Adolescencia WM Cap 1 y 2

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ADOLESCENCIA: UNA LECTURA PSICOANALÍTICA


Puntualizaciones y comentarios sobre el libro de Wainstein y Millán.

1. Comprender vs. Interpretar: la pregunta por el Ser.

Los adolescentes, y no sólo ellos, suelen interrogarse: “¿quién soy yo?”.


En el caso de los adolescentes, con el nostálgico “ya no soy quien era”.
Pero la pregunta ya supone una petición de principio: o sea, que hay ser.
La polémica entre Heráclito y Parménides sigue teniendo vigencia.
¿Hay un ser? ¿Tenemos un ser, una esencia constitutiva de las
identidades? O, por el contrario, la existencia humana -siguiendo a
Heráclito- es un continuo devenir, un transcurrir en cambio constante sin
que nunca cristalice en una identidad fija?

El psicoanálisis, en la obra de Freud, no abordó directamente el problema,


pero en su práctica se definió por esta segunda opción. Lo hizo mediante el
concepto de “identificación”, que se opone a “identidad”.

“Identidad” supone la fijeza del ser, la invariabilidad. Supone también la


existencia de una esencia interna a la que deberíamos descubrir.
“Identificación” en cambio es lo que Freud atribuye al yo. Se trata de un
proceso continuo y variable en el tiempo, de tomar y desechar los rasgos
de los objetos admirados o amados, no sin un grado de modificación
personal.
Este concepto de identificación implica el interjuego entre el yo y el otro.
Lacan tomó partido explícitamente por Heráclito (coincidiendo entonces
con Freud) y distinguió entre el otro (con minúscula) y el Otro.
El primero es el semejante, el que funciona como un espejo del yo y del cual
se puede esperar amor u agresión.
El Otro, en cambio, no es una persona, es un lugar, el lugar del significante
y también del cúmulo de ideas, prejuicios y costumbres que conforman una
sociedad. El Otro, si bien no es una persona, puede ser encarnado por
alguien en particular. Típicamente, por los padres de la infancia, pero no
sólo por ellos.
Este mecanismo de identificaciones no es privativo de la niñez y sigue
funcionando toda la vida. No es algo electivo, sino estructural en el humano.

La identificación (las identificaciones) son siempre en relación al Otro, ya


sea persona o algo abstracto.
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Lacan forjó un neologismo: “parlêtre” en donde se fusionan el verbo


hablar (parler) y “être”: ser, estar.
Él explica que no se trata de un ser que en algún momento adquiere el
habla y entonces se comunica con los otros seres. No es un “être” que
“parle” sino que está primero la palabra. No adquirimos los significantes,
sino que ellos nos engendran como sujetos. No existe ser humano previo o
por fuera de la cultura y el significante.

Esto es importante a la hora de orientarse en las clásicas crisis


adolescentes sobre la llamada “vocación”. Ella supone, erróneamente, la
existencia de una esencia que el sujeto tendría que esforzarse en encontrar.
Se lo escucha frecuentemente: “tengo que encontrar mi misión en la vida”
y similares. Frases que actúan como mandatos superyoicos a los que hay
que obedecer.
Lo cierto es que eso no existe. Lo que hay es un deseo, no del todo
conciente, que si es reconocido por el sujeto, lo mueve en el sentido de
llevar a cabo proyectos y anhelos de todo tipo. Pero éstos no están
“prefabricados” y guardados en nuestro interior, sino que se van forjando
en el devenir de la vida. Lo cual hace a toda la cuestión más difícil pero
incomparablemente más apasionante.
Se trata de una construcción (con mucho de invención) de la propia vida
por parte del sujeto.

Una condición básica para poder acceder a ella es haber desinvestido al


Otro y su oscura autoridad. Esto significa poder revisar los mandatos y los
significantes que se recibieron, relativizarlos, interrogarlos y
eventualmente desecharlos y reemplazarlos por una creación propia.

Nada más ajeno a la obediencia ciega a designios ya escritos, al oscuro


destino que los dioses antiguos hacían caer sobre los mortales.
Las creencias en el destino o la esencia son básicamente modos de
sujeción a mandatos del Otro. Freud indicaba para la adolescencia como
una condición para superarla: desasirse de la autoridad parental.

Pero, ¿qué es lo que hace este pasaje tan difícil? Wainstein y Millán lo
indican con la metáfora de las flores que ya no son reflejadas en el espejo.
Esas flores eran el niño dorado, “his Majesty the Baby”, ese ser toda
perfección que en algún momento es el hijo para sus padres.
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Ese niño centro de universo ya no está más reflejado en el espejo de los


otros. Cambió, y a ese cambio es menester darle alguna significación.
Ahora, la imagen que devuelve ese espejo social (mediada siempre por la
propia historia tal como el sujeto la escribió) es, por ejemplo, un rostro que
a veces no se reconoce, un cuerpo profundamente modificado con respecto
al que acompañó hasta ese momento al niño.

La frase “el cuerpo es el sonido que produce en su materialidad el


significante” (p. 13) alude a que el cuerpo de la realidad siempre va a estar
atravesado por los significantes. Los ajenos, en forma de comentarios,
críticas, elogios o burlas. Los propios, formados por las lecturas que
inconcientemente fue haciendo el sujeto sobre ese Otro.
Los significantes, de algún modo, siempre modelan la imagen inconciente
del cuerpo e inciden sobre el juicio que el sujeto hace de sí (la “autoestima”)
y el que hace sobre los otros.
En el pasaje por la adolescencia, toda esta dialéctica está al rojo vivo, y por
eso es el momento privilegiado para crisis que recaen marcadamente sobre
las cuestiones relacionadas con el cuerpo.

Ahora sí, entremos al problema que propone el subtítulo: “comprender vs.


Interpretar”.
En las pags. 12 y 13, los autores afirman: “interpretar es exactamente lo
opuesto a imaginarse comprender”.
¿Por qué? La comprensión siempre supone, en alguna parte, la dimensión
de lo imaginario y como tal, puede prestarse a engaños. Es la suposición de
que uno entiende al otro sobre la base de que es un semejante. Esta
creencia puede llevarnos a errores groseros acerca de la motivación del
otro para hacer o decir algo.

En el fondo “comprender” es dar nuestra opinión sobre el padecimiento


ajeno, tomándonos como medida a nosotros mismos en un pretendido
saber objetivo sobre la vida. La interpretación, en cambio, hace oir lo
reprimido en el relato del paciente, eso que se esconde detrás de los
recuerdos encubridores y la memoria selectiva (Luis V. Miguelez, diario
Página 12, 28/3/19). Podemos incluir también los lapsus, los fallidos y
ciertas peculiaridades que puede presentar el discurso, incluyendo
contradicciones lógicas y estilos del decir.
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La interpretación no es una suposición arbitraria e inverificable, sino un


subrayado específico hecho sobre la base firme de lo efectivamente dicho
por el paciente y no sobre lo que uno cree.
Por eso, en la adolescencia, el sujeto cae en la cuenta de que todo lo que
él suponía comprender se le desmorona y acude entonces a diferentes
interpretaciones buscando aquella que lo alivie.

2. Castración y fragmentación. (pp 13 y 14).

Analicemos el siguiente párrafo:


“… el cuerpo habla de la fragmentación. La castración se resignifica en la
diferencia de los sexos”.
El “cuerpo fragmentado” alude a la vivencia de déficit en el manejo del
cuerpo, que se manifiesta comunmente en cierta torpeza de los
movimientos, fruto de un desfasaje entre la rapidez de los cambios físicos y
el retraso en la subjetivación de éstos.
En la infancia, la falta de coordinación neuromotriz puede vivirse como la
de un cuerpo fragmentado. Esto no es evidente de por sí, sino una
inferencia obtenida del análisis de sueños y vivencias de niños o incluso de
adultos y especialmente del trabajo con sujetos psicóticos.
Es por eso que en la llamada fase del espejo (Lacan), el niño, al ver su
imagen unificada en el espejo y con el apoyo de un Otro, (la madre por lo
general), que identifica esa imagen con el nombre del niño, éste asume esa
imagen en forma jubilosa: “ahí está el nene” puede decir. O sea, la
identificación inicial viene desde afuera, desde una imagen apoyada en y
por la madre (o quien opere en esa instancia como Otro).

Pero ahora, en la adolescencia, el espejo funciona de otro modo. En vez


de anticipar con júbilo lo que el niño será un poco más adelante, el espejo
le devuelve una imagen intranquilizadora, que no es la que él conocía.

“Castración” implica varias significaciones. En el varón, por tomar el


ejemplo freudiano más conocido, puede significar el temor imaginario de
perder el miembro. Pero también significa ser separado de la madre en
tanto objeto propiedad de ésta.

En este sentido del concepto de castración, o sea el hijo encarnando el falo


materno, se igualan los dos sexos. Ambos ocupan en algún momento ese
lugar y en un momento lógicamente posterior, deben ser desalojados de
ahí.
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Pero no se trata de madres terribles que se apropien de sus hijos como de


objetos (también las hay). Basta con la eficacia de la fantasía inconciente
del niño, que quiere colocarse en esa posición para ser el objeto más
preciado de su madre.
En otro sentido aún, la castración implica la aceptación de la diferencia
sexual. Juanito, el célebre niño-paciente de Freud, jugaba entre los 3 y los 4
años a ser papá o mamá, indistintamente.
La acentuación de los rasgos que marcan la diferencia física (los caracteres
sexuales secundarios) suponen un dato nuevo para el sujeto.
Esta situación exige una respuesta subjetiva, porque la biología y la
genética nada dicen sobre que es “ser hombre” o “ser mujer”.

3. El goce fálico

La mención de los autores al nuevo territorio del goce del cuerpo (p.14)
refiere a que ahora aparece un nuevo goce corporal, que antes no existía .
No es que en la niñez no haya goce corporal, pero ahora hay un salto
cuali/cuantitativo.
Lo más común es que el adolescente lo descubra vía la masturbación.
Este goce se llama “fálico” no porque sea privativo del varón (recordar que
el falo no es el pene y ni siquiera es un objeto). El goce fálico es común a los
dos sexos y en ese sentido el clítoris puede funcionar de modo similar al
glande.
Pero también aparece una nueva dimensión (o mejor dicho, reaparece con
toda su potencia): el Otro, ahora el de carne y hueso. Si bien siempre existe
un otro imaginario en toda masturbación, ahora aparece en la realidad la
posibilidad concreta del gozar con el encuentro de los cuerpos.

Cuando Lacan en este tema escribe “Otro” con mayúscula, alude


especialmente no al semejante, (de quien puedo suponer –sólo suponer-
que goza de una manera parecida a la mía) sino a una dimensión
fundamentalmente ajena y desconocida: ¿ Quién soy para el Otro? ¿qué
soy para él; qué quiere de mí? Yo desconozco como goza y ese momento
no es fácil de soportar. Pero es un camino que debe ser recorrido, bajo pena
de quedar detenido en el goce narcisista, donde el otro deja de tener
importancia.
La posibilidad del coito se abre ahora por primera vez, y le da al cuerpo
una nueva dimensión, la de poder gozar pasando por el cuerpo de otro.
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Si nos remontamos a los tiempos del Edipo (y tomando para simplificar el


caso del varón), éste en su fantasía inconciente quería eliminar al padre
para quedarse con la madre. Ahora, esa fantasía podría ser realizable, tal
como en la tragedia de Sófocles.

4. El padre muerto y la institución de la ley.

Freud, en “Tótem y Tabú” propone un relato que conviene leer en clave


de mito.
En efecto, un mito no es una mentira pero tampoco un hecho histórico. Es
un relato fundacional que da cuenta de los pilares básicos de una sociedad.
Toda sociedad se ha dado sus mitos: sobre el origen del universo, la
existencia de los hombres, la muerte, etc.

En el mito freudiano tenemos una padre terrible, abusador, que se queda


con todas las mujeres y castra a los varones. (Del mismo modo que el mito
griego de Saturno/Cronos y Júpiter/Zeus)
Los hermanos se confabulan y lo matan, comiéndolo luego en un banquete
ritual.
Pero la intensa añoranza de ese padre hace que ahora que está muerto,
en vez de pasar al olvido, se transforma en el padre de la ley: la de
prohibición del incesto. Ella es otro modo de marcar que hay límites, que
no todo se puede y que hay algo, una norma, que está por encima del
capricho individual.
Ahora, la madre queda prohibida pero queda abierto el acceso a las demás
mujeres por fuera de la familia.
La ley también es dejar de ser hijo de un padre para poder ser padre de un
hijo (o, como en la ceremonia del Bar Mitzvá: hijo de la ley, del precepto).
Entonces se produce la identificación (en el varón, típicamente) con el
padre y se hace así portador y transmisor de sus valores, entrando en la
cadena generacional. En la mujer el proceso es bastante más complejo,
porque implica un Edipo no meramente simétrico, sino diferente. Hay
también identificación con la madre, pero en muchos casos teñida de
reproches y rencores. La madre, primer objeto de amor para ambos sexos,
es abandonada para tomar al padre como tal. También es más compleja la
identificación con los valores de éste.
Cuando mencionamos la cadena generacional, tengamos en cuenta que
“generación” no es una simple diferencia de edad, es más, no es eso, sino
una diferencia de lugar simbólico: el lugar de hijo, el de padre, etc.
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Y, a la vez que accede a ser un eslabón de esa cadena, admite la finitud y


la muerte futura.

5. El yo, el cuerpo y el tiempo

Es muy importante el señalamiento que hacen Wainstein y Millán de que


el púber descubre sus caracteres secundarios, ese cuerpo cambiado, no en
espejo, en soledad, sino en la mirada del Otro.
Esa mirada es ahora una mirada curiosa, deseante. Ese instante indica el
principio de un viraje. El cuerpo propio se convierte en objeto de deseo para
el otro y, a la inversa, el de aquel se hace deseable.
Es un instante, un “aha-Erlebnis” tomado del vocabulario de la filosofía. Es
el instante de la revelación, del “eureka”, un acontecimiento iluminador.
(Erlebnis significa en alemán acontecimiento, experiencia, vivencia. El
“aha”, es un darse cuenta de repente.)

La “transgresión” a la que hace mención el texto es la pérdida de la


inocencia infantil y la correlativa aparición del pudor por el cuerpo propio,
con una alternancia entre curiosidad, admiración, temor y menosprecio por
el cuerpo del otro.

Tenemos así: el primer instante es el del descubrimiento de la mirada.


El segundo tiempo es el de comprender, de darle una significación a eso
nuevo que apareció. No es un instante, por eso se llama “tiempo”. Es el de
la búsqueda, el desconcierto, y también el de la aparición de un tipo de
pensamiento que no existía en la niñez, las disquisiciones sobre el sentido
de la vida, las meditaciones filosóficas o religiosas, las teorizaciones sobre
el mundo y el ser humano.

El tercer momento es el de concluir. No se puede prolongar


indefinidamente el tiempo de comprender. Este tiempo debe dar lugar a un
final, un paso al acto. En este caso, al acto sexual.
Por una parte, todo un acontecimiento; aunque en el fondo, el encuentro
es en realidad un reencuentro (como toda repetición, no sin diferencias).
Se reencuentra de algún modo con algo perdido definitivamente, valga la
paradoja.
Instante de la mirada, tiempo de comprender y momento de concluir se
suceden en orden lógico, no cronológico.
La psicología evolutiva los toma como etapas, sin hacer estos distingos
precisos que introdujo Lacan: fundamentalmente que se trata de
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momentos muy diferentes y que no forzosamente se producen en todos los


sujetos a tal o cual edad.

En el capítulo 2 del libro, los autores encaran una especie de revisión de la


obra freudiana: “La metamorfosis de la pubertad”.
En lo que sigue, tomaremos en cuenta simultáneamente el texto de Freud
y las puntualizaciones que aportan Wainstein y Millán (en adelante: WM)
más las reflexiones personales que puedan surgir de esas lecturas.

6. Las transformaciones de la pubertad.

En el texto de WM se analiza la etimología de las palabras del título, tanto


en el original alemán como en las distintas traducciones.
Señalemos sobre este ítem que es llamativa la traducción de
“Umgestaltungen”, que significa “transformación”, “reorganización” como
“metamorfosis”. Es curioso porque el alemán dispone de la palabra
“Metamorphose”, que no es la que usó Freud.
Aunque ambas poseen un campo semántico en común, la alusión a
“metamorfosis” nos recuerda el cambio impresionante de algunos
organismos de la naturaleza (los sapos, las mariposas), y convengamos en
que por mucho que cambien los púberes, no llegan a una metamorfosis.
Justamente, en un cuento de ficción bastante aterrador y que lleva ese
nombre, Franz Kafka relata la mutación radical que sufre su personaje al
despertarse una mañana convertido en un gigantesco insecto.

Además de la exageración de usar ese nombre para las transformaciones


puberales, la otra connotación del término “metamorfosis” es la biológica.
Es un punto importante, porque buena parte de los puntos de vista sobre
la adolescencia parten de la noción biológica, la aparición de los caracteres
sexuales secundarios, la modificación hormonal, como si se pudiera explicar
el profundo proceso psíquico del adolescente en términos propios de la
anatomía y la fisiología.

Freud indica que en el varón el desarrollo sexual es el más consecuente,


mientras que en el de la mujer “se presenta hasta una suerte de
involución”. (p.189, ed. Amorrortu)
Como no explica nada más, queda ese párrafo en la oscuridad, porque no
se ve en qué sufriría la mujer una involución.
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La alusión en esa misma página a la normalidad de la vida sexual se refiere


a la coincidencia en un mismo objeto de las dos corrientes sexuales ya
presentes en el niño: la tierna y la sensual. Algunos años después, Freud
escribirá un par de artículos sumamente esclarecedores sobre ciertas
elecciones de objeto en el hombre, que suponen una dificultad en hacerlas
coincidir.
Digamos que, para Freud, la normalidad supone poder amar, desear y gozar
con una persona, en lugar de tener que separarlas en dos o más.

WM interpreta que la mención freudiana a que la pulsión se vuelve


“altruista” y que se pone al servicio de la reproducción puede leerse
también como una alusión a la importancia del otro (“alter”) en esta nueva
etapa de la vida sexual, que la aleja del erotismo infantil centrado en el
cuerpo propio.
En otro trabajo (“Contribución a un debate sobre el onanismo”) Freud
reconocerá la importancia que adquiere la masturbación en el proceso
adolescente o en condiciones especiales de privación real.
En el texto freudiano habla de la nueva meta sexual que supone la aparición
del cuerpo del otro.
Suele malinterpretarse la frase “las pulsiones parciales cooperan, al par que
las zonas erógenas se subordinan al primado de la zona genital”, y se lee
erróneamente que “las pulsiones parciales se unifican”.
Las pulsiones son siempre parciales y “cooperan” aumentando la excitación
pero jamás se unifican.

7. Excitación y libido

Con respecto a la excitación sexual, indica Freud tres fuentes: la externa,


por estimulación de alguna zona particular del cuerpo, una interna (de la
que indica que aún no tenemos mucho conocimiento; frase que sugiere
algo del orden biológico) y la excitación debida a procesos psíquicos (la
“vida anímica”).
En este último ítem entran las fantasías concientes e inconcientes, que se
caracterizan por una elevada variación individual, a veces muy alejadas de
la norma estadística. La ausencia de ellas puede hacer que se dificulte o se
impida la excitación por más que mecánicamente la estimulación sea
intensa.
Cuando Freud diferencia “placer previo” de “placer final” (el orgasmo)
afirma que posiblemente la excitación de las distintas zonas erógenas, algo
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que ya existía en la sexualidad infantil, toma el lugar de posibilitar el placer


previo, mientras que el placer final es algo nuevo y consiste (en el varón) en
la sensación que acompaña la descarga de las sustancias sexuales. Queda
en la sombra cuál sería el proceso equivalente en la mujer y dada la fecha
en que escribió este ensayo ( 1905) sabemos que aún faltaban varios años
para que Freud volviera a interrogarse sobre la sexualidad femenina.

Un párrafo sumamente importante señala más adelante que las


exteriorizaciones de la sexualidad infantil marcan profundamente la vida
sexual de los adultos, y no sólo del caso de la perversión.
Es que con el “primado genital” no desaparecen en absoluto las pulsiones
parciales, e incluso en algunos casos no es necesario la entrada en juego de
la zona genital para producir satisfacción.
La “teoría química” que presenta SF a continuación es altamente
especulativa y considerando el conjunto de su obra es claro que su papel en
la sexualidad humana no pasa de ser algo así como el escenario físico donde
transcurre aquella.

En el apartado sobre la libido, insiste que –a diferencia de lo que sostenía


Jung- la libido es energía sexual, y no energía en general.
La palabra proviene del latín y significa “ansias, ganas” en primera acepción.
De ahí viene la indicación (en música) “ad libitum”, cuando se le permite al
intérprete mayor libertad en la ejecución.
La palabra se ha asociado posteriormente a lo indecente, lujurioso,
pecaminoso y es esa con mucha probabilidad la causa de la renuencia de
Jung a tomar el tema sexual con toda la energía y centralidad que
encontramos en el fundador del psicoanálisis.

El párrafo 4 (SF) aborda las ideas de aquella época sobre la diferenciación


entre el hombre y la mujer. La “mayor inclinación a la (auto)represión” que
Freud observa en las niñas es posiblemente resultado de la vida social de la
época victoriana, caracterizada por la denostación de la sexualidad, cuando
no de la demonización directa.

8. Masculino/femenino

Aún con esas limitaciones entendibles en la sociedad en que estaba, cabe


destacar en Freud que –con alguna excepción- nunca compartió la idea de
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que habría en la sexualidad algo del orden de la esencia, algo dictado por la
naturaleza. Dice: “ Es indispensable dejar en claro que los conceptos de
“masculino” y “femenino”, que tan unívocos parecen a la opinión corriente,
en la ciencia se encuentran entre los más confusos….” (p. 200, nota 19).
Por ahora propondrá como equivantes aproximados a la actividad del lado
masculino y la pasividad del femenino. Esta idea será definitivamente
dejada de lado más adelante.

En “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica


entre los sexos” (AE, tomo 19), obra escrita veinte años después de la que
estamos comentando, dice “… masculinidad y feminidad puras siguen
siendo construcciones teóricas de contenido incierto” (p. 276)
En la Conferencia 33 (“La Feminidad”, AE 22) vuelve a afirmar que
“…aquello que constituye la masculinidad o la feminidad es un carácter
desconocido que la anatomía no puede aprehender” (p.106)
En la pág siguiente descarta que la diferencia activo/pasivo equivalga a
masculino/femenino. La obra es de 1932-1933.

El último parágrafo de “Tres ensayos” lleva el título “Prevención de la


inversión”, que a más de cien años de escrito puede suscitar extrañeza hoy
día.
Ahí aún está presente la idea de cierta naturalidad en la elección sexual (“la
atracción recíproca de los caracteres sexuales opuestos”), idea que hoy no
podemos seguir sosteniendo.
Pero Freud no se queda en esa afirmación aislada.
A continuación indica la enorme importancia que tienen en la elección
sexual definitiva la “inhibición autoritativa de la sociedad”. Observa que en
sociedades donde la homosexualidad no es considerada un crimen, no
pocos individuos exteriorizan esa inclinación sexual.
Tengamos en cuenta que, en Inglaterra recién en 1967 la homosexualidad
fue dejada de lado como delito. En Austria, patria de Freud, fue delito hasta
1971. En Escocia, hasta 1981 y en Irlanda del Norte recién en 1982 fue legal.
No es extraño entonces que, con todas las limitaciones y salvedades que
hoy podemos hacerles, las ideas freudianas fueran un verdadero escándalo
para las época en que fueron escritas.

9. El hallazgo de objeto.
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Indica Freud la importancia que tienen los vínculos tempranos,


especialmente con la madre, para la elección definitiva de objeto. Es acá
que dice que el hallazgo (encuentro) de objeto es propiamente un
reencuentro. El prototipo de objeto perdido es el pecho materno. (p.203)
Cuando por alguna fijación a la figura de los padres, el adolescente no
consigue desasirse de sus influencias, el resultado es generalmente una
dificultad –a veces imposibilidad- de concretar una pareja por fuera de la
familia. A este resultado puede contribuir, agravándolo, la escasa
inclinación de ciertas figuras paternas/maternas para dejar de lado el lugar
que ocuparon en la niñez de sus hijos.
Se juega ahí algo del orden del narcisismo parental.
Señalemos de paso que la misma cuestión se encuentra en el origen de
ciertas dificultades para encontrar un rumbo laboral o de estudio, porque
este camino tiene directa relación con abandonar la tutela familiar y las
antiguas figuras investidas libidinalmente.

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