La Guardia de Asalto
La Guardia de Asalto
La Guardia de Asalto
Sin embargo, la idea no era nueva. Unos meses antes el general Mola,
último director general de Seguridad de la monarquía, había creado una
Sección de Gimnasia con guardias escogidos con el fin de formar un cuerpo
represivo de elite que evitara la utilización del Ejército para sofocar los
desórdenes públicos. Sin duda, Maura y Galarza se encontraron con este
proyecto al ocupar sus cargos en el ministerio, y decidieron hacerlo suyo, si
bien con algunas modificaciones. Así lo explica el propio Maura en sus
memorias:
Ello dio por resultado que, habiendo sido iniciada la labor de la creación del
cuerpo a fines del mes de mayo, pocos días antes de abandonar yo el
Ministerio, es decir, el 14 de octubre, el ministro contaba con un cuerpo de
Guardias de Asalto de ochocientos hombres formidablemente entrenados y
preparados para la acción, armados con porras y pistolas como armamento
normal, y dotado de un material móvil que permitía a sus secciones estar
presentes, a los pocos momentos, en el lugar preciso (...)
Constituyó dicho Cuerpo un elemento básico del orden para los ministros que
me sucedieron en el cargo, y quedó la Guardia Civil descargada de la misión
de enfrentarse en las calles de las grandes aglomeraciones con las turbas o
con grupos de revoltosos, concentrando su acción eficacísima en los pueblos y
en el campo, que es la propia del Instituto”. (1)
La nueva policía fue creada por ley de 30 de enero de 1932, siendo su misión principal y casi
única el mantenimiento del orden público, función en la que la Guardia de Asalto debía comportarse,
como indicaba Maura, de modo muy diferente a como lo venían haciendo la Guardia Civil o el
Ejército. El Reglamento, publicado el 10 de mayo de 1932, hacía hincapié en la necesidad de preparar
a los hombres para disolver con éxito cualquier grupo numeroso y restablecer el orden que se hubiese
alterado utilizando métodos incruentos pero convincentes.
Zaragoza fue la única gran ciudad donde las unidades de Asalto, al mando
del comandante Manuel Marzo, se sumaron en bloque a la sublevación, lo que
facilitó en gran medida las cosas al general Cabanellas, que ya contaba con la
adhesión de la Guardia Civil. Y lo mismo hicieron diversos destacamentos de
otras dos ciudades que tenían un importante contingente de efectivos: Oviedo y
Valladolid. En la capital asturiana el coronel Aranda entregó el mando de los
de Asalto al comandante Gerardo Caballero, que se encontraba en situación de
disponible. Caballero, en un audaz golpe de mano, consiguió que la mayoría de
Caso singular fue el de Murcia, sede del 13º grupo de Asalto. Había en la
ciudad dos compañías al mando del capitán Ricardo Balaca, que intentó
sublevarse. Al no encontrar apoyos ni en el Ejército ni en la Benemérita, se vio
pronto obligado a rendirse, tras lo que fue fusilado.
En conjunto, más del 70 por ciento de los efectivos del Cuerpo se mantuvo
fiel al Gobierno. En Madrid, donde el Cuerpo de Seguridad contaba con una
guarnición de 4.000 hombres, la lealtad fue absoluta. Concentraba la capital los
grupos de Asalto 1º, 2º y 3º, tres escuadrones de caballería, tres compañías de
especialidades y once compañías urbanas. Muchas de estas fuerzas estaban
motorizadas y contaban con blindados y compañías de ametralladoras. Los
grupos de Asalto estaban mandados por los comandantes Pérez Martínez,
Sánchez de la Parra y Burillo, todos ellos afectos al Frente Popular. Además, el
mismo 18 de julio el Ministerio de la Gobernación ordenó que se concentrasen
en la capital las compañías de Valladolid, Salamanca, Segovia, Avila, Logroño,
Guadalajara, Toledo y Ciudad Real. Con ello se aseguró la derrota de la
rebelión en Madrid, pero facilitó su triunfo en las ciudades castellanas, que
quedaron sin unidades de Asalto.
“Eran unas tropas magníficas, con mucha diferencia las mejores que yo
había visto en España (...) Yo estaba acostumbrado a las andrajosas y mal
armadas milicias del frente de Aragón, y no sabía que la República poseyera
tropas como aquellas. No sólo eran hombres de unas condiciones físicas
excepcionales, sino que lo que más me asombraba eran sus armas. Todos ellos
iban armados con flamantes fusiles de un modelo que llaman “el fusil ruso”.
Tuve ocasión de examinar uno. Estaba lejos de ser un fusil perfecto, pero era
incomparablemente superior a aquellos atroces y viejos trabucos que teníamos
en el frente. Los guardias de asalto tenían un fusil ametrallador por cada diez
hombres y una pistola automática cada uno; en el frente teníamos
aproximadamente una ametralladora por cada cincuenta hombres, y en cuanta
a pistolas y revólveres sólo era posible obtenerlos ilegalmente. En realidad,
aunque no había reparado en ello hasta entonces, lo mismo ocurría en todas
partes. Los guardias civiles y los carabineros, cuya misión no tenía nada que
ver con la lucha en el frente, iban mejor armados y equipados que nosotros.
Sospecho que esto ocurre en todas las guerras, que siempre se da el mismo
contraste entre la mimada policía de la retaguardia y los andrajosos soldados
de las trincheras. En general, los guardias se asalto, al cabo de uno o dos días,
se llevaron muy bien con la población (...) no tardaron en deponer su aire de
conquistadores y las relaciones se hicieron más cordiales” (2).
Referencias bibliográfic as