09 Carrasco PDF
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En un primer momento me animo a abrir la ventana para que el aire pueda en-
trar y permita respirar un poco a la literatura boliviana, para luego abrir también la
puerta y permitir a ocho poetisas una breve visita a este recinto.
Algunos literatos recogen en sus estudios y antologías a algún que otro escritor
boliviano. Creo que eso se debe a la poca o ninguna difusión que tiene la literatura
boliviana. Hay cosas más importantes que la cultura de los pueblos, ¿verdad?
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Hay grandes poetas politonales entre los que destaca Pedro Shimose, ganador
de premios nacionales e internacionales, como el Premio Casa de las Américas,
cuya poesía está lejos de los registros puramente líricos, subjetivos, abstraídos de
un contexto históricosocial determinado. Forma parte de la vanguardia que confie-
re a la poesía una función tanto íntima como inmediatamente ligada a la realidad
nacional y continental.
Pero no estoy aquí más que para hablar de ocho poetisas, aunque hay muchas
excelentes y que merecerían ser también difundidas.
¿Quo vadis?
Piltrafa tuber
Ardor de calenturas,
en todo el cuerpo cunden los bacilos.
Llamaradas de odio, brasas de rencores
hasta que venga el impetuoso río
de sal amarga que te bañe el cuerpo
y te arranque cárdenos pedazos
y rosas rojas y carbones negros.
Amor
Alcira Cardona Torrico nace en el año 1926 y muere con poco más de 70 años.
Aún adolescente, ya ganaba los juegos florales de su ciudad natal, Oruro, cono-
cida como la ciudad minera y capital del folclore. De ahí en adelante, sigue su
camino dentro de la poesía.
Una poesía fuerte, vigorosa, que venía desde lo más profundo de su sentimien-
to mostrando la crisis y el conflicto humano. Ella llamaba las cosas por su nombre,
sin importarle la perfección formal ni el detalle poético. Ella era sencillamente
clara, definitiva. Sus poesías son la sustancia del mundo cotidiano. Entre sus obras
están los libros Carcajada de estaño, de 1949, Rayo y simiente, de 1961 y Tor-
menta en el Ande, de 1967. Como ejemplos de su poesía, veremos «Carcajada de
Estaño» y «Rosas», publicadas en el libro segundo.
Carcajada de estaño
Nadie más que yo, ha de reirse
babeándote mi olor sobre la cara,
mascándote los huesos, los labios y los ojos.
Rosas
Se acabó todo.
Sin darte cuenta,
te has quedado vacía.
¡Ah copa de amor rota!
Soledad soledad
flores que fueron blancas
entre tus manos dejan
su dulzura extinguida.
¡Soledad!...
aún quedas tu, infinita,
con los ojos abiertos
empapados de lluvia.
Ay imposible color
que tiñe las cosas muertas,
del que se tiñe mi alma
empapada de tu ausencia.
Y todo es inútil,
como si el amor no hubiera jamás existido,
y todo es doliente
como si el amor hubiera muerto para siempre.
Norah Zapata Prill, profesora de Literatura que reside en Suiza desde mediados
de los años 70, fue ganadora de algunos premios en la ciudad de La Paz en 1973 y
en 1974 y figura en la Antología de poesía hispanoamericana editada en Alemania
en los años 90.
Yo era
solo
un punto perdido en el Universo
y mi sonrisa estuvo
siempre
detrás de una ventana que no era mi cabellera
hasta que un día
me atreví a reírme de mí misma
y brotó una fuente
hija de mi mortalidad de ritos celebrados en los gestos
y de la vergüenza de trazar líneas para atrapar el sol
ciego testigo
que jugó con mis rayos.
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Aquel día
abandoné mi forma de gusano
vestí mi sombra cepillé mis dientes
y caminé
con toda mi desnudez hambrienta de palabras.
Me dije
grita
me dije
pinta esas curvas terrestres de la pena humana
y dejé al viento la canción del hombre que interroga
al hombre
y así un día
mientras el llanto sobrepasaba mi corteza
me escuché repitiendo las mismas fórmulas
que inducen al sordo
a mirar todo sin desprender el cielo
y
pensé
¿soy solo esta aleación de huesos que espera la ceniza?
Me senté
me acurruqué
moví mi cabeza como el reptil lo hace para caminar
sobre
sí
mismo
y sentí sobre mi piel el peligroso veneno
de
mi boca.
Decidí no hablar
pero las moscas volaron sobre mi apariencia
las moscas me incitaron a tocarme el absoluto
deseo
de absoluto
con mi cola inocente.
Fue así que descubrí que también mi cola no era
sino
una inevitable prolongación de mi cabeza
y dancé
como sabe hacerlo la estirpe de mi especie.
Enrosqué al mundo
levanté el telón de mi espantosa sed
repté
silenciosamente hasta la pista misma donde el hombre
juega sus cópulas
con
la nada
y mordí la hediondez que hace crecer
desnudos miserables
en
la tierra.
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Aplasté otros millares de reptiles con mi cola
copa del árbol del manzano
copa vacía de la higuera que la necesidad maldijo
en
el camino.
¿Qué estaba haciendo
en tanto
la Causa que nos metió en los ojos el enigma de ser
un dios
hecho de pedazos de apasionados
fríos?
Yo
Lázaro
con mi muerte incompleta y mi vida
refrantándome en el mar
donde el pulpo carece de salida
yo
Lázaro pulpo
masa gelatinosa del designio
bailarín que deja libres sus tentáculos
momia de carne que se mueve y muere
como el sueño que se
desliza
sin saber
si su sombra eterna
no me alejó de mi mano izquierda
donde la pira ardiente
resucita.
Pese al triángulo del ombligo
pasajero
de la hoguera
incierta que quema el ansia de habitarse
siempre
de la pena de ser apenas una miga de pan para el hambre
de desgarrar las sábanas donde el insomnio
suda
y hunde
su infinita paciencia de llorar
clavado.
Avanzo y hurgo
voraz
como el saltamontes
en el tubérculo
de
mis huesos.
Palmo a palmo
tiento las paredes del día.
Obstinada
toco las murallas de la noche.
En alguna parte, en algún lugar
presiento el hueco negro
por el que con un salto
me deslizaré al otro lado,
al antiguo valle
a la tierra libre
horizonte poblado
de montañas como templos
de hombres andando
en las noches sagradas.
Ese hueco invisible
ese ojo negro que alumbra
el nombre de la vida
con el soplo de otro viento.
Aguzas el oído
la voz que te piensa y acompaña:
¡Quiero la vida
y que la muerte
no me muera!
3 (Quinto rigor)
Si en la eternidad
no eres sino un relámpago
un perdido pez en la gran noche
una melancólica araña en el diminuto día
¿cuál es la gratitud?
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–me preguntó una sombra.
Me inclina el fuego– dije
el deseo de viaje y escalera
ascender al mar y descender al sol
para deslumbrar el alma
con razón sexual
y merecer morir
de la mano de la muerte.
El Altiplano no es el mar
la paja brava no es la espuma
pero me inclina
fervorosa
su replegada hermosura.
Necesidad
Necesito llegar al surco de la espuma,
allí donde la roca duerme,
donde la ondulante agonía de la sangre
emite su canción invisible,
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allí donde la paloma no busca a las estrellas
y el hambre no crece con los niños.
Contemplando el silencio
Sentada,
deshojando sueños
sintiendo el aroma que se detuvo en el cerebro.
Cuántas hojas yacen
despojadas de esperanza,
pisoteadas en el gris del tiempo.
Y estoy sentada,
con la mente cansada
contemplando el silencio.
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BIBLIOGRAFÍA
Libros
Bedregal, Y. (1991). Antología de la poesía Boliviana. La Paz: Ed. Los amigos del
libro.
Bolivia, K. (1982). Espuma de los días. La Paz: Editorial del Estado.
Cardona, A. T. (1961). Rayo y simiente. La Paz: Editorial gráfica E. Burillo.
Casazola, M. M. (1967). Los ojos abiertos. La Paz: Imprenta de la Universidad
Mayor de San Andrés.
Quiroga, V. M. (2005). En esta casa vivía – Antología poética. Brasilia: Gráfica
Gutenberg.
Unión Nacional de Poetas y Escritores (1992). Antología poética 2. Cochabam-
ba: Colorgraf Rodríguez.
Wiethüchter, B. (1994). El rigor de la llama. Cochabamba: Ediciones Centro
Pedagógico y Cultural «Simón I. Patiño».
Artículos en libros
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