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Ocho poetisas bolivianas en Brasilia

Kori Yaane Bolivia Carrasco Dorado


Presidência da República

En un primer momento me animo a abrir la ventana para que el aire pueda en-
trar y permita respirar un poco a la literatura boliviana, para luego abrir también la
puerta y permitir a ocho poetisas una breve visita a este recinto.

La literatura boliviana prácticamente no se conoce fuera de las fronteras del


país, el cual suele ser centro de atención por otros motivos, pero no por su cultura,
pero quiero subrayar que Bolivia tiene una cultura que vale la pena intentar conocer.
No digo ya una cultura milenaria, pues esa ya se conoce un poco (principalmente
la que forma parte de la civilización incaica, aunque va mucho más allá), sino la
cultura literaria contemporánea.

Es, ciertamente, un país poco desarrollado economicamente pero, como decía


mi ex profesor de literatura de la Universidad Mayor de San Andrés, el poeta y dra-
maturgo Julio de la Vega, es un país «que siempre se preció de ser depositario de
una cultura ancestral y de adherirse a una europea de tarde, [...] pero de los mejo-
res resultados en el Romanticismo y de una proyección de dentro hacia afuera –no
ya una recogida de fuera hacia dentro– en el caso del modernismo, a través de su
puntal Ricardo Jaimes Freire». (Vega, 1983:01).

Algunos literatos recogen en sus estudios y antologías a algún que otro escritor
boliviano. Creo que eso se debe a la poca o ninguna difusión que tiene la literatura
boliviana. Hay cosas más importantes que la cultura de los pueblos, ¿verdad?

Pero Bolivia no es ajena a lo que pasa en el mundo, tanto en el pensamiento que


revoluciona la poesía, como en la evolución de la propia realidad de los pueblos,
histórica, geográfica y políticamente.

La palabra poética viene desde lo más hondo del sentir. Es un testimonio de la


época del poeta y es también un testimonio de su propio yo. Es un grito que se ele-
va desde el paisaje interior pasando por la naturaleza hasta llegar a lo social, más
real incluso que la propia realidad. Por eso, lo aparentemente alógico a veces se
torna ideológico y se transforma en los grandes temas de la poesía boliviana. Hay
un mayor movimiento en las imágenes y una música surgida de lo evocativo, por-
que lo artístico no solo está en el espectáculo de las frases que crean el lenguaje,
sino también en una cadencia rítmica. Los sueños se transforman en realidad, en
una actitud ideológica verdadera. Este proceso predispone al lector a la adhesión y
le permite participar como nunca al lado del poeta, porque lo siente su intérprete.

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Hay grandes poetas politonales entre los que destaca Pedro Shimose, ganador
de premios nacionales e internacionales, como el Premio Casa de las Américas,
cuya poesía está lejos de los registros puramente líricos, subjetivos, abstraídos de
un contexto histórico­social determinado. Forma parte de la vanguardia que confie-
re a la poesía una función tanto íntima como inmediatamente ligada a la realidad
nacional y continental.

Pero no estoy aquí más que para hablar de ocho poetisas, aunque hay muchas
excelentes y que merecerían ser también difundidas.

La voz femenina se alzó, polémica, en Bolivia con la poesía de Adela Zamudio,


nacida el 11 de octubre de 1854 y fallecida en 1928. Esta maestra de profesión
fundó la primera escuela laica del país y fue condecorada por el gobierno de la
Nación, habiendo fundado también la primera escuela de pintura para señoritas
bajo el pseudónimo de Soledad. Como poetisa, llegó a escandalizar por la crítica
incluida en sus obras. Su poesía fluida y de correcta versificación tenía por temas la
vida, la naturaleza y la preocupación filosófica. Como miembro del romanticismo
literario, fue observadora del alma humana, reflejando en sus cuentos el ambiente
de su época y denunciando la injusticia social y económica, con sutileza y fina iro-
nía. Luchó por la emancipación social e intelectual de la mujer con un alto sentido
cristiano, lo que no impidió una célebre polémica nacional entre las autoridades
eclesiásticas y casi todos los escritores importantes que se solidarizaron con la
poetisa. Entre sus obras se cuentan Ensayos poéticos, Buenos Aires 1887, Íntimas,
Peregrinando, Ráfagas, Paris 1914 y Cuentos Breves. Como ejemplo de su poesía
veremos dos poemas que, en mi opinión, fueron los más polémicos. El primero,
«Nacer hombre», hoy en algunos países sigue siendo una realidad; el segundo,
«Quo Vadis», resulta ser más actual que nunca.
Nacer hombre

¡Cuánto trabajo ella pasa


Por corregir la torpeza
De su esposo, y en la casa!
(Permitidme que me asombre).
Tan inepto como fatuo,
Sigue él siendo la cabeza,
¡Porque es hombre!
Si algunos versos escribe,
De alguno esos versos son,
Que ella solo los suscribe.
(Permitidme que me asombre).
Si ese alguno no es poeta,
¿Por qué tal suposición?
­¡Porque es hombre!
Una mujer superior
En elecciones no vota,
Y vota el pillo peor.
(Permitidme que me asombre).
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Con tal que aprenda a firmar
Puede votar un idiota,
¡Porque es hombre!
Él se abate y bebe o juega.
En un revés de la suerte:
Ella sufre, lucha y ruega.
(Permitidme que me asombre).
Que a ella se llame el «ser débil»
Y a él se le llame el «ser fuerte».
¡Porque es hombre!
Ella debe perdonar
Siéndole su esposo infiel;
Pero él se puede vengar.
(Permitidme que me asombre).
En un caso semejante
Hasta puede matar él,
¡Porque es hombre!
¡Oh, mortal privilegiado,
Que de perfecto y cabal
Gozas seguro renombre!
En todo caso, para esto,
Te ha bastado
Nacer hombre.

¿Quo vadis?

Sola, en el ancho páramo del mundo,


Sola con mi dolor,
En su confín, con estupor profundo
Miro alzarse un celeste resplandor.
¡Es Él! Aparición deslumbradora
De blanca y dulce faz,
Que avanza, con la diestra protectora
En actitud de bendición y paz.
Inclino ante Él mi rostro dolorido
Temblando de ternura y de temor,
Y exclamo con acento conmovido:
¿A dónde vas, Señor?
A Roma en que tus mártires supieron
En horribles suplicios perecer
Es hoy lo que los césares quisieron:
Emporio de elegancia y de placer.
Allí está Pedro. El pescador que un día
Predicó la pobreza y la humildad,
Cubierto de lujosa pedrería
Ostenta su poder y majestad.
Feroz imitador de los paganos
El Santo Inquisidor
Ha quemado en tu nombre a sus hermanos...
¿A dónde vas, Señor?
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Allá en tus templos donde el culto impera
¿Qué hay en el fondo? O lucro o vanidad.
¡Cuán pocos son los que con fe sincera
Te adoran en espíritu y verdad!
El mundo con tu sangre redimido,
Veinte siglos después de tu pasión,
Es hoy más infeliz, más pervertido,
Más pagano que en el tiempo de Nerón.
Ante el altar de la Deidad impura,
Huérfana de ideal, la juventud
Contra el amor del alma se conjura
Proclamando el placer como virtud.
Las antiguas barbaries que subsisten,
Solo cambian de nombre con la edad;
La esclavitud y aun el tormento existen
Y es mentira grosera la igualdad.
¡Siempre en la lucha oprimidos y opresores!
Se arman para el asalto y la traición,
Y alza triunfante el monstruo de la guerra
Su bandera de espanto y confusión.
Ciega, fatal, la humanidad se abisma
En los antros del vicio y del error.
Y duda, horrorizada de sí misma...
¿A dónde vas, Señor?

María Quiroga Vargas, nacida el 20 de febrero de 1898 y fallecida a los 83


años, fue alumna de la anterior, siguiendo también sus pasos en el magisterio.
Romántica, su poesía introspectiva no deja de tocar los temas universales como la
soledad, el dolor, la melancolía, la naturaleza vista, observada y sentida, así como
la realidad del ser humano que busca el vivir diario en la patria boliviana. Publicó
en vida Transverberación y Véspero. Cantos en mi valle de lágrimas, 1973. Como
ejemplo de esta autora, veremos dos de sus poemas: «Piltrafa tuber» y «Amor», de
su libro póstumo En esta casa vivía, una antología poética que se puede adquirir
en Brasilia.

Piltrafa tuber

Eres corazón deshilvanado


en la angustia sin fondo de tu pecho.
Sonajeras de viento tus pulmones
racimos de tubérculos mineros.
Minero de oscuras catacumbas
no ves en tu ignorancia desvalida
una tragedia hórrida que espanta.
Mejor no ver, mejor no sentir nada
de las hondas y míseras cavernas.
Bacilos corroyendo los rosados pulmones
tornándolos oscuros, tumefactos.
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Turbias guturaciones, toses broncas
que hasta en los huesos repercuten.
Esputos bermellones,
pómulos ocres y mejillas cóncavas.
No quiero saber nada...
y sin embargo me obsesionas
con tus miradas de hondos cataclismos.
Rocas, metales tatuadores
de piel cetrina y de mirar profundo.
El enigma te asusta y sobrecoge
piltrafa turber... miras para adentro.
A la luz indecisa de carburo
te contemplas tú mismo horrorizado.
Piel pegada a los huesos carcomidos.
Copagira, alucinante copagira
espolvoreando el aire brillas, brillas.
Estremece la muerte. Sobrecoge.
Hacen carreras el calor y el frío
y hay algo tumefacto dentro del cuerpo
y caminos roedores de cinismo.

Ardor de calenturas,
en todo el cuerpo cunden los bacilos.
Llamaradas de odio, brasas de rencores
hasta que venga el impetuoso río
de sal amarga que te bañe el cuerpo
y te arranque cárdenos pedazos
y rosas rojas y carbones negros.

La muerte atrincherada entre las sombras


se escurre por los huecos y recodos.
¡Accidente! ¡Imprevisto!
Andarivel, rompiendo los estribos
de enloquecida bestia
perfora el vientre de la mina.
Socavón decorada catacumba
de piltrafas de carne amoratada,
rocallosas entrañas se deslizan
torpes e hirientes,
lluvia de amapolas sangrientas
que amortaja los cuerpos inocentes.
Retumbar de las voces
multiplicadas en las cavidades,
cada vez más lejanas, contorsionadas
rotas, traidoras y profundas.

En un son de cadenas van las almas


y se infiltran las almas de copagira
y poco a poco reduce los hercúleos músculos
hasta tornarlos en extraños seres.
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Entran en las cavernas estatuas de bruñido bronce,
invulnerables parecieran
y en ese subterráneo rocalloso se agotan
en sudores. Fríos sudores
que la muerte traen.

Y la mina reduce hasta el cerebro


con el eco mil veces repetido,
lúgubre, sin igual de los mineros
acallados por trágicos derrumbes.

Afuera el día. El impasible cielo


y en la mina la insobornable noche.
El ojo lúgubre de la cueva
sobre su ojera oscura en la montaña
petrificadas lágrimas derrama.

Amor

Mézclate con la tierra, entrégate al gusano


que te absorban las plantas y te hagan florecer
que te transformes íntegro en su solo momento
ya que todo momento vive en la eternidad.
Ríete de la carne pues la carne te duele
te limita la forma, te tortura el dolor
brillarás en la estrella, te apagará la sombra
y serás todo y nada... ¿Qué más quieres amor?

Alcira Cardona Torrico nace en el año 1926 y muere con poco más de 70 años.
Aún adolescente, ya ganaba los juegos florales de su ciudad natal, Oruro, cono-
cida como la ciudad minera y capital del folclore. De ahí en adelante, sigue su
camino dentro de la poesía.
Una poesía fuerte, vigorosa, que venía desde lo más profundo de su sentimien-
to mostrando la crisis y el conflicto humano. Ella llamaba las cosas por su nombre,
sin importarle la perfección formal ni el detalle poético. Ella era sencillamente
clara, definitiva. Sus poesías son la sustancia del mundo cotidiano. Entre sus obras
están los libros Carcajada de estaño, de 1949, Rayo y simiente, de 1961 y Tor-
menta en el Ande, de 1967. Como ejemplos de su poesía, veremos «Carcajada de
Estaño» y «Rosas», publicadas en el libro segundo.
Carcajada de estaño
Nadie más que yo, ha de reirse
babeándote mi olor sobre la cara,
mascándote los huesos, los labios y los ojos.

Enovillé tu fuerza en la media pulgada


de tu descuido indio;
¡Pedro Marca!...
arrúgate ahora corazón de coca
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y hiérete los pies hasta la cara.

Cinco pelos de barba tenías al llegar,


te trajo el no saber de nada
y empezaste a golpear con ojos ciegos
el fuego de mi entraña.

Yo te di la ubre negra de mi estaño


para sacarte arriba la canalla
desnudándote el hambre,
y hoy está canosa ya tu alma…

¡Te he tullido la risa,


Pedro Marca!

Ahora, bebe el sabor de copajira


y sacude tu sangre congelada,
que te guíe el carburo pestilente
hasta encontrar tu nada.
Molienda, gira y regírale el complejo,
escupe ingenio, ácido, hipnótico humo, agua,
que tiemble la concentradora de sus huesos
hasta que de su llanto surja mi mañana.

Ardan sus sesos en el horno rojo,


y agiganten mi duelo...
¡Pedro Marca!
De montaña me has hecho otra montaña,
e igual dentro la mina, que en la ciudad que habites,
¡he de aplastarte con esta carcajada!

Rosas

De tu dolor no culpes a las rosas.


Su existencia
es tan breve,
que jamás quedarán para el acíbar;
lo que después nos hiere,
es la pena
de haberlas poseído
y no tenerlas.

Mireya Urquidi de Koopman es profesora y poetisa, nacida en Cochabamba,


pero reside en Estados Unidos desde 1950. Galardonada en certámenes de dicho
país, es más conocida allí que en Bolivia, aunque figura tanto en antologías de
Estados Unidos como de su ciudad natal. Al leer sus poemas podemos sentir la
identidad con el mundo, quizá comparado con el recuerdo plácido, el sueño dis-
tante de la tierra que la vio nacer. La palabra viene sencilla y clara ante los duelos
del mundo y sus paisajes son tierras distantes, altas montañas. Como ejemplos,
escogeremos dos poemas publicados en la Antología 2 de los poetas de Cocha-
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bamba. El segundo poema fue ganador del Festival de Artes convocado con motivo
de celebración de los dos siglos de la ciudad de Jacksonville, Florida.
La Guerra que no debió ser

Lo hombres cortan en tiras


la vida de otros hombres...
Gritos de los heridos
se elevan a los cielos
sin derretir las máquinas
de muerte.
Muchos hombres y mujeres
no amarán ni llorarán
otra: otra vez.
Lo indecible deja imágenes preñadas
de cuerpos calcinados,
de niños y de madres
en nuestra conciencia.
Distante
el polvo de la arena
envuelve el paso de camellos
ignorantes del drama.
La vida está perdida
en una nube oscura
con los olores punzantes de la muerte
sobre un río que fluye
oro negro y sangre,
sangre roja, oro negro...
Y aún colgamos cintas amarillas
al viento pasajero.

Duendes / llamas de los Andes

Sobre la cima de la montaña


una llama cincela
al cielo helado
el dios ancestral
de los Incas
bendice la tierra
con su mano cálida.
Distante...
el llamado de una quena india
filtra el aire frío.
Dos ojos almendrados
retratan un paisaje
translúcido
de las montañas garbosas y llamas
como duendes
danzando en una tierra
encantada de fantasmas.
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Velozmente
la llama corre con su pelo lanudo
soplado por el viento.
Al filo del remanso cristalino
duendes / llamas
dan vueltas
en una danza ritual
alrededor del sol.

Matilde Casazola Mendoza nace en la capital del país en 1943. Profesora de


música de profesión, escribe sus poemas líricos llenos de sugerencias y matices
nostálgicos, con los eternos motivos de la poesía universal como el amor, la sole-
dad, la tristeza, etc. Para sus composiciones musicales prefiere los ritmos del fol-
clore nacional. Entre sus obras destacan: Los ojos abiertos, de 1967, y Los cuerpos,
de 1976, entre otros. Como muestra, veremos los poemas de la primera parte de
su primer libro.

Se acabó todo.
Sin darte cuenta,
te has quedado vacía.
¡Ah copa de amor rota!

Soledad soledad
flores que fueron blancas
entre tus manos dejan
su dulzura extinguida.

¿Dónde fue su perfume?


¿Dónde huyó su blancura?

¡Soledad!...
aún quedas tu, infinita,
con los ojos abiertos
empapados de lluvia.

El horizonete está frío


el horizonte está yermo.
Igual que tú, corazón,
el horizonte está enfermo.

Oh amarillo de las cosas


que quieren ser y no pueden...
de los besos que se apagan
sin acariciar su frente.

Oh tristeza que se extiende


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por nuestras manos vacías,
desde aquel sueño marchito
de una aurora fugitiva.

Ay imposible color
que tiñe las cosas muertas,
del que se tiñe mi alma
empapada de tu ausencia.

Porque tú te has llenado de silencio,


y mis ojos se han quemado
esperando tu regreso.

Y no queda sino una inmensa


sombra amarilla.
Y los lirios no son ya
sino una barca de niebla
vagando perdida.

Y todo es inútil,
como si el amor no hubiera jamás existido,
y todo es doliente
como si el amor hubiera muerto para siempre.

Norah Zapata Prill, profesora de Literatura que reside en Suiza desde mediados
de los años 70, fue ganadora de algunos premios en la ciudad de La Paz en 1973 y
en 1974 y figura en la Antología de poesía hispanoamericana editada en Alemania
en los años 90.

Sus poemas demuestran un excelente manejo de imágenes. Su voz poética


tiene fuerza y altura y, al mismo tiempo, sabe hablar tiernamente. Su libro De las
estrellas y el silencio mereció el premio Franz Tamayo. Como muestra, basta el
poema final de «Bienvenido Lázaro», escrito en Lusanane (Suiza), que figura en la
Antología de los poetas de Cochabamba.
Bienvenido Lázaro

Yo era
solo
un punto perdido en el Universo
y mi sonrisa estuvo
siempre
detrás de una ventana que no era mi cabellera
hasta que un día
me atreví a reírme de mí misma
y brotó una fuente
hija de mi mortalidad de ritos celebrados en los gestos
y de la vergüenza de trazar líneas para atrapar el sol
ciego testigo
que jugó con mis rayos.
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Aquel día
abandoné mi forma de gusano
vestí mi sombra cepillé mis dientes
y caminé
con toda mi desnudez hambrienta de palabras.
Me dije
grita
me dije
pinta esas curvas terrestres de la pena humana
y dejé al viento la canción del hombre que interroga
al hombre
y así un día
mientras el llanto sobrepasaba mi corteza
me escuché repitiendo las mismas fórmulas
que inducen al sordo
a mirar todo sin desprender el cielo
y
pensé
¿soy solo esta aleación de huesos que espera la ceniza?
Me senté
me acurruqué
moví mi cabeza como el reptil lo hace para caminar
sobre

mismo
y sentí sobre mi piel el peligroso veneno
de
mi boca.
Decidí no hablar
pero las moscas volaron sobre mi apariencia
las moscas me incitaron a tocarme el absoluto
deseo
de absoluto
con mi cola inocente.
Fue así que descubrí que también mi cola no era
sino
una inevitable prolongación de mi cabeza
y dancé
como sabe hacerlo la estirpe de mi especie.
Enrosqué al mundo
levanté el telón de mi espantosa sed
repté
silenciosamente hasta la pista misma donde el hombre
juega sus cópulas
con
la nada
y mordí la hediondez que hace crecer
desnudos miserables
en
la tierra.
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Aplasté otros millares de reptiles con mi cola
copa del árbol del manzano
copa vacía de la higuera que la necesidad maldijo
en
el camino.
¿Qué estaba haciendo
en tanto
la Causa que nos metió en los ojos el enigma de ser
un dios
hecho de pedazos de apasionados
fríos?
Yo
Lázaro
con mi muerte incompleta y mi vida
refrantándome en el mar
donde el pulpo carece de salida
yo
Lázaro pulpo
masa gelatinosa del designio
bailarín que deja libres sus tentáculos
momia de carne que se mueve y muere
como el sueño que se
desliza
sin saber
si su sombra eterna
no me alejó de mi mano izquierda
donde la pira ardiente
resucita.
Pese al triángulo del ombligo
pasajero
de la hoguera
incierta que quema el ansia de habitarse
siempre
de la pena de ser apenas una miga de pan para el hambre
de desgarrar las sábanas donde el insomnio
suda
y hunde
su infinita paciencia de llorar
clavado.

Avanzo y hurgo
voraz
como el saltamontes
en el tubérculo
de
mis huesos.

No renuncio a escupir en los ojos de la muerte


el crepúsculo
azul
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que hay en la noche incendiada
de
mi cuerpo.

Blanca Wiethüchter, nacida en 1947, profesora de literatura en la misma Uni-


versidad donde estudió y autora de trabajos de crítica y de investigación literaria,
murió hace pocos años víctima de cáncer. Persona siempre presente en el queha-
cer cultural, explora en sus poemas la esencia de su ser, a veces demostrando una
tormenta interior. La palabra para ella, según Javier Sanjinés C., «es el fuego, la
llama que la obliga a indagar sobre el lugar que ella, poetisa y mujer, ocupa en el
mundo». Algunos de sus libros son: Asistir al tiempo, de 1975, Madera viva y árbol
difunto, de 1982, y Territorial, de 1983. El libro El rigor de la llama, de 1997, fue
dividido en seis «rigores» y el «reposo». De este libro, ponemos como ejemplo los
poemas número 3 del Cuarto y Quinto rigor.
3 (Cuarto rigor)

Palmo a palmo
tiento las paredes del día.
Obstinada
toco las murallas de la noche.
En alguna parte, en algún lugar
presiento el hueco negro
por el que con un salto
me deslizaré al otro lado,
al antiguo valle
a la tierra libre
horizonte poblado
de montañas como templos
de hombres andando
en las noches sagradas.
Ese hueco invisible
ese ojo negro que alumbra
el nombre de la vida
con el soplo de otro viento.

Aguzas el oído
la voz que te piensa y acompaña:
¡Quiero la vida
y que la muerte
no me muera!

3 (Quinto rigor)

Si en la eternidad
no eres sino un relámpago
un perdido pez en la gran noche
una melancólica araña en el diminuto día
¿cuál es la gratitud?
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–­me preguntó una sombra.
Me inclina el fuego– dije
el deseo de viaje y escalera
ascender al mar y descender al sol
para deslumbrar el alma
con razón sexual
y merecer morir
de la mano de la muerte.

Me inclina el fuego – dije


este paisaje que se alza
en alta estirpe de nieve
oculto de sí mismo
a mitad de sol
quieto en la marea de luz
reposado bajo las sombras
no de árbol
de nube
no de hoja
de cielo
a mitad de luna,
recogido
indiferente siempre al ojo conmovido
que mira mudo el silencio que lo mira.

El Altiplano no es el mar
la paja brava no es la espuma
pero me inclina
fervorosa
su replegada hermosura.

Kori Bolivia, nacida en 1949, profesora de español, de portugués y de sus lite-


raturas, nació en La Paz, pero reside en Brasilia desde mediados de los años 70.
Habiendo hecho poesía desde pequeña, publicó su primer libro en 1981, después
de que poemas suyos vieran la luz en periódicos de su ciudad natal. Ocupa la silla
37 de la «Academia de Letras do Brasil». Su poesía es lírica intimista, aunque no
olvida los problemas humanos y sociales de su país y del mundo. A veces su voz es
suave, casi un murmullo, otras se enronquece y casi grita para que la oiga el mun-
do. Figura en antologías poéticas y crónicas de Brasilia y de India y tiene cuatro
libros publicados, dos en La Paz y dos en Brasilia: Un grito Callado, de 1981, Espu-
ma de los días, de 1982, Poemas en cuatro tiempos, de 1994, y Despeinando sue-
ños, de 1996. Son de su segundo libro los poemas que mostramos como ejemplo.

Necesidad
Necesito llegar al surco de la espuma,
allí donde la roca duerme,
donde la ondulante agonía de la sangre
emite su canción invisible,
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allí donde la paloma no busca a las estrellas
y el hambre no crece con los niños.

Donde el remedio es paz,


sueño, y laberinto,
donde no hay más pulso
que la ternura frígida de las horas...

Necesito beber la espuma,


para no volar en llamaradas
de río cristalino
y en el fondo, quedar ahogada
en la sonrisa de tus labios
como protección a mis días.

Necesito caminar en la espuma,


para no llegar al cuerpo breve y vibrante de la muerte,
para verla y no acuchillar tu ausencia,
para deshacer la angustia del trigo
estacionada en la guerra sin destino,
para volver al Universo
cantando primaveras,
acariciando tus ojos
y sintiendo el latir de tus venas.

Contemplando el silencio

Sentada,
deshojando sueños
sintiendo el aroma que se detuvo en el cerebro.
Cuántas hojas yacen
despojadas de esperanza,
pisoteadas en el gris del tiempo.
Y estoy sentada,
con la mente cansada
contemplando el silencio.

De esta manera, llegamos al final, hora de cerrar la puerta y la ventana. El aire


ha entrado y los poemas de estas ocho poetisas han paseado por nuestros sentidos.
Espero que otros estudiosos de la poesía piensen en darse un paseo por la literatura
de Bolivia y descubran todo lo que ella aporta a la literatura universal. Así, con
respecto a la falta de crítica a la que se refería Leonardo García Pabón cuando
hablaba de la falta de aire dentro de la literatura boliviana, podemos afirmar ahora
que dicha falta se puede solucionar desde el exterior, de fuera para dentro.

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BIBLIOGRAFÍA

Libros

Bedregal, Y. (1991). Antología de la poesía Boliviana. La Paz: Ed. Los amigos del
libro.
Bolivia, K. (1982). Espuma de los días. La Paz: Editorial del Estado.
Cardona, A. T. (1961). Rayo y simiente. La Paz: Editorial gráfica E. Burillo.
Casazola, M. M. (1967). Los ojos abiertos. La Paz: Imprenta de la Universidad
Mayor de San Andrés.
Quiroga, V. M. (2005). En esta casa vivía – Antología poética. Brasilia: Gráfica
Gutenberg.
Unión Nacional de Poetas y Escritores (1992). Antología poética 2. Cochabam-
ba: Colorgraf Rodríguez.
Wiethüchter, B. (1994). El rigor de la llama. Cochabamba: Ediciones Centro
Pedagógico y Cultural «Simón I. Patiño».

Artículos en libros

Vega, J. de la, (1983). «Del surrealismo a lo social en la poesía boliviana», en El


paseo de los sentidos: estudios de literatura boliviana contemporánea. La Paz:
Instituto Boliviano de Cultura, pp. 3-33.

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