10 Extra - San Alfonso - Engaños Del Enemigo Al Pecar
10 Extra - San Alfonso - Engaños Del Enemigo Al Pecar
10 Extra - San Alfonso - Engaños Del Enemigo Al Pecar
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ENGAÑOS QUE EL ENEMIGO SUGIERE AL PECADOR1
Punto 1
Imaginemos que un joven, reo de pecados graves, se ha confesado y recuperado
la divina gracia. El demonio nuevamente le tienta para que reincida en sus pecados.
Resiste aún el joven; mas pronto vacila por los engaños que el enemigo le sugiere. “¡Oh
hermano mío! –le diré–, ¿qué quieres hacer? ¿Deseas perder por una vil satisfacción
esa excelsa gracia de Dios, que has reconquistado, y cuyo valor excede al del mundo
entero? ¿Vas a firmar tú mismo tu sentencia de muerte eterna, condenándote a
padecer para siempre en el infierno?” “No –me responderá–, no quiero condenarme,
sino salvar mi alma. Aunque hiciere ese pecado, le confesaré luego...” Ved el primer
engaño del tentador. ¡Confesarse después! ¡Pero entre tanto se pierde el alma!
Dime: si tuvieses en la mano una hermosa joya de altísimo precio, ¿la arrojarías
al río, diciendo: mañana la buscaré con cuidado y espero encontrarla? Pues en tu mano
tienes esa joya riquísima de tu alma, que Jesucristo compró con su Sangre; la arrojas
voluntariamente al infierno, pues al pecar quedas condenado, y dices que la
recobrarás por la confesión.
Pero ¿y si no la recobras? Para recuperarla es menester verdadero
arrepentimiento, que es un don de Dios, y Dios puede no concedértele. ¿Y si llega la
muerte y te arrebata el tiempo de confesarte?
Aseguras que no dejarás pasar ni una semana sin confesar tus culpas. ¿Y quién
ha ofrecido darte esa semana? Dices que te confesarás mañana. ¿Y quién te promete
ese día? El día de mañana –dice San Agustín– no te ha prometido Dios; tal vez te le
concederá, tal vez no, como acaeció a muchos, que fueron sanos de noche a dormir en
sus camas y amanecieron muertos. ¡A cuántos, en el acto mismo de pecar, hizo morir
el Señor, y los mandó al infierno! Y si hiciese lo propio contigo, ¿cómo podrías
remediar tu eterna perdición?
Persuádete, pues, de que con ese engaño de decir “después me confesaré”, el
demonio ha llevado al infierno millares y millares de almas. Porque difícilmente se
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ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, Preparación para la muerte, Consideración 23.
hallará pecador tan desesperado que quiera condenarse a sí mismo. Todos, al pecar,
pecan con esperanza de reconciliarse después con Dios. Por eso tantos infelices se han
condenado y hecho imposible su remedio.
Quizá digas que no podrás resistir a la tentación que se te ofrece. Este es el
segundo engaño que te sugiere el enemigo, haciéndote creer que no tienes fuerza para
combatir y vencer tus pasiones. En primer lugar, menester es que sepas que, como
dice el Apóstol (2 Co. 10, 13): Dios es fiel y no permite que seamos tentados con
violencia superior a nuestro poder.
Además, si ahora no confías en resistir, ¿cómo tienes esperanza de lograrlo
después, cuando el enemigo no cese de inducirte a nuevos pecados y sea para ti más
fuerte que antes y tú más débil? Si piensas que no puedes ahora extinguir esa llama,
¿cómo crees que la apagarás luego, cuando sea mucho más violenta?... Afirmas que
Dios te ayudará. Mas su auxilio poderoso te le da ya ahora; ¿por qué no quieres valerte
de él para resistir? ¿Esperas, acaso, que Dios ha de aumentarte su auxilio y su gracia
cuando tú hayas acrecentado tus culpas?
Y si deseas mayor socorro y fuerzas, ¿por qué no se los pides a Dios? ¿Dudas, tal
vez, de la fidelidad del Señor, que prometió conceder lo que se le pidiere? (Mt. 7, 7).
Dios no olvida sus promesas. Acude a Él y te dará la fuerza que necesitas para resistir
a la tentación.
Punto 2
Dices que el Señor es Dios de misericordia. Aquí se oculta el tercer engaño,
comunísimo entre los pecadores, y por el cual no pocos se condenan. Escribe un sabio
autor que más almas envía al infierno la misericordia que la justicia de Dios, porque
los pecadores, confiando temerariamente en aquélla, no dejan de pecar, y se pierden.
El que peca –dice San Agustín– pensando en que se arrepentirá después de haber
pecado, no es penitente, sino que hace burla y menosprecio de Dios. Además, el
Apóstol nos advierte (Ga. 6, 7) que de Dios nadie se burla; ¿y qué irrisión mayor habría
que ofenderle cómo y cuándo quisiéramos, y luego aspirar a la gloria?
“Pero así como Dios fue tan misericordioso conmigo en mi vida pasada, espero
que lo será también en lo venidero”. Este es el cuarto engaño. De modo que porque el
Señor se ha compadecido de ti hasta ahora, ¿habrá de ser siempre clemente y no te
castigará jamás?... Antes bien, cuanto mayor haya sido su clemencia, tanto más debes
temer que no vuelva a perdonarte, y que te castigue con rigor apenas le ofendas de
nuevo. “No digáis –exclama el Eclesiástico (5, 4)– he pecado, y no he recibido castigo, porque
el Altísimo, aunque es paciente, nos da lo que merecemos”.
Cuando llega su misericordia al límite que para cada pecador tiene determinado,
entonces le castiga por todas las culpas que el ingrato cometió. Y la pena será tanto
más dura cuanto más largo hubiere sido el tiempo en que Dios esperó al culpado, dice
san Gregorio.
Si vieras, pues, hermano mío, que, a pesar de tus frecuentes ofensas a Dios, aún
no has sido castigado, debes decir: “Señor, grande es mi gratitud, porque me habéis
librado del infierno, que tantas veces merecí”. Considera que muchos pecadores, por
culpas harto menos graves que las tuyas, se han condenado irremisiblemente, y trata
además de satisfacer por tus pecados con el ejercicio de la paciencia y de otras buenas
obras.
Punto 3
“Aún soy joven... Dios se compadece de la juventud, y más tarde me entregaré a
Él”. Consideremos este quinto engaño. Eres joven: ¿mas no sabes que Dios no cuenta
los años, sino los pecados de cada hombre?... ¿Cuántos has cometido?... Muchos
ancianos habrá que no hayan hecho ni la décima parte de los que tú hiciste. ¿Ignoras
que el Señor tiene determinados el número y medida de las culpas que a cada pecador
ha de perdonar?
“El Señor –dice la Escritura (2 Mac. 6, 14)– sufre con paciencia para castigar a las
naciones en el colmo de sus pecados cuando viniere el día del juicio”. Lo cual significa que el
Señor es paciente y sufre y espera hasta cierto límite; mas no bien se colma la medida
de los pecados que a cada hombre quiere perdonar, cesa el perdón y se ejecuta el
castigo, enviando de improviso la muerte al pecador en el estado de condenación en
que éste se halle, o abandonándole a su pecado, que es pena peor que la misma muerte
(Is., 5).
Si tenéis una tierra de labor y la cercáis con setos, y a pesar de haberla cultivado
muchos años y de haber hecho en ella gastos considerables, veis que, con todo eso, no
os da fruto alguno, ¿qué haréis?... Le arrancaréis el cercado y la dejaréis abandonada.
Temed que Dios no haga eso mismo con vosotros. Si seguís pecando, iréis
perdiendo el remordimiento de conciencia; no pensaréis en la eternidad ni en vuestra
alma; perderéis casi del todo la luz que nos guía, acabaréis por perder todo temor...
Pues ya con eso quitada está la cerca que os defendía. Ya llegó el abandono de Dios.
Examinemos, en fin, el último engaño. Dices: “Verdad es que por ese pecado
perderé la gracia de Dios y quedaré condenado al infierno. Puede, pues, suceder que
Afectos y súplicas
¿Y por haber sido Vos, ¡oh Dios mío!, tan benévolo para conmigo, he sido yo tan
ingrato con Vos? Como a porfía, Señor, apartábame yo de Vos, y Vos me buscabais.
Me colmabais de bienes, y yo os ofendía.
¡Oh Señor mío! Aunque sólo fuese por la bondad con que me habéis tratado,
debiera yo estar enamorado de Vos, porque a medida que yo acrecentaba las culpas,
me aumentabais Vos la gracia para que me enmendase. ¿Acaso he merecido yo la luz
con que ilumináis mi alma?
Gracias os doy, Dios mío, con todo mi corazón, y espero que os las daré
eternamente en el Cielo, pues los méritos de vuestra preciosísima Sangre me infunden
consoladora esperanza de salvación, fundada en la inmensa misericordia que habéis
conmigo usado.
Espero, entre tanto, que me daréis fuerzas para no haceros traición, y propongo
que con el auxilio de vuestra gracia preferiré mil veces la muerte a ofenderos más.
Basta con lo mucho que os ofendí. En la vida que me resta quiero entregarme a vuestro
amor. ¿Cómo no amar a un Dios que murió por mí, y me ha sufrido con tanta
paciencia, a pesar de las ofensas que le hice?...
Arrepiéntome de todo corazón, Dios de mi alma, y quisiera morir de dolor... Y si
en la vida pasada me aparté de Vos, ahora os amo sobre todas las cosas, más que a mí
mismo... Eterno Padre, por los merecimientos de Jesucristo, socorred a un miserable
pecador que desea amaros...
María, mi esperanza, ayudadme Vos, y alcanzadme la gracia de que acuda
siempre a vuestro divino Hijo y a Vos, no bien el enemigo me induzca a cometer
nuevos pecados.