Las Aventuras de Ben El Conejo

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LAS AVENTURAS DE BEN EL

CONEJO.

DANIEL RONDÓN.
UN CONEJO CON SUERTE.

Ben sabía que, comparado con otros conejos, era muy afortunado. Mientras que
tantos otros de su especie se veían obligados a vivir a la intemperie, a merced de
cientos de peligrosos depredadores; o bien encerrados en una claustrofóbica jaula,
como mascotas, él tenía una vida cómoda y segura, dentro del sombrero de un
mago. Peter Morris era un mago principiante que había saltado a la fama gracias a
sus extravagantes presentaciones, en las que incluía música, color, misterio, y su
elemento sorpresa…sacar un lindo conejo, blanco como la nieve, de su sombrero
de copa. En realidad, la primera vez que había hecho el truco, también para el propio
Peter había sido una sorpresa.

Aquella temporada su show se había trasladado a las zonas rurales de una


pequeña ciudad, al norte del país; mientras hacía su acto como de costumbre, Peter
se quitó por un momento su sombrero, debido al calor, y fue en ese instante en el
que Ben llegó a su vida. El conejo había estado huyendo de un feroz halcón cazador,
por lo que, al ver una pequeña abertura en la carpa del circo para el que Peter
trabajaba en aquel entonces, no dudó medio segundo y entró. Sin que nadie
reparara en él, Ben corrió hasta el sombrero de Peter y se escondió dentro,
temblando de miedo, y rogando con todas sus fuerzas que el halcón no lo
encontrara. Cuando el mago levantó su sombrero, totalmente ajeno al inesperado
huésped que este albergaba, Ben asomó la cabeza tímidamente, haciendo que el
público estallara en aplausos muy entusiastas.

A partir de ese momento, la vida de ambos cambió para siempre.

Luego de recuperarse de la sorpresa inicial, Peter tomó al pequeño conejo entre sus
manos, al mismo tiempo que se inclinaba hacia el público, agradeciendo, de una
manera un poco ostentosa, los aplausos que le ofrecían. Luego de terminar su
presentación, y de recibir las felicitaciones de los demás integrantes del circo, Peter
tomó sus cosas y salió precipitadamente de la carpa. Fuera, había oscurecido; el
cielo se había convertido en un manto de terciopelo negro, sin luna y con pocas
estrellas. Peter cruzó el césped a grandes zancadas, y al llegar al campamento del
circo, entró en su camerino y cerró de un portazo. Colocó el sombrero sobre su
mesa y dijo en voz alta:

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—Sal de ahí.

Con cierto recelo, Ben asomó la cabeza por el borde del sombrero. Al verlo
aparecer, Peter sonrió ampliamente y repitió con un poco más de amabilidad:

—Sal de ahí.

—Rayos, creo que me he metido en un lío— pensó Ben en voz alta, mientras salía
con un salto del sombrero.

— No tienes de qué preocuparte, no estás en ningún lío.

— ¿Entiendes lo que digo? —preguntó el conejo, totalmente sorprendido.

— Por supuesto— respondió Peter—. ¿Qué clase de mago sería si no pudiera


hablar con un conejo?

Ben se mostró muy impresionado. No conocía a muchos humanos, pero, por lo que
sabía, la mayoría de ellos no podían hablar con los animales. Sin dejar de observar
al conejo, el mago acercó una silla y se sentó.

—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó.

—Ben—respondió el conejo—. Me llamo Ben.

—Es un gusto conocerte, Ben—dijo el mago, ofreciendo una enorme sonrisa—. Yo


soy Peter. ¿Podrías decir cómo fue que llegaste hasta mi sombrero?

—Es una historia muy larga—comentó Ben.

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Y vaya que era una historia larga.

Desde que había salido de su casa, Ben había recorrido un largo camino. La
verdad, en un principio su intención sólo era dar un pequeño paseo, aunque las
cosas se salieron de control. Ben vivía en un lugar que los demás conejos llamaban
<<El prado>>, aunque él prefería llamarlo<<El lugar de los hoyos en la tierra>>

En El Prado vivían muchísimos conejos, aunque todos se conocían, ya que las


familias eran muy antiguas, y habían vivido siempre en el mismo lugar. El lugar era
muy tranquilo y pacífico, por lo que los conejos podían salir a jugar o a dar un paseo
tranquilamente…siempre y cuando no cruzaran el límite que separaba El Prado con
el bosque negro. Cuando era pequeño, Ben siempre había temido mucho al bosque,
pero conforme fue creciendo, ese miedo terminó transformándose en una curiosidad
tremenda por saber qué era lo que había en aquel lugar.

Cierto día, mientras daba un paseo con toda su familia—que se conformaba por un
padre, una madre, veinte hermanos y cuarenta y cinco hermanas—, Ben decidió
que no pasaría nada si se acercaba hasta el borde, sólo un poco, para echar un
vistazo y ver lo que había en el bosque. Aprovechando que sus padres estaban
distraídos cuidando a sus hermanos y hermanas más pequeños, Ben comenzó a
saltar, muy emocionado, hasta acercarse al borde del bosque. El corazón le latía
muy rápido, por la emoción. No había tenido oportunidad de echar ni el más mínimo
vistazo cuando un grito hizo que retrocediera:

—¡Ben! —lo llamó su madre—¡Aléjate de ese lugar!

Ben se alejó del borde, aunque durante el resto de la semana no dejó de pensar en
el bosque. Mientras hacía las tareas, o cuando jugaba con sus hermanos y
hermanas, no hacía sino imaginarse qué tipo de cosas podría haber en aquel
extraño bosque. Quizá un animal extraño y muy interesante, o tal vez un tesoro de
incalculable valor. Aunque no quería desobedecer a sus padres—que siempre le
habían dicho que se mantuviera alejado de aquel lugar—, una noche decidió que
no pasaría nada si salía de la casa y echaba un rápido vistazo.

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Para no despertar a nadie, Ben salió de la cama muy silenciosamente. Llegó a la
puerta de la entrada, la abrió sin hacer ruido, y comenzó a saltar en dirección al
borde donde terminaba El Prado y comenzaba el bosque negro. La noche era clara,
y en el cielo la luna, llena y muy redonda, brillaba con intensidad. Al llegar, Ben se
detuvo un momento, con sus orejas muy alertas, por si escuchaba algo. Como todo
estaba en silencio, dio un salto más y cruzó hacia el bosque negro. Al ver lo oscuro
que estaba aquel lugar, comprendió por qué lo llamaban el bosque negro. Muy
emocionado, comenzó a ir de un lado al otro. Los árboles eran grandes como
gigantes, y mientras Ben los miraba, de pronto sintió que algo o alguien lo agarraba
y lo metía dentro de lo que parecía ser una caja.

—Que conejo tan bonito—oyó que decía—. A mi hija le gustará mucho.

¡Estaba atrapado en una jaula! Había estado tan concentrado mirando los árboles,
que no había oído al humano acercarse. Ahora estaba encerrado y no podría
escapar. Muy aterrado, Ben alzó la vista y vio que el cazador que lo había capturado
tenía una barba muy larga de color rojo. Ben trató de escapar con todas sus fuerzas;
chilló, saltó y gritó pidiendo ayuda, pero como estaba muy adentro en el bosque, no
había nadie que pudiera escucharlo.

El cazador lo llevó hasta su carro, y después de cubrir la jaula con una sábana,
arrancó el motor y lo puso en marcha. Mientras se alejaba de su hogar, Ben
comprendió por qué sus padres le habían advertido sobre el bosque negro. Se dio
cuenta de que, si les hubiera hecho caso, no estaría en aquel aprieto tan grande. Al
pensar que quizá no volviera a ver a su familia, se sintió muy triste y comenzó a
llorar. Siguió llorando y llorando hasta que sintió que el carro en el que iba daba una
sacudida tremenda, con lo que la puerta de su jaula se abrió de golpe. Emocionado,
dejó de llorar y salió de la jaula.

Como el cazador estaba muy ocupado manejando el carro, no se había dado cuenta
de que, con la sacudida, la jaula del conejo se había abierto, por lo que Ben
aprovechó la oportunidad para escapar. Afortunadamente, la ventana estaba
abierta. Antes de que el cazador pudiera detenerlo, Ben dio un enorme salto y
escapó. Una vez fuera del carro, saltó y corrió lo más rápido que pudo, para alejarse
del cazador. Cuando decidió que se había alejado lo suficiente, y que estaba a
salvo, se detuvo a descansar y vio que se hallaba en una parte del bosque donde

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los árboles crecían más separados unos de otros, por lo que había más luz y no
parecía todo tan oscuro.

No sabía dónde estaba, y tampoco sabía cómo regresar a su casa, pero aun así
Ben decidió seguir caminando hasta dar con el camino correcto. Caminó durante
horas enteras, y cuando finalmente amaneció, decidió descansar un poco antes de
seguir. Se quedó dormido en una pequeña cueva que encontró, y cuando despertó,
miró hacia el cielo y vio que se hallaba pintado de un bonito color naranja que poco
a poco iba tornándose morado. Estaba anocheciendo. Había dormido casi todo el
día.

Bostezando, Ben se levantó y siguió con su camino, aún sin saber a dónde iba. De
pronto, el bosque desapareció de golpe, y vio que se hallaba en lo alto de una colina.
Al mirar hacia abajo, vio un pequeño valle lleno de luz y sonido. Estaba tan
hambriento, que pensó que lo mejor sería acercarse a ese lugar y buscar algo de
comida antes de seguir con su camino. Sólo había dado un par de saltos cuando
escuchó un sonido muy extraño sobre él; era como un grito muy fuerte y agudo.
Preguntándose quién o qué sería capaz de hacer ese ruido, levantó la vista hacia el
cielo y vio que un halcón enorme se lanzaba hacia él, con las garras hacia delante,
para capturarlo.

Asustado, Ben comenzó a saltar como nunca lo había hecho en su vida, pero pronto
comprendió que, si se quedaba al aire libre, el ave lo terminaría atrapando; por lo
que decidió esconderse. Al llegar al valle, vio que todas las luces que antes había
visto, provenían de un circo. En medio de todo, había una carpa mucho más grande
que las demás, por lo que Ben decidió que sería un lugar perfecto para esconderse.
Antes de que el ave pudiera atraparlo, corrió hacia la carpa y se coló por una
pequeña abertura, justo a tiempo. Sin prestar atención a nada más, se fijó en un
sombrero que había por ahí cerca; temiendo que su enemigo pudiera estar
siguiéndolo todavía, dio un gran salto y se escondió dentro…

—Y así fue como terminé dentro de tu sombrero—dijo Ben, en cuanto terminó de


contar su historia.

El mago se mostró tan impresionado con su historia, que tardó varios minutos en
volver a hablar. Mientras él permanecía en silencio, Ben aprovechó la oportunidad
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y echó un vistazo al lugar en el que se encontraban. Era una habitación pequeña,
aunque estaba repleta de todo tipo de cosas. Había armarios llenos a rebosar de
una ropa brillante y muy colorida, mesas de varios tamaños con libros y
candelabros; había disfraces, sombreros de muchas formas y colores, una cama
enorme como para diez personas, e incluso una estatua de un hombre, vestido
como payaso. Mientras la miraba, Ben creyó ver cómo la estatua le guiñaba un ojo,
pero cuando miró de nuevo, ésta seguía como siempre: inmóvil.

—Es una historia muy impresionante, amiguito—dijo entonces el mago,


recuperándose por fin de la sorpresa—. Y por lo que me dices, te salvaste por un
pelo de ese halcón.

—Sí—respondió Ben—. Creí que me comería.

Como para indicarle que todo estaba bien, el mago se levantó de su asiento y le
ofreció una enorme sonrisa que hizo que los ojos le brillaran como joyas. Era una
expresión tan amigable, que mientras la veía, Ben supo que había tenido suerte de
haberse topado con aquel hombre.

—Eres un conejo con mucha suerte—comentó entonces el mago, poniendo en


palabras los pensamientos de Ben—. Si quieres, puedes quedarte aquí conmigo,
mientras encontramos la forma de devolverte a tu casa.

—¿De verdad? —preguntó Ben, emocionado—. ¿A nadie le molestará?

—¿Molestarle? ¡Claro que no! —exclamó el mago—. Diste un buen espectáculo allá
afuera; todos te van a amar y querrán que te quedes.

Siguieron hablando durante muchas horas, hasta que finalmente llegó la hora de
dormir. Peter, el mago, tomó unos cuantos disfraces y le improvisó una cama a Ben,
diciéndole que al día siguiente podría encontrarle algo mejor. Antes de dormir, el
mago salió del camerino, para volver poco después con una espléndida y enorme
zanahoria, que el conejo devoró al instante, pues estaba realmente hambriento.
Cuando las luces se apagaron, y Ben se acostó encima de los disfraces, no pudo
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evitar pensar nuevamente que, de haberle hecho caso a sus padres, no estaría
metido en aquel embrollo. Justo antes de caer rendido, se prometió a si mismo que,
cuando volviera a casa, sería el hijo más obediente de todos.

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LOS ANIMALES DEL CIRCO.

A la mañana siguiente, cuando despertó, Ben creyó que todo no había sido más
que una horrible pesadilla. El cazador…la jaula…el halcón que quería
comérselo…sí, de seguro no habían sido más que alocados inventos de su mente.
Dando un gran bostezo, se levantó y miró a su alrededor. Al darse cuenta de que
no se hallaba en su habitación, comprendió que todo lo que le había pasado era
real. De pronto, se sintió realmente triste, y estaba a punto de echarse a llorar
cuando el mago entró, llevándole dos zanahorias tan grandes y apetitosas, que
alejaron de su mente cualquier otro pensamiento.

—Buenos días, amiguito—lo saludó el mago, entregándole las zanahorias—. ¿Has


dormido bien?

Ben estaba tan ocupado comiéndose una de las zanahorias, que tuvo que tragar
rápidamente antes de contestar.

—Sí, dormí muy bien—contestó por fin.

Ante su respuesta, el mago se mostró muy contento, lo que hizo pensar a Ben que
quizá el mago había pasado toda la noche preocupado por si dormía bien o no.

—Cuando termines de comer—le dijo el mago—. Te llevaré a conocer a los demás


animales.

—¿Hay más animales? —preguntó Ben, sorprendido.

—Sí, claro que sí—respondió Peter—. Hay dos monos, un león, una tigresa, y un
loro.

Ben estaba tan concentrado en su comida, que al principio no se dio cuenta de lo


extraño que resultaba que aquellos animales vivieran juntos. Cuando finalmente
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terminó de comerse la última zanahoria, se quedó mirando al mago y no pudo evitar
preguntarle:

—¿Los tienen en jaulas?

—¡Claro que no! —contestó el mago—. Aquí nadie está en jaulas… ¡Eso sería
horrible!

—Entonces… ¿Cómo evitan que los animales se peleen?

Asombrosamente, ante esta pregunta, Peter comenzó a reír a carcajadas, tan


largas, que cuando finalmente paró, tenía los ojos llenos de lágrimas. Todavía
sonriendo un poco, el mago hizo aparecer de la nada un pañuelo de lunares—cosa
que sorprendió mucho a Ben—y lo utilizó para secarse las lágrimas. Cuando ya no
lo necesitó más, lo convirtió en una hermosa paloma que salió volando y se alejó.

—No encontrarás animales más amistosos que los que hay en este circo—afirmó el
mago—. De eso me encargué yo. Cuando los trajeron, hablé con ellos y los hice
darse cuenta de que no había ninguna razón para pelear.

Ben estaba muy asombrado por el pequeño truco de magia que acababa de ver,
pero aun así tuvo un pequeño espacio para sorprenderse ante el hecho de que el
mago pudiera hablar con todos los animales, no sólo con los conejos.

—¿Y dónde están? —preguntó; cada vez estaba más emocionado por conocer a
esos animales de los que hablaba Peter.

Por toda respuesta, el mago se quitó el sombrero con un gracioso movimiento. De


un salto, Ben se metió dentro, y después de asegurarse de que estaba cómodo,
Peter lo sacó del camerino. Fuera hacía un día realmente muy bonito, y aunque
todavía era muy temprano, ya se veían algunas personas muy atareadas,
caminando de aquí para allá, cargando cajas pesadísimas o barriendo el suelo.

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La carpa de los animales estaba al final de todo el campamento, y era casi tan
grande como la que usaban para los espectáculos del circo. A medida que se
acercaban, Ben comenzó a sentirse un poco nervioso, pues estaba a punto de
conocer a otros animales, y no sabía si les caería bien. Al parecer el nerviosismo se
le notó en la cara, pues justo antes de entrar, el mago le sonrió como para indicarle
que todo estaba bien.

En cuanto entraron, Ben creyó que se hallaban en un bosque; pero al mirar mejor,
se dio cuenta de que dentro de la carpa habían puesto, en macetas, varias plantas
e incluso algunos árboles jóvenes y pequeños, lo que daba la impresión de estar al
aire libre. Al verlos, los demás animales formaron un gran alboroto, pues todos
saludaban o hablaban al mismo tiempo.

—¡Hola Peter! —saludó uno.

—¡Por fin llegas, hombre! —dijo otro.

—¿Quién es él? —preguntó el primero que se dio cuenta de la presencia de Ben.

—Calma, calma—pidió el mago, depositando el sombrero en el suelo—. Vine


porque quiero presentarles a mi nuevo amigo, Ben.

Cuando todos se voltearon a mirarlo, Ben se sintió un poco apenado. Tímidamente,


se aclaró la garganta y dijo:

—Hola.

—Creo que les toca a ustedes presentarse—dijo el mago, sonriendo abiertamente.

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Los que estaban más cerca de Ben eran un par de monitos, que se hallaban
sentados graciosamente en una rama de un árbol pequeño. Al oír las palabras del
mago, el mono que vestía un bonito traje de abogado se levantó sobre sus patas
traseras, y utilizó las delanteras para saludar, muy emocionado.

—Hola—dijo el mono—, es un gusto conocerte. Mi nombre es Momo—y señalando


a la monita a su lado, que vestía un traje de princesa, añadió—: Y esta es mi
hermana Mimi.

—Hola—dijo Mimi, sonriendo.

—Encantado de conocerte—afirmó el loro, de plumaje verde y muy brillante,


volando sobre sus cabezas, en grandes círculos—. Yo soy Lalo, y esos de allá atrás
son Tania y Lucas.

Los animales a los que se refería Lalo, resultaron ser el león y la tigresa. Mientras
que el león exhibía una enorme melena, muy tupida, del color exacto de la arena
del desierto, la tigresa tenía un pelaje blanco como la nieve, muy hermoso.

—Hola, Ben—dijo el león; su voz era ronca y profunda.

—Bienvenido al grupo—añadió la tigresa, cuya voz era suave como una canción de
cuna.

Los nervios que Ben había sentido desaparecieron después de las presentaciones.
Todos habían sido tan amables con él, saludándolo y dándole la bienvenida, que
pronto se sintió muy cómodo. Como los demás animales se mostraron muy
interesados en saber cómo había llegado Ben al circo, éste les contó la misma
historia que le había contado al mago. Cuando terminó, todos estaban muy
sorprendido por la forma en la que había escapado del halcón.

Por su parte, los demás animales tenían historias tan interesantes como la de Ben.
Momo y Mimi, por ejemplo, vivían en un bosque muy lejos de aquel lugar, pero un
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día habían tenido que salir huyendo, pues los cazadores habían llegado, y sus
perros—rabiosos y muy malhumorados—vivían persiguiéndolos. Habían llegado al
circo cuando éste estaba en la ciudad. A Lalo lo habían recatado de una trampa que
le había lastimado una de sus alas.

A Lucas, el mismo Peter lo había rescatado de unos fieros cazadores en África,


mientras que Tania había llegado por si sola al circo, luego de escapar de unos
coleccionistas de animales exóticos que la habían capturado, y la llevaban en su
camioneta para venderla en la ciudad.

Ben y los demás animales estuvieron hablando durante horas enteras, y pronto
comprendieron que, aunque cada uno de ellos era muy diferente, de seguro serían
muy buenos amigos. Sólo dejaron de hablar cuando Peter anunció que Ben y él
debían marcharse, pues aún tenían unos cuantos asuntos que atender. Después de
despedirse de sus nuevos amigos, Ben saltó de nuevo en el sombrero, y junto con
Peter salió de la carpa. Cuando empezaron a caminar, se dio cuenta de que no se
dirigían el camerino del mago.

—¿A dónde vamos? —preguntó.

—Te voy a presentar a los demás—respondió el mago.

—¿Hay más animales?

—¡No, no son animales! —contestó Peter, riendo—. Son humanos. No creerás que
un circo se hace sólo con animales y un mago, ¿verdad?

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LOS HUMANOS DEL CIRCO.

—¿Y dónde están los demás humanos? —preguntó Ben, cuando vio que
caminaban y no llegaban a ningún lado.

—Todavía es muy temprano—contestó el mago—. Deben estar desayunando en el


comedor.

Resultó que el comedor quedaba muy lejos de la carpa de los animales, justo al otro
lado del campamento. Al llegar, Ben olió en el aire un delicioso aroma a crema de
zanahoria, y aunque no hacía mucho que había comido, pensó que no estaría mal
comer un poco de aquella crema que tan bien olía. En cuanto entraron al comedor,
algo cayó del techo y se posó justo delante de ellos. Cuando Ben se recuperó del
susto, pudo ver que se trataba de un hombre joven, de cabello corto y negro, que
vestía un traje muy brillante.

—¡Qué conejo tan bonito! —exclamó al ver a Ben; luego, mirando a Peter,
preguntó—: ¿Es el que sacaste de tu sombrero la otra noche?

—Exacto—respondió el mago, muy orgulloso.

—¿Quién era ese? —preguntó Ben, en cuanto se hubieron alejado del extraño
hombre que caía del techo.

—Su nombre es Lucio—contestó el mago—. Es equilibrista y un muy buen acróbata,


su espectáculo es el de la cuerda floja, y a veces el trapecio.

Siguieron caminando, y poco después se encontraron con una muchacha muy


bonita. Tenía el cabello rojo y tan largo, que llegaba hasta el suelo. Su piel era
blanca, y estaba salpicada de pequeñas pecas. Sonriendo, se acercó hasta el mago,

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y en cuanto sus ojos—azules y muy, muy brillantes—vieron a Ben, su cara se
iluminó.

—¡Vaya! —dijo en voz alta—. Así que era cierto que sacaste un conejo de tu
sombrero.

—Sí, claro que era verdad—afirmó el mago—. Él es Ben.

—¿Dónde lo encontraste? —preguntó la muchacha, mientras con una mano le


hacía caricias a Ben, justo detrás de las orejas.

—Bueno…más bien él fue el que me encontró a mí—dijo el mago, y luego, como


para cambiar de tema, preguntó—: ¿Has visto a Lorenzo?

—Está en la cocina—contestó la chica, mientras se alejaba—. Ya sabes que le


gusta probar la comida antes que los demás…

—Esa de ahí era Tina—aclaró el mago, en cuanto la muchacha se marchó—. Es


malabarista de espadas con fuego, aunque anoche no pudo presentarse porque
estaba enferma, aunque creo que ya está mejor…

—¿Y quién es Lorenzo? —preguntó el conejo.

—Lorenzo es… ¡Oh, mira, ahí viene!

Hacia ellos caminaba un hombre tan pero tan delgado, que por un momento Ben
tuvo la impresión de que se trataba de un fideo andante. Cuando se dio cuenta de
que se trataba de un hombre, de carne y hueso, se sintió aún más impresionado por
las complicadas vueltas y piruetas que daba mientras se acercaba a ellos.

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—¡Hola Peter! —saludó el hombre cuando llegó. Miró a Ben y dijo—: ¡Hola, conejo
de Peter!

Y se alejó sin decir nada más, dando vueltas y piruetas, caminando de manos y con
el cuerpo arqueado, como un puente viviente. Al verlo alejarse, Ben tuvo la
impresión de que, con sólo verlo, acababa de adivinar lo que aquel hombre tan
extraño hacía en el circo.

—Déjame adivinar—dijo, antes de que el mago pudiera hablar—. Él es un


contorsionista… ¿verdad?

—Lo adivinaste—contestó Peter, muy sonriente—. Lorenzo es muy buena gente,


aunque está un poco loco.

—¿Quién falta? —inquirió Ben, quien cada vez estaba con más ganas de probar
aquella sopa que olía tan bien.

—Sólo nos quedan María y Marcus, y luego te llevaré a la cocina por un poco de la
crema de Zanahoria que prepararon para hoy.

Aquella noticia puso tan contento a Ben, que dio un enorme brinco, con una pirueta
en el aire, y luego cayó de nuevo dentro del sombrero. El mago aplaudió, muy
entusiasmado, y luego siguieron caminando, en busca de los dos últimos miembros
del equipo del circo que al conejo le faltaba conocer.

Resultó que María era una mujer con una enorme barba que le llegaba a la cintura,
mientras que Marcus, su hermano gemelo, era un hombre fortachón que, según
Peter, podía alzar un carro con una sola mano. Lo curioso de aquel par de hermanos
era que, mientras María tenía una barba y una cabellera muy tupida, su hermano
Marcus era totalmente calvo. Cuando le preguntó sobre esto al mago, éste se echó
a reír y le dijo que antes, hace ya muchos años, Marcus tenía una cabellera muy
larga y bonita, pero decidió cortársela cuando empezaron a confundirlo con su
hermana gemela.

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Luego de aquello ya no hubo más presentaciones que hacer, y mientras se tomaba
su crema de zanahoria—que sabía incluso mejor de lo que olía—, Ben supo que,
mientras estuviera en aquel circo, sería muy bien recibido, pues tanto los animales
como los humanos se habían mostrado muy contentos de conocerlo. Con ese alegre
pensamiento en la cabeza, terminó de comer y salió del comedor junto con el mago.

—¿Darán hoy un espectáculo? —le preguntó, cuando hubieron llegado al camerino.

—Oh, no—respondió Peter—. Hoy es lunes, y sólo damos funciones los fines de
semana.

—¿Entonces qué haremos durante toda la semana? —quiso saber Ben.

El mago lo miró, sonrió de forma muy misteriosa, y por fin respondió:

—Practicar. Tú y yo tenemos que practicar especialmente duro, porque quiero que,


de ahora en adelante, me ayudes con mi espectáculo de magia.

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TRUCOS DE MAGIA.

La primera semana que Ben pasó en el circo, fue una de las experiencias más
divertidas de toda su vida. A pesar de que no dejaba de pensar en sus padres y
hermanos, y en lo preocupados y tristes que éstos estarían por su desaparición,
había tantas cosas y personas curiosas en el circo, que no le costaba mucho
distraerse. Cierto día el mago lo despertó muy temprano y lo sacó del camerino.

—¿A dónde vamos? —le preguntó Ben, aun medio dormido.

—A la carpa principal—contestó el mago—. Los demás ya deben estar entrenando,


y de seguro querrás verlo.

La carpa principal, como había dicho Peter, resultó no ser otra que la que usaban
para los espectáculos; aquella por la que Ben había entrado al llegar al circo. Como
la primera vez que había estado en aquel lugar el conejo no había tenido
oportunidad de echar un vistazo debido al miedo que tenía, en cuanto entraron, se
dedicó a mirarlo todo con mucha atención, grabando en su cabeza hasta el más
mínimo detalle.

Era una especie de habitación enorme, completamente redonda, cuyo techo estaba
tan alto que no se alcanzaba a ver. Había muchos asientos pegados a la lona de la
carpa, todos mirando hacia el centro, que estaba cubierto de arena. Mientras
terminaban de entrar, Ben se dio cuenta de que, tal y como había dicho el mago,
los demás integrantes del circo—los integrantes humanos—ya estaban ahí, todos
muy ocupados, ensayando sus trucos.

Sobre ellos había una delgada cuerda, por la que caminaba en aquel momento
Lucio, el hombre que había caído delante de ellos cuando habían entrado en el
comedor. Cuando alzó la mirada, Ben se dio cuenta de que la cuerda se
bamboleaba de un lado al otro, y aunque al principio temió que el hombre se cayera,
pronto comprendió que tal cosa no sucedería, pues parecía que sabía lo que hacía;

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Lucio daba saltos, retrocedía y avanzaba en los momentos justos, lo que era muy
impresionante.

Un poco más allá estaban Tina, la malabarista, y Lorenzo, el extraño hombre


contorsionista. Mientras que Tina hacía asombrosos malabares con diez espadas
que estaban prendidas en fuego, Lorenzo se doblaba de formas muy extrañas,
haciendo curiosas y divertidas figuras con su propio cuerpo. María, la mujer
barbuda, se peinaba tranquilamente su larga barba, sentada en el brazo derecho de
su hermano, Marcus, que la hacía subir y bajar con asombrosa facilidad, como si no
pesara más que una pluma.

—Sorpréndete ¿verdad? —preguntó Peter, cuando al fin llegaron al fondo de la


carpa, donde había una mesa sobre la que reposaban todo tipo de objetos, como
sombreros, copas y espejos.

—Mucho—admitió Ben; al ver la mesa ante la que habían llegado, se volteó hacia
el mago y le preguntó—: ¿Y esto qué es?

—Son mis cosas—respondió el mago.

—¿Y para que las usas? —preguntó el conejo.

Luego de dejar el sombrero, con Ben adentro, sobre la mesa, el mago se paró
delante de él y contestó por fin:

—Para hacer magia.

Como Ben no entendió a qué se refería, Peter se lo explicó. Tomó uno de los
sombreros, y tras colocarlo boca abajo para demostrar que estaba completamente
vacío, lo puso derecho de nuevo y metió la mano en él. Estuvo rebuscando por
varios minutos, hasta que por fin sacó un enorme ramo de flores de varios colores,
que, tras sacudirlas varias veces con fuerza, se convirtieron en una nube de
pajaritos amarillos que salieron volando y se perdieron de vista. Luego de ese truco,
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tomó una de las copas y la convirtió en un bate de béisbol, con el que rompió el
espejo, que, en lugar de quebrarse, explotó en una enorme lluvia de confeti que
quedó esparcido por todo el suelo

—¡Asombroso! —gritó Ben después del último truco del mago, que consistió en
sacar una moneda de detrás de su oreja.

—Gracias, gracias—respondió Peter, haciendo unas graciosas reverencias—. Y


ahora…te voy a mostrar el truco que haremos los dos juntos.

Aunque estaba un poco nervioso—pues era la primera vez que hacía magia—Ben
prestó mucha atención a las instrucciones del mago, y descubrió, para su sorpresa,
que el truco era mucho más simple de lo que parecía. Estuvieron practicándolo
durante horas, y sólo paraban para comer y tomar un poco de agua. Siguieron
practicando durante toda la semana, y cuando finalmente llegó el sábado—que era
el día de su primer espectáculo—Ben sintió que no podía estar más preparado.
Como la función era durante la noche, tuvo la oportunidad de practicar una vez más
durante el día.

Cuando finalmente se hizo de noche y las personas comenzaron a llegar, Ben sintió
un poco de nervios, aunque lo calmó mucho el hecho de que había practicado
muchísimo su espectáculo. Al comenzar la función, uno a uno, los integrantes del
circo fueron haciendo sus apariciones, y aunque no podía verlos—pues estaba fuera
de la carpa, esperando que llegara su turno—sabía que todos lo estaban haciendo
muy bien, pues el público reía y aplaudía sin parar. Después de los humanos, llegó
el turno de los animales, y como cada uno le deseó buena suerte al pasar, Ben se
sintió mucho más tranquilo…

…Su turno llegó, finalmente, después de que Tania, la tigresa, hiciera su


espectáculo, que consistía en saltar aros prendidos en fuego.

Después de desearle buena suerte a su amigo el mago, se metió dentro del


sombrero y permaneció ahí, oculto, mientras Peter entraba en la carpa. Al ver entrar
al mago, las personas del público comenzaron a aplaudir, muy entusiasmados.
Parecía que amaban los trucos de magia. Peter se colocó delante de su mesa, y
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comenzó a hacer los mismos trucos que le había hecho antes. Las personas reían,
aplaudían, y cada vez que se asombraban, soltaban palabras como << ¡Oh…!>> y
<< ¡Ah…!>>

Después de que el ultimo truco estuvo hecho, Ben supo que había llegado su turno.

—Y ahora, damas y caballeros—anunció el mago, a gritos—. ¡Voy a hacer mi mejor


truco! Voy a sacar un bonito conejo… ¡De mi sombrero!

Esa era su señal. Después de que el mago le enseñó el sombrero al público, para
que vieran que estaba vacío, lo colocó encima de la mesa, metió una mano dentro,
y fue entonces cuando Ben salió de un enorme brinco, arrancándole risas y gritos
de asombro al público. La verdad, es que era un truco sencillo. El sombrero en el
que estaba escondido Ben se hallaba todo el tiempo debajo de la mesa, y luego de
que Peter le enseñaba el sombrero vacío al público, alguna clase de magia que el
conejo no entendía cambiaba los sombreros de lugar, haciendo que el que escondía
a Ben fuera a parar encima de la mesa.

Ben le había preguntado a Peter cómo era que hacía aquello, pero él se había
limitado a responder que un mago nunca revela sus secretos. Aunque en aquel
momento, aquel extraño misterio tampoco le importaba mucho al conejo; el truco
había salido a la perfección, y ahora el público gritaba emocionado, pidiendo más
trucos.

—Bien hecho, amiguito—le dijo el mago, mientras el público gritaba << ¡Peter,
Peter!>> una y otra vez—. Te has ganado todas las zanahorias que quieras comer.

20
UN ANIMAL EXTRAÑO.

Después de aquel primer espectáculo, Ben y los demás se volvieron muchísimo


más famosos. Todas las personas que habían asistido al circo esa noche, muy
contentos, comenzaron a repartir la noticia del excelente show que daban;
comenzaron a hablar del asombroso equilibrista, de la mujer barbuda, de la tigresa
que atravesaba aros prendidos en fuego, de los monos que bailaban ballet, paso
doble, salsa y merengue, pero, sobre todo, hablaron del mago y los asombrosos
trucos que hacía. Mucha más gente comenzó a asistir al circo, y todos se iban muy
contentos, encantados con los trucos, y, sobre todo, con el bonito conejo que salía
dando saltos del sombrero.

Como el circo empezó a tener mucho éxito, el dueño decidió hacer una pequeña
gira por algunas ciudades del país, para probar suerte, y darle la oportunidad a más
personas de que vieran el show. Una mañana, por primera vez en mucho tiempo,
los trabajadores del circo tuvieron que comenzar a desmontar todo. Comenzaron a
guardar las carpas, doblar y empacar trajes, envolver con periódico objetos frágiles
para protegerlos y que no se rompieran…era un proceso muy laborioso que les llevó
varios días. Finalmente, un sábado por la noche, terminaron. Cansados como nunca
antes, los trabajadores hicieron una última fogata y se sentaron alrededor de ella.
Partirían a la mañana siguiente, en cuanto saliera el sol.

—¿A dónde iremos? —le preguntó Ben al mago, cuando ya se iban a dormir.

—El dueño me ha dicho que la primera parada será una ciudad muy bonita—
contestó Peter, muy emocionado—. De seguro te gustará, amiguito.

Como ya habían recogido todo el campamento, esa noche les tocó dormir en uno
de los vagones del tren. Tan cansado estaba el mago, que se quedó dormido casi
de inmediato; Ben, sin embargo, permaneció despierto, nervioso, pensando qué les
depararía aquel viaje, y deseando, una vez más, poder volver algún día con su
familia. En todo aquel tiempo, a pesar de los espectáculos que tenía que dar en el
circo, a pesar de las risas, los aplausos y las felicitaciones…no había podido dejar
de pensar en su familia, y en lo mucho que los echaba de menos.

21
Cuando finalmente se durmió, Ben soñó que volaba sobre un enorme dragón que
rugía y lanzaba fuego. Al despertar, se dio cuenta de que el tren ya se había puesto
en marcha, y que el movimiento y el sonido le habían provocado aquel sueño tan
extraño. El viaje fue mucho más corto y cómodo de lo que hubieran pensado, y
cuando finalmente llegaron, vieron que había mucha gente esperándolos. Aunque
era domingo, no podían dar show esa noche, pues tenían que montar todo el
campamento. La gente estaba tan impaciente y emocionada, que, al domingo
siguiente, cuando abrió el circo, afuera ya había una gran multitud esperando para
comprar las entradas.

Durante cuatro meses enteros, Ben estuvo viajando junto con el circo por diferentes
ciudades, cada una más bonita que la anterior. Aunque era un poco agotador estar
de viaje durante tanto tiempo, a la vez resultaba sumamente divertido conocer
tantas personas y lugares diferentes. Al final, el circo llegó a un pequeño pueblo que
estaba situado justo en el borde de un enorme bosque; aunque no lo sabía todavía,
aquel pequeño pueblo, y sobre todo el bosque, serían el lugar donde Ben y los
demás animales del circo descubrirían un enorme y asombroso secreto.

Llegaron un lunes por la mañana, y luego de montar todo el campamento—después


de tanto viajar, todos los trabajadores del circo se habían hecho expertos, y podían
montar y desmontar el campamento muy rápido—, todos tuvieron permiso de
descansar un poco y explorar el lugar. La mayoría decidió dar una caminata por el
pueblo, y así conocer a las personas que ahí vivían, pero lo que Ben quería de
verdad, era explorar aquel bosque.

—¿No quieres ir a conocer el pueblo? —le preguntó el mago.

—Quizá otro día—respondió el conejo—. Hoy quisiera explorar el bosque, si se


puede.

El mago lo pensó durante unos minutos, y luego contestó:

—No creo que haya problema, pero quizá no deberías ir solo.

22
—Puedo ir con Tania y los demás animales.

Peter pensó un poco más, y al final decidió que era una buena idea.

—Está bien—dijo—. Pero no se alejen mucho del campamento, tengan cuidado, y,


sobre todo, no se separen unos de otros.

Muy contento y emocionado, Ben salió de la carpa dando saltos de alegría, y en


cuanto llegó con los otros animales, les comunicó la noticia, casi a gritos. Ellos
estaban tan emocionados como él, o quizá más, pues a diferencia de Ben—que
siempre iba de aquí para allá en el sombrero del mago—ellos no tenían la
oportunidad de salir mucho, ya que la gente se asustaría si viera en la calle, por
ejemplo, a un león, o una tigresa. En aquel bosque, sin embargo, no había
problema, pues no había nadie ahí que los pudiera ver.

—Es un lugar muy bonito—comentó Mimi la mona, poco después, cuando ya todos
habían entrado en el bosque.

—Ciertamente lo es—contestó Ben—. Aunque el bosque que está cerca de donde


yo vivía es quizá más bonito que este.

Ante estas palabras, los demás animales se quedaron muy sorprendidos, pues era
la primera vez, en todo ese tiempo, que Ben les hablaba de su casa. Aquel era un
tema que siempre lo ponía muy triste, y por eso había preferido no hablar de él;
ahora, sin embargo, parecía que no tenía ningún problema, pues como siempre
suele suceder, los problemas se vuelven un poco más pequeños cuando se los
cuentas a buenos amigos. Mientras caminaban por el bosque, todos fueron
compartiendo más detalles del lugar en el que habían nacido, hasta que…

—¡Ayuda! —gritó una voz—¡Alguien que me ayude, por favor!

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—¿Ustedes oyeron eso también? —preguntó Lalo el loro, mientras aterrizaba en la
rama de un árbol.

—Sí—respondió Lucas el león—. Creo que vino desde allá—y señaló con una de
sus patas el lugar exacto de donde había venido la voz.

—Creo que tenemos que ir a ayudar—sugirió Ben, y como todos estuvieron de


acuerdo, echó a andar hacia la dirección que había señalado Lucas, con todos sus
amigos tras él.

Corrieron durante algunos minutos, y al fin llegaron a un lugar de aspecto muy


misterioso. Era grande… ¡Enorme! Y parecía estar hecho completamente de metal.
Era como una carpa de circo gigantesca, con la única diferencia de que, en lugar de
tela o lona—que eran los materiales que usaban para las carpas de circo—estaba
hecha de metal.

—No creo que debamos estar aquí—dijo Momo—. Es un lugar de humanos, y de


seguro hay cazadores.

Ben estaba pensando justamente los mismo, cuando de pronto, hubo un nuevo
grito:

—¡Ayuda! ¡Por favor que alguien me ayude!

Todos se miraron, y en silencio, decidieron que lo mejor era acercarse, con cuidado
para que no los vieran, y averiguar si había algo en lo que podían ayudar. Poco a
poco, se acercaron a la extraña carpa, y cuando entraron, vieron en medio de todo,
una gran jaula de metal. Los gritos de ayuda parecían provenir de ahí. Lentamente,
todos los animales se acercaron un poco más a la jaula para echar un vistazo al
animal que había dentro…y se quedaron sorprendidos.

Era, al mismo tiempo, el animal más extraño y más hermoso que todos habían visto.
Parecía un caballo blanco común y corriente, pero cuando se miraba mejor, uno se
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daba cuenta de que tenía unas enormes alas, y en la frente lucía un largo y
puntiagudo cuerno. Cuando el animal los vio, dio un enorme relincho y de su cuerno
salió un gran chorro de luz dorada.

—¡Amigos! —les dijo—¡Amigos! ¿Han venido a ayudarme?

—Sí—respondió Ben—. Hemos oído tus gritos.

—¿Por qué te encerraron? —preguntó Tania.

Ante esta pregunta, el animal pareció ponerse muy triste. Sin embargo, contestó de
igual forma:

—Fueron unos cazadores. Pasaba volando por aquí y me hirieron con sus flechas.
Ahora no están, pero los oí decir que me van a vender a un coleccionista de
animales raros.

—¿Y no tienes forma de escapar? —preguntó Mimi—. ¿Tu cuerno no puede


ayudarte?

—No funciona cuando estoy encerrado—respondió el animal, en un tono muy triste.

Durante algunos minutos, todos los animales se quedaron muy callados, pensando
en alguna forma de poder ayudar a escapar a aquel extraño animal que estaba en
problemas. Ben recordó cuando el cazador lo había encerrado en aquella jaula;
recordó lo triste y asustado que se había sentido…y quiso ayudar al animal a
escapar, pues sabía que no era nada bonito estar encerrado.

—¡Cuidado! —gritó entonces el animal, sobresaltándolos a todos.

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Habían estado tan concentrados, que no había oído a los cazadores, que ahora se
lanzaban hacia ellos, tratando de capturarlos. Todo el lugar se llenó de chillidos y
gritos. Los animales corrían de aquí para allá, pero al final todos terminaron siendo
capturados, excepto Ben, que gracias a sus poderosos saltos aún andaba de aquí
para allá evitando que los capturaran.

—¡Márchate, Ben! —le gritó Tania, la tigresa—. ¡Sálvate!

—¡No puedo! —respondió el conejo, sin parar de correr y saltar—. ¡No puedo
dejarlos!

—¡Vete y vuelve con ayuda! —le dijo Lucas el león, y entonces Ben supo que eso
era lo que debía hacer.

Dejar a sus amigos no se sentía nada bien, pero sabía que debía escapar para ir
por ayuda. Después de lanzarles una última mirada a los demás animales—todos
encerrados en jaulas—, Ben se escapó de los cazadores y comenzó a saltar a toda
velocidad a través del bosque, nervioso, esperando poder encontrar a tiempo la
ayuda que sus amigos necesitaban…

26
CON LA AYUDA DE TODOS.

Ben nunca había ido tan rápido como aquella vez. A toda velocidad, corrió, saltó, y
esquivó todo tipo de árboles y plantas, pues sabía que no se podía demorar ni un
solo segundo. Cuando finalmente salió del bosque y volvió al campamento del circo,
estaban tan cansado que le costaba respirar; aun así, cansado y todo, ni siquiera
se le pasó por la cabeza la idea de parar a tomar un descanso, aunque fuera
pequeño. Comenzó a llamar a gritos al mago, y como vio que no respondía,
comenzó a buscarlo por todos lados. En la carpa central donde daban los
espectáculos…en el camerino…al fin, lo encontró en el comedor, hablando y riendo
con los demás integrantes del circo.

Al verlo acercarse, Peter sonrió, pero su expresión de felicidad se borró casi de


inmediato, al ver la cara que Ben traía.

— ¿Qué pasa? —le preguntó, muy preocupado—. ¿Por qué tienes esa cara?

—Son…son los demás animales—contestó Ben mientras, exhausto, se tiraba en el


suelo.

Los demás integrantes del circo se habían dado cuenta de la extraña expresión que
Ben traía consigo, por lo que se habían acercado para ver qué sucedía. Como
ninguno de ellos entendía lo que Ben decía, al principio no supieron lo que pasaba,
pero cuando vieron la cara de preocupación que ponía el mago, entendieron que
algo no iba del todo bien.

— ¿Le ha pasado algo a los otros animales? —preguntó la malabarista, quien


parecía a punto de echarse a llorar.

— ¿Dónde están? —quiso saber Lorenzo, el contorsionista.

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Cuando recuperó por fin el aliento, Ben se levantó del suelo y comenzó a relatar la
historia de lo que había sucedido. Tratando de no olvidar ni el más mínimo detalle,
les contó que habían ido a dar un paseo por el bosque, donde habían escuchado
unos gritos de auxilio, que los había llevado hasta aquel extraño lugar donde habían
visto, encerrado en la jaula, a aquel extraño animal. Cuando llegó a la parte donde
a sus amigos los capturaban y él tenía que salir corriendo para ir a buscar ayuda,
sintió que podría echarse a llorar en cualquier momento, pero recordó que debía ser
fuerte, y terminó de contar la historia.

Peter terminó de escuchar todo lo que dijo Ben y luego, muy sorprendido y
preocupado, le comunicó la historia a los demás, palabra por palabra, exactamente
igual a como Ben se la acababa de contar a él. Todos se mostraron muy
preocupados por la suerte de los demás animales, y estuvieron de acuerdo en que
había sido un milagro que Ben hubiera logrado escapar para comunicarles la noticia
y pedir su ayuda, o de lo contario no se habrían enterado de lo ocurrido hasta que
hubiera sido muy tarde.

Finalmente, cuando todos se calmaron, comenzaron a pensar en un plan para


rescatar a sus amigos. Peter le preguntó a Ben si recordaba el camino, y cuando el
conejo le contestó que lo recordaba a la perfección, todos se pusieron manos a la
obra. Tina, la malabarista, fue corriendo a buscar sus espadas, y ante la asombrada
mirada de todos, les prendió fuego, dispuesta a defenderse y defender a sus
amigos. Lorenzo, el contorsionista, se puso su traje más cómodo y liviano; perfecto
para dar las vueltas, piruetas y volteretas más complicadas. La mujer barbuda se
hizo con un bate de béisbol, mientras que su hermano gemelo, el hombre fortachón,
tomó sus pesas más pesadas. Por último, Lucio, el equilibrista, tomó una larga y
delgada vara, con la que normalmente se ayudaba en su camino por la cuerda floja,
aunque en aquel momento se disponía a usarla para algo muy diferente.

—Estamos listos—anunció el mago, mientras, sobre su cabeza, se acomodaba el


sombrero—. Muéstranos el camino, Ben.

Si antes había saltado rápido, eso no fue nada comparado a la velocidad con la que
Ben cruzó el bosque, en compañía del mago y los demás humanos que integraban
el circo. Había pasado mucho tiempo desde que había dejado a sus amigos en las
jaulas, y a medida que se acercaba a aquel terrible lugar, Ben comenzó a temer que
fuera demasiado tarde; temió que a sus amigos los hubieran llevado a un lugar muy
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lejano y desconocido, donde nunca más podría encontrarlos. Sin embargo, cuando
llegaron por fin, se sintió muy aliviado al escuchar los gritos de auxilio del caballo
con alas; después de todo, si todavía tenían a aquel extraño animal ahí, sus amigos
también debían estar.

— ¿Este es el lugar? —preguntó Marcus, el hombre fortachón.

Para que todos pudieran entenderlo sin necesidad de que el mago interpretara sus
palabras, Ben asintió con la cabeza. Luego, cuando estuvo seguro de que todos lo
miraban, regalándole toda su atención, les hizo señas para que comenzaran a
seguirlo. Se puso al frente del grupo, y tratando de no hacer ni el más pequeño de
los ruidos, siguió el mismo camino que él y sus amigos habían seguido antes. Sólo
echó la cabeza hacia atrás una vez, para comprobar que los demás lo seguían.
Todos tenían pintada en la cara la misma mueca, mitad de concentración, mitad de
preocupación.

Cuando llegaron, encontraron a los animales encerrados en las jaulas, que en todo
aquel tiempo no se habían movido ni un centímetro. Todos parecían estar
profundamente dormidos, a excepción del extraño caballo con alas, que, al oírlos
acercarse, abrió los ojos de golpe.

—¡Amigo! —le dijo, en un susurro—. ¡Tienes que sacarnos de aquí, rápido!

— ¿Qué les ha pasado a los demás? —preguntó Ben, mientras le hacía señas al
mago y los demás humanos para que se acercaran.

—Los han dormido con una inyección—explicó el caballo—. Yo estoy despierto


porque no me hizo efecto. Los cazadores están buscando uno de sus camiones,
para llevarnos a todos a otro lugar, muy lejos de aquí.

—No se los llevarán—dijo Ben, con voz muy firme, para convencerse a sí mismo
mucho más que al caballo—. Vamos a rescatarlos.

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Cuando el mago y los demás humanos se acercaron, y vieron al extraño y hermoso
caballo con alas y un largo cuerno, se quedaron tan sorprendidos, que por un
momento ninguno de ellos pudo hacer nada. Todos se quedaron parados, con la
boca abierta, mirando al animal, hasta que recordaron lo que habían ido a hacer
ahí, y se pusieron manos a la obra. Las jaulas en las que tenían a los animales
estaban cerradas con candados y cadenas y muy gruesas y resistentes, por fortuna,
Marcus, el hombre fortachón, logró romperlo todo. Despertaron a los animales, y los
sacaron por fin de aquellas horribles jaulas.

—¡Alto ahí! —gritó entonces una voz, justo cuando acababan de liberar al caballo
con alas y se disponían a salir corriendo.

Los cazadores habían vuelto. Eran tres hombres casi tan grandes y fuertes como
Marcus, todos con barbas muy largas, grandes músculos, y terribles armas con las
que apuntaban a Ben y los demás. Asustados, todos los animales se agruparon
juntos, para protegerse unos a otros y evitar que volvieran a capturarlos.

— ¿Quiénes son ustedes, y por qué se están llevando nuestros animales? —


preguntó otro cazador, el más alto de los tres.

—¡Estos animales no son suyos! —gritó Peter, el mago, muy molesto con el
comentario—. ¡Son nuestros amigos y los llevaremos con nosotros!

Cuando uno de los cazadores dio un paso adelante, el caballo con alas se adelantó
también. Hizo un rápido movimiento con su cabeza, y de su cuerno salió un gran
rayo de luz dorada que fue a dar contra el arma del cazador, convirtiéndola en una
pistola de agua, completamente inofensiva. Todos se quedaron muy sorprendidos,
pero cuando un segundo cazador intentó ir hacia ellos, el mago hizo aparecer de la
nada una gran lluvia de confeti, en la que el hombre resbaló hasta quedar sentado,
de manera muy graciosa, en el suelo…

Y de pronto se armó el gran alboroto.

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Los cazadores parecían no tener la más mínima intención de dejar que se
marcharan de aquel lugar, pero afortunadamente los integrantes del circo eran
mucho más numerosos, y con muchos más talentos, por lo que lograron escapar.
Utilizando la magia de Peter y el caballo con alas, además de la fuerza de Marcus,
las habilidades especiales de los demás integrantes y la ayuda de Ben y de todos
los demás animales, lograron juntar a los tres cazadores y dejarlos atados, todos
juntos, en medio de aquel lugar.

Cuando por fin salieron al bosque y comenzaron a caminar en dirección al


campamento del circo, Ben supo que todos se sentían igual de aliviados y felices
que él. A pesar de lo difícil que había parecido en un principio, habían logrado
rescatar a sus amigos y escapar sanos y salvos. Además de eso, ahora contaban
con un nuevo amigo. Emocionado, el conejo se volteó hacia el caballo con alas,
para preguntarle cómo se sentía, cuando vio que el pobre animal se desplomaba
sobre el suelo, desmayado.

—¡Peter! —llamó Ben, mientras comenzaba a saltar hacia el pobre caballo—¡Peter


ayúdame!

Cuando el mago y los demás se hubieron acercado, Ben por fin pudo ver por qué
se había desmayado su nuevo amigo. Cuando él y los demás animales lo habían
visto la primera vez, el caballo les había contado que los cazadores lo habían
capturado gracias a una flecha que le habían disparado mientras él volaba sobre
aquel bosque…ahora podía ver la herida de la que el caballo le había hablado. Era
grande, justo encima de las costillas, y de ella salía una alarmante cantidad de
sangre de un extraño color dorado, muy brillante.

—Lo hirieron los cazadores, cuando lo capturaron—explicó Ben, al ver que el mago
no entendía por qué, de pronto, se daban cuenta de que el pobre caballo estaba
herido.

—Tenemos que llevarlo al campamento, rápido—dijo María, la mujer barbuda.

Como Marcus era, obviamente, el más fuerte de todos, fue él quien se encargó de
levantar al caballo y llevarlo en brazos hasta el campamento del circo. A pesar de
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que sabía que Marcus caminaba lo más rápido que podía, Ben deseó que fuera aún
más veloz, pues deseaba con todas sus fuerzas que pudieran salvar a su nuevo y
recién descubierto amigo.

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DE NUEVO EN EL CIRCO.

Luego de que lo hubieron curado, el caballo pasó dos días completos dormido. Al
parecer, la herida era mucho más grave de lo que todos habían creído, por lo que
necesitó de todas sus fuerzas para recuperarse por completo. Cuando finalmente
se despertó, aún se sentía un poco débil y mareado. Miró a su alrededor, y al no
reconocer el lugar en el que se encontraba, sintió miedo y unas tremendas ganas
de echarse a llorar…luego recordó todo lo que había pasado, y se sintió mucho más
tranquilo al saber que se hallaba en un lugar seguro, con amigos. Cuando tuvo las
fuerzas suficientes para hablar, lo primero que hizo fue llamar a Ben.

Cuando el pequeño conejo entró, se sintió realmente aliviado al ver que su nuevo
amigo ya se había despertado. Los dos días que el caballo había pasado dormido,
Ben se había sentido muy angustiado y preocupado por su salud; ahora, todo eso
había quedado atrás. Su amigo estaba bien.

— ¿Cómo estás? —le preguntó el conejo—. ¿Ya te sientes mejor?

—Mucho mejor, sí—respondió el caballo, sonriendo—. ¿Cómo están los demás


animales?

—Muy bien—contestó Ben—. Las inyecciones no les hicieron ningún daño, por
suerte.

—Me alegra mucho, de verdad—dijo el caballo—. Espero poder despedirme de


todos antes de irme.

— ¿Irte? —repitió Ben, todavía sin comprender—. ¿Irte a dónde?

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—A casa, Ben—contestó el caballo, y en su cara se dibujó una pequeña sonrisa al
decir <<Casa>>. Estaba claro que deseaba mucho volver—. No puedo quedarme,
tengo que ir con mi familia.

De pronto, Ben se sintió muy pero muy triste, por dos cosas al mismo tiempo. Por
una parte, aunque le alegraba mucho que su nuevo amigo estuviera completamente
recuperado, habría querido que se quedara con ellos un poco más, para conocerlo
mejor y pasar un poco más de tiempo juntos, sin jaulas ni cazadores que los
amenazaran; al mismo tiempo, se sentía realmente muy triste pues cuando el
caballo había hablado de volver a casa, Ben había recordado también su propio
hogar, a sus padres y sus hermanos y hermanas. De pronto sintió muchas ganas
de llorar, pero, para evitar hacerlo, prefirió seguir hablando:

—Háblame de tu casa—le pidió al caballo—. ¿Cómo es? ¿Dónde queda?

Ante estas preguntas, el caballo sonrió todavía más. Permaneció unos cuantos
minutos en silencio, sonriendo, al parecer recordando bien el lugar de donde venía
para poder contestar con todo lujo de detalles. Luego dijo al fin:

—Es un lugar realmente muy bonito. Se llama Tirilion, que en el idioma de los
unicornios significa paraíso. Se encuentra en lo más alto de la montaña más alta.
Sólo aquellos que tienen alas y saben dónde buscar son capaz de llegar hasta ahí.
Hay enormes praderas de hierba fresca, verde y muy brillante. Ríos de agua clara,
incluso hay un bosque en el que siempre es invierno; la nieve cae constantemente
y lo cubre todo, sea verano u otoño.

—Suena muy hermoso—dijo Ben, asombrado ante lo que su amigo acababa de


describirle.

—Lo es—aseguró el unicornio todavía sin dejar de sonreír—. ¿Y qué hay de ti? —
preguntó luego—. ¿Qué me puedes contar de tu hogar?

Ante estas preguntas, Ben sintió de nuevo unas tremendas ganas de llorar, aunque
en esta ocasión era por una razón muy distinta. Siempre que se ponía a pensar en
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su hogar, y en todo lo que había vivido ahí, había ocasiones, como aquella, en la
que los recuerdos lo ponían tan pero tan feliz, que comenzaba a llorar de pura
alegría.

—Se llama El Prado—respondió Ben, sonriendo—. Aunque yo prefiero llamarlo El


lugar de los hoyos en la tierra. Es un lugar muy bonito; es grande, con muchas
madrigueras de conejos, donde, además de mi familia, viven todos mis amigos y
vecinos, como la señora Beatrice, que prepara el mejor pastel de zanahorias del
mundo entero. O Joaquín, mi amigo, con el que siempre juego a las carreras,
aunque siempre me gana, porque es muy muy rápido. Ahí siempre brilla el sol,
aunque a veces hace tanto calor que mis amigos y yo vamos hasta el arroyo y nos
damos un buen chapuzón. En ocasiones, también llueve, y a veces lo hace tan
fuerte, que tenemos que cerrar muy bien las puertas para que el agua no se meta.
Ojalá lo pudieras ver, es todo muy hermoso y yo…

Ben sintió que, de tantas ganas de llorar que tenía, no podía terminar la frase, así
que se quedó callado y el caballo la completó por él:

—…Lo extrañas mucho y quisieras volver.

—Sí—dijo Ben.

—Pero al mismo tiempo te da mucha tristeza abandonar a tus nuevos amigos, el


mago y todos los demás animales y humanos del circo—adivinó el unicornio.

—Sí, tienes razón—admitió Ben, asintiendo varias veces con la cabeza.

Durante un breve momento, sólo hubo silencio. Ambos amigos, el unicornio y el


conejo, se quedaron mirándose uno al otro, hasta que uno de ellos, el unicornio,
para ser exactos, volvió a hablar y dijo:

— ¿Y si te dijera que yo podría llevarte a casa?

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Tan sorprendido estaba por lo que acababa de escuchar, que durante un momento
Ben se olvidó completamente de lo triste que se sentía. Emocionado y nervioso,
levantó la cabeza y miró a su amigo, tratando de averiguar si lo decía enserio o no
era más que una broma. Sólo con mirarlo a los ojos supo que hablaba realmente
muy enserio.

— ¿De verdad podrías llevarme hasta mi casa? —preguntó Ben, que ya comenzaba
a sentir cómo su corazón latía más deprisa, loco de alegría ante la posibilidad de
volver a ver a toda su familia, vecinos y amigos.

—Sí—contestó el unicornio.

—Pero… ¿cómo sabes dónde es?

—Los unicornios somos capaces de encontrar cualquier lugar en el mundo con sólo
escuchar hablar de él—respondió su amigo, sonriendo, al mismo tiempo que
extendía al máximo sus enormes y hermosas alas, y las movía, haciendo que una
pequeña brisa recorriera todo el lugar—; forma parte de la magia que llevamos
dentro. Además, la descripción que me diste fue muy buena.

— ¿Cuándo podrías llevarme? —quiso saber el conejo, que cada vez se sentía más
ansioso y emocionado.

—Todavía me siento un poco cansado y débil—dijo el unicornio—, pero creo que,


con un poco más de descanso, podría estar listo para volar…dentro de dos días.

Primero, Ben se sintió tan lleno de alegría que creyó que terminaría reventando…
¡Iba a volver a ver a su familia, después de tanto tiempo! Comenzó a llorar de alegría
nuevamente, aunque dejó de hacerlo cuando sintió una pizca de tristeza al recordar
que, si volvía a casa, significaría que tendría que dejar a todos sus amigos del circo,
incluido a Peter, el mago.

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Deseó que no tuviera que ser de esa forma, pero por sus propios medios
comprendió que a veces así eran las cosas. No podías tener algo sin verte obligado
a dejar de lado otra cosa. Trató de concentrarse en lo contento que lo ponía el hecho
de que pronto volvería a casa, y sacó de su mente y de su corazón todo
pensamiento, recuerdo o sentimiento que tuviera que ver con la tristeza. Sí, era duro
tener que dejar a tus amigos cuando ya te habías acostumbrado a estar con ellos,
pero se concentró en la alegría que le provocaba haberlos conocido. Eso era lo
mejor de todo, y aunque no los volviera a ver en mucho tiempo, sabía que siempre
seguiría queriéndolos, al igual que ellos a él.

— ¿Seguro que podrás llevarme? —le preguntó al unicornio.

—Completamente seguro—respondió su amigo.

— ¿No serás un viaje muy pesado o muy largo para ti? —quiso saber el conejo.

—No—respondió el unicornio, sonriendo ampliamente—. Ya he hecho viajes mucho


más largos en otras ocasiones.

—De acuerdo, entonces—dijo Ben—. Si, dentro de dos días estas completamente
recuperado, volveré a casa.

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LA FIESTA DE DESPEDIDA.

Cuando Ben le dio la noticia a Peter, este se sintió realmente muy contento de que,
por fin, después de tanto tiempo, el conejo hubiera encontrado una manera de volver
a casa con su familia. Luego, cuando se dio cuenta de que no volvería a verlo, ni a
hacer sus espectáculos con él, se sintió muy triste y estuvo a punto de llorar, aunque
se recuperó de inmediato, y con una sonrisa, se encargó de darle la noticia a los
demás animales y humanos del circo. Todos, al igual que él, se sintieron
emocionados porque pudiera volver a su casa, aunque al mismo tiempo un poco
tristes porque se tuviera que ir tan lejos. Por eso, todos decidieron que lo mejor sería
hacerles una gran fiesta de despedida, a él y al unicornio, antes de que se
marcharan.

—No es necesario—le dijo Ben al mago, cuando este le dijo lo que habían
planeado—. De verdad, no quiero que se tomen tantas molestias por mí.

—No es ninguna molestia—aseguró el mago—. Todo fue idea de Momo; a ese


monito le encantan las fiestas, y siempre anda buscando excusas para hacerlas.

Era verdad. Desde que había llegado al circo, Momo se había encargado de
averiguar la fecha de cumpleaños de todos los demás, para así poder organizarles
una fiesta sorpresa a cada uno de ellos. Cuando se le acababan los cumpleaños,
buscaba, tal y como había dicho Peter, una excusa para poder organizar una fiesta.
La primera vez que Marcus, el hombre fortachón, logró alzar más de trescientos
kilos; o cuando Lalo, el loro, aprendió una palabra nueva. Todo eso le sirvió como
pretexto para organizar una fiesta que resultó bastante divertida…y definitivamente,
la despedida de Ben y el unicornio no iba a ser diferente.

Mientras el unicornio descansaba, recuperando fuerzas para poder hacer el viaje


con Ben, Momo se encargó de que todo estuviera listo para la gran fiesta que
planeaba hacer. Como el mago era el único de los humanos que podía entender lo
que decía, todo el día se la pasó sobre su hombro, susurrándole instrucciones al
oído. Compraron confeti, guirnaldas, adornos y cada uno se encargó de buscar un
regalo de despedida. Buscaron música muy animada, algunos juegos, bebida y

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comida; además, convencieron al dueño del circo que les dejara hacer la fiesta en
la carpa principal, donde normalmente daban los espectáculos al público. Además,
Lucio, que era un pastelero con mucho talento, se encargó de hacer dos pasteles
fabulosos, uno con la forma exacta de un conejo, y el otro, muy parecido a un
unicornio.

Cuando llegó el momento de la fiesta—el día antes de que tuvieran que


marcharse—, Ben y el unicornio entraron juntos a la gran carpa…y se quedaron
muy sorprendidos. El lugar estaba irreconocible. Todo se hallaba decorado con
guirnaldas y adornos colgantes que se mecían con el viento. Habían colgado, en el
centro de todo, un gran letrero que decía: LOS EXTRAÑAREMOS, CONEJO Y
UNICORNIO. El delicioso olor de la comida y la bebida les llegaba desde el fondo
del lugar, donde una mesa repleta los esperaba; sonaba música y todos les sonreían
muy animadamente.

—¡Vaya! —dijo el unicornio, muy sorprendido—. Me habías dicho que era una fiesta
pequeña.

—Bueno, más o menos—respondió Ben, que se hallaba sentado, muy cómodo,


sobre el lomo del unicornio, justo entre sus enormes y hermosas alas—. Esto es lo
que Momo considera una fiesta pequeña.

— ¿Momo es ese monito de allá? —preguntó el unicornio—. ¿El que está vestido
con traje de payaso?

—Sí, ese mismo—contestó el conejo.

—Recuérdame darle las gracias por su…pequeña fiesta—dijo el unicornio, y soltó


una pequeña risita.

Mientras los dos amigos terminaban de entrar en la gran carpa—que, en aquel


momento, con toda aquella decoración, más bien debía llamarse <<El gran lugar
para fiestas de despedida>>—, todos se acercaron a ellos para abrazarlos,
entregarles sus regalos, y despedirse. Como ninguno de los otros humanos
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entendía lo que los animales decían, el mago tuvo que hacer de interprete,
traduciendo los <<Gracias>> y los << ¡Qué hermoso regalo, me encanta!>>. Los
demás animales del circo también habían preparado sus propios regalos de
despedida, y luego de que los humanos entregaran los suyos, ellos se encargaron
de hacer lo mismo. Ben recibió tantos regalos, que no tenía ni idea de cómo haría
para llevárselos todos a casa. Recibió un enorme racimo de zanahorias, guantes de
invierno para las orejas y las patas, un pequeño trampolín para que practicara sus
saltos, además de un pequeño y muy bonito álbum donde había muchas fotografías
de él mismo junto con todos los integrantes del circo, para que siempre los
recordara, estuviera donde estuviera.

—¡Que comience la fiesta! —gritó entonces el mago, cuando todos terminaron de


despedirse y de entregar los regalos.

Alguien le subió el volumen a la música, y por todo el lugar comenzó a oírse una
melodía movida y muy pegajosa que todos comenzaron a bailar casi de inmediato.
De pronto, Lorenzo, el contorsionista, comenzó a hacer un baile muy extraño y
gracioso; saltaba, se agachaba, y doblaba sus brazos y piernas de manera muy
locas. Todos se le quedaron viendo, y pronto comenzaron a reír, muy divertidos.
Peter, el mago, quiso hacer aquel extraño baile también, y pronto todos comenzaron
a sacudirse, a saltar y a doblarse, y aunque lo hacían muy bien, ninguno de ellos
lograba contorsionarse como Lorenzo.

Cuando se cansó de bailar, Ben saltó hasta la mesa de la comida, se comió un par
de panecillos, y luego tomó un vaso lleno a rebosar de un delicioso jugo de naranja,
dulce y muy frio. Descansó un poco, ahí, sentado, viendo cómo los demás seguían
bailando, riendo y bromeando. Cuando la canción terminó, y empezó otra nueva,
Lorenzo comenzó a hacer un baile completamente diferente, y los demás
empezaron a imitarlo. Ben se tomó un vaso más de jugo, y luego abandonó la mesa
para reunirse con sus amigos y seguir bailando. Luego de eso, bajaron el volumen
de la música, se sentaron en el suelo, formando un circulo, y comenzaron a jugar
los juegos que habían traído. Pasaron horas enteras riendo y divirtiéndose…hasta
que finalmente llegó la hora de partir el pastel.

Antes de hacerlo, el mago se levantó, se colocó frente a todos los presentes, y


anunció que quería dar un pequeño discurso de despedida para Ben y el unicornio.

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Todos se mostraron muy de acuerdo; apagaron la música, y se quedaron en
completo silencio, escuchando, atentos a las palabras del mago.

—Primero que nada, quisiera darles las gracias a todos, porque sin su ayuda no
habríamos podido recatar a los animales del circo, ni al unicornio—el mago sonrió,
y todos los demás aplaudieron. Cuando se hizo de nuevo el silencio, Peter
continuó—: Amigo unicornio, me habría gustado conocerte más, pasar más tiempo
contigo…pero espero que te lleves una buena imagen de todos nosotros, y que
siempre, estés donde estés, nos recuerdes.

Emocionados, todos volvieron a aplaudir, y el unicornio, muy sonriente, contestó:

—Así será, amigo, así será.

—Y ahora…—continuó el mago, cuando todos se callaron una vez más—, me toca


despedir a mi amigo Ben el conejo. Un gran amigo que llegó a mi vida de sorpresa,
y que en poco tiempo me hizo quererlo y apreciarlo muchísimo. Ben, amigo mío,
espero que el viaje que estás a punto de hacer salga de lo mejor. Espero que puedas
volver a casa y encontrar de nuevo tu hogar y tu familia, y también espero, de todo
corazón, que me recuerdes a mí y a todos los que nos hicimos tus amigos en este
tiempo que pasaste en el circo. De verdad que, aunque quisiera—y que conste, no
quiero—, no podría olvidar jamás todo lo que hemos vivido juntos. El momento en
que te colaste, de sorpresa, en mi sombrero; nuestro primer espectáculo
juntos…ahora todo eso son hermosos recuerdos que llevaré siempre conmigo…y
espero que tú también.

Esta vez, nadie aplaudió más fuerte que Ben. Emocionado, el conejo empezó a dar
saltos de alegría, aplaudiendo con fuerza, mientras que lágrimas de felicidad ante
las hermosas palabras que le había dedicado su amigo le resbalaban por las
peludas mejillas. Cuando el mago se acercó de nuevo, Ben saltó hacia él y lo
envolvió en un fuerte abrazo que duró varios minutos. Luego, todos los integrantes
del circo, animales y humanos, además del unicornio, se unieron a ellos dos, para
darse un gran abrazo grupal de despedida. Cuando finalmente se separaron, todos
sonrientes y con lágrimas en los ojos, se acercaron a la mesa de la comida y
partieron los dos pasteles…que resultaron estar riquísimos.

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DE REGRESO A CASA.

El día en que Ben y el unicornio se marcharían del circo, amaneció soleado y muy
fresco. Muy contento por la fiesta de la noche anterior—que había durado hasta
tarde—Ben se levantó de su cama y vio que el unicornio lo miraba, sonriendo, desde
su propia cama.

—Al fin despiertas, dormilón—le dijo el unicornio.

—Buenos días—dijo Ben, mientras daba un gran bostezo, y estiraba las patas.

—Buenos días—contestó su amigo—. ¿Listo para el viaje?

—Sí, completamente listo—Ben miró alrededor, y luego preguntó—: ¿Dónde está


Peter?

—Está desayunando—respondió el unicornio—. Me dijo que, cuando despertaras,


te llevara conmigo. Todos quieren desayunar con nosotros antes de que nos
vayamos.

— ¿Sabes qué hay de desayuno? —quiso saber Ben, mientras comenzaba a


empacar todas sus cosas en un bonito bolso que el mago le había regalado luego
de la fiesta.

—Al parecer, desayunaremos la comida que sobró de la fiesta—dijo el unicornio,


riendo por lo bajo.

Luego de dejar todo en orden, Ben se colgó el bolso y de un salto se subió al lomo
del unicornio. Juntos salieron del camerino y se fueron en busca de los demás. Los
encontraron a todos juntos en el comedor, esperando por ellos dos. Fue un
desayuno realmente muy divertido, lleno de bromas y risas al recordar la alocada
fiesta de la noche anterior. Luego de comer, todos salieron al patio para despedir al
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conejo y al unicornio. Ben les dijo adiós a todos, una vez más, y cuando llegó el
turno de hacerlo con el mago, no pudo evitar llorar un poco. Ambos se abrazaron
muy fuerte y se prometieron que, aunque no se volvieran a ver, siempre se
recordarían. Cuando terminó de despedirse se subió de nuevo al lomo del unicornio,
listo para marcharse.

—¿Listo para volar, amiguito? —le preguntó el unicornio.

—Sí, estoy listo—respondió Ben, aunque la verdad era que estaba un poco
nervioso, pues era la primera vez que hacía aquello.

El unicornio extendió sus enormes alas y comenzó a correr cada vez más rápido.
Cuando estaba a punto de dejar los límites del circo y entrar en el bosque—aquel
en el que lo habían encontrado, encerrado en la jaula de los cazadores—, dio un
pequeño salto hacia delante y se elevó, ligero como una pluma, en el aire. Movió
sus alas varias veces, y siguió subiendo, cada vez más y más. Por su parte, Ben
permanecía con los ojos cerrados, asustado, sintiendo sacudidas en el estómago
cada vez que el unicornio movía las alas. Cuando por fin se atrevió a mirar hacia
abajo, vio que el circo y todos sus amigos iban haciéndose cada vez más y más
pequeños…hasta que finalmente dejaron de verse. Ahora sólo se veían las nubes
y el inmenso azul del cielo.

—¿Todo bien por ahí atrás? —le preguntó el unicornio cuando llevaban varios
minutos volando, en completo silencio.

—Sí—contestó Ben.

—Agárrate fuerte—le dijo su amigo—. Aún nos queda mucho camino por recorrer.

Era verdad. A pesar de que Ben suponía que el viaje sería largo, resultó extenderse
mucho más de lo que había imaginado. Sin embargo, fue todo menos molesto; el
conejo iba muy cómodo sobre el lomo de su amigo, en silencio, contemplando las
hermosas nubes que, esponjosas como bolas de algodón, pasaban a su lado. Una
vez superado el miedo del principio, Ben se dio cuenta de que volar era algo
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realmente relajante, y deseó con todas sus fuerzas que aquella no fuera la única
vez que tuviera la oportunidad de hacerlo. Era increíble estar ahí, tan alto, en una
especie de mundo extraño donde no se oía más que el débil susurro del viento, que
como una canción de cuna lo mecía, haciendo que poco a poco se fuera
durmiendo…

Recordó que hacía ya algún tiempo había soñado que volaba sobre un enorme
dragón, pero resultó que ahora volaba sobre un unicornio, que era su amigo…y que
iba cayendo rápidamente. Ben se despertó, sobresaltado, y miró hacia abajo. El
unicornio había comenzado a descender, y aunque el conejo se había despertado
de golpe, bastante asustado, ahora todo eso había quedado olvidado…pues estaba
mirando de nuevo, después de tanto tiempo, su hogar. El Prado. Como ya estaba
atardeciendo, el cielo se había pintado de un bonito color naranja, y mientras se
acercaban cada vez más, Ben no pudo dejar de notar lo bonito que se veía todo
aquel lugar. Cuando finalmente el unicornio aterrizó, todos los conejos salieron de
sus madrigueras, curiosos, para ver qué pasaba.

Emocionado, Ben se bajó de un salto y corrió hacia ellos. Estaban todos sus
conocidos. Sus padres, sus hermanos y hermanas, sus vecinos y amigos…todos
habían salido a recibirlo, y mejor aún, todos se alegraban mucho de ver que por fin
regresaba a casa.

—¡Hijo, volviste! —exclamó su madre, llorando, cuando Ben se acercó y la abrazó


con fuerza—. ¡Me tenías tan preocupada, pensé que no te volvería a ver!

—Bienvenido a casa, hijo—le dijo su padre, abrazándolo también, cuando su madre


finalmente lo hubo soltado.

—¿Quién es tu amigo? —le preguntó uno de sus hermanos menores.

— ¿Crees que me quiera dar un paseo? —quiso saber una de sus hermanas.

—Tendrás que contarnos donde has estado todo este tiempo—le dijo su padre,
aunque no sonaba ni se veía molesto.
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—Ya, ya—dijo su madre—. Habrá mucho tiempo para hablar y preguntar después—
luego, dirigiéndose a Ben, preguntó—: ¿Tu amigo no quiere una bebida de
zanahoria?

—No, pero muchas gracias, señora conejo—respondió el unicornio, que se había


acercado hasta ellos y sin querer había escuchado la pregunta—. Aunque, si no le
molesta, me gustaría dar un paseo con Ben antes de marcharme.

—Por supuesto, por supuesto—dijo la madre de Ben, sonriendo. Se volvió hacia su


esposo y sus hijos, y anunció—: ¡Muy bien, todos adentro! ¡Tenemos que empezar
a preparar la fiesta de bienvenida de Ben!

Cuando hubieron quedado solos, el caballo y el unicornio comenzaron a caminar


sin rumbo fijo. Iban en silencio, pensando, y al mismo tiempo contemplando lo bonito
que se veía El Prado a la luz del atardecer. Finalmente, llegaron a las orillas del
arroyo en el que Ben y sus amigos se bañaban cuando hacía mucho calor. Sediento,
el unicornio inclinó su cabeza y bebió de las aguas. Cuando se enderezó, miró a
Ben y sonrió.

— ¿Estás feliz de volver a casa? —le preguntó.

—Sí—respondió Ben.

— ¿Y por qué no pareces feliz? —quiso saber el unicornio.

—No es nada—dijo el conejo—. Solamente que…extraño a todos mis amigos del


circo…y me pone muy triste saber que no los volveré a ver.

— ¿Quién te dijo que no los volverías a ver? —preguntó el unicornio.

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Ben se encontró tan sorprendido antes estas palabras, que no pudo seguir
hablando, por lo que el unicornio siguió diciendo:

—Gracias a ti, Ben, es que hoy puedo volver a casa. Y quisiera darte un regalo más
como agradecimiento antes de marcharme.

El unicornio cerró con fuerza sus ojos, y de pronto su cuerno comenzó a brillar con
una luz tan fuerte, que Ben también tuvo que cerrar sus ojos para protegerlos del
brillo. Cuando finalmente volvió a abrirlos, en el suelo frente a él había un bonito
espejo, pequeño y perfecto para él. Lo tomó y miró a su amigo.

— ¿Qué es esto? —le preguntó.

—Es un espejo mágico. Podrás usarlo cada vez que te sientas solo y triste y
necesites alguien con quien hablar, o cuando simplemente quieras ver a tus amigos.
Yo tengo uno, y antes de marcharnos dejé otro en el circo. Cada vez que quieras
hablar conmigo…o con Peter…o con cualquiera del circo, sólo debes tomar el
espejo y pensar en nosotros. Apareceremos en tu espejo y tu aparecerás en el de
nosotros, así podremos hablar. Incluso, cuando quieras visitarnos, el espejo podrá
llevarte con alguno de nosotros por un par de horas, y luego te devolverá a tu casa.

Al darse cuenta de que no tendría que dejar de ver a ninguno de sus nuevos amigos,
Ben se sintió muy emocionado. Saltó hacia el lomo del unicornio y le dio un fuerte
abrazo que duró muchos minutos, hasta que llegó el momento en que su amigo
tenía que marcharse. Ben se bajó y se quedó mirando cómo el unicornio extendía
de nuevo sus enormes y hermosas alas, y echaba a correr. Siguió corriendo un poco
más hasta que, igual que había hecho en el circo, dio un pequeño salto hacia delante
y comenzó a elevarse. Fue haciéndose más y más pequeño…hasta que finalmente
desapareció detrás de un grupo de esponjosas nubes.

Ben se quedó un rato solo, a la orilla del arroyo, escuchando el rumor del agua.
Luego, cuando comenzó a oscurecer, decidió volver a casa. Muy sonriente, tomó
con más fuerza su espejo mágico y fue dando grandes saltos, pensando que quizá
sería buena idea usar su regalo para llamar a sus amigos del circo y que toda su
familia los conociera.
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FIN.

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