La Odisea

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 1

E ESCUELA ISRAEL E-50

Lenguaje y comunicación
Judith Fuentes Soto.
Odisea
Homero

Al poco rato de haber dejado atrás la isla de las sirenas, vi humo e ingentes olas y percibí fuerte estruendo. A los míos,
presas del miedo, los remos se les fueron de las manos, y cayeron en la corriente, y la nave se detuvo, porque ya los
brazos no batían las largas palas. Al momento recorrí la embarcación y amonesté a los compañeros, acercándome a ellos y
hablándoles con dulces palabras:
Odiseo: ¡Oh, amigos! No somos novatos en padecer desgracias, y la que se nos presenta no es mayor que la
experimentada cuando el Cíclope, valiéndose de su poderosa fuerza, nos encerró en la excavada gruta. Pero de allí nos
escapamos también por mi valor, decisión y prudencia, como me figuro que todos recordaréis. Ahora, pues, hagamos
todos lo que voy a decir: vosotros, sentados en los bancos, batid con los remos las grandes olas del mar, por si acaso Zeus
nos concede que escapemos de esta desgracia librándonos de la muerte. Y a ti, piloto, voy a darte una orden que fijarás en
tu memoria, puesto que gobiernas el timón de la cóncava nave: apártala de ese humo y de esas olas, y procura acercarla al
escollo; no sea que la nave se lance allá, sin que tú lo adviertas y a todos nos lleve a la ruina.
Así les dije; y obedecieron sin tardanza mi mandato. No les hablé de Escila, peligro inevitable, para que los compañeros
no dejaran de remar, escondiéndose dentro del navío. Olvidé entonces la recomendación de Circe de que no armase en
ningún modo; y, poniéndome la magnífica armadura, tomé dos grandes lanzas y subí al tablado de proa, lugar donde
esperaba ver primeramente a la pétrea Escila, que iba a producir tal estrago en mis compañeros. Mas no pude verla en lado
alguno y mis ojos se cansaron de mirar a todas partes, registrando la oscura peña.
Pasábamos el estrecho llorando, pues a un lado estaba Escila y al otro la divina Caribdis, que sorbía de horrible manera la
salobre agua del mar. (…) El pálido temor se adueñó de los míos, y mientras contemplábamos a Caribdis, temerosos de la
muerte, Escila me arrebató de la cóncava embarcación los seis compañeros que más sobresalían por sus manos y por su
fuerza. Cuando quise volver los ojos a la velera nave y a los amigos, ya vi en el aire los pies y las manos de los que eran
arrebatados a lo alto y me llamaban con el corazón afligido, pronunciando mi nombre por última vez. De todo lo que
padecí, peregrinando por el mar, fue este espectáculo el más lastimoso que vieron mis ojos.
Después que nos hubimos escapado de aquellas rocas, de la horrenda Caribdis y de Escila, llegamos muy pronto a la
intachable isla de dios, donde estaban las hermosas vacas de ancha frente, y muchas lustrosas ovejas del Sol, hijo de
Hiperión. Desde el mar en la negra nave, oí el mugido de las vacas encerradas en los establos y el balido de las ovejas, y
me acordé de las palabras del vate ciego Tiresias, y de Circe de Eea, los cuales me encargaron reiteradamente que huyese
de la isla del Sol, que alegra a los mortales.

Homero. (1999). Odisea. Santiago: Santillana. (fragmento)

También podría gustarte