Hora Sasnta Creemos en La Presencia Real de Jesus

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2.

CREEMOS EN LA PRESENCIA REAL DE JESÚS EN LA EUCARISTÍA


(CFR. TB, 10-12)

1. EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO

Habiéndose reunido el pueblo e iniciado un canto, el ministro se acerca al lugar de la


Reserva. Trae el Sacramento y lo coloca en la custodia. El ministro inciensa al Santísimo.

ESTACIÓN MENOR

Padre Eterno, que en el vientre de la Virgen


nos regalas el Pan que sacia el hambre de
infinito.

(Padrenuestro, Avemaría, Gloria y canto)

Padre Providente, por tu


Espíritu, Pan y Vino son
alimento que aligera el hambre
del camino.

(Padrenuestro, Avemaría, Gloria y canto)

Creemos Jesús, que tu bondad ha


preparado una mesa para adultos y
pequeños; por este Sacramento, hermanos
nos hacemos.

(Padrenuestro, Avemaría, Gloria y canto)

(Concluye con la Oración para el 48º Congreso Eucarístico Internacional, cfr. p. 14)

2. LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo”


Lectura del Santo Evangelio según San Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del
Cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré, es mi carne para la
vida del mundo».
Comenzaron entonces los judíos a discutir unos con otros, diciendo: «¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Yo les aseguro que si no comen la carne del Hijo del
Hombre, y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y
bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Así como el Padre, que me ha enviado, posee
la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del Cielo; no es como el maná que comieron sus
padres, pues murieron; el que come de este pan, vivirá para siempre». Palabra del Señor.

SALMO RESPONSORIAL
Del Salmo 41

R. Señor, mi alma tiene sed de ti.

Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco;


de ti sedienta está mi alma. Señor,
todo mi ser te añora como el suelo
reseco añora el agua. R.

Para admirar tu gloria y tu poder, con


este afán te busco en tu santuario. Pues
mejor es tu amor que la existencia;
siempre, Señor, te alabaran mis labios.
R.

Porque fuiste mi auxilio y a tu


sombra, Señor, canto con gozo. A ti
se adhiere mi alma y tu diestra me
da seguro apoyo. R.

(Silencio meditativo)

HOMILÍA

«En aquella última cena, Cristo hizo la maravilla de dejar a sus amigos el
memorial de su vida»
(secuencia Lauda Sion).

Queridos hermanos: ante el misterio eucarístico nos alegramos con Jesús por
quedarse entre nosotros, al dejarnos el pan que fortalece al viajero.
«Tomó nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre, nos divinizara a los
hombres.
Entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque
por nuestra reconciliación ofreció, sobre el altar de la Cruz, su cuerpo como
víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra
libertad y como baño sagrado que nos lava, para que seamos liberados de la
esclavitud y purificados de nuestros pecados.
No hay ningún Sacramento más saludable que éste, por él se borran
los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de
todos los dones espirituales.
Se ofrece en la Iglesia por los vivos y por los difuntos, para que a
todos aproveche, ya que ha sido establecido para que todos se salven» (Santo
Tomás de Aquino).

Si tú crees en la presencia real del Hijo de Dios, Sacramento excelso que nos revela
el mismo Jesús, afirma: «El que me come, vivirá por mí» (Jn 6, 57).
Para muestra, es necesario acudir a santos de nuestro tiempo, testimonio vivo de
Dios que existe en este Sacramento:
La vida que Dios te comparte tiene su fundamento en este Sacramento; ahí se robustecen tu
cuerpo y espíritu, siendo un testigo fiel del mejor Maestro, Amigo y Hermano, JESÚS. En tu
encuentro personal con él, debe existir un triple compromiso: conversión, fe y seguimiento
de Jesús... Conversión que inicia acompañada por la invitación de Dios y del hombre que
responde; esta invitación se fortalece con la presencia real de Jesús en la Eucaristía, siendo
una fe madura que lleve al convencimiento de seguir al Maestro y Buen Pastor que ha dado
la vida por nosotros y nos invita a dar vida en Él.
¿Cómo vives tu santa Misa o Eucaristía? ¿Este Sacramento tiene el enfoque debido
en tu vida personal, de tal manera que celebrar la Eucaristía sea llevar a Cristo en tu jornada
ordinaria? ¿Dejas que sea transformada en extraordinaria?

(Silencio orante)

PRECES COMUNITARIAS

Oremos, hermanos, al Señor Jesús, pan de vida, y digamos llenos de gozo:

R. Dichosos los invitados a comer el pan en tu Reino.

Cristo Jesús, sacerdote de la Alianza nueva y eterna, que sobre el altar de la cruz
presentaste al Padre el sacrificio perfecto, enséñanos a ofrecernos contigo en el sacrificio
eucarístico. Oremos. R.

Cristo Jesús, huésped de nuestro banquete, que estás junto a la puerta y llamas, entra
en nuestra casa y cena con nosotros. Oremos. R.

Padre que nos amas, te pedimos por toda la juventud del mundo, para que veamos
que en Jesús todo es vida. Aliméntanos con tu pan de vida. Oremos. R.

Cristo Jesús, que tu intercesión acompañe a nuestras familias, fortalecidas por el


ejemplo de tu Sagrada Familia, para que sean fermento de tu Amor, en este nuevo siglo.
Oremos. R.
(Se pueden añadir otras preces, observando el mismo estilo y contenido)

3. BENDICIÓN

Al final de la adoración, el sacerdote o diácono se acerca al altar; hace la


genuflexión, se arrodilla y se entona el Tantum ergo. Mientras tanto, arrodillado el ministro,
inciensa al Santísimo Sacramento. Luego se pone de pie y dice:

OREMOS
(Se hace una pausa de silencio; luego prosigue)

Concédenos, Señor y Dios Nuestro,


a los que creemos y proclamamos
que Jesucristo nació por nosotros de la Virgen
María, murió por nosotros en la cruz y está presente
en este Sacramento, beber en esta divina fuente el
don de la salvación eterna.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

El sacerdote o diácono recibe el velo humeral, hace genuflexión, toma la custodia y


bendice al pueblo con el Santísimo Sacramento. Después de dar la bendición, deja la
custodia sobre el altar y, arrodillado, dice las alabanzas (cfr. p. 18).
Mientras se reserva el Sacramento en el sagrario, el pueblo puede decir alguna
aclamación, o entonar otro cántico de alabanza, vgr. «Bendito, bendito»; «Alabad al
Señor», etcétera. Finalmente, el ministro se retira.

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