Lo Narco
Lo Narco
Lo Narco
Laura Alicino
UNIVERSITÀ DI BOLOGNA
ABSTRACT
CONFLUENZE Vol. XII, No. 1, 2020, pp. 183-213, ISSN 2036-0967, DOI: https://doi.org/10.6092/issn.2036-
0967/11338, Dipartimento di Lingue, Letterature e Culture Moderne, Università di Bologna.
CONFLUENZE Vol. XII, No. 1
Introducción
discurso” que se le construye alrededor (ivi., p. 81). Con respecto a esto, uno de
los puntos más interesantes que Zavala discute en su ensayo es una difusa
tendencia a la neutralización política de la producción sobre el narco (ivi, p. 53).
Los efectos de esta tendencia se vislumbran también en la asunción del
narcotráfico como fenómeno “endémico” de los países latinoamericanos, sin
considerar su portada en el contexto de la globalización actual (Adriaensen,
2016a, p. 10).
Por supuesto, la que menciona Zavala no es una tendencia que interesa
solamente las narrativas que vienen de América Latina, sino que es un discurso
global y transnacional. Baste con mencionar, por ejemplo, toda la discusión sobre
el trabajo del autor italiano Roberto Saviano. Su primera novela de no ficción,
Gomorra (2006), trata la problemática del imperio económico de la organización
mafiosa llamada Camorra, cuyo cuartel general se localiza en Campania, región
en el sur oeste de Italia. Se trata de un libro que luego se ha convertido en obra
teatral, en la película dirigida por Matteo Garrone y, luego, en una serie TV cult,
volviéndose un verdadero brand, si miramos a la relación del escritor con el
mercado global (Benvenuti, 2017). Muchos críticos, como Arturo Mazzarella
(2011) o Daniele Giglioli (2011) han subrayado la ambigüedad de fondo de la
obra y de sus elecciones estéticas. En particular, Saviano opta por una narrativa
del Yo-testigo, creando una escritura esencialmente performativa que hace real lo
que dice al solo decirlo, pero eliminando uno de los puntos de fuerza de la no-
ficción, o sea la sospecha sobre el ser y su voz (Mazzarella, 2011). Saviano trabaja
con un Yo omnipresente, cuyo intento es aplastar el vacío constitutivo del ser
contemporáneo. Para hacerlo, tiene que trasformar el testigo en víctima, forzando
mucho la trama y haciéndolo incapaz de cualquier forma de agencia (Giglioli,
2011). El sujeto-testigo está entonces neutralizado políticamente, como menciona
Zavala (2018). Por supuesto, se trata de un síntoma de la sociedad
contemporánea que Saviano radicaliza pero no problematiza.
Lo mismo ha pasado con su más reciente libro, ZeroZeroZero (2013), que
analiza el fenómeno del tráfico de cocaína en México y Colombia, junto a sus
repercusiones en Italia. Se trata de un libro en que el narcotráfico se identifica
como un enemigo permanente del Estado. Con respecto a este punto, cabe citar el
fundamental aporte teórico de Ignacio Sánchez Prado (2015) que, en su análisis
de la película Amores perros – dirigida por Alejandro González Iñárritu y
estrenada en 2000 – demuestra en qué manera la violencia se ha vuelto una
“nueva cifra de lo latinoamericano” (ibidem), y cómo el cine haya exportado esta
visión que ahora se reproduce apolítica y acríticamente en la cultura
transatlántica. De hecho, en el libro de Saviano la narcoviolencia se asume y se
exhibe justamente como una dimensión cultural endémica del mundo
latinoamericano, que se asocia explícitamente al demonio. Según han indicado
1
Con respecto a esto, Glen S. Close especifica que la novela sobre el narco se configura como una
variante de la novela negra, la cual ha representado uno de los géneros más relevantes del Post-
Boom latinoamericano (2014, p. 392).
2
En su ensayo, Glen S. Close (2016) demuestra en qué manera la narconovela, al adoptar la
fórmula de la novela negra, pone en escena un impulso que denomina “necropornográfico”. Éste
se da a través de un encuentro entre la “vocación pornográfica” (ivi, p. 82) de la variante negra
del policial y la tematización de la violencia extrema como pasa, por ejemplo, en las producciones
snuff (ibidem).
que existen las noticias (Papuzzi, 2003). Si podemos concordar con el hecho de
que hay una dimensión dura de la existencia que no podemos evadir, algo pasa
cuando la categoría de realidad se encuentra con otra dimensión profundamente
existencial del ser humano, o sea el discurso. Esto de encajar la realidad en un
discurso a través del lenguaje es tanto tarea del novelista como del periodista. El
juego se encuentra precisamente en el pasaje desde lo que podemos ver a lo que
podemos decir. Todo esto se relaciona con el hecho de que los periodistas
también, como los intelectuales y los escritores, siempre operan al interior de
circuitos de poder que moldean el discurso dentro del que se encaja la realidad.
En el caso de México, el periodismo narrativo es uno de los modos privilegiados
de la representación de la violencia actual (Zavala, 2018, p. 47) y por ende “se
asume como el acceso material a lo real del narco que aparece en las
simbolizaciones de novelistas, músicos, cineastas y artistas conceptuales”
(ibidem). Con respecto al tema del narco, en el pasaje entre el periodismo y la
ficción, la problematicidad de la relación entre realidad y representación
adquiere un valor esencial. José Luis Arriaga Ornelas y Rodrigo Marcial Jiménez
(2018) han recientemente demostrado como, en el periodismo mexicano, la
construcción representativa del fenómeno del narco se ha dado a través de una
metafórica epigénesis: “los periodistas comenzaron a escribir sobre algunos casos
específicos de obligada notoriedad y, jalando el hilo, fueron encontrando las
hebras de las que hoy está hecha la tela que día a día cortan los periodistas del
narco” (ivi, p. 20).
Si la relación que se establece entre periodismo y narrativa sobre el narco
es inevitable, un análisis de la figura del periodista en la literatura resulta
interesante al fin de formular un discurso metanarrativo, vuelto a declinar
políticamente la problematización de la responsabilidad de la escritura con
respecto a la representación de los efectos del narco en la sociedad. En una
reciente entrevista en línea (Alicino, 2019), el periodista Federico Mastrogiovanni,
autor de Ni vivos ni muertos (2014), explica que en México existen varios niveles
de producción periodística de tipo investigativo: las producciones de los
periodistas que tienen acceso a medios muy destacados y los demás periodistas,
que operan más bien en la dimensión local. Cuando se produce periodismo
narrativo, Mastrogiovanni asevera que puede existir una apropiación del
discurso de otros que corre el riesgo de mitificar la imagen del periodista víctima
y en peligro constante a todos los niveles de la cadena. Con respecto a esto, la
periodista argentina Leila Guerriero, en su Zona de obras (2014), ha proporcionado
una interesante deconstrucción del imaginario colectivo sobre el periodismo
narrativo, afirmando que “todos queremos ser periodistas narrativos, como si
[…] fuera una instancia superior […] algo mejor […] que ser periodistas a secas.
El efecto colateral es que, en nombre del periodismo narrativo, se publican textos
que dicen ser lo que no son y pretenden ser lo que nunca serán” (ivi, p.45). Si
declinamos estos aspectos en el ámbito mexicano de la producción cultural sobre
el narco, la ficcionalización del periodista que se opera en el espacio literario
resulta sugestiva, porque ayuda a poner de relieve las contradicciones de su
oficio, así como las armas muy dúctiles con las que actúa, o no actúa, ética y
políticamente. Aunque el de la literatura puede representar un espacio
protegido, en contraposición a la dimensión real de asedio que vive el periodista
de investigación en México, las narrativas que nos disponemos a analizar no son
inocuas, porque trabajan justamente a través de una desmitificación y
deconstrucción de su figura, iluminando otra gran dimensión que amenaza
constantemente nuestra realidad o sea lo Real.
llamaban), y para los periodistas culturales todos los de la nota roja eran
perdedores natos (Bolaño, 2003, p. 581).
Por supuesto, hay una intención de desobediencia civil por parte del Fate
periodista, pero que se vincula, muy emblemáticamente con la dimensión de la
construcción argumentativa de la realidad. Es aquí donde toma importancia el
policial en tanto forma estética fundamental de “organización del relato” (Pezzè,
2017). Entre la descripción de los hallazgos de los cuerpos de mujer, Bolaño
introduce la trama policial, en la que varios exponentes del cuerpo de policía se
persiguen uno a otro sin nunca llegar a una solución. Un sucederse de chantajes,
homicidios y falsos sospechosos que construyen un mundo casi surreal.
Junto a la vertiente antidetectivesca del género policial (Spanos, 1972), el
uso que Bolaño hace del enigma mueve a la dimensión de lo indecible y de lo
ominoso, la cual tiene la función de verbalizar justamente la imposibilidad de
Fate por entender lo que realmente pasa en Santa Teresa. Esta imposibilidad de
entendimiento acaso no es el fruto de la supuesta existencia de un mal absoluto,
al cual el título 2666 se podría referir como un guiño irónico más bien que como
una epifánica desvelación, sino de construcciones culturales, de una
representación mitológica del “rostro inexistente del narco” (Zavala, 2018, p.
158). Bolaño verbaliza perfectamente esta postura con una poderosa técnica
narratológica, o sea la mîse en abyme. La escena de Fate que, en el cine en que iba
en su adolescencia, mira una narcopelícula poco antes de irse a Santa Teresa es
emblemática en este sentido:
Permaneció sentado en la butaca durante una sola escena. Un tipo blanco era
detenido por tres policías negros. Los policías no lo llevan a una comisaría sino a
un aeródromo. Allí el tipo detenido ve al jefe de los policías, que también es
negro. El tipo es bastante listo y no tarda en comprender que son agentes de la
DEA. Con sobrentendidos y silencios elocuentes, llegan a una especie de trato.
Mientras hablan, el tipo se asoma a una ventana. Ve la pista de aterrizaje y una
avioneta Cessna que carretea hacia un lado de la pista. De la avioneta sacan un
cargamento de cocaína. El que abre las cajas y extrae los ladrillos es negro. Junto
a él hay otro negro que va tirando la droga en el interior de un barril con fuego,
como los que usan los sin casa para calentarse durante las noches de invierno.
Pero estos policías negros no son mendigos sino agentes de la DEA, bien
vestidos, funcionarios del gobierno. El tipo deja de mirar por la ventana y le hace
notar al jefe que todos sus hombres son negros. Están más motivados, dice el jefe.
Y después dice: ahora puedes largarte. Cuando el tipo se va el jefe sonríe pero la
sonrisa no tarda en convertirse en una mueca (Bolaño, 2003, p. 302).
Un día Rosa Méndez le contó a Rosa Amalfitano lo que se sentía al hacer el amor
con un policía.
–Es lo máximo –le dijo.
–¿Por qué, cuál es la diferencia? –quiso saber su amiga.
–Pues no sabría explicártelo muy bien, mana –dijo Rosa Méndez–, pero es como
coger con un hombre que no es del todo un hombre. Es como volver a ser niña,
¿me entiendes? Es como si te cogiera una roca. Una montaña. Tú sabes que vas a
estar allí, arrodillada, hasta que la montaña diga ya está. Y que vas a quedar
llena.
–¿Llena de qué? –le preguntó Rosa Amalfitano–, ¿llena de semen?
–No, mana, no seas lépera, llena de otra cosa, es como si te cogiera una montaña
pero como si te cogiera dentro de una gruta, ¿me entiendes? […]
–¿Quieres que te cuente otra cosa?
–A ver –dijo Rosa Amalfitano.
–Yo he follado con narcos. Te lo juro. ¿Quieres saber qué se siente? Pues se siente
como si te cogiera el aire. Ni más ni menos, el mero aire.
–O sea que follar con un policía es como si te cogiera una montaña y coger con
un narco es como si te follara el aire.
–Sí –dijo Rosa Méndez–, pero no el aire que respiramos ni el que sentimos
cuando vamos por la calle, sino el aire del desierto, un temporal de aire, que no
tiene el mismo sabor que el aire de aquí, ni tampoco huele a naturaleza, a campo,
sino que huele a lo que huele, un olor propio que no se puede explicar,
simplemente es aire, puro aire, tanto aire que a veces te cuesta respirar y crees
que vas a morir ahogada.
–O sea –concluyó Rosa Amalfitano–, que si te folla un policía es como si te follara
una montaña dentro de la misma montaña, y que si te folla un narco es como si te
follara el aire en el desierto.
–Simón, mana, si te coge un narco siempre es a la intemperie (Bolaño, 2003, pp.
414-415).
De grandes ojos cafés, con las manos ajadas por labores sin identificar pero
claramente no intelectuales, la mujer de cabello lacio y pantalones de mezclilla
tomó asiento frente a mi escritorio antes de pasar a explicar, con suma timidez,
3
Recordemos que La muerte me da gana el premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2008.
con algo de evidente vergüenza, que ella era en realidad una periodista. –¿En
realidad? –le pregunté sin poder evitar el sarcasmo. –Tengo que aclararlo
siempre porque como estoy asignada a la Nota Roja la gente piensa que no tengo
estudios. (Rivera Garza, 2007, p. 50)
La Detective piensa que, bajo el fulgor de la luz artificial, la mujer que tiene
frente a sí le parece inverosímil, más una caricatura que un ser humano. Más un
bosquejo que una mujer. Acaso por eso la ve y la deja de ver, intermitente. Hojas
tamaño carta entre sus manos. Reloj de pulsera. La gente que camina del otro
lado de la pared blanca. La mirada puesta sobre todo eso (ivi, p. 173).
–Descríbela otra vez, por favor –me pidió [la Detective]. Ya había tomado una
pluma y una servilleta cuando dijo:
–Siempre me pareció un bosquejo, la preparación para algo que podía llegar a ser
una mujer –era obvio que la recordaba–. Una caricatura tensa. Los planos de una
casa a punto de ser construida o de caer.
La interrumpí. Lo que dije como en un trance fue:
–Tímida. Apocada. Repetía continuamente las palabras «en realidad», como si
temiera no ser convincente de otra manera, como si tuviera necesidad de serlo.
Eso. Convincente. Pelo lacio. Orzuela –continué–. Una cierta joroba en la espalda.
4 El anhelo desesperado a la prosa está verbalizado también desde una compleja perspectiva
metanarrativa. De hecho, justo a la mitad de la novela, Rivera Garza inserta un ensayo de su
autoría en que analiza los diarios de Alejandra Pizarnik (Rivera Graza, 2007, pp. 177-205). Aquí,
se discute justamente lo que para Pizarnik significaba escribir en verso junto a su desperada
imposibilidad de escribir en prosa.
eternamente por las calles de México, que resisten a ser dichos, pero que al
mismo tiempo necesitan ser materializados. Esta necesidad es el llamado ético y
político que engendra lo que Dolar llama la voz inteligible, que es la voz tácita e
implícita que todo hombre escucha y que presupone una postura política, o sea
que demanda un acto de subjetivación (2007, p. 147). La Periodista de la Nota
Roja asume su vacío en tanto causa y vehículo de la violencia, mientras que el
Estado ni siquiera responde:
Valerio habría recordado justo entonces su voz [de la Detective]. Su otra voz. La
voz con la que se había dado por vencida. Antes, años atrás. La voz que le había
anunciado lo obvio: que los niños y las mujeres y los hombres seguían muriendo.
Seguirían muriendo. La voz con la que constataba un hecho. Una voz sin acento
(Rivera Garza, 2007, p. 349).
narración y entre arte y poder, en Todos los miedos Pedro Ángel Palou (2018)
propende por una narración del suspenso que da un nombre y una realidad muy
reconocible a los actores de su novela, haciendo hincapié en la dimensión
emocional del lector, más bien que en la acción. La trama gira alrededor de dos
historias complementarias y, sin embargo, casi paralelas. Por un lado, hay la
historia de la periodista Daniela Real, quien está metida en la investigación de un
caso de trata de jóvenes mujeres finalizada a la prostitución, en la que están
implicados representantes del narco y del Estado. Entre ellos destaca Gerardo
Careaga, “el subprocurador especial contra la delincuencia organizada” (ivi, p.
29). Daniela pasa la mayor parte de la novela a intentar salvarse de los ataques
físicos y psicológicos que quieren silenciarla, con el fin de lograr publicar sus
investigaciones. Por el otro lado, se desarrolla la historia de Fausto Letona,
expolicía con cáncer en fase terminal e hijo de un general corrupto. Letona opera
en la novela como un justiciero independiente – una realidad en el México
contemporáneo, como asevera el autor mismo (Aranda, 2018) –, cuyo objetivo es
salvar la vida de Daniela Real sin que ella se dé cuenta.
En su trayectoria artística, Palou se ha dedicado mucho a la novela
histórica, indagando luces y sombras de los personajes más ambiguos del pasado
mexicano, a través de un uso peculiar de la relación entre documento y ficción 5.
En el caso de Todos los miedos, el intento del autor es producir una obra del
presente. En sus palabras: “escribir una novela muy contemporánea, y
prácticamente documental, sobre todo lo que ha ocurrido en la Ciudad de
México con respecto a la violencia” (ibidem). Tanto la forma del texto, como la
forma del contenido contribuyen a engendrar una discusión urgente acerca de
cómo narrar nuestro presente sin caer en el peligro de la reificación y,
posiblemente, cómo sobrevivir en este escenario. Asimismo, se amplía el discurso
sobre la relación entre escritura y poder en un entorno necropolítico (Mbembe,
2003), como es el de México, en que hay que actuar políticamente a pesar del
miedo, acaso el verdadero protagonista de toda la novela. Un miedo que muchas
veces no es específico, sino relativo a un estado de excepción permanente en el
que parece vivir el México contemporáneo. Un miedo que es, de hecho, “todos
los miedos”. En su ensayo sobre el cuerpo roto, Ileana Diéguez asevera que “el
miedo se ha vuelto nuestro más cercano compañero, porque tanto se ha
dispersado y expandido hasta volverse la niebla que nos ronda, hasta
habituarnos a vivir con ella” (Diéguez, 2012, p. 1). No es tarea fácil en México
actuar políticamente con las armas de la palabra, si consideramos la histórica y
muy compleja relación que la que Ángel Rama definía Ciudad Letrada (1984) ha
5
Se consideren, entre otras, obras como Zapata (2006), Pobre patria mía. La novela de Porfirio Díaz
(2011) o No me dejen morir así. Recuerdos póstumos de Pancho Villa (2015).
tenido con el poder. El mismo Palou indica que, desde la revolución institucional,
el Estado
Recuerda, de golpe, el pleito con el vecino, los gritos, las amenazas y aún le
parece más pesado volver a enfrentarse con la selva espesa de lo real. Se dice esa
frase y le gusta, como si por fin hubiese hallado una metáfora no gastada, un
pensamiento original. Ese es otro de sus malestares, sentir que se le pudre la
prosa, que sus artículos cada vez más directos y simples son perfectamente
olvidables. Y es que de qué carajo le sirven las palabras cuando se ha puesto al
servicio de las víctimas, en contra del horror. Se olvidan sus palabras, pero no los
hechos (Palou, 2018, p. 43-44).
Así como pasa con La Periodista de La Nota Roja en la novela de Rivera Garza,
también Daniela Real tiene muy bien claro el desfase entre la letra escrita y los
hechos. Si es verdad, como sostiene Carlos Monsiváis, que “en la nota roja la
tragedia se vuelve espectáculo” (1994, p. 24), se comprende otra vez el anhelo
desesperado de Daniela Real a una prosa que, sin embargo, se le pudre entre sus
manos.
Lo real de la representación de la realidad se repercute también en la
realidad muy auténtica de su cuerpo roto, algunas líneas después:
6
En una entrevista con el semanario ZetaTijuana, Palou declara que por supuesto hay un
reconocimiento del trabajo de Daniela Rea, con un guiño a su nombre en la novela, pero su
intento es hacer un homenaje a todos los valientes periodistas mexicanos que se han dedicado a
investigar la trata de mujeres y las desapariciones forzadas (Mendoza Hernández, 2018).
La respuesta de Daniela Real a la voz inteligible (Dólar, 2007), que demanda una
acción política en la sociedad, está representada por supuesto por las palabras
que decide escribir. Sin embargo, su acción tiene un precio, o sea volverse el
paradigma político de su cuerpo roto. Daniela Real no puede renunciar a la
contradicción ínsita en el ser humano, para eludir el peligro de la neutralización
política de su trabajo. Aquí, el cuerpo no representa sólo un espectáculo
victimario aséptico, que Zavala (2018) denuncia en muchas narconarraciones,
sino “un objeto emblemático no artístico sobre el cual se instalan relatos de
poder”, en palabras de Ileana Diéguez (2012, p. 4).
Ahora bien, si Daniela Real vive en un ritmo cerrado, casi en un trance
emocional donde su cuerpo sufre las huellas de la violencia objetiva y subjetiva
del sistema social y político en que está envuelta (Žižek, 2007), Fausto Letona casi
opera como su contrapunto, como un ambiguo coro griego explicándonos, con
sus flujos de conciencia, la dimensión más honda de la realidad. Parece que
Fausto Letona lo tenga muy bien claro desde el principio que lo que Daniela Real
está combatiendo no se encuentra afuera del sistema, sino muy dentro: “[e]l
crimen organizado está dentro, infiltrado hasta lo más hondo del gobierno”
(Palou, 2018, p. 37). La base de esta constatación nos llega de una emblemática
paradoja, o sea de la amenaza que Daniela Real constantemente recibe a través
de la voz de sus asaltantes y a través de la letra que dejan en su espejo al
momento de destruir su departamento: “Ten miedo de lo que crees que sabes”
(Palou, 2028, p. 22). La voz que Daniela escucha al oído sin saber de donde
venga, se mueve en la dimensión que Dolar llama “la voz autoritaria” (2007, p.
138), que es aquí “fuente y palanca inmediata de violencia” (ibidem). Esta
ambigüedad de la voz, que se sienta en el vacío entre zoe/bios y phoné/logos, llama
en causa el mismo espacio vacío ocupado por el estado de excepción entre
violencia y derecho (Agamben, 2003). ¿Qué quiere decir aquí actuar
políticamente?
Para centrar su acción política, los cuerpos de Todos los miedos necesitan
operar desde el afuera del sistema. En la escena en que Fausto Letona nos da a
conocer la primera vez en que decidió operar afuera de la ley, volviéndose él
mismo un matón/justiciero, leemos:
Ninguna ceremonia. Por el wáter. Las cenizas solo son lo que queda de los
huesos. Lo demás del cuerpo se lo lleva el aire, desaparece sin dejar rastro. Como
humo. Jaló y sin ningún aspaviento se fue el kilo ochocientos gramos que había
sido los huesos de su padre (Palou, 2018, p. 37).
Lo que nos queda, muy visible, después de que también el humo de las cenizas
se haya desvanecido, es una historia que todavía está por escribirse.
Bibliografía
Laura Alicino
es doctora en Literaturas Comparadas y Culturas Postcoloniales por la
Universidad de Bolonia. En su investigación, se ocupa principalmente de
literatura hispanoamericana contemporánea, con un enfoque específico sobre
intertextualidad y escritura documental. Ha publicado varios ensayos en revistas
nacionales e internacionales acerca de literatura colonial, cómic, periodismo
narrativo, novela histórica, novela policial, narrativa y poesía documental.
Contacto: laura.alicino2@unibo.it
Recibido: 20-12-2019
Aceptado: 31-05-2020