Prefiguraciones Del Grotesco Criollo en Pacheco
Prefiguraciones Del Grotesco Criollo en Pacheco
Prefiguraciones Del Grotesco Criollo en Pacheco
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puso por parte de los autores un alejamiento de los perso-
najes sainetescos; constituyó el último brote de una línea es-
cénica que habiéndose iniciado modestamente a fines de si-
glo con Soria, Trejo, afirmó su trayectoria merced al aporte
decisivo de los dramaturgos mencionados. En consecuencia,
trataremos de establecer algunos rasgos intrínsecos y perma-
nentes de nuestro género chico que adquirirán luego nueva
valencia en las complejidades del grotesco y nos parece ade-
cuado tratar de puntualizarlos en la obra de quien fuera uno
de los saineteros más brillantes.
Como el vocablo "grotesco" designó originariamente una
especie teatral europea, a ella nos referiremos antes de en-
trar de lleno en el tema.
I. EL GROTESCO EUROPEO
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Así lo establece con categórico y rotundo énfasis a veces. No
puede comprender y hasta le repugna la filosofía tranquila
de su amigo Cirilo, quien acepta resignado los devaneos de su
joven cónyuge.
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a sus más íntimos deseos; la otra, por el contrario, lo im-
pulsa a representar una farsa cruel pero necesaria para se-
guir disfrutando del respeto de sus semejantes. Una vez más,
la eterna oposición mentira-verdad, simulación-verismo, apa-
riencia-realidad; en suma: la máscara y el rostro. Chiarelli
hace jugar esta antinomia de la conducta humana durante el
transcurso de la obra, antinomia expuesta claramente a tra-
vés de las palabras de Sabina.
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Pablo — (Poniéndose la máscara de la tragedia y yendo
a su encuentro) ¡ Ah! te envía el cielo.
Luciano — ¿Qué ocurre?
Pablo — Te necesito.
Luciano — ¿Por qué?
Pablo — ¿Por qué? Porque (buscando obtener el efecto
deseado) Porque he matado a mi mujer.
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tiende su angustia en una sonrisa entre compasiva y bur-
lona.
Las restantes alternativas de la obra suscitarán siempre
esta actitud, en que lo serio se mezcla, indisoluble, con lo
cómico. Evidentemente, Chiarelli, ex-profeso, forzó el curso
natural de las situaciones; lo lógico hubiese sido que Pa-
blo matara a su mujer o la perdonase, pero esa dualidad
de conducta desconcertante ocasiona una distorsión resuelta
en un doble juego, trágico y cómico a la vez. Por ello, los
diversos episodios de la acción escénica otorgan indefectible-
mente un amplio margen festivo aunque involucren también
un transfondo de amargura. El comportamiento de Luciano,
quien como defensor de Pablo no vacila en desprestigiar a su
éx-amante con tal de lograr la absolución de su cliente, las
numerosas y apasionadas declaraciones de amor que recibe Pa-
blo de lejanas admiradoras, los festejos con que se saluda la
libertad del marido pundonoroso, no son sino otras tantas ex-
presiones de la máscara de simulación, engaño y prejuicio
que cada cual se ha fabricado. Lo absurdo de ese proceder
llega a la aberración cuando aparece de nuevo Sabina y
su marido quiere recomenzar junto a ella una nueva vida,
esta vez la auténtica. Pero la sociedad no perdona a aqué-
llos que osan despojarse de la máscara y mostrar el rostro;
en consecuencia, quienes han absuelto a Pablo y lo han con-
vertido en un héroe admirado a raíz de un crimen que no
cometió, lo condenan, escandalizados, al comprobar la no exis-
tencia del delito. Marcos, el inflexible magistrado, le recuer-
da triunfante que el Código Penal castiga la simulación de
delito, y el falso testimonio. Y el atribulado Pablo exclama
con justa indignación: "—Esto es un disparate. La maté y
me absuelven, no la he muerto y me mandan a la cárcel. Eso
és absurdo".
Y para poder vivir Pablo y Sabina huyen como dos de-
lincuentes.
Atilio Dabini especifica que la novedad de la obra de
Chiarelli consistía en: " L a s máscaras recubren personajes mo-
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demos de los cuales adoptan la fisonomía y la manera, ocul-
tan a seres humanos cuya índole suele no corresponder a
la fisonomía exterior; y el drama, o la tragicomedia, nace
cuando esa 110 correspondencia se hace conciencia; entonces
aquella índole descompone la máscara y revela su verdadero
rostro, que es expresión del yo genuino, espontáneo, de la
verdadera personalidad del hombre, de una manera esencial
e íntima de sentir y de ser que con frecuencia permanece, pa-
ra uno mismo, oculta bajo la conformación dada por la edu-
cación, por las ideas y modos adquiridos, por la vida en sus
formas exteriores, y que manifiesta bajo la prueba de la
crisis y la tragedia que tocan en lo vivo" ( 3 ) .
Por tanto, simultaneidad de elementos cómicos y serios,
bivalencia de la conducta, enmascaramiento del yo íntimo,
dislocación de las situaciones, son los rasgos distintivos del
grotesco como especie teatral, que según la opinión de Mon-
ner Sans constituye "una de las varias modalidades del dra-
ma de la personalidad" ( 4 ) .
De esas características participan L'uomo che incontro * se
estesso (1918) de Antonelli; Marionette, che passione! (1918)
y Una cosa di carne (1924) de Rosso di San Secondo; L'uccello
del paradiso (1919) de Cavachioli, II berreto a sonagli (1917)
y II gvuco delle parti (1918) de Pirandello, sin olvidar el le-
jano antecedente: Don Pietro Caruso (1895) de Braceo.
También pertenecen a esa especie teatral piezas de Crom-
melvnck, Mazaud, y los esperpentos de del Valle Inclán.
En lo concerniente al grotesco del teatro nacional, aun-
que la denominación sea la misma, no se puede en rigor de
verdad tratar de asimilarlo al italiano; ciertas coincidencias
permiten establecer alguna analogía, mas fundamentales
desemejanzas se constatan a poco de examinar las respecti-
vas expresiones (por esta razón nos hemos detenido en La
Maschera e il vólto).
(3) DABINI, Atilio, Teatro italiano del siglo XX, p. 50. Buenos Ai-
res, Losange, 1958.
(*) MONÍÍER SANS, José María, Pirandello y su teatro, p. 127. Bue-
nos Aires, Losada, 1959.
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II. EL GROTESCO CRIOLLO
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minado, Carmené. L'ha matado el automóvil. La gente está
presenciando un espectáculo terribli a la calle: Fagonia del
coche... pero no se le mueve un pelo. Uno que otro te mira
nel pescante, así, con lástima; tú ves el viaje e te párase...
¡ manco pe 1 'idea!... por arriba del caballo te chistan un
automóvil. (Pausa). ¿Tú has sentido hablar del muerto que
camina?... Es el coche.
(Cuadro 1?, p. 34)
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alucinación). ¿Quién está dentro del coche?... ¡Severino!...
Sever... (Se restrega los ojos). Es el anís. Estoy borra-
cho. (Sowríe. Se quema?) ¡L'ánima túa! (Por los ladrones)
¡Cómo tardan!... Qué soledá. ¿Quién viene?... (Se vuelve,
dejado)- ¡El vigilante! (Se pone de pie, rígido). No. Creo
que me está entrando fierrito. Mateo... vamo, no te dormí;
no me deje solo. Mirame. Del otro lado. ¿Está asustado us-
té? (Suena la bocina de un auto. Se encoje como si le hirie-
sen) . Ahí va. El progreso. ¡ Mírelo cómo corre!... ¡ Corre,
escapa! Ha de venir otro invento que te comerá el corazón
como me lo comiste a mí (Otra vez la bocina más lejos). Y
me pifia, me pifia. ¡ Matagente!... ¡Puah! (Le escupe. Otra
vez lo angustia la soledad. Su miedo crece). ¡ Cómo tardan!...
¿Qué estarán haciendo?... (Lo aterra un pensamiento). ¿¡Es-
tarán degollando a alguno?!... ¡ A la gran siete... (Salta al
pescante; va a castigar a Mateo. Se detiene otra vez. Se acon-
goja) ¿Y mañana cómo comemo? Hay que entrare. ¡Hay que
entrare! (Solloza). ¡Figli! ¡Figli!
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Carlos — (Abre la puerta para mostrar su flamante traje
de chauffeur). Bien, viejo. Al fin están contentos en esta
casa.
Carmen — H i j o . . .
Miguel — (El acordeón pierde aire sonoramente entre
sus manos. Estupefacto). Usté... chofer?...
Carlos — Chófer. Me he decidido a trabajar, viejo; a ayu-
darlo de una vez. Hace tiempo que practico en el volante —
ante de que me echara y después me fuese a llamar—, pero
lo oculté para darle de golpe esta alegría.
Miguel — (desfalleciente) — ¡Ay!... ¡Ay!...
Carlos — Viejo!
Carmen — ¿Qué tiene?
Miguel — Me muero de alegría.
Carlos — ¿Cómo, no está contento?
Miguel — ¡Sí! ¡Muy contento! ¡Mira qué contento es-
toy! (Se abofetea). ¡Mira!
Carlos — ¡Tata!
Carmen — ¡Mequele!
Miguel — Yesú, ¿yo merezco esto?... ¡Qué alegría que
tengo! ¡Hágame venir un acchidente! No te asustá, Cárme-
ne. Es la alegría que tengo de verlo. ¿Qué más podía ser?
Chófer; le cae de medida. Mira qué bien que le queda el
traje... y la gorra— ¡Un acchidente seco, redondo!
Carlos — ¡Papá, yo traigo plata! Ayer no había morfi
en esta casa. Tome, mama; veinte pesos. Mi primera noche.
Carmen — Gracia, hijo; al fin. Era tiempo-
Miguel (mirándolos largamente). — ¡Era tiempo... y
qué tarde que es!
Carlos — Sí, yo comprendo; a usté le hubiera gustao más
otro oficio, p e r o . . .
Miguel — P e r o . . . hay que entrare. He comprendido. No
me haga caso, hijo. Estoy contento de que usté pueda ya man-
tener a la familia. Yo no podía más. Estoy cansado. Como
Mateo... ya no sirvo, soy una bolsa de leña... y siempre que
pego... pego con la cabeza. Ahora l'automóvil me salva.
¡ Quién iba a pensarlo!...
(Cuadro 3«?, p. 51)
Obsérvese también el determinismo, la fatalidad inexo-
rable gravitando siempre sobre el pobre Miguel. El final de
la obra no puede ser más desolador, pero conserva las carac-
terísticas citadas: la risa mezclada con el llanto.
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Miguel — No llore. Piense a los hijos. Tenía razón, Car-
mene : cuando se echan al mundo hay que alimentarlos...
de cualquier manera. Yo he cumplido. No llore (Los hijos los
miran sin entender. El viejo despista-, se pone la galera de
Severino, abollada y maltrecha. Da lástima y risa)- ¿Cómo
me queda? ¿Me queda bien?... (Retrocede hasta el foro pre-
parando la huida. Se repiten los golpes). ¡Addío! (De un res-
pingo abre la puerta. La policía echa mano de él. La vieja cae).
Carlos y Chichilo — ¡Mama!... ¿Qué pasa?... (Salien-
do por foro). ¡ P a p á ! . . . ¡ p a p á ! . . . (Los policías se llevan
al viejo a tirones).
(Cuadro 3?, p. 53)
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pen sus lazos de amistad y el hijo de Gaetano y la hija de
Mustafá rompen su noviazgo, sin saber a ciencia cierta la
causa. Al fin el hijo del turco enterado de la verdad obliga
a su padre a devolver el billete, pero cuando van a sacarlo
del zócalo en donde lo había escondido apenas quedan ras-
tros del mismo: los ratones se lo devoraron. ¡Pobre turco! Ya
nunca más verá Turquía.
En ocasiones el personaje se deja envolver en tal manera
por su problema que se sumerge en un marasmo que anula
todas sus reservas anímicas hasta hacer vacilar su razón- Tal
es el caso de Saverio en la obra homónima de Di Yorio. Su
hija, víctima de un rapto, ha sido violentamente ultrajada
por un desconocido. Saverio, que posee un sentido del honor
casi patológico, vive con la obsesión de encontrar al culpable.
Mortifica a toda la familia, en especial a su hija. No puede
entender que el novio de ésta pretenda casarse, pues en su
opinión ningún hombre puede aceptar a una mujer deshonra-
da. El matrimonio se realiza lo mismo, pero Saverio obnubi-
lado cada vez más por esa idea fija, empaña la felicidad de
la joven. Como último recurso para salvarlo de la locura to-
tal, su yerno se declara culpable de lo que por supuesto no
ha cometido. " A h —exclama tristemente el viejo— l'honore
no existe y a " .
A veces el grotesco trata un asunto de mayor enverga-
dura. He visto a Dios, de Deffilippis Novoa plantea un pro-
blema trascendente expuesto por un individuo de bajo nivel
intelectual y humano, análogo en sustancia a las criaturas
de Discépolo. Carmelo, viejo relojero y reducidor de objetos
robados, ha centrado todos sus afanes en su hijo Chicho, vago
y pendenciero, que es muerto a causa de una deuda de juego.
Su desesperado padre cae en una crisis de misticismo agudo
durante la cual cree ver a Dios. En realidad se trata de una
farsa urdida por su paisano Victorio, quien caracterizado con
barba blanca, luengos cabellos, albas vestiduras, se le apa-
rece todas las noches; su propósito es sacarle dinero. Un
vendedor de biblias que trató infructuosamente de infundirle
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fe evidencia la treta, y entonces toda la religiosidad de Car-
melo se desmorona, y recrimina no al verdadero culpable,
sino al que descubre el engaño, de haberle destruido su Dios.
"Tú, tú sei colpabile. Tú sei colpabile... Era il Dio mío, el
mío Dio, e me lo rompiste".
Aunque Novión no denomina de grotesco a su saínete Don
Chicho, lo es en muchos aspectos, en especial por la fuerza
del ambiente, el bajo fondo porteño, que determina el destino
de los personajes.
De la consideración de éstas y otras piezas semejantes,
extraemos como principales rasgos distintivos del grotesco
criollo los siguientes:
Exposición de un problema individual: el del protago-
nista (su nombre muchas veces da título a la obra: Musta-
fá, Giácomo, Stéfano, Saverio) sin que se ofrezcan soluciones
para resolverlo. En consecuencia el desenlace casi siempre es
negativo, trágico en ocasiones, pues un fuerte determinismo
se advierte desde las primeras escenas.
Desarrollo de la acción condicionado por entero a las al-
ternativas que ese problema suscite.
Peculiar fisonomía de la figura central, por lo común
un inmigrante-
Empleo noble y ceñido de la machietta (vestimentas, ges-
tos, actitudes pintorescas, tendencia al dialectalismo en la
expresión oral.
Contraste entre la magnitud del problema y la elementa-
lidad de la exteriorización, ya que fatalmente lo patético lle-
ga al espectador a través de situaciones cómicas. Este es el
recurso infalible para lograr la hilaridad del público, pues
desde el punto de vista estrictamente escénico en el gro-
testo se alcanza la comicidad por medio del drama.
Abundancia de soliloquios.
Retomando anteriores conceptos no es posible remitir nues-
tro grotesco a modelos foráneos; sólo cierto aspecto coinciden-
te, simultaneidad de elementos cómicos y dramáticos, permite
relacionarlos.
133
La maschera e il volto denuncia la crisis moral padecida
en Europa antes de la primera guerra, cayendo en un cinis-
mo tan aguzado que los personajes, vaciados de sus posibili-
dades vitales, se han deshumanizado perdiendo toda resonan-
cia existencial. D'Amico define a Chiarelli como " e l pintor
de una sociedad caída en una disolución tan cínica que no
es posible vislumbrar en sus seres el mínimo de pasiones bru-
tales, necesario para plantear un conflicto, para crear un es-
tilo" ( c ) . Muy distinto, en cambio, es el tono del "grotesco
criollo"; cualquiera sea el tema recarga sus acentos sobre la
condición humana de los personajes. Aunque menos elabora-
dos resultan más sanos espiritualmente pues proceden no de
un ambiente agotado ni decadente, sino de una sociedad en
formación que se iba integrando con los más variados ejem-
plares que el gran aluvión inmigratorio de fines de siglo y
principios del actual había arrojado a nuestras playas.
Además, la mayoría de las figuras del grotesco gozabau
ya de una larga y honrosa trayectoria en nuestro repertorio
teatral: todas pertenecen a la más pura tradición sainetesca.
Diferencias fundamentales, empero, existen entre ambos.
El grotesco supone un aprovechamiento distinto y nuevo de
los elementos del saínete. La acción cerrada en torno de un
problema de hondo contenido expuesto por una figura-eje, su-
pone un detallado estudio sicológico del personaje; por ello,
como consigna Ordaz, el grotesco prefería para sus tipos, tau
pintorescos como los de la modalidad anterior, los marcos in-
teriores. "Ello acaecía tal vez, por necesidad intrínseca, pues
mientras el saínete era lo exterior colorido y bullanguero, el
grotesco significaba lo interior, por la reflexión o el choque
descarnado de pasiones" ( 7 ) .
Cabe además recordar el trasfondo pesimista de nuestro
saínete dramático que no se limita simplemente al desenlace
trágico o a la nota roja, de rigor en las expresiones comu-
(®) D'AMICO, Silvio, Historia del teatro universal, p. 340. Buenos Ai-
Tes, Losada, 1956.
(7) ORDAZ, Luis, El teatro en el Rio de la Plata, 2 ed., p. 107. Bue-
134
nes de la modalidad sainetesca. Carlos Mauricio Pacheco lo
consolidó en forma definitiva, llevándolo a un alto nivel ar-
tístico. Sus piezas brindan desde el acendrado dramatismo has-
ta la comicidad mtás directa; algunas veces estas tensiones se
entrecruzan en un personaje, otras, se diversifican en varios
obedeciendo a una hondura de pensamiento no habitual en el
saínete corriente.
Por todo ello merecen señalarse a lo largo de su nutrida
producción, rasgos valiosos que impresiona como prenuncios
o prefiguraciones del grotesco criollo.
135
más profundas del individuo, al mostrar las íntimas conexio-
nes, las últimas consecuencias que tal derrota implicaba.
El drama hace eclosión al producirse el choque entre el
individuo y el ámbito hostil. Ciertos personajes de Pacheco
tampoco han podido integrarse al medio: tal Don Pietro de
Los disfrazados, considerado su mejor obra y a la vez una
joya del saínete nacional. Se estrenó el 21 de diciembre de
1906 en el teatro Apolo por la compañía Podestá. En los
anuncios figuraba como saínete cómico-lírico-dramático, de-
nominación no elegida arbitrariamente y que causó la extra-
ñeza de algunos críticos ( 9 ) .
Don Andrés, el viejo periodista con ribetes de filósofo
resume la idea fundamental de la obra: "Todos estamos dis-
frazados, mi estimado amigo. Un hombre gasta muchas care-
tas al fin del año".
Dentro del abigarrado mundo del conventillo porteño,
perturbado por el carnaval, es el único capaz de comprender
a Don Pietro: su mujer lo traiciona con Machín, una espe-
cie de compadrito, y en vez de reaccionar de la manera vio-
lenta que esas emergencias imponen, se deja estar fumando
su pipa, mientras mira 1 Tiumo...
136
No es sino el eterno conflicto entre el individuo solo, per-
dido en los intrincados vericuetos de sus pesares y la in-
comprensión e indiferencia de quienes únicamente están capa-
citados para exigir, sin intentar ni siquiera por un instante
asomarse al dolor y a la vergüenza ajenas, porque juzgar
a los otros resulta tarea fácil, máxime cuando la situación
examinada requiere soluciones tradicionales.
No sorprende, entonces, que don Pietro les resulte des-
preciable. El personaje aparece siempre en una actitud es-
tática, pasiva; las injurias y pullas tropiezan con el herme-
tismo de su apariencia, resbalando no por su verdadero ros-
tro sino por ese disfraz que en opinión de don Andrés to-
dos llevamos, en este caso hecho de angustioso silencio, llanto
contenido, ira impotente. Solamente en presencia del viejo
periodista, quizás porque adivina en él una honda pena, afloja
los lazos de su máscara para mostrar su verdadera fisonomía,
alterada por el sufrimiento- Si bien ambos personajes dialo-
gan, pareciera que don Pietro se dirige a sí mismo y no a
don Andrés, aproximándose así al soliloquio del grotesco.
137
Pietro — ¡ Ma e ' que non puedo... don André ! . . . E que
non puedo ne trabacar ne vivir perque tengo ca dentro la tur-
menta. . . Osté vería, allá in 1 'imigraeiún, .cuando que venimo
del mío paese... Entonces sí, era l'idea del trabaco e de la
fortuna. E yo tenía la fuerza pe mové la tierra... ¡ Ma,
entonce no la había conucido, no me había stropiao así, il
corazón, non había per me questa dolore ! . . . ¡ Ahora non
vargo in pito! ¡Non siento mase come ante la volontà! ¡Soy
lo'stupido... ella sa rie, sa rien los d o s . . . e yo tengo oco e
non veo, tengo la mano e non puedo ! . . . A vece siento in frío
grande, me pongo a tembrá con la rabia... e quiero la ven-
detta. Ma la veo, e su voz, e su c a r a . . . ¡Non poedo, non sé,
don André, non sé que hay acá dentro, si l'odio o l'amore!...
¡ Non sé, Non sé ! . . . (Honda emoción).
Andrés — (Aparte). ¡Pobre hombre! Vea, don Pietro,
¿ sabe lo que vamos a hacer ? Vamos a pasear... ¡ qué diablo !
Hoy el mundo se divierte, vamos a disfrazarnos de hombres
felices... la felicidad es el disfraz de la pena... Vamos a
tomar unas copas. Venga.
Pietro — Non tomo. La bebita me pone l o c o . . .
Andrés — Venga amigo. (Llevándolo). Vamos a disfra-
zarnos bebiendo. Yo también tengo mi dolor viejo y lo dis-
frazo. El mundo es un carnaval... Verá (SaUendo) Verá qué
careta de risa...
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Vasco — ¡Manyá, como nos m i r a ! . . . (Nuevas risas).
Andrés — (Adelantándose. Aparte). ¡Canalla! Venga,
don Pietro... vamos. (Lo toma de un brazo y vanse por el
foro en una escena muda salpicada de risas por los del grupo
menos Ramón. Don Pietro vase conteniendo su lucha interna
y mirando fijamente a los que ríen).
139
riendo el espejo a todos). Mirénsé, mirensé. ¡Todos están dis-
frazados ! . . .
140
Observamos en Mateo al individuo que al no adaptarse al
ritmo ascendente de la época fue superado por la realidad.
En un sainete de Pacheco, La guardia del auxiliar ( 1 0 ) tam-
bién un personaje se aferra a formas de vida ya caducas. Un
chofer y un cochero sostienen un altercado al disputarse un
pasajero, y son conducidos a la comisaría. El diálogo entr«
ambos, y en especial el parlamento del cochero no pueden
ser más sugerentes e ilustrativos.
141
do uno va a atar el coche lo miran con ojos cáidos y tristo-
nes, como diciendo: " P a qué salís, Fortunato, si no sacas ni
pal pasto". ¡Ay, Dió! Nos arruinan el oficio!
Escribiente — ¿Y por qué no evoluciona? Hágase chauf-
feur !
Cochero — ¿Quién, yo? Primero me uniformo e milico.
Yo soy cochero, sabe, tanto por la profesión como por el afecto
a mis pobres tungos. Creamé, la última yunta e plaza va a
ser la mía, pero yo soy de aquellos que me ruempo antes de
doblarme. Entuavía quedan algunos clientes que compren-
den. Miran la yunta, me miran a mí y me toman... Tal vez
sea de lástima. Bueno- Pa eso habrás quedado Fortunato.
142
cara inmóvil, ausente, espera que Chiquilín la treiga las pren-
das".
"Anselmo se acerca a la chimenea, contempla el retrato
de Muñeca. Su propia imagen en el espejo le parece horri-
ble. Se cubre el rostro con el retrato".
De raíz muy semejante proviene la amargura de Tibur-
fcio en Tangos, tongos y tungos, de Pacheco ( 1 2 ).
El tema del hombre que posee plena conciencia de su
fealdad, es muy común en el teatro de Pacheco. Aparece, aún
sin adquirir sesgos dramáticos, en El cerro, 1916 ( 1 3 ). Graja-
les, uno de los personajes, se compensa del escaso favor que
la naturaleza le ha deparado —"soy feo, muy feo, acaso
es esta, mi nariz, el episodio más horrendo de mi vida"— de-
dicándose a enamorar mujeres esperpénticas, " a las feas, a
las muy feas que van para be jaranas en un suspiro de sol-
tería que es más bien un bostezo". La seguridad del triunfo
le evita siempre la amargura del fracaso, con la íntima sa-
tisfacción, además, de llevar un consuelo postumo a pobres
solteronas deshauciadas- Por ello corteja a sus primas, tres
espantajos supremos, por añadidura rabiosamente cursis. En
el fondo, es un modo de conformismo muy sutil, la tenta-
tiva del hombre por tratar de vivir, siquiera un instante, sus
secretos anhelos. De ahí que sus palabras dejan traslucir cier-
to matiz melancólico:
143
sentir el peso de nuestra fealdad y nos despedíamos casi sin
mirarnos. La luna fue siempre para mí una burla traidora!
144
este bajo, aquí he rodao y aquí he sufrido... ¡qué voy a ha-
cerle si de muy adentro me pegan el tirón cuando me largo
a ser malo". ¡P'an de vas! parece que me gritan. "Paráte,
T i b u r c i o ! " . . . y no puedo...
Agüero — Rico tipo- Sos un cuchillo e madera, que ni
corta ni pincha. Mirá: en la vida hay que ser algo, bueno o
malo. Vos no sos nada. Andás en este mundo de tangos y de
tungos... y ni te acomodás, ni bailás, ni sabés enhorquetarte
y pelarte un premio... aunque la llevés en f i j a . . . Decente
no sos, porque cáis a cada rato y en la mala están prendido,
sin cazar nunca la buena. Decime: ¿ vos qué sost
145
quiere en silencio, sin esperanza, a Teresita, el único recuerdo
realmente suyo de toda su vida.
146
La derrota es total y definitiva, sin que se vislumbre nin-
guna esperanza.
La acentuación extrema de ciertos detalles pintorescos o
extravagantes del personaje es recurso infalible para surtir el
efecto cómico buscado exprofesamente por los autores de gro-
tesco; la jerga típica, el aspecto característico del inmigrante
facilitaba estos propósitos. También el lenguaje orillero de Ti-
burcio, con incrustaciones del ambiente turfístico-napiún, Bota-
fogo hace seis cuadras, contrasta risueñamente con la intensi-
dad de su desgracia. Además, resulta muy común en el gro-
tesco el destacar con intención ciertos pormenores de la vesti-
menta o del físico: la galera de Miguel, en Mateo, la cual ni
en el momento más crítico —cuando marcha con los policías—
abandona; la bufanda con la que Anselmo Muñeca, oculta su
rostro, constituyen puntos de referencia para fijar el persona-
je. Esto también se advierte fácilmente en ciertas obras de Pa-
checo; tal la pipa, fiel compañera de don Pietro en Los dis-
frazados, pues nunca el personaje aparece sin ella. En el caso
particular de Tiburcio, se trata de un detalle físico: las orejas.
No intentamos forzar la índole propia de la pieza para
establecer apreciaciones. Tongos, tangos y tungos reúne todas
las virtudes de un excelente saínete, con todos los elementos
característicos, pero Tiburcio ofrece un marcado cariz tragi-
cómico que creemos oportuno señalar; incluso es insistir so-
bre el hecho, muy sintomático por cierto, de que el personaje
fuera encarnado por Arata, quien —según consignara la crí-
tica— realizó una labor interpretativa muy ponderable.
Una obra de Pacheco que sin llegar a ser un grotesco se
aproxima ya por la suma total de sus elementos a esta moda-
lidad es La ruina de Pompeyo ( 1 5 ). Los juicios de la prensa
fueron dispares, pero todos coincidieron en reconocer un fon-
do amargo y pesimista, no obstante la comicidad. En La Epo-
147
ca se hacía constar expresamente la fisonomía de los persona-
jes, "mitad alegres, mitad tristes y siempre filósofos", para
terminar diciendo: " e s un drama amargo a pesar de ciertas
situaciones reideras". Enúnciase el principio sustancial del
grotesco: comicidad-drama coexistiendo en un mismo personaje.
En La ruina de Pompeyo se dan las condiciones clásicas
del saínete: la pieza se abre con el número musical; transcurre
en un barrio porteño, Palermo, y aparecen los tipos caracte-
rísticos del ambiente. Sin embargo, adviértese una tendencia
a concentrar la acción en un solo personaje, la comicidad deri-
va siempre de situaciones verdaderamente angustiosas, y la re-
solución de éstas produce una disonancia entre la índole dra-
mática del acontecimiento y el pintoresquismo de las palabras,
los gestos y actitudes de los seres que viven esas circunstancias.
El asunto de la pieza constituye un tema típico de gro-
tesco- El catalán Pompeyo, dueño de la "Mueblería Porteña",
ha logrado reunir a fuerza de trabajo honrado, "haciendo pa-
sar eucaliptus del Paraguay por cedro fino y sauce vulgar
por caoba", cierto patrimonio que su mujer e hijos pretenden
dilapidar. Menudean los incidentes y las reyertas pues Pom-
peyo se opone a ello, pero pese a los reparos de éste, su mujer,
Isidora, celebra su cumpleaños con una gran fiesta que se rea-
liza en la mueblería (allí viven). En esta ocasión Isidora y
su hija Lina se disponen a huir acompañados por unos vivi-
dores que les fingen cariño; Solano, el galán de Isidora, un
provinciano donjuanesco y aprovechado, a instigación de la
mujer se introduce en el dormitorio del catalán para apode-
rarse de los $ 2.000 que guarda celosamente en el ropero. Mas
en esos precisos instantes se declara un pavoroso incendio que
destruye el negocio. Pompeyo —no se ha asegurado quizás por
ser demasiado ahorrativo— queda en la ruina total, y como si
fuera poco su desgracia, aun tiene que soportar el remordi-
miento de creerse responsable de la muerte de un hombre. Ha-
biendo subido a su habitación antes del siniestro, sorprendió a
Solano, quien trató de esconderse dentro del ropero; Pompe-
yo cerró con dos vueltas de llave el mueble, dejando al hom-
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bre a merced de las llamas que ese momento comenzaban. En
realidad Solano no ha muerto, pues ha sido rescatado el ro-
pero. Pompeyo descubre todo y echa a su mujer e hija, luego
de arrojarles el dinero. Sólo restan para el pobre catalán la
humillación, el dolor y la miseria.
Las vicisitudes y peripecias del castigado Pompeyo se
presentan siempre de una manera jocosa, motivada por las
reacciones del personaje. Su actitud ante cada nueva desgra-
cia mueven tanto a compasión como suscitan risa. Las vocife-
raciones contra su hijo Javier al enterarse que éste le ha hur-
tado de la caja $ 300, vituperaciones que hace extensivas al
resto de la familia: " ¡ Ah! asesino de tu padre... ¡ Bellaco!
Jugarse la plata a las carreras! Largarme que le trinco el
cap!...
. . . Quiero triturarle las entrañas ¡ Bribón! ¡ Mal hijo! ¡ Cri-
minal! [Forcejea por desprenderse de quienes lo sujetan] ¡Ma-
meluco!"
. . . 4 ' ¡ Ah! ¡ Mala gente! Quieren ustedes arruinarme y lo
conseguirán [Quiere precipitarse sobre su mujer e hija pero
lo contienen] ¡Miren qué gente¡ ¡Miren qué familia! ¡Locas!
Más que locas ¡ Bandidas! P e r o . . . te he de masticar el híga-
d o . . . Te lo juro como que he sido barítono del Orfeón Catalá!
¡Runfla de cuervos hambrientos! Las imprecaciones al cielo pi-
diéndole cuentas de su aciaga suerte: "—Pero dime D i o s . . .
¿qué te he hecho?... He blasfemado alguna vez, pero sin mala
intención ¡hombre! Es una costumbre catalana... ¿no he ayu-
nado cuando tú lo mandas ? ¿ No he comido bacalao a la espa-
ñola toda la Semana Santa y además cada vez que he podido?
¿no he fabricado miles de rinconeras a precios módicos, para
que pusieran tu imagen? ¿No les he enseñado a mis hijos el
catecismo revisat y corregit ? ¿ No he ejercitado hasta hoy mis-
mo el oficio que tu padre, San José o Uruguay como le llaman
de Rivadavia para este lado ? ¡ A y ! ¡ Qué desdichado nací! ¡ Qué
gran desgracia!"; la relación de su supuesto crimen a su hija
Marta "—Estabais todos en el "pos de quatre", cuando subí
a mi habitación, no sé por qué, ni a q u é . . . sólo sé que me lle-
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vaba un triste presentimiento... Yo que abro la puerta... y
abajo, el estrépito incendiario... los gritos de ¡Fuego! ¡Fue-
go ! y el chirrido de la viruta... Fue cosa de un momento y
abajo . . .tinieblas y carreras..., pero sábelo t ú . . . me bastó
aquel instante para descubrir en mi habitación a un hombre...
que había logrado meterse en el ropero,... a oscuras y todo vi
la luz de mi tragedia..., el fuego de la deshonra... compren-
dí la infamia de tu madre y ¿sabes lo que hice? ¡Asústate hija
mía! El llavero pendía del armario, el miserable escondido...
me aferré a la llave, di dos vueltas... y bajé entre los espi-
rales de humo que invadían la escalera... ¿ comprendes ? Aquel
hombre... ha debido de tener la más terrible de las muertes...
Aquel hombre era Solano... Ladrones de mi honra y mi di-
nero. . . habéis conseguido convertirme en asesino... " [en esos
instantes aparece Solano, con el consiguiente susto del cata-
lán], todas estas exteriorizaciones trasuntan, pese a sus ribe-
tes risueños, un dejo de auténtica amargura.
Otro personaje de la obra, sufre también un tremendo
drama: José, el italiano, dueño de la zapatería. Su mujer, mu-
cho más joven que él, lo abandona todos los inviernos para re-
tornar, como las aves becquerianas, en la primavera. Sufrido
y filósofo, sustenta la tesis: "contra la naturaleza no se pue-
de". Por ello, cada vez que su mujer no regresa a su casa:
" — Y o no tomo un palo... Prendo tranquilamente mi pipa y
hago la comparación de mi moquere co la golondrina... cuan-
do viene l'inverno escapa y vuelve co la primavera e co la
f o r e . . . " Pompeyo le recuerda: " e s que su mujer tiene un in-
vierno cada cuatro días... " , pero José responde: — " E yo qué
le voy a hacere... Ella es veinte años más jóvene que y o . . . e
la naturaleza se manifiesta"... Por ello aguarda resignada-
mente la vuelta de " s u pájaro volandiero". Menos espectacu-
lar que Pompeyo, más resignado, el tono retenido de su con-
goja, transparenta la injusta frustración de su vida. El siguien-
te parlamento, muy cercano al monólogo, así lo evidencia."
El italiano que buenamente ha alojado a Pompeyo y su
gente en su casa, después del desastre, comenta espantado:
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—' ' Qué familia I Mala hora los he metido in casa mía ! El pa-
dre loco catalépico, 1'hijo, borrachono, l'hija e la madre nella
selva oscura e yo que tengo in casa la mía comedia triste me
pongo también n 'eli drama de los otros ' '• Ante las palabras de
Ambrosio, recuerda su propia desgracia : " Yo creo de sere un
hombre honrato, me premiera moquere un arcàngelo... come
era boena muore de pumonía, me queda un chico, Leandro. Y o
soy pacífico, lo hijito, a los siete año non deja farole sano, a
lo quince lo saqué cuatro veces de la comisaría, a los veinte
baila col corte, s'imborracha co la mala compañía, e a los vein-
ticinco . . . catorce entrada pe desorden, lossiones, asalto e otra
fioritura— in totale, a los veintiocho, me lo encajano doce,
doce año pe rinchodentei... Lo tengo veraneando in Tierra del
Fuego. Entonces me siento solo al mundo y busco la compa-
ñía. . . Una moquere, buena, trabacadora, que me cuida lo ne-
gocio e me plancha una camisa... Joguete, jabone de olore.
¡ Otra vez registor civile ! Maledetta sia 1 'hora ! Soy abierto el
corazón e la casa m í a . . . l'anima mia s'agara a esto cariño...
entonce ella, agara me corazón e me nombre... lo mete den-
tro un botine v i e j o . . . e zápate a la calle, al cajone de la ba-
sura! . . .Basura! Basura e elle misma e sos ojo son cochillo
que traspasa... e su mano blanco... e traidora, m a . . . falta
ella... e falta 1 'aria... e la vida scapa per mé ! . . . Un día
non volve mase e yo soy concluido finalmente."
Repárese en estas palabras : la mía comedia triste o sea las
dos caras dispares de un mismo suceso; en otra ocasión, Pa-
checo determina claramente la ensencia de la pieza, al calificar
de "tragicómicos los pesares de Pompeyo y José. Se trata de
una acotación escénica, portaluz de los barrios pobres [se re-
fiere al farolero] alumbra, mientras silba un aria que es una
"saudade" de su montaña gallega, las callas, y los dolores tra-
gicómicos del catalán y el taño."
La obra finaliza con un destello de esperanza para ambos :
Pompeyo todavía posee el cariño de su hija Marta; José aun
puede esperar la primavera, pues su mujer regresa nuevamen-
te a su casa. Entonces el italiano que desde la puerta del café
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la ve retomar, se dirige también a su hogar recitando, tran-
quilo, en su lengua cocolichesca : 4 ' volverano, las oscuras golon-
drinas / De tu balcone sus nidos a colgar ! . . .
Se ha insistido demasiado en las reacciones exteriores de
los personajes, perdiéndose la oportunidad de realizar un ex-
celente estudio sicológico; además la abundancia de tipos se-
cundarios dispersa un tanto la acción. De todos modos, aunque
la obra sea un saínete no se recurre a los recursos y motiva-
ciones habituales, y Pompeyo y José pueden parangonarse con
las figuras del grotesco.
152
Y más adelante el mismo personaje ratifica con absoluto
énfasis: Yo no soy un árbol que forma parte fatalmente de un
paisaje inmóvil en el espacio y en el tiempo. Soy un ser lan-
zado, independientemente, con movimiento propio, que vuela,
se transporta y gira atraído por fuerzas cósmicas de las que soy
único centro." (p. 114). Andrés, en cambio, declara: " Y o no
soy más que un relojero".
Y casi inexorablemente surge la contradicción entre lo que
el individuo es para sí mismo y lo que parece a los otros, es
decir la no correspondencia entre las conductas ocasiona la in-
comunicabilidad entre las criaturas del grotesco. Análogamen-
te, este desacuerdo entre el yo verdadero y el yo aparente, se
evidencia en Los disfrazados de Pacheco. Don Pietro es para
los demás despreciable y cobarde; él mismo señala cómo lo ven
todos: "Yo soy un stupido... yo soy in povero desgraciado,
yo soy in zonzo"; pero nadie —excepto Andrés, que lo pre-
siente— conoce al verdadero Pietro, al que en el momento su-
premo exclama: " N o ver que ahora soy yo, soy PietroOtros
personajes de Pacheco también plantean, esbozan parecidas
preocupaciones: recordar el diálogo de Agüero y Tiburcio, en
Tangos, tongos y tungos (sos un cuchillo de madera...). Por
supuesto no se trata de planteos filosóficos estrictos, pero sí
de indagaciones naturales del hombre, muy frecuentes en nues-
tro teatro, aun en aquellas expresiones populares que podrían
considerarse ajenas a esta clase de inquietudes.
IV. CONCLUSIONES
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criaturas, pues penetraron en zonas profundas de la persona-
lidad despreocupándose un tanto del marco que rodeaba a los
personajes, a la inversa del sainete, donde la descripción de
ciertos ambientes a través de sus tipos claves resultó esencial
y dominante. En el grotesco, por el contrario, descubríase so-
bre el proscenio la intimidad doliente de un conflicto en apa-
riencia vulgar e insignificante. Tanto para el italiano Miguel
como para el criollo Fortunato, el ser cocheros es algo más que
practicar un oficio; representa una tradición, toda una estruc-
tura que va cediendo ante el avance del progreso, y ambos se
identifican en el cariño entrañable que profesan a sus pobres
bestias y en el odio hacia el automóvil, causa de todas sus des-
gracias. Mas Fortunato es uno de los numerosos tipos que
crean el ambiente peculiar del sainete; La guardia del auxi-
liar; en cambio, Mateo presenta a lo vivo, en todas sus impli-
cancias el problema de Miguel-
154
En síntesis, éstos y otros contactos que pueden establecer-
se entre el grotesco y el sainete, demuestran, pues, un usu-
fructo común, aunque con distinto espíritu, de la realidad
social.
Carlos Mauricio Pacheco fue ante todo, un extraordina-
rio sainetero; su todavía temprana desaparición nos sustrijo
saber por qué caminos del arte transitaría su musa, y no que-
remos caer en la tentación —como algunas veces sucede— de
discurrir largamente sobre hipotéticas creaciones. Sólo preten-
dimos establecer ciertos rasgos de nuestro grotesco que se per-
filan ya en la esencia tragicómica del sainete dramático por-
teño.
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