El Ladrón de Bicicletas
El Ladrón de Bicicletas
El Ladrón de Bicicletas
Cuentos originales
Autor:
Eva María Rodríguez
Edades:
A partir de 6 años
Valores:
astucia, arrepentimiento
En Villaverde el único medio de
transporte que se usaba era la bicicleta.
La circulación de coches, camiones y
furgonetas estaba limitada a un par de
horas por la mañana y otro par de horas
por la tarde para abastecer a los
comercios, salir o entrar de la ciudad y
cosas así. Solo las ambulancias tenían
permiso para circular a cualquier hora
por Villaverde.
En todas las calles había al menos un aparcamiento para bicicletas, normalmente ubicado
donde antes había un parking para vehículos a motor. Allí la gente dejaba sus bicicletas
atadas con un candado.
Todo iba viento en popa en Villaverde hasta que un día empezaron a desaparecer bicicletas
de los aparcamientos. La gente estaba preocupada. La mayoría de las bicicletas aparecían
días después, tiradas en algún sitio, aunque bastante deterioradas.
La policía patrullaba día y noche las calles, pero nunca daban con el ladrón. Cuando
llegaban ya era demasiado tarde. El ladrón conseguía abrir los candados o romper las
cadenas y se llevaba las bicicletas. Y como todo el mundo iba en bici, entre tantos ciclistas
era muy difícil saber quién era el ladrón.
Como la policía no conseguía dar con el ladrón, unos cuantos niños de Villaverde
decidieron buscar al malhechor por su cuenta. Martín, al que el ladrón le había robado ya
tres bicis, tomó la palabra.
-Porque es algo… esto... no es algo legal -dijo Martín-. Si nos pillan se nos cae el pelo.
-El ladrón no actúa de noche -dijo Carlos-. Su camuflaje no funciona. Él se agacha para
soltar los candados como lo haría cualquiera para soltar su bici. Por eso no le pillan nunca.
Y si no actúa de noche es porque hay pocas bicis y poca gente circulando en bicicleta. Mi
plan consiste en colocar pequeños pinchos en todos los aparcamientos de bicicletas de la
ciudad durante la noche. Así ninguna bicicleta podrá salir de los aparcamientos.
-Pero, ¿cómo evitaremos a los policías que patrullan la ciudad? -preguntó una niña.
-Haremos grupos de vigilancia -dijo Carlos-. Si los vigías cumplen bien su cometido será
muy fácil colocar los pinchos.
-Hasta ahí todo perfecto, Carlos, pero eso solo evitará el robo de bicicletas -dijo la misma
niña-. ¿Cómo nos ayuda tu plan a capturar al ladrón?
-Solo el ladrón se quedará tranquilo tras comprobar el pinchazo e intentará sacar más de
una bicicleta -dijo Carlos-. Los demás se pondrán furiosos y saldrán en busca de ayuda.
A todos les pareció bien la idea. Se repartieron las tareas para vigilar y colocar pinchos y se
asignaron las zonas que tendrían que atender al día siguiente.
Al final resultó que el ladrón era el dueño de la gasolinera, que había visto cómo su negocio
se venía abajo debido a que apenas tenía clientes a cuenta del uso masivo de bicicletas.
Como castigo, el juez le obligó a reparar todas las bicicletas que había estropeado, incluidas
las que se habían pinchado para atraparlo. Y como había estropeado cientos de bicicletas el
hombre aprendió tanto que, cuando acabó de reparar el daño cometido, decidió abrir un
taller de reparación de bicicletas junto a la gasolinera. Y así el hombre pudo ganarse
honradamente la vida, sin molestar a nadie y ofreciendo un servicio útil a la comunidad.