Garcc3ada - Alicia La Gobernanza Del Miedo PDF

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LA

GO&ERHI\NZA
DEL MIEDO
IDEOLOGíA DE LA SEGURIDAD Y
CRIMINAlIZACIÓN DE lA fOl'>f\EZA
ALI<IA Gt\RtíA IlUIZ

A Colección Repensar
UPROTEUS
Dirección editorial: Miquel Osset
Diseño cubierta: Cristina Spano
Diseño editorial: Ana Varela

IJ
-
FSC
MIXTO

F8C"C011101

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «co-
pyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total
de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el
tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o
préstamo públicos.

Primera edición: junio 2013

© Alicia García Ruiz


© Para esta edición:
Editorial Proteus
el Rossinyol, 4
08445 (¡!noves i Samalús
www.editorialproteus.com

Depósito legal: B. 16401-2013


ISBN: 978-84-15549-51-2
BIC:JFM

Impreso en España - Printed in Spain


El TInter, SAL. - Barcelona
Empresa certificada EMAS
Ell de Diciembre de 2009 diversas televisiones cubrie-
ron profusamente la noticia de una intervención poli-
cial en una sucursal bancaria de Burgos. Un individuo
había tomado como rehén a una empleada de Caja-
círculo Burgos. Tras cinco horas y media, una unidad
de GEOS redujo al asaltante y liberó a la rehén.
Descendamos un poco a los detalles. JRT es un hom-
bre de 60 años, sin antecedentes, que padecía graves
problemas económicos tras el incendio de su casa. Al
parecer había llegado a un punto en el que no podía ha-
cer frente a la hipoteca y estaba en trance de embargo.
En plena desesperación, asaltó la sucursal para exigir
hablar, según sus propias palabras, «con el jefe de los
jueces». Los testigos que se encontraban en el lugar
recordaron haber escuchado gritar a JRT «los bancos
me han arruinado la vida». Se resolvió a tomar la ofi-
cina para exigir la atención pública a su caso y que acu-
diera a hablar con él algún representante de la Justicia.
Los primeros momentos del suceso quedaron registra-
dos por la cámara del teléfono móvil de un testigo, que
envió las fotografías a diversos periódicos. Tras varias
horas de negociación, los policías se introdujeron en la
sucursal bancaria disfrazados de periodistas, habiendo
prometido previamente al asaltante que le realizarían

5
una entrevista para difundir su caso. A la salida, las
cámaras de televisión entrevistaron a un testigo que
declaró visiblemente emocionado que la intervención
había sido «preciosa, espectacular».
Cajacírculo Burgos emitió pocas horas después un
comunicado que desvinculaba a la entidad bancaria de
toda relación con lo sucedido. Según se leía, sin em-
bargo, en varias intervenciones en el foro de discusión
sobre la noticia publicadas en el Diario de Burgos, Ca-
jacírculo Burgos había ido endureciendo durante me-
ses las condiciones de los préstamos hipotecarios hasta
hacerlas literalmente insoportables para muchos de sus
clientes.
Hace ya más de tres años de esta historia y desde en-
tonces se han multiplicado los ejemplos del comporta-
miento abusivo de las entidades bancarias, aunque la
percepción social ha cambiado. Lo que en su día era
tratado como un comportamiento social desviado,
perturbado, hoy se percibe bajo otra óptica, una pers-
pectiva que comienza a indagar en las causas que llevan
a la desesperación a millones de personas por todo el
mundo. No obstante, el proceso de criminalización de
la pobreza no ha hecho más que empezar a mostrar sus
aristas más duras. El suceso de Burgos y su tratamien-
to informativo nos arroja a la cara, unos años después,
preguntas inquietantes pero cada vez más necesarias,
comenzando por la primera de ellas: ¿qué clase de rea-
lidad social ha llegado a ser aquella donde una inter-
vención policial se califica de «preciosa»?
Para responder a esta cuestión, tal vez debamos, Otra
vez, empezar por hacer un poco de historia.

6
Un poco de historia

A partir de las ideas que Michel Foucault 1 comenzó a


vislumbrar contra el trasfondo social de crisis de los años
70, Gilles Deleuze visualizó agudamente un proceso so-
cial del que tenernos cada vez más evidencias en nuestra
vida cotidiana y que quedó plasmado más tarde en su
conocido texto, escrito en los años noventa, Postcriptum
a las sociedades de control.2 Allí, Deleuze advertía que las
sociedades de control sustituirían lenta e irreversible-
mente a las formas de dominación del pasado, basadas
en la disciplina. A diferencia de sus predecesoras, las so-
ciedades de control se asientan sobre un principio tan
simple corno efectivo: los sujetos pueden participar en
sus propias formas de dominación de manera consenti-
da, dándose a sí mismos razones convincentes para ha-

1 Son ya clásicas las referencias al programa intelectual de Michel


Foucault. donde se anuda la relación. cada vez más poderosa. entre
la creciente desigual distribución de la riqueza social y el aumento
de la ideología de la seguridad. el refinamiento de los mecanismos
de control social y el auge de la penalización preventiva. Se pue-
den recordar aquí. entre otras muchas obras suyas. Foucault. M.:
Vigilar y Castigar. México. Siglo XXI. 1994; La vida de los hombres
infames. Madrid. La Piqueta. 1991 o La verdady las formas jurídi-
cas. Gedisa. Barcelona. 1980.
2 Veáse. Deleuze. G.: Conversaciones (1972-1990). Valencia. Pre-
textos. 1999.

7
cerio. Esto quiere decir, en otras palabras, que no sólo
se encuentran sujetos al poder sino que son sujetos del
poder mismo, esto es, subjetividades producidas por re-
laciones de poder, que se efectúan a distinta escala hasta
abarcar la totalidad de las dimensiones vitales.
Desde hace décadas, viene gestándose una fase pa-
roxística de esta imbricación progresiva entre realidad,
vida humana y poder, de esta filtración mutua entre
máquinas, cuerpos y discursos. Se trata de una confi-
guración de la existencia que hoy redefine las relacio-
nes entre ontología y política, distribuyendo el control
espaciotemporal de lo existente a partir de criterios pe-
ligrosos: la sospecha, la visibilidad y la exclusión.
Tanto a escala individual como social, los ciudada-
nos de las sociedades democráticas occidentales hemos
venido consintiendo la implantación progresiva e im-
parable de una pléyade de dispositivos cotidianos de
control, hasta llegar a un punto en el que los umbra-
les de tolerancia a la intrusión e incluso vejación, así
como las garantías reales de diversos derechos consti-
tucionalmente establecidos han descendido a niveles
alarmantes. Como ha dicho, de un modo ciertamente
problemático, Slavoj Zizek,3 en estas condiciones de
aparente libertad es posible que decir «totalitarismo
liberal» no sea un oxímoron, una contradicción, pues-
to que los requisitos necesarios para la autoperpetua-
ción de las dinámicas del capitalismo de consumo neo-
liberal están secuestrando paulatinamente libertades

3 V. Slavoj Zizek: Prólogo a Beauvois.J.L.: Tratado de la servidumbre


liberal: análisis de la sumisión. Madrid. La oveja roja. 2008.

8
elementales de los ciudadanos de las llamadas demo-
cracias liberales.
Una extraña paradoja, la de que estas libertades va-
yan cayendo una a una merced a dudosas defensas efec-
tuadas en su nombre. Es extraña porque lo que preci-
samente argumenta el ideario liberal es la salvaguarda
de las libertades individuales como fundamento nor-
mativo y moral de la vida social. Y sin embargo, ¿qué
tipo de libertad es la que se defiende cuando se habla
de seguridad? ¿Por qué parece hoy materia de consen-
so que es preciso un rosario creciente de sacrificios de
derechos y libertades en nombre de un nuevo derecho
rector: el derecho a la seguridad? Algo parece estar
sucediendo en las democracias liberales que las está
corroyendo desde su interior, y se resume en una pto-
funda tensión interna entre libertad y seguridad, una
potente aporía central que se enmascara con conflictos
de baja intensidad, a la caza y captura de enemigos in-
teriores y exteriores.
El control y la seguridad, términos cada vez más
presentes en las descripciones de la vida cotidiana,
están transformándose hoy en los dos polos de un
único continuo de dinámicas sociales; dinámicas
sustentadas en el miedo, que generan una auténtica
ideología del temor y que se ejercen fundamental-
mente en dos direcciones: el miedo a los otros y el
miedo a uno mismo. 4

• Debo esta idea a Fernando Aguiar. Científico Titular del lESA-A.


CSlC, con quien mantuve una conversación en torno a esta doble
dirección de la gestión del miedo contemporánea.

9
Para comprender lo que está sucediendo debemos,
por tanto, intentar detectar líneas de continuidad en-
tre diversas realidades surgidas al abrigo de la consoli-
dación del discurso sobre seguridad como argumento
político y como imaginario social.

10
Control y seguridad. Privatización de la
vida social

Armand Mattelart, l un lúcido sociólogo francés que


desde hace décadas viene analizando la semioesfera
del capitalismo de consumo, ha descrito esta situación
como una «prevaricación creciente de la razón de Es-
tado». Su advertencia es extremadamente importante:
no se trata de una situación de emergencia aparecida ex
novo a raíz de los sucesos del 11 del Septiembre.
Esta es una inquietud compartida por mucho otros
pensadores políticos contemporáneos tales como Gior-
gio Agamben 2 o Judirh Bucler3, quienes denuncian que,
debido a profundas contradicciones internas, derivadas
de la extensión irrestricta de los principios acumulati-
vos del neo capitalismo de consumo, se está experimen-
tando una presión creciente sobre los límites de funcio-
namiento saludable de la democracia, de modo que la
figura política del estado de «excepción» podría estar
generalizándose dentro de la misma. La tesis central es

1 Vamos a apoyarnos fundamentalmente en dos libros suyos: Un


mundo vigilado. Barcelona. Paidós. 2009 y Comunicación e ideo-
logías de la seguridad. con Michelle Mateelart. Barcelona. Anagra-
ma.1978.
2 Agamben. G.: Estado de excepción. Valencia. Pretextos. 2004.
J Buder. J.: Vida precaria. Barcelona. Paidós. 2007 y Mecanismos psí-
quicos del poder: teorías de la sujeción. Madrid. Cátedra. 200 l.

11
que este «estado de excepción», definido como una
suspensión temporal y arbitraria de los mecanismos de
legalidad vigentes, no ha surgido de un vacío histórico.
Por el contrario, gradualmente se ha ido haciendo po-
sible contra el trasfondo histórico de un proceso de dé-
cadas de duración, durante el cual se habría venido ges-
tando un paulatino e inexorable recorte de libertades,
acompañado de la implantación de un insidioso ideario
destinado a la criminalización de la discrepancia, en
aras de la mejor implantación de un capitalismo desbo-
cado. Estos procesos señalan hacia zonas oscuras de las
sociedades democráticas que, paradójicamente, es ne-
cesario poner de manifiesto, pese a su visibilidad: están
teniendo lugar a plena luz del día, con el consentimien-
to de ciudadanos que creen habitar en sociedades afor-
tunadamente regidas por el pluralismo, a salvo de ame-
nazas internas al mismo. Una «mirada históricamente
informada» debe ser capaz de desvelar el proceso por el
que la figura del ciudadano se está transformando pau-
latinamente en la silueta del sospechoso, un proceso que
se argumenta políticamente como forma de aumentar
la seguridad cotidiana, en el marco de rentabilización
política de un clima social de miedo artificialmente in-
ducido. En este estado de cosas, se hace más preciso hoy
que nunca provocar un debate público sobre la finali-
dad y condiciones de funcionamiento de los dispositi-
vos de seguridad, un debate que posiblemente aún no
se ha llevado a cabo con la máxima profundidad pero
que será ineludible en un futuro próximo si queremos
detener una auténtica escalada de agresiones a liberta-
des elementales que pueden terminar por transformar

12
la vida social en un estado de guerra y que convierten
la ficción antropológica del temor como fundamento
normativo en una asfixiante realidad que nos envuelve
y nos cerca cotidianamente.
Como señala Mattelart, una polémica pública sobre
políticas de seguridad ha de permitir la discusión y acla-
ración de tres puntos imprescindibles en orden a recla-
mar actuaciones de control constitucional sobre el control.
l. En primer lugar, dilucidar qué conceptos y doc-
trinas han permitido prescribir el perfil de un
enemigo, supuesto o real, exterior o interior, que
en teoría justifica el incremento tecnopolítico de
dispositivos de seguridad en la vida cotidiana.
2. En segundo lugar, describir cómo y con qué
aquiescencia ciudadana e institucional se ha hecho
aceptable este universo social de sospecha, tribu-
tario de su origen militar y en el que se refuerzan
unos inquietantes y no siempre evidentes vínculos
entre industria privada, Estado, ejército y policía.
3. En tercer lugar, identificar desde qué polos geopo-
líticos, redes y cauces se ha efectuado la inter-
nacionalización de una doctrina de la seguridad
nacional, que se publicita como defensa de la de-
mocracia frente a difusos conceptos del «mal»,
conceptos que deben su temible potencia de cre-
cimiento precisamente a su indefinición.

La necesidad de la reivindicación de una conciencia


ciudadana históricamente informada resulta más clara
mediante un ejercicio de lectura que aquí proponemos.
Se trata de una revisión conjunta de los dos libros men-

13
cionados de Armand Mattelart, Comunicación e ideo-
logías de la seguridad y Un mundo vigilado, dos obras
separadas por un intervalo de casi treinta años. Leídos
ambos libros conjuntamente, desde el presente, se apre-
cia que no sólo siguen rigiendo los mismos principios
y dinámicas de control detectados por el primero, sino
que, tal como se describe en el segundo, éstos se han ex-
tendido y pormenorizado, tanto en el espacio geográfi-
co como en las dimensiones vitales que abarcan, al abri-
go del proceso de globalización económica y semiótica.
Cada uno de estos textos toma por referencia una
misma fecha, el 11 de Septiembre. No se trata sólo de
una casualidad cronológica; es la propia mirada histó-
rica la que convoca el sentido paralelo de ambas fechas.
Así, la fecha «11-S» representa el inicio de una larga
serie de aldabonazos contra la libertad colectiva: el pri-
mer 11 de Septiembre se refiere al Golpe de Estado de
Pinochet en Chile en 1974 Yel segundo a la escalada de
pánico colectivo desencadenada a raíz del ataque a las
Torres Gemelas. El propio Mattelart fue testigo de ex-
cepción de lo sucedido en Chile: al igual que su esposa,
trabajaba como sociólogo en Santiago, profundamente
inserto en la realidad social del país, siendo expulsado
cuando los militares tomaron el control. El texto que
escribió, hace treinta años, tras esta durísima experien-
cia, defendía con firmeza la necesidad de analizar la ge-
nealogía histórica de las dictaduras latinoamericanas, el
imperativo de comprender su lenta e insidiosa forja en
el transcurso de décadas, a fin de combatir su callada
e inexorable internacionalización bajo la figura de la
seguridad nacional. Leer esta obra hoyes absolutamen-

14
te desazonador. Parece como si la realidad histórica de
los últimos años hubiera cumplido los peores sueños y
previsiones de aquel estudio crítico, clonando a esca-
la global el Estado Militar cuyos contornos se habían
propuesto precisar teóricamente estos investigadores a
fin de que el agujero negro del estado de excepción no
engulliera libertades fundamentales por las que han lu-
chado durante siglos hombres y mujeres. Mattelart co-
menzaba su reflexión de 1978 mediante un poema de
Erich Fried,4 que es re introducido en el libro de 2009 y
que no puede resultar más actual:

No es la excepción
sino el estado de excepción
lo que confirma la regla
¿~é regla?
Para que no se pueda responder a esta pregunta
se proclama el estado de excepción.

La idea fuerza de ambos libros es precisa y contun-


dente: de modo progresivo e imparable se ha venido
formando una alianza entre las exigencias de expan-
sión del capitalismo y una ideología de la seguridad. Es
una asociación temible que ha venido para quedarse.
La ideología de la seguridad está destinada a fortale-
cer y a la vez flexibilizar el control de la población, un
juego de sujeción y subjetivación indispensable para la
nueva fase de acumulación de capital.

, Fried. E.: Cien poemas apátridas. Barcelona. Anagrama, 1974.

15
El desarrollo en la última mitad del siglo del siste-
ma capitalista se ha venido caracterizando por una
creciente militarización del Estado y de la vida social,
orientada a sostener la hegemonía de los intereses
privados que definen el capitalismo de consumo. Los
análisis de ambos libros, efectuados en dos momentos
históricos de crisis económica, hacen hincapié en que
esta crisis se construye simbólicamente como punto de
refundación del Estado. Ahora bien, esta refundación
no posee el esperanzado cariz reformista con el que
se proclama la «crisis como oportunidad» o como
«nuevo pacto social». La refundación se manifiesta
en realidad como la resurrección cíclica de formas de
poder militarizadas, que vuelven más invisibles, insi-
diosas y fortalecidas que nunca, porque se naturalizan
con la vida cotidiana, a través de pequeños gestos:
desde pasar un control en un supermercado o un ae-
ropuerto a recibir publicidad en la página del correo
electrónico referida al tema objeto de nuestras últimas
consultas a la red.

En 1978 Mattelart constataba que los países del Cono


Sur estaban constituyendo un verdadero tubo de ensa-
yo para la globalización militarizada que se avecinaba:

existe una línea de continuidad profunda entre todos


estos regímenes autoritarios (... ) Su aparición con-
cuerda con la crisis actual de la economía mundial ca-
pitalista, crisis de una forma histórica de acumulación
de capital ( ... ) El aparato de estado militar debe ser
considerado como la fase paroxística de un proceso

16
global de adecuación del sistema capitalista, que exige
el repliegue de las libertades y el refuerzo del control
sociaP

A la manera de toda ideología, la doctrina de la segu-


ridad nacional racionaliza un proceso real, y expresa
el cambio que está ocurriendo con el modelo de exis-
tencia y de expansión del capital en estos países. 6

Una sociedad débil, en la que el vínculo social está


roto y la acción política se reduce al silencio y al con-
sentimiento, es el requisito necesario para poder efec-
tuar, sin oposiciones internas, políticas que excluyan
estructuralmente a una parte de la población, elimi-
nando así cualquier cortapisa al ansia arrolladora de
acumulación de los grandes entramados financieros e
industriales. Y es aquí donde se empieza a trenzar la
relación entre pobreza, exclusión social y temor. Se
entrelaza mediante el vínculo generado por dos prin-
cipios del totalitarismo, resucitados en el seno de las
sociedades de consumo. Por un lado, la movilización
global de la sociedad como una maquinaria en aras
del sistema productivo y el U'iufore State o estado de
guerra social permanente, ambos conceptualizados
por Ernst Junger. Por otro, el estado de excepción teo-
rizado por Carl Schmitt y también revisitado hoy por
pensadores de muy diferente signo. La doctrina jurídi-

s Manelan, A.: Comunicación e ideologías de la seguridad, Barcelona,


Anagrama, 1978, p. 46.
(, Manelan, A.; ibíd., p. 89.

17
ca del estado de excepción define la soberanía como el
poder de declarar la suspensión de la legalidad vigente,
con la consecuencia última de que el Derecho se asimi-
la al orden existente de facto. En suma, lo que favorece
con la utilización autoritaria de estos principios son
sociedades despolitizadas y temerosas, que, en ultimo
término, acaban por ser sociedades movilizadas hacia
la reproducción de relaciones sociales funcionales para
la acumulación privada irrestricta y no distributiva de
capital, sustentadas en el miedo y donde se hace posi-
ble una forma arbitraria de concebir el poder, capaz de
saltar las garantías constitucionales para implantarse a
sí misma como fuente de normatividad y de legalidad.
Debemos preguntarnos hoy si cada uno de esos peque-
ños «puntos de seguridad» o de observación y deten-
ción, gestionados por agentes de compañías privadas,
no se están convirtiendo, precisamente por una falta
de control sobre sus procedimientos, en «estados de
excepción en miniatura».

Esta falta de control sobre los supuestos procedimien-


tos securitarios es el resultado de un consentimiento
colectivo. Desde la década de los cincuenta, la supuesta
crisis de gobernabilidad de las democracias se ha ido
convirtiendo en el pretexto para el incremento de este
control y el desarrollo de una ideología de la seguridad.
La reproducción del Acta de la Comisión Trilateral, de
la que ya nadie habla hoy día, nos puede aclarar unos
cuantos puntos acerca de cómo se ha ido abriendo el
camino para una visión de ciertos actos políticos como
algo que no debe ser totalmente transparente, por el

18
«propio bien de los ciudadanos», pues de otra mane-
ra se produciría un exceso de democracia. Nada más
funcional, pues, para escamotear una vigilancia sobre
los propios métodos de vigilancia. En tales términos,
refiriéndose a la crisis de gobernabilidad como «exce-
so de democracia» se expresó, en 1975, el informe de
la Comisión Trilateral, realizado por tres investigado-
res: Samuel P. Huntington, con el tiempo paladín de la
Teoría del Choque de Civilizaciones, Michel Crozier y
Joji Watanuki? El director de la Comisión, finalmen-
te, era Zbigniew Brzezinski, Consejero de Seguridad
Nacional estadounidense y uno de los principales di-
rigentes estratégicos de la Guerra Fría. Esta comisión,
conformada por Francia, Estados Unidos y Japón fue
descrita como un grupo de «ciudadanos privados»
reunidos a instancias de David Rockefeller y represen-
tantes de grandes grupos empresariales y personajes
destacados de la política. Ha sido relacionada con las
célebres reuniones del Club Bilderberg, objeto de mu-
chas teorías conspiracionistas; en todo caso, se trata de
un libro publicado en la New York University Press y
que se puede consultar públicamente.
El diagnóstico que realiza este informe es bastante
simple, pero no por ello menos escandaloso. Sostiene
que un ejercicio intenso de democracia, como el que se
da en una sociedad altamente escolarizada, movilizada
políticamente e informada sobre su historia, sobre-

- Crozier, M.; Huntington, S.P.; Watanuki, J.: The Crisis ofDemo-


cracy: Report on the Gobernabi/ity of Democracies to the Tri/aura/
Commision, Nueva York, New York University Press, 1975.

19
cargaría de demandas el sistema gubernamental. Por
tanto, un «exceso de democracia»8 es disfuncional,
a juicio de la comisión, para la gobernabilidad de las
democracias liberales.

El funcionamiento efectivo del sistema político de-


mocrático requiere con frecuencia de una cierta me-
dida de apatía y de no-participación por parte de algu-
nos individuos o grupos. En el pasado, cada sociedad
democrática ha tenido una población marginal, más o
menos importante numéricamente, que no participó
activamente en la vida política. Esta marginalización
de ciertos grupos es, en sí misma, antidemocrática por
naturaleza, pero ha sido también uno de los factores
que le han permitido funcionar efectivamente. Aho-
ra, grupos marginados, los negros, por ejemplo, parti-
cipan plenamente en el sistema político. Y el peligro
reside en sobrecargar el sistema político de exigencias
que amplían sus funciones y minan su autoridad. 9

El laboratorio de ensayo para este progresivo desa-


rrollo de políticas de excepción, en aras de la noción de
seguridad nacional, fueron en las décadas siguientes al
macarthismo las dictaduras militares de los países del
Cono Sur, cuyos generales habían tenido una larga tra-
dición de entrenamiento y lecturas por parte de milita-
res alemanes y una fuerte afinidad con el universo sim-

8 Crozier. M.; Huntingron. S.P.; Watanuki.).; ibíd .• p. 113.


9 Crozier. M.; Huntingron. S.P.; Watanuki.J.; ibíd .• p. 114.

20
bólico nazi. Pinochet en Chile y Golbery en Brasil, son
ejemplos de las primeras redacciones de tratados sobre
un término hoy extensamente utilizado: geopolítica.
Hoy parece haberse olvidado que el término contem-
poráneo de «geopolítica» está íntimamente vinculado
a los estudios militares y más concretamente a la Doc-
trina de Guerra que comienza a teorizarse durante los
años cincuenta y llega a su apogeo en los setenta, pro-
longándose hasta hoy. Se puede afirmar que un estado
de guerra social o warfore state comienza en ese perío-
do un lento proceso de internacionalización partiendo
del ensayo de las dictaduras militares. Como muestran
análisis de documentos y obras militares de la época 1o
en el desarrollo de tales dictaduras se van experimen-
tando e implantando progresivamente construcciones
sociales del «enemigo interior», para lo cual los milita-
res se apoderan hábilmente de la determinación difusa
y sin suficientes procedimientos de control del cargo de
terrorismo, al tiempo que se multiplican los «procedi-
mientos de protección interior aplicables en tiempos de
crisis» y se vislumbra progresivamente el proyecto de
una Europa policial, la sistematización e intercambio
de ficheros informáticos, al principio policiales y más
tarde económicos, biométricos, etc. En suma: se arti-
cula un proyecto geopolítico de reorganización simbó-
lica, física y normativa del territorio en función de la
noción de seguridad operativa a escala internacional.

10 Ver Mattelart. A.: Comunicación e ideologías de la seguridad. Bar-


celona. Anagrama. 1978. en especial pp. 81 Yss.

21
La noción de «guerra total» en el marco de la socie-
dad es teorizada a la perfección por el general brasileño
Golbery do Couto:

De estrictamente militar la guerra se ha convertido


en una guerra total, una guerra tanto económica, fi-
nanciera, política, psicológica y científica como una
guerra de ejército, flota y aviación: de la guerra total
pasamos a la guerra global y de la guerra global a la
guerra indivisible y, por qué no decirlo, permanente. ll

La guerra que describe Golbery do Couto es el con-


flicto puesto en sordina que convierte a la sociedad en-
tera en campo de batalla, borrando distinciones entre
tiempo de paz o tiempo de guerra, lo civil y lo militar.
Para sostenerla todo ciudadano es necesario, hay que
movilizar a la totalidad de las «fuerzas vivas de la na-
ción», dice Golbery con un inequívoco eco de Ernst
Junger y hay que hacerlo en todos los niveles, a base
de naturalizar la situación. De este modo, mediante el
«military nation-building» se moviliza a la sociedad
contra sí misma, contra un enemigo de contornos di-
fusos y que en la mayoría de los casos no es otro que su
propio miedo. En la cúspide de esta definición totali-
taria de guerra se va a acabar colocando la noción de se-
guridad nacional, mediante la cual se colonizan todos
los sectores de la sociedad como vigilantes mutuos y se
establece una potente equivalencia entre las nociones

11 Mandare. A.; ibíd. p. 52.

22
de seguridad y desarrollo. Como si la seguridad fuera la
garante del desarrollo y no un desarrollo social sosteni-
do y redistributivo la mejor garantía contra la necesi-
dad de un aparato estatal de seguridad.
En nombre de la seguridad se consagra la expresión
«costo social» para designar los sacrificios que se le
piden progresivamente a la población: cada vez un
poco menos de privacidad, cada vez un poco menos
de independencia nacional en aras de la interdepen-
dencia en la internacionalización de la lucha contra el
enemigo y un largo etcétera creciente de excepciones y
cesiones de soberanía.
Con el fin de ilustrar este punto, podemos probar a
leer la siguiente declaración:

Las fronteras geográficas entre los países han sido re-


basadas: el carácter crítico del momento exige el sacri-
ficio de una parte de nuestra soberanía nacional. La in-
terdependencia debe reemplazar a la independencia. 12

Parece un llamamiento de los muchos que hoy día


se efectúan a la colaboración internacional en materia
de seguridad. Sin embargo, en realidad son, de nue-
vo, palabras del militar brasileño Golbery do Couto.
Lo que se intenta poner de manifiesto aquí es que la
retórica de gran parte de las expresiones, principios y
exhortaciones a la colaboración en materia de seguri-
dad se encuentran inequívocamente ya formulados en

12 Citado en Mandare. A.; ibíd. p. 56.

23
los manuales de geopolítica de las dictaduras militares
latinoamericanas de los setenta y esto no deja de ser
inquietante.
La doctrina que derriba el equilibrio de poderes
constitucionales y el Estado de Derecho, la de la Se-
guridad Nacional, tiende a implantar una hegemonía
del aparato policíaco-militar frente al conjunto del
Estado, si no se dan los correspondientes controles
por parte del poder judicial y de la sociedad. Un giro
sumamente problemático y de carácter progresivo,
alevoso, que exige una labor social de contravigilancia
frente a la pretensión de vigilarnos permanentemente.
El pasaje clásico del Estado de Derecho a la legisla-
ción supraconstitucional que hace permanente el es-
tado de excepción es un peligro más actual que nunca
y no un simple mal recuerdo del pasado dictatorial.
Por medio de este pasaje se legitima la arbritrariedad
encubriéndola con una pseudo legalidad. El estado de
excepción puede retornar y está haciéndolo en formas
mucho menos evidentes, pero rastreables en el tron-
co conceptual común de la noción de seguridad y en
otras nociones más confusas como las invocaciones al
patriotismo o a la idea de «patria». No en vano el
paquete de medidas de seguridad más poderoso de Es-
tados Unidos fue bautizado como la Patriot Act, Acta
Patriótica.
En todo proyecto de construcción de nación que se
plantee en términos defensivos (military nation-buil-
ding) o, por lo menos, identitarios, característicamen-
te hay siempre una parte de población que no forma
parte de tal proyecto de Patria: un colectivo que que-

24
da estructuralmente excluido. ASÍ, Mattelart señalaba
acertadamente que en Chile «el pueblo trabajador se
encuentra eliminado del conjunto de individuos que
el concepto de nación engloba». En la Declaración de
Principios de la Junta Chilena de 1979 se dice que:

La seguridad nacional es de responsabilidad de cada


uno y de todos los chilenos, por tanto debe inculcarse
este concepto en todos los niveles socio-económicos,
a través del conocimiento concreto de las obligacio-
nes cívicas generales y específicas en relación con el
área de Interior; por el estímulo de la escala de los va-
lores patrios, por la difusión de los alcances culturales
propios en la variada gama del arte autóctono y por
la orientación y comentarios permanentes de las tra-
diciones históricas y de los símbolos que representan
la Patria. 13

El excluido es, automáticamente, el enemigo inte-


rior: el disidente. Enemigo, en este caso, es aquel que
no es tenido por un ciudadano de primera, con carta
de identidad patriótica -sea lo que sea aquello que se
entiende por Patria- un pilar sobre el que construir
patriotismo y una noción orgánica del consenso, el
objetivo de lo que Antonio Gramsci llamaba el «Es-
tado Educador». Allá donde se vela por la pureza de
la comunidad, de su inmunidad frente al contagio de
los elementos extranjeros o «extraños», se embosca el

13 Mattelare, A.: Comunicación e ideologías de la seguridad, Barcelo-


na, Anagrama, 1978, p. 61.

25
fantasma de la caza de brujas, la voluntad estratégica de
supresión del enemigo interior.
El abuso de estas doctrinas del enemigo interior ha
tenido, no obstante, algunas voces críticas internas,
tal como sucedió en 1976 con la Comisión de Inves-
tigación del Senado de Estados Unidos. Esta comisión
hizo pública una confesión respecto a la posibilidad de
desbocamiento de las actividades de vigilancia electró-
nica, que reproducimos este pasaje:

La imprecisión y la manipulación de etiquetas tales


como «seguridad nacional», «seguridad interior»
o «actividades subversivas» e «inteligencia contra el
enemigo» han conducido a una utilización injustifi-
cada de dichas técnicas. Valiéndose de estas etiquetas,
las agencias de información han aplicado estas técni-
cas de intrusión deliberada con individuos y organi-
zaciones que no ponían en ningún peligro la seguri-
dad nacional. En ausencia de normas precisas y de un
control eficaz proveniente de una instancia exterior,
algunos ciudadanos norteamericanos han servido de
blanco, simplemente porque se ha visto su protesta
legal y su filosofía no conformistas. 14

Aun así, una vez consentido el tipo de aparato de Es-


tado de vigilancia que patrocina la Seguridad Nacional
éste se enquista en la sociedad, haciendo que perduren
sus estructuras más allá de las circunstancias que lo ha

.. Mandart, A.; ibíd., p. 72.

26
visto nacer. Es mucho más probable que un gobierno
perciba las ventajas de conservar una bestia con bozal
que destruirla. Especialmente si esta bestia es como
Argos, un gigante de mil ojos que permite monitorizar
a la población en una miríada de espacios y tiempos. El
complejo de la ideología de la seguridad es un dispo-
sitivo que, una vez puesto en funcionamiento, mani-
fiesta una clara vocación de permanencia. Esto ha sido
posible, en nuestras sociedades contemporáneas, en
buena medida gracias al sustento de un determinado
acercamiento psicopolítico a la población, que combi-
na la socialización temprana, los procesos de subjeti-
vación que movilizan el temor como su emoción sub-
yacente y la naturalización de determinados gestos y
funcionalidades en la vida cotidiana.
Así, el acercamiento psicopolítico a la población con
el fin de implantar progresivamente esta ideología de
la seguridad ha actuado en dos vertientes. La primera,
consiste en la potenciación de una cultura del temor y
el adoctrinamiento en masa, habituando a la población
a crecientes controles desde la infancia para hacerle
atractivas estas tecnologías. En el Libro Azul de las nue-
vas industrias de componentes de biometría GIXEL
(Groupement des Industries de l'lnterconnexion, des
Composants et de Sous-ensembles Électroniques) en
Francia se recomienda la naturalización del uso de estas
tecnologías desde la infancia, de la siguiente manera

En nuestras sociedades democráticas, la seguridad se


vive muy a menudo como un atentado a las libertades
individuales. Por consiguiente, hay que conseguir que

27
la población acepte las tecnologías utilizadas, como
entre otras, la biometría, la video vigilancia y los con-
troles. Los poderes públicos y los industriales deberán
desarrollar varios métodos para que se acepte la bio-
metría. Deberán venir acompañados por un esfuerzo
de convivencia, un reconocimiento de la persona y
por una aportación de funcionalidades atractivas.
Educación desde el parvulario: los niños utilizan esta
tecnología para entrar en la escuela, salir a comer y los
padres se identificarán para ir a buscar a los niños. l )

En segundo lugar, y junto a esta «educación desde


el parvulario», encontramos una colonización psico-
política que es tributaria de una táctica de guerra clá-
sica: la guerra psicológica al «enemigo interior». Lo
interesante es que ese enemigo interior no son sólo los
«otros» en referencia a un colectivo. Un «enemigo
interior» puede potenciarse dentro de un mismo in-
dividuo, como una identidad reprimida, que ha de ser
neutralizada. La propia subjetividad resulta ser un en-
carnizado campo de batalla, en el que el miedo a uno
mismo constituye el terreno de cultivo para el avance
del miedo a los otros.
En el plano colectivo, una forma particularmente
efectiva de guerra psicológica para eliminar al dis-
crepante o enemigo interior es aislarlo de cualquier
referencia y solidaridad con una colectividad, singula-

" Mattelan. A.: Un mundo vigilado. Barcelona. Paidós. 2009. p. 240.


Subrayado mío.

28
rizándolo en su «anomalía». En una fase paroxística
esta forma de criminalización preventiva llega a con-
ceptualizar al enemigo potencial de modo difuso, su-
perponiendo su silueta al perfil de todo individuo que
disienta del modus vivendi definido como «normali-
dad». A escala agregada, estos individuos resultan ser
poblaciones enteras respecto a las cuales se trazan en
el espacio líneas de separación arquitectónicas, econó-
micas, simbólicas: una parte de la población queda ex-
cluida y desarticulada y a menudo es un remanente que
ha de ser convenientemente reeducado con diversas te-
rapias o castigos disciplinares. Lo que se consigue crear
de este modo es individuos, en definitiva, con miedo
de sí mismos y de los otros, individuos «vulnerables».
El temor que habita en los corazones de quienes se en-
cuentran en el lado de la normalidad es el miedo a ser
vulnerables, a ser expulsados o autoexpulsarse al otro
lado, a la parte de «los otros», sin posibilidad de que
en ese camino encuentre compañeros de viaje sino una
pavorosa soledad. La desmovilización sistemática de
la dimensión común como experimentación de nue-
vas formas de relación social (y una correspondiente
movilización de carácter individualista, ensimismado
en la privacidad) es hoy una necesidad del sistema pro-
ductivo. En consecuencia, la dimensión común se ha
despedazado en una miríada de espacios y tiempos de
miedo, gestionados a través de políticas del temor.
El resquebrajamiento de la capacidad de experiencia
colectiva ha terminado por minar incluso a las propias
instituciones políticas, que padecen una fuerte deslegi-
timación. La única implicación ciudadana presente en

29
ellas parece ser un mero carácter de «representación»,
pero no de participación. Presuponen a ciudadanos
que no representan. Magramente sustentadas por unas
relaciones sociales inexistentes, la crisis institucional
es el último eslabón de una cadena de desimplicación
favorecida por un aislamiento donde se generan pato-
logías propias de la constelación del temor: ansiedad,
fobia social, estrés como vivencia constante de una
amenaza difusa a la propia integridad, etc. En tales
condiciones, se vuelve a hablar de la necesidad de una
confianza social. Pero ¿es posible una cultura de con-
fianza sobre la base de una ideología de la seguridad
que exaspera y requiere un clima social de temor? En
estas condiciones, ¿es realmente la seguridad un fac-
tor para el desarrollo, como muchos líderes políticos,
especialmente a escala local, repiten a menudo o más
bien se trata de lo contrario, que ciertas condiciones
de expansión del capital requieren unas determinadas
formas de control de la población? Por decirlo con una
paradoja ¿son ese tipo de ciudades seguras ciudades
realmente seguras? ¿Para quién?

30
El miedo y la contingencia

El miedo y la constelación de enfermedades psicológicas


asociadas a él es la emoción que cada vez más se vincula
con la experiencia de la relación social. Constituye tam-
bién el sustrato ideológico sobre el que se metaboliza la
ideología de la seguridad, el miedo al desconocido, el
temor a la exposición a los otros.
La forma en la que cada sociedad reacciona ante lo
desconocido está configurada en unas coordenadas
históricas variables. En nuestras sociedades urbanas
esta reacción es cada vez más un tipo de miedo que se
gestiona políticamente no para su disolución sino más
bien para su potenciación, ordenando el territorio y
estructurando los tiempos de la sociedad.
La cultura actual que pensadores como Zigmunt
Bauman, Nicklas Luhmann, Ulrich Beck Paul Virilio y
Frank Furedi 1 han descrito como «cultura del miedo»

1 Ver, entre otros, Bauman, Z.: Miedo líquido, Barcelona, Paidós,


2007; Luhmann, N.: Sistemas Sociales, Barcelona, Anthropos,
1984 y Luhmann, N.: Risk: A Sociological1heory, Nueva York, De
Gruiter, 1993; Beck, u.: La Sociedad del Riesgo, Barcelona, Pai-
dós, 1998; Virilio, P.: Gty olPanic, Oxford, Berg, 2002; Furedi, F.:
Politics 01Fear, Londres, Continuum, 2005; Furedi, F.: Culture of
Fear, Londres, Continuum, 2002 y específicamente «Precaucio-
nary culture and the rise of possibilistic risk assessment», en: Eras-

31
es una cultura en la que el temor y la ansiedad expresan
el estado de ánimo dominante ante la contingencia e
incertidumbre que caracterizan a toda existencia, inclu-
yendo la existencia colectiva. Esta cultura de la precau-
ción es una visión que anima a la sociedad a aproximar-
se a la experiencia humana como potencial permanente
de riesgo. En consecuencia, toda nueva experiencia que
se pueda concebir en el espacio social se convierte en
un algoritmo de riesgo, que ha de ser calculado y ges-
tionado. Se cumple de este modo la sombría predicción
de Elías Canneti en Masa y poder: «Nada teme más el
hombre que ser tocado por lo extraño».
En el marco de esta ingeniería social de percepción
del riesgo, la figura del Desconocido y de lo ignoto deja
de ser experimentada como novedad e incluso oportu-
nidad, para pasar a ser percibida como enemigo even-
tual al que hay que identificar, protegerse del mismo
o, incluso, neutralizar. Los mecanismos de reconoci-
miento social dejan de ser procesos de conocimiento
para concentrarse en la determinación del enemigo
potencial, de tal modo que el conocimiento así gene-
rado no es fuente de un sentimiento de seguridad, sino
que genera mayor percepción de inseguridad y, como
si de una espiral se tratara, mayor entropía securitaria.

mus Law Review, 2, 1I, 2009. Resultan también interesantes, Ellin,


N. (ed.): Arquitecture 01 Fear, Princeton University Press, 1997;
Bendelow, G. y Williams, S. (eds.): Emotions in Social Lije, Londres,
Routledge, 1997; Scrmon, D.L.: Sociophobics. The Anthropology 01
an Emotion, Londres, Westview Press, 1986; Scott, A.; Kosso, c.:
Fear and its Representations, Turnhom, Brepols, 2002; Tuan, Y.F.:
Landscapes ofFear, Nueva York, Pantheon Books, 1979.

32
En otras palabras: se «conoce» -y el entrecomillado
es a propósito- más para acabar «temiendo» más,
de modo que se termina por producir aquello que más
se teme: el temor mismo. 2 Gestionado en manos de
una maquinaria social como son los desbocados dispo-
sitivos actuales de seguridad, este tipo de saberes, que
operan sobre un conocimiento a menudo distorsiona-
do de la realidad social, queda convertido en aquello
que como ciudadanos se nos ha de ahorrar, que se nos
escamotea, porque según un tipo de ideólogos de la se-
guridad no estamos preparados para asimilar todos los
riesgos desconocidos que nos acechan.
Así se expresaba el secretario de Estado Donald
Rumsfeld en Febrero de 2002:

Los informes que dicen que no ha pasado nada son los


que siempre me interesan, porque, como sabemos, hay
conocidos que conocemos. Pero también sabemos
que hay conocidos que no conocemos todavía, lo cual
quiere decir que hay algunas cosas que no sabemos. Y,
finalmente, también hay desconocidos que descono-
cemos -aquello de lo que todavía no sabe~os que
no sabemos. 3

Resulta inevitable. aunque sólo sea una mención. la alusión a la


idea del filósofo Spinoza. expresada tanto en la Ética como en su
Tratado Teológico-Político. de que son la esperanza y el miedo los
afectos o emociones decisivas para el sometimiento y la coerción.
ya sea interpersonal o política. Ambas. constituyen formas de re-
nuncia al presente. en aras de una cierta noción de futuro.
, Citado en Furedi. E: «Precaucionary culture and the cise of possibi-
listic risk assessment». en: Erasmus Law Review. 2. 11. 2009. p. 203.

33
Esta alambicada formulación constituye una para-
noide fenomenología del temor, que se puede resumir
en la categorización de la percepción del riesgo bajo
una lógica modal: lo que se sabe, lo que se puede lle-
gar a saber y lo que todavía ni siquiera se imagina. El
resultado es la transmisión masiva de alarma social a
la población, una psicótica experiencia de terror a lo
desconocido. Se exhorta a los servicios de inteligen-
cia a embarcarse rumbo a lo desconocido, pero de un
modo en el que la vieja divisa ilustrada de «atrévete
a saber» -sapere aude- más que iluminar realidad
alguna proyecta sombras e inquietud, convirtiéndose
en constante fuente de malestar social. El resultado es
la consolidación rutinaria de una mentalidad agorera,
de manera que la vida social acaba por transformarse
en un permanente simulacro de catástrofe, un ensayo
generalizado de lo peor. El cine apocalíptico, los reality
show escenifican en la semioesfera este estado de áni-
mo generalizado de la población. Por eso, no resulta de
extrañar que en el momento en el que sobreviene una
intervención policial, como por ejemplo la de Burgos
con la que comenzábamos este ensayo, se la valore con
criterios estéticos, declarándola preciosa, espectacular.
Como si se tratara de una catarsis perversa, de una neu-
tralización espectacularizada de los miedos colectivos.
Las direcciones del miedo son, en suma, dos: el mie-
do a los otros y el miedo a uno mismo. Y esta dualidad
se traslada a un juego de diferencias y de confusiones
que se maneja insidiosamente.
Los espacios del miedo generados por una gestión
privada e incontrolada de la ideología de la seguridad

34
y de sus dispositivos funden lo privado y lo público,
haciendo porosas sus relaciones en aras de intereses
privados. Por un lado, se pierde progresivamente pri-
vacidad e intimidad, pero por otro se privatizan los
espacios públicos y se patrimonializa la información.
Las reglas de la vigilancia por empresas privadas se van
implantando como algo normal en el espacio público
y los vigilantes privados se invisten con prerrogativas
que pertenecían a las llamadas fuerzas públicas de se-
guridad. Por su parte, las fuerzas públicas de seguri-
dad, en su celo por mantener el orden, a veces amplían
el nivel de indefinición de lo permitido en aras de la
seguridad, generando microestados de excepción, agu-
jeros negros de legalidad a escala microscópica.
La privatización de la seguridad, como nos ha recor-
dado Foucault en La verdad y las formas jurídicas se
remonta al siglo XVIII, momento en el que las com-
pañías comerciales que empezaban a acumular stock
de mercancía creaban sus propias compañías de segu-
ridad mercenarias, sus pequeños ejércitos comerciales,
que hoy podríamos reconocer en fuerzas parapolicia-
les como las que progresivamente se van extendiendo a
lo largo y ancho del mundo.
Un «régimen de verdad», esto es, una organización
de condiciones sobre lo que se considera verdad o rea-
lidad es, además, un régimen de visibilidad, por usar de
nuevo ideas de Michel Foucault. En nuestras ciudades
cada vez más se confía la configuración del paisaje ur-
bano a los criterios de visibilización: se decide pública-
mente en función de intereses privados lo que se quiere
y no se quiere ver en cada barrio. Así, ciudades como

35
Barcelona llegan a definirse como «tiendas» -«la
mejor tienda del mundo»- y toda tienda comien-
za por la necesidad de disponer estratégicamente los
elementos de un escaparate, por un régimen de visibili-
dad. A menudo, el resultado de convertir el espacio ur-
bano en un gran escaparate es un desarrollo cosmético,
por el cual no se combate sino que sólo se gestiona la
desigualdad y el malestar, reconcentrándolos espacial
y temporalmente en zonas invisibles de la vida urbana.
La experiencia social de la temporalidad queda
igualmente sometida a lógicas del miedo.
Así, no se reconoce la figura del desconocido bajo la
lógica de la hospitalidad sino bajo el prejuicio o juicio
previo basado en la sospecha de lo que puede llegar a
hacer. Ante esta perversión de la mirada anticipativa,
es necesario convocar una mirada retrospectiva. Tal
como la perspectiva genealógica, o históricamente in-
formada, que Foucault nos ha mostrado,4 la escanda-
losa noción de «peligrosidad» fue implantada en el
derecho penal del siglo XIX y desde entonces se ha en-
quistado en nuestros imaginarios sociales. Según esta
perversa lógica temporal el individuo «debe ser con-
siderado por la sociedad al nivel de sus virtualidades
y no de sus actos; no al nivel de las infracciones efecti-
vas a una ley también efectiva sino de las virtualidades
de comportamiento que ellas representan». 5 De esta
manera, se produce una separación de poderes en un

• V. Foucault, M.: La verdad y las formas jurídicas, Gedisa, Barcelo-


na, 1980, en especial la cuarta conferencia.
s Foucault, M.; ibíd, p. 88.

36
sentido inesperado «el control de los individuos, esa
suerte de control punitivo en función de virtualidades
no puede ser efectuado por la justicia sino por una se-
rie de poderes laterales tales corno la policía y toda una
red de instituciones de vigilancia y corrección: policía,
instituciones psicológicas, psiquiátricas, criminológi-
cas, médicas y pedagógicas para la corrección ».6
Hoy día se está operando una generalización de esta
noción de peligrosidad al entero universo social. Todo
es sospechoso hasta que no se demuestre que es inocuo,
de modo que se desmorona un principio fundamental
del derecho penal moderno, el de in dubio pro reo, esto
es la presunción de inocencia. Las lógicas de la precau-
ción, de la inmunización,? impregnan el conjunto de re-
laciones sociales, desde el nivel en el que se vinculan los
cuerpos hasta aquel en el que se entrelazan los discursos.
A modo de conclusión debernos comenzar a enten-
der la necesidad de diferenciar las políticas del mie-
do, que se articulan a partir del miedo y las políticas
contra el miedo. Y además necesitarnos diferenciar las
verdaderas políticas contra el miedo de las falsas po-
líticas contra el miedo: las que conducen a la gente
a pensarse corno «anormales», a requerir terapias de
normalización, que gestionan su miedo y que lo hacen
en privado.

6 Foucault. M.; ibíd .• p. 89.

- Sobre la extensión de los principios y mecanismos de inmunización


biológica a la totalidad de la vida social. ver Esposito. R.: Inmu-
nitas: protección y negación de la vida. Buenos Aires. Arnorrorru.
2004.

37
Nuevas formas de saberes. modos de conocimiento
y sujetos del mismo emergen en nuestra sociedad del
miedo como formas renovadas de control. En estas
condiciones el sapere aude. se transforma en un deber
cívico: atreverse a saber supone «reivindicar tu dere-
cho a saber qué se sabe de ti» frente a aquellos que se
apropian. sin permiso. el derecho a saber de todos.

38
Coda: Pobreza, invisibilidad y límites
de la ciudadanía

La realidad es (. .. ) lo que, desde el siglo XVIII, hemos convenido


en llamar la cuestión socia4 es decir, lo que de modo más llano
y exacto podríamos llamar el hecho de la pobreza. La pobreza
es algo más que carencia; es un estado de constante indigencia
y miseria extrema cuya ignominia consiste en su poder
deshumanizante; la pobreza es abyecta debido a que coloca a los
hombres bajo el imperio absoluto de sus cuerpos, esto es, bajo el
dictado absoluto de la necesidad.
Hanna Arendt, Sobre la revolución, Madrid, Alianza, 2004, p. 79.

Más de ochenta millones de personas viven en Europa


bajo la línea de pobreza y casi un cuarto de la población
española no dispone, de una forma u otra, de recursos
necesarios para afrontar mes a mes la existencia en las
ciudades. No obstante, la pobreza no es una «condi-
ción humana»: es antes que nada una situación social,
lo que significa que no se puede definir de un modo
estático, es decir, como un simple estado carencial. No
sólo «se es pobre», también se «deviene pobre», a lo
largo de un proceso paulatino de vulnerabilidad y ex-
clusión, cada una de cuyas fases y trayectorias vitales
concretas nos informa de una dimensión estructural
del sistema que la genera. La familia monoparental que
queda sin recursos, el desempleado de larga duración, el

39
inmigrante que se ha ido al paro o el joven descualifica-
do que no cuenta con un colchón familiar (en sentido
alegórico y literal), no son figuras abstractas candida-
tas a rellenar la casilla social, igualmente imprecisa, de
«pobre»: son vidas rotas de diferentes maneras, a lo
largo de un proceso que les conduce hasta la calle.
Para muchas de las personas que hoy viven en la
pobreza era impensable, sólo cinco años atrás, encon-
trarse en esta situación. En sus vidas ha irrumpido la
contingencia más despiadada, aquello que nunca se
pensaba que pasaría pero que posee causas estructura-
les perfectamente identificables. Cada rostro de la po-
breza es el producto de estas causas y a la vez posee su
propia historia. No obstante, cada una de estas vidas
singulares cae subsumida en un fondo indiferenciado
en el que pocos poderes políticos se atreven a mirar.
Parece que temieran aquel terrible aforismo nietzs-
cheano: «cuando contemplas largamente un abismo,
el abismo también mira dentro de ti». El abismo de
la pobreza está mirando el interior de nuestros sis-
temas políticos, señalando sus límites y exclusiones
estructurales.

FIN DE FIESTA

Era 29 de Septiembre de 2010, día de huelga gene-


ral, cuando las calles de Barcelona tomaron el aspecto
de un desolador fin de fiesta. No se respiraba alegría,
ni optimismo. No se había producido celebración al-
guna, sino la afirmación colectiva de un malestar so-

40
cia!, la manifestación de la cuestión social. El centro
barcelonés saludó la noche repleto de contenedores
volcados, de pintadas con consignas de insurrección,
oficinas bancarias cubiertas de pintura y de cientos
de pegatinas con mensajes políticos estampadas en
las lunas de los grandes comercios. La carga policial
contra manifestantes que ocupaban una sucursal ban-
caria transformó las calles más céntricas de la ciudad
en una batalla campal. La versión oficial declaró que
estos manifestantes habían quemado varios contene-
dores horas antes, haciéndose necesaria la interven-
ción policial. Los antisistema, en la versión de repre-
sentantes políticos y policiales, se retrataban como los
elementos violentos perturbadores de lo que debía ser
una jornada pacífica de huelga. Como semanas antes
los sindicatos, la protesta social aparecía demoniza-
da, esta vez como las hordas salvajes que tomaban las
pacíficas calles de la «millor botiga del mon». El día
tres de octubre, es decir, cuatro días después de estos
hechos, en una entrevista radiofónica se preguntó a
una representante gubernamental en materias sociales
si pensaba que podía existir alguna relación entre po-
breza y protestas antisistema. La respuesta fue tajante:
ninguna. Los antisistemas, afirmó, no tienen nada que
ver con la pobreza, son simplemente violentos, a lo
cual los representantes policiales añadieron más tarde
en las noticias nacionales que eran el resultado de una
«política permisiva».

41
UN BAILE DE MAsCARAS: ¿ANTISISTEMAS?

Probablemente ha llegado la hora de preguntarnos qué


se persigue con la construcción social de esta figura del
«antisistema» y qué relación guarda con la ideología
de la seguridad y con los procesos de exclusión social.
«Antisistema» es una etiqueta tan sociológicamente
banal como políticamente útil para invisibilizar pro-
blemáticas más profundas, enmascaradas bajo la vieja
lógica identitaria de «ellos» contra «nosotros», a fin
de alambrar los confines del abismo al que no se debe
mirar. Bajo esta lógica de control y de polarización so-
cial, cualquiera que no esté de acuerdo con el sistema,
sea cual sea la forma de impugnación que practique, es
ya un potencial antisistema. Al mismo tiempo, «siste-
ma» somos todos, tanto los que cuentan dentro de él
como los estructuralmente excluidos del mismo, pues
dentro/fuera ya no es una lógica que pueda dar cuen-
ta de la complejidad de posiciones sociales que pode-
mos ocupar a la vez o a lo largo de diferentes etapas de
nuestra vida. Hoy se está «dentro», mañana, tras un
despido o un desahucio, se puede estar fuera. ¿~é es,
pues, lo que está obturando la construcción social de
un nuevo personaje recién llegado a la escena política
actual, el encapuchado antisistema? ¿En qué se está
convirtiendo el escenario de la política sino en un baile
de máscaras, donde la confrontación se libra en la au-
sencia de rostro, en los pasamontañas de antisistemas y
de antidisturbios? Lo que no nos deja ver este escenario
de máscaras es la cara real de la crisis a la que nos ha con-

42
ducido un capitalismo desenfrenado y salvaje, que trata
a los trabajadores como juguetes rotos. Nuevos rostros,
cada vez más numerosos, despuntan en una crisis larga
y dolorosa. Pagan una crisis sin rostro, de la que nadie
parece querer hacerse cargo. Estamos en el día después
del festín de desenfreno financiero cuyos costes sociales
recaen sobre las clases más vulnerables, convidados de
piedra a una orgía que parecía no tener fin, a un capita-
lismo enloquecido que se presentaba a sí mismo con la
seguridad metafísica de lo necesario, de lo que no pue-
de ser de otro modo.
En el nuevo discurso sobre la seguridad, que se re-
troalimenta de la ficción de un sistema necesario, el
cambio es siempre una amenaza desestabilizadora. La
irrupción de nuevos elementos en el campo de apari-
ción de la política se codifica automáticamente como
riesgo potencial. En estas condiciones, la contingencia
de lo político supone el cortafuegos de la deriva secu-
ritaria y totalitaria que está tomando la política. Aun
así, la construcción social del nuevo personaje recién
llegado a la escena política contemporánea, el anti-
sistema, plantea más interrogantes que respuestas. Su
signo es incierto. Su aparición, en rodo caso, señala el
origen humano y, en última instancia, imprevisible de
la vida política, así como la operación simbólica de cri-
minalizar la protesta. La llamada a la «refundación del
capitalismo» se ha acompañado, irónicamente, de la
represión en diversos países del origen fundan te de la
vida política: de la indignación (y la reivindicación de
dignidad y libertad) de hombres y mujeres singulares,
excluidos y violentados por decisiones específicas de

43
otros hombres y mujeres. El ciclo del capitalismo que
ahora toca a su fin ha sido salvaje: por eso no podía
sino provocar una ira salvaje. Y la ira, en la vida políti-
ca, está casi indisolublemente unida a ideas como la re-
volución. Pero también hoy se aprovecha para nuevas
fiestas, como las «tea party».

FRONTERAS INTERIORES DE LA CIUDADANfA

Hannah Arendt es probablemente la pensadora que en


el siglo xx ha abordado de modo más sugerente (aun-
que no siempre exento de problemas) la entrada en po-
lítica de la ira,8 así como el difícil papel de la cuestión
social en los movimientos revolucionarios y su relación
con la violencia, fundamentalmente en su libro Sobre la
revolución. 9 Pero también nos ha legado una interesante
reflexión (muy útil para pensar en la experiencia de la
exclusión social) sobre la aparición en el espacio polí-
tico de figuras como el apátrida o el paria, que desafían
las identidades políticas tradicionalmente forjadas por
el estado nación moderno. Originalmente estas figuras
se referían al desplazamiento forzado de personas más
allá de sus países, de origen, poniendo en cuestión las

8 Junto a Judith Shklar, quien realiza, no obstante, una valoración


muy diferente a la de Arendt. Shklar.J.: Rostros de la injusticia. Bar-
celona. Herder. 2010, donde la autora sostiene que la indignación
y la ira como emociones políticas tienen un papel difícil pero cru-
cial en el curso de la vida de democracias reales y no simplemente
formales.
9 Arendt. H.: Sobre la revolución. Madrid, Alianza. 2004.

44
fronteras nacionales y las identidades asociadas a ellas.
Hoy, bajo niveles crecientes de pobreza metropolita-
na, estas figuras proliferan no sólo en relación con las
fronteras exteriores sino también con las fronteras in-
teriores de los sistemas políticos. Por decirlo en pocas
palabras: son los nuevos apátridas de las fronteras de
la ciudadanía, tanto hacia fuera como hacia dentro. La
creciente visibilidad de los pobres, en permanente trán-
sito, sin hogar o habiéndolo perdido hace poco a ma-
nos de un banco, desposeídos en la práctica, aunque no
en el plano formal, de sus derechos civiles y políticos,
fuerza a una reflexión sobre los límites y condiciones
de la ciudadanía y, en última instancia, sobre la difícil
fundamentación de la democracia en esta situación.
El discurso caritativo fue durante mucho tiempo
el sustituto de la responsabilidad política. Ahora, el
peso se ha trasladado a los propios actores sociales. La
compasión, esa pasión que tan poca estima política le
inspiraba a Arendt y a la que contraponía la dignidad,
es precisamente la bandera del rostro humanizado del
capitalismo: el llamado capitalismo compasivo. No
es casual que el subtítulo del famoso libro de Richard
DeVos, Compassionate Capitalism sea «people helping
people to help themselves».lO ~e tengamos que ayu-
darnos a nosotros mismos es otra manera de decir que
bajo este sistema, ya sea salvaje o compasivo, todos los
que están arriba parecen lavarse las manos. Y vendarse
los ojos.

10 DeVos, R.: Compassionate Capitalism, Nueva York, Penguin Books,


1993.

45
LO VISIBLE Y LO INVISIBLE

Como ya hemos dicho, la consideración política de la


pobreza depende, y mucho, de procesos de visibilidad
e invisibilidad, de aparición y desaparición, tanto en el
espacio político como en el espacio público, espacios
que de este modo llegan a entrecruzarse, aunque nunca
se solapan, pues el primero determina el régimen de vi-
sibilidad del segundo.
A escala macrosocial, la pobreza invisibiliza a las
personas que la padecen privándolas de su condición
de acrores sociales, forzadas a un anonimato pasivo
que engrosa las cifras oficiales de indigentes. A escala
cotidiana, la pobreza los somete a un juego perverso
de visualización/invisibilidad en cada micro escenario
local: se los ve, pero no se los mira, no sea que, como
el abismo de Nietzsche, nos devuelvan la mirada. Su
presencia es fácilmente localizable a la hora de expul-
sarlos de los establecimientos o de detenerles por la
calle, pero a la vez se los hace invisibles cada vez que se
ignora activamente su presencia. ~enes padecen esta
situación, los nuevos parias de la ciudad, son personas
en constante tránsito, que se desplazan a través de ru-
tas marcadas por la necesidad, recorriendo el espacio
urbano a lo largo de itinerarios, auténticas geografías
de la pobreza, en los que efectúan paradas estratégicas
para conseguir recursos que permitan atravesar el día:
el comedor donde se puede conseguir un bocadillo, el
albergue donde ducharse, el contenedor del supermer-
cado donde muchos «reciclan». En suma: personas
invisibles, transparentes, a través de las cuales se ve la

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ciudad, porque las miradas las atraviesan como si se
tratasen de seres de vidrio. En el espacio público de
las ciudades, incluyendo los no-lugares como los aero-
puertos, donde cada vez «viven» más pobres, coexis-
te así la proximidad física con el abismo social entre
personas, de manera que el régimen de la mirada y de la
visibilidad, empezando por su expresión más inmedia-
ta, por el cruce de miradas, se manifiesta como 10 que
realmente es: un régimen político. Y las consecuencias
políticas de este malestar social, a largo plazo, son im-
previsibles. Si el paria del que hablaba Hannah Arendt
se caracterizaba por su pérdida del mundo, por la acos-
mia, el nuevo paria social, que se afana en sobrevivir en
las fronteras interiores e instersticios de la ciudadanía,
en los no-lugares de la ciudad, sufre también una pro-
gresiva pérdida del mundo, una lenta (o súbita) muerte
social.
Tal vez la metáfora más poderosa de la política hoy
día sea el contenedor. La vida urbana se organiza en
buena parte en torno a los contenedores, de diversas
y contrapuestas maneras. Se evalúa la imagen públi-
ca de los ayuntamientos por la cantidad, naturaleza
y variedad de contenedores que colocan en las calles.
A la vez, en diversas webs hechas por indigentes para
otros indigentes, como una especie de manual de su-
pervivencia urbana, se explica en qué supermercados y
a partir de qué horas es posible recoger los desechos
en buen estado para alimentarse. Pero ha de hacerse
cuando el establecimiento cierra, pues los clientes no
desean ver cómo los pobres rebuscan en el mismo lu-
gar donde ellos compran. En los contenedores, en los

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que unos desechan y otros aprovechan, se produce una
invisible operación política, una caja negra de la vida
social. Tal vez sea por eso por lo que hoy se destruyen
los contenedores en cada manifestación, igual que los
revolucionarios que Benjamin describió en sus Tesis
sobre jilosofta de la historia dispararon a los relojes: los
contenedores hoy son extraños símbolos de poder y de
injusticia.

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Para seguir leyendo

Agamben, G.: Estado de excepción, Valencia, Pretextos,


2004.
Arendt, H.: Sobre la revolución, Madrid, Alianza, 2004.
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