Teoria hamlET
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EL TIPO DE HAMLET
Partiendo de la figura del vengador, Shakespeare construye un
personaje
de una complejidad insospechada. Acabamos de decir que su
indecisión es el
centro de la obra. Su demora en vengarse es lo que fundamenta el
drama.
Se ha dicho siempre que Hamlet es el drama de la reflexión
paralizadora, de
la oposición íntima entre reflexión y acción. Las dudas de Hamlet
estarán
presentes casi desde el principio y se hacen especialmente intensas
en algunos
momentos: en el final del acto II, en el celebérrimo monólogo del acto
III (To be or
not to be...), en otras escenas de los actos III y IV.
El talante meditativo de Hamlet explica, por lo demás, las
dimensiones que
este da a su problema. El descubrimiento del alevoso crimen le lleva
a sentirse en
un mundo “podrido”: un mundo dominado por la mentira, la perfidia,
la ambición
y la bajeza. Su misión conlleva algo más que desenmascarar a los
infames: se
trata de restablecer un orden descompuesto, lo que alcanza
proporciones
inmensas, por ejemplo, en las frases con que termina el acto I:
“¡El mundo está fuera de quicio! ¡Oh suerte maldita! ¡Que haya
nacido yo para
ponerlo en orden!”
Todo ello desencadena en Hamlet una crisis profunda. Todo
se le
derrumba: pierde toda fe en el hombre, pierde el apego a la vida;
hasta el amor se
diría que pierde sentido para él (véanse sus diálogos y su conducta
con Ofelia). El
horizonte se le llena de interrogantes angustiosos a los que no
encuentra
respuesta. Y así cae en la más profunda amargura.
Tales sentimientos hallarán cauce en su fingida locura. En
principio, es
un recurso encaminado a facilitar sus planes de venganza; pero
pronto se
convierte en mucho más: es un elemento capital de la construcción
dramática, que
no sólo le permite determinadas actuaciones sino que, sobre todo,
hace posible la
expresión más amarga y agresiva de su pensamiento desengañado.
Se diría que
su “locura” es la actitud que corresponde a su sentimiento de estar
en un mundo
sin sentido. En cualquier caso, no nos cansaremos de admirar, en sus
palabras,
la deslumbrante mezcla de dislates y pensamientos profundos.
OTROS PERSONAJES
Anticipemos algunas ideas sobre otros actores del drama.
La madre, Gertrudis, y el nuevo rey, Claudio, son los responsables
del
crimen y, por tanto, de la fuente o desencadenante de la tragedia.
Ella representa
la infidelidad, pero llegará a cargarse de un desgarrador patetismo
(final del acto
III). Claudio encarna plenamente la ambición y la perfidia; es capaz de
todo para
eliminar los obstáculos o las amenazas (hasta hacer matar a
Hamlet) ; también le
torturan las inquietudes, pero es incapaz de arrepentimiento, aunque
lo desea
patéticamente (acto III, esc. 3ª).
En un plano muy distinto está Ofelia, con su delicadeza, su
dulzura, su
lirismo. Es por excelencia el personaje puro (frente a tanta
degradación) ; es la
encarnación del amor (frente a los odios). Y será víctima del
mecanismo desatado
por la inquietud, a la vez que su locura –locura real ahora– y su
muerte darán un
impulso decisivo a las fuerzas que conducen a la catástrofe en la que
su hermano
desempeñará un papel fundamental.
Laertes, por su parte, es el hijo fiel y el hermano a quien el
destino otorga
también el papel de vengador (vengador contra vengador). De
carácter fogoso y
cegado por el dolor y la furia, será fácilmente arrastrado a la
complicidad con el
rey. Pero, al final, vencerá lo que en él hay de noble, aunque
demasiado tarde.
En todos estos casos, se trata de criaturas vivas, dotadas de espesor
humano, de rasgos individualizadores, en lo que se muestra la fuerza
de
Shakespeare para animar a sus personajes.
De menor relieve serán otras figuras. En polos opuestos estarán
Horacio, el
fiel amigo, y los arteros Rosencrantz y Guildenstern. Aunque
episódicos, serán
inolvidables los dos sepultureros. Y Polonio, ridículo como algún
otro personaje,
introduce el típico “contrapunto cómico”. El papel de todos ellos, y de
otros como
Fortimbrás, se precisará en la lectura.
LA “FILOSOFÍA" DE HAMLET
Antes nos hemos referido a la concepción de la vida del
protagonista.
Conviene insistir en la carga de ideas que ofrece la obra.
Hay una “filosofía” o visión del mundo que va desgranándose
en frases
subrayables a lo largo de la obra y que halla expresiones imborrables
en algunos
pasajes que destacaremos en la guía de lectura.
He aquí las ideas principales. El mundo es un caos sin
sentido, dominado
por las pasiones y los engaños. Los hombres intentan vanamente ser
felices; son
“pobres juguetes de la Naturaleza”, arrastrados por fuerzas que los
desbordan. El
tiempo lo destruye todo a su paso: belleza, afectos... Y así, la vida
está marcada
por la caducidad y la inconsistencia. La muerte– omnipresente en
toda la obra–
sería deseable, pero el más allá parece terriblemente incierto.
Advirtamos que es arriesgado atribuirle a Shakespeare esta
concepción de la
vida: son las ideas de su protagonista; por tanto, no deben
considerarse sino
como elementos integrantes de la “atmósfera” dramática de la obra.
Lo cierto, sin
embargo, es que nos ponen ante una concepción desengañada de la
vida que se
corresponde muy bien con aquella época incierta (y que anticipa,
para nosotros,
lo que será la concepción de ciertos escritores barrocos).
En cualquier caso, Hamlet es considerado como el
prototipo del drama de ideas. Pero debe subrayarse que las ideas
aparecen aquí perfectamente encarnadas en los personajes y en la
acción. Y se trata, por lo demás, de una obra de acción
densa como reflejará un esquema de su desarrollo.
ARTE Y ESTILO
Aparte lo señalado sobre el arte de la construcción dramática y
el diseño de
personajes, hemos de atender al puro arte de la palabra en el diálogo
(y en los
monólogos).
En los diálogos, se apreciará la variedad de registros que
Shakespeare
utiliza (desbordando, una vez más, el ideal clásico de la “unidad de
estilo”). El
lenguaje más solemne alternará con el familiar y hasta con el crudo
exabrupto.
Es notable la variedad de tonos que puede observarse en la
expresión de
los sentimientos: desde la máxima intensidad (en ciertas
manifestaciones del
odio o de la amargura) a la mayor delicadeza (pensemos en Ofelia,
por ejemplo).
Volvamos a aludir a la convivencia del tono cómico con el trágico. Y
nunca se pondrá bastante de relieve, en las expresiones de la locura
(la fingida de Hamlet y la real de Ofelia), lo que podríamos llamar una
poética del absurdo, de una originalidad tal que se anticipa al
irracionalismo poético de nuestro siglo.
Subrayemos también el arte del monólogo. Los monólogos
aparecen
situados certeramente en el desarrollo dramático. Sin olvidar el
soliloquio del rey
(III, III), merecerán toda nuestra atención los varios monólogos de
Hamlet: el del
acto III (Ser o no ser...) es uno de los grandes momentos de la
dramaturgia
universal.
En conjunto, cabe señalar dos grandes vectores en el arte de la
palabra que
resplandece en la obra: la profundidad de pensamiento y la
belleza de la
expresión. Lo primero –relacionado con lo dicho sobre la “filosofía”
de Hamlet– se
manifiesta en troquelaciones famosas: se dice que Hamlet es la obra
que más
citas ha proporcionado a los ingleses; en ella abundan, en efecto,
frases
lapidarias, como máximas o aforismos, que se irán subrayando en la
lectura.
Ello es inseparable de la belleza de la expresión. El lirismo está
omnipresente: los parlamentos aparecen continuamente esmaltados
con las más deslumbrantes imágenes. Es inagotable la capacidad
creadora de ese gran poetaque es Shakespeare.