Primer Amor - Amy Brent
Primer Amor - Amy Brent
Primer Amor - Amy Brent
©Amy Brent
MI PRIMER AMOR
Título original: First love
©2020 EDITORIAL GRUPO ROMANCE
©Editora: Teresa Cabañas
tcgromance@gmail.com
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, algunos lugares y situaciones son
producto de la imaginación de la autora, y cualquier parecido con personas, hechos o situaciones
son pura coincidencia.
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda
rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del copyright, la reproducción total o parcial de
esta obra por cualquier método o procedimiento, así como su alquiler o préstamo público.
Gracias por comprar este ebook
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Epílogo
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Capítulo 1
Melissa
—¡Venga, Sarah! Vamos a llegar tarde.
Mi hija giró la esquina y corrió hacia mí. Los rizos negros rebotaban
en su cara y extendió los brazos para que la atrapara en el aire. Di vueltas
con ella y respiré el profundo aroma de su pelo, mientras escuchaba su risa
y la abrazaba con fuerza.
Solo entonces pude experimentar algo de felicidad. A veces miraba a
mi hija y extrañaba la alegría de sus ojos porque sabía que me estaba
analizando.
Quizás veía en mi rostro las largas noches desveladas, donde daba
vueltas y vueltas, luchando contra un sonido que no reconocía y que seguía
dentro de mi cabeza. Lo único que me resultaba familiar eran mis
lágrimas, empapando la almohada. Me dolía el cuerpo y los hombros. Las
rodillas me crujían y la espalda parecía partirse en dos.
Era entonces cuando anhelaba los momentos en que contemplaba a
Sarah feliz y despreocupada, a pesar de mi aspecto. Entonces recordaba
que no era una madre tan mala, que estaríamos bien sin mi felicidad.
Sin Carl.
Sin sus abuelos.
—¿Mami? Llévame a la escuela, por favor.
—Sí, cariño. Vamos ahora mismo.
A Sarah le encantaba ir a la guardería. Siempre trataba de
cronometrar nuestras llegadas para ganarle a Ava, cuando apareciera con
su hijo, Logan. Ambos tenían la misma edad y él también crecía sin padre,
aunque las circunstancias eran diferentes. La conocí al contratarme como
contable de la empresa de tecnología para la que ambas trabajamos.
Nuestros títulos de madres solteras trabajadoras facilitaron que enseguida
surgiera la amistad. Ella era la recepcionista del despacho principal, se
ocupaba de mantener nuestras vidas y horarios intactos. Eva era el epítome
de la fuerza que yo deseaba para mí. Me contó que el padre de Logan los
dejó como si no hubiera ocurrido nada y yo, sin embargo, no podía hablar
de la muerte de Carl sin romper a llorar.
Mi marido murió en un accidente de coche antes de que Sarah
cumpliera un año y cada día se parecía más a él. Tenía mi pelo, mis ojos y
mi piel morena, pero sus gestos y expresiones eran todas de él. Cada vez
que sonreía. Cada vez que corría. Cada vez que se molestaba o lloraba o
reía, Carl estaba grabado en ella. En los párpados y en las líneas de sus
manos. Incluso su pequeño trasero que todavía tenía que limpiar tenía la
forma del suyo.
—Mami tarde —dijo Sarah.
—¿Quieres ir a ver a Logan? —Me incliné para hablarle.
—¡Logan! —gritó.
En pocos minutos, atravesamos en coche la ciudad para ir a la
guardería. Al llegar, vimos a Ava que entraba con su hijo y Sarah empezó a
patear el respaldo de mi asiento.
—¡Mamá, Logan! ¡Mira, mira, mira!
—Los veo, cariño. Ten paciencia.
—¡Logan está aquí hoy!
Salí del coche y llamé a Ava. Se dio la vuelta y me saludó justo antes
de que Logan saliera corriendo por el aparcamiento. Al ver que se alejaba,
corrí hacia él para que no lo atropellara un coche y lo sujeté por los brazos.
Ava llegó corriendo enseguida, el miedo y la ira se apreciaron en su
cara mientras le regañaba.
—¿Qué te dije de la calle?
—No cruces si no está mami —contestó él.
—Sí. No cruces nunca sin mami. ¿Me oyes?
—Y buenos días a ti también —saludé a Ava mientras le entregaba
el niño.
—Es un día horrible y solo son las ocho y media. —Suspiró ella,
echando a andar a mi lado—. Vamos a dejar a los niños y tomemos un café
decente, antes de ir a trabajar.
—Yo no. Tengo una cita con el médico a las tres y antes debo ir a la
oficina para terminar unas cosas pendientes y salir temprano.
—¿Estás bien, Mel?
—Sí, sí. Solo tengo algunos dolores que no creo que estén
relacionados con mi insomnio.
—¿Han regresado los sueños con Carl? —preguntó con cautela.
—Siempre están ahí —repuse, suspirando.
Llevamos a los niños y los dejamos en la guardería. Los vi correr al
interior, agarrados de la mano, y eso me hizo llorar. Me alegraba de que
Sarah encontrara felicidad en este mundo, que no fuera propensa a la
tristeza ni se mostrara deprimida sin razón, como hacía yo. Me gustaría
experimentar la placidez de simplemente tomar la mano de un amigo
como ella hacía con Logan en ese momento, en lugar de sentirme vacía y
triste.
—Espero que no sea nada serio. —Ava interrumpió mis
pensamientos cuando llegamos a la puerta.
—Estoy segura de que no lo es. Solo voy por precaución. Además, si
tengo suerte, conseguiré algún medicamento que me ayude a dormir.
—¿Eso facilitará las cosas?
—No lo sé. Me tomo media pastilla cada noche para venir aquí.
—Las madres solteras que trabajan no lo tenemos fácil —bromeó
Ava.
—¿Puedes decirlo otra vez? —le pedí, riéndome.
—Me encanta cuando te ríes. No lo haces muy a menudo.
—Lo sé, lo sé —reconocí con un gesto.
—Dime qué te ha dicho el médico cuando salgas, ¿de acuerdo?
Llámame, envíame un mensaje de texto, un correo electrónico, lo que sea,
pero dime algo antes de esta noche.
—Tienes mi solemne promesa.
Nos abrazamos y sentí ganas de llorar de nuevo. Traté de mantener
las lágrimas a raya y me concentré en su abrazo. Ava siempre me
proporcionaba una sensación agradable y reconfortante. Desde que murió
Carl, era como si me sostuviera de la mano. Ella estaba a mi lado siempre,
incluso cuando le hablé de mis padres y de su falta de participación en mi
vida; también cuando no podía dormir y la telefoneaba a las dos de la
mañana para poder charlar con alguien.
Y ahora seguía aquí, abrazándome en mitad del aparcamiento
mientras lloraba en su hombro.
—¿Ha vuelto a pasar algo con tus padres? —se interesó de nuevo,
con cautela.
—No.
—¿Y no son los sueños?
—No.
—Mel, ¿has considerado que puedes estar deprimida?
—Ya no lo sé, joder —lloriqueé mientras negaba con la cabeza.
—Piénsalo. Sé sincera con el médico. Veo cómo te deterioras poco a
poco, incluso has perdido peso en los dos últimos años y te olvidas de las
cosas. Hasta ya no sonríes como antes y creo que esos dolores no aparecen
de la nada. Trata de ser objetiva al hablar con el doctor, ¿de acuerdo?
—Lo haré. Lo prometo.
Volvimos a abrazarnos antes de subir al coche.
En ese momento deseé tener a mi madre al lado y poder hablar con
ella, que mi padre estuviera allí para apoyarme, pero me repudiaron
cuando me fui de casa a los 18 años para ir a la universidad. ¿Por qué?
Porque querían que fuera a un colegio comunitario y me quedara en casa.
Toda mi vida estuve protegida en exceso. No podía ver la televisión
porque influía en mí de forma enfermiza. No podía comer determinados
alimentos porque moldearían mi cuerpo de una forma atractiva no
deseada. Nunca se hablaba de cosas como las citas o el sexo, y se
procuraba que las emociones no existieran. Tenía que regresar
directamente de la escuela a casa, o me castigaban. Incluso cuando empecé
a mostrar interés por los chicos, mi madre simplemente me sentó y me
dijo que solo había una cosa en sus mentes, lo que alteraría mi cuerpo para
siempre y cambiaría el curso de mi vida sin remedio.
Y esa fue la única vez que tratamos el tema.
Me detuve en el estacionamiento de la empresa de tecnología y
rápidamente me dirigí a la oficina. Empecé a calcular balances, revisar
presupuestos y adelantar asuntos para las reuniones. Después, reuní el
material que necesitaba mi jefe y, tras tomarme un descanso, comprobé la
hora porque tenía que salir para mi cita.
—Disculpe, señor. —Me asomé al despacho con prudencia.
—¡Melissa! Mi contable favorita. Pasa. ¿Qué ocurre?
—Solo quería recordarle que tengo que salir para mi cita con el
médico.
—Sí, por supuesto. Gracias por traerme estos presupuestos y cifras
finales a tiempo. ¿Cómo llevamos los bonos de vacaciones de la empresa
de este año? —Se interesó, inclinándose hacia adelante en la mesa.
—Podemos permitirnos hasta el quince por ciento del salario anual
de todos.
—¿Quince por ciento? Vaya. Debemos haber tenido un buen año —
advirtió, sonriendo.
—Así es, señor.
—Ve a la cita con el doctor y no dejes de decirme que estás bien. Si
necesitas tiempo libre, tómatelo. Nunca lo haces y deberías, ya sabes.
Especialmente con la edad que tiene Sarah.
—Si necesito tiempo, se lo haré saber —aseveré, agradecida antes de
despedirme hasta el día siguiente.
Cuando llegué a la consulta del médico, el dolor de cabeza que tenía
desde la mañana se había agravado, sin contar la molestia que sentía en el
cuello desde que estaba en la oficina. Era evidente que estaba
envejeciendo más rápido de lo normal, pensé con los ojos cerrados,
mientras intentaba relajarme en la sala de espera.
La espalda me crujió en el mismo instante en el que una enfermera
me llamó por mi nombre.
—¿Melissa Conway? El doctor la espera.
La mujer me guió a una habitación que estaba muy oscura cuando mi
dolor de cabeza ya era insoportable. Aparté las lágrimas que asomaban a
mis ojos y me tumbé en una camilla. Hubo un instante en el que quise
frenar mis pensamientos; era como si mi mente intentara abandonar mi
cuerpo y, entonces, apareció su rostro.
Una cara que nunca podría olvidar.
—¿Señorita Conway? —Escuché al doctor al otro lado de la puerta
—. ¿Está usted ahí?
—Sí, señor —susurré con un gemido.
—¿Puedo encender la luz?
—Preferiría que no lo hiciera.
—Está bien —dijo, antes de dictar a la enfermera—. Escriba que
sufre de migrañas, antes de que entre.
Cerró la puerta, y aunque todo estaba oscuro, supe que se había
colocado a mi lado. Encendió una lámpara de poca potencia y dio algunos
toques ligeros alrededor de mi cabeza, así como unos golpecitos en la
nariz, para continuar con una exploración rutinaria. Palpó mi vientre,
revisó mis pechos para comprobar que no hubiera bultos y movió cada una
de mis articulaciones. Al girar las que me causaban dolor, tomó algunas
notas en su libreta y pidió que abriera la boca. Yo saqué la lengua mientras
me examinaba la garganta, los oídos y la nariz.
—Voy a hacerle algunas preguntas, pero creo que sé lo que está
pasando —expuso, después un tomar más notas—. ¿Sigue teniendo
insomnio?
—Sí, señor.
—¿Con la misma frecuencia?
—Sí, con la misma.
—Observo que tiene dolor en sus rodillas, caderas y hombros. ¿Le
duele en cualquier otro lugar?
—¿Ahora mismo? El cuello y la cabeza.
—¿Acaban de empezar?
—En el vestíbulo, cuando me senté.
—¿Son frecuentes esas migrañas?
—No tan frecuente como los dolores de cabeza en general —
reconocí.
—¿Cuántas veces a la semana llora? ¿Produce mucosidad cuando lo
hace?
—Son preguntas extrañas —observé.
—Necesito saber si los conductos de sus fosas nasales están
obstruidos. ¿Cuántas veces?
—Cinco o seis veces a la semana, más o menos. Y sí, produzco
mucosidad, cada vez.
—¿Tiene cambios de humor? ¿Experimenta cambios drásticos que
ocurren en un segundo?
—A veces me despierto y me siento feliz. Luego me levanto y mi
humor cambia.
—¿Hay factores desencadenantes de los cambios?
—No siempre. En ocasiones, cuando despierto veo que mi hija ha
escrito en las paredes, o ha manchado su ropa con el desayuno, pero nunca
me enfado con ella. La limpio y sigo adelante.
—¿Se pone triste por eso? —El tono de sus preguntas era siempre el
mismo.
—Sí. A veces lloro por la leche derramada —sonreí al recordarlo.
—¡Ha hecho una broma! Eso es bueno. Muy bien, una última
pregunta. ¿Alguna vez se despierta llorando?
—Sí, sí.
—¿Sueña con algo específico cuando lo hace?
—No siempre. Escucho un zumbido que no puedo sacarme de la
cabeza. Sé que al decir esto parece que estoy loca, pero normalmente es
así. Solo un zumbido.
—No es una locura en absoluto. ¿Qué tal el dolor de cabeza?
—No muy bien.
—Iré a buscar que le podemos dar y regresaré con mi diagnóstico.
Esperé a que viniera durante un buen rato, hasta que me quedé
dormida en la oscuridad y mi mente retrocedió a los días en que era más
joven. Soñé con sus ojos azules y con su pelo negro. Fue el primer chico
que amé. Lo amaría el resto de mi vida. Me acariciaba con dulzura y me
escuchaba con atención, mientras yo me quejaba de mis padres y de todas
las cosas que me prohibían hacer.
Hasta que se fue a la universidad y regresó con una preciosa novia
rusa.
—¿Señorita Conway? Si pudiera subirse la manga, le inyectaré algo
para esa migraña.
Obedecí y comencé a remangarme cuando me dio un calambre en el
hombro. Frotó mi brazo con una torunda con alcohol y sentí un pinchazo.
Enseguida mi piel comenzó a arder y en unos segundos la migraña
disminuyó. Suspiré con alivio cuando puso un apósito adhesivo en la zona
donde había inyectado el fármaco y la luz aumentó lentamente, hasta que
pude ver a mi médico.
—Hola —saludé con timidez.
—Hola, Señorita Conway. Sé que tiene que ir a recoger a su hija y no
la entretendré mucho. Creo que usted tiene un trastorno depresivo mayor.
—¿Cree que estoy deprimida?
—Incluso me atrevería a asegurarlo. Y por lo que parece, lleva así
bastantes años.
—¿Años? —Eso me pareció extraño.
—Sí. Este tipo de desequilibrios hacen estragos en el cuerpo, se
camuflan y comienzan a alterar el tejido muscular o la grasa, para seguir
avanzando. Esa modificación tiene como consecuencia la pérdida de peso,
como la que ha experimentado según he visto en su historial médico. Así
mismo, la alteración del músculo deriva en los fuertes dolores que sufre,
especialmente en las principales articulaciones del cuerpo.
—¿Necesito que me trate un psiquiatra?
—Sí, es lo mejor. Conozco uno muy prestigioso que trabaja por todo
el país, pero su consulta principal está aquí, en Los Ángeles. Si quiere,
puedo conseguirle una cita, porque está muy solicitado y es difícil
concertar una en bastante tiempo.
—Se lo agradezco mucho.
—Voy a terminar de examinarla y le daré su tarjeta.
Me tumbé de nuevo en la camilla mientras mi mente seguía
divagando. De ese modo regresé a uno de los pocos recuerdos felices que
me quedaban, el de la noche que estuve con él. Hicimos el amor y su pelo
estaba húmedo por el sudor. El pensamiento fue tan nítido que pude sentir
su respiración en el cuello. Acaba de quitarme la virginidad de la que mis
padres nunca me hablaron y seguía llenándome mientras se movía sobre
mi cuerpo. Aquel chico me abrió los ojos al mundo que me rodeaba,
prometió enseñarme cosas, dentro y fuera de la habitación, y evoqué la
promesa que me susurró al oído. La de regresar a por mí cuando tuviera su
título.
Sonreí al sentir que mi cuello se estremecía de placer mientras su
voz resonaba en mi cerebro.
—Aquí está su tarjeta, Señorita Conway. —El doctor interrumpió
mis pensamientos—. Ya he hablado con la clínica y todo lo que tiene que
hacer es llamar y decir que va de mi parte.
—Gracias, doctor. De verdad.
—No tarde mucho en pedir esa cita, Melissa —aconsejó mientras
me acompañaba a la puerta—. Ya ha sufrido mucho.
—No tardaré. Lo prometo.
El hombre se despidió y salió de la habitación mientras las luces
volvían a subir de intensidad.
Sostuve la tarjeta en la mano y observé las letras doradas y azules.
Me recordó el color de sus ojos, en cómo brillaban igual que la luz
fluorescente de la escalera, donde solíamos encontrarnos después de ir a
clase. Antes de ir a casa, tal y como esperaban mis padres.
Pero cuando leí el nombre, se me cayó el alma al suelo. Noté que
empezaba a faltarme la respiración y se me escapaban las lágrimas de los
ojos. Repasé su nombre, una y otra vez, diciéndome que no era real, que
tenía alucinaciones.
No podía tratarse de él.
—Brandon Black —susurré, mientras una lágrima resbalaba por mi
cara.
De repente, todos los recuerdos regresaron a mi mente. Su promesa y
su cuerpo retorciéndose contra el mío, en la escalera de la escuela. Su
sonrisa y la suavidad de sus manos al acariciarme, dándome a entender
cuánto le importaba. Recuerdos de cómo nos encontrábamos por la noche
en el patio trasero de mi casa y observábamos las estrellas, abrazados en la
hierba, bajo el árbol.
Lo único que no tenía que esforzarme por recordar era el momento
en el que regresó de la universidad y me presentó a su novia.
Entonces me di cuenta de que había roto la única promesa que me
mantenía a flote, cuando mis padres me repudiaron.
Brandon Black fue el amor de mi vida y mi médico quería que lo
viera por mi depresión.
Capítulo 2
Brandon
—¡Fóllame! ¡Fóllame a fondo!
Sus tetas falsas saltaron en mi cara cuando la inmovilicé contra la
pared. Gimió cuando se me doblaron las piernas y la agarré antes de que se
cayera. Sus enormes pechos seguían bailando con un ritmo frenético y
jadeó antes de reírse de placer, mientras su coño reconstruido engullía mi
polla.
—¿Te gusta así? ¿Te gusta este coño apretado?
Joder, me gustaría que se callara. Había tenido una semana muy
dura. Todos mis pacientes de guardia necesitaron que renovara sus recetas,
así como alguien con quien hablar a altas horas de la noche. Odiaba el
turno nocturno en mi propia maldita consulta, pero la gente que trabajaba
a mi lado necesitaba tener descansos, de vez en cuando. Algunos
regresaban a casa con sus esposas e hijos; otros se iban de vacaciones y
tomaban el sol.
A mí, sin embargo, me gustaba ligar con mujeres en los bares y
follarlas sin más.
Ella metió una mano entre sus muslos para liberarse al mismo
tiempo, mientras mi polla se hundía en su interior, hasta que gruñó
inútilmente cuando salí y me corrí sobre sus muslos.
Me subí los pantalones mientras sentía como aún me temblaban las
piernas del orgasmo y me mantenía en esa sensación breve pero
embriagadora. Era algo que no conseguía al masturbarme.
Me fijé en su rostro enfadado mientras metía sus enormes tetas
falsas en el escote del vestido. Antes de que dijera nada más, me fui del
baño con un portazo y regresé al bar. Había liberado de mis hombros algo
del estrés que llevaba acumulado de toda la semana y suspiré al comprobar
que ya eran oficialmente las diez en punto.
Ya no era el psiquiatra de guardia.
Me senté en la barra al lado de Michael y di un trago a la cerveza
que había pedido. La mujer pasó por delante de nosotros, rozándome
mientras él la miraba con curiosidad. Sonrió antes de sacudir la cabeza y
levantó la mano al camarero antes de girarse hacia mí.
—Creo que necesitas otro trago. —Michael cabeceó de nuevo.
Trabajaba conmigo en la consulta. Tenía varios compañeros
profesionales a los que había alquilado sus despachos en la clínica, de
forma que así cubrían los gastos de mantenimiento. No intentaba
enriquecerme a su costa, de modo que con todas las facturas pagadas, y sin
salir nada de mi bolsillo, su alquiler y el uso de las instalaciones eran a un
precio simbólico, siendo más bajo que en cualquier otro lugar de
California. La consulta de Michael estaba justo al lado de la mía y con los
años había hecho buena amistad. No era el tipo de psiquiatra que se
limitaba a recetar pastillas a sus pacientes y esa era una postura que yo
compartía.
Todavía quería ayudar a la gente. Igual que yo.
—¿Es buena? —Se interesó por la mujer.
—Ha hecho su trabajo. —No expliqué más.
—La has dejado en la estacada, ¿verdad?
—No ha sido culpa mía que no se haya masturbado antes.
—Deberías advertir a esas mujeres que no das mucho antes de
empezar.
—Piensa que así, puede ser una forma de traer más pacientes
insatisfechas a la consulta —repuse, sonriendo.
—Eres jodidamente terrible, ¿lo sabes?
—Solo cuando lo intento. Entonces, ¿cuál ha sido el paciente más
complicado esta semana? —Cambié abruptamente de tema.
—Uno nuevo al que le han diagnosticado cáncer —dijo Michael en
tono profesional.
—Mierda. ¿Tiene posibilidades de superarlo?
Así comenzó la conversación y se intensificó a partir de ahí.
—¿Y qué hay de ti?
—Ha sido mi semana de guardia, por lo que ha sido dura. He visto a
mis citas programadas, así como a los pacientes que han entrado en pánico
de todos los demás. Hay uno que necesito revisar porque ha pedido tres
cambios de medicación en pocos días. No sé lo que le pasa, pero quiero
asegurarme de que alguien no está haciendo recetas de más en la clínica.
—Mierda. ¿Alguna idea de qué medico puede ser?
—Sí. No puedo hablar de ello, ya sabes, la confidencialidad y todo
eso, pero lo solucionaré al pasar el fin de semana. No puedo con más
mierda hoy.
—Hablando de nuevos pacientes. ¿Recuerdas aquel que no se pudo
medicar nada más para la depresión?
—Sí. ¿Ha habido suerte con la búsqueda de algo?
—¡Ketamina! Joder, ¿qué te parece? —Parecía impresionado y no
era para menos—. Hay un hospital donde permiten a los anestesistas que
admitan legalmente a individuos depresivos graves crónicos para
tratamientos con ketamina. Se administra con el paciente monitorizado y
la mierda funciona de maravilla. Ese hombre vino a mi consulta el martes
y actuaba como una persona completamente diferente. Podría tratarse de
un maldito caso de estudio, dependiendo de cómo lleguen los resultados de
las pruebas químicas.
—He oído que la ketamina es el nuevo gran avance en el tratamiento
de las personas que sufren de grandes problemas de depresión. Tengo un
paciente que está a dos recetas más de drogas de liberación prolongada.
Tendré que investigarlo, a ver si también podría ayudarle.
—Es un tratamiento prometedor —advirtió Michael—. Si quieres
hacer un análisis del caso, tienes que agotar todas las vías médicas. Si
estás dispuesto, puedo pasar este paciente a tu consulta y así utilizarlo en
tus estudios. No merece la pena hacerlo sufrir más.
—No estaría mal, gracias. Lo que sea para ayudar a esta gente.
—No hay problema. —Bebió un trago de su cerveza.
—Mi carga de trabajo también ha aumentado un veinticinco por
ciento esta semana. Me han llegado un montón de pacientes nuevos y no sé
cuántos más podré asumir. Estoy valorando ampliar la clínica y alquilar
más consultas en el edificio porque, al ritmo que me llegan pacientes,
tendría que trabajar hasta la muerte —confesé con confianza.
—Eso es bueno para el trabajo y malo para cómo va nuestro mundo.
Los problemas de salud mental nos mantienen en la profesión, pero ¿a qué
precio? —Michael movió las manos para dar énfasis a su pregunta.
—Parece que todo el mundo viene a mi consulta en busca de ayuda,
y no sé cómo hacerlo para darles cita a todos y ayudarles.
—¿Incluso con las derivaciones que has hecho a otros profesionales
de las otras clínicas? —Me miró asombrado.
—Sí. Las filiales de Nueva York y Nueva Orleans también van de
maravilla.
—Bueno, a este paso te harás con toda la ciudad de Los Ángeles.
—Pero siento que no es suficiente. He llegado a ver personas que
entran en la web y me preguntan si voy a abrir una clínica en Hawái.
¡Hawái! Aparentemente, la gente de nuestra pequeña isla está luchando
tanto como aquí.
—Bueno, ¿tienes los fondos para expandirte? —Se interesó.
—Más que suficientes. ¿Pero en qué momento admitiré que no
puedo ayudar a todo el mundo?
—Nunca, Brandon. Porque cuando lo hagas, habrás perdido el
entusiasmo que te impulsó a iniciar esta carrera. —Fue muy drástico—. Si
tienes tanto trabajo, aceptaré algunos de tus pacientes nuevos. Ya sabes
que mi especialidad es la depresión y los estados bipolares, pero si no
quieres alquilar otra sala de consultas, puedo hacerme cargo.
—Lo pensaré, antes de regresar a la rutina el lunes.
—No me extraña que solo hayas atendido a los tuyos esta noche —
observó, sonriendo—. Sinceramente... tengo la sensación de que estoy
perdiendo pacientes.
—¿Por qué?
—Mi agenda parece, no sé, cada vez más delgada.
—Bueno, tómalo como un cumplido. Haces tan bien tu trabajo que
tus pacientes cada vez necesitan menos sesiones de terapia. Les ayudas a
sobrellevar sus problemas, tal y como necesitan.
—Ya lo sé. ¿Es raro que me asuste eso? Necesito trabajar, ingresos,
¿comprendes? —Inquirió, preocupado.
No tuve el corazón para decirle que ya había notado que perdía
pacientes. La mayoría acudían a mi consulta. Me confesaban que Michael
no les ayudaba y pensaban que debían gastar su dinero en alguien que
pudiera solucionar sus problemas. Escaloné sus citas para que Michael no
los viera salir de mi oficina y transferí a los demás a diferentes doctores
en diferentes plantas del edificio. La sede principal de mis consultas
estaba en Los Ángeles y se hallaba dividida en pisos, los cuales formaban
distintas áreas específicas, tratadas por psiquiatras especializados. Era un
buen sistema, uno que funcionaba para todos y, aunque no era mi objetivo,
me hacía jodidamente rico.
No sabía cómo decirle a Michael que tal vez hacía algo mal en su
consulta.
Con la forma en que tenía la estructura salarial, no me gustaría
recibir la noticia de que él no lo hacía bien. Como las salas estaban
alquiladas en el edificio, tenía en cuenta el espacio y la energía eléctrica
que se gastaba cada mes. Mi sociedad absorbió la factura del agua y las
aguas residuales, pero los inquilinos pagaban el espacio, su parte de
internet y su parte de la energía. El resto de los gastos se facturaban
individualmente y los psiquiatras eran todos autónomos.
Una vez que se amortizó la deuda de la hipoteca del edificio, mi
sociedad comenzó a ingresar mucho dinero, a pesar de que los alquileres
eran bajos y asequibles.
—¿Qué te parece si, este fin de semana, escribes un correo
electrónico a los pacientes que han dejado de ir a tu consulta? —Traté de
buscar una solución a su problema—. Podrías enviarles una pequeña
encuesta, pidiéndoles su opinión. Si te va bien, nadie te lo dice nunca. Pero
si te va mal, todos tratan de hacértelo ver.
—Es una buena idea —dijo Michael, mientras dejaba su cerveza
vacía en la barra—. Lo haré.
—Hazme saber cómo va, ¿de acuerdo?
—Por supuesto. Las bebidas corren por mi cuenta. —Dejó un par de
billetes de veinte al camarero y se despidió.
Observé a Michael mientras salía del local, pero una mujer se cruzó
en mi campo de visión y llamó mi atención.
—¿Melissa?
Me giré para verla mejor mientras se alejaba. Sí, era ella, no había
duda. Melena larga y oscura y su precioso cuerpo con aquel tono
bronceado que tanto le favorecía. El corazón se me aceleró en el pecho y
pude sentir sus latidos en mis oídos. Santo cielo, era Melissa.
Ella había vuelto.
Bebí el resto de mi bebida y me abrí paso entre la gente. Las manos
me sudaban y los recuerdos inundaban mi mente; todos relacionados con
su cuerpo virginal debajo del mío, de sus ojos marrones y sus manos
rodeando mi cuello. Incluso podía sentir lo tensa que estaba aquella noche
que se entregó a mí mientras me abrazaba con fuerza.
—¡Melissa!
Apoyé una mano en el hombro de la mujer y se dio vuelta. Unos ojos
oscuros se encontraron con los míos y me sentí decepcionado. No se
parecía en nada a Melissa. Su nariz era demasiado grande y sus mejillas
demasiado anchas. Su cuello no era lo suficientemente largo y tenía
hombros grandes.
Me sonrió al ver que deslizaba la mano por su brazo y, de repente,
sentí la necesidad de enterrarme dentro de ella. De sentir su calor para
olvidar el que llevaba mucho tiempo persiguiendo.
—Podría ser Melissa si te gustan este tipo de cosas —sugirió,
mordiéndose el labio inferior.
Decidí que no me importaría decir su nombre otra vez esta noche.
Aunque solo fuera para pensar que podría volver a tenerla después de lo
que le hice.
—Hola, Melissa —susurré con una sonrisa traviesa—. ¿Te apetece
dar una vuelta en un descapotable?
Capítulo 3
Melissa
—Soy Melissa Conway. ¿En qué puedo ayudarle? —contesté al
teléfono.
—Señorita Conway, soy el doctor Hamilton.
—Hola, doctor. ¿Está todo bien? ¿Le ha pasado algo a Sarah en la
guardería? —Aquella llamada me sobresaltó.
—No, no, no. Todo está bien. Pero hace un par de días que no la veo.
¿Ha pensado en el médico que le recomendé?
—Un poco, sí —balbuceé, dudosa.
—Comprendo que resulte difícil, algunas veces. Los psiquiatras no
se ven como médicos normales. La gente piensa que son una especie de
loqueros.
—¿No es esa su especialidad?
—Están ahí para ayudarle, igual que yo. Yo me dedico a las
enfermedades del cuerpo y los psiquiatras se especializan en la mente. No
es tan distinto como venir a verme a mí. Ellos hacen preguntas, el paciente
responde; diagnostican y se visitan de forma regular, igual que a mí.
—Sé que necesito hablar con alguien.
Me pregunté si podría decírselo y un millón de dudas más. Conocía
Brandon y había tenido una historia con él. Eso podría ser un conflicto de
intereses para él. ¿O no? No sabía si debería ser su paciente con nuestro
pasado, con aquellas promesas rotas y el papel que había jugado en mi
vida, hasta llevarme al lugar en el que me encontraba.
—Como no sabía si pediría cita por propia iniciativa, me he tomado
la libertad de hacerlo yo por usted. La telefonearán en breve para
comunicarle la hora de su consulta.
—¿Qué voy a hacer con Sarah durante ese tiempo?
—Puede escribir una nota a su jefe para salir antes y buscar a
alguien que la cuide.
—Pero no sé si podré...
—Señorita Conway...
—Lo sé, lo sé. Está bien. Confirmaré la cita. ¿Ha dicho que me
llamarían?
—Dentro de una hora. Ya verá, señorita Conway, esto le ayudará más
de lo que yo pueda hacer. Cuando tenga la hora de su cita, llámeme y deje
un aviso a mi enfermera. Quiero asegurarme de que mantengo el contacto
con su médico para saber su evolución y si le prescribe algo.
—Lo haré, doctor. Gracias por todo.
—Si no tiene noticias de ellos en una hora, los telefonea usted. Lo
digo en serio. Necesita ayuda.
—No se preocupe, le avisaré. Ahora voy a regresar a mis números.
—No sé cómo puede hacer tantos cálculos —comentó, en tono
bromista.
—Y yo no sé cómo hace tantas cosas de la sangre. —Me reí—. Que
tenga un buen día, doctor.
—Usted también, señorita Conway.
Tal y como dijo el médico, no tardé mucho en recibir una llamada en
mi móvil de un número que no conocía. Tomé aire antes de contestar y,
nada más escuchar la voz alegre al otro lado, ya comenzó a irritarme.
—¡Hola! ¿Es la señora Melissa Conway?
—Sí, soy yo.
—Estupendo. Llamo por una cita que ha hecho su médico
personalmente. ¿Cómo se encuentra hoy? —Su tono era muy animado.
—Me está llamando desde la consulta de un psiquiatra. Dígamelo
usted —espeté sin ganas de hablar de mi estado de ánimo por teléfono.
—Bueno, le daré cita lo antes posible, para que pueda ir por mejor
camino. Solo necesito que me responda a unas preguntas. ¿Se encuentra
más cómoda con alguien del mismo sexo, o el doctor al que ha sido
remitida le parece bien?
—¿Se refiere a Brandon?
—Sí, señora. La referencia es para el doctor Black, pero puedo
remitirle a cualquier otro especialista de esa planta —explicó con
amabilidad.
Hice una pausa por un segundo y consideré la opción. ¿Sería
inteligente por mi parte tener una cita con él? Por un lado, podría
desencadenar emociones que no estaba preparada para mostrarle, mucho
menos para tratar con ellas. Por otro lado, enfrentarme a él y hablarle de lo
que me hizo en el pasado, podría ayudarme a sobrellevar la situación y
seguir adelante. Convertirme en una mejor persona. No ser tan rencorosa,
ni enfadarme cada vez que veía parejas felices alrededor.
—¿Señorita Conway?
—Sí. Lo siento. Estoy aquí. Me ha pillado en mitad de unos cálculos
—justifiqué mi silencio.
—¿En qué trabaja?
—Soy contable de una compañía de tecnología —expliqué—. Y
Brand… el doctor Black estará bien.
—Estupendo. La primera cita será el lunes a las cuatro de la tarde.
—¿Estaría fuera a las cinco?
—Sí, señora. La apunto para esa hora. Ahora, necesitaré los datos de
su seguro y habremos terminado.
Le di la información que buscaba y descargué algunos formularios
de la página web que necesitaba rellenar. Después solo me quedaba llegar
quince minutos antes de mi cita para asegurarme de que todo estaba
concretado.
Durante todo el almuerzo, mi mente no paró de dar vueltas. Iba a ver
a mi exnovio, por primera vez, desde que llegó a casa con aquella rusa alta
y de piernas largas con la que se casó, mientras yo esperaba que terminara
sus estudios en la universidad. Sentí que la ira burbujeaba dentro de mí y
apuñalé mi ensalada con el tenedor. Nunca podría creer las promesas de
nadie, después de aquel único encuentro. Solo Carl fue capaz de romper
mis defensas para que confiara en él.
Luego murió en aquel maldito accidente.
Tiré el tenedor sobre el escritorio y suspiré. Me pasé una mano por
el pelo y comencé a respirar profundamente por la nariz. Lo último que
necesitaba era que me diera un síncope en el trabajo y, en cuanto me
recuperé, mi jefe llamó a la puerta.
—Señorita Conway.
—Sí, señor —dije mientras me levantaba.
—Descanse, soldado —bromeó él, riéndose—. Solo vengo a ver
cómo está.
—Oh, Todo marcha bien.
—Me refiero a su cita con el médico. No me ha dicho cómo le fue la
visita que hizo.
—Oh. Lo siento. Fue... fue bien. Me recomendó que viera al doctor
Brandon Black.
—¿Ha pedido una cita?
—La hice antes de mi descanso para almorzar, sí.
—¿Para qué hora? —Se mostró muy interesado.
—El lunes a las cuatro en punto.
—Haga que sea siempre a esa hora. Espero que salga de la oficina
todos los lunes a las tres y media.
—Señor, eso no es...
—Melissa, es usted la persona más trabajadora del departamento de
contabilidad. Será la responsable de dirigirlo cuando decida jubilarme y no
podemos permitirnos perderla. Cuídese y no olvide confirmar esa cita de
forma permanente con su médico, hasta que se encuentre mejor.
Si supiera por qué esas palabras me enfurecieron tanto como lo
hicieron.
—Lo haré. Lo prometo.
—Bien. Sobre esos cálculos que está haciendo, los necesito para las
dos.
—Los tendrá a las dos —aseguré, regresando la mirada al teclado.
Después del trabajo, fui a recoger a Sarah y me encontré con Ava
otra vez. Hablamos un poco sobre el trabajo y parecía increíblemente
estresada, así que la invité a compartir una botella de vino. Logan y Sarah
estaban de acuerdo. Monté a los niños en mi coche, para que Ava se
cambiara de ropa, y los llevé a mi casa para darles un tentempié.
Clamaban por salir al patio y jugar, así que les di la merienda y los dejé
correr. Cerré la puerta y entré, abriendo las persianas junto a la mesa de la
cocina, para poder verlas mientras compartíamos un vaso de vino.
O tal vez dos.
—Toc, toc —gritó Ava al entrar.
—Ya te he servido un vaso de vino.
—¿Los niños afuera jugando? —preguntó.
—Sí. Logan se está columpiando y Sarah se desliza por el tobogán.
—Esto nos hacía falta —advirtió, mientras recogía su vaso—.
Muchas gracias.
—¿Tal mal llevas la semana?
—Necesitaríamos otra botella solo para contártelo. ¿Y la tuya?
—Oh, ha sido interesante.
—¡Vaya! ¿Por qué? ¿Ha pasado algo con el doctor?
—Me remitió a un psiquiatra. Piensa que podría tener un trastorno
depresivo mayor.
—No voy a mentir, no me sorprende —confesó muy seria.
—Lo sé, lo sé. Sigo en marcha y trabajando, por eso nunca he
valorado esa opción. ¿No se supone que la gente deprimida no sale de la
cama? —Me encogí de hombros.
—Solo sales adelante, pero porque funciones, no significa que seas
feliz.
—Supongo que llevas razón. Me remitió al doctor Brandon Black.
—¿El doctor Black? ¿El que escribió ese libro que siempre está en
los primeros puestos de ventas? —No pudo evitar la sorpresa.
—El mismo.
—Oh, es un tío cachas. Me encantan los hombres altos con pelo
oscuro. Hombros anchos. Pecho cincelado. Apuesto a que sus muslos son...
—¿Qué te pasa?
—Lo siento, solo soñaba despierta. Entonces, ¿cuándo es tu cita con
él?
—El lunes a las cuatro.
—Bueno, no lo digas tan deprimida. Parece que no te hace mucha
gracia —observó, antes de llevarse la copa a los labios.
—Además de estar deprimida, el doctor Black es mi ex.
La oí ahogarse con el vino antes de dejar de beber. Los niños se reían
afuera mientras los miraba, pero mi mente daba vueltas en otra parte.
Todavía no estaba segura de cómo iba a ser la cita con él, pero si no
hablaba de nada más, tendría que sacar el tema sobre lo que me hizo y el
daño que me causó con aquella mujer rusa.
—¿Cuándo demonios estuvisteis juntos? Creí que tus padres eran
una especie de amish, o algo así.
—Salimos a sus espaldas mientras yo estaba en la universidad. Le di
mi virginidad.
—Oh. Mierda. ¡Le has visto la polla al doctor Black! —Se mostró
muy interesada—. ¿Qué aspecto tiene?
—Solo recuerdo sus mentiras. —No exageraba.
—¡Oh, Dios! ¿Quieres decir que era un mentiroso compulsivo?
—No.
—¿Mintió para meterse entre tus piernas?
—No.
—¿Fingió su muerte para alejarse de ti?
—¿Estás bebiendo el mismo vino que yo? —pregunté, mirando mi
copa.
—Vamos. Ponme al corriente. ¿Qué pasó?
—Fue el primer chico del que me enamoré. Me enseñó tantas cosas.
Sobre el sexo y... y el amor. Al menos, el amor para una joven de dieciocho
años. Me prometió que volvería a buscarme después de graduarse; sobre
todo, después de que mis padres me repudiaran por ir a una universidad
pública y no a la comunitaria que ellos deseaban.
—¿Te he dicho que tus padres están locos?
Sin prestar atención a su comentario continué hablando.
—De todos modos, nos mantuvimos en contacto durante un tiempo y
me aferré a esa promesa. Le decía lo mucho que lo quería y que no podía
esperar a que estuviéramos juntos. Fui una tonta al pensar que él sentía lo
mismo por mí. Cuando regresó, después de la graduación, vino con una
preciosa novia rusa del brazo.
—¿Qué dices?
—Sí. Una mujer alta, muy blanca de piel, con acento sexy y bonita
melena lisa y negra.
—¿La pidió por correo? —Ava dejó escapar una carcajada.
—No lo sé, maldita sea. Destrozó mi vida y también me partió el
corazón. Estuve perdida durante meses hasta que volví a poner los pies en
el suelo.
—Te hizo un buen papelón.
—¿Crees que es buena idea? Me refiero a verlo a pesar de nuestro
pasado en común. Por un lado, puede desencadenar algo y, por otro, tendré
la oportunidad de decirle a la cara todo lo que pienso de él y así conseguiré
cerrar este asunto. Eso me ayudaría, ¿verdad? —Estaba confusa y esperaba
que ella me ayudara a ver las cosas más claras.
—Seré sincera contigo porque siempre lo soy —comenzó Ava—.
Ese hombre es tan famoso como una estrella de rock y está forrado. Es
conocido en todo el mundo por su visión revolucionaria de cómo tratar a
sus pacientes. Probablemente tenga tantas mujeres a su alrededor que ni
siquiera te recordará.
—Tienes razón —reconocí.
—Y aunque se acuerde de ti, es un profesional y tendrá que
comportarse como tal. Si no puede, te remitirá a otra persona. Esa es la
mierda que todos suelen hacer. No tienes por qué preocuparte y, por lo que
parece, tampoco nada que perder.
—Gracias. —Me sentí mejor al escucharla.
—Ahora, termina ese vaso y ponte al día. Voy a pedir unas pizzas
para la cena.
—A los niños les encantará.
—Sí. Y con los estómagos llenos se duermen antes, lo que significa
más vino para nosotras.
—Eres implacable —reconocí, sonriendo.
—Lo que sea para ver de nuevo esa sonrisa.
Capítulo 4
Brandon
El domingo por la tarde, me giré en la cama y golpeé algo caliente a
mi lado. De repente, algo suave se movió entre mis piernas y la noche
regresó lentamente a mí.
Joder, había traído a la mujer a casa.
—Hola, guapo —saludó con voz somnolienta.
—Hola, preciosa —contesté sin más.
—No te preocupes. Tampoco recuerdo tu nombre —me advirtió,
riéndose.
Observé sus ojos azules, estaban enrojecidos por la falta de sueño y
al descender la mirada a sus tetas, vi que estaban llenas de marcas.
—Será mejor que me vaya —dijo aún adormilada.
—Creo que será lo mejor.
—¿No hay beso de despedida? —me dijo divertida mientras se
levantaba y me guiñaba un ojo.
No tardamos mucho en vestirnos y en despedirnos, convencidos de
que no nos volveríamos a ver. Había sido un rollo de una noche que
ninguno de los dos recordaba. Por desgracia mi vida estaba llena de
mujeres de una sola noche que no conseguían hacerme olvidar.
Por mi parte salí a hacer ejercicio antes de ir a recoger a Max a casa
de mi madre. No quería que se hiciera tarde y le había prometido que
iríamos a casa de Michael a comer pizza. Lo último que deseaba era
decepcionar a mi propio hijo.
Decidí hacer unos kilómetros más en la cinta de correr, antes de
meterme en la ducha, y me sentí aliviado cuando el aroma de esa mujer
desapareció de mi cuerpo. Me tomé mi tiempo bajo el chorro del agua
caliente, permitiendo que el vapor me limpiara el olor a sexo que llevaba
encima. Luego salí y me sequé.
Necesitaba tomar un batido o algo así de camino para recoger a Max,
así que decidí que también le llevaría uno a él.
Le encantaba cualquier cosa que fuera de fresa.
Al poco rato, estaba en el coche con dos batidos de frutas en la
mano. Me detuve en casa de mi madre, justo cuando la niñera me envió un
mensaje para ver si necesitaba algo. Le di todo el fin de semana libre y le
dije que no se presentara en ningún sitio hasta el lunes por la mañana. Esa
mujer trabajaba fielmente para mí, ayudándome a que yo pudiera levantar
mi clínica y dar un buen servicio a mis pacientes, tal y como me gustaba
hacerlo. Lo menos que merecía era un maldito fin de semana libre.
—¡Papá!
—¡Max, pequeñajo!
Mi hijo corrió del porche y saltó a mis brazos. Esos eran los
momentos en los que me sentía realmente feliz, cuando veía que se
alegraba de verme.
El divorcio de su madre fue muy duro, pero el hecho de que ella
cediera sus derechos paternales nos benefició a ambos. Sabía que nos
casamos solo para que ella pudiera obtener su ciudadanía, pero nunca
pensé que sería el tipo de mujer que abandonaría a su hijo en el proceso.
Era un chico guapo, se parecía a mí, excepto por su sonrisa. Cada vez que
sonreía, la veía a ella y se me rompía el corazón al pensar lo que hubiera
pasado con él, si no se estuviera conmigo.
—¿Es para mí? —preguntó, ilusionado.
—Claro. Es extra de fresa, como a ti te gusta.
—Gracias, papá. ¿Michael y la pizza?
—Sí. Hoy vamos a casa de Michael a comer pizza. —Sonreí.
—Suena a un día divertido —intervino mi madre desde el porche.
Al llegar a su lado nos dimos un abrazo. Ella había apoyado cada
decisión que había tomado a lo largo de mi vida. Me alentó siempre,
incluso cuando no estaba de acuerdo conmigo, y siempre había estado a mi
lado para ayudarme a cuidar de Max. Me guió a través de mi ira cuando su
madre lo abandonó y atendió todas mis llamadas, a altas horas de la noche,
cuando el niño lloraba y yo no sabía qué hacer. Incluso vino un par de
veces a echarme una mano cuando ambos estábamos enfermos.
Mi madre era mi fortaleza y me alegraba tenerla en mi vida.
—Estas horrible, Brandon.
—Yo también te quiero —dije, sonriendo.
—¿Tienes tiempo para entrar y sentarte un rato?
—En realidad no, pero te prometo que lo haré esta semana. Escucha,
quiero que sepas que te quiero.
—Cariño, me compraste una casa y un coche. Lo sé —bromeó como
siempre solía hacer.
—No, lo digo en serio. Y reconozco todo lo que haces por nosotros,
por Max y por mí. Sobre todo, trayéndote al niño este fin de semana, para
que la niñera tuviera algo de tiempo libre y yo disfrutara también de unas
horas. Estoy agradecido por todo lo que haces por los dos y el lugar que
ocupas en la vida de Max; no podría comprarte suficientes cosas para
mostrarte lo que siento por ti.
—Te quiero, Brandon. Eres mi hijo y él es mi nieto. Nunca pensé que
podría amar a alguien, como te amo a ti, hasta que llegó este niño. Puede
venir a casa el fin de semana que quiera.
—¿El próximo fin de semana? —preguntó Max.
—Ya veremos, amigo —dije, sonriendo.
—¡Pizza y Michael! —gritó para demostrar que seguían siendo
nuestros planes.
—Será mejor que nos vayamos ya o explotará de impaciencia —
sugerí, llevándolo hacia el coche.
—Divertíos y saluda a Michael de mi parte.
—Lo haré, mamá. Te lo prometo.
Nos despedimos con un abrazo y un beso y miré a mi hijo que bebía
su batido a toda prisa. Estaba tan frío que hizo una mueca y no pude evitar
soltar una carcajada. No importaba cuántas veces sucediera, siempre
comía helado y bebía batidos demasiado rápido. Era testarudo y quería las
cosas en el instante, incapaz de esperar.
Para ser sincero, me sonaba un poco familiar.
Fuimos a casa de Michael y nada más llegar pedimos las pizzas. Él
levantó a Max y lo lanzó al aire, antes de depositarlo de nuevo en el suelo.
Estaba orgulloso de mi complexión fuerte y de los ejercicios que
practicaba, pero no entendía cómo Michael podía elevar a un niño de
cuatro años por el aire de la forma en que lo hacía. Max siempre se reía
con alegría antes de salir corriendo a jugar con los hijos de mi amigo.
En realidad, eran dos cachorros que lo adoraban.
—Ya he pedido la pizza —le dije, colgando el teléfono.
—El partido televisado está a punto de empezar y he preparado una
cama para Max y los perros. Sabes que se acurrucarán con él cuando
duerma la siesta.
—Gracias por invitarnos.
—No te preocupes. Tu hijo siempre es bienvenido y la niñera se
merecía un fin de semana libre.
—Pues vamos a ver ese partido. —Miré el reloj—. Seguro que nos
perdemos las entrevistas previas al juego.
Nos instalamos en su sofá mientras Max se revolcaba por el suelo
con los cachorros. Para la hora de la siesta, su estómago estaba lleno de
pizza y se había dormido en el suelo de madera. Roncaba ligeramente, los
cachorros se acurrucaron a su lado y todo lo que pude hacer fue sonreír.
Si hubo algo que hice bien en esta vida, fue tener a ese niño. Él era
lo que me mantenía en marcha durante toda la semana. Lo único en el
mundo que me mantenía a flote cuando sentía que me ahogaba.
—¿Quieres que lo cubra con una manta? —preguntó Michael.
—Sí. Creo que está usando uno de los cachorros como almohada.
—Bueno, se han dormido los tres. No creo que le importe una
mierda.
El partido resultó un fracaso. Michael y yo mantuvimos nuestros
vítores a la mínima potencia, mientras Max y los cachorros dormían, pero
las cosas se pusieron feas una vez que se despertaron. Mi hijo seguía
animando y aplaudiendo cada vez que alguien tiraba la pelota. Durante los
descansos comerciales, saqué el teléfono para comprobar la agenda de la
semana y verifiqué los mensajes, ya que llevaba toda la tarde zumbando en
mi bolsillo. Unos cuantos correos electrónicos, un par de recordatorios
para pedir el reabastecimiento de las recetas y un cambio en mi agenda.
—Melissa Conway —susurré.
—¿Nueva paciente? —Se interesó Michael, al escucharme.
—Sí. Mañana a las cuatro en punto —dije, aunque me arrepentí
enseguida de haberlo hecho en voz alta.
—Entonces, no hablaremos de ella a partir de ahora.
Melissa.
Por supuesto que era su nombre. Tenía que ser Melissa.
—¿Estás bien, Black? Parece que hubieras visto un fantasma. ¿Es
que la conoces?
—No. No a una Melissa Conway.
—Pero conoces a una Melissa, ¿verdad? ¿Te trae recuerdos?
—Sí, conocí una Melissa Jenson en el instituto.
—Oh, delicado, delicado —canturreó.
—Puede, Michael.
—¡Pueden hacerlo! ¡Pueden! ¡Pueden! —empezó a cantar Max, que
se había despertado, y yo no pude evitar reírme.
Michael regresó al sofá en cuanto continuó el partido y mi hijo se
subió a mi regazo. Se acurrucó en mi pecho y bostezó mientras el reloj se
acercaba cada vez más a las diez.
En momentos como este, era cuando más cerca me sentía de mi hijo
y quería aprovechar todo el tiempo que pudiera mientras estuviéramos
juntos. Era evidente que él se sentía cada vez más lejos de mí, pero no
podía culparlo, porque no le prestaba la atención que necesitaba y me
ausentaba demasiado con mis viajes y las consultas.
—Te quiero, amigo —le dije al oído.
—Te quiero, papá —repuso él, bostezando.
Capítulo 5
Melissa
Hoy iba a ver a Brandon. Me había dado prisa en que Sarah y yo
estuviéramos listas para salir de casa. Me había quedado dormida porque
estuve llorando casi toda la noche, preocupada por volver a verle. Una voz
interior gritaba en mi cabeza para que cancelara la cita y buscara otro
psiquiatra. Sabía que mi médico de cabecera tenía buenas intenciones y no
le importaría pedirme otra cita si le llamaba. Podía contarle lo que sentía y
que tuve una historia con el doctor Black.
Pero, Ava tenía razón. Lo más seguro era que se hubiera olvidado de
mí cuando se fue a la universidad. Ni siquiera me reconocería. Estaba muy
cambiada a cuando tenía dieciocho años. Tenía la piel más pálida y los
ojos apagados. También algunas arrugas demás y ya no me vestía con la
misma confianza que lo hacía antes. Y por si fuera poco, hasta mi voz
sonaba triste e indiferente.
Incluso yo podía notarlo cuando hablaba con la gente.
—¿Mamá?
—Ya voy, Sarah. Tengo que envolver tu almuerzo.
Cerré la bolsa de papel marrón mientras intentaba ponerme los
zapatos. Mi falda seguía torcida, llevaba la camisa por fuera y procuré
arreglarla, al tiempo que montaba en el coche, si no quería encontrar la
puerta cerrada.
Ni siquiera tuve tiempo de rellenar el justificante de Sarah por haber
llegado tarde, ya que todavía tenía mucho trabajo pendiente antes de
acudir a la cita médica de la tarde.
Cruzamos la ciudad a toda velocidad y llegamos a las puertas dobles,
justo cuando las estaban cerrando. Nos despedimos con un beso y la vi
entrar de la mano de Logan, que estaba esperándola en la entrada. Los vi
marcharse con una sonrisa y me sentí feliz de que mi hija tuviera una
amigo con el que poder hablar si algún día tenía un problema. Siempre
había sido una niña muy tranquila y me preocupaba que por mi culpa no
sociabilizara lo suficiente.
Ella se merecía relacionarse con más gente y yo no contribuía a ello.
Regresé al coche y terminé de arreglarme la blusa que seguía algo
retorcida. Observé mi reflejo en la superficie brillante de la puerta,
ahuequé el pelo con los dedos y me puse una chaqueta sobre los hombros.
Tenía frío, seguramente se debía a los nervios por lo que iba suceder por la
tarde y me marché al trabajo sin acordarme que no había desayunado.
Afortunadamente, Ava tenía una gran taza de café para mí, en su
escritorio.
—Muchas gracias. —Di un trago antes de dirigirme a mi mesa.
—No tan rápido. —Me detuvo ella—. Párate a conversar.
—No puedo. Tengo mucho trabajo atrasado.
—Solo cinco minutos. Tu jefe no ha entrado todavía y no se
enterará.
—Ava...
—¿Cómo estás?
Me quedé en blanco con esa pregunta. Estaba destrozada porque
sabía que Brandon no me reconocería y eso me enfurecía, lo que era
incomprensible. Sentí que enrojecía de rabia mientras pensaba en él.
Recordé cómo me vi empujada a los brazos de mi difunto marido; cómo
Brandon me robó el amor que yo quería, para obtener otro tipo de amor
diferente y que me fue arrancado también.
Comencé a llorar y cerré los ojos, como si así pudiera impedir que
escaparan las lágrimas. Ava acudió a mi lado, me tomó del brazo y el
contacto de su mano hizo que regresara de mis nefastos pensamientos para
encontrarme con su mirada preocupada.
—Tengo la cabeza llena de recuerdos —reconocí, cuando pude
hablar.
—Entonces saca de la cabeza a tu ex. Fue una historia que no
funcionó y ya está… eso pasa muy a menudo. Todo el mundo ha tenido en
su vida a alguien que se fue sin más, incluso yo, pero ya hablaremos de eso
más tarde. Actualmente, creo que tienes que empezar a hablar de Carl.
—No creo que pueda hablar de mi marido con él.
—Pero debes hacerlo, Melissa. Sinceramente, creo que no lo has
superado.
Cerré los ojos al rememorar el sonido del metal. Fue como si
volviera a escuchar la bocina de aquel camión mientras Carl traspasaba la
luz amarilla. Si no hubiera tardado tanto en vestirme. Si me hubiera
quedado con el primer traje que me había probado.
Si hubiéramos ido a ver una película diferente.
—Empieza hablándole de eso y espera a ver cómo te sientes —me
aconsejó Ava—. Cuando termines la primera sesión, si todavía te sientes
rara, cambia de psiquiatra. Esto lo haces para ti, no es para solucionar tu
pasado, sino la capacidad de progresar con tu hija.
—Puedo hacerlo. —Tragué saliva con fuerza.
—Tienes que hacerlo.
Incluso con la charla que tuve con Ava, continué contando los
segundos que faltaban. Cuando fueron las tres y media, mi jefe llamó a la
puerta. Quería asegurarse de que no había olvidado mi cita. Recogí mi
mesa y antes de marcharme, Ava me abrazó para infundirme ánimo. Tomé
una carpeta en la que guardaba mi historial médico y salí de la oficina,
hecha un manojo de nervios.
Al llegar a la clínica, me recibió un recepcionista. Entregué los
papeles y los revisó antes de indicarme la consulta a la que tenía que ir.
Caminé por un pasillo mientras leía todos los nombres de las puertas.
Robert Flanagan, Michael Smith, David Coxway. Hasta que llegué
frente a un placa dorada con el suyo.
Llamé con suavidad y le oí decir que entrara. Sonaba tal y como lo
recordaba, tal vez un más grave, pero seguía siendo la misma voz que
murmuraba bonitas frases de amor en mi oído, cuando no era más que una
ingenua adolescente.
Giré el pomo despacio, me temblaba la mano y estaba a punto de
echar a correr en dirección contraria. Al abrir, vi que alzaba los ojos de un
cuaderno y se clavaban en los míos. El destello de reconocimiento que
vislumbré, me provocó un escalofrío por la espalda.
—¿Melissa? —Me reconoció.
Mierda, Brandon Black se acordaba de mí.
Asentí con la cabeza y se puso de pie. Se acercó y me miró
fijamente, apartándome la mano de la puerta para cerrarla. Me indicó que
me sentara en un sofá, frente a su sillón y me sorprendió que se quedara a
mi lado en lugar de volver a su asiento.
—No creí que me recordaras. —Busqué algo que decir que no
delatara cómo me sentía.
—Nunca podría olvidarte, Melissa.
—Te resultó muy fácil en la universidad.
Comprobé que mis palabras tuvieron el mismo efecto que si lo
hubiera golpeado. Se estremeció visiblemente y supe que no debía de
haberlo dicho. Había prometido a Ava que no hablaría de nuestro pasado,
que me centraría en algo que no nos afectara a los dos y que tuviera que
superar yo sola.
Esa era la primera de muchas capas que necesitaba quitar.
Estaba muy nerviosa, como si tuviera mariposas saltando en el
estómago. Procuré fijarme en sus ojos intensamente azules, seguían tal y
como los recordaba, y todos los recuerdos volvieron a mí de inmediato.
Abrió su cuaderno y empezó a escribir algo. Me alegré de que por
fin dejase de observarme y aproveché para comprobar los cambios que se
habían efectuado en él. Su cuerpo era más fornido, destacando músculos
por debajo de la ropa que antes no tenía. Llevaba el pelo oscuro un poco
más largo de lo que recordaba. Sin embargo, su piel bronceada por el sol
se veía tan suave como el día que la acaricié con la punta de los dedos.
—Tu médico me ha enviado tu historial —me aclaró, levantando la
mirada de los papeles—. Tengo alguna teoría sobre lo que puede estar
pasando, pero me gustaría hablar contigo para estar más seguro.
—Me parece bien.
—Aquí dice que no duermes bien. ¿Sabes cuál es la causa del
insomnio?
—No lo sé. Una veces tengo pesadillas y otras me despierto
llorando. En ocasiones, creo escuchar el llanto de Sarah en la otra
habitación, pero no es así.
—¿Sarah? —No levantó la cabeza de lo que iba escribiendo.
—Mi hija de tres años.
Parpadeó al mirarme y podría jurar que vi comprensión en sus ojos.
Tuve la impresión de que estaba preocupado, pero no le di mucha
importancia. Al fin y al cabo, era su trabajo preocuparse por sus pacientes.
—¿Puedes recordar de qué van las pesadillas? —Continuó con el
interrogatorio.
—Casi siempre tratan del accidente de coche. La noche en que perdí
a mi marido.
Y de nuevo, sus ojos se clavaron en los míos.
—Melissa, lo siento mucho.
—No lo sientas. Sucedió hace un par de años.
—Pero es reciente como para causarte pesadillas que te despiertan
de un sueño profundo. Háblame de ellas.
Lo miré con recelo y retorcí la tela de la blusa en mis manos. Busqué
en mi mente y no tardé mucho en escuchar los mismos sonidos, los
mismos olores y sensaciones que aquel día. De pronto noté un cosquilleo
en la piel y me di cuenta de que estaba llorando. Él sacó un pañuelo y lo
dejó en la palma de mi mano.
Nuestros dedos se rozaron y aguanté la respiración para mantener la
compostura.
—Normalmente es el crujido del metal lo que me despierta. También
suena la bocina de un coche, se oye ruido de metal retorciéndose y luego
yo llamando a Carl.
—Tu difunto marido —aseveró en lugar de preguntar.
—Sí.
—¿Ibas con él en el coche cuando ocurrió el accidente?
—Sí. Íbamos al cine. Nuestra primera cita de verdad, después de
tener a Sarah.
—Te sientes culpable, ¿verdad?
—Sí. —Miré hacia la ventana.
—¿Por qué?
—Porque llegábamos tarde y se pasó un semáforo en ámbar, para no
perder tiempo. Tardé demasiado en la ducha y maquillándome; además, no
sabía qué ponerme y me cambié varias veces de ropa. Quería que la noche
fuera perfecta, como lo eran antes de tener a Sarah.
—¿Tuviste problemas después de nacer a tu hija?
—Me llevó mucho tiempo recuperarme de la cesárea que me
practicaron. Nuestra vida íntima cayó en picado y yo estaba agotada.
Engordé un poco y peleábamos de vez en cuando. Sus padres se llevaron a
Sarah, para que pudiéramos tener un fin de semana para nosotros solos,
como al principio. Por eso quería que fuera perfecto. Si me hubiera dejado
puesto el primer vestido…
Giré la cara para mirarlo, antes de descender los ojos a mi regazo.
Las lágrimas seguían deslizándose por mis mejillas y ni siquiera recordé
que tenía un pañuelo para limpiarme. Lo único que deseaba en ese instante
era mantener mi mirada lejos de la de Brandon. Si la enfrentaba de nuevo,
estaba segura de que me echaría en sus brazos para seguir llorando.
Agradecí en silencio que hiciera una pausa para darme tiempo para
recuperarme.
—No debes culparte por lo que pasó. No es culpa tuya. —Su voz
sonó firme.
—Sí, lo es. Si no hubiéramos llegado tarde, no habría tenido que
saltarse el semáforo en ámbar.
—La culpa fue suya, si es que tratas de buscar un culpable. Y
también pudo ser del coche que le golpeó, porque si la luz estaba en
ámbar, la suya seguía en rojo. Carl trató de cruzar cuando su luz de paso
estaba al límite, pero el otro infringió la ley. Ese conductor tuvo la culpa.
Tú no —aseveró muy serio.
Mientras lo escuchaba, estaba rompiendo el pañuelo de papel en
pequeños trocitos que llenaban el sofá. Él presionó contra mi palma otro,
para que siguiera rasgándolo y así calmar mis nervios. Al sentir de nuevo
el calor de sus dedos en los míos, suspiré ahogadamente.
Me preguntaba si a él le pasaba lo mismo que a mí, si luchaba contra
sus emociones, igual que yo. Si me desearía como yo lo deseaba todavía.
—Sea como sea, eso es lo que pasó. —Suspiré de nuevo.
—Aquí dice que estás tomando medicación para ayudarte a dormir.
No parece que funcione mucho —observó, mientras revisaba el historial.
—La verdad es que, a veces, me olvido de tomarlas.
—Hay una pregunta que tu médico de cabecera no te hizo —sugirió.
—Está bien. Pregunta.
—¿Tienes pensamientos suicidas?
—No. Ni por un segundo. —Fui rotunda en mi respuesta
—Tienes que ser sincera conmigo, Melissa. No puedo ayudarte si no
lo eres. —Lo dijo como si me diera una segunda oportunidad.
—Lo único que deseo es quedarme dormida y no despertarme, solo
dormir hasta que mi cuerpo termine por curarse por sí solo. Con la
esperanza de despertarme mejor, sin dolores; sin que mis articulaciones
estén hinchadas y crujan con cada movimiento que hago. Despertarme
cuando el sol sea más luminoso y los colores más brillantes. Que cuando
abra los ojos, la parte difícil haya terminado.
—Estás cansada.
—Muy cansada —susurré.
Me hundí en el sofá mientras miraba mis manos sobre el regazo y,
por primera vez en años, me sentí relajada. Simplemente me quedé
sentada y cerré los ojos, permitiendo que mi mente fuera a donde quisiera.
Vi a Carl el día de nuestra boda, mientras caminaba por el pasillo. Vi el
quirófano mientras escuchaba a Sarah llorar, nada más nacer. Escuché a
mis padres gritarme que no volviera nunca, mientras hacía las maletas y
me marchaba a la universidad. Vi los ojos de Brandon fijos en los míos
mientras me penetraba.
Y cuando abrí los ojos, me encontré con la misma mirada amorosa
que había memorizado todos esos años.
—Me gustaría volver a verte en la consulta. A la misma hora la
semana que viene. ¿Te viene bien?
—Puedo, claro. ¿Qué opinas sobre el diagnóstico de mi médico?
—Todavía tengo que hacer un estudio más a fondo para saber si es
acertado. —Sonrió y cerró el cuaderno—. Me gustaría que hicieras algo
por mí. Si puedes.
—Claro. ¿Qué quieres?
—No tomes tu medicación para dormir esta semana.
—¿Por qué no?
—No es bueno cambiar la medicación cuando todavía estás tomando
otra. A veces, puede causar reacciones adversas. Por eso, quiero que
elimines la que estás tomando, antes de ver cuál necesitas. En la próxima
cita, estudiaremos las emociones y necesito que los narcóticos no las
camuflen.
—¿Y si me cuesta dormir? Tengo un trabajo y a Sarah.
—Una infusión de manzanilla con miel. También puedes aromatizar
tu habitación con un poco de lavanda. Suena raro, pero funcionará. Y si te
cuesta mucho conciliar el sueño, llama a la consulta y deja un mensaje.
Hay un contestador diurno y otro para las urgencias. Pulsas el urgente y
déjame un mensaje. Se desvía a mi teléfono y enseguida me pondré en
contacto contigo.
—Gracias, Bran... quiero decir, doctor Black.
—Puedes llamarme Brandon. Todos mis pacientes lo hacen.
Yo sonreí. Por primera vez en meses lo hice. Puede que la sonrisa no
llegara a los ojos, pero sentí su impacto en mi pecho. Me aquietó el ánimo
y fue algo así como un pequeño rayo de luz que penetró en la oscuridad en
la que me encontraba.
—¿A la misma hora la semana que viene? —Se levantó de sofá y yo
lo imité.
—A la misma hora la semana que viene —acepté con más seguridad.
Capítulo 6
Brandon
No podía creer que fuera realmente ella. Nada más verla supe que
estaba deprimida. Cabía la posibilidad de que fuera una depresión
postparto sin diagnosticar, pero no lo sabría con certeza hasta que me
contara cómo fue la recuperación de su cesárea. Dijo que había sido
difícil, pero no agregó nada más. La culpa que sentía por el accidente
también sugería estrés postraumático.
Me sentí aliviado cuando me pidió otra cita porque no esperaba
volver a verla. La reconocí en cuanto entró en la consulta, fue imposible
no hacerlo. Su pelo seguía siendo igual que lo recordaba: largo y oscuro.
Tuve el impulso de estirar la mano y acariciarlo, enredar los dedos en un
mechón para recordar lo suave que era. Lo que más me impresionó fue su
mirada, ya no albergaba la inocencia y el entusiasmo por la vida que
recordaba. Parecía que su luz se hubiera apagado y sus ojos tristes se me
habían clavado en el corazón.
También estaba más pálida. Ese era un fenómeno común entre la
gente que se encontraba deprimida. Junto con el dolor de sus
articulaciones y el hecho de que ni siquiera se diera cuenta de que lloraba
con demasiada facilidad, la depresión jugaba un papel importante en lo
que le estaba pasando.
Todavía me temblaban las manos. Al verla, sentí la necesidad de
abrazarla y llorar con ella. Me hubiera gustado decirle que sentía mucho lo
que le pasaba, pero reconocí en seguida la ira que guardaba hacia mí y
supe que debía tener paciencia. Lo primero de todo era ir poco a poco y,
por supuesto, diagnosticarla.
—Toc, toc —dijo Michael, asomando la cabeza por la puerta.
—Hola. Estoy terminando el papeleo —lo saludé e hice un gesto
para que entrara.
—¿Te apetece una cerveza?
—Joder, sí. Voy a firmar este informe y nos vamos.
Poco después, entramos en un bar al que solíamos ir al terminar en
la clínica. Éramos tan asiduos que conocían de memoria nuestros nombres
y lo que tomábamos. Dos cervezas se deslizaron frente a nosotros y me
recosté en el asiento para intentar relajarme.
—Se trata de la chica nueva, ¿no? —Se interesó al verme pensativo.
—No podemos hablar de su historial, ¿recuerdas?
—No te he preguntado qué te ha dicho, solo qué tal resultó.
—Nostálgico.
—¿Nostálgico? Espera, ¿la conoces? —Frunció el ceño.
—Oh, sí. Te aseguro que conozco a Melissa.
—¿De qué?
—Ella es la que se escapó.
Michael dejó su cerveza a un lado y me miró fijamente. Yo agité la
mía en el aire para indicarle al camarero que estaba vacía y me pusiera
otra.
—¿Todavía la quieres? —inquirió Michael, sin dejar de mirarme.
—No tengo ese derecho, no después de lo que le hice. —Me llevé la
botella a los labios.
—¿Qué le hiciste?
—Le prometí que volvería a por ella después de la universidad y en
lugar de eso me casé con una mujer rusa.
—Oh, mierda. Melissa es aquella chica. ¿Por qué demonios te
casaste con la otra?
—Su padre fue profesor de ruso durante el semestre en que me
matriculé. Siempre me llamó la atención la cultura rusa e incluso pensé
que sería posible trabajar durante un tiempo en ese país.
—Entonces fuiste a clase y…
—Entablé amistad con el profesor porque yo mostraba mucho
interés por sus costumbres. Un día, fuimos a tomar un trago y empezamos
a hablar de que quería traer a su hija a Estados Unidos. Desde esa primera
vez cada vez que quedábamos me hablaba de ella y de sus muchos
problemas. Me aseguró que solo yo podría ayudarlos y al final me
convenció para aceptar una cantidad exorbitante de dinero por casarme
con su hija. Ella necesitaba un certificado de matrimonio para poder
adquirir la ciudadanía y venir desde Rusia.
—Mierda, amigo. De ahí sacaste el dinero para construir tu clínica
—acertó sin problema.
—Sí. Lo invertí todo en crear mi sociedad. Suponía que el
matrimonio duraría unos meses y después podríamos divorciarnos. Tenía
tiempo suficiente para poder regresar a por Melissa.
—¿Pero?
—No me concedió el divorcio, dijo que se había enamorado de mí.
Era una perra manipuladora, me dijo que estaba embarazada cuando no lo
estaba. La llevé con mis padres cuando dijo que esperaba un hijo y ahí fue
cuando Melissa la vio. Por aquel entonces, Melissa estaba tratando de
arreglar las cosas con su estúpida familia y me vio con aquella maldita
mujer manipuladora colgada de mi brazo.
—Entonces, ¿no estaba embarazada? —No pudo evitar su asombro.
—No. Fingió un aborto y me enteré mucho después de todo.
—¿Cómo te diste cuenta?
—Cuando se quedó embarazada de Max.
—A pesar de ser una manipuladora y una traicionera ¿te acostaste
con ella? —me preguntó incrédulo.
—Sucedió un anoche de la que apenas recuerdo nada. Solo sé que
estaba muy borracho y amanecí desnudo a su lado.
—Por eso te acuestas con todas, ya sabes… —Pareció comprender
—. Perdiste a Melissa y tratas de ocupar su hueco con otras mujeres para
poder olvidar lo que hiciste.
—Así es. Me sentí muy mal por lo que pasó y aún no he conseguido
perdonarme por el daño que le causé a Melissa.
—Por eso ayudas a la gente, haces campañas por el mundo y
escribes libros. Ayudas a la gente porque no puedes ayudarte a ti mismo.
—Más o menos —reconocí.
—Todavía la amas, ¿verdad? ¿Tiene otra cita? ¿Va a volver contigo?
—Sí, Michael. Volverá la semana que viene y no preguntes más.
—De acuerdo —murmuró, mientras terminaba su cerveza.
Pagué las consumiciones y decidí que ya no me apetecía beber más.
De modo que nos despedimos y me dirigí a casa antes de que intentara
convencerme de tomar otra cerveza.
Necesitaba pensar y también respirar. Nunca creí que volvería a
verla y mucho menos que los recuerdos y emociones del pasado vendrían
con ella. Fui un idiota y ella se merecía algo mejor que yo, aunque se me
rompiera el corazón al pensarlo. Había sido un maldito idiota, y ella
merecía algo mejor, por eso se enamoró y se casó; fundó una familia y
trágicamente la vio desaparecer. Su corazón se rompió dos veces y, a pesar
de todo, sacó coraje para criar a su hija sin ayuda de nadie.
Llegué a casa, tiré las llaves y la cartera en un cuenco de madera,
junto a la puerta, y me fui derecho a la cama. Estaba exhausto, después de
todo el día y quería pensar en ella en la tranquilidad de mi cuarto.
Recordé que lo único que deseaba en aquella época era tenerla. Eso
demostraba lo idiota que era a los dieciocho años. No tenía ni idea de
cómo saborear a una mujer, solo me interesaba robarle la virginidad para
sentirme un hombre.
Miré hacia arriba y, por una fracción de segundo, la vi. Vi sus ojos
marrones que brillaban como las estrellas. Vi su preciosa sonrisa, sus
dientes blancos que contrastaban con su larga y oscura melena. Me
gustaría decirle que nunca amé a la mujer con la que me casé, que todo era
un arreglo y que nunca había dejado de quererla. Que soñaba con ella, que
la deseaba.
Estiré la mano para rozar su mejilla y Melissa desapareció. Mi
mente se llenó de ella y supe que tenía que ayudarla, aunque fuera lo
último que hiciera.
Capítulo 7
Melissa
«Melissa. Mi Melissa».
Escuché su voz en mi cabeza mientras el sueño me envolvía. Notaba
como mi cuerpo temblaba a pesar de estar durmiendo y como me
esforzaba en encontrarlo. Le escuchaba llamarme en la lejanía pero no
podía hacer nada por acercarme a él, ya que ni mis piernas ni mis brazos
me respondían.
De pronto sonó la alarma y el sueño se desvaneció, pero no la
sensación de pérdida. El sol de la mañana bañaba mi cuerpo sudoroso y
traté de recuperar el aliento mientras escuchaba a mi hija moverse en la
habitación de al lado.
Salí deprisa al cuarto de baño para asearme y tomé nota mental de
cambiar más tarde las sábanas sudorosas. Estaba secándome las manos
cuando entró Sarah, frotándose los ojos llenos de sueño. Sonreí al ver su
pelo negro y rizado pegado a la cara y las mejillas regordetas con las
marcas de su manta impresas.
—¿Has dormido bien? —le pregunté, antes de comenzar a
cepillarme los dientes.
—Sí. —Se apoyó en el lavabo.
—¿Lista para ir a la guardería hoy?
—No.
—¿No? ¿Por qué no? —Me extrañó su respuesta.
—Tengo que vestirme.
Me reí al escuchar el comentario y después de enjuagarme la boca,
bajamos a la cocina para preparar el desayuno.
Aproveché que estaba ocupada con sus cereales y me di una ducha
rápida; luego me las ingenié para prepararnos en un tiempo récord. Más
tarde, de camino a la guardería, Sarah todavía parecía cansada y casi se
quedó dormida en el coche, así que hice otra nota mental para que su
maestra supiera que no había descansado bien por la noche. De ese modo,
podría dejarla dormir una siesta en otra habitación, como solían hacer los
niños algunas veces.
Le di un beso de despedida y enseguida le echó los brazos al cuello a
su profesora, lo que hizo que ambas riéramos al verla. Probablemente
estaba tan cansada por haberse quedado jugando con sus juguetes. Me
despedí de ella con la mano y la vi desaparecer tras las puertas dobles que
cerró la maestra con llave.
Cuando llegué al trabajo me detuve en el escritorio de Ava. Agarré la
taza de café que siempre tenía lista para mí y me di cuenta de que estaba
ocupada con una llamada de teléfono. La vi tan concentrada, mientras
escribía algo, que saqué un bolígrafo del bolso y arranqué una esquina del
papel que ella utilizaba.
Le dejé una nota: «La cita bien. ¿Cenamos esta noche?» y me dirigí
al ascensor.
Iba a entrar cuando me topé con alguien que salía, pero iba
demasiado ocupada para fijarme en quién era. Es decir, hasta que una
mano descendió ligeramente sobre mi brazo.
—Señorita Conway.
—Hola, jefe. ¿Cómo está?
—Bien, gracias. Me preguntaba si podríamos reunirnos en tu hora
del almuerzo y hablar.
—Oh. Claro. ¿Todo va bien?
—Sí. Todo está bien, no te preocupes. Por cierto, el almuerzo corre
por mi cuenta. Lo llevaré a tu oficina alrededor de, digamos, las doce y
media.
—Estupendo. Allí le espero.
Lo vi alejarse por el pasillo y luego vislumbré a Ava que estiraba el
cuello desde su mesa. Me saludó con la mano y levantó el pulgar en un
gesto que imité. Después, me senté frente a una de las mesas y pasé toda la
mañana haciendo cálculos, equilibrando presupuestos y preguntándome de
qué demonios querría hablar mi jefe.
Acababa de terminar de hacer los balances a todos los jefes de
departamento cuando asomó la cabeza por la puerta.
—Enseguida termino —me excusé, mientras sacaba las llaves de mi
despacho—. Quería dejar esos presupuestos cerrados antes del almuerzo.
—No te preocupes. Acabo de llegar. —Le quitó importancia—. ¿Te
apetece una hamburguesa con patatas fritas?
—¿Es de ese local que pilla de camino? ¿Cómo se llama, Hops?
—No es una hamburguesa si no es de Hops —advirtió, sonriendo.
Entramos en mi despacho y nos sentamos en el sofá de la esquina.
Dejamos el almuerzo sobre una pequeña mesa de café y esperé a que
iniciara la conversación. Solo esperaba que lo que tuviera que decirme, no
fuera sobre mi rendimiento laboral.
—Quería hablar con usted sobre su cita —dijo por fin.
—Oh. ¿Mi cita de terapia?
—Sí. ¿Cómo fue? ¿Cómo te encuentras?
—No se dio mal. De hecho, tengo programada otra para la próxima
semana. Y me encuentro bien, como si estuviera unos pasos más cerca de
averiguar lo que me ocurre.
—Es una buena noticia.
—¿Pasa algo malo, señor? Me refiero a mi rendimiento laboral. —
estaba preocupada y no me molesté en disimularlo.
—Oh, no. Melissa, claro que no.
—Entonces, ¿por qué estamos almorzando? No quiero ser
maleducada, pero quiero saber si he hecho algo mal.
—Solo quería preguntarte algo, aunque es un poco embarazoso.
—¿Oh? ¿Qué clase de pregunta?
—Quería asegurarme de que tu trabajo aquí, no es la causa de lo que
te está ocurriendo.
—¿Cómo dice?
—A expensas de extralimitarme, has sido parte de esta familia
durante años. Recuerdo cuando llegaste a la empresa. Tenías los ojos
brillantes y caminabas erguida. Estabas orgullosa y confiada. Supe que
había contratado a la persona adecuada desde el momento en que entraste
por la puerta.
—Gracias. Sonreí con timidez.
—He visto el cambio que has experimentado, poco a poco, y quiero
tener la certeza de que esta compañía no es la culpable, de algún modo, de
ese cambio.
—Quiere asegurarse de que su empresa no es la fuente de mi
depresión. —Decidí ir al grano.
—¿Te han hecho un diagnóstico?
—No oficialmente. Pero todo apunta a que esa es mi dolencia. Y no.
La empresa no tiene nada que ver con mi estado. Si hubiera sido así, se lo
habría hecho saber.
—Bien. Bien, bien, bien. Quería asegurarme. Y si surgiera algo,
quiero que sepas que estoy aquí para poder hablar de ello y buscar una
solución.
—Gracias, jefe. Significa mucho para mí.
Cuando terminamos el almuerzo, regresé al trabajo y comencé a
calcular porcentajes de ganancia y a pronosticar los beneficios del
próximo trimestre. Al propietario le urgía la documentación que establecía
qué hacer este año con los bonos de la compañía para todos, así que me
aseguré de que cada número fuera exacto.
Cuando entregué la información a mi jefe, ya era hora de ir a casa.
Guardé mis cosas y fui a buscar a Sarah. Más tarde, como Ava iría con su
hijo, preparé la cena para cuatro. Quería saber la opinión de mi amiga
sobre el desarrollo de mi consulta con Brandon, sobre todo porque me
hacía tiempo que no me encontraba así de bien.
—¡Aquí huele a lasaña! —Fue lo primero que dijo Ava al llegar.
—¡Logan! —chilló Sarah de alegría.
Los niños se abrazaron y corrieron hacia su habitación. Enseguida
comenzaron a escucharse los golpes de la pelota contra la pared y la risa
de Logan resonando por todas partes. Si había un sonido que llenaba mi
pecho de orgullo, era el de los niños divirtiéndose en esta casa.
Oh, cómo llenaba mi alma.
—Cuéntame. ¿Cómo fue? —Se interesó Ava, mientras dejaba una
copa de vino a mi lado.
—Mucho mejor de lo que pensaba. Él también me reconoció.
—Oh, mierda. ¿De verdad? Apuesto a que se sintió como un idiota.
—Me reconoció al instante y noté que estaba inquieto, pero fue
agradable hablar con él.
—¿Hablaste de lo que te pedí?
—Sí, lo hice. Me dijo que yo no tenía la culpa, que si buscaba un
culpable tenía que pensar también en Carl y, sobre todo, en el otro
conductor al saltarse el semáforo todavía en rojo.
—¿Ves? Eso es lo que yo también te digo.
—Lo sé, lo sé. Me gustó hablar con él, incluso tuve la sensación de
que estaba preocupado. Ya sabes, como si le afectara lo que me está
pasando.
—Es uno de los psiquiatras más populares del mundo. Es lo menos
que puede hacer.
—¿Mamá? —escuchamos la voz de Logan.
—¿Sí, cariño? —Alzó la voz su madre.
—Por favor, ¿podemos tomar leche con chocolate?
—Ahora mismo no, cariño, mejor antes de ir a la cama.
—Si quieres le preparo ahora un vaso —sugerí al escucharlos.
—Desde que lo probó en la escuela, no quiere otra cosa.
—Podría ser peor.
—Entonces, ¿estuvo de acuerdo con el diagnóstico de tu médico? —
Regresó a la conversación inicial.
—Creo que no. Dijo que necesitábamos más sesiones para
profundizar un poco más, lo que me dio a entender que no está del todo de
acuerdo. Y yo tampoco.
—¿Te dio otra cita?
—Sí. Para la próxima semana a la misma hora.
—Todavía sientes algo por él, ¿verdad?
—No. No lo creo. —En cuanto lo dije, supe que me había puesto
colorada.
Ava se dio cuenta y me miró por el rabillo del ojo con una sonrisa.
Yo bebí un poco de vino y guardé silencio. Todavía faltaban unos minutos
para que estuviera lista la lasaña y decidí empezar a preparar la ensalada.
Aunque lo único en lo que podía pensar era en el cuerpo sudoroso de
Brandon golpeando mis caderas.
—Sí. Todavía sientes algo por él —aseveró, obligándome a mirarla
por su tono concluyente.
—No es así.
—Te conozco, Melissa y conozco esa mirada anhelante que tratas de
ocultar por razones que no entiendo. Lo hiciste con Carl y ahora lo haces
con Brandon.
—Te equivocas, Ava.
—Todo lo que voy a decir es que tengas cuidado —me advirtió con
suavidad—. Vas a verle para curarte, no para sufrir más traumas. Piensa en
ti, por una vez.
—Está bien.
—Promételo.
—Lo prometo, ¿de acuerdo?
Tomé un sorbo de vino y suspiré profundamente. Ella tenía razón.
Las consultas médicas no se trataban para hablar de él, ni de nosotros, ni
de lo que tuvimos. Su finalidad era que yo cerrara el círculo y me curara.
Que pudiera tomar una medicación para ayudarme y no dificultara mi
capacidad de trabajar y criar a mi hija.
En ese momento sonó la alarma del horno y me hizo regresar de mis
pensamientos.
—Coge la ensalada —Ava se puso manos a la obra y me sentí feliz
de mantenerme ocupada—. Yo sacaré la bandeja de la lasaña.
Capítulo 8
Brandon
Tuve que tomarme el día libre por una reunión con mi agente
literario. Cambié todas las citas y pasé a Michael las que no pude
reprogramar. Luego fui a la reunión en una cafetería cercana a mi casa. El
nuevo libro saldría el viernes, de modo que tendría que iniciar la gira que
había prevista para su presentación y concretamos las fechas y lugares a
los que asistiría. El agente quería reservar hoteles y billetes de avión lo
antes posible y necesitaba mi visto bueno.
Gracias a eso pude salir un rato de la consulta y airearme un poco.
Le pedí que alargara la gira más de lo normal. Prefería que durara
dos meses, en lugar de tres semanas, para que las presentaciones tuvieran
menos aforo y la hora de la firma no se eternizara. Además, así, no tendría
que cancelar la mayoría de mis citas médicas y estaría en la ciudad por si
me necesitaba mi hijo. Mi agente no estaba muy contento con eso, pero a
mí no me importaba. Ambos sabíamos que mi libro estaría, al menos,
durante tres meses en los primeros puestos de los ejemplares más
vendidos.
La reunión terminó temprano, así que decidí ir a buscar a Max.
Había un local de juegos en el centro que le encantaba; tenía un castillo
inflable y decidí que podíamos ir. Lo recogí en casa y le dije a la niñera
que se tomara la tarde libre. De ese modo, nos fuimos los dos hacia el
corazón de la ciudad en la que nací.
—¡Vamos a divertirnos! —gritaba Max, ilusionado.
—Sí. Y después podemos comer pizza.
—La pizza de allí me gusta mucho. Gracias, papá.
—Pues pongámonos en marcha, muchacho.
No tuve que animarlo mucho más. Prácticamente saltó de su asiento
en cuanto estacionamos el coche en el aparcamiento. Lo llamé mientras
corría detrás de él y lo alcancé, justo antes de que llegara a la carretera. Lo
alcé en brazos y lo subí sobre mis hombros, mientras él reía a carcajadas.
Debería reprenderlo por haberse escapado, pero no pude. Llevaba tanto
tiempo ocupado con el trabajo y el maldito libro que no le había dedicado
ni una pizca de tiempo, por eso no quería estropearlo con una regañina.
Max solo se sentía excitado por compartir unas horas conmigo.
Además, en dos semanas me marcharía a la primera firma fuera de
la ciudad y quería pasar todo el tiempo posible con él.
Todavía recordaba la primera vez que me ausenté una larga
temporada. Mi hijo era muy pequeño y cuando llegué a casa, llevaba tanto
tiempo sin verme, que no quería separarse de la niñera y eso me rompió el
corazón. Esta vez, no pasaría lo mismo. Deseaba que creciera para que me
acompañara a la gira por otras ciudades; pero me conformaría con que
fuera lo suficientemente mayor como para hablar por vídeo llamada y no
me olvidara, mi tampoco cuanto lo quería.
—¡Papá! ¡Mira!
Hizo una voltereta hacia atrás y cayó boca abajo en la colchoneta.
Sonreí y lo felicité por el salto. Verlo tan feliz no tenía precio y quería
empaparme de cada momento que estábamos juntos. Hice un pedido de
pizza mientras jugaba y cuando vino a nuestra mesa, estaba sudoroso y
sonrosado.
—¡Pizza! Sí. ¿Tienes salsa ranchera, papá?— preguntó.
—¿Vas a mojar tu pizza en la salsa?
—Sí, como en la escuela.
—Vale. Iré a ver si tienen. —Me levanté para ir a preguntar.
No sabía de dónde estaba adquiriendo aquellos gustos culinarios,
pero me hizo gracia. Crecía muy deprisa y ya tenía una fuerte
personalidad, con sus gustos y preferencias. Me parecía increíble que
pudiera untar un trozo de pizza en aquella salsa blanca, pero le encantaba.
Canturreó mientras comía todo lo que tenía delante y cuando terminó, sus
ojos empezaron a cerrarse.
—¿Estás cansado, amigo?
—No.
—¿Quieres que vayamos a casa para hacer una siesta? Después,
podemos ver una película.
—Quiero ver una película.
—Muy bien, Max, me parece un buen plan.
Lo subí en brazos y se durmió antes de que hubiéramos llegado al
coche. Una vez en casa, lo acosté y lo tapé con las mantas. Le dije a la
niñera que me las arreglaba solo y observé cómo se acurrucaba en la cama.
Estaba relajado. Mi pequeño crecía ante mis ojos y tenía la impresión de
que la próxima vez que parpadeara, estaría listo para irse a la universidad.
Le di un beso en la mejilla antes de apagar la luz y cuando cerré la
puerta, mi teléfono vibró en el bolsillo.
—¿Es una llamada de urgencia?— preguntó la niñera.
—Sí. ¿Se queda un rato hasta que regrese?
—Oh, por supuesto. No se preocupe. —Sonrió y agregó—: Sea un
héroe.
Siempre decía lo mismo cuando tenía que visitar a alguien de
urgencia. Yo era cualquier cosa menos un héroe, pero si ella lo creía, no la
iba a disuadir. Era una buena trabajadora y cuando se quedaba en casa, me
sentía acompañado. La sensación de dormir solo no era tan mala si ella se
quedaba a pasar la noche, ni las veces que Max estaba enfermo tampoco.
Pero la verdad era que me sentía solo. Cada noche, cuando ella se
marchaba a su casa, la aplastante soledad pesaba como una losa. Anhelaba
tener a alguien a quien llamar mi mejor amiga; una mujer suave a laque
rodear con mis brazos. Era fácil encontrar mujeres superficiales que te
hacían creer que les importabas, fingías que lo creías mientras tomabas
una buena cena, pero no era lo mismo.
Llegué a la casa de mi paciente y la encontré sollozando en el
porche. Me acerqué a ella y traté de consolarla, dándole unos golpecitos en
la espalda. La mujer se sonó la nariz y observé que el pañuelo estaba
empapado en lágrimas.
No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaría sumida en aquella
desesperación, pero supe exactamente lo que había pasado.
—Tenía tantas ganas de hacerlo —balbuceó entre sollozos—. Nunca
ha sido tan fuerte.
—Alicia, mírame.
Ella obedeció y pude ver lo vacíos que estaban sus ojos. Incluso con
la medicación que habíamos iniciado y las tres citas de cada semana,
parecía ausente. El hipo no le permitía ni siquiera hablar y moqueaba
profusamente.
Supe que había llegado el momento.
—Es la hora. —Procuré que mi voz sonara muy suave.
—No sé si podrá ayudarme.
—No hay más opción. Es el último paso antes de que el doctor
asuma su caso.
—No quiero ingresar en un manicomio. No estoy loca.
—No es un manicomio. Es un centro especializado en una de las
zonas más bonitas de Los Ángeles. El seguro cubrirá los gastos, no debes
preocuparte. Todo está comprobado. Solo tengo que hacer una llamada y te
estarán esperando.
—¿Qué haré con mi trabajo?
—Hablaré con tu jefe. Alicia, esto es serio. No podemos tomar a
broma una tentativa de suicidio. Ya no estás segura en casa y mucho
menos quedándote sola.
—Lo sé —susurró.
—Hazlo por ti misma. Por una vez, considérate lo suficientemente
importante como para intentar una última cosa. Solo una. Te prometo que
no me detendré hasta que encontremos algo que te ayude.
—Lo sé —repitió, lloriqueando.
—¿Lo harás, entonces? —insistí.
—¿Vendrá conmigo? —Me miró con ojos implorantes.
—Por supuesto. Podemos ir esta noche, si quieres. Haré una llamada
mientras preparas una pequeña maleta y te llevaré yo mismo.
La mujer asintió con la cabeza y una sensación de alivio recorrió mi
cuerpo.
Alicia era una de las pacientes más problemáticas que había tenido
en mucho tiempo. El nivel de depresión que experimentaba a diario era
asombroso, pero seguía en pie, caminando y trabajando. Era diseñadora
gráfica independiente y pasaba todo el día frente a su ordenador,
soportando el dolor y las lágrimas.
Fueron pacientes como esta los que inspiraron mi carrera. Su fuerza
era inigualable. Alicia era una de las personas que me ayudaron a
alimentar mi pasión por lo que hacía. Su fuerza y determinación eran mi
estímulo.
La acompañé a mi coche y la llevé al otro lado de la ciudad.
Telefoneé a la institución y, después de asegurarles que enviaría su
historial por fax, concreté su ingreso, ya que ahora le urgía descansar.
Una vez que se quedó instalada, nos despedimos y telefoneé a su jefe
para explicarle la delicada situación. Después, regresé a casa.
Odiaba las visitas a domicilio como esta, los momentos en que tus
pacientes te reclamaban en las solitarias horas de la noche. Era entonces,
cuando deseaba tener alguien con quien ir a casa, alguien a quien abrazar y
abrir mi corazón para expresar mis emociones. Me preocupaba por mis
pacientes y quería lo mejor para ellos. Me partía el alma ver a Alicia como
la había encontrado.
Necesitaba tener a alguien que me abrazara, mientras me desahogaba
de lo que sentía en mi interior. Por una vez, quería ser yo quien estuviera
en el regazo de alguien, exponiendo mis sentimientos a alguien que me
escuchara con atención. Deseaba tener una novia, o una esposa, o incluso
una amiga decente con derecho a roce. Alguien a quien pudiera llamar y
que me ofreciera su hombro y también un cuerpo cómodo para perderme
en él.
Pensé en llamar a Michael y contarle lo que había pasado, aunque
con él no sería lo mismo. Era mi amigo y podía ofrecerme un consejo o
una broma para distraerme, incluso acompañarme a tomar una cerveza. Si
me veía muy alicaído, hasta podía presentarme alguna mujer en la que
sumergirme, pero no era lo mismo. Una esposa me abrazaría, me daría
calor con su cuerpo y susurraría palabras dulces al oído. También pasaría
las yemas de los dedos por mi pelo mientras me hablaba y no me juzgaría
si lloraba. Sentiría la misma emoción que yo, la comprendería y no se
burlaría porque fuera poco varonil.
Llegué a casa y me di cuenta de que estaba cansado, con la sensación
de llevar una pesada carga sobre mis hombros. Max me esperaba en el
porche y bebía un batido. Salí del coche y me recibió con una espléndida
sonrisa.
—¿Listo para ver esa película, campeón?
—¡Sí! Mickey.
—¿Quieres ver a Mickey de nuevo?
—Sí. Sí —gritó, mientras agitaba su batido.
—Bueno, vamos entonces. Veamos una película de Mickey.
Nos acurrucamos en el sofá y le di un beso en la parte superior de la
cabeza. Estaba decidido a disfrutar de este momento, sin pensar en nada
referente al trabajo ni a problemas ajenos a nosotros dos. En cuanto
emprendiera la gira del libro, pasaríamos días separados, tendría que
pagarle a la niñera horas extras por hacer doble papel y lo peor sería al
regresar, porque lo encontraría enfadado. Ya había sucedido otras veces,
también mientras escribía mi libro y pasaba horas encerrado en mi
despacho hasta altas horas de la madrugada.
Yo solo deseaba que supiera que no había nada más importante para
mí en este mundo que él.
—Te quiero, Max —susurré contra su pelo.
—Yo también te quiero, papá.
Capítulo 9
Melissa
—Dijiste que esto sería divertido —repliqué, mirando alrededor.
—¿Qué? ¿No te estás divirtiendo?
—En absoluto.
Ava me había convencido para que dejara a Sarah con mis suegros y
poder salir. Sugirió que pasáramos unas horas lejos de nuestras
responsabilidades maternas mientras nos divertíamos. También indicó que
sería bueno para los padres de Carl que su nieta estuviera con ellos, sobre
todo desde que la niña había comenzado a preguntar por su padre. Según
explicó, serviría de consuelo para sus abuelos, aunque la verdad era que
disfrutarían de su compañía.
Por mi parte, fui una ingenua al pensar que iríamos a ver una
película, tal vez a un restaurante a tomar un buen vaso de vino. Sin
embargo, me encontré en un bar con mi amiga que iba vestida con muy
poca ropa.
—Entonces, ¿quién se ha quedado con Logan? —Llevé mi bebida a
los labios.
—Lo creas o no, su padre.
—¿Su padre? —La miré extrañada.
—Sí. Regresó a la ciudad hace unos días y me ha entregado un
cheque enorme, por la manutención que me debe desde hace años. Dice
que quiere ser parte de la vida de Logan y, de hecho, me ha animado a
salir.
—¿Y eso no te inquieta? Sarah está con sus abuelos y yo estoy muy
nerviosa —reconocí, dando otro trago a mi bebida.
—Me doy cuenta por lo rápido que apuras los vasos, ya llevas dos. Y
sí, me pone nerviosa. Por eso hemos venido a un bar, así puedo dejar de
pensar en eso por un rato, regresar más temprano y decir que las copas no
me han sentado bien.
—Bien pensado. Sarah se quedará con sus abuelos toda la noche.
—¡Oh! Podrás dormir hasta tarde. Esa es una de las cosas que más
echo de menos.
—Tal vez el padre de Logan se levante temprano con él y puedas
seguir en la cama.
—Oh, no se quedará a dormir. Solo estará con Logan hasta que yo
regrese a casa.
—El caso es que te saque a flote —dije, sonriendo.
Me tomó del brazo y me arrastró hasta la pista de baile. Llevábamos
las bebidas en la mano y girábamos al ritmo de la música mientras la
gente nos rodeaba. Nunca había visto a Ava sonreír como lo hacía en ese
momento y me alegré de que mi mejor amiga se divirtiera.
Yo, por otro lado, quería irme a casa.
Se acercaron por detrás un par de tipos que no conocíamos y Ava se
dio la vuelta con rapidez.
—¿Os importa si os interrumpimos? —dijo uno de ellos.
Era alto, con pelo rubio y una sonrisa ladeada. Pasó un brazo por la
cintura de mi amiga y él otro enterró su nariz en mi cuello.
Me aparté con brusquedad, pero él me apresó por la cintura y me
acercó hacia su cuerpo.
Tuve que admitir que no había estado cerca de un hombre así desde
Carl, pero lo único que podía hacer era compararlo con Brandon.
—Soy Dave y llevo mirándote desde el otro lado del bar toda la
noche —confesó—. Eres preciosa.
—Gracias. —Sentí que me ruborizaba—. Soy Melissa.
—Encantado de conocerte.
Estaba tan cerca que noté la dureza de su erección contra mí. Traté
de separarme y di un pequeño paso hacia atrás. El alcohol estaba haciendo
su efecto y me sentía un poco aturdida. Sin saber por qué, comencé a
compararlo con Brandon. Tenía los ojos demasiado juntos y no eran del
mismo color. Su pelo era más lacio y la mandíbula no era tan cuadrada.
Los brazos eran fuertes, casi como los de Brandon pero no era tan alto.
De repente, Agarré a Ava por un brazo y tiré de ella, al tiempo que
grité su nombre. Necesitaba salir de allí. No quería seguir en aquel lugar
con las manos de un extraño encima.
—¿Qué pasa? —inquirió, extrañada
—Quiero irme a casa.
—¿Ahora que acabamos de conocer a estos hombres tan guapos?
—Por favor… —supliqué.
—Oh, está bien, pero solo porque veo que estás incómoda.
—Gracias.
Nos despedimos de los chicos, dejamos las bebidas sobre la mesa y
salimos del local. Caminamos del brazo hacia el aparcamiento, pero mi
cabeza no se despejaba. Mis pensamientos volaron hasta la noche anterior
y recordé lo excitada que estaba cuando me desperté. Pensé en cómo sus
labios se deslizaban por mi piel, lo cálidos que estaban cuando bajaban por
mi estómago. Escuché su voz áspera en mi oído, diciéndome que todo iba
a salir bien mientras me despertaba lentamente.
Aquel sueño había sido más real de lo que quería admitir.
El regreso en coche se hizo en silencio. Ava intentó comenzar una
conversación pero yo me encontraba en mi pequeño universo.
Tenía el corazón a mil por hora y me sudaban las palmas de las
manos. Volvería a ver a Brandon en poco menos de dos días y, de repente,
me preocupaba lo que me iba a poner. ¿De qué hablaríamos después?
¿Debería usar maquillaje a prueba de agua? Sentí la necesidad de
esforzarme, para gustarle la próxima vez que lo viera, y el pánico comenzó
a cerrar mi garganta.
Jadeé intentando tomar aire.
—¿Melissa? ¿Estás bien? —Se preocupó Ava.
—Sí. Es que el ambiente estaba muy cargado en aquel local.
—¿Quieres que te ayude a entrar a tu casa?
Pude sentir la humedad que crecía entre mis piernas al imaginar a
Brandon conmigo y cómo recorría mi cuerpo con la mirada, analizando
cada uno de mis movimientos como si fuera un libro abierto. Pensé en la
primera vez que hicimos el amor, bajo la luna y las estrellas en mi patio
trasero. Fue muy arriesgado, sabiendo que estaban mis padres tan cerca.
Nunca me había aferrado tan fuerte a esos recuerdos hasta ahora.
—Estoy bien. Solo necesito ducharme y dormir —intenté
tranquilizarla.
—Bueno, la próxima vez que tengamos una noche de chicas,
tomaremos vino y veremos películas.
—Vuelve a casa con Logan. Sé que estás preocupada.
—Sí, eso haré. Ya te contaré cómo van las cosas con ya sabes quién
—indicó con un gesto.
—Con el innombrable. —Guiñé un ojo.
Entré en casa cuando ella se alejó en su coche y me resultó extraño
encontrarme tan sola. Eché de menos el aroma a colonia infantil, tampoco
escuché los chillidos de alegría de Sarah ni sus carreras por el pasillo para
recibirme. Tampoco una canguro que me esperara para pagarle… nada de
nada.
Me arrastré hasta mi dormitorio mientras me quitaba lentamente la
ropa. La tiré al suelo y me acosté, sintiendo como el cansancio se
apoderaba de mi cuerpo. Recordé cómo me sentía a su lado y en lo
desinteresada y pura que había sido nuestra relación. Noté un extraño
dolor en mi pecho que apenas me dejó respirar.
Él me prometió el mundo con su dulce sonrisa.
Sabía exactamente con qué iba a empezar el lunes por la tarde y me
dormí, soñando con volver a verlo.
Capítulo 10
Brandon
El lunes por la mañana me desperté más animado que de costumbre.
Hoy iba a ver de nuevo a Melissa y, a pesar de lo que hablamos durante la
primera sesión, me sentía feliz por volver a verlo. Quería hablar con ella,
saber por qué se sentía así. Me dolía el corazón por ella y quería ayudarla
con toda mi alma, conseguir que regresara la feliz adolescente que aún
permanecía en lo más profundo de su ser.
Pero antes teníamos que pulir las capas que se habían creado con los
años y que la ocultaban.
Los pacientes de esa mañana hicieron que se eternizara. Con cada
consulta me sentía más y más impaciente. Necesitaba poder dejar mis
sentimientos a un lado si quería ayudar a Melissa, así que cuando
concluyeron las visitas, me alegré de tener un rato libre. Saqué su historial
y comencé a leerlo, para centrarme la siguiente conversación que íbamos a
tener y procurar no pensar en lo que llevaría puesto.
No faltaban muchas preguntas por hacerle, por lo que a partir de
ahora quedaba la difícil tarea de que hablara con libertad y me contara sus
emociones.
Llamó a la puerta a las tres en punto. Me levanté para abrir y, al
verla entrar, tuve la imperiosa necesidad de estirar la mano y tocar sus
rizos oscuros. Llevaba una falda estrecha que se amoldaba a las sensuales
curvas de su cuerpo de mujer adulta y suspiré profundamente mientras
caminaba tras ella hacia el sofá. No podía dejar de mirar el suave balanceo
de sus caderas al andar. Cuando se giró para sentarse, tuve que hacer un
gran sacrificio para apartar la mirada de los preciosos pechos que se
adivinaban bajo la delicada blusa de seda.
—¿Cómo te ha ido la semana? —Me interesé, al tiempo que cogía
mi cuaderno de notas.
—Bien. Intenté salir a divertirme un rato con una amiga, este fin de
semana —explicó, sonriendo—. Dejé a mi hija con sus abuelos por
primera vez en mucho tiempo.
—¿Con tus padres?
—No. Los de Carl.
Su respuesta fue brusca y tomé nota de ello. Sus padres seguían
siendo un problema y era algo que quería tocar más adelante.
—¿Cómo fue la salida?
—No estuvo mal. No me gustó mucho el sitio, me sentí incómoda,
pero lo escogió Ava. Ella es mi mejor amiga y trabaja en la misma
empresa que yo —aclaró.
—¿Por qué estabas incómoda?
—No lo sé. Salir de copas y a bailar no es lo mío.
—Nunca lo hubiera imaginado en ti. —Estuve de acuerdo y sonreí.
La vi callarse y supe que había metido la pata, así que decidí volver
al tema del que estuvimos hablando la semana pasada.
Su marido.
—Cuéntame más sobre Carl —le pedí, abriendo mi cuaderno—.
¿Cómo os conocisteis?
—En un bar, irónicamente. —Se encogió de hombros y sonrió—.
Estaba allí porque...
Interrumpió su explicación y me miró con cautela, de modo que supe
que estaba a punto de sumergirse en la mierda que ocurrió cuando nos
graduamos en la universidad. Sabía que surgiría en algún momento, pero
no imaginaba que estaría vinculado a su difunto esposo.
Demonios, era un idiota.
—Adelante, Melissa. En este momento soy tu médico —la animé a
seguir hablando.
—Fui allí porque estaba muy triste. Me rompió el corazón, saber que
te habías casado, por eso decidí beber algo y lo conocí. Se sentó conmigo y
escuchó, incluso se ofreció a llevarme a casa después de invitarme a otra
copa. Fue muy amable y le di mi número para que me llamara cuando
llegara a casa sano y salvo.
—Parece que los dos os necesitabais —observé.
—Así es. Lo hicimos. Él me ayudó a recoger los pedazos que dejaste
atrás y los unió de nuevo. Puede que no se hayan pegado perfectamente,
pero rellenó los resquicios y los pintó. Por eso lo quise.
Inclinó la cabeza y al quedarse mirando las manos sobre su regazo,
agarré la caja de pañuelos desechables. Le entregué algunos, presionando
en su palma y sosteniéndolos hasta que ella los aferró. Necesitaba que
supiera que estaba a su lado y que no estaba enfadado. Ella tenía todo el
derecho de rehacer su vida y quería saberlo todo, quería ayudarla. Aunque
solo fuera para mantener una relación estrictamente como médico y
paciente, deseaba que volviera a sentirse feliz.
—Carl me enseñó a amar y a ser feliz, después de tener el corazón
roto. Fue mi salvador en muchos sentidos y luego murió. Tuvimos una
preciosa hija y construimos un hogar perfecto, pero la vida decidió que yo
no era digna de todo eso, como si mi destino fuera ser infeliz.
Continué sentado, en silencio y viéndola llorar. Sus sollozos me
partían el alma, incluso tuve que contener mis propias lágrimas mientras
se limpiaba las suyas. Quería tomar su mano y demostrarle cuánto lo
sentía. Deseaba tener su precioso cuerpo en mis brazos y decirle que se
había convertido en una mujer maravillosa, que no merecía sentirse así.
Decidí hablarle de las opciones de tratamiento. Tenía la suficiente
confianza en que podía empezar a darle algo que la hiciera sentir mejor,
pero no esperaba su reacción.
—No quiero tomar medicamentos tan pronto. Todavía no.
—Podría ayudarte —insistí.
—¿No existen otras alternativas? Como, no sé… vitaminas o tiempo
libre en el trabajo o algo así.
—Melissa, la depresión es un desequilibrio químico en el cerebro.
Hay cosas que puedes hacer para llevar un estilo de vida más saludable,
pero la mayoría de la gente responde mejor al tratamiento con una mezcla
de ambos.
—Entonces, ¿podemos comenzar con un estilo de vida saludable en
lugar de la medicación? Quiero decir, he dejado todo lo que tomaba esta
semana y no he dormido demasiado. Mi mente está en todas partes y es
difícil conciliar el sueño.
—¿En qué piensas cuando no puedes dormir?
La vi sonrojarse y supe exactamente en qué pensaba. Era habitual
que la gente que dejaba de tomar la medicación, tuviera un pico en la
libido. Los efectos secundarios de algunos fármacos amortiguaban los
impulsos sexuales, por lo que al dejar de consumirlos, el paciente era
lanzado en la dirección opuesta.
—A ver qué te parece: puedes hacer ejercicio y tomar un suplemento
de vitaminas. En algunas personas, su depresión se agrava por la falta de
los rayos del sol. Si no quieres hacer ejercicio al aire libre, debes tomar un
suplemento de vitamina D y hacer ejercicio en casa o un gimnasio.
Ejercicios como Zumba o yoga que sean fáciles y que hagan que la sangre
bombee y te active. Podemos intentarlo durante un par de semanas, hacer
un gráfico de tus patrones de sueño y ver cómo evolucionas.
—Gracias, Brandon. Muchas gracias.
Me estremecí en mi asiento cuando dijo mi nombre. Sonó más dulce
de lo que jamás hubiera imaginado y sonreí mientras miraba mi cuaderno
de notas.
—¿Tienes algún hobby? —Procuré que mis pensamientos no me
desviaran de la conversación.
—¿Por qué?
—Porque ahora es cuando aconsejo a mis pacientes que hagan
pasatiempos o algo similar. ¿Tienes un hobby que te guste?
—En realidad no. Solo me dedico a cuidar de Sarah y trabajar.
—Entonces, si te parece, tomarás un suplemento de vitamina D,
comenzarás a hacer algunos ejercicios de gimnasia y buscarás un hobby
que puedas disfrutar. Toma clases de baile de salón o busca tiempo para
leer. ¿Lees como solías hacerlo?
—Hace mucho que no.
—Esas serán tus tareas hasta la próxima cita: el suplemento, el yoga
cuatro veces a la semana y dedicarte a un hobby que te ayude a relajarte,
uno que incluso te haga sonreír. Mientras tanto, te daré mi número de
móvil personal.
—Oh, no es necesario.
—No te preocupes. Se lo doy a todos mis pacientes que comienzan
una terapia nueva. De este modo, si se sienten abrumados, demasiado
deprimidos o tienen ideas suicidas solo tienen que llamarme. Y tú harás lo
mismo. Si no contesto, deja un mensaje de voz y te llamaré en cuanto lo
escuche. Si tengo que hacer una visita a casa, la haré.
Escribí mi número en una tarjeta y se la entregué. Quería que la
utilizara, que me llamara, oír su voz al otro lado de la línea. Tecleó en su
teléfono y lo guardó en la agenda, después me miró y vislumbré un
pequeño destello de felicidad. Solo fue una breve llamarada, pero que no
existía en la cita anterior.
—¿A la misma hora la semana que viene? —Concreté la próxima
visita.
—Será lo mejor, sí.
—Lo digo en serio, Melissa. Si necesitas hablar conmigo, llámame.
—Lo haré, Brandon. Te lo prometo.
Observé cómo se marchaba desde la puerta, sin poder dejar de mirar
la forma en que sus caderas se movían con cada paso que daba. La melena
ondeaba sobre sus hombros, mientras caminaba por el pasillo. Sin
embargo, sus hombros caídos daban la impresión de que llevara un peso
muy grande sobre ellos.
Sentí el impulso de perseguirla y hablar con ella hasta que se le
quitaran las ganas de llorar. Quería abrazarla esta noche y conocer a la
pequeña que había dado a luz. Ansiaba mostrarle las cosas bonitas del
mundo mientras paseábamos de la mano, pero me conformé con verla
entrar en su coche desde la ventana del despacho.
Si me necesitara en algún momento, allí estaría para ella.
Capítulo 11
Melissa
El martes resultó una maldita pesadilla. No podía quitarme de la
cabeza a Brandon y la forma en que llevó nuestra sesión a un nivel más
personal. Fue como si la situación hubiera fluido sin darnos cuenta. Él
quería saber todo de mí y se dedicó a escucharme mientras le hablaba de
mi marido y de cómo curó mis heridas. Se comportó como un caballero.
O como un doctor. O lo que sea que estuviera pasando.
Resultaba sencillo, conversar con él. Era como si lo hiciera con mi
mejor amigo, incluso más fácil que con Ava. Hablé de lo que quería hablar.
Le dije lo desconsolada que estaba por lo que hizo. Le conté cómo me
destrozó, que iba a los bares y lloraba mientras bebía, que por eso ya no
me gustaba frecuentarlos. Esas salidas nocturnas me recordaban lo
destrozada que estuve y que fui rechazada por el primer hombre que amé.
No podía concentrarme en mi trabajo. Cada vez que comprobaba mis
cálculos, pensaba en otra cosa. Cuando me llamaba alguien, imaginaba que
escuchaba su voz. Me derretí en su sofá cuando dijo mi nombre y, cuando
guardé su número en la agenda de mi teléfono, supe que no iba por buen
camino. Me sentí como una chica enamorada que suspiraba por el chico
guapo de la escuela. Aunque ese chico me hubiera roto el corazón de una
de las peores maneras posibles.
—Tierra llamando a Melissa. ¿Estás ahí?
—Lo siento, Ava. ¿Qué decías?
—Nada, que es la hora del almuerzo y tú sigues mirando tu
escritorio. ¿Estás bien?
—Sí. Solo estoy pensando. Ayer tuve mi cita con Brandon.
—¿Fue bien? —preguntó, mientras colocaba una ensalada frente a
mí.
—No. Para nada. Tuve que hablarle del daño que me hizo, de cómo
conocí a Carl y la forma en la que me curó de todo lo que me había
destrozado.
—Vaya. ¿Cómo se sintió al escuchar toda esa mierda?
—No dijo nada. —Me encogí de hombros—. Tuve la impresión de
que, en cierta forma, le afectó todo lo que le dije. Después, me aconsejó
que tomara unas gotas de vitamina D, que empezara a hacer yoga y que
comenzara a leer, como hacía cuando estaba en el instituto, o cualquier
otro hobby.
—Me gusta que no te haya medicado desde el principio.
—Quiso hacerlo, pero le dije que no.
—¡Bien por ti! Y que se joda.
Clavé el tenedor en mi ensalada mientras Ava analizaba mi cara.
Noté que trataba de leer en mis gestos como si fuera un libro abierto. Abrí
la botella de agua, bebí un trago sin poder esconderme de su escrutinio
hasta que me rompí y comencé a expulsar todo lo que agobiaba sin parar.
—Estoy tan confundida, Ava. Confundida y estresada de una forma
muy diferente a como estaba antes de estas sesiones. ¿Puedes creer que me
puse rímel para acudir a la cita? ¡Rímel, Ava! Ni siquiera recordaba que
tenía uno en mi cuarto de baño.
—Me di cuenta de que ayer ibas un poco más arreglada —reconoció.
—No tengo ni idea de qué me está pasando. A mitad de la sesión,
presionó varios pañuelos en mi mano hasta que nos tocamos.
—¿Te toca en tus sesiones?
—No con esa intención, ni de esa manera. Solo que nuestros dedos
se rozaron, sentí el tacto de su piel… eso me hizo revivir todo lo nuestro,
mientras su mirada dulce no se apartaba de la mía. Fue…
—Como si desenterraras tus recuerdos —adivinó ella.
—En cierto modo, sí. Al salir de las sesiones, me siento más perdida
de lo que estoy.
—Es comprensible. Puedes cambiar de médico, recuérdalo. Y estoy
segura de que lo entenderá.
—¿Debería hacerlo?
—¿Sinceramente? No estoy segura. Por un lado, no quiero verte
sufrir. Por otro lado, pienso que ya es hora de que te intereses por alguien,
aunque no quiero que pongas en peligro tu salud mental y vuelva a hacerte
daño. Ya has tenido una historia con él.
—Lo sé.
—Debes tener cuidado. Él conoce tus límites y no debes permitirle
que los sobrepase.
—Sé a lo que te refieres. No te preocupes.
El resto del día continuó igual. Apenas desarrollé mi trabajo ni le
entregué nada a mi jefe, solo podía pensar en los labios de Brandon.
Cuando fui a buscar a Sarah a la escuela, me fije en que uno de los
profesores se parecía a Brandon. Alto y musculoso, aunque no tanto como
el doctor. Imaginé que arrastraba mis uñas por su pecho y todo el viaje de
regreso a casa, con Sarah en el asiento trasero, lo pasé apretando los
muslos.
Al llegar, le di la cena y la acosté con rapidez. Yo estaba a punto de
llorar y me metí en la cama. Dejé escapar un jadeo mientras me
bombardeaban imágenes de él y de Carl.
Tomé una foto de Carl de la mesilla y me quedé mirándola
fijamente.
Era la única que no podía quitar de mi habitación. Nos la tomaron
mientras nos besábamos, al terminar nuestra boda. Yo estaba entre sus
brazos y Carl me echaba hacia atrás para profundizar el beso. Levanté un
pie del suelo y rodeé su cuello con los brazos, para aferrarme a él para
toda la vida.
Y ahora yo suspiraba por aquel imbécil del que Carl me ayudó a
sanar, mientras su aura aún estaba en esta casa. A lo largo de estas
paredes. En esta foto.
En los ojos de su hija.
Dejé de mirar la foto y me recliné en la cama, dejándome caer contra
el cabecero. De alguna forma sentía que lo estaba traicionando, que lo
engañaba. Sin poder evitarlo, comencé a llorar. Mi cuerpo seguía
palpitando por Brandon y mi corazón anhelaba a Carl. Me debatía en una
dura lucha, cerré los ojos y traté de que mis pensamientos se esfumaran.
¿Por qué narices, Brandon me había quitado la maldita medicación?
Como pude, llegué hasta la cocina y me senté y me serví una copa de
vino. La bebí de un trago, con manos temblorosas y me senté en la
encimera. Rápidamente me puse la segunda y pensé en lo que me dijo
Brandon, sobre llamarlo a cualquier hora. Me aseguró que siempre estaría
allí, para hablar conmigo.
Cuando llené la tercera copa, caminé hasta la mesa de la cocina. Me
temblaban las piernas y tenía la respiración acelerada. Busqué mi teléfono
en el bolsillo de la bata, desplacé los nombres de la agenda y vi su número.
Por una fracción de segundo, dudé. Me dolía el pecho, por una presión
extraña que me impedía respirar, y me ardían los ojos por el llanto; de
modo que, sin pensarlo más, presioné el botón de llamada y esperé unos
segundos, mientras escuchaba el tono de llamada.
—Habla el doctor Brandon Black —respondió, enseguida.
—Brandon —dije su nombre, sin aliento.
—¿Melissa? ¿Eres tú? ¿Estás bien?
—Creo… que no —balbuceé, antes de beber otro trago de vino.
—Respira hondo, hazlo y te sentirás mejor, ¿vale?
Traté de hacer lo que me decía y tomé aire, pero lo exhalé de forma
entrecortada. Mi pecho subía y bajaba y me dolía el estómago. Brandon
me indicó como aliviar la agitación que experimentaba, cuándo debía
inhalar y cuándo debía soltar para equilibrar la respiración. Cerré los ojos
y dejé que su voz me envolviera. El tono bajo y áspero se deslizó
lentamente por mi cuerpo como si fuera un bálsamo reparador y las manos
dejaron de temblarme. Enseguida controlé el jadeo que me obligaba a
tomar aliento de forma precipitada y, poco a poco, sentí que el estado de
pánico me abandonaba.
—¿Puedes oírme? —Sonó, preocupado.
—Sí. Te oigo.
—Parece que suenas mejor. ¿Cómo está tu respiración?
—Está bien, creo. Todavía me duele el pecho, pero respiro bien.
—Eso es bueno. Lo más probable es que hayas tenido un leve ataque
de pánico. ¿Estás sentada?
—Sí, estoy sentada.
—Bien. Ahora, cuéntame en qué estabas pensando antes de que
ocurriera.
Me pregunté, si debía ser sincera con él. No quería arriesgarme a
perderlo, cuando acababa de recuperarlo. Todavía me picaba una punzada
de culpa, pero la ahogué al beber mi tercer vaso de vino.
Así que decidí darle una respuesta mínima con la esperanza de que
no insistiera.
—Estaba pensando en Carl y en lo que dice Ava, que ya es hora de
seguir adelante y encontrar a alguien que me haga feliz. Luego me puse a
mirar una fotografía de nuestra boda y me hizo sentir muy culpable.
Todavía siento esa sensación retorciéndome el estómago.
—Ya imagino. ¿Cuándo tuviste esa conversación con Ava?
—Esta tarde, en el almuerzo. Dijo que ya era hora de que deseara
estar con alguien o alguna mierda así.
Se rió y mi cuerpo se relajó con el sonido de su voz. Hablamos hasta
altas horas de la madrugada, incluso lo hicimos de Ava y de un colega
suyo, el doctor Michael Smith. Recordé el nombre de las placas de
identificación de las puertas adyacentes a su despacho y, por una vez,
conseguí que me contara cosas de su vida; me comentó anécdotas sobre él
y su amigo, que salían algunas veces a tomar algo y que estaba muy unido
a su madre.
Por supuesto, la mayor parte de la conversación fue sobre mí. Quiso
asegurarse de que estaba bien cuando colgáramos el teléfono y sonreí ante
su insistencia.
Le dije que, después de hablar con él, me sentía mucho mejor y supe
que volvía a sonreír por el tono complacido de su voz. Al colgar, me
recosté en la cama con la esperanza de que él me llamara ahora que tenía
mi número. Disfruté. Después de todo, hasta un psiquiatra de renombre
mundial necesitaba alguien a quien acudir.
Capítulo 12
Brandon
Cuando entré en el despacho, lucía una espléndida sonrisa. Era como
si no tuviera los pies en el suelo, como si flotara y el motivo no era otro
que las largas conversaciones que manteníamos Melissa y yo por las
noches. La primera vez fue después de arropar a Max, entonces sufría un
ataque de pánico; pero las dos últimas noches simplemente hablamos
como viejos amigos. Disfruté mucho de su conversación. Me recordó las
noches en que subía a la ventana de su dormitorio y nos sentábamos a
charlar en el alféizar. Tenía su risa grabada en la cabeza y me dormía
sintiendo que la escuchaba.
Era fantástico poder hablar con ella.
Su voz era más profunda. Cuando era niña tenía un tono ligero e
inocente, pero ahora era la de una mujer. En nuestras charlas nocturnas,
mantuvimos conversaciones sobre su insomnio o por qué se despertaba
llorando. Otras veces de las pequeñas discusiones que Carl y ella habían
tenido, pero había dos cosas que nunca abordábamos.
Nunca hablamos de por qué me casé con aquella horrible mujer ni
del motivo que me hizo tener un hijo.
Esa noche salí de la oficina, deseando llegar a casa para mantener
nuestra próxima conversación. Llamaría ella y estaba emocionado. Tenía
que reconocer que su voz era muy sexy. Aunque la última vez que nos
vimos, iba con su traje de ir al trabajo, me resultaba imposible dejar de
recordarla. Incluso, cuando entré en la ducha, no pude contenerme y la
imaginé sin toda aquella ropa.
No tenía ni idea de lo que nos depararía la próxima conversación. En
cuanto me acosté, cerca de las once, mi teléfono empezó a sonar en mi
mesilla de noche.
—Hola, Melissa.
—Buenas noches, Brandon. ¿Qué tal el trabajo?
—El día se ha pasado volando. Me alegro de que hayas llamado.
—¿Por qué?
—Supongo que es porque disfruto con estas charlas que tenemos.
¿Cómo te ha ido hoy en el trabajo? ¿Cómo está Sarah?
—Sarah está bien y el trabajo como siempre: muchos números y
cuentas.
—No sé muy bien qué tipo de trabajo haces.
—Soy contable de la empresa de tecnología que está al lado de tu
clínica.
—De todas las cosas que pensé que harías, nunca consideré que
fuera contable.
—Sí, bueno. Supongo que a veces nos ocurre eso —advirtió, como si
se lo dijeran muchas veces—. Sin embargo, yo siempre supe que tú
encontrarías la manera de ayudar a la gente.
—¿Por qué?
—Porque me ayudaste.
—No lo creo. Creo que todo lo que te dejé fue dolor y angustia.
—Pero antes de que ocurriera eso, no estaba herida ni me dolía el
corazón. Me enseñaste cosas que mis padres nunca hubieran imaginado
que supiera. Ampliaste mis horizontes, por así decirlo. Si no hubiera sido
por ti y tu estímulo, probablemente hubiera ido a la universidad
comunitaria que ellos querían, sin imponerme para no crear más fricciones
en la familia.
—No mantienes contacto con ellos. —Fue más una afirmación que
una pregunta.
—No. Ni siquiera conocen a Sarah. No saben que tienen una nieta.
La tristeza se traslucía en sus palabras y me dolía el corazón por
ella.. ¿Cómo diablos pudieron sus padres hacerle algo así a su hija? Yo
tenía un hijo y no podía imaginarme que lo repudiaba y, mucho menos, que
no volviera a verlo.
—¿Recuerdas aquella noche bajo las estrellas? —Cambió
bruscamente de tema—. ¿Aquella noche de luna llena?
—La noche bajo aquel enorme roble... ¿Cómo podría olvidar algo
así?
—¿Recuerdas lo prudente que fuiste conmigo? ¿Como si no
quisieras hacerme daño?
—Lo recuerdo porque no quería hacerte daño. ¿Por qué lo
preguntas?
—Pienso mucho en esa noche.
Sentí como se calentaba mi cuerpo con el recuerdo. De todas las
noches de pasión que compartí con todas las mujeres de mi vida, esa se
llevaba el pastel. Nunca podría olvidar la forma en que la luz de la luna
bañaba su piel, ni cómo su sexo me apretaba con fuerza. Nunca había
vuelto a sentir lo mismo.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Fue la primera vez que tuve un orgasmo —reconoció.
—¿No tuviste un orgasmo la primera vez que hicimos el amor?
—Puede ser. No sabría definirlo. Esa vez bajo las estrellas, supe
exactamente lo que había sucedido.
Me estremecí con su voz. Escuché su tono sensual y advertí que era
por el cambio químico que se estaba produciendo en su mente. No supe
qué decir, así que me quedé en silencio hasta que ella siguió hablando.
—¿Puedo decirte algo que nunca diría a nadie más?
—Por supuesto.
—Con Carl nunca me corría así.
Tuve que respirar profundamente para mantenerme a raya. Debía
decirle que callara o que desviara la conversación hacia otro tema. No
podía seguir escuchando de su boca lo que estaba diciendo.
Pero me quedé sin palabras por la forma en que respiraba en el
teléfono.
—Si te hace sentir mejor, yo tampoco he sentido lo mismo que
aquella noche.
—¿Ni siquiera con aquella novia tuya tan delgada?
—Ni siquiera con ella.
—Fuiste el primer hombre que vi desnudo. Me asombró tu cuerpo.
—A mí me pareciste preciosa, Melissa, una flor que acababa de
florecer entre un ramo de rosas.
—Habría hecho cualquier cosa por ti —susurró.
Me pregunté qué se sentiría al tenerla acurrucada a mi lado, sentir la
suavidad de su pelo entre mis dedos, mientras se dormía abrazada a mi
cuerpo.
—Daría cualquier cosa porque me tocaras de nuevo —volvió a
susurrar, pero esta vez sus palabras lograron profundizar hasta lo más
profundo de mi corazón.
Estaba seguro de que a su lado mi mundo volvería a tener sentido.
Estaría dispuesto a protegerla como ella quería ser protegida desde hace
tantos años.
—¿Melissa? —la llamé.
—¿Uhm? —tarareó.
—¿Por qué no intentas dormir un poco?
—Me parece bien... —Su voz sonó lejana.
—Buenas noches, Melissa —me despedí.
—Uhm.
Colgué el teléfono y me quedé mirando al techo. ¿Qué coño acababa
de pasar? ¿Cómo diablos saltamos de una conversación amistosa a un
anhelo ten intenso? No me estaba quejando. Ni mucho menos. Pero, joder,
había sido demasiado profundo. La forma en que me habló sin esfuerzo ni
vergüenza. Fue como el sueño que yo tenía desde siempre; ella era todo
cuanto yo había deseado.
Cerré los ojos mientras me alejaba del desorden de mis
pensamientos. Ansiaba despertarme y recordar ese momento. Necesitaba
revivir cada instante con ella, como nos habíamos acercado como años
atrás, en medio de una clase de secundaria cuando no podía apartar los
ojos de ella. Entonces, el sol se reflejaba en su piel a través de la ventana.
Me dormí por primera vez en años con una sonrisa en la cara y soñé
que ella suspiraba en mi oído, mientras descansaba abrazada a mí, después
de aquella maravillosa llamada de teléfono.
Capítulo 13
Melissa
«Santo cielo, ¿qué había hecho?».
¿Cómo pude hacer algo así? La voz de Brandon seguía resonando en
mi mente como un recordatorio inquietante de la traición que acababa de
cometer. Salí de la cama y corrí al baño al oír a Sarah removerse en su
habitación. Había sido débil al volver a desearlo, pero sobre todo al haber
hablado de temas con él que no eran apropiados.
Había traicionado a Carl.
No sabía cómo enfrentarme a él de nuevo. Traté de buscar alguna
excusa para cancelar mi próxima cita, mientras Sarah y yo nos
preparábamos para empezar la mañana.
Lo más probable es que nuestra relación de médico y paciente
hubiera sobrepasado algún código que prohibía exactamente lo que
habíamos hecho. Eso sería una buena justificación para cambiar de
médico.
Acababa de dejar a Sarah en el colegio cuando mi teléfono comenzó
a vibrar. Era un mensaje de Brandon, preguntando si estaba bien. No, no
estaba bien, pero la última persona con la que quería hablar era con él.
A los pocos segundos, volvió a vibrar.
«Solo hazme saber que estás bien».
No, no iba a hacerlo. Mi intención era no volver a hablar con él ni
tampoco verlo. Necesitaba a Ava. Necesitaba contárselo y que me guiara
con su dulce voz. Sentí que la cabeza me daba vueltas y tenía el estómago
revuelto. Era como si escuchara nuestras voces como si tuviera en un
altavoz en el cerebro.
Nada más llegar al trabajo, fui a ver a Ava, pero estaba muy ocupada
con las llamadas y los mensajes. Me saludó pero no hizo mucho más, así
que tomé la taza de café que siempre tenía preparada para mí antes de ir a
mi oficina. El teléfono volvió a vibrar en mi bolso cuando me senté, pero
lo ignoré. Sabía quién era y lo que pedía, por eso no quería que me lo
recordara durante el día.
Necesitaba armarme de valor para cancelar mi cita antes de
contestar.
Hice mi trabajo con manos temblorosas mientras procuraba aislar
los sonidos que me rodeaban. La gente venía y me hacía preguntas, dejaba
papeles en mi escritorio, e incluso intentaba llamar mi atención, pero yo
simplemente me encogía de hombros. Quería silencio y tiempo a solas.
Quería terminar e irme a casa. Quería envolverme en mi edredón y llorar
hasta dormirme. Quería que la culpa desapareciera.
Cuando llegó la hora del almuerzo, revisé mi teléfono y vi que
Brandon seguía preguntándome si estaba bien por lo que decidí llamarlo
después. Primero comería algo, hablaría con Ava y luego le comunicaría
que iba a cambiar de médico. Necesitaba la ayuda. Sabía que la necesitaba,
especialmente después de lo que había pasado entre nosotros la noche
anterior. Esperaba que lo comprendiera.
Agarré mis cosas y me dirigí a almorzar, pero Ava no estaba en
ningún lado. Suspiré de frustración y maldije aquel día. Necesitaba hablar
con mi mejor amiga y que me bajara los pies al suelo. Sentía que flotaba
sin rumbo, no podía respirar y el mundo estaba girando. Necesitaba ir a un
lugar oscuro, uno que fuera seguro.
Un lugar tranquilo.
—Melissa, ¿estás bien?
Di un salto asustada al escuchar su voz detrás de mí. Con la
respiración entrecortada, pegué mi cuerpo a la pared y sentí la pared fría
contra la espalda. Él me pidió que tomara aire y lo expulsara lentamente,
para que recuperara el aliento. Podía ver su boca moviéndose al hablarme
pero ya no escuchaba nada. Apoyó sus manos en mis hombros y presionó
levemente para tranquilizarme.
Poco a poco, el zumbido que ocupaba mis oídos se fue alejando y su
voz fue ocupando su lugar.
—Inspira... dos... tres... cuatro... exhala... dos... tres... cuatro...
Agarré mi bolso con manos temblorosas y seguí sus consejos.
Temblaba de los pies a la cabeza y la cabeza me daba vueltas, pero las
cosas volvían a su sitio. Mi ritmo cardíaco se estabilizó y centré la vista en
él. Aflojé el agarre de mi bolso y lo dejé caer al suelo, apoyé la cabeza en
la pared y él deslizó sus manos por mis brazos; luego, lentamente, me
abrazó.
—¿Estás mejor, Melissa?
—¿Qué haces aquí? —Fue casi un susurro.
—No contestabas a mis mensajes y me has preocupado.
—No deberías estar aquí —repliqué.
—Pero me alegro de haber venido. ¿Qué ha pasado?
—Me siento rara.
—¿Qué significa, rara?
—Culpable.
—¿Por lo de anoche?
—Sí.
—¿Vienes a almorzar conmigo? Así podremos hablar de ello.
—No lo sé, Brandon.
—Por favor... Solo para hablar.
—¿Seremos capaces de hacer eso? —Me aparté de su lado para que
dejara de mirarme fijamente.
—Si hablamos y continúas incómoda, programaré una cita diferente
con otro doctor. Antes de que regreses al trabajo tendrás un nuevo
psiquiatra.
—Está bien. Así lo haremos.
—¿Quieres ir a algún lugar determinado a comer?
—Solo iba a cruzar la calle para tomar un plato de sopa.
Nos dirigimos hacia allí y entramos en una cafetería. El silencio que
se creó entre nosotros era pesado y no sabía cómo iniciar la conversación.
¿Disculpándome? ¿Diciéndole por qué me sentía culpable? Lo más
probable era que ya lo supiera.
—Para empezar, me gustaría disculparme. —Comenzó hablando él.
Maravilloso. No tenía que ser yo.
—No es culpa tuya. Fui yo la que sacó el tema —justifiqué.
—Pero soy tu médico. Tuve que tener en cuenta cómo te sentías,
indagar en lo que te pasaba, en lugar de tomar aquella llamada como algo
personal. Ese fue mi error.
—¿Error?
¿Por qué me dolió tanto esa palabra?
—No eres un error, Melissa, solo quise decir...
—Desearía que no lo lamentaras —le pedí, murmurando.
—¿Qué?
—Me gustó —espeté con sinceridad—. Hablemos claro, somos dos
personas que tienen un pasado no resuelto y un vínculo que interfiere en la
solución de mis problemas.
—Pero aún así, te sientes culpable.
—Sí.
—Sabes que eso es normal.
—No lo sé.
—Lo que necesito que entiendas es que me estoy disculpando desde
el punto de vista profesional. A pesar de nuestro pasado, sigo siendo tu
médico. Me llamaste para que te ayudara a resolver tus problemas, para
aclarar tus sentimientos, y crucé una línea contigo que podría hacer que
pierda mi licencia.
—Lo siento mucho, Brandon.
—Todo esto para explicarte que no me disculpo a título personal —
me aclaró.
—¿Qué? —Lo miré sin comprender.
—¿Has tenido relaciones sexuales desde que falleció tu marido?
—No. —Fui sincera—. No he tenido.
—Entonces, es normal que te sientas culpable por hablar de sexo.
Incluso que te sientas así durante un tiempo. A medida que enfrentes la
situación y tu cuerpo comience a recuperarse químicamente,
experimentarás emociones que los individuos normales experimentan.
Antojos de experiencias que pensabas que habían muerto. Incluso el sexo.
Es normal sentir culpa después de algo así, ¿vale?
—Pero, ¿cómo puedo superar esa culpa? ¿Cómo consigo que
desaparezca?
—La culpa se produce cuando sucede la dicotomía entre lo que el
cuerpo quiere y a lo que el corazón se aferra. Tu cuerpo tiene ciertas
necesidades que deben ser satisfechas. Es la naturaleza humana. Perder a
alguien tan cercano, como un cónyuge o un amigo, causa una reacción
severa. Nuestros cuerpos son un constante remolino de químicos
comunicantes y, cuando algunos de ellos entran en conflicto, causan dolor
en el cuerpo. Ese dolor se interpreta emocionalmente para que podamos
darle sentido y ahí es donde tú te encuentras. Tu cuerpo produce hormonas
para atacar tu libido.
—¿Qué puedo hacer para solucionarlo?
—Ya lo haces. Con Carl vivo, experimentaste un conjunto de
reacciones químicas. Ahora que se ha ido, tu cuerpo está pasando por una
especie de duelo y trata de comprender tu nueva realidad. Intenta hacer
frente a los procesos químicos y las reacciones a las que estaba
acostumbrado y que ya no recibe. Solo tienes que aceptar el cambio por el
que estás pasando.
—No sé si lo entiendo.
—Y por eso los médicos como yo estamos aquí para colaborar en
ese proceso. Es confuso y difícil de digerir, pero con ayuda será más
agradable.
No habíamos probado la comida y mi sopa se había quedado fría.
Comencé a tomarla mientras pensaba en todo lo que me había dicho y
deduje que llevaba razón, aunque todavía debía sentarme con él un rato
para examinar todo lo que sentía y pensaba.
Pero me alegraba que Brandon estuviera allí para hablar. Otra vez.
—¿Brandon? —Pregunté al terminar mi almuerzo.
—¿Sí?
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por estar aquí para hablar conmigo.
—Quiero ayudarte, Melissa. ¿Me darás otra oportunidad para
hacerlo?
Lo miré fijamente a los ojos y la culpa me cerró la garganta. La voz
de Carl reverberó en mi mente, pero la idea de intentarlo todo con otro
médico me asustaba. No quería conocer a nadie más. No quería hablar con
nadie más sobre estas cosas. No quería que un extraño diseccionara mi
vida y tratara de encontrarle sentido a lo que sentía.
Quería que me ayudara con eso.
—Sí —acepté—. Me gustaría que siguieras ayudándome.
Capítulo 14
Brandon
Aunque tuvimos una charla maravillosa el viernes a la hora del
almuerzo, no supe nada de Melissa durante el fin de semana. Tuve que
admitir que estaba decepcionado. Echaba de menos su voz por teléfono, al
llegar la noche. Imaginé su cuerpo junto al mío y me di la vuelta en la
cama. Por primera vez en años, no soñé con empujarla contra la pared o
aplastarla contra el colchón.
Simplemente soñé que ella estaba a mi lado en mis brazos.
El lunes teníamos una cita y no sabía si aparecería. Conté los
minutos que faltaban para verla, aunque también esperaba la llamada que
cancelara la visita. Si eso ocurría, me apartaría de ella por completo y no
podría hacer nada al respecto. Si decidía que ya no me quería como
terapeuta, yo no tenía ningún control para hacerle cambiar de idea. Lo peor
de todo era que no sabía qué habría sucedido durante el fin de semana y
solo me quedaba rezar a un Dios en el que ni siquiera creía, para que
cruzara la puerta y dejara que la ayudara.
A las tres en punto se abrió la puerta. No llamaron, ni se escuchó
ninguna voz, solo el sonido al cerrarse, cuando levanté la cabeza.
Y allí estaba ella en todo su esplendor. El vuelo de su vestido
revoloteaba alrededor de sus rodillas con un hermoso estampado floral.
Llevaba unos zapatos planos a juego que acentuaban el bronceado de su
piel. Atravesó la habitación y parpadeé al fijarme en su trasero cuando se
dirigió hacia el sofá. La tela de seda se ajustaba a su precioso cuerpo y lo
único que pude hacer, fue contemplarla mientras se sentaba frente a mí.
—Me alegro de que hayas venido —saludé.
—Te dije que lo haría —me advirtió, suspirando.
—¿Cómo estás, después de nuestra charla del viernes?
—Ocupada. Me quedó mucho trabajo pendiente para el fin de
semana, así que tuve que dejar a Sarah con Ava y Logan, durante una
noche, para poder terminarlo.
—¿Logan es el hijo de Ava?
—Sí. Él y Sarah tienen la misma edad.
—Sí, Max tiene más o menos su edad también —lo dije sin pensar y
la conversación se detuvo.
La miré y vi que me estudiaba, casi pude escuchar cómo giraban los
engranajes de su cerebro. Durante unos segundos me sentí como si me
estuviera juzgando, hasta que asomó una pequeña sonrisa en su rostro.
—Tienes un hijo. —Su voz sonó con asombro.
—Lo tengo. Se llama Maxwell y tiene cuatro años.
—Apuesto a que eres un padre maravilloso.
—Apenas. Noches largas, una niñera con él la mayor parte del día, y
estoy completamente ausente durante las giras de mis libros.
—Sarah pasa en la guardería la mayor parte del día. Luego llegamos
a casa, comemos, nos cambiamos y ya es hora de dormir. No disfrutamos
de tiempo de calidad hasta el fin de semana y, normalmente, ella juega con
Logan mientras yo bebo vino con Ava. Eso no me convierte en una madre
terrible.
Fue la primera vez que la escuché hablar con confianza. Estaba
reclinada en el sofá y su postura era relajada. Mostró parte de sus piernas
bronceadas al cruzar las piernas, mientras sus ojos permanecían
conectados con los míos. Irradiaba una confianza nueva y me pregunté si
sabía que lo estaba haciendo.
«No. No lo sabe en absoluto», me dije, sonriendo.
—Seguro que tu hijo se parece a ti —indicó retirándose un rizo de la
cara.
—No, exactamente. Tiene la sonrisa de su madre.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Solo si yo también puedo preguntarte.
—¿Dónde está su madre?
Me quedé helado al escucharla y agarré el bolígrafo con fuerza.
Las imágenes de ese día flotaban en mi mente. La pelea que tuvimos
y las maletas que había preparado. Ya tenía listo todo el papeleo y me lo
tiró a la cara. Me dolía el corazón por mi hijo que estaba en la cocina,
jugando con sus pinturas mientras lloraba.
—Cuando obtuvo la nacionalidad, nos divorciamos. Ella me cedió
los derechos paternales y se fue —le expliqué.
Vi que la noticia la conmocionaba y cómo dejaba caer las manos a
los lados. Supuse que necesitaría tiempo para asimilar mis palabras, pero
comenzó a lanzarme preguntas más rápido de lo que esperaba.
—¿Nacionalidad? —Me miró, extrañada.
—Es una historia muy larga, pero conocí a su padre cuando aún
estaba en la universidad. Soñaba con que mi primera clínica internacional
para mi empresa estuviera en Rusia, ya que el índice de depresión es muy
alto. Nos sentamos y negociamos un acuerdo: yo me casaba con su hija
para que ella pudiera obtener la nacionalidad estadounidense a cambio de
dinero para financiar el inicio de mi negocio.
Suspiró y sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras inclinaba la
cabeza. Sabía que se merecía respuestas, pero estábamos allí para hablar
de su culpa. Era necesario arreglar todo aquello antes que lo nuestro.
Debía irse de la consulta, sintiéndose mejor, capaz de querer conquistar el
mundo.
—La mujer con la que te casaste... —Dejó la frase a medias.
—Me casé a cambio de una suma rentable que invertí. Para cuando
ella consiguió lo que buscaba, ya había obtenido suficiente dinero para
financiar la construcción de este edificio donde está la clínica.
—¿Así que no lo hiciste por amor?
—No. No la amaba.
—Pero la quisiste lo suficiente como para tener un hijo.
—Me excitaba lo suficiente como para permitirme el error de tener
sexo con ella —aclaré.
Melissa se hundió de nuevo en el sofá con una mirada
desconcertada. La vi encajar trozos perdidos en huecos en los que
probablemente había vivido durante años y me sentí culpable.
Me pasé la mano por el pelo con gesto nervioso y decidí empezar a
tomar notas en mi cuaderno. Necesitaba dejar constancia de nuestra
conversación porque, al fin y al cabo, era parte de la sesión. Incluso si no
hubiera estado lista para admitir nada de lo que le contaba, formaba parte
de su curación.
—¿La echas de menos?
Al escuchar aquella pregunta que tanto implicaba, levanté la cabeza
sin terminar de escribir una frase y deslicé la mirada por su cara llena de
lágrimas.
—Ni por un segundo —sentencié, mientras agarraba unos pañuelos
de papel.
Se los entregué y ella los aceptó. Nuestros dedos se rozaron, como
otras veces, y un hormigueo recorrió mi brazo. Le di unos segundos para
que se recuperara, aunque yo también tuve que respirar profundamente
para tranquilizarme, y continué con la sesión. Todavía teníamos que
aclarar muchas cosas recientes y otras tantas del pasado, pero lo primero
era saber cómo estaba ella.
—¿Cómo has dormido este fin de semana? —regresé a la seguridad
de mis preguntas profesionales.
—Me ha costado conciliar el sueño —admitió.
—¿Has tomado la vitamina D y has intentado practicar yoga?
—Vitamina D, sí. Yoga, un poco. ¿El hobby? Todavía no. He tenido
mucho trabajo y no he podido perder el tiempo.
—Una inversión en ti misma no es perder el tiempo.
—Bueno, he llenado mis noches con algo más, al menos durante un
rato. —Me lanzó una mirada traviesa.
—Sea lo que sea con lo que decidas llenarlas, asegúrate de que lo
haces con algo que deseas.
Hubo un momento de silencio, y decidí arriesgarme. Ella había
girado la cara hacia la ventana, probablemente tratando de procesar lo que
estábamos hablando, y necesitaba que supiera que me preocupaba mucho
cómo se sentía.
También quería que supiera que la echaba de menos.
—He echado de menos nuestras llamadas telefónicas este fin de
semana —decidí, confesárselo.
—Oh, ahora estás intentando ligar conmigo —aseveró ella,
sonriendo.
—No, en absoluto. Me gustó mucho hablar contigo. Abres más tus
emociones por teléfono que en persona. ¿Por qué crees que es así?
—Supongo que no tengo la amenaza de ver tu reacción. Puedo fingir
que estás escuchando. Puedo fingir que te importa.
—¿Te parece que no me importa?
Giró la cabeza hacia mí y me miró de arriba a abajo. La observé
estudiarme, descomponiéndome de la única manera que sabía, antes de
volver a mirar por la ventana. Había levantado un muro que yo no había
visto en su primer día de consulta y necesitaba saber por qué.
Quería saber por qué me alejaba de repente.
—Melissa, mírame —le pedí en voz baja.
—¿Por qué?
—Solo... confía en mí.
Ella obedeció, me miró fijamente y vislumbré la culpa en su cara.
Allí estaba de nuevo aquella molesta emoción de la que no podía
deshacerse.
—Sabes que está bien que sigas adelante, ¿verdad?
—Le prometí mi vida.
—Hasta que la muerte os separara —le recordé.
—¿Qué?
—Es una de las últimas frases de los votos matrimoniales. «Hasta
que la muerte nos separe». ¿Sabes lo que eso significa?
—Por supuesto, sé lo que eso significa.
—No creo que lo sepas. Intentas aferrarte a la memoria de alguien
que ha fallecido. Si Carl estuviera vivo, ¿querría que vivieras de esta
manera?
—Es una pregunta idiota —replicó sin aliento.
—Pero una que requiere una respuesta. Si estuviera aquí, en esta
misma habitación, ¿sonreiría al ver tu vida?
—Por supuesto que no. Él querría verme feliz. Jovial. Emocionada
por la vida.
—¿Entonces por qué usas su muerte como una excusa para no serlo?
—¡No estoy usando su muerte como nada! —exclamó furiosa—.
¡Echo de menos a mi maldito marido!
—Entonces permítete vivir de la manera que él querría que lo
hicieras. Si tomas su memoria y te dejas engullir por ella, solo te harás
daño. Si te amara, si te amara de verdad, no le gustaría ver que sus
recuerdos te están ahogando. Él querría que te dieran vida, vida que ya no
tiene.
—Deja de decir eso —susurró.
—Melissa, se ha ido. No fue culpa tuya y no mereces vivir así.
Tienes que aceptar esa realidad. Piensa en tu preciosa hija. Ella cuenta
contigo y confía en ti. Te observa más de lo que crees y un día entenderá lo
infeliz que es su madre. Si permites que los recuerdos de tu difunto marido
te traguen entera, Sarah va a crecer pensando que el resultado del amor es
lo que estás experimentando actualmente. ¿Quieres eso?
—No —sollozó—. Claro que no.
Gruesas lágrimas caían por su cara y mi alma le gritaba. Quería
rodearla con mis brazos y acercarla. Quería llevarla a casa y hacerle la
cena. Quería pasar mis dedos por su pelo mientras lloraba.
Quería abrazarla tan fuerte como pudiera, aunque solo fuera para
intentar mantenerme en su vida un poco más.
—La culpa que experimentaste por lo que hicimos fue normal y te
prometo que si reanudamos nuestras llamadas nocturnas, no permitiré que
vuelvan a tomar el mismo cariz. Nunca más. No apresures el proceso de
duelo. Date tiempo para enfrentarlo, pero no lo pospongas como lo has
hecho.
—¿Cómo se supone que voy a seguir? ¿Cómo puedo despertar en
una cama que huele a él, sin desear que esté allí? ¿Cómo voy a seguir
abriendo nuestro armario y ver que ya no está su ropa sin desear que
regrese? ¿Cómo voy a hacer todo eso?
—Paso a paso. Ahora mismo, solo tienes que asumir que se ha ido.
—¿Cómo lo hago? Ni siquiera sé por dónde empezar.
—No estás sola. Me tienes a mí y puedes llamarme cuando quieras
—le recordé.
—Bueno, ¿y si quiero más de ti?
La estudié por un segundo y vi cómo su mirada se alejaba de la
ventana. Ahí estaba el muro que creó cuando pensó que la reacción que
tenía por mí, estaba mal. Había una posibilidad de que solo hiciera esa
pregunta porque se había emocionado, pero una voz en mi cabeza indicaba
que había mucho más.
Así que procuré pisar terreno firme.
—¿Y si cenamos? —Procuré que mi tono sonara casual. Ella giró
con lentitud la cabeza y supe que tenía su atención—. Esta noche. ¿Y si
cenamos esta noche? Podríamos disfrutar de un ambiente más relajado y
podríamos pasar más tiempo juntos. Tendría la oportunidad de averiguar
de qué forma puedo enseñarte a ayudarte a ti misma.
—Esta noche —repitió, como si estuviera pensando.
—O el martes. O el miércoles. O cualquier otro día.
—Quieres cenar conmigo —afirmó, no era una pegunta.
—Acabas de decir que quieres más de mí. Te estoy dando la opción.
Puede ser como amigos o puede ser como médico y paciente.
—¿No sería eso cruzar una de esas líneas?
—No sería diferente de una visita a domicilio. Nos reuniríamos
fuera de la oficina y simplemente hablaríamos.
—Esta noche no puedo.
—Solo era una opción.
—¿Y el miércoles por la noche?
—Lo apuntaré en mi agenda, pero tienes que comenzar a hacer algo
por mí.
—¿El qué?
—Busca un hobby. Quiero que me cuentes de qué se trata cuando nos
sentemos a cenar el miércoles por la noche.
Por fin apareció una luminosa sonrisa en su cara que borró toda la
tristeza que nos había acompañado durante la sesión.
—Lo haré —asintió con la cabeza.
Capítulo 15
Melissa
—¿Tú qué?
—Hablamos de sexo por teléfono y me sentí culpable al querer más
de él, Ava. Además, él no me cortó en ningún momento, por eso creo que
él también lo deseaba, ¿verdad?
—Y ese es tu doctor —lo dijo como si no lo creyera.
—Brandon, sí.
—Eso rompe no sé cuántas reglas que no debería traspasar.
—Entonces te sorprenderás aún más cuando te diga que me llevará a
cenar esta noche.
—Santo cielo, debe gustarte mucho ese tipo.
—Disfruto de su compañía, sí.
—Bueno, ya era hora. ¿Quieres saber la verdad? Es excitante que sea
tu doctor. Me gustaría un buen médico de vez en cuando —bromeó.
—¿Cómo van las cosas con el padre de Logan? —me interesé.
—Es lo que hay. No estamos retomando una relación romántica, pero
está ahí para Logan cuando lo necesita. Además, paga regularmente la
manutención del niño y eso me hace las cosas más fáciles.
—Dios mío, me alegro mucho de oír eso.
—Pero volviendo a ti y a Brandon. Sabes que esto no es normal,
¿verdad? Los pacientes no tienen este tipo de relaciones con los médicos.
—Lo sé, lo sé. ¿Tan malo es? ¿Debería cancelar lo de esta noche?
—¿Qué? ¿Cancelar? ¡Diablos, no! Melissa, esto es algo bueno.
Llevo tiempo diciéndote que dejes de lidiar con la pérdida de Carl. Tienes
que entender que querer a otro hombre que no sea tu difunto marido no es
malo. Date permiso para disfrutar de esta cita.
—No es una cita.
—Es totalmente una cita. Aún no te das cuenta, pero cuando lo mires
a los ojos, te sentirás diferente.
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque cuando hablas de él, tus ojos se iluminan.
Me senté y procuré asimilar sus palabras. Tenía muchas ganas de ir a
cenar con él. No me sentía culpable por ello. Los padres de Carl aceptaron
llevarse a Sarah por la noche, e incluso parecían estar emocionados de que
saliera e hiciera algo por mí misma. La recogerían del colegio y así podría
tomarme mi tiempo para prepararme.
Por un momento cerré los ojos y vi su cara que me sonreía. El calor
que me subía por las piernas me hizo llorar y mientras estudiaba su cuerpo
en mi mente, me di cuenta de que Ava tenía razón.
Lo que fuera que sentía por Brandon, había regresado para
resarcirse.
—Ya me contarás cómo te ha ido la noche —se despidió, sonriendo
—. Tengo que regresar al trabajo.
—Gracias por hablar conmigo, Ava.
—En cualquier momento. Y recuerda, Melissa…
—¿Sí?
—Diviértete esta noche. Si hay alguien en este planeta que se lo
merece, eres tú.
Terminé mi trabajo y corrí a casa para prepararme. Sabía
exactamente lo que me iba a poner para la cena. Tenía un vestido amarillo
pálido y verde oscuro que dejaba los hombros al aire libre y quedaba por
debajo de las rodillas. Moldeaba mi cuerpo sin exagerar y me puse unos
pendientes a juego y una pulsera para acompañarlo. Me recogí el pelo, me
puse un poco de maquillaje antes de subirme a los tacones, y cuando
agarré el abrigo, llamaron a la puerta.
—Hola, Brandon —lo saludé nada más abrir.
—Intenté llamarte, pero creo que tu teléfono está apagado. No sabía
si querías que te recogiera, así que pensé en ir a la dirección de tu
historial. Si quieres nos vamos. No he reservado mesa ningún sitio.
Saqué el teléfono de mi bolso y me di cuenta de que se había
cortado. Al encenderlo, comenzó a llegar una avalancha de mensajes.
Algunos eran de Ava que me deseaba suerte y un vídeo de Sarah diciendo
que me quería mucho, mientras se llenaba la boca de palomitas de maíz.
Luego, los mensajes de Brandon llegaron a raudales, preguntando dónde
quería cenar y si venía a recogerme.
—Lo siento mucho, Brandon —le mostré el teléfono—. He debido
pulsar el botón sin darme cuenta.
—Está bien. Pensé que podríamos ir a Bestia's. ¿Has ido alguna vez?
—Nunca he ido a ese lado de Los Ángeles. Se trata de un restaurante
italiano, ¿verdad?
—Sí. Imaginé que sería algo intermedio —explicó mientras
salíamos de la casa—. A todo el mundo le gusta la pasta, ¿verdad?
—Me encanta la pasta. —Estuve de acuerdo—. Especialmente con
salsa Alfredo y queso Asiago.
—Entonces, cenaremos eso —señaló, sonriendo.
—¿Te importa si voy en tu coche? Mi visión nocturna es terrible.
—No hay problema, aunque deberías visitar al oftalmólogo —me
advirtió mientras abría mi puerta.
—Se me estropeó la vista después de tener a Sarah. Bueno, eso y mi
cuerpo.
—Melissa, mírame. —Lo miré mientras se deslizaba a mi lado
dentro del coche. Cerró la puerta y clavó sus ojos en mí. Se deslizaron por
mi cuerpo y pude sentir que me devoraba, que me quitaba todas las
prendas antes de que una pequeña sonrisa cruzara su cara—. Estás
fabulosa.
—Gracias.
Hicimos el camino al restaurante entre risas. No paraba de contarme
historias de todos los líos en los que se metió en la universidad con sus
amigos. Fiestas de borrachos y viajes de fin de semana al azar. Una noche
de relaciones que salieron mal y formas extrañas de enamorarse.
Aparentemente, uno de sus compañeros de universidad terminó
enamorándose de una mujer con la que tuvo una aventura de una noche en
un concierto. Se tiraron al suelo y de alguna manera se despertaron juntos,
durmiendo al lado de los cubos de basura. En teoría, aquello equivalía a
toda una vida de amor.
—Ahora tienen tres hijos y me burlo de ellos por gestarlos en
lugares como vertederos y detrás de tiendas de chatarra.
—¡No lo hagas! —le reñí, riendo.
—Es inevitable. Su historia es perfecta para ellos y me encanta
escucharlos cuando la cuentan.
La cena fue fabulosa. La pasta Alfredo tenía suficiente queso para
taponar mis venas durante una semana. No sentí culpa en ningún
momento, mientras me sentaba frente a Brandon, y lo tomé como una
especie de avance. Me deleitó con su sonrisa y escuché sus historias. Le
conté cómo conocí a Carl y el día en que nos casamos, y ni una sola vez
percibí dolor o angustia. Pude hablar libremente con él. Me escuchaba
atentamente, pero nunca sentí que los recuerdos me devoraran.
Tal vez estaba mejorando después de todo.
—Así que, Melissa. ¿Has pensado en ese hobby tuyo?
—En realidad, sí. Lo he hecho.
—¡Bien! Entonces oigámoslo.
—Dedicaré un rato a la lectura; es decir, compré tu libro.
—¿En serio? ¿Te apetece leerlo?
—Sí, aunque solo he leído el primer capítulo, pero estoy deseando
continuarlo.
—Tendrás que darme tu opinión, cuando lo termines.
—Lo haré, por supuesto.
Al final de la cena, la conversación se redujo. Nuestra risa estridente
se convirtió en una charla tranquila y Brandon insistió en hacerse cargo de
la cuenta. Traté de convencerlo de que podía pagar mi parte, sobre todo
porque la cena había sido por mi idea del lunes, pero él no cedió y sacó su
billetera.
Cuando llegamos a casa, me acompañó a la puerta y sentí que algo
se rompía en mi interior.
Le rodeé el cuello con los brazos y lo besé. Al principio, sentí que
daba un paso atrás. Se puso rígido y mantuvo sus manos a los lados. Moví
mis labios contra los suyos, abriéndoselos mientras me sujetaba levemente
por las caderas. Cuando me alejé, él me siguió para continuar y me abrazó
—¿Te gustaría entrar? —le pregunté con voz temblorosa.
Lo sentí asentir contra mi frente, así que me di la vuelta y abrí la
puerta. Tomé su mano y entramos en casa, pero ni siquiera encendí la luz
antes de que sus manos estuvieran sobre mí otra vez. Me quitó el abrigo
mientras nos hundíamos en el sofá y apoyé las manos en la dureza de su
pecho. Sus labios devoraron los míos, que se inflamaron bajo su presión y
luego descendieron por mi cuello.
Jadeé al sentir que me tumbaba en el sofá y saqué su camisa de los
pantalones para rozar su piel con la punta de mis dedos. Sus músculos
oscilaron al trazar su contorno lentamente. Pude sentirlo temblar mientras
sus labios salpicaban mi piel con besos. Arrastré las manos por su pelo y
lo acerqué a mí, mientras abría las piernas para que su mano se internara
entre los muslos. Cuando alcanzó mi centro, yo quería desesperadamente
que estuviera dentro.
Sus dedos bailaron sobre mis bragas mojadas y entonces asimilé lo
que estaba ocurriendo. El calor de su cuerpo. La sorprendente suavidad de
su tacto. Volví a besarlo en los labios cuando sentí que tiraba de mis
bragas y me estremecí, al notar que se movía entre los pliegues de mi
sexo.
Gemí dentro de su boca antes de apoyar la cabeza en el sofá. Las
puntas de sus dedos vagaban por mi sexo, haciendo que mis piernas
saltaran y temblaran al tocarme. Lamía mi piel y jugaba con ella entre sus
dientes y yo me arqueé sobre su mano, aplastándola mientras sus dedos se
deslizaban en mi calor húmedo. Su boca se tragaba mis gemidos y exploté
en cuanto su pulgar encontró mi palpitante clítoris.
—Joder, sí —lloriqueé de placer.
Él no dejó de moverse con suave lentitud mientras salpicaba mi
rostro de besos, sin dejar de mirarme, sabiendo que perseguía mi propio
orgasmo. Estaba muy mojada y podía sentir su polla dura como una roca
palpitando contra mí. El grosor de su miembro me robó el aliento, lo
alcancé y lo palpé hasta que él gimió en la base de mi garganta. Su aliento
era caliente y disparaba electricidad por mi columna, mientras mi coño se
apretaba. Aceleró sus movimientos y gemí por él, arañando su espalda por
encima de la camisa y clavando los talones en el sofá.
—Sí, Brandon. Continúa. Justo así. Oh Dios, santo cielo. No te
detengas. No te detengas. No te detengas.
Siguió besándome el cuello y miles de estrellas estallaron detrás de
mis ojos. Arqueé la espalda y mi sexo se aferró a sus dedos con avaricia.
No podía dejar de jadear contra su boca que se tragaba todos mis gemidos.
Todo mi cuerpo tembló bajo él y mis jugos se derramaron en su mano,
mientras me dejaba caer exhausta en el sofá.
Entonces, sucedió. Esa culpa de lento crecimiento me ahogó la
garganta.
—Quítate —susurré.
—¿Cómo dices?
—Quítate de encima —exigí con voz más dura.
Enseguida me estudió con la mirada y debió observar el pánico en
mis ojos. Se deslizó de entre mis piernas y me ofreció su mano. La rechacé
y me senté, al tiempo que mi respiración se aceleraba.
Volvió a suceder.
Había permitido que otro hombre accediera a mi cuerpo, un hombre
que no era Carl.
—¡Oh, no! —Tomé aire con necesidad.
—Melissa, escúchame. ¿Puedes oír mi voz? —preguntó,
preocupado.
—No, no, no, no, no —susurré.
—Melissa, necesito saber que puedes oírme.
—Sí. —Me faltaba el aire.
Comencé a llorar y me acurruqué en el sofá. Todo mi cuerpo
temblaba mientras las imágenes de Carl bombardeaban mi mente. Yo,
vestida de novia. Las lágrimas que caían por mis mejillas mientras
caminaba por el pasillo. La forma en que me tomó de la mano mientras
daba a luz a nuestra hija. Había profanado nuestro hogar con el toque de
otro hombre. Olí el aroma de la colonia que no era suya bajo la punta de
mis dedos.
No había tardado ni dos días en romper mi acuerdo con Brandon y,
de repente, mis gritos silenciosos empezaron a dolerme.
—Melissa, está bien. Solo déjalo salir.
Brandon estaba sentado a mi lado y me aparté. Me coloqué en un
rincón del sofá mientras me cubría los ojos con las manos. ¿Qué había
hecho? ¿Por qué diablos no podía controlarme? No podía seguir haciendo
esto con él, debía buscar otro médico y controlarme.
No podía seguir por este camino.
—Voy a abrazarte, ¿de acuerdo?
—Bien —acepté sin aliento.
—Estoy aquí. —Me rodeó con sus fuertes brazos y me llevó hasta su
pecho.
Agarré la tela de su camisa y sollocé contra su cuerpo mientras me
subió en su regazo. La culpa hacía que un sabor amargo me llenara la
garganta y enseguida comencé a vomitar. Él me inclinó hacia el suelo y
comenzó a masajearme la nuca, al tiempo que me pedía que respirara por
la nariz.
—Eso es todo. Respiraciones profundas. Estás bien, estás a salvo, y
solo somos nosotros.
—Lo siento mucho.
—No tienes nada que lamentar. —Su voz sonaba calmada y eso me
tranquilizaba.
—Estoy tan rota que…
—Ni siquiera termines esa frase, Melissa. No estás rota. Estás de
duelo. Tenemos una historia pasada, soy tu médico y eso hace que nos
sintamos confundidos, pero no has retrocedido y eso es bueno. De modo
que no vuelvas a decirlo.
—Me lancé a por ti.
—Y te tomé en mis brazos voluntariamente, no pasa nada. Estás a
salvo.
Poco a poco fui tranquilizándome en sus brazos y dejé de sollozar.
Me dolía el cuerpo de tanto resentimiento contra mí misma, así que
enterré la cara en su cuello y traté de digerir la culpa que me embargaba.
Después de todo, eso es lo que hubiera tenido que hacer en una de
nuestras sesiones.
—¿Quieres seguir hablando de ello?
—No —susurré.
—Me siento mal, dejándote así. —Se separó un poco para mirarme.
—Pero tienes que hacerlo. Te espera Max.
—Está con mi madre. No tengo que ir a buscarlo hasta mañana por
la tarde. ¿Dónde está Sarah?
—Con los padres de Carl —gimoteé.
—No has hecho nada malo, Melissa. Necesito que me escuches
cuando te lo digo. Lo que has sentido y lo que has querido hacer, no
importa si era conmigo o con otro hombre, es lo que hubiera hecho
cualquier ser humano; cualquier mujer. La culpa tarda un tiempo en
desaparecer y tú no tienes que sentirte culpable por nada. No estás
rompiendo ningún voto o promesa a nadie, al permitir algo que te hace
sentir bien.
—¿Cuándo desaparece? —Necesitaba saberlo.
—Cuanto más te permitas disfrutar de una vida que has rechazado
por tu soledad, menos impacto tendrá la culpa. Estás acostumbrada a la
relación que mantenías con Carl y no con otro hombre. Procesar que ahora
puedas estar con alguien diferente lleva tiempo, igual que procesar que
Carl se ha ido. Lo importante es aceptar la realidad y poder hacer frente a
ella.
—¿Cómo te convertiste en alguien tan inteligente?
—Supongo que fue a causa de la universidad privada a la que asistí,
hace mucho tiempo.
Me acurruqué contra su pecho y me reí, mientras él daba un suspiro
de alivio. Podía respirar, y no estaba temblando. Me dolían las
articulaciones y los ojos, pero había algo dentro de mí que no podía negar.
No importaba cuánto tardara en comprender el hecho de que Carl se
había ido.
—Por favor, no te vayas todavía. —Lo miré con gesto suplicante.
—No tenía pensado hacerlo. Me quedaré todo el tiempo que quieras.
—¿Te quedas esta noche?
Nuestras miradas se encontraron y supe que trataba de averiguar si
era una buena idea. Levanté mi mano para sostener su mejilla mientras mi
pulgar bailaba a lo largo de sus labios y, en ese mismo momento, supe el
papel que estaba destinado a desempeñar. Sí, era mi médico. Sí, fue el
hombre que me rompió el corazón cuando era adolescente. Pero también
era la persona que me ayudaría a sanar y a navegar por esta nueva
transición en mi vida. Él podía hacerme entender lo que me pasaba, para
que pudiera vivir una vida más saludable y mejor con mi hija.
Y si tenía suerte, se quedaría.
—Me preocupa dejarte en estas condiciones, así que supongo que
podría quedarme y dormir en el sofá.
Salí de su regazo y le tendí la mano. Me miró con curiosidad antes
de deslizar su mano en la mía y lo saqué lentamente del sofá. Me di la
vuelta y lo conduje escaleras arriba sin soltarlo, hasta que llegamos a mi
dormitorio.
Nos sentamos en la cama, me sostuvo cerca y deslizó sus dedos por
mi pelo, mientras yo me dormía lentamente contra su pecho. Rodeé con
los brazos su cintura, él me abrazó y, por primera vez desde que Carl
murió, me sentí atractiva.
Deseada.
Apreciada.
Y no me despertó ninguna pesadilla esa noche.
Capítulo 16
Brandon
Gemí al tiempo que mis piernas se estremecían. Me escuché jadear,
pero no estaba seguro de por qué. Algo cálido rodeaba la parte inferior de
mi cuerpo y estaba pensando que no sabía dónde estaba, en el mismo
instante en el que se agitó mi ingle. Abrí los ojos de golpe al sentir que
algo se deslizaba por mi miembro, mientras las sábanas desordenadas me
rodeaban. Miré alrededor y recordé exactamente donde me encontraba.
Traté de localizar a Melissa y se me escapó otro gemido.
Miré hacia abajo y todo lo que vi fue una cascada de pelo oscuro.
—Buenos días —saludó en voz baja.
Mierda, Melissa me estaba chupando la polla. ¿Estaba soñando?
¿Necesitaba pellizcarme? Su lengua se arremolinó alrededor de la punta y
tiró de ella, antes de que se deslizara por su garganta. La rodeó con la
mano y me incorporé apoyado en un brazo para dedicarme a mirar.
—Mmmmmm —tarareó como si estuviera saboreando un helado y
me dejé caer en la cama.
Bombeó la base de mi gruesa polla, mientras la internaba en su boca
todo lo que podía y mis piernas se tensaron. Mis bolas se balanceaban
contra las sábanas, llenas de la pócima que ella estaba acumulando. Podía
oírla sorber y gemir cuando mis caderas se arquearon y la sujeté por la
melena antes de acariciarle la mejilla con la otra mano.
Nos miramos y sonrió sin soltar mi miembro que resbalaba en su
boca húmeda. Al verla entre mis muslos, supe que no había nada más
bonito. Tenía los labios inflamados por el constante movimiento y sus ojos
brillaban con deleite. La mujer que había acunado por la noche en mis
brazos había experimentado un giro drástico, pero estaba decidido a
absorber cada momento que pudiera.
—Me encanta —dije, sonriendo.
Entonces, como si tratara de lucirse, su mano cayó a un lado. Me
agarró por las nalgas y las arañó suavemente. La vi llevarse toda mi polla
al fondo de su garganta mientras sus ojos permanecían conectados con los
míos.
—Joder, Melissa. Mierda —gemí al sentir que mis pelotas se
contraían de placer.
Encerró mi miembro en su boca y yo dejé caer la cabeza en la
almohada. Su nombre estaba pegado en la punta de mis labios mientras me
chupaba. Al bombear, movía sus mejillas muy rápido y mis dedos
apretaron las sábanas.
Nunca pensé que volvería a tenerla así, era como revivir todas
sensaciones.
—Melissa. Estoy tan cerca. Mierda. Mierda, mierda, mierda.
Sentí que se metía toda la polla en la boca y eso fue todo lo que hizo
falta. Levanté las caderas para encontrarme con su cara, los talones
clavados en el colchón. Mi leche se derramó por su garganta mientras me
tragaba entero, gimiendo de placer por el regalo que le estaba dando.
Sudoroso y temblando de placer, sentí que sonreía alrededor de mi
erección mientras me retorcía en el aire.
Luego, caí de nuevo en su cama mientras la habitación giraba
alrededor.
Ella empezó a recorrer mi cuerpo con los labios inflamados y fue
dejando un reguero de besos hasta que cayó en el hueco de mi brazo. Se
acurrucó a mi lado y rodeó mi pecho con un brazo mientras me acariciaba
la oreja con su nariz.
Me giré hacia ella y la besé en la frente.
—Buenos días —la saludé con los labios pegados a su piel.
—Buenos días —respondió ella, riéndose.
—¿Qué demonios ha sido esto? No es que me queje, pero no imaginé
que tuvieras algo así en tu mente, después de lo de anoche.
—Quería darte algo para compensarte. Me desmoroné antes de que
pudieras tener lo tuyo.
—Melissa, mírame.
Alzó la cara y la luz del sol que se colaba por la ventana arrancó
destellos en sus ojos. Por primera vez en años, me deleité con las motas
doradas de sus ojos oscuros. Me acarició la mejilla y giré la cabeza para
besar su palma antes de hablar.
—No tienes que pagarme por nada. Lo que hice anoche, fue porque
quería hacerte sentir bien. Deseaba sentir tu cuerpo de nuevo, pero no me
debes nada.
—Excepto el pago de nuestras sesiones de terapia —me recordó,
sonriendo.
—¿Era una broma? ¿Acabas de hacer una broma?
—Tal vez —sugirió, guiñando el ojo.
—Es maravilloso verte de tan buen humor. —Me alegré, mientras
giraba mi cuerpo hacia ella—. ¿Cómo estás?
—¿Sinceramente? Todavía estoy un poco confundida. Inquieta. Pero
si interpreté bien lo que me dijiste anoche, no puedo permitir que mi
estado interfiera en lo que deseo. Esta mañana, al despertarme, quería
darte lo que tú me diste y lo he hecho.
—Y fue maravilloso. —Acaricié su mejilla.
—Gracias por quedarte anoche —musitó.
—Y todas las veces que me necesites. Cuando quieras. Me
tranquiliza saber que estás de mejor humor esta mañana. Y gracias por ser
sincera conmigo.
—Sólo así podré mejorar. —Sonó decidida.
—Y estaré aquí todo el tiempo que me necesites.
No quería salir de la cama pero tenía que prepararme para ir al
trabajo. Afortunadamente, el día anterior llevaba otra ropa y solo
necesitaba darme una ducha para ir directamente a la clínica.
Ella hizo café, me entregó un termo y dijo que ya se lo devolvería
después. Me besó en la mejilla y se despidió en la puerta mientras me veía
marchar.
Nunca me había sentido tan cerca de lo que yo ansiaba para mi vida
y tuve aquella sensación durante todo el día, lo que me distrajo bastante de
mis pacientes.
Las dos últimas citas se cancelaron y fui a casa de mi madre a
recoger a Max. Salió de la casa y saltó a mis brazos, declarando que quería
comer pizza con el tío Michael. Agradecí a mi madre que se hubiera hecho
cargo de él por la noche y me despidió con un abrazo y un beso en la
mejilla.
—Ya era hora de que salieras con una mujer. —Sonrió al decirlo—.
Espero que te hayas divertido.
Le aseguré que lo había hecho antes de abrochar el cinturón de
seguridad a Max. Luego llamé a Michael y nos reunimos con él. Nos
sentamos, pedimos pizza y bebidas, mientras Max coloreaba en su libro de
dibujos, y noté que Michael no me quitaba el ojo de encima.
—Estás diferente —observó.
—¿Qué?
—Que te veo diferente. ¿Has perdido peso?
—No. No que yo sepa.
—¿Has ganado peso?
—No puedo decir que lo haya hecho.
—Entonces, ¿qué pasa? —Me miró extrañado.
—Papá está gracioso —apuntó Max, riéndose.
—Gracias, amigo. Te lo agradezco.
—¿Ves? Hasta Max sabe que hay algo diferente. Suéltalo —insistió
Michael.
—Esta no es una conversación apropiada para que la escuche Max.
—Entonces habla de forma ambigua. Vamos... sé que tienes algo que
te ronda por la cabeza.
—Habla, papá. El tío Mike lo ha dicho —repitió Max.
—Yo escucharía a tu hijo si fuera tú, —Mi amigo me guiñó un ojo.
—Está bien. Está bien. ¿Recuerdas el nuevo paciente por el que
estaba nervioso?
—El lunes a las tres. Sí. ¿Qué hay del paciente?
—Bueno, las cosas han progresado. —No pude evitar una sonrisa.
—¿Cómo ha ocurrido?
—El paciente ha estado llamando con frecuencia. Ya sabes, solo para
hablar. Nuestras sesiones han sido productivas y parece que estamos
desempolvando muchas cosas.
—¿Está obteniendo algunas de las respuestas que busca?
—¡Tiempo de respuesta! —exclamó Max que se estaba divirtiendo.
—Hora de la respuesta, en efecto —reconocí, mientras le revolvía el
pelo.
—¿Ya hay pizza? —Max se removió inquieto.
—Diez minutos más, amigo. —Traté de calmarlo.
—¿Se han roto los límites? —Michael entró en terreno pantanoso.
Supe que me había ruborizado al sentir que un calor llegaba a mis
mejillas. Pensé en la noche anterior y en lo suave que resultaba su piel al
roce de mis dedos. Sus muslos se abrieron para mí, dando paso a cada uno
de mis movimientos para acercarme a su coño palpitante. El aroma que la
envolvía despertó en mí un deseo carnal que no había experimentado
desde el instituto. Recordé lo cálida que era su boca alrededor de mi
furiosa polla y la suavidad de su sexo entre mis dedos.
Melissa era preciosa en formas que nunca hubiera podido ver en mis
sueños más salvajes. Cuando regresé de mis pensamientos y miré a
Michael, estaba absolutamente aturdido.
—Amigo, nunca había visto esa mirada en tu cara —dijo
preocupado.
—¿Qué mirada?
—¡Amigo! ¡Pizza! —exclamó Max.
La pizza estaba ante nosotros, y mi hijo puso un trozo en su plato.
tenía una pinta estupenda, cubierta de queso y de salsa pero se me había
quitado el apetito. El recuerdo del aroma de Melissa seguía
envolviéndome y todavía podía sentir su calor alrededor de mi polla.
—Oh, lo tienes mal —pronosticó Michael.
—No sé qué hacer. Es mi paciente, Michael. Pero no soy yo el que
fuerza los límites. Ella pregunta, necesita empezar a sentir… ella me
llama y yo...
—¿Tú qué?
—Mmmmm, pizza —tarareó Max.
—Tranquilo, amigo, o te dolerá la barriga —le advertí en tono
suave.
—No. —Fue tajante.
—Max, más despacio —indiqué un poco más severo.
—¡No!
—Max, escucha a tu padre —aconsejó Michael antes de mirarme—.
Termina lo que has empezado a decir.
—¡Acaba! ¡Termina! ¡Termina! —nos imitó mi hijo.
—Max, cálmate o te llevaré a casa.
—No quiero.
—Cómete la pizza y cálmate o no tendrás postre. —La advertencia
fue clara.
—Oh, el postre. Mejor que te comportes, Max. Quiero comer un
postre con mi mejor amigo. —Michael se inclinó hacia Max y lo animó a
continuar con su pizza.
Suspiré y me incliné hacia atrás en la silla mientras Max empezaba a
comer más despacio, pero mi mente seguía acelerada. Podría perder mi
licencia si esto se supiera. Podría destruir todo por lo que había trabajado.
La razón por la que me casé con aquella perra pretenciosa en la
universidad podría irse por el desagüe si se supiera que estaba intimando
con uno de mis clientes.
—Te voy a dar un consejo. —Michael decidió tomar partido.
—Oh, aquí vamos. —Rechacé su ofrecimiento con la mano.
—Cállate y escucha. Transfiérela. A mí, o a David, o a cualquier otra
persona de la oficina. Nunca te había visto así antes con otra mujer. Veo
que ella te hace bien, a nivel personal, por eso no hay razón para que sigas
arriesgando tu trabajo si todavía sientes algo por ella.
—Estamos progresando en sus sesiones.
—Pero sabes que esto no está bien a nivel profesional. Podrías
arruinarlo todo, especialmente con la gira de este libro que se avecina. La
mierda siempre sale a la luz durante las giras de libros. Es prácticamente
la Ley de Murphy. Aunque cambie de manos temporalmente, sabes que eso
es lo que tienes que hacer.
—Sinceramente, ni siquiera sé cómo será entre nosotros a partir de
ahora.
—Bueno, ¿cuándo la has visto por última vez?
—Esta mañana.
Michael me miró con los ojos muy abiertos y se quedó
prácticamente sin palabras.
Dejé escapar un suave gemido y me cubrí la cara con las manos,
mientras Max buscaba su segundo trozo de pizza. Sabía lo que pasaba por
la cabeza de mi amigo y que la cuerda floja por la que caminaba se hundía
lentamente bajo la presión de mi cuerpo.
Pero se trataba de Melissa. La mujer que perdí.
—Transfiérela —estableció Michael—. Eso es lo primero. ¿Has
considerado pedirle disculpas?
—¿Por qué?
—Todo aquel asunto de Rusia —murmuró echándole un vistazo a
Max.
—Hablamos de eso en la última sesión.
—¿Te disculpaste?
—No. Le dije lo que pasó y por qué lo hice, pero no recuerdo si me
disculpé o no. Esa sesión fue un poco extraña.
—Entonces empieza por ahí. Llámala y ten una conversación con
ella. Sé sincero y directo. Pídele perdón por toda la mierda que le hiciste
pasar cuando te comprometiste con el profesor e hiciste aquel trato; luego,
le explicas el aprieto en el que te has metido y que debes transferirla.
Parece una mujer inteligente y estoy seguro de que lo entenderá.
Sabía que Michael llevaba razón. Tenía mucho por lo que
disculparme y ella necesitaba cerrar ese asunto para procesar muchas de
las cosas que le afectaban en la actualidad. A veces, el simple
conocimiento de las cosas no bastaba. Pero no sabía si podría dejar
nuestras sesiones. Disfrutaba al verla y, sobre todo, si terminaba mis lunes
con ella. Habíamos progresado mucho y estaba seguro que era de más
ayuda, hablar con alguien que estaba involucrado en los acontecimientos
la habían llevado a mi consulta.
—Llámala, Brandon —pidió Michael—. No pongas en peligro tu
carrera. Si ella se preocupa por ti, igual que tú por ella, no querrá que tires
todo esto por la borda.
—Lo sé. Lo sé.
—Nunca te había visto actuar así con una mujer y me alegro por ti.
Pero tienes que andar con cuidado. No quiero verte herido.
—Lo entiendo. Lo sé y llevas razón. ¿Vale? —Traté de hacerle
callar.
—¿Por qué te enfadas?
—No me enfado.
—Adivine de nuevo, doctor jefe. Ahora, ¿por qué está enfadado? —
intervino Max.
Miré a mi hijo y me fijé en su rostro lleno de salsa de pizza.
Al ver que no respondía, continuó coloreando en su cuaderno y eso
me hizo recordar el día que nació. Lo sostuve en mis brazos por primera
vez y me invadió un sentimiento inexplicable. Evoqué sus primeros pasos,
sus primeras palabras, la primera vez que orinó en el baño y la primera
que enfermó. Recordé nuestro primer viaje al hospital y su primer día en
la guardería. Su primer disparo con la pistola de juguete y su primera
rodilla raspada.
Mi hijo merecía algo mejor que lo que le habían dado; algo mejor
que la vida en la que lo había metido.
—Se merece algo mejor —dije.
—Entonces dáselo —aconsejó Michael—. Llámala y empieza el
camino hacia ese algo mejor.
Capítulo 17
Melissa
«Me encantaría volver a salir contigo, si me lo permites».
Leí su mensaje una y otra vez en la hora del almuerzo. No podía
creerlo. Me reía como una colegiala mientras buscaba el teléfono y
llamaba a los padres de Carl. Quería saber si estarían dispuestos a
quedarse con Sarah de nuevo y me quedé extasiada cuando dijeron que no
les importaba. También comentaron algo sobre una noche de películas y
palomitas de caramelo, pero no presté atención. Todo lo que podía pensar
era en salir con Brandon de nuevo.
—Es maravilloso que salgas más a menudo. —Se alegró la mujer.
—Gracias, Joanne. Sinceramente, no sabía cómo resultaría. Ya
sabes, con todo lo que está pasando.
—¿Puedo ser sincera contigo, querida?
—Por supuesto. Puedes decirme cualquier cosa. Ya lo sabes.
—Me alegro que vuelvas a ser tú y recuperes tu vida.
—¿Tú crees?
—Melissa, nuestro hijo te amaba. Eras su mundo entero. Pero
cuando él murió, te desmoronaste. Mark y yo te vimos hundiéndote
durante meses y no teníamos ni idea de cómo ayudar. Has sufrido
demasiado tiempo, cariño. Se fue hace casi tres años.
—Lo sé.
—Y quiero que sepas algo. Somos los abuelos de Sarah y sabemos
que nunca le presentarías a alguien que pensaras que le haría daño. Con
quienquiera que elijas pasar tu vida, si es que hay alguien, será bienvenido
por nuestra parte.
—¿Cómo dices?
—Necesitas un sistema de apoyo y parece que poco a poco lo vas
consiguiendo. Melissa, te quiero como la hija que nunca tuve. No solo es
hora de que sigas adelante y encuentres tu propia felicidad, sino que quiero
alegrarme de esa felicidad contigo. Tómate tu tiempo. Diviértete esta
noche. Podemos quedarnos con Sarah hasta la tarde, si quieres. Además, a
Mark le gusta ver los dibujos animados de la mañana con su nieta.
—Muchas gracias, Joanne —susurré.
—Disfruta esta noche. Recogeremos a Sarah de la escuela.
Le envié un mensaje a Brandon diciéndole que esta noche sería
maravillosa y chillé de alegría. Estaba emocionada por la perspectiva de
besar a Brandon de nuevo. Toda la semana había sentido el recuerdo de sus
labios sobre los míos y saber que los saborearía muy pronto me hacía
estremecer de los pies hasta la cabeza.
Fuimos al Sushi Gen. No había comido sushi en años y paladeaba
cada bocado. Brandon estaba increíble con el traje negro que llevaba. El
azul claro de su corbata hacía juego con sus ojos y contrastaba con la
camisa oscura que incitaba a desabrochársela y a estirar la mano para
arrancársela. Sonrió al verme comer con tanto apetito y, entonces, dijo
algo que me pilló desprevenida.
—Lo siento.
Dejé de masticar y puse los palillos sobre la mesa.
—¿El qué? —Pregunté mientras tragaba.
—Todo.
—Tendrás que ser un poco más específico. —Moví las manos,
riéndome.
—Todo lo relacionado con Anfisa.
Sentí que me ruborizaba y comencé a pensar en lo que implicaba que
me hablara de eso precisamente.
—¿Era ese su nombre? —Hice la pregunta con cautela.
—Sí. Era su nombre. Y quiero pedirte disculpas.
Vi un destello de dolor en sus ojos claros y cómo su brillo se
desvanecía en una nube de tormenta vacía. Se extendió por su cara y tensó
sus hombros, confiriéndole un aspecto sombrío.
Era la primera vez que veía al confiado Brandon Black sucumbir a
algo más que al orgullo.
—Gracias por disculparte. —Las palabras salieron sin pensarlo
mucho.
—Lo que te hice estuvo mal. Debí haber sido sincero y contarte mis
planes. Al menos, debería haber confiado en ti. Debí saber que no harías
nada que pusiera en peligro lo que estábamos...
Cubrí su mano con la mía y le di un apretón para calmar sus nervios.
—Gracias por disculparte.
El me miró a los ojos y sin agregar nada más, asintió.
Cuando subimos a su coche después de la cena, me di cuenta de que
no íbamos a mi casa. Vi pasar las calles mientras circulábamos por una
parte de la ciudad que no conocía, pero en el momento en que nos
detuvimos en la entrada, supe dónde estábamos.
Su casa era tal y como la había imaginado, espaciosa y sencilla.
Tenía aquel aire de riqueza inevitable que imperaba en aquel barrio, pero
sin ser ostentosa. A la entrada, el porche estaba decorado con una mesa y
varias sillas, sobre un suelo de madera que brillaba incluso a la luz de la
luna, pero no pude verlo bien antes de que chocara sus labios contra los
míos.
Nuestra ropa cayó al suelo cuando subimos las escaleras. Sus manos
estaban por todas partes, acariciando mis pechos y tirando de mi vestido.
Su lengua ardía y enviaba llamaradas por todo mi cuerpo. Ambos caímos
sobre su cama y deslicé las manos por sus marcados músculos mientras
me desnudaba.
Me llenó de besos por todas partes, hasta llegar a mis pechos. Tomó
entre los labios un pezón y yo recorrí con los dedos su pelo, enredando en
ellos gruesos mechones oscuros. Nuestras caderas chocaron mientras él
recorría mi cuerpo con las manos, dibujando cada curva y bajando
mientras su lengua se movía por mis senos.
Mi cuerpo temblaba de anticipación y cuando se acercó a las estrías
que cubrían mi estómago, hice ademán de alejarme para que no viera las
líneas que rasgaban mi piel.
Brandon me retuvo, con las manos clavadas en las caderas, y besó
todas y cada una de las líneas rojizas; dibujó con la lengua el contorno,
dejando marcas brillantes. Separó con las manos mis muslos y jadeé en
busca de aire, cuando sus labios descendieron sobre mi sexo. Mi clítoris
palpitaba por él, inflamado y listo para ser liberado.
—Eres más preciosa de lo que nunca soñé que serías.
Lo dijo como un secreto. Un murmullo para sí mismo, como si
tratara de convencerse de que esto estaba pasando. Su lengua se deslizó
lentamente en mi interior y la agitó, arrancándome un estremecimiento.
Quería que lo hiciera de nuevo.
Lamió la humedad que provocaba mi excitación y deseé que me
tragara entera. Levanté la vista y gemí, agarrando con fuerza los mechones
de pelo que tenía en las manos para que enterrara su cara en mi coño.
Movió la lengua de nuevo, tocando todos los lugares correctos y supe que
estaba a punto de estallar de placer.
—Por favor, Brandon. No te detengas. Mierda, esto es maravilloso.
Oh, mierda. Lo haces tan bien. Sí.
Lo acerqué a mí cuando ya no podía controlarme más. Tensé las
piernas y, de repente, comencé a temblar. Me estremecía a su merced, mis
pechos oscilaban y él seguía torturándome sin piedad, con suaves
mordiscos que me hacían jadear.
En el instante en el que retrocedió, supe que lo quería todo.
Lo único que yo deseaba era ser suya.
Lo invité a subir por mi cuerpo, con las manos todavía en su pelo. Le
indiqué que se acostara y me puse a horcajadas. Me abrí a él y acaricié mi
sensible clítoris con su polla, al tiempo que presionaba su pecho con las
manos y observaba su rostro sudoroso.
—Tomo la píldora, en caso de que te lo preguntes —advertí con voz
ronca.
—¿Estás segura, Melissa? Porque esto no tiene por qué ocurrir. Me
basta estar aquí contigo para ser feliz.
Acarició mis muslos con las manos y todo mi cuerpo se estremeció.
Si supiera lo que me provocaba con su toque, lo que siempre había sentido.
Cerré los ojos y, sin decir una palabra más, agarré su miembro y lo puse en
mi entrada. Sus ojos se fijaron en cada uno de mis movimientos, como si
quisiera verse a sí mismo deslizarse en mi interior. De modo que me
incliné lentamente para permitirle que viera mi cuerpo sentado sobre el
suyo.
—Oh, mierda —jadeó.
Apoyé las manos en su pecho y las suyas volaron hacia mis caderas
para ayudarme a moverme. Cerró los ojos y pensé que era el hombre más
guapo del mundo. Me incliné y lo besé en los labios al tiempo que
acrecentaba la ondulación de mi cuerpo sobre el suyo.
Al incorporarme, me di cuenta de que me estaba mirando y antes de
que pudiera reaccionar, me puso de espaldas.
—¿Para qué haces eso? —pregunté, riéndome.
—No quiero perderme ni un momento contigo.
Entonces, marcó un ritmo furioso. Su enorme polla se deslizó dentro
y fuera de mí, estirándome mientras mis paredes se expandían para
acomodarla. Giré las caderas para encontrarme con las suyas y contemplé
sus labios fruncidos con placer mientras continuábamos moviéndonos sin
parar.
—Joder, Melissa. Estás tan apretada. Mierda, esto es increíble.
Apoyó la cara en mi cuello mientras se hundía profundamente en mi
interior. Rodeé sus caderas con las piernas para acercarlo, el aroma a sexo
impregnaba el aire y ambos jadeábamos y gemíamos sin control. Mi coño
tiró de su miembro cada vez más dentro de mí hasta que supe que ya no
podía subir más alto, que la cota de placer había llegado al máximo, y
quería que se desplomara conmigo, como si cayéramos de un precipicio.
Anhelaba aferrarme a su cuerpo para susurrarnos palabras de amor en la
noche.
—Brandon, por favor, córrete conmigo —supliqué al borde de ese
maravilloso abismo.
Atrapó mi boca con la suya y siguió martillando sus caderas contra
las mías. Mis senos saltaban contra su pecho y arrastré las puntas de los
dedos por su espalda. Mis gemidos se convirtieron en quejidos que
derivaron en lamentos y solo pude escuchar el sonido de mi sangre
tronando en los oídos.
—Ya estoy llegando. Ven por mí, Melissa. Exprime mi polla para
que me corra contigo.
Me aferré a él, metí la cara en su cuello y hundí los dientes en la
carne de su hombro. Él gimió dentro de mí, penetrándome profundamente,
y todo mi cuerpo tembló al sentir que ambos alcanzábamos el clímax. Mi
coño ordeñaba su polla, succionando toda su leche mientras me marcaba
como suya.
Igual que hizo hace tantos años.
Nos tumbamos bajo la luz de la luna que se filtraba por la ventana,
desnudos y jadeando. Todavía estaba dentro de mí y su respiración agitada
se entremezclaba con ligeros estremecimientos. Intentó moverse, pero yo
lo atraje hacia mí para sentirlo más profundo. Más adentro de mi cuerpo.
—Estoy aquí, Melissa. No voy a ninguna parte —me susurró al oído.
Esa noche me quedé dormida en su cama, antes de sentir que me
sacaba la polla de entre las piernas.
Capítulo 18
Brandon
Me desperté a la mañana siguiente con la melena de Melissa
esparcida por mi pecho. Acaricié su cuerpo desnudo con la punta de los
dedos y ella se acurrucó a mi lado. La luz del sol se reflejaba en su piel
desnuda, confiriéndole una luz especial, y no pude evitar sonreír. Parecía
un ángel dormido. Su pecho se elevaba y caía con suaves ronquidos. Eso
hizo que me preguntara, si habría dormido mejor conmigo, como yo con
ella.
Jugué con su pelo y dibujé figuras en su espalda hasta que se movió.
Gruñó y se estiró, con una pierna entre las mías. Me miró y me besó en el
estómago, lo que hizo que sonriera mientras la veía parpadear con ojos
somnolientos.
Incluso en su estado adormilado, las manchas amarillas de sus ojos
marrones brillaban con los rayos del sol.
—Tengo que ir a buscar a Sarah —anunció, de repente.
—Ya iba a despertarte, si no te movías. Yo también tengo que ir a
por Max.
—¿A casa de tu madre? —Se sentó en la cama.
—Sí. ¿Tú iras a casa de tus suegros?
—Sí.
Dejó caer la sábana que cubría su cuerpo y me quedé mirando sus
pechos. Estiré una mano y rocé sus suaves curvas que me atraían como un
imán. Rodeé sus hombros con los brazos y la atraje hacia a mí mientras se
reía.
—Si no nos levantamos, no podremos recoger a nuestros hijos —me
advirtió en tono divertido.
—¿Y si te dijera que no estoy listo para dejarte ir todavía?
—Te diría que eres un insensato, porque te recuerdo que tenemos
hijos —me regañó, riéndose de nuevo.
—¿Y si quedamos para almorzar con los niños?
Inclinó la cabeza para mirarme mientras pensaba en lo que le había
dicho, como si considerara la oferta. Luego se levantó y me dio un
pequeño beso en la punta de la nariz.
—Creo que suena bien —aceptó.
Nos levantamos, nos vestimos y de mala gana la metí en un taxi. Me
hubiera gustado llevarla a su casa y asegurarme de que llegaba bien. Pero
ella insistió en irse en transporte público porque tenía que ir a por su
coche.
Cuando la vi marchar, tuve la sensación de que me invadía un vacío
que sabía cómo llenar.
Me hubiera gustado que no se fuera.
Cuando recogí a Max de casa de mi madre, comprobé que estaba de
mal humor. Todo lo que le pedía era contestado con negativas y cuando
llegamos al restaurante, estaba insoportable. Estacioné al final del
aparcamiento mientras él pateaba y gritaba que quería ir a casa para ver
más dibujos animados.
—Vamos a ir a ver a unas nuevas amigas, Max. ¿No quieres conocer
nuevas amigas? —Intenté convencerlo.
—¡No! ¡Dibujos!
—Max, ya has visto suficientes dibujos animados en casa de la
abuela. Ahora es hora de ir a conocer a una de las amigas de papá.
—¡No, no, no! ¡No hay amigas!
—Max, ¿por qué te pones así?
—Quiero ir a casa y ver los dibujos animados —repitió, llorando.
—Los chicos que se portan mal, no pueden ir a casa y conseguir lo
que quieren —aclaré.
En ese momento, alguien golpeó con los nudillos la ventana del
coche. Al girarme, vi a Melissa y su rostro era la viva imagen de la
simpatía. Supe que la niña que iba de su mano era Sarah, sobre todo por el
gran parecido que tenía con ella. El mismo pelo largo y negro. Los mismos
rizos sueltos. Los mismos ojos marrones con esas manchitas doradas,
aunque su boca era diferente.
Imaginé que había heredado la mandíbula de su padre.
—¡Papá! ¡Dibujos! —gritó Max.
—¿Quiere ir a ver dibujos? —adivinó Melissa.
—Así es.
—¿Puedo ayudar?
—Oh, no. Se calmará en un rato. Cuando se pone nervioso, lo mejor
es dejar que se le pase.
Sarah se aferraba a la pierna de su madre, pero ella la alejó con
suavidad y abrió la puerta del coche. Me fijé en la niña que seguía pegada
a su madre, como si no quisiera perder el contacto al estar frente a un
extraño como yo. Parecía indecisa y preocupada por la situación. Al
escuchar los gritos de Max, se puso tensa y se abalanzó hacia su madre,
pero tropezó y casi cayó al suelo de no ser porque la sujeté por los brazos.
—¿Estás bien? —La miré preocupado.
Se puso de pie y comenzó a llorar. Estaba abrumada por todo lo que
la rodeaba y miraba a mi hijo y a Melissa, mientras las lágrimas llegaban a
sus ojos. La había asustado, eso era seguro y no le quitaba el ojo de encima
a Max. Ella acariciaba lentamente su cabeza al tiempo que trataba de
calmarlo, pero él se apartó, dándole un golpe en la mano y gritando que se
detuviera. Ella ignoró su pataleta y continuó tranquilizándolo, así que
volví a centrarme en su impresionada hija.
—Me gusta tu arco. —Traté de iniciar una conversación.
Pero todo lo que hizo fue alejarse más.
—Ese es mi hijo, Max. No está muy contento porque quiere ver
dibujos animados. ¿Te gustan los dibujos animados?
La vi asentir con la cabeza cuando la rabieta de Max empezó a
disminuir.
—¿Cuál es tu favorito?
Miró a su madre que seguía atendiendo a Max y luego se giró hacia
mí, antes de mirar a sus pies.
—Bugs Bunny. —Apenas pude escucharla.
—¿Bugs Bunny? A mí también me gusta. —Sonreí y me senté.
—¿Te gusta? —Se mostró interesada.
—¿Tienes un bocadillo favorito para cuando ves los dibujos
animados?
—Cereales de colores —dijo—. O palomitas de caramelo.
—Están deliciosas. Tal vez podríamos tomarlas después de comer —
sugerí al ver que daba un paso hacia mí.
Eché un vistazo a Max y comprobé que estaba más calmado. Melissa
había desabrochado su cinturón y lo invitó a salir del coche. Él extendió
los brazos y se aferró a su cuello. No podía creer lo que estaba viendo,
pero antes de que pudiera levantarme y quitárselo, lo sentí.
La mano de Sarah se deslizó lentamente dentro de la mía.
Melissa miró hacia abajo y jadeó ante el gesto. La conmoción que
observé en su cara fue evidente y, mientras estaba de pie con la mano de su
hija en la mía, no podía creer cómo Max se había acurrucado contra su
cuerpo. Ya no lloraba y era la primera vez que permitía que lo abrazara un
extraño.
—Nunca había visto que tomara de la mano a alguien con tanta
facilidad. —Señaló a Sarah con la cabeza.
—Podría decir lo mismo de ti y de Max.
Por un momento, simplemente nos quedamos allí, mirándonos. El
pelo de mi hijo estaba alborotado en su hombro, mientras la pequeña
agarraba mi mano con fuerza. Max, el desafiante niño de cuatro años que
fue abandonado por su madre y tomaba berrinches, permitía que una mujer
a la que no conocía lo abrazara.
Y Sarah, la tímida y tranquila hija de un hombre que había muerto
antes de que cumpliera un año, se acercaba a mí como si tuviera la certeza
de que haría lo que fuera por protegerla.
—¿Señor?
—¿Sí, Sarah?
Extendió las manos hacia mí y rápidamente la tomé en mis brazos.
Al mirar a Melissa, descubrí lágrimas en sus ojos y por primera vez en mi
vida me sentí satisfecho.
Nos dirigimos los cuatro al restaurante y cuando abrí la puerta, supe
que había tomado la decisión correcta.
Así era como debían haber sido nuestras vidas desde el principio.
Capítulo 19
Melissa
Estaba emocionada por la cita que tenía con Brandon. El almuerzo
con los niños había ido de maravilla y estaba impresionada por el hecho de
que Sarah congeniara tan bien con él, incluso permitió que la ayudara con
su comida. Fue la cosa más sorprendente que había visto y, cuando
regresamos a casa, mi corazón latía apresurado.
Cuando llegué a la puerta de la clínica, esperé en el coche y cerré los
ojos para recuperarme. No podía dejar de pensar en lo increíble que había
estado Brandon la noche anterior. La forma en que su polla me llenó
mientras sus manos vagaban por mi piel, fue como si no le importara que
tuviera estrías. Evoqué como había besado cada centímetro de mi cuerpo y
supe que tenía que controlarme al sentir que me excitaba. No podía acudir
a la cita y sentarme allí, durante una hora, con las bragas mojadas.
Cuando llegué a su consulta, llamé con los nudillos para asegurarme
de que la sesión anterior había terminado. Enseguida giró el pomo y me
encontré frente a su rostro sonriente. Me hizo pasar y me pilló de sorpresa
cuando cerró tras de mí, tiró de mi brazo y me aplastó contra la pesada
puerta.
Apresó mis labios con los suyos y dejé caer el bolso al suelo al
echarle los brazos al cuello. Me subió a horcajadas sobre sus caderas, de
modo que mis talones se clavaban en su culo, y los pezones se me pusieron
como crestas dolorosas contra la blusa. Cuando dejó de besarme, gimió mi
nombre y deslizó los labios por mi mejilla mientras me llevaba hasta su
escritorio.
Estaba muy excitada y tenía las bragas mojadas. Nos desnudamos
con rapidez, dejando caer la ropa al suelo sin que sus labios abandonaran
mi cuerpo.
Solo regresé a la realidad, cuando sentí que desabrochaba el cierre
del sujetador.
—Brandon… —susurré.
—Oh, Melissa.
—Brandon —repetí un poco más fuerte.
—Joder, me encanta tu sabor.
—Espera, espera, espera.
Presioné mis manos en su pecho y lo empujé hacia atrás. Él me miró
con ojos entornados, sin dejar de acariciarme un seno desnudo y, por un
segundo, me deleité con su toque. Rodaba el pezón entre los dedos y me
costó trabajo no gemir y entregarme a él en ese mismo momento.
—¿Esto no… no podría, ya sabes, meterte en problemas?
Estudié su mirada mientras me recorría las caderas con las manos.
Comenzó a subir la tela de mi falda y dejó expuestos mis muslos.
Lentamente, deslizó los ojos por mi cuerpo y se lamió los labios, lo que
me dio a entender que no me había oído.
—Técnicamente, podría —dijo por fin—. Si alguien se enterara de
que estamos teniendo sexo en la consulta. Si, además, es sexo con una
paciente, entonces, las cosas podrían salir mal.
Deslizó una mano por mi pierna y me recorrió un estremecimiento
de los pies a la cabeza. Con la respiración entrecortada, apoyé mi frente en
la suya y me arqueé en el escritorio. Brandon acababa de meter una mano
entre mis muslos e indagaba con los dedos por encima de las bragas.
Extendí los brazos mientras se inclinaba hacia mí, me besó los pechos y
atrapó un pezón entre los dientes.
—No deberíamos… —dije, jadeando.
—Pero, es lo que deseo.
—No quiero meterte en problemas.
—Si quieres que me detenga, lo haré. —Sus dedos se detuvieron.
El deseo corría por mis venas y la piel me escocía de añoranza por
volver a sentir su tacto. Con el corazón acelerado, abrí los ojos para
recibirlo y observé sus pupilas dilatadas por la lujuria. Le temblaban
ligeramente las manos, como si temiera que le dijera que se detuviera.
—Supongo que tendré quedarme en silencio —admití con una
sonrisa.
Él cayó de rodillas. Me recosté y separé las piernas mientras me
quitaba los zapatos y las bragas. Su lengua castigó los labios de mi vagina,
chupando y sorbiendo mientras yo creía que moría entre gemidos y más
gemidos. Subió mis piernas en sus hombros, antes de ponerse de pie y las
dobló, presionando contra mi estómago, mientras su lengua golpeaba en
todos los lugares que sabía que harían enloquecer.
—Oh, mierda. Mierda. ¿Qué diablos es esto? — Me faltaba el aire.
—¡Shh! —chistó.
Mi espalda golpeó la madera mientras mis piernas se apretaban
alrededor de su cuerpo. Su lengua presionaba más y más profundamente
contra mi clítoris, al tiempo que sus manos desabrochaban la hebilla de su
cinturón. En un segundo, escuché caer los pantalones al suelo. En
cualquier momento, alguien podría entrar y encontrarnos. En cualquier
momento, Brandon podría meterse en serios problemas y eso me recordó
las veces que tuvimos sexo bajo aquel hermoso roble, temiendo que mis
padres nos atraparan.
—Estás tan jodidamente mojada —murmuró Brandon—. Tu sabor
me encanta.
Comencé a temblar de placer, todo mi cuerpo gritaba por él. Me
aferré a la mesa con fuerza, Brandon me tenía inmovilizada y no podía ir a
ninguna parte, no podía hacer nada más que soportar el ataque de su
lengua mientras mi coño goteaba sobre la madera fría de su escritorio.
Estaba a punto de correrme cuando se echó atrás. Me levantó en brazos y
me llevó a su sillón, sentándome a horcajadas. Su enorme polla se hundió
en mi coño que lo acogió con avaricia y, entonces, tuve una revelación:
nunca había deseado a nadie como a él.
Empecé a moverme para que su miembro frotara mi clítoris
inflamado. Lo abracé con un hambre voraz, nuestras bocas devorándose y
las lenguas danzando como un fuego salvaje. Brandon me sujetó por las
caderas, sonrió y me animó con un gesto a seguir adelante, mientras el
placer se apoderaba de mí.
Hice un gran esfuerzo para no gritar de placer. Arañé su espalda
desnuda y jadeé cuando comenzó a penetrarme profundamente,
llevándome cada vez más cerca del orgasmo. Imposible silenciarlo.
Apreté mi frente contra la suya, sin dejar de mirarlo, sus caderas
marcando un ritmo furioso.
Su polla resbalaba con cada envite de su cuerpo contra el mío.
Acarició mis muslos con las manos, masajeándolos mientras yo rebotaba
en su regazo. Cubrí su cara de besos, descendí los labios por su cuello y
mordisqueé la piel donde latía su pulso. Él me abrazó, su corazón
palpitando como el mío por el tiempo que habíamos pasado el uno sin el
otro. Su miembro moviéndose en mi interior, hasta que sentí que ascendía
a lo más alto y seguimos inmersos en una danza frenética.
—Mierda. Mierda. Oh, Dios mío, Brandon. Sí.
Se lo susurré como una oración al oído y lo besé en todos los lugares
donde llegaban mis labios. Él me apretó contra su cuerpo con fuerza, sus
dedos recorriéndome con codicia. Me incliné hacia atrás, sus labios
viajaron por mis pechos y supe que estaba a punto de estallar cuando mi
coño tiró de su polla más y más profundamente.
—Estás hambrienta de mí —reconoció con voz ronca—. Joder,
Melissa, me estás devorando.
Me retorcí en sus brazos, con la espalda arqueada y las piernas
dobladas para apresarlo contra mí. Mis pechos rebotaban a cada embestida
que me arrancaba gemidos sin control, hasta que relajó sus empujes y mi
sexo tragó cada gota de su leche que derramaba en mi interior. Me sostuvo
entre sus brazos y yo intenté tomar aire al tiempo que dejaba que el placer
clamara mi cuerpo.
Luego, cuando me desplomé sobre la mesa, me llevó hacia él y
apoyó su mejilla contra la mía.
Ambos nos quedamos sentados, jadeando. Rodeé su cuello con los
brazos y, por primera vez desde la muerte de Carl, no me sentí culpable
por lo que había hecho.
Todo lo que sentí fue amor.
Capítulo 20
Brandon
—No puedo quitármela de la cabeza —reconocí, preocupado.
—Supongo que eso es bueno. Al menos es mejor que todas esas
aventuras de menos de una noche que sueles tener. Siempre he procurado
no meterme en tus asuntos, pero tirarte a una tonta en un baño público no
es la mejor forma de enfrentarte a nada —confesó Michael.
—Nos hemos estado viendo, a pesar de que sigue siendo mi
paciente. Eso difumina las líneas rojas, ¿no?
—Profesionalmente, sí. Por eso, insisto en que la transfieras, aunque
solo sea sobre el papel. Podéis seguir teniendo citas en tu consulta, si es el
único momento de la semana en el que coincidís, pero en papel ella tiene
que ser paciente de otra persona —aseveró.
—Lo haré pronto, especialmente después de nuestra sesión de esta
semana.
—¿Pasó algo?
—Sí. No hemos hablado. —Miré a mi amigo que clavó sus ojos en
mí.
Aparté mi botella de cerveza vacía y rápidamente fue reemplazada
por una nueva. Sabía que Michael no solo estaba sorprendido, sino que
también muy preocupado. Las líneas rojas que Melissa y yo habíamos
cruzado podían costarme toda la maldita empresa; pero diablos, era
estimulante, como cuando nos reuníamos con el temor de que nos
descubrieran sus padres.
Mi polla palpitaba solo de pensarlo.
—Ten cuidado, tío. Te estás metiendo en una mierda muy seria con
ella —me advirtió Michael.
—Lo sé, joder —repliqué, confuso—. Es como si fuera insaciable.
Como si hubiera vuelto al puto instituto y no pudiera controlarme.
—Ya no podías controlarla antes. —Sonrió.
—Cierto, pero ya no ocurrirá más. He estado descargando mi estrés
en cualquier mujer que deseara estar conmigo, sin importarme qué les
pasaría después, pero con Melissa me importa todo. Cómo está, en qué
piensa, cómo se siente después...
—No será fácil una relación con ella.
—Eso pensaba yo, pero el lunes fue diferente. Con el fallecimiento
de su marido hace unos años, no ha tenido intimidad física con ningún otro
hombre. Las primeras veces que estuvimos juntos, sufrió leves ataques de
pánico; sin embargo, el lunes, fue diferente.
—Es una buena noticia. Tanto el progreso físico como el mental.
—Es bueno, ¿verdad?
—Es algo muy bueno —repitió mis palabras para tranquilizarme—.
¿Qué tratamiento has prescrito para combatir su depresión?
—Vitamina D, un hobby y yoga.
—Ah, así que todavía sigue en la etapa no médica. Mierda, eso es
bueno. Si quieres mi opinión, creo que tiene algo que ver contigo. La
secreción química que produce una persona después del sexo puede actuar
como antidepresivo. Asegúrate de que continúe estable sin él. Si sucede
algo entre vosotros, su recaída podría ser perjudicial —me recordó.
—Lo sé, por eso intento ir con cuidado, pero joder, es difícil.
—¿Habéis hablado desde vuestra supuesta cita? —se interesó con
una sonrisa.
—En realidad no. Me esperaban varios pacientes que estaban
programados y ella tuvo que regresar al trabajo, además tiene una hija que,
por cierto, he conocido.
—¿Has conocido a su hija?
—Y ella conoció a Max, sí. El día después de nuestra cita, los llevé a
todos a almorzar.
Michael me miró embobado mientras terminaba el resto de mi
cerveza. Ya no intentaba ocultar su sorpresa por la situación y verlo tan
impresionado me hizo reír.
—¿Estás bien? —le pregunté al terminar mi relato.
—Mierda, estás realmente enamorado, ¿verdad? —preguntó.
—Sí. Sí, lo estoy.
La verdad era que la amaba. Mi corazón latía acelerado cada vez que
la veía y nunca me había ocurrido algo así. Al acariciar su cuerpo me
hormigueaban las manos y mi polla palpitaba. Mi cabeza regresaba a
nuestra adolescencia y me hacía sentir lo mismo que entonces. Melissa me
había enredado en sus redes y yo no tenía intención de desengancharme.
—Es hora de irme —anuncié a Michael, levantándome. Necesitaba
verla y decirle lo que acababa de confesar a mi amigo.
—Deberías sentarte aquí y esperar a que se te pasen los efectos del
alcohol —sugirió Michael.
—Tomaré un taxi. Nos vemos mañana —me despedí, lanzando un
billete de veinte sobre la barra.
Salí del bar tambaleándome y alcé una mano al ver un taxi que se
aproximaba. Di la dirección de Melissa y me acomodé mientras pensaba
que necesitaba saber cómo me sentía. Quería que lo nuestro funcionara y
no iba dejarla ir por segunda vez. No iba comportarme como aquel maldito
idiota que fui en la universidad.
Al llegar, indiqué al taxista que se fuera, sabiendo que
terminaríamos juntos la noche. Estaba listo para tenerla cerca de mí y
marcar cada centímetro de su piel con mis labios, aunque estuviera un
poco bebido. Abrazaría a su hija y la acunaría contra mi pecho; le leería
historias y la arroparía cuando se acostara. Le diría a Melissa que quería
todo eso, que fuéramos la familia que debimos haber sido decía mucho
tiempo.
Llamé a la puerta y ella sonrió, nada más verme.
—Hola. ¿Has salido a divertirte?
—Te quiero. —Al decirlo me di cuenta de que había tenido poco
tacto, pero ya estaba dicho.
Traspasé el marco de la puerta mientras sus ojos me estudiaban
atentamente. Luego me sorprendió su reacción, porque dio un ligero paso
atrás.
—¿Qué? —Pareció, alarmada.
—Que te amo, Melissa. Desde el momento en que entraste en mi
oficina hace dos semanas y media, supe que nunca había dejado de amarte.
Fui un idiota en la universidad por aceptar dinero para casarme con
aquella maldita mujer. Nunca debí hacerlo. Pero te juro, aquí y ahora, que
nunca volveré a cometer otro error. Te quiero. Siempre te he querido y
siempre te querré.
Sus labios se separaron cuando las lágrimas llegaron a sus ojos. Solo
esperaba que fuera de felicidad y que me dejara explicarle cómo me
sentía. Sonreí al ver sus mejillas húmedas, pero era un llanto silencioso, ni
siquiera dijo una palabra y eso me preocupó.
—No sé lo que siento, Brandon —dijo por fin.
Su declaración me rompió el corazón y di un paso atrás como si
acabara de abofetearme. Amaba a Melissa y ella no sabía si sentía algo por
mí. Me sentí inmerso en una pesadilla. Era el mismo temor que sentí
desde que llamó a la clínica por primera vez; el mismo tema del que me
había advertido Michael mientras bebíamos y que yo no quise escucharlo.
La idea de que yo solo era una herramienta más para curarse.
—Lo siento. —Descendí la cabeza al suelo.
—Por favor, no lo sientas —me pidió ella, llorando.
—No debería haber venido.
—¿Por qué no entras? Será mejor que tomes una taza de café antes
de marcharte.
—No.
—Por favor, Brandon.
—¡He dicho que no!
Me ardían los ojos mientras observaba las lágrimas en los suyos.
Salió al porche cuando mi espalda tropezó con una columna, mis manos
buscando el teléfono para llamar a un taxi. Si entrara, querría tenerla. Si
entraba, me atraería toda ella y me vería obligado a tocarla. Si entraba,
podría convencerme de que nada de esto acababa de suceder, que solo era
un mal sueño de borracho.
Podría seguir convenciéndome de que Melissa estaba enamorada de
mí.
—Brandon, por favor no te vayas —pidió con voz suplicante.
—Hasta luego —me despedí al ver llegar el taxi y me alejé de la
casa.
A la mañana siguiente no tenía pacientes y, considerando que había
bebido bastante y que la resaca sería fuerte, podría dormir más tiempo.
Recogería mi coche cuando me despertara. Dije a la niñera que podía
marcharse a casa, aunque no parecía muy convencida. La mujer sabía que
estaba borracho y pensó que sería mejor quedarse, de modo que le dije que
hiciera lo que quisiera.
La verdad era que no me importaba si se iba o se quedaba.
Llegué a mi dormitorio trastabillando y presté atención por si Max
se había despertado. Al escuchar su suave respiración, mis ojos se llenaron
de lágrimas y recordé el almuerzo. Había expuesto a mi hijo a una mujer
que no tenía intención de quedarse. Todo lo que había hecho era causarle
más daño porque ahora, si alguna vez preguntaba por Melissa, tendría que
decirle que ella también se había ido. Igual que se fue su madre.
Me metí en la cama y enterré la cara en la almohada. En cuanto cerré
los ojos, la habitación comenzó a girar y tragué con fuerza para no vomitar
el alcohol que todavía quedaba en mi cuerpo. Lo único que quería era
dormir, darme una ducha decente y lanzarme al trabajo. Iba a comenzar
una gira de firmas de mi último libro y eso me distraería de las tonterías
que acababan de llover sobre mi vida, pero tenía una cosa pendiente por
hacer: transferirla como mi paciente.
Capítulo 21
Melissa
—Déjame que lo entienda: ese hombre que no puedes sacar de tu
mente, llega a tu porche, te declara su amor y tú, ¿ni siquiera lo dejas
entrar?
—No estoy segura de lo que siento por él, Ava. En serio —me
justifiqué.
—¿Por eso me sacas del trabajo y tú dejas el tuyo a mitad de la
mañana?
—No me culpes.
—No lo hago. Creo que tu jefe está deseando darte un día libre.
Nunca te tomas vacaciones y el hombre te daría el mes entero si se lo
pidieras —expuso, sonriendo.
—Hablo en serio, Ava. Me dijo que me quería. Me dijo que nunca
había dejado de amarme.
—Y es una declaración muy romántica. ¿Por qué no te subes a ese
tren otra vez?
—Te recuerdo que estaba borracho. Yo no podía decirle que me
sentía igual que él.
—Bueno, será mejor que te decidas antes de que lo pierdas de nuevo.
Es un puto médico rico que puede tener a la mujer que quiera.
—Entonces, ¿por qué no va a buscarla? —me puse a la defensiva.
—Porque te quiere a ti, idiota.
—No me haces sentir mejor, ¿sabes? —Di un trago a mi café.
—Ahora mismo, mi misión no es esa, sino decirte que te comportas
como una tonta.
—No sé si lo amo, Ava.
—Y ambas sabemos que eso es una putada.
—No lo amo.
—No amas lo que te hizo hace años, por eso estás aterrada. Como la
primera vez que te tocó, o cuando te asustaste al comprender la clase de
ayuda que te iba dar.
—No estoy jodidamente asustada —me defendí.
—Estás petrificada, aterrorizada de que te deje otra vez por otra
mujer —aseveró ella—. Te da miedo perderlo, si le abres tu corazón de
nuevo. Pero esta vez para siempre, como perdiste a Carl. Perderlo de
forma permanente.
—Ya lo tengo, Ava —repliqué, acaloradamente.
—Pero también lo tenías hace años y te aterra el recuerdo de lo que
ocurrió. Además, lo que más te asusta es que se abren nuevas posibilidades
al admitir que lo amas.
—Bueno, menos mal que no lo hago.
—No lo admites porque temes encariñarte con alguien que podrías
perder. Melissa, nadie podría culparte por abrirte de nuevo al amor.
Después de lo que has pasado, no debes dejar que el miedo te robe la
oportunidad de ser feliz.
—Yo... yo no... —balbuceé.
—Sí, lo haces. Y no está mal que vuelvas a querer a un hombre
después de Carl.
Apretó mi mano en la suya cuando vio que comenzaba a llorar. Me
sentía como una adolescente atrapada en el cuerpo de una mujer. No quería
que volviera a hacerme daño y, al mismo tiempo, temía perderlo. También
podía recibir una llamada telefónica en mitad de la noche, diciéndome que
algo terrible le había sucedido.
Tenía miedo de enterrarlo.
—Deberías hablar con él —me sugirió Ava.
—El lunes se irá de gira para la presentación de su libro. No servirá
para nada.
—No lo sabrás, si no lo intentas.
Suspiré mientras buscaba el teléfono. Dejé mi taza de café a un lado
y marqué su número. Ava no dejaba de acariciarme la mano con los dedos
como si intentara animarme.
Durante unos segundos escuché el tono de llamada y cuando creía
que no contestaría, escuché su voz.
—¿Hola?
—Hola, Brandon. Soy... soy yo. Melissa.
—Lo sé.
—Uhm, ¿cómo estás?
—Bien.
Cerré los ojos y traté de digerir su tono brusco. Estaba enojado y
también percibí que un poco herido. Yo nunca quise causarle dolor.
—Me preguntaba si Max y tú querríais venir a cenar esta noche. Ya
sabes, para que podamos hablar. Los niños se divirtieron en el almuerzo y
tengo un cuarto lleno de juguetes que podrían destruir.
El silencio que reinaba entre nosotros estaba impregnado de palabras
no dichas. Había tanto que quería decirle. Tantas cosas que quería soltar.
Sabía que me rechazaría. En el fondo de mi mente, me había convencido
de que lo haría. Estaba dándole permiso para que me hiciera daño otra vez,
aunque esta vez era yo la que presentaba la oportunidad.
—Max disfrutará, estoy seguro. ¿Nos vemos a las siete?
—Es una hora perfecta. Nos vemos entonces. —Suspiré aliviada.
Ava se marchó y me dejó a solas con mis pensamientos durante todo
el día. Alrededor de las seis, empecé a preparar la cena, asegurándome de
que había cocinado suficiente para todos. Los pequeños pasteles de pollo
terminaban de hornearse y los macarrones con queso ya estaban listos.
Además, había hecho perritos calientes y patatas fritas por si a los niños
no les apetecía lo que había cocinado.
Entonces, llamaron a la puerta.
Abrí y Max pasó por mi lado como un rayo. Brandon trató de
regañarle y yo me reí, al verlo subir las escaleras junto a mi hija. Los dos
hacían una pareja preciosa y él se mostraba muy atento con ella, pero el
momento divertido duró poco, cuando regresé la mirada hacia Brandon.
—¿Quieres entrar? —lo invité con un gesto.
Una vez en la cocina, me tomé la libertad de servir un par de copas
de vino mientras terminaba de cocinarse la cena. No sentamos a la mesa y
lo miré fijamente.
—¿Quieres que hablemos? —Comencé yo.
—Claro.
—Brandon, no estoy segura de cómo me siento. Tu visita de anoche
y tu declaración me pillaron por sorpresa. Una parte de mí se pregunta
cuánto había de tus sentimientos y cuánto fue propiciado por el alcohol.
—El alcohol reduce las inhibiciones. Eso es todo —explicó.
—Pero también nos hace hacer y decir cosas estúpidas —le aclaré.
—¿Crees que admitir que te amo fue estúpido?
—No. Por supuesto que no.
—Entonces, ¿a qué te refieres?
Estaba a la defensiva y tenía todo el derecho a estarlo, pero deseaba
que dejara esa actitud y me hablara como un adulto.
—Mira, quiero estar contigo. Cada momento que paso a tu lado es
especial. No me he sentido así desde, bueno, desde que estábamos juntos
en el instituto. Pero mis emociones siguen revolucionadas. Estoy
pasándolo muy mal y tú me estás ayudando, tanto profesional como
personalmente. Todavía no sé cómo interpretar cómo me siento con esto
que tenemos… ni cómo podría ser a largo plazo.
—Me voy a una gira de libros el lunes.
—Ya lo sé. Lo he visto en el telediario. —Asentí con la cabeza.
—Podrías dedicar este tiempo para saber cómo te sientes. Mientras
tanto, he transferido tu historial al doctor Michael Smith.
Casi me atraganté al escucharlo, ni siquiera sabía si había oído bien.
—¿Cómo dices?
—No estaré aquí durante dos semanas y necesitas seguir con tus
sesiones. El doctor Smith es un médico fabuloso y te cuidará mientras yo
esté fuera.
—Pero volveré a ti cuando hayas terminado. ¿Verdad?
—No lo sé. —Fue sincero—. Creo que el tiempo que estemos
separados nos permitirá poder pensar a los dos.
Ava tenía razón. Estaría fuera dos semanas, por ciudades con
mujeres guapas y que no tenían tantos problemas como yo. Lo había
perdido como doctor, al menos durante las siguientes dos sesiones, y
probablemente lo pasaría bien con las bellezas que iba a conocer mientras
yo me quedaba aquí, tratando de averiguar por qué era tan difícil para mí
estar con él de nuevo.
Iba a perderlo por segunda vez, solo que ahora iba a ser por mi
culpa.
—Dedicaré estas semanas para pensar, Brandon. Lo prometo.
—Y continúa con tu yoga y la vitamina D. He puesto al día al doctor
Smith en todas las terapias en las que hemos estado trabajando. Él te
cuidará bien.
—No será tan bueno como tú, estoy segura.
Intenté aligerar el ambiente, pero él solo asintió con gesto severo.
Los niños se reían en el piso de arriba y sonó el timbre del horno
para anunciar que los pasteles ya estaban listos, pero a mí se me había
quitado el apetito. Me acerqué para sacarlos y Sarah y Max bajaron
corriendo las escaleras. Se sentaron a la mesa y les preparé un plato de
perritos calientes y macarrones con queso.
Brandon no hizo ningún movimiento. Se dedicó a mirar por la
ventana de la cocina que daba al patio trasero.
Ninguno de los dos cenamos y cuando terminaron los niños se
marchó con su hijo sin decir una palabra. Sarah y yo nos quedamos
acurrucadas en el sofá mientras veíamos una película, pero solo podía
pensar en él y en lo herido y enfadado que estaba. Brandon había levantado
un muro entre nosotros, alejándome en lugar de tratar de entenderme.
Conocía mi vulnerabilidad y me ayudó cuando me sentí culpable por haber
traicionado a Carl. Ahora, volvía a estar sola para luchar contra mi mente
furiosa, mientras escuchaba las voces de mi cabeza.
«Sabíamos que lo arruinarías».
«Por supuesto, le dejaste escapar otra vez».
«No lo mereces».
«¿Te olvidaste de Carl tan rápido?»
Lloré en silencio mientras mi hija se dormía contra mi pecho. La
película de dibujos animados se escuchaba de fondo cuando mi teléfono
empezó a vibrar en el sofá. Sabía que era Ava que llamaba para ver cómo
iban las cosas, pero no quería hablar con ella. No quería decirle que tenía
razón en todo, tampoco que tenía un nuevo médico o que ni siquiera sabía
si seguiría con mis sesiones.
Todo lo que quería hacer era sentarme aquí con mi hija y no hablar
con nadie.
Capítulo 22
Brandon
Me desperté a la mañana siguiente con Max gritándole a la niñera.
Salí de la cama y me arrastré escaleras abajo, al tiempo que me ponía una
bata. Mi mente seguía en la cena que había tenido anoche con Melissa y en
cómo se había desarrollado. Dije todo lo que tenía que decir e hice lo que
tenía que hacer y estaba complacido. El lunes me iba de gira y estaba
satisfecho.
Cuando llegué junto a Max, que seguía gritando, lo levanté del suelo
por los pantalones y, sin decir una palabra, lo llevé a su habitación. Al
parecer quería algún tipo de cereal que no teníamos o algo así, pero no
quise escuchar más, salí de su habitación y cerré la puerta.
La niñera estaba sentada en la cocina y lloraba desconsolada con los
brazos apoyados en la mesa. Por primera vez en mucho tiempo, fui
consciente del daño que le estaba causando a mi hijo. Me había engañado a
mí mismo, creyendo que esta mujer podría reemplazar a su madre y, sin
embargo, solo conseguía crear tensión cada vez que me iba de viaje.
Me dirigí hacia ella, con la certeza de que esta vez sería diferente.
—Tómate el día libre y descansa. No vuelvas hasta el lunes —le
pedí.
—Estoy bien. Solo necesito un poco de tiempo para recuperarme.
Max gritó desde su habitación y ella se estremeció. Me senté a su
lado, observé sus ojos enrojecidos y tomé su mano entre las mías,
incitándola a mirarme.
—Te veré el lunes —le aconsejé.
Necesitaba pasar el día con Max de todos modos. Estaba a punto de
irme por dos semanas y ella tendría que lidiar con las crisis que estaban
por venir.
Los gritos de Max disminuyeron de intensidad, probablemente
porque estaba hambriento. Habíamos comenzado a cambiar su dieta, para
ir eliminando el azúcar de sus hábitos alimenticios.
Sabía que sería un camino difícil, pero no imaginaba que provocaría
ese tipo de reacciones.
—¿Papá? —gritó desde su cuarto.
—Ven aquí, hijo.
Enseguida abrió la puerta de la cocina y asomó la cabeza. Moqueaba
por el llanto y tenía el pelo hecho un desastre. Gruesas lágrimas seguían
rodando por su cara mientras lo subía a su silla.
—¿Sabes lo que has hecho mal?
—Sí.
—¿Qué has hecho mal? —formulé la pregunta de otra manera.
—No me gusta la comida.
—¿Tomamos un berrinche cuando no nos gusta lo que se nos pone
delante?
—No.
—¿Qué hacemos?
—Preguntar amablemente si hay otra cosa que nos guste. —Dio la
respuesta que tantas veces le repetía.
—¿Y si no la hay?
Guardó silencio y se llevó una cucharada de cereales a la boca, antes
de responder.
—Comemos lo que tenemos delante.
—O esperamos hasta la hora de la merienda —le di otra opción.
Sin decir nada más, terminó su tazón de cereales mientras yo me
sentaba en otra silla. No estaba seguro de qué haríamos el resto del día,
pero una rabieta a primera hora significaba que sería una jornada difícil en
el mundo de los niños y no era buena idea salir al parque, donde podría
sufrir otra de sus rabietas.
—¿Qué te parece un día de cine? —Dejé caer la idea.
—¿Podríamos ver la película de Aladdín?
—Sí. Y también podríamos ver El Rey León.
—¿Y Mickey Mouse?
—Y todas las que quieras ver —asentí, sonriendo.
—¡Sí! ¡Genial! ¿Puedo comer palomitas de maíz?
—Claro, haremos palomitas para comer más tarde. —Me puse en pie
y agregué—. Voy a preparar la primera película y mientras empiezas a
verla, me daré una ducha. Después, seré todo tuyo.
—Gracias, papá. —Max me devolvió la sonrisa.
—De nada, amigo. Volveré enseguida.
Entré en la sala de estar y comencé a poner la película de Aladdín.
Max llegó a mi lado con su tazón de cereales en las manos y se sentó en el
sofá. En otro momento le habría indicado que regresara a la cocina y
desayunara allí, en la mesa, pero necesitaba darme una ducha y él
permanecería ocupado mientras lo hacía.
Nada más encontrarme bajo el chorro del agua caliente, mis
pensamientos se centraron en Melissa. Necesitaba tomarse un tiempo para
pensar las cosas. Sabía que la amaba y que quería estar con ella, pero se
encontraba en un momento de fragilidad. Lo último que quería era ser un
paso hacia atrás en su recuperación. Los sentimientos que tenía por ella
eran verdaderos y aunque me dijera que necesitaba más tiempo, cuando
regresara de la gira, se lo daría. No iba a ir a ninguna parte. No iba a
empezar a tirarme de nuevo a mujeres sin sentido.
Solo quería que supiera que buscaba una relación a largo plazo, que
no se trataba de un romance pasajero; esperaba que para ella significara lo
mismo y no fuera una cortina de humo.
—Te amo, Melissa. Te quiero.
El ambiente en la ducha estaba pesado después del tiempo que había
pasado pensando en ella. El vapor se arremolinaba alrededor de mi cuerpo,
hacía mucho calor, sudaba y tenía la cara enrojecida. Cuando comenzaron
a temblarme las piernas, solo puede cerrar los ojos e imaginarme a
Melissa en mi cama, cubierta con las sábanas y sonriendo. Podía verla con
claridad, el sol de la mañana caía en cascada sobre su piel. Me acariciaba
con los labios, dando pequeños besos por todo mi cuerpo.
Quería cada parte de su vida, y solo podía esperar que el tiempo de
separación la convenciera de lo mismo.
El agua de la ducha se llevó mi pesar por el desagüe, me senté y
suspiré de alivio. Al escuchar el débil zumbido de la película, me di cuenta
de que tenía que recuperarme. Mi hijo me esperaba para poder pasar el día
juntos, abrazados y viendo dibujos. Lo último que necesitaba era seguir
sentado en la ducha mientras fantaseaba con una mujer que tal vez no me
amara.
Una mujer a la que quería, pero que no podía tener.
—¿Papá? ¿Vienes? —me llamó Max.
—Estoy a punto de salir de la ducha, amigo. Casi he terminado.
—Bien.
Cuando terminé de secarme con una toalla, me puse la parte de abajo
del pijama y la bata. No tenía necesidad de vestirme ni de verme
presentable. Hoy mi prioridad era estar con Max y deleitarme con sus
risas, mientras veíamos sus películas favoritas y disfrutábamos con sus
personajes preferidos.
Salí del baño dejando atrás una nube de vapor, bajé las escaleras y
abracé a mi hijo. Luego nos sentamos en el sofá y vimos una película tras
otra hasta que se quedó dormido en mis brazos.
—Estaremos bien, amigo —susurré mientras él respiraba contra mi
pecho—. Estaremos bien.
Capítulo 23
Melissa
Me senté en mi escritorio durante la hora del almuerzo. No tenía
hambre, no podía concentrarme y no estaba lista para la cita médica de
hoy. Se suponía que iba a ver al doctor Michael Smith, pero todo lo que
quería era irme a casa. No podía quitarme a Brandon de la cabeza y lo
último que quería hacer era hablar con alguien de ello, especialmente con
alguien que no fuera él.
Levanté el teléfono para ver si Brandon me había enviado algún
mensaje. Por la mañana me desperté a la hora en que despegaba su avión y
me dolió el corazón. Saber que estaría tan lejos me hizo sentirme vacía por
dentro. Me giré en la cama y comenzaron a dolerme las rodillas otra vez.
Era extraño, pero ya no sentía la pasión que había recuperado en mi vida.
Lo echaba de menos, más de lo que pensaba a admitir. Quería
llamarlo y hablar con él, decirle que me sentía sola. No podía quitarme de
encima la sensación de que debíamos estar juntos, como cuando
almorzamos con los niños. Nunca había visto a Sarah aceptar a nadie como
hizo con Brandon y, por la mirada que me echó, me di cuenta de que Max
tampoco aceptaba a la gente. La forma en que los niños jugaron juntos dos
días antes, me caldeó el alma de forma que no sabría describir. Sarah tenía
otro amigo en Max, algo que nunca pensé que encontraría, aparte de
Logan. Era como si nuestras extrañas circunstancias se hubieran mezclado.
Como si nuestras familias se hubieran unido.
El sonido de mi teléfono me sacó de mi ensueño silencioso. Suspiré
cuando miré hacia abajo, sin reconocer el número en mi pantalla. Levanté
el teléfono y contesté, pero me arrepentí nada más escuchar una voz muy
alegre al otro lado del auricular.
—¡Hola! ¿Es usted la señorita Melissa Conway?
—Sí. Dígame.
—Buenos días, señorita Conway. Llamo de parte del doctor Smith.
Quería confirmar su cita de las tres en punto para hoy.
—Ah. —No supe qué más decir.
—¿Podemos contar con usted?
—Uhm, no. Lo siento. —Busqué una excusa—. La verdad es que…
no me siento bien. No quiero arriesgarme a contagiárselo a alguien.
—¡Oh, no! Siento mucho oír eso. ¿Quiere que concertemos otra cita?
El doctor Smith tendrá consultas este fin de semana.
—No, no. No hace falta. Lo veré la semana que viene.
—Está bien. Esperamos verla y, por supuesto, que se mejore —deseó
la voz cantarina.
Colgué el teléfono y apoyé la cabeza en el respaldo de la silla. Mis
pensamientos volaron de nuevo a Brandon y a cómo le podría ir. Me
preguntaba si habría aterrizado su avión, si estaría bien o en qué hotel se
habría instalado. Además, no tenía ni idea de cómo era una firma de libros
y ni siquiera sabía si se reuniría con alguien al llegar.
Miré los mensajes de texto por si me había contestado, pero no había
nada. Así es que le escribí otro para que supiera que lo recordaba.
Habíamos quedado en que me tomaría un tiempo para pensar, pero solo
podía hacerlo en él.
Llegó a mi vida para ayudarme y ahora no quería que se fuera. Era
como si todo esto hubiera pasado por una razón. Él tuvo que tener a Max y
yo a Sarah para que cambiara nuestra forma de ser. Max suavizó su
brillante naturaleza y Sarah me abrió los ojos a un mundo que ni siquiera
sabía que existía. Cuanto más pensaba en el almuerzo que compartimos,
más me costaba quitarme aquella idea de la cabeza.
El instituto no fue nuestro momento, pero ahora sí lo era.
Pero se había ido durante dos semanas y no tenía idea de cómo
transmitirle que yo sentía lo mismo. No sabía cómo llegar a él para
contarle todos los pensamientos que me rondaban por la cabeza.
Ya le echaba de menos y quería tenerle de nuevo en mis brazos.
Trabajé el resto del día antes de recoger a mi hija. Cada vez que
sonaba el teléfono, saltaba para contestar y siempre me decepcionaba al
ver que no era Brandon.
Al llegar a casa, preparé una cena rápida. Luego Sarah se durmió
más temprano que de costumbre. Ava me telefoneó varias veces para ver
cómo estaba, pero no me apetecía hablar con ella. No quería hacerlo con
nadie, solo deseaba quedarme en la cama hasta que Brandon me enviara un
mensaje. Hasta que Brandon llamara. Hasta que Brandon hiciera algo.
Le envié otro mensaje de texto antes de meterme en la ducha. Quería
que supiera que pensaba en él y que esperaba que estuviera bien. Me
disculpé de nuevo por lo que le hice pasar y luego le dije que cuando
quisiera hablar, estaba lista. Me metí en la ducha y continué pensando en
Brandon, en cómo se sentiría si estuviera en la ducha conmigo. Cerré los
ojos e imaginé que sus manos se deslizaban sobre mi piel húmeda y, por
un momento, me regodeé en mis recuerdos.
Sus labios sobre mi piel y su polla entre mis piernas. Pensé en sus
dientes hundidos en mi piel y sus labios alrededor de mi clítoris. Recordé
que mi cuerpo cedía a su lengua y sus caderas se chocaban contra las mías.
Esperaba que cuando terminara su gira, pudiera tener algo más que
sus recuerdos.
Me di cuenta de que estaba llorando y retiré las lágrimas de los ojos
antes de cerrar el grifo del agua caliente. Ni siquiera sabía el tiempo que
llevaba en la ducha. Había caído de nuevo en las lagunas oscuras de mi
mente. Era como si se hubiera desmoronado la cornisa a la que me
aferraba con fuerza, incluso pude sentir los golpes que me daba como si
rodara ladera abajo. Sentí que caía y el dolor comenzó a surgir por todas
partes. Cuando conseguí secarme con la toalla y acostarme en la cama, mi
cuerpo estaba en llamas.
No había sentido aquel tipo de dolor desde hacía días.
De repente, sonó el teléfono. Suspiré, cerré los ojos y me debatí
entre cogerlo o no. Podía ser Ava y lo mejor era que dejara un mensaje de
voz. Ella me había enviado varios de texto y me pregunté si eso era lo
mismo que yo hacía con Brandon.
Si lo estaba molestando como ella me molestaba a mí.
Finalmente, descolgué y suspiré con fuerza, para que Ava
comprendiera que no estaba de humor para hablar.
—Ava, te quiero, de verdad, pero tienes que parar.
—Hola, Melissa.
Mi corazón se desplomó al escuchar su voz.
No pude evitar que las lágrimas escaparan de mis ojos y me limpié
con el edredón mientras contenía la respiración. Brandon había llamado.
Estaba allí, al otro lado del teléfono.
—Me han dicho que has cancelado tu cita de hoy porque estabas
enferma. ¿Te encuentras bien?
Oh. Mierda. No llamaba para hablar. Llamaba para controlar a su
paciente.
Debería haberlo sabido.
—Estaré bien en unos días. No hay necesidad de preocuparse.
—¿Te has acordado de tomar tu vitamina D?
—No.
—¿Al menos, has hecho tu yoga matutino?
—No.
—Al menos habrás disfrutado de tu hobby.
—Eres mi hobby. —Apenas fue un susurro.
—¿Qué?
—¿Eh?
—Has dicho algo.
—No, no lo he hecho.
—Sí, lo has hecho. Has susurrado algo. ¿El qué?
—Te he preguntado cómo estabas.
—Estoy bien. El viaje en avión fue aburrido y ahora estoy en el
hotel. ¿Qué dijiste, Melissa?
—Nada, doctor Black.
Una lágrima rodaba por mi mejilla mientras apartaba el teléfono. De
repente, ya no quería continuar con la llamada. No quería que me
bombardeara con preguntas que hicieran parecer que le importaba una
mierda. No llamaba como Brandon. Llamaba como un médico hablando
con su paciente loca y todo lo que yo quería era dormirme hasta que todo
esto terminara.
—Melissa… —Su voz sonaba tan suave como terciopelo—.
Háblame.
—¿Por qué has llamado? —pregunté sin tapujos—. Te envié
mensajes de texto durante todo el día. ¿Por qué llamas cuando he
cancelado mi cita? ¿Para controlarme como lo haría un padre? Noticia de
última hora, no tengo padre. Me echó cuando tenía dieciocho años.
—Melissa, quiero que te tomes un respiro.
—No, gracias.
—Melissa, toma el maldito aliento que necesitas.
Inspiré a través de mi nariz, cerré los ojos y dejé salir el aire por
entre los labios. Inmediatamente, mi ritmo cardíaco comenzó a calmarse y
las lágrimas corrieron sin freno por mi cara hasta mojar mi pelo y la
almohada. Me dolía mucho todo el cuerpo y busqué un analgésico que me
quedaba en la mesita de noche. Entonces, la voz de Brandon me detuvo.
—Tómate un segundo y marca tu tiempo. Supongo que hoy te duele,
¿verdad? —adivinó sin mucho trabajo.
—Sí —susurré de nuevo.
—Esto es lo que ocurre cuando pasas un día sin las pautas que te
prescribí. Esto es lo que pasa cuando te pierdes una sesión de terapia.
—No —espeté con fuerza—. Esto es lo que pasa cuando no sigo las
pautas y luego me doy cuenta de que fui una maldita idiota.
—¿Qué?
—Fui una tonta. En la cena de hace un par de noches me comporté
como una verdadera tonta. Te echo de menos. Odio que no estés aquí. Odio
que te hayas ido y que estemos en este tipo de condiciones. No quería ir a
ver al doctor Smith porque no eres tú. No puede ayudarme de la manera
que lo haces tú y no estoy hablando de una manera romántica. Incluso de
una manera platónica, tú ayudas. No me metes pastillas por la garganta.
Hablas. Escuchas. Ayudas. Y nuestros hijos jugaron tan bien… y el
almuerzo fue maravilloso. No puedo quitarme de la cabeza que esto es así
porque debía serlo: Max te tranquiliza, Sarah me hace crecer como
persona y eso es lo que nos faltaba antes...
—Respira hondo, Melissa. Está sucediendo de nuevo.
Hice lo que me dijo. Tomé aire por la nariz y los latidos de mi
corazón disminuyeron a medida que lo expulsaba por la boca. Cuando
terminé un par de inspiraciones, las lágrimas seguían deslizándose por mi
cara y me dio hipo, de modo que me giré de costado y comencé a llorar
desconsoladamente junto al teléfono.
—Háblame —me instó.
—No sé si puedo decir esas palabras todavía, Brandon —reconocí
entre sollozos—. El último hombre al que se las dije murió y no quiero
que te ocurra lo mismo. No quiero que mueras.
—Está bien. Te escucho y lo entiendo, Melissa.
—No puedo decirlo, pero lo siento en mi alma. En mi casa, en la
ducha y en el coche, en todas partes. No puedo sacarte de mi mente. No
puedo dejar de verte conmigo. No puedo.
—Respiraciones profundas —repitió.
—Me duele al respirar —confesé sin aliento.
—Shhh.
Su voz era tan relajante en mi oído que cerré los ojos y permití a mis
emociones que afloraran. Comencé a temblar, tenía el rostro bañado en
lágrimas y me ardía la garganta. Sentí que el sudor empapaba mi frente y
varias convulsiones se apoderaron de mi cuerpo sin poder remediarlo.
Y todo el tiempo, Brandon estuvo justo ahí, a mi lado, en mi oído.
—Estoy aquí, Melissa. No tienes nada que temer.
—No puedo perderte de nuevo —dije con desesperación.
—Y no lo harás. No hay nadie más para mí que tú.
—Lo siento mucho.
—Nunca te disculpes por lo que sientes. Las palabras son solo una
expresión verbal de algo que se siente en el fondo. Nada más.
—Pero son importantes para ti —repliqué casi sin voz.
—Y cuando puedas decirlas, serán importantes para ti también.
Hasta entonces, puedo ayudarte a navegar por este nuevo territorio dadas
tus circunstancias.
—¿Por qué tengo tanto miedo a decirlas?
—Tal y como piensas, al último hombre al que se lo dijiste falleció.
Has vinculado esa frase y ese sentimiento al dolor que viene con la pérdida
personal y te has convencido de que si le dices a alguien que lo amas,
morirá.
—Suena tan estúpido —reconocí, riéndome.
—En absoluto. Las personas que están de duelo actúan así y yo les
ayudo a superarlo, por eso, deberías visitar al doctor Smith, aunque sea
una vez. Tiene que haber continuidad en tus citas.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Lo que quieras.
—¿Llamaste aquí porque te interesabas por una paciente? ¿O
llamaste porque querías hablar conmigo personalmente?
—Ninguna de las dos cosas.
—¿Qué?
—Llamé porque quería hablar con la mujer que amo.
En un instante, mi cuerpo se relajó. Las lágrimas se detuvieron
lentamente cuando una sonrisa tonta cruzó mi cara y la conversación tomó
un giro personal. Hablamos del trabajo y de lo duro que era; del viaje en
avión y de las turbulencias que hubo durante el vuelo; de cómo iba a ir su
gira de libros y la increíble cantidad de autógrafos que tendría que firmar.
Después, también me contó que tenía pendiente una entrevista de
televisión.
Por supuesto, le aseguré que Sarah y yo no nos perderíamos el
programa desde el primer momento en que subiera al escenario.
Hablamos hasta la madrugada y me quedé dormida sin terminar la
llamada. A la mañana siguiente, desperté con el teléfono pegado a la oreja
y recordé nuestra conversación. Gracias a eso, tenía la mente más
despejada, aunque me dolía el cuello por la tensión de haber estado
llorando y busqué sin pensar mis analgésicos antes de que la conversación
volviera a mi mente.
Me abroché la bata y tomé mi vitamina D.
Capítulo 24
Brandon
Sé que acepté dejarla en paz para que pudiera pensar, pero no pude.
Los mensajes de texto que me envió el lunes durante todo el día
bombardearon mi teléfono y cuando los leí al aterrizar, mi corazón se
volvió loco. Pensaba en mí, igual que yo en ella, pero el mensaje de voz
que recibí de Michael me preocupó un poco.
Había cancelado su cita porque estaba enferma, aunque tuve la
intuición de que su enfermedad no era la gripe.
Después de nuestra maravillosa charla del lunes por la noche, no
pude mantenerme alejado. Nos escribimos mensajes durante el día y la
telefoneaba todas las noches desde mi habitación del hotel. Eso hacía que
las cuatro paredes parecieran un poco más soportables y menos solitarias.
Me encantaba escuchar su voz por el auricular. Me dijo que estaba
siguiendo las pautas, lo que me dio a entender que se encontraba más
motivada. Noté un estímulo en su voz que no encontré el lunes y sonreí,
mientras la escuchaba contar historias de Sarah cuando era más pequeña.
Al anochecer quise probar algo diferente. Necesitaba verla, mirarla a
los ojos mientras hablábamos. Me senté en la cama, solo llevaba los
calzoncillos y pasé el pulgar por encima del botón de la cámara. Con solo
pulsarlo, ella aparecería en la pantalla para deleitarme con su sonrisa. Sus
ojos. Su pelo y sus curvas.
Solo faltaba que ella aceptara la llamada.
Respiré profundamente y lo presioné, luego escuché el tono de
llamada por el altavoz. No tenía ni idea de por qué estaba tan nervioso,
pero en el momento en que la llamada fue contestada, me preparé. La
pantalla negra se difuminó lentamente, escuché a Melissa que se movía al
otro lado de la línea y cuando apareció su rostro, el corazón me dio un
vuelco. Sus ojos marrones brillaban con la tenue luz de su lámpara, y pude
ver que no llevaba nada más que su bata. Mi polla empezó a cobrar vida
cuando sonrió y su piel desnuda pareció burlarse de mí cuando la vi
ponerse el pelo detrás de la oreja.
—Bueno, esto es diferente —comentó con voz risueña.
—Solo quería verte, eso es todo —justifiqué mientras me encogía de
hombros.
—Entonces me alegro de que sea así.
—Tu sonrisa es contagiosa.
—¿Estás desnudo? —preguntó ella.
—No. Tengo los calzoncillos puestos.
—Qué desperdicio. —Guiñó un ojo.
—Oh, ¿en serio? Porque podríamos arreglar ese problema
rápidamente.
—No tiene sentido arreglarlo si no estoy allí para disfrutarlo.
Mi polla palpitaba con sus palabras. Sus ojos brillaron con picardía y
deslizó la bata por su hombro, me enseñó una porción de su hombro
desnudo y volvió a cubrirlo.
—No, no, no. Déjalo —le pedí, apresurado.
Frunció el ceño y soltó la tela. Su sonrisa inocente desapareció de un
plumazo y descendió la cámara por su cuerpo. En lugar de observar su
cara, me vio con los ojos clavados en sus hermosos y suaves pezones.
Gemí mientras mi mano serpenteaba bajo las sábanas.
—¿Dejo la cámara aquí? —Al preguntar me sacó de mis
pensamientos.
—Eres preciosa, Melissa. ¿Lo sabes?
—¿Por qué no me enseñas algo tuyo?
Moví la cámara por mi musculoso tórax y se lamió los labios. Sus
tetas parecieron cobrar vida y los pezones se endurecieron. Tenía los ojos
oscurecidos por el deseo y cuando se acarició un pecho con la mano,
aparté las sábanas de mi cuerpo al tiempo que mi polla se estiró en busca
de la liberación.
—Joder, ojalá estuviera ahí para masajear esas tetas.
—A mí también me gustaría estar ahí contigo. Rozaría tus músculos
con los dedos y te vería estremecerte.
Tomé la polla en mi mano y apoyé la cámara en la mesita de noche.
Melissa gimió al ver todo mi cuerpo en su pantalla y clamó mientras se
pellizcaba los pezones.
—Joder, tengo unas vistas impresionantes. —Su voz sonó excitada.
—Quiero ver—le pedí al comprobar que ella observaba mi miembro
en la mano.
Echó un vistazo alrededor y por un instante su cámara se movió, la
conexión se cortó por un segundo y mi polla palpitó cuando se recuperó.
Se había tumbado en la cama, tenía una pierna apoyada en una silla y pude
ver su perfil mientras sus tetas rebotaban sobre su cuerpo y movía las
caderas. De repente, vi que sostenía algo en su mano.
Algo rosa y brillante y que... ¿vibraba?
—¿Te gusta la vista? —Fue su insinuante pregunta.
—Por favor, dime que es lo que creo que es.
—Oh, definitivamente es lo que crees que es.
El zumbido era hipnotizador mientras lo deslizaba por su cuerpo.
Ella tenía la piel de gallina y comencé a bombear lentamente mi polla.
Solo quería hundir los dedos entre sus piernas, necesitaba tocarla,
acariciarla.
—Mierda, Melissa. Si estuviera allí, marcaría cada parte de tu
cuerpo que está tocando esa cosa, para recordarte con cuál disfrutas más.
—Si estuvieras aquí, dejaría que me follaras por un lado y que me
llenaras con esto por otro.
Abrí los ojos de par en par ante su declaración. Sus caderas
comenzaron a agitarse de un lado a otro y sus palabras se convirtieron en
gemidos. Yo aceleré los movimientos de mi mano y mi erección se volvió
más pesada.
«¿Lo dice en serio? ¿Acabo de escuchar lo que creo que he
escuchado?», pensé, impresionado.
—Joder, Brandon. Me gusta tanto cómo me lo haces —susurró,
como si de verdad estuviera a su lado.
—Abre las piernas para mí, Melissa. Déjame verte entera.
Se giró hacia la cámara y tuve una visión de toda ella. La forma en
que su clítoris estaba hinchado y sus jugos resbalaban, dando a entender lo
excitada que estaba. Vi que sus muslos temblaban con las vibraciones que
le producía aquel cacharro, mientras lo movía lentamente por su sexo, y
algo dentro de mí estalló.
Me acaricié la polla con más energía y dejé escapar un gruñido de
satisfacción. Melissa siguió diciéndome cosas picantes y mi miembro ya
estaba duro como una roca.
—Me gustaría que me lamieras hasta que no pudiera respirar. Quiero
correrme sin parar hasta que te suplique que te detengas. ¡Ah, sí! Me
gustaría que me abrazaras, que me apretaras y me mordisquearas.
—Diablos, Melissa. —Jadeé antes de continuar—: Si estuvieras
aquí, enredaría mis manos en tu pelo y te follaría la garganta. Joder, no
tienes ni idea de lo que me gustó la otra mañana. Sentir tus… ¡Oh, joder!
—gemí de nuevo—. Mi polla en tu boca, esa es la mejor forma de
despertar.
Miré y vi su cuerpo arquearse al tiempo que empujaba lentamente
ese hermoso juguete en su coño maduro. El sonido húmedo por sí solo fue
suficiente para hacer que la cabeza de mi polla goteara. El juguete tocó
fondo en ella y presionó la zona vibradora contra clítoris, donde inició un
ritmo furioso.
—Brandon. Sí. Lléname. Justo así. Oh, has dado en todos esos
puntos que me llevan al orgasmo.
—Melissa… mierda, necesito que mis bolas se empapen con la
humedad de tu sexo.
Sus piernas temblaban en la pantalla y levanté las caderas de la cama
sin dejar de tirar de mi miembro hacia arria con la mano. Ella era la visión
más bonita que podía imaginar y la estaba viendo en mi teléfono. Quería
inclinarme y probarla. Necesitaba sacarle aquel juguete y darle un azote en
el culo, mientras mis dedos se internaban para sustituirlo. Quería que se
corriera a voluntad de mi lengua, que no dejaría de saborear su clítoris
hinchado, hasta que llorara de placer.
—Haz que me corra, Brandon. Hazlo ya, por favor.
—No, hasta que yo lo diga. —Necesita llegar con ella—. No hasta
que yo lo diga.
Melissa gimió y yo aceleré los movimientos de mi mano. Podía
notar como quería tomar con desesperación lo que era suyo por derecho.
Agarré el teléfono y lo sostuve contra mi cara, presionando con besos la
pantalla y escuchando sus jadeos de satisfacción.
—Ven por mí —pedí con voz ahogada—. Ven por mí y di mi
nombre.
—Brandon. Brandon. ¡Sí, sí! Justo así. Joder. Más rápido. Más
fuerte. Más. Más. Dame más, por favor.
Deslicé por última vez la mano antes de que mi cuerpo se liberara.
Mis bolas se apretaron tanto que pensé que desaparecerían y una gran
cantidad de semen salpicó mi abdomen, hasta que quedé sin aliento y
sudando. Me desplomé en la cama mientras observaba cómo se corría ella.
El vibrador trabajaba en su coño, sus jadeos fueron disminuyendo de
intensidad y las piernas temblaban muy cerca de la cámara. Sus fluidos
hacían que el juguete resbalara, dentro y fuera, hasta que dejó de moverlo;
alzó la cabeza, estaba sudorosa, y movió la cámara para que solo pudiera
ver su rostro.
—Eres el hombre más increíble que he conocido. —Pudo decir sin
aliento.
Sus palabras me golpearon como un camión de la basura. Casi me
puse a llorar al ver su mirada sincera. Percibí su voz emocionada y besé la
cámara, ganándome a cambio un beso cansado de ella.
—Tú eres impresionante —declaré con un suspiro—. Eres mucho
más fuerte de lo que crees y tienes más poder del que piensas.
—Me gustaría que estuvieras aquí.
—A mí también me gustaría.
La vi sonrojarse mientras se tapaba el cuerpo con las sábanas. De
repente, la ardiente descarada se transformaba en la mujer inocente que
sabía que era Melissa. Se rió, se cubrió la cara con la mano y la imité,
soltando una suave carcajada. Cada vez estaba más colorada y deseé que
todo esto que estaba creciendo entre nosotros no terminara nunca.
—No puedo creer que hayamos hecho eso —confesó, avergonzada.
—Es un honor conocer tu cuerpo de cualquier manera que pueda.
Gracias, Melissa.
Sonrió antes de dar un beso a la cámara y cerré los ojos, fingiendo
que sus labios me rozaban. Pude sentir su tibieza, cómo se movía sus
labios sobre los míos y su cuerpo se arrastraba lentamente por mi regazo.
Quería tenerla cerca de mí. Sumergirla bajo las sábanas para que
pudiéramos perdernos en el mar de placer que nos había envuelto. Quería
mostrarle el mundo. Llevarla a las giras de libros y enseñarles a Sarah y a
Max todos los lugares de interés que visitáramos. Quería sostener su mano
en los días malos que tuviera y sonreír con ella en los buenos.
Quería estar con ella, en su cama, no en aquella solitaria habitación
de hotel.
—No puedo esperar a que estés en casa —confesó ella con voz
melancólica.
—Yo no puedo esperar a estar contigo. —Fui también sincero.
Capítulo 25
Melissa
—Ava, la cabeza me da vueltas.
—¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? ¿Sarah está bien?
Mis excitados pensamientos iban de un lado a otro y no paraban de
maquinar. Desde que Brandon se había ido, hablábamos todas las noches
por teléfono. Nos contábamos cómo había ido el día, yo le hablaba de
Sarah y él de sus entrevistas y presentaciones. Vimos juntos la que hizo en
televisión. Ambos conectados por teléfono y le pregunté por algunas de las
respuestas que dio. Resultaba estimulante tenerlo en mi oído durante las
solitarias horas nocturnas después de que Sarah se durmiera.
Pero esa noche no había sabido nada de él y no respondía a mis
mensajes de texto.
—¿Estás segura de que no estará ocupado? —Ava intentó buscar una
respuesta lógica a su desaparición.
—No lo sé. Esto es lo mismo que ocurrió cuando se fue a la
universidad. Hablábamos, nos escribíamos y él venía a verme al campus.
Hasta que un día, todo se paró.
—¿Le has contado eso?
No sabía si podía. Por un lado, solo habíamos estado hablando dos
noches. Se encontraba de gira y estaba muy ocupado con apariciones en
público y firmas de libros.
Pero por otro lado...
—No —respondí a su pregunta.
—Pues deberías hablarlo con él. Lo que te hizo tuvo un gran impacto
en la mujer en la que te convertiste. Seguro que lo entenderá como médico
—dijo ella.
—Me alegro de que Sarah no esté aquí para verme tan alterada.
—¿Dónde está ella?
—Con sus abuelos. Los echaba de menos. Se ha convertido en una
costumbre que vea los dibujos animados de los sábados con su abuelo.
—Bueno, Logan está con su padre. ¿Quieres que vaya a tu casa? —
Ofreció Ava.
—¿Va bien con tu ex?
—Va tan bien como se puede esperar. No hay nada romántico entre
nosotros, pero ha dado un paso adelante con Logan. El otro día, llegué
temprano a casa del trabajo y había recogido a Logan de la escuela para
pasar tiempo con él.
—¿Cómo se te ha pasado eso por alto?
—Es maravilloso que pasen tiempo juntos, pero tuve que decirle que
no podía ser a expensas de su educación. La semana que viene, nos
sentaremos a hablar y buscaremos la forma de compartir el tiempo con los
dos de forma que el niño no altere su rutina diaria.
—Es maravilloso que os llevéis así de bien con ese asunto. No temas
contratar un mediador si las cosas van mal, ¿de acuerdo?
—Lo sé, lo sé. A partir de ahora, las cosas irán bien. Lo prometo.
—En cuanto a lo de venir a casa, ¿por qué no salimos? Ninguna de
las dos tiene a los niños y podríamos tomar una copa por ahí.
—Hace tiempo que no sales, ¿verdad? —bromeó entre risas.
—Cállate y di que sí.
—Te recogeré en una hora. Ponte guapa. Si vamos a salir, lo haremos
bien.
Necesitaba salir para sacarme de la mente todo lo que me torturaba.
Estaba entrando en espiral, podía sentirlo. Era como si escuchara una voz
en mi cabeza; otra versión de mí que intentaba apartarme del camino. Si
tomaba un par de copas con mi mejor amiga, me distraería con música y
podría sentirme mejor. Y sobre todo me alejaría del teléfono.
Ava apareció muy guapa y fuimos a un bar del centro. Pagamos la
entrada para escuchar música en directo y nos sentamos en una mesa en
una esquina. Antes de que nos diéramos cuenta, teníamos dos vasos en la
mano y estábamos chismorreando sobre nuestra semana. Charlamos de
todo, incluso de lo que habían hecho nuestros hijos esa semana. Al llegar a
la tercera copa, me sentí mucho más liberada y dispuesta a hablar de
cualquier tema que se planteara.
—Brandon ha estado un poco raro desde que tuvimos sexo
telefónico.
—Espera, ¿qué? —Ava me miró sorprendida.
—Sí. Lo echaba mucho de menos y estaba tan guapo por la
videollamada que no pude resistirme.
—¿Cómo diablos has podido ocultarme algo así? Cuéntalo todo.
—Estaba tan sexy en esa pantalla.
—¿Él se masturbó? ¡Sí, por favor!
—Su polla se veía enorme en la mano… y sus manos son enormes
—aclaré con voz profunda.
—Oh, chica. Eres tan afortunada. Es raro encontrar alguien así. Echo
de menos ese tipo de rarezas.
—Puse las piernas abiertas y apoyadas en alto para que pudiera verlo
todo y más. Incluso me he cargado a Carlos.
—Mierda, ¿ha aparecido el brillante Carlos rosado?
—Y se portó de maravilla. Nunca había visto entrar tanto en mi
cuerpo y cuando me corrí, parecía que no tenía fin. Creo que, en un
momento dado, le dije que quería que me follara y me penetrara con el
consolador al mismo tiempo.
—¡Mierda, Melissa, así se hace!
—Pero nuestra conversación del jueves por la noche fue un poco
corta y luego no llamó en todo el viernes. Igual que esta noche.
—Y crees que tiene algo que ver con el sexo telefónico. —Ava no
parecía muy convencida.
—Puede que haya encontrado a alguien más con quien estar. Alguien
mejor. ¿Sabes que se casó con esa chica rusa porque su padre le pagó para
hacerlo?
—¿Qué? Me has estado ocultando cosas, Melissa.
—Sí. Invirtió el dinero para levantar su empresa en Los Ángeles.
Puede que alguien más le haya hecho una propuesta de negocio que no
habrá podido rechazar.
Estaba furiosa y frustrada a partes iguales. Y también más borracha
de lo que pretendía, pero de todas formas, apuré lo que me quedaba en el
vaso antes de levantarme del taburete.
—Lo más seguro es que esté ocupado. —Ava se deslizó de su asiento
—. Pero si te molesta tanto, sé sincera con él. ¿Qué es lo peor que podría
pasar? Ya lo perdiste una vez.
—Gracias por recordármelo, tonta.
—Solo digo lo que pienso.
—¿Nos vamos? —Indiqué hacia la salida.
Poco después, Ava me dejó en la puerta de casa y al llegar a la
habitación me di cuenta de que se inclinaba. Tenía el estómago revuelto y
me dejé caer en el sofá para cerrar los ojos durante unos minutos. Tenía la
cabeza llena de cosas que quería decirle a Brandon y sabía que la única
forma de tener el valor de decirlas era llamándolo.
Esa noche, sin perder tiempo.
Su teléfono sonó, sonó y sonó. Con cada llamada me sentía más
enfadada. Era inevitable pensar que estaría con otra mujer. Alguna
preciosidad de piel pálida y piernas largas; sin estrías y con muslos
torneados. Seguramente, tendría unos pies delicados y él estaría
masajeándoselos después de haberla penetrado.
Estaba segura de que ella no le chuparía la polla como yo.
«Ha llamado al buzón de voz del doctor Brandon Black. Deje su
mensaje y le llamará en cuanto pueda», dijo la locución del contestador.
—Brandon, soy yo, Melissa. Ya sabes, la chica del sexo telefónico.
Yo no... —No pude seguir hablando. Sentí náuseas y respiré
profundamente para no vomitar. Tragué saliva con fuerza y procuré
mantener las lágrimas a raya. Enseguida comencé a temblar, tenía tantas
cosas que expulsar, tanto que necesitaba decir, tantos recuerdos malos que
regresaban a mi mente que noté como mi respiración se aceleraba. Era
ahora o nunca—. Brandon… no sé por qué has desaparecido de la faz de la
tierra otra vez, pero solo quería decirte que debes respetarme. Si estás
entre las piernas de otra chica, genial. Solo dímelo. No aparezcas por mi
puerta con otra mujer colgada del brazo, porque esta vez no podré
soportarlo. Sé sincero conmigo, dime que has conocido a alguien mejor y
vete. Lo hiciste una vez, pero eso no significa que puedas hacerlo de
nuevo.
Sentí que mi estómago se tambaleaba de nuevo y eructé. Me estaba
poniendo enferma y sabía que pasaría toda la noche de rodillas con la
cabeza en el retrete, pero tenía que continuar. Tenía que decir todo lo que
pensaba.
—Te amé antes y también después de eso. Por eso tengo miedo de
amarte ahora; sobre todo, con ese fabuloso sexo telefónico y luego nada...
«Para enviar su mensaje, pulse uno o cuelgue. Para borrar y volver a
empezar, pulse dos», me interrumpió la voz del contestador.
—¡Joder! —grité, furiosa.
Colgué el teléfono antes de levantarme de la cama, corrí hacia el
baño y vomité todo el contenido de mi estómago. Me ardía la garganta y,
con las rodillas clavadas en el suelo, me apoyé en la fría cerámica. Sin
poder evitarlo comencé a llorar, mi pelo caía sobre mi cara y se me pegó a
las mejillas por las lágrimas. Por primera vez en mi vida, sentí que tocaba
fondo. Había caído en un oscuro agujero que yo misma había cavado.
Cuando ya no me quedaba nada por vomitar, me tumbé en el suelo.
Tenía el pelo húmedo, se había manchado y estaba pegado al cuello. Me
acurruqué formando un tembloroso ovillo y, sin dejar de llorar, me
compadecí de mí misma al ver en lo que se había convertido mi vida.
Lloré por mi hija que nunca conocería al increíble hombre que era su
padre. Lloré por mis padres que nunca sabrían de la hermosa nieta que
tenían. Lloré por mi corazón que había sido destrozado y roto y destrozado
y destrozado.
Y lloré por Brandon. Por lo que podría haber sido si no hubiera
permitido que la vida me hiciera tanto daño.
—¿Por qué me pasa todo esto? —dije en voz alta y entre sollozos—.
¿Por qué no puedo mejorar?
Lloré tanto que ni siquiera escuché mi teléfono sonar en la otra
habitación.
Lloré tanto que no me di cuenta de que Brandon estaba tratando de
devolverme la llamada.
Capítulo 26
Brandon
El buzón de voz de Melissa me puso nervioso, pero el hecho de que
no contestara me hizo entrar en pánico. Supe que estaba borracha por la
forma en que arrastraba las palabras. Además, me di cuenta de que el
alcohol había desatado el resentimiento que guardaba hacia mí. Sentí que
iba a perderla nada más escucharla y necesitaba explicarle que las dos
últimas noches se había hecho demasiado tarde para llamarla.
Joder, debería haberle enviado algunos mensajes de texto, aunque
fuera la una de la madrugada.
Llamé a mi agente y le dije que iba a posponer la segunda semana de
la gira. Intentó convencerme mientras hacía las maletas de que no daría
buena imagen, pero no me importó. Ya era hora de que pusiera algo más
que mi carrera como prioridad y, por una vez, iba a hacer que Melissa lo
fuera.
Iba a hacerla mi prioridad.
No confiaba en mí y tenía todo el derecho. Tenía miedo de amarme y
entendía por qué. Reservé el primer vuelo a casa y, aunque mi agente
intentó contactar conmigo, no contesté sus llamadas. No iba a seguir con
la segunda parte de la gira hasta que solucionara las cosas con Melissa.
Traté de telefonearla antes de subir al avión y me maldije por no
tener el número de nadie más. Ni de su jefe, ni de su médico, ni de su
mejor amiga. El de nadie. No tenía forma de contactar para asegurarme de
que no había bebido demasiado, ni se había atragantado con su propio
vómito o incluso si había tropezado y estaba inconsciente. Todos estos
escenarios pasaron por mi cabeza mientras volaba de regreso a Los
Ángeles y en el momento en que me bajé de mi jet privado, salí corriendo
hacia el coche que me estaba esperando.
Cuando llegué a casa de Melissa, eran las dos de la tarde. Su coche
estaba aparcado y las luces de su sala de estar estaban encendidas, pero no
había ningún tipo de movimiento detrás de la cortina. Al llegar frente a su
puerta, moví el pomo y comencé a golpearla.
Joder, necesitaba que estuviera bien.
—¡Melissa! —grité, mientras seguía llamando con la mano y el
timbre al mismo tiempo—. ¡Melissa! ¡Abre! ¡Por favor!
Esperé por si podía escuchar algo, pero no sirvió de nada. Volví a
golpear con el puño y la puerta tembló como si fuera a caerse. Llamé tan
fuerte que no la oí acercarse y cuando abrió, casi caí sobre ella.
Melisa jadeó al tiempo que me sostuvo cerca de ella y cuando
levanté la cabeza, choqué mis labios contra los suyos.
Sabía a alcohol y a vómito residual, pero, joder, no me importó.
Estaba viva, consciente y estaba en mis brazos.
—¡Brandon! —murmuró, sorprendida.
—Me alegro de que estés bien.
—¿Qué haces aquí?
—Escuché tu mensaje en el buzón de voz.
—¿Mi qué?
Vaya. Ella realmente se había emborrachado.
—Me dejaste un mensaje de voz anoche. Intenté llamar varias veces
pero no pude contactar contigo y entré en pánico.
—¿Cómo es que estás aquí? ¿Qué hay de...? Espera, ¿no tienes una
entrevista esta noche? —Se llevó una mano a la garganta.
—Ya no —aseveré, rodeándola con los brazos y entrando en su casa.
Cerré la puerta y la besé en el cuello. Ella suspiró y se derritió contra
mi cuerpo mientras lamía el sabor salado de su piel.
Necesitaba que supiera que ella estaba en el centro de mi mente.
Siempre.
—¿Qué dije en el mensaje?
Dejé de besarla y levanté los ojos para ver su mirada. Sentía
curiosidad, me di cuenta, pero algo también me dijo que sabía lo que había
dicho. Parecía recelosa, nerviosa; aunque también aliviada, como si se
alegrara de haber soltado algo que guardaba desde hacía mucho tiempo, a
pesar de que no recordara las palabras exactas.
—Dijiste que tenías miedo de amarme por lo que pasó, que el hecho
de que yo desapareciera de la faz de la tierra te ponía nerviosa por si
estaba con otra persona, y querías que fuera sincero contigo si había vuelto
a ocurrir —le expliqué. Ella asintió muy despacio. Se separó de mis brazos
y yo volví a acercarla—. Melissa, el viernes y el sábado terminé muy tarde
de firmar libros en las librerías. Regresé al hotel cerca de la una de la
madrugada y no sabía si estarías despierta. No quería molestarte tan tarde,
sabiendo de tus problemas para conciliar el sueño.
Vi que se relajaba con mis palabras y que gruesas lágrimas acudían a
sus ojos. Su pelo enredado y una enorme mancha rojiza en la mejilla daban
una idea de lo que había ocurrido. Probablemente se había quedado
dormida por el alcohol y mis golpes la habían despertado de dondequiera
que se hubiera desmayado.
—Melissa, ¿estás bien? —La miré, preocupado.
—Pues… debería llamar a los padres de Carl para asegurarme de
que podrán quedarse con Sarah más tiempo, hasta que yo pueda limpiar
todo esto. —Señaló alrededor con la mano.
—Parece buena idea. Te prepararé un baño, ¿te apetece?
—Suena genial —aceptó ella, sonriendo.
Fue a buscar su teléfono mientras yo me dirigía al cuarto de baño.
Llene la bañera de agua caliente y eché sales de baño con aroma a vainilla.
Me tomé la libertad de fregar el suelo y limpié los azulejos antes de que
regresara. Al entrar, me fijé en sus hombros caídos. Llevaba el pelo hecho
un desastre y tenía los ojos rojos por el cansancio. Cerré el grifo y
comencé a desvestirla muy despacio. Luego la tomé en brazos y la
introduje lentamente en el agua espumosa mientras suspiraba de alivio.
Me deshice de mi ropa y la apilé en el suelo, antes de deslizarme
detrás de ella. Recogí agua con las manos y la vertí sobre su cabeza para
comenzar a lavarle el pelo. Poco a poco fui enjabonando su cuerpo con
movimientos circulares, hasta que sentí que se relajaba.
Cuando comencé a lavarle los muslos, abrió las piernas un poco más
de lo que debiera y recostó la cabeza en mi hombro. La besé en la mejilla
y observamos en silencio cómo estallaban las burbujas de espuma contra
nuestros cuerpos.
Se sonrojó cuando mis dedos se abrieron camino entre los pliegues
de su coño.
—Brandon —murmuró cuando sentí que se excitaba.
—Estoy aquí —la tranquilicé mientras mis labios rozaban su oreja.
Lentamente, dejé que mis dedos la exploraran. Registré todos los
lugares que la hacían estremecerse y masajeé su sexo.
—Nunca podría desear a otra mujer después de haberte recuperado
—le advertí.
—Lo siento —dijo sin aliento.
—Nunca te disculpes por decir la verdad. Gracias por dejarme
formar parte de ella. —Presioné la punta de mis dedos en la entrada de su
sexo para resaltar mi declaración.
Gimió ligeramente y arqueó la espalda cuando tomé en la otra mano
uno de sus pechos. Aplastó mi miembro contra ella, su suave piel rozando
mi palpitante erección, y encajó su cuerpo en mis caderas. La fricción fue
suficiente para enloquecerme mientras estimulaba su clítoris y me
excitaba cada vez más.
—Has vuelto —susurró como si no lo creyera.
—Que sea el primero de los muchos precedentes que sentaré.
Se estremeció de placer y comenzó a temblar. Clavó sus dedos en
mis muslos y le pellizqué el pezón, jugando con él entre mis dedos
mientras gemía y gemía. Podía sentir su coño temblando de deseo, se
agachó salvajemente contra mi mano y envió agua jabonosa a los lados de
la bañera.
Sus pezones se endurecieron y se echó atrás para agarrarme por el
pelo. Dirigió mi cabeza hacia su cuello para que le mordiera y me moví
para presionar su centro hinchado. Rocé su piel con los dientes, empezó a
jadear y mi polla creció contra ella mientras continuaba empujando hacia
mí.
—Así, toma lo que quieras —le pedí—. Todo lo que tengo es tuyo.
—Brandon. Joder. Me encanta cómo me tocas. Sí. Sí. No te detengas.
—Nunca me detendré, Melissa. Nunca.
La sostuve cerca de mí cuando su cuerpo comenzó a temblar de
forma incontrolada. Mordí su piel, marcándola como mía mientras su coño
vertía jugos en el agua del baño. Mi semen salió disparado y subió por su
espalda, pintando el cuadro más bello del mundo en su piel bronceada. La
besé en el cuello mientras saltaba y se estremecía, sus labios recorriendo
mi piel mientras se fundía contra mí.
—Estoy tan contenta de que estés aquí —susurró.
—Yo también —confesé antes de capturar sus labios en un beso.
Capítulo 27
Melissa
No podía creer que Brandon estuviera realmente aquí. Conmigo. En
una bañera llena de burbujas. Me relajé con él y un impresionante orgasmo
me invadió mientras tomaba su cuerpo. Cerré los ojos y suspiré entre sus
brazos, el agua se estaba enfriando pero me daba igual, no quería
levantarme e irme. Tenía miedo de que fuera un sueño y al hacerlo pudiera
despertar.
—¿Por qué estás aquí, Brandon?
—Porque recibí tu mensaje de voz.
—Sí, ya lo sé. ¿Pero por qué has abandonado la gira de tu libro? ¿No
se enfadará la gente contigo?
—Entré en pánico cuando recibí tu mensaje —me explicó—. Me di
cuenta de que habías estado bebiendo y no pude localizarte cuando te
llamé. Pensé que había pasado algo. Que te habías puesto enferma, incluso
temía que te hubieras atragantado con tu propio vómito.
Entonces supe que lo había estropeado todo. Había arruinado su gira
y la gente se iba a enojar por mi culpa. Sus lectores estarían decepcionados
y su agente enfadado. No conseguiría la publicidad que necesitaba para
promocionar el último libro y, seguramente, Brandon se preocuparía en
lugar de disfrutar de su éxito. Todo por mi culpa, porque yo era una tonta
aferrada al pasado.
—Tienes que volver —le advertí al tiempo que me alejaba de él.
—Ni hablar. Te quiero, Melissa. Me preocupo por ti.
—Eso no significa que debas arriesgar tu propio éxito para venir a
verme. Te habría llamado por la mañana.
—No estaba dispuesto a perderte y no me gusta aclarar los asuntos
importantes por teléfono.
—No deberías haber hecho eso —le regañé, saliendo de la bañera.
—Melissa, ¿a dónde vas?
—Tienes que volver. —Insistí. Agarré una toalla y agregué—. Llama
a tu agente y dile que vas a regresar.
—Ya he dispuesto todo hasta más adelante, Melissa. Vuelve a la
bañera.
—¡Entonces llámalo y vuelve a disponerlo! Telefonéalo y dile que
regresas.
No dejaba de decir que tenía que regresar, completar la gira y hacer
las entrevistas de televisión. El me miró con atención y frunció el ceño.
Quería que comprendiera que no podía volver a sentirme culpable por algo
y, mucho menos, por arruinar su carrera y convertir su libro en un fracaso
en lugar de un éxito.
—Melissa, respira hondo —me pidió llegando hasta mí.
—A la mierda tus respiraciones profundas —repliqué, zafándome de
sus manos—. Regresa a la gira.
—No lo haré.
—¿Y por qué no? Tarde o temprano, estarás resentido conmigo
porque has terminado tus presentaciones y porque tu libro no se está
vendiendo ni tendrás la misma publicidad que otras veces. Tu agente
probablemente me culpará en la prensa o alguna mierda así… y me hará
parecer una persona horrible porque no has cumplido tus compromisos.
—No pasará nada de eso. —Su tono sonó conciliador—. Le dije a mi
agente que tenía una emergencia familiar y cree que ha sido por Max.
—Si quieres estar conmigo, si esto va a funcionar, tienes que volver.
No puedes dejar tu vida cuando me encuentre mal. Tenemos que aprender
a resolver algunas cosas por teléfono, incluso lo del sexo telefónico fue
una buena opción para no sentirnos tan alejados.
—El sexo telefónico —repitió con una sonrisa.
—Sí. Cuando nos deseemos y estés de viaje. Sexo telefónico, video
llamadas y cosas así. Tenemos que ser capaces de sobrellevar esta relación
con todo lo que ella implica.
Tomé aire y lo miré con fijeza. Brandon estaba desnudo frente a mí,
se acercó y todavía estaba un poco mojado por el agua de la bañera. Sin
querer seguir discutiendo, entré en mi habitación y me llevé la mano a la
cabeza cuando sentí que todo daba vueltas. Con lágrimas en los ojos, me
dije que no podía permitir que se quedara. Tenía que volver. Debíamos
resolver esto como cualquier otra pareja lo haría cuando alguno de ellos
salía de viaje. Me odiaría y nuestro amor se convertiría en odio si no
regresaba a su gira. No sabría gestionar esa nueva situación.
—Melissa, estás sufriendo un ataque de pánico. Vamos a calmarte y
luego podremos hablar —me aconsejó.
—No uses esa suave voz de médico conmigo. Sabes que tengo razón,
Brandon. Los medios de comunicación y tu agente van a tener un día
horrible con tu partida. Ya puedo ver el titular: El infame doctor huyendo a
toda prisa.
—Melissa, no ha pasado nada de eso. Los asuntos se pueden
posponer, no es necesario cancelarlos. Te lo prometo. Ven aquí y déjame
abrazarte.
—No. —Me alejé sin aliento.
Golpeé la cama con la parte de atrás de las piernas y me caí de culo.
Todo mi cuerpo temblaba al ver su borrosa figura acercarse a mí, pero en
el momento en que sus manos bajaron a mis brazos, me defendí. Lo
empujé fuera de la habitación, con las lágrimas rodando por mis mejillas
antes de cerrar la puerta de mi habitación y dejarlo fuera.
—Vete —le supliqué con voz ahogada.
—Melissa, abre la puerta.
—Vete —repetí en un susurro.
—No me voy a ir a ninguna parte. Te quiero. No te voy a dejar en
este estado. Por favor, Mel, respira hondo por la nariz.
«Mel. Mel. Mel». Resonó en mi cabeza el apodo con el que me
llamaban mis padres cada vez que me quitaban algo o me encerraban en
mi habitación el fin de semana. Siempre me daban un beso en la nariz y
me llamaban: Mel.
—Te quiero, Mel.
—Vete por favor —le rogué.
—No.
—Por favor.
—No te voy a dejar así.
—¡He dicho que te vayas!
Grité tan fuerte que perdí la voz. La visión de mis recuerdos se
desvaneció y volví tropezando a la cama. La toalla cayó mientras me
acurrucaba, levanté las rodillas hasta el pecho y me hice un ovillo. Cuando
se me cerraron los ojos, pensé que Brandon iba odiarme. Su libro iba a
fracasar. Su agente me gritaría y la prensa me masacraría.
Y todo porque me emborraché.
Escuché que la puerta de mi casa se abría y cerraba y seguí llorando
en la cama. Necesitaba a Ava. Necesitaba hablar con ella. Necesitaba
decirle lo que estaba pasando, que todo lo que quería era lo mejor para él.
Quería que Brandon tuviera éxito. Quería que fuera felicitado por sus
lectores y no que se viera arrastrado por mí.
Busqué el teléfono, marqué el número de mi amiga y rogué a Dios
que contestara.
Cuando lo hizo, comencé a sollozar.
—No te muevas de ahí., voy para allá —dijo para tranquilizarme.
No sé qué pasó después, lo siguiente que sentí fue que Ava me cubría
con el edredón. Se sentó a mi lado y me acarició el pelo. Poco a poco
acallé mi llanto y las manos dejaron de temblarme. Ella no dejó de pasar
sus dedos por mi melena y mi respiración se suavizó.
Estaba más vacía que el día que perdí a Carl, acababa de tocar fondo
de verdad.
—¿Qué ha pasado? —se atrevió a preguntarme.
—Anoche me emborraché, llamé a Brandon y le conté todo lo que
sentía.
—¡Madre mía! —Fue todo cuanto pudo decir.
—Y él se ha presentado en la puerta de madrugada.
—¿Qué?
—Y tomamos el baño más erótico de mi vida —repuse sin aliento.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Él ha pospuesto asuntos importantes por mí.
—No te sigo.
—Tenía concertadas varias entrevistas y presentaciones de su libro
durante la gira que comenzó hace unos días, pero las ha cancelado en el
último momento y su agente estaba enfadado. Miles de lectores que
esperaban autógrafos ahora no podrán verlo por mi culpa. No podrán
estrecharle la mano o hablar con él porque no fui lo suficientemente
fuerte. Su libro no tendrá tanto éxito como debería, porque yo soy una
tonta que no podía esperar a que me devolviera las llamadas.
—Vale, ¿se lo has explicado así?
—Sí. Y él dijo que no iba a regresar.
—Entonces, ¿por qué te estoy mimando ahora mismo?
—Entré en pánico. Le dije que si se preocupaba por mí, teníamos
que resolverlo por teléfono. Le dije que no podía dejar todo para verme
solo porque estaba preocupado por mí. Soy una mujer adulta que puede
cuidar de sí misma. Nos implicamos con el sexo telefónico, así que le dije
que podíamos hacer algo así mientras estuviéramos separados, pero que
debía irse y continuar con su gira y sus éxitos y regresar después.
—Bueno, no te estás comportando como una mujer adulta —
observó.
—¿En serio, Ava?
—Sí, en serio. Melissa. Estás aquí, tumbada, con la nariz llena de
mocos y desnuda, porque un hombre que se preocupa por ti, un hombre
que sé que tú también te preocupas por él, voló a casa para asegurarse de
que estabas bien. Puede que te preocupe que la presentación de su libro no
vaya bien, pero te enfadaste con él por el hecho de que no regresara, que
no se fuera. ¿Ves lo absurdo que resulta todo?
—Tenía sentido en ese momento —justifiqué, murmurando.
—En tu estado de pánico, probablemente. Y apuesto a que Brandon
incluso trató de ayudarte a superarlo, ¿verdad?
—Puede que me haya pedido varias veces que respirara
profundamente —reconocí a regañadientes.
—Lo siento, chica. Pero la culpa es tuya. Tienes a un buen hombre
que abandonó su maldita gira de libros para ver cómo estabas y lo echaste.
Es culpa tuya y depende de ti arreglarlo.
—Solo quería que su libro tuviera éxito. No quiero que eso sea culpa
mía y se resienta conmigo.
—Entonces dile que fueron tus emociones las que hablaron cuando
lo echaste.
Ella tenía razón. Me había comportado como una idiota. Apareció en
mi puerta, no hizo nada más que limpiarme y lo eché cuando mis
emociones sacaron lo peor de mí. Estaba demasiado preocupada por cómo
se reflejaría la situación en mí y no me centré en cómo repercutía en
nosotros. Brandon hizo todo lo posible porque lo arregláramos, dejó de
lado su éxito para venir a cuidarme y todo por un maldito mensaje de voz.
—¿Quieres mi consejo? —Ava interrumpió mis pensamientos.
—Claro —asentí, suspirando.
—Pasa el día con Sarah, despeja tu mente y piensa en lo que
realmente quieres con Brandon. Si él voló hasta aquí por ti, es porque le
importas. Si no lo ves, es culpa tuya. Averigua si lo quieres como él te
quiere a ti. Se lo merece y si no lo haces, déjalo ir. Pero deja de estar tan
asustada.
—Pero, y si él...
—Tuvisteis una historia hace años, pero desde entonces habéis
vivido una vida cada uno. Él también ha pasado por situaciones difíciles,
estoy segura, pero te ayuda con la tuya y deja la suya a un lado.
—Joder —dije sin aliento.
—Podrás superarlo si vas con cuidado, pero tendrás que rehacerte e
intentar abordar el problema.
—Haces que parezca una loca.
—En este caso en particular, has actuado un poco como una loca. —
Sonrió.
—¿Debería llamarlo?
—Si no me equivoco, vendrá a por ti. Pasa tiempo con Sarah y haz tu
trabajo. Cuando te llame, deja que él dirija la conversación y asimile lo
que tiene que decir. Es todo lo que puedes hacer después de todo lo
ocurrido.
—Me siento como una idiota.
—Porque eres una idiota —espetó ella, sonriendo.
—¿Quieres que cenemos con Logan y Sarah? Los cuatro como otras
veces.
—Parece un plan estupendo. Dime dónde y cuándo.
Capítulo 28
Brandon
Cuando subí a mi jet privado, estaba muy nervioso. No sabía qué
había causado aquel arrebato a Melissa, pero volé a través de varios
estados, desde Georgia hasta la maldita California, para asegurarme de que
estaba bien. Quería tenerla en mis brazos y asegurarle que no iba a
ninguna parte. Quería susurrarle al oído que no había nadie más, que nadie
podía ser lo que ella significaba para mí.
Y en vez de eso, me echó.
Fue la primera vez desde que nos reencontramos que no me dejó
ayudarla. Prefirió preservar mi carrera literaria y se sintió responsable de
que hubiera cancelado los eventos que tenía pendientes. Lo que ella no
comprendía era que al ser un psiquiatra de renombre mundial, cancelaba
cosas ajenas a mi profesión a favor de mis pacientes o de Max. Ella no era
diferente.
—Sí, voy a volver —aseveré a mi agente que me había preguntado.
—Bien. No es propio de ti huir de este tipo de cosas, así que no
cancelé nada —me explicó el hombre.
—Gracias.
—¿Max está bien?
—Sí, se pondrá bien. ¿Qué hay pendiente en mi agenda?
—El domingo lo tenías libre, así que no he tenido que cambiar nada.
Tienes una entrevista en la televisión el lunes por la mañana y luego otra
en la radio. Tomaremos un almuerzo rápido antes de ir a la librería para
una de las firmas y terminaremos temprano.
—Bien. Usaremos uno de esos días —concreté, suspirando.
—Avísame cuando aterrices. Te enviaré algo de cena a la habitación.
—Gracias.
El resto del domingo por la noche seguí pensando en Melissa sin
cesar. Creí que ir a verla después del mensaje que me dejó, le demostraría
lo mucho que significaba para mí, lo mucho que la amaba y lo que estaba
dispuesto a hacer para que esto funcionara entre nosotros. A pesar de los
problemas por los que pasaba, todo iba bien cuando estaba con ella, como
si estuviéramos conectados de alguna manera.
Pero no podíamos seguir así. Habíamos llegado a un punto en el que
el pasado era pasado y ella tenía que confiar en el hombre en el que me
había convertido.
Debía dejar de tratarme como si todavía fuera el muchacho del que
se enamoró.
Hice las gestiones del lunes y las entrevistas que había programado,
pero mi mente siguió en ella, tratando de comprender su miedo a los
medios de comunicación, aunque era una excusa estúpida. Los periodistas
nunca habían profundizado en mi vida personal. Demonios, nunca salí en
la prensa a menos que hubiera escrito un libro o abierto otra clínica en otro
estado. Era una excusa estúpida que usaba para alzar un muro entre
nosotros, pero me iba a ocupar de derribarlo tantas veces como fuera
necesario, antes de que la cadena que nos unía se rompiera.
No sabía qué hacer. No sabía con quién hablar de ello o si requería
alguna acción. No sabía qué hacía falta para demostrarle a Melissa que
estaba dispuesto a renunciar a todo para que lo nuestro funcionara, pero
una cosa era segura: necesitaba hablar con ella.
Así que cuando llegué al hotel por la noche y me instalé, después de
todas las entrevistas y la firma de libros, la llamé por teléfono.
—¿Brandon? —Su voz sonó impaciente.
—Hola, Mel.
—¿Estás bien? Quiero decir, ¿cómo fue tu vuelo?
—Estoy bien. Ha sido un día muy largo. Escucha, tenemos que
hablar.
Se mantuvo callada y respiré profundamente.
—Brandon, lo siento mucho —dijo por fin.
—Sé que lo sientes y entiendo por qué te asustaste. Pero
sinceramente, fue una razón estúpida para entrar en pánico.
—Lo sé. Ava me hizo comprenderlo —reconoció.
—Yo también debí ser capaz de demostrártelo. Mel, ha sido la
primera vez desde que regresaste a mi vida que no me has dejado ayudarte.
Levantaste un muro enorme y, por primera vez, no se debía a ninguno de
tus traumas pasados. Fue a causa de tus inseguridades actuales. —Ella
continuó en silencio—. No sé cuántas veces tendré que decirte que te amo
para que lo entiendas. Ni sobre cuántos estados tengo que volar para llegar
a ti, para mostrarte todo lo que estoy dispuesto a trabajar para que esto
funcione entre nosotros. La cagué en el pasado, pero hoy no soy ese
hombre. He trabajado mucho para convertirme en quien soy ahora.
—Lo sé —musitó al otro lado del auricular.
—Como tu médico, quería ayudarte. Como el hombre que te ama,
quería ayudarte. Todo en mi interior gritaba para ayudarte, y tú no me
dejaste.
—Lo siento mucho.
—No puedo obligarte a aceptar ayuda si no la quieres. Es la primera
regla que aprendes en mi línea de trabajo.
—Brandon, por favor...
—Te amo, Mel.
La oí tragar saliva mientras mi mano apretaba el teléfono. Había
tantas cosas que quería decirle. Tantas cosas que quería hacer. Quería
decirle que su sonrisa me alegraba el día. Que su toque encendió un fuego
en mis entrañas. Que su piel retorciéndose contra la mía en la cama
alimentaba hermosos y profundos pensamientos que asolaban mi mente
cuando no estaba con ella.
—¿Comprendes a lo que me refiero?
—Sí —aceptó con un jadeo.
—Me encanta la forma en que tus ojos brillan cuando te ríes. Me
encanta la forma en que tu cuerpo se arquea contra el mío cuando
envuelvo mis labios alrededor de tu pezón. Me encanta la forma en que tu
mano se desliza profundamente en la mía y adoro cómo te inclinas hacia
mí cuando te abrazo. Me encanta ver tu pelo cayendo por la espalda y
cómo te gimes cuando te tiro de él en la cama. Me encanta la forma en que
me llenas el cuerpo de besos y cómo te estremeces cuando mi cabeza está
entre tus muslos—. La oí suspirar y, por una fracción de segundo, una
sonrisa cruzó mi cara—. Me encanta la forma en que mis palabras pueden
hacerte ceder —agregué en tono sensual—. Me encanta todo de ti.
—Brandon...
—Tienes que tomarte este tiempo para pensar, Mel. Tienes que
tomar una decisión. Sé que estás sufriendo y que has pasado mucho, pero
tienes que permitirme llegar a ti y dejar de ser vulnerable. Si lo haces, no
tendrás miedo nunca más.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó sin aliento.
—Llámalo una corazonada.
—Lo siento mucho —susurró.
—No lo sientas y piensa en la decisión que vas a tomar. Profundiza
en cómo te sientes realmente. Por una vez, Mel, sé consciente de ti misma.
No puedo seguir acudiendo a ti cuando me necesites, solo para que me
eches de tu lado cuando te sientas débil. Si no puedo conseguir que no seas
débil a mi alrededor, ¿cómo diablos voy a ser capaz de ser débil a tu
alrededor?
Mi pregunta la silenció, lo que significaba que estaba considerando
mis palabras.
—Entonces, quieres una respuesta cuando regreses —aseveró con
convicción.
—Sí. Y si no me quieres, solo tienes que decirlo. Seguiremos con
nuestras sesiones y trabajaremos para que avances en el buen camino. Si lo
haces, entonces yo seguiré trabajando. Seguiré aquí, pero estaré sentado
frente a ti en una oficina en vez de en tu cama.
La oí resoplar y me rompió el corazón. Podía imaginarme el callejón
en el que se encontraba; cómo su mente trataba de hacerla huir de nuevo.
Todo dentro de mí quería ayudarla, y separar las piezas de su cerebro y
volver a unirlas de forma que encajaran.
Pero no solo estábamos hablando de mí. A Max le habían gustado
tanto ella como Sarah y lo hacía también por él.
—Trata de descansar un poco, ¿de acuerdo?
—Lo intentaré.
—Bien. Te llamaré mañana para ver cómo vas. ¿Te parece bien?
—Por supuesto. Lo estoy deseando.
—Hasta mañana, entonces. Buenas noches, Melissa.
—Buenas noches, Brandon.
Colgué el teléfono y lo tiré al suelo. Tenía el corazón alterado y mi
presión arterial se había disparado. Me deslicé hacia la cama mientras
cada músculo de mi cuerpo se tensaba.
Melissa.
Me empapé de su recuerdo mientras el cansancio se iba apoderando
lentamente de mi cuerpo. Pero antes de ceder al agotamiento y que el
sueño me venciera, tuve una última certeza. No había ningún recuerdo
femenino que pudiera excitarme como lo hacía Melissa y recé para que no
me abandonara, al mismo tiempo que mis sueños se volvían húmedos al
pensar en ella.
Capítulo 29
Melissa
Notaba sus manos en mi cuerpo, su aliento en mi piel y nuestro
dulce olor a sexo tras una noche de pasión. Evoqué sus adorados músculos
ondulando sobre mi cuerpo al tiempo que se inclinaba para besarme.
Pero cuando abrí los ojos, Brandon no estaba allí.
—¿Mamá? ¿Escuela?
—Ya voy, cariño.
El día transcurrió como todos. Dejé a Sarah en la escuela, tuve una
jornada aburrida en el trabajo y cancelé mi segunda cita con el doctor
Smith, pero esta vez fui sincera con su secretaria. Le dije que no tenía
planes de ir a hablar con él de nada y que esperaría a que regresara a la
ciudad el doctor Black.
Me había comprometido a tomar una decisión a pesar de lo que los
demás pudieran pensar al respecto.
Trabajé durante el almuerzo para adelantar algunos asuntos antes de
ir a buscar a Sarah. Pasé por el supermercado y compré su helado favorito.
Quería sorprenderla con una noche de cine, tal vez invitar a Ava y Logan.
Había estado mucho con mis suegros en las últimas semanas y quería que
supiera que la amaba.
Amada, apreciada y anhelada.
Pero, en el momento en que se subió al coche me hizo una pregunta
que me sorprendió, hasta el punto de volver a pensar sin cesar en Brandon.
—Mami, ¿cuándo volveremos a ver a Max y a tu amigo?
—¿Te refieres al señor Brandon?
—Sí. Me gustan. ¿Por qué no vienen a jugar?
Me caldeó el corazón que ella quisiera estar cerca de ellos. Sentí que
las lágrimas me llenaban los ojos al tratar de tranquilizarla, diciéndole que
el señor Brandon estaba fuera de la ciudad. Parecía quedar contenta con
esa respuesta, pero el mero hecho de que preguntara por él fue impactante.
Nunca preguntó por nadie excepto por Logan y Ava, e incluso esa relación
tardó casi dos años en cultivarse.
Se había enganchado a Max y Brandon en dos semanas.
—¿Hablas con el señor Brandon? —Volvió a preguntar sobre él.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, cuando Logan y Ava fueron a la playa, hablabas con elal
por teléfono. ¿Haces eso con el señor Brandon?
—A veces lo hago, sí. ¿Por qué?
—¿Podría hablar con él?
—¿Quieres hablar con el señor Brandon? —No pude evitar sonar
incrédula.
—Sí. Como si hablara con Ava.
—Quiero decir, claro. Podría llamarlo y preguntarle. ¿Quieres que lo
haga?
—Sí, por favor, mami.
No tenía ni idea de cómo iba a salir de este lío. Debería esperar a que
él me llamara, como dijo Ava, pero ahora era Sarah la que quería hablar
con Brandon. Por fin empezaba a darme cuenta de por qué insistió en que
quería una respuesta de la forma en que lo hizo. Todo esto estaba
afectando a nuestros hijos también.
Fuimos a casa, cenamos y tomamos helado en el sofá. Sostuve el
teléfono en la mano con fuerza, esperando y rezando para que me llamara
esa noche. Pasé los dedos por el pelo de Sarah mientras veíamos La Bella
y La Bestia, y en el momento en que llegaron las nueve, empecé a
preocuparme.
Le había prometido a mi hija algo de tiempo para hablar con
Brandon y él no iba a llamarme. ¿Qué demonios se suponía que debía
hacer? ¿Llamarlo? ¿Enviarle un mensaje de texto? ¿Hacer una video
llamada? Estaba en un territorio en el que no tenía ni idea de cómo
navegar y podía sentir la sensación de presión en mi pecho.
Mierda. Mierda, mierda, mierda.
Entonces, de repente, mi teléfono sonó. Se iluminó con un nombre
que prácticamente me hizo gritar de alegría y miré a tiempo para ver los
ojos de Sarah iluminarse. Ella salió de mi regazo y se sentó en las rodillas,
mirando el teléfono mientras yo lo contestaba. Se veía tan emocionada por
hablar con él que tuve que tragarme las lágrimas para saludarlo.
—Hola, Brandon.
—Buenas noches, Melissa. ¿Estás bien?
—Sí. Sí, estoy bien. Me alegro de que hayas llamado. Escucha, tengo
una pregunta.
—¿Qué pasa?
—Sarah quiere...
—¡Hola, señor Brandon! —interrumpió Sarah con un saludo al
teléfono.
Brandó soltó una suave carcajada y mi corazón se derritió. Rodeé los
hombros de mi hija con un brazo y la acerqué a mí mientras sus ojos
bailaban a lo largo de la pantalla.
—¿Puedes verme? —preguntó.
—No, pero podemos arreglarlo —Enseguida su cara apareció en la
pantalla y Sarah se rió con alegría.
Presioné el botón de la cámara y vi el rostro de Brandon iluminarse
mientras el de Sarah llenaba la pantalla. Él la saludó y ella le devolvió el
saludo. En un segundo, los dos estaban hablando como si se conocieran
desde hace años.
—¿Cómo te ha ido en la guardería, Sarah?
—Bien. Vi a Logan. ¿Max va a mi escuela?
—No, Max va a otra que está cerca de casa.
—Max debería ir a mi escuela. Así podría jugar conmigo y con
Logan.
—¿Quieres hablar con Max?
—¿Está ahí? —Gritó, entusiasmada.
—No está conmigo, pero puedo hacer que su cara aparezca en tu
pantalla, también. ¿Quieres verlo?
—¡Sí, por favor! ¡Sí, por favor! ¡Sí, por favor!
Me reí de su emoción cuando Brandon empezó a jugar con su
teléfono. Otra pantalla en blanco y negro apareció en el nuestro, mientras
la llamada intentaba conectarse. Los ojos de Sarah miraban atentamente y
cuando se estableció la llamada, no apareció la cara que esperábamos ver.
Era la madre de Brandon.
—¡Oh, Dios mío, Melissa! Cariño, estás increíble. Han pasado
muchos años. ¿Cómo estás?
Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando vi que la mirada de
Brandon se fijaba en los míos. En el momento en que su voz me llegó a los
oídos, me sentí como si estuviera en otro momento. Un tiempo en el que
me invitaban a cenas familiares y nos reíamos durante horas. Una época en
la que venían a buscarme a casa de mis padres. Una época en la que ponía
excusas a mi madre para que Brandon y yo pudiéramos estar juntos unos
minutos más en el porche, antes de que tuviera que llevarme a casa.
Esa mujer fue más una madre para mí que la mía cuando era niña, y
verla en mi teléfono me hizo darme cuenta de cuánto la había echado de
menos.
—Oh, cariño. ¿Qué es lo que pasa? Por favor, no llores. Puedes
hablar conmigo. —Trató de consolarme.
—La he echado mucho de menos, señora Black.
—Déjate de formalidades. Llámame Ángela.
—O mamá —lloriqueé.
—Mamá también sirve. —Me guiñó un ojo.
—¿Max? —Sarah exclamó.
—¿Sarah?
Vi el reflejo del pelo negro de Max en la pantalla antes de que
Ángela le pasara el teléfono. Una brillante sonrisa cruzó su rostro mientras
saludaba a Sarah y los dos comenzaron a hablar entre ellos. Max le mostró
su nuevo juguete y ella le contó que quería que jugaran juntos. Le dije que
podríamos reunir a todos cuando el señor Brandon llegara a la ciudad y
Ángela me dijo que Sarah era bienvenida en su casa cuando quisiera
llevarla.
Dejé que mi hija cogiera el teléfono para que pudiera ir a enseñarle a
Max la película que estábamos viendo, siguieron charlando y los miré
desde una esquina del salón. Luego ella quiso enseñarle sus juguetes en el
dormitorio y fuimos hasta allí.
—Ese es un juguete realmente increíble, Sarah. ¿Es tu favorito? —le
preguntó Brandon.
—No. Mi favorito es mi vestido de princesa y las botas de vaquera.
—Suena como mi tipo de princesa. Una mujer hermosa que puede
manejar sus propias cosas. —Su tono de voz sonó divertido.
—Sí. Me preparo mi propio cereal y todo. —Sonrió ella.
—Porque eres inteligente, capaz y muy guapa, Sarah.
—¿Qué soy yo, papá? —preguntó Max.
—Eres inteligente, capaz y guapo —repitió Brandon, sonriendo.
Las lágrimas corrían por mi cara mientras los niños seguían jugando.
Brandon le hablaba a su madre, pero lo único en lo que podía pensar era en
cómo me sentía. No estaba en pánico ni preocupada. No estaba enojada o
insegura. Sentí una sensación de calor que comenzaba en los dedos de los
pies y subía en cascada por las piernas, se deslizó por mi espalda y me
subió hasta el cuello. Me ardía la cara y, por primera vez desde que perdí a
Carl, mi mundo era completo de nuevo.
Mi corazón no se hundía en la tristeza sino que se desbordaba de
alegría.
—¿Sarah?
—¿Sí, mami?
—¿Me devuelves el teléfono?
—Pero no he terminado —protestó, haciendo pucheros.
—¿Qué te parece esto, Sarah? —intervino Brandon—: si le
devuelves el teléfono a mamá, te prometo que todos nos reuniremos y
jugaremos cuando vuelva a la ciudad.
—¿En serio, papá? —Max se mostró entusiasmado.
—En serio.
Sarah rápidamente se puso en marcha y me entregó el teléfono. Me
despedí de Max y Ángela antes de que colgaran y mi hija corrió hasta el
sofá de nuevo. Tomó su helado y se acomodó para ver el resto de la
película. Entonces, regresé mis ojos llenos de lágrimas a la pantalla, donde
esperaba Brandon.
En ese mismo momento, había tomado mi decisión.
—¿Cómo estás, Melissa? —Su pregunta sonó tan suave como
terciopelo.
—Te quiero, Brandon. —Mi admisión lo detuvo en seco. Vi sus ojos
abrirse de par en par y sonreí antes de empezar a reírme para mí misma—.
Santo cielo, te amo tanto.
—¿Lo dices en serio?
—Oh, sí —asentí sin aliento—. Brandon, no quiero perderte. No
puedo perderte. No puedo manejar toda esta mierda emocional por mi
cuenta, pero tampoco quiero hacerlo. No quiero hacerlo con nadie más. No
quiero las citas con el doctor Smith. No quiero ir a la consulta de otro
médico. No quiero despertarme en mi cama sola y no quiero irme a dormir
sin que sepas que te amo más que a mi vida.
Sonrió al escucharme y besé la imagen de la cámara.
Con mi admisión, sentí que me quitaba un peso de encima, que mi
espalda se enderezaba al tiempo que erguía los hombros. Se liberaron mis
articulaciones, como si eliminaran toda la tensión que había acarreado
durante tanto tiempo y me apoyé en la pared del pasillo. Me sonrojé de
emoción al enterrar mi cara en las manos y en ese momento las palabras
que había querido decir todo el tiempo simplemente se deslizaron de entre
mis labios.
—No puedo perderte de nuevo.
—No lo harás, Mel. ¿Me oyes? Mírame.
Obedecí y cuando nuestros ojos se encontraron, supe que él no
mentía. Podía aplastarme con la misma facilidad que se mata un insecto
con el zapato, pero confiaba en él. Por fin lo hacía.
—Regresaré a casa pronto, ¿de acuerdo? Nadie se enfadará. Nadie se
perderá nada, pero necesito verte. En realidad, todos necesitamos vernos.
—¿Cuándo debo esperarte?
—Te veré el jueves.
Por primera vez desde que enterré a mi marido, esperaba
despertarme a la mañana siguiente.
Capítulo 30
Brandon
Melissa me estaba esperando, pero aún así quería sorprenderla. Le
dije que llegaría por la noche, sin embargo mi avión aterrizó el jueves por
la mañana y sentí durante todo el tiempo una extraña expectación.
Tomé una limusina para sorprenderla en el trabajo a la hora del
almuerzo. No podía esperar a verla, abrazarla y escuchar su voz. Quería
ver sus labios cuando me dijera que me amaba. Quería besar su preciosa
cara y tragarme sus gemidos. Quería reírme con ella durante el almuerzo
antes de besarla profundamente y dejarla de vuelta al trabajo.
Quería mostrarle cómo sería cada día del resto de su vida.
Primero paré en mi casa para darme una ducha y cambiarme. Tuve
que posponer la última etapa de la gira de mi libro para poder volver antes.
Le pedí a mi agente que asegurara las entradas para mi próxima
conferencia y que fueran gratuitas. Además, me aseguré de que tuvieran un
pase para los bastidores y que así consiguieran su ejemplar firmado, tal y
como estaba dispuesto para la presentación cancelada.
Mi agente llamó para informarme que las entradas y los pases de
favor habían sido un éxito.
Yo era un tema de moda en las redes sociales y en todos los medios
de comunicación. Mi libro estaba recibiendo más prensa de la que jamás
hubiera imaginado y las entradas gratis anunciaban mi conferencia mucho
antes de tiempo. Ese pequeño gesto avivó el fuego de lo que terminó
siendo la decisión más lucrativa de toda mi carrera y todo gracias a que
interrumpí la gira para ver a Melissa.
La limusina se detuvo ante la empresa en la que trabajaba y pasé por
la puerta principal. Miré alrededor para buscar ayuda y averiguar en qué
piso se encontraba, pero la secretaria del escritorio principal respondió a
mi pregunta antes de que yo la hiciera.
—¿Buscando a Melissa Conway? —Sonrió al preguntar.
—Esto debe ser por lo que tienes tu trabajo —observé con otra
sonrisa—. ¿En qué piso se encuentra?
—El sexto piso. Al final del pasillo. No hay pérdida hacia su lujoso
despacho, —añadió la mujer mientras ponía los ojos en blanco.
—¿Se encuentra bien? —Me preocupé.
—¡Estaba muy bien cuando entró! —Guiñó un ojo—. Encantado de
conocerle, doctor Black. He oído hablar mucho de usted.
—Oh, ¿en serio?
—Soy amiga de Melissa —explicó.
—¿Eres Ava? —la tuteé.
—Oh, cielos. ¿Cuánto ha hablado de nosotras en esas sesiones de
terapia? —Se llevó una mano a la boca, sonriendo.
—Ella proclama que eres su mejor amiga. —Caminé hacia ella—.
Es un placer conocerte por fin.
—Déjame darte un consejo. —Se puso más seria y me tuteó también
—. Sé que conoces a Melissa desde hace tiempo, pero ahora es diferente.
Ahora es una nueva mujer, pero está destrozada. Y dolida.
—Soy consciente de eso, sí.
—Para ella, es simple, solo quiere que la gente haga lo que dice que
hará.
—Nunca habrá un momento en el que vaya en contra de mi palabra.
Puedo asegurártelo.
—Mira, Melissa no se ha encerrado en sí misma porque esté
deprimida. Bueno, hay algo de eso ahí, pero su depresión no viene de la
fuente que la mayoría de la gente piensa.
—Entonces ilumíname —le pedí.
—Una y otra vez, ella ha tratado de salir al mundo. Y una y otra vez,
el mundo le ha mostrado por qué nunca debió hacerlo. Salió al mundo
cuando te amaba y tú se lo echaste por tierra. Salió al mundo con la
universidad y sus padres la abandonaron. Salió al mundo cuando permitió
que Carl entrara y la curara y murió. Así es como ella lo dirige en su
cabeza. Salió, se hizo daño y cree que nunca debería haber intentado
resurgir de nuevo.
—Y yo que creía que era el profesional —bromeé.
—He pasado años con ella. La conocí cuando se casó con Carl. Por
eso sé lo difícil que resulta sacarle información de ella misma, porque la
deja dentro de su corazón y no la suelta. No hagas que se arrepienta de
sacar sus emociones de nuevo. Si lo haces, no sé si se recuperaría.
—Te prometo, Ava, que la cuidaré mucho.
—¿Brandon?
Al girarme vi la brillante sonrisa que iluminaba la cara de Melissa.
Corrió por el pasillo y saltó a mis brazos mientras enterraba mi cara en su
pelo.
—Además, es posible que le enviara un mensaje de texto cuando
atravesaste las puertas. —Me dijo Ava mientras me guiñaba un ojo, y daba
a entender que confiaba en mí.
—Gracias —le dije con sinceridad.
—Pensé que no vendrías hasta esta noche —murmuró Melissa en mi
cuello.
—¡Sorpresa! —Retrocedí unos pasos para mirarla—. ¿Te apetece
comer algo?
Tomé su mano y la guié hacia la limusina. Ella jadeó y se cubrió la
boca con la otra.
—Nunca he montado en limusina.
—Entonces permítame, señora. —Abrí la puerta y la ayudé a entrar.
Me agaché detrás de ella y cerré antes de que el conductor se alejara
de la acera. Subí la ventanilla de la separación, ya que los cristales
tintados nos bloqueaban del mundo, y giré mi cuerpo hacia Melissa. Ella
seguía sonriéndome.
—Estás aquí —dijo como si no lo creyera.
—Estoy aquí.
—Tus entrevistas de esta semana fueron fabulosas.
—Me halaga que las hayas visto.
—Me mencionaste en una de ellas.
—¿Lo hice?
—Me llamaste tu novia.
—¿Te ha molestado?
—No mucho. —Sonrió—. ¿Pero no te meterás en problemas ya que
soy tu paciente?
—Te transferí al doctor Smith, ¿recuerdas? A pesar de que has
estado cancelando tus citas, lo cual te desaconsejo, no eres mi paciente
actualmente.
Me acariciaba la pierna con los dedos y estaba preciosa. Los
cristales tintados bloqueaban la mayor parte del sol y también la visión de
lo que nos rodeaba. La vi inclinarse sobre mi regazo y mi polla despertó al
comprobar que sus pechos quedaban a la altura de mi brazo.
El pelo le cubría parcialmente la cara y colocó las rodillas junto a
mis caderas. Enseguida se dispuso a desabrocharme los pantalones, sacó
mi polla y la recorrió con los dedos. Yo retiré los rizos de su rostro y la
mirada perezosa de sus ojos hizo que mi erección creciera en su mano.
Lenta, muy lentamente, enrolló la tela de su falda de tubo. Se quitó
la chaqueta con botones, desabrochó la blusa y la sacó de forma tentadora
por su cabeza y me mostró sus preciosos pechos. Levanté mi mano para
sujetarlas mientras su pelo caía alrededor de sus hombros.
Rodeó mi polla con los dedos cuando le estaba quitando las bragas.
La agarré por las caderas mientras la penetraba con rapidez. Sus
manos volaron hasta mi pelo cuando llené su coño con mi excitado
miembro. Presioné mis labios contra sus pechos, chupando su piel,
marcándola como mía mientras las paredes de su coño palpitaban
alrededor de mi polla. Estaba tan mojada para mí que crecía cada vez más
a cada empuje de mis caderas.
—Oh, Brandon. Justo así.
Froté su espalda con las manos y desenganché el broche del
sujetador. La tela cayó al suelo de la limusina y atrapé entre los labios un
pezón. Ella echó la cabeza hacia atrás y gimió de placer. Acaricié la parte
baja de su espalda y la senté en la limusina, levantando su pierna y
enganchándola en el respaldo del asiento.
Su coño quedó expuesto para mí, brillando mientras sus tetas
rebotaban con su respiración.
Me zambullí dentro y fuera de su cuerpo mientras ella se agitaba
alrededor de mi polla. Sus manos se clavaron en los asientos de cuero
mientras sus jugos empapaban mis bolas. Quería volver a casa con su olor
cubriendo mi piel. Quería que sus bajos gemidos se convirtieran en
declaraciones de amor. Quería que se corriera tantas veces como pudiera
antes de verla regresar al trabajo.
No tenía intención de alimentarla con nada para el almuerzo,
excepto mi polla.
Me estrellé contra ella, viendo cómo su cuerpo se sacudía cuando las
yemas de mis dedos encontraron su clítoris. Lo rodeé, viendo cómo sus
jadeos se enganchaban en su garganta. Su cara se transformó por el placer
y mis caderas la golpeaban sin piedad. Sus jugos salpicaban toda mi ropa,
empapando la misma tela que tendría que volver a ponerme.
Pero entonces, lo sentí, su coño contrayéndose para exprimirme y
sus piernas comenzaron a temblar.
—Brandon. Brandon. Sí. Tan cerca. No te detengas. Sí. Sí. Sí.
—Ven por mí, Mel. Deja que todo se vaya.
—¡Brandon!
Su espalda se arqueó en el asiento y su coño se agarró a mi polla. Me
mordí el labio inferior, tratando desesperadamente de no derramarme
todavía. Su cuerpo estaba temblando, mi pulgar haciendo un trabajo
furioso con su clítoris y justo cuando hundí mi polla en ella de nuevo, otro
orgasmo atravesó su cuerpo. Vi a Melissa sacudirse y temblar, sus uñas
dejando líneas en el cuero mientras yo la penetraba con fuerza hasta que,
finalmente, se desplomó en el asiento del coche.
—No he terminado contigo todavía.
Lentamente saqué mi polla de ella y vi sus jugos bajar hasta el
cuero. La vista era preciosa y quise limpiarla, de modo que enterré mi
lengua en lo profundo de su coño hasta que sollozó de placer y tuvo otro
orgasmo mientras me rogaba que parara.
Pero mis bolas tenían algo diferente en mente.
Me deslicé del asiento y me acerqué a ella que tomó mi miembro
erecto en la mano. Antes de que le diera una orden, lo introdujo en su boca
y supe que no tardaría mucho en derramarme por su garganta.
—¿Te gusta eso? ¿Te gusta probarte a ti misma en mí?
Ella gimió como si me saboreara.
Separé sus dolorosos pliegues del coño de nuevo con los dedos,
encontré su sensible clítoris y cuando sus muslos se cerraron para
detenerme, deslicé un dedo dentro de ella y mi pulgar continuó haciendo
su magia.
Su jadeo alrededor de mi polla hizo que me corriera y mi semen se
deslizó por su garganta justo cuando ella se agachó y me agarró la muñeca.
—Dulce Mel. Te sientes tan bien. Joder, me encantan tus labios. Me
tratan tan bien. Sí, sí.
Continué entrando y saliendo de su boca hasta que no dejara ni una
gota y se lo tragara todo. Se agachó salvajemente en mi mano, cubriendo
mi piel con sus jugos. Su coño revoloteó alrededor de mi dedo, sus ojos se
abrieron y, justo cuando volaba por última vez sobre el borde del éxtasis,
saqué la polla de sus labios para escuchar sus hermosas palabras.
—Te amo. Te amo. Oh, mierda. Te amo, Brandon.
La llevé a través de su orgasmo mientras las lágrimas comenzaban a
acumularse en sus dulces ojos marrones. Reflejaban las chispas amarillas
del sol mientras me sumergía lentamente en sus labios, dibujándolas con
las mías mientras probaba nuestra mezcla en sus labios. Cuando se
desplomó de espaldas y comenzó a buscar aire para recuperarse de sus
orgasmos, masajeé los pliegues ardientes del coño con las yemas de los
dedos y dejé que se relajara debajo de mi cuerpo.
—Yo también te quiero, Mel —le dije.
Respiramos el aire del otro, sonriendo mientras el conductor de la
limusina se detenía lentamente. Levantamos la vista y vimos el lugar de
trabajo de Melissa, solo para darnos cuenta de que habíamos quemado
toda su hora de almuerzo simplemente devorando la presencia del otro.
Y entonces, su estómago gruñó de hambre.
—¿Ahora qué voy a hacer? —preguntó, riéndose.
—Te vas a arreglar e irás trabajar. Pediré que te traigan algo de
comer mientras terminas tu día. Luego, recoges a Sarah, vas a casa y
esperáis que Max y yo vayamos.
—Oh, a Sarah le encantará.
—¿Y qué hay de ti?
Vi como se levantaba lentamente, sus ojos nunca se apartaban de los
míos. Estábamos medio desnudos en el asiento trasero de una limusina,
pero en ese mismo momento nada más importaba.
Nada excepto la respuesta que salía de sus labios.
—A mí también me va a encantar. —Fue tajante—. Me encanta
mucho.
La besé en los labios y ella me acarició la cara. Sentí que sonreía
mientras sus manos se deslizaban por mi pecho, trazando el contorno de
mis músculos.
—Tan fuerte —murmuró en tono juguetón.
—Y cada centímetro es tuyo.
Capítulo 31
Melissa
No estuve en mi escritorio por más de una hora antes de que el olor a
comida me entrara por la nariz. Levanté la vista y vi a Ava sonriendo en la
puerta, sosteniendo una pizza mientras llevaba una bebida para las dos.
—El hombre podría pedirnos filetes y pide pizza —bromeó al llegar
a mi mesa.
—Es mi favorita —anuncié, sonriendo.
—Tienes un hermoso brillo, Melissa. ¿Puedes explicarme por qué?
—Interrumpió su gira de libros para mí. Dos veces. —Mostré dos
dedos.
—Así es.
—Y me recogió en una limusina —agregué sin aliento.
—Así es.
—Y tuvimos sexo del bueno dentro de ella —confesé, gimiendo.
—¡No, no lo hiciste! Chica.
—Yo fui la que comenzó. ¿Puedes creerlo? Yo. Iniciando el sexo. Ya
no más celos, ni más dudas. Ya he decidido y sé lo que quiero.
—No me di cuenta de que habías tomado una decisión.
—Lo he hecho. Por eso ha regresado tan pronto. Hablamos el martes
por la noche, con los niños en una video llamada y todo. Vi a su madre y
hablamos como solíamos hacerlo. Sarah y su hijo Max se apoderaron del
teléfono y se mostraron sus nuevos juguetes. No había nada que no
pareciera normal, todo me hacía sentir bien y se lo dije.
—¿Le dijiste qué exactamente?
—Que no podía perderlo. Que yo... que lo amaba, Ava.
—¿Le dijiste eso?
—Sí —afirmé sin aliento.
Cuando Ava dejó su porción de pizza en la mesa, tenía lágrimas de
felicidad. Abrió sus brazos y me incliné hacia ella para abrazarla. Yo
estaba temblando de emoción, nunca imaginé que me enamoraría de nuevo
después de Carl, y tampoco pensé que volvería a tener una familia.
Pero lo más increíble, fue que la persona con la que había vuelto a
encontrar el amor, era Brandon.
—Estoy tan feliz de que por fin hayas sacado la cabeza de tu trasero
—declaró Ava con cariño.
—Gracias por decirme siempre las cosas como son.
—Y gracias por no seguir saboteando tu vida —añadió ella.
Las dos nos comimos la pizza antes de que yo volviera al trabajo.
Me emocioné cuando recogí a Sarah de la escuela, diciéndole que Brandon
y Max iban a venir. Ella gritó de alegría, aplaudiendo mientras movía los
pies. Pero en el momento en que llegamos a mi entrada, ella gritó de
alegría mientras Max y Brandon se levantaban de los sillones de nuestro
porche.
—¡Mamá, déjame salir! ¡Déjame salir!
—Ya voy. Aguanta, cariño.
Salté del coche y abrí la puerta para poder desengancharla del
asiento trasero. Ella tropezó y cayó al suelo, pero se levantó con rapidez y
cuando se encontraron a medio camino, salieron disparados hacia el patio
trasero.
Brandon simplemente sonreía.
—¿Disfrutaste de la pizza?
—Pepperoni y piña, mi favorita. Te acordaste. —Nos paramos uno
frente al otro.
—He olvidado muy poco de ti, Melissa.
Escuché a Max reírse a carcajadas y vi a nuestros hijos que
regresaban corriendo. Se persiguieron dentro de la casa mientras Brandon
me abrazaba y me daba un beso que me dejaba sin aliento. Me apretó
contra su pecho con fuerza y moldeó su cuerpo contra el mío. Pude sentir
sus hombros ondulantes moviéndose bajo la punta de mis dedos mientras
mi lengua se deslizaba por sus labios y danzó junto a la suya.
Y la última pieza de mi enloquecido mundo se movió y encajó en su
lugar.
—Mami, ¿qué hay para cenar?
Me alejé de Brandon y apoyé mi frente contra la suya. Nos
sonreímos, escuchando como nuestros hijos se quejaban de su repentina
aparición del hambre, y nos tomamos de las manos, entrelazando nuestros
dedos mientras se alejaba de mí a regañadientes.
Pero cuando fui a responder, un coche se detuvo en la entrada.
—¿Esperamos a alguien más? —Lo miré extrañada.
—No. Solo nos llega la cena.
—¿Dónde has hecho el pedido? Por lo general, solo reparten por
aquí, pizza y comida italiana.
—¡Doctor Black! Encantado de verlo de nuevo —saludó el
repartidor—. Tengo dos filetes medianos con brócoli al ajo y patatas
asadas, una botella de Chateau Margaux 2009 Balthazar a temperatura
ambiente y dos guarniciones de fruta y macarrones con queso... con extra
de queso.
—Macarrones con queso ¡Macarrones y queso! —cantaron los niños
desde la entrada.
Vi a Brandon firmar el pedido y me quedé con la boca abierta.
Cuando me miró, llevaba las bolsas en la mano y me guiñó un ojo,
con una sonrisa engreída.
—Sabes que no tienes que impresionarme más, ¿verdad?
—¿Quién dijo que esto era para ti? Solo quería un filete. No seas
egoísta.
Me reí de su jugueteo mientras todos entrábamos en la casa.
Nos sentamos a la mesa y cenamos mientras hablábamos de nuestro
día. Max habló de su asignatura favorita en la escuela y Sarah habló de que
Logan vendría un día para que todos pudieran jugar. Yo tarareaba lo
maravilloso que estaba el filete mientras Brandon me preguntaba sobre el
trabajo y luego le pregunté sobre sus pacientes mientras los niños
repartían sus frutas.
Aparentemente, a Max no le gustaban las uvas, lo cual estaba bien
porque a Sarah sí. Y a ella no le gustaban las rodajas de manzana, lo que
estaba bien porque a Max le encantaban.
Todo parecía estar bien. Todos alrededor de la mesa, cenando juntos
como si fuéramos una familia. La comida se acabó pronto y nos sentamos
apilados en el sofá. Puse una película de Disney y al poco rato los niños
comenzaron a adormilarse. Saqué el sofá para ambos y los arropé para que
se durmieran viendo la película. Luego, cerré la puerta principal y bajé las
persianas. Brandon me tomó de la mano y fuimos a mi habitación, donde
nos quitamos la ropa y nos acurrucamos bajo las mantas.
Pasamos nuestras manos a lo largo del cuerpo del otro, explorando
en silencio, mientras nuestros labios trazaban mapas de carreteras a lo
largo de los cuerpos que estábamos conociendo de nuevo.
Suspiré su nombre toda la noche mientras los niños dormían
profundamente en la sala y lo único que podía pensar era que esto era
perfecto.
Así es como se suponía que debía ser la vida y todo estaba bien.
Capítulo 32
Brandon
Me desperté abrazado a Melissa, pero esta vez, ella me miraba
fijamente. Recorría con los ojos mi cara y la atraje más hacia mí mientras
sonreía. Sentí las puntas de sus dedos desnudos dibujando figuras en mi
abdomen y era muy temprano porque el sol todavía no había salido.
—¿Qué hora es? —le pregunté.
—Falta un poco para las ocho. Creo que hoy habrá tormenta.
—El mejor clima para acurrucarse, si me preguntas.
—Eso he pensado yo. No sé sobre Max, pero Sarah suele estar
despierta en una hora más.
—Entre las nueve y las nueve y media para Max, sí.
Sentí a Melissa levantar su cabeza y colocarla en mi pecho. Su pelo
se abrió en abanico alrededor de mi cuerpo, haciéndome cosquillas en la
piel mientras mi mano empezaba a correr por su brazo. Nada podría
haberse sentido mejor en este momento, pero me di cuenta de que Melissa
estaba pensando demasiado.
Solo un poco.
—No soy el joven que era cuando tenía dieciocho años —le recordé.
—Es una pena. Tuvimos buenos momentos entonces —dijo ella,
riéndose.
Sentí que mi polla saltaba ante su declaración y su mano se arrastró
lentamente por mis duros abdominales, ya que debía pensar en lo mismo
que yo.
—No soy tan impulsivo y la familia es más importante para mí que
nunca.
—La familia siempre fue importante para ti.
—Asegurarse de que mi familia tuviera una buena vida era
importante. Esa línea de pensamiento es lo que me llevó a las decisiones
idiotas que tomé en la universidad y a las que tomé contigo —declaré con
sinceridad.
Sentí su mano agarrar la parte superior de mi creciente polla
mientras mis piernas se tensaban. La suavidad de su piel, la forma en que
su bronceado contrastaba con mi piel más pálida, me obligó a mirar hacia
abajo mientras su palma me masajeaba.
—Sé que ya no eres ese chico.
—Soy más amable. Más compasivo. Mis prioridades están en un...
orden diferente.
Su mano estaba acrecentando las caricias. Sus pezones se habían
puesto enhiestos contra mi piel, giró la cabeza y me besó el pecho, sus
labios dejaron una cálida humedad mientras mi polla crecía sólida bajo su
toque.
Me abalancé sobre ella, la sujeté por la melena y ella se subió sobre
mi cuerpo.
—¿Qué más eres? —preguntó sin apartar sus preciosos ojos
marrones de los míos.
Se deslizó entre mis piernas y el movimiento de su suave piel contra
la mía me dejó sin aliento.
—Soy más romántico —confesé sintiendo sus besos por el cuello.
—¿Uhm?
—Y me siento más en sintonía con las necesidades de los demás.
—Está bien.
Descendió los labios por mi pecho, trazó con la lengua el contorno
de mis músculos y su pelo me hizo cosquillas. Enredé en los dedos un
mechón y se rió cuando me estremecí, al sentir sus labios por mi abdomen.
Arrastró sus voluptuosos senos por mi polla y casi perdí la calma.
—¿Algo más? —preguntó con sus ojos en los míos de nuevo.
La miré mientras sus ojos con pintas amarillas se enganchaban a los
míos. El juego de color detrás de sus ojos no era nada comparado con la
forma en que su lengua se lamía los labios. Estaba lista para engullirme,
lista para llevarme al fondo de su garganta. Una de mis manos soltó su
pelo para que yo pudiera llegar hasta su mejilla y, en ese momento, ella se
acarició ligeramente en la palma de mi mano.
—Todo es tan perfecto. Parece que el tiempo se ha detenido.
—Ahora, más que nunca, Melissa, siento que estábamos destinados a
estar juntos. Como una familia. Los cuatro.
—Estaba pensando lo mismo —susurró muy cerca de mí.
Entonces, antes de que pudiera decir nada más, atrapó mi polla en su
boca y la introdujo en su calor.
—Múdate conmigo —le pedí después de suspirar.
Levantó la cabeza y me miró. Se puso a horcajadas sobre mi cuerpo
y pude sentir su humedad matinal. Estaba caliente y mojada, lista para mí.
Me pregunté cuánto tiempo llevaba despierta, cuánto tiempo había estado
tumbada a mi lado imaginando mi polla dentro de ella.
Plantó sus manos en mi pecho y se alzó al tiempo que yo deslizaba
los dedos entre sus muslos.
—¿Qué has dicho? —Su voz sonó estrangulada.
—Múdate conmigo —repetí.
—Quieres que Sarah y yo nos vayamos contigo.
—Y Max.
—Y Max —agregó, arrastrándose.
—No quiero pasar otra noche sin tenerte en mis brazos. No quiero
despertarme otra mañana sin sentir tu pelo esparcido por mi piel. No
quiero tener que elegir entre follarte sin sentido o pasar tiempo con Max.
Y estoy segura de que no quiero pasar otro momento sin ti. Mel. Múdate
con nosotros.
Vi cómo las lágrimas llenaban sus ojos mientras se lanzaba sobre mí.
Sus labios chocaron contra los míos y la penetré de una certera estacada.
El chasquido de nuestras caderas quedó ahogado por el gemido de su boca
contra la mía. Su pelo se deslizó por su espalda, acariciando su mejilla
mientras nos movíamos al mismo tiempo y la vi asentir con la cabeza
mientras sonreía.
—Sí —aceptó—. Sí, nos mudaremos contigo.
—Te amo, Mel. —Le aparté el pelo de la cara para verle los ojos.
—Yo también te quiero, Brandon. Muchísimo.
Apoyó las manos en mi pecho y curvó los dedos mientras se
inclinaba. Sus tetas rebotaron mientras se golpeaba contra mi polla, sus
perfectos jugos ya goteaban por mis bolas. Ella estaba lista. Empapada y
esperando a que me despertara para poder salirse con la suya.
—La próxima vez... que me quieras... —gruñí sin poder enlazar las
palabras—. Solo... despiértame.
Gimió y las paredes de su coño aprisionaron mi polla. Se alzó y se
masajeó las tetas. Le di la vuelta por sorpresa, lanzó un pequeño chillido
que acallé con mis labios y, por un momento, simplemente me quedé en su
interior.
Tomé su pierna y la acerqué a mi hombro, levanté la otra y
contemplé la maravillosa vista que me ofrecía. Al mirarla a ella, vi algo
primitivo encenderse detrás de sus ojos ardientes.
—Fóllame, Brandon —me ordenó.
Y yo nunca desobedecía una orden directa.
Saqué mi polla hasta el final y se la volví a meter. Ella gimió, arqueó
su cuerpo y succioné sus labios con los míos. Su cuerpo estaba inmóvil
debajo de mí, indefenso mientras mis bolas golpeaban contra su trasero.
Pero yo quería follarla en silencio y eso era exactamente lo que iba a
hacer.
Golpeé mis caderas contra las suyas, sumergiéndome en su humedad
mientras gemía y se quejaba. Podía sentir sus piernas temblando y su coño
palpitaba, pero no estaba listo para que se corriera ya. Me retiré y escuché
su jadeo, sonreí y la puse boca abajo. Levanté sus caderas sin esfuerzo y
deslicé mi verga de vuelta a su casa.
La golpeé por detrás, viendo cómo su hermoso trasero se movía para
mí. La golpeé una, dos, tres veces… y ella lloriqueaba contra su almohada.
Su cuerpo temblaba y cada vez que me hundía en ella, salía para volver a
sumergirme en sus profundidades.
Cuando la sentí cerca de su final, salí de ella, la puse en vertical y
gimió sin aliento.
—Por favor, Brandon. Por favor…
La sostuve contra mi pecho, mi antebrazo aterrizó entre sus tetas y
las masajeé. La pegué fuertemente contra mí mientras guiaba mi polla de
vuelta a sus profundidades y apoyó la cabeza en mi hombro. Volvió su cara
y me salpicó el cuello y la mejilla con besos. Su cuerpo gritaba de
necesidad y supe que no sería capaz de negar su súplica por mucho más
tiempo.
Lentamente, me deslicé entre sus piernas. Su clítoris estaba
inflamado y rogaba por ser tocado. Melissa dio un salto y presionó contra
mi cuerpo, cuando mi pulgar lo rodeó, sofocó un gemido y se aproximó
más hacia mí.
Ella se movía de una manera fascinante. Nuestras caderas se
acoplaron a la perfección y vislumbre el rubor de su orgasmo subiendo por
su cuello mientras besaba y mordisqueaba su clavícula. Podía sentir sus
jugos saliendo de ella, deslizándose por el interior de mi muslo mientras
mojábamos la cama.
Me perdí en la sensación mientras hundía mi polla más y más fuerte
en ella.
—Eso es todo. Justo así. No te detengas. Te lo ruego. Joder, Brandon.
No te detengas.
—Cómo me gusta, Mel. Tu coño está tan apretado, tan húmedo.
Joder, no puedo esperar a despertarte cada mañana así.
La piel golpeando la piel reverberaba en los espacios vacíos de su
dormitorio mientras mis dedos trabajaban su clítoris hinchado. Gimió y
jadeó con mi toque y ambos nos desplomamos sobre la cama.
Se quedó tendida sobre su estómago y la follé como un animal
rabioso, mis caderas se doblaban mientras mis piernas se tensaban con mi
inminente orgasmo.
—Te quiero mucho, Brandon. Tanto, tanto. Te quiero. Te quiero. Te
amo. Te amo.
Sentí que su coño ordeñaba mi polla cuando empezó a temblar.
Dobló las piernas y apretó las manos en dos puños sobre las sábanas. Mis
bolas tiraron de mi cuerpo y puse mis manos a su lado, levantándome para
que pudiera recuperar el aliento.
Luego me metí en ella por última vez antes de derramarme en su
interior.
—Eres tan hermosa. Tan asombrosa. Joder, me alegro de que hayas
vuelto a mi...
Me desplomé sobre ella y jadeamos juntos, por el mismo aire.
Separó las piernas para que me deslizara entre ellas y acaricié sus brazos
extendidos, entrelazando nuestros dedos mientras salpicaba su espalda con
besos.
Estaba enamorado de mi primer amor y ella se iba a mudar conmigo.
—Te amo, Mel —hablé contra su piel.
—Dios mío, yo también te quiero.
Capítulo 33
Melissa
Le entregué el último cheque a mi casero con una sonrisa en la cara.
Brandon había comprado mi contrato de arrendamiento y yo no podría
haber sido más feliz. Lo llamó un regalo de cumpleaños tardío hasta que le
informé que mi cumpleaños no era hasta dentro de un par de meses.
Entonces, lo llamó un regalo de cumpleaños adelantado y me mandó a
seguir mi camino.
—¿Quiere marcharse ahora? —se extrañó mi casero.
—Sí. Y aquí tengo un cheque que cubre la cuota de salida anticipada,
más todo el alquiler que perderá hasta el final de mi contrato de
arrendamiento real.
—¿Así de fácil? —Se asombró.
—Justo así.
—¿Está segura de que no quiere tomarse un tiempo? Puedo guardar
sus cosas por unos meses, por si las cosas no funcionan.
—Estoy segura. Y como todo el dinero es por adelantado, no hay que
pelearse por cuánto costará. Todo lo que espero es que devuelva lo que
queda de mi depósito original en las próximas seis semanas como dice en
mi contrato.
Suspiró cuando le di el cheque. Sabía que había sido difícil para él
alquilarnos esa casa, pero así tenía siete meses de vacante pagada antes de
que tuviera que encontrar a alguien como inquilino. Tomó el cheque y lo
deslizó en su bolsillo.
—Su contrato de arrendamiento está roto. Iré a hacer el papeleo para
que lo firme y le daré una copia. Asegúrese de dejarme una dirección de
reenvío para su cheque de depósito de seguridad.
Lo dejé todo firmado y me entregó las copias, así que ya estaba lista
para que nos mudáramos con Brandon. Había pasado una semana desde
que lo sugirió y, desde entonces, Sarah no dejaba de dar salto de alegría.
Estaba emocionada de tener una nueva habitación y de jugar con Max.
También por explorar su nuevo hogar y participar en noches de cine con la
gran pantalla de la que Brandon le había hablado.
Pero lo que más le entusiasmaba era lo que salía de sus labios
mientras yo estaba a su lado y veía al equipo de mudanza embalar las
cajas.
—Me gusta tener un nuevo papá —dijo con ojos soñadores.
Acaricié su cabeza y alisé su pelo mientras mi mente se tambaleaba
con su declaración. En todos estos años, no me había dado cuenta ni una
sola vez de cuánto había extrañado a su padre. Era tan joven cuando Carl
falleció que naturalmente asumí que se adaptaría a que fuéramos solo
nosotras.
Y entonces, Brandon se acercó a su lado y le tomó la mano.
—¿Qué tal si vamos todos a cenar esta noche? Yo invito.
—¡Viva! —Gritó ella.
—Me parece buena idea —asentí, sonriendo—. ¿Cuánto tiempo
estarán estos hombres aquí?
—Embalarán casi todo hoy y vendrán a buscarlo mañana. Los
muebles grandes no se moverán hasta mañana, lo que significa que tus
cosas estarán oficialmente trasladadas el lunes.
—¿Puedo decorar mi nueva habitación? —Quiso saber Sarah.
—Como quieras, cariño. ¿Quieres ir a la casa y elegirla?
—¿Me vas a dejar elegir? —Se extrañó.
—Oh, sí. Puedes elegir la habitación que quieras como tuya.
Sonreí mientras los dos hablaban, pero me sorprendí cuando Sarah
se alejó de mí de la mano de Brandon. Se me derritió el corazón al verlos
juntos y se me saltaron las lágrimas cuando salí al porche, al observar
cómo la ponía en su asiento del coche. Luego hizo algo que me obligó a
enterrar la cara en mis manos y sollozar.
Acercó la cara a la suya y le dio un beso.
De repente, sentí que unos brazos me rodeaban y un fuerte pecho
vino a sostener mi cabeza. Envolví mis brazos fuertemente alrededor de
Brandon mientras nos balanceábamos ligeramente en el porche. Los
latidos de su corazón calmaban mi cuerpo y todo era perfecto.
Este había sido siempre el punto en mi vida en el que las cosas se
desmoronaban.
Donde mis padres me echaron.
Donde Brandon volvió a casarse.
Donde Carl murió.
—Nada malo va a pasarte mientras yo esté cerca. —Él pareció
adivinar mis pensamientos.
—Siento mucho estar tan mal —dije, lloriqueando.
—Escúchame. —Me giró para que lo mirara—. Has pasado por un
infierno y has vuelto. Cualquiera tendría dudas como las tuyas. Puede que
no seas mi paciente, pero eres el amor de mi vida y juntos lo superaremos.
—El amor de tu vida —repetí despacio.
—Sí. Lo eres. Pero creo que Sarah está ansiosa por llegar a casa.
—¡Mamá, vamos! Tengo que elegir mi habitación.
Me reí y lo abracé, respirando su aroma. Finalmente nos dirigimos a
su casa y permitimos que Sarah y Max corrieran por todos lados mientras
él la ayudaba a tomar su decisión. No nos sorprendió a ninguno de los dos
cuando Sarah eligió la habitación de enfrente de la de Max y pude ver
todas las noches que pasarían corriendo, de una a otra, después de la hora
de dormir.
—Van a ser un desastre —vaticiné.
—Un maravilloso y glorioso desastre —aclaró Brandon.
Fuimos a la ciudad a cenar y terminamos comprando comida
italiana. Los niños devoraron pizza mientras Brandon y yo compartíamos
un plato de pollo con salsa Alfredo picante.
Max y Sarah hablaban de todos sus juguetes y de lo que podrían
querer para Navidad. Luego Sarah empezó a hablar de pintar su habitación,
lo que hizo que Max quisiera pintar también la suya.
Me reí mientras los niños hablaban, pero podía sentir los ojos de
Brandon sobre mí. Sarah parloteaba sobre la habitación de la princesa,
mientras Max hablaba de la habitación de la Tortuga Ninja, y yo
lentamente dirigí mi mirada hacia él.
El amor que iluminaba sus ojos me robó el aliento y supe que me
casaría con este hombre si alguna vez me lo pedía.
—¿Puedo tener una habitación de princesa, nuevo papá?
La cabeza de Brandon se giró con rapidez hacia Sarah, al escuchar su
pregunta. Lo observé cuidadosamente, sus ojos volvieron a mí mientras
respiraba con dificultad por la nariz. Se acercó y tomó su mano,
sosteniéndola cálidamente dentro de la suya mientras sus ojos estudiaban
su cara.
—¿Está bien llamarte así? —preguntó ella al ver que no decía nada.
—Puedes llamarme como quieras —dijo por fin.
—¿Significa eso que puedo llamarla a ella, «nueva mami»? —Se
interesó Max.
—¿Es así como quieres llamarla? —Brandon estaba impresionado.
—Es mi nueva mamá, ¿verdad? —insistió Max.
Brandon dirigió su mirada hacia mí y una sonrisa apareció en mis
labios. Me acerqué y tomé la mano de Max, volviendo mi atención hacia
él antes de inclinarme y besar la parte superior de su cabeza.
—Puedes llamarme como quieras —repetí las palabras de Brandon
con mi hija.
—Y sí, puedes tener una habitación de princesa —agregó él a Sarah
—. La decoraremos como tú quieras.
—¿Significa eso que podré decorar mi habitación como la de las
tortugas Ninja? —Max se mostró entusiasmado.
—Sí. Y hasta te ayudaré a hacerlo —sugerí, sonriendo.
—Mami nueva, eres estupenda. —Me abrazó el niño.
Mi corazón se llenó de tanta alegría, que pensé que iba a explotar.
Miré a Sarah abrazando a Brandon y podría jurar que las lágrimas
brillaban por el rabillo del ojo. Planté un enorme beso en la mejilla de
Max antes de que se acomodara en su asiento y los dos niños siguieron
hablando de todas las cosas que iban a querer para sus habitaciones.
Camas y sofás para saltar, televisores en la pared y cortinas con sus
personajes favoritos. Sacudí la cabeza y suspiré mientras me recostaba en
mi silla. Brandon cubrió mi mano con una suya.
Me volví para encontrarme con su mirada mientras una lágrima
solitaria revoloteaba por mi mejilla y él se inclinó para besarla mientras el
resto del mundo se desvanecía en el fondo.
Sí. Todo era absolutamente perfecto. Pero ya no me preocupaba.
Epílogo
Brandon
Un año después
Mis manos temblaban mientras sostenía las de Melissa. Los desperté
a todos con un viaje al museo, pero ese día era especial.
Muy, muy especial.
Los niños corrieron de la mano y miraban todos los objetos
expuestos. Max me hablaba sobre los dinosaurios mientras Sarah le
contaba a Melissa lo hermosas que eran las exhibiciones con los animales.
Sostuve a Melissa cerca de mí, su cuerpo presionado contra el mío
mientras su brazo rodeaba mi cuerpo. Besé la parte superior de su cabeza
mientras los niños armaban un alboroto, pero no pude evitarlo cuando
escuché el gruñido del estómago de Melissa.
Las palmas de mis manos comenzaron a sudar.
—¿Tenéis hambre? —llamé a los niños.
—¡Sí! —exclamaron al unísono.
—Esto es agotador —exclamó Melissa sin aliento.
—Es una lástima. Esperaba hacer de esto una tradición anual.
—En realidad me gusta la idea. Cada año, por esta época, podríamos
traer a los niños para que disfruten de las cosas. No estoy segura de lo que
van a hacer una vez que crezcan, pero funcionará mientras sean niños.
—Luego lo consideraremos cuando crezcan. Por ahora, disfrutemos
de ello.
Corrieron delante de nosotros a la cafetería mientras Mel y yo nos
poníamos en la fila con ellos. Asentí con la cabeza al camarero y
recogimos la comida. Después buscamos una mesa a lo largo de la pared
forrada con ventanas. Era un día hermoso y todavía teníamos que ver las
exhibiciones exteriores, así que quería que los niños se entusiasmaran por
nuestra aventura, antes de volver a casa.
La música que sonaba suavemente por los altavoces subió
lentamente de volumen. Lo suficiente para llamar la atención de Melissa.
Empezó a buscar a alguien con quien hablar mientras los niños cantaban la
canción, pero lo único que pude hacer fue enterrar una sonrisa.
Y entonces, la canción empezó a sonar. «Creo que quiero casarme
contigo», de Bruno Mars.
—Me gusta esta canción —Comentó Sarah.
—Te gusta, ¿eh? A mí también. —Estuve de acuerdo con ella.
—¿Por qué esta música es tan...?
En ese momento, alguien se acercó a su lado y empezó a decir las
letras. Bailaba y daba vueltas, por eso los niños se reían de él. Aplaudieron
cuando la gente empezó a levantarse de los asientos y, uno por uno, todos
cayeron en una rutina coreografiada.
Mel estaba impresionada y le sonreí. Los niños chillaban y aplaudían
mientras Sarah bailaba al ritmo de la música en su asiento. Giraban y
daban vueltas. Cogieron a sus compañeros y los lanzaron al otro lado de la
habitación. La gente aplaudía y tomaba fotos, pero yo solo me concentraba
en una cosa.
La pequeña caja presionaba profundamente en mi muslo.
Justo cuando la pareja principal de baile parecía que estaban a punto
de casarse, me deslicé de mi asiento y me arrodillé. Saqué la caja de mi
bolsillo y la levanté en el aire, abriendo la tapa a presión mientras todos a
nuestro alrededor jadeaban. Los ojos de Melissa se despegaron de la pareja
y se fijaron en el anillo brillante. Inmediatamente, se cubrió la boca con
las manos.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y respiraba profundamente.
—Melissa Jensen Conway, no tomarte como mi esposa la primera
vez fue la cosa más tonta que he hecho en mi vida. No hubo un momento
en el que no te echara de menos. Cuando entraste en mi consulta, mi
corazón saltó por ti. Te amé a pesar de cada lágrima en tu cara en esa
primera sesión, aunque me llevó un poco de tiempo darme cuenta. Mel,
eres el amor verdadero de mi vida y sé que quiero casarme contigo.
—Mami, ¿qué está pasando? —preguntó Sarah.
Miró a su hija, extendió una mano hacia ella y la abrazó antes de
mostrarle el anillo.
—Sarah, yo también tengo una pregunta que hacerte. —Me acerqué
a la niña.
—¿Qué? —Melissa me miró sorprendida.
—Está bien —asintió Sarah.
—Le pregunto a tu madre si está bien que nos casemos. ¿Sabes lo
que eso significa?
—Que quieres estar con ella para siempre.
—Y que quiero mucho a tu madre. Lo suficiente para protegerla y
cuidarla el resto de mi vida. Pero eso significa que a ti también. Quiero
amarte, cuidarte y protegerte por el resto de tu vida. ¿Te parece bien?
—¿Significa eso que serás un verdadero papá? —Sus ojos se
iluminaron.
—Si quieres que lo sea, sí.
—Mami, por favor cásate con Brandon. Por favor. Él va a ser un
papá —le susurró en la oreja.
Las lágrimas corrían por la cara de Mel y yo estiré la mano
izquierda. Max saltó, parado detrás de mí mientras me rodeaba el cuello
con sus brazos.
—Mel, si te casas con papá, ¿puedo llamarte mamá?
Y si la presa no había estallado antes, seguro que lo hizo entonces.
—Sí. Oh, Dios mío. Sí. Sí, me casaré contigo, Brandon. Y me
encantaría ser tu madre, Max. Muchísimo.
El público vitoreaba mientras la canción se escuchaba de fondo y
levanté a Melissa de su asiento. La abracé con fuerza y Sarah y Max se
aferraban a nosotros.
Iba a pasar la eternidad perdiéndome en las manchas amarillas de
sus ojos que me recordaban al sol de la mañana y deslicé el anillo en su
dedo, antes de llevar su mano a mis labios.
Mel se quedó sin palabras y mi corazón se elevó de alegría.
Me echó los brazos al cuello y levantó la cara para que atrapara sus
labios con los míos. Apreté la parte baja de su espalda y la incliné hacia
atrás mientras la muchedumbre nos animaba. Max y Sarah hacían muecas
por nuestro beso, diciéndonos que dejáramos de ser asquerosos justo antes
de que Mel se riera en mis labios.
—Sigue así y pronto tendremos que irnos a casa —dijo mientras se
alejaba de mis labios.
—¿Es eso una promesa? —Mi tono fue diabólico.
—Brandon Black eres un animal. —Sonrió.
—Un animal que tienes para el resto de tu vida.
Pasamos toda la noche enredados el uno en el otro, probando
posiciones que solo habíamos visto en nuestros sueños. Y cada vez que su
cuerpo temblaba por mí, podía sentir su amor irradiando hacia afuera y
alrededor de mi cuerpo.
—Te amo —dijo sin aliento mientras nos besábamos.
—Te amo. —Me sumergí en sus profundidades.
Ninguno de los dos pegó ojo esa noche y supe que era una tradición
que continuaríamos el resto de nuestros días.
Haría cualquier cosa para oír esas palabras saliendo de sus labios.
—Te amo, Brandon —decía somnolienta, mientras el sol se elevaba
por encima de los árboles.
—Y yo te amo, Mel —expuse al escuchar que los niños comenzaban
a moverse.
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