Ideologia Antiguo Egipto
Ideologia Antiguo Egipto
Ideologia Antiguo Egipto
1.—El antiguo Egipto, desde el momento mismo en que se formaron allí las clases
(cuarto milenio a. de c.) y a lo largo de los milenios sub-siguientes, representaba una
sociedad esclavista. No obstante, siguieron existiendo considerables supervivencias del
régimen del comunismo primi-tivo y durante largo tiempo se conservó la comu-na
aldeana. A la vez que la explotación de los esclavos, se efectuó también la de los
agricultores y artesanos libres, a quienes se les imponían obli-gaciones, en beneficio,
no solamente del Estado, sino también de los representantes de la nobleza
terrateniente y burocrática.
El Estado esclavista del antiguo Egipto es-taba organizado a la manera de una
Despotia oriental regida por el faraón endiosado. La circuns-tancia de ser el antiguo
Egipto donde precisamen-te aparece esta forma de gobierno del Estado es-clavista, se
explica por el hecho de que la utiliza-ción de las aguas del Nilo para la irrigación
artificial requería la creación de las correspondientes instalaciones complicadas, cuyo
mantenimiento y perfeccionamiento sólo podía asegurar una cen-tralización política.
Aplastando y explotando a las inmensas ma-sas de esclavos, agricultores y artesanos
libres, empleando en vasta escala la coerción extra-económica para extraer el
sobreproducto, la clase esclavista utiliza e implanta la ideología religiosa. El bajo
desarrollo de la técnica, que coloca al hombre en situación de dependencia con
respecto a las fuerzas de la naturaleza, y la situación esta-cionaria del desarrollo social
crean condiciones favorables para la consolidación de las ideas reli-giosas en la
conciencia de los hombres. También la ideología política de la clase esclavista gober-
nante de Egipto está impregnada totalmente de ideas religiosas. La clase gobernante
sostiene y divulga por todos los medios la idea de que el faraón es un dios terrenal,
continuación directa de los dioses celestiales. Ya durante la época del antiguo Reino se
había formado un auténtico culto de los farao-nes, a los que se llamaba: “Gran Dios”,
“Hijo del Sol”, “Descendiente de los dioses”. El rey no mue-re, sino que “desaparece en
su horizonte eterno”; después de la muerte se convierte en el dios Osi-ris. Es un “ser
que vive eternamente”, al que “le han dado la vida para siempre”. Los dioses, sobre
todo el dios Horus, son declarados protectores de los dioses terrenales, los faraones.
Todos los acontecimientos políticos son presentados como la manifestación de la
voluntad de los dioses terrenales y celestiales. Esta ideología se refleja en diversas
inscrip-ciones, sobre todo en las de los muros internos de las pirámides, en los himnos
en honor del faraón y en otras obras literarias. 2.— La ideología política de la capa
supe-rior de la clase esclavista se revela con toda cru-deza en La sabiduría de Ptah-
hotep, que aparece en el tercer milenio a. de c., y cuyo contenido conservó su valor a lo
largo de muchos siglos.
Ptah-hotep es uno de los descollantes repre-sentantes de la nobleza egipcia que ocupa
altos cargos en el Estado egipcio, incluso el puesto de visir, jefe de todo el aparato
administrativo. Lle-gado a la edad madura, hace el resumen de la experiencia de la
vida que ha acumulado durante largos años. En la Sabiduría se reflejan también los
conceptos de Ptahhotep con respecto a los problemas del régimen social y del Estado.
Ptah-hotep parte de la necesidad de la des-igualdad social. Según él, el hombre que
ocupa una posición inferior en la sociedad es malo; el que ocupa una posición superior
es valioso y no-ble. Reclama a los “inferiores” el sometimiento y la resignación frente a
los “superiores”. Frente al “superior” hay que estar quieto y doblar el espi-nazo. Dice a
los “inferiores” que su bienestar de-pende de la buena voluntad y de la benevolencia de
los nobles y del poder de los ricos. Al mismo tiempo, Ptah-hotep aconseja a los
“superiores” no ser soberbios en su trato con los “inferiores”, no humillarlos, no
ofenderlos ni da-ñarlos. La fuerza de la afabilidad es mayor que la de la prepotencia;
nadie debe pretender infundir miedo fuera del rey y dios. A la vez que da no pocos
consejos referen-tes al modo de adquirir riquezas, Ptah-hotep con-dena,
hipócritamente, el egoísmo y la codicia, y declara que esta última es una enfermedad
mortal que destruye la familia y estropea las buenas rela-ciones entre los familiares. La
condenación de la codicia es una especie de precaución que Ptah-hotep toma ante el
miedo de provocar el descon-tento de los desposeídos. Ptah-hotep muestra temor ante
cualquier cambio. Se pronuncia en contra de cualquier mo-dificación en las normas de
conducta de los hom-bres. Cuando ha llegado a viejo, el hombre no debe innovar los
“preceptos del padre”, sino que tiene que inculcar a sus hijos todo lo que él le ha dicho;
nada hay que añadir a los viejos legados, ni modificarlos en nada.
En los conceptos de Ptah-hotep acerca de la organización del Estado se reflejan
nítidamente las peculiaridades del régimen de Estado de Egip-to. La palabra “dios” es
con mucha frecuencia identificada plenamente con la de “faraón”. La subordinación
incondicional al jefe es considera-da la máxima virtud del funcionario. “Dobla el
espinazo —dice el potentado Ptah-hotep— ante quien es tu jefe, jefe tuyo en la casa
del rey; tu casa se destacará por su riqueza y tú fortalecerás
la casa.”2 3.—A partir de la vi dinastía (es decir, aproximadamente desde mediados del
tercer mi-lenio a. de c.) comienza en Egipto la desintegra-ción de la monarquía
centralizada. La unificación había reportado, a su debido tiempo, considera-bles
ventajas a los diversos nomos; habían recibi-do pastizales y materia prima de que
carecían. La unificación produjo el florecimiento en el sistema de regadío y elevó el
poderío militar del país. Sin embargo, con el correr del tiempo, la nobleza local, en
virtud de la falta de amplios lazos económicos en la escala de todo el país, y como no
estaba ya directamente interesada en las insta-laciones de irrigación ni en las
campañas militares emprendidas por el faraón, y sentía la carga de su dependencia
con respecto al gobierno central egipcio, comenzó a luchar por emancipar los no-mos
de las obligaciones y cargas que el gobierno del faraón les imponía. Muchos de los
nomos logran paulatinamente cierta autonomía, lo que da como resultado el comienzo
de la desintegración del Egipto único y centralizado. La descentralización política
provocó la de-cadencia del sistema de regadío, el cual necesita-ba ser constantemente
ampliado y perfeccionado mediante una red de canales para irrigar y explo-tar los
campos “altos”, es decir, las tierras que no se beneficiaban por el desbordamiento
anual del río y eran propiedad privada de los esclavistas pudientes. En relación con ello
surge de nuevo la necesidad de la unificación, cuya iniciativa corrió a cargo del nomo
de Heracleópolis. Los reyes de este nomo (de la I y II dinastía), a fines del tercer
milenio, someten a su poder el valle del Nilo, desde su desembocadura hasta Tinis. En
ese per-íodo ya se manifiestan en Egipto las contradic-ciones más agudas: las masas
pobres se sublevan contra los ricos y los propietarios enriquecidos de los campos
“altos” se levantan contra los repre-sentantes de la antigua nobleza burocrática.
2 N. P. Tulia, Aforismos didácticos del antiguo Egipto, ed. rusa, Leningrado, 194I, pág.
49.
La Instrucción del rey Ahtoy (X dinastía) a su hijo constituye un interesante monumento
lite-rario que refleja esta encarnizada lucha entre las clases y entre los diversos grupos
de la clase do-minante. Este tratado político pone de relieve la
ideología de la capa superior de la sociedad es-clavista egipcia en un momento crítico
para ésta. Es completamente posible que el autor de la Ins-trucción no haya sido el
propio faraón, sino algu-no de sus cortesanos y, más probablemente aún, alguno de los
altos funcionarios. El autor de la Instrucción aconseja seguir una política rigurosa pero
cautelosa frente a los trabajadores. Recomienda, por un lado, aplastar violentamente a
los “facciosos” y ser implacable con los pobres que pretendan apoderarse de los bienes
de los esclavistas; por otro lado, en su de-seo de evitar una acción del pueblo, señala
la ne-cesidad de hacer algunas concesiones a los traba-jadores.
“No tengas escrúpulos en caso de saqueo..., pero debes castigar... por cualquier
palabra que pronuncien.” “Aplasta la grey, extingue la llama que parte de ella, no hagas
eI juego al hombre hostil siendo re (literalmente: «en su calidad de pobre») es un
enemigo”3
3 Instrucción del rey de Heracleópolis a su hijo, versión rusa de B. L. Rubinstein,
Mensajero de historia antigua, N° 2, I950, pág. I26. 4 Instrucción del rey de
Heracleópolis a su hijo, ed. cit., pág. 127. 5 Ibídem, pág. I26. 6 Ibídem, pág. 127. 7
Ibídem. 8 Ibídem,pág.I30.
El autor considera que no se debe tener con-fianza en los pobres, puesto que quieren
apode-rarse de la propiedad ajena. “El desposeído codi-cia lo ajeno.”4 No hay que
creer al pobre. No hay que incorporarlos al ejército: “El pobre es un ele-mento
perturbador en el ejército.”5 Por el contra-rio, el rico merece toda la confianza: “El rico
no es injusto en su casa, ya que es dueño de las cosas y no tiene necesidades.” Por
otra parte, Ahtoy recomienda no abusar de la violencia con respecto a los débiles y
desposeídos, y se pronuncia en contra de los castigos injustos y duros.
El autor aconseja al rey apoyarse en la no-bleza, prestar toda clase de protección a sus
dig-natarios: “Respeta a tus altos dignatarios, salva-guarda el bienestar de tu gente.”6
“Ensalza a tus dignatarios para que procedan de conformidad con sus leyes.”7
“Aquellos que siguen al rey son dioses.”8
Ahtoy considera de gran importancia el apoyo al culto religioso y al que se debe a los
difuntos reyes. Exhorta a ofrecer generosos sacri-ficios a los dioses, erigir recios
monumentos, pero cuidarse de no destruir los ajenos para levantar los propios. 4.—En
el siglo XVIII a. de c. tuvo lugar en Egipto un levantamiento de los desposeídos libres y
esclavos, en el curso del cual se efectuó un reparto en gran escala de los bienes de la
no-bleza y de los pudientes; fueron aniquiladas las instituciones estatales, pero la
sublevación fue espontánea y sufrió una derrota. La invasión, des-de el Asia, de las
tribus nómadas, los hicsos —que afianzaron su dominio en Egipto por más de un siglo
—, aceleró la derrota de dicho levanta-miento. Los sucesos vinculados con esa
sublevación están relatados en Papiro de Leyden conocido con el nombre de La.
sabiduría: de Ipuver. El autor, representante la nobleza, narra con nítida forma literaria
el levantamiento ocurrido: “Los nobles están amargados; en cambio, el populacho está
alegre. Cada ciudad dice: «Pues vamos a golpear a los fuertes (o sea, a los pudientes)
de entre nosotros.» La tierra se ha dado vuelta como el torno de un alfarero. El bandido
(se ha conver-tido en) dueño de las riquezas. El rico (se convir-tió) en saqueador... Los
fuertes de corazón pare-cen pájaros (por medrosos).” Y el autor continúa: “No hay
(más) egipcias en ninguna parte... El oro, los lapizlázulis, la pla-ta, la malaquita, la
cornalina, la Piedra de Ihbat... adornan el cuello de las esclavas. Las damas no-bles
(vagan) por el país. Las amas de casa dicen: «¡Oh, si pudiéramos llenar con algo el
estóma-go!» Las mujeres nobles... sus cuerpos sufren por los andrajos, sus corazones
se destrozan cuando tienen que saludar (a los mismos que antes las saludaban a
ellas).” Los desposeídos libres y los esclavos se apoderaron de los bienes de los ricos
y se convir-tieron en dueños de los que antes pertenecían a sus opresores. Sin
embargo, no hay ningún moti-vo para creer que, a consecuencia del levanta-miento, se
haya realizado la colectivización de los bienes, o que se trazara plan alguno de
transfor-mación básica de las relaciones sociales esclavis-tas. La esclavitud siguió
conservándose también después del levantamiento: “Aquel que no tenía (siquiera)
esclavos temporarios, se convirtió (en-tonces) en propietario de esclavos hereditarios.”
No obstante, la sublevación asestó un golpe a las ideas tradicionales de los hombres
libres sobre la diferencia de los nobles y los no nobles: “No se distingue el hijo de un
marido de aquel que no tiene padre.” Ipuver explica lo sucedido como obra de la
voluntad de los dioses y de la pasividad o torpe proceder del rey. Para él, la voluntad
del rey es el origen de todos los sucesos que ocurren en el Estado. Después de haber
narrado con aflicción los acontecimientos, para él terribles, Ipuver expresa, en
conclusión, el deseo de que todo vuelva a lo antiguo, de que todo se restablezca
íntegramente tal como estaba antes. “Sería bueno —dice— que se implanten
nuevamente las obligaciones, que la propiedad no corra peligro, que la nobleza de los
nomos esté al frente y mande con alegría en sus casas.” 5.—También la Instrucción de
Amene-Mope, que data de la época del Reino Nuevo (más probablemente de las
dinastías XXII o XXIII, siglos X y XI a. de c.), es un claro reflejo de la ideología de los
esclavistas egipcios. Esta Instrucción fue escrita por un alto dignatario que poseía
amplios poderes en la administración de la economía estatal de Egipto. Dirigida a su
hijo, traducía el estado de ánimo de los esclavistas durante la iniciación de la
decadencia de Egipto. La nobleza está aterrorizada por la sublevación de los esclavos
y de los libres, que sacude el Estado egipcio, y aspira a evitar en el futuro tales levan-
tamientos. Amene-Mope llama a los explotadores a la moderación y a la cautela. Les
advierte que no ocupen tierras ajenas. “No quites el mojón de los campos.” “Evita violar
los límites de los campos para no crearte temores.”9
9 Aquí y mas adelante se cita según el libro de N. P. Gulia, Aforismos didácticos del
antiguo Egipto, ed. rusa, Leningrado. I941, págs. I97-224.
Amene-Mope considera enemigo de la ciu-dad a quien saquea a los débiles, y lo
amenaza con duras sanciones. “Cuídate de no saquear a los pobres y de ejercer
violencia sobre los débiles.” “Exige que los jueces sean imparciales y condena su
venalidad.” Amene-Mope advierte contra los que abusan en la recaudación de los
impuestos y contra los que desvalija a los campesinos al co-brar el tributo en especie.
La Instrucción está impregnada totalmente de ideas religiosas. Dios determina todo el
destino del hombre; el hombre es impotente frente a la omnipotencia de aquél: “Los
asuntos del hombre están en manos de Dios”; además, a Dios no se le puede engañar,
ya que penetra en el pensamiento del hombre. “El corazón del hombre es la nariz de
Dios.” Por esto, el autor insta a la resignación, a la docilidad, e inculca la idea de la
necesidad de subordinarse ciegamente, en todo, a los sacerdo-tes. Estos
desempeñaban el papel primordial en la formación de la ideología política del antiguo
Egipto.