Clase 4 ARRÚE PLAZA - ENTRE EL SOLO Y LA SINFONIA (2209)
Clase 4 ARRÚE PLAZA - ENTRE EL SOLO Y LA SINFONIA (2209)
Clase 4 ARRÚE PLAZA - ENTRE EL SOLO Y LA SINFONIA (2209)
“El educador es también un artista.
Rehace el mundo,
redibuja el mundo,
repinta el mundo,
recanta el mundo,
redanza el mundo”
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Paulo Freire
COMENZANDO A “RECANTAR”
Proponemos analizar desde la perspectiva situacional algunos avatares de la inclusión
educativa con alumnos en situación de vulnerabilidad social. La relación aprendizaje escolar
pobreza no es un tema nuevo en el marco de la Psicología Educacional. Investigaciones
del área, algunas ya clásicas (Smilansky, 1968; Carraher, Carraher y Schliemann, 1989;
Kaplan, 1992; Duschatzky y Corea 2002; Elichiry, 2004, 2010; Redondo, 2004 entre otras)
señalan que el menor rendimiento escolar entre los niños/as provenientes de familias en
situación de vulnerabilidad no se debe a falta de capacidades ni problemas de aprendizaje
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sino a un desencuentro entre su cultura y la cultura escolar.
La tradición de la Psicología Cultural señala la importancia de no identificar las condiciones
de educabilidad únicamente en el sujeto individual, lo cual potencia la clásica mirada de
déficit, sino en la situación educativa (Baquero, 2007). El aprendizaje se da siempre situado
en un contexto específico, y la escuela es uno muy particular que no tiene nada de “natural”.
Sus lógicas de funcionamiento, ligadas al objetivo fundacional de moldear y disciplinar la
conducta de los niños, se consolida mediante prácticas repetidas a lo largo del tiempo.
Estas prácticas parecieran entrar en fuerte tensión al momento de intentar un diálogo
horizontal y potenciador con las lógicas de familias que marcan una diferencia con lo que la
escuela espera.
1
Cátedra Paulo Freire ITESO, 2000.
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Retomando los desarrollos de la tradición psicológica histórico cultural, definiremos “cultura”
como los modos de uso situados y propositivos de los artefactos de mediación cultural, como el
lenguaje.
En las escuelas que reciben estudiantes en situación de vulnerabilidad aparecen dificultades
para construir con ellos trayectorias educativas exitosas. Es en las jurisdicciones y
provincias más pobres donde históricamente se concentran los mayores porcentajes de
fracaso escolar masivo, reflejado en los indicadores educativos de repitencia, sobreedad y
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abandono interanual. Según datos oficiales (DINIECE ) la tasa de repitencia 2012 2013 fue
del 2,9% para el total del país. En la Ciudad de Buenos Aires fue del 1,6%; mientras que en
la provincia de Buenos Aires fue del 2,6% y en provincias con mayores niveles de pobreza,
como Santiago del Estero y Corrientes, del 5,6 y 9,9% respectivamente. El fracaso escolar
se manifiesta también en formas no tan visibilizadas, como los alumnos no alfabetizados
promediando la escolaridad primaria. Según un informe sobre el perfil educativo argentino
recientemente publicado por SITEAL, en 2014 el 98% por ciento de los adolescentes entre
15 y 16 años que accedieron al nivel primario lograron terminarlo. La brecha entre estratos
sociales en la graduación de este nivel asciende a 15 puntos porcentuales: en 2014 el
porcentaje de graduados fue del 99,8% en los estratos poblacionales altos; y del 84,6% en
los estratos bajos. En el nivel medio, las brechas entre estratos sociales en el acceso al
nivel ascendían en 2014 a 14 puntos porcentuales (nivel alto: 96%, nivel bajo: 82,2%), y en
la graduación a 32 puntos (57,3% en el nivel bajo y 89,4% en el nivel alto). El informe
señala: “durante el período 2000 2014 estas brechas se han reducido casi a la mitad en
relación con el acceso pero no ha habido modificaciones respecto a la graduación”.
Muchos alumnos/as de estas escuelas atraviesan difíciles situaciones vitales: vulneraciones
de derechos, precariedad habitacional, precariedad en la infraestructura barrial, dificultades
de las familias para cubrir sus necesidades básicas y para sostener o acompañar la
escolaridad de sus hijos, adicciones, narcotráfico, delincuencia y trata en los barrios…
Frente a esto, las escuelas (y en particular los equipos de orientación escolar) suelen
intervenir desde la lógica del modelo médico hegemónico, centrándose en el “caso por caso”.
Encuentran difícil articular el trabajo con otras instituciones y organizaciones locales, lo cual
es visto como poco factible y “utópico” desde esta lógica naturalizada, que los lleva a verse
continuamente atravesados por la emergencia. Señala Chardon (2000):
Los psicólogos formados en el modelo médico hegemónico: atención
individual, basada en la enfermedad que etiqueta y que actúa una vez producido
en encasillamiento, que piensa a la psicoterapia como prácticamente la única
posibilidad de intervención y al sujeto como último responsable de su propia vida
y desconocen las determinaciones sociales e históricas de la subjetividad, como
así también la génesis sociohistórica de las categorías utilizadas por las ciencias
sociales (...) comienzan a trabajar con estos pacientes individualizados en el
interior de la institución educativa. Vuelven a un terreno conocido, el de la
patología (p. 161).
Dirección Nacional de Información y Estadística Educativa
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Desde este modelo las “dificultades de aprendizaje” son atribuidas a los estudiantes, sus
capacidades o situaciones sociofamiliares; con un sesgo patologizante presente de manera
hegemónica en el sistema educativo (Chardón, 2000; Valdez, 2001). Esta ha probado ser
una explicación insuficiente y sesgada que no sirve para resolver el problema.
Al hablar de inclusión educativa en contextos de vulnerabilidad social, nos interesa mirar
más allá de los alumnos. Los “problemas para aprender” surgen en el contexto particular de
la escuela, ello amerita que la escuela se mire también a sí misma. ¿Y si en vez de pensar
que los problemas son de los chicos/as o sus familias nos preguntáramos por las
dificultades escolares para generar inclusión educativa real? Es decir, ¿Cómo organizan las
escuelas sus actividades cotidianas para lograr que todos los estudiantes asistan , sean
subjetivamente alojados , aprendan y tengan trayectorias escolares exitosas?
Esta pregunta insiste, reaparece, sin lograr una transformación profunda de las prácticas
escolares. Baquero y Terigi (1996) plantean:
(...) la persistencia del formato escolar a través de la historia moderna y a
pesar de la diversidad de contextos sociales y culturales, muestra que no resulta
demasiado sensible a la relativa labilidad que tratan de imprimirle nuestras
innovaciones en las estrategias de enseñanza (...) nuestro esfuerzo innovador no
deja de encontrarse una y otra vez con determinantes duros de las prácticas
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escolares, como la organización graduada, simultánea, obligatoria, etc. (p. 3) .
Contra el telón de fondo de dichos determinantes duros se naturalizan las condiciones del
trabajo escolar y del oficio de alumno (Perrenoud, 1991): búsqueda de aprobación, repetición,
esfuerzo y logros individuales; generando una lógica meritocrática por la cual se reproduce la
exclusión. Se naturalizan también ciertos prejuicios vinculados a la pobreza que suelen
funcionar como “profecía autocumplida” : menor capacidad, mala predisposición individual o
familiar hacia la escuela, desinterés, violencia. Patricia Redondo (2011) plantea: “Las
clasificaciones presentes en el sistema educativo generan (...) un efecto perverso, contrario
a lo que se enuncia, ya que segregan y etiquetan a la población infantil y a sus grupos
familiares (...). Las prácticas asistenciales no son neutrales y marcan una experiencia infantil
que puede curvar la vara hacia la subalternidad o hacia una experiencia subjetiva ligada a la
ciudadanía” (p. 32)
El modelo de intervención que identifica patología y deriva a tratamientos externos es
coherente con estas miradas, que nominan a los sujetos y los constituyen en su “ser
alumnos”. Frente a ello, es fundamental recuperar las propuestas de “hacer otra escuela” que
desarrollan tantos docentes, aprender de ellas, retomar los interrogantes que interpelan la
mirada naturalizada. En palabras de Duschatzky y Corea (2002): “Las prácticas de
Bastardillas en el original.
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subjetividad permiten rastrear las operaciones que despliegan los sujetos en situaciones
límite y las simbolizaciones producidas. La pregunta por las prácticas de subjetividad, por
los modos en que los chicos se constituyen en particulares circunstancias es también la
pregunta por la eficacia de dispositivos como la escuela, en la cual los sujetos pasan gran
parte de sus vidas. ¿En qué medida el tránsito por la escuela deviene experiencia de
construcción subjetiva? ¿En qué medida pasar por ella supone salir transformado? ¿Cuáles
son los rasgos de las nuevas subjetividades y qué diferencias guardan respecto de los
sujetos formados por el aparato escolar en tiempos del EstadoNación?”(p. 20).
Cuando se invisibilizan las prácticas y formatos que la escuela propone para aprender, los
vínculos que se establecen entre los docentes y los estudiantes, entre la escuela y las
familias, entre la escuela y otras organizaciones, entre conocimientos construidos en
diferentes contextos... Corremos el riesgo de que los prejuicios sean “profecía
autocumplida”: al fijar un destino inexorable para sus estudiantes (Frigerio, 2004) generan lo
mismo que predicen: niños o jóvenes que no aprenden, repiten, dejan de estudiar, se ven
envueltos en situaciones violentas, etc. Se pierde de vista así la trama que constituye al
aprendizaje y la subjetivación.
El aprendizaje humano ocurre situado en un contexto específico (en este caso: el escolar), y
está íntimamente ligado a él. El aprendizaje escolar o su fracaso no pueden explicarse por la
única vía de las capacidades individuales o las situaciones sociofamiliares. Rogoff (1993)
señala la diferencia entre tomar como unidad de análisis al individuo (como ocurre en las
prácticas tradicionales) o a la actividad. Enfatiza que si se toma a la actividad como unidad
de análisis pasan a primer plano los procesos del aprendizaje en lugar de sus productos, y
cobran relevancia el carácter propositivo de la actividad y el sentido que esta tiene para los
sujetos. Para comprender el aprendizaje escolar es imprescindible visibilizar las prácticas
que propone la escuela, y sus continuidades o discontinuidades con otros contextos de
aprendizaje que los sujetos transitan (Elichiry, 2010; Moll y Greenberg, 1993).
Las escuelas se sienten a menudo “cantando solas” frente a familias y estudiantes que a
sus ojos parecieran no saber la canción, no querer cantarla, no “colaborar”... Entonces miran
al alumno, y también le piden que “cante solo” la canción que se espera, esa que se viene
cantando por décadas… y descubren que no la sabe, que no es posible… ¡Y es que esa
canción adquiere sentido solamente si se construye juntos!
Hemos podido compartir en diversas escuelas muchas propuestas convocantes, que
evidencian que cuando los encuentros se producen y la construcción es colectiva nuevos
sentidos compartidos oxigenan la tarea cotidiana: talleres de juego, asambleas, consultas a
niños, proyectos para generar cambios en la comunidad, producción de cine, libros y
revistas... Cuando esto ocurre ya no estamos frente a cantos solitarios sino a verdaderas
sinfonías donde entran en juego la diversidad de sujetos y de lógicas que atraviesan el
escenario escolar, donde pueden aparecer ritmos inesperados y sorprendentes, donde todos
participan y aprenden… En lugar de hablar de “estos chicos” se habla de “nosotros”: incluir,
desde nuestra perspectiva, supone incluirnos en una tarea común (Chardon, Arrúe, Scavino,
et. al., 2009; Arrúe, Grippo y Scavino, 2011). En esa tensión “entre el solo y la sinfonía”
queremos movernos para reflexionar sobre la inclusión educativa en contextos de
vulnerabilidad social. La clave que “nos da la nota” es la participación. Cómo sean los modos
de participación nos permitirá analizar y comprender los procesos de inclusión exclusión
que se construyen situadamente.
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“EL BARRIO QUE QUEREMOS”. EXPERIENCIA HACIA LA SINFONÍA
Queremos recuperar una experiencia entre otras transitadas junto a escuelas de gestión
estatal o privada (como en este caso), que reciben alumnos en situación de vulnerabilidad
social. Queremos mirarla, comprenderla, para esbozar un análisis posible desde tres planos
entrelazados que hacen a la inclusión educativa real: el psicológico, el político y el de las
intervenciones psicoeducativas.
El equipo de conducción de una escuela católica, de Lanús Sur, solicitó la intervención de
una psicopedagoga con los docentes de primer y segundo grado de primaria. La demanda
partía de la preocupación de docentes y directivos respecto de los niveles de violencia
observados entre los chicos/as. Muchas de las situaciones que describían se vinculaban
directamente con niños puntuales, “casos problema” con los cuales parecía no haber
alternativa.También expresaron su preocupación por cómo estos chicos/as eran
estigmatizados con acusaciones de sus propios compañeros: “siempre fue él, aunque no
haya sido”. Describieron a las familias, sus complejidades, su sufrimiento y la imposibilidad
de lograr cambios favorables. Relataron también escenas de violencia por parte de los
padres hacia los niños y el incremento de situaciones delictivas en el barrio.
La escuela se ubica en el centro de un barrio del primer cordón del conurbano sudoeste,
lindando con el riachuelo. Gran parte de la población sufre problemáticas de vivienda y
acceso a los servicios básicos, e inundaciones en períodos de lluvia. Situaciones delictivas
cotidianas afectan tanto a los estudiantes y sus familias como a los docentes. En el último
tiempo se había incrementado la presencia de la gendarmería en el barrio, lo cual más que
“seguridad”, produjo inquietud en niños y adultos.
Trabajo realizado por la Lic Betina Plaza durante 2014.
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Se apuntó a generar un nuevo espacio de trabajo participativo que tuviera en cuenta la
problemática del contexto y generara una acción que pudiera articularse entre varios
docentes. En el encuadre de trabajo se pactaron reuniones semanales de una hora durante
tres meses, con los docentes convocados y el Equipo de Orientación Escolar, donde
establecer acuerdos y estrategias de trabajo Luego los docentes llevaban adelante las
actividades propuestas en el horario de clase, acercando las producciones para ser
compartidas durante el siguiente encuentro.
Buscando ampliar la mirada sobre el problema, más allá de los casos y de la queja que
paraliza y se sitúa sólo en aquello que “no se puede hacer”, “no cambia” y “resulta
imposible”, desde una perspectiva contextualista intentamos ampliar la unidad de análisis
( Baquero y Terigi, 1996), mirar el entramado, superar la mirada centrada en el déficit
individual para pensar en las posibilidades de los sujetos (Elichiry, 2004). Se hacía urgente
que los maestros dejaran de sentir que “cantaban solos”... hacía falta sumar otras voces.
Hacía falta que chicos y chicas hablaran por sí mismos, pudieran presentarse, contarnos
cómo son, cómo es su barrio, qué les preocupa, qué cambiarían…. Se retomó la expectativa
de un maestro de segundo grado quien planteaba propiciar la escritura con sentido: que sus
alumnos pudieran escribir sobre los que les pasaba y no sobre “la llegada del otoño” ....
Se acordó una dinámica de talleres secuenciada y gradual que partiera de actividades en
pequeños grupos dentro de cada curso, luego ir incrementando la cantidad de alumnos, para
llegar a un diálogo y a un producto con todo el curso, que luego se compartiera entre los
cursos y finalmente se llegara a una sola producción, un mensaje de todos los grupos.
La preocupación de los maestros fue qué hacer con “lo que saliera”, con una primera
intención de “mejor no hablar de algunas cosas”, intentando acotar al marco escolar la
palabra de los chicos: “¿Qué hacemos cuando digan lo que les preocupa?”. Los miedos
fueron tema de trabajo. Los miedos de quien, los miedos a qué, los propios miedos.. . ¿Era
temor a no poder o no saber cómo responder desde el “deber ser de la escuela”, desde la
incomodidad de su lugar de saber?
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Se abrieron los talleres presentando la canción “Ora bolas” como disparador, y luego
preguntas para profundizar: ¿quiénes somos? ¿cómo somos? ¿qué cosas nos pasan? ¿qué
cosas nos preocupan? Las cosas que nos pasan “son contagiosas” y se transmiten a los
demás. ¿cómo podemos contagiar otras cosas que nos hagan bien?
La secuencia de trabajo gradual permitió a los maestros discutir e intercambiar sobre las
problemáticas que surgían en los relatos y dibujos de los niños. A partir de su análisis se
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“Ora bolas” Paulo Tatis y Edith Derdyk. Versión en español de “Piojos y Piojitos” Del jardín de la
Esquina, 1991
abrió la pregunta respecto del barrio que transitaban diariamente, qué les gustaría cambiar y
cómo lograrlo.
Durante los encuentros con docentes se planteaba una pregunta que abriera el intercambio y
propiciara la circulación de la palabra, a su vez se aportaban estrategias concretas que
rumbearan el trabajo común, buscando pasar de lo individual a lo colectivo. Luego de cada
encuentro hacía falta “pasar en limpio” conceptualizar, ordenar, sistematizar los acuerdos y
propuestas, para lo cual se enviaba una síntesis de los avances y propuestas para la
semana siguiente.
Resulta difícil poder transmitir con palabras la crudeza de los dibujos de los chicos y chicas,
que sensibilizaron a sus docentes y les generaron angustia e impotencia… Algo comenzaba
a entrelazarse en la vida de chicos y maestros…..su ser alumnos en la escuela, su ser
chicos en el barrio, cómo ser alumnos siendo estos chicos y estos maestros en esta
escuela... Los chicos/as fueron conocidos y reconocidos por sus maestros desde otro lugar:
el de sujetos con voz propia. Esto produjo un cambio en la mesa de trabajo. Dejó de
hablarse del “caso” para comenzarse a hablar de los chicos y su padecer, de lo complejo que
resulta para ellos y sus familias poder vivir en el barrio, poder aprender en la escuela, de lo
difícil que resultaba para ellos mismos enseñar y transitar la vida diaria en esta escuela. Se
iniciaba un cambio en la unidad de análisis del problema, la mirada se ampliaba hacia el
entramado del contexto .
Temáticas recurrentes en los dibujos y frases de los niños/as:
Sobre cómo es nuestro barrio:
“mi casa y el piso de las calles están rotas”
“hay muchos pasillos”
“mi casa está en un pasillo”
“mi barrio es muy lindo para jugar a la pelota”
“mi barrio es feo, a mí una vez me chocó una moto y entraron a mi casa”
“nuestro país es lindo, matan, roban”
“en nuestro planeta roban los autos”
Sobre las cosas que nos pasan:
Delincuencia, situaciones de robo, armas: “que no roben más” “se escuchan tiros en
la calle” “vemos a la policía en la calle” “soy yo mirando en el pasillo ladrones que
roban” “no veo nada feo porque después del mediodía no salgo más porque hay
ladrones”
Violencia: “estoy mal cuando me pegan”
Inundaciones: “cuando se inundan las calles se rompen más y hay olor a agua sucia”
“nos entra el agua en las casas” “los colectivos no entran porque se inunda” “cuando
se inundan las casas perdemos nuestras cosas” “cuando se inunda no podemos venir
a la escuela y nuestros papás no pueden ir a trabajar” “hay mucho olor al riachuelo y
a la basura”
Problemas en la infraestructura barrial y servicios: “la calles están rotas” “hay basura
en las calles” “no hay flores” “se nos corta la luz”
Textos de producción colectiva en segundo grado (dictado al maestro) :
“En mi barrio pasan cosas buenas y cosas malas. Comemos helados. Cuando llueve
se inunda mucho y el agua entra en las casas y se moja todo. Se pelean, se agarran
a los piedrazos,se matan, roban plata, teléfonos, televisores, supermercados,
carteras, coches, motos. Entran en las casas, queman autos, usan armas y tiran
tiros, toman drogas y venden drogas, beben alcohol y se emborrachan. La policía
vigila.Jugamos al fútbol, vamos a boxeo, jugamos fútboltenis, al básquet,
patinamos, vamos al parque a jugar, andamos en bicicleta, nos divertimos con la
play, con los juguetes, con las muñecas.”
“Me gustaría que en mi barrio pasen siempre cosas buenas. Que no se peleen, que
sea tranquilo, que sean amigos, que no roben, que no tomen droga, que no maten,
que no tengan pistolas y no tiren tiros. Que la gente sea buena. Que cuando llueva no
se inunde. Que no tiren la basura a la calle. Que arreglen las casas, las calles y las
veredas. Que arreglen las escuelas y las plazas y que nadie las queme. Que
devuelvan las cosas que robaron.”
¿Cómo nos gustaría que sea nuestro barrio?
Flores, colores y negocios son temas recurrentes: “Me gustaría que tuviera flores”
Necesidad de un espacio público: “quiero una cancha de fútbol cerca de mi casa”
Limpieza: “más limpio”, “la basura en los tachos”, “quiero que en mi barrio no tiren
basura en la calle”, “que las paredes no estén escritas”, “me gustaría un barrio con
muchos árboles y calles limpias”
Relaciones entre vecinos: “que no pateen la reja”, “que no hagan ruido”, “que no roben
tanto”, “que no roben más”, “no podemos jugar en la vereda porque hay autos en la
vereda”.
Se construyó un mensaje positivo a partir de las ideas de los chicos: “Cuidemos nuestro
barrio y hagamos que sea un lugar más lindo”. Para mostrar y contar el mensaje a la
comunidad escolar y barrial, se realizó un video con fotos de los dibujos y escrituras de los
chicos.
¿Qué cambios produjo este proyecto?
A medida que se profundizaba el intercambio se ampliaba la mirada, aquello que parecía ser
“el problema de un niño y su familia” comenzó a pensarse como parte de un entramado, de
una modalidad de relación en un barrio extenso. ¿Por qué la escuela habría de quedar por
fuera de esta modalidad de relación? Se logró pensar a la escuela como parte del barrio.
Se hizo evidente el aumento de la participación protagónica (Cussiánovich y Marquez, 2002)
por parte de los chicos a la vez que se consolidaron los espacios de intercambio como parte
de la rutina de trabajo. Los grupos construyeron mayor capacidad para escuchar opiniones,
organizarse, elaborar propuestas, asumir roles y responsabilidades.
Se afianzaron los vínculos entre pares y con los educadores, hablando sobre lo que les
preocupaba y planteando ideas creativas: “querían escribirle una carta al intendente”,
comentaban…
¿Y la violencia? La percepción de que la violencia atravesaba por completo la vida diaria de
los chicos y la definición de que, si así era fuera de la escuela, ¿por qué no lo sería también
adentro? modificó la reflexión de los docentes sobre el “comportamiento violento” de sus
alumnos. Dar un espacio para nombrarla, para contarla, para dibujarla, para escribirla, puso a
la violencia sobre la mesa, permitiendo simbolizarla y abordarla.
¿CANTANDO SOLOS O PARTICIPANDO EN LA ORQUESTA? REFLEXIONES SOBRE
EL APRENDIZAJE HUMANO
“Yo he demostrado, empíricamente, que el empirismo no se sostiene”.
Piaget, citado en García (1996)
Según cómo entendamos que se aprende, ”cantando solos” o “participando en la orquesta”,
será tanto el diseño de propuestas e intervenciones psicoeducativas como la comprensión
del éxito y el fracaso escolar. Tradicionalmente la escuela ha organizado sus prácticas
según hipótesis asociacionistas centradas en la transmisión de información y la ejercitación
de contenidos en forma descontextualizada (como las consignas de escritura que no
satisfacían al maestro de 2º grado), identificando al sujeto con una “tábula rasa” y explicando
los éxitos o fracasos en el aprendizaje por la única vía de sus capacidades intelectuales o
su situación sociofamiliar. Aquí entiende que según sean las capacidades individuales serán
las posibilidades de aprendizaje del alumno. Subyace una concepción solipsista del
aprendizaje que lo explica desde la unidad de análisis individual (Terigi, 2009; Elichiry, 2004;
Baquero, 2001). La escuela se concibe como un espacio “neutro” al que los sujetos “traen”
ventajas o dificultades cuya constitución nada tiene que ver con lo que ocurra en las aulas,
pero que “afectarán” el desempeño de cada alumno. En situaciones de vulnerabilidad, esta
mirada tradicional tiende muchas veces a no ver o a valorar negativamente los
conocimientos construidos extra escolarmente, interpretando carencia allí donde no aparece
“lo esperable” (Elichiry, 2004).
Aunque oriente tantas de las actividades que cotidianamente se proponen en las aulas
escolares, esta visión del sujeto de aprendizaje (que la psicología ha legitimado) no se
sostiene desde las teorías psicológicas que lo estudian. Elichiry (2008) señala que las
teorías del desarrollo psicológico que demarcan los ejes de historia y procesos para ser
considerados en el aprendizaje suponen un avance conceptual frente a dicha postura
tradicional. El aprendizaje y el desarrollo humano no solamente se constituyen sino que
funcionan en interacción .
El aprendizaje específicamente humano no es “un canto en soledad”, supone gran
complejidad de vínculos e interacciones en diferentes niveles ( Hakkarainen 2001) . Vigotsky
(1978/2000) a firmaba: “El aprendizaje humano presupone una naturaleza social específica y
un proceso mediante el cual los niños acceden a la vida intelectual de aquellos que les
rodean” (p.136). Ello implica que el aprendizaje humano ocurre siempre situado en el marco
de las relaciones sociales, integrando la trama de una actividad contextualizada. De ahí la
necesidad de definir una unidad de análisis que reemplace al sujeto individual y permita
considerar las interrelaciones entre aprendizaje y desarrollo y el contexto en que se producen
(Rogoff, 1993; Cole y Engeström, 2001). Particularmente relevantes son los modos de
utilización de los artefactos mediadores (especialmente el lenguaje) que se ponen en juego
junto a otros, y cuál es el propósito / sentido de la actividad. En escuelas que reciben a
población en situación de vulnerabilidad, las prácticas escolares tradicionales se erigen para
muchos de sus alumnos en obstáculos para aprender, por su discontinuidad con otros
contextos cotidianos (Elichiry, Maddonni et. al., 2008).
Cómo se configuren estos aspectos en la escuela habilita diferentes tipos de desarrollo y de
aprendizaje (Baquero, 1996; Rogoff, 1993; Cole, 1999). Cole y Engeström (2001) plantean:
La mediación cultural crea una estructura universal de la mente humana,
propia de la especie, y una morfología de la acción asociada a ella (…) implica la
especial importancia del mundo social en el desarrollo del hombre, puesto que
únicamente otros seres humanos pueden crear las condiciones especiales
necesarias para que ese desarrollo se produzca (pp. 32 33).
En la escuela, en tanto contexto de desarrollo, los docentes pueden crear condiciones más o
menos “desarrollantes”.
Los procesos psicológicos no están “encerrados” en la mente del sujeto (Wertsch, 1991;
Wertsch, Tulviste y Hagstrom, 1993). Se relacionan directamente con la interacción con
otros, mediada culturalmente.Si la propuesta escolar se basa en la repetición monocorde del
“cantando solo”, ofreciendo un aula donde se mira al frente y se generan escasos
intercambios; las tareas son tradicionales y poco convocantes, resueltas cuasi
mecánicamente y con escaso sentido (“escribir sobre la llegada del otoño”); las evaluaciones
son sumativas: hay poca o nula vinculación con otros contextos de aprendizaje (familia,
comedor, escuela de circo, juegoteca, radio comunitaria, taller, orquesta, etc.); se empobrece
un espacio de desarrollo que podría ser muy potente. Para la construcción de contenidos
escolares, pero también la de tramas de sentido que constituyan a los sujetos como parte de
una comunidad que los aloja y reconoce. ¿Cómo avanzar hacia la construcción de culturas
escolares inclusivas (Valdez, 2011)?
Entender al desarrollo humano como un proceso que va “a remolque del aprendizaje”
(Vygotsky, op. cit.) implica invertir la ecuación: ya no se trata de lo que los sujetos “traen”
sino de lo que la situación educativa les permite construir, tanto en términos de
conocimientos como de subjetividad (Aizencang y Bendersky, 2013). En la experiencia
relatada las subjetividades que se constituyen y transforman no son sólo las de los alumnos.
También las de los docentes: pasan de la tradicional “impotencia” de “no saber qué hacer”
con “los casos” a la agencia de diseñar situaciones de aprendizaje transformadoras con sus
alumnos. Del miedo solitario a “qué hacer cuando cuenten lo que les preocupa” a la
búsqueda colectiva de cómo construir conocimientos y cambios a partir de las
preocupaciones. De la enseñanza de contenidos descontextualizados a la contextualización
de los contenidos. No se trata solamente de un cambio de posición subjetiva. En el cambio
de participación que se propone se vislumbran nuevos conocimientos (saber y saberhacer)
construidos colectivamente, en forma situada y plena de sentido. También cambia el tipo de
desarrollo cognitivo que la actividad escolar tracciona: comprensión de otras lógicas y
negociación entre ellas y la propia; desarrollo de estrategias para colaborar con otros con un
objetivo común coconstruido y negociado; construcción de argumentos para sostener un
punto de vista; jerarquización y coordinación de temáticas, estrategias y esfuerzos; empatía
y capacidad de escucha, etc.
Bárbara Rogoff (1997) a naliza al aprendizaje y desarrollo humanos en términos de procesos
de participación, planteando para su análisis tres planos de la actividad sociocultural que
están entrelazados y se implican mutuamente: el aprendizaje (apprenticeship, en el inglés
original), la participación guiada y la apropiación participativa. Señala: “la construcción mutua
de los procesos personales, interpersonales y culturales, dándose el desarrollo en todos los
planos de la actividad sociocultural” (p. 123).
El plano del aprendizaje (apprenticeship) enfoca la participación en una comunidad de
prácticas, como puede ser el aula. Supone manejarse en el marco de determinadas reglas,
modos de uso de artefactos mediadores, posiciones subjetivas, división del poder, metas.
Aquí nos preguntamos cómo se organiza el aula, quiénes tienen la palabra, qué saberes son
aceptados y habilitados, qué lugar se atribuye al error, a las manifestaciones espontáneas de
cada sujeto… Es relevante la pregunta por el sentido de la actividad: ¿Las metas son
coconstruidas o impuestas? ¿Explícitas o implícitas? Recordemos la preocupación del
maestro de segundo por la escritura con sentido … Posiblemente surgía de constatar que el
“sentido escolar” tradicional (¿aprobar la evaluación?) no era eficaz para generar
aprendizajes… Este plano permite comprender que todas las propuestas de actividad
ofrecen un tipo de participación determinado, que incide en lo que se aprende.
El plano de la participación guiada alude a la intersubjetividad: en qué forma se establecen
situaciones de interacción entre sujetos. En la experiencia, el tránsito de la escritura
individual a la escritura colectiva (mediante el dictado al maestro, la realización de afiches
grupales) habilita la posibilidad de crear (entre docente y alumnos y entre pares) zonas de
desarrollo próximo, andamiaje, traspaso del control de la tarea a los aprendices… Notemos
no solamente la construcción del contenido “lectoescritura”, sino también la de subjetividad:
los alumnos pasan de ser más o menos pasivos a activos protagonistas de su aprendizaje.
Se recupera la gran potencialidad de la situación grupal como motor de desarrollo. Se trata
de un factor generador de inclusión, desaprovechado en las prácticas escolares
tradicionales.
El plano de la apropiación participativa alude a los procesos a través de los cuales el sujeto
transforma y construye su propio psiquismo (afectividad, cognición, etc.) en función de su
participación. Aquí se ubica el plano individual tradicionalmente mirado en la escuela… pero
dicha individualidad no puede ser escindida de la situación en la que se constituye. Mirado
así, un test psicométrico o una entrevista individual con el niño o su familia poco pueden
decirnos de su aprendizaje escolar. Es su participación situada en el aula lo que
necesitamos comprender. ¿Qué tipo de participación les proponen las situaciones
educativas? ¿Son potenciadoras de los procesos de apropiación? ¿Facilitan la puesta en
juego de conocimientos previos, dándoles la palabra y generando situaciones fecundas de
interacción o funcionan como obstáculo para que esta se produzca?
La actividad humana constituye un entramado en el que están distribuidos y entretejidos el
aprendizaje, la construcción subjetiva, la construcción colectiva de la cultura y de la historia.
Desde esta tradición psicológica, el conocimiento y la cognición se encuentran distribuidos
entre las mentes, los artefactos mediadores, las reglas y modos de organización de la tarea,
las metas (Cole y Engeström, 2001)
EN CLAVE DE PARTICIPACIÓN: LO EDUCATIVO COMO TERRENO POLÍTICO
“Por mi parte no tengo duda de que la confrontación no es pedagógica sino política (…)
La educación es una práctica eminentemente política” (Freire, 2003 p.68)
Retomando la experiencia descrita, vemos que la escuela propuso un espacio de
participación protagónica con el objetivo de que los niños/as pudieran construir herramientas
que les permitieran apropiarse de los contenidos escolares de manera significativa, y que
pudieran disponer de ellos como recursos para poder pensar y producir algo propio, original
para su barrio. Se reconocía que esto es posible en el marco de un colectivo, del cual cada
uno/a es parte esencial. Se apuntaba a que los chicos/as fueran protagonistas, interpelando
la pasividad y la preocupación por los episodios de violencia, buscando la novedad en una
instancia donde aprender les permitiera saberse constructores de un proyecto de vida que no
les estaba predestinado. Entendiendo que a mayor pasividad se aleja la posibilidad de
transformar la realidad, poder participar se planteaba tan necesario como poder leer y
escribir.
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Según Paulo Freire (1970) cuanto más se plantea la realidad como un “puro dado” tanto más
se domestica, porque se enseña que no es posible la transformación y que estamos
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predeterminados. Al hablar de “domesticación” se refiere a una educación “bancarizada” ,
donde se reproducen las estructuras de dominación social. Nos preguntamos por cómo
experiencias donde la palabra circula (Plaza, 2012), resultan liberadoras y por lo tanto
eminentemente políticas:
“Me refiero a que la lectura del mundo precede siempre a la lectura de la
palabra y la lectura de ésta implica la continuidad de la lectura de aquél. (...),
este movimiento del mundo a la palabra y de la palabra al mundo está siempre
presente. Movimiento en que la palabra dicha fluye del mundo mismo a través de
la lectura que de él hacemos. De alguna manera, sin embargo, podemos ir más
lejos y decir que la lectura de la palabra no es sólo precedida por la lectura del
mundo sino por cierta forma de “escribirlo” o de “rescribirlo”, es decir de
transformarlo a través de nuestra práctica consciente. “ (Freire 1984 p.105)
La educación como hecho político ubica a los sujetos como portadores de derechos y como
protagonistas de su propia historia. Al habilitar un espacio de intercambio y participación que
tuvo como punto de partida los intereses y las preocupaciones de los chicos/as, se buscó
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Cátedra Paulo Freire ITESO, 2000
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Paulo Freire (1970) hace una crítica a la educación brasileña, identíficándola con un modelo
bancarizado y propone como alternativa la educación liberadora.
abordar con ellos el análisis de la realidad a fin de desnaturalizarla, problematizarla y
construir colectivamente propuestas creativas. Se consolidan de este modo la autonomía y
el protagonismo en los chicos/as, a partir de la toma de conciencia de las dificultades y del
desarrollo de las capacidades para superarlas. Mediante los intercambios que surgían en
cada grupo al compartir los dibujos, se iban exponiendo ideas, problemas, miedos, y a la vez
se valoraban los recursos del propio barrio. Lo que acontece en estas instancias puede ser
pensado como una práctica que contribuye a la construcción de identidad, de ciudadanía, de
conocimiento, de ejercicio y toma de conciencia de sus propios derechos. Esto puede
relacionarse con el carácter distribuido de la cognición humana.
SaberPoderParticipación: ¿Tensiones o bisagras? ¿Voces solas o sinfonías?
La experiencia que presentamos tuvo lugar gracias a “un grupo de maestros y maestras que
desde el lugar de investigadores lograron crear condiciones de enunciación que habilitaron la
palabra de chicos y chicas. No como portavoces de lo instituido, de un conjunto de normas
retóricas sobre la educación, sino de una intervención en el campo de la subjetividad”
(Duschatzky y Corea, 2002; p. 12). Pensar a los docentes en una posición de
“investigadores”, interrogándose por sus propias prácticas, por cómo potenciar el aprendizaje
de sus alumnos; es pensarlos como productores de conocimientos que surgen a partir de
prácticas novedosas que se intentan en medio de la queja y la rutina escolar. Poder
planificar, llevar adelante, evaluar y sistematizar junto con ellos este tipo de proyectos,
resulta un desafío que apuesta a construir otro modelo de intervención y participación
posible. Desde un modelo educativo “en clave de participación” (Chardón, 2000; Sirvent,
1994) l a forma de construir participando y habilitando a participar tendrá que ver con cómo
éstos docentes construyen su propio hacer, cómo transitan los espacios de capacitación en
servicio, las jornadas institucionales, las asambleas, etc. y cómo estos espacios colectivos
les permiten volver a mirar con otros la propia práctica, interpelarla y discutir sobre ella.
Entendemos a la participación como un proceso inherente a la subjetividad humana, que se
desarrolla lo largo de toda la vida en diferentes contextos, que proponen tipos de
participación diversos. Las formas de participación que proponen las situaciones educativas
son la clave para comprender cómo se organizan los procesos de aprendizaje… y, en el
mismo acto, qué forma de participación se busca que los sujetos aprendan, produzcan o
reproduzcan. Esto hace al aprendizaje de la ciudadanía, pues la participación es un derecho
de todos los ciudadanos, incluidos los niños/as y adolescentes (Ley 26061, 2005).
Sirvent (1994) propone diferenciar entre la participación real y la participación simbólica. La
participación real implica incidir colectiva y efectivamente en las decisiones que afectan a la
vida cotidiana de los sujetos, analizar problemas, articular demandas, proponer, planificar,
implementar y evaluar soluciones. ¿Es posible en el contexto escolar? Como contracara, la
participación simbólica refiere a acciones a través de las cuales no se ejerce influencia
alguna, sino que resulta ilusoria y ficticia: si bien los destinatarios son convocados a
“participar”, generalmente esto quiere decir solamente dar su opinión o sumarse a proyectos
prefijados y no se los habilita a tomar parte en las decisiones.
En la participación real pueden diferenciarse tres niveles: el nivel de información, el nivel de
opinión, y el nivel de toma de decisiones. Al pensarlos como un proceso de construcción,
diferentes serían las acciones pedagógicas a realizarse. Esta distinción evidencia el
sinsentido de aquellos espacios donde se brindan mecanismos de participación que no
conducen a nada, donde las decisiones ya están tomadas de antemano y aquello sobre lo
cual se permite opinar no resulta significativo para la actividad en curso.
¿Dónde, cómo y con quién/es aprendemos a participar? ¿Qué forma de participación es
posible aprender en el contexto escolar? ¿Qué operaciones implica? Los objetivos
fundacionales de disciplinar, vigilar, y moldear la conducta de los niños (Pineau, 2001;
Lewkowicz, 2004; Foucault 1989; Deleuze, 1991) siguen estando presentes en las
escuelas, y se asocian directamente a la participación simbólica, a los intentos fallidos en
los cuales se corre el riesgo de llevar a cabo sólo un simulacro. En definitiva ¿la escuela
genera dominación o ciudadanía democrática? ¿En qué medida los formatos escolares
contribuyen o no a que los alumnos puedan constituirse como ciudadanos que conocen y
ejercen sus derechos?
Abrir espacios de participación dentro de la escuela, y aún más en contextos vulnerables,
genera resistencias y temores por no poder controlar aquello que pueda surgir.
Concebir en la escuela un espacio de participación y aprendizaje para los niños/as y los
adultos de un barrio vulnerable, implica un compromiso de que dicha participación genere
cambios y novedades. La participación real avanza hacia la toma de decisiones
responsables por parte de todos los actores involucrados. La participación es entonces, en
primera medida, un aprendizaje y una decisión institucional que permite que a medida que
los sujetos van tomando conciencia de sus propios aprendizajes, se organicen y tomen
conciencia de los recursos que tienen para generar una transformación posible.
En el plano político, entendido como construcción de lo que nos es común (Diker, 2008),
vemos cómo la inclusión educativa real, que involucra aprendizajes genuinos y con sentido,
supone inclusión social, en términos de incluirnos como ciudadanos de pleno derecho en la
sociedad que habitamos y que nos habita .
TRAMANDO SINFONÍAS… ALGUNAS PALABRAS SOBRE LAS INTERVENCIONES
PSICOEDUCATIVAS
Retomando la especificidad del aprendizaje humano, así como el carácter político de la
educación, advertimos que las intervenciones psicoeducativas lejos de ser ingenuas;
justamente surgen en este entramado, a pesar de que pueda quedar invisibilizado cuando los
formatos tradicionales se imponen.
En algunos casos con varias repitencias previas y en otros, aún a pesar de la promoción de
grado, son numerosos los chicos/as que transitan la escuela sin lograr disponer en la vida
diaria de los contenidos aprendidos en la escuela, dotarlos de sentido, y abordar con
autonomía sus tareas (Plaza, 2012). Particularmente en contextos de vulnerabilidad, l os
aprendizajes escolares difieren de otros aprendizajes de la vida cotidiana. Sin embargo, a
menudo los conocimientos previos quedan afuera de las aulas, a pesar de que en ellos se
despliegan múltiples estrategias de cálculo, lectura y escritura (Carraher, Carraher y
Schliemann, 1998). Se trata de prácticas que, al cortar los lazos del de los conocimientos
con otros contextos donde cobran significación y perder el carácter social de contenidos
como la lectoescritura (Ferreiro, 1987, 2001), vacían de sentido el aprendizaje y contribuyen
a construir las “dificultades” que luego son atribuidas a los alumnos. Se los sigue ubicando
así en el lugar de “destinatarios”, “deficitarios”, “carentes”. La exclusión escolar no puede
despegarse de la exclusión social. Kurlat y Perelman (2013) dan cuenta del complejo
entramado que producen las marcas de exclusión y las marcas de enseñanza impactando
negativamente en la imagen de sí mismos y de sus posibilidades de aprender:
Niños, jóvenes y adultos, todos son ciudadanos de la cultura escrita que
saben que la lectura y la escritura son prácticas que se ejercen con múltiples
propósitos en los diversos ámbitos de la vida social. Sin embargo, en las aulas
no suelen aparecer su voz ni su modo de producir e interpretar el mundo escrito.
Al desconocer sus saberes, la escuela, sin ser consciente de ello y sin
proponérselo, convalida la dominación en otros espacios, la historia de exclusión
(p. 64 ) .
Al pensar las intervenciones psicoeducativas desde este marco nos preguntamos: ¿Hay
algo que se modifica cuando se proponen procesos participativos? Promover desde las
intervenciones psicoeducativas la participación como derecho, como construcción, como
aprendizaje; es dar lugar a la diferencia. Implica reconocer que los sujetos pueden, dicen,
saben. En la experiencia que presentamos se intentó alojar las preocupaciones de los
sujetos, su diversidad, proponer encuentros e intercambios en diferentes niveles y redefinir
los contenidos como herramientas potentes de las que apropiarse para la transformación
social. Se generaron formatos pedagógicos atentos a las formas específicamente humanas
de aprendizaje, en tanto habilitaban la participación y los procesos de construcción de
conocimientos en forma contextualizada. Los docentes advirtieron que la violencia no podía
ser pensada como problemática individual, sino que atravesaba la cotidianeidad barrial y era
pasible de decirse, pensarse, abordarse entre todos.
Se construyó colectivamente el pasaje de una unidad de análisis individual, patologizadora
de las diferencias y reproductora de mecanismos de exclusión; a la actividad como unidad
de análisis, interpelando los formatos escolares y sus posibilidades de educabilidad. Para
generar inclusión educativa real (no solamente asistencia de los alumnos, sino también
alojamiento subjetivo y aprendizaje), particularmente en contextos de vulnerabilidad, las
intervenciones psicoeducativas necesitan ser pensadas desde esta segunda unidad de
análisis (Aizencang y Bendersky, 2013).
Las prácticas educativas, tanto pedagógicas como psicoeducativas, pueden habilitar o
inhibir, dar permiso o negarlo, alojar o expulsar… ¿Qué posibilidades abren? ¿Cuáles
cierran? ¿Qué producen?
En una realidad donde la urgencia es sobrevivir con muy pocos recursos, la organización
comunitaria produce transformación. ¿Puede esto ser parte del aprendizaje de niños,
adolescentes y adultos en la escuela? ¿Mediante qué tipo de propuestas? Ser escuchados,
opinar, votar, organizarse y protagonizar tareas habilita la construcción de una “comunidad de
aprendizaje” (Torres, 2001; Elichiry, 2004) donde se construyen vínculos con pares de
diferentes edades, y también con los adultos que comparten experiencias cotidianas en el
barrio. Estos procedimientos se vuelven herramientas que construyen un verdadero proceso
participativo, donde los destinatarios van asumiendo el protagonismo de su aprendizaje a
medida que construyen un sentido compartido en la transformación de su realidad. Es esta la
trama de la inclusión en la cual al participar activamente como constructores de su propio
pensamiento, los sujetos se corren del lugar de tábula rasa y pasan a ser protagonistas,
autores y creadores de sus propias palabras.
EN CLAVE DE PARTICIPACIÓN… ALTERNATIVAS PARA SEGUIR RECANTANDO EL
MUNDO
“Comprender lo social y su relación con lo educativo incluye contar con otras categorías de
análisis con las cuales aquello que se presenta como límite para la tarea de educar sea
problematizado para modificar el punto de vista” (Redondo, 2011. p. 22).
¿Cuáles son los límites que, en el imaginario cotidiano, se imponen a la tarea educativa en
contextos de vulnerabilidad? ¿El límite de las capacidades? ¿El miedo a alojar lo diverso?
¿La falta de tiempos para encontrarnos entre nosotros y con otros, ese tiempo que se roba la
permanente emergencia?
Problematizar los límites permite avanzar hacia procesos participativos que nos entramen.
Se trata de crear y recrear, en diferentes espacios (el aula, la sala de maestros, la escuela,
la comunidad, el barrio, etc.) el tránsito del solo a la sinfonía . Cuanto más amplia y fluida
sea la trama que logre tejer la escuela con otros contextos de aprendizaje de sus alumnos y
con otras organizaciones o instituciones que los alojan / asisten (comedores, apoyos
escolares, parroquias, talleres, circo, orquestas, teatro, murgas, espacios deportivos, salitas,
consejo local, servicio de protección de derechos, etc.), mejores posibilidades de inclusión
construirá.
Los bordes, como límites que separan, comienzan a desdibujarse y el terreno educativo se
construye cotidianamente como un espacio común. Se teje así un entramado (Cazden,
2010) que aloja a los sujetos y genera inclusión real, permitiendo avanzar hacia el encuentro,
hacia la construcción de aprendizajes significativos y de sentidos compartidos.
Cuando una escuela busca pasar del “solo” a la “sinfonía”, alojando y habilitando las
particularidades que reviste el aprendizaje específicamente humano, entramándose con otros
para “recantar y redanzar el mundo”, levanta las barreras que históricamente han obturado el
derecho a aprender.
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