El Acceso A La Justicia Como Derecho Humano.

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA.

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN.


UNIVERSIDAD NORORIENTAL PRIVADA “GRAN MARISCAL DE AYACUCHO”
FACULTAD DE DERECHO

TEMA 5.
EL ACCESO A LA JUSTICIA
COMO DERECHO HUMANO.

DOCENTE:
ESTUDIANTE:
LIVIA GONZALEZ FRANCIS VELÁSQUEZ. C.I.: 30.497.865.
SEMESTRE: 3° 1D1

MATURÍN, ABRIL 2021.


TEMA 5.
EL ACCESO A LA JUSTICIA COMO DERECHO HUMANO.

Es menester señalar que a lo largo de la historia han existido varias


conceptualizaciones dadas a la justicia, pero solo una ha sido común y, al mismo
tiempo, la más antigua; ULPIANO la define como; "La perpetua y constante
voluntad de dar a cada uno su derecho". De acuerdo con esto se matiza que lo
suyo de cada uno es su derecho. Por tanto la justicia consiste en dar a cada uno
su derecho, es evidente que para que se dé la propia justicia es preciso que exista
ese derecho, con respecto del cual se es justo. El común denominador a las
distintas conceptualizaciones de la misma hace referencia a un derecho que
permite acudir a órganos facultados para la protección de derechos o intereses o
para la resolución de conflictos. A partir de las diferentes aproximaciones a la
noción de acceso a la justicia puede establecerse una distinción entre un sentido
amplio y un sentido estricto de acceso a la justicia; de acuerdo con el primero, es
un derecho consistente en la disponibilidad real de instrumentos judiciales o de
otra índole previstos por el ordenamiento jurídico que permitan la protección de
derechos o intereses o la resolución de conflictos, lo cual implica la posibilidad
cierta de acudir ante las instancias facultadas para cumplir esta función y de hallar
en éstas, mediante el procedimiento debido, una solución jurídica a la situación
planteada. En un sentido estricto el acceso a la justicia es un derecho adscrito al
derecho a la tutela judicial o jurisdiccional efectiva, también llamado derecho a un
juicio justo o al debido proceso, o derecho a la justicia o a la jurisdicción
consagrado en los Artículos 8 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos y 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y se
contrae a la posibilidad efectiva de acudir ante los órganos jurisdiccionales en
defensa de derechos o intereses.
Por consiguiente la Tutela Judicial Efectiva se limita a lo establecido en el
art. 26 de la CRBV donde señala que; “Toda persona tiene derecho de acceso a
los órganos de administración de justicia para hacer valer sus derechos e
intereses, e incluso los colectivos o difusos, a la tutela efectiva de los mismos y a
obtener con prontitud la decisión correspondiente” (CRBV, 1999: art. 26). Por su
parte, Pico I Junoy (1997) argumenta que el derecho a la tutela judicial efectiva
comprende un contenido complejo que incluye los siguientes aspectos: el derecho
de acceso a los tribunales; el derecho a obtener una sentencia fundada en
derecho congruente; el derecho a la efectividad de las resoluciones judiciales; y el
derecho al recurso legalmente previsto. El derecho a la tutela judicial efectiva
apunta a garantizar un mecanismo eficaz que permita a los particulares
reestablecer una situación jurídica vulnerada y está integrado por el derecho de
acceso; el derecho a la gratuidad de la justicia; el derecho a una sentencia sin
dilaciones indebidas, oportuna, fundamentada en derecho y congruente; a la tutela
cautelar y a la garantía de la ejecución de la sentencia (CRBV, 1999: art. 26).
Dentro de sus los elementos se presenta un conjunto de derechos que desde un
enfoque sistémico conforman esta institución jurídica de carácter universal. Tales
derechos son los siguientes: derecho de acceso a los órganos jurisdiccionales,
derecho al debido proceso; decisión ajustada a derecho; derecho a recurrir de la
decisión y derecho a ejecutar la decisión.
El enfoque constitucional del acceso a la justicia está reflejado en el artículo
26 de la Constitución de 1999 señalando que: “Toda persona tiene derecho de
acceso a los órganos de administración de justicia para hacer valer sus derechos,
incluso los colectivos o difusos; a la tutela efectiva de los mismos y a obtener con
prontitud la decisión correspondiente. El Estado garantizará una justicia accesible,
imparcial, transparente”. Lo cual demuestra que a través del acceso a la justicia
se lograría hacer efectivos todos los demás derechos humanos consagrados en la
Constitución, por cuanto cuando ocurre su vulneración es al Poder Judicial al cual
corresponde declararla y hacer que se restablezca su efectividad y disfrute. Este
enfoque del acceso a la justicia se ha visto fortalecido desde la perspectiva de los
derechos humanos, pues son varios los derechos reconocidos en los
correspondientes instrumentos internacionales que exigen el acceso a la justicia,
en condiciones de igualdad.
El Derecho de Acceso a los Órganos Jurisdiccionales como manifestación
de garantía de la tutela judicial efectiva y el ordenamiento jurídico debe asegurar
a cualquier sujeto que sienta que sus intereses no le son reconocidos o
respetados, acudir a los órganos jurisdiccionales, disponiendo de los cauces
procesales adecuados para ellos, con la finalidad de perseguir a través de la
acción jurídica un pronunciamiento jurisdiccional que declare un derecho en el
caso concreto, es decir, pueda procurar obtener una tutela judicial efectiva. Así
mismo es un derecho ejercitable por los medios legales por lo que si al ejercitarse
la acción, la pretensión contenida en la demanda o solicitud no llena con los
requisitos o presupuestos procesales establecidos en las leyes, debe declararse
inadmisible la demanda o solicitud, declaratoria ésta que satisface enteramente el
derecho de acción como emanación del acceso a los órganos de administración
de justicia, comprendido en la garantía de la tutela judicial efectiva, dicho de otra
manera la declaratoria de inadmisión de una demanda o solicitud que no cumpla
con los requisitos predeterminados en la ley, sin la previa tramitación de un
proceso, no lesiona la garantía constitucional a la tutela judicial efectiva.
El Derecho al Debido Proceso supone la sustanciación del juicio con
arreglo a las garantías fundamentales de índole procesal, las cuales
fundamentalmente protegen el derecho a la defensa, así como la certeza y
seguridad jurídicas. Asimismo, Bello y Jiménez (2004) plantean que el Estado
debe garantizar el conjunto mínimo de garantías procesales sin lo cual el proceso
judicial no será justo, razonable y confiable, garantías éstas que permiten la
efectividad de la justicia, que aseguran el derecho material de los ciudadanos
frente a los órganos de Administración de Justicia y que le establece limitaciones
al poder ejercido por el Estado por medio de los tribunales para afectar a los
ciudadanos. Resulta pertinente acotar que tal como lo exponen los autores citados
el derecho al debido proceso engloba una serie de garantías, que se encuentran
consagradas en el artículo 49 de la CRBV que podemos sintetizar tal como sigue:
el derecho a la defensa (ordinal 1º) ; la presunción de inocencia (ordinal 2º); el
derecho a ser oído por el tribunal competente (ordinal 3º); el derecho al juez
natural (ordinal 4º); derecho a no confesarse culpable (ordinal 5º); el principio de
validez de la confesión sólo si se ha hecho sin coacción (ordinal 6º); el principio de
nulla crimen nulla poena sine lege (ordinal 7º); el derecho a obtener reparación del
Estado por los errores judiciales (ordinal 8º). En resumen puede definirse el
derecho al debido proceso como un derecho individual de carácter fundamental
integrado por un conjunto de garantías constitucionales procesales mínimas que
permiten un proceso justo, razonable y confiable.
En el Derecho a Decisión Oportuna, el operador de justicia, al momento de
emitir su decisión, fallo o pronunciamiento, debe analizar los elementos de hechos
controvertidos en el proceso, esto es determinar cuáles fueron los hechos
alegados por el actor en su escrito liberal que fueron rebatidos por el demandado
al momento de presentar su contestación de la demanda, para posteriormente
fijarlos a través de la valoración de los medios probatorios aportados por las partes
o que oficiosamente haya ordenado, construyendo de esta manera la premisa
menor del silogismo judicial; una vez fijados los hechos previo el análisis de los
medios probatorios, el operador de justicia debe construir la premisa mayor del
silogismo judicial, escogiendo las normas jurídicas que aplicará al caso concreto y
donde subsumirá los hechos fijados (premisa menor) normas éstas que no
necesariamente tienen que ser las señaladas por las partes. Escovar (2001),
explica que una decisión cumple con el fundamental requisito de la motivación,
cuando expresa sus razones a través de contenidos argumentativos finamente
explicados, lo que significa, que el juzgador la ha elaborado con objetividad y en
condiciones de imparcialidad, es decir, que como razonado, la motivación permite
conocer el criterio que ha asumido el juez antes de haber tomado la decisión. De
esta manera, se podría señalar que la motivación de la sentencia son las
explicaciones que justifiquen el dispositivo del fallo.
El Derecho de Recurrir a la Decisión es el conjunto de actos procesales
realizados ante el órgano jurisdiccional, culmina con la decisión que dictará el
operador. En esta decisión como es lógico, habrá un ganador y un perdedor, y
precisamente aquel sujeto que resulte perjudicado con el fallo dictado, no con los
motivos de hecho y de derecho que sostienen el dispositivo del mismo, sino con el
propio dispositivo, constitucionalmente tiene el derecho de impugnar la decisión
por la vía de los recursos legales que regula la Ley. Es así como salvo los casos
excepcionales señalados en la Ley, todo sujeto perjudicado con la decisión judicial
tiene el derecho a recurrir de la misma, activándose de esta manera el derecho o
garantía constitucional del doble grado de jurisdicción a que se refiere el artículo
49.1 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que constituye
igualmente una manifestación de la garantía a la tutela judicial efectiva a que se
refiere el artículo 26 ejusdem de la Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela.
El último de los elementos que constituyen una emanación de la garantía a
la tutela judicial efectiva, es precisamente, el derecho a la efectividad de la
Decisión Judicial al ejecutar la orden judicial contenida en el fallo emitido, lo cual
se traduce, como expresa Carroca, (citado por Bello Y Jiménez, 2004: 136), que el
operador de justicia que por omisión, pasividad o defecto de entendimiento, se
aparta, sin causa justificada de lo previsto en el fallo que debe ejecutarse, o se
abstiene de adoptar las medidas necesarias para su ejecución, cuando le sean
legalmente exigibles, desconoce la garantía a la tutela judicial efectiva a través del
régimen de ejecución y efectividad en el cumplimiento de la decisión judicial. En
síntesis el derecho a la tutela judicial efectiva exige el cabal cumplimiento del
mandato contenido en la sentencia, por lo que la ejecución de la sentencia es uno
de los atributos esenciales del derecho fundamental a la tutela judicial efectiva.
El Principio Nom Bis In Idem hace referencia a “No dos veces por lo mismo”
el numeral 7 del artículo 49 de la Constitución venezolana, establece que ninguna
persona podrá ser sometida a juicio por los mismos hechos en virtud de los cuales
hubiese sido juzgada anteriormente.
La justicia posee diversas Dimensiones, ya que representa un valor superior
del ordenamiento jurídico y el fin y fundamento primordial del Derecho; un criterio
para la solución de controversias; un sistema orgánico encargado de su
administración; una función de carácter público, y el punto de referencia de un
conjunto de derechos humanos. Su condición de valor superior del ordenamiento
es reconocida por algunas Constituciones, lo cual implica que los tribunales y
demás órganos del poder público han de procurar la realización de la justicia tanto
como sea posible en el ámbito de sus atribuciones. Al mismo tiempo, ella es el fin
y fundamento primordial del Derecho, pues éste persigue la recta ordenación de la
conducta humana. Igualmente, es un criterio que permite dirimir conflictos, dando
a cada uno lo que le corresponde, y una potestad que ejerce el Estado a través de
un sistema orgánico, como expresión de sus funciones inderogables
La relación entre el acceso a la justicia y la equidad fluye en ambos
sentidos. Desde la óptica de la equidad, el acceso a la justicia es un elemento
necesario para que las libertades consagradas internacional y constitucionalmente
sean efectivas para todos, con lo cual éste incide en el desarrollo humano
concebido integralmente y en la equidad; también repercute positivamente en la
equidad en la medida en que coadyuva a la realización de derechos vinculados a
la satisfacción de necesidades sociales en el ámbito de la educación, del trabajo,
de la salud, de la seguridad social, y del ambiente, entre otros.
Por tanto es pertinente enunciar de manera general los principales
obstáculos que impiden el acceso efectivo a la justicia, los cuales son de índole
muy diversa. Algunas son de carácter económico, y se traducen en el elevado
costo del proceso, en virtud del cual puede resultar sumamente difícil acceder al
sistema judicial y hacer uso apropiado del mismo. El problema no reside
solamente en la preparación e introducción de la demanda ante el órgano
competente, sino en todo lo que implica la actuación en el proceso en todas sus
instancias, lo cual comprende la realización de una actividad probatoria que puede
consistir en la declaración de testigos, evacuación de experticias, solicitud de
informes a entidades públicas o privadas, práctica de inspecciones judiciales,
entre otros. Algunas de estas pruebas normalmente generan costos legales o
extralegales, que integran lo que podemos denominar los costos del proceso en
sentido estricto, a los cuales hay que sumar los derivados de los honorarios de los
abogados.
Ello nos conduce a enunciar una segunda barrera para el acceso a la
justicia, como lo es la dilación judicial. Los obstáculos antes señalados se
agudizan a causa del retardo procesal, que a menudo quiebra la resistencia moral
de los litigantes más combativos en la defensa de sus derechos pero
económicamente más vulnerables.
Otro grupo de barreras, íntimamente ligadas a las anteriores, se relaciona
con las complicaciones en la regulación de la competencia y los procedimientos
judiciales. En la medida en que existen reglas poco claras en cuanto a la
competencia judicial para conocer ciertas reclamaciones, se genera una gran
incertidumbre que deviene en interminables conflictos de competencia, los cuales
a su vez producen retardo en la resolución de la disputa. Otras barreras culturales
recaen sobre los jueces y demás funcionarios del sistema judicial, que a veces no
tienen conciencia de que son servidores públicos y de su deber de realizar una
labor eficiente, ni de la igual valía de toda persona, lo cual repercute
negativamente en su desempeño, sobre todo respecto de las personas más
humildes. También es un obstáculo la escasa formación de los jueces en materia
de derechos humanos y la falta de una visión constitucional del ordenamiento.
En la formulación de las normas opera una especie de discriminación
pasiva, en el sentido de que se evidencia la ausencia de una legislación que
considere las necesidades jurídicas de los grupos tradicionalmente excluidos.
Respecto de los pobres en general, uno de sus bienes más preciados como es la
propiedad de su vivienda, además de ser desconocida por el Derecho formal,
puede ser objeto de regulaciones en la práctica, que si bien resuelven los
conflictos inmediatos sobre la misma, no garantizan la certeza jurídica y su
tratamiento como bien jurídico. Tampoco hay reglas que se ocupen de las
especificidades de los indígenas o las mujeres cuando deben enfrentar un proceso
penal y sus consecuencias inmediatas: la prisión. En otros casos, las normas
vigentes utilizan únicamente el criterio de igualdad formal, generando injusticias,
como se aprecia en la situación de las mujeres condenadas por tráfico de drogas a
pesar de constituir el nivel más bajo de las respectivas organizaciones delictivas.
Finalmente, aún quedan vestigios de regulaciones de por sí discriminatorias, que
penalizan algunas manifestaciones de la pobreza. Como consecuencia de una
regulación sólo pensada en términos de igualdad formal frente a un universo
desigual, se evidencia en la sociedad venezolana una serie de manifestaciones de
discriminación en las distintas fases de aplicación de la ley, en particular de la ley
penal. Al analizar el sesgo discriminatorio del sistema jurídico es imprescindible
considerar la regulación y actuación de la policía, pues generalmente los poderes
policiales y su uso ponen de manifiesto el verdadero estatus que el Estado
reconoce al individuo, así como el tratamiento posiblemente diferenciado que
reciben los grupos humanos en función de su posición socioeconómica. La acción
policial puede jugar un papel significativo en la selección de los sujetos que serán
enjuiciados por el sistema.
En relación con el acceso a la justicia en la esfera procesal penal, el estudio
del papel de la policía es por tanto relevante, siendo una omisión frecuente en las
reformas de la legislación procesal penal la escasa atención prestada al régimen y
a las pautas de acción de la policía, lo cual puede hacer naufragar los propósitos
del legislador. Particular importancia reviste la observación de la intervención
preventiva de la policía, porque bajo su manto suelen ocultarse prácticas
violatorias de derechos humanos de carácter discriminatorio, las cuales, si son
toleradas o estimuladas por instancias oficiales, pueden desembocar en un
sistema punitivo paralelo, absolutamente carente de las garantías del Estado de
Derecho y negador de tales derechos.
En Venezuela es preocupante la subsistencia de cuerpos normativos que
avalan un sobredimensionamiento de la acción policial preventiva. Algunos
informes indican que la declaración de inconstitucionalidad de la Ley sobre Vagos
y Maleantes no se tradujo en un cambio real de las formas y criterios de la
intervención policial, siendo urgente abordar con seriedad, desde la perspectiva de
los derechos humanos y del principio de igualdad, la temática del alcance de los
poderes policiales en el ámbito de la lucha preventiva contra la criminalidad y de la
conservación de la seguridad pública.
En lo concerniente a la acción de la policía en los campos antes
mencionados, es fundamental asimismo la labor formativa que haga posible la
sustitución de la cultura policial heredada por una que sea compatible con los
derechos humanos y, por tanto, con la igual valía y dignidad de toda persona. En
cuanto a la fase procesal, la práctica discriminatoria parece residir principalmente
en la calidad de la defensa. Por factores inherentes a la condición social, así como
por la organización administrativa y funcional del sistema de defensa pública, los
pobres no tienen acceso a una defensa de calidad, pese a los cambios realizados
a la institución a raíz de la Constitución de 1999 y a la nueva estructura del
proceso penal prevista en el COPP. La defensa, sea pública o privada, no utiliza
en estos casos todos los mecanismos contemplados en la regulación para la
defensa de los intereses del imputado. Particular mención merece la
discriminación sufrida por las mujeres y por los indígenas.
Por último la fase penitenciaria viene a corroborar la situación
discriminatoria observada en las fases anteriores, constatándose que la mayoría
de los reclusos de las cárceles venezolanas son personas que no tienen medios
suficientes para proveerse una buena defensa, estando por ello condenados en la
mayoría de los casos (sin sentencia) a vivir en un ambiente infrahumano, hostil y
violento. Pese a los logros obtenidos en los primeros años con la implementación
del COPP, con la reducción del número de procesados privados de libertad, una
práctica desviada, avalada por la reforma legislativa, ha erigido como regla general
para el juzgamiento la prisión preventiva, trayendo como consecuencia un
incremento del hacinamiento.

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