Las Aventuras de Ben El Conejo
Las Aventuras de Ben El Conejo
Las Aventuras de Ben El Conejo
CONEJO.
DANIEL RONDÓN.
UN CONEJO CON SUERTE.
Ben sabía que, comparado con otros conejos, era muy afortunado. Mientras que
tantos otros de su especie se veían obligados a vivir a la intemperie, a merced de
cientos de peligrosos depredadores; o bien encerrados en una claustrofóbica jaula,
como mascotas, él tenía una vida cómoda y segura, dentro del sombrero de un
mago. Peter Morris era un mago principiante que había saltado a la fama gracias a
sus extravagantes presentaciones, en las que incluía música, color, misterio, y su
elemento sorpresa…sacar un lindo conejo, blanco como la nieve, de su sombrero
de copa. En realidad, la primera vez que había hecho el truco, también para el propio
Peter había sido una sorpresa.
Luego de recuperarse de la sorpresa inicial, Peter tomó al pequeño conejo entre sus
manos, al mismo tiempo que se inclinaba hacia el público, agradeciendo, de una
manera un poco ostentosa, los aplausos que le ofrecían. Luego de terminar su
presentación, y de recibir las felicitaciones de los demás integrantes del circo, Peter
tomó sus cosas y salió precipitadamente de la carpa. Fuera, había oscurecido; el
cielo se había convertido en un manto de terciopelo negro, sin luna y con pocas
estrellas. Peter cruzó el césped a grandes zancadas, y al llegar al campamento del
circo, entró en su camerino y cerró de un portazo. Colocó el sombrero sobre su
mesa y dijo en voz alta:
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—Sal de ahí.
Con cierto recelo, Ben asomó la cabeza por el borde del sombrero. Al verlo
aparecer, Peter sonrió ampliamente y repitió con un poco más de amabilidad:
—Sal de ahí.
—Rayos, creo que me he metido en un lío— pensó Ben en voz alta, mientras salía
con un salto del sombrero.
Ben se mostró muy impresionado. No conocía a muchos humanos, pero, por lo que
sabía, la mayoría de ellos no podían hablar con los animales. Sin dejar de observar
al conejo, el mago acercó una silla y se sentó.
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Y vaya que era una historia larga.
Desde que había salido de su casa, Ben había recorrido un largo camino. La
verdad, en un principio su intención sólo era dar un pequeño paseo, aunque las
cosas se salieron de control. Ben vivía en un lugar que los demás conejos llamaban
<<El prado>>, aunque él prefería llamarlo<<El lugar de los hoyos en la tierra>>
Cierto día, mientras daba un paseo con toda su familia—que se conformaba por un
padre, una madre, veinte hermanos y cuarenta y cinco hermanas—, Ben decidió
que no pasaría nada si se acercaba hasta el borde, sólo un poco, para echar un
vistazo y ver lo que había en el bosque. Aprovechando que sus padres estaban
distraídos cuidando a sus hermanos y hermanas más pequeños, Ben comenzó a
saltar, muy emocionado, hasta acercarse al borde del bosque. El corazón le latía
muy rápido, por la emoción. No había tenido oportunidad de echar ni el más mínimo
vistazo cuando un grito hizo que retrocediera:
Ben se alejó del borde, aunque durante el resto de la semana no dejó de pensar en
el bosque. Mientras hacía las tareas, o cuando jugaba con sus hermanos y
hermanas, no hacía sino imaginarse qué tipo de cosas podría haber en aquel
extraño bosque. Quizá un animal extraño y muy interesante, o tal vez un tesoro de
incalculable valor. Aunque no quería desobedecer a sus padres—que siempre le
habían dicho que se mantuviera alejado de aquel lugar—, una noche decidió que
no pasaría nada si salía de la casa y echaba un rápido vistazo.
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Para no despertar a nadie, Ben salió de la cama muy silenciosamente. Llegó a la
puerta de la entrada, la abrió sin hacer ruido, y comenzó a saltar en dirección al
borde donde terminaba El Prado y comenzaba el bosque negro. La noche era clara,
y en el cielo la luna, llena y muy redonda, brillaba con intensidad. Al llegar, Ben se
detuvo un momento, con sus orejas muy alertas, por si escuchaba algo. Como todo
estaba en silencio, dio un salto más y cruzó hacia el bosque negro. Al ver lo oscuro
que estaba aquel lugar, comprendió por qué lo llamaban el bosque negro. Muy
emocionado, comenzó a ir de un lado al otro. Los árboles eran grandes como
gigantes, y mientras Ben los miraba, de pronto sintió que algo o alguien lo agarraba
y lo metía dentro de lo que parecía ser una caja.
¡Estaba atrapado en una jaula! Había estado tan concentrado mirando los árboles,
que no había oído al humano acercarse. Ahora estaba encerrado y no podría
escapar. Muy aterrado, Ben alzó la vista y vio que el cazador que lo había capturado
tenía una barba muy larga de color rojo. Ben trató de escapar con todas sus fuerzas;
chilló, saltó y gritó pidiendo ayuda, pero como estaba muy adentro en el bosque, no
había nadie que pudiera escucharlo.
El cazador lo llevó hasta su carro, y después de cubrir la jaula con una sábana,
arrancó el motor y lo puso en marcha. Mientras se alejaba de su hogar, Ben
comprendió por qué sus padres le habían advertido sobre el bosque negro. Se dio
cuenta de que, si les hubiera hecho caso, no estaría en aquel aprieto tan grande. Al
pensar que quizá no volviera a ver a su familia, se sintió muy triste y comenzó a
llorar. Siguió llorando y llorando hasta que sintió que el carro en el que iba daba una
sacudida tremenda, con lo que la puerta de su jaula se abrió de golpe. Emocionado,
dejó de llorar y salió de la jaula.
Como el cazador estaba muy ocupado manejando el carro, no se había dado cuenta
de que, con la sacudida, la jaula del conejo se había abierto, por lo que Ben
aprovechó la oportunidad para escapar. Afortunadamente, la ventana estaba
abierta. Antes de que el cazador pudiera detenerlo, Ben dio un enorme salto y
escapó. Una vez fuera del carro, saltó y corrió lo más rápido que pudo, para alejarse
del cazador. Cuando decidió que se había alejado lo suficiente, y que estaba a
salvo, se detuvo a descansar y vio que se hallaba en una parte del bosque donde
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los árboles crecían más separados unos de otros, por lo que había más luz y no
parecía todo tan oscuro.
No sabía dónde estaba, y tampoco sabía cómo regresar a su casa, pero aun así
Ben decidió seguir caminando hasta dar con el camino correcto. Caminó durante
horas enteras, y cuando finalmente amaneció, decidió descansar un poco antes de
seguir. Se quedó dormido en una pequeña cueva que encontró, y cuando despertó,
miró hacia el cielo y vio que se hallaba pintado de un bonito color naranja que poco
a poco iba tornándose morado. Estaba anocheciendo. Había dormido casi todo el
día.
Bostezando, Ben se levantó y siguió con su camino, aún sin saber a dónde iba. De
pronto, el bosque desapareció de golpe, y vio que se hallaba en lo alto de una colina.
Al mirar hacia abajo, vio un pequeño valle lleno de luz y sonido. Estaba tan
hambriento, que pensó que lo mejor sería acercarse a ese lugar y buscar algo de
comida antes de seguir con su camino. Sólo había dado un par de saltos cuando
escuchó un sonido muy extraño sobre él; era como un grito muy fuerte y agudo.
Preguntándose quién o qué sería capaz de hacer ese ruido, levantó la vista hacia el
cielo y vio que un halcón enorme se lanzaba hacia él, con las garras hacia delante,
para capturarlo.
Asustado, Ben comenzó a saltar como nunca lo había hecho en su vida, pero pronto
comprendió que, si se quedaba al aire libre, el ave lo terminaría atrapando; por lo
que decidió esconderse. Al llegar al valle, vio que todas las luces que antes había
visto, provenían de un circo. En medio de todo, había una carpa mucho más grande
que las demás, por lo que Ben decidió que sería un lugar perfecto para esconderse.
Antes de que el ave pudiera atraparlo, corrió hacia la carpa y se coló por una
pequeña abertura, justo a tiempo. Sin prestar atención a nada más, se fijó en un
sombrero que había por ahí cerca; temiendo que su enemigo pudiera estar
siguiéndolo todavía, dio un gran salto y se escondió dentro…
El mago se mostró tan impresionado con su historia, que tardó varios minutos en
volver a hablar. Mientras él permanecía en silencio, Ben aprovechó la oportunidad
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y echó un vistazo al lugar en el que se encontraban. Era una habitación pequeña,
aunque estaba repleta de todo tipo de cosas. Había armarios llenos a rebosar de
una ropa brillante y muy colorida, mesas de varios tamaños con libros y
candelabros; había disfraces, sombreros de muchas formas y colores, una cama
enorme como para diez personas, e incluso una estatua de un hombre, vestido
como payaso. Mientras la miraba, Ben creyó ver cómo la estatua le guiñaba un ojo,
pero cuando miró de nuevo, ésta seguía como siempre: inmóvil.
Como para indicarle que todo estaba bien, el mago se levantó de su asiento y le
ofreció una enorme sonrisa que hizo que los ojos le brillaran como joyas. Era una
expresión tan amigable, que mientras la veía, Ben supo que había tenido suerte de
haberse topado con aquel hombre.
—¿Molestarle? ¡Claro que no! —exclamó el mago—. Diste un buen espectáculo allá
afuera; todos te van a amar y querrán que te quedes.
Siguieron hablando durante muchas horas, hasta que finalmente llegó la hora de
dormir. Peter, el mago, tomó unos cuantos disfraces y le improvisó una cama a Ben,
diciéndole que al día siguiente podría encontrarle algo mejor. Antes de dormir, el
mago salió del camerino, para volver poco después con una espléndida y enorme
zanahoria, que el conejo devoró al instante, pues estaba realmente hambriento.
Cuando las luces se apagaron, y Ben se acostó encima de los disfraces, no pudo
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evitar pensar nuevamente que, de haberle hecho caso a sus padres, no estaría
metido en aquel embrollo. Justo antes de caer rendido, se prometió a si mismo que,
cuando volviera a casa, sería el hijo más obediente de todos.
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LOS ANIMALES DEL CIRCO.
A la mañana siguiente, cuando despertó, Ben creyó que todo no había sido más
que una horrible pesadilla. El cazador…la jaula…el halcón que quería
comérselo…sí, de seguro no habían sido más que alocados inventos de su mente.
Dando un gran bostezo, se levantó y miró a su alrededor. Al darse cuenta de que
no se hallaba en su habitación, comprendió que todo lo que le había pasado era
real. De pronto, se sintió realmente triste, y estaba a punto de echarse a llorar
cuando el mago entró, llevándole dos zanahorias tan grandes y apetitosas, que
alejaron de su mente cualquier otro pensamiento.
Ben estaba tan ocupado comiéndose una de las zanahorias, que tuvo que tragar
rápidamente antes de contestar.
Ante su respuesta, el mago se mostró muy contento, lo que hizo pensar a Ben que
quizá el mago había pasado toda la noche preocupado por si dormía bien o no.
—Sí, claro que sí—respondió Peter—. Hay dos monos, un león, una tigresa, y un
loro.
—¡Claro que no! —contestó el mago—. Aquí nadie está en jaulas… ¡Eso sería
horrible!
—No encontrarás animales más amistosos que los que hay en este circo—afirmó el
mago—. De eso me encargué yo. Cuando los trajeron, hablé con ellos y los hice
darse cuenta de que no había ninguna razón para pelear.
Ben estaba muy asombrado por el pequeño truco de magia que acababa de ver,
pero aun así tuvo un pequeño espacio para sorprenderse ante el hecho de que el
mago pudiera hablar con todos los animales, no sólo con los conejos.
—¿Y dónde están? —preguntó; cada vez estaba más emocionado por conocer a
esos animales de los que hablaba Peter.
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La carpa de los animales estaba al final de todo el campamento, y era casi tan
grande como la que usaban para los espectáculos del circo. A medida que se
acercaban, Ben comenzó a sentirse un poco nervioso, pues estaba a punto de
conocer a otros animales, y no sabía si les caería bien. Al parecer el nerviosismo se
le notó en la cara, pues justo antes de entrar, el mago le sonrió como para indicarle
que todo estaba bien.
En cuanto entraron, Ben creyó que se hallaban en un bosque; pero al mirar mejor,
se dio cuenta de que dentro de la carpa habían puesto, en macetas, varias plantas
e incluso algunos árboles jóvenes y pequeños, lo que daba la impresión de estar al
aire libre. Al verlos, los demás animales formaron un gran alboroto, pues todos
saludaban o hablaban al mismo tiempo.
—Hola.
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Los que estaban más cerca de Ben eran un par de monitos, que se hallaban
sentados graciosamente en una rama de un árbol pequeño. Al oír las palabras del
mago, el mono que vestía un bonito traje de abogado se levantó sobre sus patas
traseras, y utilizó las delanteras para saludar, muy emocionado.
Los animales a los que se refería Lalo, resultaron ser el león y la tigresa. Mientras
que el león exhibía una enorme melena, muy tupida, del color exacto de la arena
del desierto, la tigresa tenía un pelaje blanco como la nieve, muy hermoso.
—Bienvenido al grupo—añadió la tigresa, cuya voz era suave como una canción de
cuna.
Los nervios que Ben había sentido desaparecieron después de las presentaciones.
Todos habían sido tan amables con él, saludándolo y dándole la bienvenida, que
pronto se sintió muy cómodo. Como los demás animales se mostraron muy
interesados en saber cómo había llegado Ben al circo, éste les contó la misma
historia que le había contado al mago. Cuando terminó, todos estaban muy
sorprendido por la forma en la que había escapado del halcón.
Por su parte, los demás animales tenían historias tan interesantes como la de Ben.
Momo y Mimi, por ejemplo, vivían en un bosque muy lejos de aquel lugar, pero un
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día habían tenido que salir huyendo, pues los cazadores habían llegado, y sus
perros—rabiosos y muy malhumorados—vivían persiguiéndolos. Habían llegado al
circo cuando éste estaba en la ciudad. A Lalo lo habían recatado de una trampa que
le había lastimado una de sus alas.
Ben y los demás animales estuvieron hablando durante horas enteras, y pronto
comprendieron que, aunque cada uno de ellos era muy diferente, de seguro serían
muy buenos amigos. Sólo dejaron de hablar cuando Peter anunció que Ben y él
debían marcharse, pues aún tenían unos cuantos asuntos que atender. Después de
despedirse de sus nuevos amigos, Ben saltó de nuevo en el sombrero, y junto con
Peter salió de la carpa. Cuando empezaron a caminar, se dio cuenta de que no se
dirigían el camerino del mago.
—¡No, no son animales! —contestó Peter, riendo—. Son humanos. No creerás que
un circo se hace sólo con animales y un mago, ¿verdad?
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LOS HUMANOS DEL CIRCO.
—¿Y dónde están los demás humanos? —preguntó Ben, cuando vio que
caminaban y no llegaban a ningún lado.
Resultó que el comedor quedaba muy lejos de la carpa de los animales, justo al otro
lado del campamento. Al llegar, Ben olió en el aire un delicioso aroma a crema de
zanahoria, y aunque no hacía mucho que había comido, pensó que no estaría mal
comer un poco de aquella crema que tan bien olía. En cuanto entraron al comedor,
algo cayó del techo y se posó justo delante de ellos. Cuando Ben se recuperó del
susto, pudo ver que se trataba de un hombre joven, de cabello corto y negro, que
vestía un traje muy brillante.
—¡Qué conejo tan bonito! —exclamó al ver a Ben; luego, mirando a Peter,
preguntó—: ¿Es el que sacaste de tu sombrero la otra noche?
—¿Quién era ese? —preguntó Ben, en cuanto se hubieron alejado del extraño
hombre que caía del techo.
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y en cuanto sus ojos—azules y muy, muy brillantes—vieron a Ben, su cara se
iluminó.
—¡Vaya! —dijo en voz alta—. Así que era cierto que sacaste un conejo de tu
sombrero.
Hacia ellos caminaba un hombre tan pero tan delgado, que por un momento Ben
tuvo la impresión de que se trataba de un fideo andante. Cuando se dio cuenta de
que se trataba de un hombre, de carne y hueso, se sintió aún más impresionado por
las complicadas vueltas y piruetas que daba mientras se acercaba a ellos.
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—¡Hola Peter! —saludó el hombre cuando llegó. Miró a Ben y dijo—: ¡Hola, conejo
de Peter!
Y se alejó sin decir nada más, dando vueltas y piruetas, caminando de manos y con
el cuerpo arqueado, como un puente viviente. Al verlo alejarse, Ben tuvo la
impresión de que, con sólo verlo, acababa de adivinar lo que aquel hombre tan
extraño hacía en el circo.
—¿Quién falta? —inquirió Ben, quien cada vez estaba con más ganas de probar
aquella sopa que olía tan bien.
—Sólo nos quedan María y Marcus, y luego te llevaré a la cocina por un poco de la
crema de Zanahoria que prepararon para hoy.
Aquella noticia puso tan contento a Ben, que dio un enorme brinco, con una pirueta
en el aire, y luego cayó de nuevo dentro del sombrero. El mago aplaudió, muy
entusiasmado, y luego siguieron caminando, en busca de los dos últimos miembros
del equipo del circo que al conejo le faltaba conocer.
Resultó que María era una mujer con una enorme barba que le llegaba a la cintura,
mientras que Marcus, su hermano gemelo, era un hombre fortachón que, según
Peter, podía alzar un carro con una sola mano. Lo curioso de aquel par de hermanos
era que, mientras María tenía una barba y una cabellera muy tupida, su hermano
Marcus era totalmente calvo. Cuando le preguntó sobre esto al mago, éste se echó
a reír y le dijo que antes, hace ya muchos años, Marcus tenía una cabellera muy
larga y bonita, pero decidió cortársela cuando empezaron a confundirlo con su
hermana gemela.
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Luego de aquello ya no hubo más presentaciones que hacer, y mientras se tomaba
su crema de zanahoria—que sabía incluso mejor de lo que olía—, Ben supo que,
mientras estuviera en aquel circo, sería muy bien recibido, pues tanto los animales
como los humanos se habían mostrado muy contentos de conocerlo. Con ese alegre
pensamiento en la cabeza, terminó de comer y salió del comedor junto con el mago.
—Oh, no—respondió Peter—. Hoy es lunes, y sólo damos funciones los fines de
semana.
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TRUCOS DE MAGIA.
La primera semana que Ben pasó en el circo, fue una de las experiencias más
divertidas de toda su vida. A pesar de que no dejaba de pensar en sus padres y
hermanos, y en lo preocupados y tristes que éstos estarían por su desaparición,
había tantas cosas y personas curiosas en el circo, que no le costaba mucho
distraerse. Cierto día el mago lo despertó muy temprano y lo sacó del camerino.
La carpa principal, como había dicho Peter, resultó no ser otra que la que usaban
para los espectáculos; aquella por la que Ben había entrado al llegar al circo. Como
la primera vez que había estado en aquel lugar el conejo no había tenido
oportunidad de echar un vistazo debido al miedo que tenía, en cuanto entraron, se
dedicó a mirarlo todo con mucha atención, grabando en su cabeza hasta el más
mínimo detalle.
Era una especie de habitación enorme, completamente redonda, cuyo techo estaba
tan alto que no se alcanzaba a ver. Había muchos asientos pegados a la lona de la
carpa, todos mirando hacia el centro, que estaba cubierto de arena. Mientras
terminaban de entrar, Ben se dio cuenta de que, tal y como había dicho el mago,
los demás integrantes del circo—los integrantes humanos—ya estaban ahí, todos
muy ocupados, ensayando sus trucos.
Sobre ellos había una delgada cuerda, por la que caminaba en aquel momento
Lucio, el hombre que había caído delante de ellos cuando habían entrado en el
comedor. Cuando alzó la mirada, Ben se dio cuenta de que la cuerda se
bamboleaba de un lado al otro, y aunque al principio temió que el hombre se cayera,
pronto comprendió que tal cosa no sucedería, pues parecía que sabía lo que hacía;
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Lucio daba saltos, retrocedía y avanzaba en los momentos justos, lo que era muy
impresionante.
—Mucho—admitió Ben; al ver la mesa ante la que habían llegado, se volteó hacia
el mago y le preguntó—: ¿Y esto qué es?
Luego de dejar el sombrero, con Ben adentro, sobre la mesa, el mago se paró
delante de él y contestó por fin:
Como Ben no entendió a qué se refería, Peter se lo explicó. Tomó uno de los
sombreros, y tras colocarlo boca abajo para demostrar que estaba completamente
vacío, lo puso derecho de nuevo y metió la mano en él. Estuvo rebuscando por
varios minutos, hasta que por fin sacó un enorme ramo de flores de varios colores,
que, tras sacudirlas varias veces con fuerza, se convirtieron en una nube de
pajaritos amarillos que salieron volando y se perdieron de vista. Luego de ese truco,
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tomó una de las copas y la convirtió en un bate de béisbol, con el que rompió el
espejo, que, en lugar de quebrarse, explotó en una enorme lluvia de confeti que
quedó esparcido por todo el suelo
—¡Asombroso! —gritó Ben después del último truco del mago, que consistió en
sacar una moneda de detrás de su oreja.
Aunque estaba un poco nervioso—pues era la primera vez que hacía magia—Ben
prestó mucha atención a las instrucciones del mago, y descubrió, para su sorpresa,
que el truco era mucho más simple de lo que parecía. Estuvieron practicándolo
durante horas, y sólo paraban para comer y tomar un poco de agua. Siguieron
practicando durante toda la semana, y cuando finalmente llegó el sábado—que era
el día de su primer espectáculo—Ben sintió que no podía estar más preparado.
Como la función era durante la noche, tuvo la oportunidad de practicar una vez más
durante el día.
Cuando finalmente se hizo de noche y las personas comenzaron a llegar, Ben sintió
un poco de nervios, aunque lo calmó mucho el hecho de que había practicado
muchísimo su espectáculo. Al comenzar la función, uno a uno, los integrantes del
circo fueron haciendo sus apariciones, y aunque no podía verlos—pues estaba fuera
de la carpa, esperando que llegara su turno—sabía que todos lo estaban haciendo
muy bien, pues el público reía y aplaudía sin parar. Después de los humanos, llegó
el turno de los animales, y como cada uno le deseó buena suerte al pasar, Ben se
sintió mucho más tranquilo…
Después de que el ultimo truco estuvo hecho, Ben supo que había llegado su turno.
Esa era su señal. Después de que el mago le enseñó el sombrero al público, para
que vieran que estaba vacío, lo colocó encima de la mesa, metió una mano dentro,
y fue entonces cuando Ben salió de un enorme brinco, arrancándole risas y gritos
de asombro al público. La verdad, es que era un truco sencillo. El sombrero en el
que estaba escondido Ben se hallaba todo el tiempo debajo de la mesa, y luego de
que Peter le enseñaba el sombrero vacío al público, alguna clase de magia que el
conejo no entendía cambiaba los sombreros de lugar, haciendo que el que escondía
a Ben fuera a parar encima de la mesa.
Ben le había preguntado a Peter cómo era que hacía aquello, pero él se había
limitado a responder que un mago nunca revela sus secretos. Aunque en aquel
momento, aquel extraño misterio tampoco le importaba mucho al conejo; el truco
había salido a la perfección, y ahora el público gritaba emocionado, pidiendo más
trucos.
—Bien hecho, amiguito—le dijo el mago, mientras el público gritaba << ¡Peter,
Peter!>> una y otra vez—. Te has ganado todas las zanahorias que quieras comer.
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UN ANIMAL EXTRAÑO.
Como el circo empezó a tener mucho éxito, el dueño decidió hacer una pequeña
gira por algunas ciudades del país, para probar suerte, y darle la oportunidad a más
personas de que vieran el show. Una mañana, por primera vez en mucho tiempo,
los trabajadores del circo tuvieron que comenzar a desmontar todo. Comenzaron a
guardar las carpas, doblar y empacar trajes, envolver con periódico objetos frágiles
para protegerlos y que no se rompieran…era un proceso muy laborioso que les llevó
varios días. Finalmente, un sábado por la noche, terminaron. Cansados como nunca
antes, los trabajadores hicieron una última fogata y se sentaron alrededor de ella.
Partirían a la mañana siguiente, en cuanto saliera el sol.
—¿A dónde iremos? —le preguntó Ben al mago, cuando ya se iban a dormir.
—El dueño me ha dicho que la primera parada será una ciudad muy bonita—
contestó Peter, muy emocionado—. De seguro te gustará, amiguito.
Como ya habían recogido todo el campamento, esa noche les tocó dormir en uno
de los vagones del tren. Tan cansado estaba el mago, que se quedó dormido casi
de inmediato; Ben, sin embargo, permaneció despierto, nervioso, pensando qué les
depararía aquel viaje, y deseando, una vez más, poder volver algún día con su
familia. En todo aquel tiempo, a pesar de los espectáculos que tenía que dar en el
circo, a pesar de las risas, los aplausos y las felicitaciones…no había podido dejar
de pensar en su familia, y en lo mucho que los echaba de menos.
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Cuando finalmente se durmió, Ben soñó que volaba sobre un enorme dragón que
rugía y lanzaba fuego. Al despertar, se dio cuenta de que el tren ya se había puesto
en marcha, y que el movimiento y el sonido le habían provocado aquel sueño tan
extraño. El viaje fue mucho más corto y cómodo de lo que hubieran pensado, y
cuando finalmente llegaron, vieron que había mucha gente esperándolos. Aunque
era domingo, no podían dar show esa noche, pues tenían que montar todo el
campamento. La gente estaba tan impaciente y emocionada, que, al domingo
siguiente, cuando abrió el circo, afuera ya había una gran multitud esperando para
comprar las entradas.
Durante cuatro meses enteros, Ben estuvo viajando junto con el circo por diferentes
ciudades, cada una más bonita que la anterior. Aunque era un poco agotador estar
de viaje durante tanto tiempo, a la vez resultaba sumamente divertido conocer
tantas personas y lugares diferentes. Al final, el circo llegó a un pequeño pueblo que
estaba situado justo en el borde de un enorme bosque; aunque no lo sabía todavía,
aquel pequeño pueblo, y sobre todo el bosque, serían el lugar donde Ben y los
demás animales del circo descubrirían un enorme y asombroso secreto.
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—Puedo ir con Tania y los demás animales.
Peter pensó un poco más, y al final decidió que era una buena idea.
—Es un lugar muy bonito—comentó Mimi la mona, poco después, cuando ya todos
habían entrado en el bosque.
Ante estas palabras, los demás animales se quedaron muy sorprendidos, pues era
la primera vez, en todo ese tiempo, que Ben les hablaba de su casa. Aquel era un
tema que siempre lo ponía muy triste, y por eso había preferido no hablar de él;
ahora, sin embargo, parecía que no tenía ningún problema, pues como siempre
suele suceder, los problemas se vuelven un poco más pequeños cuando se los
cuentas a buenos amigos. Mientras caminaban por el bosque, todos fueron
compartiendo más detalles del lugar en el que habían nacido, hasta que…
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—¿Ustedes oyeron eso también? —preguntó Lalo el loro, mientras aterrizaba en la
rama de un árbol.
—Sí—respondió Lucas el león—. Creo que vino desde allá—y señaló con una de
sus patas el lugar exacto de donde había venido la voz.
Ben estaba pensando justamente los mismo, cuando de pronto, hubo un nuevo
grito:
Todos se miraron, y en silencio, decidieron que lo mejor era acercarse, con cuidado
para que no los vieran, y averiguar si había algo en lo que podían ayudar. Poco a
poco, se acercaron a la extraña carpa, y cuando entraron, vieron en medio de todo,
una gran jaula de metal. Los gritos de ayuda parecían provenir de ahí. Lentamente,
todos los animales se acercaron un poco más a la jaula para echar un vistazo al
animal que había dentro…y se quedaron sorprendidos.
Era, al mismo tiempo, el animal más extraño y más hermoso que todos habían visto.
Parecía un caballo blanco común y corriente, pero cuando se miraba mejor, uno se
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daba cuenta de que tenía unas enormes alas, y en la frente lucía un largo y
puntiagudo cuerno. Cuando el animal los vio, dio un enorme relincho y de su cuerno
salió un gran chorro de luz dorada.
Ante esta pregunta, el animal pareció ponerse muy triste. Sin embargo, contestó de
igual forma:
—Fueron unos cazadores. Pasaba volando por aquí y me hirieron con sus flechas.
Ahora no están, pero los oí decir que me van a vender a un coleccionista de
animales raros.
Durante algunos minutos, todos los animales se quedaron muy callados, pensando
en alguna forma de poder ayudar a escapar a aquel extraño animal que estaba en
problemas. Ben recordó cuando el cazador lo había encerrado en aquella jaula;
recordó lo triste y asustado que se había sentido…y quiso ayudar al animal a
escapar, pues sabía que no era nada bonito estar encerrado.
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Habían estado tan concentrados, que no había oído a los cazadores, que ahora se
lanzaban hacia ellos, tratando de capturarlos. Todo el lugar se llenó de chillidos y
gritos. Los animales corrían de aquí para allá, pero al final todos terminaron siendo
capturados, excepto Ben, que gracias a sus poderosos saltos aún andaba de aquí
para allá evitando que los capturaran.
—¡No puedo! —respondió el conejo, sin parar de correr y saltar—. ¡No puedo
dejarlos!
—¡Vete y vuelve con ayuda! —le dijo Lucas el león, y entonces Ben supo que eso
era lo que debía hacer.
Dejar a sus amigos no se sentía nada bien, pero sabía que debía escapar para ir
por ayuda. Después de lanzarles una última mirada a los demás animales—todos
encerrados en jaulas—, Ben se escapó de los cazadores y comenzó a saltar a toda
velocidad a través del bosque, nervioso, esperando poder encontrar a tiempo la
ayuda que sus amigos necesitaban…
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CON LA AYUDA DE TODOS.
Ben nunca había ido tan rápido como aquella vez. A toda velocidad, corrió, saltó, y
esquivó todo tipo de árboles y plantas, pues sabía que no se podía demorar ni un
solo segundo. Cuando finalmente salió del bosque y volvió al campamento del circo,
estaban tan cansado que le costaba respirar; aun así, cansado y todo, ni siquiera
se le pasó por la cabeza la idea de parar a tomar un descanso, aunque fuera
pequeño. Comenzó a llamar a gritos al mago, y como vio que no respondía,
comenzó a buscarlo por todos lados. En la carpa central donde daban los
espectáculos…en el camerino…al fin, lo encontró en el comedor, hablando y riendo
con los demás integrantes del circo.
— ¿Qué pasa? —le preguntó, muy preocupado—. ¿Por qué tienes esa cara?
Los demás integrantes del circo se habían dado cuenta de la extraña expresión que
Ben traía consigo, por lo que se habían acercado para ver qué sucedía. Como
ninguno de ellos entendía lo que Ben decía, al principio no supieron lo que pasaba,
pero cuando vieron la cara de preocupación que ponía el mago, entendieron que
algo no iba del todo bien.
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Cuando recuperó por fin el aliento, Ben se levantó del suelo y comenzó a relatar la
historia de lo que había sucedido. Tratando de no olvidar ni el más mínimo detalle,
les contó que habían ido a dar un paseo por el bosque, donde habían escuchado
unos gritos de auxilio, que los había llevado hasta aquel extraño lugar donde habían
visto, encerrado en la jaula, a aquel extraño animal. Cuando llegó a la parte donde
a sus amigos los capturaban y él tenía que salir corriendo para ir a buscar ayuda,
sintió que podría echarse a llorar en cualquier momento, pero recordó que debía ser
fuerte, y terminó de contar la historia.
Peter terminó de escuchar todo lo que dijo Ben y luego, muy sorprendido y
preocupado, le comunicó la historia a los demás, palabra por palabra, exactamente
igual a como Ben se la acababa de contar a él. Todos se mostraron muy
preocupados por la suerte de los demás animales, y estuvieron de acuerdo en que
había sido un milagro que Ben hubiera logrado escapar para comunicarles la noticia
y pedir su ayuda, o de lo contario no se habrían enterado de lo ocurrido hasta que
hubiera sido muy tarde.
Si antes había saltado rápido, eso no fue nada comparado a la velocidad con la que
Ben cruzó el bosque, en compañía del mago y los demás humanos que integraban
el circo. Había pasado mucho tiempo desde que había dejado a sus amigos en las
jaulas, y a medida que se acercaba a aquel terrible lugar, Ben comenzó a temer que
fuera demasiado tarde; temió que a sus amigos los hubieran llevado a un lugar muy
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lejano y desconocido, donde nunca más podría encontrarlos. Sin embargo, cuando
llegaron por fin, se sintió muy aliviado al escuchar los gritos de auxilio del caballo
con alas; después de todo, si todavía tenían a aquel extraño animal ahí, sus amigos
también debían estar.
Para que todos pudieran entenderlo sin necesidad de que el mago interpretara sus
palabras, Ben asintió con la cabeza. Luego, cuando estuvo seguro de que todos lo
miraban, regalándole toda su atención, les hizo señas para que comenzaran a
seguirlo. Se puso al frente del grupo, y tratando de no hacer ni el más pequeño de
los ruidos, siguió el mismo camino que él y sus amigos habían seguido antes. Sólo
echó la cabeza hacia atrás una vez, para comprobar que los demás lo seguían.
Todos tenían pintada en la cara la misma mueca, mitad de concentración, mitad de
preocupación.
Cuando llegaron, encontraron a los animales encerrados en las jaulas, que en todo
aquel tiempo no se habían movido ni un centímetro. Todos parecían estar
profundamente dormidos, a excepción del extraño caballo con alas, que, al oírlos
acercarse, abrió los ojos de golpe.
— ¿Qué les ha pasado a los demás? —preguntó Ben, mientras le hacía señas al
mago y los demás humanos para que se acercaran.
—No se los llevarán—dijo Ben, con voz muy firme, para convencerse a sí mismo
mucho más que al caballo—. Vamos a rescatarlos.
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Cuando el mago y los demás humanos se acercaron, y vieron al extraño y hermoso
caballo con alas y un largo cuerno, se quedaron tan sorprendidos, que por un
momento ninguno de ellos pudo hacer nada. Todos se quedaron parados, con la
boca abierta, mirando al animal, hasta que recordaron lo que habían ido a hacer
ahí, y se pusieron manos a la obra. Las jaulas en las que tenían a los animales
estaban cerradas con candados y cadenas y muy gruesas y resistentes, por fortuna,
Marcus, el hombre fortachón, logró romperlo todo. Despertaron a los animales, y los
sacaron por fin de aquellas horribles jaulas.
—¡Alto ahí! —gritó entonces una voz, justo cuando acababan de liberar al caballo
con alas y se disponían a salir corriendo.
Los cazadores habían vuelto. Eran tres hombres casi tan grandes y fuertes como
Marcus, todos con barbas muy largas, grandes músculos, y terribles armas con las
que apuntaban a Ben y los demás. Asustados, todos los animales se agruparon
juntos, para protegerse unos a otros y evitar que volvieran a capturarlos.
—¡Estos animales no son suyos! —gritó Peter, el mago, muy molesto con el
comentario—. ¡Son nuestros amigos y los llevaremos con nosotros!
Cuando uno de los cazadores dio un paso adelante, el caballo con alas se adelantó
también. Hizo un rápido movimiento con su cabeza, y de su cuerno salió un gran
rayo de luz dorada que fue a dar contra el arma del cazador, convirtiéndola en una
pistola de agua, completamente inofensiva. Todos se quedaron muy sorprendidos,
pero cuando un segundo cazador intentó ir hacia ellos, el mago hizo aparecer de la
nada una gran lluvia de confeti, en la que el hombre resbaló hasta quedar sentado,
de manera muy graciosa, en el suelo…
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Los cazadores parecían no tener la más mínima intención de dejar que se
marcharan de aquel lugar, pero afortunadamente los integrantes del circo eran
mucho más numerosos, y con muchos más talentos, por lo que lograron escapar.
Utilizando la magia de Peter y el caballo con alas, además de la fuerza de Marcus,
las habilidades especiales de los demás integrantes y la ayuda de Ben y de todos
los demás animales, lograron juntar a los tres cazadores y dejarlos atados, todos
juntos, en medio de aquel lugar.
Cuando el mago y los demás se hubieron acercado, Ben por fin pudo ver por qué
se había desmayado su nuevo amigo. Cuando él y los demás animales lo habían
visto la primera vez, el caballo les había contado que los cazadores lo habían
capturado gracias a una flecha que le habían disparado mientras él volaba sobre
aquel bosque…ahora podía ver la herida de la que el caballo le había hablado. Era
grande, justo encima de las costillas, y de ella salía una alarmante cantidad de
sangre de un extraño color dorado, muy brillante.
—Lo hirieron los cazadores, cuando lo capturaron—explicó Ben, al ver que el mago
no entendía por qué, de pronto, se daban cuenta de que el pobre caballo estaba
herido.
Como Marcus era, obviamente, el más fuerte de todos, fue él quien se encargó de
levantar al caballo y llevarlo en brazos hasta el campamento del circo. A pesar de
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que sabía que Marcus caminaba lo más rápido que podía, Ben deseó que fuera aún
más veloz, pues deseaba con todas sus fuerzas que pudieran salvar a su nuevo y
recién descubierto amigo.
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DE NUEVO EN EL CIRCO.
Luego de que lo hubieron curado, el caballo pasó dos días completos dormido. Al
parecer, la herida era mucho más grave de lo que todos habían creído, por lo que
necesitó de todas sus fuerzas para recuperarse por completo. Cuando finalmente
se despertó, aún se sentía un poco débil y mareado. Miró a su alrededor, y al no
reconocer el lugar en el que se encontraba, sintió miedo y unas tremendas ganas
de echarse a llorar…luego recordó todo lo que había pasado, y se sintió mucho más
tranquilo al saber que se hallaba en un lugar seguro, con amigos. Cuando tuvo las
fuerzas suficientes para hablar, lo primero que hizo fue llamar a Ben.
Cuando el pequeño conejo entró, se sintió realmente aliviado al ver que su nuevo
amigo ya se había despertado. Los dos días que el caballo había pasado dormido,
Ben se había sentido muy angustiado y preocupado por su salud; ahora, todo eso
había quedado atrás. Su amigo estaba bien.
—Muy bien—contestó Ben—. Las inyecciones no les hicieron ningún daño, por
suerte.
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—A casa, Ben—contestó el caballo, y en su cara se dibujó una pequeña sonrisa al
decir <<Casa>>. Estaba claro que deseaba mucho volver—. No puedo quedarme,
tengo que ir con mi familia.
De pronto, Ben se sintió muy pero muy triste, por dos cosas al mismo tiempo. Por
una parte, aunque le alegraba mucho que su nuevo amigo estuviera completamente
recuperado, habría querido que se quedara con ellos un poco más, para conocerlo
mejor y pasar un poco más de tiempo juntos, sin jaulas ni cazadores que los
amenazaran; al mismo tiempo, se sentía realmente muy triste pues cuando el
caballo había hablado de volver a casa, Ben había recordado también su propio
hogar, a sus padres y sus hermanos y hermanas. De pronto sintió muchas ganas
de llorar, pero, para evitar hacerlo, prefirió seguir hablando:
Ante estas preguntas, el caballo sonrió todavía más. Permaneció unos cuantos
minutos en silencio, sonriendo, al parecer recordando bien el lugar de donde venía
para poder contestar con todo lujo de detalles. Luego dijo al fin:
—Es un lugar realmente muy bonito. Se llama Tirilion, que en el idioma de los
unicornios significa paraíso. Se encuentra en lo más alto de la montaña más alta.
Sólo aquellos que tienen alas y saben dónde buscar son capaz de llegar hasta ahí.
Hay enormes praderas de hierba fresca, verde y muy brillante. Ríos de agua clara,
incluso hay un bosque en el que siempre es invierno; la nieve cae constantemente
y lo cubre todo, sea verano u otoño.
—Lo es—aseguró el unicornio todavía sin dejar de sonreír—. ¿Y qué hay de ti? —
preguntó luego—. ¿Qué me puedes contar de tu hogar?
Ante estas preguntas, Ben sintió de nuevo unas tremendas ganas de llorar, aunque
en esta ocasión era por una razón muy distinta. Siempre que se ponía a pensar en
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su hogar, y en todo lo que había vivido ahí, había ocasiones, como aquella, en la
que los recuerdos lo ponían tan pero tan feliz, que comenzaba a llorar de pura
alegría.
Ben sintió que, de tantas ganas de llorar que tenía, no podía terminar la frase, así
que se quedó callado y el caballo la completó por él:
—Sí—dijo Ben.
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Tan sorprendido estaba por lo que acababa de escuchar, que durante un momento
Ben se olvidó completamente de lo triste que se sentía. Emocionado y nervioso,
levantó la cabeza y miró a su amigo, tratando de averiguar si lo decía enserio o no
era más que una broma. Sólo con mirarlo a los ojos supo que hablaba realmente
muy enserio.
— ¿De verdad podrías llevarme hasta mi casa? —preguntó Ben, que ya comenzaba
a sentir cómo su corazón latía más deprisa, loco de alegría ante la posibilidad de
volver a ver a toda su familia, vecinos y amigos.
—Sí—contestó el unicornio.
—Los unicornios somos capaces de encontrar cualquier lugar en el mundo con sólo
escuchar hablar de él—respondió su amigo, sonriendo, al mismo tiempo que
extendía al máximo sus enormes y hermosas alas, y las movía, haciendo que una
pequeña brisa recorriera todo el lugar—; forma parte de la magia que llevamos
dentro. Además, la descripción que me diste fue muy buena.
— ¿Cuándo podrías llevarme? —quiso saber el conejo, que cada vez se sentía más
ansioso y emocionado.
Primero, Ben se sintió tan lleno de alegría que creyó que terminaría reventando…
¡Iba a volver a ver a su familia, después de tanto tiempo! Comenzó a llorar de alegría
nuevamente, aunque dejó de hacerlo cuando sintió una pizca de tristeza al recordar
que, si volvía a casa, significaría que tendría que dejar a todos sus amigos del circo,
incluido a Peter, el mago.
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Deseó que no tuviera que ser de esa forma, pero por sus propios medios
comprendió que a veces así eran las cosas. No podías tener algo sin verte obligado
a dejar de lado otra cosa. Trató de concentrarse en lo contento que lo ponía el hecho
de que pronto volvería a casa, y sacó de su mente y de su corazón todo
pensamiento, recuerdo o sentimiento que tuviera que ver con la tristeza. Sí, era duro
tener que dejar a tus amigos cuando ya te habías acostumbrado a estar con ellos,
pero se concentró en la alegría que le provocaba haberlos conocido. Eso era lo
mejor de todo, y aunque no los volviera a ver en mucho tiempo, sabía que siempre
seguiría queriéndolos, al igual que ellos a él.
— ¿No serás un viaje muy pesado o muy largo para ti? —quiso saber el conejo.
—De acuerdo, entonces—dijo Ben—. Si, dentro de dos días estas completamente
recuperado, volveré a casa.
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LA FIESTA DE DESPEDIDA.
Cuando Ben le dio la noticia a Peter, este se sintió realmente muy contento de que,
por fin, después de tanto tiempo, el conejo hubiera encontrado una manera de volver
a casa con su familia. Luego, cuando se dio cuenta de que no volvería a verlo, ni a
hacer sus espectáculos con él, se sintió muy triste y estuvo a punto de llorar, aunque
se recuperó de inmediato, y con una sonrisa, se encargó de darle la noticia a los
demás animales y humanos del circo. Todos, al igual que él, se sintieron
emocionados porque pudiera volver a su casa, aunque al mismo tiempo un poco
tristes porque se tuviera que ir tan lejos. Por eso, todos decidieron que lo mejor sería
hacerles una gran fiesta de despedida, a él y al unicornio, antes de que se
marcharan.
—No es necesario—le dijo Ben al mago, cuando este le dijo lo que habían
planeado—. De verdad, no quiero que se tomen tantas molestias por mí.
Era verdad. Desde que había llegado al circo, Momo se había encargado de
averiguar la fecha de cumpleaños de todos los demás, para así poder organizarles
una fiesta sorpresa a cada uno de ellos. Cuando se le acababan los cumpleaños,
buscaba, tal y como había dicho Peter, una excusa para poder organizar una fiesta.
La primera vez que Marcus, el hombre fortachón, logró alzar más de trescientos
kilos; o cuando Lalo, el loro, aprendió una palabra nueva. Todo eso le sirvió como
pretexto para organizar una fiesta que resultó bastante divertida…y definitivamente,
la despedida de Ben y el unicornio no iba a ser diferente.
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comida; además, convencieron al dueño del circo que les dejara hacer la fiesta en
la carpa principal, donde normalmente daban los espectáculos al público. Además,
Lucio, que era un pastelero con mucho talento, se encargó de hacer dos pasteles
fabulosos, uno con la forma exacta de un conejo, y el otro, muy parecido a un
unicornio.
—¡Vaya! —dijo el unicornio, muy sorprendido—. Me habías dicho que era una fiesta
pequeña.
— ¿Momo es ese monito de allá? —preguntó el unicornio—. ¿El que está vestido
con traje de payaso?
Alguien le subió el volumen a la música, y por todo el lugar comenzó a oírse una
melodía movida y muy pegajosa que todos comenzaron a bailar casi de inmediato.
De pronto, Lorenzo, el contorsionista, comenzó a hacer un baile muy extraño y
gracioso; saltaba, se agachaba, y doblaba sus brazos y piernas de manera muy
locas. Todos se le quedaron viendo, y pronto comenzaron a reír, muy divertidos.
Peter, el mago, quiso hacer aquel extraño baile también, y pronto todos comenzaron
a sacudirse, a saltar y a doblarse, y aunque lo hacían muy bien, ninguno de ellos
lograba contorsionarse como Lorenzo.
Cuando se cansó de bailar, Ben saltó hasta la mesa de la comida, se comió un par
de panecillos, y luego tomó un vaso lleno a rebosar de un delicioso jugo de naranja,
dulce y muy frio. Descansó un poco, ahí, sentado, viendo cómo los demás seguían
bailando, riendo y bromeando. Cuando la canción terminó, y empezó otra nueva,
Lorenzo comenzó a hacer un baile completamente diferente, y los demás
empezaron a imitarlo. Ben se tomó un vaso más de jugo, y luego abandonó la mesa
para reunirse con sus amigos y seguir bailando. Luego de eso, bajaron el volumen
de la música, se sentaron en el suelo, formando un circulo, y comenzaron a jugar
los juegos que habían traído. Pasaron horas enteras riendo y divirtiéndose…hasta
que finalmente llegó la hora de partir el pastel.
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Todos se mostraron muy de acuerdo; apagaron la música, y se quedaron en
completo silencio, escuchando, atentos a las palabras del mago.
—Primero que nada, quisiera darles las gracias a todos, porque sin su ayuda no
habríamos podido recatar a los animales del circo, ni al unicornio—el mago sonrió,
y todos los demás aplaudieron. Cuando se hizo de nuevo el silencio, Peter
continuó—: Amigo unicornio, me habría gustado conocerte más, pasar más tiempo
contigo…pero espero que te lleves una buena imagen de todos nosotros, y que
siempre, estés donde estés, nos recuerdes.
Esta vez, nadie aplaudió más fuerte que Ben. Emocionado, el conejo empezó a dar
saltos de alegría, aplaudiendo con fuerza, mientras que lágrimas de felicidad ante
las hermosas palabras que le había dedicado su amigo le resbalaban por las
peludas mejillas. Cuando el mago se acercó de nuevo, Ben saltó hacia él y lo
envolvió en un fuerte abrazo que duró varios minutos. Luego, todos los integrantes
del circo, animales y humanos, además del unicornio, se unieron a ellos dos, para
darse un gran abrazo grupal de despedida. Cuando finalmente se separaron, todos
sonrientes y con lágrimas en los ojos, se acercaron a la mesa de la comida y
partieron los dos pasteles…que resultaron estar riquísimos.
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DE REGRESO A CASA.
El día en que Ben y el unicornio se marcharían del circo, amaneció soleado y muy
fresco. Muy contento por la fiesta de la noche anterior—que había durado hasta
tarde—Ben se levantó de su cama y vio que el unicornio lo miraba, sonriendo, desde
su propia cama.
—Buenos días—dijo Ben, mientras daba un gran bostezo, y estiraba las patas.
Luego de dejar todo en orden, Ben se colgó el bolso y de un salto se subió al lomo
del unicornio. Juntos salieron del camerino y se fueron en busca de los demás. Los
encontraron a todos juntos en el comedor, esperando por ellos dos. Fue un
desayuno realmente muy divertido, lleno de bromas y risas al recordar la alocada
fiesta de la noche anterior. Luego de comer, todos salieron al patio para despedir al
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conejo y al unicornio. Ben les dijo adiós a todos, una vez más, y cuando llegó el
turno de hacerlo con el mago, no pudo evitar llorar un poco. Ambos se abrazaron
muy fuerte y se prometieron que, aunque no se volvieran a ver, siempre se
recordarían. Cuando terminó de despedirse se subió de nuevo al lomo del unicornio,
listo para marcharse.
—Sí, estoy listo—respondió Ben, aunque la verdad era que estaba un poco
nervioso, pues era la primera vez que hacía aquello.
El unicornio extendió sus enormes alas y comenzó a correr cada vez más rápido.
Cuando estaba a punto de dejar los límites del circo y entrar en el bosque—aquel
en el que lo habían encontrado, encerrado en la jaula de los cazadores—, dio un
pequeño salto hacia delante y se elevó, ligero como una pluma, en el aire. Movió
sus alas varias veces, y siguió subiendo, cada vez más y más. Por su parte, Ben
permanecía con los ojos cerrados, asustado, sintiendo sacudidas en el estómago
cada vez que el unicornio movía las alas. Cuando por fin se atrevió a mirar hacia
abajo, vio que el circo y todos sus amigos iban haciéndose cada vez más y más
pequeños…hasta que finalmente dejaron de verse. Ahora sólo se veían las nubes
y el inmenso azul del cielo.
—¿Todo bien por ahí atrás? —le preguntó el unicornio cuando llevaban varios
minutos volando, en completo silencio.
—Sí—contestó Ben.
—Agárrate fuerte—le dijo su amigo—. Aún nos queda mucho camino por recorrer.
Era verdad. A pesar de que Ben suponía que el viaje sería largo, resultó extenderse
mucho más de lo que había imaginado. Sin embargo, fue todo menos molesto; el
conejo iba muy cómodo sobre el lomo de su amigo, en silencio, contemplando las
hermosas nubes que, esponjosas como bolas de algodón, pasaban a su lado. Una
vez superado el miedo del principio, Ben se dio cuenta de que volar era algo
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realmente relajante, y deseó con todas sus fuerzas que aquella no fuera la única
vez que tuviera la oportunidad de hacerlo. Era increíble estar ahí, tan alto, en una
especie de mundo extraño donde no se oía más que el débil susurro del viento, que
como una canción de cuna lo mecía, haciendo que poco a poco se fuera
durmiendo…
Recordó que hacía ya algún tiempo había soñado que volaba sobre un enorme
dragón, pero resultó que ahora volaba sobre un unicornio, que era su amigo…y que
iba cayendo rápidamente. Ben se despertó, sobresaltado, y miró hacia abajo. El
unicornio había comenzado a descender, y aunque el conejo se había despertado
de golpe, bastante asustado, ahora todo eso había quedado olvidado…pues estaba
mirando de nuevo, después de tanto tiempo, su hogar. El Prado. Como ya estaba
atardeciendo, el cielo se había pintado de un bonito color naranja, y mientras se
acercaban cada vez más, Ben no pudo dejar de notar lo bonito que se veía todo
aquel lugar. Cuando finalmente el unicornio aterrizó, todos los conejos salieron de
sus madrigueras, curiosos, para ver qué pasaba.
Emocionado, Ben se bajó de un salto y corrió hacia ellos. Estaban todos sus
conocidos. Sus padres, sus hermanos y hermanas, sus vecinos y amigos…todos
habían salido a recibirlo, y mejor aún, todos se alegraban mucho de ver que por fin
regresaba a casa.
— ¿Crees que me quiera dar un paseo? —quiso saber una de sus hermanas.
—Tendrás que contarnos donde has estado todo este tiempo—le dijo su padre,
aunque no sonaba ni se veía molesto.
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—Ya, ya—dijo su madre—. Habrá mucho tiempo para hablar y preguntar después—
luego, dirigiéndose a Ben, preguntó—: ¿Tu amigo no quiere una bebida de
zanahoria?
—Sí—respondió Ben.
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Ben se encontró tan sorprendido antes estas palabras, que no pudo seguir
hablando, por lo que el unicornio siguió diciendo:
—Gracias a ti, Ben, es que hoy puedo volver a casa. Y quisiera darte un regalo más
como agradecimiento antes de marcharme.
El unicornio cerró con fuerza sus ojos, y de pronto su cuerno comenzó a brillar con
una luz tan fuerte, que Ben también tuvo que cerrar sus ojos para protegerlos del
brillo. Cuando finalmente volvió a abrirlos, en el suelo frente a él había un bonito
espejo, pequeño y perfecto para él. Lo tomó y miró a su amigo.
—Es un espejo mágico. Podrás usarlo cada vez que te sientas solo y triste y
necesites alguien con quien hablar, o cuando simplemente quieras ver a tus amigos.
Yo tengo uno, y antes de marcharnos dejé otro en el circo. Cada vez que quieras
hablar conmigo…o con Peter…o con cualquiera del circo, sólo debes tomar el
espejo y pensar en nosotros. Apareceremos en tu espejo y tu aparecerás en el de
nosotros, así podremos hablar. Incluso, cuando quieras visitarnos, el espejo podrá
llevarte con alguno de nosotros por un par de horas, y luego te devolverá a tu casa.
Al darse cuenta de que no tendría que dejar de ver a ninguno de sus nuevos amigos,
Ben se sintió muy emocionado. Saltó hacia el lomo del unicornio y le dio un fuerte
abrazo que duró muchos minutos, hasta que llegó el momento en que su amigo
tenía que marcharse. Ben se bajó y se quedó mirando cómo el unicornio extendía
de nuevo sus enormes y hermosas alas, y echaba a correr. Siguió corriendo un poco
más hasta que, igual que había hecho en el circo, dio un pequeño salto hacia delante
y comenzó a elevarse. Fue haciéndose más y más pequeño…hasta que finalmente
desapareció detrás de un grupo de esponjosas nubes.
Ben se quedó un rato solo, a la orilla del arroyo, escuchando el rumor del agua.
Luego, cuando comenzó a oscurecer, decidió volver a casa. Muy sonriente, tomó
con más fuerza su espejo mágico y fue dando grandes saltos, pensando que quizá
sería buena idea usar su regalo para llamar a sus amigos del circo y que toda su
familia los conociera.
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FIN.
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