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La Filosofía y El Extrañamiento

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La filosofía y el extrañamiento

Uno de los orígenes de la filosofía es el asombro. Aquel asombro frente a lo que nos
rodea, frente al mundo, frente al todo. El asombro se despierta porque se puede pensar
que de todo lo que existe, del mundo, de lo que nos rodea, no pudo haber existido nada.
A raíz de esto existe el asombro filosófico. Este no es meramente el asombro ante
situaciones particulares de la vida diaria, sino que es el asombro ante la totalidad del
mundo, ante el todo. Y este se experimenta cuando el hombre se desliga de las
exigencias vitales más urgentes como lo son la comida, la vestimenta, entre otras y puede
elevar la mirada mucho más allá de esas necesidades, pudiendo así contemplar la
totalidad y elaborarse para sí mismo preguntas más profundas como, por ejemplo: ¿cuál
es el sentido de todo lo que nos rodea? O, también, la pregunta por el porqué, es decir,
por el fundamento. De hecho, todo tiene un sentido, una razón de ser, un fundamento. Y
cuando el hombre pudo pasar el límite de la cotidianeidad y formular estas preguntas, en
ese momento está haciendo filosofía.

Una característica de la filosofía es el EXTRAÑAMIENTO. De hecho, hacer filosofía es


colocarse en un lugar de extrañamiento frente a todo lo que nos rodea, frente a todo lo
que se nos presenta como obvio. Todos podemos desenmascararnos de esta realidad y
de lo cotidiano para ingresar en el extrañamiento. Y este remite a recuperar nuestra
capacidad de asombro.

La idea de recurrir al extrañamiento es sobrepasar el límite de lo obvio, es decir, empezar


a pensar que la realidad se puede presentar a través de dos caras: un rostro manifiesto
(que es lo que vemos, lo obvio) y un rostro oculto. Lo obvio, no incluye a la diferencia ni
plantea alternativas. Y hacer filosofía, y buscar el fundamento, nos obliga a ir por la
diferencia, por lo diferente, por lo extraño.

La lengua y el extrañamiento

Desde la lengua hay una visión muy parecida sobre el extrañamiento.

Schklovski, un integrante del Formalismo Ruso, desarrolló esta noción aplicándola a la


poesía.
Este autor propone el concepto de OSTRANENIE para referirse al extrañamiento y, con él
se refiere a aquellos modos de alterar el lenguaje literario que tiene como fin dar una
forma nueva de presentar a los objetos de la realidad, posicionándonos frente a ellos
como si los viéramos por primera vez.

El plantea que esto es una desfamiliarización del lenguaje y consecuentemente de los


objetos. Hacer extraño al lenguaje, es como ver las cosas por primera vez.

La relación entre la lengua y la filosofía a partir

del concepto:

Ambas disciplinas toman al extrañamiento de una manera similar. La filosofía lo propone


como una perspectiva frente a la realidad e impulsa a buscar la diferencia de lo obvio e ir
más allá de lo que vemos. La lengua, en cambio, aplica el extrañamiento al lenguaje, y
plantea que nosotros nos desautomatizamos frente a esto, nos extrañamos, porque nos
descoloca respecto a la mirada habitual que tenemos de los objetos de la realidad.

Entonces, para poder hacer filosofía, debemos desautomatizarnos, es decir, extrañarnos


de la realidad.

Ejemplo de ostranenie en el lenguaje:

FRAGMENTO DE “RAYUELA” – DE JULIO CORTÁZAR.

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias,


en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las
incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara
al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando,
reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han
dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en
un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara
suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los
encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa
convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios
del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta
del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las
marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas
gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

FIN

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