(EL FIN DEL TIEMPO) Heinrich Schlier (Caminitoespiritual - Blog)

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 8

HEINRICH SCHLIER

EL FIN DEL TIEMPO


¿Qué debe pensar y hacer el cristiano en un tiempo que, más que ningún otro, parece
abocado a lo definitivo? ¿Acaso hay que identificar el fin de los tiempos, que siempre
fue la meta de la esperanza cristiana, con un futuro de plenitud terrestre? ¿O hay que
mantener ese «más allá» como un mito que un día irrumpirá con caracteres
apocalípticos para terminar con este mundo? El autor del articulo no elucubra a fondo
perdido, sino que nos propone una lectura sobria del NT. El fin de los tiempos no tiene
nada que ver con una catástrofe cósmica, ni tampoco con el implantamiento de una
felicidad utópica, sino que es el advenimiento del Reino de Dios acontecido en
Jesucristo y realizado en la fe y en la esperanza cíe su plenitud.

Das Ende der Zeit, Gesit und Leben, 40 (1967) 203-217

Según los escritos neotestamentarios, el tiempo -en el sentido de nuestro tiempo


profano- tiene un final en el futuro. "Y entonces vendrá el fin", dice Mt 24,14. Hay
algunos sucesos gracias a los cuales los hombres perciben que están abocados a un fin:
"Cuando oyereis hablar de guerras y de rumores de guerras, no os turbéis: es preciso
que esto suceda; pero esto no es aún el fin" (Mc 13,7). Este fin no es una especie de
cierre dentro del tiempo, sino una cesación de los condicionamientos del tiempo
profano. El mundo, con su cielo y tierra, se rompe en una catástrofe planetaria. "En
aquellos días -se dice con el lenguaje y mentalidad de la literatura apocalíptica del
judaísmo tardío-, después de aquella tribulación, se oscurecerá el sol, y la luna no dará
su brillo, y las estrellas se caerán del cielo, y los poderes del cielo temblarán" (Mc 13,24
ss; cfr 2 Pe 3,10). Prescindiendo del sentido que puedan tener estas afirmaciones en
particular, se indica claramente en ellas el fin del tiempo. El tiempo está limitado por
algo concreto.

¿Qué es lo que quiere decir, propiamente, esta ruptura del edificio del mundo que
acontece con el fin del tiempo? ¿Qué suceso irrumpe con este fin? Recordemos que para
el NT y su forma de pensar la naturaleza es solamente la explicación de la historia y no
al revés. Por lo tanto, lo que se expone en este hundimiento del mundo y lo que se
realiza en él es algo completamente diferente a una catástrofe cósmica. Es la llegada
transformadora de Dios y de su tiempo en la Parusía y Epifanía de Jesucristo. El tiempo
profano existe "hasta la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo..." (1 Tim 6,14 ss).
Está limitado por el suceso de los ídioi kairoi, del tiempo propio de Dios en la
Revelación de Jesucristo.

¿Qué son los "tiempos propios" de Dios? El NT los describe como "la Parusía del día de
Dios" (2 Pe 3,12), como "el gran día" (Jds 6; Ap 6,17; cfr 16,14) que es además "el
último día" (Jn 6,39 ss; 11,24; 12,48). Se le denomina también "el día del Hijo del
hombre" (Le 17,30), "el día de Jesucristo" (Flp 1,6.10; 2,16). "La hora" (Me 13,32; Le
12,39 ss; Ap 3,3) o "el día" es ante todo "el kairós", el momento (Me 13,33), el instante
definitivo y el tiempo de la decisión (1 Pe 1,5). De esta manera se desvanece, a pesar del
lenguaje apocalíptico, la posibilidad de representar o imaginar su realidad objetiva. Pero
precisamente por ello aparece más claramente su esencia: lo que se quiere decir con el
cataclismo del mundo y con el fin de su tiempo es la presencia de Dios en la Parusía, es
decir, en la futura presencia de Cristo.
HEINRICH SCHLIER

A este final del tiempo pertenece el que le sea arrebatado el poder de determinarse a sí
mismo. Es el tiempo de Dios (cfr Gál 6,9; 1 Tim 2,6; Tit l,3) y nada ni nadie pueden
determinar su llegada. Nada ni nadie pueden impedir su venida, ni producirla o
acelerarla. Cristo no viene, según Mat 24,6, con la guerra, ni siquiera con la guerra
atómica. Al señorío de Dios se puede aplicar la parábola de la semilla que crece: "de sí
misma da fruto la tierra", automaté (Me 4, 28). Dios se reserva determinar el fin del
tiempo. El tiempo profano está bajo la vigilancia del tiempo de Dios.

Estas mismas ideas quedan expresadas en las numerosas frases del NT sobre la
repentina, insospechada, imprevisible e indemostrable llegada del tiempo de Dios que
acaba con todo tiempo. "A la media noche", se dice en la parábola de las diez vírgenes
(Mt 25,6). El Hijo del hombre llega "como un ladrón" (Mt 24,13; Le 12,39; 1 Tes 5,2.4;
Ap 3,3). El fin irrumpe como un relámpago (Lc 17,24; Mt 24,27). Todo esto quiere
decir que viene "repentinamente" (Me 13,36), "de improviso" (1 Tes 5,3), pues "ese día
o esa hora nadie la conoce" (Me 13,32). Es verdad que hay señales de la llegada del fin.
Pero estas señales son siempre ambiguas. Incluso el "pronto" y el "cerca" no tienen un
sentido claro. Hay que tener en cuenta que "el Reino de Dios no viene ostensiblemente.
Ni podrá decirse: vedlo aquí o allí" (Le 17,20). No se puede uno referir a él o
constatarlo como si se tratase de cualquier otro acontecimiento. Los discípulos no deben
preguntar por su hora y sobre ello no reciben información alguna; "no os toca a vosotros
conocer los tiempos y los momentos que el Padre ha. fijado en virtud de su poder" (Act
1,7).

El instante de Dios, que constituye el fin del tiempo profano, es la llegada del Reino de
Dios. El tiempo de Dios irrumpe en la forma de señorío de Dios. Cuando venga su día
"aparecerá su señorío" (Le 19,11). Con ello se indica el carácter salvífico o
condenatorio de este instante, su esencia absolutamente crítica. El tiempo de Dios es la
crisis del tiempo profano. "Aquel día" es "el día del juicio" (Mt 10,15; 11,22.24) en el
que todo se revela. "Estaremos todos ante el trono de Dios" (Rom 14,10; 2 Cor 5,10; cfr
Mt 25,32) y el Señor Jesucristo "iluminará los escondrijos de las tinieblas y hará
manifiestos los propósitos de los corazones" (1 Cor 4,5; cfr 3,13; 1 Pe 1,7). Todo
aparecerá liberado de su encubrimiento y falsedad, del error y la mentira, del olvido y el
silencio. Este día de la revelación y el juicio será "el día de la visitación" (l Pe 2,12; Le
19,44), el de la liberación y salvación, el del descanso, triunfo, consolación, el día de
permanecer junto al Señor (cfr Mt 5,3 ss; Act 3,20; Ef 4,30; 1 Pe l,5; 1 Tes 4,17; 5,10).
Pero será también el día de la ira (Mt 19,28; 25,31; Ap 6,17), el de la perdición y el
hundimiento (2 Pe 3,7; Mt 7,13; Rm 9,22; 1 Tim 6,9). Será la hora en que se
restablecerá definitivamente la justicia, la hora de la cosecha (Mt 13,30; cfr Me 4,29; Mt
21,34; Gál 6,7.9; Ap 14,15 ss).

Con ello comienza definitivamente el nuevo Eón y el tiempo nuevo, "aquel Eón" "de la
resurrección de los muertos" (Le 20,34 ss), "el nuevo cielo y la nueva tierra en los que
vive la justicia que esperamos" (2 Pe 3,13). El tiempo profano pasó, "la ciudad ya no
había menester de sol ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la
iluminaba y su lumbrera era el Cordero" (Ap 21,23).

Resumiendo, podemos afirmar: el tiempo profano se mueve ante un fin concreto. Este
fin es la llegada del señorío de Dios en Jesucristo. Acontecerá en el futuro, como un
instante crítico e indeterminable ante el cual todo se decide, en un juicio de salvación o
HEINRICH SCHLIER

condenación. El fin del tiempo profano en el instante crítico de Dios es el comienzo de


la nueva creación.

EL FIN DEL TIEMPO ACONTECIDO EN JESUCRISTO

¿Es todo esto "mitología"? ¿No provienen estas afirmaciones del pensamiento fantástico
de la literatura apocalíptica del judaísmo tardío, pensamiento que se traspasó también al
NT? El lenguaje y muchas de sus representaciones, incluso la actitud ante ciertos
problemas; han sido tomados de allí. Pero con esto no se ha dicho todavía la última
palabra sobre la verdad de tales afirmaciones. Tal vez también en la literatura
apocalíptica se ha dado razón de algo verdadero. Además, la respuesta que el NT da a
sus preguntas proviene de algo muy distinto: es el desarrollo de una nueva experiencia
histórica. Es la interpretación de la experiencia que ha irrumpido en la historia con la
persona de Jesús. En todos los niveles y escritos del NT percibimos que el fin del
tiempo ya ha irrumpido en la historia con Jesucristo, que con Jesucristo el tiempo de
Dios ya se ha plantado en medio del tiempo profano.

El mismo Jesús ha unido a su persona el tiempo del señorío de Dios. "Dichosos los ojos
que ven lo que vosotros veis, porque yo os digo que muchos profetas y reyes quisieron
ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron" (Le
10,23). "Pero si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de
Dios ha llegado a vosotros" (Lc 11,20; cfr 17,20). El evangelista Marcos sitúa la obra de
Jesús bajo este lema: "el tiempo se ha cumplido" (Me l,15). El tiempo de Dios llega para
permanecer junto a nosotros en Jesucris to crucificado, resucitado y glorificado. Por ello
el apóstol Pablo puede escribir a la comunidad de Corinto que para nosotros, los
cristianos, "ha llegado el fin de los tiempos" (1 Cor 10,11), y al referirse a la presencia
de Jesucristo en el Evangelio puede decir: "Éste es el tiempo propicio, éste es el día de
la salvación" (2 Cor 6,2).

¿Cómo encontramos en Jesucristo el fin de los tiempos y reconocemos el tiempo de


Dios? En cuanto que Jesús ha vivido en su vida y obras el tiempo de Dios, en cuanto
que lo ha hecho existir en el tiempo profano y lo ha dado a conocer.

El morir obediente de Cristo en la cruz es, según el NT, libre donación y entrega de la
propia vida y, con ello, renuncia de Jesús a su propio tiempo en favor del tiempo de los
otros hombres. Y es, por otra parte, la aceptación del tiempo de los hombres, de ese
tiempo lleno de deseos y pasiones. Entregó su propio tiempo y aceptó el de los hombres
en cuanto que se abandonó y confió al tiempo de Dios que se le abría más allá de las
fronteras de la muerte. Jesús, con la renuncia de su propio tiempo y la aceptación del
tiempo de los hombres, apoyándose en su confianza en el tiempo de Dios, abrió este
tiempo de Dios a favor del mundo y de los hombres. En la hora de su muerte, que por su
entrega a la hora de Dios se convirtió en la hora de su Resurrección, irrumpió la hora de
Dios como el fin de la hora de los hombres.

El NT es consciente de todo esto. "Ésta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas",
dice Jesús, según Lc 22,53, al ser apresado. Y al comenzar la Pasión afirma: "mi tiempo
está próximo" (Mt 26,18). La hora de los hombres, al- ser aceptada por Jesús, se
convierte en "la hora" por antonomasia, es decir, en la hora de Dios. "Ha llegado la
hora, y el hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores" (Mc 14,41). En el
HEINRICH SCHLIER

evangelio de Juan también "su hora" es simplemente "la hora", puesto que sale del
mundo y va al Padre. Aquella hora en que al morir soporta la hora definitiva de los
hombres (Jn 13,l; 2,4; 7,30 y 12,23; 17,l). El tiempo de los hombres es la cotidianeidad
de cada hora. El tiempo de Jesús es el definitivo y único ahora de su muerte, en el cual
se cumple el instante de Dios sobre el mundo.

EL FIN DEL TIEMPO REALIZADO EN LA IGLESIA Y EN EL CRISTIANO

El- tiempo de Dios se ma ntiene abierto en el Espíritu. El Espíritu es, como dice Pablo,
"el primer don" del futuro tiempo de Dios que ha irrumpido ya en Jesucristo. Por medio
de Él se le abre al mundo la dimensión del tiempo de Dios. Se le abre por medio de la
Palabra, a la cual Él da fuerza. La Palabra es la llave de entrada a este nuevo tiempo.
Pero junto a la Palabra obran los signos, ante todo el Bautismo y la Eucaristía. En el
Bautismo fue concrucificado nuestro hombre viejo en la fuerza del Espíritu. Con ello
terminó nuestro tiempo y recibimos un nuevo origen, una vida nueva y un tiempo
nuevo, en la dimensión que se nos ha abierto en el tiempo de Dios (Rom 6,1 ss). Somos
una "nueva creación" (2 Cor 5,17). Y en la Eucaristía, en la cual acontece la
proclamación de la muerte de Jesucristo y en la que Él se hace presente en una
determinada forma, y con Él se hace presente el tiempo de Dios, participamos en Aquel
que nos ofrece actualmente su tiempo.

Todo esto acontece en la fuerza del Espíritu, el cual crea la presencia concreta del
tiempo de Dios sobre la tierra, como podríamos llamar o definir a la Iglesia. Pues la
Iglesia es el lugar en donde, por medio del Espíritu y gracias a la Palabra y al signo, el
tiempo del amor de Dios, que se hizo presente en el mundo con la muerte y
Resurrección de Jesucristo, se nos ofrece una y otra vez para concluir nuestro tiempo.
Por medio de la Iglesia el tiempo de Dios fuerza al mundo a dejar su propio tiempo y a
entrar ya ahora en el tiempo de Dios. El tiempo de Dios se ha hecho en la Iglesia, donde
está presente, un factor de la historia, a la cual conmueve desde los cimientos y ya no
deja en reposo. "Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos
está en tensión, y los esforzados lo arrebatan" (Mt 11,12).

¿Quienes son propiamente "los esforzadas" y violentos y cómo consiguen alcanzar el


tiempo de Dios? Dicho de otra manera: ¿en qué forma el tiempo de Dios, como fin de
nuestro tiempo, se convierte para nosotros en experiencia existencial? En la medida en
que el hombre se entrega a Jesucristo y a su tiempo en la fe, la esperanza y el amor.

La fe no es otra cosa -considerada bajo este punto de vista-que el dejarse acontecer en


Jesús, el cual dio expresión y realidad al tiempo de Dios. Es aceptar a este Jesús como al
viviente, contra toda apariencia y contradicción del tiempo profano. La fe significa que
uno ya no cree al propio tiempo de su mundo, como si éste pudiera asegurarle el futuro,
sino que se coloca en el tiempo que se le abre en el amor de Jesucristo. En esta fe
acontece la renuncia a cualquier tiempo de propia afirmación, de seguridad en sí mismo,
de propia realización.

Un paso al frente de la fe, que se atreve a seguir adelante apoyándose en la palabra de


Jesús, es la esperanza. La esperanza mantiene firme ante los ojos el objetivo de la fe y
avanza hacia el desconocido horizonte. "Porque hemos sido salvados en la esperanza;
que la esperanza que se ve ya no es esperanza" (Rom 8,24). La esperanza cree "contra
HEINRICH SCHLIER

toda esperanza, en la esperanza" (Rom 4,18); contra el tie mpo, en el tiempo. En la


mirada esperanzada al tiempo de Dios se abandonan todas las promesas y amenazas,
todas las impugnaciones y presiones de la actualidad. El futuro, en el que se confía, no
es un invisible vacío. Es el amor de Dios en el amor de Jesús, cuya realidad se nos abre
en el Espíritu. El futuro escondido del tiempo de Dios, en el que esperamos, tiene un
rostro y un nombre: Jesús. La esperanza cristiana no espera lo sin- nombre, ni se puede
sustituir por el "principioesperanza". Nosotros esperamos siempre, como dice el NT,
una "herencia" (Ef 1,19; 1 Pe l,4).

Pero es amando como entramos en el tiempo de Dios y lo llevamos al encuentro de los


otros hombres. "Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida porque
amamos a los hermanos", se dice en 1 Jn 3,14. En el amor a los hermanos se manifiesta
y realiza el hecho de que estemos en el tiempo de Dios. Porque vivimos en el amor, que
nos fue ofrecido en Jesucristo, por esto mismo podemos hacer comprender a los otros el
tiempo de Dios. El odio encierra todo tiempo en el propio tiempo que no tiene ningún
tiempo. Pero en el amor el tiempo se hace interminable en el instante de Dios. Por esto
el fin del tiempo se convierte en la sorpresa de un instante crítico, el crítico instante de
un amor que lo juzga todo con rectitud.

LA REACCIÓN DEL MUNDO ANTE EL FIN DE SU TIEMPO

El futuro hacia el que la historia se encamina se ha convertido en un factor concreto de


la misma a partir del cual reacciona. El transcurso de la historia se encuentra
determinado esencialmente por el fin.

Ciertamente, según cl NT, la historia está desorientada sobre su propio destino.


Transcurre insensible por sus crueles y acostumbrados caminos: revueltas, guerras,
hambres, epidemias, conmociones de dimensiones cósmicas, colisiones planetarias.
Pero el mundo no asocia todo esto con su fin, no reconoce en ello el sentido de unas
señales o avisos. Los hombres conocen el tiempo pero no la historia (Lc 12,54 ss).
Viven como los contemporáneos de Noé: "porque como en los días de Noé, así será la
aparición del Hijo del hombre. En los días que precedieron al diluvio, comían, bebían,
tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; y no se dieron cuenta
hasta que vino el diluvio y los arrebató a todos. Así será la venida del Hijo del hombre"
(Mt 24,37-39). Lo paradójico es que si los hombres viven tan desorientados e
indefensos ¿cómo es que se aseguran una tranquilidad? "Se dicen: hay paz y seguridad"
(1 Tes 5,3). ¿Por qué se aferran a ello? "Dicen: ¿dónde está la promesa de su venida?
Porque desde que murieron los padres, todo permanece igual que en el principio de la
creación" (2 Pe 3,4). Con todo, le ha sido comunicado a lo más íntimo del espíritu de la
historia un conocimiento de su fin. "Sabe que le queda poco tiempo", que el tiempo
profano tiene un plazo fijo (Ap 12,12).

Una señal clarísima de la desorientación del tiempo profano es su perversión en la


imagen que se hace de los dioses. En el mundo pagano existían "muchos dioses y
señores" (1 Cor 8, 6). Eran derivaciones del cosmos, que se concebía como algo divino
(Rom 1,20 ss). En medio de esta auto-apoteosis cósmica situaban los paganos el
problema de Dios. Por ello su respuesta era egoísta y caprichosa. El encuentro del
mundo con el fin de su tiempo, acontecido en Jesucristo, desdivinizó el cosmos y
destruyó sus sueños de eternidad. Pero la fuerza egoísta de autoafirmación y
HEINRICH SCHLIER

autoaclaración del mundo profano prosigue. Ahora obra frente a Dios desdivinizada o,
como se dice, secularizada. Sabe que los dioses han muerto, pero le interesa algo más.
Por eso afirma que también el Dios de Jesucristo ha muerto.

Esto no significa que se pueda liberar fácilmente de la cuestión de Dios. La respuesta


ante esa pregunta inevitable es el dios secularizado, el dios "político", en el más amplio
sentido de la palabra. En el Apocalipsis de Juan se le describe bajo la imagen de los
dioses políticos de aquel tiempo, los del Imperio Romano, en la forma de un culto
secularizado que adora al emperador. Este dios es la respuesta de la historia ante la
aparición de su fin y frente al amenazador desarraigo causado por el tiempo de Dios al
obrar en medio de ella. En este dios se apoya puesto que no cree ni en los dioses
paganos ni en el Dios cristiano, que termina con todas sus posibilidades pero al mismo
tiempo le ofrece otras nuevas. En el corto apocalipsis de 2 Tes se completa la imagen
del dios secularizado con otros rasgos interesantes. "El hombre de la iniquidad, el hijo
de la perdición, se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta
sentarse en el templo de Dios y proclamarse dios a sí mismo" (2 Tes 2,3 ss). Frente al
anticuado cristianismo se alza una nueva religión que intenta desplazar y sustituir el
templo de Dios.

Otro rasgo del tiempo profano es la continua y progresiva oposición a lo cristiano y a


los cristianos. Es imposible explicarla por causas históricas. ¿Qué pueden significar los
pocos cristianos de todos los tiempos ante la multitud de los hombres?, ¿qué puede
querer decir una cristiandad, casi siempre desgarrada y débil en su fe, frente a los
poderosos estados del este o el oeste? Pero es que el mundo desearía ser el Mesías: "yo
lo soy..." (Mc 13,6). Desearía saber quién es el Mesías: "he aquí al Mesías..." (Mc 13,21
y paralelos). Por todas partes aparecen profetas mesiánicos con señales y milagros "para
inducir a error, si fuere posible, aun a los escogidos" (Mc 13,22). Su objetivo se
reconoce en la propaganda profética puesta al servicio del dios político, intentando
hacer su "imagen" más atractiva y aumentar su adoración. Para ello no desdeña milagros
o signos o todo aquello que le favorezca (Ap 13,11 ss).

Pero todo esto no es más que el aspecto espiritual e intelectual de la oposición. La


auténtica oposición es "la guerra". "Le fue otorgado hacer la guerra a los santos y
vencerlos" (Ap 13,7). Porque los santos son los últimos enemigos del Estado mundial
divinizado que sólo permite y "sólo tiene una opinión" (Ap 17,12 ss). Los pocos santos
que todavía quedan amenazan al dios establecido del imperio universal, le hacen sentir
sus fallos y le recuerdan el plazo fijo de su poder. Por eso se les persigue. Convendría
que leyésemos, para hacernos cargo, el NT bajo el lema "persecución". Puesto que no se
puede explicar racionalmente no podrá vencerla ningún tipo de progreso o de
humanismo internacional. Por ello, no tendrá un fin sobre la tierra. No existe la promesa
de una iglesia poderosa y compacta, sino más bien de una comunidad diezmada. Y se
habla constantemente de "escándalo" y "apostasía". Se llega a decir: "por el exceso de la
maldad se enfriará la caridad de muchos" (Mt 24,12). Y se plantea esta melancólica
pregunta: "cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 18,8).
Pero este aguijón en la carne de la historia permanecerá para salvación del mundo.
Habrá siempre unos pocos cristianos y las puertas del infierno no prevalecerán contra la
Iglesia. Gracias a ella permanecerá abierto a los hombres el fin del tiempo y el futuro
incontrolable del tiempo de Dios, de manera que los hombres puedan conocerlo y vivir
la situación del mundo adecuadamente.
HEINRICH SCHLIER

ACTITUD DEL CRISTIANO ANTE EL FIN DEL TIEMPO

El tiempo de Dios en Jesucristo se convertirá en experiencia viva y actual en medio del


tiempo profano solamente si la fe, la esperanza y el amor están conformados por la
firmeza, la vigilancia y la sobriedad.

"Permaneced varonilmente firmes en la fe", amonesta Pablo a la comunidad de Corinto.


"Permaneced firmes en el Señor", repite una y otra vez (Flp 4,1; 1 Tes 3,8; 2 Tes 2,15).
El Eón presente defiend e su existencia en un doble frente, puesto que de mundo sin
Dios se convierte en un dios- mundo, o mundo divinizado. Solamente lo podemos
contrarrestar si estamos enraizados con todas nuestras fuerzas en la fe, si perseveramos
firmes en ella. Por ello se nos exhorta a permanecer en el amor a Cristo. "Permaneced
en mí", "permaneced en mi amor", dice el Jesús de Juan a sus discípulos (Jn 15,4.9; cfr
1 Tim 2,15). Y como una forma de este amor se nos recomienda "ser pacientes hasta
que llegue el día del Señor" (Sant 5,7). La impaciencia práctica y metafísica intenta
saltarse la angustia dada con el propio tiempo, con la falsa ilusión de dominarlo. Pero
esto sólo se consigue cuando uno se entrega al propio tiempo. Y se entrega uno al
tiempo cuando se entrega a sí mismo y entrega el tiempo al tiempo de Dios.

Este estar firmes, permanecer, sostenerse, luchar y oponerse, significa no sólo actuar
contra los hombres, sino también contra el espíritu universal, contra las ideologías y sus
manifestaciones. Nos lo indica expresamente el NT: "tomad la armadura de Dios...,
estad alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia y
calzados los pies, prontos para anunciar el evangelio de la paz. Embrazad en todo
momento el escudo de la fe, con que podáis apagar los encendidos dardos del maligno"
(Ef 6,13 ss). Podríamos llamar a esta actitud "escatología militante". O más
sencillamente, militia Christi que lucha para el tiempo de Dios en un mundo que no
quiere reconocer que el tiempo ha llegado a su fin y por ello sigue soñando con poder
conquistar su futuro.

Junto a la firmeza debe estar presente la vigilancia. "Lo que a vosotros digo, a todos lo
digo: velad" (Mc 13,37). Así concluye el discurso apocalíptico de Jesús. Vigilar
significa tener un cuidado atento a la particularidad del tiempo profano y no
desaprovechar lo que esconde. Ya no existe el tiempo relativo e inocuo de los paganos.
No nos encontramos tampoco ante el tiempo, también relativo e inocuo, de los ateos. En
el mundo que existe después de Cristo cada momento es un momento de Dios puesto
que todo lo que nos sale al encuentro lleva su exigencia. En resumidas cuentas, porque
este tiempo, su ahora, es un tiempo crítico para salvación o condena, ya que el tiempo
de Dios está entre nosotros y nos llama, aquí y ahora, por esto nuestro tiempo es una
oportunidad para el amor. Puesto que cada instante me exige y me dirige un reto, no hay
ya sitio para eufóricos sueños sobre el desarrollo del mundo hacia un punto Omega (en
una sola palabra malvada puede echarse a perder toda la evolución). Tampoco hay sitio
para los sueños angustiosos que acechan tras el desarrollo técnico, como si el tiempo se
nos fuese a escapar entre sus mecanismos (en una sola palabra del amor está incluido
todo el tiempo hundido en el tiempo de Dios). La vigilancia cristiana no es ni una
atención al progreso ni una preocupación por su perversión. Se trata de que vigilemos
para no desperdiciar el instante de Dios. Supuesto esto, cualquier otra actividad es lícita.

La vigilancia debe unirse a la sobriedad. "Por consiguiente, no durmamos como los


otros, sino que estemos vigilantes y vivamos sobriamente" (1 Tes 5,6). Ser sobrio
HEINRICH SCHLIER

significa que las cosas se ven y se aceptan como son. Y ¿cómo son? Indiquemos sólo un
ejemplo: los hombres somos de tal manera que queremos vivir de nuestro propio tiempo
y no del de Dios. No queremos ser obra de Dios. Esta oposición constituye para Pablo
lo más recóndito del pecado que condiciona al hombre desde su mismo origen (cfr Rom
1,18 ss). El hombre, tal como es, pronuncia un sí hacia si mismo v un no a su ser
creado. Esta rebelión constituye una protesta contra sí mismo como criatura. Esta
protesta contra el tiempo de Dios cesa cuando acepta el milagro del amor manifestado
en Jesucristo, cuando deja -recuperado en su tiempo por Dios- de encerrarse en su
propio tiempo. Ser sobrio significa distinguir al cristiano, que no debe a sus propias
fuerzas el ser una nueva criatura, del hombre que se afirma en un sí apasionado y
egoísta en lugar de reconocerse en un sí imparcial e ingenuo.

Pero ser sobrio y distinguir, solamente es posible manteniendo una distancia ante las
cosas, distancia que permite captar la diferencia entre el tiempo del mundo y el tiempo
de Dios. Esta distancia exigida para la sobriedad es algo singular: es un sí al mundo en
el no, y un no al mismo mundo en el sí. El apóstol Pablo la describe así: "Os digo, pues,
hermanos, que el tiempo es corto. Sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no
la tuvieran; los que lloran como si no llorasen; los que se alegran como si no se
alegrasen; los que compran como si no poseyesen y los que disfrutan del mundo como
si no disfrutasen, porque pasa la apariencia de este mundo" (l Cor 7,29-31).

El fin del tiempo es el tiempo de Dios. El mundo se encuentra en ese instante crítico.
Pero el tiempo de Dios, en el amor de Jesucristo, está en medio de la historia como algo
activo y eficaz. Por medio del Espíritu se encuentra presente en la Iglesia y lo podemos
captar en la fe, la esperanza y el amor. El mundo intenta afirmarse contra el fin de su
tiempo. Por eso exige del cristiano firmeza, vigilancia y sobriedad.

Tradujo y condensó: RAMIRO REIG

También podría gustarte