(EL FIN DEL TIEMPO) Heinrich Schlier (Caminitoespiritual - Blog)
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(EL FIN DEL TIEMPO) Heinrich Schlier (Caminitoespiritual - Blog)
¿Qué es lo que quiere decir, propiamente, esta ruptura del edificio del mundo que
acontece con el fin del tiempo? ¿Qué suceso irrumpe con este fin? Recordemos que para
el NT y su forma de pensar la naturaleza es solamente la explicación de la historia y no
al revés. Por lo tanto, lo que se expone en este hundimiento del mundo y lo que se
realiza en él es algo completamente diferente a una catástrofe cósmica. Es la llegada
transformadora de Dios y de su tiempo en la Parusía y Epifanía de Jesucristo. El tiempo
profano existe "hasta la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo..." (1 Tim 6,14 ss).
Está limitado por el suceso de los ídioi kairoi, del tiempo propio de Dios en la
Revelación de Jesucristo.
¿Qué son los "tiempos propios" de Dios? El NT los describe como "la Parusía del día de
Dios" (2 Pe 3,12), como "el gran día" (Jds 6; Ap 6,17; cfr 16,14) que es además "el
último día" (Jn 6,39 ss; 11,24; 12,48). Se le denomina también "el día del Hijo del
hombre" (Le 17,30), "el día de Jesucristo" (Flp 1,6.10; 2,16). "La hora" (Me 13,32; Le
12,39 ss; Ap 3,3) o "el día" es ante todo "el kairós", el momento (Me 13,33), el instante
definitivo y el tiempo de la decisión (1 Pe 1,5). De esta manera se desvanece, a pesar del
lenguaje apocalíptico, la posibilidad de representar o imaginar su realidad objetiva. Pero
precisamente por ello aparece más claramente su esencia: lo que se quiere decir con el
cataclismo del mundo y con el fin de su tiempo es la presencia de Dios en la Parusía, es
decir, en la futura presencia de Cristo.
HEINRICH SCHLIER
A este final del tiempo pertenece el que le sea arrebatado el poder de determinarse a sí
mismo. Es el tiempo de Dios (cfr Gál 6,9; 1 Tim 2,6; Tit l,3) y nada ni nadie pueden
determinar su llegada. Nada ni nadie pueden impedir su venida, ni producirla o
acelerarla. Cristo no viene, según Mat 24,6, con la guerra, ni siquiera con la guerra
atómica. Al señorío de Dios se puede aplicar la parábola de la semilla que crece: "de sí
misma da fruto la tierra", automaté (Me 4, 28). Dios se reserva determinar el fin del
tiempo. El tiempo profano está bajo la vigilancia del tiempo de Dios.
Estas mismas ideas quedan expresadas en las numerosas frases del NT sobre la
repentina, insospechada, imprevisible e indemostrable llegada del tiempo de Dios que
acaba con todo tiempo. "A la media noche", se dice en la parábola de las diez vírgenes
(Mt 25,6). El Hijo del hombre llega "como un ladrón" (Mt 24,13; Le 12,39; 1 Tes 5,2.4;
Ap 3,3). El fin irrumpe como un relámpago (Lc 17,24; Mt 24,27). Todo esto quiere
decir que viene "repentinamente" (Me 13,36), "de improviso" (1 Tes 5,3), pues "ese día
o esa hora nadie la conoce" (Me 13,32). Es verdad que hay señales de la llegada del fin.
Pero estas señales son siempre ambiguas. Incluso el "pronto" y el "cerca" no tienen un
sentido claro. Hay que tener en cuenta que "el Reino de Dios no viene ostensiblemente.
Ni podrá decirse: vedlo aquí o allí" (Le 17,20). No se puede uno referir a él o
constatarlo como si se tratase de cualquier otro acontecimiento. Los discípulos no deben
preguntar por su hora y sobre ello no reciben información alguna; "no os toca a vosotros
conocer los tiempos y los momentos que el Padre ha. fijado en virtud de su poder" (Act
1,7).
El instante de Dios, que constituye el fin del tiempo profano, es la llegada del Reino de
Dios. El tiempo de Dios irrumpe en la forma de señorío de Dios. Cuando venga su día
"aparecerá su señorío" (Le 19,11). Con ello se indica el carácter salvífico o
condenatorio de este instante, su esencia absolutamente crítica. El tiempo de Dios es la
crisis del tiempo profano. "Aquel día" es "el día del juicio" (Mt 10,15; 11,22.24) en el
que todo se revela. "Estaremos todos ante el trono de Dios" (Rom 14,10; 2 Cor 5,10; cfr
Mt 25,32) y el Señor Jesucristo "iluminará los escondrijos de las tinieblas y hará
manifiestos los propósitos de los corazones" (1 Cor 4,5; cfr 3,13; 1 Pe 1,7). Todo
aparecerá liberado de su encubrimiento y falsedad, del error y la mentira, del olvido y el
silencio. Este día de la revelación y el juicio será "el día de la visitación" (l Pe 2,12; Le
19,44), el de la liberación y salvación, el del descanso, triunfo, consolación, el día de
permanecer junto al Señor (cfr Mt 5,3 ss; Act 3,20; Ef 4,30; 1 Pe l,5; 1 Tes 4,17; 5,10).
Pero será también el día de la ira (Mt 19,28; 25,31; Ap 6,17), el de la perdición y el
hundimiento (2 Pe 3,7; Mt 7,13; Rm 9,22; 1 Tim 6,9). Será la hora en que se
restablecerá definitivamente la justicia, la hora de la cosecha (Mt 13,30; cfr Me 4,29; Mt
21,34; Gál 6,7.9; Ap 14,15 ss).
Con ello comienza definitivamente el nuevo Eón y el tiempo nuevo, "aquel Eón" "de la
resurrección de los muertos" (Le 20,34 ss), "el nuevo cielo y la nueva tierra en los que
vive la justicia que esperamos" (2 Pe 3,13). El tiempo profano pasó, "la ciudad ya no
había menester de sol ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la
iluminaba y su lumbrera era el Cordero" (Ap 21,23).
Resumiendo, podemos afirmar: el tiempo profano se mueve ante un fin concreto. Este
fin es la llegada del señorío de Dios en Jesucristo. Acontecerá en el futuro, como un
instante crítico e indeterminable ante el cual todo se decide, en un juicio de salvación o
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¿Es todo esto "mitología"? ¿No provienen estas afirmaciones del pensamiento fantástico
de la literatura apocalíptica del judaísmo tardío, pensamiento que se traspasó también al
NT? El lenguaje y muchas de sus representaciones, incluso la actitud ante ciertos
problemas; han sido tomados de allí. Pero con esto no se ha dicho todavía la última
palabra sobre la verdad de tales afirmaciones. Tal vez también en la literatura
apocalíptica se ha dado razón de algo verdadero. Además, la respuesta que el NT da a
sus preguntas proviene de algo muy distinto: es el desarrollo de una nueva experiencia
histórica. Es la interpretación de la experiencia que ha irrumpido en la historia con la
persona de Jesús. En todos los niveles y escritos del NT percibimos que el fin del
tiempo ya ha irrumpido en la historia con Jesucristo, que con Jesucristo el tiempo de
Dios ya se ha plantado en medio del tiempo profano.
El mismo Jesús ha unido a su persona el tiempo del señorío de Dios. "Dichosos los ojos
que ven lo que vosotros veis, porque yo os digo que muchos profetas y reyes quisieron
ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron" (Le
10,23). "Pero si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de
Dios ha llegado a vosotros" (Lc 11,20; cfr 17,20). El evangelista Marcos sitúa la obra de
Jesús bajo este lema: "el tiempo se ha cumplido" (Me l,15). El tiempo de Dios llega para
permanecer junto a nosotros en Jesucris to crucificado, resucitado y glorificado. Por ello
el apóstol Pablo puede escribir a la comunidad de Corinto que para nosotros, los
cristianos, "ha llegado el fin de los tiempos" (1 Cor 10,11), y al referirse a la presencia
de Jesucristo en el Evangelio puede decir: "Éste es el tiempo propicio, éste es el día de
la salvación" (2 Cor 6,2).
El morir obediente de Cristo en la cruz es, según el NT, libre donación y entrega de la
propia vida y, con ello, renuncia de Jesús a su propio tiempo en favor del tiempo de los
otros hombres. Y es, por otra parte, la aceptación del tiempo de los hombres, de ese
tiempo lleno de deseos y pasiones. Entregó su propio tiempo y aceptó el de los hombres
en cuanto que se abandonó y confió al tiempo de Dios que se le abría más allá de las
fronteras de la muerte. Jesús, con la renuncia de su propio tiempo y la aceptación del
tiempo de los hombres, apoyándose en su confianza en el tiempo de Dios, abrió este
tiempo de Dios a favor del mundo y de los hombres. En la hora de su muerte, que por su
entrega a la hora de Dios se convirtió en la hora de su Resurrección, irrumpió la hora de
Dios como el fin de la hora de los hombres.
El NT es consciente de todo esto. "Ésta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas",
dice Jesús, según Lc 22,53, al ser apresado. Y al comenzar la Pasión afirma: "mi tiempo
está próximo" (Mt 26,18). La hora de los hombres, al- ser aceptada por Jesús, se
convierte en "la hora" por antonomasia, es decir, en la hora de Dios. "Ha llegado la
hora, y el hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores" (Mc 14,41). En el
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evangelio de Juan también "su hora" es simplemente "la hora", puesto que sale del
mundo y va al Padre. Aquella hora en que al morir soporta la hora definitiva de los
hombres (Jn 13,l; 2,4; 7,30 y 12,23; 17,l). El tiempo de los hombres es la cotidianeidad
de cada hora. El tiempo de Jesús es el definitivo y único ahora de su muerte, en el cual
se cumple el instante de Dios sobre el mundo.
El- tiempo de Dios se ma ntiene abierto en el Espíritu. El Espíritu es, como dice Pablo,
"el primer don" del futuro tiempo de Dios que ha irrumpido ya en Jesucristo. Por medio
de Él se le abre al mundo la dimensión del tiempo de Dios. Se le abre por medio de la
Palabra, a la cual Él da fuerza. La Palabra es la llave de entrada a este nuevo tiempo.
Pero junto a la Palabra obran los signos, ante todo el Bautismo y la Eucaristía. En el
Bautismo fue concrucificado nuestro hombre viejo en la fuerza del Espíritu. Con ello
terminó nuestro tiempo y recibimos un nuevo origen, una vida nueva y un tiempo
nuevo, en la dimensión que se nos ha abierto en el tiempo de Dios (Rom 6,1 ss). Somos
una "nueva creación" (2 Cor 5,17). Y en la Eucaristía, en la cual acontece la
proclamación de la muerte de Jesucristo y en la que Él se hace presente en una
determinada forma, y con Él se hace presente el tiempo de Dios, participamos en Aquel
que nos ofrece actualmente su tiempo.
Todo esto acontece en la fuerza del Espíritu, el cual crea la presencia concreta del
tiempo de Dios sobre la tierra, como podríamos llamar o definir a la Iglesia. Pues la
Iglesia es el lugar en donde, por medio del Espíritu y gracias a la Palabra y al signo, el
tiempo del amor de Dios, que se hizo presente en el mundo con la muerte y
Resurrección de Jesucristo, se nos ofrece una y otra vez para concluir nuestro tiempo.
Por medio de la Iglesia el tiempo de Dios fuerza al mundo a dejar su propio tiempo y a
entrar ya ahora en el tiempo de Dios. El tiempo de Dios se ha hecho en la Iglesia, donde
está presente, un factor de la historia, a la cual conmueve desde los cimientos y ya no
deja en reposo. "Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos
está en tensión, y los esforzados lo arrebatan" (Mt 11,12).
autoaclaración del mundo profano prosigue. Ahora obra frente a Dios desdivinizada o,
como se dice, secularizada. Sabe que los dioses han muerto, pero le interesa algo más.
Por eso afirma que también el Dios de Jesucristo ha muerto.
Este estar firmes, permanecer, sostenerse, luchar y oponerse, significa no sólo actuar
contra los hombres, sino también contra el espíritu universal, contra las ideologías y sus
manifestaciones. Nos lo indica expresamente el NT: "tomad la armadura de Dios...,
estad alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia y
calzados los pies, prontos para anunciar el evangelio de la paz. Embrazad en todo
momento el escudo de la fe, con que podáis apagar los encendidos dardos del maligno"
(Ef 6,13 ss). Podríamos llamar a esta actitud "escatología militante". O más
sencillamente, militia Christi que lucha para el tiempo de Dios en un mundo que no
quiere reconocer que el tiempo ha llegado a su fin y por ello sigue soñando con poder
conquistar su futuro.
Junto a la firmeza debe estar presente la vigilancia. "Lo que a vosotros digo, a todos lo
digo: velad" (Mc 13,37). Así concluye el discurso apocalíptico de Jesús. Vigilar
significa tener un cuidado atento a la particularidad del tiempo profano y no
desaprovechar lo que esconde. Ya no existe el tiempo relativo e inocuo de los paganos.
No nos encontramos tampoco ante el tiempo, también relativo e inocuo, de los ateos. En
el mundo que existe después de Cristo cada momento es un momento de Dios puesto
que todo lo que nos sale al encuentro lleva su exigencia. En resumidas cuentas, porque
este tiempo, su ahora, es un tiempo crítico para salvación o condena, ya que el tiempo
de Dios está entre nosotros y nos llama, aquí y ahora, por esto nuestro tiempo es una
oportunidad para el amor. Puesto que cada instante me exige y me dirige un reto, no hay
ya sitio para eufóricos sueños sobre el desarrollo del mundo hacia un punto Omega (en
una sola palabra malvada puede echarse a perder toda la evolución). Tampoco hay sitio
para los sueños angustiosos que acechan tras el desarrollo técnico, como si el tiempo se
nos fuese a escapar entre sus mecanismos (en una sola palabra del amor está incluido
todo el tiempo hundido en el tiempo de Dios). La vigilancia cristiana no es ni una
atención al progreso ni una preocupación por su perversión. Se trata de que vigilemos
para no desperdiciar el instante de Dios. Supuesto esto, cualquier otra actividad es lícita.
significa que las cosas se ven y se aceptan como son. Y ¿cómo son? Indiquemos sólo un
ejemplo: los hombres somos de tal manera que queremos vivir de nuestro propio tiempo
y no del de Dios. No queremos ser obra de Dios. Esta oposición constituye para Pablo
lo más recóndito del pecado que condiciona al hombre desde su mismo origen (cfr Rom
1,18 ss). El hombre, tal como es, pronuncia un sí hacia si mismo v un no a su ser
creado. Esta rebelión constituye una protesta contra sí mismo como criatura. Esta
protesta contra el tiempo de Dios cesa cuando acepta el milagro del amor manifestado
en Jesucristo, cuando deja -recuperado en su tiempo por Dios- de encerrarse en su
propio tiempo. Ser sobrio significa distinguir al cristiano, que no debe a sus propias
fuerzas el ser una nueva criatura, del hombre que se afirma en un sí apasionado y
egoísta en lugar de reconocerse en un sí imparcial e ingenuo.
Pero ser sobrio y distinguir, solamente es posible manteniendo una distancia ante las
cosas, distancia que permite captar la diferencia entre el tiempo del mundo y el tiempo
de Dios. Esta distancia exigida para la sobriedad es algo singular: es un sí al mundo en
el no, y un no al mismo mundo en el sí. El apóstol Pablo la describe así: "Os digo, pues,
hermanos, que el tiempo es corto. Sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no
la tuvieran; los que lloran como si no llorasen; los que se alegran como si no se
alegrasen; los que compran como si no poseyesen y los que disfrutan del mundo como
si no disfrutasen, porque pasa la apariencia de este mundo" (l Cor 7,29-31).
El fin del tiempo es el tiempo de Dios. El mundo se encuentra en ese instante crítico.
Pero el tiempo de Dios, en el amor de Jesucristo, está en medio de la historia como algo
activo y eficaz. Por medio del Espíritu se encuentra presente en la Iglesia y lo podemos
captar en la fe, la esperanza y el amor. El mundo intenta afirmarse contra el fin de su
tiempo. Por eso exige del cristiano firmeza, vigilancia y sobriedad.