Taller Escritura Filosófica
Taller Escritura Filosófica
Textos Filosóficos I
Juan Camilo Figueroa C.
Taller de Escritura Filosófica
La discusión aristotélica acerca de la justicia se abre a partir de lo que se define como justo,
a saber, el hombre que quiere y obra justamente, así como su opuesto, el que piensa y actúa
de manera injusta. Esto implica una disposición del alma para deliberar racionalmente —
virtuosamente— sobre este valor, pero también su oposición, es decir, actuar
irracionalmente atendiendo el exceso del vicio. En este sentido, se afirma en este ensayo
que vivir virtuosamente, guiado por un término medio, supone un cálculo racional en las
disposiciones para actuar, que en las sociedades modernas no se ve reflejado en acciones de
justicia. En otras palabras, no hay templanza que guíe las obras, sino de motivaciones
injustas.
Para Aristóteles, como bien defendería un positivista del derecho, las leyes encarnan lo que
es justo en tanto se crean en función de un bien común e igualitario, por lo que el hombre
que actúa de tal manera debe concebir y aplicar las normas del común. De esta manera, la
justicia se empeña en ser la mejor y más completa de las virtudes, puesto que se ejerce ante
sí mismo y frente a los otros sin distinción. El hombre que viola esta ley, así como el que
contradice la equidad, es injusto, o parcialmente injusto. Así mismo, existen varias formas
de justicia y no todas están arraigadas a la virtud en su totalidad.
Un ejemplo que se plantea como ejercicio de la justicia parcial es el de los poderosos que
distribuyen bienes materiales e inmateriales y los que tienen la potestad a establecer
contratos; esto se debe a que los primeros pueden distribuir en igualdad o en desigualdad,
mientras que los segundos pueden anteponer contratos producto de la voluntad o de la
ilegalidad. Aristóteles concibe una noción de justicia ligada a la igualdad, y debido a que
esta supone un término medio de las disposiciones humanas (no está ligada a un extremo en
particular), lo justo también lo es. Esto se entiende en la medida en que lo justo representa
proporcionalidad entre iguales (una distribución justa entre los que son iguales) y lo injusto
se opone a esta proporcionalidad; así pues, “el que comete injusticia se atribuye más de lo
bueno que le corresponde, y el que padece la injusticia, menos de lo bueno que le
corresponde” (trad. en 1985) 1.Esto constituye una especie de justicia, la distributiva, y se
entiende en términos de proporcionalidad geométrica.
En las asociaciones de intercambio, como lo son las de los ciudadanos entre ellos y con el
espacio que habitan, el tipo de justicia que se tiene en cuenta es la de reciprocidad
proporcional; esta consiste en devolver proporcionalmente lo que se recibe. Este
intercambio es lo que, según Aristóteles, mantiene unidos a los ciudadanos y surge el
término de reconocimiento, el cual viene ligado a la gratitud, en tanto “debemos, en efecto,
corresponder con nuestros servicios a aquel que nos ha beneficiado, y tomar, por nuestra
parte, la iniciativa de favorecerle” (trad. en 1985) 3. A esto debe preceder una igualdad
proporcional, pues ningún esfuerzo o beneficio voluntario puede ser menor o invalidado
respecto al otro. Este principio de igualdad entre bienes y trabajos se logra a través del uso
de la moneda, la cual representa todas las demandas y es intermediaria en tanto todo lo
1
EN, V, §3, 1131b.
2
EN, V, § IV, 1132a – 1132b.
3
EN, V, § V, 1133a – 1133b.
puede medir, por lo que garantiza la posibilidad de intercambio y a su vez, la sociedad
misma.
La voluntad es una condición que prescribe a un actor al carácter de justo o injusto, pues a
pesar de que una acción pueda considerarse dentro de estas dimensiones, la intención es la
que define la posición de su virtud. Esta voluntad se entiende como la libertad de poder
elegir el acto que se llevará a cabo a través de un proceso de deliberación. El producto o el
daño de las acciones que se consideran injustas puede entenderse de tres maneras: la
primera consiste en la realización de un acto injusto a partir de la ignorancia de que esto
dañaría a otro hombre. La segunda es la acción motivada por pasiones inevitables como la
ira o el miedo; el carácter del acto seguirá siendo injusto, sin embargo, el sujeto que lo
ejerce no se convierte en alguien injusto, pues es víctima de su propia vehemencia.
Finalmente, está el hecho injusto cometido por quien lo precede por su voluntad maliciosa.
La equidad, como virtud, se presenta como una clase de justicia que a veces supera el
determinismo universal de esta cuestión. El que es equitativo no se orienta siempre por lo
que establece la ley, sino que se sustenta en el contexto de necesidades particulares para
ceder o dar lugar a otras razones que, aunque no reciban siempre un respaldo legal, se
reafirman como justas. Aquí entra la importancia de lo que Aristóteles entiende como
principio de la acción, esto es:
Una vida ética en la que se aplique la virtud de la justicia puede percibirse como una utopía
para el animal político contemporáneo, pues este actúa más guiado por un deseo ciego y
una lógica individualista que condiciona un nuevo tipo de racionalidad social. El estagirita
anticipó toda una corriente filosófica-ética sobre el cuerpo, el alma y las pasiones que la
impulsan a actuar en función de un beneficio individual, más allá de un compromiso ético
con los otros.
Los principios de la acción son los fines por los cuales se obra; pero el hombre
corrompido por el placer o el dolor pierde la percepción clara del principio, y ya no ve
la necesidad de elegirlo todo o hacerlo todo con vistas a tal fin o por tal causa: el vicio
destruye el principio. De modo que, necesariamente, la prudencia es una disposición
racional verdadera y práctica respecto de lo que es bueno para el hombre. (trad. en
1985)5.
Por lo que se ha discutido hasta el momento, se puede ver que Aristóteles diseñó un modelo
filosófico de la acción muy útil para comprender la distancia que existe todavía hoy,
incluso en las sociedades que suponen un avance civilizatorio o un progreso, entre los
ideales de la justicia como virtud ética, y las conductas que se materializan en la realidad
como señales de injusticia. En otras palabras, esto demuestra que el hombre contemporáneo
no ha evolucionado en la gobernanza de sí mismo en función de alcanzar la templanza
necesaria para obrar de acuerdo con el término medio que Aristóteles plantea como eje
central de una ética de lo justo.
4
NC, VI, § 2, 1139b.
5
NC, VI, § 5, 1140b.
La ciencia jurídica ha dejado de existir. En la actualidad, los sistemas legales y los marcos
normativos no obedecen a una reflexión filosófico en torno a la naturaleza del derecho, de
lo justo, de la correspondencia entre la ética y las leyes. Aristóteles nos plantea un
escenario en el cual los hombres debaten y proponen distintas medidas que deberían
tomarse en torno a la aplicación de la justicia en la comunidad. No obstante, las sociedades
contemporáneas no contemplan este ejercicio como indispensable en su propio
ordenamiento; al contrario, estas discusiones que, en sentido aristotélico, deberían contar
con una participación generalizada, se delegan a un reducido grupo de individuos sujeto a
intereses, motivaciones, deseos y corrupciones del alma que orientan sus disposiciones
hacia decisiones arbitrarias e injustas.
En conclusión, por lo expuesto hasta este punto, es posible afirmar que el ejercicio que
permite la virtud de la justicia es una actividad inconclusa respecto a los ideales que
históricamente se han planteado, pues aún nuestra deliberación como animales racionales
está sometida a un movimiento de las pasiones guiadas por el vicio que, si bien en
Aristóteles significaba una corrupción del alma –su incapacidad de alcanzar la felicidad—
en el presente se evidencia por la perversión social, los actos de injusticia, la creciente
desigualdad y las exigencias sociales que se materializan en movimientos sociales por el
reconocimiento y la redistribución de la justicia y del bien ante la injusticia.
6
POL, V, § 10, 1311a.
Referencias