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UNIDAD DIDÁCTICA

MARIOLOGÍA BÍBLICA

Mensaje Cristiano

Nº manual
Unidad 7. Mariología bíblica

CONTENIDOS
1. Marcos: la presencia de María en la predicación de Jesús (Mc 3,20-21.31-35)
2. Mateo: el relato del nacimiento de Jesús (Mt 1-2)
a. María en la genealogía de Cristo (Mt 1,1-17)
b. La Virgen-Madre en el misterio de la salvación (Mt 1,18-25)
3. Lucas: la persona de María en los relatos de la infancia (Lc 1-2)
a. La anunciación del ángel a María (Lc 1,26-38)
b. La visitación de María a su prima Isabel (Lc 1,39-46)
c. Magnificat (Lc 1,46-55)
d. La profecía de Simeón: el segundo anuncio a María (Lc 2,25-35)
e. Jesús perdido y hallado en el Templo: la actitud reflexiva de María (Lc 2,41-52)
4. Juan: la identidad teológica de la madre de Jesús
a. La madre de Jesús en Caná (Jn 2,1-12)
b. María al pie de la Cruz (Jn 19,25-27)
5. Apocalipsis: la mujer vestida de sol (Ap 12,1-18)

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Unidad 7. Mariología bíblica

RESUMEN

La Virgen María aparece pocas veces en el Nuevo Testamento, pero en libros variados y con
una intensidad en cuanto a su contenido teológico grande. En este tema repasamos las
perícopas mariológicas más importantes presentes en el Nuevo Testamento (en los cuatro
evangelios y en el libro del Apocalipsis) y las analizamos para extraer las diversas enseñanzas
que cada una de ellas nos muestra sobre la Virgen María y su papel en la dinámica de la
salvación.

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BIBLIOGRAFÍA

Sagrada Biblia, versión oficial de la CEE, BAC, Madrid 2012.

Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores del Catecismo, Madrid 1992.

YOUCAT, Catecismo joven de la Iglesia Católica, Ediciones Encuentro, Madrid 2011.

Delegación Episcopal de Cultura, El Credo en imágenes. El arte como manifestación de la fe,


Madrid 2013.

Constitución Dogmática Lumen Gentium, Concilio Vaticano II.

J.P. Bagot & J. Dubs, Para leer la Biblia, Verbo Divino, Navarra 1998.

J. Monforte, Conocer la Biblia, Rialp, Madrid 2009.

J. Ratzinger, Jesús de Nazaret: desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Encuentro,


Madrid 2011.

J. Ratzinger, La Infancia de Jesús, Planeta, Madrid 2012.

J. Ratzinger & H.U. Von Balthasar, María, Iglesia naciente, Encuentro, Madrid 2006.

J.L. Ruiz de la Peña, La Pascua de la Creación. Escatología, BAC, Col. Sapientia Fidei, Madrid
1996.

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Unidad 7. Mariología bíblica

Marcos: la presencia de María en la predicación de Jesús (Mc 3,20-21.31-35)

En esta perícopa se hace una doble mención a los parientes de Jesús y una vez habla expresamente de
la madre de Jesús:

Y se agolpó de nuevo la gente, de modo que ellos ni aun podían comer pan. Cuando lo oyeron los
suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí.

Vienen después sus hermanos y su madre, y quedándose afuera, enviaron a llamarle (…).

Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te
buscan.

Él les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos?

Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos.

Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.

La imagen de Jesús que brota de este capítulo es la de un gran “disidente” que con sus manifestaciones
desviadoras trata de deshonrarse a sí mismo y a su familia. En efecto, Jesús lleva a cabo una doble
transgresión respecto de la familia mediterránea tradicional del momento:

- Se aleja de la casa y de las obligaciones que ésta implica.

- Crea una nueva vinculación con una familia espiritual y ampliada.

En este texto hay una estructura de incrustación (o sándwich), según la cual el evangelista inicia el
relato, lo interrumpe con otro episodio y luego lo reanuda de nuevo:

1. Las dos partes extremas tienen como elemento común dos formas extremas de incomprensión
de Jesús. Los familiares (en sentido amplio) de Jesús están preocupados por su
comportamiento e intentan refrenarlo porque “está fuera de sí”. Esta expresión debe
entenderse como que Jesús estaba de tal modo entregado a su misión que descuidaba incluso
el tomar alimento. La postura de los familiares de refrenarlo es diferente a la postura hostil de
los escribas que sostienen que Jesús es un endemoniado. Esta última postura es condenada por
Jesús mismo.

2. La última parte recoge el discurso sobre los familiares de Jesús, pero esta vez de forma más
específica: madre, hermanos y hermanas. Aquí el tema es la nueva familia de Jesús,
constituida no por vínculos biológicos, sino por adhesión a la voluntad de Dios: este es el
criterio fundamental de familiaridad con Jesús. Marcos presenta a sus familiares en clave
negativa: quedan fuera del círculo de los discípulos porque pertenecen al ámbito de la
incredulidad. Esta postura es confirmada en Jn 7,5: ni siquiera sus hermanos creían en Él. Pero
en la familia de los creyentes siempre ha estado (y ahora también) su madre. Tras el signo de
Caná, Jesús presenta a su madre como la que precede a los discípulos en la fe y la que invita a

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depositar la confianza en Él (Jn 2,5), mientras que Lucas precisa que María es alabada por su fe
ejemplar (Lc 1,45).

Mateo: el relato del nacimiento de Jesús (Mt 1-2)

En esta perícopa se está presentando el relato de Mateo del Evangelio de la Infancia. Aquí se presenta
un relato sobre la identidad y misión de Jesús que los une íntimamente a la persona de María.

Para Mateo, el nacimiento de Jesús marca su identidad y misión ligadas a la presencia de María. Esta
presencia no es casual, sino que está anunciada por los profetas: María entra en el misterioso plan de
Dios para la salvación del pueblo y se halla inserta en la genealogía de Cristo y en el esquema promesa-
cumplimiento.

María en la genealogía de Cristo

En la sociedad judía, la genealogía servía para identificar al sujeto, pues permite que el individuo sea
reconocido como inserto orgánicamente en el grupo. Mateo recurre a la genealogía de Jesús para
mostrar la identidad de Jesús “hijo de David, hijo de Abraham”. Pero no es una simple partida de
nacimiento, porque la genealogía muestra la actuación de Dios en la historia camino de su finalidad
salvífica.

Mateo no menciona en la genealogía a las matriarcas o grandes madres de Israel (Sara, Rebeca, Lía,
Raquel…), sino a cuatro mujeres menos conocidas: Tamar, Rajab, Rut y Betsabé, la mujer de Urías. Las
razones que la teología apunta para mencionarlas son diversas:

- Para los antiguos (Jerónimo), se trata de mujeres representantes del pecado del que Jesús
vendrá a salvarnos.

- Otros (Lutero) destacan su condición de extranjeras, lo que anticiparía la condición de


Jesús de venir a salvar a todas las gentes.

- La exégesis moderna rechaza estas explicaciones porque son parciales y no permiten


hablar de una vinculación con María.

La vinculación de estas mujeres con María estaría en la partícula ek (de la cual) referida a la maternidad,
que se realizó en circunstancias particulares. Todas ellas engendraron de modo irregular, por lo que
suponen fracturas en la genealogía que prepararían para una excepción de otro tipo que encarnaría
María (Michaud). Se está expresando, por tanto la condición divina de Jesús y la maternidad virginal.

De este modo, María es signo e icono de la conducta imprevisible de Dios en la historia de la salvación.

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Unidad 7. Mariología bíblica

La Virgen-Madre en el misterio de la salvación (Mt 1,18-25)

En este pasaje, Mateo desciende a la explicación de la manera insólita en que nació Jesús, y lo hace
narrando la manera concreta vivida por José y por María.

Se resalta primero la situación difícil de José ante el embarazo de María, Mt 1,19: “José, su esposo, que
era justo y no quería repudiarla, decidió separarse de ella en secreto”. No se está hablando de justicia
jurídica. Si José hubiera sido justo según la justicia jurídica, habría decidido denunciar a María como
sospechosa de adulterio, por tanto susceptible de la pena de lapidación (Dt 22,20-21). La justicia de José
consiste en un temor reverencial a Dios, presente en el misterio que ha obrado en María. José, por
tanto, decide alejarse de María y no reconocer al niño como hijo suyo a menos que reciba un
llamamiento explícito de Dios. Eso es precisamente lo que le sucede en sueños a través del ángel (Mt
1,20-21). Dios mismo le entrega a José la misión de acoger a María y acoger a Jesús haciéndolo así hijo
de David a través de su propia ascendencia.

En este punto se está manifestando nuevamente la maternidad virginal de María, acaecida por obra del
Espíritu Santo. Mateo resalta que en este momento se está cumpliendo la Escritura: “Mirad, la virgen
encinta da a luz a un hijo, a quien ella pondrá el nombre de Emmanuel (Dios con nosotros)” (Is 7,14). En
contra de los rabinos de la época, que no veían en este fragmento un anuncio mesiánico, Mateo lo
interpreta en clave de la maternidad virginal de María.

Lucas: la persona de María en los relatos de la infancia (Lc 1-2)

La anunciación del ángel a María (Lc 1,26-38)

Para comprender el relato de la anunciación es necesario compararla con el anuncio hecho a Zacarías
sobre el nacimiento de Juan Bautista (Lc 1,5-25), que Lucas presenta como paralelos. En este
paralelismo, pone de manifiesto una superioridad de Jesús respecto de Juan Bautista en varios puntos:

- Concebido por una madre virgen (Lc 1,27.35) frente a una madre estéril (Lc 1,7.24).

- Hijo del Altísimo (divinidad de Jesús: Lc 1,32) frente a profeta del Altísimo (Lc 1,76).

- La madre de Jesús cree en el mensaje del ángel y es alabada por su fe (Lc 1,38.45), frente a
Zacarías, quien, aun siendo justo y cumplidor de la ley (Lc 1,6), duda de la palabra de Dios y
es castigado quedándose mudo (Lc 1,20).

El anuncio hecho a María aparece estructurado del modo siguiente:

1. Anuncio de nacimiento maravilloso, según el mismo esquema que la tradición bíblica (Gen
18,1-16; Jue 13,2-23; Lc 1,5-25) había atribuido a otros anuncios: aparición, turbación,
mensaje, objeción, signo. Esto pone de manifiesto el significado cristológico del anuncio. El
centro del anuncio es Cristo, que es anunciado en dos tiempos:

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- Primero como mesías davídico que reinará para siempre (Lc 1,31-33).

- Luego como Hijo de Dios engendrado virginalmente del seno de María por obra del
Espíritu (Lc 1,35-37).

2. Anuncio de vocación. Hay una correspondencia clara entre este relato y el anuncio hecho a
Gedeón (Jue 6,11-24), en que se trata de una misión en favor del pueblo: saludo, turbación,
primer mensaje, dificultad, segundo mensaje, signo, asentimiento. Este esquema de vocación
pone de relieve la personalidad de María, llamada a aportar la labor maternal para el
nacimiento del Hijo de Dios en la condición humana. María, con su asentimiento, ofrece una
respuesta de fe ejemplar. Es este consentimiento explícito en que no aparece en los relatos de
vocación y misión de la tradición bíblica.

3. Esquema de alianza. El relato se desarrolla según el esquema de la alianza en el Sinaí (Ex 19,3-
8). En ambas escenas se encuentran tres elementos: discurso del mediador, respuesta del
pueblo en términos de obediencia, regreso del mediador a la presencia de Dios. En particular,
en la respuesta de María (Lc 1,38): “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra” se advierte el eco de la fórmula con que el pueblo daba su asentimiento con la alianza:
“Serviremos al Señor” (Jos 24,24), “Haremos todo lo que el Señor ha dicho” (Ex 19,8).

La visitación de María a su prima Isabel (Lc 1,39-46)

La confesión de Isabel, que, en el Espíritu, efectúa un discernimiento acerca de María y de lo que ha


sucedido en María, le atribuye tres títulos importantes en cuanto a la historia de la salvación:

1. “Bendita tú entre las mujeres” (Lc 1,42). Es un hebraísmo que expresa el superlativo: bendita
en grado máximo, es decir, receptora de la máxima bendición de Dios. La bendición de María
supera, por tanto, a otras bendiciones presentes en la Escritura a otras mujeres. Además, está
ligada en términos causales a la bendición del Hijo: “y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1,42),
porque María es bendecida a causa del fruto de su seno. Se está expresando la divinidad del
Hijo y, por tanto, la maternidad divina.

2. “La madre de mi Señor” (Lc 1,43). Esta expresión adquiere un tono pascual, porque la
expresión “Señor” no apela sólo al mesías, sino Jesús resucitado en estado glorioso de
majestad. Retoma, por tanto, el sentido de la maternidad divina, pero aplicándole un
contenido soteriológico (es decir, manifiesta que reconoce el papel de Jesús en la salvación de
los hombres).

3. “Tú que has creído” (Lc 1,45). Es la primera bienaventuranza del evangelio de Lucas y proclama
la felicidad y la salvación que corresponden a María por cuanto ella es la creyente por
excelencia. Además, Lucas añade la motivación (Lc 1,45): “porque lo que te ha prometido el
Señor se cumplirá”. Isabel interpreta la respuesta de María al ángel (Lc 1,38) como un acto de

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fe con el cual la Virgen se abre a las promesas de Dios y permite que éstas lleguen a su
cumplimiento y consumación.

Magnificat (Lc 1,46-55)

A la alabanza expresada por Isabel, María responde con el cántico del Magnificat.

Proclama mi alma la grandeza del Señor,


se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
su nombre es Santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hizo proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abraham
y su descendencia por siempre.

María pronunció el canto siguiendo la trayectoria de otras mujeres del Antiguo Testamento. Este
cántico, aunque esté elaborado por la comunidad cristiana primitiva o por el mismo Lucas, responde a la
espiritualidad de María, contiene sustancialmente los pensamientos de María.

El cántico está compuesto de frases de los salmos (Sal 89,11; 34,11; 98,3; 103,11; 126,3) y del cántico de
Ana (1Sam 2,1-7). En estos textos se están revelando las actitudes espirituales de las personas piadosas
y de los “pobres del Señor”: gozo por la acción de Dios en la historia, donde revela su rostro
misericordioso, poderoso, santo y fiel; solidaridad con el pueblo (se pasa del yo inicial al nosotros final);
esperanza en el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham.

El cántico aplica al caso de María el esquema histórico-salvífico de la humillación-exaltación consagrado


para Cristo en el himno de Filipenses, según el cual Dios exalta a los humildes. Según tal esquema, se
distinguen dos fases en la existencia de María: la fase de la humillación y la de la exaltación, asociadas
ambas a las “grandes cosas” realizadas por Dios en ella.

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La primera fase es el momento kenótico (Lc 1,46-50) o de humillación de María, referido al estatus
social bajo y humilde de María, pobre, despreciada y sin consideración en el escenario socio-político y
religioso de su tiempo. María acepta su situación como providencial y la vive según la espiritualidad de
los pobres de Yahveh: se proclama “sierva del Señor” y manifiesta así las actitudes de fe, servicio,
obediencia, alabanza y esperanza en el cumplimiento de las promesas.

El momento ascensional (Lc 1,51-55), consecuencia del primero, es aquel en que la Virgen se convierte
en digna de la alabanza de todas las generaciones humanas y es exaltada a la gloria. La línea divisoria
que marca el paso de la humillación a la gloria está constituida por la intervención de Dios, que obra
“cosas grandes” en María. Para María, esas “cosas grandes” se especifican en la maternidad por la fe y
la maternidad divina.

Dios exalta luego a María al final de su vida terrena, en la asunción, según la suerte anunciada en el
Antiguo Testamento para el justo, que es llevado cerca de Dios (Sb 4,10), y en analogía con el caso de
Cristo (Flp 2,6-11). La exaltación es la asunción al cielo, la entronización en el reino y la glorificación del
cuerpo.

La profecía de Simeón: el segundo anuncio a María (Lc 2,25-35)

Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José se dirigen a Jerusalén para el rito de la
presentación del primogénito al Señor (Ex 13,2.11s). Es la ocasión para que María reciba un segundo
anuncio respecto a Jesús y a su propia misión. Esta vez es de parte de Simeón, un laico y que aguarda
con ansia la llegada del mesías. Tras tomar al niño, Simeón pronuncia dos bendiciones seguidas por un
himno y por un oráculo. El himno Nunc dimittis (Lc 2,29-32) amplía el mesianismo dándole
proporciones universales: Jesús no es sólo la gloria del pueblo de Israel sino también la “luz de las
naciones”, como había profetizado Isaías (Is 42,6; 49,6).

El oráculo de Simeón anuncia por una parte la espada para el alma de María dentro del contexto de
Jesús como “signo de contradicción”. La oposición que se alzará contra Jesús, llegando a crucificarlo,
repercutirá en su madre, sobre cuya alma recaerá el dolor como una espada. María se halla junto a Jesús
como la que ha de participar de su trágica suerte.

Jesús perdido y hallado en el Templo: la actitud reflexiva de María (Lc 2,41-52)

El episodio pone fin al evangelio de la infancia y constituye la cumbre de la cristología de Lc 1-2, porque
revela la identidad de Jesús como Hijo del Padre. Pone, por tanto, de relieve la filiación divina de Jesús
y anuncia anticipadamente el misterio pascual.

La narración está estructurada en tres partes:

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1. Subida a Jerusalén para cumplir la ley que obliga a peregrinar a Jerusalén para la Pascua. Jesús
es quien toma la iniciativa de quedarse en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Esto origina
una búsqueda de tres días sin resultado, una experiencia de profunda angustia, como subrayan
las palabras de la madre (Lc 2,48): “Tu padre y yo te buscábamos angustiados”.

2. Palabras de revelación. Jesús permanece en el Templo entre los doctores, no como discípulo,
sino como maestro: no se sienta a sus pies sino en medio de ellos, suscitando el asombro de
todos. La respuesta de Jesús “¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre?” precisan
su identidad propia como hijo de otro padre que no es José, es decir, del único Padre cuya
morada es el Templo. Además, la estructura de la escena manifiesta un anuncio velado del
misterio pascual: subida a Jerusalén, Pascua, tres días, ¿por qué buscáis?, es necesario,
incomprensión.

3. Descenso a Nazaret. Después de la revelación, Jesús desciende a Nazaret y reanuda la vida


oculta sometido a María y a José. Lucas hace notar un detalle relativo a la actitud espiritual de
María: “Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). Se refiere a custodiar,
reflexionar atentamente con el ejercicio de la memoria, del corazón, es decir, en el núcleo
interior y central de su persona, todas las palabras y los acontecimientos relativos a Cristo. Es
la actitud del verdadero sabio que medita sobre las enseñanzas de la ley a fin de conocer a
fondo cuál es la lógica de Dios y para poner así en práctica lo que enseña su palabra.

Juan: la identidad teológica de la madre de Jesús

La madre de Jesús en Caná (Jn 2,1-12)

El episodio de las bodas de Caná se divide en tres partes:

1. Exposición (Jn 2,1-2). Se trata de un desposorio en Caná de Galilea. Allí se reúnen dos grupos: la
madre de Jesús y los parientes por un lado y Jesús y sus discípulos por otro.

2. Complicación (Jn 2,3-8). El vino se acaba. La madre habla de ello al Hijo y dice entonces a los
sirvientes que se pongan a disposición de Jesús. Éste ordena a los sirvientes que llenen de agua
las tinajas y que sirvan de su contenido en la mesa.

3. Solución y sumario final (Jn 2,9-12). El agua es convertida en vino y recibe las alabanzas del
maestresala. El resultado final es la fe de los discípulos y la formación de la primera comunidad
de creyentes que bajan a Cafarnaún: forman parte del grupo la madre de Jesús, los parientes y
los discípulos.

El relato de Caná no debe entenderse como un hecho extraordinario aislado o arbitrario, sino
vinculando dos polos: el Sinaí y la Cruz.

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- Elementos que lo vinculan con el Sinaí (Ex 19,11-25): el tercer día, el papel del mediador
(ahora la madre, que habla con Jesús y con los sirvientes como Moisés habló con Dios y con
el pueblo), el don de la alianza (que ahora está velada por la imagen del vino, signo de la
sangra de Cristo de la Nueva Alianza, como antes eran las tablas de la Ley) y la respuesta a
la alianza (situada en las palabras de la madre de Jesús de invitación a seguir a Jesús, como
Moisés invitó al pueblo a servir a Dios por el cumplimiento y la obediencia). María es la
primera en profesar la alianza, por su fe. Por eso la escena identifica a María con la
mediadora de la gracia del Hijo y también con el pueblo, como modelo de fe.

- Elementos que lo vinculan con la Cruz (Jn 19,25-27): la referencia explícita a la Madre de
Jesús (aquí, como en la Cruz, Stabat Mater), el apelativo a la “mujer” y a la “hora” (las
palabras de Jesús “¿A ti y a mí qué, mujer?” no indican una discrepancia con la madre, pues
acto seguido el Hijo interviene según la petición de su madre; su sentido hay que verlo en
las palabras siguientes de Jesús: “Aún no ha llegado mi hora”. Se está proyectando el
milagro pedido por la madre a la Pasión-Glorificación, que es donde ocurre la verdadera
salvación de los hombres mediada por María. Por eso es en el Calvario donde
definitivamente se le revela a María su misión de Madre de la Iglesia: “Mujer, ahí tienes a
tu hijo”).

María al pie de la Cruz (Jn 19,25-27)

En la escena del Gólgota tienen un lugar señalado las palabras del Crucificado a la madre y al discípulo
amado, según el esquema: Jesús ve a X y dice: ahí tienes a Y.

Así como Jesús es verdaderamente el cordero de Dios según la revelación del Bautista (Jn 1,29.36) y
Natanael es un hombre sin doblez (Jn 1,47), así también María es la madre del discípulo amado, según
las palabras pronunciadas por Cristo (Jn 19,25-26). El ser madre del discípulo amado es la identidad de
María en la historia de la salvación. La Escritura no especifica más en qué consiste esa identidad de
María, pero, como ha de ser verdadera, tiene que consistir en una comunicación de vida. No puede ser
una vida en términos en que lo comprende la biología. Esa comunicación de vida sólo puede
comprenderse a la luz de Jn 3,3-7, un nuevo nacimiento del agua y del Espíritu:

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede
ver el reino de Dios.

Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda
vez en el vientre de su madre, y nacer?

Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios.

Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

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No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.

Por esta razón Jesús llama “mujer” a su madre, haciendo referencia a Eva, madre de todos los vivientes,
o también a la Hija de Sión, virgen y madre, anunciada en el Antiguo Testamento (2Re 19,21; Is 37,22;
Lam 2,13; Sal 86,5). La maternidad de María es una maternidad de todos los bautizados en el orden de
la gracia, como mediadora real de la salvación. En ese sentido podemos decir que es corredentora. Este
es el sentido adecuado de la maternidad eclesial.

El texto no nos informa sobre la respuesta de María después de la declaración de Jesús, pero subraya el
comportamiento del discípulo amado (Jn 19,27): “Desde aquel momento, el discípulo la acogió en su
casa”. La última expresión (εις τα ίδια, entre las cosas propias) no significa sólo la casa o sólo la
intimidad, sino más bien todo el ambiente propio y característico (Cf. Vanni). Tal ambiente está
constituido a su vez por los dones transmitidos por Jesús: la gracia, la palabra, el Espíritu, la Eucaristía
(Jn 1,16; 12,48; 7,39; 6,32-58). Entre estos valores propios de la comunión con Jesús se halla la madre,
que el discípulo amado acoge y entrega a la comunidad.

Apocalipsis: la mujer vestida de sol (Ap 12,1-18)

En el núcleo de Ap se sitúa el gran signo representado por la mujer vestida del sol (objeto de la solicitud
amorosa de Dios), con la luna bajo sus pies (porque la mujer está más allá del calendario lunar, del
tiempo mudable) y con una corona de doce estrellas sobre su cabeza (símbolo de los patriarcas o/y de
los apóstoles).

Esta mujer glorificada pero que sufre los dolores del parto puede identificarse con el pueblo de Dios,
anunciado en el Antiguo Testamento (Is 13,8; 66,7; Os 13,13), que en medio del sufrimiento da a luz al
hombre nuevo (Jn 16,19.22). Se trata de la comunidad apostólica, que tiene su prolongación en la
comunidad cristiana. La batalla con el dragón sería la lucha contra el mal. Fruto del parto es Cristo
resucitado, cuya resurrección es interpretada como nuevo nacimiento (Jn 16,21-22).

Pero la mujer del Ap es también la Virgen María. Una triple característica vincula ambas figuras:

- Ambas son llamadas mujer.

- Ambas tienen otros hijos además de Jesús (Ap 12,7; Jn 19,26). Se refiere a la maternidad
universal en el orden de la gracia.

- Su maternidad está asociada con los dolores de la Cruz (Ap 12,1; Jn 19,26).

Por tanto, la mujer del Ap está representada según la tipología mariana. Se está recogiendo el hecho de
que María participó activamente en el desarrollo del misterio pascual, hasta el punto de personificar al
pueblo de Dios, extendiendo su maternidad al discípulo amado y por tanto a la Iglesia: se está
manifestando la maternidad eclesial.

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Hay otro paralelismo que hace pensar en María: el que existe entre Ap 12 y Gn 3,15, donde
encontramos a la mujer, a la serpiente, al linaje y a los dolores de parto. Ap 12 es un comentario, un
midrás, cristiano de Gn 3,15. Si la serpiente es Satanás y la estirpe de la mujer es Cristo, la mujer no
puede ser sino María.

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