía soportar la idea de que Orazio podría ser capturado y
torturado hasta la muerte por lo que había hecho. Por otro lado, estaba furiosa en
nombre de Dante. Orazio debería haber elegido otra forma, no a la Famiglia.
Sabía lo mucho que Luca y Dante se odiaban. Era como una bofetada en la cara
de Dante que su cuñado fuera ahora parte de la Famiglia.
¿Cuánto más le quitaría esta guerra a nuestra familia?

194
Casi seis años después…

L 195
a risa salvaje y los gritos de Leonas, Rocco Jr. y Riccardo llegaron
hasta mi oficina. Giovanni rio entre dientes.

—Esos muchachos son una combinación salvaje.

—Lo son —comenté.

La voz de Valentina retumbó, y los gritos se detuvieron.

—Rocco tiene casi mi edad, en serio no sé cómo tiene la energía para criar
a dos niños pequeños. —Una pizca de melancolía cruzó su cara, pero lo ocultó
rápidamente. Orazio había sido parte de la Famiglia durante cinco años para
ahora. Giovanni nunca hablaba de él, a menos que Rocco lo mencionara.

—Creo que son menos bulliciosos en casa que aquí —dije, mis labios
temblando. Las técnicas de crianza de Rocco no habían mejorado mucho según
me dijo Val. Maria a menudo le confiaba la faltaba de paciencia de Rocco
durante sus encuentros semanales. Nunca golpeaba a sus hijos o esposa frente a
mí, completamente consciente de mi postura al respecto. Había intentado abordar
el tema con la mayor delicadeza posible, sin arriesgar que descubriera que Maria
había revelado lo que estaba pasando a puertas cerradas. Dudaba que hubiera
cambiado mucho.

Se consideraba estricto, no abusivo. Yo era un padre estricto pero


ciertamente manejaba el castigo de manera muy diferente a Rocco.
—¿Qué tal va la llegada del bebé número tres? —preguntó conspirador.

Anna había dejado escapar que Val y yo queríamos un tercer bebé y ahora
Giovanni y Livia no dejaban de preguntar.

Sonó el timbre y el silencio reinó en la casa inmediatamente.

—Creo que Rocco acaba de llegar.

Giovanni suspiró.

—Esperemos que traiga buenas noticias. Si escucho una palabra más sobre
la victoria inminente de la Camorra en el Oeste, voy a perder la cordura.

El resurgimiento de la Camorra en el Oeste era un desarrollo preocupante.


Después de la muerte de Benedetto hace unos años, pensé que los restos del clan
Falcone se dispersarían en las diferentes ciudades desgarrándose entre sí y
debilitando la Camorra. Y ese había sido el caso inicialmente, pero entonces
Remo Falcone había tomado el poder y empezó una masacre. Ahora sus
hermanos y él gobernaban sobre el Oeste. Aún no habían atacado mi territorio,
así que los había ignorado en su mayor parte. Eran unos lunáticos volátiles y
brutales como su padre, de modo que esperaba que se maten unos a otros con el
tiempo y así resuelvan el problema por sí mismos.
196
Cuando Rocco entró, supe que hoy no escucharíamos buenas noticias.

Su rostro estaba rojo y cubierto de sudor, y el botón superior de su camisa


estaba abierto como si tuviera problemas para respirar.

Me aparté de la silla.

—¿Rocco?

—Deberías volver a sentarte —murmuró.

Me acerqué a él, estrechando mis ojos.

—¿Qué pasó?

—Recibí actualizaciones de nuestros contactos en Las Vegas y Nueva


York. —Dejó escapar una risita amarga—. Estamos siendo jodidos por ambos
frentes.

—Por Dios, ¿qué está pasando? —preguntó Giovanni.

—Orazio ha sido nombrado lugarteniente de Boston.


La expresión de Giovanni se tornó de piedra, pero por un breve momento,
el dolor se encendió en sus ojos.

No me moví, intentando mantener mis emociones bajo control, aun


cuando una ola de furia se disparó a través de mí.

—¿Dijiste por ambos frentes?

Rocco volvió a reír y se tambaleó hacia el escritorio, donde dejó caer


algunas fotos. Sus dedos se volvieron blancos del fuerte agarre al borde del
escritorio. Me acerqué para ver mejor las fotos. Me tomó un momento entender
lo que estaba viendo. Una jaula de lucha con un hombre rubio en el centro.

Fabiano Scuderi con los brazos alzados, celebrando una victoria sobre un
oponente sangrando.

Miré a Rocco, quien parecía estar cerca de un arrebato.

—¿En dónde tomaron esta foto?

Una sospecha se deslizó lentamente en mi mente. Solo un territorio era


famoso por sus peleas a muerte.

—Las Vegas. —Rocco apuñaló el dedo sobre otra foto. La recogí y la


197
miré más de cerca. Fabiano tenía el tatuaje del ojo y el cuchillo en su antebrazo.
El tatuaje de la Camorra.

—¡Desertó a la maldita Camorra! Y ese bastardo de Falcone lo acogió.


Primero Luca con Orazio, ¡y ahora Falcone con Fabiano! Esto debe parar.

Giovanni no dijo nada. Si mi propio cuerpo no hubiera entrado en una


especie de estado de furia irrefrenable, habría preguntado si estaba bien. Se veía
pálido.

—¿Qué está haciendo en la Camorra? —pregunté, satisfecho de escuchar


mi voz fría y suave. Sin señales de mi agitación interna.

—¿Qué importa? —rugió Rocco—. Mi propia carne y sangre se ha


convertido en un asqueroso traidor. ¡Lo quiero muerto!

El odio puro brilló en los ojos oscuros de Rocco. Pero no fue la única
emoción que detecté. En su profundidad, encontré un miedo primitivo. ¿De qué
tenía tanto miedo Rocco? ¿Su reputación? ¿Que lo sacaría de su cargo como
Consigliere por este desarrollo? ¿O algo más?
—Tenemos que atacar a la Camorra, Dante. Inmediatamente. Podemos
mostrar debilidad. Luca y Remo nos están haciendo quedar como tontos.
Debemos reaccionar. Debemos matar a Fabiano y Orazio.

Estaba de acuerdo. Tanto Fabiano como Orazio tenían que morir, pero no
antes de que hablara con ellos. Necesitaba saber lo que había sucedido, y
necesitaba saber todo lo que sabían sobre la Famiglia y la Camorra.

—Tenemos que reunir más información antes de actuar, Rocco. Esto no es


algo con lo que podemos arriesgarnos sin un plan a prueba de tontos. Y ahora
mismo, ni tú ni Giovanni están en un estado mental para discutir planes.

Rocco sacudió la cabeza.

—¡No podemos esperar!

—Cuidado con ese tono —gruñí—. Vamos a esperar y reuniremos


información antes de discutir tácticas. ¿Entendido?

Rocco se acercó aún más.

—Me debes esto. Recuerda, Jacopo.

Agarré su garganta y lo empujé contra el escritorio.


198
—Una palabra más, Rocco, y morirás antes que Fabiano. No toleraré tu
falta de respeto. Y recuerda que me debes más que yo.

Giovanni se cernía a unos pasos de nosotros, con una mano en su arma.


No tenía que preocuparse. No necesitaba su ayuda contra Rocco. Me aseguraba
de mantenerme en forma, Rocco, por otro lado, solo intentaba mantenerse en
forma al llevarse a una niña a su cama.

—¿Entendido? —siseé.

—Sí —respondió Rocco apenas. Lo solté y se masajeó la garganta—. Lo


siento, Capo. Esto ha sido una conmoción.

—Averigua más información y una vez que te hayas calmado, pensaremos


en lo que podemos hacer.

Rocco asintió y se fue. Lo seguí, receloso de su estado emocional.

—¡Maria! Trae a los chicos. ¡Nos vamos! —ladró.

Maria se apresuró hacia el vestíbulo, con los dos niños delante de ella.
Rocco Jr. y Riccardo tenían cuatro y cinco años, y parecían gemelos. Riccardo
agachaba la cabeza, pero Rocco Jr. fruncía el ceño.
—Pero estábamos jugando con Leonas.

Rocco abofeteó a su hijo mayor.

—¿Parece que me importa?

Val me dio una mirada horrorizada cuando apareció en la puerta detrás de


Maria.

—No es señal de fortaleza hacer daño a las personas que deberías proteger
—murmuró Leonas, repitiendo las palabras que le dije varias veces.

Rocco fulminó a mi hijo, pero suavizó su expresión rápidamente y me dio


una sonrisa tensa.

—Hasta pronto.

Se fue sin otra palabra. Maria también empujó a los niños rápidamente y
se apresuró a seguirlo.

Val sacudió la cabeza y acarició la cabeza de Leonas. Él se me acercó.

—¿Por qué no puedes ordenarle que trate mejor a su familia?


199
Suspiré.

—Un Capo no puede involucrarse en los asuntos familiares.

—¡Eso es estúpido! —murmuró Leonas, estampando el pie contra el


suelo.

—No uses ese tono conmigo —dije bruscamente.

Leonas cerró la boca bruscamente, observándome con cautela. Hoy no


estaba de ánimo para discutir con él.

—Tengo que trabajar —espeté y regresé a mi oficina. Giovanni volvió a


sentarse en su silla habitual, mirando por la ventana.

Cerré la puerta y solté un suspiro largo.

Giovanni me miró de reojo.

—Tal vez esta es la forma en que Dios nos castiga.

Me acerqué al gabinete de licores y nos serví unos generosos vasos de


whisky escocés.

—No creo en un poder superior. Y eso no cambiará ahora. Mi madre


probablemente diría que estamos malditos. —Me reí con amargura y bebí una
cantidad considerable del líquido ardiente antes de entregarle a Giovanni un
vaso.

—Tampoco soy creyente, pero a veces me pregunto…

—¿Qué tipo de mensaje enviaría para castigarnos por nuestros pecados al


favorecer a otros pecadores? —Luca y Remo sin duda merecían el infierno tanto
como yo lo hacía.

—Es bueno que tu padre ya no se dé cuenta de lo que está pasando.

—La demencia ha resultado ser su bendición —dije sarcásticamente. Al


menos, me evitaba su desaprobación.

Me encaramé al borde del escritorio, tomando el resto de mi bebida.

—¿Qué piensas que deberíamos hacer?

Giovanni pareció sorprendido.

—¿No crees que estoy demasiado involucrado emocionalmente para darte


consejos?

—¿Quién de nosotros no está involucrado emocionalmente en este 200


momento, Giovanni? Estoy jodidamente furioso por esta situación. Quiero
torturar y matar hasta que el fuego en mis venas disminuya. ¿Crees que estoy en
un estado para tomar decisiones estratégicas?

—Eres el Capo, pero también eres humano.

Me reí sin alegría.

—No soy perfecto, eso está claro. Dos hijos de alto rango en Famiglias
enemigas. —Me serví más whisky. No podía recordar la última vez que hubiera
tomado más de un vaso.

—No sé qué decirte. No sé si matarlos vaya a cambiar nada. El daño está


hecho.

—Alguien tiene que pagar por esto. Tengo que asegurarme que mis
hombres sepan que los castigaré severamente si rompen su juramento.

Giovanni se puso de pie.

—Hice las paces con la situación con los años. Por Livia y por Val, e
incluso por mí.
—Entonces has llegado más lejos que yo. La paz es lo último en mi
mente.

Giovanni sonrió con tristeza.

—Lo sé. Y estoy de tu lado sin importar lo que decidas. Solo recuerda que
una guerra en dos frentes podría destrozar a la Organización. Todo lo que quiero
es que nuestra familia esté a salvo.

—Créeme, Giovanni, la seguridad de mi familia es mi máxima prioridad.

Val, Leonas y Anna siempre estaban detrás de mí cuando tomaba


decisiones cruciales, decisiones que podrían llevar a represalias brutales.

—Ahora si me disculpas, tengo que encontrar una manera de decirle esto a


Livia. —Suspiró—. Necesitamos buenas noticias.

No dije nada, demasiado dividido entre una ira cegadora y la


desesperación. Si solo tuviera preocuparme de mí, habría atacado a Boston y
matado a Orazio, después seguiría a las Vegas para terminar con Fabiano. Pero
no estaba solo.

Bebí el resto de mi bebida. 201


Giovanni salió y cerró la puerta. Eché un vistazo a las fotos. ¿Por qué
Fabiano habría elegido a la Camorra y no a la Famiglia? Eso no tenía
absolutamente ningún sentido. Antes, cuando huyó, la Camorra había sido un
desastre. No podía haber esperado encontrar nada en el Oeste a excepción de una
muerte dolorosa. Luca lo habría acogido, por Aria, para molestarme…

Una nueva ola de rabia hirvió en mi interior. Luca arriesgó mucho al hacer
lugarteniente a Orazio. No solo había nacido en la Organización, sino que su
esposa no era italiana. Su Famiglia no podía estar feliz con esa situación.

Por supuesto, sabía por qué lo hizo. Para burlarse de mí.

Sonó un golpe en la puerta, sacándome de mis pensamientos.

Val entró sin esperar a que la invitara a entrar. Era algo común, pero hoy
mi paciencia se había agotado.

—No te pedí que entres.

Val levantó las cejas, luego cruzó los brazos frente a su pecho.

—No soy uno de tus soldados, Dante, así que no me trates como a uno de
ellos.
Apreté los dientes. Tenía razón. No debería desatar mi furia con ella, pero
en este momento me sentía a punto de la detonación y no quería que estuviera
cerca.

Dio un paso más, pero sacudí la cabeza.

—Necesito tiempo para pensar.

—¿Qué pasó? Mi padre y Rocco parecían que hubieran visto un fantasma.


¿Se trata de Orazio?

—Valentina —espeté bruscamente—. Ahora mismo, no tengo ganas de


hablar. En serio necesito pensar.

—Muy bien —dijo Val, su expresión dejando muy claro que no lo


estaba—. Tal vez cuando te calmes, entonces podamos tener una conversación
entre pareja. No estoy de humor para ser tratada como uno de tus súbditos. —Se
dio la vuelta antes de que pudiera decir algo más y salió de la habitación, la
puerta se cerró con más fuerza de la necesaria.

Aferré el borde del escritorio, cerrando los ojos. Odiaba pelear con Val.

202

—¿Qué la pasa a papá? —preguntó Leonas con curiosidad cuando entré


en la biblioteca donde lo había enviado con Anna de modo que pudieran practicar
sus instrumentos. Leonas presionaba las teclas de un piano con muy poco
entusiasmo y Anna, también, solo tirando algunas cuerdas de su arpa al azar.
Nunca se había acostumbrado al piano, así que la habíamos cambiado al arpa
hace dos años, con éxito.

—Solo está un poco estresado. Tiene un montón de trabajo encima.

—¿Es porque el tío Orazio es un traidor?

Fruncí el ceño, preguntándome en dónde había escuchado eso Anna. Era


imposible ocultarles todo. Con nueve y seis años, mis hijos sabían más de lo que
quería.
—No lo sé. No te preocupes por eso, ¿de acuerdo? Todo va a estar bien.
Tu papá solo necesita algo de tiempo para trabajar en paz.

—Está bien —murmuró Anna entre dientes y empezó a tocar una hermosa
canción en su arpa.

Leonas se levantó del banco del piano y caminó hacia mí. Pasé mi mano
por su cabello, que había vuelto a crecer demasiado otra vez, de modo que tenía
que apartarlo de sus ojos constantemente.

—Cuando sea Capo, despediré al padre de Rocco. No lo quiero como mi


Consigliere.

Reprimí una sonrisa y lo abracé contra mí.

—Todavía falta mucho tiempo para eso. Estoy segura que para entonces
se habrá retirado.

—Si no lo ha hecho, entonces simplemente lo mataré.

Me quedé helada.

—Leonas, no hables así.


203
Levantó la vista con curiosidad.

—¿Por qué no? Es la verdad. Papá mata gente todo el tiempo.

Anna tiraba más fuerte de las cuerdas de su arpa y tarareaba una melodía.

Bajé la voz y le di una mirada severa.

—¿Quién dijo eso?

—Rocco y Riccardo. Su padre les cuenta muchas cosas. Y también he


oído por casualidad a Enzo y Taft en la cocina.

—No creas todo lo que escuchas.

Inclinó la cabeza.

—Pero es cierto, ¿verdad? La mafia mata gente y papá le dice a quién a


sus soldados. Como traidores y personas que no le agrada.

No estaba segura qué decirle. Tenía seis años, era un niño pequeño, y sin
embargo sabía estas cosas, hablaba de la muerte como si fuera algo ordinario.
Tragué con fuerza.
—Sabes que no deberías hablar de estas cosas con otras personas,
¿verdad?

—Lo sé —respondió Leonas—. Papá y tú siempre dicen que debemos


mantenerlo en secreto. Nunca les digo nada a los forasteros.

Eché un vistazo a mi reloj.

—Ahora vuelve a tu práctica de piano. ¿Has terminado con tu tarea?

Leonas hizo una mueca hosca.

—Sí. —Lo empujé suavemente hacia el piano y luego avancé hasta Anna,
quien estaba mirando hacia sus dedos en fingida concentración. Me puse en
cuclillas junto a su taburete. Su largo cabello castaño le caía por la espalda y lo
alisé suavemente. Anna se volvió hacia mí, sus ojos azules nadando con
preocupación. Cada vez que me miraba, mi aliento se detenía por un momento.
Era una niña tan hermosa, por dentro y por fuera.

—¿Papá mata a todos los traidores? ¿Incluso a la familia?

Anna había amado a Orazio y había estado triste cuando desapareció. Me


habría gustado que nunca hubiera descubierto que se convirtió en un traidor. 204
—Papá intenta ser un buen líder para sus hombres y un buen padre para ti
y Leonas, Anna. No te preocupes por estas cosas. No involucra nuestras vidas.

Por supuesto, era una mentira. La mafia gobernaba sobre cada aspecto de
nuestra vida.

Anna frunció los labios.

—Por eso es que no se me permite ir a una escuela normal.

Tenía razón.

—Es porque eres una niña y no puedes protegerte a ti misma —añadió


Leonas.

Anna lo fulminó con la mirada.

—¡Tú tampoco puedes protegerte a ti mismo!

—Claro que sí. Es por eso que puedo ir y tú no.

—Suficiente, Leonas. Concéntrate en tu práctica. —Tomé la mano de


Anna—. Tu papá es un poco más protector con nosotras que con Leonas.
Se había dado lugar a una discusión entre nosotros cuando Leonas había
comenzado la escuela privada hace casi dos años, mientras que Anna siguió
siendo educada en casa, pero Dante no había cedido. Quería que Leonas
estuviera rodeado de otros niños, de modo que aprendiera a afirmarse a sí mismo.
Anna, por otro lado, permanecía en su capullo protegido en casa.

—¿Quieres asistir a la escuela de Leonas?

Se mordió el labio y asintió.

—Vamos a ver lo que podemos hacer. Tal vez el próximo año.

—Está bien —dijo. Me puse de pie y los dejé a su práctica.

No iba a comenzar hoy una discusión sobre las opciones escolares con
Dante. No estaba de ánimo para hacerlo. En su lugar, me dirigí a mi oficina para
planificar mi próxima visita a nuestro prostíbulo principal, uno frecuentado por la
élite de Chicago, en su mayoría políticos.

205
Los niños y yo cenamos solos, lo que ya casi nunca sucedía. Me abstuve
de tocar a la puerta de Dante para pedirle que se uniera a nosotros. Sabía que
siempre comíamos a la misma hora.

Una vez que los niños estuvieron en la cama, me puse mi camisón, pero el
sueño me evadió, así que me dirigí a mi oficina para trabajar un poco más, pero
poco antes de la medianoche decidí buscar a Dante una vez más. No podía
ocultarse en su oficina para siempre.

Llamé y entré nuevamente sin esperar una respuesta. Eso molestaba a


Dante, pero a veces era la mejor manera de conseguir una reacción rápida de su
parte y no darle tiempo para recuperarse. Odiaba cuando intentaba ponerse una
máscara frente a mí, incluso si solo lo hacía para protegerme.

La molestia cruzó por la cara de Dante. Estaba inclinado sobre el


escritorio que estaba cubierto de una gran variedad de papeles. Su chaqueta
colgaba sobre su silla y su chaleco yacía en el suelo junto a sus pies. Por lo
general, nunca dejaba caer su ropa al suelo. Que no le importara mostraba lo
ocupada que estaba su mente.

—Val, te dije que necesito trabajar.


Un vaso de whisky medio vacío estaba precariamente cerca del borde del
escritorio donde Dante parecía haberlo dejado sin mucho cuidado. Sus ojos
entrecerrados me miraron y algo en ellos envió un pequeño escalofrío por mi
espalda. Arrastró su mirada sobre mi cuerpo lentamente. Descalza y en camisón,
le daba mucho que asimilar.

—Es más de medianoche. Ven a la cama.

Se enderezó con una mirada entre una ira y un hambre familiar. Los dos
primeros botones de su camisa estaban abiertos y había arremangado su camisa,
revelando sus antebrazos musculosos. Me acerqué despacio y sus ojos siguieron
el movimiento de mis caderas y luego se desplazaron hacia mis senos. Mis
pezones se endurecieron bajo su escrutinio.

—¿Cuándo aprenderás a hacer lo que te digo?

Me detuve al otro lado del escritorio.

—Cuando empieces a cuidarte mejor. Es tarde. Necesitas descansar.

—No quiero descansar —dijo en una voz que sentí entre mis piernas.

Cualquier cosa que hubiera sucedido hoy, y averiguaría lo que pasó más 206
tarde, había sacudido a Dante más que nada en mucho tiempo. Estaba tenso y
enojado. Necesitaba desahogarse y verlo así me excitaba.

Dante me sorprendió al inclinarse por encima del escritorio, agarrándome


del cuello y atrayéndome para un beso brusco. Cuando retrocedió, tanto el
hambre como la ira se habían intensificado en sus ojos.

—Maldita sea, Val. Eres demasiado terca.

Podía decir que Dante tenía toda la intención de castigarme hoy. Se había
convertido en nuestro pequeño juego de roles, a veces más serio que otras veces.
Era una oportunidad para los dos de aliviar la tensión, y Dante lo necesitaba hoy.

Dante me soltó y tomó un sorbo de su whisky antes de ordenarme:

—Cámbiate. Espero que estés lista cuando llegue.

Me apresuré por las escaleras, mordiéndome el labio, y me puse un


camisón endeble que apenas cubría mi trasero, bragas con una hendidura en la
entrepierna para facilitar el acceso y liguero. Habíamos renunciado a los tacones
hace un tiempo. Simplemente hacían las cosas demasiado incómodas.
Ya estaba mojada de solo esperar a Dante en nuestra habitación. Cuando
finalmente entró con una expresión de hambre oscura y dominancia, tuve que
impedir arrojarme sobre él.

—Agárrate a la pata de la cama. De espaldas a mí.

Obedecí de inmediato y puse mis manos alrededor del poste de madera


mientras los zapatos de Dante retumbaban en las tablas del piso. El calor de
Dante se presionó contra mí y ató mis manos al poste con una banda de satén.
Tiró de mis brazos, luego dio un sonido satisfecho cuando no pude liberarme.
Esperé el próximo movimiento de Dante., con los brazos sobre mi cabeza.
Envolvió un chal alrededor de mis ojos, cegándome de momento. Me estremecí
al perder ese sentido.

Me encantaban nuestros pequeños juegos de roles. Mantenían las cosas


interesantes incluso después de años de matrimonio y dos hijos.

Entonces, Dante dio un paso atrás, privándome de su calor.

—Dobla la espalda y abre más las piernas.

Hice lo que exigió y esperé. Ya estaba tan ansiosa por su toque, por su
polla, me estaba volviendo loca.
207
El roce de la ropa y el suave clic de sus zapatos me dijo que estaba cerca,
pero aún no podía sentirlo. Un dedo se hundió entre mis pliegues y contuve un
gemido.

—Me encanta cuando me das acceso fácil a tu coño. —Arrastró el dedo


por encima de mi hendidura, extrayendo mi humedad.

Mis dientes se clavaron en mi labio inferior para evitar emitir un sonido.

—Siempre estás empapada por mí, Val, ¿cierto? —preguntó áspero, se


apartó y lo escuché lamerse el dedo. Me estremecí, sobresaliendo aún más mi
trasero, una súplica silenciosa.

—Hoy has probado mi paciencia, Val. No voy a facilitarte esto. —Su


palma se deslizó por la cara interna de mi muslo y luego le siguió su boca,
caliente y húmeda. Sollocé.

—Por favor.

—Ni un sonido —gruñó, y me excité aún más. Mi cuerpo zumbaba de


necesidad, mis dedos curvándose a medida que mi interior se apretaba en
anticipación por el toque de Dante. Soltó un suspiro caliente y arrastró su lengua
por el borde de la liga. Me mordí el labio, desesperada y ansiosa, y cerca de
perder el control. Si mis manos no estuvieran atadas, habría hundido mis propios
dedos en mi interior, pero a como estaba, tenía que someterme a las torturas de
Dante. Mordió mi piel ligeramente, haciéndome gemir contra el poste. Y al final,
llevó dos dedos a mi abertura y empujó lentamente, suavemente. Pero necesitaba
más. Sacudí mis caderas—. No.

Me detuve, gimiendo cuando Dante desaceleró sus dedos aún más. Su


cálido aliento contra mi muslo interno. Sabía que estaba observándome de cerca
a medida que deslizaba sus dedos en mi coño y solo saberlo triplicó mi lujuria.

—Abre más las piernas.

Lo hice y la exhalación profunda de Dante fue la mejor recompensa


posible. Sus dedos estaban envainados por completo en mí y mis músculos se
contrajeron a su alrededor, rogando por fricción, rogando para que embistiera en
mí, para que tocara mi clítoris. En cambio, Dante giró sus dedos lentamente, lo
cual se sintió increíble, pero no era suficiente, ni de cerca suficiente.

—Paciencia —dijo arrastrando la palabra como si pudiera leer mi mente, o


más probablemente leer mi cuerpo ansioso. Quería tanto su lengua, y luego su
pene. Apenas podía pensar con claridad.
208
Extrajo sus dedos lentamente y luego se puso de pie.

—Abre la boca.

Pasó sus dedos por mis labios, permitiéndome saborearme. Utilicé mi


oportunidad y rodeé sus dedos con mi lengua, luego chupé como lo haría con su
pene si solo me dejaba tenerlo.

Desató mis manos y me guio hacia la cama. Me hundí y luego me recosté,


esperándolo. El colchón se hundió bajo su peso y luego mi venda desapareció.
Abrí los ojos pero me tomó un momento acostumbrarme al brillo una vez más.
Dante deslizaba mis bragas y empujó mis rodillas contra mi pecho hasta que
estuve completamente expuesta a él. Mis labios se separaron con deseo, sabiendo
lo que vendría. Se inclinó y pasó su lengua a lo largo de mi hendidura, una, dos
veces.

—Tan jodidamente ansiosa por mi lengua. —Me miró por encima de mi


coño a medida que su mano amasaba mis nalgas.

—Sí —susurré, ansiosa de que continuara, de sentir su lengua dentro de


mí. Sus ojos azules sostuvieron los míos mientras arrastraba su lengua
lentamente de ida y vuelta por mis pliegues, jugando con ellos ligeramente. Me
mordí el labio inferior para reprimir cualquier sonido. Dante retrocedió
nuevamente, y sus ojos dominantes se posaron en mi coño. Apretó mi nalga y mi
centro se tensó, y una nueva ola de excitación rugió en mi interior. La respiración
de Dante profundizó, una oscura sonrisa curvando su boca porque lo vio.

—Recuerda, ni un sonido y no vas a correrte hasta que lo permita —dijo


con voz áspera, y entonces, presionó su boca contra mi coño y chupó mis
pliegues entre sus labios, ligeramente primero y luego más fuerte, y lloriqueé,
temblé y me puse aún más húmeda.

Sabía que iba a ser más fácil no correrme si no veía, pero ver a este
hombre poderoso entre mis muslos era la cosa más erótica en el mundo y no
podía privarme de ella.

Dante soltó mis pliegues.

—Deliciosa —murmuró, y abrió mis labios. Incluso pude ver cuán


hinchado y rojo estaba mi clítoris, desesperado por liberarse, por atención—. Ni
un sonido, no te corras —exigió Dante.

Asentí bruscamente, y con sus ojos en mí, lamió mi hendidura con la


punta de su lengua y luego pasó la punta sobre mi clítoris. Una y otra vez. Su
lengua cálida y húmeda. Firme, luego suave. Repitió el mismo movimiento 209
tortuoso una y otra vez, sus ojos sosteniendo los míos, observando mi
desesperación por correrme, por necesitar correrme.

Mis dedos se clavaron en mis rodillas, mis dientes en mi labio inferior.

—Dante —jadeé.

—No —gruñó, y rodeó mi abertura con la lengua de la forma en que me


encantaba, y comencé a temblar, mi orgasmo queriendo estallar.

Dante se apartó y se sentó.

—¡Por favor! —jadeé.

Sacudió la cabeza.

—No, estabas a punto de correrte. No te permití hacerlo.

Lo fulminé con la mirada pero, al mismo tiempo, me estremecí con una


nueva ola de deseo por su actitud dominante. Comencé a bajar las piernas pero
Dante sacudió la cabeza.

—Quédate así, abierta para mí y escurriendo.


Se puso de pie y se quitó el resto de la ropa lentamente. Necesité de una
moderación considerable para no arrancársela y atraerlo encima de mí. Se subió a
la cama y se arrodilló junto a mi cabeza, sonriendo sombríamente. Recordar los
primeros días de nuestro matrimonio cuando me había preocupado que Dante
fuera un desalmado en la cama casi me hizo reír. Empujó una almohada debajo
de mi cabeza de modo que estuviera al nivel de los ojos con su erección.

—Ahora vas chupar mi pene, y si lo haces bien, volveré a lamerte y dejaré


que te corras.

Asentí.

—Abre los labios —ordenó. Lo hice sin dudarlo y deslizó su polla hasta
que golpeó la parte posterior de mi garganta. Comenzó a empujarse dentro de mí,
sujetando mi cabeza, follando mi boca lentamente. Su control estaba cayendo y,
como siempre, me dio una sensación de triunfo.

210

Me quedé observando mi polla entrando y saliendo en la boca perfecta de


Val. Ella arremolinó su lengua y succionó sus mejillas, aumentando mi placer. La
sostuve en su lugar, mientras la follaba lentamente, tomándome mi tiempo,
queriendo prolongarlo. No era un castigo. A Val le encantaba chuparme la polla
y lo hacía justo como quería. Le había enseñado todos los trucos y era una
estudiante rápida.

Mis ojos se deslizaron hacia su coño. La vista de sus labios rosados


separados, su clítoris hinchado, brillante y listo, hizo que mi polla se sacudiera.
Val lamió mi líquido pre seminal ansiosamente.

—Bien —gemí a medida que salía lentamente de ella. Ya conocía su señal


y comenzó a trabajar solo en mi punta, chupándola y lamiéndola. Esta era la
parte que más le gustaba y la humedad se acumuló entre sus pliegues, esperando
ser lamida, pero eso tendría que esperar.

Val sostuvo mi mirada mientras chupaba la punta. Metió su lengua en mi


raja y luego la giró.
—Suficiente —ordené. Cerró su boca alrededor de mi polla nuevamente y
comencé a empujar una vez más, pero más rápido y más duro que antes y
después exploté en su boca—. Traga hasta la última gota.

Lo hizo. Siempre lo hacía, pero una vez más la orden la hizo estremecerse
de excitación.

Me retiré, lentamente. Val se lamió los labios.

—¿Y lo hice bien? —preguntó en un tono desafiante.

—Cuidado, o podría decidir no dejar que te corras —le advertí. Apretó los
labios, sus ojos llenos de necesidad y lujuria. La vista era suficiente para que mi
polla permaneciera medio erecta.

Bajé de la cama y me arrodillé ante su coño expectante. Mis ojos la


evaluaron, su necesidad por mí.

—¿Quieres que te devore hasta que te corras en mi boca? —pregunté con


voz áspera.

Los labios de Val se separaron.

—Sí, por favor.


211
—Bien —murmuré—. Pero primero necesitamos practicar un poco más de
disciplina. No vas a correrte en los próximos treinta segundos. Contarás y cuando
llegues a treinta, quiero que me des tu dulce liberación. ¿Entendido?

Eso era algo nuevo. Algo que no habíamos hecho todavía. Sus ojos
brillaron de deseo.

—Sí.

Acuné su firme trasero y me incliné sobre ella. Su coño se apretó con


anticipación y mi propia polla se llenó de más sangre al verla.

—Comienza a contar.

—Uno —dijo. Enganché mis pulgares en sus pétalos y los abrí para mí—.
Dos. —Le di mi primera lamida, por encima de su apertura, y “tres” y “cuatro”
salieron temblorosos, después me sumergí realmente profundo. Esto no sería
fácil para ella. Chupé y mordisqueé sus pliegues sensibles, los froté con mis
pulgares, tracé su abertura palpitante. Val tuvo problemas para contar, cada
palabra un jadeo ahogado, una exhalación, un gemido mientras la lamía,
disfrutando de su excitación más que cualquier otra cosa.
Val era muy receptiva, tan juguetona y le encantaba probar cosas nuevas.
A la cuenta de veintinueve, cerré la boca sobre sus pliegues y chupé con fuerza.

Gritó los treinta y se abrió aún más para mí, temblando y gimiendo cuando
le concedí su liberación. Gemí contra ella mientras deslizaba mi lengua dentro de
ella. Sus músculos se apretaron a mi alrededor. La lamí, delirando por su sabor.
Val se estremeció.

Me aparté y luego trepé por su cuerpo, besándola profundamente, ya


poniéndome más duro. Sus dedos se curvaron alrededor de mi pene,
acariciándome, impaciente. No tomó mucho tiempo. Aparté la mano de Val, nos
alineé y me sumergí en ella.

Jadeó. Empecé a embestirla salvajemente. Mi mano se cerró sobre sus


muñecas y las presioné contra las almohadas sobre su cabeza. Sus ojos se
clavaron en los míos, sus hermosos labios se separaron. Hundí mis dedos en su
muslo y lo enganché sobre mi trasero para un acceso más profundo.

Me perdí en Val, en mi lujuria por ella hasta que todo lo demás se


desvaneció en el fondo, hasta que todo lo que importaba era el coño resbaladizo
de Val alrededor de mi polla, nuestros cuerpos sudorosos presionándose el uno al
otro, nuestras bocas buscando contacto. 212
Mi liberación me abrumó, con un estremecimiento violento. Val echó la
cabeza hacia atrás con un grito ronco, sus músculos contrayéndose a mi alrededor
a medida que su orgasmo siguió el mío. Seguí bombeando en ella, mis labios
presionados contra el punto de pulso de Val.

Con un gemido, me incliné sobre Val y me quedé así, oliendo su aroma


familiar. Mi propio aroma almizclado se mezclaba con el de ella y me dio una
sensación de posesividad.

Val acarició mi espalda y besó mi sien.

—¿Quiere decirme qué pasó?

Solté un pequeño suspiro y salí de Val. Se giró hacia mí y la atraje contra


mi cuerpo y luego aparté su cabello sudoroso de su frente. Val me contempló con
paciencia, esos impresionantes ojos verdes llenos de comprensión. Aún me
sorprendía cómo podía confiar en mí, creer en mí.

—Es Orazio, ¿verdad?

Asentí.

—Y Fabiano.
Val levantó la cabeza.

—¿Fabiano?

Mi ira se reavivó, incluso si quería permanecer en mi dicha después del


sexo.

—Orazio ahora es lugarteniente en Boston, y Fabiano es parte de la


Camorra.

Val me miró fijamente. Su incredulidad reflejando mi propia reacción


inicial hasta que fue reemplazada por una sed de venganza y una ira severa.

Val sacudió la cabeza.

—¿Por qué Luca haría lugarteniente a Orazio? Eso solo le causará


problemas. —Entonces sus labios se torcieron, la comprensión instalándose en
sus ojos.

—Sí, se burla de mí.

—Y ahora vas a tomar represalias.

—Tengo que hacerlo. La pregunta es cómo. Especialmente ahora que 213


Fabiano es parte de la Camorra. No puedo atacar tanto a la Camorra como a la
Famiglia.

Val bajó la barbilla hacia mi pecho.

—Entonces ataca a la Camorra.

—No puedo perdonar a Orazio.

Asintió lentamente.

—Lo sé. No después de esto. Pero Luca va a estar esperando algo, ¿no
crees?

—Por supuesto. Sabe que estaré furioso una vez que me entere de Orazio.
Triplicará sus medidas de seguridad, al menos en Nueva York, y Orazio también
tendrá mucha más seguridad.

La mirada de Val se tornó distante.

—Me pregunto si ya tiene un segundo hijo… —se calló.

Toqué su mejilla.

—No pienses en eso. Solo empeorará las cosas.


—No puedo evitarlo. A veces, no puedo dejar de pensar en todo lo que
hemos perdido, y no me refiero solo a los muertos. Nunca voy a conocer a los
hijos de Aria o de Orazio, y Anna no puede ver a su madrina. Es desgarrador. Y
ahora Fabiano. Dios, ¿qué más puede salir mal? —Se detuvo, pero podía decir
que no había terminado—. Apuesto a que Rocco quiere entrar a Las Vegas con
las armas desplegadas para matar a Fabiano.

—Por supuesto. Está furioso, pero puedo decir que hay algo más.

Val inclinó la cabeza como siempre lo hacía cuando pensaba en algo


detenidamente.

—Es extraño que Fabiano se uniera a la Camorra en lugar de la Famiglia.

—Lo es. Sugiere que no tuvo otra opción. Pero, en primer lugar, ¿por qué
se encontraría en territorio de la Camorra?

Val me dio una mirada. Despreciaba profundamente a Rocco. Tampoco


sentía afecto por él a nivel personal, pero hasta ahora había sido un activo valioso
cuando se trataba de decisiones estratégicas.

—Crees que Rocco es la razón por la cual Fabiano fue a Las Vegas. ¿Por
qué haría eso? Lo hace quedar mal. Teniendo en cuenta que sus hijas ya están en
214
la Famiglia, esto solo empeorará su reputación.

—Lo sé, pero tal vez no pensó que Fabiano sobreviviría.

—Crees que lo envió a morir.

Val se encogió de hombros.

—No me digas que no lo crees capaz de ese tipo de cosas.

—No. —Rocco era ciertamente capaz de los actos más depravados cuando
pensaba que estaban a su favor. Pasé mis manos por el cabello de Val—. ¿Qué
harías en mi lugar?

—¿No confías en el consejo de Rocco en esto?

—Confío en ti absolutamente. Eres la única persona de la que puedo decir


eso.

Los ojos de Val se tornaron tiernos. Me besó, pero luego sus cejas se
fruncieron en pensamiento.

—Como he dicho, no atacaría a la Famiglia de inmediato. Excepto por


algunas incursiones más pequeñas en laboratorios o clubes cerca de nuestras
fronteras, tal vez, solo para mantenerlos alertas. Por ahora, me enfocaría en la
situación de Fabiano. Tal vez enviar un equipo para capturarlo y traerlo a
Chicago de modo que puedas interrogarlo. De esa manera averiguarás lo que
pasó en realidad. —Sonreí—. ¿Qué? —preguntó Val con un toque de vergüenza.

—Deberías ser mi Consigliere, no Rocco.

—Sí, claro.

—Lo digo en serio. Serías la mejor opción. Eres inteligente y tu corazón


está en el lugar correcto.

Val me dio un beso en la barbilla.

—Mi corazón podría ser un problema cuando se trata del lado sangriento
del negocio.

Pase mis dedos por su espalda.

—Pero el mío no. Soy capaz de hacer lo que sea necesario. Pero tienes
razón. Tal vez es bueno que no seas parte de los negocios.

—Ya ayudo con el negocio. Y la mayoría de tus soldados irían en guerra


si hicieras a una mujer, tu esposa, Consigliere. Eso jamás funcionará.
215
—Tendrían que aceptar mi juicio.

Val sacudió la cabeza.

—Y mucho menos necesitamos otro campo de batalla dentro de la


Organización. Por no hablar de que todavía está Rocco. ¿O has hecho planes para
deshacerte de él?

—Eso te encantaría.

—Pues, sí.

Me reí.

—No eres tan inocente.

—Se merece la muerte por todo lo que ha hecho.

—Pero yo también, Val. —Resopló—. En este momento, no tengo la


intención de remover a Rocco de su puesto. Esperaré hasta que Fabiano nos diga
exactamente por qué se unió a la Camorra antes de decidir qué hacer con Rocco.

Val asintió, después bostezó. Eran más de las dos y ambos teníamos que
levantarnos temprano.
Apagué las luces y le di las buenas noches a Val.

Durante unos momentos, Val no dijo nada cuando sus palabras susurradas
suavemente penetraron el silencio:

—¿En serio crees que sería una buena Consigliere?

Sonreí contra su cabello.

—Sí, no tengo dudas.

El sueño me evadió esa noche, así que me levanté a las cinco de la mañana
y salí del dormitorio con ropa de gimnasia. Val seguía profundamente dormida.
Me puse mis pantalones cortos y una camiseta y fui al pequeño gimnasio junto a
mi oficina. Intentaba correr diez kilómetros cada mañana. Esta mañana decidí por
trece kilómetros con la esperanza de calmar mi mente inquieta y desterrar la
tensión persistente en mi cuerpo.
216
Después de una rápida ducha en el baño de visitas y cambiarme a un traje
de negocios, me dirigí a mi oficina. Aún no eran ni las siete, pero tenía un día
ocupado por delante. Necesitaba visitar a uno de nuestros traficantes de armas y
luego dirigirme al Trentino, uno de nuestros casinos clandestinos más nuevos.

Las fotos de Fabiano todavía se burlaban de mí en mi escritorio. Las


recogí y las metí en uno de los cajones antes de inclinarme sobre los papeles con
nuestras órdenes de armas.

Un suave clic hizo que mi cabeza se disparara en alto rápidamente con los
ojos entrecerrados.

Anna se cernía en la puerta, medio escondida detrás de la puerta. Su


cabello estaba despeinado y todavía llevaba su pijama blanco con un estampado
de flores rosa.

—¿Papi, puedo entrar?

Dejé los papeles y empujé la silla hacia atrás.

—Por supuesto, Anna. ¿Qué pasa?

Algo en su comportamiento lucía apagado. Por lo general no era tan


recatada alrededor de nosotros, incluso si era reservada cuando personas extrañas
estaban alrededor. Cerró la puerta y se acercó de puntillas, evitando mis ojos. La
puse en mi regazo y ella apoyó su cabeza contra mi garganta, sus dedos
jugueteando con mi chaqueta.

—Sabes que puedes decirme cualquier cosa, ¿verdad? —dije en voz baja.

Ella asintió bruscamente.

—Papi, si hago algo malo, algo que no te gusta, ¿vas a matarme como a
Orazio?

Mi corazón dejó de latir por un momento. La aparté para ver su rostro,


agarrándola por los hombros. Sus ojos albergaban una inquietud honesta y era la
peor visión que podía imaginar. Las mierdas con Orazio y Fabiano no
significaban nada en comparación con la puta angustia que sentí porque mi
propia hija pensaba que podría matarla si me disgustaba. La mera idea…

Empujé su barbilla hacia mí.

—Anna, jamás voy a lastimarte, sin importar lo que hagas. Te protegeré


con mi vida si es necesario de cualquier daño. ¿Me escuchas?

—¿Incluso si me convierto en una traidora? 217


—Jamás te haré daño. Nunca.

Se mordió el labio.

—De acuerdo.

—¿Quién dijo algo así? —pregunté, intentando mantener mi voz gentil.

—Leonas dijo que tienes que matar a Orazio porque es un traidor, y que
harías lo mismo con cualquier otra persona que te traicionara.

Apreté los dientes, y besé la frente de Anna.

—Te amo más que a nada en el mundo, Anna.

—También te amo, papá —dijo Anna y se acurrucó contra mí una vez


más. A pesar de mi carga de trabajo, decidí pasar un tiempo con ella.

—¿Qué tal si tocamos una canción juntos?

—¿En serio? —Se sentó con los ojos completamente abiertos.

Ya rara vez tocaba el piano. Por un lado, no tenía tiempo, y nunca había
sido mi pasión, pero tocar con Anna tenía un lugar especial en mi corazón.
Saltó de mi regazo y tomó mi mano, prácticamente arrastrándome hacia la
biblioteca. Esta era mi hija, no la niña asustada de hace unos minutos.

Anna se acomodó en el banco del piano.

—¿No vas a tocar el arpa?

Sacudió la cabeza bruscamente.

—Quiero tocar el piano contigo.

—De acuerdo. —Me senté a su lado—. Vamos a ver. ¿Qué canción


quieres tocar?

—¡Let it be!

Me reí. Busqué la canción en su folleto y luego la abrí. A Anna le


encantaba escuchar a los Beatles y tocar sus canciones. Era un alma vieja en un
cuerpo joven.

—¿Lista?

Me sonrió radiantemente, su preocupación y miedo olvidados. Haría


cualquier cosa para que siguiera siendo así. 218
D
ebí haber sabido que Rocco actuaría. Se había tensado al
momento en que le dije que quería capturar a Fabiano para ser
interrogado.

Valentina y yo acabábamos de celebrar nuestro undécimo aniversario


cuando Giovanni apareció en mi puerta, completamente nervioso.

—¿Qué pasa, Giovanni? —pregunté mientras cruzaba el vestíbulo hacia


él.

Gabby regresó rápidamente a la cocina para darnos privacidad. 219


—Uno de los hombres de Rocco apareció en nuestro puesto de avanzada
cerca de Kansas. Está más muerto que vivo.

Leonas se cernía en la puerta de la sala, con los ojos muy abiertos y


curiosos. Le indiqué a Giovanni que me siguiera a mi oficina. Tenía el
presentimiento de que esto era algo que no quería discutir delante de mi hijo.

—¿Uno de los hombres que Rocco envió a Las Vegas para capturar a
Fabiano?

Giovanni resopló.

—Al parecer, Rocco los envió allí con las órdenes claras de matar a
Fabiano y a todos los malditos hermanos Falcone que estuvieran con él durante
una de esas desagradables peleas a muerte.

Me puse rígido.

—¿Eso es lo que dijo?

Giovanni hizo una mueca.

—Lo escribieron. Los Falcones lo dejaron vivir para que nos enviara el
mensaje, a ti por supuesto. Pero mutilaron su cuerpo bastante mal. Le cortaron la
lengua y sus malditas orejas. Rompieron casi todos los huesos de su cuerpo que
no fueran del todo necesario y luego lo dejaron a las puertas de la avanzada. Los
médicos no están seguros de que vaya a sobrevivir a la hemorragia interna.

Le di la espalda a Giovanni, necesitando tiempo para controlarme.

Rocco había ido en contra de mis órdenes directas. Habíamos discutido


nuestros planes en varias oportunidades. Capturar, no matar, y solo cuando
Fabiano estuviera solo. Los hermanos Falcone no debían ser el objetivo para
evitar una guerra con la Camorra.

—¿Qué escribieron?

Los pasos de Giovanni sonaron acercándose y luego me mostró una foto


de un papel ensangrentado en su teléfono.

—Esto es lo que tengo.

Tomé su teléfono y leí el garabato.

Dante,
220
No te tomé como un hombre que juega sucio.

Tu territorio insignificante no era ni mierda para mí.

Hasta hoy.

¿Atacaste mi territorio? ¿Intentaste matar a mis hermanos?

Buen movimiento.

Espero que te hayas preparado para la guerra porque voy a llevarla a tu


puerta.

Jugar sucio es mi especialidad y te demostraré cómo es que se hace.

Te haré sangrar en formas que nunca creíste posible.

Esto será muy divertido.

Remo Falcone

—Es un lunático —dijo Giovanni—. Provocar su ira nos traerá problemas.


¿Supongo que Rocco hizo esto sin tu conocimiento o cambiaste de táctica sin
decírmelo? —Le di una mirada. Jamás habría hecho un movimiento tan estúpido.
Remo no jugaba según las reglas y era completamente irracional. Un lunático
como su padre y aún más letal si se podía confiar en los rumores—. Rocco es un
lastre.

—Lo es —coincidí.

Giovanni me contempló con calma.

—¿Vas a removerlo de su posición?

Sonreí fríamente.

—Nadie más que Pietro y tú sabían del plan para capturar a Fabiano.
Prefiero que siga así.

—Por supuesto. Mis labios están sellados. Y sabes cómo es Pietro.

Incluso si un ataque a Las Vegas era locura pura, prefería que mis
soldados pensaran que estaba detrás del plan demente que hacerles saber que mi
propio maldito Consigliere fue por su propia venganza.

—¿Qué vas a hacer con Rocco? ¿Matarlo?

—Aún no —respondí en voz baja—. Envía a Santino y Arturo a capturarlo 221


y llévenlo a nuestro refugio para interrogarlo.

Giovanni se detuvo un momento.

—¿Qué hay de su esposa y los chicos? ¿Cuánto se supone que deben


saber?

—Dudo que Maria esté muy triste de verlo desaparecer de su vida. No les
den información detallada. Esto tiene que permanecer dentro del círculo interno.

—¿Crees que huirá si lo llamas?

Me reí amargamente.

—Rocco es un maestro en la auto preservación, y si sabe lo que es bueno


para él, huirá tan lejos como sus piernas lo puedan llevar.

Giovanni se llevó el teléfono a la oreja. Me acerqué a la ventana, metiendo


mis manos en los bolsillos. Me había aferrado a Rocco durante demasiado
tiempo. En el pasado, muchas de sus decisiones habían sido muy útiles, pero en
los últimos años se había convertido en un lastre como Giovanni había dicho.
Esto se detendría ahora mismo.
Aun así, no lo mataría. Aún no. Había una razón por la que teníamos el
refugio con sus habitaciones insonorizadas con aspecto de celda. Fueron
diseñadas para mantener a las personas enjauladas durante mucho tiempo. Rocco
no moriría por sus crímenes, viviría siempre y cuando lo considerara valioso, y
tenía el presentimiento que podría serlo algún día.

No quería considerar la paz con la Famiglia, pero si todo se reducía a


favor de un pacto sin agresión como el camino a seguir, ofrecer a Scuderi como
una ofrenda de paz a Luca sería una opción entonces. Esperaba que nunca
llegáramos a eso. Sin embargo, sin importar lo mucho que odiara a Luca y lo
quisiera muerto, era un hombre con valores, no muchos, pero aquellos que tenía
eran férreos. Era un hombre de familia como yo. Remo Falcone y sus hermanos
retorcidos eran apenas poco más que monstruos sedientos de sangre y fuera de
control. No habría paz con ellos mientras respirara.

—¿Quieres que te acompañe?

Había olvidado que Giovanni estaba todavía en la habitación conmigo.


¿Cuánto tiempo había estado perdido en mis pensamientos?

—Sí.
222
—De acuerdo. Déjame saludar a los niños y Val, y luego podemos irnos.

Di otro asentimiento breve, contento de estar solo por un rato. Tal vez me
había aferrado a ciertas tradiciones durante demasiado tiempo. Luca se había
deshecho de muchos estatutos antiguos cuando asumió el cargo como Capo,
incluso había hecho a su hermano Consigliere, en lugar del hombre que estaba
designado para tener la posición por tradición. Había elegido los lazos familiares
por encima de la lealtad absoluta y gratitud.

Los Falcones también habían matado a muchos lugartenientes viejos en


sus territorios hasta que solo quedaron aquellos que estaban tan locos como ellos
y eran absolutamente leales.

La Organización se basaba en la continuidad. Padre siempre lo comparó


con un reloj. Cada engranaje en el trabajo tenía que encajar perfectamente para
que el reloj funcione sin problemas. Siempre había considerado la continuidad
como la única manera de garantizar un proceso sin problemas. Pero algunos de
los viejos engranajes obviamente estaban rotos y necesitaban ser reemplazados.
Este sería un proceso largo, un proceso que se encontraría con muchas voces
disidentes, de modo que tenía que estar absolutamente seguro de la dirección que
quería tomar antes de hacer algo oficial.
Sonó un golpe y se abrió la puerta. No tenía que girar para saber que era
Val. Sus brazos me rodearon por detrás, su mejilla presionándose contra mi
omóplato.

—Papá me contó sobre el fiasco de Rocco.

Cubrí su mano con la mía.

—Me dijiste que me deshiciera de él.

—No pensé que te desafiaría de esa forma. Simplemente no me agrada


mucho.

—Reafirmo mi decisión. Creo que ahora que tendré que remover a Rocco
de su posición deberías ser mi Consigliere, Val.

Val se congeló. Me di la vuelta de modo que pudiera verme.

—No sabes lo feliz que me hace, pero no creo que ahora sea el momento
adecuado. Las cosas empeorarán antes de mejorar, puedo sentirlo.

Sacudí mi cabeza.

—Haré mi mejor esfuerzo para mantener las consecuencias del error de 223
Rocco al mínimo. Aun así, intentar negociar con los Falcones a estas alturas es
inútil.

—¿Por qué no le pides a mi padre que pase a ser tu Consigliere por ahora?
Es leal a esta familia, a la Organización, y mantiene la cabeza fría. Nunca perdió
la cordura, ni siquiera cuando sucedió lo de Orazio. Tiene sesenta años, de modo
que es una edad que muchos soldados consideran respetable para un Consigliere.

Acuné su cabeza.

—Eso lo consideré, y tal vez le pediré que lo haga hasta que la


Organización esté lista para ti.

Val sonrió.

—Estarán listos algún día. Vas a llevarnos a un futuro moderno. La


Organización tiene que adaptarse para sobrevivir.

Eché un vistazo a mi reloj, preguntándome si Arturo y Santino ya habrían


capturado a Rocco.

—¿Puedes encargarte de Maria y sus hijos? Podrían estar aturdidos.


—Por supuesto, pediré a Enzo que nos lleve a Leonas y a mí hasta allí. De
todos modos, Anna está en casa de Bibi para una fiesta de pijamas, así que estará
bien. —Besé a Val, agradecido por tenerla. Había sido el pilar en mi vida durante
estos años. Era la única persona en la que podía confiar en cualquier situación.

Cuando Giovanni y yo llegamos al refugio, el Chevrolet Camaro 1969


negro de Santino ya estaba estacionado frente a él. Había conseguido el auto en
su cumpleaños dieciocho de parte de Enzo y lo restauró desde entonces. La
camioneta familiar de Arturo estaba estacionada justo al lado.

—Arturo tiene un extraño sentido del humor al conducir un viejo auto


fúnebre como tu Ejecutor —murmuró Giovanni a medida que nos dirigimos
hacia las puertas del almacén. Teníamos un refugio en varias ciudades donde
manteníamos cautivos para interrogatorios o solicitudes de rescate.

—Me temo que es más por practicidad que propósitos humorísticos.


224
El gran vestíbulo de entrada del almacén estaba casi vacío, excepto por
una mesa de comedor, sillas que no coincidían y un sofá con un televisor para
que los guardias pudieran entretenerse. Las pantallas en la recepción estaban
apagadas porque de momento no teníamos cautivos en las celdas. Rocco se
sentaba en una silla, luciendo nervioso, mientras Arturo se sentaba en una silla
justo frente a él con la mirada de un gato intentando no devorar al ratón. Rocco
no iba con su traje habitual, sino con unos pantalones sueltos y un jersey, de
modo que no lo encontraron en casa.

Santino descansaba en el sofá, pero se enderezó cuando entramos. Sus


similitudes con Enzo eran distantes, pero inconfundibles. Se acercó a mí y
estrechó mi mano, luego la de Giovanni antes de avanzar hasta Rocco.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó Rocco con falsa valentía y se puso
de pie.

Santino lo empujó de vuelta en la silla.

—Te sientas a menos que tu Capo te diga lo contrario.

Arturo me dio un asentimiento breve y después se centró en Rocco una


vez más. Rocco metió dos dedos en su cuello y tiró nerviosamente, luego me
miró. Aunque no se encontró del todo con mis ojos.
—¿Quieres explicarme lo que está pasando?

Giovanni resopló, pero los ojos de Rocco estuvieron sobre mí.

Una sonrisa tensa tiró de mi boca.

—¿En serio no lo sabes? —Avancé hacia él, notando el delgado brillo de


sudor en su frente a pesar del frío en el edificio.

Los ojos de Rocco se movieron hacia Santino, quien se alzaba detrás de él


y luego hacia Arturo, quien apenas había parpadeado a medida que lo observaba.

—Dante, esto debe ser un malentendido.

—¿Lo es? Entonces, ¿no les dijiste a tus hombres que atacaran y mataran
a Fabiano y los Falcone?

Santino levantó sus cejas oscuras. Arturo dejó escapar un pequeño sonido
que podría haber sido una risa.

Me detuve justo en frente de Rocco, obligándolo a inclinar la cabeza hacia


atrás para mirarme.

—Te di una orden. Fue clara y sencilla de entender. Captura a Fabiano y 225
tráemelo. ¿Y qué hiciste? No intentaste capturarlo. Intentaste asesinarlo.

—Hice lo que pensé que era correcto —dijo, con una pizca de pánico en
su voz. Tal vez estaba empezando a darse cuenta de lo que esto significaba para
él.

—¡Fuiste en contra de mis órdenes! Te dije que capturaras a Fabiano, no


que comenzaras a disparar por toda Las Vegas.

—Se salió de control.

—No me mientas —gruñí—. Enviaste a tus hombres para matar a Fabiano


porque lo querías muerto. Por Dios, Rocco, atacaste a la Camorra. Le disparaste a
Remo Falcone y sus hermanos. ¡Eso significa una guerra abierta con la Camorra!
—Tuve problemas para controlar mi ira, pero no perdería el control frente a mis
hombres—. Me pregunto por qué estabas tan ansioso por matar a tu hijo si no es
para evitar que me entere de cualquier secreto tuyo que ocultes.

Rocco palideció.

—Ambos somos buenos para ocultar secretos, ¿no te parece? No soy el


único que mató sin las órdenes de su Capo.
Y lo perdí. Agarré su garganta, presionando mi pulgar en su manzana de
Adán, ahogándolo. Sus ojos se humedecieron. Bajé mi boca hasta su oreja.

—No dirás ni una palabra más, o haré contigo lo que los Falcones hicieron
a tus hombres. Empezaré con tu lengua después, pasaré a tus orejas. Arturo es
bueno extrayendo los ojos sin matar a la víctima y Santino es muy bueno
rompiendo huesos, uno tras otro de modo que la tortura dure tanto como sea
posible. Pero sabes eso, Rocco, ¿verdad? Después de todo, eras mi Consigliere.

El rostro de Rocco destelló con miedo. Lo solté y me enderecé, alisando


mi chaleco.

—Llévenlo a una de las habitaciones. Tendré que charlar con él.

—Dante —dijo Rocco suplicante—. Todo esto es un malentendido.


Siempre te he sido leal.

—Creo que nuestra comprensión de lealtad es muy diferente, Rocco.

Arturo se puso de pie con un brillo ansioso en sus ojos, pero levanté la
mano.

—Deja que Santino se encargue de esto. Tengo la intención de mantener 226


vivo a Rocco durante mucho tiempo hasta que pueda servir para un mejor
propósito que convertirse en alimento para peces.

Arturo asintió, pero la decepción fue clara en sus ojos.

Santino puso de pie a Rocco y lo arrastró hacia las celdas subterráneas.


Era un chico alto, un hombre, incluso más alto que Enzo, y no tuvo problemas
para controlar a Rocco.

Giovanni suspiró.

—Organizaré los guardias que se encargarán de vigilar a Rocco. No


podemos elegir a cualquiera por si acaso Rocco abre su gran bocaza.

Asentí bruscamente, luego me quité la chaqueta y la tendí sobre el sofá.

Me arremangué, y me acerqué a la celda que Santino había elegido para


Rocco. Giovanni permaneció cerca de mí.

Santino esperó frente a la celda.

—¿Quieres que esté presente?

—Por ahora, espera afuera. Te llamaré si te necesito.


Santino miró a Rocco.

—Debe ser extraño lidiar con alguien que conoces desde hace tanto
tiempo.

—Hace que su traición sea peor —dije simplemente.

227
A
nna y Sofia se reían mientras salían corriendo del baño
ruborizadas con sus vestidos de dama de honor. Cada vez que las
veía juntas, me sorprendía lo similares que se veían cuando uno
no prestaba mucha atención a los detalles. El cabello de Anna era ligeramente
más oscuro que el de su prima, pero no tenían los mismos ojos. El azul de los
Cavallaro.

Dante, los niños y yo habíamos reservado la habitación justo al lado de la


habitación de Ines y Pietro en el mejor hotel en Indianápolis, de modo que las
chicas pudieran pasar tiempo juntas. Las suites incluso estaban conectadas por 228
una puerta contigua. Anoche vieron películas juntas en la cama hasta la
medianoche, no estando dispuestas a separarse entre sí hasta que fuera
absolutamente necesario. En serio deseaba que esas dos vivieran más cerca.

Estuve vigilando a Sofia y a Anna mientras Ines ayudaba a su hija


Serafina a prepararse para su boda. No podía esperar para verla en su vestido. Era
absolutamente hermosa, una apariencia angelical y se vería magnífica en blanco.

Me asomé a la habitación para ver qué bien iban Leonas y Dante.


Apoyándome en el marco de la puerta, sonreí cuando vi a Dante ayudar a Leonas
a atar su corbata. Leonas se veía elegante en su traje gris de tres piezas, zapatos
con punta de ala y su cabello cuidadosamente peinado. La similitud era
absolutamente sorprendente y se hacía más prominente a medida que Leonas
crecía. Con solo siete ya era la viva imagen de su padre. Sus personalidades, por
el contrario, no eran tan similares. Leonas podía ser a veces temperamental y
precipitado, incluso si ya era bueno para mantener una máscara en público.

Dante levantó la vista, notándome. Sus ojos escanearon mi vestido, una


pieza de estilo sirena verde oscuro. Llevaba las joyas de esmeraldas que Dante
me había regalado a lo largo de los años.

Leonas también alzó la vista.


—¿En serio tengo que usar este traje? La camisa pica y el chaleco es
demasiado apretado.

Dante tomó su hombro.

—Tenemos que transmitir cierta imagen en público. Sin mencionar que


este es el mayor evento social en mucho tiempo.

—Las bodas son aburridas —murmuró Leonas.

Anna se detuvo a mi lado.

—No lo son. No sabes de lo que estás hablando. ¡Podemos bailar toda la


noche!

Sofia asintió con entusiasmo, entrelazando sus dedos con los de mi hija.

Leonas hizo un sonido asqueado.

—Compórtate —dijo Dante con firmeza.

Leonas asintió, pero le dirigió a Anna una mirada asesina. Ella sonrió.

Dante tocó la cabeza de Leonas y luego se dirigió hacia mí con una 229
expresión exasperada.

—Hoy no quiero peleas en la iglesia, ¿me escucharon? —dije con firmeza,


mirando entre Leonas y Anna.

—Él siempre empieza —dijo Anna.

—Mentirosa.

—No me importa quién empieza. Termina justo aquí —dijo Dante,


sonando severo.

Anna se acercó a él y abrazó su cintura.

—Me aseguraré de que Leonas se comporte.

Dante rio entre dientes.

—No soy ciego, Anna. Vi cómo pateaste a tu hermano por debajo de la


mesa durante el desayuno esta mañana.

Anna se sonrojó. Leonas sobresalió la barbilla.

—Ves. Mentirosa, mentirosa, come torta.


Dante sacudió la cabeza con una sonrisa. Algunas veces esos dos eran
como el gato y el ratón, y algunas veces eran inseparables. Sofia presionó su
palma sobre su boca, sofocando una risita.

—Sofia, ¿estás lista? —llamó Pietro, entrando a nuestra suite en un


esmoquin.

Eché un vistazo a mi reloj.

—En realidad, deberíamos irnos ahora si queremos estar en la iglesia a


tiempo.

Le sonreí a Pietro, quien parecía estresado e incluso un poco nervioso.

—Esta será una boda hermosa. Serafina y Danilo son una pareja tan
hermosa.

—Sí —dijo lentamente—. Pero no es fácil dejar ir a tu hija. Verás lo que


quiero decir cuando llegue el momento en que Anna se case, Dante.

La boca de Dante se tensó a medida que contemplaba a Anna, quien


intercambió una sonrisa cómplice con Sofia. Después ambas se pusieron rojas.

—Primero será el turno de Sofia. Es mayor.


230
—Ya veremos —dijo Pietro con una risa.

—Ahora vamos, se está haciendo tarde —insté.

Tomando la mano de Leonas, lo conduje fuera de la habitación. Anna y


Dante nos siguieron de cerca. Tomamos juntos el ascensor hasta el servicio de
valet. Sofia y Pietro irían a la habitación de Serafina y saldrían después.

—Mamá, no me sostengas la mano cuando estamos en público. Ya no soy


un niño —dijo Leonas en voz baja desde su lugar en el asiento trasero. Dante me
lanzó una mirada divertida mientras alejaba el auto del hotel.

—Solo tienes siete.

—Ya se cree que es adulto —añadió Anna.

—Hablas de chicos con Sofia —murmuró Leonas.

—¡Deja de espiarnos!

Apreté la mano de Dante.

—¿Estás de humor para una pequeña apuesta? Digo que no van a superar
la ceremonia de la boda sin pelear.
—Solo hago apuestas que gano.

Puse los ojos en blanco.

—Por supuesto. Es por eso que tenemos casinos. La casa siempre gana.

—Así es. —Dante sonrió con suficiencia.

La iglesia estaba en las afueras de la ciudad porque el lugar de la boda


sería en un granero renovado. Serafina había deseado una boda al aire libre y
Danilo había aceptado a pesar de la tradición de su familia con los eventos más
formales como una reunión en un salón de hotel.

Muchos invitados ya se habían reunido frente a la iglesia. Para el


momento en que llegamos, toda la atención estuvo en nosotros. Estrechamos las
manos y saludamos a todos hasta que finalmente ingresamos a la iglesia. Danilo
ya estaba adentro cerca del altar, en cuclillas frente a su hermana Emma, de once
años, quien estaba en una silla de ruedas desde un accidente automovilístico
hacía un año. El padre del chico con el que iba a casarse, el lugarteniente de
Cincinnati, había cancelado las negociaciones de matrimonio justo después, lo
cual había dado lugar a un enorme escándalo y era por eso que su familia no
estaba invitada a la boda. 231
—¿Podemos ir con Emma? Quiero saludar —susurró Anna. Toqué su
mejilla, superada por las emociones ante su consideración. Dante y Leonas
estaban hablando con el lugarteniente de Detroit, de modo que les indiqué que
nos adelantaríamos. Dante me dio un pequeño asentimiento. Tomé la mano de
Anna y luego me detuve.

—¿O eres demasiado adulta para sostenerte de la mano?

Puso los ojos en blanco.

—Estoy bien.

Me reí y la conduje al frente. Danilo se enderezó al momento en que nos


vio dirigirnos hacia ellos.

Estreché su mano. Era un hombre alto y atractivo con cabello y ojos


castaños. Serafina con su belleza angelical lo complementaría muy bien.

—Hola Danilo, ¿espero que no estés demasiado nervioso?

—He esperado este día durante mucho tiempo —dijo cortésmente.


Anna abrazó a Emma con cuidado. Emma también estaba vestida con un
vestido de dama de honor, sus rizos castaños dispuestos maravillosamente sobre
sus hombros.

—Te ves bonita —dijo Emma.

—Tú también.

Emma se sonrojó y miró hacia su regazo con evidente vergüenza. Me


dolió el corazón por ella. En nuestro mundo, las niñas eran juzgadas por su
belleza y por su capacidad para tener hijos. Como una niña discapacitada, se le
consideraría menos porque se la consideraba carente en ambas áreas, lo cual era
absolutamente irrazonable. Aun así, a pesar de los esfuerzos de su padre, aún no
estaba prometida. Aún no podía creer lo repugnante que había sido el
lugarteniente de Cincinnati al reaccionar de esa forma con el accidente.

La expresión de Danilo estaba llena de actitud protectora mientras veía a


Emma y Anna.

Me incliné hacia Emma.

—Tu hermano es un chico muy atractivo. —Sonrió con timidez hacia mí y


luego se asomó por encima de mi cabeza hacia Danilo.
232
Me volví hacia Danilo, enderezándome. Anna le contó a Emma sobre su
visita en el museo del estado de Indiana. Siempre insistía en ir a los museos
cuando visitábamos una ciudad, para disgusto de Leonas. Emma de hecho
parecía interesada.

—Tu hermana te va a extrañar una vez que te mudes —dije en voz baja.

Danilo frunció el ceño.

—Me mudé hace unos meses, pero Emma vivirá conmigo tan pronto
como Serafina se haya instalado en la mansión.

—Oh —dije sorprendida, después miré hacia los padres de Danilo. Su


padre había estado luchando contra el cáncer de estómago por un tiempo. No se
veía bien. Demasiado delgado y pálido, y mucho más viejo para estar a finales de
los cuarenta—. ¿Porque tu madre necesita encargarse de cuidar a tu padre y no
tiene tiempo suficiente para Emma?

Danilo no dijo nada, su expresión amable, pero dejando en claro que no


hablaría de su familia conmigo.

Sonreí y luego miré mi reloj.


—Creo que deberíamos tomar nuestros asientos. No falta mucho.

Danilo me dio una sonrisa rápida y luego empujó a Emma hacia sus
padres. Anna y yo también nos sentábamos en la primera fila. Unos minutos más
tarde, Sofia, Ines y Pietro se unieron a nosotros. Aunque era tradición que el
padre llevara a la novia al altar, Samuel lo haría. Él y Serafina eran de lo más
cercano como podía esperarse de gemelos.

Danilo tomó su lugar frente al altar, luciendo perfectamente sereno.


Muchas chicas lo admiraban siendo alto, moreno y atractivo. Me incliné hacia
Anna.

—Tiene muchas admiradoras entre las chicas.

Anna se mordió el labio, sus ojos resplandeciendo.

—Lo sé.

No tuve la oportunidad de preguntar lo que quería decir, porque Pietro se


levantó bruscamente, su teléfono pegado a la oreja y una mirada de estupefacción
en el rostro.

—¿Pietro? —preguntó Dante, también poniéndose de pie. 233


—Alguien atacó el auto nupcial y está intentando secuestrar a Serafina.

Un silencio cayó sobre la multitud, su atención cambiando de Pietro a mí.


Aferré los hombros de Pietro.

—¿En dónde están?

—A unos tres kilómetros de aquí.

Saqué mi arma y mis hombres siguieron mi ejemplo. Ordené que la mitad


de los hombres se quedaran aquí y protegieran a las mujeres y los niños, mientras
que el resto de los hombres y yo salíamos. Antes de irme, besé a Val con dureza,
luego hice un gesto a Enzo y Taft para que se mantuvieran cerca de ella y
nuestros hijos.
Salí corriendo de la iglesia, seguido de cerca por Danilo y Pietro. Danilo
estaba ladrando órdenes a sus hombres. Había aprendido a llevar el peso de la
responsabilidad desde muy temprano y lo llevaba bien.

Sus ojos estaban llenos de determinación antes de saltar a su auto y abrir


el camino. Pietro y yo lo perseguimos, seguidos por aún más autos. ¿Quién
estaba detrás del ataque? ¿La Bratva? ¿Luca?

Pronto el humo alzándose de un auto negro me llamó la atención. Nos


detuvimos a su lado. Pietro y yo saltamos del auto. Un cuerpo yacía en el suelo
en un charco de sangre y junto a él estaba Samuel encorvado, presionando una
mano sobre su costado sangrando. Pietro corrió hacia él, sin siquiera prestar
atención a nuestro entorno. Escaneé el área, levantando mi pistola, pero no vi a
nadie. Me uní a ellos, acuclillándome en el suelo junto a ellos. El guardaespaldas
de Serafina estaba muerto. Dos disparos le habían atravesado el estómago.

—¿Qué pasó? ¿Dónde están? —gruñó Danilo.

La mirada enfurecida de Samuel destelló con terror.

—Es la Camorra. Quieren a Fina.

—¡Mierda! —gruñó Danilo.


234
Samuel se puso en pie un poco tambaleante y señaló el bosque.

—Corrieron en esa dirección. ¡Vamos!

Danilo salió corriendo y yo lo seguí.

—¡Fina! —gritó Samuel. Miré por encima de mi hombro. Pietro estaba


muy cerca, pero Samuel tenía problemas para seguirnos por su herida.

Los gritos de Serafina sonaron a lo lejos a la derecha. Aceleramos. Más


hombres se unieron a nosotros, desplegándose. Las ramitas se enganchaban en
nuestros trajes. El terreno era irregular y dificultaba la carrera, especialmente
vestidos como estábamos. Los atacantes de Serafina probablemente se habían
vestido más sensatos para una persecución.

—¿Serafina? —grité.

—¿Fina? —llamó la voz temblorosa de Pietro.

Corrimos por un largo tiempo, pero Serafina no nos llamó de nuevo. No


estaba seguro si habíamos estado corriendo en círculos. Orientarse en el bosque
era casi imposible.
—Se han ido —dije en voz baja cuando nos detuvimos para recuperar el
aliento.

Pietro apoyó a Samuel, quien apenas podía mantenerse en pie ahora,


luciendo ceniciento. Su camisa y pantalones estaban cubiertos de sangre.

Danilo sacudió la cabeza, su camisa blanca pegada a su cuerpo del sudor.

—¡Busquen en toda la puta ciudad! —rugió a sus soldados. Sus hombres


se apresuraron a regresar a la calle y sus autos.

—Llama a tu médico y dile que venga a la iglesia —le dije a Danilo.

Asintió.

—Me voy. Conozco esta ciudad, cada rincón, cada esquina. Voy a
encontrarlos.

—Haz eso. —Salió corriendo a toda prisa. Pietro ayudó a Samuel a


regresar a la calle, mientras daba órdenes a los lugartenientes y capitanes que nos
acompañaron en la persecución. Tenían que avisar a nuestros contactos en las
áreas circundantes, en los aeropuertos y cerca de la frontera con la Camorra para
que mantuvieran los ojos abiertos. 235
Samuel se hundió en el asiento trasero. Me incliné sobre él y aparté su
mano para revisar su herida.

—La bala ha pasado directamente.

Samuel me aferró del brazo, dejándome huellas de sangre.

—Remo y Fabiano, nos atacaron. Su objetivo era Fina. —Sacudió la


cabeza—. Maldita sea, Dante, ¿qué quieren con ella?

—Vamos a llevarte con el médico, Samuel —dije, intentando mantener la


calma, incluso aunque mis pensamientos estuvieran girando fuera de control.
Pietro se sentó junto a su hijo en el asiento trasero y yo conduje. Pietro se veía
completamente aturdido a medida que presionaba contra la herida de Samuel

—Todo estará bien —repitió.

Ambos parecían en estado de shock. Había luchado antes con ellos.


Mantuvieron la cabeza despejada incluso en las situaciones más peligrosas, pero
esto era diferente.

Serafina estaba en manos de la Camorra y todos sabíamos lo que eso


significaba.
Conduje aún más rápido, necesitando volver con Val, Leonas y Anna.
Tenía que verlos con mis propios ojos, necesitaba asegurarme que estuvieran
sanos y salvos.

El médico de Danilo nos esperaba en frente de la iglesia. Diez hombres


estaban de guardia alrededor del edificio, el resto de los invitados todavía estaban
adentro. Para el momento en que Samuel estuvo en buenas manos, me apresuré a
la iglesia.

Val, Leonas y Anna se sentaban con Ines y Sofia todavía en la primera


fila. La mirada preocupada de Val me golpeó y me llenó de alivio ver que mi
familia estaba bien. No dejaría que les pasara nada.

Ines saltó del banco y corrió hacia mí. Estaba descalza y su maquillaje se
había corrido de llorar. La atrapé cuando tropezó contra mí, sus ojos frenéticos
encontrándose con los míos.

—¿Qué está pasando? ¿Dónde están mis hijos? ¿Dónde está Pietro?

Envolví un brazo alrededor de ella.

—Ines, Pietro está bien. Samuel recibió un disparo.


236
Sus uñas se clavaron en mi brazo.

—¿Dónde está? ¿Qué hay de Fina? ¡Dante dime!

Val se detuvo detrás de ella, pero al parecer ordenó a los niños a


permanecer en la primera fila. Todos en la iglesia miraban en mi dirección.

—Samuel estará bien. Está siendo atendido. —Hice una pausa, sin saber
cómo decir lo que había que decir. Miré a Anna por un momento, quien me
miraba con los ojos completamente abiertos y horrorizados. No podía imaginar lo
que la noticia le haría a mi hermana. Si Remo tuviera a Anna en sus manos. Mi
garganta se contrajo de solo considerar la opción—. La capturaron, Ines. Pero
enviamos a nuestros hombres a buscarla en la ciudad, y alerté a todos los
soldados para que vigilen cualquier rastro de ella. Vamos a encontrarla.

Ines me miró con el pecho agitado. Sacudió su cabeza.

—¿Quién secuestró a mi hija? ¿Por qué? ¡Es inocente!

Temía que fuera exactamente por eso que Remo la hubiera elegido. La
furia se disparó por mis venas. Había ido demasiado lejos, y debía pagar por ello.

Ines me agarró aún más fuerte.


—¡Dante, dime quién!

Su voz sonó estridente, más temerosa de lo que la hubiera escuchado


alguna vez. Ni siquiera cuando descubrió que iba a casarse con Jacopo se había
visto así de aterrada.

—La Camorra.

Ines se tambaleó hacia atrás, su mano temblando presionándose contra su


boca. Se habría hundido de rodillas si Val no hubiera envuelto un brazo alrededor
de ella para estabilizarla.

—Cálmate, Ines, la encontraremos.

Ines me miró con culpa en sus ojos y eso me cortó aún peor de lo que
nunca admitiría.

—Necesito ver a mi hijo.

—Ines…

—Llévame con mi hijo —susurró con dureza. Suspirando, le indiqué a


uno de mis hombres que la llevara con Pietro y Samuel.
237
Cuando se fue, Val vino hasta mí. Si todo el mundo no hubiera estado
observando, la habría aferrado a mi pecho, y podía decir por la mirada en los ojos
de Val que quería hacer lo mismo.

—¿Estamos a salvo aquí? —preguntó con voz temblorosa, su mirada


encontrando a nuestros hijos observándonos. El terror en sus rostros era algo que
nunca habría querido atestiguar.

—Dudo que la Camorra se arriesgue a otro ataque, no ahora que estamos


alertados —digo con calma forzada—. Pero ahora mismo vamos a evacuar a
todos.

Franco Mancini se acercó hasta nosotros, apoyando su peso en un bastón.


No era mucho mayor que yo, pero el cáncer lo había marcado. En el pasado, esto
me habría hecho revivir mi propio dolor por el sufrimiento de Carla, y aunque
nunca la olvidaría ni lo que había sucedido, mi preocupación por mi familia y mi
amor por ellos estaba ahora a la vanguardia de mi mente.

—Danilo llamó para informarme que Serafina fue secuestrada por la


Camorra. Asumo que entonces tendremos que posponer la boda.
Asentí, intentando no demorarme en la idea de que posponer podría no ser
suficiente. Los Falcone no eran conocidos por perdonar a nadie. Si no
recuperábamos a Serafina pronto…

—Franco, tenemos que evacuar a todos ahora mismo. Diles a tus hombres
que se aseguren que todos tengan suficientes guardias para llegar a sus hoteles. Si
es posible, deberían regresar a casa de inmediato.

Franco suspiró.

—Este es el peor día en la historia de la Organización.

Volvió a su esposa e hija, y yo me dirigí de hombre a hombre y les di


instrucciones sobre cómo llevar a sus familias a un lugar seguro. Como Capo,
tenía que mostrar fuerza y mantener la calma, incluso si no lo sintiera.

Val esperó pacientemente con Sofia, Anna y Leonas en la parte delantera,


mientras Taft y Enzo los vigilaban con las armas desenfundadas.

Cuando todo estuvo organizado, me dirigí a mi familia. Sofia y Anna se


acurrucaban entre sí, abrazándose, pareciendo aterrorizadas. Anna saltó y abrazó
mi cintura. Envolví un brazo alrededor de sus hombros y acaricié su cabeza.
238
—Papi, tengo mucho miedo.

Un feroz instinto protector me inundó.

—No tienes que tenerlo. Todos están a salvo.

Esperaba que la fuerza de mi determinación fuera suficiente para


demostrar que mis palabras eran correctas. Leonas se levantó y vino hasta
nosotros. Parecía bastante confundido, pero podía decir que también estaba
asustado, solo intentando ocultarlo. Tomó el hombro de Anna.

—Papá y yo te protegeremos.

El orgullo me llenó. Lo atraje contra mi otro lado y apreté su brazo. Val se


enderezó, su brazo envuelto en Sofia, quien parecía completamente
conmocionada. Besé las coronillas de Anna y Leonas, después me desenredé de
ellos suavemente y fui a mi sobrina. Me dejé caer en el banco para estar a la
altura de los ojos de ella. Las lágrimas corrían por sus mejillas, y su nariz estaba
roja.

—¿Dónde están Fina y Sam? ¿Y mamá y papá?

—Tus padres cuidan de Samuel. Fue herido, pero va a estar bien. —Dudé.
¿Cómo decirle a una niña de once años que su hermana había sido secuestrada
por el enemigo que no eran mejores más que los peores monstruos de sus
pesadillas? Sus ojos sostuvieron los míos esperanzados y aterrorizados a la vez.
Toqué su mejilla—. Estamos buscando a Fina. Alguien se la llevó, pero la vamos
a encontrar.

Su rostro se retorció y se cubrió con las palmas de las manos, comenzando


a sollozar. Se hundió contra mí, su rostro enterrado en mi cuello. La levanté en
mis brazos cuando me puse de pie. Era una niña pequeña, más pequeña que
Anna. Sus brazos me rodearon el cuello, apretándose con fuerza.

—Está bien, Sofia —murmuré.

—Vamos a llevarlos a un lugar seguro —le dije a Val.

Val adoptó una expresión valiente y envolvió sus brazos sobre Anna y
Leonas.

—Voy a conducir. Uno de ustedes conduzca un auto en la parte delantera


y otro en la parte de atrás —ordené a Taft y Enzo. Lamenté no tener más
guardias para mi familia. Una vez que estuviéramos de vuelta a casa, tendría que
considerar opciones nuevas.

—Lo haremos, jefe —dijo Enzo, y Taft y él salieron corriendo de la


239
iglesia. Aunque el exterior estaba protegido por mis hombres, saqué mi arma y
salí con Sofia en mi brazo, y Val, Leonas y Anna detrás de mí. El
estacionamiento estaba casi desierto a estas alturas, ya que la mayoría de los
invitados había abandonado el lugar. Como Capo, no podía irme entre los
primeros, incluso si quería proteger a mi familia. Me dirigí hacia mi Mercedes a
prueba de balas, contento de que Indianápolis estuviera lo suficientemente cerca
de Chicago para conducir, de modo que tenía mi auto conmigo. Puse a Sofia en
el asiento trasero, pero ella se aferró a mi cuello, temblando.

—Está bien, Sofia. Voy a protegerte. Una vez que volvamos a la casa de
seguridad, llamaré a tus padres para que sepan dónde estamos de modos que
puedan unirse a nosotros con Samuel.

Anna se metió en el auto y entrelazó sus dedos con los de Sofia.

—Aquí estoy.

Sofia se echó hacia atrás, sollozando. Tenía los ojos de Ines. Superado por
una nueva oleada protectora, acaricié su cabeza nuevamente antes de
enderezarme y cerrar la puerta. Leonas se sentó junto a su hermana, intentando
mantener una expresión valiente. Le di una sonrisa tensa y él enderezó los
hombros un poco más.
Val tomó mi mano al momento en que me puse detrás del volante. Estaba
temblando, pero mantenía la cabeza en alto, intentando parecer tranquila.

Introduje las coordenadas de la casa de seguridad en el GPS y luego le di a


Taft y Enzo una señal antes de partir. Llegamos treinta minutos después.

Era una casa rodeada de muros altos y un jardín vasto, diseñada para dar
cabida a las personas que necesitaban protección, especialmente a los visitantes
importantes.

No me relajé hasta que estuvimos dentro. Val se hizo cargo de los niños,
conduciéndolos escaleras arriba para que así pudieran cambiarse de ropa. La casa
siempre ofrecía una amplia gama de ropa, para niños, mujeres y hombres, de
modo que estaba seguro que Val encontraría algo apropiado para ella y los niños.

Me quité la chaqueta y luego levanté el teléfono, llamando a Giovanni.

—¿Dónde estás?

—En el hotel, recogiendo tu equipaje y el nuestro. Te lo vamos a llevar.

—Bien. ¿Quién más está en el hotel?

—La mayoría de los lugartenientes y Capitanes ya se han ido. Están


240
intentando poner a salvo a sus familias.

—¿Puedes decirle a alguien que busque las cosas de Ines y Pietro? No los
quiero en el hotel. También tienen que venir a la casa de seguridad.

—Por supuesto. ¿Quieres que me quede? ¿O debería volver a Chicago?

Giovanni se había hecho cargo como mi Consigliere mientras Rocco


permanecía encerrado en su celda. Tenía el presentimiento que su vida podría ser
pronto muy valiosa. Suspirando, me hundí en un sillón.

—Necesito que alguien mantenga el fuerte en Chicago mientras no estoy


allí.

—Entonces Livia y yo regresaremos hoy mismo. Solo dejaremos tus


maletas en la casa de seguridad.

Colgué y llamé a Danilo. Pasó un tiempo antes de que él contestara.

—¿Alguna pista?

—Salieron de la ciudad por la Interestatal 70 y luego cambiaron a


carreteras más pequeñas. Perdimos su rastro alrededor de Terre Haute, pero he
enviado a todos los hombres disponibles. Tenemos que evitar que salgan de
nuestro territorio.

—Intentarán tomar un avión privado o un helicóptero, ya que es más


seguro y más rápido que tomar la carretera.

—No podemos dejar que se la lleven a su territorio… —La desesperación


en la voz de Danilo era palpable. Se suponía que este era un día de celebración
para Serafina y para él, en cambio, experimentaron el infierno. Serafina… no
podía ni siquiera considerar lo que podría estar pasando a manos de Remo, o
perdería toda objetividad.

—La Organización los está buscando. Me uniré a ustedes tan pronto como
Samuel y Pietro estén en la casa de seguridad.

Taft y Enzo entraron en la sala de estar y terminé mi llamada con Danilo.

—Revisamos las instalaciones y encendimos las cámaras de vigilancia.


Pero deberíamos agregar más guardias armados en las calles aledañas.

—Ve quiénes no son necesarios para la búsqueda de Serafina.

—Podría pedirle a mi hijo y a algunos de nuestros hombres que vengan de 241


Chicago. Él es el mejor.

El orgullo sonó en su voz y tenía todas las razones para sentirse así.

Santino era uno de mis mejores soldados.

Asentí distraídamente.

—Deberían apurarse. Nos quedaremos aquí al menos un par de días más,


hasta que las cosas se hayan calmado y hayamos encontrado a Serafina.

—¿Crees que la recuperaremos tan rápido? —preguntó Taft.

Me paré.

—Tenemos que hacerlo. Ahora pide refuerzos.

Se fueron y miré por la ventana, intentando considerar mis opciones.


Remo era un monstruo. Desafortunadamente, era un monstruo inteligente si se
podía confiar en los rumores. Nunca lo había conocido ni a sus hermanos, solo a
su padre. Y ese hombre había sido un maníaco narcisista que podía ser impulsado
a tomar decisiones precipitadas. Esperaba que Remo fuera de la misma manera.
Sonaron unos pasos. La tensión atravesó mi cuerpo y me giré, con el arma
desenfundada. Val se congeló. Estaba vestida con jeans y una camiseta simple,
algo muy raro en ella.

Ahora que no tenía que mantener las apariencias ante el público o con
nuestros hijos, el temor destelló claramente en sus ojos. Crucé la distancia entre
nosotros, acunando su rostro y besándola.

—Estás a salvo. Te mantendré a salvo, sin importar el precio.

Val tragó con fuerza, sus ojos llenándose de lágrimas.

—Estoy tan asustada por Serafina.

Asentí bruscamente.

—Una vez que Pietro y Samuel estén aquí, nos uniremos a la caza por
Serafina.

—Ten cuidado —declaró Val.

—No estoy preocupado por mí. Puedo manejar la situación.

Val cerró los ojos y presionó su frente contra mi hombro. 242


—¿Cómo vamos a proteger a nuestros hijos en este mundo? Hay guerra
con la Camorra y la Famiglia… —Se estremeció—. ¿Cómo podemos salir
ilesos?

Besé su coronilla.

—Tú y nuestros hijos lo harán, lo juro.

—También tú. Necesito que también estés a salvo.

Apreté mi agarre sobre ella, sin decir nada. Mi seguridad era irrelevante
siempre y cuando mi familia permaneciera intacta. Daría mi vida si eso los
protegía.
Esta mañana, las risas de Anna había sonado en mis oídos, ahora tenía que
ver a mi hija acurrucada en la cama estrecha en la casa de seguridad, vestida con
un pijama ajena. Su cabello todavía estaba en su hermoso peinado de boda. Se
había negado a soltarlo.

Las lágrimas escocieron en mis ojos. Lo habían hecho todo el día, y con
cada momento que pasaba la lucha por contenerlas se tornaba más difícil.
Caminé hacia la cama, respirando profundamente, y me hundí en su borde.
Toqué el cuello de Anna, sintiendo las horquillas allí.

Anna sollozó sobre su almohada, completamente estremecida. Deseaba


que no hubiera sido testigo del caos, del pánico y la tristeza abierta de Ines y
Sofia, deseaba que pudiera haberla protegido de las duras realidades de la vida en
la mafia. Quería preservar su infancia, así como la de Leonas durante tanto
tiempo como fuera posible. Ahora todo había terminado demasiado pronto.

Anna giró su cabeza ligeramente, mirándome con unos ojos aterrorizados.

—Mami…

Me agaché y besé la sien de Anna, saboreando sus lágrimas. Su angustia


se sentía peor que la mía. 243
—¿Puedo sacar tus horquillas? No puedes dormir con tu cabello recogido
así.

Era algo sin sentido de qué preocuparse.

Anna asintió y luego enterró su rostro en la almohada una vez más.


Empecé a quitar una horquilla tras otra del cabello castaño de Anna hasta que se
desplegó por su espalda. Pase mis dedos por los rizos, intentando calmarme tanto
como a mi hija.

Un crujido me hizo girar la cabeza. Leonas estaba en la puerta, vestido con


pantalones de chándal demasiado grandes y una camiseta, su cabello
completamente despeinado. Se veía un poco perdido. A veces parecía mayor que
sus siete años, pero hoy era el niño que quería que siguiera siendo por el mayor
tiempo posible.

—¿Tu padre todavía está en casa? —pregunté.

Leonas sacudió la cabeza y entró vacilante, sus ojos verdes dirigiéndose a


su hermana sollozando. Se detuvo al final de la cama, observando a Anna llorar
con una expresión cautelosa, como si las lágrimas de Anna fueran algo
contagioso.
Seguí acariciando su cabello casi mecánicamente.

Y le tendí la otra mano a Leonas, pero él se quedó en donde estaba. Me


recordaba a Dante cuando se trataba de lidiar con las emociones y sus problemas.
Intentaba resolverlos por su cuenta.

Era mucho después de la medianoche y teniendo en cuenta que nos


habíamos despertado desde la salida del sol, deberíamos haber estado cansados,
pero ninguno anhelaba dormir.

—¿Puedo jugar al póker con Taft y Enzo? Me dijeron que necesito pedir
permiso.

—¿Estás seguro que no quieres quedarte aquí?

Leonas miró a Anna, después a mí y sacudió la cabeza bruscamente.

—Quiero jugar al póker.

—Está bien, entonces haz eso. —Todos lidiaban el trauma de manera


diferente. Si la distracción era el bálsamo de leonas, entonces no iba a detenerlo.
Se fue rápidamente y me volví hacia Anna, luego me tendí a su lado. Levantó la
cabeza ligeramente para mirarme. 244
—Mami, ¿también me secuestrarán?

—No —respondí ferozmente—. No, no lo harán. Siempre estarás a salvo.


Siempre.

Anna asintió.

—¿Es por eso que papá insiste en que sea educada en casa?

Dante y yo de hecho habíamos considerado enviar a Anna a la misma


escuela privada a la que asistía Leonas al comienzo del nuevo año escolar en
unas pocas semanas. Era una sorpresa para ella. Ahora no estaba segura si
seguiríamos adelante con eso. De hecho, deseaba que Leonas pudiera ser también
educado en casa, pero Dante no iba a ceder en eso.

—Sí.

Anna se mordió el labio.

—Me siento muy mal por Sofia. Estaría aterrada si alguien lastima a
Leonas. —Toqué su cabeza—. ¿Ellos van a lastimar mucho a Serafina?

Para Anna, “ellos” era un concepto general, un enemigo sin forma que
quería hacernos daño. No sabía lo que era la Camorra o lo que representaban. No
podía ni imaginar los horrores que podrían aguardarle a Serafina en manos de
esos monstruos. ¿Por cuánto tiempo esos conceptos de miedos permanecerían sin
forma para mi hija?

Anna se durmió al final, y salí de su habitación tiempo después. No quería


dormir, preocupada por decepcionar a mis guardias sin Dante alrededor. Me
arrastré por el pasillo hacia la habitación donde estaban Ines y Sofia. Llamé
suavemente.

—Adelante —escuché la voz áspera de Ines.

Entré. Sofia estaba acurrucada en una manta en un sillón, mirando


fijamente un libro mientras Ines observaba por la ventana que le daba una vista
del camino de entrada.

Esperando a que su esposo e hijo le trajeran a su hija de vuelta.

La habitación rezumaba angustia. Sofia levantó la vista brevemente, pero


no sonrió.

Me detuve junto a Ines, siguiendo su mirada hacia el camino iluminado.


Varios guardias recorrían el perímetro con ametralladoras.
245
—No puedo pensar en una forma de tortura peor que esta —susurró.
Contemplé su perfil. Incluso con el rostro manchado de lágrimas, el cabello
desordenado y unos jeans, Ines llevaba el famoso orgullo Cavallaro con facilidad.
Era algo que siempre había admirado—. Siento como si alguien quemara mi
corazón. Solo pensar en lo que está pasando Serafina… —Su voz se apagó y
pude verla luchando por mantener la compostura. Al final, me miró—. Val, esta
guerra debe terminar. Debe terminar ahora mismo. Ya hay demasiadas personas
pagando con sus vidas y ahora es la vida de mi hija la que está en la línea. No lo
permitiré. Dile a Dante que haga un tratado de paz con la Famiglia y la Camorra.
Que haya paz antes de que sea demasiado tarde. Hay suficiente dinero para cada
Famiglia.

—Después de lo que hicieron Luca y Remo, Dante no querrá la paz con


ellos. Es una cuestión de orgullo.

—Orgullo. —Ines apoyó la frente contra la ventana—. Debemos darles lo


que quieren. Debemos salvar a Fina. Debemos.

—Ines…

—¿Puedes irte, por favor?

Di un paso atrás.
—Por supuesto. —Sofia bajó la mirada a su libro, evitando mis ojos. Me
giré y salí de la habitación. Me apoyé contra la pared fuera de la habitación, por
un momento. La paz era cada vez más improbable, con cada acto de violencia en
ambos lados.

Bajé las escaleras hacia el gran espacio comunitario donde varios guardias
jugaban póker con Leonas. Era una vista extraña, mi hijo pequeño posado en su
silla, con todos esos hombres armados y musculosos alrededor de él. Su
expresión lucía enfocada y determinada a medida que escaneaba sus cartas. Los
hombres estaban tomando café o Coca-Cola, y Leonas también tenía un vaso de
la bebida frente a él. Por lo general, no dejaba que nuestros hijos la tomaran a
excepción de Año Nuevo o su cumpleaños, pero hoy no era tiempo para las
reglas.

Los ojos castaños de Enzo se deslizaron hacia mí y se levantó. El resto de


los hombres estaban a punto de hacer lo mismo, pero levanté la mano para
detenerlos rápidamente.

—Por favor, continúen. No puedo dormir. No quise molestarlos.

—No lo hace —dijo Enzo. Se hundió nuevamente y les dio a los otros
hombres una señal para continuar—. Puede unirse a nosotros si quiere. 246
Eso le valió algunas miradas de sorpresa de los otros guardias.

Leonas resopló.

—Mamá no puede jugar póker. Es mujer.

Alcé una ceja.

—¿Disculpa? —Me acerqué a la mesa—. Soy muy buena jugando póker.


Solía administrar un casino.

Los hombres intercambiaron miradas divertidas cuando los ojos de Leonas


se abrieron de par en par.

—¿En serio?

—Sí. ¿Están jugando Texas Hold 'em? —Era la única forma de póker en
la que era buena.

—Sí, así es —respondió un joven justo a mi lado. Me tomó un segundo


reconocerlo como el hijo de Enzo. Tenían el mismo cabello castaño y ojos
castaños claros. Solo que no recordaba su nombre.
—¿Les importa si me uno para mostrarle a mi hijo que una mujer también
puede jugar póker?

Las risas sonaron alrededor.

El hijo de Enzo apartó su silla y se puso de pie, alzándose sobre mí.

—Puede quedarse con mi silla. Buscaré algo de comida. —Era un hombre


atractivo a sus inicio de los veinte años, con hoyuelos que probablemente le
conseguía un montón de atención por parte de las chicas. Dante lo había
mencionado antes porque trabajaba como segundo Ejecutor con Arturo. Era el
carnicero moderado de los dos. Finalmente, su nombre se me vino a la mente.

—Gracias, Santino. —Inclinó la cabeza, luego se volvió y se alejó. Y una


mirada de orgullo se reflejó en el rostro de Enzo. Me senté entonces—. ¿Cuáles
son los límites?

—Diez y veinte.

Me di cuenta que no tenía mi billetera conmigo. En la confusión del día, ni


siquiera estaba segura de dónde estaba.

—Alguien tendrá que prestarme algo de dinero. 247


Un hombre mayor frente a mí sacó un fajo de billetes y me dio la mitad.

—Ofrezco tasas de intereses justas.

Me reí.

—Las negocié con él —dijo Leonas con orgullo.

Estreché mis ojos.

—Hmm. Muy bien. —Teniendo en cuenta que Leonas aún no sabía


calcular porcentajes, dudaba que las tasas fueran justas—. Dejaré que Dante se
encargue después de los detalles de nuestro acuerdo.

Los hombres aullaron.

—Digamos que, mejor nos olvidamos de las tasas de intereses —dijo con
un guiño. Teniendo en cuenta que era de la edad de mi padre, sabía que era el
típico soldado de buen humor, y de hecho, lo prefería en lugar de las reverencias
rígidas que recibía a menudo.

Leonas me sonrió radiante cuando comenzamos a jugar. Podía ver que un


peso se había alzado de sus hombros. Todavía era joven, más joven que Anna y
para él, era más fácil superar la gravedad de la situación.
Me permití distraerme con el juego y el afán de Leonas de demostrar su
valía.

Mis ojos se entrecerraban de cansancio cuando la puerta principal se abrió


temprano en la mañana. Me puse de pie inmediatamente y todos los demás igual.
Dante, Pietro, Danilo y Samuel entraron, luciendo exhaustos, irritados y
apagados. El sol naciendo iluminando sus rostros tristes casi burlonamente.

Leonas se precipitó hacia ellos y abrazó a Dante por la cintura.

—¿Atrapaste a los malos?

Una mirada al rostro de Dante me dijo que no lo había hecho. No sabían


en dónde estaba Serafina. Mi corazón se apretó fuertemente considerando lo que
esto le haría a Ines.

—No, no lo hicimos —respondió Dante en voz baja.

—¿Pero pronto atraparás a los malos?

Los malos. Mis ojos observaron a los cuatro hombres en el vestíbulo con
sus armas, ojos cansados y cuerpos con cicatrices. Me pregunté si los niños
pequeños de la Camorra les hacían la misma pregunta a sus padres cuando 248
hablaban de nosotros. ¿El hijo de Luca le preguntaría eso cuando hablaba de
Dante? Ser malo siempre era una cuestión de perspectiva.

Aun así, una cosa era segura, los Falcone eran lo peor. Incluso en nuestro
mundo.

Danilo sacudió la cabeza con una expresión áspera y pasó junto a nosotros
hacia el gabinete de licores, vertiéndose una generosa cantidad de un líquido
oscuro.

—¿Por qué carajo están jugando en una situación como esta? —gruñó a
los soldados. Los hombres bajaron la cabeza.

Unos pasos retumbaron escaleras arriba. Ines seguida de Sofia bajaban


corriendo la escalera. Sofia no paró y se lanzó directamente a Pietro quien la
abrazó con fuerza. Ines se congeló a mitad de camino una vez que captó las
expresiones de los hombres.

—No —susurró—. No. —Agarró la barandilla y se hundió lentamente—.


¡No!

Sofia levantó la cabeza y miró a Ines, después a Pietro y Samuel. Su joven


rostro decayó. Samuel se tambaleó hacia su madre y la puso de pie. Ella lo aferró
desesperadamente y sollozó.
Los guardias desaparecieron en otras partes de la casa para darnos
privacidad y escapar de la ira de Danilo.

Mis ojos se encontraron los de Dante, pero su expresión era una máscara
de control. Debía ser malo si actuaba así.

Un vaso se rompió.

Salté y luego me di cuenta que Danilo había arrojado su vaso contra la


pared. Se aferraba al borde de la mesa con fuerza, la rabia ardiendo en su rostro.

Dante se aclaró la garganta, pero no penetró en la niebla desesperada de


Danilo.

Pietro condujo a Sofia a arriba mientras Samuel ayudaba a Ines. Me


acerqué a Dante, tocando su hombro. Me dio una sonrisa forzada, que me dolió
por todas partes.

—Llevaré a Leonas a la cama, y luego comprobaré a Anna. ¿Por qué no te


adelantas y duermes un poco?

Asentí, incluso aunque no me sentía cansada en lo más mínimo.

Dante subió las escaleras con Leonas.


249
Le di una mirada a Danilo, quien todavía estaba inclinado sobre la mesa y
consideré ir a él para ofrecerle palabras de seguridad, pero parecía un hombre que
prefería lidiar solo con su dolor. Se enderezó y me notó.

—Esta no es la noche de bodas que imaginé. —Las palabras sonaron con


desesperación y furia por igual. Era un hombre luchando por la compostura. No
estaba segura qué decirle y tenía el presentimiento que no quería que dijera nada.
Pero de repente, su expresión se suavizó. Se dirigió hacia mí—. Dile a Dante que
iré a la mansión de mi familia. Volveré mañana por la mañana para continuar
nuestra búsqueda.

No esperó mi respuesta, solo se fue, incluso dejando la puerta entreabierta.


La cerré y luego me apoyé contra ella, intentando mantener la compostura. Me
aparté de la puerta y subí las escaleras. El pasillo estaba oscuro excepto por la luz
filtrándose por debajo de la puerta de nuestra habitación. La abrí.

Dante se sentaba al borde de la cama, con los brazos apoyados sobre sus
muslos, luciendo un poco aturdido y… culpable.

Me detuve a su lado y tomé su hombro.

—Esto no es tu culpa.
Dante sacudió la cabeza, su máscara volviendo a su lugar. Odiaba que
sintiera la necesidad de hacerlo, pero también me decía que su confusión interna
era tan fuerte que quería protegerme de eso.

—Soy el Capo. Este es mi territorio y es mi deber proteger a mi gente, a


mi familia. Serafina debería haber estado a salvo.

—Nadie podría haber previsto esto, ni siquiera tú. Es deshonroso atacar


una boda. Remo Falcone juega según sus propias reglas.

—Intentará obligarme a entrar en su juego —dijo Dante en voz baja, pero


una corriente subterránea de furia retumbó en su voz.

—¿Qué crees que quiere con Serafina? —pregunté.

Sacudió la cabeza.

—No estoy seguro de sus motivos.

Estaba mintiendo y eso fue más una respuesta que sus palabras reales.

Buen Dios, los rumores de la Camorra enviaban un escalofrío a través de


todas las espaldas de las mujeres.
250
—Vas a salvarla a tiempo.

Dante se puso de pie, sus ojos casi salvajes.

—¿Lo haré? ¿A tiempo para qué? Podría ser demasiado tarde mientras
hablamos. Hasta donde sabemos, el cuerpo profanado de Serafina ya ha sido
arrojado en algún sitio donde lo encontraremos. Val, ¿siquiera te das cuenta de la
clase de horrores de las que es capaz Remo Falcone?

Me quedé mirándolo, mi corazón palpitando en mi garganta.

Me agarró por los brazos con demasiada fuerza. Su ira no estaba dirigida a
mí, pero Dios mío, me golpeó como un huracán, dejándome desorientada y
sacudida.

—Soy un monstruo, pero ni siquiera yo he hecho la mitad de los actos


depravados de los que los Falcone son capaces de hacer. Remo se deleita con la
tortura como si fuera su maldita droga de elección. Y su hermano loco es un
psicópata en el verdadero sentido de la palabra. No siente nada. Puede cortarte y
tener una conversación agradable contigo mientras lo hace. Podría atacar a
mujeres y niños sin que su pulso se altere. Serafina está a merced de hombres así,
Val.
Mis labios se abrieron para las palabras de consuelo que no habrían hecho
nada y que Dante no querría escuchar de todos modos. Me empujó contra él y me
besó brutalmente.

Su beso fue duro, enojado y desesperado a la vez.

Le respondí el beso, incluso si no estaba excitada. Esto no iba de la lujuria.


Arrancó mis jeans hasta que se agruparon a mis pies con mis bragas, y salí
tropezando de ellos.

Me empujó sobre la cama y se subió encima de mí, separando mis piernas.


Dos de sus dedos se deslizaron dentro de mí, probando mi disposición. Su
cremallera siseó y luego me llenó con fuerza. Me arqueé incómoda. Dante
parpadeó hacia mí, y su culpa ardió ferozmente en la oscura niebla de su ira.
Envolví mis piernas por encima de su espalda baja y lo atraje hacia abajo contra
mí, rastrillando mis dedos por su espalda. Quería mostrarle que esto estaba bien.

Sus labios se presionaron sobre los míos nuevamente y comenzó a


embestir dentro de mí, duro y rápido, sus movimientos alimentados por su
angustia, lo cual pareció cubrirnos a los dos.

El dolor fue bueno, fue bienvenido. 251


Este no era el dolor lujurioso que había llegado a disfrutar. Este era dolor,
puro y simple, una gota de incomodidad física y un océano de dolor emocional.
Mi cuerpo luchó contra ambos, pero se rindió hasta que las lágrimas que había
contenido todo el día, finalmente estallaron.

Dante se quedó inmóvil encima de mí. No se había corrido. Dudaba que


sintiera algún placer. Su rostro se hundió contra mi garganta y se estremeció a
medida que comenzaba a mitigar dentro de mí. No lloró, nunca lo había hecho en
todo el tiempo que lo conocía.

—¿Qué voy a hacer?

—Vas a sacarnos de esto, Dante. Confío en ti, y estaré a tu lado, sin


importar lo que decidas. Siempre estaré allí.
M
e pellizqué el puente de la nariz al escuchar el recuento de la
búsqueda de hoy de Danilo. Habíamos pasado la noche en la
casa de seguridad y nos quedaríamos aquí por un par de días:
hasta que encontremos a Serafina o hasta que decidiéramos que tenía más sentido
volver a Minneapolis o Chicago.

—Creo que debemos tener en cuenta que Serafina ya está en Las Vegas u
otra ciudad en territorio de la Camorra. Sin embargo, dudo que la mantengan
cerca de nuestras fronteras.

—Arrasemos con sus propiedades en Kansas. Matemos al puto


252
lugarteniente de allí y a todos sus capitanes —dijo Danilo con fiereza. Era joven.
Estaba impulsado por el orgullo herido y la absoluta necesidad de proteger lo que
era suyo. Lo entendía muy bien, pero un ataque brutal contra uno de los
lugartenientes de Remo sería demasiado arriesgado con Serafina en sus manos.

—Es demasiado arriesgado. Una vez que recuperemos a Serafina,


tendremos nuestra venganza.

Danilo se enderezó y comenzó a pasearse por la habitación.

Samuel se dejó caer en su silla, pareciendo agotado y desesperado, pero


podía ver esa misma hambre por atacar en sus ojos que veía en los de Danilo. No
eran tan diferentes en ese aspecto.

Pietro estaba más sobrio. Su preocupación por su hija no era menos aguda
que la de ellos, pero sabía cuán peligroso era Remo y que no nos devolvería a
Serafina al empezar a matar a sus lugartenientes. Nos la enviaría, pedazo por
pedazo.

Val apareció en la puerta de la cocina. Los niños y las mujeres habían


pasado el día en el jardín, esperando y preocupados.

—Vamos a comer.
Pietro y yo nos levantamos. Samuel no se movió y Danilo se limitó a
sacudir la cabeza y mirar por la ventana enojado.

—Tenemos que hacer algo.

—Danilo —dije suplicante—. Si atacamos impulsados por la ira y el


miedo, Remo no solo matará a Serafina, sino también a muchos de nuestros
hombres.

—No me imparta cuántos de nuestros hombres mueren.

—Pero te importa el bienestar de Serafina.

Danilo asintió con fuerza, bajó la cabeza y respiró hondo.

—Vamos a comer y luego intentar discutir las opciones. Necesitamos una


pausa.

—No tengo hambre —murmuró Samuel.

Pietro tocó el hombro de su hijo.

—Necesitas comer para poder sanar. Te necesitamos fuerte.


253
Eso convenció a Samuel y finalmente se puso de pie, haciendo una mueca
y su mano cerrándose sobre su costado.

La mesa en la gran cocina estaba puesta para nuestra familia. Ines levantó
la vista cuando entramos y la tristeza en sus ojos se sumó a mis hombros como
un peso adicional.

No tuve la oportunidad de sentarme porque mi teléfono sonó. Lo saqué,


echando un vistazo al número desconocido y de repente una sensación
premonitoria se apoderó de mí. Me llevé el teléfono a la oreja.

—Cavallaro.

—Dante, qué bueno escuchar tu voz.

Nunca había oído la voz de Remo Falcone y sin embargo sabía que era él.

Cada palabra destilaba con confianza, arrogancia y triunfo burlón. Podía


sentir el calor subiendo a mi rostro cuando la ira estalló a través de mí. Apreté los
dedos alrededor del teléfono y luché para evitar mostrar mi fuerte reacción
emocional. Solo excitaría a Remo y preocuparía a mi familia.

Crucé la habitación y me fui, pero por supuesto los pasos me siguieron.

—Remo —dije.
—¡Dile que voy arrancarle la puta garganta! —rugió Samuel.

Danilo me alcanzó.

—¿Dónde está Serafina?

—¡Déjame hablar con mi hija! —exclamó Ines.

—Me gustaría hablar contigo, de Capo a Capo. De un hombre al que


trasgredieron su territorio a otro. Dos hombres de honor.

Levanté la mano para detener a los demás. Sus gritos y rugidos solo le
darían a Remo lo que ansiaba y no lo permitiría.

—Soy un hombre de honor, Remo. No sé lo que eres, pero honorable no


es.

—Acordemos estar en desacuerdo en eso.

—¿Serafina está viva? —pregunté en voz baja después de poner algunos


pasos entre los demás y yo, pero me siguieron. Ines congelada y aferrada al brazo
de Pietro. Un miedo puro y sin diluir destellaba en sus ojos.

—¡Voy a romper cada maldito hueso en tu cuerpo! —gritó Samuel. 254


Hice otro gesto de silencio, pero fue inútil. Remo había conseguido lo que
quería. Se deleitó en su triunfo por un tiempo.

—¿Ese es su gemelo? —Ni siquiera intentó ocultar su regodeo.

Mi propia furia ardió con tanta fuerza que, me sorprendió no entrar en


combustión.

—¿Está viva? —Todo el mundo me miraba. Sus miedos, sus esperanzas,


su desesperación me golpearon como una avalancha que apenas pude enfrentar.

Remo rio entre dientes. Lo haría pagar por esto. Un día lo haría sufrir diez
veces más.

—¿Qué piensas? —preguntó.

—Sí, porque viva vale más que muerta. —Remo no renunciaría a este
juego del gato y el ratón a corto plazo. Era demasiado divertido para alguien
como él.

—En efecto. No tengo que decirte que la mataré de la manera más


dolorosa que se me ocurra si un solo soldado de la Organización trasgrede mi
territorio para salvarla, y puedo ser muy creativo cuando se trata de infligir dolor.
El alivio me llenó sabiendo que Serafina todavía estaba viva, aún podía
salvarse. Pero había escuchado lo que Remo y su hermano Nino habían hecho a
sus enemigos y solo podía esperar que no mostraran ese lado a Serafina. No
porque sintieran lástima sino para dejar sus destinos en mis manos.

—Quiero hablar con ella.

Ines se desplomó de alivio, comprendiendo lo que eso significaba. Aferró


a Pietro con más fuerza, quien dejó escapar un suspiro visible. Danilo cerró los
ojos, liberando una respiración profunda. Samuel se cernía cerca de mí, su mano
presionada a su costado, que había comenzado a sangrar nuevamente.

—Aún no.

—Remo, cruzaste una línea, y lo pagarás.

—Oh, estoy seguro que así lo crees.

—¿Qué quieres? —Ataqué su territorio. De lo que sabía de Remo y cómo


conquistó el Oeste y recuperó su derecho natural para regir sobre la Camorra, no
sería aplacado con facilidad. Remo se veía a sí mismo como el gobernante
indiscutible del Oeste. Todos los que dudaron de su régimen fueron eliminados
de la manera más brutal posible. Que mis hombres se hubieran atrevido a
255
atacarlo a él y sus hermanos era algo que nunca olvidaría o perdonaría, y me
haría pagar por ello. Dudaba que nombrara un precio a cambio de Serafina por el
que alguna vez estuviera dispuesto a pagar.

—Todavía no es el momento para ese tipo de conversación, Dante. No


creo que estés listo para ello. Mañana por la mañana tendremos otra cita. Prepara
una cámara. Te quiero a ti, a su hermano, a su padre y a su prometido en una
habitación frente a esa cámara. Nino te dará instrucciones de cómo configurar
todo. Yo instalaré una cámara para que así podamos vernos y escucharnos.

—Remo… —gruñí, pero luego sonó un clic. Remo había terminado la


llamada. Resistí el impulso de romper el teléfono. Tenía más control que eso,
incluso si estuviera deslizándose con cada momento que pasaba. Puse mi
teléfono de nuevo en el bolsillo, lentamente, sopesando las palabras que diría.

Danilo sonrió amargamente.

—Está jugando con nosotros, ¿cierto?

Asentí bruscamente.

—Al menos, lo está intentando.

Samuel se me acercó.
—¿Qué hay de Fina? ¿Sabes algo?

—Está viva —respondí—. Quiere establecer una conexión por video,


mañana por la mañana.

Ines frunció el ceño, mirando entre Pietro y yo.

—¿Qué significa eso? ¿Nos permitirá hablar con Fina?

Val presionó una palma contra su pecho y tragó con fuerza,


comprendiendo lo que Ines era incapaz de ver.

Danilo sacudió la cabeza.

—¿Nos va hacer ver? —Se dejó caer en un sillón y apoyó los codos sobre
sus rodillas—. ¡El maldito cabrón nos hará ver cuando la torture o… o… folle!

Samuel apuntó con la cabeza hacia la puerta donde Anna, Leonas y Sofia
asomaban la cabeza con los ojos completamente abiertos y los labios separados.

Danilo se puso de pie y salió de la habitación enfurecido, pasando a los


niños quienes lo observaron boquiabiertos. Unos segundos después, la puerta
principal se cerró de golpe y el motor de su Mercedes rugió.
256
Ines se tambaleó hasta mí.

—Dante, ¿en serio crees que van a lastimar a mi niña delante de una
cámara y hacer que veamos? —Miró hacia mí, esperando que lo negara,
rogándome que lo hiciera, y quería hacerlo, tenía que hacerlo, de modo que
mentí.

—Danilo está abrumado. No sabemos lo que quiere conseguir Remo con


esta llamada. Tal vez nos dejará hablar con Fina para demostrar que está bien, de
modo que pueda empezar a hacer demandas.

Ines asintió. Necesitando creer esto.

—¿Mamá? —susurró Sofia, y entró lentamente. Pietro bajó la mirada


hacia sus manos apretadas y Samuel se había ido a la ventana y estaba
aferrándose al marco.

Ines se giró hacia Sofia y la abrazó con fuerza, susurrándole palabras de


seguridad. Val se acercó a mí y apretó mi brazo, luego besó mi mejilla,
susurrando.

—Esto fue lo correcto a decir.


Las mentiras tenían una forma de salir a la luz y, en este caso, lo harían
mañana indudablemente.

Ines llevó a Sofia de vuelta a la cocina.

—¿Puedes llevarte también a Leonas y Anna a la cocina? Necesito hablar


con Pietro y Samuel.

Val asintió, después se dio la vuelta y sacó a nuestros hijos gentilmente.


Leonas me lanzó una mirada curiosa mientras Anna se apretaba contra Val.

Cuando solo estuvimos Samuel, Pietro y yo, solté un suspiro.

Pietro levantó la vista. Sus ojos lucían torturados.

—Sabes lo que significa un video chat, Dante. Lo sabes.

Así era. Remo iba a lastimar a Serafina frente a nosotros. Era el comienzo
de nuestra tortura, el siguiente paso en su juego.

—No podemos permitir que las mujeres lo vean.

Pietro asintió.
257
—Ines va a insistir, pero me mantendré firme. No debe ver eso. —Se
hundió en el sofá, cerrando los ojos—. Mierda, no quiero verlo. Yo… —Puso su
cara entre las palmas de sus manos, respirando temblorosamente—. Si él… si
él…

Me acerqué a él y tomé su hombro.

—Vamos a encontrarla. Ese video es nuestra oportunidad de reunir pistas.


Cuanto más reunamos, mejor para nosotros. —No era ningún tipo de consuelo,
pero no podía permitir que mi propia desesperación llegara a la superficie. Mi
familia necesitaba mi guía, y se la daría.

Ines había insistido en ver con nosotros, pero ni Pietro ni yo habíamos


cedido. No haría ningún bien.

Danilo, Pietro, Samuel y yo nos reunimos en la sala de conferencias de la


casa de seguridad frente a una cámara y una pantalla. Por supuesto, Remo
también quería vernos. Quería saborear nuestro dolor. Deleitarse con ello.
—Intenten mantener la calma —insté nuevamente poco antes de la hora
designada para el video—. Remo solo tendrá más municiones contra nosotros si
ve lo mucho que nos molesta esto.

Samuel frunció el ceño.

—¿Nos molesta? ¡Secuestró a mi hermana! Va a torturarla. ¿Y crees que


puedo mantener la calma?

Danilo apretó los dientes. Sus pensamientos probablemente seguían un


camino similar, pero había aprendido a pensar estratégicamente una vez que se
convirtió en lugarteniente. Perder la cabeza en esta situación sería lo peor que
podíamos hacer.

Busqué la mirada de Pietro. Lo había conocido casi toda mi vida. Pietro


tenía nervios de acero, pero en este momento sus emociones estaban escritas en
toda su cara. No podía culparlo. Si Anna estuviera en manos de Remo… empujé
el pensamiento a un lado. Solo podía esperar que Remo estuviera mintiendo, que
quisiera tenernos en nuestro punto de ruptura pero que no estuviera dispuesto a
arriesgarse a la guerra. Porque si lastimaba a Serafina, el resultado sería la guerra.

—Un minuto —les recordé. 258


Santino levantó el pulgar. Había preparado todo dado que era el que tenía
más conocimiento técnico. Di un pequeño asentimiento.

Entonces la pantalla parpadeó y la cámara se encendió, anunciando que


ahora estábamos en vivo. Serafina apareció en la pantalla, vestida con un delgado
camisón plateado, con los brazos cruzados sobre el pecho. Tenía la cara pálida,
los ojos hinchados de llorar. Buen Señor.

Samuel dio un paso adelante, su rostro una máscara de horror. Pietro y


Danilo permanecieron congelados.

Mis dedos temblaron, mis dientes se apretaron en un esfuerzo por


mantener la calma exterior incluso aunque mi interior se estremecía con un odio
tan puro y crudo que era casi imposible de contener.

Remo estaba junto a Serafina, pero sonrió a la cámara, no a ella. Había


visto fotos y videos de él, así que lo reconocí de inmediato. La cicatriz a lo largo
de su frente y sien se crispó cuando sonrió triunfante.

—Estoy tan contento de que lo lograran —dijo arrastrando las palabras.

Danilo hizo el sonido más pequeño, uno que con suerte solo nosotros
pudimos escuchar. Su lucha interna estaba escrita en toda su cara.
Remo pareció mirarme fijamente por un momento, un desafío, una
invitación a la guerra. Si quería la guerra, la tendría. Luego se enfrentó a
Serafina, quien se puso rígida.

—Serafina, en Las Vegas las mujeres tienen elección…

—¡No te atrevas! —gritó Samuel, irrumpiendo hacia la cámara como si


fuera Remo y pudiera estrangularlo con sus propias manos.

Apreté una mano sobre su antebrazo y lo detuve. Los ojos de Samuel se


dirigieron a los míos y por un momento pareció como si considerara pegarme. La
angustia en sus ojos se reflejó en mis entrañas. Había sostenido a Serafina
cuando tenía solo unos pocos días de nacida. La había visto crecer. No se
merecía esto. Mucho menos las opciones por las que Las Vegas era famosa.

Incluso sin ver su rostro, sabía que Remo se regodeaba. Sabía exactamente
lo que esto nos hacía. Incluso si no le importara nadie lo suficiente como para
sentir la misma angustia cuando eran torturados, estaba bastante familiarizado
con las emociones humanas.

Remo sacó un largo cuchillo reluciente de su funda. Solté a Samuel quien


comenzó a temblar. Pietro dio un paso más cerca, sin creérselo, como si no 259
estuviera seguro si lo que veía era la realidad o su imaginación cruel. Esta era
una verdadera pesadilla que ciertamente nos atormentaría por mucho tiempo.

—Pueden pagar por sus pecados con dolor o placer.

Danilo sacudió la cabeza y murmuró:

—No.

Dolor o placer. Mataría a Remo.

—No tienes derecho a juzgar los pecados de otras personas —dijo


Serafina en una voz temblorosa. Mantenía la cabeza alta, intentaba parecer fuerte,
pero su miedo era obvio para mí y también lo sería para Remo.

Remo se movió detrás de ella, elevándose por encima de su cabeza con


una sonrisa que jamás olvidaría. Si encontraba una manera de hacerle daño como
esto nos estaba lastimando, lo haría pagar. Maldita sea, no me detendría hasta
que fuera una sombra del hombre que era ahora.

—¿Qué eliges, Serafina? ¿Te someterás a la tortura o pagarás con tu


cuerpo? —preguntó arrastrando sus ojos por su cuerpo, deteniéndose en su
escote, desnudándola con su mirada lasciva para que lo viéramos.
Serafina no dijo nada y sus ojos parpadearon con terror. Miré a Danilo. El
temor se instalaba en sus ojos. ¿Tendría que ver a Remo violar a Serafina? Era
una maldita farsa todo esto de la elección que Remo le daba a Serafina.

No estaba seguro si yo podría soportar ver eso. ¿Cómo iban a sobrevivir


Samuel, Pietro y Danilo?

—Si no eliges, tomaré la elección por ti —dijo Remo, su voz desbordando


con emoción a medida que escudaba a Serafina de nuestra vista.

—Elegiré la mordedura del frío acero sobre el toque de tus insignificantes


manos cualquier día, Remo Falcone.

La sorpresa se apoderó de mí. Los ojos de Samuel se abrieron por


completo y luego sonrió levemente.

—Disfrutaré tus gritos.

—Remo, es suficiente —espeté.

Remo tiró de Serafina contra él, su espalda al ras de su pecho, y agarró su


barbilla, obligándola a subir su rostro hacia él. Di un paso más cerca de la
pantalla, no pude evitarlo. 260
Ni Remo ni Serafina veían a la cámara.

—¿Dónde te gustaría sentir mi cuchilla? —Mostró el cuchillo a


Serafina—. ¿O cambiaste de opinión sobre tu elección? ¿Pagarás con tu cuerpo
después de todo?

Serafina guio el cuchillo hasta su antebrazo. No estaba seguro de lo que


estaba haciendo, lo que estaba pasando entre ellos. Y entonces, Remo cortó el
brazo de Serafina. La sangre brotó. Ella clavó los dientes en su labio inferior
intentando contener el grito. Remo la agarró por la cintura y la sostuvo en alto.
Enrosqué mis manos en puños.

Pietro se tambaleó hacia adelante.

—¡Suficiente! Para. ¡Para ahora!

Remo soltó a Serafina y cayó al suelo, jadeando y sangrando. Remo se


acercó más y luego la pantalla se volvió negra.

El silencio sonó en la sala de conferencias.

Santino apagó la cámara y la pantalla, después se levantó y salió de la


habitación. Pietro se hundió contra la pared, sus dedos temblorosos extendidos
sobre su boca. Samuel miraba fijamente a la pantalla negra con los ojos
completamente abiertos y el pecho agitado.

Los ojos oscuros de Danilo se encontraron con los míos.

—No va a parar. La quiere. Estaba escrito en toda su cara. ¡La quiere!

También lo había visto. No estaba exactamente seguro de lo que quería


Remo de Serafina. Tal vez él tampoco lo sabía. Pero quería poseerla. Lo sabía
porque los hombres como él, Danilo y yo siempre queríamos poseer lo que no
deberíamos. Esa expresión en su rostro había estado en el mío cuando luché
contra mi deseo por Valentina.

Decidimos desalojar la casa de seguridad al día siguiente. No tenía sentido


quedarse en Indianápolis. Ya que Danilo no se había casado aún con Serafina,
Pietro como su padre llevaría a cabo su rescate oficialmente y por lo tanto
nuestra base de operaciones estaría en Minneapolis. 261
Valentina y nuestros hijos lo aceptaron en silencio cuando les dije que no
regresaríamos a Chicago por ahora. El año escolar todavía no había comenzado
para Leonas, y Anna estaba siendo educada en casa de todos modos.

Ines tomó la noticia como un golpe. Para ella, irse de Indianápolis


marcaba una derrota y era como si perdiera otra parte de Serafina. Se derrumbó y
se negó a salir de su habitación.

Pietro y Samuel estaban agotados y conmocionados, así que decidí hablar


con ella.

Cuando entré en su habitación, recordé el momento en que la encontré


llorando en la biblioteca.

Ines yacía acurrucada en su cama, sollozando. Me acerqué a ella


lentamente, y me senté en la cama. Toqué su cabeza como lo había hecho cuando
era una joven niña y padre la había tratado mal. Sus ojos se abrieron tan llenos de
angustia que mi corazón se apretó con fuerza. Se arrojó sobre mí, y la abracé.

—Mi pequeña está sufriendo. No puedo soportarlo… no puedo. Desearía


estar en su lugar. Soportaría el dolor por ella, soportaría cualquier cosa por ella.
Había considerado pedirle a Remo intercambiar a Serafina por otra
persona, pero Remo la había apuntado a propósito, por el valor de la conmoción
que representa tener a una novia, y tal vez por algo peor. No la liberaría. Esa
expresión en su rostro lo había dejado claro. Aún no había terminado de jugar, no
con ella, y definitivamente no con nosotros.

—Ines, debemos regresar a Minneapolis. Te hará bien estar en tu propia


casa. No podemos hacer nada más por Serafina desde aquí.

—Siento que me estoy dando por vencida.

—No te estás dando por vencida. Ninguno lo está haciendo. Pero


necesitamos mantenernos fuertes y debes tener en cuenta a Sofia. Está abrumada
y estar en su casa también le ayudará. Todos necesitamos estabilidad. Val, los
niños y yo nos quedaremos contigo por un tiempo, hasta que hayamos salvado a
Serafina. Y la salvaremos. Lo juro.

Aunque, era un juramento que no estaba seguro que pudiera mantener.

262
N
os mudamos a una casa de seguridad en Minneapolis porque
Dante determinó que era demasiado arriesgado tenernos a todos
bajo un mismo techo por las noches. Pero pasábamos todo el día
en la mansión de Ines y Pietro. Nos instalamos en una extraña rutina y los días
comenzaron a desdibujarse.

Pietro había duplicado sus guardias dentro y alrededor de la casa. El


ambiente era tenso y deprimente. Intenté darle a Sofia, Anna y Leonas una
sensación de normalidad a pesar de la horrenda situación, pero sabían lo que
estaba pasando. No en cada detalle terrible, pero lo suficiente como para ser 263
conscientes de la seriedad. Anna y Sofia definitivamente estaban sufriendo. Anna
despertaba todas las noches con pesadillas mientras Leonas lidiaba mejor con la
situación. Quizás era su edad. Tal vez no podía comprender del todo lo que
significaba estar en manos de la Camorra. Anna tenía una mejor comprensión y
experimentaba la aguda preocupación de Sofia por Serafina.

Una mañana nos sentábamos en la mesa del desayuno, casi habiendo


terminado y listos para conducir a la mansión de Ines y Pietro cuando sonó el
teléfono de Dante. Siempre tenía el tono activado hoy en día y cada vez que
sonaba, todos nos congelábamos, atemorizados, temiendo malas noticias.

Dante miró su teléfono descansando sobre la mesa y la forma en que su


boca se cerró en una línea apretada me dijo que era uno de los Falcones.

Me levanté.

—¿Por qué no van a buscar lo que van a llevarse con ustedes hoy?
Saldremos en quince minutos.

Ni Leonas ni Anna reaccionaron a mis palabras, sus miradas clavadas en


su padre, quien levantó la vista lentamente, y mi vientre se apretó.

—Arriba, ahora —ordenó.


Los ojos de Anna se abrieron de par en par. Echó la silla hacia atrás y se
levantó, luego agarró la mano de Leonas quien observaba a su padre con la boca
abierta.

—Ven, Leonas.

Se puso de pie y Anna lo arrastró fuera de la cocina.

Rodeé la mesa. La mirada en los ojos de Dante asustándome.

—¿Qué pasa?

—Remo hizo su primera demanda —dijo con una voz mortal que me dijo
que estaba luchando por controlarse. Se levantó y me miró—. Quiere
Minneapolis.

Resoplé.

—Eso es ridículo. ¡Jamás le darías parte de tu territorio, y mucho menos


una de las ciudades más importantes!

Dante sonrió sombríamente.

—Oh, lo sabe. Lo sabe jodidamente bien. —Fulminó el teléfono con la 264


mirada—. Se está burlando de mí. No quiere que este juego termine así que exige
lo imposible.

Tomé sus hombros.

—¿Le dirás a Pietro y Samuel?

Dante me miró a los ojos como si esperara encontrar la respuesta a todas


sus preguntas allí. Desearía tenerlas, desearía poder ayudarlo. Todos lo miraban
buscando respuestas, acciones, salvación. Era bueno que su padre ya estuviera
afectado por la demencia, sin importar cuán cruel me hiciera sonar. Pero ese
hombre solo habría empeorado las cosas.

—Tengo que hacerlo. Serafina es su responsabilidad antes que la mía.


Tienen derecho a saber, incluso si eso me complica las cosas.

—¿Crees que Pietro y Samuel estarían de acuerdo con la demanda de


Remo? —pregunté sorprendida.

Dante pasó sus dedos por mi cabello.

—Harían cualquier cosa por salvar a Serafina. —Sonrió como si los


entendiera muy bien. Por supuesto, yo le daría a Remo hasta el último centímetro
del territorio de la Organización si la vida de Anna o Leonas estuviera en juego.
Le daría cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa para proteger a mis hijos.
Pero los hombres habían sido educados para considerar siempre en primer lugar a
la Organización.

El deber y el honor venían antes que cualquier otra cosa. Perder su


territorio y con él su honor era el peor destino imaginable en nuestro mundo. Sin
embargo, al ver los ojos de Dante, me pregunté si entregaría todo a Remo si
Anna estuviera en sus manos, y estaba bastante segura que en última instancia lo
haría.

Anna y Sofia fueron al jardín a sentarse en el columpio mientras Leonas se


escabullía por la casa. Para él, esto era difícil porque ni siquiera tenía a sus
amigos para jugar. Anna tenía a Sofia y se las arreglaban para distraerse en
ocasiones. Leonas tenía que jugar solo la mayor parte del tiempo.

Dante se llevó a Pietro y Samuel a un lado poco después de llegar a la


mansión, y les contó sobre la demanda de Remo mientras yo estaba sentada en el
265
patio con Ines, tomando café. Aún no sabía del mensaje de Remo, y me estaba
preguntando si debía decirle. Dante y Pietro le ocultaban muchos detalles por su
protección, pero si me imaginaba estando en su lugar, habría querido saber todos
los detalles de la situación de mi hija.

Ines me echó un vistazo. Debo haberla observado por un tiempo.

—Hay noticias que Dante no quiere compartir conmigo, ¿verdad?

Anna y Sofia se acurrucaban juntas en el amplio columpio, hablando. Se


suponía que las niñas debían estar protegidas de todo mal en nuestro mundo, pero
a menudo nuestro mundo les traía el verdadero mal hasta sus manos. Bibiana
había sufrido en su primer matrimonio y solo ahora encontró la felicidad con
Dario y sus hijos. Serafina ahora sufría por los pecados de los hombres.

—Remo hizo una demanda ridícula a cambio de la libertad de Serafina. Es


una farsa.

Ines dejó su taza de café sobre la mesa.

—¿Qué quiere?

—El territorio de Pietro.


Ines volvió la cabeza, perdida en sus pensamientos por un momento.

—Puede quedárselo.

Me incliné más cerca.

—Ines, él sabe que Dante jamás le dará parte de su territorio. Entregar una
ciudad importante al enemigo pondría en peligro a todos.

—Quieres decir que pondría en peligro a tus hijos —dijo con ferocidad.

Retrocedí, sorprendida por el veneno en su voz y ojos.

Ines se mordió el labio.

—Lo siento. Eso fue innecesario. Yo… —Tragó con fuerza, y presionó su
mano sobre sus ojos—. Me siento tan impotente. Siempre les dije a mis hijos que
mantendría los monstruos a raya. Y aquí estoy, mi hija en manos de un monstruo
y yo aquí sentada tomando café, incapaz de ayudarla, de protegerla.

Las lágrimas empañaron mis ojos.

—Nadie podría haber previsto algo como esto.


266
Ines sonrió amargamente.

—No lo sé. Las cosas han ido escalando más y más. Hay tanto odio entre
las famiglias. ¿Cómo terminará todo esto? —La paz era aún menos una opción
después de lo que Remo había hecho. Dante preferiría hacer otro tratado de paz
con Luca antes de aceptar una tregua con la Camorra—. ¿Siquiera tenemos
alguna opción? La Camorra y la Famiglia trabajan juntas. Están en contra de
nosotros.

No dije nada. Las cosas se veían mal para nosotros. Luca no trabajaría con
Dante, no después del incidente de las fotos y no cuando eso implicaba tener a la
Camorra como su enemigo. ¿Quién más estaba allí? La Unión Corsa en Canadá,
pero se mantenían en secreto. No compartíamos el mismo fondo cultural o
lingüística. No confiaban en nosotros y tenían poco que ganar de una
cooperación. No se arriesgarían a un conflicto con la Camorra y la Famiglia. ¿Y
la Bratva? Los Pakhan en Chicago que gobernaban la mayor parte de la Bratva
en el Medio Oeste tenían algún tipo de pacto de no agresión con Remo Falcone.

Ines dejó escapar un sonido ahogado.

—Es aún peor de lo que pienso, ¿verdad?


—No —respondí con firmeza—. La Organización ya ha pasado antes por
crisis y siempre hemos salido de ello, porque permanecimos unidos. Remo está
intentando introducir una cuña entre nosotros, por eso pidió la ciudad de Pietro.
Quiere crear desavenencias en nuestra familia, pero no vamos a permitirlo. No
vamos a permitir que destruya nuestro vínculo porque Serafina necesitará una
familia fuerte cuando regrese.

Ines sonrió débilmente.

—Dante tiene razón. Serías una gran Consigliere.

Era fácil dar consejos cuando no tenías que sufrir las consecuencias. Podía
dar a Dante mi opinión, porque en última instancia, él era quien sería juzgado por
ello. Teniendo que cargar con el peso de la responsabilidad.

Sintiendo que Ines quería estar sola, fui en busca de Leonas para decirle
que cenaríamos todos juntos. Danilo también estaría allí. Decidió alternar entre
Indianápolis y Minneapolis tan a menudo como era posible. Para alguien tan
joven como él, estaba cargando con mucha responsabilidad. Un padre enfermo,
una hermana discapacitada, gobernar sobre Indianápolis, y ahora salvar a su
prometida.
267
—¡Leonas! —llamé.

—Está conmigo —dijo Dante desde una habitación al final del pasillo en
la que nunca presté mucha atención. Para el momento en que entré, me congelé.
Era un arsenal. Eso explicaba las ventanas enrejadas y la puerta pesada.
Cuchillos, ametralladoras y pistolas se alineaban en los estantes.

Dante se sentaba en una silla y Leonas se paraba a su lado. Había una


pistola frente a ellos en la mesa. Estaba en sus piezas separadas y Dante le
mostraba a Leonas cómo volver a armarla. Luego explicó cómo desbloquear el
seguro, apuntar y disparar. Leonas escuchó con una mirada de máxima
concentración. Dante le entregó el arma a nuestro hijo y mi corazón se detuvo.
Solo tenía siete años. Era demasiado joven para esto.

—Dante… —Mi voz tembló.

Dante levantó la vista.

—No está cargada.

Tragué con fuerza.

—¿Puedo hablar un momento contigo?


Dante extendió la mano y Leonas le devolvió el arma con una sonrisa
orgullosa. Dante revolvió su cabello y luego se levantó.

—Ahora ve al comedor.

Leonas salió corriendo, sonriendo como si este hubiera sido el juego más
divertido del mundo. Cerré la puerta para mayor privacidad.

—Es demasiado joven —susurré con dureza.

Dante cargó el arma con calma, y después la puso en una de sus fundas.
Sacudió su cabeza.

—Si el ataque demostró algo, entonces es que nadie está a salvo. Ni


siquiera los niños. No podemos mimar a Leonas. Tiene que aprender lo que es
necesario para sobrevivir en este mundo.

—¿Por qué? Tus soldados y tú están aquí para protegerlo. Anna y yo


tampoco andamos empuñando pistolas. —Por lo cual me alegraba. Las odiaba,
incluso si eran un mal necesario en nuestro mundo. Aun así, no quería que Anna
tuviera que llevar una, ni siquiera ahora. Incluso con una pistola, no tendría
ninguna posibilidad contra alguien como Remo porque carecía de lo que esos
hombres tenían: ningún escrúpulo y crueldad.
268
—Porque necesito preparar a Leonas en caso de que alguna vez no regrese
a todos ustedes.

Di un paso atrás.

—No planees tu muerte, Dante. Estamos intentando tener un tercer bebé y


¿estás considerando morir? ¿Qué se supone que voy hacer sin ti? ¿Y qué hay de
la Organización? Estarían en el caos total. ¿Quién los lideraría si no tú?

Dante se acercó a mí y me atrajo hacia él, pero no me relajé. Estaba


enojada y asustada.

—Val, no tengo la intención de morir pronto, pero la muerte acecha en


cada esquina. Necesito preparar a Leonas para que así pueda hacerse cargo a una
edad temprana. —Al ver mi expresión de horror, me besó suavemente—. No
ahora, ni dentro de cinco años, pero quiero que sea fuerte y esté listo para liderar
a la Organización una vez que sea mayor de edad.

—¿Podrías haber liderado a la Organización con solo dieciocho años?

—Tal vez. No de la misma manera que lo hago ahora. Habría cometido


errores, pero habría aprendido de ellos. Mierda, aún cometo errores, ni siquiera la
edad puede evitarte los errores.
Sacudí mi cabeza.

—Es solo un niño.

—Es el futuro Capo de la Organización. No puede permitirse ser solo un


niño pequeño.

Cerré los ojos, presionando mi frente contra el traje de Dante.

—¿Cuándo… cuándo lo reclutarás?

Dante tocó mi cabeza y me dio un beso entre el cabello.

—A los doce.

Me estremecí.

—¿Cómo vas a prepararlo? ¿Cómo lo harás fuerte? —Abrí los ojos,


evaluando el rostro de Dante. Sus cejas rubias se fruncieron.

—Aprenderá a luchar. Tenemos nuestros centros de lucha por una razón.


Luchará con otros chicos mayores que no se apiadarán de él. Aprenderá a
disparar. Y al final, tendrá que estar presente en los interrogatorios… en los
homicidios. 269
—No vas a torturarlo para hacerlo fuerte —dije con firmeza.

—No voy a torturarlo.

Atraje la cabeza de Dante hacia mí y lo besé desesperadamente.

Dante

Samuel y Pietro se veían terribles. Sombras oscuras se extendían bajo sus


ojos. Pietro había empezado a fumar otra vez. Un hábito que abandonó por Ines.

Me uní a Pietro afuera en el patio. Miraba hacia el cielo, exhalando el


humo.

—Cuando me dijiste en un principio sobre la demanda de Falcone, habría


aceptado sin dudarlo. Aún no estoy convencido de negarme si estuviera cara a
cara con él.

—No va a devolvérnosla, incluso si le prometemos Minneapolis. Sabe que


no puede funcionar. No se puede regalar un territorio. Tiene que ser conquistado
con brutalidad pura. Tendría que matar a todos los mafiosos en tu ciudad para
poseerla en realidad. Remo es alguien que quiere conquistar. Nunca aceptaría un
territorio por el que no sangraría. Este es su juego, Pietro.

Pietro tomó otra calada profunda del cigarrillo, lo arrojó al suelo y lo pisó.

—Juré a Ines que nunca más volvería a fumar. Ni siquiera comentó


cuando lo hice. Ver a Ines sufrir… maldita sea, esto es una tortura.

Cuando hablé con Remo la siguiente vez, mis sospechas quedaron


confirmadas. A pesar de su desilusión por mi negativa a ceder a su demanda, el
entusiasmo resonó en su voz. Tenía mucho más planeado. Amaba la reacción de
su audiencia más que el juego en sí. Tal vez perdería el interés en su juego y
Serafina si no jugábamos según sus reglas, si actuábamos con sensatez.

A estas alturas, no teníamos muchas otras opciones.

Samuel se acercó a mí un par de días después de la llamada, y pude decir


270
por su expresión que no había aceptado mi decisión como Danilo y Pietro lo
habían hecho.

—¿Podemos hablar? —preguntó, con un borde en su voz.

—Por supuesto —respondí, y lo seguí hacia mi oficina improvisada en


una antigua habitación de invitados. Ahora que tenía que hacer la mayor parte de
mis asuntos desde Minneapolis y no desde Chicago, necesitaba una oficina. Solo
había regresado a Chicago dos veces desde el secuestro de Serafina. Val también
se quedó principalmente en Minneapolis con los niños para apoyar a Ines.

Cerré la puerta y me volví hacia Samuel.

Su cabello rubio había crecido, rozando sus orejas, y no se había afeitado


en un par de días, de modo que una barba rubia oscura cubría su mentón y
mejillas. A pesar de su falta de sueño y su negativa a descansar, su herida de bala
se había curado sorprendentemente bien.

—Tenemos que atacar a Las Vegas. Cada día que Serafina sigue con ese
imbécil, destruye otra parte de ella. No podemos solo sentarnos y esperar. —Su
tono puso mis vellos de punta, pero le di holgura.
—Entre Las Vegas y nosotros nos esperan más de cientos de seguidores
leales a Remo, hombres dispuestos a morir por él. Están entre Serafina y
nosotros, y aún si llegamos a Las Vegas sin que ninguno de ellos lo descubran, lo
cual es poco probable teniendo en cuenta que necesitaríamos un ejército para
entrar en Las Vegas, estaremos en terreno de Remo. Él conoce a Las Vegas, y
nuestros informantes nos dicen que es casi imposible conseguir pasar más allá de
las medidas de seguridad de la mansión Falcone. Es decir, si Serafina aún está
allí. Docenas morirían.

—Me importan una mierda. Todos ellos pueden morir, siempre y cuando
recupere a Fina —gruñó Samuel.

—Pero no puedo enviar a mis hombres en una misión suicida destinada al


fracaso. Tienen familias. Confían en mí para tomar decisiones sabias y no actuar
por emocionalidad.

Samuel acercó su rostro al mío, sus ojos ardiendo de ira.

—Apuesto a que serías el primero en entrar en Las Vegas con un maldito


ejército si Anna estuviera allí y no te importaría ni mierda si todos los putos
hombres murieran.
271
Me preocupaba por Serafina y por Ines, Pietro, y Samuel, pero tenía que
admitir que mi amor por mis hijos y Val estaba en otro nivel, y no podía negar
que mi reacción al secuestro de Anna habría sido menos contenido. ¿Si eso la
habría salvado? Lo dudaba.

Samuel asintió como si hubiera respondido a su pregunta, después se giró


y se alejó.

—¡Mierda! —gruñí, mi control deslizándose. Quería entrar a Las Vegas y


arrancarle las bolas a Remo y dárselas de comer. Quería mostrarle que podía
cometer todas y cada una de las atrocidades que él había cometido, incluso si
generalmente elegía formas menos llamativas de tortura.

La Organización se estaba desgarrando cada vez más, entre las personas


que apoyaban mi enfoque cauteloso, recelosos de una guerra en otro frente,
después de todo, estábamos rodeados de enemigos. Pero también estaban los
otros, muchos de ellos de la generación más joven quienes clamaban sangre, que
querían entrar a Las Vegas con sus armas desenfundadas. Samuel era uno de
ellos, Danilo también, incluso si no lo decía en voz alta.
—¿Cuándo podemos regresar a Chicago? —preguntó Leonas a medida
que nos sentábamos en la mesa desayunando un par de días más tarde.

Val le dedicó una sonrisa comprensiva.

Había considerado enviar a Val y nuestros hijos de regreso a Chicago, y


permanecer en Minneapolis por mi cuenta. Después de todo, su presencia no era
necesaria, pero los quería cerca. Necesitaba saber que estaban a salvo.

—No lo sé —dije—. Pero con suerte pronto.

Leonas empujó su comida en su plato.

—Extraño a mis amigos.

—¿Qué tal si jugamos baloncesto?

Había un aro de baloncesto en el camino de entrada. Leonas a veces


jugaba con Rocco y Riccardo en casa y yo había jugado en él durante un tiempo.
Los ojos de Leonas se abrieron con entusiasmo y asintió.

Anna frunció el ceño y luego miró su plato. Después del desayuno, la llevé 272
a un lado.

—¿Por qué no echamos un vistazo a la nueva galería en línea del Met?

Anna sonrió abiertamente. Quería visitar el Museo Metropolitano y el


Museo de Arte Moderno desde hace un tiempo, pero como ambos estaban en
Nueva York no era una opción. Afortunadamente, ambos museos tenían una
buena presencia en línea. Anna abrazó mi cintura y toqué su cabeza.

—Gracias, papá.

Val besó mi mejilla.

—Sé que estás ocupado, pero me alegra que intentes hacer tiempo para
ellos. Este también es un momento difícil para ellos.

—Lo sé —dije en voz baja. Deseaba que mis hijos no tuvieran que
presenciar toda esta cruda brutalidad de la vida en la mafia.

Pietro me llamó alrededor del mediodía. Había jugado con Leonas, me


duché, y logré sentarme con Anna durante una hora. Todavía estaba presionada a
mi lado, mirando la computadora portátil cuando sonó mi teléfono.
—Pietro, ¿alguna noticia? —Le había dicho que me reuniría con él,
Samuel y Danilo en la noche.

—Samuel y algunos de nuestros soldados se han ido a Las Vegas para


salvar a Fina —dijo.

La tensión atravesó mi cuerpo.

—¿Qué? —La furia en mi voz hizo que Anna me mirara con sus ojos
completamente abiertos. Le di una sonrisa tensa y me desenredé suavemente de
ella antes de ponerme de pie.

—No lo sabía. Uno de los soldados me informó hace un momento. No


puedo localizarlo, ni a ninguno de los otros hombres con los que fue.

—Maldita sea, Pietro. ¡Esa es una misión suicida! No volverán con vida, y
mucho menos con Serafina. ¡Remo estará furioso por esta nueva infracción de su
territorio! —Pietro no dijo nada durante casi un minuto, y estaba intentando
conseguir un agarre sobre mi ira y preocupación creciente. Si Samuel moría
intentando salvar a Fina y si Remo la mataba para hacernos pagar… Ines no
sobreviviría a eso—. ¡Maldición! —gruñí, dándome cuenta demasiado tarde de
lo cerca que estaba Anna. Intentaba no maldecir delante de ella, pero había 273
fallado repetidamente en las últimas semanas. Bajé mi teléfono un poco—. Ve a
buscar a tu madre. Dile que necesito ir con tu tío y tu tía.

—Está bien —dijo Anna vacilante, pero no se movió. Toqué su mejilla y


le di una sonrisa forzada.

Al final, se giró y salió de la sala en busca de Val.

—Ines aún no lo sabe —dijo Pietro en silencio—. No le he dicho a nadie


más que a ti.

—Bien. Informaré a Danilo. Necesita venir lo antes posible. —Danilo


justo se había ido ayer a Indianápolis, pero esta situación nueva requería su
presencia—. Iré ahora mismo. Necesitamos considerar qué hacer.

Pietro hizo un pequeño ruido de afirmación. Colgué y cerré los ojos. Dios
mío, Samuel. Remo lo destrozaría pedazo por pedazo y lo grabaría para que todos
lo viéramos. Tal vez incluso lo haría en un vídeo en directo y nos obligaría a
verlo, o también mataría a Serafina.
No tuvimos noticias de Samuel o ninguno de sus compañeros ni pudimos
llegar a ellos: hasta el día siguiente, cuando un Samuel un poco apaleado pero
vivo y un soldado bastante torturado y muerto fueron entregados a nuestro puesto
de avanzada cerca del territorio de la Camorra.

Llamé a Pietro al momento en que recibí la noticia y luego me dirigí a su


mansión. Danilo ya estaba allí cuando llegué. No se había molestado con un traje
como de costumbre cuando se reunía conmigo. Esta vez vestía un pantalón chino
informal y una camiseta blanca. Él como Pietro parecía como si no hubiera
dormido en absoluto. Había estado en la casa de seguridad hasta bien pasada la
medianoche y apenas dormí dos horas, así que sabía que no me veía mejor.

Pietro avanzó hasta mí al momento en que estuve en el vestíbulo.

—¿Está vivo?

—Sí, y no herido de gravedad. Lo golpearon. Sufrió una fractura en la


muñeca y un par de costillas rotas, pero aparte de eso está bien.

Ines y Sofia se cernían en la puerta de la sala de estar. El alivio se posó en


el rostro de mi hermana y se apoyó en el marco de la puerta como si sus piernas
no pudieran sostenerla mucho más. 274
—¿Qué hay de Fina?

Sacudí mi cabeza.

—No sabemos nada. Aún no hablo con Samuel. Está volando en un jet
privado ahora mismo. Debería estar aquí pronto.

Sofia abrazó a Ines con fuerza, llorando suavemente.

Pietro soltó una respiración profunda.

—Me sorprende que Remo lo dejara vivir —dijo Danilo con el ceño
fruncido—. Creo que todos podemos estar de acuerdo que no es un acto de
misericordia. Ese bastardo no tiene misericordia.

Tenía que estar de acuerdo. Samuel debería haber compartido el mismo


destino que los otros soldados de la Organización. Que no lo hiciera, solo podía
significar que Remo tenía algo peor en mente. Algo que al final nos golpearía
igual o más fuerte.

No expresé mis pensamientos porque temía que eso significaba que


Serafina sufriría.
Los ojos de Danilo transmitieron que pensaba lo mismo. Se acercó a mí,
su voz baja e insistente.

—Remo estará furioso por la Organización irrumpiendo en su territorio.


Nos hará pagar a través de Serafina. Debemos hacer algo.

—Otro ataque no va a salvarla. Ahora está alertado, incluso más de lo que


estaba antes. Si intentamos liberarla, firmaremos su sentencia de muerte.

—Tal vez Samuel ya lo hizo —gruñó Danilo.

El rostro de Pietro palideció mientras escuchaba. Al menos, Ines y Sofia


estaban demasiado lejos para escuchar lo que Danilo había dicho.

—Vamos a mi oficina —sugirió Pietro.

Ines se interpuso en mi camino y tocó mi pecho, sus ojos nadando en


preocupación.

—¿Qué harás con mi hijo?

Me tomó un momento seguir su línea de pensamiento y luego me golpeó.


Samuel había actuado en contra de mi orden explícita, había llevado a la muerte a
varios de mis hombres. Eso era traición. Rocco estaba encerrado en nuestra celda
275
por esa misma razón, porque valía más vivo que muerto, ahora más que nunca.
Pero Samuel no albergaba ningún valor para mí. Al menos no un valor
estratégico.

Por el tipo de traición que había cometido, solo había un castigo: la


muerte.

Danilo me dirigió una mirada curiosa. Como uno de mis lugartenientes,


tenía que confiar en que no favorecería a ciertos mafiosos por su estatus.
Arriesgaba la desconfianza de todos mis hombres si favorecía a la familia.

Sin embargo, Danilo era también prácticamente de la familia. ¿Podía


confiar en que mantendría en secreto los detalles del comportamiento de Samuel?
¿O tal vez ya se lo había dicho a otros?

Las manos de Ines temblaron contra mi pecho y sus ojos me rogaron ser
misericordioso. Había matado por ella, un hombre que estaba destinado a ser mi
Consigliere. Lo haría de nuevo. Nunca me arrepentí de mi decisión porque la
felicidad de Ines había estado en juego, incluso su vida.

Y hoy me enfrentaba a una elección similar. Solo que ahora tenía que
decidir no matar a un soldado que mereciera la muerte por su traición.
—Dante… —comenzó Pietro pero levanté la palma para detenerlo. Lo
respetaba, pero esto no era entre él y yo.

Bajé la cabeza y dije en voz baja:

—Por ti, Ines. Solo por ti.

Cubrí su mano brevemente y ella soltó un suspiro tembloroso. Asintió y


yo retrocedí.

Pietro tocó su espalda brevemente cuando nos dirigimos a la oficina.

El rostro de Danilo permaneció perfectamente neutro. Era difícil de leer.

—Hablaré con Samuel. Me aseguraré que nunca más actúe fuera de lugar
—dijo Pietro a medida que nos instalábamos en los sillones de felpa en su
oficina.

Ladeé la cabeza.

—Te lo agradezco. Pero primera tendrá que responder a mis preguntas.


Me aseguraré de dejarle mi punto muy claro.

Pietro buscó mis ojos y luego asintió. 276


Sabía que tenía que asegurarme que Samuel obedeciera mis órdenes en el
futuro. No quería enfrentarme a otra opción como hoy nuevamente. Me
preocupaba profundamente por Samuel, y no estaba seguro si podría seguir
adelante y matarlo. Y ordenarle a Arturo o Santino a matarlo estaba fuera de
discusión. Si alguien lo hacía, tenía que ser yo. Esperaba que nunca llegara a eso.

Discutimos las razones posibles para la liberación de Samuel, pero al final,


siguieron siendo especulaciones, hasta que Samuel arrojara algo de luz sobre la
situación.

Un rato después, recibí una llamada avisando que Samuel estaba casi en la
mansión.

Pietro se apresuró a decirle a Ines, pero me quedé para hablar con Danilo.

—Has mantenido cuidadosamente ocultos tus pensamientos con respecto a


mi decisión acerca del castigo de Samuel.

Danilo se metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros.

—Eres el Capo. Tu palabra es ley.


—Lo es, y aun así, me gustaría saber tu opinión sobre el asunto. Eres mi
lugarteniente, y prácticamente de la familia. —Puse énfasis en la última palabra.

Danilo bajó la cara.

—A veces no estoy seguro si aún habrá una unión entre nuestras familias.
¿En serio crees que recuperamos a Serafina con vida? —Alzó la vista, sus ojos
torturados y enojados.

—Sí. Creo que el plan de Remo es enviarla de regreso. Si hubiera querido


torturarla y matarla, podría haberlo hecho de inmediato. Se trata de un juego
mental, y creo que en última instancia terminará enviándola de vuelta en
intercambio por algo. —Me di cuenta que evitó responder mi pregunta una vez
más. Me acerqué a él y apreté su hombro—. Serás de la familia. Este incidente es
un asunto familiar y espero que no llegue a los demás.

La comprensión parpadeó en los ojos oscuros de Danilo.

—No te preocupes. Puedo guardar un secreto si es necesario.

Rocco me había dicho algo similar hace muchos años atrás. Esperaba que
las cosas con Danilo no terminaran de una manera similar.
277

Permití que Pietro, Sofia e Ines tuvieran unos minutos para su reunión
familiar después de la llegada de Samuel. Tenía moretones en la cara y los ojos
inyectados en sangre. Su brazo derecho estaba enyesado y sus movimientos
sugerían que sus costillas hacían que el movimiento fuera doloroso.

Danilo se excusó. Regresaría mañana para otra reunión matutina. Y


entonces sabría los detalles de la liberación de Samuel.

Eché un vistazo a mi reloj. Val y los niños vendrían a cenar, pero quería
tener mi conversación con Samuel para entonces.

Samuel captó mi mirada y la resignación llenó sus ojos azules. Los ojos de
Ines. Mis ojos.

Dudaba que pudiera matarlo… nunca.


Pietro le dio una palmada en el hombro ligeramente, luego Samuel se
dirigió a la oficina y yo lo seguí, sabiendo que todos estaban mirando,
esperando…

Estaba furioso con él. Furioso por sus acciones precipitadas, pero al verlo
y la expresión rota en sus ojos, me di cuenta que Samuel ya estaba
experimentando su propia tortura personal.

Cerré la puerta de la oficina para que así tuviéramos privacidad.

Samuel se dejó caer en uno de los sillones y hundió la cara en las palmas
de sus manos, dejando escapar un suspiro tembloroso.

Me acerqué y lo contemplé por un momento. Mi sobrino levantó la vista.

—Fuiste a Las Vegas a mis espaldas.

La boca de Samuel se crispó.

—Por nada. Todo fue por nada. —Se estremeció, cerró los ojos—. Sé que
traicioné a la Organización, te traicioné yendo a tus espaldas. Deberías
castigarme por eso.

Sí, debería. Recordé cuando dio sus primeros pasos. Carla y yo habíamos
278
visitado a Ines en ese momento. Samuel fue el primero de los gemelos en
descubrir la mansión en sus propias piernas, pero Serafina pronto lo siguió,
siempre decidida a estar cerca de él.

Me dejé caer en el sofá.

—¿Qué pasó?

Mi voz sonó firme pero libre de ira, y me di cuenta que era porque
sorprendentemente, apenas si la sentía. También habría intentado salvar a Ines.
Samuel era joven. Aprendería de sus errores. Era doloroso pero necesario.

Samuel tragó con fuerza.

—Nos vencieron. Los Falcone, son una unidad. Nino y Remo… —Su
boca formó una mueca—. No pueden ser derrotados en su territorio…

Apreté los dientes. Era algo que le había dicho antes.

—Es por eso que no estuve de acuerdo a un ataque. Sabía que iba a fallar.

La mirada de Samuel se tornó distante.


—Sí… pero pensé que podía salvarla. —Dejó escapar una risa
atormentada—. Remo torturó a Fina por mi culpa. La escuché gritar. Cada vez
que cierro los ojos, imagino todo por lo que pasó…. Yo… mierda, esto es lo
peor. —Su angustia era palpable. Recordaba mi agitación cuando Ines había
tenido que casarse con Jacopo, mi preocupación por su bienestar. Había
arriesgado todo por protegerla, había matado a un compañero mafioso, mi
Consigliere designado. Samuel había ido en contra de mi orden, es cierto, pero su
transgresión era pequeña en comparación con la mía del pasado. Puse una mano
sobre su hombro y apreté. Sus ojos azules estaban llenos de miseria cuando se
encontraron con mi mirada. Samuel y Serafina eran gemelos, siempre habían
estado juntos. Lo que Samuel debía estar sintiendo ahora, sabiendo que ella
estaba en manos de nuestro enemigo, sin mencionar uno tan cruel y retorcido
como Remo Falcone, habría llevado a la mayoría de los hombres a acciones
precipitadas—. Lo siento, Dante. Acepto cualquier castigo que tengas en mente
para mí. Merezco la tortura… merezco morir por esto. —Se estremeció bajo mi
mano—. Pero permíteme vivir hasta que Fina esté a salvo. Debo saber que está a
salvo antes de pagar por mi traición. Eso es todo lo que te pido.

Sacudí la cabeza y los ojos de Samuel cayeron con resignación.

—No voy a matarte, Sam. Ni ahora y ni cuando Fina esté de vuelta en 279
casa.

—Por mamá.

—Por tu madre y porque me preocupo por ti. Pero no vuelvas a ir en


contra de mis órdenes nunca más.

—No lo haré —dijo ferozmente, pero sabía que una promesa como esa
podía romperse fácilmente.

—Y no voy a torturarte. Creo que ya estás experimentando la peor de las


torturas.

—Sí… sabiendo que Fina está sufriendo por mi estupidez. —Se quedó en
silencio.

Aparté mi mano y me recosté en la silla, sintiéndome exhausto.

—Remo está jugando con nosotros. Quiere rompernos.

—Está teniendo éxito, ¿verdad? —comentó Samuel con voz áspera—. Me


siento jodidamente roto. Dejar a Fina en sus garras se sintió como si dejara mi
corazón atrás. Deseé que me intercambiara por ella.

—Sabe que puede rompernos más al conservarla.


—Mierda, no me importan sus malditos planes. Solo quiero salvar a Fina,
Dante. Tenemos que salvarla. No escuchaste sus gritos. No entiendes. Solo
imagina que tuviera a Anna…

No podía. La mera idea de que alguien pudiera lastimar a mi hija, hacía


imposible cualquier pensamiento lógico, y necesitaba mantener la cabeza
despejada en esta situación.

—Tío, ataca a Las Vegas. Pide ayuda a todos los lugartenientes, capitanes
y a cada maldito soldado que pueda ayudar y pisotea a ese jodido cabrón.

—No tendríamos éxito. Remo sabría de nuestro ataque antes de que


incluso llegáramos a las Vegas y se prepararía para ello. Ocultaría a Fina en otro
lugar o la mataría para castigarnos.

Samuel sacudió la cabeza.

—No podemos simplemente esperar a que él nos la devuelva. La habrá


roto para entonces.

—Voy a contactarlo y trataré de llegar a un entendimiento. Y mientras lo


hago, veré si podemos poner en nuestras manos alguna opción o alguien con el
que podamos intercambiar por Fina.
280
—A Remo no le importa nadie como nos importa Fina. Dudo que incluso
se preocupe por sus malditos hermanos. Están juntos porque saben que así son
más fuertes. Como una manada. Esos psicópatas no son capaces de las
emociones humanas.

Me preocupaba que Samuel pudiera tener razón, pero Remo tenía sus
propios demonios. Había una cosa que Remo quería más que cualquier otra cosa.

—Todavía está la opción de intercambiar a Fina por el nuevo Ejecutor de


Luca. Se rumora que Remo no quiere nada más que matarlo.

—Luca no va a entregárnoslo.

—No, no lo hará. Pero si todo falla, podemos correr el riesgo de un ataque


al territorio de Luca y tratar de poner al hombre en nuestras manos.

Samuel lo consideró y pareció aplacado por esta opción. Era un último


recurso. Prefería una solución con Remo que no me obligara a llevar la guerra
con la Famiglia a otro nivel.
Remo había mantenido un perfil bajo por un tiempo y eso me hizo
sospechar.

Nos hizo sospechar a todos.

—Está tramando algo —dijo Danilo. Aún no había regresado a


Indianápolis. Una sensación de urgencia se había apoderado de todos nosotros.

Samuel asintió, pero había estado tranquilo y avasallado estos últimos


días. Estaba luchando. Sabía cómo se sentía cargar con el peso de las decisiones
pasadas.

—Giovanni está intentando renovar los contactos de Rocco con los MC en


territorio de Luca, pero es difícil. —Si queríamos tener la oportunidad de echarle
una mano a Growl, tenía que ser con la ayuda de esos moteros erráticos.

—En realidad, no es la escena de mi padre —dijo Val—. Se siente más


cómodo hablando con políticos que con moteros.

Ines y ella estaban jugando un juego de mesa con las niñas en la mesa del
comedor mientras nosotros los hombres nos habíamos acomodado en los sofás 281
para discutir posibles soluciones. Era inútil intentar ocultarles todo a los niños.
Después de semanas viviendo en estado de emergencia, se habían acostumbrado.

El timbre sonó.

Pietro frunció el ceño, mirando su reloj.

—Ordené ropa —dijo Ines. Pietro le había dicho que, de momento, no


fuera de compras. También le había pedido a Val que se quedara en casa tanto
como fuera posible. Una vez volviéramos a Chicago y estableciera las nuevas
medidas de seguridad, podría volver a su rutina habitual.

Samuel puso los ojos en blanco, pero se puso de pie. De todos modos, los
guardias no habrían dejado que alguien se acercara a la puerta si no hubiera
pasado su escaneo inicial.

—¡Quiero andar en bicicleta! —exclamó Leonas.

—Es demasiado peligroso —dijo Val.

—Voy a ser Capo. ¡Eso es más peligroso!

Una sonrisa tiró de mi boca a pesar de la situación y Pietro incluso se rio.


Danilo, como siempre, parecía severo. Estaba perdido en sus pensamientos la
mayoría de estos días, probablemente imaginando escenarios de la situación
actual de Serafina. Dividir su atención entre Indianápolis y Minneapolis se hacía
cada día más difícil para él. Evitaba pensar en lo que estaba pasando Serafina a
toda costa. No me conduciría a nada más que la desesperación y la ira. Ninguna
de las dos opciones era útil.

Samuel entró en la sala de estar, pálido. Tenía un paquete en sus manos.

—Esto acaba de ser entregado. Un paquete de Remo Falcone. —Su voz


tembló y cuando levantó la vista del paquete, el terror se reflejó en sus ojos.

Ines dejó escapar un gemido, cubriéndose la boca con la palma.

Danilo se puso de pie y yo también lo hice, solo Pietro pareció congelado


en su asiento.

—¿Creen que nos ha enviado un pedazo de Serafina? —preguntó Leonas.


Me acerqué a la mesa, lo agarré del brazo y lo puse de pie bruscamente. Hizo una
mueca.

—Arriba —gruñí.

Los ojos de Leonas brillaron con sorpresa. Lo solté y él irrumpió escaleras 282
arriba.

—Ustedes también —dijo Valentina a Anna y Sofia quienes no dudaron


en hacerlo.

—Ábrelo —susurró Ines, poniéndose de pie, alcanzando sus lentes. Se


abalanzó hasta Samuel como si quisiera arrancarle el paquete para ver qué había
dentro. No podía permitirlo. No antes de saber lo que había en su interior. Ines
era una mujer fuerte, pero algunas cosas simplemente estaban más allá de lo que
podía soportar.

Rodeé su cintura con el brazo, deteniéndola. Ella luchó ferozmente.

—¡Suéltame, Dante! ¡Suéltame!

No lo hice.

—Ines, cálmate —insté.

Me fulminó con la mirada.

—¿Te calmarías si Anna estuviera en el lugar de Serafina? ¿Si pudiera


haber un dedo o una oreja adentro? No te atrevas a decirme que me calme nunca
más, ¿me oyes?
Ines siempre había sido una mujer recatada, serena. Nunca me gritó. Pietro
finalmente se puso en pie y rodeó la mesa, abrazando a Ines contra su cuerpo.

—Ines, déjanos…

—¡No! —siseó Ines y se apartó de Pietro bruscamente. Se tambaleó hacia


Samuel, quien no intentó luchar contra ella cuando arrancó el paquete de sus
manos y lo abrió. Una sábana blanca cayó de la caja. Se derramó en el suelo en
suaves olas, revelando una mancha de sangre.

Ines soltó un sonido ahogado. Todos permanecimos congelados por un


momento. No había ninguna duda de lo que significaba la sangre.

Samuel se inclinó, recogió un trozo de papel pegado a las sábanas y


comenzó a leer en voz baja y temblorosa:

Queridos Dante, Danilo, Pietro y Samuel,

Estoy seguro que todos se han reunido en este momento difícil para
congregarse. Esto me permite presentarles mi regalo a todos ustedes.
Compartir es bueno, ¿verdad? 283
Siempre pensé que la tradición de las sábanas sangrientas de la
Famiglia era un relicto ridículo del pasado, pero tengo que decir que me
considero reformado. Tiene algo muy satisfactorio presentar la prueba de tu
victoria a tus adversarios. Les alegrará saber que le hice saber a Luca que
tomé prestada la tradición de su Famiglia para enviarles un mensaje bastante
gráfico. Les manda saludos.

En caso de que sus cerebros preocupados tengan problemas para


descifrar el mensaje de las sábanas, déjenme explicarlo. Estas hermosas
sábanas blancas virginales fueron testigos de la desfloración de Serafina.

Tengo que decirlo, Pietro, criaste a una campeona. Luchó contra mí con
uñas y dientes para defender su honor. Hizo que mi reclamo sobre tu hermosa
hija fuera aún más entretenido.

La voz de Samuel murió bruscamente. Ines se hundió de rodillas, llorando.


Las lágrimas corrían por el rostro de Val, sus dedos temblando contra su boca,
sus ojos horrorizados sobre mí.

Danilo miró las sábanas, con la cara congelada y los brazos colgando
flojos a su lado.
Pietro estaba de espaldas a nosotros, sus hombros temblando. Mis
músculos se habían paralizado en un estado de shock y una ira tan profunda que
amenazó con romper las paredes que había construido durante décadas.

Samuel continuó leyendo, su voz rota y agonizante.

Me pregunto qué sentirás ahora, Danilo, ¿sabiendo que tomé lo que te


prometieron?

Y tú, Samuel, ¿sabiendo que contaminé a tu gemela? Que sufrió


cruelmente porque te atreviste a poner un pie en mi territorio. ¿Lección
aprendida, espero?

¿Y tú, Dante? ¿Qué sientes ahora que has fallado en proteger a uno de
los tuyos, porque fuiste demasiado orgulloso para admitir la derrota? Espero
que tu orgullo valga la pena viendo la prueba de cómo sufrió Serafina en mis
manos, ¿o debería decir pene?

Tal vez tu orgullo no es tu perdición, pero estoy jodidamente seguro que


es la perdición de tu familia, Hombre de Hielo.
284
Saludos cordiales,

Remo

(P.D.: Una no es ninguna, ¿verdad? Tal vez puedo enviar un segundo


conjunto de sábanas)

Danilo se abalanzó hacia las sábanas y sacó un encendedor de sus


pantalones, intentando prenderles fuego. Agarré sus brazos, pero él luchó
enloquecidamente. Al final, se liberó bruscamente y se alejó tambaleante hacia la
oficina de Pietro.

Carla había hablado de vez en cuando sobre el purgatorio cuando


habíamos discutido de sus creencias. Siempre consideré ridícula la idea del
infierno. Pero hoy experimenté mi propio purgatorio personal, y arrastré a mi
familia en las llamas conmigo.
I
nes se puso de pie. Sus movimientos eran espasmódicos, casi como si
estuviera ebria o incapaz de controlar sus extremidades. De lo único
que estaba ebria era del miedo. Estaba temblando y llorando cuando
corrió hacia Dante.

—Dale lo que quiere, Dante. ¡Lo que quiera!

—Ines —dijo con una nota tensa. Podía ver la angustia en sus ojos. Dante
no tenía problemas para tomar difíciles decisiones duras, pero esto iba más allá
de lo que nunca había esperado.
285
Ines cayó de rodillas, aferrándose a las pantorrillas de Dante. Lo miró
desesperada.

—Te lo ruego, Dante. Estoy de rodillas, por favor salva a mi hija, salva a
Fina. Por favor.

Pietro se estremeció y luego avanzó hacia adelante, agarrándola por los


hombros.

—Ines, para. Ines. —Luchó contra él, aferrándose a las piernas de Dante
como si le ofrecieran salvación: la salvación de Fina.

No podía respirar. La habitación estaba saturada de tanta desesperación y


miedo que me obstruyó la garganta. Siempre me preocupó que la guerra llegara a
nuestra familia, pero nunca de esta manera.

Dante estaba congelado a medida que observaba a su hermana.

—Ines —dijo en voz baja.

Presioné una mano sobre mi boca, intentando no llorar. Podía verme en el


lugar de Ines, podía imaginar su desesperación, su angustia. Si Anna estuviera en
manos de Remo… también rogaría a cualquiera capaz de salvarla de rodillas,
arrojaría mi orgullo por la ventana y me arrastraría si era preciso. Pero no estaba
segura que Dante pudiera salvar a Fina, y él tampoco lo estaba. Porque Remo
estaba jugando a un juego diabólico que disfrutaba demasiado.

Samuel ayudó a su padre a levantar a Ines, quien cayó en los brazos de


Pietro, aferrándose a él, sollozando. Nunca había visto a Ines de esta forma, y las
lágrimas que había intentado contener, corrieron ahora libremente por mis
mejillas.

Escuchamos el sonido del cristal astillándose y unos muebles estrellándose


contra el suelo seguidos por el rugido de Danilo cargado de furia, desesperación
e incluso culpa. Pietro y Samuel medio cargaron a Ines fuera de la habitación.
Dante y yo permanecimos en la sala de estar, a muchos pasos de distancia,
congelados en el lugar. Un sentimiento de desolada desesperanza colgaba entre
nosotros.

Nuestros ojos se encontraron. El rostro de Dante era una máscara dura, sus
ojos tumultuosos. Quería decir algo tranquilizador para aliviar el peso de la
responsabilidad descansando en sus hombros, pero mi mente estaba en blanco.

Mi mirada encontró las sábanas una vez más y contuve el aliento. No


quería imaginar lo que Serafina habría tenido que pasar, cómo la habría obligado
Remo. Imaginar su miedo, su vergüenza, su dolor, provocó más lágrimas en mis 286
ojos. Dante se dirigió hacia las sábanas, las recogió y las dobló cuidadosamente,
luego las volvió a meter en el paquete.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté en voz baja.

—Voy a enviarlas a un laboratorio.

—¿Crees que podría no ser la sangre de Serafina?

Los labios de Dante se apretaron.

—No. Pero necesito la certeza absoluta.

Se tomaban muestras de sangre y ADN de todos en nuestros círculos para


facilitar la identificación en caso de una muerte brutal. Incluso de Anna y Leonas
se tomaron muestras justo después de su nacimiento. Intenté no pensarlo
demasiado.

Dante levantó su teléfono y un minuto después Enzo entró en la mansión.


Él y muchos otros hombres se turnaban para vigilar la mansión y las calles
circundantes. Dante le explicó en voz baja lo que debía hacer y, como siempre,
Enzo escuchó con calma, su rostro sin revelar nada. Su calma era algo que
apreciaba en un guardaespaldas.
Me miró brevemente antes de salir con el paquete.

—Voy a ver a los niños —dije. Incluso si anhelaba ser sostenida por
Dante, podía decir que necesitaba unos minutos para sí mismo. Solo asintió, ya
dándome la espalda.

Salí. La casa ahora estaba siniestramente tranquila. Danilo había dejado


los estragos a puertas cerradas de la oficina de Pietro y de alguna manera la
tranquilidad me molestó más. Subí rápidamente. Unos sollozos ahogados
provenían al final del pasillo, donde estaba el dormitorio de Ines y Pietro.

Mi corazón se apretó violentamente y tuve que apoyarme en la pared para


recomponerme antes de atreverme a entrar en la habitación de Sofia.

Anna y Sofia se sentaban en la cama con las piernas cruzadas, sus rostros
confundidos y temerosos. Me buscaron por respuestas, y por un momento supe
cómo se sentía Dante cuando todos sus hombres siempre recurrían a él en busca
de soluciones.

Mi cara se sentía rígida. No podía sonreír, ni siquiera para consolar a estas


chicas. Leonas se sentaba en el sofá de la esquina, jugando con su Gameboy y un
ceño fruncido en su rostro, algunos mechones rubios cubriendo la mayor parte de 287
sus ojos.

Podía decir que estaba molesto incluso si pretendía estar absorto en su


juego.

—Mamá, ¿qué está pasando? —preguntó Anna.

Sofia saltó de la cama y dio un paso más cerca.

—¿Había… había un pedazo de Fina… en… en…? —Su rostro se


contrajo de horror.

Sacudí mi cabeza rápidamente, incluso si había habido un pedazo de Fina,


aunque solo en sangre. No sería quien le diría algo a Sofia. Si Pietro o Ines
decidían hacerle saber, tendrían que decirle, pero dudaba que lo hicieran.

Me acerqué a ellos y luego me hundí en la cama. La habitación de Sofia


era el sueño rosa de toda niña con volantes y animales de peluche. Tan joven.
Tan inocente. Era el refugio seguro de una niña en nuestro mundo cruel.

Anna se presionó contra mí y besé su coronilla.

Sofia miró hacia su puerta.


—Iré a buscar a Sam. —No la detuve. Con todo lo que estaba pasando,
había sido marginada a menudo, demasiado joven para estar involucrada, pero
demasiado adulta como para requerir atención constante. También esperaba por
su bien que Fina volviera pronto.

—Déjame hablar con tu hermano por un momento, ¿de acuerdo? —A


Leonas no le gustaba hablar de las emociones en general, mucho menos cuando
los demás estaban alrededor, incluso su hermana.

Anna asintió.

—De acuerdo. Iré por algo de comer. —Le di una sonrisa agradecida. Casi
a los once, ya era más responsable que yo a su edad. Eso era herencia de su
padre, sin duda alguna.

Una vez que se fue, me senté en el lujoso sofá junto a Leonas.

—¿Puedes apagar eso?

Pulsó el botón de apagado, pero no levantó la vista de la pantalla.

—¿Papá está enojado conmigo? —preguntó en voz baja.

—No está enojado contigo. Tal vez lo estuvo por un momento, por lo que
288
dijiste. Tienes que pensar antes de hablar o podrías lastimar a las personas,
¿entiendes?

Levantó la vista, sus cejas rubias fruncidas.

—Supongo.

—Cuenta hasta tres antes de decir algo que podría molestar a los demás.

—¿Cómo sé lo que molesta a los demás?

—En este momento, si es algo sobre Fina. Todo el mundo está muy
afectado.

—De acuerdo. ¿Está viva?

Me mordí el labio. Tenía siete años y me preguntaba por la muerte como


si estuviera hablando de lo que habría para la cena.

—Sí, está bien.

—Extraño a mis amigos. Anna tiene a Sofia, pero no tengo a nadie.

—Nos tienes a tu padre y a mí.


Leonas hizo una mueca.

—No son tan divertidos como Rocco y Ricci.

—Bueno, ¿qué sería divertido?

—¡Patinar sobre ruedas! ¡O andar en bicicleta y hacer acrobacias!

Algunas de las acrobacias que había atrapado a los niños haciendo con sus
bicicletas casi me habían dado un infarto. Sin mencionar que Dante perdería la
cordura si salía de casa con Leonas para dar un paseo.

—¿Qué tal si hacemos algo más?

Hizo un puchero, luego su rostro se iluminó nuevamente.

—El desafío del lodo.

Mis cejas se alzaron.

—¿El desafío del slime?

—¡Sí! —Si esto causaba mucha emoción a un niño de siete años, sería
algo que definitivamente no disfrutaría, sobre todo si había slime involucrado, 289
pero quería distraerlo.

—De acuerdo, hagamos el desafío slime.

La sonrisa en respuesta de Leonas desvaneció parte de la oscuridad en mi


pecho.

Me senté en un sillón en medio del caos que Danilo había causado en la


oficina de Pietro. Libros rotos, vidrios rotos, estantes derrocados esparcidos por
el suelo. Danilo se había ido con su auto. Dudaba que volviera a Indianápolis.
Pero necesita tiempo para sí mismo. Todos lo necesitábamos.

Me quedé mirando mis brillantes zapatos de punta de ala, mis pantalones


de vestir perfectamente planchados, los puños pulcramente cerrados en mis
muñecas. Por fuera, era el hombre de negocios inmaculado y controlado, el
Hombre de Hielo. Era como uno de esos malditos volcanes escondidos debajo de
una gruesa capa de hielo eterno. Apoyando mis codos sobre mis muslos, bajé mi
rostro hacia mis palmas. Si uno de esos entraba en erupción, tenían el potencial
de destruir todo a su alrededor. Me sentí al borde de un brote peligroso.

Quería destruir, y no solo los que me rodeaban estarían en riesgo si cedía


el control. Quería que Luca y Remo sintieran mi ira. Remo por todo lo que había
hecho a Fina, a nuestra familia. Y Luca, por cooperar con la Camorra a pesar de
todo lo que sabía de ellos.

—¿Papi?

Mi cabeza se disparó. Anna se cernía en la puerta. Estaba vestida con un


vestido floral, su cabello recogido en una coleta desordenada y sus ojos azules
muy abiertos. Era todo lo que quería proteger. No dije nada. Entró lentamente,
casi con timidez. No estaba seguro de qué le había dicho Val, pero dudaba que
mencionara las sábanas. Anna era demasiado joven para algo así, incluso si Val
ya le hubiera explicado algunas cosas.

—Te ves triste —dijo en voz baja, deteniéndose justo a mi lado.

No estaba seguro que “triste” fuera la palabra adecuada para describir mis 290
emociones.

—Lo estoy —coincidí de todos modos.

Anna envolvió sus brazos alrededor de mi cuello. La abracé.

—Todo va a estar bien. Vas a hacer que todo esté bien. Siempre lo haces.

Su confianza infalible en mí era mi incentivo. Besé su sien y la abracé por


un momento. No estaba seguro de quién estaba reconfortando a quién. Pero no
importó. Al final, me alejé. Tenía que hacer una llamada.

—Estoy seguro que a Sofia le puede venir bien un poco de distracción.


¿Por qué no vas a buscarla?

Anna asintió. Sabía que esa era mi señal para indicar que necesitaba
trabajar.

Salió y cerró la puerta.

Llamé a Remo, respirando profundamente para recomponerme. No quería


mostrarle lo mucho que nos habían sacudido las sábanas.

—¿Dante? —dijo en un tono que me hizo olvidar mi resolución casi al


instante.
—Recibí tu mensaje.

—Sé que no sigues las tradiciones de la Famiglia en cuanto a las sábanas


sangrientas, pero pensé que sería un buen toque.

Siempre había despreciado la tradición, la había encontrado totalmente


desagradable cuando tuve que confrontarla en las bodas de la Famiglia e incluso
la boda ocasional en la Organización de familias muy tradicionales que se
apegaban a las viejas costumbres. Pero estas sábanas representaban algo mucho
peor que un matrimonio consumado. Pertenecían a un acto de violencia, que una
mujer que nunca debió haber sufrido, ni en un matrimonio o fuera de él.

—Hay reglas en nuestro mundo. No atacamos a niños y mujeres.

—Es curioso que digas eso. Cuando tus soldados atacaron mi territorio,
dispararon a mi hermano de trece años. Tú rompiste primero esas jodidas reglas,
así que déjate de estupideces.

—Sabes tan bien como yo que no di la orden de matar a tu hermano, y está


sano y salvo.

—Si no lo estuviera, no estaríamos teniendo esta conversación, Dante.


Habría matado a cada maldita persona que te importa, y los dos sabemos que hay
291
muchos para elegir.

Anna, Leonas, Val… jamás se acercaría a ellos. Haría cualquier cosa para
protegerlos, incluso si es necesario caer tan bajo como él.

—También tienes personas que tampoco quieres perder, Remo. No lo


olvides.

Samuel no creía que Remo se preocupara por nadie más, pero el tono
protector que usaba cuando mencionaba a sus hermanos me llevaba a creer otra
cosa. Era una pizca de esperanza.

—Pensé que las sábanas podrían haberte hecho entrar en razón, pero veo
que quieres que Serafina sufra un poco más.

—Remo… —El clic sonó—. Mierda —gruñí.

Intenté llamar a Remo en los días siguientes, pero ignoró mis llamadas. La
desesperación de Ines se disparó con cada día que pasaba, y lo mismo pasó con el
deseo de Danilo, Samuel, y Pietro para seguir adelante con nuestro ataque sobre
el Ejecutor de Luca.

Los MC habían acordado intentar un secuestro a cambio de cantidades


escandalosas de dinero, así como cantidades extravagantes de armas y drogas. No
confiaba en ellos. Querían que se les pagara por adelantado debido al gran riesgo
y tenía dudas de aceptar tal acuerdo.

Me alegré cuando Remo finalmente me contactó con una demanda nueva,


una que había anticipado. Mi ex Consigliere a cambio de mi sobrina. Acepté
darles a Rocco, naturalmente. No me importaba su destino o la cruel tortura que
sin lugar a dudas sufriría bajo las manos de Fabiano y los Falcone. No era por eso
que había estado tan reacio a entregarlo. No, era considerado como una debilidad
responder a las demandas del enemigo, especialmente si dicho enemigo te pedía
a tu ex Consigliere, especialmente si el enemigo era Remo Falcone. Una acción
como esa provocaría preocupación entre las filas de mis lugartenientes y
Capitanes porque preferían considerarse a salvos y renunciar a uno de los suyos
que estallar su burbuja. Rocco tenía muchos amigos entre mis hombres. Sabía
cómo manipular a las personas.

Intercambiar a una niña sin valor por un antiguo Consigliere sería visto
por algunos de manera crítica. Otros, aquellos que valoraban a su familia, me
juzgarían más amablemente. No importaba. Había tomado mi decisión. Tenía que
salvar a Serafina, por su bien y el bien de mi familia.

292
V al había horneado un pastel para el undécimo cumpleaños de
Anna y celebramos una pequeña reunión que pareció más a un
funeral.

Cada sonrisa fue falsa, cada risa forzada.

Probamos suerte al fingir felicidad. Nos supo falso, amargo.

Anna apagó sus once velas, y cerró sus ojos con fuerza. Sabía cuál era su
deseo incluso sin que ella lo revelara. Esperaba que las cosas fueran bien
mañana, que todos regresáramos con Serafina. También era mi mayor deseo. 293
Muchas cosas dependían del resultado del intercambio, y más importante aún, la
felicidad de mi familia.

Samuel miraba hacia la nada, dividido entre la esperanza y la


preocupación. Remo había acordado un intercambio mañana por la noche.
Danilo, Pietro y yo saldríamos temprano por la mañana para llevar a Rocco a Las
Vegas. Santino y Arturo lo habían llevado a Minneapolis unas horas antes.

Anna sonrió cuando desenvolvió los utensilios de pintura que Val le había
comprado. Todos comimos pastel después, intentando mantener una
conversación sin sentido, pero fue imposible superar la tensión.

Sentí pena por Anna. Siempre le encantó celebrar su cumpleaños, pero


hoy su día especial se había arruinado por las consecuencias de mis elecciones.
Me prometí que esto nunca más volvería a suceder.

Todos nos fuimos a la cama temprano, pero el sueño no llegó. Ni para mí,
ni para Val. Se aferró a mí en la oscuridad, su cuerpo tenso por la ansiedad.

—Estoy tan asustada de que esto sea una trampa. Ir a Las Vegas es una
locura, lo sabes. Remo podría planear matarlos a todos.
—Podría, pero lo dudo. Nos matará más adelante, después de que
hayamos sufrido durante un tiempo.

—¿Sufrido?

—Bajo el peso de nuestra culpa.

—¿Te sientes culpable?

—Sí. Y todos nos acordaremos de la forma en que le fallamos, al ver a


Serafina. Pietro, Samuel, Danilo y especialmente yo.

Val exhaló.

—No puedo vivir sin ti, Dante. No dejes que la rabia te consuma mañana.
No te arriesgues.

Mi ira por Remo era casi indomable. Quería verlo de rodillas, suplicando
misericordia. Mañana no sería ese día. Pero eventualmente…

Besé a Val y deslicé mis dedos entre sus suaves muslos, queriendo sentir
su calor, queriendo sentirme vivo. No quería hablar, no de todas las formas en
que esto podría salir mal.
294
Nuestro beso fue lento y mis dedos también. No estaba abrumado por la
lujuria. Ni siquiera quería correrme. Solo necesitaba hacer que Val se sintiera
bien, necesitaba perderme en su calor y sus gemidos.

Separó sus piernas para mí y la acaricié ligeramente, sumergiendo mis


dedos en ella ocasionalmente. Le tomó mucho tiempo relajarse y permitir el
placer. Cuando finalmente se corrió, cerré los ojos, mis labios contra su punto de
pulso. Bombeé mis dedos en ella suavemente.

—Te amo, Val. Te protegeré a ti y a nuestra familia hasta que muera.

—Mañana no —soltó.

—Mañana no —prometí.

Santino subió a Rocco al helicóptero. Viajamos la mayor parte de la


distancia a Las Vegas de esa forma, solo el último tramo desde un aeropuerto
cerca de Las Vegas a nuestro punto de encuentro lo hicimos en un auto de
alquiler.

Apenas hablamos durante nuestro viaje. Habíamos repasado todo en la


mañana. Cada palabra adicional solo aumentaría nuestra tensión.

Danilo y yo sacamos a Rocco del baúl del auto cuando llegamos al lugar
designado para la reunión treinta minutos antes de la hora acordada. Escaneé
nuestro entorno, pero no pude detectar ningún francotirador en los tejados de los
alrededores. Los ojos desesperados de Rocco atraparon los míos y luchó contra
sus ataduras, intentando hablar a pesar de la cinta adhesiva sobre su boca. Lo
dejamos caer al suelo y luego esperamos. El calor seco nos saludó y el sudor me
escurrió por la espalda bajo las gruesas capas de mi traje.

Danilo contemplaba a Rocco con disgusto, pero los ojos de Rocco estaban
en mí, todavía esperando que cambiara de opinión.

Pietro se detuvo a mi lado, con un fino brillo de sudor en la frente. Hacía


mucho más calor en Las Vegas que en Minneapolis.

—Maldita sea. Estoy jodidamente asustado de ver a Fina…

La boca de Danilo se tensó y bajó la mirada hacia el suelo.


295
—Pronto estará a salvo —dije con firmeza.

—Odio estar expuesto de esta manera, y sin pistolas ni más ni menos —


dijo Danilo después de unos minutos de silencio.

También tenía problemas para permitirme estar tan vulnerable en territorio


enemigo, pero no creía que Remo nos disparara. Esta no era su jugada final, hoy
no.

Un automóvil se acercó y luego se detuvo a unos cien metros de distancia.


Un movimiento arriba en uno de los edificios circundantes me llamó la atención.
Un francotirador nos apuntaba con un arma.

La mano de Danilo se precipitó hacia su funda.

—No —espeté tajante.

Danilo retiró su mano a regañadientes y bajó la vista del techo, después


abrió sus ojos de par en par.

Seguí su mirada hacia el auto y mis músculos se tensaron cuando Remo


Falcone salió con Serafina. Estaba vestida con su vestido de novia desgarrado y
ensangrentado. Un momento después, Fabiano también salió, con un arma
apuntando a nosotros.

Rocco hizo sonidos desesperados contra su cinta, pero lo ignoré.

—Dios mío —gruñó Pietro.

—Fuiste muy mal aconsejado al atacar nuestro territorio, Dante —dijo


Remo lentamente arrastrando a Serafina contra su cuerpo.

Pietro se balanceó hacia adelante pero lo agarré del brazo.

—Maldición. Voy a despellejar a ese bastardo. Voy a matar a ese hijo de


puta por tocarla —gruñó Danilo.

—No te muevas —ordené. Remo probablemente esperaba un espectáculo.


Eso le daría satisfacción adicional.

Serafina no miró en nuestra dirección. Miró al suelo con los hombros


encorvados. Parecía rota, y peor aún, avergonzada, cuando no tenía
absolutamente ninguna razón para estarlo. Nosotros teníamos la culpa, no ella.
Cuando finalmente levantó los ojos y miró a Pietro, contuvo el aliento. La
angustia en su rostro y la mirada de desesperanza en la de ella, rompió las grietas 296
de mi armadura, pero luché contra mis emociones.

Remo sonrió.

—La próxima vez que consideres joder con nosotros, mira a tu sobrina,
Dante, y recuerda cómo le fallaste a ella.

Lo haría. Les había fallado a todos. Había hecho lo que creí que era lo
mejor y aún no podía ver qué otra cosa podría haber hecho después de que Remo
hubiera secuestrado a Serafina. Antes de eso, mucho antes de eso, debí haber
removido a Rocco de su posición.

Remo se acercó a Serafina íntimamente e incluso desde lejos pude verla


estremecerse. Apreté los dientes, mi agarre sobre Pietro apretándose de manera
que no saliera abalanzándose sobre él. Danilo, obviamente estaba luchando
consigo mismo.

Cuando Remo finalmente se alejó de Serafina, asintió hacia Rocco, quien


yacía detrás de nosotros en el suelo.

—Entrega a Scuderi.

Me giré y agarré la cuerda que rodeaba a Rocco y luego lo arrastré hacia


Remo y Fabiano. Clavé una mirada dura sobre el último, preguntándome cómo
podía haberse convertido en el hombre que era hoy. Había conocido a Serafina
cuando era una niña. Jugaron juntos. Siempre había sido un chico bueno. Empujé
a Rocco hacia ellos. Él era el responsable en lo que Fabiano se había convertido,
y también por el destino de Serafina. Tenía la esperanza de que lo torturan de la
manera en que eran famosos.

—Libera a mi sobrina, ahora.

Remo sostuvo mis ojos por un momento, había desafío en ellos. Era el hijo
de Benedetto de principio a fin. Los mismos ojos y locura. Su padre había caído
profundamente, y Remo también caería y su reino caería con él.

Remo acercó a Serafina una vez más contra sí, y ella se estremeció. Apreté
los dientes con tanta fuerza que el sonido vibró en mi cabeza. Al final, Remo
empujó a Serafina y ella tropezó hacia mí, sus ojos desorientados.

Estaba en shock. Envolví mi brazo alrededor de ella rápidamente y Pietro


apareció al otro lado, también sosteniéndola a medida que la alejábamos.

Danilo vino hasta nosotros, alcanzando a Serafina y ella se apartó de él.

Danilo retrocedió, y le envié una mirada de advertencia porque podía decir


que quería abalanzarse sobre Remo y golpearlo hasta matarlo. Nuestro momento
297
llegaría. Pero hoy no, no con Serafina alrededor. Su seguridad era nuestra
principal prioridad hoy.

Serafina tembló violentamente en nuestro agarre. La escaneé mientras nos


dirigíamos hacia el auto. No tenía ninguna lesión evidente, a excepción de las
marcas de mordidas en su cuello. La furia y la culpa se enfrentaron en una batalla
implacable en mi pecho al ver las marcas que mi sobrina sufrió. Tendría que
pedirle a una doctora que la revisara por posibles lesiones de violación.

Nos metimos en el auto. Pietro en la parte de atrás con Serafina, y Danilo


conmigo en la parte delantera. Apreté el acelerador y me alejé, queriendo salir
del territorio de la Camorra lo más rápido posible.

—Ahora estás a salvo, Fina. Nada volverá a pasarte de nuevo. Lo siento,


palomita. Lo siento mucho —susurró Pietro ásperamente y luego se escuchó el
sonido de su llanto áspero.

Mis dedos alrededor del volante se apretaron. Danilo miraba por la


ventana y cerró los ojos. Seguí lanzando miradas a mi sobrina y Pietro a través
del espejo retrovisor. Pietro era un lugarteniente fuerte, un hombre que había sido
criado en una manera similar a la mía. Nunca lo había visto llorar y estaba seguro
que nunca más lo haría de nuevo después de hoy. Recuperar a Serafina estaba
destinado a curar esta familia, pero tenía el presentimiento de que sanar no
resultaría tan fácil, tal vez no en absoluto. Remo había dejado su marca, y no solo
en el cuerpo de Serafina.

No había tenido noticias de Dante en horas. Mis nervios estaban


deshilachados. ¿Y si no regresaba a mí?

No se podía confiar en Remo Falcone. Era uno de los peores monstruos de


nuestro mundo. Dante estaba seguro que Remo quería continuar con su juego
diabólico para rompernos, pero tal vez habría cambiado de opinión y
simplemente terminaría con todo hoy al disparar una bala en la cabeza de Dante.
Era la oportunidad de Remo para matar a tres miembros de la Organización de
alto rango a la vez, arrojando a la Organización a la completa oscuridad. Tanto 298
Luca como él atacarían e intentarían destrozar nuestro territorio. Mis ojos se
dirigieron a Leonas, quien trepaba un árbol en el jardín de la casa de seguridad.
Sofia y Anna se sentaban en una manta sobre la hierba, hablando. Si la
Organización caía, ¿qué les pasaría? Los protegería con todo lo que tenía, pero ¿a
dónde podríamos huir? Todos conocían mi rostro y estábamos rodeados de
enemigos. Si tenía que elegir entre la Camorra y la Famiglia, intentaría buscar
refugio con Luca. No me agradaba, menos aún confiaba en él, pero era más que
un monstruo si Aria podía confiar en él. Mis hijos, especialmente mi hija y Sofia
estarían más seguros en su territorio. Leonas… cerré los ojos. Necesitaba dejar
de considerar el peor resultado.

Unos pasos crujieron a mi lado en el porche y mis ojos se abrieron de


golpe. Enzo levantó una taza de café.

Le di una sonrisa pequeña.

—Gracias.

Puso la taza sobre la pequeña mesita a mi lado y luego se dejó caer en otra
silla en el porche. Había estado separado de su familia durante largos períodos de
tiempo mientras protegía a mi familia en Minneapolis, pero nunca se quejó.

—¿Has oído hablar de Dante? —pregunté, aunque sabía que no.


Sacudió la cabeza.

—Estarán bien.

Asentí. Anna comenzó a trenzar el largo cabello de Sofia y cantó


“Somewhere Over the Rainbow”. Mi corazón martilló con fuerza en mi pecho.
Hoy no marcaría el final de este conflicto. Era solo el punto de partida. Dante
buscaría venganza sin importar lo que dijera. La Organización anhelaba sangre.
Esta guerra comenzaría. Mataría a muchos, cicatrizaría aún más, emocional y
físicamente.

Ayer, Anna había cumplido once años, una edad en la que el futuro
brillaba esperanzado ante ti, pero lo único en lo que podía pensar era en cómo
proteger a mi hija de los horrores de este mundo. ¿Quién podía decir que Remo
no probaría suerte nuevamente y esta vez secuestraría a mi niña?

Un pequeño sonido escapó de mis labios.

Enzo me miró, sus cejas oscuras frunciéndose. Cumplía cincuenta este año
y su edad se reflejaba en su rostro, curtido por el sol. Algunas canas se asomaban
en su cabello y cejas. Taft era incluso mayor. Eran buenos guardaespaldas.
Diligentes y vigilantes. Confiaba en ellos, pero necesitábamos sangre fresca y 299
más protección.

—Quiero un guardaespaldas para cada uno de mis hijos —dije. Una vez
que Leonas fuera mayor, Dante insistiría en que podía protegerse por su cuenta,
pero por ahora tanto él como Anna, necesitaba un guardaespaldas que lo
protegiera solo a él. Taft había llevado a Leonas a la escuela y lo protegió allí
mientras Enzo vigilaba nuestra casa con unos pocos hombres responsables del
perímetro general.

—Te refieres a un guardaespaldas que esté asignado específicamente a


uno de ellos y solo preste atención a su resguardo.

—Sí. —Anna cantó otra canción, una melodía triste que no reconocí.

—Especialmente Anna. Después del secuestro de Serafina, la quiero a


salvo. Está creciendo tan rápido, y no podemos tenerla encerrada para siempre.
Necesita a alguien que esté a su lado en todo momento.

Enzo asintió.

—Algunos de mis hombres serían buenas opciones.


Conocía a los hombres que vigilaban nuestra casa y eran buenos, pero
quería más para Anna. Quería a alguien que fuera más despiadado. Alguien que
no dudaría en elegir la opción más brutal si eso significaba proteger a mi hija.

—¿Quieres a alguien más? —preguntó Enzo.

—¿Quiénes son los hombres más peligrosos de la Organización?

Enzo lo pensó.

—Obviamente solo puedo tomar en consideración a los soldados.

—Por supuesto.

—Si juzgamos solo por las habilidades de lucha y el nivel de brutalidad,


ciertamente Arturo y Santino. Son los Ejecutores de Dante por una razón.

—De acuerdo.

Enzo sacudió la cabeza.

—Valentina, tengo que ser honesto. Arturo es demasiado… desquiciado


para ser guardaespaldas.
300
—¿Qué hay de tu hijo?

—Santino no es como yo. Es diligente, pero escogió el trabajo de Ejecutor


por una razón. Le gusta la emoción y la brutalidad.

—¿Sería un buen protector para Anna? ¿La mantendría a salvo?

—Estoy seguro que sería un honor para él —dijo después de un momento


de consideración—. Puedo hablar con él.

—Por favor, hazlo, y una vez que volvamos a Chicago también me


gustaría hablar con él. Estoy segura que Dante hará lo mismo. La protección de
nuestra hija no es algo que podamos tomar a la ligera.

—Por supuesto que no —coincidió Enzo.

Esperaba que Dante estuviera de acuerdo con mi elección, pero siempre


decía que valoraba mi opinión y pensaba que sería una buena Consigliere, así
que, bien podría tomar decisiones de importancia.

Sonó mi teléfono. Lo alcancé sobre la mesa rápidamente y me lo llevé a la


oreja con dedos temblorosos.

—¿Dante? —jadeé.
—Val, estamos de camino a la mansión. Todos estamos bien.

Solté un suspiro tembloroso. Sofia y Anna se apresuraron en mi dirección


e incluso Leonas bajó del árbol.

—¿Qué hay de Fina? —susurré.

—Está bien, físicamente hasta donde puedo ver, pero… —suspiró—.


¿Puedes ir con los niños?

—Por supuesto. Iremos allí ahora mismo.

—Necesito verte —dijo en voz baja, empapado de preocupación y


agotamiento.

—Te amo —solté. Enzo apartó la mirada, intentando fingir que no podía
oírme. Por lo general evitaba este tipo de exclamaciones emocionales cuando los
demás estaban alrededor, pero en este momento no me importaba si todo el
mundo escuchaba.

Escuché voces en el fondo. Dante se aclaró la garganta.

—Ya casi llegamos —me prometió luego colgó.


301
Anna y Sofia hablaron al mismo tiempo.

—¿Era papá?

—¿Dónde está Fina?

Les di una sonrisa temblorosa.

—Están llegando a tu casa, Sofia. Todo el mundo está bien.

Sofia y Anna saltaron de arriba abajo, vitoreando, e incluso Leonas se les


unió.

Me relajé por primera vez ese día. Superaríamos cualquier cosa que nos
esperara por delante.

Al momento en que entramos en la mansión, Sofia se precipitó a la sala de


estar, de donde venían las voces. Leonas, Anna y yo la seguimos a un ritmo más
lento. Dentro encontramos a Sofia abrazando a Pietro con fuerza, sentada en su
regazo. Él y Dante se sentaban en el sofá, hablando. Ines, Samuel y Danilo no
estaban presentes. Anna y Leonas también se precipitaron y se presionaron a los
lados de Dante. Él los rodeó con sus brazos, pero su sonrisa permaneció tensa.
Me acerqué más.

—¿Dónde está el resto?

—Serafina se está bañando —respondió Dante con un tono extraño. Mi


estómago se encogió cuando Pietro palideció y registré el significado detrás de
las palabras—. Samuel está arriba con ella. Ines en la cocina, limpiando, y Danilo
está en una de las habitaciones de invitados.

—Tal vez debería ver a Ines —dije en voz baja. Dante asintió. Sus ojos
sostuvieron los míos por un momento, y no quise nada más que arrojarme a sus
brazos como lo habían hecho Leonas y Anna. En cambio, me giré y fui en busca
de Ines.

La encontré fregando furiosamente una tabla de cortar. Estaba manchada


por el uso e imposible volver a su estado anterior, pero Ines la limpiaba
vigorosamente, con lágrimas corriendo por su rostro, su cabello rubio medio
caído de su coleta. Avancé hacia ella y le quité el cepillo de fregar. Sus manos
estaban rojas. Me miró a los ojos y tuve que parpadear para contener las 302
lágrimas.

La abracé y ella enterró su rostro en mi cuello, sollozando. Después de


unos minutos llorando, tragó audiblemente.

—Fina tiene marcas en su garganta… llevaba su vestido de novia y estaba


desgarrado y ensangrentado, y se veía tan… rota. La rompió, Val. Él… la violó.

Me mordí el labio.

—¿Has enviado por un médico?

—Fina no quiere que la revisen.

Asentí. ¿No era así cómo reaccionaban la mayoría de las víctimas de


violación? Su vergüenza era demasiado fuerte.

—Fina es fuerte como tú, Ines. Va a superar esto.

—Eso espero. Dios, eso espero.


Pietro y yo salimos de la oficina para darle a Serafina un momento para
hablar con Danilo. Samuel se apoyaba contra la pared frente a la puerta, pero se
enderezó con el ceño fruncido cuando cerré la puerta.

—¿Van a dejarla a solas con Danilo?

Pietro se frotó la frente.

—Ella insistió.

—Danilo y Serafina tienen que hablar —dije.

Samuel lo miró fijamente.

—No puede casarse con él. No es la chica que solía ser.

No dije nada, pero temía que tuviera razón. Danilo todavía quería a 303
Serafina y según nuestras reglas él tenía derecho a ella, pero una boda parecía
poco probable dado el estado emocional de Serafina.

—Va a recuperarse —dijo Pietro—. Aún pueden casarse el próximo año


cuando haya sanado.

No estaba seguro si Serafina superaría tan rápido lo que pasó. Ni siquiera


sabíamos exactamente lo que tuvo que soportar. Quizás nunca lo sabríamos.

Ines se apresuró en nuestra dirección.

—¿Fina está con ustedes?

—Está en mi oficina hablando con Danilo —respondió Pietro. Ines se


detuvo a su lado, ansiosa por entrar para ver cómo estaba su hija.

Unos minutos más tarde, Danilo emergió, con una mirada oscura en su
rostro y el anillo de compromiso de Serafina en su palma extendida, como un
monumento conmemorativo de lo que solía ser. Levantó la vista.

—Serafina, no va a casarse conmigo. —Sus ojos se encontraron con los


míos—. Necesito hablar con mi padre. —Se alejó, ya sacando su teléfono.

—Necesito hablar con ella —dije.


—Déjame hablar primero con ella. Necesito asegurarse que está bien
después de su conversación con Danilo.

Asentí e Ines entró en la oficina.

—Esto no les gustará a los Mancini —dijo Pietro en voz baja—. Nuestras
familias estaban destinadas a convertirse en una para fortalecer a la
Organización. Indianápolis es la ciudad más importante de la Organización.

—Por ahora no nos preocupemos al respecto.

Ines finalmente salió, sus labios apretados dolorosamente.

—Por favor, ten cuidado, Dante —dijo en voz baja—. Ya ha pasado por
mucho.

—Lo sé. Pero si queremos tener la oportunidad de vengarnos de Remo por


lo que le hizo, necesito reunir información.

Ines asintió, dio un paso atrás y finalmente me dejó entrar a la habitación.

Serafina estaba parada cerca de la ventana, luciendo joven y perdida.


Cerré la puerta en silencio. Ella alzó la vista. Mis ojos se dirigieron a su garganta
y presionó su mano sobre el lugar, sonrojada por la vergüenza.
304
—No lo hagas. —Mi voz salió más brusca de lo previsto. Me acerqué a mi
sobrina, observándola de cerca para ver si se sentía cómoda al tenerme cerca de
ella. Rehuyó a Danilo y no estaba seguro qué tan fuerte era su trauma—. No te
avergüences por algo a lo que fuiste impuesta —añadí en voz más baja, incluso si
me costaba mucho mantenerlo de esa forma porque ver a Serafina de esta
manera, agitó una furia feroz en mi interior—. No quiero reabrir heridas
dolorosas, Serafina, pero como Jefe de la Organización, necesito saber todo lo
que sabes de la Camorra de modo que pueda derribarlos y matar a Remo Falcone.

Serafina evitó mis ojos.

—No creo que sepa nada que te ayude.

—Cada pequeño detalle ayuda. Hábitos. La dinámica entre los hermanos.


Las debilidades de Remo. La disposición de la mansión.

—Remo no confía en nadie más que en sus hermanos y en Fabiano.


Moriría por ellos —susurró.

Sospechaba eso. Remo no era tan invencible como él pensaba. Si se


preocupaba por sus hermanos de cualquier forma retorcida que era capaz, eso
significaba que estaba abierto a los ataques.
Serafina continuó, todavía sin mirarme.

—Aparte de la familia, solo Fabiano y Leona están permitidos dentro de la


mansión, y ocasionalmente un personal de limpieza. Remo mantiene un cuchillo
y una pistola cerca en todo momento. Tiene un sueño ligero…

Se estremeció ante lo que reveló. Había sospechado que Remo la había


llevado a su cama. Los captores a menudo jugaban con sus víctimas alternando
entre tratarlas como basura y luego mostrándoles indicios de amabilidad para
ganar su confianza. El síndrome de Estocolmo está basado en esta táctica. Las
víctimas al final se culpaban por su violación e incluso intentaban decirse a sí
mismas que lo querían o dieron señales a su captor que indicaban su
consentimiento, cuando nada de eso era el caso.

Serafina comenzó a temblar, su rostro desgarrado por la culpa y la


vergüenza.

Me acerqué y toqué su hombro suavemente.

—Serafina.

Me sorprendió cuando se apoyó contra mí. Acuné su cabeza, intentando


consolarla.
305
—¿Qué voy a hacer? ¿Cómo podré encajar otra vez? Todos me mirarán
con disgusto.

Culpar a la víctima siempre era más fácil.

—Si alguien lo hace, me lo harás saber y me encargaré de ellos.

Serafina asintió contra mí.

—Y nunca dejaste de encajar. Eres parte de la Organización, parte de esta


familia, nada cambió.

Y aun así, todo lo había hecho. Todos lo hicimos. Nuestra familia lo hizo.
Serafina lo hizo. Ninguno había resultado intacto de los horrores que nos provocó
Remo Falcone.

Danilo pidió una reunión. Lo había esperado, naturalmente.


Todos nos instalamos en la oficina de Pietro. Para entonces, Pietro había
sacado al menos algunos de los escombros que Danilo había dejado durante su
furia después de las sábanas, pero el lugar aún era un desastre. Pietro se dejó caer
detrás de su escritorio y Samuel se paró cerca de la ventana, con las manos
metidas en los bolsillos de sus pantalones.

Danilo y yo nos sentamos en sillones uno frente al otro. Eran más de las
diez de la noche, pero ninguno de nosotros tenía ganas de dormir.

Danilo dejó escapar un suspiro profundo, girando el anillo de compromiso


en su dedo.

—Mi padre insiste en que me case con alguien de tu familia —dijo—.


Necesitamos una unión entre nuestras familias, especialmente en este momento.

Tenía razón. Necesitábamos demostrar solidaridad para calmar las voces


disidentes. Prefería no tener que callarlas con violencia. Necesitábamos a todos
los hombres en nuestras filas para luchar contra la Camorra y la Famiglia.

Pietro suspiró, desplomándose en su silla. Samuel sacudió la cabeza con


una mirada fulminante.

—Serafina no va a casarse. Necesita tiempo para sanar.


306
—Hay otras opciones —dije.

Los ojos de Danilo fulguraron.

—¿Qué opciones? No aceptaré la hija de cualquier otro lugarteniente. Mi


ciudad es importante. ¡No me conformaré con menos de lo que se me prometió!

Estreché mis ojos.

—Cuida tu tono, Danilo. Me doy cuenta que esta es una situación difícil,
pero de todos modos espero respeto.

Danilo contempló su puño, el cual sostenía el anillo.

—No voy a conformarme con menos que una unión con tu familia.

—¡No puedes tener a Fina! —repitió Samuel, dando un paso adelante, la


ira retorciendo su rostro.

Le indiqué que se quedara atrás.

—Tampoco puedes tener a Anna —dije bruscamente. No estaba seguro si


eso era lo que estaba insinuando. Pero no prometería mi hija a Danilo, no al ver
sus atormentados ojos enojados, no cuando sabía que él quería a Serafina.
Danilo se puso de pie.

—Necesitas mi apoyo en esta guerra. Necesitas una familia fuerte a tus


espaldas.

—¿Eso es una amenaza? —gruñí.

Danilo sonrió amargamente.

—Es un hecho, Dante. Creo que eres un buen Capo pero insisto en
conseguir lo que merece mi familia. No me conformaré con menos.

—No obligaré a Fina a un matrimonio, no después de lo que pasó —dijo


Pietro.

Asentí.

—Estoy de acuerdo.

Danilo metió las manos en sus bolsillos.

—Entonces, estamos en un punto muerto.

Intercambié una mirada con Pietro, quien cerró sus ojos brevemente. Se 307
puso de pie y nos dio la espalda.

—¿Eso es lo que me pides, Dante?

Estaba siendo egoísta, pero no podía prometer a Anna. Simplemente no


podía. Ahora no.

—Pietro, si seguimos las reglas, Danilo podría exigir casarse con Serafina.
Estaban comprometidos.

Samuel miró entre nosotros, frunciendo el ceño.

Danilo esperó con calma.

Pietro se dio la vuelta. Sus ojos luciendo duros y llenos de advertencia


cuando los dirigió a Danilo.

—Te daré a Sofia.

Danilo resopló.

—¿Tiene, qué, once?

—Doce en abril —corrigió Samuel, frunciendo el ceño a su padre. Sus


manos estaban cerradas en puños.
—Soy diez años mayor que ella. Me prometieron una esposa ahora.

—Estarás ocupado con esta guerra y el establecimiento de tu régimen


sobre Indianápolis. Una boda más adelante debería ser una ventaja para ti —dije.
Podía decir que Danilo estaría de acuerdo con el tiempo, pero quería algo más.

Danilo echó un vistazo al anillo una vez más, perdido en sus


pensamientos.

—¿Danilo?

—Tengo una condición.

—¿Qué condición?

Danilo hizo un gesto a Samuel.

—Él se casa con mi hermana Emma.

Los ojos de Samuel se abrieron en estado de shock.

—Está en…

Se detuvo con una mueca. 308


Danilo pareció homicida.

—En una silla de ruedas, sí. Por eso nadie de valor la quiere. Mi hermana
se merece solo lo mejor, y tú eres el heredero de Minneapolis. Si todos ustedes
quieren esta unión, entonces Samuel va a casarse con mi hermana, y luego me
casaré con Sofia.

—Mierda —murmuró Samuel—. ¿Qué clase de trato retorcido es ese?

—¿Por qué? —gruñó Danilo—. Tu padre ha estado probando las aguas en


busca de posibles novias para ti, y mi hermana es una Mancini. Es un buen
partido.

Samuel intercambió una mirada con Pietro y luego miró en mi dirección.


La chica Mancini no encontraría a un buen esposo si no fuera por el trato de
Danilo.

Samuel respiró hondo y entonces asintió.

—Voy a casarme con tu hermana.

Danilo sonrió sombríamente. Todos sabíamos que era un trato diabólico.


—Entonces, ¿está decidido? —preguntó Pietro—. ¿Te casarás con Sofia, y
aceptarás la cancelación del compromiso con Fina?

—No es lo que quiero, pero tendrá que servir.

—¿Tendrá que servir? —gruñó Samuel, dando un paso adelante con los
ojos entrecerrados—. Estás hablando de mi hermanita. No es una maldita cosa
que aceptas como premio de consolación.

Danilo volvió a reír.

—Quizás también quieras recordar eso cuando conozcas a mi hermana.

—Suficiente —gruñí. Se estaban molestando mutuamente a propósito


cuando su ira estaba dirigida a Remo, no el uno al otro.

—La boda tendrá que esperar hasta que Sofia sea mayor de edad —dijo
Pietro, luciendo cansado.

—Por supuesto —dijo Danilo—. Mi hermana tampoco va a casarse antes


de su decimoctavo cumpleaños.

Pietro asintió.
309
—Entonces, está decidido —dije.

—Ahora tengo que volver a casa. Podemos resolver los detalles en un


momento posterior. —Danilo me echó un vistazo en confirmación y asentí
brevemente hacia él—. Solo una cosa más. Aún no quiero ni una palabra sobre la
unión de Samuel con mi hermana. No necesita saber que esto fue un acuerdo a
cambio de Sofia.

Asentí nuevamente. En realidad, no importaba cuándo sería anunciado. De


todos modos, la gente hablaría.

Se giró y salió, pero Samuel corrió tras él.

Esperaba que no volvieran a pelear, pero no me molesté en involucrarme.


En su lugar, me acerqué a Pietro quien se aferraba al borde del escritorio.

—Ines se pondrá furiosa.

—Danilo es un buen partido para Sofia.

Pietro levantó la cabeza bruscamente, enojado.

—También sería un buen partido para Anna. —No lo negué. Un


lugarteniente era la mejor pareja posible para mi hija en este momento—. Pero
no podías dejar que se vaya, ¿verdad? —El reproche inundó su voz, y no era
infundado.

—Tiene sentido darle a Danilo a tu otra hija cuando Serafina cancela el


compromiso.

—Puedes retorcerlo como quieras. Lo hiciste porque no querías renunciar


a tu hija. Eso es todo. Y en su lugar, me obligas a renunciar a la mía.

—Estuviste de acuerdo a una unión con Danilo hace años, Pietro. Eso no
fue cosa mía. Querías una unión entre él y Serafina.

Pietro suspiró y se enderezó.

—Tienes razón. —Negó con la cabeza—. De todos modos, siento que


estoy traicionando a Sofia. Danilo no es el mismo chico al que iba a darle
Serafina. Esta experiencia lo cambió.

—No es un hombre que abuse de una mujer, sin importar lo cambiado que
esté por lo que sucedió.

—Tienes razón. ¿Pero Samuel casándose con la chica Mancini? No lo sé.


Siento lástima por la pobre chica, pero Samuel necesita herederos. ¿Esa chica 310
puede siquiera tener hijos?

No lo sabía, pero Carla también había sido infértil, y no la había amado


menos por eso.

—Hay otras opciones si es el caso.

—Espero que ahora que esto está decidido, todos podamos regresar a
nuestras vidas normales. Ines ha estado sufriendo mucho. Necesita un descanso.

—Serafina sanará, y nuestra familia con ella.

Ojalá mis palabras hubieran demostrado ser ciertas.

Pero unos meses más tarde, Serafina nos dijo que estaba embarazada del
hijo de Remo y cualquier esperanza de olvidar lo que había sucedido quedó
aplastada para siempre.
T
odos habíamos rezado en secreto que los gemelos de Serafina no
mostraran ningún parecido con su padre. Era nuestra única
esperanza en este momento, nuestra única oportunidad para darles
a estos niños un futuro en la Organización.

Ines me llamó poco después de que Serafina dio a luz a un hijo y una hija,
Nevio y Greta.

Su respiración era entrecortada, su voz baja y desesperada.

—Se parecen a él. 311


Contuve el aliento.

—¿Su cabello? —Había visto fotos de Remo Falcone, su cabello oscuro y


sus ojos aún más oscuros.

—El cabello, los ojos, todo. Especialmente el niño. Es como si Remo lo


hubiera moldeado a él para atormentarnos.

—Ines —dije suavemente—. Estos niños no necesitan saber jamás quién


es su padre.

Hizo un sonido ahogado.

—Son su viva imagen, Val. La gente hablará. Es imposible no saber de


quién son los niños. Que el cielo tenga piedad, ¿qué se supone que debemos
hacer?

—No podemos hacer nada más que ayudar a Fina con la situación. ¿Cómo
se lo tomó? —Algunas víctimas de violación no podían soportar que sus hijos se
parecieran a su agresor, pero hasta ahora Serafina se había recuperado
sorprendentemente bien. Había insistido en que no fue violada. Dante y los
demás no le creían, culpando al síndrome de Estocolmo. No estaba del todo
segura, pero no tenía derecho a entrometerme a menos que Fina confiara en mí.
—Está completamente embelesada con ellos. Es como si ni siquiera notara
que parecen Falcone.

—Son sus hijos.

—Sé que no debería decirlo, pero desearía que nunca los hubiera tenido —
susurró Ines.

No había estado segura si Ines había exagerado sobre las similitudes, pero
cuando vi los gemelos por primera vez dos días después, tuve que esforzarme
para no mostrar mi sorpresa.

Sus cabellos eran completamente negros y sus ojos imposiblemente


oscuros. No se veían como Cavallaro o Mione. Eran Falcone, al menos en sangre,
pero tendrían que aprenden a ser parte de nuestra familia, de la Organización.

Más tarde ese día, encontré a Fina en la habitación infantil con sus
gemelos, inclinada sobre su cuna compartida, con una sonrisa suave en su rostro.
Levantó la vista brevemente cuando entré antes de volver su atención a sus hijos.

—Sé lo que todos piensan —dijo ferozmente—. No estoy ciega. Todos


quieren que se vayan.
312
Sacudí mi cabeza.

—No, eso no es cierto, Fina. Simplemente es difícil para tu familia aceptar


quién es su padre, eso es todo.

Fina se rio sin alegría.

—¿Por qué no pueden aceptarlo cuando yo puedo? ¿Por qué no pueden


verlos como lo que son? Niños inocentes.

Me detuve a su lado. Nevio y Greta dormían juntos, sus manos tocándose.


Se tenían entre sí y necesitarían su vínculo para desafiar el juicio de nuestro
mundo.

—Tomará tiempo.

—Voy a protegerlos sin importar lo que sea necesario.

Apreté su hombro.

—Eres su madre, por supuesto que lo harás.

Llamaron y Dante asomó la cabeza.


—La cena está lista. —Entró, su mirada clavándose en los niños muy
brevemente antes de enfocarse en Fina. No podía soportar mirarlos. No lo había
notado antes.

—Bajaré en un momento —dijo Fina con una sonrisa tensa.

Seguí a Dante afuera y entrelacé nuestros dedos, parando frente a él.

—¿Qué fue eso?

Alzó las cejas.

—¿Qué?

—Ni siquiera pudiste mirar a los bebés.

La boca de Dante se tensó.

—Si te hubieras encontrado cara a cara con Remo Falcone, y luego


miraras a Nevio… maldición, Val. Ese chico se verá exactamente igual que ese
bastardo.

—Pero no es Remo. Es Nevio Mione. Es una parte de nuestra familia, una


parte de la Organización. 313
—No estoy seguro que ese niño pueda alguna vez ser parte de la
Organización, al menos no en una posición de importancia. Mis hombres jamás
lo aceptarían.

Mis ojos se abrieron por completo.

—No le digas a Fina. Aún no. Nunca te perdonará si castigas a Nevio por
los pecados de su padre.

—No estoy castigándolo, pero tengo que mantener a la Organización en


mente. Un hijo de Remo Falcone causará demasiada discordia. Sin mencionar
que la sangre Falcone conlleva a la locura.

Apreté mis labios.

—Creo que dejas que tu odio por Remo anule tu lógica, Dante. No te
pierdas en una furia inútil.

Sonrió sombríamente.

—Val, cada vez que pienso en Remo, y eso es cada vez que miro a
Serafina o sus hijos, todo lo que soy es una rabia pura y sed de venganza. No voy
a descansar hasta que tenga mi venganza.
Tragué con fuerza porque sus ojos mostraban una determinación absoluta.
Nada de lo que pudiera decir lo cambiaría.

—No dejes que destruya todo lo que nos importa.

—No dejaré que destruya nada.

Pasaron los meses y volvimos a una rutina tentativa en Chicago. Dante y


sus hombres estuvieron trabajando diligentemente en la venganza, pero Dante
cumplió su promesa.

Los niños y yo permanecimos alejados de su sed de venganza, e incluso


Dante pareció más tranquilo y menos atormentado.

Pensé que podríamos estar en un buen camino hacia la ignorancia mutua


con la Camorra.

Tal vez había sido tonta. 314


Cualquier sueño de paz, de normalidad se hizo añicos cuando Dante,
Danilo, Pietro y Samuel pusieron sus manos en Adamo Falcone, el hermano más
joven de Remo.

Poco después de que Dante recibiera la noticia de la captura, se preparó


para irse a la casa de seguridad donde encerraron al niño. Un niño, solo quince
años.

Dante estaba retraído, perdido en sus pensamientos a medida que se ponía


la chaqueta por encima de la pistolera y la funda del cuchillo. ¿Un cuchillo que
usaría hoy?

—Dante —dije en voz baja—. El niño tiene quince años. Serafina dijo que
nunca la lastimó.

—No es inocente, Val —gruñó Dante, sus ojos destellando con furia—. Es
parte de la Camorra. Es un Falcone. No sabes nada de esa familia. Si lo hicieras,
ni siquiera considerarías pedirme que perdone a Adamo Falcone.

Su ira me golpeó inesperadamente.

Asentí lentamente. Tenía razón, no sabía nada de los Falcone a excepción


de los rumores circulando y las pocas cosas que Serafina había dicho desde que
había sido liberada. Lo que sabía era que Adamo pagaría por un crimen que no
había cometido todavía. Tal vez sería tan cruel como sus hermanos, pero justo
ahora mismo, no lo era.

—Leonas será reclutado en tres años, ¿eso también lo hará culpable de tus
crímenes?

Dante se tensó.

—No es lo mismo.

¿No lo era? No lo sabía. En menos de dos semanas, Leonas cumpliría


nueve años, todavía un niño pequeño a mis ojos, pero para nuestros enemigos era
un futuro Capo en formación, un enemigo potencial.

—¿Dante? —llamó Pietro, su voz sonando con un entusiasmo abierto.

Me estremecí.

—Tengo que irme. Podemos continuar esta discusión esta noche.

Dudó, luego se acercó y besó mis labios antes de irse. Caminé detrás de él
lentamente, pero me detuve a mitad de la escalera. Samuel le dio a su padre una
sonrisa sombría que él le devolvió. Su hambre de venganza era tangible. Dante ni
315
siquiera se molestó en ocultar el hambre oscura de sangre.

Aferré la barandilla, sintiéndome un poco perdida.

Antes de irse, Dante alzó la vista una vez más, pero sus ojos no reflejaron
conflicto. No se le concedería ni un poco de misericordia a Adamo Falcone.
Sufriría en lugar de su hermano.

Bajé las escaleras y me dirigí a la sala de estar donde encontré a Ines,


Sofia y Anna con los gemelos. Nevio se arrastraba por el suelo mientras Greta se
aferraba a Ines. La niña parecía un poco perdida sin Fina.

—No me gusta que Fina esté allí cuando torturen al chico Falcone.

Anna me miró con los ojos completamente abiertos. Había esperado que
no se enterara de la tortura, pero Ines estaba tan perdida en su preocupación que
ni siquiera se dio cuenta de lo mucho que acababa de revelar frente a nuestras
chicas.

—Fina dijo que el chico no es mucho mayor que Sofia y yo, solo tiene
quince —dijo Anna.
—Es Camorrista —dijo Ines. Nevio se arrastró hacia mí y lo alcé. Sus ojos
oscuros reluciendo hacia mí, e intenté imaginar cómo Dante y los otros hombres
solo podían ver el mal cuando miraban a este niño.

Suspiré.

—No conocen a Adamo Falcone.

—¿Merece ser torturado? —preguntó Sofia con curiosidad.

Ines se encogió de hombros.

—Fina tampoco merecía sufrir.

Anna me miró en busca de respuestas. No estaba segura qué decir. Sofia y


ella tenían doce años, y también habían sufrido las consecuencias de las acciones
de Remo. Ambas eran educadas en casa, protegidas del mundo exterior, sus
jaulas doradas más restrictivas que las mías cuando niña.

Sonaron unos pasos y apareció Santino, arrastrando a un Leonas luchando


detrás de él.

—¿Qué está pasando?


316
—Escuché ruidos en el arsenal, y lo encontré llenando sus bolsillos con
pistolas como si se estuviera preparándose para la guerra —dijo Santino sus
labios crispándose, luego liberó a Leonas quien le envió una mirada furiosa.

Santino había asumido el cargo de guardaespaldas de Anna este verano.


Dante había sido cauteloso al tener a un ex Ejecutor cerca de nuestra hija, pero al
final lo había considerado la mejor opción para garantizar la seguridad de Anna
cuando él no estaba alrededor.

—Leonas, ¿de qué se trata todo eso?

Leonas se encogió de hombros, metiéndose las manos en sus pantalones.


Estreché mis ojos hacia él.

—Solo quería ayudar a papá a lidiar con el bastardo Falcone.

—Cuida tu lenguaje —dije bruscamente—. ¿Y cómo querías hacer eso?

Otra vez ese terco encogimiento de hombros.

—Tomaría un taxi hasta el refugio y los ayudaría a torturarlo.


Miré a mi pequeño hijo, mi hijo de casi nueve años, intentando entender lo
que había sucedido. Esta guerra le había arrebatado su inocencia demasiado
rápido, estando rodeado de hombres sedientos de venganza y sangre.

—Nunca más volverás a tocar un arma sin permiso. ¿Entendido?

Los ojos de Leonas se abrieron marginalmente ante mi tono. Nunca antes


había levantado mi voz de esa forma contra él. Asintió eventualmente.

—Gracias, Santino —dije. Él asintió, giró sobre sus talones y se fue.


Regresaría a su puesto de guardia hasta que dejáramos la casa.

Anna puso los ojos en blanco.

—Eres tan tonto. ¿En serio crees que papá te habría permitido quedarte?

—Sabe que puedo soportar las cosas a diferencia de ti.

Anna cruzó los brazos sobre su pecho. Era una discusión constante entre
los dos que Leonas fuera a la escuela mientras Anna tenía que quedarse en casa.

Sofia la empujó suavemente y le susurró algo al oído. Se levantaron y se


alejaron apresuradamente.
317
Suspiré, mirando a Nevio quien se retorcía en mi agarre. Ines se dejó caer
en el sofá con una Greta dormida, luciendo cansada.

—¿Cuándo volveremos a Chicago? —preguntó Leonas.

—Pronto —respondí. Puse a Nevio en el suelo y me incliné para estar a la


altura de los ojos de Leonas—. Por favor, no vuelvas a hablar así delante de tu
hermana y de Sofia. No quiero que ninguno de ustedes piense en lo que papá
hace en su trabajo.

Leonas inclinó la cabeza con curiosidad.

—Mamá, voy a ser Capo —dijo con una certeza absoluta y como si eso
resolviera el asunto.

Sonreí melancólicamente.

—Lo sé, pero hasta que seas reclutado, solo eres mi niño pequeño.

Arrugó la cara cuando lo atraje contra mí y le di un beso en la mejilla.

—Mamá —protestó. Cuando no lo solté, superada con las emociones, se


relajó con el tiempo y me abrazó. Por alguna razón, sentí como si me estuviera
consolando.
Dante

Valentina ya estaba en la cama cuando regresé a casa esa noche. Mi


cuerpo todavía zumbaba con adrenalina por la tortura y la dulce satisfacción de
que Remo se entregaría mañana en persona.

Había soñado con este día desde el momento en que Remo había
secuestrado a Serafina. Ahora la venganza estaba cerca.

Después de ver a Anna y Leonas, me metí en la cama con Val. Se dio la


vuelta y se acercó. A pesar de nuestra discusión de hoy, sentí la misma necesidad
de sostenerla contra mi cuerpo. Presioné un beso en su frente.

—¿Y?

—Remo aceptó intercambiarse por su hermano. —Incluso podía oír el


triunfo sombrío en mi voz.

—Debe saber que lo torturarás y matarás brutalmente, pero ¿aun así se


entrega a sí mismo por su hermano? —Podía oír la confusión en la voz
318
somnolienta de Val—. Pensé que no le importaba nadie.

—Lo hace por sus hermanos —dije neutralmente. Val tenía la tendencia
de intentar ver las cosas desde ambos lados, ver más allá de las fallas de alguien,
pero con Remo, esto no tenía sentido.

—Vas a disfrutarlo, ¿verdad?

No era como algunos de mis hombres que ansiaban la emoción de torturar


a los demás, pero con Remo disfrutaría de cada segundo de su agonía. Deslicé mi
nariz a lo largo de la garganta de Val. No contesté, porque Val quería escuchar
otra cosa. Mi exterior tranquilo y controlado a menudo le hacía olvidar mi
naturaleza menos civilizada, la depravación que mantenía oculta a ella y a
nuestros hijos y que siempre ocultaría.

—Remo no recibirá misericordia de ninguno de nosotros.

Pietro, Samuel y Danilo estaban tan ansiosos por el derramamiento de


sangre como yo. Llevaríamos a Remo de rodillas entre todos, disfrutaríamos de
su deceso, y una vez que fuera desmembrado y purgado de este mundo,
encontraríamos una manera de dejar atrás la carga de sus acciones, para seguir
adelante.
Conduje el auto hasta el punto de encuentro, Danilo a mi lado. Pietro y
Samuel se sentaban a ambos lados de Adamo, quien se encorvaba hacia adelante,
respirando con dificultad.

Cuando estacioné el auto, levantó la vista y sus ojos se encontraron con


los míos en el espejo retrovisor. Esos malditos ojos oscuros de los Falcone. Solo
quince años, pero parecía como que si no pudiera importarle menos si ponía o no
una bala en su cabeza.

—Es hora de intercambiarte por tu maldito hermano —dijo Samuel, su


voz tensa por el entusiasmo.

—No saben nada de Remo si piensan que les dará lo que quieren —siseó
Adamo entre dientes.

—¿Y qué queremos, Falcone? —gruñó Danilo.

—Romperlo. Pero mi hermano es inquebrantable. Deberían haberme


319
torturado. Eso habría sido más divertido.

Abrí la puerta.

—No tengo tiempo para estas tonterías, muchacho. Tu hermano va a


romperse. Todos lo hacen.

Remo, Nino y un tercer hombre, probablemente otro hermano Falcone,


esperaban junto a un auto. Samuel sacó a Adamo del asiento trasero y lo arrastró
hacia Danilo, Pietro y yo.

La expresión de Remo se endureció. Sin señales de su triunfo o burla


anteriores. Le hice una señal a Samuel y empujó a Adamo hacia sus hermanos.
Adamo cayó de rodillas, sosteniendo su brazo roto contra su cuerpo. La forma en
que miró hacia Remo reveló un vínculo que no tenía sentido para mí, no a partir
de lo que sabía de los Falcone. Remo tocó la cabeza de su hermano de una forma
en la que a veces tocaba la de Leonas, después unieron sus brazos por un
momento.

Samuel dio un paso adelante y golpeó a Remo en la cara, luego le dio una
patada en la ingle antes de estampar su pistola contra su sien. Remo se desmayó
con esa jodida sonrisa retorcida en su rostro. Hice un gesto a algunos soldados.
Se apresuraron hacia adelante y agarraron a Remo para entonces llevarlo a un
auto donde lo empujaron a una cajuela.

Los Falcone ya estaban en su auto, pero Nino me miró con puro cálculo.

Regresé al auto nuevamente y nos dirigimos de vuelta al refugio donde


desmembraríamos a Remo durante los próximos dos días.

Samuel dejó escapar una risa incrédula y le dio una palmada a Pietro en el
hombro, quien le dedicó una sonrisa tensa. Danilo se echó hacia atrás con un
suspiro profundo.

—Lo tenemos —dijo Samuel—. En serio lo tenemos. Mierda. No puedo


creer que vayamos a despedazar a ese maldito hijo de puta.

—Tengo el honor de cortarle la polla —dijo Danilo.

—Acordamos eso, sí. —Danilo aún no había superado a Serafina, o que


Remo la hubiera deshonrado. Su régimen sobre Indianápolis se había vuelto más
riguroso y brutal que el de su padre, pero era efectivo y leal, de modo que lo
dejaría hacer lo que pensara necesario, incluso si era impulsado por su furia
desenfrenada. Tal vez después de la muerte de Remo, sería capaz de seguir
adelante. Quizás todos podríamos.
320
Serafina nos esperaba en la casa de seguridad. Pietro me lanzó una mirada
incierta. No le gustaba la idea de que ella observara la tortura, pero como
Serafina había dicho: merecía estar presente.

Arrastramos a Remo al vasto pasillo. Aún no había dicho nada a Remo, ni


siquiera lo había mirado directamente. Sabía que tendría problemas para
refrenarme si lo hacía, y quería estar detrás de las paredes insonorizadas antes de
que eso ocurriera.

Serafina palideció al ver a Remo.

—Ángel —murmuró Remo.

Mi cabeza se volvió hacia él, mis cejas frunciéndose. ¿Ángel?

Samuel no le dio a Remo la oportunidad para más palabras al darle un


puñetazo.

—Esta es tu oportunidad de pedir perdón —dijo Pietro.

Remo lo miró hasta que su mirada finalmente se encontró con la mía. Aún
sin señales de miedo. Eso cambiaría pronto. Cada hombre tenía un punto de
quiebre. Miró a Serafina nuevamente.
—¿Quieres que te pida perdón?

—No te daré mi perdón —dijo Serafina. Hice un gesto a Samuel y Danilo


para que llevaran a Remo a la sala de tortura. Una vez que se fueron, me acerqué
a Serafina.

Una pizca de conflicto destelló en sus ojos.

—Al final, pedirá perdón —dije.

Serafina me dio una extraña sonrisa triste.

—No quiero que lo haga porque sería falso. —Hizo una pausa—. ¿Lo
castrarás?

Prefería no involucrar a las mujeres en los horripilantes detalles de


nuestras prácticas de tortura, ni siquiera a Val. La respetaba, pero solía sentir
lástima incluso por alguien como Remo. Aun así, Serafina merecía una respuesta
y no podía imaginarla abrumada de simpatía por su torturador.

—Mañana. Hoy no. Aceleraría demasiado su muerte. Danilo y Samuel lo


harán. No estoy seguro que debas ver nada de esto, pero quizás necesitas hacerlo.
Lo de hoy será más fácil de digerir que lo de mañana, así que quédate si es lo que 321
quieres.

—Gracias —dijo antes de dirigirse a las pantallas en las que sería capaz de
vernos encargándonos de Remo.

Asentí bruscamente hacia el guardia que estaba sentado a su lado antes de


dirigirme hacia la sala de tortura. Mi pulso se aceleró, un hecho extraño. Por lo
general, la tortura tardaba un poco en aumentar mi ritmo cardíaco. Hoy no. Esto
se sentía casi como las primeras veces que mi padre me hizo ser parte de las
sesiones de tortura.

Cuando entré en la habitación, Remo yacía en el piso de piedra mientras


Danilo y Samuel lo pateaban una y otra vez.

No luchó contra los golpes solo se limitó a mirar a la cámara en la esquina


como si supiera que Serafina estaba observando. Pietro desenvainó su cuchillo y
cortó el pecho de Remo. Entonces, Samuel hizo lo mismo seguido de Danilo.

Cuando llegó mi turno, me puse en cuclillas junto a Remo. Él sonrió,


revelando sus dientes cubiertos de sangre.

—Esto les da una maldita erección, ¿verdad?

Le di una sonrisa fría a medida que sacaba mi cuchillo de la funda.


—Vamos a ver por cuánto tiempo vas a aferrarte a tu arrogancia.

—¿En serio quieres hablar de arrogancia conmigo, Dante?

Hundí la punta de mi cuchillo en su axila, sabiendo que era uno de los


puntos más sensibles. Remo se tensó, pero no hizo ningún sonido, ni su mirada
vaciló de la mía. Estaba familiarizado con el dolor. Su padre probablemente lo
condicionó como el mío. Sería un desafío.

—Todos ruegan al final.

La boca de Remo se extendió.

—¿Tú lo harías?

Moriría antes de rogar misericordia a nadie.

—No me compares contigo. No somos para nada iguales.

Remo rio.

—Oh, pero lo somos. Ese brillo en tus ojos, lo entiendo, me pasa cada vez
que clavo un puto cuchillo en alguien. Es la mejor jodida sensación del mundo.
¿En serio crees que eres mejor solo porque ocultas tu monstruosidad detrás de un 322
maldito traje de tres piezas?

—Remo, conocerás a mi monstruo, no te preocupes. A diferencia de ti, no


violo a las mujeres para sentirme poderoso. —Empujé mi cuchillo aún más
profundo en su axila y luego indiqué a Danilo a acercarse con el encendedor.

Unas horas después, me limpié las manos.

Samuel sacudió la cabeza, murmurando.

—¿Cuándo va a rogar el maldito hijo de puta? Mierda.

Eché un vistazo a Remo quien yacía inconsciente en el piso cubierto de


sangre. Se desmayó de nuevo, pero no había hecho ni sonido excepto por la
ocasional inhalación brusca o el rechinar de sus dientes.

Samuel salió al pasillo y lo seguí, luego cerré la celda.

Pietro y Danilo esperaban en el pasillo, ambos sudorosos y desaliñados, al


igual que Samuel y yo. Mi camisa se pegaba a mi piel y la sangre se me pegaba
debajo de las uñas.

—Es un bastardo duro —dijo Pietro y sacó un cigarrillo de su bolsillo,


después lo encendió.
—Tal vez el dolor no le molesta, pero mostrará alguna reacción cuando lo
obligue a mirar mientras le corto la maldita polla centímetro a centímetro —
gruñó Danilo.

Ya era tarde.

—Dormiré aquí. No voy a irme hasta que Remo esté muerto.

Pietro, Danilo y Samuel asintieron.

—Uno de nosotros debería vigilar en todo momento —sugirió Pietro.

—Empezaré —dijo Samuel rápidamente—. De todos modos, estoy


demasiado inquieto para dormir.

—De acuerdo.

Nos dirigimos a los dormitorios y nos acostamos en los catres. Cerré los
ojos. A pesar de la satisfacción que sentía de torturar a Remo, no podía esperar a
que estuviera muerto, de modo que esto terminara definitivamente.

323

Un grito me despertó. Salté del catre, desorientado por un segundo. Pietro


encontró mi mirada desde el otro lado de la habitación. Danilo no estaba allí.

Me puse de pie de un salto y corrí hacia la sala de tortura. Maldición,


¿Remo se había escapado? Estaba herido gravemente. No podía imaginar que
tuviera la fuerza para soportar incluso levantarse.

Cuando Pietro y yo irrumpimos en la habitación, Danilo se paraba en el


centro.

Lo que vi me congeló. Serafina estaba dentro de la celda, protegiendo a


Remo con su cuerpo, su ropa empapada con su sangre.

—No deberías estar aquí, palomita. Esto no es algo para una mujer. —
Pietro intentó razonar con Serafina. No podía ver lo que Danilo y yo veíamos.

Que Serafina había elegido un bando y no era el nuestro.

—¿Dónde está Samuel? —le pregunté. No lo había visto en ningún lugar.


No podía imaginar a Serafina lastimando a su gemelo, pero tal vez había
subestimado las habilidades de manipulación de Remo y el poder que tenía sobre
ella.

Serafina metió la mano debajo de su cárdigan y sacó dos pistolas,


apuntándolas directamente a nosotros.

Apoyé la mano sobre mi propia arma, pero no podía ni atreverme


apuntarla a mi sobrina. Remo estaba luchando para ponerse de pie y no tenía un
arma.

—Samuel va a estar bien. Está noqueado detrás del sofá —dijo Serafina.

El rostro de Pietro se contrajo con la comprensión horrorizada.

—Fina, has pasado por mucho. Baja el arma.

Serafina soltó el seguro.

—Lo siento. —Me he enfrentado a muchas decisiones difíciles en mi


tiempo como Capo. Pero hoy marcaba lo peor. Saqué mi pistola al mismo tiempo
que Danilo lo hizo. Serafina apretó el gatillo y Danilo hizo una mueca,
llevándose una mano para aferrar un punto empezando a sangrar en su brazo—.
Ni un solo movimiento. 324
Remo se acercó a Serafina, y sus ojos se encontraron con los míos. Parecía
casi aturdido, como si él también hubiera sido tomado por sorpresa por los
acontecimientos.

—Solo queremos irnos. Nadie tiene que salir herido —susurró Serafina.

—Palomita —dijo Pietro con voz ronca—. No le debes nada a este


hombre. Te violó. Sé que las emociones pueden confundirse en una situación
como esta, pero tenemos personas que pueden ayudarte.

Los ojos de Serafina se llenaron de lágrimas, pero sacudió la cabeza.

Samuel tropezó entrando, luciendo aturdido.

El rostro de Serafina se retorció dolorosamente antes de mirarme.

—Por favor, déjanos irnos, tío. Esta guerra es por mi culpa, y puedo
decirte que no la quiero. No quiero ser vengada. No les robes su padre a mis
hijos. Iré a Las Vegas con Remo a donde pertenezco, a donde pertenecen mis
hijos. Por favor, si te sientes culpable por lo que me pasó, si quieres salvarme,
entonces haz esto. Déjame volver a Las Vegas con Remo. Esto no tiene que ser
una espiral infinita de derramamiento de sangre. Puede terminar hoy. Por tus
hijos, por los míos. Déjanos irnos.
Sus ojos me rogaban, pero aparté la vista y miré a Remo. Mi odio ardía
aún más brillante que nunca, comprendiendo que había tomado más de lo que
nunca anticipé.

—¿Está hablando en nombre de la Camorra?

—Sí, lo hace. Trasgrediste mi territorio, y yo trasgredí el tuyo. Estamos a


mano.

—¡No lo estamos! —rugió Samuel, dando un paso adelante,


balanceándose. Remo levantó su arma un par de centímetros y mis dedos sobre la
mía se apretaron. Una bala era todo lo que se necesitaría, pero… ¿para qué
exactamente? ¿ara convertir a Remo en un mártir por el que sus hermanos y la
Camorra entrarían en guerra? Porque matarlo no nos devolvería a Serafina.

—Secuestraste a mi hermana y la rompiste. La retorciste en tu puta


marioneta. No terminaremos hasta que esté de pie sobre tu cadáver destripado
para que así mi hermana finalmente se libere de ti.

Serafina parecía al borde de las lágrimas.

—Sam, no hagas esto. Sé que no entiendes, pero necesito volver a Las


Vegas con Remo, por mí, pero más importante aún por mis hijos.
325
—Sabía que deberías haberte deshecho de ellos —dijo Samuel. Tal vez los
gemelos habían cambiado los sentimientos de Serafina por Remo, intensificando
cualquier vínculo retorcido que compartieran. Los niños lo cambiaban todo, lo
sabía.

—Envíalos con él a Las Vegas. Son Falcone, pero tú no, Fina. Libérate de
ellos y de él. Puedes empezar una vida nueva —dijo Pietro.

Serafina sacudió la cabeza.

—Iré a donde vayan mis hijos. ¿No crees que he sufrido lo suficiente por
todos sus pecados? No me conviertas en otro peón en tu juego de ajedrez.
Libérame. —Se volvió hacia mí una vez más—. Déjennos irnos. Me fallaron una
vez, y ahora estoy perdida para ustedes. Pero, por favor, permítanme llevar a mis
hijos a una familia que va a amarlos. Permítanme llevar a mis hijos a casa. Me lo
deben.

Le había debido protección en el día de su boda y un rescate rápido, pero


esto, no le debía esto, y, aun así, sentía que sí.
—Si te permito irte hoy, serás una traidora. No serás parte de la
Organización. Serás el enemigo. No volverás a ver a tu familia otra vez. No
habrá paz con la Camorra. Esta guerra solo habrá comenzado.

—¿Y cuándo terminará esta guerra, tío?

Encontré la mirada de Remo. No se arrepentía de nada. Esta guerra entre


la Camorra y la Organización jamás terminaría, definitivamente, no mientras
viviera.

Había imaginado muchas veces cómo liberaría a Serafina al matar al


hombre que la había atormentado. Había sido mi fuerza impulsora.

Todo se desvaneció a un segundo plano, la expresión de asombro en


Samuel, la angustia de Pietro, la furia de Danilo, a medida que veía a los ojos de
mi sobrina.

Esto era por venganza. Venganza por ella. Una venganza que no quería.

Tenía que liberarla, no por ella, por Val y mis hijos, por Ines y Sofia.
Necesitábamos dejarla ir porque Serafina ya estaba perdida. Tal vez la perdimos
al momento en que Remo la capturó. Tal vez todos los meses de esperanza
habían sido un desperdicio. Serafina había hecho su elección y hoy tenía que
326
hacer la mía.

No arrastraría a la Organización a una guerra sangrienta con la Camorra


por ella, no cuando ella eligió una vida con Remo. Nino y sus hermanos tomarían
represalias si mataba a Remo. Lo habría hecho con gusto si eso sirviera a un
propósito, pero no lo haría. Serafina nunca volvería a nosotros, y sus hijos
siempre serían Falcone.

Protegería a las personas que querían mi protección, que la necesitaban


más que Serafina.

—Vete —dije con frialdad.

Danilo se estremeció, la sorpresa cruzando por su rostro sin afeitar.

—No puedes estar hablando en serio, Dante. No puedes dejarlos ir.

Entendía la ira de Danilo, su necesidad de venganza, pero ni él ni yo


podríamos conseguir lo que queríamos, hoy no, tal vez nunca.

—Libérame —dijo Serafina de nuevo.

—Vete.
—Gracias.

—No me lo agradezcas. No por eso. —Había permitido a una chica ser


dada a un monstruo hace muchos años atrás, un monstruo que no había elegido.
Aria había sobrevivido.

Serafina había elegido a su propio monstruo, su destino. Ya no era mi


responsabilidad. Muchos en la Organización estarían indignados por mi decisión,
pero era mi último regalo para mi sobrina.

Serafina y Remo se fueron.

Anna, Leonas y Val estarían más seguros ahora.

Una sensación de finalidad, de conmoción absoluta colgó en la habitación.

327
—¿Cómo pudiste hacer esto? —rugió Danilo, el desprecio retorciendo su
cara.

—La dejaste a merced de un monstruo. Nunca debiste dejarla ir —


coincidió Samuel.
328
Pietro no dijo nada, pero su expresión albergaba la misma acusación que
vi en ellos.

—Ella lo eligió por encima de nosotros. Me pidió irse.

—Debiste haberla obligado a quedarse. Debiste haber puesto una bala en


la maldita cabeza de Falcone, o dejar que lo haga si no tenías el valor para
hacerlo —murmuró Danilo. Samuel asintió, apoyándose contra la pared porque
todavía estaba débil por el tranquilizante.

—Cuidado —dije en voz baja—. Te puedo asegurar que no vacilaré en


poner una bala en tu cabeza si alguna vez me faltas al respeto otra vez, Danilo.

Danilo tragó con fuerza. Era joven, impulsado por la ira y el orgullo
herido; una combinación peligrosa.

—Prometiste que tendría mi venganza por lo que me arrebataron.


Prometiste que sería quien matara a Falcone, pero hoy lo dejaste ir. Dejaste que
nuestro enemigo se fuera de nuestro territorio. Eso es una traición a la
Organización. La Camorra habría estado debilitada sin Remo Falcone.

—La Camorra habría tomado represalias.


—¿Y ahora no van hacerlo? —preguntó Samuel bruscamente—.
Torturamos al bastardo a pocos minutos de quitarle la vida. Los Falcone atacarán
nuestro territorio una vez más.

—Probablemente, pero ahora tienen más que perder.

—Te refieres a mi hija y mis nietos —dijo Pietro en voz baja—. Lo que
me pregunto es, ¿si habrías dejado que Anna se fuera con un Falcone si hubiera
estado en el lugar de Fina?

—En este momento, Fina está bajo el control de Remo. Su poder sobre
ella es demasiado fuerte para romperlo. Se habría resentido con cada uno de
nosotros si matáramos al padre de sus hijos. Habríamos tenido un espía potencial
en nuestras propias filas. Y viste lo que hizo. Disparó a Danilo. Traicionó a la
Organización por Remo. Drogó a su propio gemelo. Si me apegaba a las reglas,
habría tenido que declararla como una traidora y luego someterla a su juicio,
Pietro. Tus hombres habrían esperado que la castigaras por lo que hizo, o habrías
perdido su respeto.

—Entonces habría renunciado a mi puesto como lugarteniente. Samuel


podría haber tomado el control.
329
—Entonces habría sido su tarea castigar a su gemela.

Samuel y Pietro intercambiaron una mirada. Ninguno de los dos habría


lastimado a Serafina, ni yo. Sin embargo, nuestro mundo era uno duro, con
consecuencias aún más duras si rompías las reglas.

—No podía permitirlo. Te necesito. La Organización necesita mantenerse


fuerte.

—Habríamos sido más fuertes con Remo muerto —dijo Danilo con
amargura—. Nos arrebataste nuestra revancha.

—Tuviste tu venganza. Lo torturaste durante dos días.

—¿Y de qué sirvió eso? El hijo de puta no gritó, no rogó por su puta vida
ni una vez. Apuesto a que ahora se ríe de nosotros —dijo Samuel.

Pietro se me acercó.

—Aún no has respondido a mi pregunta, Dante. ¿Habrías dejado ir a Anna


si amaba al enemigo?

No estaba seguro.

Pietro sacudió la cabeza.


—Hoy perdí a mi hija. Jamás la recuperaré.

Tomé su hombro.

—No sabes eso. Remo Falcone es un monstruo. Y con el tiempo se dará


cuenta de eso.

Danilo resopló.

—¿No lo somos todos?

Le envié una mirada dura. Si fuera otro día, ya estaría muerto, pero las
emociones seguían corriendo enfurecidas.

—No voy a permitir una guerra en dos frentes. La Camorra y la Famiglia


solo cooperan libremente en este momento, pero si ambos atacan con todas sus
fuerzas tendremos problemas para contenerlos.

Entramos al pasillo donde Pietro agarró su abrigo y le indicó a Samuel que


lo siguiera.

—¿A dónde vas?

—Tengo que decirle a Ines que nuestra hija se fue, que la entregaste sin 330
una buena razón.

—Regresaré a casa. ¿O me necesitas para algo más? —preguntó Danilo,


su voz tajante y sus ojos duros—. Después de todo, tengo un deber que cumplir
con la Organización.

—No —dije, luchando por mantener mis propias emociones bajo control.

Danilo se fue sin decir una palabra más, y Samuel y Pietro lo siguieron
poco después. Pasé una mano por mi cabello, mis ojos siguiendo el rastro de
sangre en el piso que Remo había dejado atrás. ¿Esto era lo mejor para la
Organización? Eso creía. Remo había dado su vida por su hermano. ¿Qué haría
por sus hijos?

Había pensado en la forma en que había mirado a Serafina cuando la


llamó “Ángel”. De alguna manera retorcida, él se preocupaba por ella y también
lo haría por los gemelos. Ahora tenía algo que perder, y eso lo haría más
moderado. Desde que Luca tenía hijos, también se había vuelto más prudente con
sus acciones temerarias.

Pero incluso si no era la mejor solución para la Organización, era la


elección que mantendría a mis hijos y a Val seguros. Siempre los elegiría por
encima de la Organización. Un día Leonas se haría cargo, pero tenía que
asegurarme que estuviera protegido hasta entonces.

Agarrando las llaves y el abrigo, me dirigí a mi auto y conduje de vuelta a


la mansión, sabiendo muy bien que sería recibido con el caos.

Una puerta se cerró de golpe, y me senté en la cama donde había estado


leyendo, incapaz de conciliar el sueño, mientras Dante estaba en la casa de
seguridad torturando a Remo. Me deslicé de la cama y me puse una bata encima.
Me acerqué cuando sonó un grito femenino: Ines.

Me congelé en la escalera ante la escena desarrollándose ante mis ojos.


Ines estaba aferrando la camisa de Pietro, sacudiendo la cabeza. Su cabello era un
desastre y su rostro frenético. 331
Sofia, Anna y Leonas bajaron los escalones a hurtadilla, pero se cernieron
cerca de mí, obviamente tan confundidos como me sentía.

—¿Qué está pasando? —pregunté.

Samuel me lanzó una mirada fulminante.

—¡Dante dejó ir a Remo!

Bajé las escaleras.

—¿Por qué haría eso?

La puerta se abrió y Dante entró, como si hubiera salido directamente de


un campo de batalla.

—Pregúntale —espetó Samuel.

Dante entrecerró los ojos.

Ines se tambaleó hacia Dante, con la acusación grabada en su rostro.

—¿Le entregaste a mi hija al hombre que la violó?


—Ines —dijo Dante en voz destinada a aplacarla, su mirada descansando
brevemente en los niños—. Serafina lo eligió. Ella lo ayudó.

Ines levantó el brazo y golpeó a Dante en la cara. Leonas jadeó a mi lado.


Anna y Sofia observaban con la boca abierta y mi propio cuerpo se congeló de
horror.

Pietro la agarró de la muñeca rápidamente y la atrajo hacia él, pero su


expresión también estaba llena de furia hacia Dante.

—¡Está confundida! Debiste haberla detenido. Me robaste a mi hija. La


entregaste.

Las lágrimas se deslizaban por la piel de porcelana de Ines.

—Hice lo que pensé que era lo mejor —dijo Dante como si Ines no
acabara de abofetearlo.

—¿Para quién? —siseó Ines con dureza, haciendo un gesto hacia Anna—.
¿Para tu hija?

Dante simplemente la miró.

—¿Qué hay de los gemelos? —pregunté.


332
—Se los llevó con ella —murmuró Samuel.

—Entonces, ¿no fue su elección?

Dante dio una pequeña sacudida de cabeza, queriendo mantenerme fuera


del conflicto, pero no lo dejaría enfrentarse a su cólera solo.

Ines me dio una sonrisa triste.

—Por supuesto, lo apoyas incluso cuando sacrifica a mi familia.

—Deja a Val fuera de esto —espetó Dante.

Ines comenzó a temblar.

—Fuera de mi casa. Todos ustedes.

Parpadeé.

—Mamá —comenzó Sofia, pero Ines se abalanzó hacia Dante y empujó


contra su pecho.

—¡Fuera. De. Mi. Casa!


—Ines… —Dante lo intentó de nuevo, pero ella sacudió la cabeza y se fue
furiosa.

—Vete —dijo Pietro.

Dante enderezó los hombros y asintió. No estaba segura de lo que estaba


ocurriendo, completamente aturdida y abrumada.

—Busquen sus cosas —les dije a Leonas y Anna. Ellos dudaron, pero los
empujé y finalmente se movieron.

Los seguí rápidamente y me puse jeans y un jersey sobre mi camisón,


luego me puse las zapatillas sin medias. Me apresuré a salir, agarrando mi bolso
de noche.

—¡Leonas, Anna!

Se unieron a mí un momento después, pareciendo completamente


aterrados.

—¿Qué está pasando? —preguntó Anna.

Sacudí mi cabeza. No estaba segura.


333
Cuando llegamos al vestíbulo, Pietro sostenía abierta la puerta delantera
como si no pudiera esperar que saliéramos de su casa lo más rápido posible.
Santino esperaba en los escalones delanteros mientras Taft y Enzo se
encontraban dentro de dos autos.

Ines y Samuel no estaban a la vista.

Sofia estaba presionada contra el costado de Pietro, y se me rompió el


corazón cuando Anna y ella abrazaron con fuerza, como si esta fuera la última
despedida. No lo era. No podía serlo.

Tomé la mano de Dante, necesitando mostrarle mi apoyo. Él apretó


ligeramente.

—Espero que pronto entiendas mi decisión.

Pietro sostuvo a Sofia aún más fuerte contra su costado.

—Entiendo, Dante. Protegiste a tus propios hijos y entregaste a uno de los


nuestros. No es la primera vez.

No estaba segura a qué se refería.

Salimos y Pietro cerró la puerta.


Tomé a Anna con mi mano libre y Dante agarró la mano de Leonas, y
juntos nos dirigimos hacia nuestro auto.

No miré hacia atrás, no estando dispuesta a hacer que esto se sintiera


como una verdadera despedida.

Condujimos un rato antes de que Leonas hablara desde el asiento trasero,


sonando confundido.

—¿Por qué permitiste que el tío Pietro nos echara? Esta es también tu
ciudad.

Dante asintió, sin apartar los ojos de la calle. Parecía exhausto.

¿Cuánto tiempo había estado despierto?

—Lo es, pero es el hogar de Pietro, es su familia, e incluso como Capo


tengo que respetar eso, y sobre todo, como parte de su familia. Necesitan tiempo
para afligirse.

—Pero Fina no está muerta —susurró Anna.

—No, no lo está —dijo Dante—. Pero está perdida para nosotros.


334
Anna se mordió el labio, mirando por la ventana.

—Sofia dijo que Fina está enamorada de Remo, y que quiere criar a los
gemelos con él.

—Eso no es amor —dijo Dante.

¿No lo era? Tal vez un amor retorcido, pero el amor a menudo venía con
dolor y sacrificio. No sabía lo que sentía Fina, y mucho menos lo que ocurría con
Remo Falcone, pero no compartía la certeza de Dante.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque Serafina no es la misma, no en este momento. Si lo fuera, no


habría traicionado a su familia, su crianza, simplemente todo por un hombre
como Remo Falcone.

Toqué su muslo. Los ojos de Anna estaban completamente abiertos y sin


comprender.

Esto era difícil para todos. No quería inquietarla aún más.

Dante se aclaró la garganta y su expresión se suavizó.

—¿Volveré a ver a Sofia? —preguntó Anna en voz baja.


Me giré en mi asiento con una sonrisa.

—Por supuesto.

Dante no dijo nada.

Permanecimos en estado de conmoción después de que Serafina se fue con


Remo. Una parálisis más fuerte y persistente que después de su secuestro, porque
se sintió más permanente. Cuando Remo había secuestrado a Serafina, habíamos
estado seguros que la recuperaríamos, que haríamos todo lo posible para traerla
de vuelta a casa. Esta vez, una sensación de pérdida definitiva permaneció
aferrada en nuestras mentes y corazones. Una que incluso la esperanza más audaz
no podría disipar.

Nuestra familia estaba rota. Por primera vez, me preocupaba que no


fuéramos capaces de solucionarlo.

Ines y Pietro nos habían echado de su casa. Ines y Samuel ni siquiera se


335
habían despedido. Podía sentir el dolor de Ines casi como el mío. Perdió a su hija,
no por muerte pero el resultado final podría ser el mismo. Solo pensar en perder a
Anna convertía mi corazón en hielo. Dante había aumentado las medidas de
seguridad. No permitiríamos una repetición como tal. Anna estaría a salvo
incluso si la jaula dorada se hubiera vuelto aún más pequeña, incluso más
opresiva. Su seguridad era la máxima prioridad de Dante. Santino era ahora su
sombra constante.

Llegamos a Chicago muy temprano en la mañana y Dante había


desaparecido en su oficina de inmediato, sin dormir después de las horas
conduciendo, y no había emergido desde entonces. Llamé, esperando su
respuesta. Gabby le había llevado unas cuantas tazas de café, pero no había
comido nada.

—Adelante.

Sonó cansado y cuando entré, descubrí que también lo parecía.

Se inclinaba sobre su escritorio, su cabello desordenado, una rara visión y


una señal de su agitación interna. Cerré la puerta detrás de mí y miré a mi esposo
durante mucho tiempo, preocupándome profundamente por él. Al final, levantó
la vista, con una mirada de absoluta preocupación en sus ojos. Le mostré la
bandeja con pan y queso.

—Tienes que comer.

Sus ojos me siguieron a medida que me acercaba a él, intentando ocultar


mi propia ansiedad. Dante me había pedido que no le ocultara mis sentimientos,
pero en este momento, me necesitaba fuerte. El peso descansando sobre sus
hombros ya era demasiado pesado para él. Había llamado a Bibi por la tarde para
que me actualizara sobre el estado de ánimo actual en la Organización. Dario
estaba bien conectado como abogado de la Organización. Decir que todos
estaban confundidos por completo habría sido un eufemismo.

—No estás solo. Aquí estoy. Háblame. No te retraigas, no me alejes.

Dante se reclinó en su silla con un suspiro.

—No te estoy alejando, Val. Eres mi salvavidas. Tú y nuestros hijos.

Tomé su hombro y él me sorprendió al empujarme a su regazo. El último


año había sido duro, casi insoportable. Necesitábamos encontrar nuestra salida de
la oscuridad que nublaba nuestra vida en este momento.
336
—Saldremos de esta juntos.

Dante asintió lentamente.

—Espero que Ines, Pietro y Samuel me perdonen con el tiempo.

—Hiciste lo correcto.

—¿Lo hice? —Sus ojos parpadearon con la duda y peor aún con la
culpa—. Aparté a Serafina de su familia. Le permití irse a un futuro incierto. Los
Falcone son impredecibles en el mejor de los casos. Son unos lunáticos. Solo
conocí a su padre Benedetto una vez y créeme, cualquier hijo suyo debe estar
trastornado.

—Ella lo eligió, Dante. No es una niña.

—Lo sé, pero es difícil admitir que los niños acaban sobrepasando las
reglas que establecemos para ellos.

—¿Por qué no comes y te acuestas después un rato?

Dante sacudió la cabeza.

—Invité a tus padres para la cena. Necesito hablar con tu padre. Tenemos
que hacer planes para asegurar el poder de la Organización.
Suspiré y besé su mejilla.

—Al menos, come algo.

Dante tomó un trozo de queso y se lo metió en la boca. Me puse de pie


pero Dante tomó mi mano.

—Quiero que estés presente cuando hable con tu padre.

—Está bien —dije lentamente. Él asintió brevemente. Salí con una sonrisa
alentadora, dejándolo con sus pensamientos.

Leonas corrió hacia mí.

—¿Ricci y R.J. pueden venir mañana?

—¿RJ? —pregunté.

—Es el nuevo apodo de Rocco. Suena mucho mejor.

Le revolví el cabello a Leonas.

—¡Mamá! —dijo indignado, alejándose de mis dedos—. ¡Mi cabello!

Me reí. ¿Hoy en día la fase vanidosa comenzaba tan temprano? Dios, 337
estaba creciendo muy rápido, y también Anna. Un anhelo profundo me inundó,
por otro bebé, otro pequeño humano para cuidar y recordarnos la belleza de la
vida y nuestro futuro brillante. Porque todavía creía en ello: un buen futuro.

—Por supuesto que pueden. —Había estado preocupada de cómo la


situación de Rocco padre afectaría la amistad de Leonas con los hijos del
hombre, pero por suerte no lo había hecho. Después de todo, su falta de
compasión paterna tenía algo bueno. Leonas sonrió, se peinó el cabello y volvió a
alejarse corriendo. Casi nueve. Tenía que organizar su fiesta de cumpleaños,
incluso si se sintiera como si estuviéramos atrapados en un momento de duelo.
La vida tenía que continuar, especialmente por nuestros hijos.

Dante y yo habíamos estado intentando quedar embarazados durante dos


años. No había funcionado. Incluso había considerado tener un tratamiento
hormonal, pero con todo lo que había estado sucediendo, no quería empujar mi
cuerpo más allá de lo necesario. Tal vez tenía que aceptar que estaba demasiado
vieja, incluso si muchas mujeres tenían hijos más allá de los cuarenta y solo tenía
treinta y seis.

Bajé al sótano, pasé por nuestra habitación de pánico y recogí la caja con
adornos navideños. Aún no había encontrado tiempo para ponerlos, pero ahora
que habíamos regresado a Chicago para bien, quería crear un espíritu navideño.
Después de rebuscar a través de la decoración, llamé a Anna y Leonas hasta
abajo. Anna había pasado la última hora al teléfono con Luisa y ya ni siquiera
parecía abatida.

—Pero aún no tenemos árbol —dijo Anna pensativa, mientras levantaba


uno de los adornos de vidrio delicados.

—Tienes razón. Mañana mismo conseguiremos uno. Por ahora, vamos a


decorar el resto de la casa. ¿Qué tal si adornas todas las chimeneas?

Anna y Leonas tomaron algunos artículos y corrieron hacia la chimenea en


la sala de estar donde comenzaron a intercambiar ideas sobre la mejor
decoración. Los observé por un momento, mi corazón conmoviéndose.

Unos minutos más tarde, sonó el timbre y Gabby se apresuró hacia la


puerta principal. Zita ya no eran tan ágil, se estaba haciendo vieja, y por eso,
Gabby había estado encargándose de la mayor parte de sus deberes.

Mis padres entraron. Papá también se había vuelto completamente canoso


y las arrugas en su rostro se habían convertido en surcos profundos, pero mamá
se encargaba de vigilar su estricto régimen alimentario y, por lo tanto, todavía
estaba en forma para estar a mediados de los sesenta. Mamá seguía tiñéndose el 338
cabello de castaño, demasiado vanidosa para dejarse ver ni una cana. Sonrió
cuando me vio, a pesar de la ansiedad en sus ojos, y se apresuró hasta mí. Nos
abrazamos más de lo habitual.

—Estoy tan contenta de que volvieran.

Papá también me abrazó y besó mi frente.

—¿Cómo está todo el mundo?

—Los niños están colocando la decoración navideña, y Dante está en su


oficina.

Papá asintió con una expresión solemne.

—Mamá, ¿puedes ayudar a Leonas y Anna? Papá y yo tenemos que hablar


con Dante.

Mamá asintió y se apresuró hacia la sala de estar.

Papá evaluó mi cara.

—Confía mucho en ti. Y eso es absolutamente correcto. Eres inteligente y


sensible.
—No voy a convertirme en Consigliere —dije con firmeza,
sorprendiéndome, pero no a papá. Había fantaseado con la posición de vez en
cuando, pero después de todo lo que había sucedido con la Camorra, me di
cuenta que no quería ser parte de las decisiones de esa forma. No quería ser
responsable de adolescentes siendo torturados, de todas las otras cosas horribles
sucediendo en esta guerra. Aún le daría mi opinión a Dante si la buscaba, e
incluso si no, pero eso sería todo.

Papá asintió.

—Es lo mejor, Val. De todos modos, este no es el mejor momento para


ese tipo de cambio, y preferiría no tenerte involucrada en todo lo que hacemos.
Las mujeres deberían estar a salvo. Cuanto más te involucras, más te atacan
nuestros enemigos.

Fina no había estado involucrada y aun así había sido atacada, pero estuve
de acuerdo con mi padre en última instancia.

—Creo que eso significa que tendrás que vivir para siempre de modo que
puedas aconsejar a Dante.

Papá se rio. 339


—Esta desagradable dieta baja en carbohidratos y carne blanca con la que
tu madre me tortura tiene que ser buena para algo. —Se detuvo—. Aún quiero
ver crecer a mi tercer nieto, ¿o Dante y tú se han dado por vencidos?

Me mordí el labio. No lo habíamos discutido desde hace un tiempo, pero


tampoco habíamos tomado contramedidas.

—No, pero tal vez no está destinado a ser. —La tristeza sonó en mi voz,
delatando mi falta de aceptación en el asunto.

Papá tomó mi mejilla.

—Quizás ahora sea el momento perfecto. Todos necesitamos algo bueno.

Asentí, pero no dije nada. Nos dirigimos hacia la oficina de Dante y


entramos después de llamar. Dante parecía menos agitado que antes y se alzaba
con una expresión compuesta cuando estrechó la mano de mi padre. Su máscara
estaba en su lugar, impenetrable y fuerte.

—¿Cómo está el estado de ánimo en general? —preguntó Dante a medida


que nos instalábamos en los sillones frente a la chimenea.

Papá se encogió de hombros.


—Divididos. Muchos se alegran que te deshicieras de los gemelos
Falcone. Sabes lo preocupada que estaban las personas de que su aspecto atrajera
la atención de Remo con el tiempo, y atraer la atención de ese hombre nunca es
bueno. Era mejor deshacerse de ellos y de él. Una escalada en la guerra contra la
Camorra y la Famiglia es algo que muchos quieren evitar a toda costa.
Afortunadamente, los lugartenientes parecen balancearse hacia esa opinión. —
Suspiró—. Y por supuesto, están los otros. Las personas que piensan que debiste
haber matado a Remo y haber dirigido ataques contra la Famiglia y la Camorra.

Dante asintió pensativamente.

—Asumo que Pietro y Danilo están entre ellos.

—Probablemente, pero tampoco han hecho pública su opinión sobre el


asunto. Son de la familia, o van a ser de la familia en el caso de Danilo. Esa es
una ventaja.

—Pietro no va a despotricar delante de los demás —dije. Incluso si Ines,


Samuel y Pietro estuvieran desconsolados e incluso culpaban a Dante por ello,
seguían siendo de la familia y ninguno de ellos era propenso a arrebatos
emocionales por venganza.
340
—Es un hombre leal —dijo Dante, con una pizca de arrepentimiento
aferrándose a su voz.

—Lo es —coincidió papá—. Tengo que ser honesto. Incluso las personas
que piensan que tomaste la decisión más inteligente se preocupan. La Famiglia y
la Camorra unirán fuerzas, ahora más que nunca, para destruirnos y dividir
nuestro territorio.

—Luca tiene que proteger a Marcella y Amo. Remo ahora tiene a Nevio y
Greta. ¿En serio creen que permitirán que esta guerra se intensifique? —dije.

Dante se pasó los dedos por su cabello, sus labios tensándose.

—Dudo que Luca aumente sus esfuerzos. Remo es difícil de leer, aunque
probablemente también lo pensará dos veces antes de arriesgarse a algo.

—¿Hay alguna forma en que podamos separarlos? ¿Provocar una


disidencia entre Remo y Luca?

Papá se rio.

Dante también sonrió amargamente.

—Su unión es de conveniencia. Luca y Remo no son aliados o amigos,


están ignorándose entre sí temporalmente. Así que, no se necesita mucho para
hacer que vuelvan a atacarse mutuamente. —Dante miró por la ventana durante
un momento antes de continuar—. No voy a provocar un conflicto entre ellos, no
de momento. Podríamos quedar atrapados entre sus frentes y no haré las paces
con ninguno de ellos.

Temía que ese fuera el caso.

—¿Cómo vamos a ganar esta guerra?

—No podemos ganar —respondió Dante—. No creo que ninguno pueda


ganar.

Intercambié una mirada confusa con papá.

—Entonces, ¿qué? —preguntó.

—Nuestro objetivo debe ser hacernos intocables. La Camorra y la


Famiglia pueden seguir siendo nuestros enemigos, siempre y cuando duden en
actuar en consecuencia, no me importa.

Ladeé la cabeza.

—¿Cómo vamos a hacernos intocables? ¿Con aliados nuevos? Pero


incluso entonces, serían dos contra dos mientras la Camorra y la Famiglia
341
trabajen juntas.

—La Unión Corsa no va a arriesgarse a ser arrastrados en nuestra guerra,


y no puedes considerar una unión con la Bratva, ¿verdad? —preguntó papá a
Dante, horrorizado.

Dante hizo un sonido despectivo.

—Incluso si la Bratva pudiera estar abierta a una cooperación floja ahora


que su pacto de no agresión con Falcone se ha roto, lo cual dudo, no tengo
absolutamente ningún interés en cooperar con Grigory. Son tan malos como la
Camorra. Nuestros valores son mundos aparte.

Pocas cosas eran intocables. La policía, en su mayor parte. Los


sobornábamos, amenazábamos a algunos, pero no los atacábamos. Mientras no
los atacáramos y les pagáramos lo suficiente, ignoraban nuestra presencia,
excepto por el arresto ocasional de soldados o nuestros traficantes de drogas. Mis
cejas se fruncieron. ¿Qué tenía en mente a Dante?

—Giovanni, aquí es donde entran en juego tus contactos, y tú también,


Val serás vital para mi plan.

—¿Mis contactos? —preguntó papá.


—Sí, sabes cómo presentarte en ciertos círculos. Ese es el tipo de hombre
que necesito a mi lado.

Papá entrecerró los ojos pensando.

—¿Qué tipo de círculos?

Pero ya lo había comprendido. Cuando administraba el casino, mi trabajo


principal había sido el de charlar con los políticos y sus esposas. Los hombres
eran buenos clientes en nuestros burdeles y casinos, y muchos de ellos
disfrutaban de un descuento en cocaína o heroína. A sus esposas les encantaban
las fiestas que organizábamos, la emoción de lo prohibido y, más importante aún,
nuestros fondos casi ilimitados.

—Juegas al golf con senadores y el alcalde. Siempre has logrado mantener


al mínimo los rumores más bajos sobre tu familia. Eres el hombre que me
ayudará a llevar a la Organización a una cooperación nueva.

La comprensión se reflejó en el rostro de papá.

—Quieres poner un pie en la escena política.

—Sí, creo que debemos hacernos aún más indispensables para la élite 342
política en nuestra ciudad y estado. Eres amigo de algunos senadores.

—Serán cautelosos con eso de estar asociados con el crimen organizado.


No es algo que les consiga puntos extras en las elecciones.

—A diferencia de la Camorra y la Famiglia, hemos sido cuidadosos. Si


bien existen especulaciones circulando por ahí, no pueden vincularnos a ningún
escándalo. Y se avecinan las elecciones. Estoy seguro que conoces a unos
cuantos senadores ambiciosos esforzándose por ser más. Los ayudaremos a
alcanzar las estrellas si ellos también nos ayudan.

—Si tenemos más amigos en la élite política, eso podría protegernos de


los ataques —dije.

—Y también podría ser bueno para los negocios, contratos lucrativos,


legalización de ciertas formas de juego —reflexionó papá.

Dante asintió.

—Así es. Quiero preparar a la Organización para el futuro, y creo que


nuestro camino es mezclarnos aún más, parecer como ovejas y esconder al lobo
dentro.
—Voy a empezar a probar las aguas. Mañana juego golf con el señor
Clark. Tal vez él pueda hablar con su hijo.

—¿Su esposa es de ascendencia italiana?

Papá asintió.

—Todos los años se van de vacaciones a Italia. Tienen una mansión a


orillas del lago Como.

—Costará convencerlos. A muchos de mis hombres más antiguos no les


gustará esta nueva dirección que estoy tomando —dijo Dante.

Sonreí, sintiendo una nueva sensación de esperanza.

—Vas a convencerlos.

343
N
unca había visto el atractivo de jugar al golf. Si quería alcanzar
un objetivo, disparaba mi arma, si quería esforzarme, elegía un
deporte que de hecho aumentara mi ritmo cardíaco, y si quería
participar en negociaciones comerciales, prefería sentarme y hablar sin ninguna
distracción.

Sin embargo, me encontraba en un campo de golf a principios de


primavera con Maximo Clark, Giovanni y el viejo Clark padre. Nos dedicamos a
charlar sin sentido por un tiempo, como era costumbre en esos círculos, incluso si
quería ir al grano. Tenía cosas más importantes que hacer. 344
La familia Clark había sido un participante importante en el juego político
durante décadas. Eran de la realeza política. Clark padre, quien había sido
senador antes que su hijo, tenía una inclinación por nuestros casinos clandestinos
y las chicas de cortesía. Su hijo, el senador actual, era una nuez más difícil de
roer. Incluso si su primer nombre era italiano, gracias a su madre, tenía cuidado
de intensificar los contactos con la Organización.

—¿Quieres ser gobernador?

Maximo Clark se apoyaba en su palo de golf, con una pizca de sospecha


en su rostro. Era un político nato, un insidioso y oportunista. No confiaba en él y
él no confiaba en mí.

—De hecho, sí.

—Tus posibilidades son buenas —dijo Clark padre—. Solo necesitamos la


campaña correcta para darte un empujón.

—Las buenas campañas son caras —dijo Maximo.

—De hecho, lo son —coincidió Giovanni.


Odiaba andar por las ramas, todas estas pistas veladas. Les di una sonrisa
tensa, sofocando mi molestia.

—El dinero no es un problema.

Maximo sonrió, con dientes afilados y condescendencia.

—Puede convertirse en un problema si deriva de las fuentes incorrectas.

—Es una cuestión de interpretación lo que es determinado una fuente


incorrecta —dije—. Tenemos conexiones cercanas con el lobby de armas. Son
uno de sus patrocinadores principales si no me equivoco, y algunas personas
podrían argumentar que su dinero también es dinero de sangre. —Le enseñé mis
dientes, dejando de jugar limpio.

Su sonrisa se volvió más tensa.

—Asumo que estás esperando por ¿una legislación favorable, influencia y


amnistía de vez en cuando?

—Eso, y participación. Queremos formar parte de la atención pública, de


sus círculos sociales. Necesitamos la luz.

—Es mejor dejar algunas cosas en la oscuridad —dijo Maximo.


345
—Así es. —Entrecerré los ojos. Tal vez no visitaba nuestros
establecimientos, pero su padre y hermano lo hacían. Sería una mala prensa para
él si se corriera la voz. Sin importar cuán blanco sea su chaleco, la suciedad de su
familia se pegaría a él.

Conocía muy bien las amenazas veladas.

—Me gustaría tener a uno de los nuestros en el Senado, para realmente


solidificar nuestras conexiones a largo plazo.

Maximo alzó las cejas.

—¿Tú?

Sonreí. Mi nombre y mi rostro eran demasiado conocidos, y estaban


demasiado vinculados a iniciativas más sórdidas.

—No. Dario Fabbri es una buena opción. Es uno de los abogados más
capaces en Chicago como seguramente sabes.

Los ojos de Maximo permanecieron cuidadosamente en blanco.

—Tendré que pensar en ello.


—Hazlo —le dije, luego miré mi reloj—. Ahora tengo que irme. Que
disfruten. —Asentí hacia Giovanni y Clark padre antes de darle a Maximo otra
sonrisa dura.

Para el momento en que entré en el vestíbulo de nuestra casa, Val se


dirigió hacia mí, con la curiosidad reflejada en su hermoso rostro. Se veía
deslumbrante con una falda lápiz ajustada y una blusa de seda metida en la
estrecha cinturilla.

La besé.

—Te ves hermosa.

Val sonrió tristemente, dándose la vuelta para que así pudiera ver que la
parte superior de la cremallera de la falda estaba abierta.

—Esta es la última vez que la uso por un tiempo. Me queda demasiado


apretada. Incluso la lycra solo puede ceder a cierto límite.
346
Coloqué mi palma gentilmente contra su bulto, todavía maravillándome de
este milagro. No había esperado otro bebé. Lo habíamos intentado durante
mucho tiempo, pero entonces sucedió como una señal de arriba en el peor
período de nuestra vida: un rayo de esperanza. Nuestro bebé milagro.

—¿Cómo estás?

Val cubrió mi mano con la de ella.

—Estamos bien. Es inquieta, se mueve más cada día.

—Solo cuatro meses más.

—Basta de mí, dime cómo te fue.

Mi humor cayó.

—¿Tan mal?

—No mal, pero Maximo Clark es una víbora. Se está resistiendo.

—Necesita nuestro dinero si quiere financiar sus campañas.


—Nuestros fondos facilitarán las cosas. Sin embargo, igual podría estar
bien sin ello.

Val frunció los labios.

—¿No puedes presionarlo?

Me reí.

—El chantaje siempre es una buena opción, pero podría ser un mal
comienzo para nuestra cooperación y no tiene ningún esqueleto en su armario.
Chantajearlo con las actividades nocturnas de su padre o hermano podría
perjudicar su reputación o podría hacer que se vea como el rey noble.

—Todo el mundo tiene esqueletos en su armario —murmuró Val—. Y me


he encontrado con su esposa un par de veces. Lo único que busca es el brillo, el
glamour. No deja de hablar sobre la familia real británica. Sueña con ser de la
realeza, con ser parte de una sociedad de las que otras personas solo puedan
hablar. Está fascinada con nuestras tradiciones, nuestras bodas. Para ella, esto es
como uno de sus romances históricos hecho realidad.

—¿Me parece que tu almuerzo con ella salió bien?


347
La expresión de Val se volvió diabólica.

—Así fue. Por supuesto, le dije todo lo que quería escuchar. Estuvo
absolutamente enamorada con nuestros matrimonios arreglados. Piensa que es
simplemente absolutamente romántico, como algo sacado de una obra de
Shakespeare. —Val imitó la cadencia entusiasta de la mujer.

—Romántico. Ese es un enfoque nuevo —dije a medida que nos dirigimos


a mi oficina. Nos acomodamos en mi sofá, mi brazo sobre los hombros de Val.

—Por lo que deduje, su matrimonio con Maximo deja bastante que desear.

Me animé ante eso.

—¿Tiene una aventura?

—No mencionó nada. No es tan cabeza hueca. Sabe cómo mantener un


frente público perfecto.

Acaricié la rodilla de Val que la hendidura en su falda había revelado.

—Qué lástima.

La expresión de Val se tornó reflexiva.


—Pero, sus palabras me hicieron pensar. —Vaciló y luego sacudió la
cabeza—. Tal vez mi cerebro está abrumado por las hormonas del embarazo.

Me giré hacia ella por completo.

—¿Qué piensas?

—Anna y Leonas tendrán matrimonios arreglados. —Buscó mis ojos y


entonces comprendí, y mi primera reacción instintiva fue negarme.

—¿Estás sugiriendo casar a Anna con el hijo de Maximo Clark? —A


pesar de mi mejor intención, mi voz tembló protectoramente.

Val se mordió el labio.

—Es una opción. Sé que un matrimonio tradicional arreglado no es común


en el mundo exterior, pero las élites políticas también se casan entre sí a menudo.
—Me había encontrado con los hijos de Maximo Clark un par de veces. Tenía
tres. Su hijo mayor Clifford tenía la edad de Anna, sus hijas gemelas unos años
más jóvenes. Eran educados, criados para comportarse en público.

—Estaría más segura en un matrimonio con un forastero, y si nuestros


hijos se casaran con las familias políticas más importantes de la ciudad, ayudaría 348
a consolidar nuestros contactos.

Intenté considerar esto desde un punto de vista lógico, pero cuando se


trataba de Anna, la objetividad era difícil de conservar.

—Se conocen entre sí. Van al mismo club de tenis —dijo Val—. Podría
hablar con Anna si quieres que se encargue de las cosas.

Suspiré.

—Pensar en prometerle a Anna a alguien hace que me hierva la sangre.

—No puede seguir siendo nuestra niña para siempre. Cumple trece años
en septiembre. Está creciendo.

—Lo sé. —Val tampoco parecía demasiado feliz ante la perspectiva de


una posible unión entre Anna y el chico Clark—. No pareces muy convencida.

Val sonrió extrañamente.

—Solo estoy un poco emocional. Quería un matrimonio por amor para


nuestros hijos.

—Nuestro matrimonio arreglado terminó en un matrimonio por amor, y lo


mismo pasó con Ines y Pietro. Es posible.
—Lo es, por supuesto, pero aun así.

—Vamos a mantener tu plan en mente por ahora y aún no lo compartamos


con nadie. En primer lugar, quiero esperar la decisión de Maximo con respecto a
una cooperación. Si se niega a establecer conexiones comerciales y sociales más
fuertes con nosotros, ciertamente no aceptará un vínculo entre nuestros hijos.

Val apoyó su cabeza contra mi hombro.

—Hoy hablé con Ines.

Me tensé.

—¿Y? —No había hablado con mi hermana desde que nos echó de su
casa.

Pietro y yo habíamos llegado a un entendimiento tentativo, e incluso


Samuel había entrado en razón para mi sorpresa, pero Ines aún lloraba la
ausencia de Serafina.

—Preguntó por el bebé, y cuándo volvería a visitarlos Anna.

—¿Qué dijiste?
349
—Le dije que Anna los visitará la próxima semana.

Anna comenzaría la escuela privada este año por primera vez en su vida.
Había insistido y no pude negárselo por más tiempo. Luisa y ella ya no querían
seguir siendo educadas en casa.

—Sugerí que podíamos vacacionar juntos este julio en Great Lakes.

Mi pecho se apretó.

—¿Y? —Intenté mantener mi expresión neutral, incluso si era inútil. Val


sabía que la negativa de Ines a hablar conmigo me afectaba profundamente.

Val tocó mi pecho.

—Estuvo de acuerdo. Pero sugirió la cabaña Mione en el Condado de


Barron.

—Bien.

—Sí.

Como de costumbre, la sonrisa cálida de Val me tranquilizó como pocas


cosas en este mundo podían hacerlo.
Pietro, Ines, Samuel, y Sofia habían llegado hacía dos días a la casa
vacacional de los Mione y ya se habían instalado. El Range Rover de Pietro
estaba estacionado frente a la cabaña de madera de dos pisos. No había visto a
Ines en siete meses, y no podía negar que sentía un atisbo de temor por nuestro
primer encuentro. Leonas y Anna saltaron del Mercedes al momento en que nos
detuvimos; Anna corrió hacia la casa y Leonas bajó al embarcadero conduciendo
al lago. Val se echó a reír y luego, se levantó del asiento torpemente, acunando
su vientre e inclinando la cabeza hacia el cielo para encontrarse con el sol.
Presioné mi palma en su espalda baja, luego les di a nuestros guardaespaldas un
breve asentimiento. Podrían instalarse en la casa de guardia cercana.

—¡Leonas! Primero saluda —llamó Val. Leonas se apartó del agua con
evidente reticencia y corrió en nuestra dirección. Pasó junto a nosotros y atravesó
la puerta principal que Anna había dejado abierta—. Solo presenciar su energía
me desespera —dijo Val con una sonrisa—. Espero que Beatrice sea una niña
tranquila. No nos estamos haciendo más jóvenes. 350
Escuchar a Val decir el nombre de nuestra hija por nacer me llenó de
tranquilidad y alegría. Lo hacía desde el primer momento en que lo decidimos.
Lo que me hacía feliz era el significado del nombre. No podía haber sido más
apropiado. Entró en nuestras vidas cuando todo estaba en ruinas y parecía que
habíamos llegado a un punto muerto y nos mostró que el futuro aún tenía muchas
maravillas y oportunidades.

—Eres joven —dije, acariciando su espalda.

Val me dio una mirada divertida. Luego su expresión se volvió tensa


cuando entramos en la cabaña y seguimos las voces hacia la gran sala de estar
con las ventanas del piso al techo intercalando una chimenea entre ellas y una
majestuosa vista sobre el lago. Sin embargo, hacía demasiado calor afuera para
encender el fuego.

Anna y Sofia se acurrucaban juntas en el sofá, hablando animadamente, y


Leonas le mostraba su nuevo cuchillo suizo a Samuel. Pietro tenía su brazo
alrededor de Ines. Mi hermana había perdido peso. Sus ojos se encontraron con
los míos.

Miró a Pietro, quien frotó la parte superior de su brazo para alentarla. Ines
se acercó a nosotros. Le sonrió a Val y tocó su vientre.
—Dios mío, estás tan grande.

—¡Lo sé! —dijo Val, y entonces envolvió a Ines en un abrazo.

Fui hasta Pietro y estreché su mano como la de Samuel.

—Ya te perdonó —dijo en voz baja.

Volví a mirar a Val e Ines.

—¿Por la boda?

La boda entre Remo Falcone y Serafina un par de meses atrás había sido
el escándalo del año.

—Ya te había perdonado antes de eso, pero el orgullo Cavallaro le


impedía admitirlo —dijo Pietro.

Ines me miró y, por un momento, ninguno de los dos se movió. En el


pasado había sido siempre Ines la que dio el primer paso, superando su orgullo
con más facilidad que yo, pero esta vez yo me acerqué a ella. Val retrocedió y
saludó a Pietro y Samuel.

—Ines —dije en voz baja—. Me alegra que accedieras a que nuestras 351
familias pasen las vacaciones juntas.

Ines puso los ojos en blanco.

—No suenes tan oficial, como si apenas fuéramos conocidos.

—En los últimos meses apenas fuimos más que conocidos —dije.

Ella asintió.

—Ya no estoy enojada contigo. Aún estoy enojada con la situación, pero
no contigo.

No dije nada. Ines se acercó y me abrazó.

—Vi las fotos. Fina se veía tan feliz en ellas. No entiendo. Nunca lo haré.

Toqué su espalda.

—Tampoco yo.

Samuel había tomado un par de fotos, mientras asistía a la boda. Había


sido un movimiento arriesgado, uno que insistió en hacer. Estaba seguro que los
sentimientos de Remo, cualquiera que fueran su naturaleza, lo protegerían, y lo
hicieron. Samuel había regresado ileso y con ideas interesantes sobre la dinámica
del clan Falcone.

Se mantuvo fiel a su palabra y no fue a mis espaldas, aunque podía


suponer lo difícil que debió haber sido para él admitir que Fina lo había
contactado. Tal vez lo habría mantenido en secreto si Remo no se hubiera
acercado también a él.

Era un misterio para mí lo que ocurría en su cerebro retorcido, y ya no


desperdiciaría más tiempo en eso. Aunque la guerra con la Famiglia y la Camorra
seguía fortaleciéndose, todos recurriendo en ataques obligatorios contra nuestros
camiones de entrega o puestos de avanzadas, de momento. Pero era un respiro
que no duraría para siempre.

Todos teníamos algo que perder. Esposas, hijos.

Ines se apartó.

—Estoy feliz por ti y Val. No puedo espera para sostener a mi sobrina en


mis brazos. —Sonrió con valentía—. ¿Y qué escuché sobre ti teniendo
ambiciones políticas?

—Yo no. No soy bueno adulando a otros.


352
—Prefieres dar órdenes y hacer que obedezcan.

Ladeé la cabeza.

—Pero estamos haciendo esfuerzos para establecer vínculos con la élite


política.

—Es solo otro tanque de tiburones, ¿no? La intriga siendo su forma de


tortura pública.

Sonreí porque Ines dio en el blanco como siempre.

—Papá, ¿Samuel puede mostrarme cómo disparar una ballesta?

Los ojos de Val se abrieron por completo. Siempre se preocupaba por


Leonas, pero me alegraba que él se atreviera a más.

—Claro.

—¡Ten cuidado! —añadió Val cuando Samuel y Leonas salieron de la


casa. Anna y Sofia siguiéndolos con curiosidad, sus cabezas juntas mientras
susurraban con entusiasmo.

Val se apresuró hacia mí.


—¿Una ballesta?

Me reí entre dientes y acaricié su costado.

—Estará bien.

—¿Por qué no nos instalamos en el porche y vemos el espectáculo? —


sugirió Pietro.

Val no necesitó que se lo dijeran dos veces. Quería vigilar a Leonas.

Nos acomodamos en las sillas afuera, pero Val prácticamente se sentó en


el borde del porche.

—¡Anna y Sofia, no se acerquen tanto!

Las chicas se alejaron unos pasos de Samuel y Leonas, pero Val se acercó
más. Su embarazo la había hecho aún más protectora.

—Es sobreprotectora —dijo Pietro—. Me sorprendió que accediera a que


Anna vaya a la escuela.

—En realidad, fue idea suya. Quiere que nuestra hija crezca normalmente,
o lo más normal posible. Y Santino estará con Anna en todo momento. 353
La mirada de Pietro se posó en Santino quien se sentaba con los otros
guardias delante de su cabaña.

—Me sorprendió que eligieras a alguien tan joven para proteger a tu hija.

—Es uno de los mejores. Cualquier atacante tendrá dificultades para


superarlo.

—Aun así. Es un chico atractivo.

Alcé una ceja.

—Es diez años mayor que Anna, y ella es una niña. Es bueno en su
trabajo. —Sin mencionar que él sabía lo que le pasaría si alguna vez lo
sorprendía mirando a mi hija con un interés más que profesional.

Pietro se encogió de hombros.

—Tu diferencia de edad con Val es mayor. Danilo dejó muy claro su
punto a la hora de elegir los guardaespaldas de Sofia. Tienen que ser de mi edad,
e insiste en que sea educada en casa, lo que de todos modos queríamos hacer
después de las cosas con… —Se calló, con un gran dolor reflejado en sus ojos.
—Es comprensible —dije, permitiendo que Pietro se recuperara. La herida
de la pérdida de Serafina todavía estaba fresca. Quizás nunca sanaría por
completo—. Probablemente prometeremos a Anna a Clifford Clark.

Pietro pareció sorprendido.

—¿En serio? ¿Su padre estuvo de acuerdo?

—Está abierto a la sugerencia. Su esposa y su padre están a favor de la


unión, y disfrutó gastando el dinero que le dimos como incentivo. De todos
modos, no será oficial por un tiempo. Tenemos que ver cómo van las cosas entre
nosotros, pero es una posibilidad.

—Nunca pensé que considerarías casar a Anna con un forastero. —Era


una decisión difícil, una con la que todavía no estaba del todo cómodo, pero Val
había hecho un punto válido. Anna estaría a salvo en un matrimonio con un
político. Había crecido entre mafiosos, sería capaz de manejar a un simple
forastero y eso le abriría muchas puertas. Le encantaban las exposiciones de arte
y la música. Como prometida del hijo de un político que, sin duda también
seguiría los pasos de su padre, tendría la oportunidad de estudiar arte o música.

Anna se echó a reír cuando Leonas falló su objetivo por varios metros y, 354
como siempre, me inundó la sensación de paz que había estado ausente de mi
vida tan a menudo en el pasado.

Beatrice nació en el día más caluroso del verano, en las últimas horas de
agosto. Y al igual que con Leonas, había llegado a término.

Al volver a casa con nuestra hija me inundó una sensación de alivio y


alegría, sobre todo cuando vi la emoción de Anna y Leonas por la nueva adición
a nuestra familia. Leonas se sentía aliviado por no ser el más joven, y Anna
estaba emocionada por tener a una hermanita a la que podría vestir a su antojo.

—¡Se parece a Leonas! —dijo Anna a medida que miraba a Beatrice en su


cuna—. ¿Puedo sostenerla?
—Ven —levanté a Beatrice y mostré a Anna cómo sostenerla. Cuando
nació Leonas, era demasiado joven para sostenerlo.

Leonas observó con curiosidad, pero no hizo ningún movimiento para


también sostenerla. Levantó la vista hacia su padre casi interrogante. Dante solo
sonrió pero sus ojos siguieron todo de cerca.

Le entregué Beatrice a Anna, quien la acunó cuidadosamente.

—Oh, es más pesada de lo que parece.

Leonas puso los ojos en blanco.

—¿Por qué no la sostienes también? —sugerí.

Él asintió lentamente y se acercó. Anna demostró con orgullo cómo


sostener a Beatrice antes de entregarla a su hermano.

—Mi corazón va a explotar —susurré mientras me detenía junto a Dante.

—Es algo que nunca consideré en mi futuro cuando Carla murió. Estaba
dispuesto a rendirme sin siquiera luchar, incluso si no está en mi naturaleza
admitir la derrota. Me alegra que entraras en mi vida y me enseñaras que es
digno arriesgarse por amor.
355
Le sonreí.

—Sé que prefieres tomar apuestas seguras, pero me alegra que apostaras
por mí.

Dante rio entre dientes.

—Eso es cierto, no eres para nada una apuesta segura. Me mantienes


alerta, Val. Nunca antes he conocido a nadie que ponga a prueba mi paciencia
más a menudo de lo que tú lo haces.

Asentí hacia Leonas.

—Dale unos años más. Estoy segura que luchará conmigo por ese puesto.

Dante llevó sus ojos hacia el techo.

—No tientes al destino.

—No crees en el destino.

—No. Pero que Leonas tenga tu temperamento solo puede ser la forma en
que el destino me hace pagar.
—Todos queremos mantenerte joven y ágil.

Dante besó mis labios.

—Ewww, ¿no pueden hacer eso a puerta cerrada? —gritó Leonas,


despertando a Beatrice, quien comenzó a llorar. Sus ojos se abrieron en estado de
shock.

Dante se acercó a él con una expresión severa.

—Alborotador. —No lo dijo enojado, y Leonas solo se limitó a sonreír


cuando Dante le quitó a Beatrice.

Meció a Beatrice suavemente mientras Anna flotaba a su lado. Dante besó


su coronilla y luego la frente de Beatrice.

—¿Puedo llamarla Bea?

—Mientras sea así de pequeña, en realidad, no puede negarse —dijo


Dante con una risa entre dientes.

Anna sonrió, sus ojos resplandeciendo de entusiasmo.

—No puedo esperar a vestirla. He visto muchos atuendos a cuadros tan 356
lindos.

—No es una muñeca —dijo Leonas.

—Eres un idiota.

Leonas saltó hacia ella y le hizo cosquillas. Ella chilló y trató de alejarlo,
pero ya era casi de su altura.

Beatrice maulló y abrí mis brazos.

—Mi señal para amamantarla. Puedes jugar de árbitro.

Dante deslizó a Bea en mis brazos.

—De acuerdo. No puede ser peor que escuchar las historias interminables
de Clark padre sobre su juventud.

Dante dejaba que Giovanni y Dario se encargaran de la mayor parte de la


charla política, pero en ocasiones, era necesario que hiciéramos apariciones,
especialmente en los eventos sociales. Abrirnos camino en ciertos círculos
resultó ser un desafío, principalmente porque todavía se nos consideraba más una
rareza o atracción que una parte de la escena. Sin embargo, la gente tenía
curiosidad y eso era mejor que la sospecha.
Dante prefería nuestros círculos, la franqueza de ellos, nuestras reglas.
Estaba haciendo esto por nuestros hijos, garantizando un futuro más seguro para
todos ellos, especialmente Leonas, y estaba agradecida por ello. Era un hombre
de familia de principio a fin, el mejor esposo y padre que podía imaginar.

Bea estaba dormida tomando su siesta. A los seis meses de edad, su rutina
de siesta funcionaba como un reloj.

Anna y Leonas estaban en la biblioteca haciendo la tarea, lo que los


mantendría ocupados por un tiempo.

Llamé a la oficina de Dante y entré sin esperar su respuesta.

Hacer tiempo para nosotros se había convertido en un desafío con tres


niños y nuestras responsabilidades sociales, así que me aseguraba de aprovechar
cada oportunidad que tuviéramos.

Dante levantó la vista con una pizca de molestia y luego se reclinó en su


357
silla. Conocía la expresión de mi cara.

—¿Qué tal si vamos arriba un rato?

Dante empujó su silla hacia atrás y me indicó que me acercara.

Me dirigí hacia él, frunciendo el ceño.

—¿Estás muy ocupado?

Cuando estuve junto a él, me agarró, me dio la vuelta y me arrojó sobre su


regazo. Levantó mi falda y luego separó mis piernas con sus muslos. Presionando
un beso ardiente en mi cuello, deslizó su mano en mis bragas y empujó dos dedos
dentro de mí. Mi cabeza cayó hacia atrás cuando empezó a follarme con sus
dedos.

—¿Y si alguien entra? —jadeé ahogada, pero mis paredes se apretaron


con fuerza alrededor de los dedos de Dante, necesitando más. No había pasado el
seguro a la puerta de la oficina y aunque los niños nunca irrumpían en nuestro
dormitorio, podrían hacerlo en la oficina de Dante. Sus dedos desaceleraron, pero
no se detuvo y dio un pequeño mordisco en mi garganta.
—Siempre tocan antes de entrar. Todos siguen mis reglas, excepto tú, Val.
—La nota gruñona en su voz me hizo temblar.

Abrí los labios para protestar, pero Dante deslizó su pulgar sobre mi
manojo de nervios. Pronto estaba jadeando y frotándome descaradamente contra
su mano y la erección clavándose en mi trasero.

—De rodillas —ordenó, sacando sus dedos de mí antes de que me


corriera.

Ahogando mi protesta, porque eso solo haría que Dante me siguiera


provocando, me giré y le di una sonrisa seductora antes de hundirme entre sus
piernas.

No aparté mis ojos de él cuando abrí la cremallera de su pantalón y saqué


su pene. Los dedos de Dante se enredaron en mi cabello cuando comencé a
bombearlo. La respiración de Dante profundizó.

Unos pasos tronaron por el pasillo antes de que sonara un golpe a medias
en la puerta.

Mis ojos se abrieron por completo y retrocedí de inmediato. Dante me


empujó debajo de su escritorio y arrastró su silla más cerca para ocultar sus
358
pantalones abiertos.

—Papá, Anna sigue…

—¿No te dije que esperaras hasta que te diera permiso para entrar? —dijo
Dante con severidad. Me tapé la boca con la mano, preocupada de que mi
respiración fuera demasiado fuerte. Peor aún: una risa histérica quería estallar de
mi garganta, incluso si la situación no era divertida en lo más mínimo.

—Sí, pero…

Me quedé mirando la erección de Dante justo delante de mi cara y tuve


que reprimir una risita una vez más. Esto era demasiado.

—¿Es una cuestión de vida o muerte?

—No —dijo Anna—. Leonas solo…

—Entonces puede esperar. Estoy trabajando. ¿Han terminado con su


tarea?

—No —comenzó Leonas y Dante lo cortó:

—Entonces deberían hacer eso.


—¿Dónde está mamá? —preguntó Anna.

—Está ocupada.

Me mordí el labio inferior, segura de que perdería el control de un


momento a otro.

—¿En su oficina? —supuso Leonas.

—No la molesten. Necesitan resolver sus conflictos por su cuenta.

—Está bien —dijeron simultáneamente. No entendía cómo Dante podía


hablar con ellos como si nada pasaba cuando nuestros hijos casi nos habían
atrapado en el acto. Me clavé los dientes con más fuerza en mi labio.

—Ahora vuelvan a su tarea.

—Está bien —se quejó Leonas.

Luego sonaron los pasos alejándose y la puerta cerrándose. Solté un


pequeño suspiro y entonces, reí en silencio contra el muslo de Dante. Los dedos
de Dante se enredaron en mi cabello a medida que empujaba su silla hacia atrás
un poco para mirarme.
359
—Sigue chupando.

—Dante…

Me empujó suavemente más cerca de su polla.

—Chupa mi polla, Val.

Con un resoplido indignado, lo llevé a mi boca y lo trabajé realmente


profundo. Pronto mi excitación volvió con toda su fuerza, el error casi olvidado.

Las caderas de Dante se retorcieron, una clara señal de que se estaba


acercando.

—Suficiente.

Me aparté y Dante se levantó, extendiéndome su mano. La tomé y me


puso de pie.

—Inclínate sobre el escritorio.

Empecé a sacudir la cabeza, pero él se acercó a la puerta y pasó el seguro.


Me reí, no pude evitarlo.

—Eso estuvo cerca.


Se acercó a mí y me besó con fuerza.

—Sobre el escritorio, Val. —Tirando de mi falda hacia arriba para


exponer mi trasero, me incliné sobre la mesa y sonreí con timidez a Dante, quien
se frotaba su erección lentamente. Así expuesta, me sentía muy traviesa e
increíblemente excitada.

Se acercó a mí y comenzó a frotar su punta sobre mis pliegues sensibles,


arriba y abajo, separándome. Un gemido bajo retumbó en su pecho cuando
empujó muy despacio. Aferré el borde del escritorio, con los ojos en blanco.

Pronto tuve que apretar mis labios para evitar los gemidos y los gruñidos
de Dante también se tornaron menos controlados. Estaba más allá de que nos
importara. La biblioteca estaba lo suficientemente lejos de la oficina.

—Más duro —rogué, y Dante accedió, hundiendo sus dedos en mis


caderas. Los dos nos estábamos acercando cuando Dante se apartó.

—Date la vuelta —dijo. Y me giré lentamente hasta acostarme de espaldas


sobre su escritorio. Estábamos creando un completo desastre en sus papeles.
Nunca me había importado menos. Desde el nacimiento de Bea, habíamos hecho
el amor con mucho cuidado en la cama por las noches, cuando los niños estaban 360
dormidos. Este era la primera vez que follábamos salvajemente y lo ansiaba
como una droga.

Dante enganchó sus brazos debajo de mis muslos y me empujó contra él,
empalándome sobre su longitud. Se inclinó sobre mí a medida que bombeaba y
me besaba apasionadamente, tragándose mis gemidos. Su chaqueta me envolvía.
Y Dios, no había nada más sexy que Dante tomándome completamente vestido
con su traje de tres piezas.

El marco de la foto cayó del escritorio y un portalápiz se tambaleó de la


manera más molesta posible. Apreté los talones contra el trasero de Dante,
arqueándome contra él cuando el placer irradió desde mi núcleo a todas las
terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Dante gimió en mi boca y se retorció
dentro de mí a medida que mis paredes temblaban a su alrededor.

—Vaya —suspiré.

Dante sonrió.

Unos pasos retumbaron por el pasillo una vez más, sonó un golpe y luego
la manija se movió, pero la cerradura evitó una debacle.

Dante sacudió la cabeza con una risa exasperada.


La manija se sacudió.

—¿Papá? —llamó Leonas.

—¿Está cerrado? —preguntó Anna distante.

Dante susurró en mi oído:

—¿Por qué tuviste que transmitir tu aversión a las puertas cerradas a


nuestro hijo?

Solté una risita contra su hombro, apretándome a su alrededor


nuevamente. Contuvo un jadeo brusco.

—¿Papá? —La voz de Leonas sonó casi indignada. Tal vez pensaba que
Dante le estaba jugando una broma. La manija se sacudió otra vez—. ¿Papáááá?

—También heredó tu naturaleza terca —dijo Dante.

Le di una mirada severa. Se enderezó y comenzó a limpiarse con algunos


pañuelos. Hice lo mismo, intentando parecer medio decente.

—¡Papá! —Ahora Leonas sonaba casi enojado.


361
Reprimí una carcajada.

—Me va a volver loco —murmuró Dante mientras se peinaba y se


ajustaba la corbata.

—¿Cómo me veo?

—Completamente satisfecha.

Apreté mis labios.

—Dante.

—Tu peinado está hecho un desastre.

Me asomé a la ventana y me solté el cabello. Era un desastre.

Dante se dirigió hacia la puerta y me senté inocentemente sobre el


escritorio.

Al momento en que Dante abrió la puerta, Leonas entró tropezando.


Cuando me vio, su ceño se profundizó.

—Mamá, ¿por qué estás aquí?

Los ojos de Anna se retorcieron de horror como si sospechara.


—Oh, hombre —soltó. Se giró y se alejó de inmediato.

Leonas la vio desaparecer con confusión.

—¿Qué es tan importante que no puedes esperar a que termine mi trabajo?


—preguntó Dante con firmeza.

—Anna terminó su tarea y quería vestir a Bea. Le dije que no puede.

—¿Era eso tan importante que intentaste arrancar la manija de mi puerta?

Leonas me miró.

—Anna piensa que Bea es su responsabilidad porque es la mayor, pero


soy el niño. Voy a ser el hombre de la casa cuando papá no esté.

—¿Ya estás planeando mi muerte prematura? —preguntó Dante con un


toque de humor oscuro.

Los ojos de Leonas se abrieron por completo.

—¡No! Quise decir cuando estés fuera por los negocios. Seré el hombre
entonces.
362
Dante tomó a Leonas por el hombro.

—Se supone que debes vigilar a tus hermanas y mamá cuando no esté en
casa, pero eso requiere que sigas órdenes, en especial las órdenes de los guardias
siempre y cuando no tengas la edad suficiente para protegerte y proteger a
nuestra familia. Un hombre tiene que conocer sus responsabilidades y ahora
mismo, la tuya es hacer tu tarea.

—Está bien —dijo Leonas de mala gana.

Se alejó penosamente.

Le di a Dante un beso prolongado antes de ir a buscar a Anna para ver


cuán perturbada estaba en realidad. La encontré en la habitación infantil de Bea,
mirando a través de sus trajes.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Por favor, no vuelvas a darme la charla —rogó Anna, sus mejillas


poniéndose rojas—. Solo quiero pretender que papá y tú no hacen esas cosas.

Me mordí el labio, sofocando la diversión.

—De acuerdo.
—Estoy buscando un atuendo lindo para Bea. Luisa va a venir y quiero
mostrarle lo linda que se ve Bea con vestidos a cuadros.

Anna estaba creciendo muy rápido. Ahora su interés en la moda era casi
tan grande como en el arte. Casi trece, Dios mío. El tiempo volaba. A veces ya
me volvía loca con sus primeras travesuras adolescentes.

Bea comenzó a retorcerse en su cuna.

—Creo que estás de suerte.

Levanté a Bea de su cuna y me miró con sus ojos verdes somnolientos.


Había heredado el cabello rubio de Dante y mis ojos, una combinación que
siempre conseguía miradas de admiración.

—¿Esto? —Anna levantó un vestido a cuadros y un enterizo blanco con


volantes en el cuello. Dejé que Anna cambiara el pañal de Bea y la vistiera, luego
me hice cargo de modo que Anna pudiera ponerse un atuendo a juego.

Salió de su habitación con una falda a cuadros y un suéter de cachemira


beige, luciendo radiante. Parecía tan adulta entonces, y absolutamente
deslumbrante. Era extraño sostener a una bebé en mis brazos mientras mi primera
niña estaba lista para llegar a la pubertad a toda velocidad.
363

Una hora más tarde, estaba en el porche, envuelta en una capa gruesa y
una manta alrededor de Bea y yo mientras veía a Leonas, Anna, y Luisa
involucrarse en una de las más grande peleas de bolas de nieve entusiasta que
hubiera visto alguna vez. Se reían a carcajadas mientras se golpeaban con bolas
de nieve. Había nevado toda la mañana y nuestro jardín se había convertido en un
paraíso invernal.

Anna soltaba risitas y luego chilló cuando la bola de nieve de Leonas


golpeó su trasero.

Un momento medio adulta, y al siguiente otra vez una niña. Qué extraña
fase en la vida, pero una que no quería perdérmela. Aunque Bea requería una
gran cantidad de atención, estaba decidida a pasar el mayor tiempo posible con
Leonas y Anna. Serían adultos antes de que pudiera parpadear.

Unas manos cayeron sobre mis hombros y Dante dio un beso contra mi
mejilla, después presionó otro en la cabecita de Bea.
—¿No está haciendo demasiado frío?

Sacudí mi cabeza.

—Entraremos pronto. No quiero perderme esto. ¿Quién sabe si Anna


todavía disfrutará de las peleas de bolas de nieve el año que viene?

Dante me abrazó.

—¿Ya te estás poniendo melancólica?

Me encogí de hombros.

—Solo quiero disfrutar cada día, cada segundo. Y estoy tan feliz ahora
mismo. Quiero conservar este momento exacto y mantenerlo en mi memoria para
siempre.

—Aún nos quedan muchos momentos de felicidad por delante, Val.

Me aparté de la pelea para mirar a Dante.

—Esa es mi línea. —Era la que siempre intentaba ver lo positivo.

Dante rio entre dientes. 364


—Se me han ido pegando algunas de tus cosas en los últimos años. —Me
besó y Leonas se quejó en voz alta. Después gritó sorprendido cuando Luisa lo
golpeó en la cara.

Negué con la cabeza, riendo pero luego poniéndome seria al ver la


expresión de Dante.

—Catorce años, y sigo esperando el día en que no me hagas amarte un


poco más con cada segundo que paso contigo.

Parpadeé.

—Eso es bastante amor a través de los años —solté—. Pero empezaste en


un nivel muy bajo.

Dante pasó su pulgar sobre mi mejilla.

—No soy perfecto. He cometido tantos errores en los últimos años. Pero
tú y nuestros hijos no son uno de ellos, y todos los momentos de sufrimiento, de
dolor, de incertidumbre han valido la pena, porque en última instancia, me
trajeron a este momento.
—Te amo —dije en voz baja, intentando no llorar con todas mis ganas.
Anna ya había sufrido por hoy un momento de mortificación. Si empezaba a
llorar frente a Luisa sin ninguna razón aparente, experimentaría el segundo.

El agarre de Dante se apretó.

—Y yo te amo, cada día un poco más aunque parezca imposible.

—Es bueno que el amor es infinito —dije en voz baja. Dante me apretó
aún más contra él y Bea le sonrió radiante. Leonas y Anna rieron ruidosamente.

Estaba rodeada de amor eterno. No podía ser mejor que eso.

365
Sofía sabe cómo se siente ser el
premio de consolación.

Demasiado joven.

Morena.

Y definitivamente no una
princesa de hielo.

Su hermana es… era todas esas


cosas.

Perfecta. Hasta que no lo fue.


Hasta que escapó para estar con el
enemigo y dejó atrás a su prometido. 366
Ahora Sofía es entregada a
Danilo en lugar de su hermana,
sabiendo que nunca será más que la segunda mejor opción. Aun así, no puede
dejar de anhelar el amor del hombre por el que ha estado enamorada, incluso
cuando todavía era de su hermana.

Danilo es un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería.

Poder.

Respeto.

A la codiciada princesa de hielo.

Hasta que otro hombre robó a su futura novia.

Danilo sabe que para un hombre en su posición, perder a su mujer puede


conducir al desprestigio.

Orgullo herido.

Sed de venganza.
Una combinación peligrosa… una que Danilo no puede dejar atrás, ni
siquiera cuando una chica igual de hermosa toma el lugar de su hermana para
aplacarlo. Pero, tiene un defecto: no es su hermana.

Danilo podría perder lo que le dieron, incapaz de olvidar lo que perdió.

Born in Blood Mafia Chronicles

367
Cora Reilly es la autora de la serie Born in Blood Mafia, Camorra
Chronicles y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos
peligrosamente sexy. Antes de encontrar su pasión en los libros románticos, fue
una autora publicada tradicionalmente de literatura para adultos jóvenes.

Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Collie barbudo, así como
con el hombre lindo pero loco a su lado. Cuando no pasa sus días soñando
despierta con libros sensuales, planea su próxima aventura de viaje o cocina
platos muy picantes de todo el mundo.

A pesar de su licenciatura en derecho, Cora prefiere hablar de libros a


leyes cualquier día.

Born in Blood Mafia Chronicles: The Camorra Chronicles: 368


1. Luca Vitiello 1. Twisted Loyalties
2. Bound by Honor 2. Twisted Emotions
3. Bound by Duty 3. Twisted Pride
4. Bound by Hatred 4. Twisted Bonds
5. Bound by Temptation 5. Twisted Hearts
6. Bound by Vengeance 6. Twisted Cravings
7. Bound by Love
8. Bound by the Past
Otros:

1. Sweet Temptation
2. The Dirty Bargain
3. Fragile Longing
Moderación
LizC

Traducción
LizC

Corrección, recopilación y revisión


Bella’ y LizC 369

Diseño
JanLove
370

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