El Enigma Del Contrato Administrativo
El Enigma Del Contrato Administrativo
El Enigma Del Contrato Administrativo
CONTRATO Lectura
ADMINISTRATIVO
1. INTRODUCCIÓN
El Príncipe, en los contratos con sus súbditos, queda ligado por obligación natural. En
segundo lugar, es también muy cierto que el Príncipe, aun con la plenitud de su poder,
no puede violar el contrato. Aún por la sola razón de que el Príncipe está sujeto a las
leyes positivas de su nación o pueblo; ni por la consecución y disfrute del cargo de
príncipe deja de ser uno de los ciudadanos y como tal en sus contratos usa del
derecho particular».
El Príncipe está obligado a cumplir los pactos —aun los hechos con los súbditos
suyos—, dado que esta obligación nace de la justicia natural, la cual obliga también
al Príncipe. Por una necesidad pública o por una causa urgente se puede rescindir
(por tanto, también renegociar) un contrato, pero no se puede privar al súbdito de los
derechos derivados de aquél, porque éstos son algo «suyo» (es decir, de su
propiedad) y deberá ser compensado.
“No State shall... pass any... Law impairing the obligation of contracts...”.
Ningún Estado ... aprobará ninguna ... ley que menoscabe la obligación de
contratos.
Así pues, a la pregunta: ¿puede una nueva Ley cambiar los términos del contrato?,
podemos decir que el Estado, en buen derecho, no puede alterar los términos
pactados en un contrato. Lo que sí podrá es expropiar, por Ley, los derechos
emergentes del mismo, que tienen la misma garantía constitucional que la propiedad,
porque son derechos de propiedad, de los que no pueden ser privados sus titulares
sino por causa de utilidad pública y previa indemnización.
La Administración podrá «concertar los contratos, pactos y condiciones que tenga por
conveniente, siempre que no sean contrarios al interés público, al ordenamiento
jurídico y a los principios de buena administración», añade con toda rotundidad: «y
deberá cumplirlos al tenor de los mismos...», lo que significa, los contratos
administrativos son «igual, o mejor dicho, casi igual (no puede olvidarse la referencia
a las prerrogativas, aplicables especialmente a la contratación administrativa) que los
contratos que celebran los particulares para los que el principio del cumplimiento de
lo pactado es una regla de oro labrada en la esencia misma de la institución
contractual.
Para la determinación de la naturaleza en cada caso habrá que estar, pues, a estos
dos criterios: 1) al grado de determinación legal con que queda prefijado el supuesto
de hecho y el papel que se le hace desempeñar a la voluntad de las partes en uno u
otro caso, y 2) a la independiente exigibilidad o, por el contrario, a la mutua
dependencia causal con que ambas prestaciones se configuran en la relación.
Hay autores que, siguiendo la doctrina alemana, entienden que lo esencial para que
estemos ante un contrato es la igualdad básica de posiciones de ambas partes, como
tal consentimiento de voluntades concordes, a esa relación jurídica, será necesario
que todas esas voluntades vengan a originar o perfeccionar el acto jurídico
constitutivo correspondiente, en condiciones de esencial igualdad jurídica, de modo
que pueda predicarse a la vez y conjuntamente de todos sus sujetos. Lo fundamental
en todo proceso de contratación no es la igualdad, sino la libertad de las partes para
entrar en él, que es total para el contratista.
Por todo ello, hay que concluir, como afirmaba Fernando GARRIDO, en la «indudable
posibilidad teórica del contrato administrativo». Hasta aquí la segunda clave de
comprensión del enigma.
5. LA TIPIFICACIÓN LEGAL
Dicho lo anterior, el paso siguiente consiste en ver cómo puede ello trasladarse al
Derecho positivo, tipificando en él, en lo posible, el contrato administrativo. La
presencia de la Administración no basta para calificar un contrato como
administrativo, y el criterio jurisdiccional, pues la jurisdicción aplicable no es causa,
sino consecuencia de su naturaleza, los dos criterios que tradicionalmente se han
utilizado en las leyes para la calificación de un contrato como administrativo han sido
éstos: 1) la cláusula de «obras y servicios públicos»: se califican como tales aquellos
que tienen por objeto el servicio público y/o las infraestructuras (obras) necesarias
para su prestación y 2) la presencia de «cláusulas exorbitantes» al Derecho común.
Ambos criterios resultaban, sin embargo, imprecisos e insuficientes. El primero, por
la indefinición tradicional del servicio público como objeto de referencia. El segundo,
porque, de nuevo, es confundir causa con efecto: un contrato no es administrativo por
incorporar cláusulas exorbitantes, sino que incorpora válidamente éstas por ser
administrativo. Y, además, resultan aplicables, aun cuando no estén expresamente
previstas en el Pliego de Condiciones, pues se entienden implícitas en todo contrato
administrativo. En definitiva, de lo que se trataba a la hora de definir legalmente la
figura era de encontrar un criterio que permitiese identificar, junto a aquellos que la
ley definiese expresamente como tales, cuáles eran aquellos otros que eran
administrativos por naturaleza.
Dos años más tarde, VILLAR PALASÍ precisó que “no son las funciones de la
Administración (en su conjunto) las que determinan el carácter administrativo de una
relación contractual, sino las finalidades específicas de cada órgano (en concreto), lo
que, al ser realizadas a través de un contrato, le da a este carácter administrativo”.
Para la mejor consecución de esos fines específicos el ordenamiento reviste a ese
órgano de los medios jurídicos convenientes (inmunidades, prerrogativas, privilegios),
de los que se encuentra siempre investido a la hora de actuar en el ámbito de su
competencia específica, tanto si lo hace por vía de acto como si lo hace por vía de
contrato. Es justamente para la consecución de esos fines que se le concede al
órgano una protección jurídica especial.
Si bien es de lamentar que haya desaparecido de este último texto aquella referencia
a una especial tutela del interés público, que es, sin duda, alma y razón de ser del
contrato público. Es justamente la existencia de un interés público prevalente, que el
ordenamiento jurídico encomienda a cada órgano o entidad, la que requiere de una
protección especial.