Articulo Palabra Gabriel Prado
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Dentro de esta abstracción, es difícil establecer la línea donde termina el pasado y comienza
el presente. Si nos ponemos estrictos, en el momento mismo de la creación del presente se
está gestando el pasado. Pues el presente deja de serlo en cuanto existe. Por eso es que, para
salvar ese fallo de nuestro paradigma (que en cierto sentido y para ciertas disciplinas, se
convierte en un escollo epistemológico), solemos hablar de nuestro presente continuo o de
nuestro pasado inmediato.
En todo caso, sea pasado, presente o los dos parte de un mismo concepto temporal, estos
dos tiempos no han logrado generar la fascinación que sí crea la concepción del futuro.
Porque el pasado y el presente si se conocen, se perciben y, finalmente, terminan siendo
tangibles. En cambio el futuro es un tiempo en movimiento, etéreo, producto de nuestra
imaginación.
¿En qué piensa una civilización cuando piensa en el futuro? No es una respuesta fácil de
contestar, pues no hay una única respuesta. Cada grupo o comunidad asocia imágenes
diferentes en la mente de las personas que la conforman respecto a cómo será su futuro. Sin
embargo, hay una serie de tendencias en la manera como Occidente ha ido concibiendo el
futuro, de las que ensayaremos algunas hipótesis en las siguientes líneas.
Los pueblos que llamamos primitivos, cuna de nuestra civilización actual, tuvieron un duro
trabajo por delante, pues estaban aprendiendo a vivir en sociedad: el hombre cazando,
recolectando y guerreando, la mujer criando a los hijos y cuidando el hogar, entonces de
reciente creación producto del sedentarismo. Las condiciones duras de los primeros tiempos
los llevaron a las primeras formas – no sancionadas – de la enajenación. De ellas surgieron
los mitos, cuentos y leyendas, cuya forma tenía como objetivo el distraer la mente de lo
cotidiano y cuyo contenido pretendía explicar lo inexplicable. De la mayoría de las historias
de entonces, deducimos que la fascinación estaba más bien en un pasado remoto y muchas
veces infinito, del que el presente surgía como una consecuencia. Los dioses, finalmente,
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terminaron siendo eso: los causantes de todo lo que vemos, los ancianos del pasado
creadores del presente.
Dicho en términos que emplearíamos hoy en día: si no tenemos esperanza, es difícil que
podamos esforzarnos en lograr un progreso en el futuro.
Si seguimos dentro de esa línea lógica, las dicotomías como forma de entender y ordenar la
realidad, comprendemos por qué la superación del Medioevo coincide con la revalorización
de la ciencia y el conocimiento: era tiempo de negar el pasado para mirar hacia el futuro.
Era tiempo de dejar, como civilización, de pensar en una doctrina como ente omnipresente
que modelaba la vida de los seres humanos. Ahora se debía construir el futuro, con las
herramientas a idear y crear a partir de la reflexión y la aplicación de la teoría.
El segundo hito dentro de la concepción del futuro que nos interesa resaltar tiene que ver
con la revolución industrial y la creencia de que la tecnología sería finalmente la panacea
para superar todos los males de la sociedad moderna. Pues el desarrollo de la ciencia traería
como consecuencia el progreso de la tecnología, lo que a su vez promovería la aparición y
uso de grandes inventos. Estas prácticas y apariciones dieron lugar, de manera lenta y
paulatina, a una concepción mucho más positiva del futuro. Y nuevamente, dentro de la
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En El gran robo del tren, una novela de Michael Crichton en la que se describe como telón
de fondo la Inglaterra victoriana, se menciona repetidas veces el entusiasmo que produce el
progreso del transporte terrestre, representado por los ferrocarriles. Por ejemplo, los diarios
de la época hacen esta comparación: en los tiempos de Adán la velocidad media de viaje
era de seis kilómetros y medio por hora; cuatro mil años después, en 1820, era de solo
dieciséis kilómetros, sin que hubiera evidencias de que se fuera a superar esa cifra; mientras
que gracias al ferrocarril, treinta años después, en 1850, se había superado la barrera de los
cien kilómetros. Basados en evidencias de esa naturaleza, asombrosas e inimaginables en el
pasado inmediato, algunos intelectuales asociaban el progreso de la ciencia y la tecnología
con el progreso de la moral y la decencia humana. Lo cual no debería resultarnos
asombroso pues incluso en la actualidad todavía muchos asocian la delincuencia con la
pobreza, entendiendo la pobreza como una falta de progreso socioeconómico.
A estas obras podemos añadir casi toda la obra completa desarrollada por Walt Whitman y
Alvaro de Campos, este último uno de los más originales heterónimos de Fernando Pessoa.
Del cual creemos pertinente citar un fragmento del poema Oda Triunfal (1914):
Es interesante ver cómo se comparan a Alejandro Magno y a los filósofos griegos con los
hombres y las máquinas del futuro (del siglo cincuenta y del siglo cien). Alejandro Magno
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Resulta curioso también observar un dibujo anónimo, publicado como página central de
una revista francesa en el año 1882, donde se muestra la llegada de la ópera en el año 2000
como un festín en medio del cielo, con autos voladores. La ópera como una representación
de la más alta cultura, sobreviviendo y adaptándose a la modernidad.
¿En qué momento dejó de ser tan positiva la imagen del futuro? Quizá porque la llegada de
los aparatos de la modernidad no evitó la barbarie y la crueldad del ser humano. No fue la
ópera, finalmente, la única manifestación humana que se adaptó a la modernidad. También
lo fueron la delincuencia, la intolerancia, el racismo y demás taras las que sobrevivieron al
progreso de la ciencia y la tecnología. Evidencias que se comprobaron con las dos guerras
mundiales de mitad del siglo XX.
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La principal imagen que se tiene del futuro en la actualidad, y desde hace ya algunas
décadas, es que estamos condenados como civilización a ser derrotados por la realidad.
Algunas veces por nosotros mismos y otras veces por factores externos como extraterrestres
y creaciones humanas. De esta idea del futuro podemos citas varios ejemplos, entre los
productos culturales más populares o “taquilleros” de estos tiempos:
La Guerra de los Mundos, novela de H.G. Wells publicada en 1898, pero que
cobraría vigencia y notoriedad con la ya famosa adaptación radiofónica de Orson
Welles en 1938. Resulta revelador el hecho de que mucha gente pensó realmente
que los extraterrestres invadieron la tierra y se produjeron suicidios y actos de
vandalismo producto de esa idea, quizá porque ya había una predisposición a que
resulte creíble un fin cataclísmico de nuestro planeta. Además, este argumento de la
invasión extraterrestre dio inicio a un subgénero explotado, a partir de la década de
1960, en innumerables films y programas de televisión.
El Planeta de los Simios, una película que en 1968 postulaba la animalización de la
humanidad y la supremacía de los monos, quienes convertían a lo que quedaba de
los involucionados seres humanos en bestias a las que había que exterminar. Su
popularidad fue tal que dio origen a una saga de cinco películas y posteriormente a
una serie televisiva.
Mad Max, otro film que en 1979 también dio origen a una saga taquillera y
consagró a Mel Gibson como actor. Esta historia nos mostraba el futuro cuando se
acabaran los combustibles fósiles, desaparecieran las ciudades como las conocemos
hoy en día y el pandillaje se apoderara del desierto surcado por autopistas, desierto
en el que se terminaba convirtiendo nuestro planeta. Por cierto, esta imagen fue
tomada de un artículo del futurólogo Isaac Asimov titulado Cuando se acabe el
combustible.
El exterminador, un caso similar al anterior (pues resultó también siendo una saga y
uno de los pináculos más importantes en la carrera actoral de Arnold
Schwarzenegger). En este film de 1984, se concibe el futuro como un tiempo en que
las máquinas dominan el planeta e intentan acabar con los humanos, que se ven
reducidos a guerrilleros escondidos en trincheras.
Alien, saga de filmes inaugurada en 1979, a la que le prestaron atención cuatro de
los más importantes directores de cine contemporáneo (Ridley Scott, James
Cameron, David Fincher y Jean – Pierre Jeunet), donde el futuro no solo nos trae un
monstruo extraterrestre. Además nos presenta al ser humano ansioso de poder,
representado por la ubicua empresa transnacional que quiere utilizar al alien como
mecanismo de poder político y económico. Esta compañía, y con ella la humanidad
futura, se terminan convirtiendo en el verdadero monstruo.
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¿Por qué se vuelven, de pronto, tan populares estos temas? El terror y las visiones negativas
del futuro, además de las creaciones humanas que se volvían contra la humanidad, ya
existían anteriormente en la literatura. Como Frankestein, la novela de Mary Shelley acerca
de un ser reconstruido a partir de fragmentos de cadáveres humanos, original de 1816. Un
personaje que en realidad se haría famoso recién en 1931, con una película dirigida por
James Whale. Es evidente que este tipo de rescates, como el de la novela de H. G. Wells
que mencionamos líneas arriba, son resultado de la popularidad que pueden representar en
la actualidad. Porque la humanidad está preparada para ver el futuro como un momento
tenebroso.
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Este terreno resulta fértil para que también se hagan posibles predicciones cataclísmicas
como las de la ecología, que nos advierte que si no cambiamos muchas de nuestras
costumbres “modernas” como el uso de aerosoles y la generación de contaminación,
terminaremos por hacer inhabitable nuestro planeta. Además, no es coincidencia que se
genere la crisis de las religión católica, que como mencionamos líneas arriba propone un
futuro idílico. Cada vez la gente cree más en esas religiones o dogmas que basan sus
propuestas en una imagen más fuerte del futuro como un caos, y la salvación de unos pocos
privilegiados. Una imagen, coincidentemente, muy similar a la que proponía la iglesia
católica en la edad media.
¿Qué nos espera, finalmente, en el futuro? Una cosa es cierta: la concepción del mismo es
un producto intelectual del que no podemos tener pruebas concluyentes. Pues como hemos
visto, imaginarlo nos ha llevado a distintas imágenes que finalmente no se han hecho
realidad. Nuestra evolución no ha sido ni tan caótica ni tan perfecta como alguna vez la
concebimos. De hecho, la conclusión a la que arribamos luego de este repaso histórico es
que debiéramos aprender, como cultura, a no caer en los extremos de la esperanza o la
desesperación.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
CRICHTON, Micael
1985 El gran robo del tren. Barcelona, editorial Planeta.
HESSE, Herman
1997 El juego de los abalorios. Madrid, alianza editorial.
MANRIQUE, Nelson
2007 Las industrias culturales en la era de la información. En Industrias culturales:
máquina de deseos en el mundo contemporáneo. Lima, IEP / PUCP.
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MENDOZA, Mario
1994 Un aquelarre en la calle Donceles 815. En A propósito de Carlos fuentes y su obra.
Bogotá, colección Cara y Cruz, editorial Norma.
PESSOA, Fernando.
1987 Antología de Alvaro de Campos. Madrid, Alianza editorial.
www.paleofuture.com. Paleo – future, a look into the future that never was (paleofuturimo,
una mirada hacia el futuro que nunca fue). Revisado en septiembre del 2008.