Completo Intervención
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Completo Intervención
Facultat de Psicologia
Departament de Personalitat, Avaluació
i Tractament Psicològics
LA INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA:
CARACTERÍSTICAS Y MODELOS
Arturo Bados López
Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos
Facultad de Psicología, Universidad de Barcelona
21 de octubre de 2008
1. La terapia psicológica consiste en una relación interpersonal entre por lo menos dos
participantes, uno de los cuales (el terapeuta) tiene un entrenamiento y experiencia es-
pecial en el manejo de los problemas psicológicos.
3. La relación psicoterapéutica es una alianza de ayuda, pero con propósitos bien defini-
dos, en la cual se utilizan varios métodos, en su mayor parte de naturaleza psicológi-
ca, con el objeto de provocar los cambios que el cliente desea y el terapeuta aprueba.
4. Estos métodos se basan en alguna teoría formal acerca de los problemas psicológicos
en general y de la queja específica del paciente en particular.
Algunos autores han añadido que para poder hablar de terapia psicológica, esta debe estar
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La intervención psicológica formal no es sólo llevada a cabo por psicólogos clínicos, sino
también por psiquiatras y, según los países, los trabajadores sociales, los consejeros religiosos,
los consejeros matrimoniales y las enfermeras psiquiátricas. Por otra parte, no son sólo los
profesionales los que brindan asistencia psicológica, sino que puede darse la participación de pa-
raprofesionales más o menos entrenados (voluntarios, ex-pacientes, padres, maestros) bajo la
supervisión de un profesional.
EVALUACIÓN
De cara a conseguir los objetivos de la evaluación, se dispone de una serie de métodos bási-
cos: entrevista (al cliente y a otras personas), cuestionarios y escalas (al cliente y a otras perso-
nas), autoobservación, observación, pruebas cognitivas objetivas, registros psicofisiológicos,
pruebas médicas, datos de archivo/documentos históricos.
Posibles ejemplos de este tipo de actividad son: ayudar a una persona a reducir su estado de
ánimo deprimido, a una pareja conflictiva a comunicarse mejor y saber negociar entre ellos, a una
persona a manejar su dolor crónico, a unos niños de un medio desfavorecido para prevenir el au-
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La intervención psicológica puede aplicarse para alcanzar metas más o menos limitadas o
ambiciosas: resolver conflictos inconscientes (enfoque psicoanalítico), ayudar a aceptarse a sí
mismo (terapia no directiva), integrar sentimientos conflictivos (terapia gestalt), encontrar un sig-
nificado a la vida (psicoterapia existencial), modificar creencias negativas (terapias cognitivas),
lograr comportamientos adaptativos (terapia de conducta) o conseguir combinaciones de estos
objetivos (enfoques eclécticos). Aunque estos son objetivos característicos de cada una de las
orientaciones terapéuticas citadas, no se infiere de aquí que no puedan ser conseguidos por otras
orientaciones.
(p.ej., en situaciones de crisis o asesoramiento) hasta varios años, aunque lo más frecuente es que
se extienda de 5 a 50 sesiones de alrededor de 1 hora (2-2,5 horas, si el tratamiento es en grupo)
y de frecuencia semanal. El número de sesiones depende del tipo y número de problemas y de la
gravedad de los mismos. Las sesiones pueden ser desde poco o nada hasta muy estructuradas y
en ellas predominar la participación del paciente o del terapeuta. La terapia puede basarse princi-
palmente en la relación o apoyarse también en ciertas técnicas. Puede ser gratuita o más o
menos onerosa y sus resultados suelen ser positivos. De todos modos, al menos un tercio de los
pacientes no acepta o abandona el tratamiento, un porcentaje significativo (variable según los
trastornos) de los que lo siguen no cambian, algunos empeoran y entre los que mejoran, las recaí-
das se dan con una cierta frecuencia, mayor o menor según los trastornos.
Por otra parte, existen programas de autoayuda que se basan en manuales (y, a veces, en
otro material de apoyo como cintas de vídeo y magnetofónicas o programas de ordenador) y en
algunos contactos telefónicos o por correo (postal, electrónico) con el terapeuta. Se han obtenido
resultados relativamente satisfactorios con programas de este tipo dirigidos a trastornos fóbicos,
de pánico y obsesivo-compulsivo, insomnio, pesadillas recurrentes y depresión (Echeburúa y de
Corral, 2001; Marks et al., 2003). Los programas de autoayuda con mínimo o nulo contacto direc-
to con el terapeuta y poco contacto no presencial (hasta 3 horas en total de contacto telefónico,
postal o por internet) están especialmente indicados cuando el trastorno no es muy grave y los
clientes no pueden acceder a un tratamiento formal con un terapeuta por razones geográficas o
económicas. Sin embargo, existen discrepancias sobre si los resultados son similares o inferiores a
cuando el terapeuta ayuda al cliente durante el tratamiento y/o supervisa directamente (o, quizá,
por teléfono) la marcha del tratamiento. Además, con los programas de autoayuda puede aumentar
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INVESTIGACIÓN
ENSEÑANZA
Esta actividad es común en los psicólogos clínicos empleados en universidades. Pero tam-
bién es frecuente que sea llevada a cabo por psicólogos en otras instituciones y centros privados.
Materias que pueden impartirse son psicopatología, evaluación, terapia de conducta, psicoterapia
dinámica, psicología clínica, psicología de la salud, personalidad, etc.
ASESORAMIENTO
distintos tipos: Instituto Nacional de Salud, compañías sanitarias privadas, escuelas, centros de
asistencia primaria, hospitales, cárceles, centros para drogodependientes, grupos de autoayuda,
unidades de geriatría, juzgados, etc. El aconsejamiento puede ser solicitado también por per-
sonas que trabajan en estas organizaciones o en centros privados y que desean mejorar su trabajo
o resolver ciertos problemas planteados en el mismo.
DIRECCIÓN Y GESTIÓN
NIVELES DE INTERVENCIÓN
La intervención psicológica puede llevarse a cabo a distintos niveles: individual, parejas, fa-
milias, grupos y comunidades. Los distintos niveles no son excluyentes; así, puede combinarse el
tratamiento en grupo con sesiones de asistencia individual. El nivel individual es uno de los más
frecuentes, si no el que más. El psicólogo trabaja con una persona de modo exclusivo o casi ex-
clusivo para ayudarle a reducir o superar un trastorno, eliminar o reducir comportamientos de
riesgo, adquirir o potenciar hábitos saludables, afrontar una enfermedad crónica, etc. El resto de
niveles se explican a continuación.
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Está recomendado cuando el problema es de dos o más miembros, y no sólo del supuesto
paciente, y los mencionados miembros están dispuestos a participar en la terapia. Esto último es
siempre lo más recomendable.
En la terapia de pareja y familiar se busca que los miembros implicados: a) se den cuenta de
su propia contribución al problema y de los cambios positivos que pueden realizar, y b) mejoren
sus pautas de comunicación e interacción de cara a la resolución del problema. La terapia en pare-
ja o familia puede ser precedida, seguida o acompañada de terapia individual para alguno de
los miembros, cuando estos presentan algún problema que no está relacionado con el sistema.
La terapia de pareja puede estar indicada cuando hay conflictos de valores, creencias,
estilos de vida o metas, o cuando hay problemas en las áreas de comunicación, afecto, fidelidad,
educación de los hijos, manejo del dinero, sexo, autonomía personal o dominio-sumisión.
La terapia de familia puede estar indicada cuando hay problemas de comunicación, crisis
familiares o problemas de algún miembro de la familia mantenidos por los patrones de interacción
en esta.
INTERVENCIÓN EN GRUPO
Esta modalidad de tratamiento depende de que se pueda contar con varias personas que pre-
senten problemas similares (p.ej., trastorno de pánico) o tengan un objetivo común (p.ej.,
aprender habilidades de cuidado y educación de los hijos) y cuyas características no les impidan la
participación en el grupo o incidan negativamente en el funcionamiento de este. Siempre que sea
posible, parece recomendable conducir un tratamiento en grupo, ya que, en general, es al me-
nos igual de eficaz que el individual y presenta además una serie de ventajas adicionales. También
hay posibles inconvenientes que es necesario conocer para poder manejarlos caso de que surjan.
a) Descubrir que los propios problemas no son únicos, b) mayores expectativas de mejo-
ra, c) disponer de varios modelos, puntos de vista y fuentes de información y retroalimen-
tación, d) mayor credibilidad de los puntos de vista acordados entre todos o suscritos por
una mayoría, e) aumento de la motivación debido al apoyo y presión del grupo, al com-
promiso público delante de este y a la observación de los progresos de los otros.
a) La dinámica del grupo puede escapar al control del terapeuta, b) modelos de compor-
tamientos negativos que pueden contagiarse, c) consejos e información inadecuados por
parte de miembros del grupo, d) celos del progreso de otros o desmotivación al comparar
los propios avances con los de los demás, e) ansiedad creada por la situación de grupo
(especialmente en fóbicos sociales graves).
El tamaño del grupo puede ser de 5-7 personas, aunque ha llegado hasta 12. El grupo
debe ser lo suficientemente amplio como para facilitar el contacto con varias personas, pero no
tanto como para dispersar la atención del terapeuta, dificultar o trivializar las interacciones del
grupo o favorecer la aparición de miembros aislados. Es buena idea contar con un coterapeuta,
que puede ser un paraprofesional, ya que el trabajo para un solo terapeuta es difícil y cansado.
Para grupos más grandes de 6 personas es buena idea contar con un coterapeuta.
Las sesiones de grupo suelen durar alrededor de 2-2,5 horas, en vez de los 50-60 minutos de
las individuales, pero pueden reducirse a 30-45 minutos con aquellas personas que presentan difi-
cultades de concentración (p.ej., pacientes con esquizofrenia o deficiencia mental). Se recomienda
que los clientes sean similares en ciertas características importantes (nivel sociocultural, in-
tervalo amplio de edad) y que el grupo esté relativamente equilibrado en cuanto a variables como
sexo y gravedad del problema abordado. Si una persona difiriera marcadamente del resto, podría
abandonar el tratamiento. De todos modos, no hay datos claros al respecto.
Para que un grupo funcione, tiene que conocer y cumplir ciertas normas: consentimiento
voluntario, asistencia a las sesiones, puntualidad, participación en el grupo, respeto a las interven-
ciones y opiniones de los otros, confidencialidad de lo tratado en el grupo y realización de las
actividades entre sesiones.
El terapeuta no debe ejercer el papel de un líder autoritario, pero tampoco permitir que
el grupo vaya a su libre albedrío perdiendo de vista los objetivos de la terapia y la forma más efi-
caz de conseguirlos. Labores del terapeuta son establecer las normas de funcionamiento del
grupo, velar por su cumplimiento, moderar las intervenciones y controlar los factores que pueden
perturbar el funcionamiento del grupo y la consecución de las metas propuestas (clientes prolijos,
retroalimentaciones inadecuadas, formación de subgrupos, chivos expiatorios, etc.). Algo que
conviene conocer al respecto son los roles que surgen dentro de los grupos, tal como puede
verse en Kendall y Norton-Ford (1982/1988, págs. 636-638).
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INTERVENCIÓN EN LA COMUNIDAD
Mientras que en las intervenciones individuales o en grupo se ayuda a una o unas pocas per-
sonas, en las intervenciones en la comunidad se trata de modificar el medio en el que viven las
personas con la finalidad de ayudar a muchas personas a prevenir o resolver problemas o
adquirir nuevas capacidades. Hay dos formas básicas de modificar el medio físico y social:
introducir cambios en instituciones y programas existentes (hospitales, escuelas, centros de
salud mental, prisiones) o crear nuevos servicios y programas (pisos protegidos, grupos de au-
toayuda para padres que maltratan a sus hijos, programas de prevención del infarto, redes de apo-
yo social para personas mayores o solas).
Aunque las habilidades clínicas (p.ej., las de comunicación interpersonal y resolución de pro-
blemas) son igualmente útiles para las intervenciones comunitarias, estas requieren además una
competencia para entenderse con las organizaciones sociales.
Las intervenciones comunitarias tienen varios peligros de los que conviene ser consciente:
a) la intervención puede satisfacer no tanto los objetivos de los miembros de la comunidad, sino
los de la clase dirigente política y económica (clase alta y media-alta); b) la intervención puede ir
dirigida simplemente a cubrir un expediente sin que haya una intención verdadera de cambiar las
cosas (p.ej., ciertos programas de reinserción); c) la intervención puede estar muy centrada en los
efectos a corto plazo, olvidando los efectos a largo plazo y las posibles repercusiones de la inter-
vención en distintos sectores sociales.
Por último, el fracaso de una intervención comunitaria tiene mayores repercusiones que
las de una intervención con individuos, familias o grupos. Los posibles efectos perjudiciales
pueden afectar a más personas y además influir negativamente en la puesta en marcha o continua-
ción de otras intervenciones comunitarias que verán disminuir o desaparecer sus recursos.
MODELOS DE INTERVENCIÓN
Existen diferentes modelos teóricos que varían en diversos aspectos importantes tales
como: forma de concebir la conducta normal y anormal y los trastornos psicológicos, variables
relevantes en el desarrollo y mantenimiento de dichas conductas y trastornos, relaciones existentes
entre dichas variables, modos de recoger los datos pertinentes, objetivos a conseguir con la inter-
vención y modo de llevar a cabo esta.
En resumen, tener un modelo como referencia puede ser útil, pero esto debe complementarse
con la comprensión de los otros puntos de vista y el aprecio de sus aportaciones. En general, pare-
cen poco útiles los modelos inflexibles, incapaces de incorporar nuevos elementos en principio
útiles, y los modelos formulados de tal manera que no permiten su investigación empírica
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controlada o que, caso de permitirla, no es llevada a cabo o que, si lo es, sus resultados no son
tenidos en cuenta para modificar el modelo.
- Infeccioso. Causado por bacterias o virus. Ejemplos serían la gripe, la hepatitis, ciertas
úlceras, el SIDA. En el campo psicológico, algunas conductas patológicas asociadas con
la parálisis general progresiva causada por la espiroqueta sifilítica.
- Traumático. Causado por golpes o sustancias tóxicas. Ejemplos serían las fracturas y los
envenenamientos. En el campo psicológico, las conductas patológicas producidas por le-
siones durante el parto, traumas craneales o ingestión de productos tóxicos (incluidos el
alcohol y las drogas). Podrían considerarse aquí ciertos retrasos mentales, las psicosis
tóxicas y los trastornos de ansiedad y depresión inducidos por el consumo de ciertas dro-
gas.
El valor del modelo médico depende del trastorno que se considere. Una explicación pura-
mente médica es insuficiente en la inmensa mayoría de los casos. Los factores psicológicos y
ambientales juegan un papel importante en la mayoría de los trastornos, incluidos los fisiológicos.
Además, conviene tener en cuenta que una cosa es un mecanismo fisiológico alterado, el cual
puede deberse también a causas psicológicas o ambientales, y otra, una causa orgánica.
MODELO COMUNITARIO
- Para facilitar el ajuste entre la persona y su medio se requiere crear nuevos recursos o
alternativas sociales (en la familia, escuela, otras instituciones, entorno urbano) así co-
mo desarrollar las propias competencias personales. Así pues, se enfatiza más el desa-
rrollo de nuevos recursos y competencias que la simple eliminación de problemas.
- El psicólogo tiene una función psicoeducativa en la que forma a otras personas (pa-
dres, educadores, enfermeras, conductores de grupos de autoayuda) para que se convier-
tan en agentes de cambio en la comunidad (paraprofesionales). Se da así una extensión de
los roles profesionales y se amplía el número de personas que pueden obtener ayuda.
- Puede haber un empleo del activismo social: utilización del poder económico, político,
civil (desobediencia civil, p.ej.) y de los medios de comunicación para lograr la reforma
social. Aunque no todos los psicólogos comunitarios practican el activismo social, se su-
pone que un cierto empleo de este aumenta la eficacia de la psicología comunitaria.
Entre las críticas que se han hecho al modelo comunitario se encuentran las siguientes: a) No
haber sabido acompañar la conceptualización teórica con métodos específicos de intervención
que consigan cambios sociales concretos y duraderos. b) Objetivos poco realistas al pretender
sustituir a la persona por la comunidad como sujeto de tratamiento. c) Poco éxito en las tareas de
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MODELOS PSICODINÁMICOS
- Énfasis en el papel del conflicto. Se considera que este es básico en el desarrollo de los
síntomas neuróticos. Normalmente se considera que los impulsos internos buscan ma-
nifestarse y lograr gratificación en contra de las prohibiciones y límites sociocultu-
rales. Los síntomas neuróticos son vistos como compromisos para intentar resolver este
conflicto. Desde la perspectiva psicoanalítica clásica se considera que el conflicto no re-
suelto entre el ello (necesidades instintivas) y un superyó (valores y normas sociales
transmitidas por los padres) sobrepunitivo e inhibidor es la causa fundamental de los tras-
tornos psicológicos. Este conflicto es exacerbado por los defectos del yo –la tercera es-
tructura psicológica– que impiden la elaboración de defensas apropiadas que permitirían
una reducción de la tensión.
# El ello es la estructura más antigua, contiene todos los instintos básicos (sexuales y
agresivos) sin socializar, es la fuente de la energía psíquica, es básicamente incons-
ciente y se rige por el principio del placer. El superyó surge a través de la internali-
zación de las normas y valores sociales tal como son presentados por los padres y
otras figuras de referencia, es parcialmente inconsciente y se encarga de vigilar y
castigar las actividades del ello. El yo está situado entre las otras dos estructuras y se
encarga de regular la interacción entre estas, de modo que puedan satisfacerse las ne-
cesidades básicas sin vulnerar las normas existentes. El yo es básicamente conscien-
te, se rige por el principio de realidad y entre sus funciones se cuentan también la
percepción, el aprendizaje y la autorregulación.
Junto a los anteriores aspectos conceptuales básicos, existen también los elementos funda-
mentales de la TEORÍA CLÍNICA PSICOANALÍTICA:
terapia analítica. Por tanto, es importante identificar, analizar e interpretar estas resis-
tencias para que la relación transferencial ocurra y pueda ser analizada y resuelta.
Se caracterizan por:
- Énfasis en el papel del yo. Este funciona en muchos aspectos con independencia de los
instintos y del conflicto intrapsíquico; además es responsable de actividades fundamenta-
les: memoria, percepción, control de impulsos, relaciones interpersonales, formación de
la identidad.
Siguiendo a Baker (1985/1988), pueden distinguirse, aparte del psicoanálisis clásico, tres
desarrollos dentro de los modelos dinámicos, aunque las fronteras entre ellos no son claras y el
eclecticismo es frecuente. Estos modelos son:
a) La tradición neofreudiana, representada por autores como Adler, Jung, Fenichel, Ferenc-
zi, Reich, Rank, Horney, Sullivan y Fromm.
b) La tradición analítica del yo, que incluye la teoría de las relaciones objetales, y está re-
presentada por autores como Melanie Klein, Fairbain, Winnicott, Ana Freud, Erikson,
Hartmann, Rappaport y Guntrip.
c) La psicoterapia psicodinámica, representada por autores como Malan, Sifneos, Fiorini,
Mann y Davanloo.
Capítulo aparte lo constituyen las escisiones tempranas de Jung, Adler y Rank, así como la
más tardía de Lacan. Todos ellos han fundado escuelas y sendos sistemas terapéuticos. Por limita-
ciones de espacio se va a tratar únicamente la psicoterapia psicodinámica, la cual es ampliamente
utilizada en la actualidad.
La psicoterapia psicodinámica
- Se busca apoyar las defensas útiles del cliente, favorecer la adaptación de la persona
y mejorar las relaciones interpersonales.
- El propio formato de la terapia hace que la transferencia sea menos intensa y regresi-
va. El énfasis se pone en la relación presente entre paciente y terapeuta, sin que sea nece-
sario remontarse al pasado.
Positivo
- Ciertos recursos técnicos como la asociación libre, las técnicas proyectivas y el aná-
lisis de los sueños han sido adoptados por otros enfoques, aunque no todos ven esto
como algo positivo.
Negativo
- El psicoanálisis clásico ofrece una visión bastante pesimista del hombre, destaca excesi-
vamente el papel de los impulsos (sexuales y agresivos) y relega los factores interperso-
nales y culturales. Enfatiza excesivamente los factores históricos y no presta la suficiente
atención a los problemas actuales del cliente. Como terapia, sólo es aplicable a personas
con buen nivel cultural, es demasiado largo y no es más eficaz que tratamientos mucho
más breves.
MODELOS FENOMENOLÓGICOS
dera que cuanto más se acerque el cliente a su potencial de desarrollo, más capaz será de
encontrar soluciones a los problemas externos de su vida sin ayuda de nadie. De hecho,
se tiende a considerar contraproducente ofrecer ayuda directa a un cliente para re-
solver sus problemas, puesto que de este modo el cliente puede hacerse más dependiente
del terapeuta y perder la oportunidad de que sus ideas y sentimientos sean su guía.
- Orientación hacia metas y búsqueda de sentido. Las acciones humanas son intenciona-
les, van dirigidas a metas. Ahora bien, la persona se mueve no sólo por motivaciones
materiales, sino también por valores –tales como la libertad, justicia y dignidad– que
suponen un intento de trascender la propia existencia.
- Énfasis en el aquí y ahora. Se concede poca o menos importancia a la historia del clien-
te. Se acentúan la experiencia inmediata (momento a momento de la sesión terapéu-
tica) y las emociones. El foco de la terapia rara vez se aleja de lo que está sucediendo du-
rante la sesión.
- El terapeuta no adopta el papel de experto que sabe y decide qué es lo mejor para el
cliente.
- Finalmente, se da más importancia a las actitudes del terapeuta que a las técnicas con-
cretas. La relación entre cliente y terapeuta se considera el medio único o fundamental a
través del cual se consigue la autorrealización. Por tanto, la discusión del pasado o la pla-
nificación del manejo de situaciones problemáticas futuras son menos útiles que la viven-
cia en el presente de una relación con otra persona que acepta incondicionalmente al
cliente.
síntesis actualizada de los dos anteriores, será abordada en el tema 11 del programa. La terapia
experiencial conserva la inspiración rogeriana centrada en la persona, pero adopta una actitud más
directiva y una orientación cognitivo-constructivista.
Sin embargo, conviene tener en cuenta que las investigaciones han demostrado que
las actitudes mencionadas no son suficientes para conseguir cambios terapéuticos y
que el propio Rogers reforzaba no verbalmente o hacía comentarios de apreciación posi-
tiva después de que los clientes expresasen esperanzas positivas o autoimagen positiva o
concordasen con el terapeuta; es decir mostraba menos aceptación positiva incondi-
cional y más directividad de la que creía.
La terapia gestáltica
Representada por autores como Fritz Perls, Laura Perls, Goodman, Simkin, Weisz y Hefferli-
ne, sus características son las siguientes:
# Por ejemplo, una persona que se siente superior a los demás, pero que ha repri-
mido este sentimiento y ha adoptado un aire de humildad va a poder reconocer
y expresar las dos partes en conflicto ("soy el más grande" contra "no debo presu-
mir"). Conseguido esto, será más fácil que encuentre una forma de resolución: "está
bien que yo exprese mis sentimientos de competencia, pero necesito también tomar
en cuenta los sentimientos de los demás". Así pues, las resoluciones de un conflicto
requieren una conciencia total de los dos polos.
- Técnicas empleadas por la terapia gestáltica son: uso del presente en la comunicación
verbal, señalamiento del comportamiento no verbal para que el cliente analice el signifi-
cado del mismo, trabajo con sueños, técnica de la silla vacía. Se emplean también técni-
cas de otros abordajes como el psicodrama de Moreno o el trabajo corporal de la bioener-
gética. Dos psicoterapias actuales en las que ha influido notablemente la terapia gestáltica
son la programación neurolingüística de Bandler y Grinder (1975) y la psicoterapia ex-
presiva focalizada que Daldrup, Beutler, Greenberg y Engle (1988) han presentado en
forma de manual.
Conviene destacar que existe una gran heterogeneidad entre los distintos enfoques feno-
menológicos.
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Positivo
- Concepción filosófica positiva del hombre, aunque puede ser poco realista.
- El énfasis en la relación terapéutica los hace especialmente atrayentes para los clínicos.
Además, hay que reconocerles el mérito de haber puesto de manifiesto el valor de dicha
relación en cualquier tipo de terapia.
Negativo
- Las formulaciones teóricas son imprecisas y vagas, por lo que resulta muy difícil o
imposible someterlas a prueba. Además, con la excepción principal de Rogers, el mé-
todo científico es, por lo general, dejado de lado o rechazado; esto puede ser debido al
énfasis en la subjetividad y a que la investigación controlada se considera artificial.
MODELOS SISTÉMICOS
Representados por autores como Watzlawick, Minuchin, Haley y Selvini-Palazzoli, las carac-
terísticas de estos modelos son las siguientes:
- Los sistemas, tales como las familias y los grupos, tienen varias propiedades:
+ Los límites son las reglas que definen quien participa con quién y en qué tipo de
situaciones y quién es excluido de este tipo de situaciones. Por ejemplo, los ni-
ños no deben participar en las discusiones de los padres, los hijos mayores tienen
ciertos derechos negados a los más pequeños, etc.
IPCS - 25
+ La coalición es otro tipo de disfunción y consiste en una unión entre dos miem-
bros de una familia en contra de un tercero; por ejemplo, progenitor e hijo contra
el otro progenitor.
# Regulación. Los patrones de interacción que existen en los sistemas tienden a ser
muy estables y predecibles. Además, se da una tendencia al equilibrio. Los sistemas
tienen unos mecanismos que regulan y mantienen los patrones de interacción, de
modo que se maximizan las posibilidades de que el sistema se mantenga. Cualquier
cambio percibido que amenace al sistema intentará ser neutralizado, ya sea ac-
tuando sobre la persona desviada para que se adapte de nuevo ya sea relegándola o
expulsándola ya sea mediante cambios compensatorios por parte de otro u otros
miembros del sistema.
Supongamos que una mujer critica al marido por su poca comunicación ante lo
cual la respuesta normal de este es retraerse aún más. Si en alguna ocasión él explota
diciendo que no quiere hablar porque le preocupan cosas de su trabajo, la mujer que
supuestamente quería estimular la comunicación puede contestarle que sólo piensa
en su trabajo. Este comentario podría tener la función de restablecer el equilibrio:
mantenimiento de la distancia y nivel bajo de intimidad en la relación. (Claro, que la
mujer también podría querer hablar de otras cosas que no fueran el trabajo.)
- El miembro de la familia que según esta es el que presenta el problema (paciente identi-
ficado) es considerado como una expresión de la disfunción del sistema familiar
(aunque el problema cumple una función dentro de la lógica interna del sistema). En con-
secuencia, la resolución del problema implica cambios en el sistema y no simplemen-
te una modificación directa de las conductas problemáticas.
- La terapia enfatiza el presente y suele ser breve. Por lo general, no pasa de 20 sesiones
repartidas a lo largo de un máximo de 2 años.
IPCS - 27
Rodríguez y Beyebach (1994) han señalado que en las concepciones sistémicas tradicionales
se considera a la familia como el sistema y a las personas como elementos del mismo. Sin embar-
go, también puede considerarse que cliente y terapeuta forman un sistema o que las conductas
de una sola persona o incluso los significados que atribuye a acontecimientos concretos pue-
den considerarse sistemas en sí mismos. Así, la depresión puede verse como el resultado de una
interacción en un sistema interpersonal (la depresión de una persona se mantiene porque sus fami-
liares le resuelven todos sus problemas y le hacen sentirse un inútil) o como un sistema de con-
ductas que se autoperpetúan (la persona que se siente deprimida no se relaciona con otros y la
disminución de este contacto social le hace sentirse más triste). En ambos casos se da la caracte-
rística fundamental de los sistemas: entender los sucesos como organizados en procesos de retroa-
limentación recursiva.
Es importante tener en cuenta que aunque estos enfoques se han especializado en el trata-
miento de familias y parejas, existen también otros modos de abordar estos problemas (di-
námicos, conductuales y cognitivo-conductuales) que pueden ser integrados o no con la perspecti-
va sistémica.
Pueden distinguirse varias escuelas sistémicas: la escuela interaccional del MRI (Mental
Research Institute, representada por autores como Watzlawick, Weakland, Fisch), la escuela es-
tructural/estratégica (representada por autores como Minuchin, Haley, Aponte, Fishman, Mon-
talvo), la escuela de Milán (representada por autores como Selvini-Palazzoli, Boscolo, Cecchin y
Prata) y el enfoque ecosistémico (De Shazer). Las influencias recíprocas entre estas escuelas han
sido muy frecuentes.
Positivo
Negativo
- Se enfatiza muchas veces el papel del sistema familiar y se olvidan otros sistemas que
pueden ser tanto o más importantes, tales como el grupo laboral, el grupo de adolescen-
IPCS - 28
Representados por autores como Skinner, Kazdin, Wolpe, Marks, Eysenck, Rachman, Beck,
Ellis, Meichenbaum, Bandura, Clark y Salkovskis, las características de los modelos son las si-
guientes:
# Finalmente, existen alteraciones (p.ej., depresión psicótica) para las que no existe
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# La propia práctica clínica proporciona ideas para refinar y mejorar los procedimien-
tos empíricamente evaluados; estas ideas son también sometidas a prueba. Por otra
parte, durante la práctica clínica deben tomarse decisiones con relación a aspectos
que no han sido investigados o no lo han sido suficientemente; en estos casos, uno
debe basarse en su propia experiencia o en la de otros.
conducta.
# Sin embargo, también se tiene en cuenta que las condiciones que mantienen la con-
ducta actual pueden ser bastante diferentes de aquellas que dieron lugar al sur-
gimiento de la conducta. Por ejemplo, los ataques de pánico pueden surgir facilita-
dos por acontecimientos estresantes y luego mantenerse por el miedo a que se repi-
tan. Por otra parte, el pasado no puede ser reconstruido con la objetividad necesaria y
no puede hacerse nada sobre los determinantes pasados de una conducta; sólo se
puede actuar sobre los determinantes actuales.
# Este último matiz es muy importante por dos razones: a) muchas técnicas tienen pre-
cursores históricos remotos y recientes, aunque, eso sí, por lo general, menos siste-
matizados y perfeccionados; b) muchas técnicas deben más a la experiencia clínica
que a los modelos teóricos y hallazgos experimentales de la psicología.
IPCS - 31
# Aunque, en general, los objetivos deben ser acordados con el cliente, conviene hacer
algunas matizaciones. Objetivos muy atemorizantes no tienen por qué ser mencio-
nados de entrada y otros objetivos no tienen por qué ser operacionalizados con el pa-
ciente. Por ejemplo, podemos compartir con el cliente el objetivo de elevar el estado
de ánimo, pero no que esto se determinará sacando menos de una puntuación X en un
cierto cuestionario.
# Las metas no consisten en enunciados vagos y generales, sino que son claramente
definidas y especificadas. En el caso de una depresión, posibles metas serían incre-
mentar las relaciones sociales y actividades placenteras y reducir significativamente
los lloros y la puntuación en un test de depresión. Existen unas metas u objetivos fi-
nales para alcanzar las cuales se procede a través de una serie de subobjetivos tam-
bién claramente especificados.
Los resultados de la intervención son evaluados en términos del cambio inicial con-
seguido, de su generalización a las situaciones pertinentes de la vida real y de su mante-
nimiento a lo largo del tiempo. (El tratamiento incluye las estrategias oportunas para fa-
vorecer esta generalización y mantenimiento.) Además, se busca evaluar si los cambios
conseguidos con la intervención son clínica o socialmente significativos. Es decir, no
basta con conseguir cambios en las conductas problemáticas, sino que estos cambios de-
ben ser de tal magnitud que supongan una resolución o al menos una mejora sustancial de
los problemas para los que se ha aplicado la intervención.
Pueden distinguirse cuatro enfoques principales dentro de los modelos conductuales y cog-
nitivo-conductuales: a) análisis conductual aplicado (Skinner), b) enfoque neoconductista media-
cional (Wolpe), c) enfoque cognitivo-conductual (Beck, Ellis, Meichenbaum), y d) teoría cogniti-
vo-social (Bandura). Estos enfoques, a pesar de sus diferencias, no están necesariamente en oposi-
ción unos a otros y no constituyen grupos cerrados; muchos terapeutas de conducta no pueden
ser encuadrados de forma simple y exclusiva en ninguno de ellos.
Conviene señalar, por otra parte, que a partir del análisis conductual aplicado se ha desarro-
llado un movimiento denominado contextualismo –o análisis conductual clínico– que difiere del
primero en algunos aspectos. La diferencia fundamental está en el desarrollo terapéutico, en el
cual la conducta verbal adquiere un gran protagonismo. Dentro del contextualismo pueden distin-
guirse la terapia de aceptación y compromiso de Hayes, la psicoterapia analítica funcional de
Kohlenberg y Tsai, la terapia de conducta dialéctica de Linehan y la terapia integradora de pareja
de Jacobson (Vázquez, 2004). Estas terapias han sido denominadas la tercera generación de la
terapia conductual (la primera sería la terapia conductista y la segunda la terapia cogniti-
vo-conductual), la cual da una importancia fundamental al contexto en el que ocurre el compor-
tamiento y a las funciones de este más que a su forma o topografía. Así, por ejemplo, sería más
importante considerar la función que tienen unos pensamientos en vez de su contenido.
Positivo
Negativo
- Falta de un marco teórico claro y diferenciado. Resulta difícil establecer que es lo que
tiene de específico el modelo conductual más allá de su adhesión a la metodología cientí-
fica, metodología que puede ser utilizada, naturalmente, por otros enfoques.
- Énfasis injustificado en que los principios y técnicas empleados han sido derivados
de la psicología científica, cuando, en realidad, muchos de ellos deben más a la expe-
riencia clínica.
1. El llanto cesa cuando la madre entra en la habitación y comienza de nuevo cuando se va.
2. La madre se muestra muy ansiosa acerca del bienestar de su hijo.
3. Parece que la madre considera que el llanto es una situación de crisis.
4. El llanto se ve reforzado por medio de la atención de la madre (modelo conductual).
5. La atención ciega de la madre puede ser una formación reactiva que oculta su desprecio
inconsciente hacia el hijo (modelo psicodinámico).
6. La ansiedad de la madre no consiste tanto en una preocupación por el hijo, como en lo
que ella considera que es una forma óptima de cómo debe comportarse una buena madre
(modelo fenomenológico).
7. La madre exhibe un comportamiento neurótico (clasificación).
8. Es probable que el niño dependa exageradamente de la madre en su vida futura (predic-
ción).
Cuanto mayor es el salto entre los datos y las suposiciones, mayor es el nivel de inferen-
cia y más fácil es cometer errores. El nivel y tipo de inferencia dependen de variables como el
entrenamiento, modelo teórico, intuición, prejuicios y experiencias del terapeuta.
A nivel más específico, pueden señalarse una serie de diferencias entre los distintos mode-
los de intervención en cuanto a la concepción de la patología, la evaluación, los objetivos terapéu-
ticos y el tratamiento.
- Modelo sistémico: Los síntomas del paciente identificado son el resultado de disfunciones
en la estructura y comunicación del sistema familiar.
IPCS - 35
- Modelo sistémico: Evalúa las pautas de comunicación disfuncionales, los límites entre sub-
sistemas, las coaliciones, las interpretaciones de las secuencias de hechos, las interacciones fami-
liares, el sistema de poder, la adaptación a los cambios. Métodos: Entrevistas, observación, cues-
tionarios.
- Modelo fenomenológico: Congruencia entre el sí mismo real y la forma en que uno siente,
percibe y actúa, autorrealización, conciencia e integración de los propios deseos y necesidades.
formación objetiva).
- Modelo fenomenológico: Las actitudes del terapeuta (empatía, aceptación positiva incondi-
cional, autenticidad) se consideran fundamentales. Además, pueden emplearse técnicas como cen-
trarse en el aquí y ahora, fantasía (trabajo con sueños o imágenes), dramatización (psicodrama,
técnica de la silla vacía y de las dos sillas), análisis de la vida, masaje y expresión corporal.
- Relación de poder e influencia social. El terapeuta alcanza una posición de poder (a tra-
vés del prestigio, sugestión, persuasión, congraciación) y luego emplea este poder para
que los clientes asuman la responsabilidad del cambio y se vean y comporten de forma
diferente.
- Efectos sinérgicos que el cambio en un área de funcionamiento puede tener sobre otra.
vas respuestas del terapeuta a la forma habitual de comportarse del cliente (p.ej., responder a la ira
y suspicacia con comprensión en vez de con hostilidad; o a la dependencia con fomento del com-
portamiento independiente en vez de con el reforzamiento de aquella), prescripción de nuevas
formas de comportarse o la terapia psicológica en sí misma.
Los factores comunes pueden considerarse como estrategias que pueden llevarse a cabo a
través de distintas técnicas que pueden variar según las orientaciones. Representan un nivel inter-
medio de abstracción entre las técnicas y la teoría.
Hasta el momento no ha habido mucha investigación empírica para identificar estos fac-
tores, para establecer si se dan en el mismo grado en las distintas orientaciones y para determinar
si, como muchos piensan, son los responsables principales del cambio terapéutico. En este último
caso, debería averiguarse también cuáles son los factores comunes implicados, que porcentaje del
cambio explican y si son condiciones necesarias.
Existe una necesidad de identificar empíricamente tanto los factores comunes como
aquellas contribuciones únicas que cualquier orientación pueda ofrecer (p.ej., el tratamiento
de exposición para las fobias surgido dentro del enfoque conductual). Un enfoque ecléctico o in-
tegrador debe tener en cuenta ambas cosas. No todo son factores comunes. Por ejemplo, Lambert
es citado frecuentemente respecto a los porcentajes con que contribuyen distintos factores al cam-
bio terapéutico: factores extraterapéuticos de tipo personal, social y ambiental (40%), factores
comunes (30%), técnicas (15%) y expectativas o efectos placebo (15%) (Feixas y Miró, 1993).
Estos porcentajes deberían replicarse, ya que representan valoraciones y no derivaciones de cálcu-
los estadísticos.
También es necesario estudiar si el peso de los factores comunes varía en función de los
problemas considerados: fobias, compulsiones, trastornos psicóticos, disfunciones sexuales,
tartamudeo, trastornos de personalidad, etc.
ECLECTICISMO E INTEGRACIÓN
En los últimos años ha habido un nuevo resurgir del interés por la integración de las terapias
psicológicas (Feixas y Miró, 1993; Rosa, Olivares y Méndez, 2004). Este interés se ha visto faci-
litado por:
- La proliferación de orientaciones.
- Creencia de que los factores comunes a las distintas orientaciones tienen un gran
peso en la explicación del cambio terapéutico.
- Desarrollo de una red profesional para la integración, constituida por la Society for
the Exploration of Psychotherapy Integration (SEPI), revistas y congresos sobre el tema.
Las orientaciones no deben ser compartimentos cerrados, sino que tienen que estar abiertas al
cambio. Por otra parte, algunos han señalado que no es bueno llegar rápidamente a un solo enfo-
que terapéutico. La diversidad es la fuente de la novedad. Debe haber bastante diversidad para
interactuar, pero no tanta como para amenazar la identidad profesional de la terapia psico-
lógica. La actual fragmentación es nociva y da una mala imagen, tanto hacia el interior como
hacia el exterior, pero una unificación prematura tampoco es útil. Una integración prematura de
orientaciones o posiciones que no cuenten con suficiente apoyo empírico puede perjudicar el pro-
greso.
La integración no debería limitarse a las terapias psicológicas, sino que debería extender-
se a otras ramas de la psicología (cognitiva, básica, social, evolutiva, psicofisiología) y a otras
disciplinas afines (psicofarmacología, medicina).
La elección personal del eclecticismo puede ser facilitada por los siguientes factores: a)
Falta de presiones en el entrenamiento y ambientes profesionales dirigidas hacia una determinada
orientación. b) Mayor experiencia clínica. c) Un impulso para combinar todas las intervenciones
terapéuticas. d) Un carácter inconformista que lleva a moverse más allá de una determinada orien-
tación. e) Una actitud escéptica hacia el status quo.
- Teoría. Existen importantes diferencias en la filosofía base sobre la concepción del hom-
bre. Aquí la integración es difícil. Según Beutler, una teoría integrada no es posible por-
que las teorías existentes de los terapeutas: a) están confundidas con sus propias creen-
cias personales, b) se reflejan muy poco en las decisiones momento a momento durante el
tratamiento, c) son innumerables, y d) no responden a ningún argumento o disconfirma-
ción.
# La integración se verá facilitada si las teorías amplias y muy inferenciales que inten-
tan explicar todos los aspectos del funcionamiento humano y tipo de problemas se
ven sustituidas por modelos más específicos y operacionales que se centren en la
explicación, mecanismos de cambio y tratamiento de diferentes problemas clínicos.
Podría recordarse aquí la famosa pregunta de Paul: ¿Qué intervención, aplicada por
quién, es más eficaz para este paciente con este problema y bajo qué circunstancias?
# La integración de las teorías lleva consigo la de las técnicas. Limitarse sólo a esto
último es lo propio del eclecticismo técnico. Este es el más frecuente en la práctica,
mientras que la integración es una aspiración. Las diferencias (simplificadas) entre
eclecticismo e integración se exponen a continuación.
Eclecticismo Integración
Técnico Teórica
Divergente (diferencias) Convergente (comunalidades)
Escogiendo entre muchos Combinando muchos
Aplicando lo que hay Creando algo nuevo
Acumulación Combinación
Aplicando las partes Unificando las partes
"Ateórico", pero empírico Más teórica que empírica
Suma de las partes Más que la suma de las partes
Realista Idealista
- Falta de entrenamiento en más de una orientación. Sin embargo, hay que reconocer
que un programa de entrenamiento en terapia psicológica integradora es algo complejo y
muy exigente. También requiere mucho más trabajo mantenerse al día.
IPCS - 42
ÁREAS DE APLICACIÓN
Las áreas de aplicación de la intervención psicológica abarcan distintos ámbitos: clínica,
salud, trabajo, educación, comunidad, deporte. Podemos encontrar psicólogos trabajando en
clínicas, hospitales, centros de salud (general o mental), centros de tratamiento de drogodepen-
dencias, empresas, centros educativos, centros de atención psicopedagógica, instituciones para
retrasados mentales, centros de asistencia al menor, juzgados, instituciones penitenciarias, resi-
dencias de ancianos, centros de acción social, centros de rehabilitación de inválidos, equipos de-
portivos, centros militares, práctica privada, etc.
A continuación se enumeran las distintas áreas y problemas en que las intervenciones psico-
lógicas han sido aplicadas hasta el momento. Para más información, pueden consultarse Carrobles
(1985) y Labrador (1984, 1990), así como los numerosos libros que describen las diferentes apli-
caciones de las distintas intervenciones psicológicas.
IPCS - 43
ÁREA CLÍNICA
- Trastornos de pareja.
- Insomnio, pesadillas, terrores nocturnos.
- Obesidad, anorexia, bulimia.
- Enuresis y encopresis.
- Hiperactividad/impulsividad, déficit de atención.
- Problemas niños-padres: desobediencia, negativismo, rabietas, mentiras, robos.
- Deficiencia mental.
- Autoestimulación y autolesión.
- Esquizofrenia, autismo, psicosis infantiles.
ÁREA DE SALUD
ÁREA LABORAL
ÁREA EDUCATIVA
- Enseñanza programada.
- Incremento de las habilidades del maestro para conducir la clase.
- Incremento del desempeño académico en general y en áreas específicas.
- Aumento de la creatividad.
- Desarrollo de buenos hábitos de estudio.
- Tratamiento del retraso escolar.
ÁREA COMUNITARIA
- Readaptación de jubilados.
- Mejora de condiciones de vida en la tercera edad (hábitos de vida, habilidades de autocuida-
do, habilidades sociales).
- Uso del transporte público.
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IPCS - 48
Facultat de Psicologia
Departament de Personalitat, Avaluació
i Tractament Psicològics
21 de octubre de 2008
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................... 1
EFICACIA DE LA TERAPIA PSICOLÓGICA ............................................................................. 4
¿Es la terapia psicológica más eficaz que el no tratamiento?....................................................... 4
¿Es la terapia psicológica más eficaz que el placebo? ................................................................. 6
¿Cuáles son las técnicas específicas que funcionan? ................................................................... 6
¿Puede la terapia psicológica tener efectos perjudiciales? ........................................................... 7
EFICACIA DIFERENCIAL DE LAS DISTINTAS ORIENTACIONES TERAPÉUTICAS ........ 8
Metaanálisis.................................................................................................................................. 8
Estudios controlados sobre eficacia ........................................................................................... 10
Críticas al intento de identificar tratamientos con apoyo empírico............................................ 14
Críticas a los criterios para identificar tratamientos con apoyo empírico .................................. 16
UTILIDAD CLÍNICA DE LA TERAPIA PSICOLÓGICA ......................................................... 19
Viabilidad ................................................................................................................................... 19
Generalizabilidad ....................................................................................................................... 23
Eficiencia.................................................................................................................................... 28
ALGUNAS REFLEXIONES Y DESEOS PARA EL FUTURO .................................................. 30
TABLAS ........................................................................................................................................ 32
REFERENCIAS ............................................................................................................................. 45
INTRODUCCIÓN
Eficacia - 2
1) Muchos pacientes son solicitados o reclutados en vez de venir por propia iniciativa o de-
rivados por otros profesionales.
2) Los pacientes son seleccionados frecuentemente para conseguir muestras con trastornos
"puros" o con la menor comorbilidad posible, lo contrario de lo que se piensa ocurre en la
práctica clínica, aunque a veces en esta pueden verse casos menos graves y/o con menos
comorbilidad (véase Westbrook y Kirk, 2005). Los criterios de selección de las investi-
gaciones, dejan fuera a un gran número de pacientes y limitan la generalizabilidad de los
resultados, aunque los estudios más recientes empiezan a incluir muestras con mayor co-
morbilidad. Lo deseable sería emplear sólo aquellos criterios de exclusión que se aplica-
rían razonablemente en la práctica clínica diaria y realizar análisis correlacionales para
identificar variables moderadoras de los resultados que podrían investigarse posterior-
mente.
Eficacia - 3
3) Los clientes son asignados a los grupos al azar (los pacientes que admiten la posibilidad
de ser aleatorizados a una condición no eficaz pueden ser diferentes de los que buscan
tratamiento por su cuenta, aunque no hay datos al respecto) y no pueden decidir la inter-
vención que seguirán ni el terapeuta con el que trabajarán (lo cual es posible, aunque no
siempre, en la práctica real).
4) Los terapeutas están muy motivados y suelen tener poca experiencia profesional; en ge-
neral, son becarios, estudiantes de doctorado o investigadores. Además, son bien entre-
nados en el tratamiento a aplicar y reciben supervisión al respecto.
5) Los terapeutas tienen pocos casos que atender, que además son del mismo tipo, y prepa-
ran a fondo la intervención.
6) Los resultados son evaluados con diversos métodos y/o instrumentos estandarizados,
mientras que en la práctica clínica se emplean pocas pruebas o ninguna. Las variables de-
pendientes están bien definidas y están centradas, por lo general, en la reducción de sín-
tomas específicos; suelen pasar por alto otros aspectos tales como la mejora del funcio-
namiento general o calidad de vida.
7) La evaluación de resultados suele hacerse de forma programada en diversos momentos:
pretratamiento, postratamiento y seguimiento/s. Los seguimientos son raros en la práctica
clínica.
8) El tratamiento está bien definido, es altamente estructurado y tiene una duración prefija-
da, que suele ser breve.
9) Las intervenciones se aplican de forma estándar sin adaptarlas a las características de los
pacientes o sin corregirlas en función de la evolución del caso.
10) La intervención suele centrarse en un solo problema.
11) Los pacientes reciben tratamiento en centros especializados, lo cual puede aumentar sus
expectativas de mejora y su motivación.
Las investigaciones que estudian el tratamiento tal como es aplicado en la práctica real
enfatizan la validez externa y suelen fallar en validez interna: muestras poco homogéneas o
sesgadas, falta de grupos control o asignación no aleatoria a los grupos, diagnósticos a veces poco
rigurosos y empleo frecuente de medidas retrospectivas. Sin embargo, nada impide estudiar am-
plias muestras de pacientes, emplear diversos momentos de evaluación (pre, durante, post, segui-
mientos) y utilizar una diversidad de medidas (entrevista, cuestionarios, juicios del terapeuta, in-
formes de otras personas). Además, existen métodos estadísticos, como la regresión, las ecuacio-
nes estructurales o el modelado causal, que permiten analizar, a nivel probabilístico, en qué medi-
da los efectos observados son debidos presumiblemente al tratamiento o a otras variables. Estos
recursos permiten compensar, al menos parcialmente, la falta de grupos control.
como se aplica en la práctica clínica habitual funciona, valorar si un tratamiento que resulta eficaz
en condiciones controladas consigue también buenos resultados en la práctica real y analizar los
resultados de las terapias de larga duración que se utilizan con frecuencia en la clínica. Por tanto,
sólo trabajando desde ambas perspectivas, podrá superarse la poca o nula comunicación existen-
te entre la investigación controlada y la práctica clínica, lo cual ha llevado a Bellack y Hersen
(1985, págs. 3-4) a hablar de dos terapias del comportamiento:
El primer paso para determinar la eficacia de la terapia psicológica es demostrar que los tra-
tamientos son superiores a la recuperación espontánea (no tratamiento). La recuperación espon-
tánea, sin terapia psicológica formal, ha sido cifrada en un 30-40% de los casos, aunque los datos
varían según los trastornos. Por ejemplo, las remisiones son frecuentes en la depresión y raras
en trastornos psicóticos, dependencia de sustancias, trastorno obsesivo-compulsivo, hipocondría y
agorafobia. Además, la remisión espontánea se da sobre todo en los tres primeros años del
trastorno.
Según diversas revisiones (Botella y Feixas, 1994; Chambless y Ollendick, 2001; Feixas y
Miró, 1993; Elliott, Stiles y Shapiro, 1993; Giles, Neims y Prial, 1993; Lambert y Bergin, 1994;
Matt y Navarro, 1997; Pérez, 1996), la terapia psicológica es más eficaz que el no tratamiento.
Eficacia - 5
En revisiones que han promediado los resultados de diversos metaanálisis, la media de los tama-
ños del efecto (media del grupo tratado menos media del grupo no tratado dividido por la desvia-
ción típica de este último grupo; véase la tabla 3) ha oscilado entre 0,67 y 0,85 1 ; es decir, la per-
sona tratada promedio se halla mejor que el 75-80% de las personas no tratadas (véase la tabla 4
para las equivalencias aproximadas entre centiles y distintos tamaños del efecto en distribuciones
normales). De todos modos, es probable que esto sea una sobrestimación, debida a la metodología
de análisis empleada, y que los tamaños medios del efecto se sitúen entre 0,40 y 0,60 (véase Sha-
dish et al., 2000); es decir, la persona tratada promedio se halla mejor que el 66-73% de las perso-
nas no tratadas. Aunque todo esto es positivo, se hacen necesarios ciertos comentarios para evitar
caer en la complacencia:
- Se excluye de los estudios a los pacientes que presentan trastornos comórbidos gra-
ves.
- No hay acuerdo sobre las variables que deben utilizarse para evaluar la eficacia de
la terapia psicológica ni sobre los criterios de éxito. Las diferentes terapias
psicológicas están diseñadas para mover al paciente a conseguir objetivos muy distintos
(mejorar habilidades sociales, potenciar el crecimiento personal, hacer consciente un
conflicto infantil), pero ¿cuál o cuáles son los adecuados y bajo qué circunstancias?
Sobell, Sobell y Gavin (1995) aportan un ejemplo de este problema al analizar los
diferentes criterios de éxito utilizados para evaluar los resultados del tratamiento del
alcoholismo a los 12 meses de seguimiento. Tal como puede verse en la tabla 5, el
porcentaje de casos exitosos varió del 8,7% al 82,6% en función del criterio utilizado. ¡Y
eso que estos criterios hacen sólo referencia a un único síntoma: el consumo de alcohol!
- Los efectos de la terapia tienden a ser duraderos, pero los seguimientos de la mayoría
de estudios no superan el año y son pocos los que incluyen seguimientos superiores a los
1
El tamaño del efecto es una medida de la magnitud del cambio conseguido, pero no nos dice nada sobre si este
cambio ha sido o no estadísticamente significativo. Un tamaño grande del efecto puede no ser significativo esta-
dísticamente si, por ejemplo, las muestras han sido pequeñas. A la inversa, un cambio puede ser estadísticamente
significativo, pero de magnitud pequeña.
Eficacia - 6
Aunque diversos autores parecen aceptar, con mayor o menor convicción, que la terapia
psicológica es más eficaz que el placebo o los tratamientos mínimos (Botella y Feixas, 1994;
Feixas y Miró, 1993; Lambert y Bergin, 1994; Pérez, 1996), el tema resulta bastante
controvertido. El constructo placebo tiene en el ámbito psicológico una considerable variedad
de significados teóricos y, además, cada autor lo operativiza empíricamente de forma distinta. En
este sentido, pensamos que una condición placebo sólo puede establecerse desde una modalidad
terapéutica particular; por ejemplo, la terapia centrada en el cliente podría considerarse desde otra
orientación como un grupo placebo. Estos problemas conceptuales complican y relativizan la
interpretación de los resultados, especialmente cuando la principal herramienta metodológica es el
metaanálisis que engloba estudios con grupos placebo de características muy diversas.
Los metaanálisis revisados por Lambert y Bergin (1994) indican que los pacientes en los
grupos placebo obtienen mejores resultados que los pacientes en los grupos control (tamaño
medio del efecto: 0,42) y que la terapia psicológica consigue, a su vez, mejores resultados que
el placebo (tamaño medio del efecto: 0,48). Sin embargo, los metaanálisis revisados incluyen
una amplia variedad de trastornos y una sobrerrepresentación de problemas de ansiedad y de
terapias (cognitivo)-conductuales. Las terapias no conductuales (p.ej., gestáltica, centrada en el
cliente, psicodinámica) raramente utilizan diseños de investigación que incorporen grupos placebo
y, por tanto, no se sabe si son o no superiores a este.
Las conclusiones de esta revisión, que comparten otros autores como Giles, Neims y Prial
(1993) o Hollon (1996), sugieren que los datos disponibles, por el momento, son escasos, además
de poco sólidos y, por tanto, no permiten afirmar que la terapia psicológica en general sea
más eficaz que el placebo. Por otra parte, hay muy pocos estudios que hayan comparado la tera-
pia psicológica con el placebo farmacológico y la mayoría de estas investigaciones utilizan tera-
pias (cognitivo)-conductuales. Los resultados indican, aunque no siempre de modo consistente,
que la terapia (cognitivo)-conductual es superior al placebo farmacológico en trastornos de ansie-
dad y afectivos.
En cuanto a los ingredientes activos de la terapia psicológica queda aún mucho por saber.
Eficacia - 7
Por ejemplo, en la terapia conductual parece que la exposición a las situaciones temidas es un
elemento fundamental para el éxito del tratamiento de los trastornos de ansiedad. Sin embargo,
hay datos contradictorios sobre si el efecto de la exposición se potencia cuando se combina con
técnicas cognitivas (véase, p.ej., Méndez, Sánchez y Moreno, 2001). Tampoco está claro que los
elementos cognitivos de la terapia cognitiva de Beck para la depresión aumenten la eficacia de los
componentes conductuales (Gortner et al., 1998).
Por otra parte, dentro de la orientación psicodinámica, Henry, Strupp, Schacht y Gaston
(1994) señalan que las interpretaciones de la transferencia no producen una mayor respuesta afec-
tiva ni necesariamente incrementan la profundidad de la experiencia cuando se comparan con las
interpretaciones no transferenciales. Además, el hecho de que la terapia tenga un resultado positi-
vo no depende de las interpretaciones transferenciales y contratransferenciales que se hacen, y el
empleo frecuente o inapropiado de las mismas está asociado a resultados menos favorables o
abandonos del tratamiento (Ogrodniczuk et al., 1999; Schaeffer, 1998).
Asimismo, la orientación experiencial cuenta con pocos estudios recientes que apoyen que
la empatía es inherentemente curativa y que proporcionen aval empírico para técnicas como el
enfoque, el despliegue evocador o el diálogo de las dos sillas.
Según la revisión de Lambert y Bergin (1994), hasta el 10% de los casos tratados pueden
empeorar tras la intervención en comparación con el 5% de los casos no tratados. Hay tam-
bién estudios en los que los pacientes tratados con una determinada intervención han empeorado
en comparación con los tratados mediante una intervención diferente.
El diagnóstico (p.ej., psicosis, trastornos límite) y el grado de deterioro del paciente pa-
recen variables ligadas al empeoramiento, especialmente cuando se combinan con técnicas
confrontativas dirigidas a socavar las estrategias de afrontamiento o las defensas del cliente (Bo-
tella y Feixas, 1994). Lambert y Bergin (1994) apuntan que el abordaje psicodinámico de pacien-
tes con problemas graves por medio de técnicas agresivas puede tener más riesgos que la terapia
no directiva o la terapia (cognitivo)-conductual. Ogles, Sawyer y Lambert (1993, citado en Bergin
y Lambert, 1994) indican que, aproximadamente, el 10% de los sujetos que recibieron terapia
cognitivo-conductual para la depresión empeoraron significativamente; ¿fue esto debido al trata-
miento o sin este hubieran empeorado igualmente o todavía más?
Eysenck y Grossarth-Maticek (1991) estudiaron a personas con uno de tres tipos de perso-
nalidad: a) Propensión al cáncer (supresión de emociones, fracaso en manejar el estrés interper-
sonal, sentimientos de indefensión y depresión). b) Propensión al trastorno cardiovascular
(sentimientos de ira, hostilidad y agresión junto con fracaso en manejar el estrés interpersonal). c)
Tipo 3 (conducta alternando entre aquellas características de los dos tipos anteriores). Dentro de
cada tipo los sujetos fueron asignados aleatoriamente a terapia de conducta o grupo control
después de haber sido igualados por pares en edad, sexo, grado de estrés, consumo de tabaco,
presión sanguínea, azúcar en sangre y colesterol. La terapia de conducta fue más eficaz según
los cambios autoinformados en un cuestionario de personalidad. Además, en un seguimiento a los
13 años, previno o pospuso la aparición del cáncer y del trastorno cardiovascular y redujo las
muertes debidas a estas enfermedades e incluso a otras causas.
otro estudio compararon cuatro condiciones para cada uno de los tres tipos de personalidad: psi-
coanálisis terminado tras 2 años o menos, psicoanálisis aplicado durante más de 2 años y un gru-
po control para cada una de las dos condiciones anteriores, apareados en edad, sexo, consumo de
tabaco y tipo de personalidad. En el seguimiento a los 9 años la mortalidad fue del 5% en los gru-
pos control, del 16% para los que dejaron el psicoanálisis y del 26% en los que continuaron con el
psicoanálisis. Según los autores, este efecto perjudicial pudo ser debido al enorme estrés psicoló-
gico que supone el psicoanálisis al hacer conscientes los conflictos inconscientes. Sin embargo,
conviene tener en cuenta dos cosas: a) los autores que hicieron estos estudios fueron de orienta-
ción conductual; b) la asignación a las cuatro condiciones no fue aleatoria y es posible que los
pacientes que recibieron psicoanálisis sufrieran de problemas que los hicieran más susceptibles al
cáncer y al trastorno cardiovascular.
Finalmente, conviene señalar que la psicoterapia, aplicada por personas sin escrúpulos o con
trastornos importantes, puede llegar a pervertirse y a transformarse en un medio de control y
manipulación. En estos casos, el mal llamado terapeuta busca satisfacer sus propias necesidades
de superioridad y/o enriquecimiento económico sin importarle el bienestar del cliente, el cual
puede sufrir, en consecuencia, un deterioro importante a nivel personal, social y/o económico
(véase Perlado, 2002).
METAANÁLISIS
Existe una gran controversia sobre si las distintas terapias psicológicas son o no
igualmente eficaces y los estudios metaanalíticos no parecen haber sido capaces de resolverla.
Algunos metaanálisis sugieren que las distintas terapias psicológicas más importantes (psicodiná-
mica, conductual, cognitivo-conductual, humanista) son equivalentes, esto es, igualmente
eficaces. Sin embargo, otros metaanálisis indican que la terapia (cognitivo)-conductual es más
eficaz en trastornos como fobias, obsesiones-compulsiones, disfunciones sexuales, trastorno de
pánico, depresión, problemas de conducta en la infancia y enuresis (véase Labrador, Echeburúa y
Becoña, 2000). Asimismo, Weisz et al. (1995) realizaron un metaanálisis de estudios llevados a
cabo con niños y adolescentes y concluyeron que los tratamientos conductuales (contrato
conductual, entrenamiento de padres, modelado, etc.) fueron más eficaces que los tratamientos no
conductuales (terapia dirigida al insight, terapia centrada en el cliente).
Greenberg, Elliott y Lietaer (1994) hicieron un metaanálisis de los estudios publicados desde
1978 a 1992 que evaluaron la eficacia de las terapias experienciales. Estos autores, analizaron
los 26 estudios que compararon las terapias experienciales con otras modalidades de tratamiento
[especialmente (cognitivo)-conductuales y, en menor medida, psicodinámicas] y encontraron que
existía una amplia variabilidad entre los datos, pero que la diferencia media entre las distintas
intervenciones era prácticamente cero, lo cual es congruente, por tanto, con la hipótesis de la
Eficacia - 9
equivalencia.
Por otra parte, los estudios metaanalíticos realizados por investigadores de línea dinámica
encuentran resultados discordantes. Svartberg y Stiles (1991) hallan que las psicoterapias
psicodinámicas breves (PPB) son superiores al no tratamiento, pero algo inferiores a las terapias
(cognitivo)-conductuales en el postratamiento y muy inferiores a ellas al año de seguimiento. Por
el contrario, los resultados de Crits-Christoph (1992) y Leichsenring, Rabung y Leibing (2004)
indican que no hay diferencias entre las PPB y las terapias alternativas, y apoyan la hipótesis de la
equivalencia. En la misma línea, Anderson y Lambert (1995) no encuentran diferencias entre los
distintos tipos de intervención en el postratamiento, pero observan una ligera diferencia a favor de
las PPB en el seguimiento.
Por su parte, Matt y Navarro (1997) revisan 63 metaanálisis dirigidos a evaluar la eficacia
de la terapia psicológica y afirman que un tercio de los 47 estudios que aportan información sobre
la relación entre tipo de intervención y tamaño del efecto encuentran efectos diferenciales en
función del tipo de intervención. En general, las diferencias favorecen a los tratamientos de
carácter (cognitivo)-conductual. Sin embargo, en la línea de Elliott, Stiles y Shapiro (1993) que
se comenta más adelante, matizan que este plus de eficacia puede deberse a las características
de los comportamientos que se pretenden modificar y a la forma de "medir" los resultados,
de modo que la superioridad de una intervención particular desaparece cuando se controlan estos
factores.
Se han ofrecido diversas explicaciones de por qué no se han detectado diferencias con-
sistentes en cuanto a la eficacia de los distintos tipos de terapias psicológicas: a) Que los fac-
tores comunes compartidos por los distintos enfoques sean los responsables esenciales de los
cambios terapéuticos. b) Que no se haya empleado una metodología lo suficientemente rigurosa
en la investigación de tales diferencias. c) Que los terapeutas de distintas orientaciones no pre-
senten diferencias importantes a la hora de trabajar; aunque es cierto que una cosa es lo que
se dice que se hace y otra distinta lo que realmente se hace, parece que sigue habiendo diferencias
notables en la práctica tanto entre orientaciones como dentro de la misma orientación (submode-
los). No obstante, estas diferencias pueden ser menos importantes que las variables en común.
Los metaanálisis han recibido diversas críticas dirigidas en su mayor parte a la forma en que
se han llevado a cabo y a defectos de las investigaciones de base que el metaanálisis no puede
corregir.
- Los resultados dependen de las variables dependientes utilizadas. ¿Cuáles son las
variables importantes y cuáles deben ser seleccionadas o recibir un mayor peso? ¿Tiene
sentido a la hora de hacer las comparaciones mezclar variables dispares (p.ej., un cues-
tionario de evitación agorafóbica y un cuestionario de susceptibilidad a la ansiedad; o una
escala de trastorno obsesivo-compulsivo y un inventario de depresión; o un cuestionario
de fobia social y una escala de crecimiento personal)?
- Falta de control sobre cómo se aplican las terapias. La mayoría de estudios describen
muy poco los programas de intervención, limitándose a comentar características muy ge-
Eficacia - 10
nerales de los mismos. Esto favorece que exista una gran variabilidad en la forma concre-
ta de aplicar los tratamientos. Asimismo, existen variaciones importantes en la forma de
entender los grupos placebo y no se especifican claramente sus componentes.
Matt y Navarro (1997) indican que los metaanálisis han fracasado, o al menos han apor-
tado muy poco, en sus dos objetivos básicos: 1) reducir los sesgos de los estudios individuales a
la hora de estimar los efectos de los diferentes tipos de terapia psicológica, y 2) establecer la ca-
pacidad de generalización de los efectos de la terapia psicológica e identificar las características
de tratamientos, pacientes, entornos y resultados que aumentan, reducen, no inciden o empeoran
la eficacia de la intervención. Es decir, las limitaciones de los estudios originales y los proble-
mas metodológicos de los propios metaanálisis impiden hacer inferencias generalizables
suficientemente fiables sobre la magnitud de los efectos de la terapia psicológica, las condi-
ciones que moderan el tamaño de estos efectos y las variables que median los efectos tera-
péuticos. Estos datos nos obligan a interpretar los resultados con cautela y a leer con detenimiento
la "letra pequeña" de los estudios.
En síntesis, por el momento, los datos de los metaanálisis no permiten decidir si las tera-
pias derivadas de las distintas orientaciones son o no igualmente eficaces. Sin embargo, el
enfoque de comparar los distintos tipos de terapia psicológica de forma global parece poco apro-
piado. Se requiere una mayor especificidad: ¿qué intervención, aplicada por quién es más efi-
caz para este paciente con este o estos problemas y bajo qué circunstancias? Por ejemplo, en
un grupo de pacientes con el mismo trastorno y que reciben el mismo tratamiento podemos encon-
trar personas que se recuperan totalmente, mejoran, no cambian, empeoran, abandonan o recaen.
¿Cuáles son las diferencias entre estos tipos de clientes?
Otra línea de trabajo es analizar los resultados de los estudios controlados sobre la eficacia de
diversas intervenciones específicas para diferentes problemas. Un buen estudio controlado so-
bre eficacia requiere, como mínimo, un tratamiento claramente especificado comparado con un
grupo control (no tratamiento o, preferiblemente, placebo u otro tratamiento alternativo), asigna-
ción aleatoria de los pacientes a los grupos, presentación clara de los criterios de inclusión y ex-
clusión de los pacientes, empleo de medidas fiables y válidas, medidas prospectivas a lo largo de
2
Página: 10
Para una posible manera de hacer esto, véase Elliot, Stiles y Shapiro (1993, págs. 469-472).
Eficacia - 11
varios momentos, criterios diagnósticos actualizados y que los resultados sean evaluados por jue-
ces independientes que no conozcan a qué grupo pertenece cada sujeto.
En el libro editado por Giles (1993) encontramos 14 capítulos en cada uno de los cuales se
revisa una disfunción específica: comportamiento antisocial en la infancia, retraso mental, autis-
mo, enuresis, trastorno de pánico, agorafobia, trastorno de estrés postraumático, fobia social, tras-
torno obsesivo-compulsivo, bulimia, esquizofrenia, personalidad límite, alcoholismo y depresión.
Los resultados de la revisión indican que todos los autores afirman, con varios grados de certeza,
que los tratamientos de tipo (cognitivo)-conductual son eficaces y, cuando hay datos para estable-
cer comparaciones, parecen más eficaces que las terapias psicodinámica o fenomenológicas.
Además, la mayoría de capítulos enfatizan la escasez de estudios controlados publicados por
las orientaciones no conductuales. En general, existen muy pocos estudios controlados de la
terapia psicodinámica, la terapia sistémica, la terapia humanista y la terapia ecléctica.
Sin embargo, como sugieren Elliott, Stiles y Shapiro (1993), la falta de estudios controlados
procedentes de otras orientaciones no permite afirmar, por el momento, que las intervenciones
(cognitivo)-conductuales sean superiores a las psicodinámicas o a las fenomenológicas. Para
hacer una evaluación comparativa, deberemos esperar que estas orientaciones generen el suficien-
te número de investigaciones, para lo cual han tenido, desde luego, tiempo más que suficiente. La
historia de la psicología y de la medicina está llena de terapias supuestamente eficaces que poste-
riormente se han mostrado inútiles (p.ej., extirpación de las amígdalas para prevenir las faringitis).
Una terapia más o menos reciente sin pruebas no tiene por qué ser desacreditada, pero ¿qué
pasa con una terapia que se aplica desde hace años y cuya eficacia no ha sido investigada de
modo controlado?
Por otra parte, Elliott, Stiles y Shapiro (1993) analizan los datos aportados en el libro de Giles
(1993), y especialmente por Giles, Neims y Prial (1993), y los someten a diversas críticas que
podemos clasificar en dos tipos de efectos:
e) En los pocos estudios en los que los investigadores no tienen vinculación a ningún
modelo o en los que cada tratamiento está administrado por sus propios defensores,
los resultados tienden a mostrar que las diferentes intervenciones tienen una eficacia
equivalente. Claro que, como indican Elliott, Stiles y Shapiro (1993), quizá estos
datos sean debidos, en el caso de no estar vinculados a ningún modelo, a la "lealtad"
que los investigadores profesan a la hipótesis de la equivalencia de las distintas
terapias psicológicas.
2. El efecto revisor: los autores de revisiones, al igual que los investigadores, deben hacer
muchas elecciones con relación a qué estudios utilizar, cómo evaluarlos, cómo resumirlos
y cómo interpretarlos. En este sentido, Elliott, Stiles y Shapiro (1993) detectan
numerosos "efectos revisor" como, por ejemplo, seleccionar estudios que favorecen la
hipótesis del revisor, ignorar efectos contrarios a sus preferencias teóricas o
desacreditar investigaciones de otras orientaciones.
En definitiva, Elliott, Stiles y Shapiro (1993) afirman que los efectos fidelidad del
investigador y revisor son la explicación más plausible para las amplias diferencias
encontradas en la bibliografía entre los tratamientos (cognitivo)-conductuales y no
conductuales.
Recientemente, diversos grupos han propuesto criterios para identificar los tratamientos
que cuentan con apoyo empírico (véase Chambless y Ollendick, 2001). Unos de los más cono-
cidos son los elaborados en 1993 por la Comisión (Task Force) puesta en marcha por la División
12 (Psicología Clínica) de la American Psychological Association. Estos criterios fueron actuali-
zados en 1998 (Chambless et al., 1998) y se presentan en la tabla 6. En otro artículo, Chambless y
Hollon (1998) han refinado los criterios anteriores y han distinguido entre:
(siempre que en este último caso la potencia estadística haya sido suficiente para detectar
diferencias moderadas; esto implica 25-30 sujetos por condición). Si los datos se basan
en diseños experimentales de caso único, el tamaño de la muestra debe ser de 3 o más. En
caso de que haya varios estudios y los resultados de los mismos sean contradictorios, pa-
ra decidir que un tratamiento es eficaz, deben predominar los estudios de buena calidad
metodológica favorables al mismo.
c) Tratamientos posiblemente eficaces: aquellos apoyados por un buen estudio experi-
mental en ausencia de datos conflictivos. No han sido replicados todavía, al menos por
otro grupo de investigación. Si los datos se basan en diseños experimentales de caso úni-
co, el tamaño de la muestra debe ser de 3 o más.
En cualquiera de los tres casos anteriores se requiere que se cumplan además las siguientes
condiciones: a) Comparación con una condición control (no tratamiento, placebo, tratamiento
alternativo) y que los participantes hayan sido asignados aleatoriamente a los grupos o se haya
empleado un diseño experimental de caso único. b) Empleo de manuales de tratamiento (es decir,
debe haber una clara descripción del tratamiento). c) Población tratada para problemas especi-
ficados y para la que se han definido de forma fiable los criterios de inclusión. d) Medidas fia-
bles y válidas de evaluación de resultados que por lo menos cubran las dimensiones significativas
de los problemas que se desea cambiar; sin embargo, lo ideal es considerar también medidas de
funcionamiento general y calidad de vida. e) Análisis adecuado de los datos.
En aquellos casos en que al menos dos grupos independientes de investigación han encontra-
do que un tratamiento X es equivalente a otra intervención eficaz y específica (Y), Chambless y
Hollon (1998) consideran que el tratamiento X es sólo eficaz y no eficaz y específico, ya que
siempre existe la duda de cuán bien ha sido llevada a cabo la intervención (Y) en los estudios con-
siderados. Sin embargo, si puede mostrarse que ambas intervenciones han sido bien aplicadas por
parte de al menos dos grupos independientes y que el tratamiento X ha sido equivalente al Y con
un tamaño muestral suficiente, pensamos que dicho tratamiento X podría considerarse eficaz y
específico.
Hay que tener cuidado y no confundir un tratamiento eficaz con un tratamiento clínica-
mente útil. Una intervención puede ser eficaz según los criterios anteriores, pero esto no quiere
decir que necesariamente vaya a funcionar igual de bien en la práctica clínica habitual teniendo en
cuenta las características de los pacientes atendidos y de los terapeutas que allí trabajan, la fre-
cuencia y duración de las sesiones en contextos clínicos y los factores contextuales relativos al
entorno en el que se aplica el tratamiento. Sin embargo, saber que existen tratamientos con apoyo
empírico para pacientes con características similares a las de aquel con quien se va trabajar supo-
ne una fuente de información importante a la hora de elegir el programa de intervención a seguir.
Las tablas 7 y 8 presentan, de acuerdo con los criterios que se acaban de presentar, los tra-
tamientos eficaces y específicos y los tratamientos eficaces o posiblemente eficaces para dis-
tintos tipos de trastornos en adultos y niños/adolescentes respectivamente (véanse Chambless y
Ollendick, 2001; Gavino, 2004). También pueden consultarse DeRubeis y Crits-Christoph (1998)
y la página web de la División 12 (http://www.apa.org/divisions/div12/journals.html) –la cual
ofrece además una lista de manuales para tratamientos con apoyo empírico–. En castellano, han
aparecido tres volúmenes en los que se revisan los tratamientos eficaces para una gran variedad de
trastornos en adultos (Pérez et al., 2003a), niños/adolescentes (Pérez et al., 2003b) y campo de la
salud (Pérez et al., 2003c). Un resumen puede verse en Rosa, Olivares y Méndez (2004).
Al leer las tablas 7 y 8, hay que considerar que en el caso de que el tratamiento de elección
para un trastorno sea la combinación de terapia psicológica con otras modalidades de intervención
(p.ej., medicación para trastornos psicóticos o déficit de atención, o intervenciones médicas para
el dolor), los programas psicológicos se consideran eficaces porque incrementan los efectos de
Eficacia - 14
esas otras intervenciones. Las tablas 9 y 10 presentan, por otra parte, los tratamientos promete-
dores (basados en pruebas menos rigurosas que los anteriores) para trastornos que aún no cuentan
con tratamientos eficaces o posiblemente eficaces en adultos y niños/adolescentes respectivamen-
te (véase Chambless y Ollendick, 2001).
El examen de las tablas 7 y 8 indica que la inmensa mayoría de los tratamientos eficaces y
específicos, eficaces o posiblemente eficaces son de tipo (cognitivo)-conductual. Esto no quiere
decir que las terapias psicodinámicas, no directivas o sistémicas no sean eficaces, sino que, como
ya se dijo antes, se han realizado, por el momento, muy pocas investigaciones controladas. Los
escasos datos disponibles indican la eficacia o posible eficacia de la terapia interpersonal (una
intervención ecléctica de tipo psicodinámico y cognitivo-conductual) para la depresión, bulimia y
sobreingesta compulsiva, y de la terapia psicodinámica breve para la depresión y la dependen-
cia de opiáceos.
Los estudios que comparan la eficacia de las terapias psicológicas y farmacológicas indican
que las intervenciones (cognitivo)-conductuales tienen efectos más perdurables en depresión, ago-
rafobia, pánico, fobia social, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de ansiedad generalizada y
bulimia (Hollon, 1996). Por otra parte, estas modalidades de intervención también se han utilizado
de forma complementaria o combinada. En ciertos casos (p.ej., trastorno bipolar), la terapia psico-
lógica va dirigida a favorecer el cumplimiento del tratamiento farmacológico. En otros trastornos
(p.ej., esquizofrenia, déficit de atención, quizá adicciones), los tratamientos más eficaces son los
que combinan terapias psicológicas y farmacológicas. Sin embargo, la eficacia de combinar estos
dos tipos de tratamiento en otros trastornos (ansiosos, afectivos, parafilias, alimentarios) ha sido
muy poco investigada y no pueden extraerse conclusiones firmes por el momento (Labrador,
Echeburúa y Becoña, 2000).
Lamentablemente, los diferentes datos generados por la investigación, que hemos comentado
en estas páginas, han tenido poca trascendencia práctica. Es decir: a) no han facilitado que los
tratamientos identificados como eficaces se enseñen o se difundan más y b) no han promovido
una mayor investigación de los que han sido poco o nada estudiados experimentalmente hasta el
momento. En este sentido, muchos han minimizado la importancia de los ensayos clínicos
controlados. Sin embargo, este planteamiento parece poco adecuado, ya que muchas de las tera-
pias no investigadas podrían resultar eficaces. Además, parece lógico pensar que, con el tiempo,
la sanidad pública y las compañías de seguros dejen de sufragar tratamientos cuya eficacia radi-
que sólo en impresiones clínicas y no en datos contrastados; especialmente cuando existen trata-
mientos farmacológicos eficaces.
Pensamos que es incuestionable la necesidad de identificar los tratamientos que tienen sufi-
ciente apoyo empírico para ser considerados eficaces y de publicar guías como las de la página
web de la División 12 del APA. Sin embargo, la bibliografía recoge algunas críticas al intento de
identificar tratamientos con apoyo empírico (véanse, entre otros, Chambless y Ollendick, 2001;
Westen, Novotny y Thompson-Brenner, 2004).
Se expondrán las críticas más importantes así como posibles respuestas a las mismas.
- Todas las terapias psicológicas son igualmente eficaces, por lo que no es necesario
identificar tratamientos con apoyo empírico. Esta idea se basa en revisiones metaanalíti-
cas cuyas importantes limitaciones ya han sido señaladas más arriba. Estudios recientes
Eficacia - 15
indican que, al menos para algunos trastornos, hay tratamientos más eficaces que otros.
Así, la exposición es más eficaz que la relajación para la agorafobia y el trastorno obsesi-
vo-compulsivo; el modelado participante es superior al modelado filmado y a la desensi-
bilización sistemática en el tratamiento de las fobias específicas en niños; la terapia cog-
nitivo-conductual es más eficaz que la terapia de apoyo no directiva para el trastorno de
ansiedad generalizada y la depresión infantil.
- No tiene sentido decir que un tratamiento es eficaz para cierto problema, porque
siempre se necesita más investigación para saber, por ejemplo, qué tratamiento debe ser
seleccionado o cómo debe ser modificado en función de las características del cliente. Es
cierto que se requiere seguir investigando, pero pasar por alto lo que se sabe hasta el
momento implica privar a los pacientes de tratamientos que pueden serles útiles y coloca
a los psicólogos en una posición de desventaja respecto a los psiquiatras.
- Tener un listado de tratamientos eficaces implica que los tratamientos no incluidos son
ineficaces. Esto puede ser percibido así desde luego, aunque no es cierto. Un tratamiento
puede no figurar en la lista también por otras razones: no haber sido investigado, disponer
a su favor sólo de datos no experimentales (tratamiento prometedor) o no haber sido loca-
lizado. En este sentido, la lista debería hablar no sólo de tratamientos probablemente efi-
caces, eficaces y eficaces y específicos, sino también de otras categorías: no evaluado,
perjudicial, ineficaz, dudoso y prometedor. Asimismo, deberían distinguirse grados de
eficacia e identificarse el mejor tratamiento disponible cuando esto sea posible. Relacio-
nado con esto, también habría que considerar que la eficacia de un tratamiento puede
variar según el aspecto considerado; así, la exposición en vivo y la terapia cogniti-
vo-conductual pueden ser igual de eficaces para reducir la evitación agorafóbica, pero
quizá la última lo sea más para disminuir los ataques de pánico y la preocupación por los
mismos.
- El listado de tratamientos eficaces facilitará las demandas por mala práctica profesio-
nal contra aquellos terapeutas que utilicen terapias no incluidas en el mismo. Pero, como
se acaba de decir, un tratamiento no incluido en la lista no quiere decir que sea ineficaz y,
por tanto, su empleo no tiene por qué ser indicativo de una mala práctica.
Aparte de las críticas expuestas, puede haber otras razones no explicitadas para resistirse al
Eficacia - 16
intento de identificar tratamientos eficaces: a) Dar prioridad absoluta a la experiencia clínica sobre
la investigación empírica, incluso en caso de contradicción (“la psicoterapia es un arte, no una
ciencia”). b) Considerar que sería muy difícil aprender un gran número de intervenciones diferen-
tes, basadas muchas veces en supuestos distintos. Si al final, hubiera una gran cantidad de inter-
venciones eficaces diferentes para problemas diversos, una posible solución sería especializarse.
c) Salvaguardar la autoestima profesional, ya que sería muy duro admitir que lo que se hace no es
útil o eficaz.
Es conveniente identificar las terapias psicológicas que cuentan con apoyo empírico, pero
también es necesario reflexionar sobre los criterios que se utilizan para ello. De hecho, actual-
mente están siendo revisados por un comité de la División 12 para intentar tener en cuenta las
críticas recibidas, las cuales se exponen a continuación.
Se expondrán las críticas más importantes así como posibles respuestas a las mismas.
- La filosofía de base está centrada en los síntomas y la patología más que en las per-
sonas que los sufren. Se critica, por una parte, la utilización del DSM para categorizar
trastornos, sistema con el que muchos no están de acuerdo y en el que no pueden incluir-
se muchos problemas por los que la gente consulta; y, por otra, que los criterios se cen-
tren en los síntomas en vez de ajustarse a las personas y buscar que estas alcancen sus ob-
jetivos de vida. En principio, podrían utilizarse los criterios ya mencionados para identi-
ficar tratamientos eficaces dirigidos no a corregir trastornos del DSM (o no sólo a esto),
sino a conseguir que el cliente solucione los problemas que le interesen o logre sus obje-
tivos en la vida.
cas necesarias para que un estudio sea considerado bueno metodológicamente. Asimis-
mo, tampoco hay criterios especificados para decidir, por ejemplo, cuándo dos versiones
de un tratamiento para un determinado problema deben ser consideradas una interven-
ción similar o intervenciones distintas. En este sentido, algunos autores defienden que se-
ría más productivo centrarse en los procesos o mecanismos que subyacen a los distintos
tratamientos (o al cambio) (p.ej., cambio de expectativas, exposición a situaciones temi-
das) que investigar múltiples intervenciones aparentemente diferentes que, de hecho,
pueden tener muchas cosas en común.
- El criterio de que dos estudios controlados sean suficientes para identificar un trata-
miento como eficaz parece muy laxo, en especial si no se han empleado muestras nume-
rosas. Debería tenderse a aumentar la cantidad de estudios necesarios o, al menos, a indi-
car el número de investigaciones controladas que apoyan a cada tratamiento y el número
de pacientes en que se basan.
- No se controla el efecto de fidelidad del investigador a pesar de que se exige que los
resultados positivos deben provenir de al menos dos grupos independientes de investiga-
ción. Está claro que los investigadores con preferencia por un tratamiento particular ob-
tienen mejores resultados que los investigadores que no tienen dicha preferencia. Por lo
tanto, los resultados deberían provenir de al menos dos grupos independientes de investi-
gación y, además, de investigadores que no tuvieran predilección por un determinado tipo
de tratamiento.
únicamente en el juicio clínico del psicólogo. Por tanto, es posible que al interpretar los
datos y seleccionar las estrategias terapéuticas, se cometan algunos errores que incidan
negativamente en los resultados del tratamiento.
- Hacer agrupaciones de clientes (ya sea en función del diagnóstico, problema presenta-
do, puntuación de corte en un cuestionario, factores de personalidad o causas de sus pro-
blemas) es imposible, ya que cada caso es único. Aunque es cierto que cada cliente tie-
ne sus propias características, es necesario buscar criterios para agruparlos en categorías
(p.ej., abuso de sustancias, grado de motivación para el cambio). En caso contrario, sería
imposible realizar estudios controlados y hacer generalizaciones a partir de la observa-
ción y la experimentación. En consecuencia, el clínico carecería de pautas para saber có-
mo enfocar el tratamiento de sus clientes y debería basar sus decisiones únicamente en el
sentido común y el juicio clínico. Sin embargo, los clínicos fundamentan también sus de-
cisiones en su experiencia con otros pacientes, lo cual supone la consideración, al menos
implícita, de las características comunes que comparten.
- Para considerar un tratamiento como eficaz se tienen en cuenta únicamente los resultados
obtenidos en el postratamiento. Sin embargo, sería necesario verificar que las mejoras
se mantienen a medio y largo plazo, la duración del cual debe ser mayor en problemas
que tienen un curso más variable. Es cierto que los datos en el seguimiento son difíciles
de interpretar por las siguientes razones: a) un porcentaje significativo de pacientes busca
tratamiento adicional durante el mismo; b) muchos pacientes no son localizados para la
evaluación en el seguimiento y a veces, estos son los que habían obtenido peores resulta-
dos; c) en ocasiones, el porcentaje de pacientes no localizados varía según las condicio-
nes experimentales (mortalidad diferencial). A pesar de esto, conviene hacer seguimien-
tos intentando controlar las variables anteriores, ya que los resultados pueden variar del
postratamiento al seguimiento. Por ejemplo, algunos tratamientos pueden tardar más en
mostrar sus efectos y otros pueden decaer con el tiempo; las recaídas son frecuentes en
Eficacia - 19
muchos trastornos.
- Debería incluirse también una guía de tratamientos prometedores, al menos para aque-
llos problemas para los que, por el momento, no se han identificado tratamientos eficaces
o posiblemente eficaces.
Finalmente, conviene resaltar que la aplicación de las terapias psicológicas con apoyo empíri-
co no consiste simplemente en dominar las técnicas y procedimientos de tratamiento. Requiere
asimismo que el terapeuta posea las habilidades terapéuticas adecuadas (p.ej., escucha activa,
empatía, autenticidad, cordialidad, confianza, etc.).
VIABILIDAD
La viabilidad incluye aspectos como la aceptabilidad del tratamiento por parte del paciente
(coste, dolor, duración, efectos secundarios, etc.), la probabilidad de cumplimiento del tratamiento
y la facilidad de propagación del mismo entre los profesionales.
Menos del 25% de las personas con trastornos psicológicos reciben terapia psicológica.
Un 23-49% de los pacientes americanos a los que se ofrece tratamiento psicológico, lo rechazan
o no se presentan a la primera sesión de terapia propiamente dicha (Garfield, 1994). Más
aún, el 7-18% de los pacientes (Bados, Balaguer y Saldaña, 2007; Castañeda y Mira, 1998; Freire,
1989; Issakidis y Andrews, 2004) no acude a la primera cita fijada. Algunos pacientes pueden no
acudir a la primera visita acordada debido al surgimiento de impedimentos de última hora (p.ej.,
responsabilidades ineludibles o consideradas más importantes, enfermedad). Otros pueden valorar
ante la proximidad de la visita si les interesa continuar o no y decidir negativamente por una va-
riedad de motivos: considerar que ya no se necesita ayuda, pensar que no va a compensar el es-
fuerzo requerido o no estar dispuesto a invertirlo, miedo a lo que puede suponer el tratamiento o a
descubrir que uno puede tener un problema mental grave, renuencia a reconocer que uno necesita
la ayuda de otros para resolver sus problemas personales, el estigma que puede suponer el hecho
de recibir terapia psicológica, la lejanía del centro y las dificultades para pagar la terapia (Carpen-
ter et al., 1981; Garfield, 1994). Muchas de estas razones podrían explicar asimismo el rechazo de
iniciar el tratamiento tras la evaluación. Aparte de estas razones, Carpenter et al. (1981) observa-
ron que los pacientes que no asistieron a la primera consulta acordada fueron más jóvenes (18-24
años), habían expresado telefónicamente de forma más vaga sus motivos para buscar ayuda, fue
menos probable que hubieran recibido tratamiento psiquiátrico previo y habían tenido que esperar
más tiempo hasta la cita inicial. Finalmente, un porcentaje notable de estos pacientes terminaron
buscando ayuda en otros centros o en otras secciones del centro al que no acudieron.
Alrededor del 65-80% de los pacientes americanos acuden a menos de 10 sesiones de tra-
tamiento; en un estudio español este porcentaje fue del 47% en la práctica privada (Balaguer
Bados y Saldaña, 2005). Algunas de las razones que pueden explicar estos datos son la compleji-
dad, larga duración y coste económico de los tratamientos ofrecidos, y, en general, la falta de co-
incidencia entre lo que el paciente espera y lo que se le ofrece.
Eficacia - 20
Los clientes esperan recibir tratamientos breves. Según Pekarik (1993), los estudios que
evalúan antes de la terapia las expectativas de los pacientes encuentran que alrededor del 70%
creen que la duración del tratamiento será de 10 visitas o menos y, aproximadamente, el 50%
esperan que la duración sea de 5 visitas o menos. Asimismo, diversos estudios indican que los
clientes desean terapias que les ayuden a solucionar problemas concretos. Sin embargo, en
general, los terapeutas tienen una clara preferencia por llevar a cabo intervenciones más
largas (la prescripción más común oscila entre 20 y 50 visitas) y orientadas a conseguir cambios
en la personalidad.
Estas discrepancias entre la oferta y la demanda pueden propiciar que, en la práctica clínica
habitual, los clientes estén poco tiempo en terapia. En estados Unidos, alrededor del 33% de los
pacientes acuden sólo a una sesión de tratamiento (Lambert, 2001), el 43-63%, a menos de
cinco y el 65-80%, a menos de 10 (Garfield, 1994; Pekarik, 1993). En España, los tres
porcentajes anteriores han sido 16%, 29% y 47% respectivamente en la práctica privada (Balaguer
Bados y Saldaña, 2005). Sólo alrededor del 20% de los pacientes americanos en la asistencia
pública y del 35% en la práctica privada acuden a 10 o más sesiones de terapia; este último
porcentaje fue del 53% en el estudio de Balaguer Bados y Saldaña (2005).
En cuanto al número de sesiones a las que se asiste en la práctica clínica habitual, Lambert
(2001) da los siguientes datos a partir de 6.072 pacientes americanos: moda = 1, mediana = 3 y
media = 4,3 (DT = 3,5). Basándose en estudios más amplios, aunque más antiguos, Pekarik
(1993) proporciona datos similares en la asistencia pública norteamericana: moda = 1, mediana =
3,5 y media = 5; en la práctica privada, los datos han sido algo mayores: moda = 1, mediana = 4,5
y media = 12. A partir de 217 pacientes españoles de la práctica privada, los datos anteriores han
sido moda = 1, mediana = 11 y media = 15,3 (Balaguer Bados y Saldaña, 2005).
Aparte de la mejora, otros dos motivos generales de abandono informados por los
pacientes con una frecuencia similar o incluso superior son: a) la falta de interés y/o la
insatisfacción con el tratamiento o el terapeuta, y b) los impedimentos ambientales (cuestiones
económicas, horarios, enfermedad, problemas de desplazamiento, cambio de lugar de residencia,
otras responsabilidades) (Balaguer, Bados y Saldaña, 2005; Castañeda y Mira, 1998; Gavino y
Godoy, 1993; Pekarik, 1983, 1992). Naturalmente, el motivo de los impedimentos ambientales
podría ser una excusa para ocultar la insatisfacción con el tratamiento, aunque en los estudios de
Eficacia - 21
Balaguer Bados y Saldaña, (2005) y Pekarik (1983, 1992) los pacientes que adujeron este motivo
habían mejorado; una posibilidad es que la reducción de la gravedad del problema facilite que los
pacientes den prioridad a otras cuestiones.
Entre las posibles consecuencias del abandono del tratamiento pueden mencionarse las
siguientes: a) Los pacientes no reciben los beneficios del tratamiento y pueden tener una
sensación de insatisfacción o fracaso que puede incluso empeorar sus problemas. b) Si el
tratamiento es grupal, el abandono puede alterar la cohesión del grupo y facilitar que otros
abandonen. c) Los familiares pueden seguir sufriendo las consecuencias de que el paciente no
haya mejorado. d) Los terapeutas, especialmente los menos experimentados, pueden sentirse
desmoralizados. Además, pueden pensar que han perdido tiempo y esfuerzo y algunos pueden
sentir dañada su autoestima. e) Desde un punto de vista administrativo, los recursos humanos y
económicos no se emplean eficientemente. f) Para un investigador, los abandonos suponen una
pérdida de datos y disminuyen la capacidad de someter a prueba las hipótesis (Ogrodniczuk et al.,
2005). De todos modos, conviene tener en cuenta que, como se dijo antes, no siempre el
abandono implica un fracaso del tratamiento. Un porcentaje notable de pacientes mejoran,
aunque quizá no lo suficiente desde el punto de vista del terapeuta, y otros deben dejarlo por
circunstancias en su vida (p.ej., enfermedad, traslado).
Por el momento, se han diseñado y evaluado muy pocos tratamientos breves. Existe la ten-
dencia a aplicar tratamientos que constan de diversas técnicas o componentes y cuya complejidad
puede facilitar que los clientes incumplan los mismos o los abandonen. Conviene señalar, no obs-
tante, que algunos estudios sobre trastornos de ansiedad y disfunciones sexuales indican que la
terapia (cognitivo)-conductual puede aplicarse en 5-10 sesiones y tener una eficacia igual o
similar que intervenciones el doble de largas, siempre que se emplee material de autoayuda. Si
esto se confirma, la terapia (cognitivo)-conductual podría aplicarse a un número mucho mayor de
pacientes en contextos clínicos reales. De todos modos, también hay algunos datos de que inter-
venciones más largas (16-20 horas) obtienen mejores resultados a medio plazo que las más cortas
(8-10 horas) (véanse Durham et al., 1999; Feske y Chambless, 1995).
Los programas de autoayuda constituyen un paso más allá en la simplificación de los tra-
tamientos. Estos programas se basan en manuales (y, a veces, en otro material de apoyo como
Eficacia - 22
Sería necesario identificar qué tipo de pacientes puede obtener buenos resultados con
terapias breves y muy breves y qué pacientes necesitan tratamientos más largos. Según Pe-
karik (1993) hay muchos datos que indican que los tratamientos breves (p.ej., unas 10 sesiones)
son, en general, tan eficaces como los de mayor duración. Por su parte, Matt y Navarro (1997)
indican que 14 de los 28 metaanálisis que analizan la relación entre duración del tratamiento y
resultados encuentran una relación positiva (a mayor duración mejores resultados), 6, una relación
negativa y 8, una relación no significativa. Shadish et al. (2000) también hallaron una relación
positiva en su metaanálisis entre tamaño del efecto y duración de la terapia.
Conviene tener en cuenta que es improbable que una mayor duración de la terapia lleve
indefinidamente a mejores resultados; en algún momento se estabilizarán los resultados, lo cual
puede ocurrir alrededor del año (Kopta et al., 1994, citado en Shadish et al., 2000). En este senti-
do, Lambert, Hansen y Finch (2001) estimaron a partir de 6.072 pacientes americanos que se ne-
cesitan 7 sesiones para que el 50% de pacientes consiga un cambio estadísticamente fiable en el
Outcome Questionnaire-45 y 14 sesiones para que lo consigan el 75%; asimismo, se necesitan 21
sesiones para conseguir que el 50% de los pacientes pasen de la distribución de la población dis-
funcional a la funcional, y más de 45 sesiones para que el 75% alcance el mismo criterio. Por otra
parte, una variable importante a tener en cuenta es el tipo de trastorno: problemas como la esqui-
zofrenia, la anorexia, los trastornos de personalidad y las adicciones requieren intervenciones más
largas que los trastornos de ansiedad, la depresión mayor y las disfunciones sexuales. En el estu-
dio citado de Lambert, Hansen y Finch (2001), hubo una sobrerrepresentación de casos menos
graves.
En el estudio de Deacon y Abramowitz (2005) con pacientes con trastornos de ansiedad que
acudían a una clínica especializada, la terapia cognitivo-conductual fue percibida como alta-
mente aceptable y creíble, y eficaz a corto y largo plazo. La medicación fue también percibida
favorablemente, pero la terapia cognitivo-conductual fue calificada como más aceptable, más
creíble y más eficaz a largo plazo por los pacientes que no tomaban medicación; los pacientes que
tomaban medicación vieron a ambas terapias igualmente favorables. La mayoría de los pacientes
Eficacia - 23
Con relación a cómo perciben los pacientes los distintos componentes de la terapia con-
ductual, Cox, Fergus y Swinson (1994) pidieron a personas con agorafobia que habían recibido
tratamiento que valoraran de 1 a 7 en qué medida consideraron útiles y les habían gustado diver-
sos componentes del programa: educación sobre el trastorno, exposición en vivo a las situaciones
temidas, autoexposición, exposición interoceptiva (a las sensaciones temidas), ejercicios de respi-
ración/relajación, libro de trabajo y autorregistros. Todos los componentes fueron valorados por
encima de la media en ambos aspectos. La educación sobre el trastorno fue el componente valora-
do como más útil y agradable. El componente considerado menos útil fue tener que hacer autorre-
gistros y los que menos agradaron, los autorregistros, la exposición interoceptiva y la autoexposi-
ción en vivo. En general, los pacientes vieron las técnicas de exposición como una medicina
amarga: más útiles que agradables. Por otra parte, Park et al. (2001) también hallaron que la expo-
sición en vivo a las situaciones temidas asistida por el terapeuta más autoexposición en vivo fue
preferida a la autoexposición en vivo sola, aunque ambas fueron igual de eficaces.
Finalmente, está el tema de la propagación de los tratamientos eficaces. Por muy eficaces
que sean, difícilmente serán aplicados si no se enseñan a los terapeutas que se están formando y a
los clínicos que ya ejercen. Desafortunadamente, esta es una cuestión en la que aún queda mucho
por hacer. Por otra parte, es más probable que sean adoptados en la práctica clínica los tratamien-
tos que son más sencillos y más fáciles de aprender. En este sentido, por ejemplo, el estudio de
Gortner et al. (1998) indica que el componente de activación conductual (pactar actividades agra-
dables con el cliente) de la terapia cognitiva de la depresión es tan eficaz a corto y medio plazo
como el programa completo, el cual incluye también reestructuración cognitiva. Este tipo de estu-
dios permiten identificar los tratamientos más simples y, en principio, con más probabilidad de ser
adoptados. Claro que las preferencias y los hábitos de trabajo de los clínicos suelen retardar la
difusión de incluso los tratamientos más simples y eficaces.
GENERALIZABILIDAD
Seligman (1995) presenta los datos de un estudio a gran escala realizado en EE.UU. por el
Consumer Reports (1995) sobre la eficacia de la terapia psicológica en la práctica clínica habitual
y la satisfacción con la misma. La revista envió en 1994 a 184.000 lectores un cuestionario que
incluía preguntas sobre reparación de automóviles y sobre salud mental; esta última sección debía
contestarse si en los últimos 3 años se había buscado ayuda (no necesariamente profesional) para
problemas psicológicos. Todo el cuestionario fue respondido por 22.000 personas (el 12%). De
los 6.900 que respondieron la sección de salud mental, 2.800 consultaron sólo a amigos, familia-
res o sacerdotes y los otros 4.100 buscaron más de una fuente de ayuda: profesionales de la salud
mental (2.900), médicos de familia (1.100) y grupos de autoayuda (1.300). Así pues, sólo un 42%
de los que habían buscado ayuda para sus problemas psicológicos habían consultado a pro-
fesionales de la salud mental: psicólogos (37%), psiquiatras (22%), trabajadores sociales (14%),
consejeros matrimoniales (9%) y otros (18%; p.ej., enfermeras psiquiátricas).
Las variables dependientes fueron tres subescalas retrospectivas de 5 ó 6 puntos en las que se
Eficacia - 24
preguntaba a los lectores por la mejora en el problema específico que les llevó a terapia, la satis-
facción con el tratamiento y la mejora global. Cada subescala fue transformada a una escala
0-100, lo que resultó en una escala de eficacia de 0 a 300. Los resultados principales fueron los
siguientes:
a) La mayoría de los pacientes tratados por profesionales de la salud mental estuvieron con-
tentos con la intervención recibida.
b) El 54% pensaron que la terapia psicológica les había ayudado mucho y el 36%, algo. [El
nivel de satisfacción con el trabajo y los resultados del psicólogo también es alto entre los
usuarios españoles (Berenguer y Quintanilla, 1994).]
c) Funcionaron mejor los tratamientos largos (más de 6 meses) que los breves (6 meses o
menos) y cuanto mayor fue la duración del tratamiento, mayor fue la mejora. Los clientes
que obtuvieron mejores resultados fueron los que estuvieron más de 2 años en tratamien-
to. Sin embargo, estos pacientes diferían del resto de la muestra en que: a) tendieron a
presentar inicialmente problemas más graves y b) estuvieron de acuerdo en seguir una in-
tervención de larga duración. Además, es posible que entre las personas que recibieron
un tratamiento de más de 2 años, hubiera una mayor tasa de respuesta al cuestionario por
parte de las que habían mejorado más que por parte de las que habían mejorado menos.
De ser así, esto representaría un sesgo a favor de los tratamientos más largos.
d) Los profesionales de la salud mental fueron igual de eficaces que los médicos de fami-
lia con tratamientos de hasta 6 meses, pero más eficaces cuando el tratamiento fue más
largo.
e) La terapia psicológica y la combinación de esta con la farmacológica fueron igual de
eficaces (no se consideraron los trastornos psicóticos ni los bipolares).
f) Informaron mejores resultados los pacientes que se preocuparon por elegir bien a su
terapeuta y que adoptaron una actitud activa durante la terapia (ser abierto, trabajar
entre sesiones).
g) Informaron peores resultados los pacientes cuya elección de terapeuta o duración de
la terapia estuvo limitada por su seguro.
h) Ninguna modalidad de terapia psicológica se mostró superior a otra en ninguno de
los problemas considerados.
El Consumer Reports (1995) también contiene otros datos que merecen ser comentados. Las
personas que recibieron menos de 1 mes de tratamiento tuvieron una mejoría media de 201 (sobre
300), lo cual no está nada mal. Y los que recibieron más de 2 años de terapia obtuvieron una
puntuación media de 241. Es decir, con 1-4 sesiones consiguieron un cambio del 67%, mientras
que con intervenciones largas de más de 2 años alcanzaron una mejora del 80%. Por tanto, la
mejora adicional conseguida en al menos 23 meses más de terapia es sólo del 13%. Claro que la
interpretación de los porcentajes es muy maleable y si optamos por la perspectiva optimista,
podremos afirmar con igual contundencia que en estos 2 años los pacientes mejoraron el 40% de
lo que les quedaba por ganar; ¡la diferencia entre uno y otro criterio es notable!
Desgraciadamente, no conocemos la significación clínica de esta mejora adicional, pero los datos
invitan a la reflexión: ¿Qué es lo que funciona?, ¿tiene sentido aplicar terapias largas?, ¿qué
factores son capaces de generar una mejora del 67% en tan pocas sesiones?
Los datos del Consumer Reports (1995) son interesantes y ponen sobre el tapete la necesidad
de investigar los resultados de la práctica clínica en el medio natural. Está claro que es necesario
evaluar la validez externa de la terapia psicológica, pero, por desgracia, el estudio presenta pro-
blemas metodológicos importantes. Por ejemplo, el porcentaje de respuesta fue muy bajo, la
muestra sólo fue representativa de la clase media adulta, muchos pacientes presentaron problemas
subclínicos, no existió grupo control, los datos estuvieron basados en autoinformes generales y
retrospectivos, no hubo ningún tipo de comprobación externa del diagnóstico ni de la terapia reci-
bida ni de la mejora conseguida, la superioridad de los tratamientos largos pudo ser debida a la
Eficacia - 25
mayor oportunidad de que otros factores (p.ej., encontrar una pareja, recuperación de una amistad,
promoción en el trabajo, etc.) produjeran mejoras, etc. Además, algunos consideran que el Con-
sumer Reports (1995) es más un estudio de la satisfacción de los consumidores que de la utilidad
clínica de la psicoterapia. Para una mayor información sobre las reflexiones y controversias gene-
radas por el estudio del Consumer Reports y el artículo de Seligman (1995) puede consultarse el
número 10 del volumen 51 del American Psychologist (1996) dedicado monográficamente a la
evaluación de los resultados de la terapia psicológica.
En un estudio posterior del Consumer Reports (2004) se compararon los tratamientos prin-
cipalmente psicológicos y principalmente farmacológicos para la depresión y la ansiedad según
las respuestas de 3.079 suscriptores de la revista que habían buscado ayuda al respecto. Las prin-
cipales conclusiones fueron:
a) Más del 80% pensaron que el tratamiento recibido les había ayudado.
b) La terapia farmacológica fue de efectos más rápidos que la psicológica. Sin embargo, esta
dio lugar a mejores resultados cuando el tratamiento duró al menos 13 sesiones. La
combinación de ambas terapias fue incluso algo más eficaz. No se informa de resultados
de seguimiento una vez descontinuado el tratamiento.
c) Con terapia farmacológica no fue fácil encontrar el fármaco adecuado para cada pa-
ciente. El 55% probaron dos o más fármacos y el 10%, cinco o más.
d) Los fármacos antidepresivos provocaron efectos secundarios en un mayor porcentaje de
personas (40%) que el informado en investigaciones controladas (15%). Un 40-50% tu-
vieron problemas sexuales, alrededor de un 20% ganaron peso y un 15-20% experimenta-
ron somnolencia o desorientación.
e) El tratamiento aplicado por médicos de asistencia primaria fue tan eficaz como el llevado
a cabo por especialistas en salud mental en personas con problemas leves, pero los espe-
cialistas obtuvieron mejores resultados con casos graves.
f) Informaron mejores resultados los pacientes que adoptaron una actitud activa: in-
vestigaron sobre su problema, se preocuparon por elegir bien a su terapeuta, preguntaron
al profesional si tenía experiencia en tratar su problema, buscaron que un amigo o familiar
viniera a una sesión, mantuvieron un registro de su tratamiento y estado emocional y apli-
caron en su vida diaria lo que estaban aprendiendo en el tratamiento.
g) En la última década se ha incrementado de modo muy notable la aplicación de fármacos
para tratar la ansiedad y la depresión, y en cambio se ha reducido el número de sesiones
del tratamiento psicológico.
Además de la metodología seguida en los informes del Consumer Reports, existen otros me-
dios que pueden proporcionar información incluso más útil de cara a establecer la generalizabili-
dad de los resultados de los tratamientos:
que la terapia (cognitivo)-conductual aplicada en contextos clínicos reales para una diver-
sidad de trastornos (trastorno obsesivo-compulsivo, fobia social, trastorno de ansiedad
generalizada, trastorno por estrés postraumático, insomnio crónico, bulimia nerviosa,
hipocondría, disfunciones sexuales) tiene efectos comparables en general a los obtenidos
en investigaciones controladas, aunque en algunos casos los resultados han sido algo in-
feriores.
Por otra parte, en muchos de estos estudios se han utilizado manuales de tratamiento,
los terapeutas han sido bien formados y/o supervisados en el tratamiento a aplicar y saben
que los resultados van a ser evaluados, lo cual puede aumentar su motivación para traba-
jar con mayor dedicación; estas características no están presentes o no lo están tanto en la
práctica clínica habitual. El hecho de diseñar un estudio para evaluar la utilidad clínica
puede introducir así ciertos factores que pueden hacer que los resultados obtenidos sean
mejores que lo que serían en condiciones normales de asistencia clínica.
Los resultados obtenidos con estas dos metodologías de trabajo muestran la posibilidad de
generalizar los tratamientos eficaces a contextos clínicos reales. Sin embargo, se requieren
más estudios y con mayor validez interna. Además, hay que tener en cuenta que los clientes en
los estudios sobre utilidad clínica pueden mejorar menos que en los estudios sobre eficacia
cuando presentan problemas más graves y mayor comorbilidad y/o tienen un nivel socioe-
conómico más bajo. Asimismo, los clientes de algunos estudios sobre utilidad clínica han recibi-
do tratamientos más largos o intervenciones adicionales (farmacoterapia, asistencia social).
Además de los ya comentados, existen otros medios para identificar tratamientos con utilidad
clínica:
tratamiento (p.ej., mayor duración, menor frecuencia), en los terapeutas (mucho menor
entrenamiento y supervisión, sobrecarga de casos) y en los pacientes (mayor gravedad
del problema, mayor comorbilidad, menor nivel socioeconómico). Además, los resulta-
dos de los estudios no experimentales no pueden ser atribuidos inequívocamente al tra-
tamiento, es frecuente que falten datos, los diagnósticos no se basan en entrevistas estruc-
turadas bien validadas y no hay controles sobre la integridad del tratamiento aplicado.
Shadish et al. (2000) llevaron a cabo un metaanálisis con 90 estudios, el 40% de ellos de
orientación conductual o cognitivo-conductual, para evaluar si las terapias psicológicas son efica-
ces cuando son aplicadas en contextos reales. Los estudios variaron en su representatividad clínica
(definida por variables tales como forma de obtención de los pacientes, experiencia del terapeuta,
libertad del terapeuta para decidir el tratamiento, pacientes con problemas heterogéneos, número
flexible de sesiones, etc.), aunque en la mayoría de trabajos esta representatividad fue alta. Los
análisis de regresión indicaron que el grado de representatividad clínica no estuvo asociado con el
tamaño del efecto; es decir, los tratamientos fueron igualmente eficaces independientemente
de su grado de representatividad clínica. El tamaño medio del efecto fue d = 0’41, similar a los
encontrados en metaanálisis anteriores (d = 0,40-0,60) realizados con mayor número de estudios,
tanto clínicamente representativos como no. El tamaño del efecto fue mayor bajo dos condiciones:
a) cuando las medidas empleadas para evaluar los resultados estaban directamente relacionadas
con las metas del tratamiento, y b) cuando la terapia fue de mayor duración (conviene tener en
cuenta que la media de todas las terapias analizadas fue sólo de 16 horas). En algunos estudios los
pacientes pudieron elegir entre recibir terapia o permanecer en lista de espera. Los pacientes que
prefirieron la terapia presentaban síntomas más graves, lo cual condujo a subestimar el efecto de
las terapias psicológicas aplicadas.
Los resultados de Weisz et al. (1995) contrastan con los del estudio anterior. El tamaño del
efecto de varias terapias psicológicas para niños y adolescentes aplicadas en la práctica clínica
habitual fue sólo 0,01, lo que indica que el paciente promedio tratado no mejoró más que el no
tratado. Sólo 9 estudios en los últimos 20 años cumplieron los criterios de terapia clínica (pacien-
tes no solicitados, terapeutas clínicos y terapia conducida no con propósitos de investigación sino
de servicio asistencial) y los estudios de orientación conductual o cognitivo-conductual estuvieron
poco representados. En otro metaanálisis que ha investigado los efectos de la terapia multisisté-
mica con niños y adolescentes con conducta antisocial, el tamaño del efecto en comparación a
otras intervenciones ha sido mayor en los estudios de eficacia (d = 0’81, magnitud alta) que en los
Eficacia - 28
de utilidad clínica (d = 0’26, magnitud baja) (Curtis, Ronan y Borduin, 2004). En ambos tipos de
estudios se trabajó con población clínica, pero en los primeros los terapeutas recibieron un mejor
entrenamiento y una supervisión estrecha por parte de los creadores de la terapia multisistémica
(Henggeler, 2004). Además, Schoenwald y Hoagwood (2001, citado en Henggeler, 2004) han
destacado que la utilidad clínica de la terapia multisistémica ha variado considerablemente según
el sitio de aplicación en función de variables como la estructura y clima organizacional, y la fide-
lidad con que se aplica el programa, lo cual requiere, al menos inicialmente, una asistencia a los
terapeutas que lo aplican.
Por otra parte, conviene destacar que los resultados obtenidos en la práctica clínica sólo
son comparables a los obtenidos en laboratorios de investigación si la duración del trata-
miento es la adecuada. Así, en investigaciones de laboratorio con 2.109 pacientes que presenta-
ban trastornos de ansiedad y afectivos, el 67,2% lograron un cambio estadísticamente fiable y un
57,6% pasaron de la distribución de la población disfuncional a la funcional tras una media de
12,7 sesiones (DT = 4,6) (Lambert, 2001). En la práctica clínica habitual, Lambert, Hansen y
Finch (2001) estimaron a partir de 6.072 pacientes americanos con problemas diversos que el 50%
de pacientes conseguirán un cambio estadísticamente fiable tras 7 sesiones y pasarán de la distri-
bución de la población disfuncional a la funcional en 21 sesiones. Sin embargo, estos 6.072 pa-
cientes recibieron sólo 4,3 sesiones de media (DT = 3,5); bajo estas condiciones, sólo el 20,9%
lograron un cambio estadísticamente fiable, mientras que únicamente un 14,1% pasaron de la dis-
tribución de la población disfuncional a la funcional (Lambert, 2001). Por otra parte, conviene
señalar que estos 6.072 pacientes representaron sólo dos tercios de los que entraron al tratamiento,
ya que un tercio acudió sólo a una sesión y no pudo obtenerse una segunda medida.
Westbrook y Hill (1998) han aportado datos de que los resultados de la terapia cogniti-
vo-conductual aplicada en condiciones clínicas reales con pacientes que en el 64% de los casos
presentaban trastornos de ansiedad o depresivos se mantienen en un seguimiento de cerca de 2
años de duración. Sin embargo, el 59% de los 34 pacientes habían buscado más ayuda para su
problema desde el final de la terapia: 26% habían visto a su médico, 38% habían tomado medica-
ción, 12% habían buscado otra forma de ayuda y sólo un paciente había buscado la ayuda de un
psicólogo. El elevado porcentaje de clientes que solicitan un tratamiento alternativo, durante
el seguimiento, deja abiertos muchos interrogantes y obliga a valorar la generalización de los
datos con cautela. La búsqueda de tratamiento adicional puede verse como indicativa de resulta-
dos insuficientes o recaídas más o menos intensas. Las recaídas son relativamente frecuentes en
muchos trastornos, tanto en investigaciones de laboratorio como en la práctica clínica.
Por otra parte, los escasos datos disponibles hasta el momento sobre las interacciones entre
tratamientos y características de los clientes sugieren lo siguiente: a) Los clientes con elevada
reactancia (tendencia a resistirse ante las sugerencias o instrucciones de otra persona con el fin de
recuperar la pérdida real o percibida de libertad de acción) tienden a responder mejor a las terapias
no directivas o a las paradójicas que a las directivas; en clientes con baja reactancia ocurre lo con-
trario. b) Los pacientes con elevada impulsividad o con mayor deterioro funcional parecen obte-
ner mejores resultados con las terapias más estructuradas.
EFICIENCIA
La eficiencia hace referencia a los costes y beneficios para el paciente y para la sociedad ge-
nerados por la aplicación de la intervención. Los costes de la terapia psicológica deben ser contra-
Eficacia - 29
puestos a los beneficios que produce a nivel personal, sanitario (menor empleo de servicios médi-
cos, reducción de costes médicos) y social (disminución del absentismo laboral, menor empleo de
recursos sociales, prevención de problemas en la familia o en la comunidad). Como señalan Eche-
burúa y de Corral (2001), no hay que confundir la eficiencia con una simple reducción del
gasto. Se trata de lograr los máximos beneficios con los recursos disponibles, no de reducir costes
para abaratar servicios en detrimento de la calidad.
Los datos disponibles indican que, para algunos trastornos y en comparación al trata-
miento farmacológico, la terapia psicológica tiene una mayor relación coste/beneficio y un
menor coste económico. Otto, Pollack y Maki (2000) calcularon los costes económicos reales en
pacientes agorafóbicos que habían acudido a una clínica especializada. Cuando se consideraron
los 4 primeros meses de tratamiento, la terapia cognitivo-conductual en grupo fue la terapia más
barata, seguida por la farmacoterapia (básicamente inhibidores selectivos de la recaptación de la
serotonina combinados o no con benzodiacepinas de alta potencia) y después por la terapia cogni-
tivo-conductual individual. Considerando además el tratamiento adicional que necesitaron los
pacientes a lo largo de 1 año (visitas de mantenimiento más frecuentes en el caso de la farmacote-
rapia y continuación de la medicación), la terapia farmacológica resultó claramente el tratamiento
más caro. El orden fue el mismo cuando se calculó la relación coste/beneficio, esto es, la relación
entre el coste económico y el nivel de mejora conseguido.
Los datos de Antonuccio, Thomas y Danton (1997) también indican que la terapia cogniti-
vo-conductual es más eficiente que la fluoxetina en el tratamiento de la depresión mayor. Resulta-
dos totalmente coincidentes con los anteriores han sido hallados por Haby et al. (2004) en niños y
adolescentes al comparar terapia cognitivo-conductual e inhibidores selectivos de la recaptación
de la serotonina. Otros estudios también indican que la terapia cognitivo-conductual tiene una
mejor relación coste/beneficio en comparación a la terapia farmacológica en trastornos como la
fobia social y el trastorno de ansiedad generalizada.
Los datos recogidos hasta el momento indican que, en general, la terapia (cognitivo)-
conductual en grupo es igual de eficaz que la individual, al menos en trastornos de ansiedad y
afectivos. Sin embargo, cuanto más grave es el problema (especialmente en la depresión y el tras-
torno obsesivo-compulsivo), más recomendable resulta el tratamiento individual (Morrison,
2001). Además, no es adecuado integrar en un tratamiento grupal a un paciente prolijo, agre-
sivo, paranoide, narcisista, no motivado, fóbico social grave o que exige una gran atención, ya que
no se va a beneficiar del grupo o va a retrasar o impedir el progreso de este.
Por último, conviene citar dos estudios sobre el impacto sanitario y laboral del tratamiento
psicológico. Mumford et al. (1984) realizaron un metaanálisis de 58 estudios y concluyeron que la
utilización de servicios médicos disminuyó después de seguir terapia psicológica. Otros estu-
dios posteriores han confirmado que el tratamiento psicológico puede reducir la utilización de
servicios médicos, los costes médicos o ambos. Por otra parte, existen datos de que la terapia psi-
Eficacia - 30
cológica prolonga algunos años la vida de pacientes con cáncer y reduce la probabilidad de sufrir
un nuevo ataque al corazón en pacientes con infarto previo.
Por otra parte, Gabbard, Lazar, Hornberger y Spiegel (1997) revisaron una serie de estudios
que habían evaluado algunas variables relacionadas con el coste-eficacia de la terapia psicológica
y concluyeron tentativamente que la terapia psicológica parece tener un impacto beneficioso en
una variedad de costes médicos y laborales cuando se emplea en el tratamiento de los trastornos
psiquiátricos más graves (esquizofrenia, trastorno bipolar, trastorno de personalidad límite). Sin
embargo, como los mismos autores señalan: a) la mayoría de estudios no evalúan el coste de la
terapia psicológica; b) la mayor parte de los que sí lo analizan, lo hacen como objetivo secunda-
rio; c) los investigadores, en general, olvidan muchos aspectos pertinentes del binomio cos-
te-eficacia; y, d) finalmente, las deficiencias metodológicas de los estudios revisados hacen difícil
extraer conclusiones claras.
Además, por desgracia, observamos que, con frecuencia, se recurre a la filosofía del todos
ganan que inmortaliza el famoso relato de “Alicia en el país de las maravillas”. Dodó, el pájaro
del cuento, sostiene que todos han ganado la carrera porque: 1) cada uno tenía diferentes líneas de
Eficacia - 31
partida, 2) cada uno tenía su propia trayectoria y 3) cada uno tenía su propia línea de llegada. Por
tanto, "todos han ganado y todos van a recibir premio". Esta metáfora, utilizada ya por Luborsky,
Singer y Luborsky (1975) en su revisión de los resultados de la terapia psicológica, ilustra, en
cierto modo, el espíritu de muchos clínicos e investigadores.
1. Debemos asumir que sabemos poco, ser humildes, potenciar la autocrítica, fomentar el
diálogo entre las distintas orientaciones, buscar canales de comunicación y colaboración
entre clínicos e investigadores, estudiar las demandas de los consumidores, promocionar
la calidad frente a la cantidad de la investigación y el trabajo multidisciplinar frente al
unidisciplinar.
Por ejemplo, Bach (1995) realiza una investigación sobre conocimiento nutricional y
comportamientos de control de peso en población universitaria. En este estudio se utiliza
un cuestionario que evalúa, entre otros muchos aspectos, el peso ideal que les gustaría
tener a las personas de la muestra. Para ello, utiliza dos métodos distintos: a) una escala
Likert con siete categorías de respuesta que van de adelgazarse mucho a engordarse
mucho y b) la pregunta ¿cuánto le gustaría pesar? que debían responder con el número de
Kg. Los resultados muestran claras diferencias entre individuos que escogen una misma
categoría de respuesta. Así por ejemplo, observamos como:
Eficacia - 32
TABLAS
Eficacia - 33
3. Costes y beneficios
a. Costes para el paciente y para la sociedad de la aplicación de
la intervención.
b. Costes para el paciente y para la sociedad de no aplicar una
intervención eficaz.
Nota. Adaptado de Barlow, Esler y Vitali (1998). a Implica ensayos clínicos en los que los clientes son asignados
al azar a cada grupo o condición.
Eficacia - 34
El tamaño del efecto es una medida de en qué grado han mejorado las personas tratadas en
comparación al pretratamiento o a un grupo control. En los diseños pre-post se calcula el tamaño
del efecto (d) así (Kobak et al., 1998; Moreno, 1998):
En los diseños intergrupos puede calcularse el tamaño del efecto (d) de una de estas dos ma-
neras:
d = (Mcontrol – Mtratamiento) / DTconjunta (o DTcontrol)
d = (Mtratamiento1 – Mtratamiento2) / DTconjunta
(o en su defecto el promedio de las DT de ambos grupos)
Sin embargo, cuando hay datos pre y post, un índice más adecuado para los diseños intergru-
pos es:
dtratamiento - dcontrol
donde dtratamiento es el índice d de cambio pre-post del grupo tratado y dcontrol es el índice d de cam-
bio pre-post del grupo control.
Tamaños del efecto de 0’20-0’49, 0’50-0’79 y 0’80 o más suelen interpretarse respectiva-
mente como de magnitud baja, media y alta (Cohen, 1988). Suponiendo que los sujetos incluidos
en ambos grupos se distribuyen normalmente, el tamaño del efecto puede interpretarse como el
grado en que los sujetos logran desplazarse de la distribución del grupo control como resultado de
su inclusión en el grupo de tratamiento. Así, una d de 0,70 equivale a situar la media del grupo
tratado en el centil 76 de la distribución del grupo control. De este modo, pertenecer al grupo tra-
tado permite mejorar, en promedio, a los sujetos en un grado tal que los desplaza un 26% respecto
al centro de la distribución del grupo control (que es el centil 50). O en otros términos, la persona
promedio tratada se encuentra mejor que el 76% del grupo control (el porcentaje sería el 50% con
una d igual a 0,00).
Así, a una d de 0,70 corresponde una r de 0,33. Esta correlación puede transformarse a una
presentación binomial del tamaño del efecto mediante la fórmula:
[0,50 ± (r / 2)] x 100
Tabla 4. Equivalencias aproximadas entre centiles y distintos tamaños del efecto en distribuciones
normales.
Tabla 5. Criterios de éxito y porcentaje de casos exitosos 12 meses después del tratamiento del
alcoholismo.
Tabla 6. Criterios para la identificación de terapias psicológicas que cuentan con apoyo empírico.
I. Al menos dos buenos diseños experimentales entre grupos deben demostrar la eficacia de uno
o más de los siguientes modos:
o bien
II. Una gran serie (n > 9) de diseños experimentales de caso único deben demostrar eficacia con:
III. Los experimentos deben ser conducidos con manuales de tratamiento (es decir con claras
descripciones del tratamiento).
IV. Las características de las muestras de clientes deben ser claramente especificadas.
V. Los efectos deben ser demostrados por al menos dos investigadores o equipos de investiga-
ción diferentes.
o bien
II. Uno o más experimentos deben cumplir los criterios IA o IB, III y IV, pero no el V de trata-
mientos bien establecidos.
o bien
III. Una pequeña serie (n > 3) de diseños experimentales de caso único deben cumplir los crite-
rios III, IV y V de tratamientos bien establecidos.
Nota. Criterios de Chambless et al. (1998). En caso de que haya varios estudios y los resultados
de los mismos sean contradictorios, para decidir que un tratamiento está bien establecido o es
probablemente eficaz, deben predominar los estudios de buena calidad metodológica favorables al
mismo.
Eficacia - 39
Tabla 7. Tratamientos con apoyo empírico para diferentes trastornos en adultos (continuación).
Tabla 7. Tratamientos con apoyo empírico para diferentes trastornos en adultos (continuación).
Hipocondría - TCC
- EPR (pe)
- TC para manejar el estrés (pe)
Trastorno somatoforme por - TCC (pe)
dolor
Trastorno dismórfico cor- - TCC (pe)
poral
Asma - MC
- BRA EMG frontal
Síndrome de intestino irri- - TCC multicomponente
table - Manejo de contingencias (con sínto-
mas de carácter operante)
- Hipnoterapia (pe)
Enfermedad inflamatoria - Manejo del estrés
intestinal
Síndrome de Raynaud - BRA termal
Trastornos cardiovascula- - TCC para manejo estrés, ira y ansie-
res dad
Diabetes Programas conductuales
Efectos adversos de la qui- - Relación muscular progresiva con o
mioterapia sin imaginación guiada
Tabla 7. Tratamientos con apoyo empírico para diferentes trastornos en adultos (continuación).
Tabla 8. Tratamientos con apoyo empírico para diferentes trastornos en niños (N) y adolescentes (A).
TDAH - TC + psicoestimulantes
- EP conductual
- MC en la clase
Trastorno negativista desa- - EP basado en vivir con hijos - Terapia de afrontamiento de la ira
fiante - EP mediante modelado en - Entrenamiento en asertividad
vídeo - TCC, terapia racional-emotiva
- Programa prevención de delincuencia
- Terapia familiar funcional
- Terapia multisistémica
- Terapia de interacción padres-hijos
- Entrenamiento en RP
- Tiempo fuera + asiento señal
Enuresis - Alarma ante la orina - Entrenamiento conductual de amplio
- Entrenamiento en cama seca espectro en el hogar
Encopresis - MC + tratamiento médico (pe)
Tabla 9. Tratamientos prometedores para trastornos que aún no cuentan con tratamientos eficaces
o posiblemente eficaces en adultos.
Tabla 10. Tratamientos prometedores para trastornos que aún no cuentan con tratamientos efica-
ces o posiblemente eficaces en niños/adolescentes.
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Eficacia - 49
1
Por ejemplo, la no verificación de los supuestos de homogeneidad y simetría de las matrices de va-
rianza-covarianza en diseños de medidas repetidas.
2
Para calcular puntuaciones de ganancia residual, primero se convierten las puntuaciones pre y post a
puntuaciones Z. Luego, se aplica la fórmula: Zpost – (Zpre * rpre-post) donde rpre-post es la correlación entre
ambas puntuaciones. De este modo, la ganancia residual reescala la puntuación de una persona con
relación a las ganancias típicas hechas por otros en su mismo nivel inicial.
Proceso - 1
Facultat de Psicologia
Departament de Personalitat, Avaluació
i Tractament Psicològics
EL PROCESO DE EVALUACIÓN Y
TRATAMIENTO
Arturo Bados López
Eugeni García Grau
Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos
Facultad de Psicología, Universidad de Barcelona
28 de octubre de 2009
INTRODUCCIÓN............................................................................................................................ 2
CONTACTO INICIAL Y ANÁLISIS DEL PROBLEMA.............................................................. 2
Motivo de consulta y otros problemas ......................................................................................... 4
Análisis del problema en la actualidad......................................................................................... 5
Historia del problema ................................................................................................................. 16
Tratamientos previos y actuales del problema evaluado............................................................ 16
Motivación, objetivos y expectativas ......................................................................................... 17
Recursos y limitaciones.............................................................................................................. 18
Trastornos psicológicos asociados y trastornos anteriores......................................................... 18
Áreas básicas de la vida ............................................................................................................. 19
FORMULACIÓN Y CONTRASTE DE HIPÓTESIS EXPLICATIVAS ..................................... 21
Contraste de hipótesis................................................................................................................. 24
Compartir y acordar la conceptualización con el cliente............................................................ 26
ESTABLECIMIENTO DE OBJETIVOS ...................................................................................... 27
DISEÑO DEL TRATAMIENTO................................................................................................... 30
APLICACIÓN DEL TRATAMIENTO Y EVALUACIÓN DURANTE EL MISMO.................. 32
LA EVALUACIÓN TRAS EL TRATAMIENTO Y LA TERMINACIÓN DEL MISMO .......... 36
Análisis cuantitativo de los resultados ....................................................................................... 37
Valoración clínico-social de los resultados ................................................................................ 37
Criterios estandarizados de significación clínico-social ............................................................... 39
Criterios prefijados de significación clínico-social: Nivel de mejora ........................................... 44
Criterios prefijados de significación clínico-social: Estado final de funcionamiento................... 45
Contraste a posteriori de la hipótesis explicativa y finalización del tratamiento....................... 46
SEGUIMIENTO............................................................................................................................. 47
TABLAS ........................................................................................................................................ 48
REFERENCIAS ............................................................................................................................. 53
APÉNDICE: INTERPRETACIÓN DE LOS CUESTIONARIOS ................................................ 55
Proceso - 2
INTRODUCCIÓN
En el proceso de evaluación y tratamiento de los problemas presentados por una persona se
han distinguido más o menos fases según los autores, aunque los pasos fundamentales a seguir
son similares en todos los casos (Fernández-Ballesteros, 1994; Fernández-Ballesteros y Carrobles,
1981; Godoy, 1991; Graña, 2005; Muñoz, 1993, 2002, 2008). Nosotros distinguiremos las si-
guientes siete fases en el proceso de intervención:
Esta diferenciación entre fases tiene simplemente un objetivo didáctico. Ya con el primer
contacto con el cliente surgen las primeras hipótesis y ciertas actuaciones del terapeuta producen
cambios en el comportamiento del paciente. La formulación y análisis del problema puede prose-
guir o resurgir durante la intervención debido a la aparición de nuevos datos o a la consideración
de nuevos problemas, las hipótesis iniciales pueden cambiar en función de la nueva información
disponible, un cliente puede ser derivado no sólo al comienzo de la terapia, etc.
No es necesario decir que la realización adecuada del proceso de evaluación requiere un co-
nocimiento lo más extenso posible acerca de las funciones psicológicas, la covariación entre res-
puestas, los fundamentos fisiológicos y neurológicos del comportamiento, las bases sociales del
mismo, la psicología del aprendizaje, la psicopatología, los métodos e instrumentos de evaluación,
etc. Igualmente, las habilidades personales del psicólogo y su experiencia profesional contribuirán
al mayor o menor éxito de la empresa. 1
Generalmente, cuando un cliente quiere solicitar asistencia en un centro clínico, suele llamar
por teléfono. En ese momento se le piden los datos personales básicos (nombre, edad, dirección,
teléfono, profesión) y se le solicita información sobre el motivo de su consulta y aquellos datos
más relevantes relativos al problema. Recoger esta información permite:
a) Hacer una selección inicial de clientes y derivar a aquellos que, por su gravedad o tipo de
problema, no se esté en condiciones de tratar.
b) Valorar la urgencia con la que el cliente debe ser atendido. Si un cliente no pudiera ser
recibido con la rapidez que su caso requiere, debería ser derivado a otro profesional. Por
otra parte, si el problema no es urgente pero existe lista de espera, el cliente debe ser in-
formado de ello para que decida si quiere esperar o prefiere acudir a otro centro. En este
Proceso - 3
Una vez que el cliente acude, tras saludarle, presentarse y comprobar que está en condiciones
de realizar una entrevista, se obtienen (caso de que no se posean) o se confirman los datos per-
sonales y demográficos básicos [nombre y apellidos, fecha de nacimiento, dirección y teléfono,
nivel de estudios, ocupación actual y situación laboral, nivel económico, estado civil, número,
edad y sexo de los hijos, con quién se vive, familia de origen (genograma)] y quién le ha enviado
o dado referencias para venir. A partir de la información proporcionada por el paciente, puede
iniciarse una conversación social breve para romper el hielo. Esto también ha podido hacer antes
empleando tópicos como el tiempo, alguna información dada telefónicamente por el cliente (p.ej.,
hijos, enfermedad de un familiar, un viaje), algo destacable que ha ocurrido en el día, alguna cosa
que se infiere de algo que el cliente lleva encima (p.ej., una insignia deportiva), etc.
Es fundamental establecer una actitud empática y cordial hacia el cliente. Dedicarse sólo a
obtener información puede llevar a ver al terapeuta como insensible, lo cual tendrá efectos perju-
diciales en la relación terapéutica y en la colaboración del paciente. La empatía implica saber
escuchar, mostrar interés verbal y no verbalmente en comprender los puntos de vista del cliente y
verificar con este el grado en que se han comprendido sus puntos de vista; este saber ver las cosas
como las ve el otro debe hacerse sin implicarse emocionalmente y manteniendo la mayor objetivi-
dad posible. La cordialidad implica expresar verbal y no verbalmente interés por el cliente y
aprecio y aceptación, así como ánimo y aprobación cuando sea oportuno. Por otra parte, es labor
del terapeuta conseguir que los pacientes se sientan lo suficientemente seguros y confiados como
para poder expresar sus dudas, preguntas, reservas y temores. No hacerles caso, cortarles o criti-
carles conduce a una relación de poca confianza que favorece el retraimiento, el engaño e incluso
el abandono.
Algunos psicólogos intentan recoger durante esta fase la mayor cantidad de información po-
sible bajo el supuesto de que así se logrará una mejor comprensión del problema. Sin embargo,
esto, aparte del coste que supone, puede llevar a una acumulación desorganizada de datos y a jui-
cios engañosos. La calidad de la evaluación debe primar sobre la cantidad.
Los aspectos que se indagan son los siguientes: motivo de consulta y otros posibles pro-
blemas; análisis del problema en la actualidad; historia del problema; tratamientos previos y ac-
tuales; motivación, objetivos y expectativas; recursos y limitaciones del cliente; trastornos psico-
lógicos asociados y trastornos anteriores; y ciertas áreas básicas de la vida del cliente.
Proceso - 4
Para obtener esta información, se empieza empleando la entrevista (con la observación co-
rrespondiente durante la misma), la cual puede ser complementada por cuestionarios generales
(cuestionario autobiográfico, listado de problemas, Outcome Questionnaire-45, Symptom Check-
list-90-R) y datos de archivo. Luego, para ampliar, precisar y contrastar la información obtenida,
se aplican otros métodos de evaluación entre los que se encuentran los cuestionarios específicos,
la entrevista a otras personas, el autorregistro, la observación (en situaciones simuladas, artificia-
les o naturales), los registros psicofisiológicos (poco empleados en clínica) y los exámenes médi-
cos. Cuando se entrevista a personas allegadas, es necesario pedir permiso al cliente y pregun-
tarle a este qué parte de la información que ha dado se puede comunicar en caso necesario y cuál
no; esta misma pregunta debe hacerse a la persona allegada.
Se pide al cliente que explique con detalle qué es lo que le pasa. Conviene no interrumpirle
hasta que termine su narración, pero deben mostrarse las oportunas señales verbales y no verbales
de escucha y, caso de que se muestre muy preocupado por algo, darle información tranquilizadora
en la medida de lo posible. Hay que tener en cuenta que las preguntas o clarificaciones prematuras
pueden sesgar la información proporcionada por el cliente en la dirección de las percepciones del
terapeuta y pueden también inhibir la comunicación de determinada información. Si un cliente
fuera muy escueto en su exposición, debe animársele a ofrecer una narración más extensa.
Una vez que el cliente ha contado lo que le pasa, se hace un breve resumen que implique
que se comprende lo que ha explicado y cómo se siente. De este modo, se consiguen varios obje-
tivos: dar una estructura a la información recogida, comunicar al cliente que se le comprende y
permitirle corregir las percepciones erróneas del terapeuta.
Si el cliente informa de otros problemas, se le pide que hable sobre los mismos para
hacerse una idea al respecto; el terapeuta solicitará más información cuanto más importante le
parezca el problema. Una vez identificados distintos problemas, se proporciona al cliente un breve
resumen y se le pide que los ordene según el grado en que suponen una perturbación o interferen-
cia en su vida. A continuación, se decide cuál de los problemas identificados se abordará en
primer lugar y en qué orden irán los siguientes. El criterio general a seguir es la mayor o menor
gravedad de los problemas. Sin embargo, si el problema de mayor gravedad no es el que más pre-
ocupa al cliente, puede comenzarse por el problema que más le inquieta para que no se sienta in-
comprendido. Luego, tras una exploración más o menos extensa, ha de volverse al problema más
grave.
Conviene tener en cuenta que no todos los problemas han de evaluarse con la misma pro-
fundidad; esta dependerá de la importancia de los mismos y de la disposición del cliente para
tratarlos. Por otra parte, si el cliente desea abordar algún problema en una fase posterior, la eva-
luación en profundidad puede reservarse para dicho momento.
una información más detallada antes de poder decidir el tratamiento más adecuado y, de ahí, el
hecho de que se vayan a realizar preguntas sobre el problema presentado y los elementos relacio-
nados con él, la historia del problema, los tratamientos previos y actuales intentados y los objeti-
vos que se quieren conseguir.
Finalmente, se indica al cliente que puede hacer las preguntas y solicitar las aclaraciones
que desee tanto durante la entrevista como al final de esta.
Métodos de evaluación empleados: entrevista con el cliente y con otras personas, cuestiona-
rios generales (cuestionario autobiográfico, listado de problemas, Outcome Questionnaire-45,
Symptom Checklist-90-R), observación durante la entrevista, datos de archivo.
Los factores que tiene en cuenta el psicólogo clínico al evaluar el problema de un cliente son
de tipo personal (conductas motoras, actividades cognitivas, respuestas autónomas y reacciones
emocionales) y ambiental (físicos y sociales). También son importantes en muchos casos las ex-
ploraciones médicas realizadas por un profesional de la medicina y dirigidas a detectar la posible
existencia de enfermedades y variables biológicas relacionadas con los problemas del cliente.
Variables personales
Dentro de las variables personales se distinguen las conductas motoras, las actividades cogni-
tivas, las respuestas autónomas y las reacciones emocionales.
- Las conductas motoras son el producto de la acción del sistema musculoesquelético e inclu-
yen lo que el cliente hace o dice y el nivel del tono muscular. Ejemplos: compulsiones, tarta-
mudeo, expresión de opiniones, petición de cambios, contacto visual, tono de voz, respira-
ción, tensión muscular elevada. Ha sido usual incluir a estas dos últimas entre las respuestas
fisiológicas cuando se distinguen únicamente tres sistemas de respuesta (motor, cognitivo, fi-
siológico). Sin embargo, esta última clasificación tiene el inconveniente de que las categorías
no son excluyentes: ¿Acaso lo motor y lo cognitivo no son fisiológicos?
- Las cogniciones son acontecimientos internos, conscientes o no, que implican un procesa-
miento de la información a nivel del sistema nervioso central. Se incluyen:
- Las respuestas autónomas son el producto de la acción del sistema nervioso simpático y
parasimpático y del sistema hormonal. Ejemplos: taquicardia, presión sanguínea elevada, su-
doración, sonrojamiento, boca seca, actividad electrodermal, temperatura corporal, náuseas,
mareos.
- Las reacciones emocionales se refieren a los sentimientos subjetivos del cliente. Ejemplos:
ansiedad, miedo, tristeza, enfado, rabia, alegría, placer, desasosiego.
Variables ambientales
FÍSICAS SOCIALES
- Las características de una carretera (p.ej., - La asunción por parte de otros de las res-
curvas, amplitud) pueden incidir en la an- ponsabilidades que por su miedo evita un
siedad que experimenta una persona con agorafóbico contribuye a mantener el mie-
miedo a conducir. do y la evitación.
- El ruido ambiental elevado puede facilitar - Un comentario hostil puede facilitar una
que una persona se sienta irritada. reacción agresiva.
- La estructura y disposición de una sala - El modo en que los padres dan las instruc-
afecta al nivel de ansiedad de una persona ciones a un niño puede incidir en la conduc-
con miedo a hablar en público. ta de desobediencia.
- Las características de los pasillos del metro - La pasividad de la mujer ante el maltrato de
(luminosidad, amplitud, etc.) pueden incidir los hijos por parte del marido favorece la
en la ansiedad que experimenta una persona continuidad del maltrato.
con agorafobia.
a) Identificar y especificar los distintos componentes del problema. Por ejemplo, las
sensaciones ansiógenas, los ataques de pánico, las interpretaciones de peligro, las con-
ductas defensivas (p.ej., distraerse) y la evitación de las situaciones temidas en el caso de
la agorafobia.
b) Establecer las relaciones entre los diferentes componentes del problema. Así, cuando
un agorafóbico experimenta ciertas sensaciones corporales en una situación determinada,
es más probable que las interprete como signo de peligro (p.ej., desmayo, infarto, apople-
jía), lo cual facilita que adopte ciertas conductas defensivas (p.ej., toma de medicación,
escape) y que evite afrontar la situación en ocasiones posteriores. A su vez, esta evitación
ayuda a mantener la ansiedad y las interpretaciones de peligro.
pueden influir otros factores tales como situaciones de conflicto interpersonal, problemas
laborales, reacciones de la familia, baja laboral, nivel general de activación y preocupa-
ción general por la salud.
d) Establecer las posibles relaciones entre las variables que contribuyen a mantener el
problema así como entre estas y los componentes del problema. Las situaciones de
conflicto interpersonal y los problemas laborales pueden aumentar el nivel general de ac-
tivación y las sensaciones ansiógenas, las cuales pueden facilitar un ataque de pánico. Por
otra parte, las reacciones sobreprotectoras de la familia y la baja laboral pueden contri-
buir a mantener las conductas de evitación agorafóbicas.
Hay problemas como la enuresis, el insomnio, la disfunción eréctil o la anorgasmia que pue-
den definirse en términos de una conducta aislada: orinarse en la cama, no poder conciliar el
sueño, no conseguir o mantener una erección o no lograr un orgasmo.
AGORAFOBIA
Ataques de
pánico
Conductas
defensivas
Evitación situaciones temidas
ANOREXIA NERVIOSA
Restricción Conductas
alimentaria compensatorias
(p.ej., ejercicio)
Proceso - 8
Cuando hay varias personas implicadas (pareja, familia), es probable que lo que se presenta
como problema de una sea en realidad un problema de varias. En este caso se requiere un acuerdo
al respecto antes de proseguir con el proceso de evaluación.
Puede descubrirse también que un cliente presenta ciertos problemas que no ha menciona-
do. Por ejemplo, un paciente puede indicar que bebe en exceso, que tiene conflictos maritales y
que se encuentra insatisfecho en el trabajo, pero el terapeuta comprueba además que tanto su con-
ducta en la entrevista como los informes que el cliente da sobre sus interacciones en el trabajo y
con su mujer indican un claro déficit de conducta asertiva. Estos nuevos problemas deben ser dis-
cutidos con el cliente.
En algunos casos, no muy frecuentes, un cliente puede consultar por un problema que real-
mente no lo es. Así, una persona mayor puede quejarse de problemas de sueño porque duerme
sólo 5 horas en vez de las 8 que cree que debe dormir, aunque su sueño sea lo suficientemente
reparador. O bien unos padres pueden consultar por la excesiva hiperactividad de su hijo de 4
años, la cual está, sin embargo, dentro de la norma. En estas situaciones el psicólogo intentará que
los clientes dejen de percibir la situación como problemática y la acepten.
Objetivo 2: Establecer las relaciones entre los diferentes componentes del problema.
Además de identificar los elementos clave del problema del cliente es necesario determinar
las relaciones que existen entre ellos. Unos pueden ser antecedentes o consecuencias de otros
(véase más abajo).
Por ejemplo, cuando una persona con trastorno obsesivo-compulsivo cierra la llave del gas,
tiene pensamientos obsesivos (“¿Seguro que lo he cerrado bien? Podría haber una explosión si no
lo compruebo”) que le causan ansiedad y le conducen a realizar comprobaciones compulsivas.
Estas producen un alivio temporal, pero contribuyen a mantener la ansiedad y los pensamientos
obsesivos.
Proceso - 9
TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO
Cierra la llave de
paso del gas
ANSIEDAD
Comprobación
compulsiva
Las variables que inciden sobre un componente determinado del problema –ya sea motor,
cognitivo, autónomo o emocional– pueden ser antecedentes o consecuencias del mismo o bien
características estables de la persona.
- Los antecedentes son aquellas variables ambientales y personales que preceden de una
forma no muy lejana a la conducta de interés y que están funcionalmente relacionadas
con esta. Es decir, la ocurrencia de los antecedentes influye en la frecuencia, duración y/o
intensidad de la conducta considerada. Por otra parte, lo habitual es que una conducta
tenga varios antecedentes y que no todos tengan la misma importancia.
- Las consecuencias son aquellas variables ambientales (provienen del ambiente) y perso-
nales (provienen de la persona) que siguen a una conducta y están funcionalmente rela-
cionadas con esta. Es decir, son resultado de la misma e influyen en su mantenimiento o
en la variación de su frecuencia, duración y/o intensidad. 1 Lo normal es que una conducta
tenga varias consecuencias y que no todas tengan la misma importancia; así, una conse-
cuencia (p.ej., obtener la aprobación de los compañeros por burlarse de alguien) puede
contrarrestar la influencia de otra consecuencia (p.ej., ser castigado por el profesor).
1
Se ha distinguido entre consecuencias y repercusiones. Estas últimas son también el resultado
de una conducta, pero no afectan a su ocurrencia.
Proceso - 10
Si consideramos los atracones de una persona bulímica como la conducta problemática, algu-
nos antecedentes y consecuencias de los mismos aparecen en la tabla siguiente:
ANTECEDENTES CONSECUENCIAS
Discusión con una persona allegada. Alivio temporal del malestar emocional.
Problemas en el trabajo. Sensación de hinchazón abdominal.
Restricción alimentaria. Miedo a aumentar de peso.
Malestar emocional. Sentimientos de culpa.
El hecho de que una variable se considere antecedente o consecuencia depende del punto de
la secuencia que se tome como referencia. Por ejemplo, el miedo a aumentar de peso es tanto una
consecuencia del atracón como un antecedente de algún tipo de conducta compensatoria (vómito,
laxantes, diuréticos, ejercicio excesivo, ayuno).
Hambre +
estado emocional negativo
ATRACÓN
Las variables antecedentes y consecuentes pueden ser de tipo ambiental (físicas o sociales) o
personal (conductas motoras, cogniciones, reacciones autónomas, respuestas emocionales).
Los antecedentes pueden ser próximos o distantes. Un antecedente próximo para el ataque
de pánico puede ser la expectativa de tenerlo y un antecedente distante, una discusión que tuvo
lugar hace unas horas o unos días. No hay que confundir los antecedentes distantes con las
variables históricas. La sobreprotección por parte de los padres en la infancia puede ser un factor
predisponente para los trastornos de ansiedad, pero no es un antecedente actual de la respuesta de
ansiedad.
Dentro de los antecedentes se ha distinguido también entre las variables contextuales y los
estímulos antecedentes. Estos últimos implican un cambio más o menos próximo en el ambiente
externo o interno, mientras que las variables contextuales hacen referencia a los contextos relati-
vamente estables en los que se producen los estímulos antecedentes y que afectan a la relación
funcional que estos mantienen con la conducta. Así, la conducta oposicionista de un niño puede
depender de la forma en que dan las órdenes sus padres (estímulo antecedente) y del contexto
específico (presencia o no de los hermanos) y general (falta de afecto familiar) en que se producen
dichas órdenes.
Las consecuencias pueden ser inmediatas o demoradas. Por ejemplo, un niño que ha dicho
una mentira grave puede recibir un castigo con mayor o menor dilación según cuando se descubra
la mentira. Tomar alcohol puede producir placer, aliviar la ansiedad y facilitar la comunicación,
pero a largo plazo puede generar consecuencias muy diferentes: dependencia, tolerancia, cirrosis,
conducta agresiva.
Además de las variables antecedentes y consecuentes, hay que tener en cuenta las caracterís-
ticas psicológicas y biológicas estables de la persona. Entre estas variables se encuentran las
siguientes:
Posibles ejemplos de creencias son: “necesito una pareja para ser feliz”, “si algo no es perfec-
to, no es bueno”, “si alguien se muestra en desacuerdo conmigo, significa que no le gusto”, “si
intimo demasiado con alguien, me controlará”. 2
Tanto las variables antecedentes y consecuentes como las características personales estables
pueden contribuir a agravar o atenuar un problema. Por ejemplo, el impacto de las situaciones
estresantes se ve potenciado o atenuado según el grado en que se disponga de habilidades de reso-
lución de problemas y de manejo de emociones. Asimismo, la conducta desobediente de un niño
puede ser poco frecuente cuando está con su padre –el cual da órdenes de forma amable y cohe-
rente y refuerza su cumplimiento– y muy frecuente en presencia de su madre –la cual le amenaza
con castigos que no cumple.
Objetivo 4: Establecer las posibles relaciones entre las variables que contribuyen a mante-
ner el problema así como entre estas y los componentes del problema.
forma tentativa la relación cualitativa que existe entre las conductas problemáticas y las variables
que influyen en las mismas. Para ello, debe establecerse la secuencia temporal hipotética entre
ellas.
Por ejemplo, varios antecedentes distantes (cansancio, discusión con el jefe) facilitan junto
con otro factor posterior (toma de dos cafés) la aparición de una activación fisiológica (taquicar-
dia, temblor) que suscita expectativas de pánico y de infarto, las cuales terminan por inducir un
ataque de pánico (posible conducta problemática), el cual puede ir seguido del escape de la situa-
ción (p.ej., dar una excusa en el trabajo para volver a casa).
Cansancio
+
Discusión con el jefe
+
2 Cafés
Activación fisiológica:
- Taquicardia
- Temblor
Expectativas de
pánico y de infarto
ATAQUE DE PÁNICO
Escape de la situación
A nivel cuantitativo se busca establecer para cada par de acontecimientos (p.ej., un antece-
dente y una conducta) si existe contingencia entre ellos. Para ello hay que establecer, por ejemplo
a través de autorregistros u observación, la probabilidad de que se dé la conducta (dolor de cabe-
za, p.ej.) dado que ocurra el antecedente (discusión marital, p.ej.) y la probabilidad de la conducta
dado que no se dé el antecedente. 3 Si estos dos porcentajes o probabilidades son diferentes, hay
contingencia; es decir, la ocurrencia de la conducta depende de la ocurrencia del antecedente. 4
Para obtener mayor información puede consultarse Muñoz (1993). De todos modos, es muy infre-
cuente en la práctica clínica cotidiana realizar análisis cuantitativos precisos de la relación entre
acontecimientos. Sin embargo, puede ser útil a la hora de contrastar hipótesis que se consideran
importantes, pero que están poco claras.
Pautas generales que conviene considerar al realizar el análisis del problema actual
Se comentarán tres tipos de pautas: a) Concretar los términos generales o ambiguos que uti-
liza el cliente. b) Hacer una primera cuantificación de las variables relevantes. c) Emplear estra-
tegias adecuadas para identificar antecedentes, consecuencias y variables personales estables.
Es frecuente que los clientes describan sus problemas de forma global e imprecisa. Por lo
tanto, hay que pedirles que pongan ejemplos de sus problemas, que los descompongan en con-
ductas concretas y que especifiquen claramente lo que quieren decir cuando emplean términos
generales o ambiguos (p.ej., ansiedad, depresión, dependiente, pasivo, me siento mal, etc.). Así,
posibles referentes conductuales de estar deprimido pueden ser salir poco de casa, llorar mucho,
tener insomnio, pensar en morirse, cansarse enseguida, no sentir ilusión por cosas que antes gus-
taban, etc.
Una buena táctica para ayudar a concretar y obtener datos más fiables es preguntar al cliente
por la última vez que tuvo el problema que se está explorando, se encontró mal, ocurrió un inci-
dente, etc. Luego, es necesario ver hasta qué punto lo sucedido esa vez es representativo de lo
ocurrido otras veces y, si no lo es, analizar las diferencias.
- Latencia: tiempo que tarda en aparecer una conducta o estado (p.ej., sueño, respuesta
verbal) desde que se produce la situación estimular correspondiente.
- Proporción de veces que aparece la conducta de interés. Así, puede calcularse el porcen-
taje de órdenes que un niño cumple, el porcentaje de veces que una persona con fobia so-
cial se atreve a hacer una reclamación o el porcentaje de intervalos de observación en que
una persona rechina los dientes.
El nivel o el grado se evaluarían mediante escalas tipo Likert. Estas escalas pueden variar en
el intervalo de puntuación que utilizan (1 a 4, 1 a 5, 0 a 8, 0 a 100, etc.). Por ejemplo, el nivel de
malestar podría calificarse según la siguiente escala: 1 (ninguno), 2 (poco), 3 (moderado), 4 (bas-
tante) y 5 (máximo).
Si estas medidas se toman de forma repetida antes del tratamiento formal, obtendremos una
línea base de la/s conducta/s problemática/s que nos informa del nivel y variabilidad de la con-
ducta estudiada y nos proporciona un término de comparación para evaluar la posible eficacia del
tratamiento posterior. También permite detectar posibles cambios sistemáticos de la conducta
previos al tratamiento; de ser así, habría que investigar las causas de los mismos.
Una pregunta general que puede utilizarse para iniciar la exploración de posibles anteceden-
tes, consecuencias y variables personales estables es pedir al cliente que nos diga a qué atribuye
que su problema se mantenga.
Proceso - 15
Para identificar los antecedentes hay que establecer las características (lugar, momento,
personas presentes) de la situación o situaciones en que ocurren o no ocurren las conductas pro-
blemáticas y preguntar al cliente:
- Qué cosas pasan en el día en que aparece la conducta problemática o en los días anterio-
res, si ese día o días está preocupado por algo o se nota activado o alterado emocional-
mente, qué piensa, siente y hace justo antes de que ocurra o no la conducta problemática,
qué cree que pasaría caso de realizar o no la conducta.
- Qué hacen o dicen antes las personas presentes, qué le molesta de la situación, qué cir-
cunstancias o factores hacen más probable que las conductas consideradas aumenten,
disminuyan o desaparezcan etc.
Es posible que con las estrategias anteriores basada en preguntas más abiertas la información
obtenida sea insuficiente. En este caso, puede utilizarse una estrategia de reconocimiento
haciendo preguntas específicas derivadas de conocimientos teóricos y empíricos sobre el proble-
ma o de hipótesis formuladas tras escuchar la información que proporciona el cliente. Por ejem-
plo, podría preguntarse: "¿Nota alguna variación en su dolor de espalda cuando ha discutido con
su cónyuge?; ¿y cuando tiene que presentar informes importantes en el trabajo?; ¿y cuando es
criticado por sus amigos?". No hay que preguntar "¿aumenta su dolor cuando...?", ya que esto
representa un sesgo.
Para identificar las consecuencias puede preguntarse al cliente qué pasa después de la con-
ducta de interés, qué piensa y siente, qué hace y deja de hacer, cómo reaccionan otras personas,
etc. Hay que indagar cómo afecta el problema al cliente o a otras personas en diversas áreas: tra-
bajo/estudios, relación de pareja, vida familiar, amistades, vida social, manejo de la casa, ocio,
economía y salud. También puede emplearse en una segunda etapa la estrategia de reconocimien-
to mencionada para los antecedentes.
Asimismo, conviene estar atentos a posibles beneficios del problema, es decir consecuencias
positivas que se derivan del mismo o consecuencias negativas que se seguirían si el problema se
solucionara (p.ej., perder la dedicación de ciertas personas o una asignación económica). Si se
considera necesario, puede preguntarse algo así como: ¿Puede pensar en algo negativo que podría
suceder caso de que su problema se solucionara?
Además de los antecedentes y consecuencias, hay que explorar las características persona-
les estables que pueden mediar la conducta problema. La exploración puede hacerse mediante
preguntas sobre conductas concretas que reflejan dichas características, informes de otras perso-
nas, observación del comportamiento del cliente, autorregistros y cuestionarios.
Se recomienda, en general, explorar los orígenes del problema después de haber analizado
la situación actual, excepto cuando el cliente esté muy preocupado o interesado por las causas
primeras y el desarrollo de su problema. Aunque la historia de un problema es difícilmente re-
construible, puede ser de gran ayuda para comprender el problema actual. Además, el cliente
puede tener una serie de creencias inadecuadas sobre el origen de su problema que es muy útil
modificar a través de alguna explicación alternativa.
- Momento en que aparecieron por primera vez los síntomas informados por el clien-
te (detallar). Puede preguntarse también por el orden en que aparecieron distintas conduc-
tas problemáticas (p.ej., ataques de pánico, conductas de evitación agorafóbica).
- Momento en que los síntomas llegaron a ser un problema debido a que causaron una
interferencia significativa en la vida o un gran malestar.
- Causas a las que el cliente atribuye el origen de su problema, si estaba pasando por
algún tipo de estrés en ese momento y cosas que pasaron en su vida en ese tiempo.
- Factores asociados con el inicio del problema ya sea como predisponentes (característi-
cas biológicas, nivel sociocultural y económico, repertorios de conducta) o como precipi-
tantes (eventos estresantes importantes, acumulación de eventos estresantes menores, ex-
periencias traumáticas).
- Mejoras, remisiones, recaídas y empeoramientos habidos, y factores asociados a unas
y otros.
No hay que confundir los llamados antecedentes históricos, los cuales influyeron en el sur-
gimiento u origen del problema, con los antecedentes actuales, los cuales contribuyen a que el
problema o alguno de sus componentes se mantengan. Sin embargo, aunque los factores asocia-
dos con el inicio y desarrollo de un problema no tienen por qué ser los mismos que los que lo
mantienen en el momento actual, algunos de los primeros pueden seguir como variables que con-
tribuyen a mantener el problema. Así, variables como la susceptibilidad a la ansiedad (una carac-
terística de personalidad: miedo a los síntomas de la ansiedad basado en creencias de que estos
síntomas tienen consecuencias nocivas), el estrés laboral y el consumo de cocaína pudieron influir
en la aparición de los ataques de pánico de una persona. Estos ataques pueden mantenerse poste-
riormente gracias a las dos primeras variables en conjunción con otras tales como el miedo a que
se repitan y la hipervigilancia de las sensaciones temidas.
La evaluación de los tratamientos previos y actuales seguidos por el cliente permite obtener
información sobre el grado de eficacia de los mismos, atribuciones sobre los resultados hechas
por el cliente, expectativas generadas en el cliente sobre la posibilidad de solucionar su problema,
explicaciones que otros profesionales le han dado sobre su problema y motivación para seguir
intentando resolver el problema. Todo esto es útil para planificar el tratamiento y evitar posi-
bles interferencias. Por ejemplo, si el cliente hubiera recibido una terapia relativamente similar a
la que el psicólogo piensa plantear, este dispondría de la información necesaria para: a) seleccio-
nar una intervención diferente o b) ofrecer argumentos que justifiquen la aplicación de un trata-
miento parecido; por ejemplo, podría señalar las diferencias entre ambas intervenciones, las razo-
Proceso - 17
nes por las que falló el tratamiento anterior, etc. Suelen explorarse los siguientes aspectos:
Se pueden abordar los siguientes aspectos de los que no se disponga hasta el momento de la
suficiente información:
- Calificación (de 0 a 10) o valoración por parte del paciente de su interés en solucio-
nar su problema y cuánto tiempo puede dedicar.
- Qué espera conseguir el cliente con el tratamiento y, si logrado esto, piensa que su
problema habrá desaparecido. Se trata aquí de obtener unos objetivos generales realistas
que, en una fase posterior del proceso de intervención, serán traducidos a objetivos espe-
cíficos. Un buen ejemplo de objetivo general realista sería tener más relaciones sociales;
un mal ejemplo sería llegar a ser feliz. Posibles categorías de objetivos terapéuticos que
pueden perseguirse son: reducir síntomas, mejorar las relaciones interpersonales, aumen-
tar la autoestima y confianza en sí mismo, manejar o aceptar mejor una situación o pro-
Proceso - 18
blema particular y clarificar cuestiones relacionadas con una situación pasada, presente o
próxima (Kazdin, 1999).
- Posibles ideas que tiene el cliente sobre el tipo de tratamiento que se suele aplicar.
Aunque muchos clientes desconocen las intervenciones aplicadas, otros poseen informa-
ción extraída de conocidos, internet, medios de comunicación, películas, etc. Cuando
haya una gran divergencia entre lo que el cliente espera y el tratamiento a aplicar, con-
viene informar en líneas generales de la terapia y justificar su utilidad. Sin embargo, si el
cliente desea otro tipo de terapia, se le debe derivar al profesional adecuado.
RECURSOS Y LIMITACIONES
- Recursos del cliente que pueden ser útiles para resolver el problema (constancia, estrate-
gias de afrontamiento, saber ver las cosas de forma realista, confianza en la propias capa-
cidades, etc.). Otros aspectos positivos que el cliente cree que tiene o que los demás creen
que tiene.
- Limitaciones del cliente que podrían trabajar en contra de la solución del problema (sa-
lud frágil, inconstancia, inhabilidad social, capacidad intelectual baja, múltiples obliga-
ciones, falta de recursos económicos, etc.). Otras limitaciones que el cliente cree que tie-
ne o que los demás creen que tiene.
- Creencias de que el intento de resolver su problema o la solución del mismo puede in-
terferir en sus relaciones con los demás (pareja, familia, amigos, conocidos, compañe-
ros de trabajo), crearle dificultades personales o hacerle perder ciertas ventajas.
algún otro trastorno, habrá que explorar si esto es cierto o no. Por otra parte, dado el alto grado
de comorbilidad entre determinados problemas (p.ej., entre trastornos de ansiedad, afectivos y de
abuso de sustancias), puede indagarse, si se desea, la presencia de otros trastornos que se sabe que
es probable que vayan asociados con el problema evaluado y que no han sido detectados hasta el
momento. Sin embargo, esto incrementa notablemente el tiempo de la entrevista y, en general,
puede que la relación coste/beneficio no sea satisfactoria. Es decir, probablemente no sea necesa-
rio evaluar rutinariamente los trastornos que hipotéticamente el cliente pueda tener, a no ser que el
terapeuta tenga indicios que lo justifiquen.
Un medio complementario para descubrir otros posibles trastornos actuales consiste en pre-
guntar al cliente si, aparte de las medicaciones que pueda estar tomando para su problema,
está tomando otros fármacos para la ansiedad, depresión, insomnio o cualquier tipo de problema
emocional. Si es así, se pregunta cuáles son, dosis, desde cuándo las toma, motivo y efectos con-
seguidos.
- Hacer en cada caso una exploración general completa que incluya todas las áreas ante-
riormente mencionadas. Esto daría una visión global del cliente, aunque habría varios in-
convenientes: gasto de tiempo y dinero, obtención de información que no es útil para la
comprensión del problema y su tratamiento, y recelo del cliente por el hecho de que se
exploren áreas que no considera pertinentes. Además, el código deontológico del Colegio
de Psicólogos señala que el psicólogo sólo recogerá la información estrictamente necesa-
ria para desempeñar las tareas para las que ha sido requerido y siempre con la autoriza-
ción del cliente.
del programa de tratamiento. Este segundo enfoque parece el más aconsejable. Para lle-
varlo a cabo, pueden seguirse los siguientes pasos:
# Decidir las áreas a explorar en función del problema/s presentado/s por el cliente y
de la información obtenida.
# Hacer una pregunta general sobre cada área seleccionada (p.ej., “explíqueme cómo
se lleva con su pareja”) y luego, otra sobre posibles insatisfacciones o dificultades,
caso de que el cliente no mencione nada al respecto.
Parece más aconsejable que la exploración general se realice después de la evaluación cen-
trada en los problemas, ya que si no, el cliente podría sentirse incomprendido, dudar de la perti-
nencia de la información que se le pide –mucha de ella no conectada aparentemente con lo que le
preocupa– y no colaborar con la misma intensidad. De todos modos, si el cliente menciona con
relación a su problema alguna de las áreas antes citadas, habrá que explorarlas como parte del
análisis del mismo. En estas áreas pueden encontrarse problemas paralelos al problema motivo de
consulta o variables que influyen en este último.
Parte de la información recogida en la fase de análisis del problema puede servir para estable-
cer, si se desea, un diagnóstico oficial. Este puede facilitar la comunicación con otros profesiona-
les. Sin embargo, no conviene perder de vista que el mismo trastorno en distintas personas puede
ser causado y mantenido por factores bastante diferentes. De todos modos, el diagnóstico puede
ser útil para seleccionar un tratamiento cuando los clientes de una categoría diagnóstica son
relativamente homogéneos, se dispone de un tratamiento potente y la razón coste/beneficios des-
aconseja la realización de una evaluación idiográfica.
Una vez analizados los problemas del paciente, el terapeuta sabrá si puede corresponder a sus
demandas. De no ser así, deberá derivarlo a otro centro o terapeuta que sí esté capacitado al res-
pecto. La derivación de un paciente puede tener lugar en cualquier momento del proceso y no
sólo al inicio. Posibles razones para la derivación son:
- El terapeuta no domina los programas de tratamiento que son eficaces para el problema prin-
cipal del cliente.
Proceso - 21
- El cliente presenta problemas para los que: a) no hay tratamiento psicológico, b) el terapeuta
no lo conoce o c) existe un tratamiento alternativo más eficaz.
- El terapeuta desarrolla fuertes sentimientos positivos o negativos hacia el cliente que interfie-
ren en el tratamiento.
- El cliente hace revivir en el terapeuta algún problema propio que influye negativamente en la
terapia.
- El terapeuta está pasando por una mala época y no puede actuar con la suficiente competen-
cia.
- El cliente solicita acudir a algún otro centro o terapeuta, ya sea por alguna de las razones ante-
riores o por otras (p.ej., cambio de residencia, centro que esté más próximo, terapeuta que sea
del otro sexo, dificultades económicas, etc.).
También hay que tener en cuenta que en otros casos, la naturaleza del problema o problemas
requerirá la colaboración con otros profesionales (médicos, psiquiatras, pedagogos, sacerdotes,
abogados), grupos de autoayuda (alcohólicos anónimos, padres sin pareja) o centros de crisis
(para intentos de suicidio, violaciones, embarazos no deseados y abortos, malos tratos).
anterior. Al analizar los problemas del cliente surgen ya las primeras hipótesis explicativas más o
menos amplias que se intentan contrastar en mayor o menor medida, de modo que, en función de
los resultados, se modifican o no las hipótesis. De hecho, la recogida de información y la gene-
ración y contraste de hipótesis tienen lugar en la mayoría de casos en una serie de ciclos y no
sólo en las dos fases en que, por motivos didácticos, han sido separadas aquí.
En la fase que nos ocupa, la información previamente obtenida es organizada de modo que se
establecen relaciones entre las distintas variables de un problema y/o entre los distintos pro-
blemas de un cliente. Se formulan así una o más hipótesis explicativas sobre el mantenimiento
(hipótesis de mantenimiento) y sobre el origen y desarrollo del problema/s (hipótesis histórica),
hipótesis que son contrastadas de distintos modos. 5
Ejemplos de hipótesis sencillas: a) Un dolor de cabeza puede ser explicado por una falta de
aserción en situaciones sociales y por el escape o evitación de estas situaciones. b) Una disfunción
eréctil puede ocurrir en función de la ansiedad y anticipación de fracaso generadas por algunas
experiencias fallidas en una época de estrés laboral. c) Un niño puede no obedecer a sus padres
porque estos le repiten muchas veces las órdenes, pero no le proporcionan consecuencias diferen-
ciales según obedezca o no. d) Una compulsión se mantiene porque reduce o impide el incremento
de la ansiedad producida por una obsesión. e) Una anorgasmia puede explicarse en función de
unos conocimientos sexuales inadecuados, una actitud negativa hacia el sexo y un déficit de esti-
mulación sexual por parte de la pareja.
Un modelo explicativo general de la fobia social puede verse representado de forma gráfica
en la figura 1. Asimismo, en la figura 2 puede verse un modelo explicativo para una mujer que
presentaba trastorno de pánico con agorafobia. Veamos ahora con más detalle el caso de la fobia
escolar. Algunos factores predisponentes a la fobia escolar pueden ser la existencia de trastornos
de ansiedad (especialmente agorafobia) o de depresión en los padres, los cuales dificultan el
aprendizaje de estrategias de afrontamiento por parte del niño; el provenir de familias pequeñas y
muy unidas en las que los niños mantienen relaciones muy estrechas o dependientes con sus pa-
dres; la sobreprotección por parte de los padres; la existencia de ansiedad por separación en el
niño; y la presencia de ansiedad o temor moderado en situaciones escolares específicas. Entre los
factores precipitantes y/o mantenedores de la fobia escolar pueden distinguirse:
- Factores relacionados con el niño. Aparte de los miedos citados arriba, pueden influir el
miedo a la separación de los padres; una mayor dependencia de estos; problemas de aser-
tividad y de relaciones sociales; niveles excesivos de aspiración académica; estar acom-
plejado por algún aspecto de la apariencia física que puede ponerse de manifiesto en las
clases o al desnudarse; celos exagerados de un hermano; angustia por la menstruación o
la masturbación. Puede haber un bajo rendimiento escolar (en ciertas materias o en gene-
ral) y/o un miedo al mismo debido a una serie de factores (niño, escuela, medio cultural).
Proceso - 23
Algunos niños no quieren volver a la escuela porque no pueden explicar su ausencia a sus
compañeros de un modo aceptable.
- Factores relacionados con la familia. Sobreprotección del niño por parte de uno o am-
bos padres; relación muy estrecha de la madre con el niño y relación distante con el ma-
rido; expectativas poco realistas sobre el rendimiento escolar del niño; falta de recursos
de los padres para conseguir llevarlo a la escuela (p.ej., no poder manejar física o psico-
lógicamente las rabietas del niño, no sentirse capaz de manejar a la vez tanto al niño co-
mo a sus hermanos más pequeños); desajuste marital; algún progenitor o la familia sale
beneficiado de que el hijo se quede en casa (p.ej., una madre agorafóbica o deprimida) o
de que presente un problema que permite no atender a otros problemas más dolorosos
(p.ej., insatisfacción marital); conflictos entre los padres y la escuela; padres que valoran
poco la educación escolar o que tienen actitudes negativas hacia la escuela.
- Otras consecuencias de la fobia escolar, tanto a corto/medio plazo (retraso escolar, ais-
lamiento social, sentimientos de culpa) como a largo plazo: menores oportunidades para
cursar una educación superior, problemas de empleo, dificultades sociales y mayor riesgo
de trastornos psiquiátricos futuros.
Es necesario considerar estos factores y las relaciones entre los mismos para explicar el ori-
gen y mantenimiento de la fobia escolar. Este tipo de análisis que consideran las relaciones causa-
les presentes en un trastorno considerado en general se conocen como modelos nomotéticos. Es-
tos son útiles en cuanto proporcionan, a modo de guía, un conjunto de posibles variables causales
que pueden ser importantes o no para el cliente con el que se trabaja. Un ejemplo de modelo no-
motético presentado de forma gráfica puede verse en la figura 1. Sin embargo, el modelo expli-
cativo importante en clínica es el idiográfico, aquel dirigido a identificar las relaciones causales
que permiten explicar los problemas de un cliente determinado (véase la figura 2 y Labrador, Es-
tupiñá y Durán, 2008).
Otros ejemplos de modelos nomotéticos para distintos trastornos son los siguientes: trastorno
de pánico con agorafobia (Bados, 2006), trastorno obsesivo-compulsivo (Cruzado, 1998), fobias
específicas (Bados y Coronas, 2005), hipocondría (Botella y Martínez, 1997), disfunciones sexua-
les (Labrador, 1998), anorexia (Buceta, 1996; Saldaña, 1994), bulimia (Raich; 1994; Saldaña,
1994), tabaquismo (Gil, 1998), dolor crónico (Comeche y Vallejo, 1998).
trado que el método subjetivo subestima la magnitud de las correlaciones grandes y sobrestima la
de las pequeñas. Por ello, lo ideal sería emplear algún medio estadístico como las correlaciones o
el análisis de las probabilidades condicionales, aunque, por el momento, esto no se lleva a cabo en
la clínica cotidiana.
Emmelkamp, Bouman y Scholing (1992, cap. 3) han distinguido dos niveles de análisis fun-
cional o modelos explicativos: a) análisis de las relaciones funcionales entre distintos problemas
que pueda presentar el paciente (macroanálisis) y b) análisis de las relaciones funcionales dentro
de un problema específico (microanálisis). En las figuras 3 y 4 se presenta un ejemplo de cada
uno de ellos para una paciente agorafóbica. El primero está centrado en los distintos problemas de
la paciente y el segundo en el trastorno agorafóbico. Salvo para casos sencillos, lo aconsejable es
comenzar por un macroanálisis y después realizar el o los microanálisis necesarios centrados en
un problema concreto y con un mayor nivel de especificidad.
- Estudiar la evolución del problema, especialmente los factores asociados con las épocas
de mejoría y empeoramiento.
CONTRASTE DE HIPÓTESIS
Formulada una hipótesis explicativa, el siguiente paso es contrastarla. Estas dos actividades
pueden irse sucediendo hasta lograr una hipótesis correcta. Existen dos formas básicas de contras-
te de hipótesis, a priori y a posteriori, según se lleven a cabo antes o después del tratamiento. En
la fase que nos ocupa, el contraste que se lleva a cabo es el a priori. Esto puede hacerse derivan-
do predicciones específicas de la hipótesis y empleando distintas estrategias para recoger infor-
mación dirigida tanto a confirmar como a invalidar dichas predicciones. Las estrategias em-
pleadas suelen ser de dos tipos, fundamentalmente del primero:
lidas, aunque una explicación alternativa es que el grado de concordancia entre distintas
técnicas de evaluación no es muy elevado.
# Un ejemplo de esta estrategia es el siguiente. Tras la primera entrevista con una ma-
dre, un psicólogo se ha planteado la hipótesis de que un niño desobedece a sus padres
porque estos no aplican correctamente los reforzadores y castigos. A partir de aquí
deriva dos predicciones específicas: a) los padres le refuerzan pocas veces o insufi-
cientemente cuando obedece, y b) los padres amenazan al niño con castigos que lue-
go no hacen cumplir. Para comprobar estas predicciones, podría utilizar otros méto-
dos como hacer preguntas específicas al respecto a ambos padres y al niño y/o solici-
tarles que cumplimentaran un autorregistro de su actuación ante las obediencias y
desobediencias del niño.
Conviene enfatizar que la recogida de datos debe ir dirigida no sólo a confirmar predicciones,
sino también a invalidarlas. La tendencia natural del ser humano parece ser buscar o seleccionar
aquella información que confirma aquello que ya se cree o piensa y pasar por alto los datos que lo
contradicen. Por tanto, es necesario hacer un esfuerzo deliberado para recoger información
disconfirmatoria.
El contraste de las hipótesis históricas es siempre mucho menos potente que el de las de man-
tenimiento debido al tiempo transcurrido. De hecho, en la mayoría de los casos las hipótesis
históricas no se contrastan.
Una vez que se ha analizado el problema y se dispone de una hipótesis explicativa en prin-
cipio correcta, se está en condiciones de hacer un pronóstico, esto es una predicción de cuál será
la evolución del problema en el futuro sin tratamiento. El pronóstico puede incluir la identifica-
ción de aquellos factores que, caso de aparecer, pueden producir una mejora o un empeoramiento
del problema. La emisión de un pronóstico se ve facilitada por el conocimiento de casos clínicos
parecidos y por las predicciones realizadas por las teorías básicas o psicopatológicas.
Cuando el terapeuta tiene más o menos clara una hipótesis explicativa del problema del clien-
Proceso - 26
te, se forja una idea preliminar de los objetivos a conseguir y del programa general de trata-
miento que se podría aplicar. Sin embargo, la formulación definitiva de los objetivos y tratamien-
to dependerá de los acuerdos que se establezcan con el paciente.
Es aconsejable ir dibujando el modelo explicativo en una pizarra u hoja de papel para que
terapeuta y paciente puedan verlo y discutirlo juntos. Una vez acordado el modelo explicativo,
conviene darle al cliente una copia por escrito para que pueda consultarla cuando desee o se le
pida.
Para descartar que existan otros problemas que no se han detectado durante la evaluación,
conviene preguntar al cliente si hay algún tema que no se ha abordado y que desearía comentar.
Asimismo, el terapeuta debe asegurarse de que el cliente comprende la conceptualización; para
ello, puede pedirle que la explique con sus propias palabras o hacerle preguntas sobre los as-
pectos que sospecha que no ha comprendido.
ESTABLECIMIENTO DE OBJETIVOS
Lo habitual es que un paciente presente varios problemas susceptibles de ser tratados. Por
tanto, hay que decidir en primer lugar sobre cuáles de esos problemas se va a intervenir. En
segundo lugar, si hay varios problemas a tratar, es improbable que puedan ser abordados todos a
la vez, ya que esto implicaría una tarea ingente y difícilmente realizable para el cliente. En conse-
cuencia, se trata de establecer unas prioridades de actuación: decidir qué problemas se van a
tratar y seleccionar qué problema o problemas se van a considerar primero. Para ello, existen unos
criterios orientativos a seguir:
- Gravedad del problema. Se comienza por aquellos problemas que supongan un mayor
peligro para el cliente u otras personas o una mayor interferencia en la vida de aquel o es-
tas.
- Malestar que el problema provoca en el cliente y/o en otras personas. Este malestar
no tiene por qué ser proporcional a la gravedad del problema.
- Coste probable del tratamiento en términos de tiempo, esfuerzo y dinero. Por ejem-
plo, en un cliente con baja motivación puede comenzarse por tratar problemas menores
con el fin de obtener cambios notables a corto plazo que alienten al cliente a abordar pro-
blemas más importantes.
Una vez claras las prioridades, el siguiente paso es justificar la necesidad de establecer objeti-
vos específicos a alcanzar respecto al problema o problemas seleccionados y establecer dichos
objetivos. De este modo, terapeuta y cliente saben cuáles son los propósitos concretos de su con-
tacto, se facilita la selección de estrategias terapéuticas adecuadas y se dispone de unos criterios
claros para evaluar los progresos y poner fin al tratamiento. Además, el hecho de establecer obje-
tivos claros facilita las acciones del paciente de cara a conseguirlos y tiene por tanto un efecto
motivador y terapéutico.
- Deben responder a las necesidades del cliente y ser, por lo tanto, individualizados.
- Deben ser realistas, es decir, no deben plantearse metas cuya probabilidad de conseguir-
se sea muy baja. Por ejemplo, alcanzar el peso ideal en el caso de un gran obeso.
- Deben ser específicos. Es decir, hay que describir qué conductas (manifiestas o encubier-
tas) deben instaurarse, incrementarse, eliminarse o reducirse, en qué situaciones y con
qué frecuencia, duración o intensidad. Muchos clientes tienen problemas para ser especí-
ficos en la definición de sus objetivos; hablan, por ejemplo, de mejorar su autoestima, ser
felices o sentirse tan bien como se sentían antes. Ante esto, puede preguntárseles que
harían, sentirían y/o pensarían de forma diferente si esto ocurriese. Si el problema persis-
te, puede ofrecérseles una lista oral o escrita de posibles objetivos para que seleccionen
los que deseen.
- Deben suponer una resolución o al menos una mejora sustancial de los problemas del
cliente que se van a tratar (criterio clínico-social).
- Deben ser acordados con el cliente y no impuestos por el terapeuta u otras personas.
Cuando haya varios clientes, como sucede en la terapia de pareja y familiar, todos ellos
deben estar de acuerdo en los objetivos a lograr.
Conviene señalar, por otra parte, que objetivos muy atemorizantes o que el cliente
puede no tener claros en el momento actual no tienen por qué ser mencionados de entrada
y que otros objetivos no tienen por qué ser operacionalizados con el paciente. Por
ejemplo, podemos compartir con el cliente el objetivo de elevar el estado de ánimo, pero
no que esto se determinará sacando menos de una puntuación X en cierto cuestionario.
- Deben ser aceptables para el cliente y para el terapeuta. Por ejemplo, este último pue-
de no estar de acuerdo con el objetivo de unos padres de que su hijo adolescente les obe-
dezca siempre.
- Siempre que sea posible, deben ser redactados en términos positivos (lo que hay que
hacer) en vez de en términos negativos (lo que no hay que hacer). Posibles ejemplos son
“emplear el preservativo” en vez de “no practicar conductas sexuales de riesgo” u “em-
plear argumentos favorables ante una petición denegada y aceptar el derecho de los de-
más a denegar una petición” en vez de “no pelearse con otros cuando no se consigue lo
que se desea”.
Si fuera necesario motivar al cliente hacia algunas de las metas terapéuticas, se dispone de
algunos medios que son comentados en el tema Habilidades terapéuticas. Por ejemplo, el cliente
puede elaborar una matriz de decisión con las consecuencias positivas y negativas a corto y a
largo plazo de lograr o no sus objetivos, y valorar dichas consecuencias. En los casos en los que
los pacientes tienen miedo a las consecuencias del cambio, habrá que proponer la consecución de
este de modo muy gradual, como medida de seguridad y como forma de comprobar si los miedos
están realmente fundados.
Los objetivos pueden ir dirigidos a: a) Modificar las conductas problemáticas y los facto-
res que influyen en las mismas; por ejemplo, cambiar las pautas de comunicación entre un padre
Proceso - 29
y una hija que hacen que esta acabe siempre llorando, separar a un niño de la familia que lo mal-
trata físicamente, reducir o eliminar las conductas de evitación de un paciente fóbico. b) Ayudar
al cliente a adaptarse mejor a la situación problemática; por ejemplo, aceptar que se tiene una
enfermedad incurable, que no se podrá tener hijos, que uno se pone rojo en ciertas situaciones,
que nuestra pareja es terriblemente desordenada o que a una determinada edad será muy difícil
encontrar trabajo.
Es posible que una vez seleccionados los problemas a tratar y comenzado el tratamiento, el
cliente comunique nuevos problemas que hasta el momento no había mencionado o que han sur-
gido en el curso de la terapia. En estos casos hay que determinar la importancia de dichos proble-
mas y en función de esta, posponer o empezar su evaluación y justificar la decisión al paciente. Si
el problema fuera más urgente que los que se están tratando, se alteraría el orden de prioridades y
se establecerían, por tanto, nuevos objetivos. Por otra parte, si el nuevo problema afectara a los
problemas que se están tratando o a la intervención aplicada, se tendría esto en cuenta a la hora
del tratamiento.
Una vez acordados los objetivos, se dispone ya de la información necesaria para explicar en
líneas generales y justificar al cliente (y a otras personas que vayan a colaborar) el tratamiento
que se seguirá y las probabilidades aproximadas de que tenga éxito. Conviene que las expecta-
tivas de mejora comunicadas al cliente tengan un cariz positivo, pero al mismo tiempo sean re-
alistas. Inducir expectativas exageradas que luego no se consiguen tiene un impacto terapéutico
claramente negativo. En cuanto a la duración aproximada del tratamiento, conviene preguntar al
cliente sobre el número de sesiones que anticipa, ya que los pacientes suelen esperar un número
bastante más bajo de visitas que los terapeutas y el número anticipado de sesiones es el mejor
predictor de sesiones atendidas (Mueller y Pekarik, 2000). Por tanto, en caso de que haya una
amplia divergencia conviene discutir la cuestión para llegar a un acuerdo sobre lo que puede du-
rar más o menos la intervención; también se ha de informar sobre la frecuencia y duración de
las sesiones. En aquellos casos en que no pueda establecerse una buena estimación de la duración
aproximada del tratamiento, puede fijarse un límite de tiempo (p.ej., 8 semanas) para evaluar lo
que se ha conseguido y lo que queda por hacer.
a) Debe ser informado de forma comprensible del tratamiento que se le va a aplicar, de sus
objetivos, de la duración estimada del mismo, de otros posibles tratamientos alternativos
y de las ventajas y desventajas de cada uno (incluyendo resultados probables, posibles
efectos adversos y coste económico).
b) Debe ser informado de las cualificaciones profesionales del terapeuta –incluyendo su
experiencia en general y con respecto al problema a tratar–, de si está siendo supervisado
y de los límites de la confidencialidad.
c) El consentimiento debe estar libre de presiones y coacción.
d) El cliente puede retirar el consentimiento en cualquier momento.
El consentimiento debe darse por escrito en el caso de tratamientos que comporten inconve-
nientes notables que puedan repercutir en la salud del paciente; también es aconsejable que sea
por escrito en el caso de tratamientos experimentales. Un aspecto importante a tener en cuenta es
Proceso - 30
que un paciente tiene derecho legal no sólo a ser informado, sino a renunciar a recibir esta
información. En este último caso, ha de hacerse constar la renuncia documentalmente, sin que
esto quiera decir que no haya de obtenerse el consentimiento del paciente para la intervención.
Una vez seleccionadas las variables explicativas a modificar, hay que elegir las técnicas y
los medios que se emplearán para lograrlo. Para ello, hay que tener en cuenta los siguientes
criterios:
- Eficacia de la intervención respecto a las variables a modificar, a ser posible con el tipo
de cliente con el que se está trabajando.
- Variables del cliente tales como edad, recursos y limitaciones (capacidad de autocontrol,
nivel intelectual, capacidad de imaginación, tiempo disponible, humor deprimido), moti-
vación y aceptabilidad e importancia que los procedimientos terapéuticos tengan para él.
Por ejemplo, en función del nivel del cliente se decide el lenguaje empleado, si las ins-
Proceso - 31
trucciones se dan por escrito o sólo habladas, si se emplean medios audiovisuales para
ilustrarlas y el número de veces que se repiten.
- Variables del terapeuta tales como competencia en la aplicación de las diversas técni-
cas, preferencias por unas u otras y valores éticos (quizá no quiera emplear procedimien-
tos aversivos, p.ej.). Si el terapeuta no domina las técnicas que parecen más aconsejables
para un caso dado, puede intentar aprenderlas o si no, deberá derivar al cliente a otro pro-
fesional.
- Variables del medio tales como personas allegadas que pueden colaborar o interferir,
según la aceptabilidad e importancia que las metas y procedimientos terapéuticos tengan
para ellas, y contextos de intervención disponibles (escuela, trabajo, hospital, grupo).
El programa de tratamiento debe especificar no sólo qué técnicas se van a emplear y para qué
conductas problemáticas y variables explicativas, sino también cuál va a ser la secuencia tempo-
ral de las técnicas aplicadas, incluido aquí las que se utilizarán simultáneamente. Además, las
técnicas elegidas implican uno o más de los siguientes modos de intervención: verbal (siempre
se da), instigación, replicación e intervención directa:
Aunque el plan general de tratamiento a aplicar ya está acordado, la forma concreta de lle-
varlo a cabo se va diseñando paso a paso siguiendo la secuencia temporal planificada y de
acuerdo con las incidencias que se vayan produciendo. A este respecto es importante anticipar o
identificar por una parte e intentar solucionar por otra los posibles obstáculos que puedan exis-
tir para la aplicación del tratamiento. Asimismo, hay que explicar y justificar al cliente (y a otras
personas que vayan a colaborar) cada técnica en el momento en que es introducida y pedirle que
formule cualesquiera dudas, preguntas u objeciones que pueda tener con la finalidad de que
puedan ser discutidas y pueda alcanzarse un acuerdo al respecto.
- Establecimiento del orden del día. Se trata de determinar qué se va a hacer en la sesión
y en qué orden. La finalidad es doble: a) hacer que la terapia no se desvíe de la concep-
tualización del problema y de los objetivos específicos perseguidos, y b) proporcionar a
la vez la flexibilidad necesaria para trabajar con otros problemas cuando surgen y se con-
sidera importante dedicarles atención (p.ej., crisis, empeoramiento notable). El orden de
la sesión, aunque previamente pensado por el terapeuta, se termina de establecer de co-
mún acuerdo con el paciente. Naturalmente, en las primeras fases del tratamiento el tera-
peuta será más directivo, ya que el cliente sabe poco sobre la terapia; en cambio, en las
últimas fases la mayor parte de la responsabilidad puede recaer sobre el paciente.
- Revisión de las actividades entre sesiones. Se trata de ver cómo han ido las actividades
acordadas (a través de la revisión de los autorregistros correspondientes), lo que el pa-
ciente ha aprendido de las mismas, los posibles obstáculos que ha habido para su realiza-
ción y las dificultades que han podido surgir al llevarlas a cabo. Deberán buscarse solu-
ciones para abordar los problemas detectados.
Proceso - 33
- Acuerdo sobre las actividades a realizar entre sesiones. Las actividades han de ser
acordadas, aunque el nivel de colaboración dependerá de la fase del tratamiento. Por otra
parte, las actividades deben derivarse de lo que se ha trabajado en la sesión, estar clara-
mente descritas y justificadas, y hay que tratar de anticipar posibles dificultades para la
realización de las mismas. Terapeuta y paciente deben quedarse con una copia escrita de
las actividades para minimizar problemas de incomprensión u olvido. En este mismo sen-
tido, puesto que los pacientes recuerdan sólo una parte mínima de las sesiones, conviene
pedirles que tomen notas de los puntos importantes que van saliendo durante la sesión o
darles una cinta de la sesión para que la escuchen y apunten los aspectos clave y lo que
no han comprendido.
Durante la aplicación del tratamiento se sigue llevando a cabo una evaluación continua de
los resultados que se van obteniendo para comprobar si se producen o no los cambios en el senti-
do deseado. Esta evaluación requiere seguir recogiendo datos empleando alguno/s de los instru-
mentos pasados en la evaluación inicial, en principio aquel/los que sea/n más sensible/s a los
cambios a corto plazo. Lo más común es utilizar la entrevista, cuestionarios y/o autorregistros.
Conviene enfatizar que sin una evaluación continua, es frecuente que los terapeutas no se percaten
de que un cliente no progresa. No es raro que se engañen al respecto dando excesiva importancia a
pequeñas mejoras es aspectos no significativos o concluyendo que un paciente que sigue viniendo
es porque está mejorando (Persons y Mikami, 2002). Estos autores presentan un algoritmo con
pasos que ayudan a prevenir, identificar, superar y aceptar el fracaso terapéutico.
Tabular los datos que se van obteniendo y representar de forma gráfica los más importan-
tes constituye una fuente inmediata de retroalimentación para el terapeuta y el cliente y facilita la
detección rápida de los progresos o de la falta de los mismos. Hay que procurar promover atribu-
ciones internas para los logros conseguidos, es decir, que estos sean atribuidos por el cliente a
su esfuerzo y trabajo personal en vez de al terapeuta o a otras fuentes externas. Si los resultados
Proceso - 34
parciales indican, tras el paso de un tiempo razonable, que el tratamiento es poco o nada efi-
caz, hay que considerar los siguientes puntos:
- ¿Son exactos los datos en los que se fundamenta la falta de progreso? ¿Hay señales de
cambio que quizá no se hayan descubierto? Puede que los métodos de evaluación no
hayan sido empleados correctamente. O bien la conclusión puede estar basada no en da-
tos concretos, sino en el sentimiento del cliente o del terapeuta de que nada ha cambiado.
- Si los datos son concretos y no se aprecia progreso, hay que preguntarse si el tratamien-
to está siendo aplicado según se había planeado. Es posible que el terapeuta, el cliente
o personas colaboradoras se aparten de las pautas establecidas, lo cual puede saberse a
través de preguntas detalladas y registros. Si es así, hay que averiguar las razones (p.ej.,
déficit de habilidades, falta de motivación, miedos, objeciones a la intervención) y actuar
en consecuencia.
- Si el tratamiento está siendo aplicado correctamente, pero sin resultar eficaz, hay
que plantearse si conviene modificar el tratamiento; por ejemplo, dedicando más tiem-
po a una técnica, variando aspectos de una técnica o introduciendo una técnica nueva. De
todos modos, la mejor opción suele ser reconsiderar la evaluación del problema y la
hipótesis explicativa, lo que implica: a) evaluar detalladamente posibles factores que
puedan estar influyendo en el problema o interfiriendo en su tratamiento, y b) elaborar un
nuevo programa de tratamiento. Entre los factores a evaluar es importante considerar los
siguientes: estrés crónico, estrés agudo severo, enfermedades físicas, características per-
sonales, posibles beneficios del trastorno y otros problemas no detectados previamente o
que no se habían considerado significativos; por ejemplo, otros trastornos de ansiedad,
falta de aserción, depresión, hipocondría, problemas conyugales, trastornos de personali-
dad, abuso de sustancias.
Si ninguna de las opciones anteriores funciona, puede consultarse con otro terapeuta,
considerar el empleo de medicación (si no se está usando ya) y, en caso necesario, derivar
al cliente
Hay que tener en cuenta que el programa de tratamiento puede ser modificado o sustitui-
do no sólo por resultar ineficaz, sino también por otras razones tales como surgimiento de nuevos
problemas más apremiantes, aparición de nuevos datos que modifiquen la situación o la hipó-
tesis explicativa (nuevas variables explicativas, cambio de peso de las variables explicativas), etc.
Cuando los datos proporcionados por la evaluación durante el tratamiento indican que se han
alcanzado los objetivos terapéuticos (ya sea totalmente o la mayor aproximación posible a los
mismos), se lleva a cabo una evaluación postratamiento más detallada y precisa, la cual con-
firmará o no la conveniencia de poner fin a la terapia. No obstante, antes de alcanzar este punto,
terapeuta y cliente deben COMENZAR A PLANIFICAR LA TERMINACIÓN DE LA
INTERVENCIÓN. Ambos deben valorar los cambios conseguidos, discutir lo que queda por
hacer, dejar claro que se aproxima el final y considerar la conveniencia de ir espaciando el tiempo
entre sesiones o sustituyendo algunas de estas por contactos telefónicos con el terapeuta.
b) El terapeuta comprueba que el cliente no cambia o incluso empeora tras un tiempo ra-
zonable de terapia a pesar de haber introducido los cambios oportunos.
c) El cliente abandona el tratamiento, lo cual puede ser debido a una diversidad de moti-
vos: satisfacción con lo ya conseguido (p.ej., el cliente cree que ha logrado una mejora
suficiente o se siente capaz de seguir solo), decepción con lo logrado, estancamiento de
los resultados, empeoramiento, mala relación terapéutica, falta de acuerdo sobre el trata-
miento o sobre las metas, poca confianza en el tratamiento, tratamiento muy exigente o
que requiere más esfuerzo del que se puede o desea invertir, intervención demasiado lar-
ga o compleja, tratamiento con efectos secundarios indeseados (p.ej., angustia, pérdida de
control personal, disminución de la autoestima), interferencia por parte de otros (p.ej., la
pareja encuentra innecesario seguir con el tratamiento), otras razones externas (cuestiones
económicas, horarios, enfermedad, cambio de lugar de residencia, otras responsabilida-
des).
Es interesante remarcar que los terapeutas estiman un porcentaje de abandono del tratamiento
que es la mitad del que realmente se produce (del 35% al 65% por lo general). Asimismo, en al-
gunos estudios se ha preguntado a terapeutas y pacientes por las razones del abandono del trata-
miento. Los primeros, en comparación a los segundos, mencionan más frecuentemente la mejora
del cliente y menos frecuentemente la insatisfacción con el tratamiento o el terapeuta (Todd, Dea-
ne y Bragdon, 2003). Otro dato interesante es que a veces los clientes informan de razones exter-
nas para el abandono, pero realmente lo que subyace es una insatisfacción con la terapia.
En función del análisis anterior, posibles soluciones son reestructurar ideas equivocadas y
seguir con el tratamiento, introducir cambios en este o en la manera de relacionarse con el cliente,
modificar los objetivos terapéuticos, reducir el coste de las sesiones o preguntar al cliente si desea
continuar el tratamiento con otro terapeuta y, de ser así, facilitarle uno o más nombres si quiere. Si
el paciente no desea continuar, hay que respetar su decisión y dejar abiertas las puertas a una po-
sible reanudación de la terapia. Sin embargo, en el caso de trastornos con implicaciones graves si
no son tratados (depresión mayor con riesgo de suicidio, paidofilia), hay que poner un empeño
especial en que vuelvan a consulta o derivarlos a otro centro.
Proceso - 36
En algunos casos el cliente quiere seguir con la terapia mientras que el terapeuta cree
oportuno finalizarla. Puede haber varios motivos para esto: a) existen otros problemas que el tera-
peuta no conoce o no considera importantes, b) el paciente piensa que no ha mejorado lo suficien-
te, c) el paciente está inseguro de mantener la mejora sin la ayuda del terapeuta, d) el cliente ha
establecido una relación de dependencia con el terapeuta, e) el terapeuta quiere acabar el trata-
miento por razones no terapéuticas.
Posibles indicios de dependencia respecto al terapeuta hacia el final del tratamiento son
la resistencia a acabar el mismo basándose en razones vagas o poco convincentes, la reaparición o
intensificación sin causa aparente de problemas del cliente y el interés en tratar otros problemas
que el terapeuta no ve como motivos de consulta. En este caso, conviene analizar los motivos del
paciente para seguir la relación terapéutica, valorar los pros y los contras de continuar con el tra-
tamiento y, a partir de aquí, establecer de mutuo acuerdo pautas de acción que favorezcan el com-
portamiento progresivamente más independiente del cliente.
Cuando un terapeuta sabe con antelación que no podrá acabar la terapia con un paciente
(p.ej., es un residente con un tiempo limitado de permanencia en un centro, va a trasladarse, va a
ser operado), debe advertir al paciente con antelación y estar atento a sus posibles reacciones,
adelantarle también el nombre del nuevo terapeuta que le atenderá, darle referencias positivas del
mismo e indicarle, si es posible, que se realizará con el mismo alguna sesión conjunta previa.
Cuando se acerca el momento, hay que: a) prestar atención a los posibles sentimientos de abando-
no, tristeza, ansiedad, inseguridad o enfado, b) revisar hasta dónde se ha llegado, y c) comunicar
expectativas positivas sobre la continuación del tratamiento con el nuevo terapeuta.
Para decidir el nivel de cambio logrado en las distintas variables dependientes puede seguirse
un criterio cuantitativo y un criterio clínico-social.
El criterio cuantitativo implica comparar los datos postratamiento con los datos obtenidos
en el pretratamiento o, si es el caso, con los datos obtenidos en un grupo de control (p.ej., de
lista de espera). La comparación puede hacerse a nivel gráfico o estadístico. Un método sencillo
de lograr esto es calcular el porcentaje de mejora restando la puntuación postratamiento de la
puntuación pretratamiento y dividiendo este resultado por la puntuación pretratamiento. Se consi-
dera que ha habido una mejora significativa si el porcentaje resultante es igual o mayor que un
determinado valor arbitrario, el cual ha variado, según los autores, del 20% al 50%. Otro método
es utilizar el índice de cambio estadísticamente fiable que se describe más abajo. Cuando se
emplean varias medidas, puede darse un punto por cada una de ellas en que haya habido un cam-
bio cuantitativo y calcular un nivel de mejora según el número de puntos obtenido. Puede verse un
ejemplo más abajo, cuando se habla de los criterios prefijados de significación clínico-social (ni-
vel de mejora).
El criterio cuantitativo es necesario, pero no suficiente, ya que no basta con que haya un
cambio, sino que además este debe ser clínica y/o socialmente significativo. Por ejemplo, ima-
ginemos que la depresión fuera medida adecuadamente con una escala de 0 a 10 y que un paciente
obtiene un nivel promedio de 9 durante la línea base y de 7 tras el tratamiento. La diferencia es
clara, pero de poca relevancia, ya que el paciente sigue estando muy deprimido. Se requeriría,
quizá, una mejora de 4 puntos antes de que el cambio fuera considerado clínicamente importante y
una mejora de 6 puntos antes de que el cambio fuera visto como totalmente significativo desde un
punto de vista clínico-social.
En la gráfica siguiente puede verse la evolución del peso del pretratamiento al postratamiento
de tres chicas anoréxicas de 1,65 metros de altura y 40,8 kg de peso al inicio del tratamiento. Su
Índice de Masa Corporal [IMC = Peso (en kilos) / Altura2 (en metros)] era 14,99, indicativo de un
infrapeso grave. En los tres casos hay un cambio cuantitativo traducido en una ganancia del
13,2%, 26,7% y 40,2% del peso inicial respectivamente. Ahora bien, en el primer caso la ganancia
de peso ha sido insuficiente, ya que sigue estando dentro de la categoría de infrapeso grave. El
segundo y tercer casos representan ejemplos de cambio clínicamente significativo, ya que no pre-
sentan infrapeso peligroso; el cambio es especialmente significativo en el último caso puesto que
Proceso - 38
Así pues, los cambios en las conductas problemáticas deben ser de tal magnitud que supongan
una resolución o al menos una mejora sustancial de los problemas para los que se ha aplicado la
intervención. Por tanto, el criterio clínico-social implica una comparación entre el cambio
logrado y el nivel de cambio requerido para que desaparezcan o se reduzcan notablemente
los problemas tratados. O, en otras palabras, una comparación entre lo que se ha logrado y los
objetivos terapéuticos propuestos (dado que estos hayan sido bien elegidos). Como señala
Kazdin (1999), la significación clínica se refiere a la importancia práctica del efecto de la inter-
vención, es decir, a si esta produce un impacto notable o palpable en la vida diaria del paciente o
de otros con los que este interactúa.
Para concluir que ha habido un cambio clínica y/o socialmente significativo, se requiere en
primer lugar que haya habido una mejora estadísticamente fiable, aunque en ocasiones se han
utilizado otros criterios de mejora: a) porcentaje de mejora superior a un determinado valor arbi-
trario, el cual ha oscilado entre el 20% y el 50%; b) valoración que hace el cliente, personas en
contacto con este (incluido el terapeuta) o jueces que no le conocen sobre el grado en que el pa-
ciente ha cambiado en los problemas de interés (para mejor o peor). Sin embargo, el grado de
mejora conseguido puede ser insuficiente y no dice nada sobre si el nivel final de funcionamiento
es adecuado o no. Por lo tanto, se necesita además emplear uno o más de los siguientes medios
(para una revisión, véase Ogles, Lunnen y Bonesteel, 2001):
1) Comparación del funcionamiento del cliente en las áreas de interés con el de un grupo
normativo constituido por personas de características similares a él, pero que no presen-
tan el problema. A veces, el grupo normativo está formado por personas de la población
general, sin excluir a los que también pudieran presentar problemas similares. En este ca-
so, el criterio no es tan riguroso.
2) Comparación del funcionamiento del cliente en las áreas de interés con el prefijado arbi-
Proceso - 39
3) Valoración que hace el cliente o personas en contacto con este (incluido el terapeuta)
sobre el grado en que los problemas del paciente siguen siendo importantes e inca-
pacitantes; por ejemplo, en una escala de 0 (El problema ya no existe. No me perturba ni
me afecta) a 8 (Es grave. Me perturba o incapacita muchísimo). Este criterio no refleja un
cambio en medidas sintomáticas, como puede ser el caso de los dos criterios anteriores,
sino el grado en que el cliente y/u otras personas consideran que el cambio ha sido impor-
tante y ha tenido un impacto en su vida diaria.
Naturalmente, las evaluaciones hechas por el cliente y por otras personas no tienen
por qué coincidir, ya que están influidas por variables y sesgos diferentes. Por ejemplo,
un cliente puede decir que su problema le perturba poco simplemente por agradecimiento
hacia el terapeuta o porque cree que es lo que se espera que diga. Por otra parte, cuando
las evaluaciones son hechas por otras personas, estas pueden tardar en darse cuenta de los
cambios conseguidos por el cliente. Finalmente, las valoraciones de pacientes y terapeu-
tas pueden divergir claramente por estar basadas en criterios diferentes.
4) Valoración que hacen jueces que no conocen al cliente sobre el grado en que este
tiene un funcionamiento adecuado en las áreas de interés o presenta determinados
problemas. Un caso especial de esto último es establecer si un paciente presenta o no el
diagnóstico del trastorno por el que ha sido tratado. Sin embargo, conviene señalar que a
pesar de no presentar ya un determinado diagnóstico (p.ej., agorafobia), una persona pue-
de ser más similar a los agorafóbicos que a los no agorafóbicos en variables relevantes
para el diagnóstico; es decir, puede seguir presentando síntomas residuales importantes.
Debido a esto, seguir presentando o no cierto diagnóstico no es un criterio riguroso de
significación clínica.
A continuación veremos ejemplos de los dos primeros medios, los cuales son objetivos. De
todos modos, sea cual sea el que se utilice, conviene que sea complementado con el empleo
del tercer tipo de criterio (y viceversa, ya que este último es también insuficiente). La razón es
que los dos primeros criterios suelen enfatizar la reducción de síntomas o limitarse a la misma a
expensas del deterioro que los clientes presentan en sus actividades personales, laborales, acadé-
micas, familiares, sociales, etc. Aunque síntomas y deterioro suelen estar relacionados, esta rela-
ción puede no ser muy alta. Como afirma Kazdin (1999), un tratamiento puede reducir los sínto-
mas a un nivel normativo y no afectar significativamente al nivel de deterioro o no reducir los
síntomas a nivel normativo, pero mejorar el funcionamiento del paciente en su vida diaria.
tado de restar de uno la fiabilidad test-retest (rxx) de la medida considerada. Si el ICEF excede
±1,96, puede concluirse que el cambio es fiable (p < 0,05); este cambio implica mejora si es en la
dirección de la funcionalidad o empeoramiento si va en la dirección contraria.
(post) - (pre)
ICEF =
Sdif
Sdif = SE √2
SE = DT √ 1 - rxx
El ICEF es un criterio muy estricto para las medidas que tienen una baja fiabilidad. Ade-
más, en otras medidas puede no ser alcanzado por efectos de suelo o de techo; es decir, para las
personas que puntúan moderadamente en dichas medidas en el pretratamiento, el índice puede
requerir un mayor grado de cambio que el que se puede alcanzar en dichas medidas; en estos ca-
sos, puede darse como cumplido el criterio si se alcanza la puntuación postratamiento mínima o
máxima según la dirección de la funcionalidad. Por otra parte, conviene enfatizar que el ICEF
permite saber si un paciente ha mejorado (o empeorado) de modo estadísticamente fiable, pero
por sí solo no dice si el cambio ha sido clínicamente significativo o no. Para decidir esto, debe
cumplirse también el criterio referido al nivel absoluto de funcionamiento tras el tratamiento.
Este segundo criterio implica que el cliente sale de la distribución de la población disfun-
cional o, mejor aún, pasa de la distribución de la población disfuncional a la funcional duran-
te el curso del tratamiento en cualquier variable que se esté utilizando para medir el problema.
Este criterio puede operacionalizarse de tres maneras:
Md x DTf + Mf x DTd
CF =
DTf + DTd
Las tres formas de operacionalizar el segundo criterio proporcionan puntos de corte que
pueden ser muy distintos, tal como puede apreciarse en la figura.
Proceso - 42
Jacobson y Truax (1991) señalan cuándo es recomendable utilizar cada uno de los tres
criterios a, b y c:
- Los criterios b y c son preferibles al a cuando se dispone de las normas necesarias para
calcularlos, ya que permiten situar al cliente con relación a la población funcional en vez
de saber simplemente si cae o no fuera de la población disfuncional.
- El criterio b es el mejor cuando no hay solapamiento, tal como puede ocurrir en el caso
de problemas muy graves (p.ej., autismo, esquizofrenia). Es el criterio más laxo cuando
las distribuciones se solapan.
Sea cual sea el criterio elegido, la idea que subyace tras todos ellos es que sólo hay significa-
ción clínica si un cliente ha sobrepasado algún valor absoluto de mejora que le coloque en la po-
blación funcional. Sin embargo, conviene señalar que también puede hablarse de significación
clínica si un cliente consigue un cambio lo suficientemente importante, aunque no tan grande
como para situarlo en la distribución funcional; un ejemplo sería el de un paciente gravemente
deprimido y hospitalizado que mejora lo suficiente como para recuperar su vida normal, aunque
sigue presentando síntomas depresivos. Definir la significación clínica exclusivamente como un
retorno al funcionamiento normal no es apropiado para todos los trastornos, especialmente para
aquellos que son crónicos y graves como la esquizofrenia y el autismo.
Por otra parte, como señala Kazdin (1999), no siempre la reducción de los síntomas es el
principal objetivo de la terapia. Puede ser que los síntomas estén empeorando y que el trata-
miento detenga o retarde este empeoramiento. O bien, los clientes puede presentar problemas que
es difícil o imposible modificar (p.ej., desfiguración, pérdida de movilidad, enfermedad incurable
propia o de un allegado, pérdida de un ser querido, culpabilidad por una mala acción), pero que
pueden aprender a afrontar modificando la forma que tienen de vivenciar los mismos y de reac-
cionar ante ellos. Esta forma de vivenciar y reaccionar constituiría en estos casos el verdadero
problema.
Conviene señalar que cumplir el criterio a, b o c en una medida no permite por sí solo
hablar de efecto clínicamente significativo; se requiere además que haya habido una mejora
estadísticamente fiable en la misma, más allá de lo que sería esperable por azar o por el error de
medición. A partir de estos dos criterios, un paciente puede ser clasificado como: a) Recuperado:
mejora significativa en la medida de interés según el ICEF y nivel de funcionamiento dentro de la
distribución funcional. b) Mejorado: mejora significativa según el ICEF y nivel de funcionamien-
Proceso - 43
- Qué medidas seleccionar para evaluar la significación clínica. Para cada posible trastor-
no o problema pueden considerarse diferentes aspectos (p.ej., ansiedad, evitación, inter-
pretaciones negativas, deterioro) y para cada uno de estos puede haber diversas medidas
válidas (p.ej., distintos cuestionarios de depresión). Además, existen diversas fuentes de
información que pueden tenerse en cuenta (cliente, personas allegadas, terapeuta, obser-
vadores, maestros, enfermeras, etc.). Sean cuales sean las medidas seleccionadas, deben
estar relacionadas con metas terapéuticas importantes y debe haber pruebas de que refle-
jan un cambio importante en el funcionamiento del paciente en su vida diaria. En este
sentido, las medidas de síntomas deben ser complementadas con otras: funcionamiento
adaptativo, deterioro, calidad de vida, satisfacción con los resultados, impacto de estos
sobre otras personas (Gladis et al., 1999; Kazdin, 1999).
- Cómo combinar las medidas seleccionadas y qué hacer cuándo unas cambian y
otras no. Cuando las medidas se refieren al mismo constructo (p.ej., evitación agorafóbi-
ca), puede calcularse una puntuación compuesta (véase Jacobson y Revenstorf, 1988).
Cuando las medidas reflejan diferentes constructos, es mejor no combinarlas, ya que no
es de esperar que los pacientes cambien igualmente en todas ellas; es mejor entonces cal-
cular la significación clínica para cada una. En este último caso, algunos clínicos conside-
ran que un paciente se ha recuperado en general si ha conseguido un cambio clínicamente
significativo en la mayoría de las medidas consideradas. Puede verse un ejemplo un poco
más abajo, cuando se habla de los criterios prefijados de significación clínico-social (es-
tado final de funcionamiento). Sean cuales sean las medidas utilizadas, para considerar a
un paciente totalmente recuperado debería ser necesario que no tome medicación o reciba
otro tratamiento para su problema y que este no interfiera en su vida cotidiana.
- Cómo definir las poblaciones (funcional y disfuncional) de las que se extraen los datos
normativos. En cuanto a la población disfuncional, para cada cliente habría que disponer
de datos de la población clínica que mejor se ajuste a su caso teniendo en cuenta las ca-
racterísticas que pueden influir en los resultados de las medidas empleadas (p.ej., edad,
sexo, tipo del trastorno). Por lo que se refiere a la población funcional, esta puede definir-
se de dos formas: a) idealmente, como población asintomática o sana; esta excluye a las
personas que presentan algún tipo de trastorno, aunque en ocasiones sólo se han excluido
a las personas que presentan el trastorno de interés; b) alternativamente, como población
general, la cual puede incluir personas con puntuaciones disfuncionales, aunque Jacob-
son y colaboradores recomiendan que no estén buscando o recibiendo terapia. Según co-
mo se defina la población funcional, el punto de corte será más o menos estricto.
tica (véase la figura 5). De este modo, en vez de decidir dicotómicamente si una persona
ha cambiado o no de un modo clínicamente significativo, puede establecerse un cierto
gradiente de significación clínica en función de qué punto de corte sobrepase el cliente.
Puede obtenerse más información en Seggar, Lambert y Hansen (2002), aunque estos au-
tores proponen establecer el punto de corte entre la población general y la asintomática,
lo cual es más estricto.
- Los criterios de Jacobson no pueden ser empleados con aquellos pacientes que ya
puntúan por debajo del punto de corte en el pretratamiento en la medida o medidas
consideradas. Aunque esto es poco probable, puede llegar a ocurrir en un 9% de los casos
en la práctica clínica (véanse los pacientes deprimidos de Westbrook y Kirk, 2005). Una
solución es seleccionar otras medidas.
Una crítica conceptual de los criterios de puntuaciones de corte propuestos por Jacobson pue-
de verse en Hsu (1996). Aunque se han propuesto métodos más complejos, los resultados que
ofrecen suelen ser comparables (Atkins et al., 2005). Por otra parte, en el apéndice se presenta de
forma concreta y gráfica cómo se aplican los tres criterios a la hora de interpretar las puntuaciones
de cuestionarios y valorar la significación clínica de las mismas.
Himadi, Boice y Barlow (1986) proponen los siguientes criterios de mejora o criterios para
determinar si un cliente agorafóbico ha respondido al tratamiento. Se considera que un cliente ha
mejorado con el tratamiento si demuestra al menos un 20% de mejora del pretratamiento al pos-
tratamiento por lo menos en tres de las siguientes medidas:
Estos criterios tienen en cuenta la conducta de evitación, ansiedad subjetiva, pánico e informe
del terapeuta sobre la gravedad agorafóbica, aunque sería conveniente añadir un criterio relativo a
la interferencia producida por la agorafobia, criterio que debería ser cumplido obligatoriamente
para que un paciente fuera considerado mejorado. Además de la mejora del 20% al menos en 3 de
las 5 medidas anteriores, para que un cliente sea considerado como mejorado no debe presentar un
empeoramiento del 20% o más en ninguna de las cinco medidas del pretratamiento al postrata-
miento. Una alternativa al sistema de clasificar a los clientes en mejorados y no mejorados sería
dar un punto por criterio cumplido y establecer las siguientes categorías: mejora elevada (4-5
puntos), media (2-3 puntos) y mínima o nula (0-1 puntos). Cualquier cliente que presentara un
empeoramiento del 20% o más en alguna de las cinco medidas del pretratamiento al postrata-
miento sería clasificado en la categoría de mejora mínima o nula.
Estos cinco criterios reflejan la conducta de evitación, ansiedad subjetiva y pánico, los cuales
son los principales componentes fenomenológicos de la agorafobia. Además, se tienen en cuenta
calificaciones de la gravedad fóbica del cliente hechas por el terapeuta y por una persona allegada.
Como se dijo antes, hubiera sido conveniente añadir un criterio relativo a la interferencia produci-
da por la agorafobia, criterio que debería ser cumplido obligatoriamente para que un paciente fue-
ra considerado recuperado (elevado estado final de funcionamiento). Además, uno puede pregun-
tarse si puede considerarse recuperado a un paciente que cumple los criterios anteriores, pero si-
gue tomando medicación o recibiendo cualquier tipo de tratamiento para su problema.
Una alternativa al sistema de clasificar a los clientes en estado final de funcionamiento eleva-
do y no elevado sería dar un punto por criterio cumplido y establecer las siguientes categorí-
Proceso - 46
as de estado final de funcionamiento: elevado (4-5 puntos), medio (2-3 puntos) y bajo (0-1 pun-
tos) (o bien, puede hablarse de pacientes totalmente, moderadamente y poco recuperados). Es
importante señalar que los criterios de estado final de funcionamiento deben aplicarse sólo a los
clientes que responden o mejoran con el tratamiento, tal como se ha explicado antes. 8
Un problema con los criterios prefijados y arbitrarios es que el porcentaje de clientes mejora-
dos depende de la naturaleza del criterio seleccionado (tipo de variable, fijar valores más o menos
estrictos). En la tabla 1 puede verse como el porcentaje de casos exitosos en el tratamiento del
alcoholismo a los 12 meses de seguimiento varía dramáticamente según el criterio de éxito em-
pleado. ¡Y eso que estos criterios hacen sólo referencia a un único síntoma: el consumo de alco-
hol!
El análisis de los datos permite extraer ciertas conclusiones sobre la adecuación de la hipóte-
sis explicativa. Algunos terapeutas consideran que si ha habido un cambio en las conductas pro-
blemáticas tras el tratamiento, la hipótesis explicativa del problema es correcta; si no, incorrecta.
Sin embargo, que un tratamiento funcione bien no implica necesariamente que la hipótesis
explicativa sea correcta. Es posible que la hipótesis sea total o parcialmente falsa, pero que el
tratamiento o acontecimientos externos al mismo (p.ej., encontrar trabajo o pareja) hayan produ-
cido cambios en los verdaderos factores que controlaban el problema. Por otra parte, puede no
haber cambios tras un tratamiento y eso no quiere decir necesariamente que la hipótesis
explicativa sea incorrecta. Puede que el tratamiento no haya sido aplicado correctamente o que
se haya seleccionado un tratamiento ineficaz.
Por otra parte, está claro que la hipótesis quedará invalidada en aquellos casos en que: a)
se produzcan cambios en las variables explicativas, pero no en las conductas problemáticas o b) se
produzcan cambios en las conductas problemáticas, pero no en las variables explicativas. Como se
dijo antes, si no hay cambios en ninguno de los dos tipos de variables, no es posible saber, en au-
sencia de otras informaciones, si la hipótesis es incorrecta, si el tratamiento ha sido mal aplicado o
si ha resultado ineficaz.
Naturalmente, la cuestión es mucho más compleja todavía. Si hay cambios en las conductas
problemáticas (síndrome depresivo, p.ej.) y en varias variables explicativas (déficit de habili-
dades sociales, frecuencia de reforzamiento social, normas excesivamente elevadas, distorsiones
cognitivas), no es posible concluir sobre si cada de una de estas variables jugaba un papel
causal o meramente correlacional.
nentes y c) existen en el medio del cliente las condiciones necesarias para que se mantenga
dicho cambio, entonces terapeuta y cliente pueden finalizar el tratamiento formal de común
acuerdo y planificar la sesión o sesiones de seguimiento.
Aunque la terminación de la terapia suele ser una experiencia positiva para pacientes y tera-
peutas, una minoría de los clientes pueden presentar sentimientos de abandono, soledad, tristeza y
ansiedad, especialmente si antes habían sufrido alguna pérdida traumática en su vida. Algunos
terapeutas también experimentan sentimientos problemáticos al acabar la terapia: culpa (por aban-
donar al cliente), ansiedad (por cómo le irá al cliente), inseguridad (dudas de haber sabido ayudar
al paciente, las cuales pueden conducir a prolongar el tratamiento) y duelo (por la pérdida de la
relación significativa establecida con el cliente).
SEGUIMIENTO
Una vez transcurrido cierto tiempo desde la terminación del tratamiento, se recogen nuevos
datos para comprobar el grado de mantenimiento de los cambios terapéuticos. El periodo de
seguimiento puede ser más o menos largo e incluir uno o más periodos de evaluación. Una
pauta aconsejable es hacer un primer seguimiento a los 3 meses, un segundo a los 6 meses y un
último a los 12 meses, aunque en ciertos problemas con gran probabilidad de recaída, como los
adictivos y los trastornos de alimentación, se sugiere prolongar el seguimiento hasta los 5 años.
Los seguimientos a los 3 y 6 meses, caso de hacerse, pueden ser menos completos que las
evaluaciones pretratamiento y postratamiento, pero el último seguimiento debería emplear los
mismos métodos e instrumentos utilizados en dichas evaluaciones. Al menos en este último
control, no se aconseja el seguimiento realizado por teléfono o por correo, debido a las deficien-
cias e insuficiencias de estos métodos. Sin embargo, en ocasiones no quedará más remedio que
acudir a los mismos.
Por otra parte, además de volver a pasar los instrumentos de evaluación previamente utiliza-
dos, conviene preguntar al cliente por lo siguiente referido al periodo de seguimiento: a) evolu-
ción del problema tratado, incluyendo posibles contratiempos o recaídas, descripción de estos,
posibles causas de los mismos y qué se hizo para manejarlos, b) búsqueda de nueva ayuda para el
problema tratado, c) aparición de otros problemas psicológicos, d) búsqueda de ayuda para los
mismos, d) consumo de fármacos para el problema tratado y/o para otros problemas psicológicos.
En la práctica clínica se hacen seguimientos con poca regularidad. En ocasiones, una ra-
zón es la falta de tiempo por parte del terapeuta. También se piensa que los pacientes pueden estar
poco dispuestos a participar en seguimientos y esto es cierto en determinados casos, especialmen-
te si hay varios seguimientos, si estos son largos, si los resultados conseguidos por el paciente no
han sido buenos y/o si las circunstancias de la vida del paciente dificultan su participación. Sin
embargo, es más fácil que los pacientes colaboren con el seguimiento si durante el tratamiento se
presenta este como una parte normal del proceso.
Los datos recogidos durante el seguimiento se comparan con los obtenidos al final del
tratamiento y con los criterios de significación clínica para evaluar cómo está el cliente y si ha
habido un mantenimiento del progreso, una mejora adicional o un empeoramiento. Cuando no hay
mejora adicional o el cliente ha empeorado, conviene comparar los datos de seguimiento con los
de la evaluación pretratamiento para valorar si sigue habiendo diferencias clínica y/o estadísti-
camente significativas entre el pretratamiento y el seguimiento.
miento aplicado. Otros factores de la vida del cliente podrían explicar las mejoras o empeora-
mientos hallados. Si se detecta que los resultados no se mantienen, habrá que comentarlo con el
cliente y, si este lo desea, analizar las causas y en función de estas: a) reintroducir el tratamiento
con mayor o menor extensión y/o programar mejores medios para facilitar el mantenimiento, b)
diseñar un nuevo tratamiento, o c) reconsiderar la evaluación del problema y la hipótesis explica-
tiva.
Por otra parte, en cualquier momento a lo largo del proceso de intervención puede ser necesa-
rio redactar un informe clínico de un paciente. Se recomienda que el informe sea breve e incluya,
además del lugar y fecha, los siguientes apartados:
- Datos personales del paciente: nombre y apellidos, edad, sexo, estado civil, estudios,
profesión, situación laboral, etc.). Debe considerarse la protección legal necesaria de este
tipo de datos en informes escritos.
En el informe debe señalarse explícitamente el grado de confianza que merecen las conclu-
siones formuladas y las limitaciones significativas que puedan tener las interpretaciones realiza-
das. Para ello hay que tener en cuenta aspectos como las pruebas pasadas, la actitud, motivaciones
y comportamiento del paciente, las circunstancias bajo las que se ha obtenido la información, etc.
Unas recomendaciones para elaborar informes psicológicos clínicos teniendo en cuenta aspectos
legales, éticos y guías de asociaciones profesionales pueden verse en Pérez, Muñoz y Ausín
(2003, 2006). También puede consultarse Fernández-Ballesteros (2004).
TABLAS
Proceso - 49
Activación de supuestos
(visión de los demás como inherentemente críticos,
gran deseo de causar una impresión favorable, evitar la desa-
probación y/o no llamar la atención,
gran desconfianza en la propia habilidad para conseguirlo,
evaluación negativa significa características propias negativas)
Humor deprimido
Ansiedad
Expectativas negativas (síntomas corporales,
(peligro social percibido) afectivos y cognitivos)
Conductas defensivas
o evitación
Figura 1. Modelo explicativo de la fobia social. (Adaptado de Bados, 2001a, pág. 46).
Proceso - 50
Situaciones temidas
- Grandes almacenes
- Metro
- Hacer colas
Figura 2. Modelo explicativo para una paciente con trastorno de pánico con agorafobia.
Proceso - 51
Figura 3. Macroanálisis.
Insomnio
Conflicto marital
Figura 4. Microanálisis.
Situaciones temidas
- tren y autobús
- supermercados
- salir sola de casa
Evitación de las
situaciones temidas
60
55
Deteriorado
50
45
40
35 Sin cambio
30
25
20
Mejorado
15
Tabla 1. Criterios de éxito y porcentaje de casos exitosos 12 meses después del tratamiento del
alcoholismo.
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Proceso - 55
Mc x DTg + Mg x DTc
CF =
DTg + DTc
siendo Mc y DTc la media y desviación típica de la población clínica y Mg y DTg la media y des-
viación típica de la población general. Una puntuación que vaya más allá del valor del criterio de
Proceso - 57
En la gráfica puede verse este punto de corte y el área coloreada que contiene las puntuacio-
nes clínicamente significativas. La cliente presenta una puntuación de susceptibilidad a la ansie-
dad que es más probable que pertenezca a la población clínica que a la general.
Proceso - 58
Como puede apreciarse claramente en la gráfica, los tres criterios proporcionan puntos de
corte muy diversos.
EJERCICIO
En la siguiente tabla se muestra la media y la desviación típica de la escala “evitación estando
solo” del Inventario de Movilidad en población clínica (clientes agorafóbicos) y en población
general. También se indica la puntuación obtenida por la cliente.
PREGUNTA. Calcule en primer lugar el punto de corte según cada uno de los tres criterios
presentados y que puede volver a consultar en la tabla que se presenta a continuación. Luego,
indique cuál de los tres criterios sería el más idóneo y justifique su respuesta.
CRITERIOS
a) Basarse en los datos de la población clínica de interés. La puntuación obtenida es clínica-
mente significativa cuando está por encima de dos desviaciones estándar más allá de la me-
dia de la población clínica en la dirección del comportamiento deseable.
RESPUESTA
En la siguiente gráfica pueden verse representados los tres criterios anteriores. El criterio c es
el más recomendable, ya que las distribuciones de la población clínica y general se superponen.
SIGNIFICACIÓN CLÍNICA
El objetivo del tratamiento es lograr un cambio clínica y/o socialmente significativo, es de-
cir que desaparezcan o mejoren notablemente los problemas del cliente. Un modo de conseguir
esto es comparar la puntuación obtenida por el cliente con la de un grupo normativo extraído de la
población clínica, general o sana. En este último caso, el criterio para establecer si se ha logrado
un cambio clínicamente significativo es más riguroso.
Para realizar esta comparación normativa, pueden emplearse los tres criterios antes mencio-
nados:
a) Basarse en los datos de la población clínica de interés. El nivel de funcionamiento en el
postratamiento o seguimiento debe caer fuera de la amplitud de la población clínica. La pun-
tuación obtenida debe estar por debajo de dos desviaciones estándar más allá de la media de
la población clínica en la dirección del comportamiento deseable. Si la variable considerada
mide una característica negativa (p.ej., depresión), se restan dos desviaciones típicas de la
media de la población para calcular el punto de corte. La persona debe puntuar por debajo de
este punto para considerar que está fuera de la población disfuncional. Si la variable conside-
rada mide una característica positiva (p.ej., autonomía), se suman dos desviaciones típicas a
la media de la población para calcular el punto de corte. La persona debe puntuar por encima
de este punto para considerar que está fuera de la población disfuncional.
Como puede ver en la siguiente gráfica, el punto de corte en el Índice de Susceptibilidad
a la Ansiedad es 11,4.
- Supuesto 1. La cliente obtiene en el postratamiento una puntuación de 22. A pesar
de que la magnitud del cambio respecto al pretratamiento (puntuación 44) es notable,
el nivel de susceptibilidad a la ansiedad continúa estando dentro de la población clí-
nica.
- Supuesto 2. La cliente obtiene en el postratamiento una puntuación de 10. En este
caso, el nivel de susceptibilidad a la ansiedad está fuera de la amplitud de la pobla-
ción clínica.
Proceso - 62
Existen otros métodos (además de la comparación con un grupo normativo) para valorar si
un cliente ha logrado un cambio clínica y/o socialmente significativo:
- Comparar el funcionamiento del cliente en las conductas de interés con un criterio prefi-
jado arbitrariamente por un grupo de expertos.
- Evaluar la valoración subjetiva que hace el cliente o personas allegadas sobre el gra-
do en que ha cambiado en los problemas de interés (para mejor o peor) y/o el grado en
que estos problemas siguen siendo importantes e incapacitantes.
- Evaluación subjetiva específica que hacen jueces que no conocen al cliente sobre el
grado en que este ha cambiado en los problemas de interés (para mejor o peor) y/o el gra-
do en que su funcionamiento es adecuado o presenta determinados problemas.
Proceso - 65
cada relación debería tener varios orgasmos y que éstos deberían ser duraderos.
Con relación a su educación sexual, Luisa informa que ésta fue muy estricta por parte de sus
padres y en su ámbito familiar, nunca se llegó a hablar abiertamente del tema. Asimismo, tampoco
recuerda haber recibido ninguna educación sexual en la escuela. En su casa, se sentía muy contro-
lada por su madre y se le inculcaba un gran temor a quedarse embarazada. De hecho, cuando ella
era adolescente su madre siempre controlaba si tenía o no la regla. Hasta que no inició sus estu-
dios superiores no tuvo información concreta sobre sexualidad y ésta la obtuvo fundamentalmente
de libros de divulgación. Como consecuencia de este tipo de educación, desarrolló, una actitud
negativa hacia el sexo, que cree que ha ido superando a lo largo de los años.
1
LOS FINES DE LA EVALUACIÓN
Desde una perspectiva más clínica, puede definirse la evaluación como aquel proceso a
través del cual se trata de identificar, especificar y cuantificar las conductas objeto de estudio –
motoras, cognitivas, autonómicas, emocionales– así como las variables ambientales y personales
relacionadas con ellas (en el pasado y/o en el presente), con la finalidad de explicar y modificar
el comportamiento o llevar a cabo cualquier tipo de análisis o intervención psicológica: diagnós-
tico, pronóstico (predecir la evolución de un problema), orientación (aconsejar cierto tipo de
terapia, ayudar a una pareja a decidir si se separa o no), selección (elegir o no a una persona para
un determinado tratamiento a investigar), valoración de los resultados conseguidos con la inter-
vención. Estas finalidades prácticas implican las operaciones básicas de descripción, clasificación,
explicación, predicción y/o control.
En concreto y desde una perspectiva clínica, los fines de la evaluación pueden ser los si-
guientes:
- Formular una o más hipótesis explicativas que den cuenta de los problemas del cliente.
- Valorar si el tratamiento se aplica del modo debido y, en caso contrario, identificar los
motivos y permitir las acciones pertinentes.
- Valorar los resultados que se van consiguiendo con el tratamiento y, en caso necesario,
permitir la introducción de modificaciones en el mismo o el cambio de intervención.
- Valorar los resultados conseguidos al final del tratamiento y el grado en que se han
conseguido los objetivos terapéuticos propuestos.
2
Otros ejemplos de creencias relacionadas con diversos aspectos son:
Proceso - 68
- Tristeza: a) para ser feliz, debo tener éxito en todo lo que me proponga, b) no puedo vi-
vir sin ti, c) si alguien se muestra en desacuerdo conmigo, significa que no le gusto.
- Aceptación: a) no soy nada a no ser que me quieran, b) crítica significa rechazo personal,
c) siempre hay que complacer a los demás.
- Competencia: a) sólo hay ganadores y perdedores en la vida, b) si cometo un error, he
fracasado, c) los éxitos de los demás quitan valor a los míos, d) tengo que hacer las cosas
perfectamente, e) si algo no es perfecto, no es bueno.
- Responsabilidad: a) soy el principal responsable de que los otros se lo pasen bien cuan-
do están conmigo, b) soy el principal responsable de cómo son mis hijos.
- Control: a) soy el único que puedo solucionar mis problemas, b) tengo que mantener el
control todo el tiempo, c) si intimo demasiado con alguien, me controlará.
- Ansiedad: a) debo estar tranquilo siempre, b) es peligroso tener síntomas de ansiedad.
- Comunicación interpersonal: a) es infantil o inapropiado expresar los sentimientos po-
sitivos, b) no se puede decir no de un modo amable, c) las opiniones de uno no son tan
valiosas como las de los otros, d) la gente no le aprecia a uno si se muestra desacuerdo
con algo de lo que dicen.
3
Es decir:
- Tomando como punto de partida el número de veces que aparece el antecedente, hay que
determinar el número de veces en que se da la conducta y calcular el porcentaje corres-
pondiente.
- Además, hay que hacer lo mismo, pero tomando como punto de referencia el número de
veces que no aparece el antecedente. Luego, hay que comparar los dos porcentajes.
4
La contingencia es positiva si la primera probabilidad es mayor que la segunda y negativa en
caso contrario. La contingencia es completa o perfecta cuando una de las dos probabilidades es
cero y la otra es mayor que cero.
Veamos dos ejemplos. Un cliente presenta dolor de cabeza el 90% de las veces tras una dis-
cusión con su pareja. Saber simplemente esto no es suficiente para concluir que la discusión con-
yugal es un antecedente del dolor. Es necesario establecer además que el dolor de cabeza aparece
un porcentaje de veces mucho menor (p.ej., 50% o menos) cuando no hay discusiones conyugales.
Si el dolor de cabeza apareciera también el 85% de las veces en que no hay discusiones conyuga-
les, la conclusión sería que estas discusiones no son una variable relevante. Es decir, no habría
relación entre estas y el dolor de cabeza, ya que la persona tiene la misma probabilidad de sufrir
este dolor cuando hay discusiones que cuando no las hay. En cambio, cuanto mayor sea la dife-
rencia entre los dos porcentajes, más depende la ocurrencia de la conducta de la del antecedente.
Supongamos ahora que el dolor de cabeza se da el 30% de las veces que hay discusión marital
y el 5% de las veces que no hay dicho tipo de discusión. Puede decirse entonces que dicho dolor
depende en parte de la ocurrencia de discusiones maritales. Si el segundo porcentaje fuera 0%, la
contingencia sería perfecta, mientras que si fuera 30%, no habría contingencia: el dolor de cabeza
y las discusiones maritales no tendrían nada que ver, ya que la persona tendría la misma probabi-
lidad de sufrir este dolor cuando hay discusiones que cuando no las hay. Por otra parte, si hay
contingencia y el primer porcentaje no es muy alto, quiere decir a) que la probabilidad de la
conducta depende de ciertas características del antecedente identificado (p.ej., contenido o
intensidad de la discusión marital) y/o b) que otros factores antecedentes deben interactuar con
el identificado para dar lugar a la conducta (dolor de cabeza), ya que esta no se da muchas de las
veces después de la ocurrencia de aquel. Además, si el segundo porcentaje fuera significativamen-
te mayor que cero, habría, además del identificado, otros antecedentes del dolor de cabeza.
Proceso - 69
En segundo lugar, se busca establecer para cada par de acontecimientos (p.ej., un antecedente
y una conducta) no sólo la probabilidad de que la conducta problemática siga a un determinado
antecedente, sino también la probabilidad (porcentaje de veces) de que la conducta sea prece-
dida por dicho antecedente. Es decir, tomando como punto de partida el número de veces que
aparece la conducta problemática, hay que determinar cuantas de estas veces fueron precedidas
por el antecedente; esto da una idea de la importancia de este. Así, es posible que el dolor de ca-
beza ocurra el 90% de las veces en que ha habido una discusión marital, pero que sólo el 27% de
los dolores de cabeza se vean precedidos por dichas discusiones (por tanto el 73% no van precedi-
dos por ellas). Si sólo se considera el primer porcentaje, algunos podrían pensar que las discusio-
nes maritales serían las responsables principales del problema. Sin embargo, el segundo porcenta-
je indica que existen otros antecedentes importantes del dolor de cabeza (p.ej., problemas econó-
micos, exceso de trabajo) que habría que descubrir. Consideremos los siguientes datos de un
cliente obtenidos a lo largo de 3 meses.
Según estos datos, el dolor de cabeza ocurre el 90% de los días en que ha habido una discu-
sión marital y el 30% de los días en que no ha habido tal discusión. Ahora bien, de los 66 días con
dolor de cabeza, sólo el 27,3% (18 de 66) fueran precedidos por discusiones conyugales; por tanto
el 72,7% (48 de 66) no fueron precedidos por ellas.
5
En Fernández-Ballesteros (1994, págs. 91 y 148), pueden verse ejemplos de hipótesis pre-
sentadas en forma gráfica. En el ejemplo de la pág. 91 pueden verse relaciones causales bidirec-
cionales (p.ej., entre Y1 e Y2); múltiples variables dependientes e independientes y múltiples vías
causales (aunque la diferenciación entre estos dos tipos de variables es más convencional que real
cuando se postulan relaciones bidireccionales); los pesos relativos de las relaciones causales; rela-
ciones mediadas (p.ej., X2 →X6 →Y2); relaciones causales entre conductas problemáticas (Y1 e
Y2); relaciones funcionales no causales (X4 ⇔X5).
Existe una relación funcional cuando dos o más variables tienen varianza compartida. Haynes
y O'Brien (1990) han señalado varias características básicas de las relaciones funcionales:
- Las relaciones funcionales implican sólo una covarianza entre variables, de modo que las
relaciones pueden ser causales o correlacionales; de todas formas, son las primeras las
que interesan de cara al tratamiento. Por otra parte, las variables pueden ser por un lado
controlables o no; y por otro, importantes o triviales según el tanto por ciento de va-
rianza que expliquen en la relación (o en el modelo multicausal).
agorafóbica.
- Las relaciones funcionales causales no tienen por qué ser lineales, sino que pueden asu-
mir una forma cuadrática, parabólica, logarítmica o bifásica; por ejemplo, existe una rela-
ción de u invertida entre el rendimiento y el grado de activación. Por otra parte, las rela-
ciones causales puede presentar efectos de suelo o de techo.
- Una relación causal puede estar en efecto sólo cuando se ha sobrepasado un nivel crí-
tico de la variable causal. Así, puede descubrirse una relación causal entre conflicto mari-
tal y ataques de pánico sólo cuando el primero alcanza una cierta magnitud.
- Las relaciones funcionales no son excluyentes. Una relación entre una VD (p.ej., depre-
sión) y varias VI (neurotransmisores) no impide que haya otras relaciones funcionales
importantes entre dicha VD y otras VI (cogniciones negativas, pérdida de reforzamiento
social). Así pues, una conducta puede tener, y de hecho frecuentemente tiene, múltiples
causas, las cuales pueden interactuar o tener efectos aditivos o sinérgicos; la impor-
tancia o peso de estas causas varía según las personas.
- Las relaciones funcionales causales entre dos variables pueden estar mediadas por
otras variables. Así, el que un cliente con trastorno de pánico interprete más o menos ca-
tastróficamente ciertas sensaciones corporales dependerá de las explicaciones que tenga
para estas y de la presencia de señales de seguridad (p.ej., una persona de confianza).
- Las relaciones funcionales pueden variar con el tiempo, tanto por lo que respecta a las
VI relacionadas con la VD como a la fuerza de la relación. Así, las respuestas de dolor
inicialmente inducidas por factores orgánicos pueden terminar por ser mantenidas princi-
palmente por factores sociales.
- Una variable independiente en una relación funcional puede ser necesaria, suficiente,
necesaria y suficiente o ni necesaria ni suficiente (p.ej., correlacional).
Existen muchas posibles relaciones funcionales en cada caso. Sin embargo, el terapeuta está
primordialmente interesado en aquellas variables importantes y controlables cuya manipulación
dé lugar a un cambio clínicamente significativo. Haynes y O'Brien (1990, pág. 654) definen el
análisis funcional como la identificación de relaciones funcionales causales, importantes y
controlables, aplicables a un conjunto especificado de conductas objetivo de un determinado
cliente. Las relaciones funcionales no se limitan a aquellas entre VI y VD, sino que incluyen
Proceso - 71
también las relaciones entre variables causales o VI. Así, un insomnio puede ser una función
de un estado depresivo y de un desajuste marital, pero además este último puede ser una variable
causal para el estado depresivo o estar correlacionado con este. Haynes (2005) describe los pasos
a seguir para elaborar un análisis funcional.
6
Otro problema con los datos normativos es que las condiciones en las que se obtienen en la
población funcional y disfuncional no son las mismas. (Kazdin, 1999). Los de la población fun-
cional raramente están basados en personas que hayan sidos evaluadas en dos momentos diferen-
tes. En contraste, los datos de la población disfuncional suelen obtenerse en un contexto de eva-
luación del tratamiento y con evaluaciones repetidas (pre- y postratamiento). Esto hace que la
puntuación postratamiento de los pacientes no sea necesariamente comparable con la obtenida en
la población funcional.
7
Seggar, Lambert y Hansen (2002) consideran que el empleo de intervalos de confianza es
redundante cuando se emplea el índice de cambio estadísticamente fiable (ICEF), ya que la fór-
mula para calcular un intervalo de confianza es el punto de corte ± 2ICEF. Si se usa un intervalo
de confianza, significa que la puntuación de un paciente debe cambiar al menos la magnitud del
ICEF y que no puede comenzar dentro de la amplitud determinada por el ICEF al utilizar el punto
de corte como punto medio. Sobrepasar el punto de corte y conseguir un cambio superior al ICEF
es suficiente para determinar la significación clínica. Además, si se usaran intervalos de confian-
za, los datos de los pacientes que cayeran dentro de los mismos no podrían emplearse.
8
Himadi, Boice y Barlow (1986) proponen que el estatus de estado final de funcionamiento es
significativo sólo para aquellos clientes que responden al tratamiento. En otras palabras, los crite-
rios de estado final de funcionamiento deben aplicarse sólo a los clientes que responden o
mejoran con el tratamiento. De este modo, el logro de un estado final de funcionamiento eleva-
do depende de cambios notables durante el tratamiento y no de pequeños cambios en clientes que
estuvieran ya en el pretratamiento cerca de dicho estado final de funcionamiento.
Habilidades - 1
Facultat de Psicologia
Departament de Personalitat, Avaluació
i Tractament Psicològics
HABILIDADES TERAPÉUTICAS
Arturo Bados López y Eugeni García Grau
Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos
Facultad de Psicología, Universidad de Barcelona
16 de junio de 2011
INTRODUCCIÓN............................................................................................................................ 2
CARACTERÍSTICAS PERSONALES GENERALES PARA SER TERAPEUTA ....................... 3
MOTIVACIONES ASOCIADAS CON LA PROFESIÓN DE TERAPEUTA............................... 5
ACTITUDES BÁSICAS DEL TERAPEUTA QUE FAVORECEN LA RELACIÓN ................... 5
Escucha activa .............................................................................................................................. 6
Empatía......................................................................................................................................... 7
Aceptación incondicional ............................................................................................................. 9
Autenticidad ............................................................................................................................... 10
CARACTERÍSTICAS DEL TERAPEUTA QUE FAVORECEN LA RELACIÓN ..................... 13
Cordialidad ................................................................................................................................. 13
Competencia ............................................................................................................................... 13
Confianza ................................................................................................................................... 15
Atracción .................................................................................................................................... 16
Grado de directividad ................................................................................................................. 17
OTRAS PAUTAS PARA POTENCIAR LA RELACIÓN TERAPÉUTICA ............................... 18
HABILIDADES DE COMUNICACIÓN ...................................................................................... 19
Habilidades de escucha .............................................................................................................. 19
Clarificación .................................................................................................................................. 19
Paráfrasis ....................................................................................................................................... 20
Reflejo ........................................................................................................................................... 20
Síntesis .......................................................................................................................................... 22
Competencias de acción ............................................................................................................. 22
Preguntas ....................................................................................................................................... 23
Confrontación ............................................................................................................................... 25
Interpretación ................................................................................................................................ 26
Información ................................................................................................................................... 28
Habilidades de entrevistador ...................................................................................................... 30
ADAPTACIÓN DE LA INTERVENCIÓN A LAS CARACTERÍSTICAS DEL CLIENTE ...... 31
Forma de definir los problemas y de comunicar la información ................................................ 31
Motivación y expectativas .......................................................................................................... 31
Variables demográficas: sexo, edad, clase social, nivel educativo ............................................ 33
Habilidades - 2
INTRODUCCIÓN
¿Qué características debe tener un buen terapeuta? ¿Cómo establecer una buena relación con
un cliente? ¿Cómo conseguir que comprenda, esté de acuerdo con y recuerde las propuestas de
evaluación y tratamiento? ¿Cómo motivarle para que coopere en el proceso de evaluación y tra-
tamiento? ¿Cómo manejar las dificultades que surgen en la terapia? ¿Cómo lograr superar las
posibles resistencias al cambio? Estas y otras preguntas relacionadas tienen que ver con la impor-
tante cuestión de las habilidades terapéuticas. Varios son los aspectos de esta cuestión que van a
ser abordados en este tema: a) características y habilidades del terapeuta que influyen en la tera-
pia; b) adaptación de la intervención a las características de los clientes; c) manejo de las situacio-
nes problemáticas que surgen tanto por parte del terapeuta como del cliente; y d) estrategias para
mejorar el cumplimiento del tratamiento, tanto por parte del paciente como del terapeuta.
Una relación positiva entre terapeuta y cliente es un predictor positivo de buenos resultados
terapéuticos (Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000) y contribuye sustancialmente a estos últimos.
De todos modos, aunque se considera un elemento necesario, no es suficiente; en la gran mayo-
ría de los casos se requiere además el empleo de técnicas específicas.
Es importante que los terapeutas atiendan de forma habitual a cómo se desarrolla la relación
terapéutica y a las respuestas del cliente y de él mismo al respecto. Esto facilita mejorar la rela-
ción, reparar posible rupturas en la alianza y modificar estrategias, al tiempo que dificulta la ter-
minación prematura del tratamiento.
Conviene tener en cuenta que, a diferencia de una relación de amistad, la relación terapéuti-
ca es totalmente asimétrica (se centra en las necesidades del paciente), no altruista (el terapeuta
cobra por su trabajo y, por tanto, el cliente no tiene por qué sentirse en deuda con él) y sujeta a
una serie de reglas formales de funcionamiento (frecuencia y duración de las sesiones, lugar de
las mismas, puntualidad, honorarios, duración limitada de la terapia, colaboración activa del clien-
te).
La relación terapéutica, y en general, los resultados de la terapia se ven influidas por una serie
de características del terapeuta y del paciente que se tratan a continuación (Garfield, 1994; Beu-
tler, Machado y Neufeldt, 1994; Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000; Schaap et al., 1993). Luego
se abordará el manejo de situaciones problemáticas, tanto del terapeuta como del cliente, y diver-
sas estrategias para facilitar el cumplimiento del tratamiento.
Llevar a término una terapia implica aplicar unas técnicas, pero no consiste simplemente en
esto. El terapeuta ha de tener la creatividad y sensibilidad clínicas necesarias. Toda terapia tiene
un parte fundamental de arte, la cual es necesaria a la hora de decidir qué actitudes y en qué
grado son necesarias para qué clientes en distintas fases de la intervención y en qué momento
conviene actuar de una u otra manera.
- Tener un interés sincero por las personas y su bienestar; esto implica no tratar de obte-
ner beneficios personales y no anteponer las propias satisfacciones a las necesidades del
cliente. Así pues, hay que evitar: a) El voyeurismo, esto es, las indagaciones dirigidas
básicamente a la satisfacción de la curiosidad personal. b) El abuso de poder. El poder y
la autoridad inherentes al rol de terapeuta no deben usarse con el fin de mostrar la propia
superioridad sobre el cliente o influir en las decisiones y valores del paciente más allá de
los objetivos terapéuticos. c) La autoterapia o centrarse en aquellos problemas de los pa-
cientes que tienen que ver con dificultades personales del terapeuta independientemente
del impacto que tengan en la vida del cliente.
- Saber y aceptar que hay estilos de vida diferentes, todos ellos respetables y creer en
que todas las personas tienen aspectos positivos que pueden desarrollar.
- Autoconocimiento. Conocer cuáles son los propios recursos y limitaciones tanto perso-
nales como técnicos. Limitaciones personales serían temor al fracaso, necesidad excesiva
de control, necesidad de aprobación, creencia en que los propios valores son los más ade-
cuados, etc. Estas limitaciones pueden conducir a comportamientos antiterapéuticos tales
como evitar aspectos conflictivos, tratar sólo los aspectos más superficiales del problema,
dominar las sesiones, enfadarse con los clientes que no cumplen, evitar el uso de confron-
taciones, satisfacer las necesidades de dependencia de los clientes, tratar de imponer el
propio sistema de valores, etc.
- Tener un buen ajuste psicológico general, aunque esto no quiere decir que el ajuste deba
ser total. En términos generales, una buena salud mental por parte del terapeuta va aso-
ciada a mejores resultados del tratamiento.
- Experiencia vital. Una amplia experiencia vital, ya sea por experiencia directa o vicaria,
facilita la comprensión de los sentimientos y vivencias de los pacientes y la búsqueda de
soluciones a los problemas de estos. Ciertas experiencias vitales recientes (divorcio, de-
presión, crisis de pánico) pueden hacer aconsejable no tratar a pacientes con problemas
parecidos debido a posibles efectos de interferencia.
- Haber recibido una buena formación teórica y práctica y confiar en su propia habilidad
y técnicas terapéuticas.
- Energía y persistencia. Hacer terapia cansa física y emocionalmente, por lo que se re-
quiere una buena dosis de energía. Es probable que los terapeutas pasivos y con poca
energía inspiren poca confianza y seguridad a sus clientes. Por otra parte, el logro de re-
sultados terapéuticos requiere tiempo, por lo que se necesita paciencia y persistencia.
- Flexibilidad. Un terapeuta debe saber adaptar sus métodos y técnicas a los problemas y
características de cada cliente. Además, debe estar abierto a la adquisición de nuevas
competencias.
Motivaciones funcionales
Motivaciones disfuncionales
Kleinke (1994/1995) cita otras motivaciones frecuentes para ser terapeuta: independencia a
la hora de trabajar, posibilidad de trabajar con una diversidad de personas que presentan una gran
variedad de problemas (lo cual proporciona un gran gama de experiencias y desafíos, y supone un
estímulo intelectual), reconocimiento y prestigio que conlleva la profesión, y satisfacción personal
al ayudar a otros.
ESCUCHA ACTIVA
Saber escuchar es fundamental en terapia. Al escuchar, a) se facilita que los clientes hablen
sobre sí mismos y sus problemas y comuniquen información relevante; b) aumentan las probabili-
dades de comprender mejor al cliente; c) se potencia la relación terapéutica; d) se anima a los
clientes a ser más responsables de su proceso de cambio y a ver al terapeuta más como un colabo-
rador que como un experto; y e) es más probable que la intervención terapéutica tenga éxito. La
escucha activa implica tres actividades:
a) Recibir el mensaje, lo que implica atención e interés por el mismo. Hay que prestar
atención a diversos aspectos del cliente:
- Comunicación no verbal y vocal (apariencia, expresiones faciales, mirada, postura,
orientación corporal, gestos, entonación, volumen, etc.) y cambios en esta.
- Comunicación verbal: lo que dice y en qué momento, lo que dice implícitamente,
las emociones explícitas o implícitas, lo que no dice (temas que evita, personas im-
portantes que no menciona), los temas recurrentes (p.ej., autoexigencia), las contra-
dicciones en que incurre.
- Actitud hacia el terapeuta y la terapia.
b) Procesar los datos atendidos, es decir, saber discriminar las partes importantes y esta-
blecer su significado. Aquí, los valores y creencias del terapeuta y las emociones que ex-
perimenta pueden conducirle a interpretar sesgadamente el mensaje, de modo que oiga lo
que quiere escuchar. De aquí la importancia de que el terapeuta observe sus propios pen-
samientos y emociones en la sesión y los autorregule en caso necesario.
c) Emitir respuestas de escucha. Entre estas, hay varias que se pueden manifestar mientras
se escucha, tales como mirada amigable, asentimientos de cabeza, inclinación y orienta-
ción corporal hacia el cliente, expresión facial de interés y comentarios del tipo “ya veo”,
“sí”, “entiendo”, “uhm”, “continúe, le escucho”. Además, una vez que el terapeuta inter-
viene, comunica al cliente que le ha escuchado activamente mediante respuestas verbales
de distinto tipo congruentes con lo que ha manifestado el cliente. Como se verá más ade-
lante, son importantes aquí las clarificaciones, paráfrasis, reflejos y síntesis.
Algunos obstáculos para la escucha eficaz son (Cormier y Cormier, 1991/1994; Marinho,
Caballo y Silveira, 2003): a) no tener interés por el cliente o sus problemas; b) la tendencia a juz-
gar los mensajes del cliente; c) experimentar reacciones emocionales ante el comportamiento del
paciente (p.ej., ansiedad, frustración, enfado) que resulta difícil controlar; d) distracciones asocia-
das con las propias preocupaciones; e) interrumpir al cliente de forma innecesaria; f) no respetar-
los temas que son importantes para el cliente; g) la tendencia a formular hipótesis firmes con po-
cos datos y a atender selectivamente a los datos que las confirman; h) la tentación de responder a
la información que el cliente todavía no ha comunicado formulando preguntas antes de tiempo; i)
realizar interpretaciones u ofrecer sugerencias de forma prematura; j) la presión que uno se impo-
ne para resolver problemas o encontrar respuestas; k) variables situacionales como el exceso de
calor o frío, el ruido o la hora del día; y l) no encontrarse bien o sentirse cansado (p.ej., por exceso
Habilidades - 7
EMPATÍA
La empatía es la capacidad de: a) comprender a las personas desde su propio marco de refe-
rencia en vez del correspondiente al terapeuta, y b) saber comunicar a la persona interesada esta
comprensión. La empatía implica en primer lugar entrar en el marco de referencia del cliente y
comprender sus sentimientos, percepciones y acciones; es decir, ver las cosas no como son
“objetivamente” o como las vería uno mismo de estar en el lugar del cliente, sino tal como el
cliente las experimenta. En segundo lugar, es preciso comunicar al paciente la comprensión de
los sentimientos y significados que expresa de modo manifiesto o latente. Ahora bien, lo im-
portante es que el paciente llegue a sentirse comprendido.
La empatía, en su nivel más alto, implica no sólo comprender los pensamientos y sentimien-
tos expresados por el cliente, sino también captar las implicaciones emocionales, cognitivas y
conductuales que aquellos tienen en su vida. Es lo que se ha definido como comprender el signi-
ficado más allá de lo que el paciente expresa (Ruiz y Villalobos, 1994).
a) La escucha activa, la cual incluye las respuestas mencionadas en los siguientes puntos y
el empleo de señales de que se está escuchando: mirada amigable, asentimientos de cabe-
za, inclinación y orientación corporal hacia el cliente, expresión facial de interés, comen-
tarios del tipo “ya veo”, “sí”, “entiendo”, “uhm”.
b) Tratar aquellos aspectos que son importantes para el cliente.
c) La formulación de preguntas tendentes a clarificar lo que el cliente expresa.
d) La utilización de paráfrasis y de síntesis o recapitulaciones.
e) El empleo del reflejo. Este no consiste simplemente en repetir o parafrasear lo que ha
dicho el cliente, sino que implica la expresión de los sentimientos del cliente, tanto de los
directamente expresados por este como de los que permanecen a nivel preconsciente.
Veamos tres ejemplos:
P: Este ha sido un día malo; he tenido que contener el llanto tres o cuatro veces. Lo peor
es que ni siquiera estoy seguro de qué es lo que está mal.
T: (Respuesta menos empática.) ¿Qué sucedió exactamente?
T: (Respuesta empática.) Te sientes muy mal. Has llorado interiormente y debe de ser
un tanto alarmante no saber siquiera por qué te sientes así (Bernstein y Nietzel,
Habilidades - 8
Decir simplemente al cliente que se empatiza con él (“realmente, sé lo que siente”, “en-
tiendo por lo que está pasando”) no comunica una actitud de empatía; se requiere algo más. Por
otra parte, los aspectos no verbales pueden potenciar o debilitar la comunicación de la actitud
empática. No es lo mismo decir “le molestan las críticas de su madre” con un tono neutro que con
un tono que venga a significar “si le entiendo bien, se siente muy molesto por las críticas de su
madre, ¿es así?”. Finalmente, la comunicación de la actitud empática cumple varias funciones:
a) comunica el deseo del terapeuta de comprender al cliente, b) permite a este corregir las percep-
ciones erróneas del terapeuta, y c) facilita que el cliente sea más consciente de sus propios senti-
mientos.
Con un gran número de clientes, la empatía mejora mucho la relación terapéutica y facilita el
cambio. Además, la empatía permite: a) comprender mejor las conductas negativas del cliente
(incluidas las resistencias al cambio), b) evitar emitir juicios sobre estas, c) reducir las reac-
ciones emocionales ante las mismas y d) pensar mejor en posibles soluciones (Beck et al.,
1979/1983).
Descuidar la actitud empática y dedicarse sólo a las “labores técnicas” puede llevar a ver al
terapeuta como insensible, especialmente en las primeras sesiones. La actitud empática es espe-
cialmente importante con aquellos clientes que vienen a consulta no por propia iniciativa,
sino presionados, o incluso traídos, por otras personas. En estos casos conviene ganarse su con-
fianza hablando de temas que les interesen y haciéndoles ver que uno comprende su postura y que
no está de la otra parte.
Es importante distinguir entre empatía y simpatía. Esta se refiere a un compartir las emo-
ciones del cliente, a una identificación emocional con su modo de ver las cosas. La empatía, por
otra parte, tiene un componente intelectual además de emocional. Implica conocer la base cogniti-
va de los sentimientos del cliente y mantenerse independiente de estos para preservar la objeti-
vidad hacia los problemas del cliente. Un terapeuta, aunque empático, debe darse cuenta de los
pensamientos del cliente que conducen a este a determinados sentimientos y no tiene por qué estar
de acuerdo con aquellos, caso de que sean erróneos o desadaptativos (Beck et al., 1979/1983). La
empatía tampoco es mostrar compasión hacia el cliente; decir “realmente lamento que se sienta
tan deprimido” manifiesta bondad y consideración, pero no empatía.1
Carkhuff (1969, citado en Goldstein y Myers, 1986) propone las siguientes pautas para ser
eficiente en la comunicación de la comprensión empática:
Habilidades - 9
ACEPTACIÓN INCONDICIONAL
Implica aceptar al cliente tal como es, sin juicios, y valorarlo como persona merecedora de
dignidad. Truax y Carkhuff (1967, citados en Goldstein y Myers, 1986) han distinguido varios
niveles de aceptación incondicional; en el más alto, el terapeuta acepta al cliente como es, sin
imponer condiciones, mientras que en el más bajo evalúa las conductas del cliente, expresa dis-
gusto o desaprobación o expresa aprobación de un modo selectivo. En Goldstein (1980/1987,
págs. 57-62), pueden verse los cinco niveles de la escala de Truax y Carkhuff con sus correspon-
dientes ejemplos.
- Esfuerzo por comprender. El terapeuta muestra este esfuerzo de varias maneras: escu-
chando atentamente, haciendo preguntas para obtener la visión del cliente sobre sí mis-
mo, sus problemas y el mundo, verificando con el cliente las impresiones que ha obtenido
de sus puntos de vista e indicando verbal y no verbalmente interés en comprender estos
puntos de vista.
timientos y conductas. Esto puede no ser fácil cuando, por ejemplo, una persona dice
que está engañando a su pareja, que desea suicidarse o que querría que un hijo estuviese
muerto; compárense, por ejemplo, en este último casos dos posibles respuestas del tera-
peuta: “la vida con su hijo le resulta imposible” contra “¿no le hace sentir mal llegar a
pensar esto?”. Sin embargo, que el terapeuta acepte esto como parte de una persona por la
que se preocupa, no significa que lo apruebe.
Por otra parte, aunque ciertas acciones y pensamientos pueden parecer reprobables,
hay que mantener una actitud no crítica hacia el hecho de que hayan ocurrido. Esto no
quiere decir que no se pueda hacer reflexionar al paciente sobre los pros y contras y
consecuencias personales y sociales de los mismos; pero esto debe ser visto como una
muestra de interés hacia él y las metas del tratamiento en vez de como críticas o descali-
ficaciones.
AUTENTICIDAD
La autenticidad implica ser uno mismo, comunicar los propios sentimientos y experiencias
internas. El terapeuta poco auténtico enmascara sus sentimientos y opiniones, muestra sonrisas
forzadas y utiliza frases poco espontáneas o con doble sentido. Un buen terapeuta debe ser capaz
de expresar algo de sí mismo. Sin embargo, la espontaneidad total no es adecuada; la expresión
de experiencias, opiniones y sentimientos debe ser en beneficio del cliente. Beck et al.
(1979/1983) han señalado que un terapeuta ha de conjugar la sinceridad con el tacto, la diplo-
macia y la oportunidad para no perjudicar al cliente o a la relación terapéutica. En ciertos
casos, la franqueza puede ser percibida como crítica, hostilidad o rechazo. La situación terapéutica
requiere saber qué decir o expresar, cómo y en qué momento. Se considera positivo para el
tratamiento que el terapeuta exprese adecuadamente sentimientos de interés, aprecio, ánimo y
aprobación, aunque sin caer en el exceso. La revelación de sentimientos negativos el algo más
discutible y será tratada un poco más abajo.
Veamos varios ejemplos, el primero tomado de Bernstein y Nietzel (1980/1988, pág. 453):
a) Conductas no verbales tales como contacto ocular, sonrisa y orientación corporal hacia
el cliente.
b) Poco énfasis de su rol, autoridad o estatus por parte del terapeuta.
c) Espontaneidad o capacidad para expresarse con naturalidad, sin deliberar sobre todo lo
que se dice y hace. El terapeuta poco espontáneo tiende a mostrarse inhibido en sus ex-
presiones motoras (p.ej., gestos) y sus expresiones verbales se caracterizan por la estereo-
tipia, el formalismo, la rigidez y/o la ambigüedad; no hay congruencia entre lo que siente,
dice y hace. Sin embargo, la espontaneidad no implica verbalizar cualquier pensamiento
o sentimiento al cliente, especialmente los negativos.
d) Autorrevelación.
La autenticidad también incluye el reconocer, en vez de negar, los propios errores ante el
cliente cuando este los señala (o los capta, pero no se atreve a hablar sobre ello) y se está de
acuerdo en haberlos cometido. Si no se está de acuerdo, hay que aceptar la queja sin ponerse a la
defensiva, preguntar al paciente en qué basa su afirmación y escuchar con la mayor objetividad
posible. Caso de haber datos que apoyen la queja, hay que reconocer el error y manifestar que se
hará lo posible para que no vuelva a suceder. Esta forma de actuar mejora la relación, siempre,
claro está, que los errores no sean frecuentes ni importantes.
Las autorrevelaciones por parte del terapeuta –esto es, su ofrecimiento controlado de in-
formación sobre sí mismo y sobre sus reacciones a la situación terapéutica– pueden producir
autorrevelaciones recíprocas por parte del cliente, aumentan la confianza de este en el terapeuta,
facilitan que este sea visto de modo más favorable y pueden mejorar los resultados del tratamien-
to. Informaciones que los terapeutas suelen revelar, según los casos, son experiencia profesional,
edad, estado civil, número de hijos, cómo han manejado ciertos problemas y opiniones y senti-
mientos positivos respecto al cliente y lo que sucede en la terapia. Mucho menos frecuente es la
autorrevelación de sentimientos negativos y la información personal sobre temas religiosos y se-
xuales.
En el único estudio experimental realizado hasta el momento, Barrett y Berman (2001) hi-
cieron que cada terapeuta tratara a dos clientes, de modo que con uno aumentaba el número de
autorrevelaciones y con el otro limitaba su uso. Los clientes en la condición de mayor autorreve-
lación del terapeuta mejoraron más, al menos a corto plazo, e informaron de un mayor agrado
hacia el terapeuta que los clientes en la condición de autorrevelación limitada. Sin embargo, no
hicieron más autorrevelaciones ni estas fueron más íntimas. Los terapeutas fueron de edad similar
a la de los clientes. Aparte de este, se han realizado algunos estudios no controlados en condicio-
nes naturales con resultados contradictorios; unos han hallado una relación positiva entre la auto-
rrevelación del terapeuta y el beneficio derivado del tratamiento, pero otros, no (Beutler, Machado
y Neufeldt, 1994; Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000).
- Se aconseja que las autorrevelaciones sean poco frecuentes y concisas, para no robar
tiempo de terapia ni protagonismo al cliente. De hecho, oscilan solamente entre el 1% y
el 5% de las intervenciones del terapeuta (Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000), en princi-
pio más cerca del valor inferior. Un terapeuta que revela en exceso puede ser visto como
poco merecedor de confianza, egocéntrico, preocupado por sí mismo o necesitado de
ayuda. En el polo opuesto, un grado muy bajo de autorrevelación puede crear distancia.
Como es de esperar, se percibe mejor a los terapeutas que comparten sentimientos positivos
que a los que expresan sentimientos negativos respecto a lo que ocurre en la sesión. Algunos clí-
nicos dicen que a veces es necesario revelar sentimientos negativos (decepción, frustración e
irritación), en concreto cuando estos son persistentes o interfieren a la hora de ser empático o de
aceptar al cliente. Claro que una alternativa mejor podría ser enfocar la situación como un pro-
blema y buscar otras soluciones (p.ej., reestructuración de los propios pensamientos negativos,
búsqueda de consejo por parte de un colega, etc.). Así, en vez de decir “es un poco decepcionante
oírle decir esto otra vez”, podría decirse: “¿cómo cree que se sentiría X al oír decirle esto otra
vez?”. Sea como sea, no es necesario en la mayoría de las ocasiones comunicar los sentimientos
negativos experimentados. Además, cuando se haga esto, hay que procurar: a) preguntarse pre-
viamente si se hace en beneficio del cliente o para descargar ira, tensión o frustración; y b) hacerlo
con tacto y evitar el tono crítico; por ejemplo, no es lo mismo decir “me irrita usted” que “me sabe
mal cuando...”, aunque quizá algo más adecuado sería “me gustaría… (comportamiento alternati-
vo deseado en el cliente)”.
ver con los avances del cliente o con aspectos personales satisfactorios que este explica. Hay que
ir con más cuidado cuando el cliente “cae bien”, ya que esto puede conducir a simpatizar (en vez
de empatizar), ser más permisivo y/o mostrar demasiada cercanía.
La autorrevelación no debe hacer olvidar que la relación terapéutica es una relación profesio-
nal y no de amistad. El intercambio sistemático de opiniones y emociones dentro de la terapia
o el mantener contactos no profesionales fuera de la misma está desaconsejado, ya que puede
influir negativamente en el tratamiento.
CORDIALIDAD
El contacto físico puede ser muy útil en momentos de estrés emocional, pero puede ser ma-
linterpretado por los clientes. De aquí que, antes de usarlo, un terapeuta debe plantearse si va a ser
para el beneficio del cliente o el suyo propio, si el nivel de confianza que tiene con el cliente lo
aconseja y cómo va a percibir el cliente el contacto físico (¿como muestra de apoyo, como signo
sexual o como algo incómodo o aversivo?). Es fundamental tener en cuenta que el comporta-
miento no verbal del terapeuta debe estar en consonancia con el clima de la terapia y el con-
texto de lo que está ocurriendo entre terapeuta y cliente; así, una sonrisa indica proximidad con
un paciente que cuenta un logro, pero no con otro que manifiesta lo vacío que se siente.
Es rara la persona que no responde a la cordialidad con cordialidad y a la hostilidad con hosti-
lidad. Sin embargo, el exceso de cordialidad puede dar lugar también a efectos perjudiciales.
Por ejemplo, el cliente puede sentirse demasiado abrumado o puede malinterpretar las inten-
ciones del terapeuta, o bien, en el polo opuesto, puede llegar a enamorarse del terapeuta. Igual-
mente, la intimidad y cordialidad típicas de muchas relaciones terapéuticas pueden ser aversivas
para determinados clientes (p.ej., personas hostiles o con trastorno de personalidad antisocial).
En estos casos, y especialmente en las primeras etapas del tratamiento, es preferible un estilo de
interacción amable, pero no tan cercano, y que satisfaga las mayores necesidades de autonomía.
Por otra parte, la cordialidad manifestada variará a menudo en función de la fase de la tera-
pia; conforme avanza esta, muchos clientes necesitan menos demostraciones explícitas de acepta-
ción y aprobación (Beck et al., 1979/1983; Goldstein y Myers, 1986).
COMPETENCIA
La competencia es la capacidad del terapeuta para ayudar a sus clientes a resolver sus pro-
blemas y mejorar su confianza en sí mismos (sensación de dominio y control). Por lo tanto, en un
sentido amplio, incluye todas las habilidades necesarias para ello, ya sean de autoconocimiento,
de autocontrol, relacionales o técnicas. Aparte de las características personales, fruto de la propia
Habilidades - 14
Aunque la competencia real es importante, mayor parece ser el impacto de la percepción que
el cliente tiene de la misma. Es decir, no basta con que un terapeuta sea competente, sino que el
cliente debe percibirlo como tal. La competencia, ya sea real o aparente, aumenta la confianza
del cliente hacia el terapeuta, y ambas cualidades están asociadas a mejores resultados del tra-
tamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994; Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000). Los terapeu-
tas percibidos como competentes tienden también a ser percibidos como creíbles.
Los clientes infieren la competencia en gran medida a partir de la conducta observable del
terapeuta. Según Cormier y Cormier (1991/1994), las conductas que contribuyen a la percep-
ción de competencia son: contacto ocular, disposición frontal del cuerpo, fluidez en el discurso,
preguntas pertinentes y que estimulan el pensamiento, indicadores verbales de atención (segui-
miento del discurso, falta de interrupciones, respuestas de atención), seguridad al presentarse,
explicaciones o asociaciones entre las diferentes conductas de los clientes, preguntas que ayudan a
que se concrete la información y ausencia de contradicciones en la información proporcionada. A
esto puede añadirse que el terapeuta sepa hacer pensar en soluciones, sugerirlas o aplicarlas.
Según Schmidt y Strong (1970, citados en Goldstein y Myers, 1986), el terapeuta percibido
como competente:
Otras acciones que los clientes consideran útiles en los terapeutas son introducir nuevas
perspectivas, facilitar la resolución de problemas, clarificar cuestiones, enseñar a tomar concien-
cia, mostrar comprensión, aumentar la implicación del cliente, tranquilizar y mantener contacto
personal. Por el contrario, acciones no consideradas útiles son poner de manifiesto pensamientos
no deseados, introducir temas no relacionados, hacer responsable al cliente de sus sentimientos,
distanciarse de los problemas del cliente y hacer interpretaciones inaceptables (Elliot, 1985, citado
en Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). En un estudio con personas mayores deprimidas, los te-
rapeutas exitosos se distinguieron de los que no lo fueron en centrarse en las experiencias in-
ternas de los clientes, alentar a estos a expresar sus sentimientos negativos hacia los demás, esta-
blecer metas explícitas de tratamiento y dirigir la atención del cliente hacia cuestiones que pare-
cieron centrales en los problemas presentados (Gaston y Ring, 1992, citado en Beutler, Machado
y Neufeldt, 1994).
Una manera de aumentar la competencia percibida del terapeuta antes del primer con-
tacto con el cliente consiste en que este escuche a una persona describir brevemente ciertas carac-
terísticas positivas del terapeuta. Este mismo procedimiento puede utilizarse a la inversa para in-
crementar la atracción del terapeuta hacia el cliente (Goldstein y Myers, 1986).
CONFIANZA
La confianza es la percepción del cliente de que el terapeuta trabajará para ayudarle y de que
no le engañará o perjudicará de ningún modo. La confianza en el terapeuta está asociada a mejo-
res resultados del tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). La confianza viene determi-
nada por la percepción por parte del cliente de varias características del terapeuta: 1) competen-
cia; 2) sinceridad (a la cual contribuyen la congruencia entre la comunicación verbal y no verbal,
y la consistencia entre las palabras y los hechos); 3) motivos e intenciones del terapeuta (cuanto
más claro tenga el cliente que es por sus intereses y no por los del terapeuta que este está traba-
jando, mayor será la credibilidad); 4) aceptación sin juicios de valor de las revelaciones del
cliente; 5) cordialidad; 6) mantenimiento de la confidencialidad; 7) dinamismo y seguridad del
terapeuta manifestados a través de los gestos, la mirada, el volumen, la entonación, el lenguaje
vivo y la muestra de interés; y 8) respuestas no defensivas a las “pruebas de confianza” (Cor-
mier y Cormier, 1991/1994; Goldstein y Myers, 1986).
Según Fong y Cox (1983, citado en Cormier y Cormier, 1991/1994), los clientes pueden po-
ner en marcha maniobras sutiles para obtener datos sobre el grado en que pueden confiar en el
terapeuta (pruebas de confianza). Estos autores han distinguido seis formas típicas:
- Pedir un favor (o ¿Puedo confiar en ti?). Los clientes pueden pedir al terapeuta favo-
res, adecuados o inadecuados, y esta petición puede ser una prueba de confianza. Un pa-
ciente puede pedir prestado un libro, ser visitado en su casa o que el terapeuta comunique
cierta información a alguien de la familia. Si el favor es razonable, se responde afirmati-
vamente y, lo que es fundamental, se cumple lo prometido. Si el favor no es razonable, se
indican al cliente directamente, pero con tacto, los motivos que impiden la respuesta
afirmativa; no es aconsejable poner excusas, acceder a realizar el favor o decir que sí para
luego no cumplir lo prometido.
- Preguntar por las razones del terapeuta (o ¿Es real tu interés?). Una forma que tie-
nen los clientes de evaluar la sinceridad del terapeuta es buscar la respuesta a una pregun-
ta del tipo “¿Te interesas realmente por mí o sólo porque es tu trabajo?”. La pregunta al
terapeuta puede ser tan directa como esta o hacer referencia al número de clientes que
atiende, a cómo es capaz de discriminar y acordarse de los distintos clientes o a si piensa
en el cliente durante la semana. El terapeuta debe responder con una frase que indique su
interés (supuestamente genuino) por el cliente. Así, si un paciente le dice al terapeuta que
debe ser muy cansado atender a varios clientes, el terapeuta puede reconocerle que supo-
ne un gasto de energía, pero que conserva suficiente energía para dedicársela a él.
Un resumen de estas seis pruebas de confianza y ejemplos de frases de los clientes y de res-
puestas apropiadas e inapropiadas del terapeuta puede verse en Cormier y Cormier (1991/1994,
págs. 97-98).
ATRACCIÓN
Suele haber una correlación positiva entre la percepción de un terapeuta como atractivo y los
resultados del tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). Los clientes infieren la atracción
a través de la amabilidad y cordialidad del terapeuta y de la similitud de este con ellos (Cormier y
Cormier, 1991/1994). La atracción puede ser física e interpersonal. La primera influye sobretodo
en la fase inicial de la terapia, pero la segunda es mucho más importante que la primera a lo largo
de todo el proceso. Contribuyen a la atracción interpersonal el contacto ocular, la disposición
frontal del cuerpo, la sonrisa, asentir con la cabeza, la voz suave y modulada, las muestras de
Habilidades - 17
comprensión, cierto grado de autorrevelación y acordar con el cliente qué objetivos se persiguen y
qué se va a hacer en cada fase de la terapia.
GRADO DE DIRECTIVIDAD
Lo importante parece ser adecuar el grado de directividad a lo que los clientes esperan. En
general, la conveniencia de ser más o menos directivo depende de una serie de factores tales
como (Beck et al., 1979/1983; Goldfried y Davison, 1976/1981; Segura, 1985):
- Tipo de problema: a mayor gravedad del cuadro y menor grado de autocontrol por parte
del cliente, mayor directividad.
- Locus de control del cliente: cuanto más externo, mayor directividad, al menos inicial-
mente. El locus de control hace referencia al grado en que los acontecimientos que le suce-
den a uno son considerados producto del propio comportamiento (control interno) o de la
suerte, el destino o los otros (control externo).
- Libertad de elección que el cliente cree que tiene: a menor libertad percibida, menor
directividad. Por ejemplo, conviene, en general, ser menos directivo con un cliente que
no viene a la consulta por propia iniciativa.
- Fase de la terapia: cuanto más avanzada la terapia, más debe animarse al cliente a tomar
la iniciativa (p.ej., planificar el orden del día de las sesiones y las actividades entre sesio-
nes) y a hacer las cosas por sí solo. Por otra parte, la directividad no es conveniente, por
lo general, en el primer contacto con el cliente, para así favorecer la expresión libre de es-
te.
- Sexo, cualificación profesional y edad del cliente. Según un grupo de investigación, las
mujeres y las personas con mayor cualificación profesional prefieren una menor directi-
vidad, mientras que la preferencia por esta es más acusada conforme aumenta la edad
(Navarro et al., 1987a, 1987b).
En general, se aconseja ser lo menos directivo que las condiciones permitan. Siempre que
sea posible, es mejor ayudar al cliente a descubrir soluciones que dárselas directamente; y en caso
de hacer esto último, es más aceptable plantearlo en forma de sugerencias que de algo que hay que
hacer. Las acciones o tareas que conviene que el cliente realice entre sesiones deben ser acorda-
das con este en vez de simplemente prescribirlas. En lugar de decirle a un paciente “si quiere lo-
grar X, tiene que hacer Y”, funciona mejor decir “esto es algo que suele funcionar para lograr X,
¿qué piensa usted al respecto?”. Por otra parte, si un paciente va a llevar a cabo alguna acción que
el terapeuta considera nociva, este puede hacerle reflexionar sobre las consecuencias de la mis-
ma en vez de decirle directamente que no la haga o enumerarle dichas consecuencias.
Habilidades - 18
Ackerman y Hilsenroth (2001) revisaron diversos estudios empíricos que pusieron de mani-
fiesto que la relación terapéutica se vio negativamente afectada en aquellos casos en que el
terapeuta se mostró rígido, tenso, cansado, aburrido, defensivo, crítico, culpabilizador, distante o
distraído. También tuvo un impacto negativo no estructurar las sesiones o estructurarlas en exce-
so, realizar interpretaciones inflexibles, hacer autorrevelaciones sobre conflictos personales (no
resueltos), pasar por alto las manifestaciones de resistencia del cliente (p.ej., comentarios de des-
contento o desacuerdo), conceder poca importancia a los temas que interesan al cliente y usar
inapropiadamente los silencios.
Asimismo, se aconseja mantener una mentalidad abierta, incluso hacia las actitudes irracio-
nales, respetar el derecho del cliente a expresar valores y preferencias diferentes de los del tera-
peuta y hacer comentarios amables o comprensivos cuando esté indicado. Ejemplos de respuestas
del terapeuta cumpliendo e incumpliendo estas guías pueden verse en Goldstein (1980/1987, págs.
68-74; véase también Goldstein y Myers, 1986, págs. 54-60).
El humor es también una habilidad importante. Las personas con sentido del humor reaccio-
nan mejor ante situaciones estresantes y manejan más eficazmente sentimientos negativos como la
tristeza, malestar e ira. La idea es que el terapeuta sea capaz de no tomarse demasiado en serio, ni
a sí mismo ni a las cosas. El humor puede conseguirse mediante ironía, bromas suaves, anécdo-
tas, juegos de palabras, etc. Lo mejor es el humor espontáneo, aquel que se deriva de algo que
se ha dicho o de algo que ha ocurrido en la situación.
El humor empleado con medida y adaptado a la situación y al cliente es muy útil para re-
ducir el nivel de tensión y salvar momentos de apuro. En situaciones tensas, el terapeuta pue-
de lograr una distensión dirigiendo el humor contra sí mismo. Cuando el humor es burdo,
grosero, sarcástico o abusa de la ironía, pierde su eficacia y puede llegar a ser contraproducente.
En general, no es recomendable emplear el humor cuando el paciente no conoce aún al terapeuta
y/o cuando se sospecha que puede interpretarlo como ofensa, desinterés o falta de comprensión.
En referencia al sexo, edad y etnia del terapeuta, casi no se han llevado a cabo estudios con-
trolados. El sexo del terapeuta no parece ser una variable relevante en general en cuanto a los
resultados del tratamiento. De todos modos, hay datos de que pueden obtenerse mejores resulta-
dos cuando terapeuta y cliente son del mismo sexo; quizá esta similitud sea más importante en
determinados problemas (ansiedad heterosocial, baja asertividad, disfunciones y desviaciones
sexuales, violación, violencia doméstica). Finalmente, hay algunos estudios en que los terapeutas
femeninos han sido más eficaces que los masculinos. Para una revisión, véase Bowman (1993).
La edad del terapeuta no parece estar relacionada con los resultados de la terapia. La simili-
tud de edad entre terapeuta y cliente ha correlacionado débilmente con los resultados del trata-
miento en algunos estudios, pero, en general, la diferencia de edad entre terapeuta y cliente no es
una variable importante. De todos modos, los terapeutas muy jóvenes pueden ser percibidos
como más inexpertos, lo que puede afectar negativamente a la credibilidad que inspiran; en este
Habilidades - 19
caso, deben procurar aumentar su credibilidad basándose en aquellos aspectos que pueden contro-
lar (p.ej., competencia, sinceridad, cordialidad, dinamismo).
HABILIDADES DE COMUNICACIÓN
La comunicación verbal y no verbal entre cliente y terapeuta es una parte fundamental del
proceso terapéutico. Este se resentirá más o menos gravemente si el terapeuta no escucha o no
muestra que escucha, se expresa de modo poco claro o ambiguo, es poco específico en sus inter-
venciones verbales, carece de fluidez verbal, emplea un lenguaje poco adaptado al cliente, es ex-
cesivamente prolijo o conciso, no enfatiza las ideas importantes, no capta o no interpreta correc-
tamente la comunicación no verbal del paciente o no sabe adecuar su comunicación no verbal al
cliente y a la situación. En este apartado consideraremos varios tipos de competencias: de escu-
cha, de acción y de entrevistador.
HABILIDADES DE ESCUCHA
Escuchar implica atender a lo que el cliente comunica, procesar los datos atendidos y emitir
respuestas de escucha verbales y no verbales. Muchas de estas respuestas son simples (mirada
amigable, asentimientos de cabeza, inclinación y orientación corporal hacia el cliente, expresión
facial de interés y comentarios del tipo “ya veo”, “sí”, “entiendo”, “uhm”), mientras que otras son
más complejas. Entre estas últimas, Cormier y Cormier (1991/1994) han distinguido las cuatro
siguientes: clarificación, paráfrasis, reflejo y síntesis, las cuales se explican a continuación. Más
información y ejercicios al respecto pueden encontrarse en Fernández y Rodríguez (2002a,
2002b).
Clarificación
Consiste en pedir al cliente que aclare el significado de un mensaje vago, ambiguo o im-
plícito. Esto suele hacerse mediante cierto tipo de preguntas (“¿qué quiere decir cuando...?”,
“¿puede aclarar qué...?”, “¿a qué se refiere con…?”) o bien pidiendo al cliente que explique lo
mismo con otras palabras, que dé más detalles o que ponga algún ejemplo. A veces, se emplean
preguntas de comprobación (“¿quiere decir que...?” o “¿está diciendo que...?”) cuando se quiere
verificar que se ha comprendido bien el mensaje del paciente. Un ejemplo de clarificación sería el
siguiente:
Muchos términos y expresiones del lenguaje son ambiguos y es peligroso asumir que signifi-
can lo mismo para el paciente que para el terapeuta. Tampoco conviene permitir que el cliente
soslaye información con expresiones como “ya sabe lo que quiero decir”, “usted ya me entiende”,
etc.; puede responderse: “No, la verdad es que no acabo de entender lo que quiere decir; ¿puede
ponerme un ejemplo?”. Si una persona no clarifica lo que quiere decir, puede solicitarse una
Habilidades - 20
nueva aclaración y emplear, si es preciso, preguntas cerradas para concretar el posible significado
de la información. Si un cliente muestra renuencia a clarificar algo, puede restársele dramatismo
al tema (p.ej., haciendo referencia a lo que otras personas con problemas similares comentan) o
posponer el abordaje del mismo.
Conviene tener en cuenta que cuando un cliente está exponiendo un problema por primera
vez, conviene dejarle hablar y no interrumpirle solicitando clarificaciones frecuentes; estas
pueden hacerse más adelante una vez que ha tenido la oportunidad de explayarse y ser escuchado.
Fernández y Rodríguez (2002a, págs. 88-92) presentan varios ejercicios de clarificación.
Paráfrasis
Reflejo
El reflejo implica la expresión por parte del terapeuta de los sentimientos del cliente, tan-
to de los explícitos como de los implícitos. Estos últimos son inferidos a partir de expresiones
previas del paciente, comportamiento no verbal de este y/o conocimiento que se tiene del cliente o
de la situación referida. En otras palabras, a través del reflejo, el terapeuta expresa, cuando lo con-
sidera oportuno, la parte afectiva del mensaje del cliente junto con el contexto o situación a que se
refieren los sentimientos. El reflejo no excluye el uso de la paráfrasis (de hecho, suele incluirla),
pero implica siempre la repetición de un componente emocional. Veamos varios ejemplos:
P: Cuando mi hijo murió…; al llegar vi que tenía la cabeza tapada. Quedé clavada. Me
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P: Cuando descubrí que mi mujer me engañaba (dicho con tono de enfado),…… ¿Qué
puedo hacer? ¿Seguir, dejarla, ehhh…? No estoy seguro.
T: Al parecer está enfadado con la actuación de su mujer y se siente confuso (buen re-
flejo).
T: Parece que está bastante enfadado con su esposa (no refleja el estado de confusión).
T: Me da la sensación de que está furioso y con ganas de vengarse porque ha descubier-
to que su mujer le engaña (no refleja el estado de confusión; además, la emoción re-
flejada de furia es más intensa que la de enfado y el deseo de venganza es una infe-
rencia a confirmar por parte del cliente).
P: No hay nada interesante. Todos mis amigos se han marchado. Desearía tener dinero
para poder hacer algo diferente.
T: No encuentras nada interesante que hacer ahora que tus amigos se han ido y no dis-
pones de dinero (paráfrasis).
T: Te sientes aburrido al no tener amigos y dinero (reflejo).
Tanto la paráfrasis como el reflejo implican la recapitulación de aspectos del mensaje del
cliente. Pero mientras que la primera recapitula el contenido del mensaje (haciendo referencia a
situaciones, acontecimientos, ideas, personas y/u objetos), el segundo expresa los sentimientos o
parte afectiva del mensaje. El reflejo de los sentimientos implícitos no debe ser empleado has-
ta que el cliente acepte el reflejo de los sentimientos explícitos, ya que si no, es probable que se
produzcan respuestas de negación.
El empleo del reflejo implica captar los sentimientos expresados explícita o implícitamen-
te por el cliente a través de su conducta verbal y no verbal. Cormier y Cormier (1991/1994)
presentan en la página 152 una lista de términos afectivos de uso frecuente (clasificadas por tipo
de emoción y nivel de intensidad; véase también Fernández y Rodríguez, 2002a, pág. 39) y en el
capítulo 4 diversas respuestas no verbales que comunican emociones. Una vez identificado el
sentimiento, hay que devolverlo al cliente con las propias palabras e intentando que estas co-
rrespondan al mismo tipo de afecto y nivel de intensidad comunicado por el cliente. Así, una
cosa es sentirse molesto y otra sentirse furioso; también pueden emplearse expresiones como “al-
go”, “bastante” o “mucho” para matizar la intensidad del afecto.
El reflejo puede emplearse con diversos propósitos: a) ayudar al cliente a sentirse compren-
dido y permitirle expresar su posible desacuerdo sobre lo que se le dice; b) animarle a centrarse en
los sentimientos y, de este modo, percatarse de su ocurrencia, intensidad o importancia; c) animar-
le a expresar más sentimientos sobre personas, sucesos o situaciones; d) permitirle discriminar
entre diferentes tipos de sentimientos; e) no entrar en conflicto con un cliente que expresa senti-
mientos negativos sobre la terapia o el terapeuta. Fernández y Rodríguez (2002a, págs. 71-73, 99-
107) presentan varios ejercicios de reflejo.
Conviene tener en cuenta que el reflejo no es la única manera de que un cliente se centre en
sus sentimientos y hable sobre los mismos; las preguntas acerca de cómo un paciente se siente
sobre algo pueden utilizarse con el mismo fin. Por otra parte, el uso continuado de reflejos en una
sesión puede ser visto negativamente por algunos clientes, especialmente cuando estos esperan
otro tipo de intervención (p.ej., apoyo, preguntas, información). Asimismo, centrarse en la expre-
sión de los sentimientos tampoco parece oportuno cuando un paciente ya dedica un tiempo con-
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siderable a ello, pero no toma ningún curso de acción, o se siente desbordado por sus emociones.
Síntesis
Se define la síntesis o recapitulación como el empleo de paráfrasis y/o reflejos que resu-
men lo que el cliente ha comunicado durante parte de una sesión o a lo largo de una o más
sesiones. Es frecuente al inicio y, especialmente, al final de las sesiones. La síntesis puede em-
plearse con diversos propósitos: a) unir los múltiples elementos (p.ej., afectivos, cognitivos,
comportamentales, interpersonales, etc.) que ha ido comunicando el cliente para darles una estruc-
tura y/o clarificar la información; b) identificar temas comunes que se ponen de manifiesto des-
pués de diversas intervenciones del cliente o, incluso, de varias sesiones; c) hacer resúmenes de
aspectos importantes; d) resumir el progreso logrado. Además, la síntesis, al igual que la paráfra-
sis y el reflejo, da la oportunidad al cliente de corregir la percepción del terapeuta.
Ejemplos de síntesis breves son los siguientes: a) Un paciente con trastorno de ansiedad ge-
neralizada ha hecho alusión de pasada varias veces en las últimas sesiones a dificultades en su
vida de pareja. El terapeuta podría decir: “En las últimas sesiones se ha referido varias veces a
problemas con su pareja. Quizás deberíamos hablar sobre ello”. b) Un cliente alcohólico ha veni-
do reconociendo en las últimas sesiones que beber no le beneficia a la larga y que su mujer le
amenaza con la separación, pero que no puede dejarlo porque le ayuda a sentirse mejor y a superar
el estrés laboral. Una posible síntesis sería: “Parece que los sentimientos de calma y bienestar que
te proporciona el alcohol son más importantes para ti que los problemas familiares”. Otros ejem-
plos pueden verse en Fernández y Rodríguez (2002a, págs. 40-41), los cuales presentan también
varios ejercicios de síntesis (págs. 74-79). Un ejemplo de síntesis adaptado de los autores anterio-
res (pág. 40) es el siguiente:
COMPETENCIAS DE ACCIÓN
A diferencia de las respuestas de escucha, las respuestas de acción reflejan un estilo más di-
rectivo por parte del terapeuta y van dirigidas a facilitar el cambio por parte de los clientes. Para
Habilidades - 23
que sean efectivas, deben estar fundamentadas en la escucha previa del cliente. Cormier y
Cormier (1991/1994) han distinguido cuatro respuestas principales de acción que se explican a
continuación: preguntas, confrontación, interpretación e información. Más información y ejerci-
cios al respecto pueden encontrarse en Fernández y Rodríguez (2002a, 2002b).
Preguntas
Las preguntas pueden hacerse con distintos propósitos, aparte del de clarificación ya co-
mentado anteriormente. Por una parte, las preguntas pueden emplearse con fines de evaluación
para solicitar nueva información sobre los problemas y características del cliente o sobre factores
relacionados con dichos problemas. Por otra parte, y con una finalidad de cambio terapéutico,
pueden hacerse preguntas para hacer reflexionar al paciente sobre algún aspecto o facilitarle la
consideración de nuevas perspectivas sobre sus problemas o para que cambie sus comportamien-
tos.
Las preguntas pueden ser abiertas o cerradas. Las preguntas abiertas solicitan información
amplia sobre un tema –no reducible a un “sí” o “no” o a un dato concreto– y muchas suelen em-
pezar por “qué”, “cuál”, “cuándo”, “dónde” y “cómo”. Son útiles para iniciar la entrevista, intro-
ducir nuevos temas, lograr mayor información, solicitar ejemplos específicos y motivar al cliente
a comunicarse. Ejemplos de preguntas abiertas son: “¿en qué otras situaciones aparece este mie-
do?, ¿qué cosas hacen que este miedo se agrave?, ¿cómo se las arregla usted para manejar este
miedo cuando no puede evitar la situación?, ¿a qué cree usted que se debe que se sienta de este
modo?”. Las preguntas pueden hacerse también de forma no directamente interrogativa: “Cuén-
teme algo más sobre esto”, “me gustaría que me hablara más extensamente sobre este tema”. Fer-
nández y Rodríguez (2002a, págs. 80-84) presentan varios ejercicios de preguntas abiertas.
Las preguntas cerradas pueden contestarse con un “sí” o “no” o con una respuesta muy bre-
ve y siguen a las anteriores para precisar la información obtenida, identificar parámetros de un
problema y contrastar hipótesis formuladas. También son una de las estrategias disponibles con
clientes que divagan o hablan demasiado o con pacientes a los que les cuesta inicialmente hablar
de sus problemas. Ejemplos de preguntas cerradas son: “en una escala de 0 a 10, ¿dónde situaría
su nivel de depresión?, ¿este estado de ánimo deprimido es más acusado por la mañana o por la
tarde?”, “¿cree que puede sufrir un infarto?”, ¿cuántas copas bebe al día? Fernández y Rodríguez
(2002a, págs. 85-87) presentan varios ejercicios de preguntas cerradas.
El empleo frecuente de preguntas cerradas puede ser visto como un interrogatorio e incre-
mentar la falta de cooperación en clientes resistentes y también en niños y adolescentes; a estos
últimos puede recordarles el estilo empleado muchas veces por padres y maestros. En el caso de
facilitar alternativas de respuesta en las preguntas cerradas, hay que procurar que no sea sólo una,
sino varias, de modo que se eviten las sugerencias de respuesta. En este sentido, conviene tener
en cuenta también la forma en que se formula una pregunta; no es lo mismo, por ejemplo, pregun-
tar “¿le fue bien ese tratamiento?” que “¿cómo le fue ese tratamiento: mal, regular, bien?”.
- Tener claro el propósito que se persigue. ¿La pregunta es terapéuticamente útil o sim-
plemente satisface la curiosidad o alguna necesidad personal del terapeuta?
- Moderar el empleo de las preguntas en qué haya un “por qué”, ya que pueden tener
una connotación acusatoria, poner al cliente a la defensiva y facilitar la racionalización o
un “no sé” como respuesta. En vez de “por qué”, pueden emplearse otras expresiones
como “qué le lleva a...”, “qué le hace...”, “a qué cree usted que es debido...”, “qué motivo
tuvo...”, “qué cree usted que pasaría si... (hiciera o no hiciera tal cosa)”, las cuales facili-
tan que las respuestas sean más descriptivas.
- Resistir la tentación de hacer preguntas intempestivas cuando alguna idea nos viene a
la cabeza, pero no conviene interrumpir al paciente o cambiar de tema. En estos casos, es
mejor apuntar la idea para utilizarla más tarde en el momento oportuno. Hay que evitar
las interrupciones frecuentes o con poco tacto.
- Formular una sola pregunta cada vez en lugar de una serie de preguntas. Un ejemplo
de esto último es: “¿Puede decirme cuánto mide y pesa usted, y cuánto le gustaría pe-
sar?”. Además, la manera más fiable de obtener la estatura y el peso de un cliente es me-
dirle y pesarle; los datos autoinformados pueden desviarse bastante de los datos objeti-
vos, especialmente en el caso del peso.
- Evitar preguntas acusadoras, ya sea por su contenido (p.ej., bastantes de las que em-
plean “por qué”) o por el tono de voz utilizado. Otro ejemplo sería: “¿No se siente usted
mal al desear engañar a su pareja?”. Más que intentar comprender cómo se siente el
cliente, el terapeuta cree que una persona debería sentirse mal en esas circunstancias y
formula un juicio de valor. Además, la expresión “engañar a su pareja” tiene una conno-
tación emocional que puede ser vivida negativamente por el cliente; por tanto, sería
deseable utilizar una expresión descriptiva y no valorativa. Una forma alternativa de
plantear la pregunta podría ser: “¿Cómo se siente usted cuando desear tener relaciones
Habilidades - 25
Confrontación
- Dos mensajes verbales. En la misma o distintas sesiones el cliente dice por un lado que
adora a sus hijos y por otro que no los tendría si volviera a comenzar de nuevo. Terapeu-
ta: “Dices que adoras a tus hijos y al mismo tiempo afirmas que no volverías a tenerlos.
¿Puedes decirme algo más sobre esto?”.
- Comunicación verbal y no verbal. El cliente dice que no le importa lo que haga uno de
sus hijos con su vida, pero al mismo tiempo se pone tenso y se retuerce las manos. Tera-
peuta: “Dices que no te importa lo que haga tu hijo, pero al decir esto te has puesto tenso
y has retorcido tus manos. ¿Qué te hace pensar esto?”.
- Mensaje verbal y acción. El cliente dice que es crucial plantearle ya a su pareja su insa-
tisfacción con la relación, pero al cabo de dos semanas todavía no lo ha hecho. Terapeuta:
“Planteaste que debías comunicar a tu pareja lo insatisfecho que estás con vuestra rela-
ción y todavía no lo has hecho. Podríamos explorar este punto”.
- Mensaje verbal propio y de otro. Un cliente deprimido dice que se levanta cada mañana
a las 9 tal como se había acordado, pero al hablar por teléfono con su pareja (con el per-
miso del cliente), esta dice que no se levanta antes de las 12. Terapeuta: “Como usted ya
sabe, hablé por teléfono con su mujer; ella me dijo que usted se queda en la cama hasta
las 12 mientras que yo le entendí a usted que se levantaba a las 9. Me gustaría que me di-
jera algo sobre esto”.
Al formular una confrontación suele ser preferible evitar términos como “pero” o “sin em-
bargo”. En su lugar puede emplearse la conjunción “y” o expresiones del tipo: “por un lado…; por
otro…”, “por una parte…; al mismo tiempo…”. Así, la frase anterior “Dices que no te importa lo
que haga tu hijo, pero al decir esto te has puesto tenso y has retorcido tus manos” podría formular-
se de este otro modo: “Por un lado dices que no te importa lo que haga tu hijo; por otro, te has
puesto tenso y has retorcido tus manos al decir esto”. Por otra parte, conviene añadir al final de la
formulación algún tipo de pregunta para facilitar que el cliente se centre en la discrepancia se-
ñalada y responda a la misma. Posibles preguntas son: “¿qué te parece esto?”, “¿cómo relacionas
estas dos cosas?”, “me gustaría que me dijera algo sobre esto”.
El terapeuta debe ser consciente de sus propios motivos para emplear la confrontación. Esta
debe ser utilizada con las finalidades arriba señaladas y no para expresar frustración, rabia o
cualquier otra emoción negativa hacia el cliente. La confrontación ha de hacerse con tacto, de
modo que el cliente perciba interés y no ataque o inculpación. Por ejemplo: “según me ha conta-
do usted ahora,...; por otra parte, el otro día me había comentado que...”; sería un error decir algo
así como: ¿puede explicarme por qué ahora me dice... mientras que el otro día comentó que...?”.
Para evitar la culpabilización, es útil considerar a la incongruencia, y no al cliente, como el pro-
blema. Tras la confrontación, hay que dejar al cliente tiempo suficiente para responder y anali-
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zar sus reacciones, por lo que no conviene plantearla hacia el final de la sesión.
Normalmente, es mejor abordar las incongruencias una vez que se ha establecido una
relación positiva con el cliente. Por otra parte, conviene asegurarse de que el nivel de atención, el
grado de ansiedad y la motivación del cliente para cambiar son los adecuados para introducir la
confrontación. Además, conviene espaciar el abordaje de distintas incongruencias, ya que si
no, se puede dar una impresión de crítica.
Hay cuatro formas típicas en las que un cliente puede reaccionar a una confrontación: a)
Aceptación auténtica. b) Aceptación aparente: el cliente reconoce verbalmente la discrepancia,
pero no profundiza en ella; persigue que el terapeuta no insista. c) Confusión o desconcierto: el
cliente no parece entender lo que plantea el terapeuta, ya sea porque este ha sido poco específico o
porque el cliente busca una vía de escape. d) Negación: el cliente no reconoce la discrepancia o
no está de acuerdo con ella. Esto puede deberse, por ejemplo, a que no está preparado para acep-
tarla o a que el terapeuta la ha planteado de modo culpabilizador o se ha equivocado. Egan (1990,
citado en Cormier y Cormier, 1991/1994, pág. 177) cita diversas maneras en que se puede mani-
festar la negación:
- Desacreditar al terapeuta (“¿cómo lo sabes tú que nunca has pasado por esto?”).
- Persuadir al terapeuta de que su punto de vista es erróneo (“yo no quería decir eso”).
- Quitar importancia al tema (“no vale la pena detenerse en esto”).
- Buscar apoyo en otras fuentes (“he comentado con mis amigos lo que me dijiste y
ninguno de ellos ha notado nada”).
- Aceptar el reto, pero no actuar en esa dirección (“tienes razón, debería hablar de esto,
pero no puedo hacerlo”).
Interpretación
Consiste en comunicar al cliente las posibles relaciones entre sus conductas, emociones,
pensamientos y acontecimientos con el fin de proporcionar una explicación a sus problemas
y comportamientos. De este modo, se persigue que el paciente tenga una nueva perspectiva sobre
sus problemas que le sirva de ayuda para cambiar. Posibles ejemplos son: a) explicar los síntomas
cardíacos durante la ansiedad no como un síntoma de mal funcionamiento del corazón, sino como
resultado de la hipervigilancia de las sensaciones cardíacas y de la anticipación ansiosa; b) indicar
cómo las conductas defensivas (p.ej., no mirar al otro, responder brevemente) ayudan a mantener
la ansiedad social; c) indicar que la falta de relaciones íntimas con otras personas pueden implicar
un miedo a ser herido y humillado; d) señalar las creencias que parecen subyacer a los comenta-
rios y acciones del cliente. Naturalmente, la naturaleza de las interpretaciones depende de la orien-
tación teórica del terapeuta.
Fernández y Rodríguez (2002a, pág. 49) presentan otro ejemplo: “Es como si de algún modo
hubiera quedado arraigado en su mente una idea que viene a ser más o menos „si me porto bien,
me querrán‟. Por eso, si le parece que alguien no la quiere, empieza a preguntarse qué es lo que ha
hecho mal y se siente culpable y triste…Además, se deja maltratar porque le parece que se lo me-
rece…”. Estos autores proporcionan un segundo ejemplo (págs. 49-50) para el que ofrecen una
paráfrasis, un reflejo y una interpretación:
Habilidades - 27
“Un varón de 35 años en psicoterapia por un cuadro de ansiedad había crecido con su
padre que siempre se mostró muy orgulloso de él, pero que le exigía en cualquier momento
que se mostrara muy fuerte. En una entrevista que se produce después de un cambio de cita
para el que el paciente aceptó una fecha que luego hubo de cambiar por teléfono, porque
coincidía con un viaje de su trabajo, contó que la semana anterior había aceptado que su jefe
le asignara a él solo un proyecto que no estaba siendo capaz de sacar adelante un equipo de
dos personas y que la había pasado prácticamente sin dormir. Llegó a la entrevista extenuado
porque el fin de semana, que estaba agotado, su suegra le pidió que le arreglara el jardín e in-
virtió en ello todo el día.”
P: “¡Ahora estoy hecho un trapo, meteré la pata en el trabajo y me echarán una bronca y
tendrán razón! Pero no fui capaz de decir que lo dejaba para otro fin de semana…”
T: (Paráfrasis). “Aunque sabía lo que se le venía encima, lo hizo porque no pudo soportar la
idea de defraudar a su suegra.”
T: (Reflejo). “Está furioso consigo mismo porque, aunque sabía lo que le venía encima, lo
hizo porque no podía soportar la idea de defraudar a su suegra.”
T: (Interpretación). “Está furioso consigo mismo porque, aunque sabía lo que le venía enci-
ma, lo hizo porque no podía soportar la idea de defraudar a su suegra. Quizás lo que su-
cedió tiene que ver con otras situaciones de las que hemos hablado aquí. Como si fuera
algo que se repitiera en su vida. En situaciones en las que tiene que pedir o negar algo a
alguien que considera de algún modo por encima de usted, por temor a que la expresión
de debilidad que supondría tener que pedir ayuda o no sentirse capaz de algo le haga
desmerecer a sus ojos, se calla y actúa como si no necesitara nada y fuera capaz de cual-
quier cosa, aunque desfallezca en el intento. [Esta expresión es muy larga y compleja.]
Hemos visto que esto es lo que le llevó a actuar como lo hizo con su jefe la semana pasa-
da y con su suegra el domingo. Es también lo que hizo que se comportara como lo hizo
conmigo cuando tratamos de su cambio de cita. Y básicamente es el mismo esquema que
funcionaba con su padre cuando tenía que aguantar la marcha con los pies destrozados
por temor a que le repitiera que quejarse no era de hombres y que no volvería a salir con
usted.”
El resultado de las interpretaciones se ve afectado al menos por tres aspectos de las mismas.
En primer lugar, las interpretaciones poco profundas –en el sentido de que existe poca discre-
pancia entre la perspectiva del cliente y la del terapeuta– generan menos resistencia; cuando la
discrepancia es grande, la aceptación es menor. Segundo, las interpretaciones centradas en cau-
sas que puede controlar el cliente son más eficaces que aquellas centradas en causas que no
puede cambiar. Por último, las interpretaciones con connotación positiva funcionan mejor que
aquellas con connotación negativa. Un ejemplo de la primera sería: “Dices que te da miedo deci-
dir por ti mismo; esto no es extraño dado que no estás acostumbrado a hacerlo. Pero el hecho de
que ahora te des cuenta de esto, es un primer paso importante que te servirá de ayuda para cam-
biar”. Un ejemplo de la segunda podría ser: “Dices que te da miedo decidir por ti mismo; ¿acaso
deseas seguir apoyándote siempre en los demás?”.
Otras reglas básicas a la hora de formular interpretaciones son las siguientes: a) hacer la
interpretación cuando se disponga de información suficiente y datos que la avalen, b) comprobar
que el cliente parezca estar emocionalmente preparado para asimilarla o reflexionar sobre la
misma, c) asegurarse de que habrá tiempo suficiente para discutir la interpretación, d) emplear un
lenguaje asequible, e) buscar la colaboración del cliente a la hora de hacer la interpretación y/o
sus opiniones y reacciones no verbales a la misma si se le ha formulado directamente, f) si la in-
terpretación se formula directamente, hacerlo de forma tentativa (esto suaviza la resistencia) y de
modo aceptable para el paciente, de modo que este no se sienta acusado o enjuiciado, y g) mini-
mizar la influencia de los propios sesgos, problemas y valores a la hora de interpretar. Las inter-
Habilidades - 28
Segura (1985) ha ofrecido las siguientes pautas para facilitar el acuerdo del cliente con las
hipótesis explicativas y el plan de intervención:
Las reacciones del cliente a la interpretación pueden ser mayor comprensión de sus pro-
blemas (inmediata o mediata) y facilitación del cambio conductual, pero también resistencia, me-
nor comunicación y hostilidad. Cuando el paciente parece estar de acuerdo con el terapeuta, una
posibilidad que conviene tener en cuenta es que lo haga sólo para agradarle o para no enfrentarse
a él. Por otra parte, ante reacciones defensivas y/u hostiles, es aconsejable primero que el terapeu-
ta reconsidere los datos favorables a la interpretación. Si esta parece correcta, puede ser aparcada
temporalmente y repetida total o parcialmente más adelante buscando el momento adecuado y
formulándola de diferente forma (quizá más suavemente y/o con el empleo de alguna metáfora) y
con pruebas adicionales. Fernández y Rodríguez (2002a, págs. 93-107) presentan varios ejercicios
de interpretación.
Información
Informar no es lo mismo que aconsejar. Esto último implica recomendar o prescribir una
pauta de acción para que el cliente la siga (p.ej., “tienes que abandonar a este marido con el que
no eres feliz”). En cambio, al informar, se presentan simplemente aspectos relevantes a la cuestión
de que se trata, pero se espera que sea el cliente quién decida lo que va a hacer (p.ej., se puede
ayudar al cliente a descubrir qué opciones tiene para manejar la situación de pareja que le hace
sentir tan infeliz y las ventajas e inconvenientes de cada una de ellas”).
D'Augelli et al. (1981, citado en Cormier y Cormier, 1991/1994) dicen que la información
eficaz se presenta como algo que el cliente podría hacer, pero no lo que debería hacer, como lo
que el cliente podría considerar, pero no lo que debe tomar en cuenta. Informar se considera
Habilidades - 29
preferible ya que respeta y fomenta la independencia del paciente y genera mucha menos resis-
tencia por parte de este. De todos modos, algunos clientes dependientes pueden necesitar cierto
grado de aconsejamiento en las fases iniciales de la terapia para que continúen con la misma y se
pueda ir facilitando poco a poco una mayor toma de responsabilidades por parte de los mismos.
Además, hay que evaluar las reacciones del cliente a la información, alentar sus preguntas y
escuchar y comentar sus críticas y objeciones; la información no debe imponerse, sino que el
cliente debe decidir cuál desea emplear. Finalmente, pautas para mejorar el recuerdo de la in-
formación dada son (Segura, 1985):
Las metáforas son un posible modo de proporcionar información al paciente. Las metáforas
son parábolas o historias breves mediante las que se comunica un mensaje al cliente de forma
indirecta y análoga, por lo que el mensaje transmitido puede ser aceptado más fácilmente. Veamos
varios ejemplos: a) Con un cliente que cree que se verá arrollado por sus emociones y que “explo-
tará” como una olla a presión fuera de control, se puede emplear la metáfora de la inundación:
primero el agua sube y cubre muchas cosas, pero luego vuelve a su cauce. b) Con clientes que
buscan seguridad absoluta, se puede usar la metáfora del agricultor tan preocupado por la posibi-
lidad de perder sus cosechas a causa de las inundaciones que pasa todo su tiempo construyendo
diques, de modo que no le queda tiempo para plantar. c) A un paciente que no se atreve a afrontar
las situaciones que teme se le puede explicar que estas son como tigres de papel; parecen terribles,
pero cuando se afrontan se descubre su inocuidad. Otros ejemplos pueden verse en Kleinke
(1994/1995, pág. 147) y en Wilson y Luciano (2002).
Las metáforas son tanto más útiles cuanto más próximas estén a las experiencias, conocimien-
tos e intereses del cliente, y cuanto menos se tratan de imponer. Kleinke (1994/1995) presenta los
siguientes pasos para trabajar con metáforas: a) Tener claro el concepto que se desea comuni-
car. b) Atender al lenguaje que emplea el cliente y buscar un terreno que domine. c) Buscar un
constructo análogo en ese terreno que incluya los elementos centrales de lo que se desea comuni-
car. d) Si estos no se encuentran o no vienen a la mente, emplear un ámbito nuevo del que el
cliente tenga cierto conocimiento. También puede ayudarse a los pacientes para que elaboren sus
Habilidades - 30
propias metáforas. 2
HABILIDADES DE ENTREVISTADOR
Aparte del saludo y presentación inicial, el primer contacto entre terapeuta y cliente suele
tener lugar en el marco de la entrevista. Entre las habilidades que esta requiere se incluyen las
siguientes:
interpersonal, impide observar otras cosas que ocurren y disminuye la fluidez del cliente.
- Parafrasear y resumir la información proporcionada por el cliente tras periodos de
mucha información o de información importante.
- Controlar las respuestas emocionales inadecuadas que pueden ser inducidas por la
falta de experiencia (en general o con un problema concreto) o por determinadas respues-
tas del cliente (intentos de contracontrol, falta de colaboración, llanto, agresión).
- Mencionar la utilidad de la información obtenida y la necesidad de obtener más
información. Hacer una devolución de la información.
Entre las dificultades más frecuentes a la hora de definir un problema por parte de un cliente
se encuentran: a) presentar el motivo de consulta de un modo vago, abstracto y cambiante; b)
presentar como queja principal un problema que no es el más importante; y c) etiquetar o
denominar el problema en términos que no tienen por qué significar lo mismo que para el
terapeuta. Por ello, el terapeuta debe hacer todo lo posible para, una vez que ha dejado expresar-
se al cliente, emplear las preguntas pertinentes para concretar las conductas problemas, explorar
otros posibles problemas aparte del motivo de consulta y establecer el verdadero significado de
los términos empleados por el cliente.
Por otra parte, las verbalizaciones sobre las conductas no tienen por qué coincidir, y de hecho
frecuentemente no lo hacen, con las conductas mismas. Es decir, el cliente suele proporcionar
una información parcial y/o deformada respecto a sí mismo y a su problema. Esto puede ser
debido a diversas razones: conveniencia, autoconocimiento inadecuado, dificultades de expresión
verbal, dificultades para discriminar el cómo, cuándo, dónde, por qué, etc. se da una conducta,
fabulación. Por ello, el terapeuta debe recoger información de otras fuentes, además de la pro-
porcionada por el cliente. Con este fin, puede emplear entrevistas con otras personas, datos de
archivo (expedientes, historias clínicas), observación directa y registros psicofisiológicos.
Finalmente, conviene señalar que existen ciertos datos de que los pacientes más dispuestos a
hablar abiertamente de sus problemas y a dar menos respuestas breves a las preguntas del tera-
peuta tienden a obtener mejor resultados (Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000).
MOTIVACIÓN Y EXPECTATIVAS
dos como para invertir el esfuerzo necesario para resolver sus problemas. En muchos casos es
preciso potenciar esta motivación en mayor o menor grado para prevenir el abandono y mejorar
los resultados obtenidos.
Dicha motivación requiere que el cliente esté dispuesto a cambiar, que el terapeuta sea per-
cibido positivamente, que el cliente esté de acuerdo con la hipótesis explicativa del problema, con
las metas terapéuticas y con los métodos de intervención, que anticipe resultados favorables, que
estos sobrepasen claramente a los costos de la intervención (tiempo, esfuerzo, dinero, malestar),
que el cliente acepte las reglas que rigen la relación terapéutica y que se comprometa activamente
en el tratamiento.
Las expectativas del cliente hacen referencia al tipo de terapia, resultados de la terapia y
autoeficacia (medida en que uno se cree capaz de utilizar sus habilidades o aprender otras nuevas
para conseguir los cambios deseados). Todas ellas influyen en si se aceptará o no el tratamiento
propuesto y en el tiempo y esfuerzo invertido en el mismo. Las expectativas dependen de las ex-
periencias anteriores (p.ej., tratamientos previos), de la información recibida por parte de otras
personas (amigos, profesional que deriva al cliente, medios de comunicación) y del estado emo-
cional.
Las expectativas de los clientes respecto al tratamiento y respecto a los resultados están tam-
bién afectadas por las percepciones que los profesionales de la salud que los derivan tienen del
psicólogo y del tratamiento psicológico; lamentablemente, a veces estas percepciones son nega-
tivas y la derivación del cliente constituye sólo una muestra de desesperación. Por ello, es im-
portante mantener buenas relaciones con estos profesionales y mantenerles informados de la natu-
raleza de la terapia, su justificación, limitaciones y eficacia. También es importante que el cliente
no sea forzado por estos profesionales a ir al psicólogo, sino que pueda decidir si quiere ir o no.
En cuanto a las expectativas de resultados, un problema es que pueden ser muy altas o muy
bajas o el cliente puede pensar que una terapia determinada puede ser útil para otras personas o
para otros problemas, pero no para él o para su problema. Es conveniente que las expectativas
de resultados no sean ni muy altas (se facilita la decepción y el abandono al no conseguirse con
rapidez el éxito esperado) ni muy bajas (no se invertirá el esfuerzo necesario en el tratamiento).
En el caso de expectativas no realistas, es necesario que el terapeuta las modifique a través del
diálogo, la información, el reforzamiento y/o la reestructuración cognitiva para que el tratamiento
pueda ser aplicado eficazmente.
Habilidades - 33
Algunas estrategias útiles para aumentar la motivación del cliente y modificar sus expectati-
vas pueden verse en el último apartado: Estrategias para mejorar el cumplimiento de la interven-
ción.
El sexo del cliente no es una variable importante de cara al tratamiento, aunque, como se
dijo antes, cuando terapeuta y cliente son del mismo sexo pueden obtenerse mejores resultados en
ciertos problemas. La edad requiere adaptaciones del tratamiento o tratamientos nuevos en el
caso de niños, especialmente cuanto más pequeños son. También se requieren adaptaciones en el
caso de las personas mayores, especialmente cuando hay déficits en las capacidades cognitivas o
falta de apoyo social.
Es más probable que las personas de clase social baja abandonen el tratamiento. Esto pue-
de ser debido a una diversidad de razones: complejidad, larga duración y carestía de los tratamien-
tos ofrecidos, falta de coincidencia entre lo que se espera que ocurra en la terapia y lo que se ofre-
ce, actitudes menos positivas del terapeuta hacia las personas pertenecientes a clases sociales ba-
jas (los terapeutas suelen ser personas de clase media o media-alta y prefieren trabajar con perso-
nas de clase similar a la suya). En ocasiones, también se ha hallado una asociación entre clase
social baja y peores resultados del tratamiento, lo cual podría deberse a factores como mayor
estrés, menores recursos sociales y económicos y peor relación terapéutica. Es posible que esta
asociación se dé con más fuerza en ciertos tipos de terapias (p.ej., psicoanalíticas) que en otras
(p.ej., conductuales). El nivel educativo tiene una correlación alta con la clase social y aunque
tiende a haber una asociación positiva entre dicho nivel y la continuación en la terapia, esta rela-
ción no es muy acusada (Garfield, 1994).
TIPO DE PROBLEMA
Parece conveniente que el terapeuta adopte un estilo más directivo cuanto mayor sea la
gravedad del trastorno y menor el grado de autocontrol del cliente. En muchos otros proble-
mas puede ser eficaz proceder de forma menos directiva. Ciertos problemas (p.ej., trastornos
psicóticos, depresiones profundas, trastorno bipolar, adicciones, trastorno de déficit de atención
con hiperactividad) requieren previa o simultáneamente al tratamiento psicológico una interven-
ción farmacológica y/o institucional, y por tanto, la colaboración con otros profesionales.
Es necesario tener en cuenta los posibles trastornos físicos que pueden afectar a los problemas
del cliente y/o interferir en los resultados terapéuticos. Ejemplos serían la presencia de un deterio-
ro senil en una persona con dificultades de memoria o la existencia de un tumor cerebral en un
Habilidades - 34
EMPAREJAMIENTO TERAPEUTA-CLIENTE
Aunque falta una mayor investigación al respecto, se presentan algunas características de un
emparejamiento óptimo entre terapeuta y cliente (Goldstein y Myers, 1986):
- Ambos tienen expectativas congruentes acerca del papel de cada uno en la relación.
Comprenden y están de acuerdo en sus respectivos derechos y obligaciones por lo que se
refiere a lo que se espera que cada uno haga o no durante la interacción.
- Ambos confían en obtener resultados positivos de las sesiones. Cada uno anticipa una
probabilidad al menos razonablemente alta de cambio del cliente.
- Ambos provienen de similares contextos sociales, culturales, étnicos y económicos.
- Ambos son similares en el empleo del lenguaje, complejidad conceptual, extrover-
sión-introversión, objetividad-subjetividad, flexibilidad y conciencia social.
- Ambos se complementan en sus necesidades de comunicación, poder/influencia e
intimidad emocional.
MANEJO DE DIFICULTADES
A continuación se enumeran una serie de situaciones problemáticas, tanto por parte del tera-
peuta como del paciente, que pueden interferir en la terapia. Para cada una de ellas se presentan
diversas soluciones, pero conviene tener en cuenta que estas dependen de cada caso y de la fase
de la terapia en que se presente la situación considerada. Beck et al. (1979/1983), Froján (2006),
Gavino (1997, 2005a, 2005b), Ruiz (1998) y Ruiz y Villalobos (1994, cap. 9) describen varias de
estas situaciones y los modos de hacerles frente.
- El terapeuta etiqueta a un cliente como difícil en vez de ver la situación como un problema a
resolver.
- El terapeuta experimenta intensas reacciones emocionales (atracción, enfado, ansiedad o
abatimiento) en respuesta a su interacción con el cliente.
- El terapeuta presenta o ha presentado el mismo problema por el que consulta el cliente.
- El terapeuta queda bloqueado en un momento dado, no sabe cómo seguir.
- El terapeuta tiene problemas con relación a los silencios del cliente.
- El terapeuta está preocupado por su propia competencia.
- El terapeuta busca ser apreciado por el cliente, lo cual le lleva a anteponer sus necesidades
Habilidades - 35
- El terapeuta etiqueta a un cliente como difícil en vez de ver la situación como un pro-
blema a resolver. Los así llamados clientes difíciles son aquellos cuyas actitudes y comporta-
mientos entorpecen el curso de la terapia. La pasividad, la indecisión, la falta de cumplimiento,
la manipulación, el oposicionismo y las quejas constantes son algunos de los problemas más
frecuentes que presentan. Con estos clientes, Beck et al. (1979/1983) han propuesto las siguientes
pautas:
# Mantener el optimismo. No hay que caer en la desesperanza, sino pensar en los recursos
que se poseen para que el cliente mejore. Si a pesar de esto, la mejora no se produce o el
cliente empeora, posibles opciones son aplicar un tipo muy diferente de tratamiento, de-
rivar al cliente a otro terapeuta o poner fin a la intervención.
# Detectar y hacer frente a las propias cogniciones desadaptativas. Por ejemplo, “el
cliente no mejora, debo ser un terapeuta muy malo”, “el cliente no debería comportarse
así” o “después de todo lo que he hecho por él, se muestra desagradecido y me hace pasar
malos ratos”. Hay que procurar no alterarse ante las conductas contraproducentes del
cliente y no personalizar la posible resistencia de este, es decir no sentirse el blanco de la
misma.
# Mantener una actitud de resolución de problemas. Las dificultades deben ser detecta-
das, formuladas y analizadas como un problema. Los resultados son comentados con el
cliente y luego, se generan conjuntamente posibles soluciones, se selecciona una y se
aplica para ver cómo funciona.
quejan constantemente o que culpabilizan sistemáticamente a los demás. Otro terapeuta puede
sentirse enfadado porque un paciente no acepta su hipótesis explicativa o el tratamiento que le
propone o bien no cumple con las tareas acordadas. Es normal que un terapeuta experimente emo-
ciones en su relación con los clientes; lo importante es asumir que esto es un hecho normal –
siempre que las emociones no sean muy intensas y duraderas–, saber detectar las emociones
cuando ocurren y aprender a manejarlas en beneficio del cliente.
Durante las sesiones, el terapeuta debe intensificar la autoobservación para no pasar por
alto sus reacciones emocionales. Por ejemplo, puede atender a las señales que indican que está
poniéndose irritado: tensión muscular, apretar los puños, respiración agitada, corazón acelerado,
sensación de enfado, interpretar el comportamiento del cliente como injusto, pensar que el pacien-
te no cumple con sus obligaciones, etc. Caso de sentirse enfadado, conviene que no responda in-
mediatamente, sino que haga una pausa para: a) Reducir, en caso necesario, su activación somáti-
ca (p.ej., mediante respiraciones profundas y regularización de la respiración). b) Intentar com-
prender el punto de vista del paciente (p.ej., las razones que puede tener para no cumplir con las
tareas acordadas). c) Recordarse las pautas de actuación más eficaces previamente pensadas (p.ej.,
explorar junto con el paciente los motivos del incumplimiento y buscar soluciones). Todo esto
facilita el control de las emociones.
Si a pesar de todo lo anterior persiste una intensa implicación emocional positiva o nega-
tiva con el paciente, debe derivarse este a otro terapeuta. La derivación puede adoptarse ya de
entrada cuando el terapeuta tenga asumido que no desea trabajar con determinado tipo de perso-
nas. Finalmente, si la experiencia de reacciones emocionales es frecuente, el terapeuta debe buscar
ayuda profesional para sí mismo.
- El terapeuta queda bloqueado en un momento dado, no sabe cómo seguir. Esto, que es
más frecuente en terapeutas noveles, puede ocurrirle incluso al terapeuta más experimentado,
aunque conviene que el paciente no se dé cuenta. Existen varias estrategias útiles para hacer fren-
te a un bloqueo, las cuales se presentan a continuación por orden de preferencia:
b) Consultar el orden del día o las anotaciones sobre preguntas, dudas o hipótesis pendien-
tes de aclaración.
c) Parafrasear la información que ha proporcionado el cliente en el último periodo.
d) Preguntar al cliente si todo lo que se ha hablado hasta ahora le ha sugerido algo nuevo
que quiera comentar.
e) Iniciar un tema nuevo no abordado hasta el momento.
f) Poner fin a la sesión si hubiera transcurrido gran parte de la misma.
- El terapeuta tiene problemas con relación a los silencios del cliente. Una primera posibi-
lidad es que el terapeuta no sepa discriminar si el silencio es beneficioso o no y, por lo tanto, si
debe ser roto por el cliente o por el terapeuta. Si este ha planteado correctamente una cuestión
compleja que requiere pensar o una confrontación, deberá esperar en principio a que el cliente
conteste; tampoco debe interrumpir prematuramente un silencio cuando el cliente está experimen-
tando una emoción determinada. Por el contrario, si nota que al cliente le cuesta hablar o parece
no poder responder o no quiere responder a ciertas preguntas o hablar de ciertos temas, convendrá
que rompa el silencio y adopte algunas de las estrategias enumeradas más adelante al hablar de
estos temas en el apartado de manejo de situaciones problemáticas por parte del cliente.
Una segunda posibilidad es que el terapeuta no respete los silencios del cliente debido a
su estilo comunicativo o a su malestar emocional ante los silencios. En primer lugar, el tera-
peuta debe ser capaz de discriminar el tipo de silencio tal como se ha dicho antes. Además, cuan-
do detecte que debe respetar un silencio, puede utilizar autoinstrucciones específicas para recor-
dárselo. Si esto no fuera suficiente, podría llevar a cabo ensayos conductuales en los que aprendie-
ra a tolerar silencios progresivamente más largos.
- El terapeuta busca ser apreciado por el cliente, lo cual le lleva a anteponer sus necesida-
des personales a los objetivos de la terapia. El terapeuta debe aceptar que hay sesiones de terapia
que pueden resultar incómodas y generar sentimientos negativos en el paciente. Por tanto, debe
aceptar las retroalimentaciones negativas del cliente, abordar las cuestiones problemáticas y plan-
tear las posibles confrontaciones cuando sea necesario. Asimismo, no debe buscar que el cliente le
proporcione retroalimentación positiva. Veamos un ejemplo.
Una persona acude a consulta por problemas de depresión. El terapeuta decide, con el
consentimiento de la cliente, tener una entrevista conjunta con su pareja. Al final de esta entrevis-
ta acuerdan entre todos que en un par de sesiones iniciarán una terapia de pareja. En la siguiente
sesión la cliente se queja al terapeuta de que se ha puesto del lado de su marido. El terapeuta in-
Habilidades - 38
tenta convencerla de que mantiene una actitud imparcial, le hace notar que ella es la cliente prin-
cipal y le plantea que, si lo desea, puede reducirse el número de sesiones con su marido. Esta in-
tervención parece ir dirigida a evitar el enfrentamiento con la cliente y mantener el aprecio de la
misma. En la actuación del terapeuta pueden señalarse los siguientes errores:
a) Busca convencer a la cliente de su imparcialidad en vez de indagar las razones que le han
llevado a plantear la queja.
b) Hay una contradicción entre la supuesta actitud de imparcialidad y decirle a la cliente que
ella es la cliente “principal”. Puesto que existe un acuerdo previo para realizar terapia de
pareja, en esta los dos miembros son clientes y tienen el mismo “estatus”.
1) Entender que la cliente pueda haber llegado a pensar que se había puesto del lado del
marido, aun en el caso de considerar que no había dado motivo para ello.
3) Evaluar qué ha llevado a la cliente a percibir que él tenía una actitud más favorable hacia
el marido.
- Si la cliente no menciona datos concretos, sino que se basa en una impresión global,
el terapeuta puede hacerle reflexionar sobre la existencia de datos contrarios que
muestran que la queja es infundada, si este es el caso. Cuando no hay datos contra-
rios, puede hacerle ver que se trata de una impresión que puede ser correcta o no; y
que, por lo tanto, convendrá que ambos estén atentos para detectar las posibles prue-
bas y poder discutirlas.
- Si la cliente presenta algún dato real que apoya la queja, el terapeuta deberá recono-
cer que en algún momento su actitud ha sido o ha podido ser parcial y manifestar que
hará lo posible para que no vuelva a suceder. Caso de que la actitud favorable al ma-
rido fuera general, el terapeuta debería proceder de modo similar al ya señalado
cuando se habló de la dificultad de las reacciones emocionales hacia los clientes.
Si la sesión hubiera sido grabada, podría utilizarse la grabación como material de apoyo
para llevar a cabo los puntos 3 y 4.
a las metas previamente acordadas. Si cada sesión se dedica a una cuestión diferente, los resul-
tados serán pobres, aunque hay que tener en cuenta que en ocasiones problemas aparentemente
diferentes comparten un mismo factor importante; por ejemplo, distintos conflictos que el cliente
ha tenido con personas diferentes pueden implicar el rechazo de figuras de autoridad. Por otra
parte, si el terapeuta se ciñe al programa prefijado, se arriesga a parecer insensible o a entrar en
una lucha con el paciente por los temas a abordar. Posibles soluciones son (Beck et al.,
1990/1995):
a) Discutir los pros y los contras de mantener el tratamiento dirigido a las metas previa-
mente acordadas.
b) Reservar una parte de la sesión para las preocupaciones inmediatas y el resto al trata-
miento prefijado. Está claro que a veces los terapeutas tienen que dedicar tiempo a hablar
de cosas que en su opinión aportan poco o nada antes de volver a reorientar la sesión.
c) Plantearse la posibilidad de modificar las metas previamente establecidas si las nuevas
preocupaciones no se resuelven y constituyen una fuente importante de malestar e inter-
ferencia.
Para prevenir y/o manejar el desgaste profesional, hay que organizar el trabajo de
modo que haya suficientes descansos, mantener una vida familiar, social y de ocio (durante las
que no se piense en el trabajo), cuidar la salud (sueño, alimentación, ejercicio), reestructurar las
posibles creencias de que se es el único o principal responsable de los cambios de los pacientes y
de que estos deben estar tan motivados y trabajar tan duro como el terapeuta, no asumir responsa-
bilidades que corresponden a otros, ser consciente de los propios límites, formar un grupo de apo-
yo con otros colegas para compartir soluciones y frustraciones y establecer expectativas realistas,
trabajar con una diversidad de clientes y no sólo con aquellos muy difíciles, y aprender nuevos
abordajes terapéuticos.
Si el desaliento es muy intenso, conviene tomarse unas vacaciones o pedir una baja y
buscar ayuda para solucionar el problema. Si uno no aprende a cuidarse de sí mismo, difícilmente
podrá ayudar a los demás. Es posible que un psicólogo sea reacio a admitir que puede necesitar
ayuda, pero su profesión no le inmuniza contra el hecho de poder tener también problemas.
tenga.
Luego, puede preguntársele si hay alguna cosa en su vida que le preocupe o que le
gustaría comentar. Si dice que no, se le puede preguntar qué cree que ha llevado a otras per-
sonas a hacerle venir o qué piensan que le pasa y, luego, qué opina él al respecto; las respuestas
del cliente se aprovechan para formular nuevas preguntas sobre el problema o temas relacionados.
Si el paciente dijera que no sabe por qué le han hecho venir, se le podría explicar lo que han
dicho las otras personas (con las que se ha hablado previamente) y se le pediría su opinión. Al
igual que en el caso anterior, se aprovechan las intervenciones del cliente para seguir indagando.
Si la persona sigue poco o nada dispuesta a hablar de sus problemas, se puede intentar
descubrir si hay algo que le gustaría cambiar, aunque no esté relacionado con el problema ori-
ginal o sea simplemente un aspecto menos importante de este o una consecuencia del mismo. Por
ejemplo, en el caso de una anoréxica puede prestarse atención inicialmente a ciertas consecuen-
cias de su problema que le preocupan (insomnio, tristeza, aislamiento, irritabilidad); más adelante,
puede hacérsele ver que la normalización del peso es un requisito indispensable para solucionar
estos otros problemas.
Si el cliente sigue algo dubitativo, pueden analizarse con él los pros y contras de seguir
viniendo y/o proponerle que se comprometa a venir un cierto número de sesiones antes de
decidir si desea continuar o no. O bien, si está muy dubitativo y tiene capacidad legal de decisión,
que valore en casa los pros y contras de volver o no y quedar para otra sesión o, si no desea
comprometerse, que llame por teléfono caso de querer volver. Si el análisis de los pros y los con-
tras no resuelve la situación satisfactoriamente, otras posibilidades son que el cliente hable con un
ex-paciente o con un paciente “veterano” o trabajar no con el paciente, sino con la persona que
lo ha traído. En el caso de un cliente al que el juez ha dado la opción de cárcel o tratamiento,
pero no quiere realmente tratarse se le puede decir que tiene la posibilidad de rechazar la terapia o
asumir las consecuencias.
Finalmente, algunos clientes vienen presionados por otro profesional (p.ej., un médico),
pero piensan que su problema no es psicológico; esto ocurre frecuentemente en personas con
trastornos psicosomáticos. En estos casos, el terapeuta debe: a) preguntar al cliente si el profesio-
nal que le ha derivado le ha explicado por qué le ha pedido ir al psicólogo y cuál es esta explica-
ción, b) explicarle al cliente en términos generales el proceso de evaluación que se llevará a cabo,
c) reconocerle la existencia de problemas o síntomas físicos, d) llevar a cabo la evaluación, y e)
ofrecer una explicación que integre factores físicos y psicológicos e incorpore, a ser posible, la
explicación del otro profesional.
- Al cliente le cuesta hablar de sus problemas. Cuando a un cliente le cuesta hablar en ge-
neral, no debe comenzarse a hablar de sus problemas, sino de temas que le interesen o, al menos,
que no le resulten perturbadores. Por otro lado, cuando al cliente le cuesta hablar específicamente
de sus problemas, existe la tentación de decirle que hable tranquilamente, que no tiene nada que
temer y que confíe en el terapeuta, el cual está allí para ayudarle; esto no suele funcionar. Otras
soluciones más eficaces para reducir la ansiedad y desbloquear la inhibición se presentan a conti-
nuación. Sea cual sea la opción u opciones elegidas, hay que reforzar verbal y no verbalmente que
el cliente hable.
a) Reconocer que es difícil hablar de cuestiones íntimas y dificultades con una persona
desconocida, aunque sea psicólogo, que a otra gente también le pasa y que es comprensi-
ble que así sea.
b) Valorar si al cliente le preocupa algo de la situación de entrevista y alentarle a hablar
de ello.
c) Pedir al cliente que conteste algún cuestionario y utilizar la información obtenida para
continuar la entrevista.
Habilidades - 42
d) Hacer preguntas cerradas en vez de abiertas hasta que se encuentre más cómodo.
e) Dar un paseo en lugar de llevar a cabo una entrevista formal.
f) Hacer algún ejercicio de respiración o de relajación rápida si el cliente está alterado.
g) Un último recurso es pedir al cliente que escriba algo sobre sus preocupaciones y que lo
traiga a consulta la próxima vez para leerlo o para que lo lea el terapeuta.
- El cliente no quiere contestar ciertas preguntas o hablar de ciertos temas. Posibles indi-
cadores son el silencio prolongado, la brevedad de la respuesta, desviar el tema, las expresiones
no verbales y, naturalmente, la negativa explícita. A no ser que haya una razón de urgencia (p.ej.,
pensamientos de suicidio), no conviene insistir cuando un tema se plantea por vez primera; es
más útil mostrar empatía hacia la vacilación o renuencia del paciente y comentar que, si conviene,
ya se abordará de nuevo el tema más adelante. Una cuestión que el cliente no quiere abordar en el
momento actual, puede explorarse posteriormente cuando tenga una mayor confianza en el tera-
peuta o haya cambiado su perspectiva sobre la importancia de la misma. Si llegado el momento, el
cliente quiere seguir sin revelar información sobre un tema que el terapeuta considera importante,
se le puede preguntar qué cree que pasaría si hablara del tema y responder con empatía sobre lo
difícil o doloroso que le puede resultar; luego se podrían discutir con él los beneficios de abordar
el tema.
- El cliente responde muy brevemente a las preguntas. Esto puede ser debido a diversas
razones: haber venido presionado a terapia, estar emocionalmente inhibido, no querer hablar de
ciertos temas y presentar una tendencia a responder lacónicamente. Posibles soluciones para las
tres primeras causas han sido ya discutidas anteriormente. Por otra parte, cuando un cliente tiende
a ser breve en sus respuestas, existen varias estrategias útiles, de las cuales la primera parece la
más recomendable: a) animar al cliente a continuar y a explicar un poco más, poniendo quizá
algún ejemplo; b) repetir o parafrasear la última frase o lo que ha dicho el cliente y quedarse
mirándolo en actitud de espera; c) permanecer en silencio y mirarle con actitud de espera. Si en
alguna ocasión se emplea alguna de estas dos últimas estrategias y parece no funcionar, hay que
utilizar a continuación el aliento verbal. Dos inconvenientes de la estrategia de permanecer en
silencio, sobretodo si se emplea repetidamente, son que el cliente puede dudar de la experiencia y
conocimientos del terapeuta y que piense que este se muestra indiferente y lejano.
bable que muchas veces no funcionen con clientes que presentan manía, trastorno obsesivo grave
o intoxicación por sustancias. Ejemplos de las estrategias b, c y d pueden verse en la tabla 1.
a) Hay que evitar reforzar la divagación mediante asentimientos de cabeza, otras señales
de escucha (contacto ocular sostenido, inclinación postural hacia el cliente) o la toma de
notas.
b) Por otra parte, debe reconducirse al cliente hacia el tema objeto de interés, ya sea al final
de la divagación, si esta es breve, o interrumpiéndole en caso contrario. Además, hay que
reforzar las respuestas o contenidos relevantes. Si la divagación continúa, será necesario
evitar las preguntas abiertas y hacer preguntas progresivamente más cerradas o dirigi-
das. No hay que tener miedo de interrumpir al cliente y reconducirlo cuando sea necesa-
rio, aunque, eso sí, hay que hacerlo con tacto (véase el punto d).
e) Si la tendencia a divagar persiste, hay que explicar amablemente al cliente que los conte-
nidos a comentar son infinitos, pero que el tiempo disponible en la terapia es limitado y
debe ser reservado para los temas más importantes de cara a la resolución de sus proble-
mas. Por tanto, se le pide que se circunscriba al tema de interés. Con algunas personas
puede ser necesario incluso convenir una señal para indicarles cuándo están divagando.
Esto mantiene la sesión sobre sus objetivos y ayuda al cliente a centrar su pensamiento
más eficazmente. Si todo lo anterior falla, puede ser necesario llevar a cabo un breve en-
trenamiento para que el cliente aprenda a centrarse en la información pertinente o rele-
vante.
rregistros. En estos casos, se le valora al cliente el esfuerzo realizado, pero se le comenta que
como revisar autorregistros extensos consume mucho tiempo de la terapia, tiene que intentar sin-
tetizar lo fundamental de la información escrita. Para ello, pueden tomarse un par de las situacio-
nes registradas y discutir con él de qué forma alternativa y más breve las podía haber completado.
Si el problema persiste porque al cliente le cuesta expresarse sintéticamente, se le puede enseñar
más sistemáticamente –mediante instrucciones, modelado, práctica y retroalimentación– a expre-
sar concisamente lo que plasma de forma tan extensa. Otra posible solución es modificar el auto-
rregistro, de modo que las categorías abiertas (p.ej., sensaciones experimentadas, pensamientos
tenidos) sean sustituidas por categorías cerradas que presenten una lista de las sensaciones o pen-
samientos para que el cliente tenga simplemente que marcar los oportunos en su caso. En cuanto
al apartado situación, puede acotarse con una serie de preguntas que tengan un espacio limitado
para escribir.
- El cliente llora. Cuando el llanto es una respuesta emocional, lo más aconsejable es perma-
necer en silencio con actitud empática hasta que se tranquilice el cliente, aunque esto lleve algu-
nos minutos; puede ofrecerse un pañuelo de papel al paciente si no lleva ninguno. Interrumpir
prematuramente el llanto es más un alivio del malestar del terapeuta que un beneficio para el
cliente. Si el cliente intenta controlarse rápida y repetidamente sin conseguirlo o lo consigue a
costa de largos silencios, se le puede decir que no reprima su llanto, que se permita llorar lo que
necesite; asimismo, se le puede indicar que el llanto es una respuesta natural ante lo que le pasa y
que les ocurre también a otras personas. Cuando el llanto es muy persistente, el terapeuta puede
salir un rato del despacho (o el cliente, si así este se siente más cómodo). Terminado el llanto y
en función del estado anímico del cliente, puede optarse por una de las siguientes alternativas: a)
continuar con la sesión en el punto en que se había dejado; b) seguir hablando del tema que le
preocupa, pero posponiendo para más adelante los aspectos más dolorosos; o c) posponer el
tema para un poco más adelante.
Aunque es muy poco habitual, en ocasiones llorar es tan frecuente y duradero a lo largo
de diversas sesiones que interfiere en la marcha de la terapia. En este caso hay que enseñar al
cliente alguna estrategia de autocontrol para evitar o reducir el llanto. Entre estas estrategias se
encuentran la distracción, la respiración, las autoinstrucciones para no llorar y para distanciarse
emocionalmente, y la fijación de uno o más periodos breves de tiempo limitado para poder llorar.
En ocasiones el llanto puede no ser una respuesta emocional, sino un modo de evitar el
abordaje o la profundización de temas no deseados o bien una manera de obtener más aten-
ción del terapeuta. En estos casos, conviene analizar con el cliente este tipo de conducta y sus
antecedentes y consecuencias (tanto en la consulta como fuera de ella), y enseñarle modos alterna-
tivos de afrontar las situaciones desencadenantes del llanto. Las posteriores ocurrencias del llanto
no deben ser reforzadas con atención o permitiendo que cumplan su función de evitación, sino
servir de estímulo para analizar con el cliente lo que ha desencadenado su llanto y lo que podría
hacer en lugar de ello.
- El cliente manifiesta que para seguir como está no merece la pena seguir viviendo. Esto
debe ser abordado con prioridad. Un error frecuente es no evaluar el tema del suicidio o hacerlo
superficialmente. Los motivos fundamentales para esto son la propia incomodidad del terapeuta
(que nunca debería prevalecer sobre el bienestar del cliente) o pensar que será negativo para el
cliente porque puede hacerle sentir mucho peor y aumentar incluso el riesgo de suicidio. Por el
contrario, evaluar los aspectos posiblemente relacionados con el suicidio hace que el cliente se
sienta apoyado y comprendido, lo cual suele ser beneficioso para su estado de ánimo, y permite
además intervenir para reducir el riesgo de suicidio. En el caso de que este riesgo fuera elevado y
no se evaluara, el cliente podría llegar a suicidarse sin que el terapeuta hubiera hecho nada para
evitarlo.
hablar libremente del tema, sin interrumpirle. Luego, pueden hacerse las preguntas pertinentes, de
modo que finalmente queden evaluados diversos aspectos:
# Razones para pensar en el suicidio, tales como escapar de una situación que se
percibe como desesperada (discordia o ruptura matrimonial, fracaso escolar, pérdida
real o percibida de un ser querido, pérdida de empleo, enfermedad física o trastorno
psiquiátrico grave, encontrase solo, graves dificultades económicas o legales, cambio
en el estatus socioeconómico, violencia doméstica, abuso sexual), llamar la atención
y producir algún cambio interpersonal, vengarse o reunirse con un ser querido.
# Pensamientos e impulsos de suicidio: contenido, frecuencia, intensidad, duración,
controlabilidad.
# Actitud hacia los pensamientos/deseos de suicidio (rechazo, ambivalencia, acepta-
ción).
# Control percibido sobre la acción de suicidio (en qué grado se cree que se va poder
evitar).
# Razones para vivir, deseo de vivir, deseo de morir, predominio de las razones para
vivir o para morir.
# Deseo de suicidarse. Esto puede implicar: a) realizar un intento activo de suicidio, b)
llevar a cabo un intento pasivo de suicidio [dejar la vida/muerte en manos del azar
(p.ej., no mirar al cruzar la calle), o c) evitar los pasos necesarios para salvar la vida
(p.ej., un diabético que deja de tomar insulina)].
# Intentos previos de suicidio: número, fechas, preparativos para los mismos y forma
de llevarlos a cabo, grado de premeditación, grado de letalidad (real y percibida), in-
tención de morir asociada a los mismos, razones para los intentos, acontecimientos
vitales asociados a los mismos, motivos por los que falló el intento (entre otros, el
paciente pudo planificar el ser descubierto), reacciones del cliente al no morir, reac-
ciones de los demás, si hubo ingreso o tratamiento posterior, repercusiones posterio-
res, disponibilidad actual o futura del método ideado, sensación de capacidad para
llevar a cabo el intento. Si hay varios intentos, puede indagarse el más reciente y el
más grave. A la hora de describir un intento es útil que el paciente lo haga del princi-
pio al final como si fuese una película.
# Pasos dados para llevar a cabo el plan: ensayo imaginal del plan, preparación real
(p.ej., recolección de píldoras, consecución de una pistola), nota de suicidio, prepara-
tivos finales ante la anticipación de la muerte (testamento, donaciones, seguros) y
medidas tomadas para no ser descubierto.
Una vez evaluado el riesgo de suicidio, hay que decidir si el tratamiento se hará en ré-
gimen externo (cuando el riesgo de suicidio es leve o moderado) o interno (cuando el riesgo es
elevado). Siguiendo a Kleespies y Dettmer (2000), un cliente con riesgo moderado puede ser
alguien con algunos factores predisponentes (p.ej., diagnóstico de esquizofrenia crónica, varón,
menor de 40 años), algunos factores agudos de riesgo (desaliento por las dificultades para seguir
adelante, desesperanza leve a moderada, ideación suicida episódica con un plan, pero sin intento
inmediato) y algunos factores protectores que comienzan a debilitarse (el paciente vive con sus
padres que empiezan a tener problemas de salud que van empeorando su funcionamiento). Un
cliente con riesgo elevado puede ser alguien con algunos factores predisponentes (30 años de
abuso de alcohol, divorcio en el pasado, hermano suicida, maltrato durante la infancia), numero-
sos factores agudos de riesgo (despido laboral debido a problemas con el alcohol, pérdida de una
relación afectiva, humor deprimido, un plan de suicidio con un intento serio) y escasos o nulos
factores protectores (carencia de hogar, alejamiento de la familia y amigos, incumplimiento del
tratamiento).
Para ayudar a un paciente potencialmente suicida es fundamental saber ver las co-
sas como él las ve y comprender sus razones para el suicidio. El paciente puede estar motivado
Habilidades - 47
por la desesperanza en solucionar problemas de la vida real (fracaso en la escuela, pérdida de em-
pleo, ruptura de una relación, situación económica muy mala), por el deseo de acabar con un esta-
do emocional enormemente doloroso que percibe como interminable o por llamar la atención con
el deseo de obtener amor, expresar hostilidad o vengarse. Esta razón de llamar la atención es me-
nos frecuente y lleva a intentos menos graves, pero no debe trivializarse; en ningún caso se acon-
seja decir algo como: "bien, si quiere suicidarse, hágalo". La falta de apoyo demostrada de este
modo puede empeorar el estado del paciente y facilitar un intento posterior de suicidio.
# Pedir al cliente que escriba y analice los pros y contras a corto y largo plazo, para
sí y para los demás, de la opción de suicidarse: ¿qué razones tiene para vivir y cuá-
les para morir? Si el paciente tiene dificultades en listar razones para vivir, ya que las
pasa por alto o las minusvalora, se le puede pedir que piense en razones que tuvo en
épocas anteriores y luego se pasa a ver cuáles de estas son también válidas en el pre-
sente o en el futuro. Es importante, repasar las diferentes áreas de su vida (familia,
pareja, hijos, amigos, trabajo, etc.) y hacer un listado lo más detallado posible. No
hay que dar al paciente la impresión de que se intenta disuadirle del suicidio, ya que
esto podría ponerle en contra, sino la de que se le intenta ayudar a tomar una decisión
razonada.
# Una vez identificadas las razones para vivir y para morir, hay que ver por una parte si
existen interpretaciones incorrectas (p.ej., he hecho desgraciada a mi familia) y
creencias disfuncionales (p.ej., no puedo vivir sin un hombre), las cuales pueden so-
meterse a reestructuración cognitiva para que el paciente compruebe que existen
otras interpretaciones alternativas y menos negativas de ver las cosas, y otras creen-
cias más adaptativas.
# Por otra parte, si existen situaciones problemáticas no resueltas que pueden favorecer
el suicidio (problemas laborales o académicos, desempleo, relaciones interpersonales
insatisfactorias), será útil utilizar la resolución de problemas para encontrar posibles
soluciones viables (p.ej., localizar formas de obtener ayuda económica hasta encon-
trar un nuevo empleo, probar nuevos modos de encontrar trabajo). Naturalmente, el
paciente deprimido puede rechazar pesimistamente cualquier alternativa que se le
proponga, pero dada la forma distorsionada que este tiene de ver las cosas, el tera-
peuta no debería aceptar de entrada este rechazo sin una consideración más detallada.
Puede ser útil hacer reflexionar al cliente sobre otras situaciones difíciles que ha su-
perado en la vida y explicar casos de otros pacientes que han estado en situaciones
como la suya y la han superado. También puede organizarse alguna entrevista con
alguno de estos ex-pacientes.
# También puede ser útil enseñar habilidades para saber regular las emociones
fuertes y emplear la técnica de la proyección temporal para imaginar cómo serán
las cosas dentro de un tiempo.
gir la atención del cliente hacia el entorno (fijarse en los escaparates, los árboles, el
sol, etc.).
# Trabajar con la familia para obtener el apoyo de esta y cambiar pautas perjudiciales
de interacción.
Por otra parte, hasta que se supere la crisis, conviene adoptar algunas medidas:
. Obtener el permiso del paciente para avisar a la familia y/o personas allegadas con
el fin de que obtenga apoyo social y haya alguien que pueda observar posibles signos
de riesgo. Además, la familia puede dar información que permita comprender y ayu-
dar mejor al cliente; puede ser necesario evaluar el contexto familiar e intervenir en
el mismo. Por otra parte, puede ser conveniente ponerse en contacto con el psiquia-
tra del cliente.
- El cliente hace preguntas sobre creencias o comportamientos del terapeuta que este
considera mejor no responder (p.ej., de tipo religioso, sexual, político). La mejor estrategia
puede ser responder con alguna pregunta del tipo “¿por qué me pregunta esto?” o “¿qué signifi-
caría para usted que yo le contestara X o Y?”. La idea es explorar las implicaciones para el pa-
ciente y hacerle ver que contestar dichas preguntas no es oportuno o pertinente para la terapia. Si
el cliente insiste en saber la respuesta, se le dice o repite de un modo claro y amable que no es
oportuno responder y se sigue con la sesión. Un posible ejemplo sería: “Entiendo que tenga cierta
curiosidad sobre……, pero lo importante para la terapia ahora es centrarnos en……”.
- El cliente expresa o da a entender que el terapeuta puede tener muy poca experiencia
en casos como el suyo (p.ej., por la juventud del mismo). El terapeuta puede empezar manifes-
tando al cliente que comprende que esté preocupado por ello. En cuanto a la experiencia específi-
ca, si es relativamente extensa a pesar de la edad, hay que explicar al cliente la experiencia que
se tiene en casos como el suyo. Si la experiencia es limitada, debe reconocerse esto al cliente,
pero indicarle también la formación específica recibida, que se está siendo supervisado por un
profesional experimentado (si esto no fuera así, debería derivarse al cliente a un terapeuta cualifi-
cado) y que se pondrá el máximo interés para ayudarle a solucionar su problema. Por otra parte,
conviene plantear al cliente que es libre de tomar la decisión que quiera y que, si lo desea, se le
facilitará el contacto con otros terapeutas que tengan más experiencia. Es más, también puede
decírsele que si en algún momento se valora que no se le va a poder seguir ayudando adecuada-
mente, se le comunicará y se le derivará a otro profesional.
Asimismo, puede ser bueno buscar junto con el cliente ejemplos de personas cercanas que
contradigan su planteamiento (p.ej., familiares o amigos que han sido ayudados por psicólogos u
otras personas que no habían padecido el problema) y mejor aún ejemplos del propio cliente en
que haya conseguido comprender e incluso ayudar a solucionar problemas de otras personas sin
haberlos experimentado él mismo. Como punto final, se le puede decir al cliente que si en algún
momento tiene la sensación de no sentirse comprendido, lo manifieste abiertamente. Además,
puede decírsele que si en algún momento se valora que no se le va a poder seguir ayudando ade-
cuadamente, se le comunicará y se le derivará a otro profesional. Más aún, se le plantea que es
libre de buscar otro profesional en el momento que quiera.
cliente hace eso. Puede ser el resultado de una desconfianza hacia el terapeuta, de un miedo a
desagradarle, de una creencia de que debe protegerse para evitar que el terapeuta le manipule o
bien de un intento de manipular al terapeuta.
- El cliente da permiso para que el terapeuta entreviste a una persona allegada, pero
luego quiere saber algo que ha contado y que es confidencial. Se informa al cliente que la
información que pide es confidencial, como lo es la que él proporciona, y que no se le puede dar
porque eso supondría traicionar la confianza del otro e incluso la suya propia: ¿qué confianza se-
guiría teniendo en un terapeuta que cuenta cosas confidenciales? Se le puede dar la alternativa de
que, si lo desea, pregunte directamente a la otra persona la información que desea conocer. Si
insiste (dice, p.ej., que a él no le importa que el otro conozca lo que ha dicho en sesión), se le pue-
de plantear cómo se sentiría si el terapeuta diera a la otra persona una información que él le ha
contado como confidencial y qué pensaría del terapeuta. Es muy raro que el cliente siga insistien-
do, pero si lo hiciera, se le vuelve a decir amablemente que no se le puede contestar y se continúa
con la sesión.
- El cliente quiere que el tratamiento comience cuanto antes, incluso sin haber acabado
la evaluación. Se le informa de lo que puede durar la evaluación y de que esta será breve, y se
justifica adecuadamente cada instrumento o método empleado. También se le explica con el apo-
yo de ejemplos que la evaluación es necesaria para tener una buena comprensión de su problema
y poder diseñar el tratamiento más eficaz para su caso. Además, conviene enfatizar que ciertas
tareas de evaluación, como por ejemplo los autorregistros, suelen tener efectos terapéuticos. Por
otra parte, puede reducirse la evaluación al mínimo esencial. Si a pesar de lo anterior, el cliente
insistiera en comenzar el tratamiento cuanto antes, puede empezar a aplicarse alguna técnica que
se prevea útil o que, al menos, no vaya a ser perjudicial; un posible ejemplo sería el entrenamiento
en respiración o relajación.
En caso de problemas graves, que requieran una intervención inmediata (por ejemplo,
en el caso de una joven con anorexia nerviosa), conviene: a) iniciar el tratamiento de forma rápi-
da, b) aplicar una intervención más intensiva (sesiones más frecuentes y/o de mayor duración y/o
controles telefónicos) y c) continuar con el proceso de evaluación.
- El cliente duda de si le merece la pena iniciar el tratamiento (p.ej., porque hace muchos
años que tiene el problema y cree que es muy difícil que se pueda solucionar). El paciente puede
haber venido inducido por otros o bien por propia iniciativa, a pesar de sus dudas. Posibles estra-
tegias a emplear en estos casos son: a) Reforzar el hecho de que plantee estas dudas y mostrar
empatía al cliente: “entiendo que tenga dudas de que su problema se pueda resolver puesto que
hace muchos años que le ocurre esto”. b) Evaluar las causas que le hacen pensar que no solucio-
nará su problema. Por ejemplo, qué tipo de tratamiento cree que se aplicará, si tiene información
sobre el tratamiento, si conoce a personas que no les haya funcionado, si está motivado para solu-
cionar su problema. c) Explicar, en líneas generales, en que consiste el tratamiento y ofrecer datos
sobre su eficacia. d) Hacer que el cliente identifique y valore los pros y contras de iniciar o no el
tratamiento. e) Acordar con el cliente que ponga a prueba el tratamiento durante un cierto
tiempo y/o abordar a modo de prueba una parte del problema, tras lo cual se evaluarán los resulta-
dos. f) Darle la posibilidad de hablar con otros clientes con un problema similar al suyo y que
están finalizando el tratamiento o en periodo de seguimiento.
Si un paciente cree que el problema no tiene solución sólo en su caso, hay que indagar
qué le lleva a pensar esto y, si es posible, reestructurarlo. Si las bajas expectativas se deben a tra-
tamientos anteriores ineficaces, habrá que destacar las diferencias entre estos y la intervención
Habilidades - 51
actual, y señalar por qué esta última tiene más probabilidades de éxito.
Algunos clientes tienen miedo de que los cambios que puede generar el tratamiento
tengan consecuencias negativas (p.ej., pensar que si se comporta de forma más asertiva los de-
más no le aceptarán). En estos casos, conviene aplicar el programa de intervención de modo muy
gradual; esto proporciona seguridad al cliente y le permite comprobar si sus miedos están real-
mente fundados. Por otra parte algunos pacientes muestran resistencia a cambiar porque obtienen
beneficios de sus problemas (p.ej., no asumir determinadas responsabilidades o recibir la aten-
ción de sus familiares). En estos casos, es necesario abordar el problema con el cliente y buscar
conjuntamente alternativas más adaptativas que permitan obtener beneficios similares de formas
más adecuadas. La colaboración de otras posibles personas implicadas es también fundamental.
Cuando la colaboración no pueda llevarse a cabo, habrá que acudir a medios alternativos
tales como a) el uso de la representación de roles para obtener información sobre la interacción
con otras personas o b) el empleo del entrenamiento en habilidades para que el cliente aprenda
modos de indicar a la persona allegada su preferencia por comportamientos alternativos respecto a
su problema, y responder a los comentarios hostiles; asimismo, se le pide que elogie los compor-
tamientos alternativos del otro cuando aparezcan. Otras cosas que pueden hacerse son enseñar al
cliente a ser más autónomo y a buscar otros apoyos sociales fuera del familiar implicado.
Si son los propios familiares los que parecen no querer colaborar cuando cliente y
terapeuta lo ven oportuno, se pregunta al cliente qué motivos cree que tienen para no querer venir
a la entrevista propuesta con el terapeuta. Estos motivos pueden ser diversos: pensar que el pro-
blema es una cosa sólo del paciente, miedo a ser culpabilizados, creencia de que se les pedirán
cambios que no desean hacer, falta de tiempo, etc. Con el permiso del cliente, se les llama por
teléfono o se les envía una carta con la finalidad de explicarles por qué es necesaria su colabora-
ción y pedirles una entrevista en el horario que más les convenga y sin que esto les comprometa a
nada.
Si el familiar sigue poco dispuesto tras la entrevista, puede pedírsele que colabore en
tareas fáciles (p.ej., de evaluación) para intentar conseguir después una mayor implicación en el
tratamiento. Si se considera necesaria o muy deseable la participación de determinada persona
para conseguir los objetivos terapéuticos (p.ej., el cónyuge en una terapia de pareja) y la persona
no acepta, puede llevarse a cabo algo de lo siguiente: perseguir ciertos cambios en el cliente que
animen al otro a cooperar, entrenar al paciente para cambiar la conducta del otro, enseñarle a tener
mayor autonomía personal y/o animarle a buscar otros apoyos sociales fuera del familiar implica-
do.
Habilidades - 52
- El cliente llega tarde. Debe intentar averiguarse las razones de esto sin parecer acusador. Si
el retraso se debe a alguna causa inevitable o ajena al cliente, hay que ser flexible y darle la
oportunidad, en la medida de lo posible, de hacer la sesión completa. En caso contrario, se re-
cuerda la conveniencia de ser puntual y se dedica sólo el tiempo que queda de la sesión. Si un
cliente llega tarde sistemáticamente, pueden analizarse las causas, hacerle reflexionar sobre la
dificultad de conjugar el llegar tarde con alcanzar las metas del tratamiento y valorar su motiva-
ción para el tratamiento. Pero si no hay nada que aconseje cambiar de horario, conviene establecer
límites.
- El cliente no acude a algunas sesiones y no avisa. La primera vez puede llamársele para
interesarse por él y ver qué le ha impedido venir. A no ser que haya alguna razón importante que
le haya impedido avisar, se le señala la conveniencia de hacerlo si ha de faltar a alguna sesión. Si
se repite el hecho (o se falta a 2-3 sesiones aún con aviso, pero sin causa importante), puede
emplearse la confrontación (se le plantea que, por un lado, desea alcanzar ciertas metas y por
otro, falta a las sesiones) y considerar las explicaciones y motivaciones del cliente.
- El cliente intenta frecuentemente prolongar las sesiones. Algunos clientes intentan pro-
longar las sesiones planteando algún tema importante hacia el final de las mismas. En general,
el intento de prolongar las sesiones puede evitarse acordando con el cliente al comienzo de cada
sesión un orden del día en el que se detallan los aspectos a abordar. Si a pesar de todo, el cliente
suscita una cuestión importante al final de una sesión, la norma general es decirle que, debido a
que hay que atender a otros pacientes o cumplir otras obligaciones, no hay tiempo para abordar el
tema, pero que esté será tratado con detalle en la próxima sesión; puede pedirse también al
cliente que escriba sobre el tema y traiga el material a la siguiente cita. Naturalmente, hay ex-
cepciones. En caso de que surjan ciertos temas (ideas de suicidio, agresión grave a alguien,
maltrato físico, abuso sexual, abandono de la terapia) o aparezca información relevante que se
intentaba obtener sin éxito, conviene alargar la sesión siempre que no se trate de un comporta-
miento manipulativo del cliente.
En general, es aconsejable dejar un tiempo libre al final de las sesiones para resumir la
información más importante, obtener retroalimentación del cliente respecto a las sesiones y acor-
dar tareas entre sesiones. Todo esto, unido al acuerdo de un orden del día que permita comentar al
paciente los aspectos que le preocupan, hace muy probable que el cliente se adapte a esta rutina y
no intente prolongar las sesiones. Si no fuera así, habría que discutir con él las razones que tiene
para proporcionar información importante a última hora.
teléfono. Los abusos en las llamadas son raros y normalmente estas se emplean para reducir la
ansiedad. En este caso, hay que remarcar al paciente la importancia de manejar la ansiedad por
uno mismo, enseñarle otros medios de afrontar la ansiedad, pedirle que los aplique en vez de
llamar por teléfono y reforzarle por ello. Si en los primeros momentos de la terapia sigue llaman-
do, se le pide que recuerde lo que puede hacer o, en caso necesario, se le recuerda; luego, se pone
fin a la llamada de modo amable. Si el abuso persiste, existen algunas opciones: a) plantear al
paciente que si hace la llamada telefónica, no se realizará la siguiente sesión programada, ya que
se considerará que ha sido hecha por teléfono; y b) decir al cliente que la consecuencia natural de
abusar de un privilegio es perderlo y actuar en consecuencia.
# Las actitudes demasiado positivas pueden prevenirse llevando un anillo de boda, indi-
cando sutilmente que se está casado y/o no mostrándose muy afectuoso. Si a pesar de to-
do aparecen, puede decirse al cliente que la situación de terapia puede facilitar tales sen-
timientos, pero que dejarse llevar por los mismos tendría repercusiones negativas en la te-
rapia. Es necesario que el terapeuta deje claro que está contento con su vida afectiva y
que no ceda ante las posibles manipulaciones del paciente. Si se considera necesario,
puede investigarse además por qué el cliente experimenta dichos sentimientos (¿quizá
se encuentra solo?). Otra opción es pedirle que haga una lista de todas las características
positivas que ve en el terapeuta y que busque datos que las apoyen; se suele descubrir
así que el concepto que tiene el cliente del terapeuta está totalmente idealizado. En cual-
quier caso, estos sentimientos del paciente no deben hacer perder de vista los objetivos de
la terapia. Si continuar trabajando en estos es imposible, debe plantearse al cliente la de-
rivación a otro profesional.
# Por último, si el cliente se muestra enfadado con el terapeuta, conviene que este adopte
una actitud no defensiva y que haga uso del reflejo, de la distracción o del humor dirigido
hacia sí mismo. Una vez que el enfado haya disminuido, terapeuta y cliente pueden ex-
plorar las causas del mismo, incluyendo lo que el terapeuta haya podido decir o hacer
(p.ej., tono de voz brusco, ciertos comentarios, actitud de enfrentamiento). Si el terapeuta
ha contribuido con un comportamiento inadecuado al enfado del paciente, debería reco-
nocerlo ante este, pedir disculpas y vigilar para que no suceda de nuevo.
Es importante que el terapeuta sepa detectar los primeros indicios de que el cliente
empieza a manifestar una ira excesiva. De este modo, puede intervenir para: a) pedir al cliente que
se fije en cómo se siente o indicarle que observe si se está enfadando o no, y b) recordarle, si es el
caso, que aplique las estrategias previamente entrenadas. Si a pesar de todo, un paciente grita o
amenaza, hay que mantener la calma y no mostrarse asustado ni adoptar una actitud de enfrenta-
miento. Conviene a) escuchar activamente en silencio, b) intentar comprender al cliente, c) au-
toobservarse para mantener el control y “no entrar al trapo”, d) no interrumpir y menos diciendo
cosas como “cálmese”, “tranquilo”, “sea razonable”, “atiéndame, por favor”, e) no levantar el
volumen de voz ni mirar fijamente a los ojos, y f) intentar tranquilizarse y recordar los objetivos.
En caso de que un cliente tire o rompa cosas, o golpee objetos y las estrategias anteriores no
funcionen, puede abandonarse el despacho hasta que pase la crisis, a no ser que la intensidad de
esta requiera pedir la colaboración de otras personas.
Una vez que el cliente esté más calmado, a) se explorarán con él los motivos de la crisis
y se mostrará interés por entender su punto de vista, b) se valorará con el cliente la utilidad de su
comportamiento, c) se buscarán conjuntamente alternativas de respuesta a la situación planteada
(p.ej., una forma más asertiva de decir las cosas), y d) en caso necesario, se entrenarán o volverán
a practicar estrategias de autocontrol emocional. Si el terapeuta ha contribuido con un comporta-
miento inadecuado a la conducta agresiva del paciente, debería reconocerlo ante este, pedir dis-
culpas y vigilar para que no suceda de nuevo.
Una estrategia particularmente útil es desarrollar un contrato con los pacientes agresivos
en el que se especifique que los comportamientos agresivos no son aceptables y las consecuencias
acordadas que se derivarán de los mismos. Además, el paciente debe avisar al terapeuta cuando
tenga la sensación de estar enfadándose y ambos deben hablar de lo que ha conducido al enfado,
incluido lo que el terapeuta haya podido decir o hacer (p.ej., tono de voz brusco, postura desafian-
te, ciertos comentarios), y buscar medios para reducir la tensión. Finalmente, en las personas con
riesgo elevado de agresión grave, puede ser necesario ponerse en contacto con un servicio psi-
quiátrico para medicarlas y hospitalizarlas.
Habilidades - 55
Pueden identificarse dos tipos de fuentes de resistencia (Beck et al., 1990/1995; Cormier y
Cormier, 1991/1994; Ruiz, 1998; Ruiz y Villalobos, 1994): internas y externas.
Fuentes internas:
- Perseguir otros objetivos distintos de los terapéuticos: descargarse emocionalmente,
buscar una amistad o una relación social, mantener el rol de enfermo en su entorno (con
las ventajas que esto conlleva), buscar atención,, contentar a personas allegadas que
desean que el cliente cambie, buscar la confirmación de que los propios problemas son
incurables y liberarse así de toda responsabilidad, etc.
- Falta de motivación, por ejemplo, por no venir voluntariamente a terapia, por pensar que
el tratamiento les exige demasiado esfuerzo o por haber pasado ya los momentos más di-
fíciles de su crisis.
- Expectativas negativas de mejora debidas a tratamientos previos sin éxito o a una his-
toria de castigos sociales o malestar emocional intenso asociados a experiencias ante-
riores de cambio o intento de cambio.
- Expectativas poco realistas de soluciones rápidas y/o de poco esfuerzo personal.
- Falta de credibilidad en el tratamiento o creer que no es necesario hacer terapia. Las
discrepancias entre cliente y terapeuta respecto a la necesidad, duración, metas o conteni-
do del tratamiento son una fuente importante de resistencia.
- Presentar elevada reactancia: tendencia a resistirse ante las sugerencias o instrucciones
de otra persona con el fin de recuperar la pérdida real o percibida de libertad de acción.
Es más probable que estos pacientes rechacen las sugerencias del terapeuta, falten a más
sesiones, abandonen el tratamiento y se muestren menos satisfechos con el tratamiento.
Una forma de medir la reactancia es emplear la Escala de Reactancia Terapéutica de
Dowd, Milne y Wise (1991).
- Miedo o vergüenza a descubrir a otro la propia intimidad; por ejemplo, miedo a con-
tar ciertos problemas (como abuso sexual infantil u obsesión de matar a los hijos) y a la
reacción del terapeuta, a quien puede no conocerse todavía lo suficiente.
- Miedo a perjudicar a otras personas (p.ej., el cónyuge o los padres) si se logran ciertas
metas (p.ej., comportamiento más asertivo e independiente).
- Falta de confianza en el terapeuta, ya sea por las características de este, por miedo a
que se aproveche de las propias debilidades o por haberse sentido traicionado anterior-
Habilidades - 56
Las pautas de actuación dependerán de los factores que generen la resistencia y muchas
Habilidades - 57
- Reforzar verbalmente al cliente por haber venido a terapia e indicarle que esto indica
que se preocupa por sí mismo y que está motivado para solucionar sus problemas. Tam-
bién puede ser útil preparar a los pacientes antes de la terapia dándoles información
sobre el fundamento y naturaleza del proceso de tratamiento, los roles del paciente y del
terapeuta, algunas creencias erróneas sobre la psicoterapia y las dificultades que pueden
surgir. Esto puede hacerse mediante una entrevista, charla a un grupo de pacientes o vi-
sionado de vídeos.
- Establecer una buena relación con el cliente. Esto incluye un trato amable y personal
(tanto por parte del terapeuta como del personal auxiliar); interés por el cliente; saber es-
cucharle; alentarle a que exprese sus ideas, dudas, preguntas, expectativas y temores;
comprensión empática de sus problemas; aceptación del cliente sin juicios valorativos;
ausencia de prisas y agobios; un mismo terapeuta durante todo el tratamiento; y un siste-
ma de citas que evite esperas molestas.
- Derivar a los pacientes que por sus características no se consideran adecuados para el
tipo de terapia que se practica.
- Llegar a un acuerdo sobre los objetivos terapéuticos y sobre el orden en que se tra-
Habilidades - 58
bajarán. Puede ser útil establecer una jerarquía de intervención en la que se empiece por
los objetivos para los que el cliente esté más motivado. Además, conviene dividir los ob-
jetivos en subobjetivos con el fin de aumentar la motivación del cliente por logros más
cercanos. Los objetivos acordados al principio de la terapia pueden ser replanteados du-
rante la intervención ya sea porque surgen o de descubren nuevos factores explicativos en
los problemas del cliente o porque el cliente plantea nuevos problemas.
- Si es preciso motivar al cliente hacia los objetivos terapéuticos, se dispone de los si-
guientes medios:
# Hacer que el cliente elabore una matriz de decisión con las consecuencias positivas
y negativas a corto y a largo plazo de resolver y no resolver sus problemas y valo-
rar dichas consecuencias.
# En los casos en los que los pacientes tienen miedo a las consecuencias del cambio
(p.ej., ser menos aceptados por los demás), conviene perseguir el cambio de modo
muy gradual; esto proporciona seguridad y permite comprobar si los miedos están
realmente fundados.
# Exponer con ejemplos y una explicación clara las implicaciones positivas que ten-
drá para el cliente el alcanzar las metas propuestas.
# Relacionar las metas con el sistema de valores del cliente y con lo que este pre-
tende en la vida.
# Hacer que el cliente experimente de forma anticipada los beneficios de haber al-
canzado la meta, a través de la imaginación.
# Si el cliente obtiene del trastorno beneficios importantes, trabajar con él para ver
cómo pueden lograrse beneficios similares de formas más adecuadas.
mas; y si se hace esto último, es más aceptable hacerlo en forma de sugerencias que de
algo que hay que hacer.
- Avisar que el progreso no será ni inmediato ni lineal, sino que pasará un tiempo antes
de que se obtengan resultados notables y además habrá altibajos y días malos. Inculcar
que los retrocesos y contratiempos no deben verse negativamente, sino como una
oportunidad de afrontamiento y de aplicación de las habilidades aprendidas.
- Proporcionar material escrito o archivos de audio o vídeo que ayuden a consolidar las
hipótesis explicativas y la justificación del tratamiento, y den información sobre este y
su aplicación (biblioterapia). Decir al cliente que vea qué parte de esa información se
adecua a su caso y qué parte no. Posteriormente, hay que discutir las reacciones del clien-
te al material entregado.
- Minimizar la complejidad del tratamiento procurando que el cliente no tenga que ha-
cer muchas cosas a la vez. Si es necesario un tratamiento complejo, habrá que introducir
sus componentes de forma progresiva; es decir, una vez que el cliente haya aprendido y
cumplido una parte del tratamiento, se pasará a la siguiente y así sucesivamente hasta la
implantación total.
indeseables, a no ser que sea la única alternativa posible. En este caso, informar de di-
chos efectos, señalar que son temporales y resaltar la preponderancia de los beneficios.
- Establecer un tiempo límite del tratamiento, ya sea globalmente o por partes, para que
terapeuta y cliente puedan revisar los resultados obtenidos. Un cliente puede estar dis-
puesto a probar un tratamiento durante un periodo de tiempo limitado para alcanzar una
meta a corto plazo; si esta se consigue, el cliente estará más motivado para proseguir.
- Emplear medios para recordar y promover la aplicación del tratamiento. Por ejem-
plo, personas que recuerdan al cliente lo que debe hacer, señales ambientales recor-
datorias (una nota visible, una alarma en el móvil), tener que llamar al terapeuta para in-
formarle de la realización de determinadas actividades o bien saber que alguien llamará
para recoger esta información. Cuando se considere necesario, también puede llamarse a
un cliente para recordarle las citas.
- Llamar a un cliente cuando falla a una sesión para interesarse por él y ver qué le ha
impedido venir. Estas llamadas aumentan la probabilidad de que el paciente continúe el
tratamiento (Pang et al., 1996).
- Supervisar la aplicación del tratamiento, alabar los esfuerzos y logros del cliente, y
ofrecer retroalimentación que permita corregir errores y superar dificultades. Es impor-
tante resaltar las contribuciones del cliente a los cambios conseguidos y minimizar el pa-
pel jugado por el terapeuta con el fin de potenciar la autoatribución de los logros.
- Revisar periódicamente los progresos para recordarlos y evitar que el cliente se des-
anime pensando sólo en lo que le queda por conseguir. Es de gran ayuda poder disponer
de un gráfico que dé cuenta de las mejoras conseguidas.
- Establecer un sistema de apoyo familiar y/o social que, una vez de acuerdo con la con-
ceptualización y tratamiento del problema, recuerde y refuerce la aplicación de la inter-
vención. Si el tratamiento va a ser aplicado por personas allegadas, estas deberán ser en-
trenadas siguiendo las pautas del entrenamiento en habilidades; no basta simplemente con
dar explicaciones verbales.
- Aparte del apoyo ofrecido por familiares, amigos, compañeros y personal de instituciones
donde pueda estar internado el cliente, otra opción es el tratamiento en grupo. Contar
con la colaboración de otros, en vez de con su pasividad o su resistencia, requiere, al
igual que en el caso del cliente, mantener un buen trato con ellos y tener en cuenta sus
Habilidades - 61
- Muchas veces, el problema no radica sólo en el cliente, sino que están implicadas tam-
bién una o más personas allegadas. En estos casos, se requiere un cambio de comporta-
miento de todas las partes implicadas. Si todas o algunas de las personas allegadas no
están dispuestas a cooperar, hay varias soluciones:
- Solicitar al cliente que lleve un autorregistro tanto de las conductas problema como de
la aplicación de las estrategias de tratamiento.
- Conforme avanza el tratamiento, mencionar con una cierta antelación los temas difíci-
les que se abordarán más adelante con el fin de que el cliente se vaya preparando.
Las intervenciones paradójicas constituyen una última línea de actuación para abordar pro-
blemas de resistencia cuando esta es persistente y claramente interferidora y otros métodos de
manejarla han fallado (Cormier y Cormier, 1991/1994).
Habilidades - 62
Ruiz (1998, págs. 126-127) enumera los siguientes, basándose en sugerencias hechas por
Kanfer y Schefft (1988) y Mahoney (1991):
TABLAS
Habilidades - 63
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Habilidades - 66
Incomodidad-
Culpabilidad Sorpresa Sentirse controlado Sentirse emocionado
Insatisfacción
Vergüenza Perplejidad Opresión Conmovido (a) Desagrado
Arrepentimiento Extrañeza Sobreprotección Afectado (a) Molestia
Remordimiento Estupefacción Atado (a) Impresionado (a) Disgusto
Asombro Asfixiado (a) Sobrecogido (a) Descontento
Queja
“Insensibilidad” emocional Vulnerabilidad Desvalorización “Quemado” Sentirse desbordado
Impasibilidad Fragilidad Incapaz Aburrimiento Desesperación
Frialdad Debilidad Cobarde Hastío Descontrol
Indiferencia Indefensión Inútil Fastidio Impotencia
Distante Hipersensibilidad Inepto (a) Harto (a) Bloqueo
“Pasota” Impresionable Fracasado (a) Asqueado (a) Paralizado (a)
Aletargado (a) Blando (a) Incompetente Amargado (a) Desquiciado (a)
“Anestesiado” (a) Insignificante
Inválido (a)
Despecho
Humillación
Desprecio
Degradado (a)
Habilidades - 69
1
Goldstein y Myers (1986) presentan la escala de medición de la empatía de Truax y
Carkhuff (1967) y abundantes ejemplos de respuestas empáticas (véase Goldstein, 1980/1987,
págs. 48-62). Otra escala de empatía, la de Carkhuff y Pierce (1975) es presentada por Cormier
y Cormier (1991/1994, págs., 54-55) y Kleinke (1994/1995, págs. 113-114). Los cuatro prime-
ros niveles de ambas escalas son similares, pero el quinto es diferente, ya que en la segunda escala
implica no sólo comprensión y manifestación de los significados latentes, sino también dar alguna
pauta de acción.
2
Dar información sobre aspectos dolorosos (comunicación de las malas noticias) es algo que
puede tener que hacer el terapeuta como parte de su trabajo. Puede ser útil señalar algunas pautas
al respecto (Barbero, Barreto, Arranz y Bayés, 2005; Fernández y Rodríguez, 2002; Girgis y San-
son-Fisher, 1998; Girgis, Sanson-Fisher y Schoefield, 1999; Maguire y Faulkner, 1988a, 1988b):
Conviene registrar en la historia clínica lo que se ha dicho al paciente (y a otras personas), las
reacciones de este y las medidas tomadas.
Barbero, J.J., Barreto, P., Arranz, P. y Bayés, R (2005). Comunicación en oncología clínica. Madrid: Roche Farma
Fernández Liria, A. y Rodríguez Vega, B. (2002). Intervención en crisis. Madrid: Síntesis.
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ish Medical Journal, 297, 972-974.
RC - 1
Facultat de Psicologia
Departament de Personalitat, Avaluació
i Tractament Psicològics
LA TÉCNICA DE LA
REESTRUCTURACIÓN COGNITIVA
Arturo Bados y Eugeni García Grau
Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos
Facultad de Psicología, Universidad de Barcelona
15 de abril de 2010
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................... 1
BASES TEÓRICAS DE LA RC...................................................................................................... 3
IDENTIFICACIÓN DE COGNICIONES ....................................................................................... 7
Identificación de supuestos y creencias ..................................................................................... 10
JUSTIFICACIÓN DE LA RC........................................................................................................ 12
CUESTIONAMIENTO DE LAS COGNICIONES DESADAPTATIVAS .................................. 15
CUESTIONAMIENTO VERBAL DE LAS COGNICIONES DESADAPTATIVAS ................. 16
Examinar las pruebas de un pensamiento negativo.................................................................... 17
Examinar la utilidad de un pensamiento negativo...................................................................... 21
Examinar qué pasaría realmente y qué se podría hacer si lo que se piensa fuera cierto ............ 22
Extraer las conclusiones pertinentes........................................................................................... 25
Aspectos a considerar a la hora del cuestionamiento verbal ...................................................... 26
Actividades entre sesiones ......................................................................................................... 29
CUESTIONAMIENTO CONDUCTUAL DE LAS COGNICIONES DESADAPTATIVAS ..... 32
CUESTIONAMIENTO DE LOS SUPUESTOS Y CREENCIAS ................................................ 37
DIFICULTADES EN LA REESTRUCTURACIÓN COGNITIVA Y SOLUCIONES ............... 40
TABLAS ........................................................................................................................................ 51
REFERENCIAS ............................................................................................................................. 62
INTRODUCCIÓN
En un sentido estricto, la terapia cognitiva incluye aquellas técnicas que se centran directa y
primariamente, aunque no exclusivamente, en las cogniciones (verbales y/o en imágenes) de los
clientes para modificar estas y las emociones y conducta manifiesta que, se supone, regulan. No
se incluyen aquí, pues, las técnicas que presuponen mecanismos de cambio cognitivo, pero que no
se centran en los componentes cognitivos per se (p.ej.: modelado participante). Ejemplos de téc-
nicas cognitivas son: reestructuración cognitiva, entrenamiento autoinstruccional, resolución de
RC - 2
problemas y detención del pensamiento. Sin embargo, hay grandes diferencias en los modelos
teóricos que están detrás de estas técnicas.
Lo más frecuente hoy en día es combinar las técnicas cognitivas y conductuales, de modo
que no hay tratamientos puros, sino tratamientos que asocian ambos componentes, aunque la im-
portancia de cada uno de ellos es variable según los casos.
La RC consiste en que el cliente, con la ayuda inicial del terapeuta, identifique y cuestione
sus pensamientos desadaptativos, de modo que queden sustituidos por otros más apropiados y se
reduzca o elimine así la perturbación emocional y/o conductual causada por los primeros. En la
RC los pensamientos son considerados como hipótesis y terapeuta y paciente trabajan juntos
para recoger datos que determinen si dichas hipótesis son correctas o útiles. En vez de decir a
los pacientes cuáles son los pensamientos alternativos válidos, el terapeuta formula una serie de
preguntas y diseña experimentos conductuales para que los pacientes evalúen y sometan a
prueba sus pensamientos negativos y lleguen a una conclusión sobre la validez o utilidad de los
mismos (Clark, 1989).
La RC, en combinación con otras técnicas (lo que se conoce como terapia cognitiva o
terapia cognitivo-conductual), se ha mostrado más eficaz que la ausencia de tratamiento o
que otros tratamientos en los trastornos de ansiedad, depresión mayor, trastorno bipolar (en
combinación con fármacos), trastornos de alimentación, trastornos somatomorfos (trastorno de
somatización, trastorno por dolor, hipocondría, trastorno dismórfico corporal), trastornos por abu-
so de sustancias, juego patológico, algunos trastornos de personalidad (p.ej., límite), trastorno
negativista desafiante, insomnio, ira, agresión sexual, disfunción eréctil, conflictos de pareja, pro-
blemas de salud (p.ej., dolor, síndrome de intestino irritable, síndrome de fatiga crónica) e ideas
delirantes y alucinaciones. Por otra parte, la terapia cognitiva parece un tratamiento prometedor
para otros problemas como los trastornos disociativos, los intentos de suicidio, el trastorno de
déficit de atención, la fibromialgia y los acúfenos (Butler et al., 2006). Asimismo, la terapia cog-
nitiva también se ha aplicado a problemas que no se ciñen a una categoría diagnóstica, sino que
subyacen a diversos trastornos psicológicos; por ejemplo, evitación del afecto, baja autoestima y
problemas interpersonales) (Bennet-Levy, Butler et al., 2004; Harvey et al., 2004).
RC - 3
BASES TEÓRICAS DE LA RC
La RC se basa en ciertos presupuestos teóricos:
a) El modo en que las personas estructuran cognitivamente sus experiencias ejerce una
influencia fundamental en cómo se sienten y actúan y en las reacciones físicas que
tienen. En otras palabras, nuestra reacción ante un acontecimiento depende principal-
mente de cómo lo percibimos, atendemos, valoramos e interpretamos, de las atribuciones
que hacemos y de las expectativas que tenemos. Imaginemos que quedamos con un nue-
vo conocido que nos gusta y este no ha aparecido al cabo de media hora. Si nuestra inter-
pretación es que no lo interesamos, nos sentiremos tristes y no volveremos a establecer
contacto; pero si pensamos que la tardanza se debe a un imprevisto o a una confusión de
hora, nuestra reacción emocional y conductual será muy diferente. Por otra parte, afecto,
conducta y reacciones físicas se influyen recíprocamente y contribuyen a mantener las
cogniciones.
b) Se pueden identificar las cogniciones de las personas a través de métodos como la
entrevista, cuestionarios y autorregistros. Muchas de estas cogniciones son conscientes y
otras son preconscientes, pero la persona es capaz de conseguir acceder a las mismas.
c) Es posible modificar las cogniciones de las personas, lo cual puede ser empleado para
lograr cambios terapéuticos.
El modelo cognitivo en que se basa la RC ha sido denominado modelo A-B-C por algunos
autores (p.ej., Ellis, 1979a). Las tres letras se refieren a lo siguiente:
A se refiere a una situación, suceso o experiencia activadora de la vida real. Por ejemplo,
ser criticado por una persona muy querida o fracasar en una tarea importante tal como el trata-
miento del primer paciente.
Dentro del contenido, se han distinguido los siguientes tipos de cogniciones (Beck, 2005;
Beck y Emery con Greenberg, 1985; Edelmann, 1992; Rouf et al., 2004):
RC - 4
- Productos cognitivos. Son los pensamientos concretos que aparecen en situaciones ex-
ternas o ante eventos internos en forma de autoverbalizaciones o imágenes y, que muchas
veces, son automáticos e involuntarios. Son el resultado de la interacción entre los su-
puestos y creencias cognitivos (véase más abajo), los procesos cognitivos y los elementos
situacionales. Son el tipo de cogniciones de más fácil acceso. Ejemplos serían el paciente
agorafóbico que piensa que va tener un infarto cuando nota su corazón acelerado o el te-
rapeuta que piensa algo de lo siguiente tras el fracaso en el tratamiento del primer pacien-
te: “tengo que averiguar qué falló, para tomar las medidas oportunas” o bien “está claro
que no valgo para terapeuta”.
- Supuestos. Son creencias condicionales que suelen expresarse como proposiciones del
tipo si-entonces; p.ej., “si cuento cosas de mí mismo, se aprovecharán de mí”, “si intento
cosas difíciles, seré incapaz de hacerlas”, “si cometo un error, significa que soy un in-
competente”, “me pondré rojo y todo el mundo se reirá de mí”. Estos supuestos también
pueden manifestarse a través de normas (p.ej., “no debo revelar muchas cosas de mí
mismo”, “debo evitar cosas que sean muy complicadas”) y actitudes (“es terrible come-
ter un error”). Los supuestos condicionales están a medio camino entre los productos
cognitivos y las creencias nucleares. Estas normas y actitudes están relacionadas con o
derivan de presunciones condicionales. Así, la norma “no debo revelar muchas cosas de
mí mismo” puede estar asociada a “si revelo cosas de mí mismo, la gente me hará daño”;
y la actitud “es terrible cometer un error” puede derivarse de la presunción “si cometo un
error, pensarán que soy un incompetente”.
# Tristeza: a) para ser feliz, debo tener éxito en todo lo que me proponga, b) para ser
feliz, debo obtener la aprobación de todo el mundo en todas las situaciones, c) si co-
meto un error, significa que soy un inepto, d) no puedo vivir sin ti, e) si alguien se
muestra en desacuerdo conmigo, significa que no le gusto, f) mi valía personal de-
pende de lo que otros piensen de mí.
# Aceptación: a) no soy nada a no ser que me quieran, b) crítica significa rechazo per-
sonal, c) siempre hay que complacer a los demás.
cuando están conmigo, b) soy el principal responsable de cómo son mis hijos.
# Control: a) soy el único que puedo solucionar mis problemas, b) tengo que mantener
el control todo el tiempo, c) si intimo demasiado con alguien, me controlará.
Tanto los supuestos como las creencias nucleares forman parte del sistema de es-
quemas o estructuras cognitivos, los cuales son la forma en que la información es in-
ternamente organizada y representada en la memoria. Los esquemas incluyen elementos
situacionales, sensoriales, fisiológicos, emocionales y conductuales junto con el signifi-
cado que tienen para la persona. Al mismo tiempo determinan la forma en que vemos las
cosas, es decir, influyen de modo fundamental en la información que la persona atiende,
percibe, almacena y recupera y en las interpretaciones, valoraciones y asociaciones que
hace en un momento dado (Bennett-Levy, Westbrook et al., 2004). Estos esquemas pue-
den ser más o menos específicos o generales según el número de situaciones con los que
estén relacionados. Un esquema específico puede incluir la creencia “el terapeuta es
siempre el principal responsable de que la terapia funcione o no”, mientras que uno más
general podría incluir la creencia “soy responsable de prevenir cualquier daño que antici-
pe”.
Tal como se acaba de explicar, en el modelo A-B-C las cogniciones siempre preceden a la
emoción. Sin embargo, la emoción puede existir por unos momentos sin cogniciones previas co-
mo cuando sentimos miedo o ira de repente al ver respectivamente como un coche ha estado a
punto de atropellarnos o una persona nos ha dado un fuerte golpe. De todos modos, se piensa que
las cogniciones son necesarias para el mantenimiento de la emoción. Si esto es así o bien las
cogniciones simplemente potencian una emoción que tiene también otros factores que la influyen,
es algo que está por dilucidar.
Supuestos y creencias
- Soy un inepto.
- Si cometo
Sesgos un error,
y errores los
cognitivos
demás se darán cuenta de
mi incompetencia Emociones
(Tristeza, ansiedad)
estas cogniciones y sustituirlas por otras más apropiadas para conseguir el cambio emocional y
conductual deseado. Estas cogniciones alternativas deben ser al menos relativamente plausibles
para el cliente y fáciles de recordar y utilizar.
Algunas personas objetan a la RC que si esta tiene éxito, se convertirán en seres fríos y ra-
cionales, carentes de emoción. Sin embargo, la RC no persigue controlar toda clase de emoción,
sino sólo aquellas que son desadaptativas. Reacciones emocionales como la pena, tristeza, frustra-
ción, disgusto, enfado y ansiedad son adaptativas mientras no sobrepasen cierto punto, ya que
motivan a las personas a cambiar ciertas condiciones para conseguir sus fines.
IDENTIFICACIÓN DE COGNICIONES
La identificación de cogniciones puede preceder a la justificación de la RC –como cuando se
pide al cliente que registre diversos aspectos de su comportamiento en el proceso de evaluación
inicial– o seguir a dicha justificación. Si un cliente no ve la necesidad de explorar sus cognicio-
nes, será necesario proceder primero a emplear ejemplos relacionados o no con sus problemas que
le hagan ver cómo las emociones y la conducta están influidas por lo que pensamos. Una cuestión
importante a tener en cuenta es que la identificación de pensamientos no es simplemente una
fase inicial, sino un proceso continuo que se prolonga a lo largo del tratamiento.
La identificación correcta de las cogniciones por parte del cliente requiere que este sea
entrenado al respecto, lo cual incluye decirle que:
- Muchos pensamientos son automáticos e involuntarios y que pueden ser tan habituales
y plausibles que escapen a la atención consciente, a no ser que se haga un esfuerzo para
captarlos.
- Escriba pensamientos concretos; no hay que apuntar “quedaré mal” si lo que se piensa
es “hablarán mal de mí y no me volverán a dirigir la palabra”.
- Escriba cada pensamiento de forma separada, en vez de los típicos largos párrafos de
un diario personal.
RC - 8
Muchas imágenes son repetitivas y estereotipadas. Parecen muy reales y siempre se detie-
nen en el peor momento. A veces las imágenes no tienen un significado aparente claro y hay
que preguntar por el mismo al paciente. Las imágenes tienen más impacto que las palabras. Se
experimenta más miedo con imagen de uno muriéndose que pensando uno mismo verbalmente
que va a morirse. Además, se confía más en aquello de lo que se tiene imágenes que en recuerdos
verbales, sean las imágenes acordes con la realidad o no.
Los medios para identificar las cogniciones del cliente pueden clasificarse en:
El grado en que estos métodos son retrospectivos depende de cuán lejana se encuen-
tre temporalmente la situación o el momento al que hacen referencia. Así, el autorregistro
rellenado inmediatamente tras una situación perturbadora es mucho menos retrospectivo
que la discusión de una experiencia ocurrida hace varios días.
Otros medios son la observación del lenguaje privado (sobretodo en niños) y la asociación
libre durante la sesión. Los medios menos retrospectivos y que se emplean en situaciones reales
permiten identificar con más claridad las cogniciones, especialmente las cogniciones calientes,
aquellas con más carga emocional. Además, las cogniciones identificadas en las situaciones reales
pueden tener un significado muy diferente de las informadas en la tranquilidad de la consulta.
Ejemplos concretos de modos de identificar pensamientos negativos pueden verse en Wells
RC - 9
(1997).
Los medios más frecuentemente utilizados para identificar cogniciones son las preguntas más
o menos retrospectivas del terapeuta, el autorregistro y los cuestionarios de reconocimiento de
pensamientos. Con relación al primero, preguntas fundamentales que el terapeuta puede em-
plear a la hora de identificar cogniciones son: “¿qué pasa (ha pasado, pasó) por su cabeza mien-
tras está (estaba) ansioso (o cualquier otro estado emocional o experimentación de síntomas)?, ¿le
viene a la cabeza alguna imagen?, ¿qué piensa que puede pasar?, ¿qué es lo peor que cree que po-
dría suceder?, ¿qué piensa que podría ocurrir si no hiciera tal cosa (conducta defensiva o de evita-
ción)?”.
Por lo general, conviene evitar preguntas del tipo “por qué” y emplear en cambio preguntas
del tipo “qué” y “cómo”. El paciente puede plantearse también en su medio preguntas similares a
las mencionadas para identificar sus cogniciones. En cuanto al autorregistro continuado a lo
largo del tratamiento, hace que el cliente sea más consciente de sus propias cogniciones y del im-
pacto de estas, y facilita la reestructuración de las mismas. El empleo correcto del autorregistro
requiere entrenamiento con ejemplos concretos, revisión continuada del mismo entre terapeuta y
cliente, y que este último lo rellene lo más inmediatamente posible tras las situaciones perturbado-
ras.
- Los pensamientos son tan habituales y aparentemente plausibles que no atraen la aten-
ción del cliente.
- Los pensamientos pueden ser ansiógenos, por lo que los clientes intentan evitarlos ya sea
manifiestamente (silbando, cambiando de situación) o encubiertamente (pensando en
otras cosas, maquillando los pensamientos ansiógenos).
- En el caso de las imágenes, estas suelen ser breves (menos de 1 segundo) y, por lo tanto,
difíciles de captar y recordar. Además, a veces son muy extrañas y los clientes son
reacios a comentarlas.
dichas cogniciones surgen. El recuerdo de las cogniciones depende de que exista esta
congruencia y, por ello, en la consulta el cliente puede tener dificultades para acceder a
dichas cogniciones al estar más relajado.
Una regla que se aconseja seguir respecto a los pensamientos identificados es que el terapeuta
se pregunte “¿me sentiría yo (u otras personas) como el paciente si tuviera estos pensamien-
tos y los creyera?”. Si la respuesta es negativa, conviene seguir explorando las cogniciones del
cliente. Esto es importante porque un problema frecuente tanto por parte de los clientes como de
los terapeutas es no llegar a identificar aquellos pensamientos que son los responsables principales
de las emociones negativas; en lugar de esto, la atención se centra en cogniciones menos impor-
tantes. Una manera de abordar el problema es, como se ha dicho, que terapeutas y clientes se pre-
gunten si los pensamientos identificados producirían el mismo tipo y grado de emoción en otras
personas que hicieran la misma interpretación. Otra manera es utilizar la técnica de la flecha des-
cendente explicada un poco más abajo.
Es importante no sólo identificar las cogniciones de los clientes, sino también que estos cali-
fiquen el grado en que creen en ellas. El impacto de una cognición no depende sólo de su con-
tenido, sino también, y principalmente, del grado en que se cree en ella. Este grado puede
evaluarse en una escala de 0 (no creo en absoluto) a 100 (estoy absolutamente convencido) y es
fundamental hacerlo no sólo en la consulta, sino principalmente en las situaciones perturba-
doras, ya que en estas últimas la creencia en los pensamientos positivos y negativos es menor y
mayor respectivamente; además, el cambio en la creencia en las cogniciones negativas durante las
situaciones perturbadoras, pero no el cambio en la creencia en las mismas en la consulta, correla-
ciona significativamente con la mejora en los problemas presentados (véase Bakker et al., 2002).
Una forma intermedia de calificación es preguntar al cliente por su grado de creencia en los pen-
samientos si se encontrara en la situación perturbadora o experimentando un evento perturbador
(ataque de pánico, p.ej.).
Identificar los supuestos y creencias es generalmente más difícil que identificar pensamientos
concretos. Técnicas para ello son (Bados, 2001; Burns, 1980/1990; Fennell, 1989; Wells, 1997):
- Técnica de la flecha descendente. Se trata de identificar la creencia básica que está por
debajo de un pensamiento. Para ello, se comienza haciendo alguna de las preguntas si-
guientes: “si este pensamiento fuera verdad, ¿qué significaría para usted?”, “si este pen-
samiento fuera verdad, ¿qué habría de perturbador (o de malo) en ello?”, “si este pensa-
miento fuera verdad, qué sucedería” (o bien “¿qué pasaría si... (tal cosa fuera así)?”. A
RC - 11
Esta fue una sesión terrible, no conseguimos nada –→ Esto significa que el paciente
no mejorará –→ Esto significa que he hecho un mal trabajo –→ Esto significa que
soy un terapeuta malísimo –→ Esto significa que tarde o temprano se llegará a saber
–→ Esto significa que todo el mundo sabrá que no soy competente y me despreciará.
Esto probaría que mi éxito hasta ahora ha sido pura suerte. (Supuesto: Tengo que te-
ner éxito en todo lo que hago para tener una buena opinión de mí mismo y que los
demás la tengan también.) (Fennell, 1989).
Al utilizar la flecha descendente, hay que tener cuidado para que la creencia final
identificada sea creíble para el paciente. Así en el último ejemplo, una paciente podría
llegar a decir que se quedará completamente sola y acabará como una indigente sin ami-
gos. Pero si encuentran que esto es inverosímil, no se habrá identificado una creencia
adecuada para la reestructuración.
- Hacer que el cliente analice sus imperativos internos (los debe o debería), sus pensa-
mientos de que es terrible cuando alguien o algo no es de cierta manera, sus pensamien-
tos de que no puede soportar esto y los pensamientos de condena global de sí mismo o de
otros.
Cuando el terapeuta crea que ha identificado posibles supuestos y creencias a partir de los
pensamientos y conductas del paciente y una vez que cree llegado el momento de cuestionarlos,
puede presentar los datos recogidos y dejar, con la menor directividad posible, que el paciente
RC - 12
llegue a la formulación del supuesto o creencia. El terapeuta no debe olvidar que los supuestos y
creencias que cree haber identificado son simplemente hipótesis. Esto es especialmente impor-
tante cuando se requiere una estrategia más directiva y se informa al cliente de uno de sus supues-
tos o creencias. Conviene elegir bien las palabras y el momento, presentar el supuesto o creencia
como hipótesis y solicitar la opinión del paciente. Si este no está de acuerdo con la formulación
del terapeuta, será necesario analizar los datos a favor y en contra de la existencia del supuesto o
creencia de cara a su aceptación, refutación o modificación. Naturalmente, es necesario llegar a un
acuerdo sobre los supuestos y creencias antes de poder cuestionar verbal y conductualmente su
contenido.
SUPUESTO Si soy agradable (sufro por los demás, parezco brillante y hermosa), no
PRIMARIO me sucederán cosas malas (divorcio, problemas con los niños).
SUPUESTO Es culpa mía que las cosas vayan La vida es injusta (porque yo soy
SECUNDARIO mal (por no haber sido agrada- agradable y, aun así, me ocurren
ble). cosas malas).
Algunos autores como Ellis han enumerado una serie de creencias desadaptativas básicas
tales como “tengo que actuar bien y ganar la aprobación de prácticamente toda la gente que es
importante para mí”, “debo conseguir prácticamente todo lo que quiero sin mucho esfuerzo”. Sin
embargo, estas creencias están descritas de un modo muy general y extremo. Además, en vez de
centrarse en ideas preestablecidas, es mejor investigar las cogniciones idiosincrásicas y más o
menos generales de cada cliente.
JUSTIFICACIÓN DE LA RC
Antes de someter a prueba los pensamientos del cliente, es necesario que este: a) vea la rela-
ción existente entre cogniciones, emociones y conductas, y, especialmente, el impacto que las
RC - 13
primeras juegan sobre las otras dos; y b) reconozca que los pensamientos son hipótesis, no
hechos, y que, por tanto, necesitan ser comprobados. No se trata de que el terapeuta proporcione
una explicación formal, sino de que el cliente descubra por sí mismo, con la ayuda del terapeuta,
el papel que juegan las cogniciones y la naturaleza hipotética de estas. Para ello, el terapeuta pue-
de utilizar en primer lugar uno o más ejemplos de situaciones no relacionadas con los proble-
mas del cliente y después algún ejemplo extraído de los problemas del paciente. Estos ejem-
plos son incompletos, es decir, el terapeuta no los explica enteros, sino que plantea una serie de
preguntas al paciente (Bados, 2001).
Posibles ejemplos para facilitar que el paciente vea el impacto que las cogniciones tienen
sobre las emociones y conductas son:
- Ruido en mitad de la noche. Se le dice al cliente que imagine que una persona se en-
cuentra sola en casa y hacia mitad de la noche escucha un ruido en otra habitación. Si
pensara “ha entrado un ladrón en la casa”, ¿cómo cree que se sentiría? (“muy asustado”).
¿Cómo se comportaría? (“intentaría esconderse o llamaría a la policía”). Bien, suponga-
mos ahora que ante el mismo ruido la persona pensara “me he dejado las ventanas abier-
tas y el viento ha tirado algo”, ¿cómo se sentiría? (“asustado no, quizá enfadado o apena-
do por la pérdida de un posible objeto valioso”). ¿Y cómo se comportaría? (“iría a ver
que ha pasado”). A partir de aquí se discutiría que el modo en que se interpreta una situa-
ción influye en cómo uno se siente y responde a la misma.
- Estudiante con ansiedad ante un examen. En un examen comienza a pensar que las
preguntas son muy difíciles, que todo va a ir mal, que no lo va a sacar y que sus compa-
ñeros parecen estar respondiendo muy bien. Tras preguntar al paciente cómo se sentirá y
reaccionará el estudiante, se supone que este cambia su línea de pensamientos en el senti-
do de intentar manejar la situación, organizar sus ideas y localizar las preguntas más fáci-
les para empezar por ellas. A partir de aquí, se sigue como en el ejemplo anterior.
También puede emplearse algún ejemplo extraído de la experiencia del paciente, pero no
relacionado con sus problemas. Tras identificar la situación, cogniciones y reacciones, se le
pregunta de qué otra forma podía haber enfocado la situación –no importa si apropiadamente o
no– y cuáles hubieran sido entonces sus reacciones. Otra posibilidad para que el cliente reconozca
que el contenido de las cogniciones influye en cómo uno se siente, es pedirle que imagine una
escena agradable y otra desagradable y que describa sus sentimientos tras cada una de ellas.
Los ejemplos anteriores facilitan una comprensión intelectual de la RC. Sin embargo, para
conseguir una comprensión emocional, Clark y Beck (1988) recomiendan emplear lo más pronto
posible ejemplos extraídos de los propios problemas del paciente. Así, supongamos un pacien-
te con temor a hablar en público que tiene mucho miedo a hacer preguntas y que no las hace por-
que cree que la gente pensará que son preguntas tontas. Se le pregunta si alguna vez anteriormente
alguien ha hecho preguntas que él no se había atrevido a formular y si fueron consideradas tontas.
Ante la respuesta positiva a lo primero y negativa a lo segundo, se le dice cómo se sentiría si pen-
sara en esto último en vez de en sus pensamientos típicos.
Por otra parte, posibles ejemplos para facilitar que el paciente reconozca la naturaleza
hipotética de los pensamientos son:
- Persona a la que un día no le saluda un compañero de trabajo y piensa que debe tener
algo en contra suyo; otras interpretaciones son que el compañero no ha reparado en él,
que está preocupado por algo, que está enfadado por algo y no saluda a nadie, etc. En la
medida de lo posible se busca que estas interpretaciones alternativas sean dadas por el
cliente, no por el terapeuta.
RC - 14
- Subordinado al que su jefe le dice que quiere hablar con él sobre un informe que le ha
entregado y piensa que lo ha hecho mal y que es un incompetente. Naturalmente, el in-
forme no tiene por qué estar mal: puede que el jefe no entienda algo del mismo, que lo
quiera de otra manera, que desee añadir algo, que desee modificar una pequeña parte o
que incluso quiera felicitar a su subordinado. Además, si se supone que el informe está
mal, habría que preguntar si es sólo este informe o todos los informes. Si es sólo este in-
forme o unos pocos, ¿significa esto que uno es incompetente en general?, ¿significa que
uno es incompetente para hacer informes?
- Cuando el tratamiento es en grupo, otros autores (Sank y Shaffer, 1984) utilizan el si-
guiente método para que los clientes vean que hay diversas formas de enfocar las cosas.
Se les pide que piensen sobre sus reacciones a encontrarse en un grupo y que digan
los pensamientos negativos que ellos o cualquier persona que se implique en un trata-
miento en grupo puedan tener con relación a sí mismos, los otros miembros o el progreso
que puedan hacer. Los terapeutas enumeran los pensamientos; por ejemplo, “no seré ca-
paz de hablar delante de toda esta gente”, “mis problemas son peores que los de cualquier
otro miembro”, “si hablo, pareceré estúpido”, “necesito terapia individual para mejorar”,
“si los otros averiguan cómo soy en realidad, no les gustaré”.
Pueden utilizarse ejemplos no relacionados y relacionados con los problemas del paciente, tal
como se dijo antes, y se hacen preguntas al cliente para que este vea por sí mismo que cuando uno
hace una interpretación, existen otras interpretaciones posibles. Conviene señalar que puede em-
plearse el mismo ejemplo para conseguir los dos objetivos de que el cliente descubra el papel
que juegan las cogniciones y la naturaleza hipotética de estas. Así, podría hablarse de un chico
que se ha citado con una nueva conocida que le gusta para ir a tomar algo. Tras media hora de
espera piensa: “seguro que no le intereso en absoluto, si no, ya estaría aquí”. ¿Cómo se sentiría y
actuaría este chico? (triste y abatido, no establecería ningún nuevo contacto con la chica). ¿Exis-
ten otras interpretaciones para la tardanza? (la chica se ha puesto mala, ha quedado cogida en un
atasco, ha tenido un accidente, le ha surgido un imprevisto, ha habido un malentendido con el día
u hora de la cita). ¿Cómo se sentiría y actuaría el chico si pensara de esta otra forma? (algo decep-
cionado, pero no abatido, llamaría a la chica para ver qué ha pasado). Así pues, existen diversas
formas de interpretar una misma situación y su impacto emocional y conductual es muy diferente
(Bados, 2001).
Aceptado por parte del cliente el papel que juegan las cogniciones en sus problemas y la natu-
raleza hipotética de estas, se le explica esquemáticamente el procedimiento de la reestructura-
ción cognitiva (no es necesario hablar aún del componente de desdramatización). Si lo desea, el
terapeuta puede ilustrar la técnica poniendo un ejemplo de una situación cualquiera de su propia
vida (discusión con un hijo, problema de tráfico, agobio en el trabajo) en el que describa lo que
pasó, sus emociones, sus pensamientos negativos, la forma en que cuestionó estos y los resultados
logrados.
que quiere verle en 5 minutos. Tras identificar posibles reacciones somáticas (malestar abdominal,
palpitaciones), afectivas (miedo, ansiedad) y conductuales (quedarse paralizado) a esta situación,
se pide al cliente que identifique posibles pensamientos negativos ante la misma (no necesaria-
mente los suyos propios), los cuestione con ayuda del terapeuta, llegue a pensamientos alternati-
vos y enumere las supuestas consecuencias somáticas, afectivas y conductuales de estos nuevos
pensamientos (Bados, 2001).
Las cogniciones negativas significativas del cliente son cuestionadas de dos modos básicos:
Conviene tener en cuenta que dentro de las cogniciones pueden distinguirse dos niveles bási-
cos: los pensamientos automáticos y los supuestos y creencias; estos últimos tienen una mayor
RC - 16
estabilidad y transituacionalidad, y son más resistentes al cambio. Así pues, la estrategia que se
sigue es cuestionar los pensamientos automáticos negativos (“no sabré qué decir”, “diré algo
estúpido”) en una primera etapa y posteriormente los supuestos y creencias disfuncionales
(“si no hago las cosas perfectamente, es un desastre”, “si no le gusto a alguien, es que algo malo
pasa conmigo”, “una persona que se queda en blanco al hablar es vista como incompetente”, “soy
inferior”).
Problemas frecuentes en la reestructuración cognitiva, tanto por parte de los pacientes como
de los terapeutas, son el cuestionamiento de pensamientos poco importantes antes de identificar
los más significativos y el cuestionamiento insuficiente de los pensamientos automáticos (genera-
ción de contraargumentos incompletos o inadecuados). Por otra parte, conviene no comenzar
reestructurando pensamientos con los que el cliente esté muy implicado; al contrario, es me-
jor jerarquizar las situaciones emocionalmente activadoras y empezar por las cogniciones corres-
pondientes a aquellas que susciten como máximo un nivel moderado de emoción.
- Diálogo socrático. El terapeuta cuestiona los pensamientos del cliente mediante pregun-
tas para que así este tenga que reconsiderarlos. Además, el terapeuta entrena al cliente a
formularse dichas preguntas y lo guía en la evaluación crítica de sus pensamientos. Así
pues, el terapeuta formula más preguntas que respuestas para que sea el paciente quien
lleve la carga de la prueba sobre sus creencias; de este modo, nunca se pone en la boca
del paciente lo que puede salir de él mismo.
En el método socrático pueden seguirse los siguientes pasos: 1) examinar las pruebas o
datos acerca de un pensamiento negativo; 2) examinar la utilidad de dicho pensamiento; 3) supo-
RC - 17
ner que es cierto lo que se piensa y luego: a) identificar qué pasaría y examinar las pruebas de esta
nueva cognición; y b) buscar qué se podría hacer para afrontarlo; 4) extraer las conclusiones per-
tinentes tras el paso o pasos realizados. Cada uno de estos pasos será explicado a continuación,
aunque conviene señalar que no todos han de ser aplicados necesariamente para cada pensa-
miento a reestructurar.
Si las pruebas a favor de un pensamiento indican que este es cierto, entonces se considera
con el cliente qué se puede hacer al respecto (p.ej., si un cliente no sabe expresar sus ideas con
claridad, habrá que enseñarle). También puede preguntarse al paciente qué pasa o puede pasar
cuando ocurre lo que piensa; luego se examinan las pruebas de esto para ver hasta qué punto es
cierto. Así, una persona que se pone roja al hablar con personas del sexo opuesto, puede pensar
que será rechazado por esto. En definitiva, lo que se hace cuando el pensamiento es cierto, es si-
milar a lo que se explica más abajo con más detalle cuando se le pide al cliente qué pasaría y qué
podría hacer si lo que pensara fuera cierto. La diferencia fundamental, es que aquí ya no se habla
de algo hipotético y, por tanto, las posibles soluciones identificadas para cambiar la situación son
puestas en práctica (Bados, 2001).
Cuando se examina hasta qué punto es cierto un pensamiento, conviene tener en cuenta los
errores cognitivos más frecuentes que suelen cometerse, los cuales pueden verse en la tabla 1
(para más información, véase Burns, 1980/1990). Algunos clínicos, antes de pasar a cuestionar
los pensamientos negativos, hacen que los clientes aprendan cuáles son dichos errores y se-
pan identificar aquellos que están presentes en sus pensamientos automáticos o en los de otros;
después, en las actividades entre sesiones el cliente debe identificar los errores presentes en sus
pensamientos antes de generar pensamientos alternativos. Se supone que este enfoque facilita la
refutación de los pensamientos negativos. Otros clínicos pasan directamente al cuestionamiento de
dichos pensamientos y omiten el paso citado, aunque, naturalmente, durante la reestructuración
pueden hacer preguntas que hagan ver al paciente el tipo de errores que está cometiendo. No hay
datos hasta el momento sobre la posible eficacia diferencial de estos dos abordajes, aunque puede
ser útil proporcionar a los pacientes un pequeño documento que describa los tipos de errores que
suelen cometerse (Bados, 2001).
Modelos de preguntas que pueden utilizarse para evaluar las pruebas o datos acerca de los
RC - 18
pensamientos y para los otros pasos del método socrático pueden verse en la tabla 2. Naturalmen-
te, estas preguntas no son exhaustivas. Además, no tienen por qué ser necesariamente las pregun-
tas concretas a realizar, sino que deben adaptarse en función de la situación considerada y del
paciente. A continuación se ofrecerán diversos ejemplos para las preguntas correspondientes a
este apartado. Los ejemplos son simplemente eso, ejemplos de cuándo esas preguntas pueden ser
pertinentes. En ningún caso se implica que sólo con esas preguntas puedan resolverse los proble-
mas presentados.
Para otros ejemplos de reestructuración cognitiva, pueden consultarse también Beck y Emery
con Greenberg (1985, cap. 11) y Wells (1997) para trastornos de ansiedad en general; Barlow y
Craske (1989), Botella y Ballester (1997) y Clark (1989) para trastorno de pánico y agorafobia;
Heimberg y Becker (2002) para fobia social; Clark (1989) y Craske, Barlow y O'Leary (1992)
para trastorno de ansiedad generalizada; Resick y Schnicke (1993) para trastorno por estrés pos-
traumático; Freeston, Rhéaume y Ladouceur (1996) para trastorno obsesivo-compulsivo; Bas y
Andrés (1994), Beck et al. (1979/1983) y Fennell (1989) para depresión; Fairburn, Marcus y Wil-
son (1993) para bulimia; y Nieto y Sotoca (2005) para trastorno delirante.
- ¿Qué datos tiene a favor de este pensamiento? ¿Son realmente favorables estos da-
tos? ¿Qué datos existen en contra?
Otras posibles preguntas son: ¿Qué le hace pensar eso? ¿Cómo sabe que sucederá? ¿Qué
razones tiene para creer que esto que piensa pasará? ¿Son buenas estas razones? ¿Qué datos
hay para pensar que no pasará? ¿Ha ocurrido alguna vez lo que piensa?; ¿por qué no? Ejem-
plo: Persona que piensa que quedará en ridículo (la gente se mofará de él, al menos interna-
mente) si se bloquea al hablar en público. ¿Ha tenido experiencias en que se haya bloqueado
y haya quedado en ridículo? ¿Cómo sabe que ha hecho el ridículo? ¿Ha visto a gente blo-
quearse y quedar en ridículo por esto? ¿Ha habido veces en que usted u otras personas se
hayan bloqueado y no hayan hecho el ridículo? Cuando alguien se bloquea, ¿usted u otras
personas se mofan de él? Si no se mofan, ¿cómo reaccionan? ¿Basta un bloqueo para quedar
en ridículo? Si no, ¿qué más hace falta? Podría abordarse también la siguiente cuestión: para
que la gente reaccione, necesita darse cuenta del bloqueo. ¿Se da cuenta la gente de todos los
bloqueos? ¿Que usted se dé cuenta quiere decir que los otros también se den? (Bados, 2001)
Caso de un chico que se abate profundamente cuando una amiga que le gusta le dice que
no podrá asistir a una fiesta que él da. La interpretación del chico es “no le intereso”. ¿Existen
datos a favor de esta interpretación? ¿Son realmente favorables? ¿Cuáles son otras explica-
ciones razonables para la inasistencia? (otras obligaciones para ese día, decaimiento de áni-
mo). ¿Qué datos hay a favor y en contra de estas otras explicaciones? ¿Hay alguna que parez-
ca finalmente más probable o se requieren nuevos datos?
También puede emplearse el enfoque de las consecuencias peores, mejores y más pro-
bables. Se le pregunta al paciente que es lo peor que le puede suceder en una situación temi-
da. Luego por lo mejor. Finalmente, se discute con él qué es lo más probable que puede suce-
RC - 19
der y se le pregunta por datos favorables a esta última interpretación. Los gráficos circulares
son otra estrategia útil para explorar una gama de explicaciones alternativas. En primer lugar,
cliente y terapeuta generan una serie de posibles explicaciones o interpretaciones de un even-
to; por ejemplo, si un cliente cree que sus dolores de cabeza son debidos a un tumor cerebral,
se exploran con él otras posibles causas: fatiga ocular, migraña, tensión muscular, resaca, res-
friado, deshidratación, postura, estrés, ansiedad. Luego se dibuja un círculo cuyas porciones,
mayores o menores, serán asignadas a las diferentes causas en función de la probabilidad de
estas. Se comienza por la explicación más benigna y se termina por la más temida, con la
condición de que todas las probabilidades sumen 100. La consecuencia suele ser una reduc-
ción de la creencia en la interpretación negativa y una mayor consideración de explicaciones
más probables. Ejemplos pueden verse en Wells (1997, págs., 73-75 y 195).
En el caso de la ansiedad, las sobrestimaciones del peligro varían con factores que no
están relacionados con las probabilidades objetivas. Por ejemplo, un fóbico a volar puede
pensar que la probabilidad de que el avión se estrelle es mayor conforme se va acercando el
momento del vuelo. La discusión de las sobrestimaciones de probabilidad y la provisión de
datos sobre probabilidades objetivas pueden ser útiles. Sin embargo, algunos clientes recono-
cen la baja probabilidad de un evento temido (que el avión se estrelle) y siguen ansiosos, pro-
bablemente porque la consecuencia percibida del evento es muy grave (invalidez, muerte). En
estos casos, pueden hacerse diversas cosas: discutir que la vida requiere una asunción de ries-
gos, analizar si compensa el precio que se paga por la búsqueda de seguridad a todo trance,
desdramatizar el evento temido examinando cuán malo es realmente y cómo la persona puede
afrontarlo, hacer una exposición imaginal prolongada al evento temido.
so. El paciente debe asumir que la vida implica la aceptación de riesgos como la enfermedad,
los accidentes y la muerte. Para ello, conviene discutir con él los pros y contras de vivir asu-
miendo algunos riesgos en oposición a intentar evitar todos los riesgos de la vida.
Un paciente puede pensar que no puede manejar una situación porque se siente ansioso
durante la misma; en cambio, cuando se le pregunta, su comportamiento en la situación es
adecuado. Un ejemplo es el de una enfermera sermoneada el día anterior por llegar tarde al
trabajo. Cuando iba a salir de casa, su gato tiró un líquido venenoso y se revolcó en él. Ella
comprendió que si se lamía, moriría. Sintió una gran ansiedad, cogió al gato, lo lavó bajo el
grifo y este se revolvió, la arañó y le hizo sangre. Tras secar al gato, llamó al trabajo para ex-
plicar que llegaría tarde, curó sus heridas, salió disparada al trabajo y llegó 30 minutos tarde.
Todo este tiempo se sintió ansiosa, preocupándose por su gato y por lo que pudiera decirle su
jefa. A partir de su ansiedad y de su nerviosismo en el asunto del gato, infirió que este fue
otro ejemplo de no saber afrontar las cosas. Sin embargo, una discusión cuidadosa de lo que
hizo reveló que sus conductas fueron realmente apropiadas para manejar la difícil situación
(Clark, 1989).
Otro ejemplo es el de los pacientes con miedo a hablar en público que dan una buena
charla, pero piensan que lo han hecho fatal debido a la gran ansiedad experimentada.
Ejemplos de estas metas son “tengo que rendir al máximo de mis capacidades todo el
tiempo”, “tengo que estar perfectamente tranquilo todo el tiempo” y “tengo que estar absolu-
tamente seguro de que no tengo cáncer” (Clark, 1989).
Por ejemplo, olvidando buenas ejecuciones anteriores al enfrentarse a una tarea difícil o
cometiendo el siguiente error de representatividad: “como un amigo de mi edad ha muerto de
un infarto, yo tendré también un ataque al corazón” (Clark, 1989). O bien infravalorando la
propia actuación al hacer una reclamación por dar excesiva importancia a un pequeño lapsus
y pasar por alto la buena ejecución de aspectos importantes tales como tono amable, solicitud
clara de lo que se desea apoyada en razones, etc.
“A la gente o le caes bien o le caes mal”; “si no puedo hacer un trabajo perfectamente, no
merece la pena hacerlo”. Para romper este tipo de pensamiento dicotómico, puede construirse
una dimensión. Por ejemplo, para el primer pensamiento puede dibujarse una línea de 10 cm
con un extremo (“le caigo muy bien”), un punto medio (“no le caigo bien ni mal”) y otro ex-
tremo (“le caigo muy mal”); luego, el cliente sitúa a la gente que conoce en esta escala y
comprueba probablemente cómo la gente no se agrupa en los extremos, sino que cubre toda la
escala (Clark, 1989). Wells (1997, págs. 95-96) presenta otro ejemplo de cómo un terapeuta y
una persona socialmente ansiosa que pensaba que era aburrida construyeron en colaboración
un continuo de 0 a 100 en el que definieron seis puntos (de aburrido a interesante) en función
de una serie de características.
- ¿Está sobrestimando su responsabilidad sobre cómo salen las cosas? ¿Qué otros
factores influyen?
RC - 21
Un cliente a quien un amigo pidió consejo sobre una inversión en bolsa informó favora-
blemente, pero luego la inversión fue un fracaso y él se sintió totalmente responsable de las
pérdidas de su amigo. Se le preguntó cuál sería su responsabilidad si la bolsa hubiera subido
mucho y él dijo que mínima. Así, el cliente se vio enfrentado a una contradicción: atribución
interna en el primer caso y externa en el segundo. También se le podía haber preguntado por
todos aquellos factores que influyen en las pérdidas del amigo y el peso de cada uno de ellos.
Beck y Emery con Greenberg (1985) presentan una versión diferente del gráfico circu-
lar. El paciente valora su grado de responsabilidad en la ocurrencia de un evento. Luego,
enumera todos aquellos factores que pueden afectar a dicha ocurrencia, estima el peso de cada
factor y valora el grado de control que tiene sobre cada factor. Al final, el paciente vuelve a
calificar su grado de responsabilidad y compara esta calificación con la primera, que es inva-
riablemente más alta.
Conviene revisar cómo los clientes han manejado problemas similares en el pasado, có-
mo ve otra gente las habilidades de afrontamiento del cliente y enseñar medios de afrontar la
dificultades venideras (Clark, 1989).
Esto puede ayudar a restaurar la perspectiva, ya que afortunadamente los clientes no sue-
len creer que otra gente comparte sus cogniciones negativas.
Se trata de evaluar hasta qué punto el pensamiento considerado sirve de ayuda para alcanzar
RC - 22
los objetivos que el cliente tiene o bien le sirve de estorbo y genera consecuencias negativas res-
pecto a cómo se siente y actúa. Mientras que la estrategia de examinar las pruebas o datos se
centra en el contenido de los pensamientos, la estrategia de examinar la utilidad se dirige a
la función que cumplen estos; por ejemplo, las rumiaciones depresivas pueden tener la función
de evitar problemas y retraerse, lo cual reduce el malestar a corto plazo, pero contribuye a mante-
ner el problema. Si se concluye que un pensamiento no es útil, dos posibles soluciones son a) no
centrar la atención en el pensamiento, sino en la experiencia inmediata, y b) buscar métodos alter-
nativos de lograr los objetivos que uno desea. A continuación se ofrecen algunos ejemplos para
las preguntas correspondientes a este apartado.
Persona con dolor crónico que siempre está pensando en el mismo y en por qué le ha
tenido que tocar a ella. ¿Consigue así sentir menos dolor, encontrarse más animada y realizar
más actividades? ¿O más bien es al revés?
Persona con fobia a hablar en público que justo antes de la charla no hace más que pensar
en que dirá cosas incoherentes. ¿Le tranquiliza esto o le pone aún más nervioso? ¿No le sería
más útil pensar en cómo va a empezar?
Persona con síndrome de colon irritable que cree que se defecará encima si sale a la calle
(ha tenido pequeñas pérdidas 2-3 veces al año). ¿Merece la pena quedarse en casa por eso?
¿Puede hacer así las cosas que le interesan en la vida? [También podrían emplearse otras es-
trategias como: a) plantearse qué consecuencias tiene realmente la pequeña pérdida y b) hacer
un experimento: manchar un poco el pantalón con chocolate en la zona adecuada y salir a la
calle para comprobar qué sucede (p.ej., cuántos se dan cuenta)].
- ¿Cuáles son los pros y los contras, a corto y largo plazo, de esto que cree?
Esta es una buena pregunta para trabajar por qué se mantienen determinadas conductas,
supuestos o creencias tales como “tengo que hacer las cosas perfectamente”, “he de hacer lo
que la gente espera que haga”, “he de hacer felices a mis hijos siempre”, “he de evitar que-
darme solo en esta vida”. Es posible ponderar cada ventaja y desventaja, asignándoles pesos
distintos, de modo que al final puedan compararse los pesos totales de ambas. Si las desventa-
jas predominan, el cliente estará más dispuesto a cambiar. Las ventajas asociadas con mante-
ner creencias o conductas desadaptativas deben ser cuestionadas y deben explorarse medios
alternativos y menos problemáticos de lograr las ventajas.
Es posible que a través de los pasos anteriores haya quedado más o menos claro que la antici-
pación o interpretación considerada es poco probable y útil, pero que el problema siga persistien-
do. Por ejemplo, un cliente puede tener un gran miedo a desmayarse durante un ataque de pánico
a pesar de reconocer que no le ha pasado nunca y que es muy difícil que le pase. Sin embargo,
existe por una parte la posibilidad de que ocurra y, por otra, bajo cada pensamiento negativo sub-
yace muchas veces otro u otros más básicos que están supuestamente más conectados con los
problemas del paciente (recuérdese la técnica de la flecha descendente). Por lo tanto, es una buena
idea en muchos casos pedir al cliente que suponga que el pensamiento negativo previamente
considerado es cierto y que a partir de aquí haga dos cosas:
RC - 23
- Identifique qué pasaría y examine las pruebas de esta nueva cognición. Así, puede
pensar que si se desmaya, la gente no le ayudará o se reirá de él. Los mismos pasos men-
cionados en el apartado de examinar las pruebas serían luego aplicados aquí para evaluar
el nuevo pensamiento identificado. Cuando sea necesario, hay que señalar y justificar al
cliente la conveniencia de ser sincero respecto a lo que cree que pasaría, por ilógico o ri-
dículo que le parezca en ese momento. El identificar qué pasaría es uno de los modos
que nos permite acercarnos a descubrir los supuestos y creencias del paciente.
- Busque, si es el caso, qué podría hacer o qué soluciones tendría para afrontar lo que
piensa. Por ejemplo, un cliente con miedo a quedarse bloqueado al hablar en público po-
dría pensar en posibles estrategias a emplear caso de que eso sucediera. Y un paciente
con miedo a desmayarse podría pensar en lo que diría y haría una vez que saliera del
desmayo (p.ej., explicar que se tiene un virus o un bajón de azúcar, comer o beber algo).
Cuando se puede hacer algo para afrontar lo que se piensa (p.ej., quedarse bloqueado),
puede ser aconsejable que la identificación de posibles soluciones preceda a la identificación y
análisis de lo que pasaría, ya que el sentir que se cuenta con recursos, disminuye la catastrofiza-
ción.
Una vez reestructurada la nueva cognición, se puede ir repitiendo el proceso de suponer que
es cierta hasta que el cliente es incapaz de identificar un nuevo pensamiento perturbador, no cree
en el nuevo pensamiento negativo identificado o genera una nueva cognición neutral o de afron-
tamiento creíble, o hasta que el terapeuta lo considere oportuno (véase un poco más abajo la cuar-
ta precaución sobre el empleo de la desdramatización). La repetición del proceso señalado puede
hacerse en la misma sesión o a lo largo de distintas sesiones.
En el caso de los problemas de ansiedad, las preguntas terminarán por ir dirigidas a la discu-
sión de los peores miedos: muerte propia o de un familiar, volverse loco, quedar desfigurado, aca-
bar como pordiosero, etc. Esto es lo que se conoce como desdramatización (descatastrofiza-
ción): imaginar que lo peor que se teme es cierto, analizar cuán malo sería realmente y, según los
casos, cuánto duraría, y ver qué se podría hacer para manejarlo. De hecho hay clínicos que tras
pedir al cliente que suponga que lo que piensa es cierto, le solicitan que identifique no simplemen-
te lo que pasaría entonces, sino lo peor que podría pasar según él. En la tabla 5 se presenta un
ejemplo de reestructuración cognitiva que incluye desdramatización.
- No se trata de ver un evento negativo como poco importante o neutral (p.ej., es per-
turbador para la mayoría de la gente perder un amigo), sino de evaluar críticamente su
impacto real. Esto debe hacerse sin perder la actitud empática hacia el cliente.
- El paso de suponer que lo que se piensa podría ser cierto, no tiene por qué ser in-
troducido en la misma sesión que los anteriores. Los clientes que tengan dificultad pa-
ra cuestionar las pruebas de su pensamiento inicial necesitarán trabajar más en ello, tanto
en las sesiones como en casa, antes de pasar a cuestionar las derivaciones de dicho pen-
samiento.
- Como la desdramatización es una inundación cognitiva, hay que dedicarle el tiempo su-
ficiente para que el cliente pueda procesar la información y experimentar alguna reduc-
ción de ansiedad; en caso contrario, puede ser perjudicial. (Una alternativa a la desdrama-
tización verbal es la imaginación prolongada de las peores cosas temidas.)
RC - 24
En estos dos últimos casos, puede ser más adecuado, como señalan Barlow y Craske
(1989) y Botella y Ballester (1997), abordar la probabilidad de que esto suceda en vez de
si sería tan malo morir o volverse loco. (Otros han señalado que la desdramatización pue-
de ser adecuada en el miedo a la muerte, ya que algunos pacientes tienen creencias e
imágenes disfuncionales sobre la muerte y el proceso de morir; por ejemplo, piensan que
uno sigue experimentando dolor después de la muerte.) Similarmente, no es lo mismo
pensar “no le gusto a él/ella” que “no le gusto a nadie”. En este último caso es mejor cen-
trarse sólo en la validez de las interpretaciones hechas y en la búsqueda de soluciones pa-
ra lograr cambios deseados en vez de plantear si es tan malo no gustarle a nadie.
Identificar lo que pasaría si lo que se piensa fuera cierto llevará tarde o temprano a la identifi-
cación y cuestionamiento de los supuestos o creencias básicos (véase más abajo el apartado co-
rrespondiente). A continuación se ofrecerán diversos ejemplos para las preguntas correspondien-
tes a este apartado, ejemplos centrados, sobre todo, en la desdramatización.
- ¿Que pasaría si las cosas fueran realmente como piensa? Incluso si lo que piensa
fuera verdad, ¿sería tan malo como parece? ¿Qué soluciones habría o qué podría
hacer al respecto? Si las cosas fueran realmente así, ¿qué podría hacer para cam-
biarlas o cómo podría hacer frente a la situación?
Persona que piensa que un amigo no querrá verle más o se enfadará muchísimo si no le
presta cierta cantidad importante de dinero. Suponiendo que esto fuera verdad y su amigo no
se contentara con las explicaciones que usted le diera, ¿piensa que esta es la reacción de un
verdadero amigo? ¿Merecería la pena seguir contando con esa amistad? ¿No es una amistad
algo interesada? ¿Perder esa amistad significa que su vida está acabada? ¿No tiene otros ami-
gos? Si no los tiene, ¿qué puede hacer para conseguirlos?
Persona que piensa que las cosas con su pareja no van nada bien y esta puede abandonar-
le. ¿Qué pasaría entonces? ¿Su vida ya no tendría sentido? ¿Qué otras posibilidades le queda-
rían? (buscar nuevas relaciones, de pareja o no; dedicar más tiempo a sus aficiones).
Estudiante que piensa que si suspendiera unos exámenes importantes, sería desastroso.
Sin embargo, se le hace darse cuenta a través de la discusión que podrá volverse a examinar 6
meses más tarde, que si estudia del modo acostumbrado es probable que pase los exámenes
en esta segunda convocatoria y que, incluso si esto no fuera así, hay muchos trabajos agrada-
bles que podría considerar y que no requieren esos exámenes (Clark, 1989).
Ama de casa que piensa que su marido puede tener un accidente de coche camino del
trabajo. Incluso reconociendo la baja probabilidad de esto –dada la forma de conducir de su
cónyuge, su ausencia de accidentes pasados y el número de accidentes por año–, se analiza lo
que pasaría si el marido muriera o quedara incapacitado; es muy probable que la tristeza y
abatimiento duraran un tiempo, pero que luego la persona sería capaz de encontrar un trabajo,
sacar adelante a sus hijos y superar el infortunio (Craske, Barlow y O'Leary, 1992).
Madre que se queja de que la relación con su hija adolescente cada vez es peor y se pre-
gunta en qué falló al educar a su hija. Entre los muchos aspectos a abordar estaría el de co-
menzar a pensar qué es lo que realmente va mal, qué se quiere cambiar y cuáles serían las po-
sibles soluciones para ir consiguiendo poco a poco estos cambios.
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Persona que piensa que sería desastroso que se desmayara en un ataque de pánico. Aparte
de la baja probabilidad de esto, ¿es tan terrible? El desmayo tras una hiperventilación intensa
es realmente un mecanismo adaptativo que restablece la homeostasis corporal. Y lo peor que
puede suceder, aparte de un mala caída (que no es frecuente), es una breve sensación de des-
orientación al recobrar el conocimiento.
Paciente que cree que los demás pensarán que es incompetente y ridículo si le ven tem-
blar y ponerse rojo. ¿Realmente importa tanto lo que piense la gente? Si son extraños, ¿qué
importancia tiene lo que crean? Si son amigos, ¿van a cambiar su opinión de usted por dicho
motivo? Y si la gente piensa mal ¿qué pasa? ¿No se puede seguir viviendo y gozando de la
vida a pesar de esto?
- ¿Cómo serán (serían) las cosas dentro de un tiempo? Esto que parece tan malo ¿du-
rará (duraría) siempre?
Estas preguntas son útiles para poner en su justa perspectiva una perdida anticipada. Ante
el abandono por parte de la pareja, uno no debe concentrarse sólo en los efectos inmediatos,
sino pensar que el malestar se irá reduciendo a través de los meses, que se conocerá a nueva
gente y que quizá se establezca una nueva relación íntima.
X es una persona importante para el cliente o una persona con su mismo problema, pero
que consigue afrontarlo. En un caso de dolor crónico con pensamientos constantes sobre el
mismo, el cliente puede reconocer que X le recomendaría distraerse, relajarse, hacer ejercicio
moderado y recibir masajes.
A. Pensamiento inicial: “La gente pensará que lo que voy a decir no es muy interesante”.
Reestructuración: “Bien, no sé por qué la gente va a pensar eso. En realidad, me he pre-
parado bien esta charla pensando en el público y en estas condiciones la mayor parte de
la gente reacciona de un modo favorable o neutral. Incluso si hay gente que responde ne-
gativamente, puedo pensar si esa respuesta está justificada o no. Que alguien responda
negativamente no quiere decir necesariamente que yo haya hecho algo mal. Si su res-
puesta no está justificada, ¡qué se le va a hacer! Uno no puede contentar a todo el mundo
ni todos tenemos las mismas opiniones. Si está justificada, desde luego me sentiré moles-
to, pero me servirá para ver qué aspectos me es conveniente cambiar para la próxima
ocasión. Todos cometemos errores; haberme equivocado en algo no me hace estúpido, al
revés, es de sabios aprender de los propios errores”.
Síntesis: “Me he preparado bien, así que lo más probable es que la charla resulte intere-
sante. Y si me equivoco en algo, me sentiré molesto, pero me servirá para aprender”.
plo, puedo dejar de pensar en ello, puedo aceptarlo y esperar que se vaya reduciendo co-
mo normalmente sucede, y puedo concentrarme en pensamientos más adaptativos tales
como ver de qué forma voy a comenzar mi charla. Además, incluso si las primeras veces
no consigo mucho, es comprensible. Claro que me sentiré algo molesto, pero estas cosas
no se logran en un día; se requiere práctica repetida”.
Síntesis: “Pensar en esto no me ayuda, lo mejor es centrarme en cómo voy a empezar”.
C. Pensamientos iniciales: “Si le digo de verla otra vez, pensará que estoy demasiado de-
seoso y echaré a perder esta ocasión. Además, si me dice que no, me sentiré fatal ya que
no querrá verme nunca más”.
Reestructuración: “Decirle a una chica que me gustaría verla otra vez no es tan difícil.
Puede sentirse muy halagada y estoy expresando mis deseos francamente. Y si no se lo
digo, puedo estar perdiendo la oportunidad de verla otra vez. Si ella no acepta mi cita, es-
to no significa necesariamente que no quiera verme nunca más. Incluso si fuera así, al
menos lo he intentado y he expresado sincera y valientemente mis sentimientos”.
Síntesis: “Sólo si se lo pido tendré una oportunidad; y si me dice que no, ya habrá otras
ocasiones. Por el momento, lo importante es expresar mis deseos”.
Recapitulando las distintas estrategias empleadas en el método socrático, puede decirse que
una reestructuración verbal puede resumirse en unos pocos aspectos clave: a) ¿Cuál es la
probabilidad de que las cosas son como piensa? (considerar las pruebas a favor y en contra);
¿existe una interpretación alternativa más probable? b) ¿Le resulta útil pensar así? c) Si las cosas
fueran como piensa, ¿qué podría pasar?, ¿cuán probable sería?, ¿qué podría hacer? O bien, si se
imagina lo peor, ¿cuán probable es?, ¿qué otras alternativas existen?, ¿qué podría hacer si lo peor
ocurriera? (Bados, 2001).
No deben cuestionarse todos los pensamientos negativos de un cliente, sino sólo aquellos
que contribuyen significativamente al malestar emocional y/o conductas problemáticas del pacien-
te. Así, en el caso de los trastornos de ansiedad, los pensamientos importantes no son los que tie-
nen que ver con el escape/evitación de las situaciones temidas (“tengo que salir de aquí”) o con la
experiencia de ansiedad, sino los relativos a temas de peligro (p.ej., “me faltará el aire y me aho-
garé” en el caso de un claustrofóbico). Un fóbico social puede pensar “no sabré expresarme bien”,
“los demás se darán cuenta “, “se reirán de mí”. En este caso, se comenzaría abordando los pen-
samientos automáticos iniciales para pasar posteriormente al pensamiento final de la cadena, que
es el que expresa la consecuencia más temida. Es fundamental no limitarse a las predicciones so-
bre la ocurrencia de síntomas de ansiedad (p.ej., “me pondré rojo”); hay que incluir las conse-
cuencias, significados o implicaciones de experimentar estos síntomas. En el caso de un agorafó-
bico con frecuentes ataques de pánico que piensa que tendrá uno de ellos y que si no lo para, su-
frirá un infarto, se cuestionaría la creencia que liga el ataque de pánico o ciertas sensaciones car-
díacas de ansiedad con el infarto.
Hay que centrarse en cada pensamiento el tiempo suficiente para cuestionarlo suficientemen-
te. De todos modos, lo importante no es tanto que el cliente quede convencido de que las co-
sas son de otra manera (esto requiere tiempo y acumulación de pruebas), sino que acepte
que pueden ser de otra manera y esté dispuesto a comprobarlo. Por lo tanto, el papel de la
reestructuración verbal es reducir en cierta medida la creencia en los pensamientos negativos,
disminuir la ansiedad y facilitar los experimentos conductuales.
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Al evaluar un pensamiento negativo, es normal que surjan otros. Si sirven para defender
el pensamiento original, se pasará también a cuestionarlos. Sin embargo, no hay que perder de
vista la interpretación o predicción de partida y habrá que volver a ella para ver si el cliente es
capaz de reestructurarla. En el caso de que los nuevos pensamientos no estén directamente rela-
cionados con el inicial, pero sean importantes, convendrá anotarlos para discutirlos en sesiones
posteriores.
Especialmente las primeras veces que se utiliza la RC o cuando el terapeuta se enfrenta a pen-
samientos resistentes, conviene, siempre que sea posible, pensar previamente en las preguntas
que puedan ser más oportunas, en los posibles contraargumentos del cliente y en las respuestas
más convincentes a los mismos.
No hay que acorralar a los clientes con las preguntas. Hay que evitar que el cliente se sien-
ta interrogado, atacado o avasallado. No se trata de inducir al paciente a abandonar rápidamente
las explicaciones de que dispone y a adoptar otras que el terapeuta considera más adecuadas. Para
conseguir un convencimiento eficaz, es el propio cliente quien debe hacer este proceso a su propio
ritmo. En este sentido, también hay que evitar persistir en preguntas o argumentos que son con-
vincentes para el terapeuta, pero no para el paciente (Bados, 2001).
Como se dijo antes, conviene que el cliente sintetice la reestructuración realizada en uno o
más pensamientos alternativos breves que sean fáciles de recordar y de usar en las situaciones
reales. Es útil apuntar estos pensamientos en un papel para centrar una atención que puede estar
limitada por la ansiedad y para favorecer el recuerdo. El cliente debe valorar el grado de creen-
cia en el pensamiento alternativo y en el pensamiento original. Conviene tener en cuenta que
muchas veces el cambio de pensamientos de manera que resulten creíbles es algo gradual, aunque
en alguna ocasión puede ser súbito. Este cambio se ve facilitado por la consideración continuada y
por la repetición de los nuevos pensamientos, por la reestructuración de otros pensamientos nega-
tivos relacionados y, especialmente, por el sometimiento a prueba de las cogniciones negativas
(Bados, 2001).
Relacionado con lo que se acaba de decir, algunas personas afirman que se creen los pen-
samientos alternativos en el plano intelectual, pero no en el plano emocional. En este caso, la
persona simplemente está reconociendo la posibilidad de que lo que se está diciendo sea verdad,
pero no le concede demasiado valor; es decir, la persona no cree lo que se dice. Si ocurre lo ante-
rior, puede ser útil recordar que es muy probable que si uno no cree en la nueva forma de pensar
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es por la sencilla razón de que dichas ideas le resultan nuevas y extrañas. Se trata entonces de
seguirlas trabajando, de someterlas a comprobación, de averiguar si son ciertas. Hay que discutir-
las, buscar alternativas, considerar las pruebas disponibles, realizar experimentos. No se trata de
creer algo porque sí; hay que comprobar si las ideas son correctas. De todos modos, conviene no
perder de vista que la reestructuración centrada en examinar las pruebas fracasará si lo im-
portante de un pensamiento es su función (p.ej., al centrarse en pensar algo se evita afrontar
algún problema) en vez de su contenido.
El modelado puede ser una técnica útil para ayudar al cliente a adoptar una perspectiva
más adecuada de las situaciones perturbadoras. Puede hacerse de varias maneras: a) El tera-
peuta demuestra al cliente una forma más adecuada de enfocar la situación perturbadora. b) El
terapeuta muestra al cliente cómo este enfocó anteriormente de un modo apropiado una situación
relacionada con el problema. c) El terapeuta cuenta cómo enfocó una experiencia vivida por él y
relacionada en cierta medida con la situación perturbadora para el cliente.
La utilización del humor y de ciertas dosis de ironía por parte del terapeuta puede ayudar a
desdramatizar situaciones y facilita una evaluación más adecuada de estas por parte del cliente.
(Véase un ejemplo en Costa y Serrat, 1982, pág. 120.) El humor debe ser natural y adaptado a la
situación y al paciente.
Hacia el final del tratamiento el terapeuta puede hacer de abogado del diablo, si lo conside-
ra conveniente. Es decir –previo acuerdo con el cliente o, en ocasiones, de un modo inesperado
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para este–, el terapeuta se dirige a él como si estuviera de acuerdo con alguna cognición negativa
ya trabajada (“quizá X no quiera saber nada más de usted si le dice esto”) y el cliente debe ser
capaz de encontrar argumentos para refutarla. El empleo de esta estrategia requiere estar seguro
de que el cliente está convencido de sus nuevas interpretaciones y que estas no se basan simple-
mente en la influencia social ejercida por el terapeuta.
a) Preguntas para examinar las pruebas de un pensamiento: ¿Qué datos tengo a favor
de este pensamiento? ¿Son realmente favorables estos datos? ¿Qué datos tengo en contra
de este pensamiento? ¿Hay otras interpretaciones alternativas? ¿Cuán probables son estas
otras interpretaciones? ¿Qué datos hay a favor y en contra? ¿Cuál es la probabilidad real
de que las cosas sean como pensaba? ¿Cuál es la anticipación o interpretación más pro-
bable? ¿Qué me diría (persona en quien confío) acerca de lo que pienso?
c) Preguntas para examinar qué pasaría realmente si lo que se piensa fuera cierto.
¿Que pasaría si las cosas fueran realmente como pienso? (Identificada la nueva cogni-
ción, pueden emplearse las preguntas dirigidas a examinar las pruebas disponibles.) In-
cluso si lo que pienso fuera verdad, ¿sería tan malo como parece?
d) Preguntas para examinar qué se podría hacer si lo que se piensa fuera cierto: Si las
cosas fueran así, ¿qué podría hacer al respecto?, ¿cómo podría hacer frente a la situación?
¿Qué me diría una persona importante para mí con el fin de ayudarme a afrontar la situa-
ción? Si otra persona tuviera este pensamiento, ¿qué le diría yo para ayudarle a afrontar
la situación?
Entre las actividades entre sesiones, las cuales se revisan al comienzo de la siguiente sesión,
se encuentran:
# Cuando sea difícil pensar con claridad en las situaciones problemáticas, puede ser
útil que el cliente lleve escritos en tarjetas los pensamientos negativos y pensamien-
tos alternativos que dan respuesta a los mismos; o bien, puede escribir por un lado de
la tarjeta un pensamiento alternativo y por el otro lado, los datos que lo apoyan. Otra
posibilidad, no incompatible con la anterior, es que el cliente emplee respiración
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Es importante que el paciente comprenda que las cogniciones dependen del esta-
do emocional. Por lo tanto, en el caso de clientes ansiosos la tendencia a percibir pe-
ligro y sobrestimar las consecuencias negativas será mayor bajo condiciones de ele-
vada ansiedad o miedo. Sin embargo, la probabilidad de que ocurra la consecuencia
negativa es independiente, salvo excepciones, del nivel de ansiedad. Así, la probabi-
lidad de volverse loco no es mayor durante un ataque de pánico en comparación a
cuando uno está relajado.
En algunos casos puede ser útil que la reestructuración de pensamientos en situaciones reales
sea precedida por una reestructuración en situaciones imaginadas o simuladas. Existen dos
procedimientos para llevar a cabo la reestructuración en situaciones imaginadas. El primero es la
imaginación racional emotiva, ya sea en la versión de Maultsby (1981) o en la de Ellis (1979b,
1981); Carrasco (1995) y Ruiz (1993) hacen una breve presentación de las dos versiones. El se-
gundo es la reestructuración racional sistemática de Goldfried (Goldfried y Davison,
1976/1981; Goldfried y Goldfried, 1980/1987). Los pasos de esta última son:
- El terapeuta sirve como modelo de cómo llevar a cabo la reestructuración. Para ello,
emplea el primer ítem de la jerarquía. La activación emocional sirve como señal para
identificar pensamientos negativos y estos como estímulo para aplicar la reestructuración.
- El cliente procede también en voz alta a evaluar sus pensamientos negativos y a re-
emplazarlos por otros más adecuados mientras continúa imaginándose en la situación.
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- Un ítem se da por superado cuando se han conseguido dos imaginaciones seguidas del
mismo sin experimentar ansiedad o en las que esta ha sido reducida rápidamente.
- Experimentos activos. Son los más frecuentes en la práctica clínica. El paciente hace o
deja de hacer algo de modo deliberado en una situación, observa lo que sucede y extrae
sus conclusiones. Por ejemplo, un paciente con trastorno obsesivo-compulsivo que cree
que si tiene cerca un objeto afilado, no podrá resistir el impulso de usarlo, puede perma-
necer en la consulta con un cuchillo de cocina encima de la mesa y con la punta dirigida
hacia el terapeuta.
Al hacer encuestas, es importante que el paciente prediga lo que cree que los
otros responderán. También hay que decidir con él las preguntas que se harán y la
gente a la que se preguntará. En ocasiones, un pequeño número de personas puede
reaccionar como el paciente cree; en estos casos, puede discutirse las razones que
pueden tener para pensar así y en qué medida debe permitir uno que las opiniones de
los otros determinen las propias. Por otra parte, cuando el terapeuta haga una encues-
ta, es útil que grabe las respuestas de los otros, ya que esto aumenta la credibilidad de
los datos.
Bennett-Levy, Butler et al. (2004) ofrecen una guía detallada de cómo llevar a cabo experi-
mentos conductuales, tanto en general como en diversos trastornos psicopatológicos. Ejemplos de
experimentos conductuales se presentan en la tabla 6 y también puede consultarse Ben-
nett-Levy, Butler et al. (2004), Botella y Ballester (1991, 1997) y Clark (1989). Scholing, Em-
melkamp y van Oppen (1996) presentan una explicación sobre los experimentos conductuales que
puede darse a los pacientes; el ejemplo que emplean hace referencia a la fobia social.
Varios son los pasos a la hora de diseñar y llevar a cabo un experimento conductual
(Rouf et al., 2004; Fennell, 1989; Wells, 1997):
RC - 34
- Identificar una o más cogniciones objetivo que sea importante abordar. Por ejemplo,
“me tiemblan mucho las piernas cuando estoy ansioso y necesito agarrarme a algo para
no caerme”. Evaluar el grado (0-100) en que el paciente cree en la cognición.
- Hacer una predicción específica que pueda someterse a prueba y evaluar el grado de
creencia en la misma. Esta predicción puede coincidir con la cognición objetivo o ser un
ejemplo más específico o una derivación de la misma. Ejemplos de predicciones son: “Si
suelto el carro en el súper cuando estoy nervioso, me desplomaré”, “si le digo a mi amigo
H. lo que pienso sobre X, nunca más hablará conmigo”; “si no abandono el supermercado
cuando mi ansiedad es máxima, me desmayaré”. Predicciones como “perderé el control”
o “haré el tonto” pueden significar diversas cosas y necesitan ser operacionalizadas. Por
otra parte, las predicciones requieren especificar la gravedad o intensidad de las conse-
cuencias predichas.
Otra excepción pueden ser ciertos experimentos que se utilizan a) para provocar sen-
saciones corporales con la finalidad de establecer sus causas o b) exagerar dichas sensa-
ciones para comprobar qué sucede. En estos casos, en vez de explicar por anticipado qué
se pretende específicamente con el experimento, suele ser más aconsejable hacerlo des-
pués. De este modo, es más fácil que el paciente haga la prueba y aumenta la probabili-
dad de que el elemento sorpresa dé lugar a una experiencia más similar a la de la ansie-
dad intensa o pánico.
- Llevar a cabo el experimento y tomar nota detallada de los resultados. Conviene que
el cliente complete un autorregistro en el que consten a) fecha y situación, b) predicción
(consecuencias específicas anticipadas, gravedad o intensidad de las mismas, grado de
creencia en la predicción), c) perspectiva alternativa y grado de creencia en la misma, d)
experimento (qué se hará y en qué se fijará uno), e) resultados (consecuencias que han
ocurrido realmente, gravedad o intensidad de las mismas, medida en que se ha cumplido
la predicción), y f) conclusión (qué se ha aprendido respecto a la predicción y la alterna-
tiva, grado de creencia en las mismas, ¿hay que hacer algo más?).
- Discutir cómo se llevó a cabo el experimento y los resultados de este. Hay que explo-
rar qué se hizo realmente, qué sucedió y las implicaciones que esto tiene para las ideas
preexistentes del paciente. Si la predicción no se cumplió, esto suele ayudar al cliente a
darse cuenta de la invalidez del pensamiento o a plantearse la validez del mismo, aunque
también puede tener explicaciones alternativas que le ayuden a mantener sus creencias
(p.ej., que una sola prueba es insuficiente). Por lo tanto, hay que comprobar el grado en
que el paciente sigue creyendo en la predicción; una disminución es indicativa de la efi-
cacia del procedimiento, mientras que un mantenimiento requiere explorar las razones pa-
ra el mismo. Para lograr reducir en la medida suficiente el grado de creencia e invalidar la
predicción, un experimento puede tener que ser repetido varias veces en su forma original
o con modificaciones o bien nuevos experimentos deben ser llevados a cabo. McNally
(1994) ha señalado diversos motivos por los que un paciente puede mantener sus creen-
cias negativas a pesar de los resultados contrarios de uno o más experimentos con-
ductuales:
# Una serie de constataciones en una determinada línea no prueba que las cosas
siempre vayan a ser así: no desmayarse tras varios episodios de mareo no prueba
que este nunca dará lugar al desmayo. Esto es cierto, pero la cuestión estriba en si
debemos regirnos por certidumbres o por probabilidades. La meta sería aprender a
funcionar mediante estas últimas y a tolerar la incertidumbre.
en posibles sesgos de percepción o interpretación por parte del paciente–, esto constituye
también una información útil. Hay que analizar si el comportamiento y los pensamientos
del cliente contribuyeron a los resultados y si la situación puede manejarse de modo dife-
rente la próxima vez. Si una situación no puede cambiarse, habrá que trabajar sobre la
forma de enfocarla, de modo que sea vivida de forma diferente. Conviene recalcar que la
finalidad de un experimento conductual no es que el paciente compruebe que las cosas no
son como él piensa, sino someter a prueba una predicción de modo que haya algo que
pueda ser aprendido, ya sea que la predicción resulte refutada o no.
- Extraer conclusiones a partir de los resultados. Tras la discusión anterior, debe pedirse
al paciente que resuma lo que ha aprendido del experimento. Por ejemplo: “Mi amigo se
enfadó, aunque ni mucho menos lo que yo esperaba. Además, probablemente hubiera re-
accionado mejor si yo hubiera elegido mejor mis palabras. Lo que está claro es que la
gente no reacciona muchas veces tan mal como espero”. Una conclusión muy diferente
sería: “Mi amigo se enfadó mucho menos de lo que esperaba, pero probablemente fue
porque tenía un buen día”. Conviene preguntar por el grado de creencia en la conclusión.
- Planificar qué más conviene hacer. A partir de las conclusiones extraídas, terapeuta y
paciente deciden cuáles son las implicaciones prácticas del experimento. Por ejemplo, ac-
tuar en correspondencia con lo que se ha aprendido (“si mi amigo no se enfada cuando le
digo las cosas bien, entonces se las digo en vez de callarme”) o llevar a cabo nuevos ex-
perimentos o ciertas acciones (p.ej., enseñar ciertas habilidades).
Aunque los pacientes suelen llevar a cabo los experimentos, en algunos casos pueden darse
problemas de incumplimiento debido principalmente a dos razones: incomprensión de la razón
para realizar el experimento (hay que explicarla entonces más claramente) o miedo a que ocurran
las consecuencias predichas. En este último caso, el terapeuta dispone de varias estrategias: a)
Emplear una persuasión amable, pero firme, insistir para que el paciente realice el experimento sin
llegar a poner en peligro la relación terapéutica. b) Llevar a cabo el experimento con el paciente e
incluso servir de modelo realizando el experimento antes que el cliente; esta estrategia puede ser
llevada a cabo por el terapeuta o por familiares o amigos del cliente. c) Emplear un enfoque gra-
dual y descomponer el experimento en unidades más fáciles; por ejemplo, un fóbico social que no
se atreve a dejar caer todas las carpetas al entrar en una reunión, puede comenzar dejando caer
uno o dos bolígrafos (Bados, 2001; Wells, 1997).
demás sobre él. Cuando se discutió esto con el paciente, admitió que le perturbaría mucho si una
sola persona confirmara sus expectativas negativas a pesar de toda la retroalimentación positiva
recibida. El foco del tratamiento cambió a la nueva creencia descubierta.
que no se puede confiar en los demás?]. La terapia termina por centrarse en el cuestionamien-
to intensivo de los supuestos y creencias cuando se ha conseguido un alivio de los síntomas o
cuando los esquemas interfieren con la marcha del tratamiento o con el progreso logrado
(Wells, 1997). Así pues, es mejor empezar a trabajar sobre lo específico y concreto y pasar des-
pués a temas más generales y abstractos. Se supone que identificar y modificar los supuestos y
creencias disfuncionales produce cambios más profundos que el simple cambio de pensamientos
concretos y que ello es útil para prevenir más eficazmente las recaídas.
Los métodos para identificar supuestos y creencias han sido ya presentados anteriormente.
Antes de centrarse en el cuestionamiento de los supuestos y creencias, conviene educar al
paciente sobre los mismos y justificar por qué es necesario abordarlos. Puede proporcionarse
la siguiente información: a) los supuestos y creencias influyen de modo fundamental en cómo
interpretamos las cosas y en nuestras emociones y conductas (pueden emplearse las creencias
religiosas y políticas como ejemplo), b) provienen en gran medida de experiencias tempranas de
aprendizaje o de experiencias posteriores traumáticas o altamente emocionales, c) para prevenir la
reaparición de los problemas, es necesario identificar y modificar los supuestos y creencias en los
que se basan.
- ¿De qué modo es el supuesto o creencia no razonable? Se trata de ver aquí los datos a
favor y en contra del supuesto o creencia: ¿en qué medida se ajusta este a cómo parecen
ser las cosas? Como han señalado Beck et al. (1979/1983), conviene tener en cuenta que,
al igual que ocurre con los pensamientos concretos, el cambio de los supuestos y creen-
cias no depende del número de contraargumentos, sino de encontrar aquellos argu-
mentos o datos particulares que tienen para el paciente un significado especial. Asimis-
mo, es más fácil encontrar argumentos persuasivos si estos se derivan o se apoyan en
creencias adaptativas del paciente. De este modo, para modificar la creencia de que “las
cosas hay que hacerlas perfectamente o no merece la pena”, podrían emplearse otras po-
sibles creencias existentes tales como “querer ser perfecto consume mucho tiempo e im-
pide hacer otras cosas deseadas”.
- ¿De qué modo es el supuesto o creencia poco útil? ¿Le es de ayuda al paciente para
conseguir lo que quiere en la vida o le sirve de estorbo? Una estrategia valiosa es analizar
las ventajas y desventajas a corto y largo plazo de mantener la creencia. Por ejemplo las
normas perfeccionistas pueden producir actuaciones de alta calidad, pero a costa de an-
siedad, problemas con los otros y evitación de oportunidades. La exploración de las ven-
tajas percibidas por el cliente de mantener una determinada creencia o conducta refleja
también sus percepciones respecto a las consecuencias negativas de abandonar dicha
creencia o conducta. Debe intentarse que las desventajas superen a las ventajas. También
es posible ponderar cada ventaja y desventaja, asignándoles pesos distintos, de modo que
al final puedan compararse los pesos totales de ambas. Si las desventajas predominan, el
cliente estará más dispuesto a cambiar. Las ventajas asociadas con mantener creencias o
conductas desadaptativas deben ser cuestionadas y deben explorarse medios alternativos
y menos problemáticos de lograr las ventajas, tal como se expone a continuación.
RC - 39
- ¿Cuál sería una alternativa más moderada que proporcionaría las ventajas del su-
puesto o creencia disfuncional sin sus desventajas? Las creencias disfuncionales sue-
len ser extremos y admiten pocas matizaciones y excepciones. En vez de ver algo como
blanco o negro, se trata de tener en cuenta también los grises. Así, la creencia “debes va-
lerte siempre por ti mismo, no importa lo mal que te sientas” puede ser reformulada en
términos más realistas y útiles: “es bueno saber manejar los propios problemas indepen-
dientemente, pero no siempre tengo por qué ser capaz de hacerlo; soy humano y necesito
ayuda a veces como cualquier otro”. Las creencias disfuncionales y sus alternativas pue-
den ser escritas en tarjetas, las cuales son leídas repetidamente por el paciente hasta que
aprenda a comportarse de acuerdo con las creencias alternativas. Las tarjetas también
pueden utilizarse para recordarse las conductas deseadas y para escribir argumentos en
contra de las creencias disfuncionales (véase la tabla 7).
- ¿De dónde proviene la creencia? En algunos casos, la adopción de una perspectiva his-
tórica que ayude a comprender cómo se adquirieron las creencias disfuncionales puede
ayudar a distanciarse de las mismas. Lo que fue importante en la niñez puede no serlo o
serlo mucho menos en la vida adulta. Más importante aún pueden ser los diálogos imagi-
narios o las representaciones simuladas con los padres o personas allegadas. Arntz y
Weertman (1999) describen dos métodos experienciales (imaginación con reelaboración
y representación histórica de papeles) dirigidos a explorar y reinterpretar memorias de
experiencias de la temprana infancia afectivamente ligadas con los problemas actuales y
a expresar emociones y necesidades insatisfechas. Esto produce un cambio tanto emocio-
nal como de las creencias disfuncionales básicas.
Como con los pensamientos automáticos, el cuestionamiento verbal de los supuestos y creen-
cias disfuncionales debe ser acompañado del cuestionamiento conductual y reforzado por los
cambios correspondientes en el comportamiento. Los experimentos conductuales pueden tener
que ser más frecuentes y abarcar un mayor número de situaciones que los experimentos relativos a
pensamientos concretos. Entre los diversos tipos de experimentos se encuentran obtener infor-
mación sobre las normas de otras personas y no dar por supuesto que las de uno son compartidas
por todo el mundo, observar el comportamiento de otros para inferir las normas que profesan,
actuar contra los propios supuestos y creencias (p.ej., cometer errores o pedir ayuda en el caso de
una persona con normas perfeccionistas o ir expresando lo que uno quiere a alguien con quien se
ha mantenido una relación de sumisión) y observar las consecuencias, y comprobar las nuevas
creencias a través de la acción (Fennell, 1989).
Una técnica útil es pedir al cliente que lleve un registro diario de experiencias que contra-
digan la creencia disfuncional y apoyen creencias más positivas. Por ejemplo, un paciente que
piensa que es aburrido podría apuntar durante varios días diferentes tipos de atención que recibe
de los demás, incluyendo miradas, sonrisas, saludos, cumplidos, conversaciones, etc. Este registro
podría ir acompañado, caso de considerarse necesario, de instrucciones para atender y correspon-
der a los demás, lo cual facilitaría respuestas por parte de estos que contribuirían a desmontar la
creencia original (Bados, 2001).
RC - 40
Clark (1989) presenta el siguiente ejemplo de un paciente con ansiedad generalizada que se
describía a sí mismo como ansioso en una gran variedad de situaciones y durante al menos el 80%
del día. Al discutir estas situaciones, se vio que casi todas ellas suscitaban preocupaciones acer-
ca del desempeño. Estas preocupaciones parecían surgir de la creencia mostrada en la tabla 7:
“Soy incapaz a no ser que tenga éxito. Todos mis éxitos anteriores no valen para nada al menos
que tenga éxito hoy. Nadie me querrá al menos que tenga éxito”. Para cuestionar y modificar la
creencia, se emplearon varias técnicas. Por medio de una revisión histórica el paciente vio que la
creencia fue probablemente el resultado de una historia temprana de reforzamiento, lo que le ayu-
dó a distanciarse algo del mismo. La discusión de las posibles ventajas y desventajas de mantener
la creencia le permitieron ver que aunque la valoración del éxito incrementa la motivación de lo-
gro, el extremismo en esta creencia le conducía a una ansiedad constante y probablemente a una
peor ejecución.
La suposición también reveló que el paciente tenía considerables dudas sobre su autoestima.
Para contrarrestar estas dudas y aumentar la autoestima, el cliente hizo una lista de sus cualidades
y discutió con el terapeuta los datos a favor y en contra de sus déficits percibidos. Finalmente, se
le alentó a actuar en contra de la creencia haciendo cosas por placer en vez de por la consecución
de un logro. Esto último fue inicialmente difícil debido a la aparición de pensamientos automáti-
cos y ansiedad. Para ayudar al paciente a actuar contra su creencia, tuvo que escribir esta y los
argumentos en contra de la misma en una tarjeta que llevaba encima y que tenía que leer al poner-
se ansioso (véase la tabla 7).
Otro ejemplo sobre la creencia de “siempre tengo que hacer las cosas perfectamente”
puede verse en Clark (1989). Clark y Wells (1995) señalan las siguientes preguntas que pueden
emplearse siguiendo el método socrático para cuestionar el supuesto “si no le gusto a alguien,
significa que soy incompetente”: ¿cómo sabe que no le gusta a alguien?; ¿existen razones por las
que alguien pueda no responderle positivamente aparte de su incompetencia (p.ej., su estado de
ánimo, el que usted le recuerde a otra persona, el que tenga la cabeza en otro sitio, etc.)?; ¿puede
pensar en ejemplos actuales o históricos en los que alguien no ha gustado a otros, pero no ha sido
incompetente (p.ej., Jesús y los fariseos)?; si usted no le gusta a una persona y a otra sí, ¿quién
tiene razón?; si usted no le gusta a alguien, ¿le anula esto como persona? Esta reestructuración
verbal debería completarse mediante experimentos conductuales dirigidos a poner a prueba el
supuesto. Así, el cliente podría preguntar a otras personas qué opinan respecto a que si alguien no
le gusta a otra persona, es un incompetente. Otros supuestos y estrategias para cuestionarlos son
mencionados por Wells (1997):
SOLUCIONES
Se enumerarán ciertas dificultades no consideradas previamente, así como la posible pauta de
actuación para las mismas (Bados, 2006). Algunas dificultades son generales, mientras que otras
son propias del tratamiento de los trastornos de ansiedad. Las dificultades vienen enumeradas en
la siguiente tabla:
su padre murió de un infarto y que recientemente un amigo de su misma edad murió también
de un infarto.
- El cliente no quiere correr ningún riesgo y pide seguridad de que no tendrá un infarto.
- El cliente teme que los ataques de pánico puedan provocarle un infarto y fuma mucho, pero
no está dispuesto a dejar de fumar.
- Un cliente agorafóbico dice que a pesar de reestructurar sus pensamientos negativos, las sen-
saciones tardan en desaparecer.
- Un cliente agorafóbico no se atreve a volver a conducir porque teme perder el control del
coche al sentirse mareado y como consecuencia quedar gravemente herido o morir o causar
daño a otros. Alguna vez que se había mareado en el pasado mientras conducía, siempre ha-
bía salido de la carretera para no correr riesgos.
- Un cliente agorafóbico no acepta, como último paso en la aplicación del tratamiento, intentar
tener un ataque de pánico en una situación difícil.
Si los pensamientos sugieren lo que se teme, pero no lo describen claramente (p.ej., “per-
deré el control”, “voy a tener un ataque de pánico”, “me va a dar algo”), se pide al paciente
que clarifique lo que quiere decir con “perder el control” o “darme algo” o que piense en lo
que le pasaría o en lo peor que cree que le ocurriría si perdiera el control o tuviera un ataque
de pánico. Por ejemplo, “¿qué pasaría si... (perdiera el control)? (respuesta X); ¿y que pasaría
si X?; etc.”. Si lo anterior no es suficiente, se pide al cliente que imagine alguna situación re-
ciente para facilitar la identificación de las consecuencias temidas específicas.
- El cliente indica una probabilidad desproporcionada de que ocurra una posible conse-
cuencia temida; por ejemplo, dice que tiene un 10% de probabilidades de tener un in-
farto durante un ataque de pánico cuando, dadas sus condiciones de salud, la probabili-
dad es prácticamente cero. Se discute con el cliente lo que significa la cifra que ha propor-
cionado. Por ejemplo, que de cada 10 ataques, en uno ha tenido un infarto. ¿Es este su caso?
O bien, que de cada 10 ataques que tiene la gente con sus condiciones de salud, uno va acom-
pañado de un infarto. ¿Cree que esto es así? (Si fuera necesario, podría darse al cliente infor-
mación al respecto.) A partir de la discusión anterior, puede establecerse aproximadamente la
probabilidad real de ocurrencia. También puede comentarse con el paciente que el hecho de
temer algo nos hace exagerar la probabilidad de que ocurra.
- El cliente afirma que en alguna ocasión le ha sucedido lo que teme (p.ej., desmayarse,
gritar). Conviene explorar primero qué ocurrió realmente, ya que un paciente puede hablar
de desmayo cuando sólo se mareó intensamente o de gritar cuando simplemente elevó el vo-
lumen de voz. Si la consecuencia temida ocurrió, se analiza bajo qué circunstancias sucedió.
Por ejemplo, un cliente puede haberse desmayado, pero no durante un ataque de pánico (que
es lo que teme), sino como consecuencia de hipoglucemia, hipotensión, enfermedad vírica o
extracción de sangre. Si este fuera el caso, se discutiría esta información con el paciente.
- Al comienzo del tratamiento el cliente no cree que haya modos alternativos de ver las
cosas. Acepta que la alternativa es plausible intelectualmente, pero sigue pensando que
su interpretación es la correcta. Es mejor no forzar la situación, sino acordar ir revisando
los datos que vayan surgiendo. Para que el cliente admita la posibilidad de que lo que uno
cree puede cambiar, pueden buscarse otras creencias que el cliente ha modificado en otros
ámbitos de su vida porque ya no eran verdad o resultaban inútiles o incluso dañinas. Ejem-
plos para un ex-fumador serían “fumar no me hace daño” o “puedo dejarlo cuando quiera”.
Otras áreas en que pueden buscarse creencias modificadas son hábitos dietéticos, sobrepro-
tección de los hijos, práctica religiosa, conducta sexual, actitudes políticas, uso del cinturón
de seguridad o del casco, etc.
RC - 44
- El cliente se siente frustrado con el empleo del método socrático. Con clientes que prefie-
ren un estilo más persuasivo o directivo, puede ser mejor, al menos de entrada, no emplear el
diálogo socrático. En estos casos suele ser más útil proporcionar información y sugerir formas
más útiles de ver las cosas y autoinstrucciones que pueden emplearse en las situaciones temi-
das.
- El cliente mantiene que algo es cierto porque lo siente así (p.ej., “está claro, X me odia”)
y aunque se le hace ver la existencia de interpretaciones alternativas, las rechaza como
falsas porque cree que lo fundamental es lo que uno siente. Pueden seguirse diversas vías
de actuación: a) Buscar ejemplos de otras personas que a pesar de haber sentido algo como
cierto, hubieran terminado por ver que las cosas eran de otra manera. b) Buscar ejemplos de
otras personas que sienten algo como cierto, pero el propio paciente y/u otras personas pien-
san de modo muy diferente. c) Buscar ejemplos previos del propio paciente en que a pesar de
haber sentido algo como cierto, hubiera terminado por ver que las cosas eran de otra manera.
d) Buscar o poner un ejemplo de dos personas que sienten que son ciertas dos cosas totalmen-
te opuestas; ¿cuál de las dos tiene razón si nos basamos sólo en lo que sienten? e) Hacer una
encuesta a otras personas para ver lo que opinan de la creencia de que si uno siente algo como
cierto, lo es. f) Hacer un experimento conductual para someter a prueba si cosas que el cliente
siente como ciertas lo son.
- El cliente reconoce que una consecuencia temida es poco probable (p.ej., que se rían de
él al hacer una cita o desmayarse en una situación agorafóbica), pero mantiene que hay
una posibilidad de que ocurra, que no podría soportarlo y que no está dispuesto a co-
rrer riesgos. Se discute con el paciente el hecho de que está reaccionando como si la conse-
cuencia temida fuera a ocurrir y que esta reacción se basa en cómo se siente en vez de en su
experiencia: ¿cuántas veces ha pensado que iba a ocurrir lo que teme y cuántas realmente ha
ocurrido (ninguna, por lo general)? Hay que hacer ver al paciente que debido a su miedo de
que la consecuencia temida suceda está sobrestimando la probabilidad de que ocurra. El
cliente debería recordarse todo esto cuando le asalte su miedo. También puede utilizarse la
desdramatización: ¿Qué pasaría realmente si llegara a suceder lo que teme? ¿Qué datos tiene
a favor y en contra de esta/s nueva/s cognición/es? ¿Es probable que pasen otras cosas (me-
nos negativas) no mencionadas? ¿Es tan malo como parece lo que cree que pasará? ¿Qué
puede hacer si ocurre lo que teme?
Por otra parte, puesto que no hay garantía de que lo que se teme no sucederá, conviene
discutir si merece la pena o no aceptar el pequeño riesgo de que ocurra lo que se teme. Se
comenta que la vida está llena de peligros de muy baja probabilidad de ocurrencia (p.ej., ser
atropellado) que aceptamos porque salimos ganando si comparamos los beneficios que obte-
nemos (poder realizar muchas actividades de la vida diaria) con los costes que supone la evi-
tación y la pequeña probabilidad de que ocurra lo que se teme. A continuación se pide al
RC - 45
cliente que repase la información de que dispone sobre la probabilidad de que ocurra lo que
teme, que analice los beneficios de no evitar y el precio que está pagando por evitar ciertas
actividades y situaciones para prevenir supuestamente lo que teme, y que decida qué es lo que
le compensa más. Suponiendo que decida afrontar, el cliente debe utilizar en las situaciones la
información sobre la bajísima probabilidad de que ocurra lo que teme y los beneficios que su-
pone no evitar. Si el paciente no está dispuesto a exponerse, puede emplearse la exposición
imaginal a las peores consecuencias temidas.
- El cliente dice que puede reestructurar sus pensamientos negativos en la sesión, pero
que no puede pensar fríamente cuando está ansioso. Se le reconoce que conseguir esto es
especialmente difícil al principio, ya que es una habilidad que requiere práctica. Por lo tanto,
se enfatiza la necesidad de seguir intentándolo. Por otra parte, para aumentar las probabilida-
des de éxito, puede recomendarse al paciente:
- Aplicar la reestructuración cuando detecte que está empezando a ponerse ansioso, en vez
de esperar a que el nivel de ansiedad sea muy alto.
- Cuando le sea difícil pensar con claridad en las situaciones problemáticas, puede llevar
escritos en tarjetas los pensamientos negativos y pensamientos alternativos que dan res-
puesta a los mismos; o bien, puede escribir por un lado de la tarjeta un pensamiento alter-
nativo y por el otro lado, las pruebas que lo apoyan.
- El cliente dice que a pesar de haber reestructurado sus pensamientos negativos varias
veces en las situaciones temidas, siguen reapareciendo y continúa experimentando an-
siedad. Hay que enfatizar la necesidad de practicar repetidamente hasta que la nueva forma
de pensar se convierta en habitual. Mientras tanto, la ansiedad seguirá apareciendo y habrá
que combatir repetida y deliberadamente los pensamientos automáticos. Estos, por experien-
cia, se han convertido en algo usual, y se requiere contrarrestarlos repetidamente, cada vez
que vienen a la mente. Conviene enfatizar también que el hecho de que los pensamientos ne-
gativos sigan reapareciendo no quiere decir que sean correctos. Reaparecen igual que cual-
quier respuesta que hemos practicado durante años, aunque ahora ya no sea útil. Por ejemplo,
si siempre hemos abierto una cerradura hacia la izquierda y la nueva se abre hacia la derecha,
nos llevará un tiempo de práctica adquirir el nuevo hábito.
- El cliente sigue creyendo que puede ocurrirle una consecuencia catastrófica a pesar del
empleo de la reestructuración cognitiva y de múltiples exposiciones en vivo. Se comprue-
ba si se han seguido correctamente las guías para aplicar la reestructuración y la exposición
en vivo. Si es así, una opción es emplear la exposición imaginal prolongada a las peores con-
secuencias temidas hasta que la ansiedad se reduzca significativamente. La exposición no in-
cluye ningún tipo de estrategia de afrontamiento y puede durar 90-120 minutos en las sesio-
nes iniciales. Puede comenzarse ya por la imaginación de la situación más temida o, lo que es
más frecuente, incluir una cierta graduación y comenzar por situaciones que provocan una an-
RC - 46
siedad de alrededor de 5 sobre 10. Las escenas deben incluir no sólo las peores consecuencias
temidas, sino también los elementos situacionales y síntomas fisiológicos, cognitivos y con-
ductuales asociados con el miedo. Un ejemplo puede verse en el cuadro 3.
Hay que tener en cuenta que el excesivo intento de control de los pensamientos ansióge-
nos tiene el efecto paradójico de hacerlos más probables. En estos casos, la solución no está
ni en intentar deshacerse de ellos ni en discutir su validez, sino en emplear la exposición pro-
longada para habituarse a los mismos y a la ansiedad que producen.
respuesta suele ser positiva. Se le pide que imagine que pasaría si las sensaciones continuasen
y no pudiese escapar de ellas. Es usual que diga que serían cada vez más fuertes y llegaría a
tener un ataque y pasarle algo que teme. Si a pesar de lo anterior, el paciente dice que sólo
llegaría a tener un ataque de pánico desagradable, hay que aceptar esto como la consecuencia
que teme. Un cierto número de clientes teme sólo los ataques de pánico y no otras posibles
consecuencias asociadas.
- El cliente teme que los ataques de pánico puedan provocarle un infarto (o una angina de
pecho), ya que padeció hace tiempo o padece actualmente un problema cardíaco. Se ex-
plora en qué consistió o consiste el problema cardíaco y se pregunta al paciente qué le dijo o
le ha dicho su cardiólogo. Se consulta con el cardiólogo para confirmar el alcance del pro-
blema y las repercusiones que pueda tener sobre el corazón del paciente la experiencia de an-
siedad intensa o ataques de pánico en interacción con el problema presentado. Si no hay peli-
gro, se comenta la información anterior con el paciente. Es importante enfatizar que la ansie-
dad o el pánico no provocan por sí solos ataques cardíacos; sólo aumentan el riesgo de tener-
los cuando se combinan con otros factores. En concreto:
El paciente puede volver a hablar con su cardiólogo para confirmar la ausencia de peligro
en su caso. A pesar de esto y de la discusión de la información anterior, algún cliente puede
decir que siempre existe una probabilidad mínima de sufrir un infarto y pedir seguridad de
que no lo tendrá. Esta dificultad es considerada un poco más abajo.
Si el cardiólogo afirma que existe un cierto peligro o que no se sabe seguro lo que puede
pasar, conviene preguntarle cuál es la probabilidad aproximada que tiene el paciente de sufrir
un infarto y qué medidas preventivas es aconsejable que siga. Es importante en estos casos
seguir trabajando en colaboración con el especialista médico. Se discute con el cliente la in-
formación anterior. Varios puntos son importantes aquí:
- Sin negar el riesgo existente, hay que buscar que el cliente no sobrestime la probabilidad
de infarto; una cosa es tener algún factor de riesgo y otra que vaya a ocurrir un infarto.
Existen también factores protectores y la experiencia del cliente indica que ha experimen-
tado con frecuencia ansiedad elevada y ataques de pánico sin tener infarto.
- Hay que enfatizar que el tratamiento proporcionará estrategias para manejar la ansiedad y
prevenir la ocurrencia de los ataques. Es útil explicar un poco estas estrategias y su modo
RC - 48
de actuación.
- Conviene discutir qué cosas puede hacer, dado su problema médico y los consejos del
cardiólogo, y qué otras no son convenientes. En este sentido, no se incluirá en el trata-
miento la exposición interoceptiva. Además, la exposición en vivo será muy graduada pa-
ra que no se alcancen niveles elevados de ansiedad y puede ser preferible que el criterio
para finalizar la exposición no sea la reducción de la ansiedad, sino la consecución de lo-
gros progresivos en la ejecución de situaciones temidas (p.ej., tiempo invertido, distancia
recorrida, conductas defensivas permitidas). A medida que se van logrando estos objeti-
vos, se incrementan gradualmente las exigencias.
- El cliente cree que tendrá un infarto durante un ataque de pánico y aporta como prueba
que su padre murió de un infarto y que recientemente un amigo de su misma edad mu-
rió también de un infarto. Se dice al cliente que es comprensible que piense en la posibili-
dad de sufrir un infarto, ya que experimenta sensaciones cardíacas durante un ataque y dos
personas próximas han muerto de un ataque al corazón. Sin embargo, se le plantea también
que muchas veces hacemos asociaciones que luego resultan no ser correctas (p.ej., atribuimos
un malestar intestinal a una comida reciente, cuando en realidad es debido a un virus) y que
es necesario que analice hasta qué punto esas dos muertes indican que él también va a sufrir
un infarto. Se revisa en primer lugar por qué la muerte de un amigo, con el que no se tiene
ningún tipo de parentesco biológico, hace más probable que vaya a morir de un infarto. De
hecho no hay ninguna conexión, excepto la asociación que el cliente hace entre las sensacio-
nes cardíacas temidas y la ocurrencia de una fatalidad cardíaca en una persona cercana.
Se analiza a continuación la muerte del padre y sus circunstancias. Aquí sí que puede
compartirse un factor de vulnerabilidad biológica, si bien no es necesario que sea así. Sin em-
bargo, aunque se compartiera, lo importante es examinar los factores de riesgo para el infarto
tanto en el padre como en el cliente. ¿Tenía el padre ciertos factores de riesgo (enfermedad
cardíaca o arterial grave, hipertensión, colesterol elevado, consumo excesivo de grasas, consu-
mo excesivo de tabaco) que el cliente no tiene? El estrés o la ansiedad excesiva pueden aumen-
tar el riesgo cuando se combina con las condiciones anteriores, pero por sí solos no dan lugar a
ataques cardíacos (o bien la probabilidad es mínima).
Si el cliente no presenta los factores de riesgo (si es necesario, puede hacerse el examen mé-
dico correspondiente), se le dice que recuerde la información anterior cuando note las sensaciones
y que estas son una parte normal de la respuesta de emergencia del organismo ante una situación
que se considera peligrosa, respuesta que es debida a una activación del sistema nervioso simpá-
tico. Si el cliente presenta algún factor de riesgo, habrá que situarlo en perspectiva: no todos tie-
nen la misma importancia y no es lo mismo tener un factor que varios. Además, el cliente deberá
adoptar, en colaboración con un médico, las medidas oportunas para reducir estos factores o mi-
nimizar su influencia. A pesar de esto, el cliente puede mostrarse preocupado porque existe una
probabilidad de tener un infarto y/o porque quiere tener la seguridad de que no tendrá un infarto.
La primera de estas dificultades ha sido ya considerada y la segunda se expone a continuación.
- El cliente no quiere correr ningún riesgo y pide seguridad de que no tendrá un infarto.
Conviene remarcar que aunque la búsqueda de seguridad es comprensible, no hay garantía
absoluta de que un suceso determinado no vaya a ocurrir. La idea no es buscar una seguridad
absoluta, sino tener clara cuál es la probabilidad de que algo ocurra y no exagerar esta ocu-
rrencia. Se comenta que la vida está llena de peligros de muy baja probabilidad de ocurrencia
(p.ej., ser atropellado) que aceptamos porque salimos ganando si comparamos los beneficios
que obtenemos (poder realizar muchas actividades de la vida diaria) con los costes que supo-
ne la evitación y la pequeña probabilidad de que ocurra lo que se teme.
RC - 49
A continuación se pide al cliente que repase la información de que dispone sobre la pro-
babilidad de sufrir un infarto en su caso, que analice los beneficios de no evitar y el precio
que está pagando por evitar ciertas actividades y situaciones para prevenir supuestamente el
infarto, y que decida qué es lo que le compensa más. Suponiendo que decida afrontar, el
cliente debe utilizar en las situaciones la información sobre la bajísima probabilidad de sufrir
un infarto y los beneficios que supone no evitar. Finalmente, puede emplearse la desdramati-
zación si se considera oportuno: ¿Qué pasaría realmente si llegara a tener un infarto? ¿Qué
pasaría si muriera? (a él, a su familia) ¿Qué pasaría realmente si sobreviviera? ¿Cómo sería su
vida entonces? ¿Sería tan mala como piensa? ¿Qué podría seguir haciendo? En el caso de
descubrir un gran miedo a la muerte, podría utilizarse desensibilización sistemática o exposi-
ción imaginal, combinadas ambas con exposición en vivo.
- El cliente teme que los ataques de pánico puedan provocarle un infarto y fuma mucho,
pero no está dispuesto a dejar de fumar. Se reestructura la idea de que los ataques de páni-
co le provocarán un infarto y se recuerda el modelo explicativo de los ataques y el significado
de los síntomas experimentados. Se dice al cliente que es comprensible que pueda tener más
miedo a los ataques que a fumar demasiado. En el primer caso, algunos de los síntomas, pero
no todos, son similares o coinciden con los del infarto, mientras en el segundo, el proceso de
daño cardíaco procede lenta e insidiosamente, sin síntomas llamativos. Se comentan con el
cliente los factores importantes que pueden conducir a un infarto y se le proporcionan datos
concretos sobre la influencia del consumo de tabaco. Asimismo, se enfatiza que la ansiedad
excesiva o el pánico no suelen aumentar por sí solos el riesgo de infarto a no ser que existan
otros factores de riesgo, en su caso el consumo excesivo de tabaco.
Se pide al cliente que reflexione sobre los pros y contras, a corto y largo plazo, de fumar
y dejar de fumar (o fumar menos), y que los escriba en una tabla. Esta información es discuti-
da con él haciendo especial hincapié en su deseo de no tener un infarto. Si el paciente decide
reducir o eliminar el consumo de tabaco, se inicia un programa al respecto en el que deben
enseñarse estrategias alternativas al fumar para manejar la ansiedad. Si el cliente no cree en
los efectos negativos de la conducta de fumar o minimiza su importancia, se le puede poner
en contacto con un centro médico especializado. Si decide no ir o va, pero sigue fumando,
RC - 50
- Un cliente agorafóbico dice que a pesar de reestructurar sus pensamientos negativos, las
sensaciones tardan en desaparecer. Se comenta que el objetivo de la reestructuración no es
que las sensaciones desaparezcan inmediatamente, sino corregir los pensamientos distorsio-
nados. Esto hace que la ansiedad y las sensaciones se reduzcan, aunque puede llevar un tiem-
po. Así pues, se pide al paciente se recuerde que la persistencia de las sensaciones no signifi-
ca que sus nuevas interpretaciones más realistas son falsas o que la reestructuración no sirve
para nada. Sencillamente, es necesario saber esperar un tiempo.
Por otra parte, se le dice que aprender a reestructurar lleva su tiempo. Por tanto, en aque-
llos casos en que la técnica no se domina aún bien, es de esperar que sus efectos sean menores
y las sensaciones tarden más en disminuir. Finalmente, se señala que algunas sensaciones
ocurren aunque no se esté ansioso. Todo el mundo se siente alguna vez falto de aliento, tem-
bloroso, mareado o con el corazón acelerado. Es decir, aunque el cliente no esté ansioso ni
tenga pensamientos atemorizantes, habrá ocasiones en que experimentará sensaciones que le
puedan hacer pensar en ataques de pánico.
Si el cliente informa de otros pensamientos que resultaron ser incorrectos, pero dice que
es diferente, se le puede contestar que el pensamiento es diferente, pero que el proceso es el
mismo. El cliente pudo comprobar que su pensamiento era falso porque no evitó las situacio-
nes que le permitían obtener información al respecto. La pregunta es, ¿no pasaría lo mismo si
sometiera a prueba su miedo a perder el control al sentirse mareado mientras conduce?
El cliente puede reconocer que podría ser como se le plantea, pero que de no serlo, el
riesgo es demasiado grande. En este caso se le reconoce que no hay datos para saber lo que
pasará, pero se le señalan dos cosas: a) el trabajo con múltiples pacientes indica que la proba-
bilidad de que ocurra lo que él teme es ínfima; y b) para saber lo que sucederá realmente en
su caso, puede comenzar a afrontar la actividad de conducir empezando bajo condiciones que
considere más seguras; por ejemplo, yendo acompañado de alguien, empezando por distan-
cias cortas, conduciendo en una explanada sin coches y luego por sitios poco transitados,
conduciendo lentamente, etc. A partir de estas pruebas, el paciente podrá comenzar a decidir
si sus miedos están fundados o no. (Entre paréntesis, la dificultad planteada también podría
intentar resolverse directamente con las estrategias de este párrafo, sin necesidad de llevar a
cabo lo expuesto en los dos anteriores.)
Los pacientes suelen aceptar el comenzar a exponerse gradualmente. Sin embargo, algu-
no afirma que el riesgo implicado es demasiado grande, aunque su probabilidad de ocurrencia
sea mínima. Esta dificultad de asumir riesgos ya ha sido discutida.
RC - 51
- Si la respuesta del paciente indica que sigue viendo los ataques de pánico como peligro-
sos, habrá que seguir reestructurando los pensamientos disfuncionales y llevando a cabo
nuevos experimentos conductuales.
TABLAS
RC - 52
Activación
fisiológica
Tabla 3. Diálogo entre paciente (P) y terapeuta (T) en el que se ejemplifica una reestructuración cognitiva.
P En mitad de un ataque de pánico pienso normalmente que voy a desmayarme.
T ¿Cuánto cree en esto estando sentado aquí ahora mismo y cuánto creería si tuviera las sensaciones
experimentadas durante el ataque?
P 50% ahora y 90% en un ataque.
T Bien, veamos los datos que tiene para este pensamiento. ¿Se ha desmayado alguna vez durante un
ataque?
P No.
T ¿Qué le hace pensar entonces que puede desmayarse?
P Me siento mareado y esta sensación puede ser muy fuerte.
T Resumiendo, ¿su prueba de que va a desmayarse es el hecho de que se siente mareado?
P Sí.
T ¿Cómo puede explicar el hecho de que se haya sentido mareado cientos de veces y no se haya desma-
yado?
P Hasta ahora, los ataques han terminado justo a tiempo o he conseguido agarrarme a algo para evitar
caerme.
T Bien, así que una explicación del hecho de que se ha mareado frecuentemente y ha pensado que se
desmayará, pero no se ha desmayado realmente es que usted siempre ha hecho algo para salvarse a
tiempo. Sin embargo, una explicación alternativa es que la sensación de mareo que usted tiene durante
un ataque de pánico nunca acabará en un desmayo, aunque usted no la controle.
P Supongo que sí.
T Para decidir cuál de estas dos posibilidades es correcta, necesitamos saber qué tiene que sucederle a su
cuerpo para que usted se desmaye. ¿Lo sabe usted?
P No.
T Su presión sanguínea necesita descender. ¿Sabe lo que le ocurre a su presión sanguínea durante un
ataque de pánico?
P Bien, mi pulso se dispara. Supongo que mi presión debe subir.
T Correcto. En la ansiedad, el ritmo cardíaco y la presión sanguínea tienden a ir juntos. De modo que es
menos probable que usted se desmaye cuando está ansioso que cuando no lo está.
P Esto es muy interesante y bueno es saberlo. Sin embargo, si es verdad, ¿por qué me siento tan marea-
do?
T Su sensación de mareo es un signo de que su cuerpo está reaccionando de un modo normal a la per-
cepción de peligro. La mayoría de las reacciones corporales que experimenta cuando está ansioso fue-
ron diseñadas probablemente para manejar las amenazas experimentadas por el hombre primitivo, tal
como ver que se acercaba un tigre hambriento. ¿Qué sería lo mejor que podría hacerse en esta situa-
ción?
P Escaparse tan rápido como uno pueda.
T Correcto. Y para que le sea más fácil correr usted necesita la máxima cantidad de energía en sus mús-
culos. Esto se logra enviando más sangre a los músculos y relativamente menos al cerebro. Esto signi-
fica que hay una pequeña caída de oxígeno en el cerebro y esta es la razón de que usted se sienta ma-
reado. Sin embargo, esta sensación es engañosa en el sentido de que no significa que usted se va a
desmayar, ya que su presión sanguínea global es alta, no baja.
P Esto está muy claro. Así que la próxima vez que me sienta mareado, puedo comprobar si me voy a
desmayar tomando mi pulso. Si es normal o más rápido que lo normal, sé que no me desmayaré.
T Correcto. Ahora, teniendo en cuenta lo que hemos discutido hasta ahora, ¿En qué medida cree que
puede desmayarse durante un ataque de pánico?
P Digamos 10%.
T ¿Y si estuviera experimentando las sensaciones?
P Quizá 25%.
Este paciente nunca se había desmayado, pero otros pacientes sí. En tal caso, debe preguntárseles si
estaban ansiosos cuando se desmayaron. Normalmente la respuesta es negativa y no es extraño que el des-
mayo preceda al desarrollo de los ataques de pánico. El desmayo fue debido probablemente a cambios
hormonales, virus, hipoglucemia, hipotensión arterial, etc., pero los pacientes no fueron conscientes de esto
y posteriormente interpretaron su sensación de mareo al estar ansiosos como prueba de ir a desmayarse;
esta interpretación errónea favoreció asimismo la ansiedad y la sensación de mareo. La fobia a la sangre es
el único trastorno de ansiedad en el que ocurren desmayos.
Nota. Tomado de Clark (1989, págs. 76-77).
RC - 56
T: Cuando dice que puede actuar tontamente, ¿qué quiere decir exactamente?
P: La gente pensará que soy tonto.
T: ¿Qué hará que la gente piense esto?
P: Haré algo tonto y atraeré la atención sobre mí.
T: ¿Qué hará?
P: No acertaré con las palabras y no sabré qué decir.
T: ¿Así que su pensamiento negativo es que no acertará con las palabras y que la gente pensará
que es tonto?
P: Sí. No quiero que la gente piense eso.
T: ¿Tiene pruebas de que sucederá?
P: Me ha sucedido antes cuando he estado ansioso en las situaciones. No sé qué decir y mi men-
te se queda en blanco.
T: Es cierto que su mente se queda en blanco a veces, pero
P: Bien, no lo sé seguro.
T: ¿Cómo reaccionaría la gente hacia usted si pensaran que es tonto?
P: Supongo que no me hablarían y que me ridiculizarían.
T: ¿Hay alguna prueba de que la gente le haga esto?
P: No. Alguna gente puede, pero la gente no hace generalmente esto.
T: Así que parece como si hubiera alguna prueba contraria, alguna prueba de que la gente no
piensa que usted es tonto.
P: Sí, supongo que sí cuando lo miras de este modo.
T: ¿Qué pruebas hay de que la gente no piensa que usted es tonto?
P: Tengo un par de buenos amigos y me llevo bien con la gente en el trabajo.
T: ¿Qué quiere decir con llevarse bien con la gente en el trabajo?
P: Algunas personas me piden consejo sobre cosas en las que están trabajando.
T: ¿Es esto prueba de que piensan que es tonto?
P: No, justo lo contrario.
T: Parece que a veces tiene dificultades para saber qué decir cuando está ansioso, pero parece
que la gente no piensa que usted es tonto. Si la gente no piensa que usted es tonto, ¿qué otra
cosa puede pensar?
P: Bien, probablemente ni se darán cuenta de que estoy callado.
T: Incluso si se dan cuenta, ¿qué pueden pensar?
P: Pueden pensar que simplemente estoy callado o pensativo o algo.
T: Pensando en ello ahora, ¿en qué medida cree que la gente pensará que es tonto?
Nota. Tomado de Wells (1997, págs. 69-70).
RC - 57
Tabla 5. Diálogo entre terapeuta (T) y paciente (P) en el que se muestra una reestructuración cog-
nitiva con desdramatización.
T Usted dijo antes que se preocupa una y otra vez sobre la posibilidad de morir y el efecto que
esto tendrá en su familia. Dígame más cosas sobre esta preocupación.
P Bien, me preocupo porque no quiero que mis hijos pasen por lo que yo pasé y todavía estoy
pasando cuando mi padre murió el año pasado. Aparte del terrible sentimiento de tristeza que
sufrirían, ¿quién cuidaría de ellos y qué les sucedería si yo no estuviera?
T ¿Qué tipo de situación imagina si muriera? ¿Qué les sucedería a sus hijos?
P (Con lágrimas) Es realmente difícil hablar de ello porque pienso que sería tan terrible... Los
veo solos y llorando y no sabiendo qué hacer.
T ¿Y cuánto duraría esto?
P Uhm!, nunca he pensado en esto. Simplemente lo he visto de este modo.
T Así que, en cierto sentido, usted está casi asumiendo que ellos se sentirían siempre de ese
modo.
P Sí.
T Este tipo de pensamientos son obviamente muy ansiógenos y perturbadores. Evaluémoslos.
Primero, consideremos la posibilidad de sobrestimar el riesgo. ¿Tiene alguna razón para pen-
sar que morirá inesperadamente y pronto?
P Sólo que mi padre murió de repente.
T ¿Cuál fue la razón?
P Aparentemente tenía un problema cardíaco que no conocíamos.
T ¿Qué pruebas tiene para decir que usted tiene el mismo problema?
P Ninguna, realmente. Me hice un chequeo completo unos meses después de que muriera por-
que estaba muy preocupada y estoy en buena forma.
T Así que, dada las pruebas disponibles sobre su propia salud y las estadísticas de la población
de que una mujer de su edad muera inesperadamente sin razón aparente, ¿cuál es la probabili-
dad real de que usted muera pronto? Use la escala de 0 a 100.
P Cuando lo pienso de esta forma, supongo que es realmente baja, quizá un 10%.
T ¿Está diciéndome que por cada día que usted vive tiene una probabilidad de uno sobre diez de
morir en ese día?
P (Se ríe) No, pienso que es más baja que eso. Quizá 0,1%.
T De acuerdo, ahora hay otras áreas en las que parece haber hecho suposiciones sin tener en
cuenta los datos. ¿Se le ocurre alguna?
P ¿Quiere decir el modo en que se sentirían mis hijos? Creo que se sentirían terriblemente.
T No, no estoy poniendo en duda la tristeza y la pérdida, pero sí su suposición de que sus vidas
seguirán siempre así. Aunque es difícil pensar sobre ello, intente imaginar lo que sucedería
con el transcurso del tiempo. ¿Estarían ellos siempre tan perturbados o finalmente se recupe-
rarían y tendrían una vida relativamente normal?
P Supongo que finalmente las cosas se normalizarían; y su padre es un buen padre..., podría
cuidarlos probablemente.
T Una vez más, quiero enfatizar que no estamos diciendo que haya una fuerte probabilidad de
que usted muera pronto ni que usted deba pensar sobre ello con una actitud descuidada. Sin
embargo, dándose cuenta de que a pesar de lo negativa que su pérdida sería, sus hijos serían
capaces de sobrevivir y continuar sin usted es un modo muy diferente de ver las cosas a como
usted las veía. ¿Está de acuerdo?
P Sí, comprendo. Creo que tiendo a hacer esto con un montón de cosas. Pienso en lo peor y me
centro en ello sin considerar las alternativas.
Nota. Tomado de Craske, Barlow y O'Leary (1992, págs. 7.5-7.7).
RC - 58
CLAUSTROFOBIA
Persona que cree que en una habitación cerrada no se renueva el aire y uno puede llegar
a asfixiarse. Se echa ambientador perfumado fuera de la habitación totalmente cerrada en que se
encuentra para que perciba el olor y compruebe que el aire entra por las rendijas de puertas y ven-
tanas. O bien se le pide que haga una predicción de cuánto tiempo cree que durará el oxígeno y se
hace que ella u otra persona permanezca en la habitación durante un tiempo bastante superior.
Paciente que al aplicar el entrenamiento en respiración lenta tiene miedo de poder dejar
de respirar completamente. Terapeuta y paciente intentan retener su respiración durante tanto
tiempo que lleguen a perder el conocimiento; el terapeuta obtiene primero la predicción del cliente
a este respecto y luego hace su propia predicción en términos de que “el cuerpo le forzará a uno a
respirar”. O bien, se pide al cliente que retenga la respiración hasta que se le avise y se hace como
que se mide el tiempo, pero se espera hasta que el paciente reanuda la respiración. Entonces se le
hace ver que es imposible dejar de respirar aunque se quiera porque lo impide el centro respirato-
rio cerebral.
ANSIEDAD GENERALIZADA
Persona que piensa que es una mala madre y que no puede conjugar su trabajo de ama
de casa y trabajadora a tiempo parcial. Como prueba cita que llevó al niño con el familiar que
lo cuida 45 minutos antes que lo usual para recuperar trabajo perdido. El niño se comportó horri-
blemente y ella lo atribuyó a haber jugado poco con él antes de ir a trabajar; además creyó que
tenía que abandonar sus planes para ponerse al día en el trabajo. El terapeuta le señaló que una
explicación alternativa es que el niño tuvo un mal día y se habría comportado mal en cualquier
caso. Para probar esto, la madre accedió a continuar con sus planes de ir a trabajar temprano du-
rante una semana más. Para su sorpresa, el niño se adaptó muy bien y su creencia de que era un
mala madre se redujo (Clark, 1989).
Persona que experimenta un hormigueo en los dedos al tocar objetos sólidos y cree que
esto indica algún problema neurológico grave. Una explicación alternativa es que el hormigueo
sea debido al pensamiento de que tiene un problema neurológico y a un cambio en el umbral táctil
producido por dicho pensamiento. En la prueba conductual comprobó que los amigos a los que
pidió que acariciaran suavemente objetos y se concentraran mucho en ello detectaron sensaciones
similares. Como segunda prueba, el terapeuta le dijo que si la sensación era debida al miedo sobre
su significado, debería reducirse al exponerse a ella repetidamente. De hecho así sucedió cuando
la paciente intentó producir deliberadamente la sensación varias veces al día; además, cuando esta
ocurrió naturalmente, siguió tocando los objetos hasta que desapareció (Clark, 1989).
Persona que cree que no puede controlar su ansiedad. Se le pueden enseñar técnicas de
control de ansiedad rápidas y fáciles de aprender (distracción, respiración).
(continúa)
RC - 59
TRASTORNO DE PÁNICO/AGORAFOBIA
Paciente que cree que las sensaciones que experimenta durante los ataques indican la
existencia de una enfermedad. Se trataría de ver si la hiperventilación deliberada u otros medios
de exposición interoceptiva (sobreingesta de cafeína, ejercicio físico, movimientos que producen
mareo) reproducen las sensaciones (con lo cual podrían ser atribuidas a estos) y si la respiración
controlada u otras estrategias de manejo de síntomas las reducen.
Persona que cree que los pinchazos que ha comenzado a sentir en su cabeza durante la
sesión indican un tumor o hemorragia cerebral. Se le pide que describa en voz alta el conteni-
do de la habitación y luego se le pregunta por los pinchazos y se ve que han desaparecido. Si fue-
ran debidos al tumor o hemorragia, ¿habrían desaparecido tan fácilmente? ¿No podrían ser debi-
dos al miedo a tener un tumor?
Paciente que cree que sufre una enfermedad cardíaca; para ello, se basa en que nota su
corazón más que su marido o colegas del trabajo a pesar de los análisis médicos negativos.
Se le dice que el problema puede consistir en que su creencia de que hay algo mal en su corazón
le lleva a atender selectivamente a su cuerpo y a ser más consciente de su corazón. Para someter
esto a prueba, se le pide que cierre los ojos y se concentre en su corazón durante 5 minutos. Com-
prueba con sorpresa que esto le lleva a notar su corazón en la frente, cuello, brazos, pecho y pier-
nas, sin tocar ninguna de estas partes. Luego, se le pide que describa en voz alta los contenidos de
la habitación durante 5 minutos y se ve que ella deja de ser consciente de su corazón (Clark,
1989).
Otro experimento consistiría en demostrar el papel de los pensamientos en los ataques de
pánico intentando inducir uno de estos ataques mediante un método puramente cognitivo tal como
a) imaginarse en una situación experimentando las sensaciones temidas y la aparición de las con-
secuencias catastróficas anticipadas; b) concentrarse y leer en voz alta una serie de pares de pala-
bras en las que la primera es una sensación y la segunda una catástrofe (palpitaciones-muerte,
dificultad para respirar-ahogo).
Persona que cree que corre peligro de volverse loca durante un ataque de pánico y que
si esto no ha sucedido hasta ahora es porque intenta controlar sus pensamientos durante los
ataques. Se le pide que produzca los síntomas temidos y que intente no controlar sus pensamien-
tos. El paciente comprueba que los ataques de pánico no producen locura y que, de hecho, los
intentos para controlar sus pensamientos reforzaban su creencia original, ya que durante tales in-
tentos de control algunos de sus pensamientos irrumpían en su cabeza inesperadamente (Clark,
1989).
Persona que cree que al sentirse mareado en una situación temida terminará por des-
plomarse si no se apoya en algo. Se le pide que evite apoyarse cuando siente mareos y que ob-
serve lo que sucede.
Persona que cree que su corazón se acelera en exceso en ciertas situaciones. Se mide su
ritmo cardíaco y se compara con el de otras personas en dichas situaciones (p.ej., bicicleta estática
para un paciente con trastorno de pánico).
(continúa)
RC - 60
ANSIEDAD SOCIAL
Persona que cree que un bloqueo o un temblor de manos en público hará que la gente se
ría de él. El cliente observa cómo responde la gente mientras el terapeuta u otra persona queda
deliberadamente bloqueado o le tiemblan las manos. Otra opción es hacer una encuesta y que
cliente y terapeuta pregunten a la gente qué piensa cuando alguien queda bloqueado o le tiemblan
las manos en público.
Persona que cree que la gran ansiedad que experimenta internamente al hablar en pú-
blico es notada por el auditorio. Se le graba en vídeo y se le pide que vea la grabación y com-
pruebe cuáles son los signos y grado de su ansiedad manifestada.
Persona que teme que sus manos puedan temblar en público y comprueba repeti-
damente que están bien levantándolas enfrente de él con los dedos extendidos y separados.
El paciente puede comprobar que este es uno de los mejores modos de producir temblor incluso
en gente sin miedo a que le tiemblen las manos (Clark, 1989).
TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO
Paciente que cree que la ansiedad será insoportable, que no se reducirá y que sucederá
algo malo al exponerse a una situación temida. Se le pide a) que prediga el nivel de ansiedad
que experimentará, las consecuencias que ocurrirán y la intensidad o gravedad de estas cuando se
exponga durante un tiempo prefijado a los estímulos temidos sin hacer conductas neutralizadoras;
y b) que se exponga, que registre lo que realmente sucede y que compare.
Persona que piensa que es beneficioso que el terapeuta le tranquilice con relación a si ha
podido causar un daño o no (p.ej., si ha atropellado a alguien o no mientras conducía. El tera-
peuta piensa en cambio que el alivio producido es temporal y que la tranquilización ayuda a man-
tener el problema obsesivo). Se pide al cliente que registre en una escala 0-100 su ansiedad sobre
el posible daño causado, su creencia en los pensamientos al respecto y la necesidad de tranquili-
zación. Luego, se le ofrece esta y el cliente tiene que seguir registrando durante un periodo más o
menos largo para ver si los efectos conseguidos son permanentes o sólo temporales.
DEPRESIÓN
Persona deprimida que piensa que es un inútil total, incapaz de hacer nada. Se le pide
que realice diversas actividades de la casa, ordene papeles personales, etc.
Paciente que cree que haga lo que haga siempre se siente igual de mal. Se le pide que
haga un autorregistro diario hora a hora en el que apunte las actividades realizadas y el grado en
que disfrutó de cada una de ellas.
Paciente que tras varias semanas de tratamiento con resultados positivos lleva varios
días encontrándose peor y piensa que lo suyo no tiene remedio. Para comprobar si se trata de
esto último o de un simple contratiempo, se acuerda con él que retome los fundamentos del trata-
miento (planificación de actividades que produzcan una sensación de agrado y logro, mantenerse
ocupado, intentar hallar alternativas a los pensamientos negativos, emplear tácticas de distracción,
hablar sobre el tema con una persona que le sabe escuchar).
RC - 61
Tabla 7. Ejemplo de una creencia disfuncional, respuestas racionales a la misma y plan de cambio.
1. La creencia
Creo que “soy incapaz a no ser que tenga éxito. Todos mis éxitos anteriores no valen para
nada al menos que tenga éxito hoy. Nadie me querrá al menos que tenga éxito”.
Es comprensible que crea esto; es debido a que en el pasado mis padres nunca me dieron
una alabanza inequívoca por mis éxitos, sino que en lugar de ello siempre sugirieron que
había otro importante obstáculo inadvertido que atacar.
Sin embargo, esta creencia es falsa porque hay cosas sobre mí en mi pasado que son bue-
nas y que nadie puede quitarme. Además, yo soy la misma persona cuando lo hago mal en la
escuela. Ningún miembro de mi familia o amigos me trata diferentemente. Todavía me quie-
ren.
Cómo he mantenido esta creencia durante un largo tiempo, tendré que trabajar duro para
cambiarla y esto llevará un tiempo. Dos cosas que puedo hacer para ayudar a cambiarla son a)
hacer una lista de mis cualidades; b) gastar un poco de tiempo cada día haciendo algo sim-
plemente por el placer de hacerlo, no por lo que puedo lograr con ello.
Nota: Tomada de Clark (1989, pág. 88).
RC - 62
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Universidad de Barcelona
Facultad de Psicología
Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos
Aplicaciones Clínicas de la
Terapia Cognitivo-Conductual
Programa teórico-práctico
y guía de estudio
Carmina Saldaña
Arturo Bados
Eugeni García
Elisabeth Puigdollers
Adela Fusté
Grupos:
M1, T1
7º y 8º cuatrimestres
Curso 2004-05
1
Concepto
Esta asignatura se centra en algunas de las numerosas aplicaciones clínicas de la Terapia cogni-
tivo-conductual con adultos, adolescentes y niños. Se recomienda haber cursado las asignaturas
obligatorias Evaluación Psicológica, Psicopatología e Intervención en Psicología Clínica y de la
Salud.
1. Objetivos
Para conseguir todos estos objetivos, la asignatura se fundamentará en una metodología didác-
tica básicamente activa. Así, la parte teórica se desarrollará a partir de: a) la lectura previa por parte
de los alumnos del material correspondiente a cada clase; b) la contestación a una serie de pregun-
tas que aparecerán en la Guía de Estudio al final de este programa; y c) la realización de una serie de
actividades en clase también enumeradas en la Guía de Estudio. Y la parte práctica implicará un
trabajo en grupo y la exposición del mismo en clase según las pautas que se enumeran en el apartado
correspondiente.
2
2. Temario
2.1. Teoría
Cada tema incluye los siguientes apartados relativos al trastorno considerado: a) Definición,
epidemiología y curso. b) Modelos explicativos. c) Métodos e instrumentos de evaluación. d) Pro-
gramas de intervención. e) Perspectivas futuras. A continuación se indica el temario completo con la
bibliografía obligatoria de cada tema.
2.2. Práctica
Título de la práctica: Descripción, explicación, evaluación y tratamiento de un trastorno psico-
patológico.
Contenido de la práctica: En grupos de cuatro o cinco, los alumnos realizarán un trabajo escri-
to a partir de la selección de un tema del programa. Para ello, buscarán información sobre el trastor-
no seleccionado (descripción, explicación, evaluación y tratamiento), localizarán al menos dos casos
clínicos detallados (con evaluación, tratamiento y resultados) y expondrán en clase uno de ellos.
Además, propondrán durante esta exposición un par de actividades prácticas relativas a la evaluación
y/o tratamiento del trastorno considerado para que sean realizadas por el resto de compañeros, harán
una puesta en común a partir de lo hecho por algunos compañeros o grupos y finalmente presentarán
las actividades resueltas.
Cada tema deberá ser cubierto por al menos un grupo de alumnos. Las pautas para llevar a cabo
el trabajo escrito y la exposición en clase figuran al final de este programa. Igualmente, se ofrecen
algunas ideas útiles para hacer la exposición más interesante.
El primer día de clase los alumnos deberán formar los grupos de trabajo y seleccionar el tema
del programa que desean como objeto de su trabajo escrito y de exposición. En caso de que un tema
no fuera elegido por ningún grupo, pasaría a ser asignado por sorteo.
3. Bibliografía
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4. Evaluación
Esta asignatura consta de una Parte Teórica y de una Parte Práctica, ambas obligatorias. Cada
parte se calificará de 0 a 10 y la contribución de cada una de ellas a la puntuación final será del 50%.
Las posibles calificaciones finales que pueden obtenerse se especifican a continuación según la nota
final conseguida:
- inferior a 6 = insuficiente.
- de 6 a 7,49 = suficiente.
- de 9 a 10 = sobresaliente.
La parte teórica podrá superarse a través de dos pruebas objetivas realizadas a lo largo del
curso y que constarán de 20-25 preguntas. La primera prueba incluye los temas 1 al 4 y se reali-
zará el 27 de Octubre (Grupo M1) y 28 de Octubre (Grupo T1). La segunda prueba incluye
los temas 5 al 9 y se realizará el 22 de Diciembre (Grupo M1) y 21 de Diciembre (Grupo T1).
La puntuación de la parte teórica se calcula dividiendo el número total de aciertos de ambas prue-
bas, sin que descuenten los errores, por el número total de preguntas de las dos pruebas.
La parte práctica será evaluada promediando (dentro de una variación de ± 1,5 puntos sobre
10) las siguientes cuatro puntuaciones: 1) trabajo escrito valorado por el profesor, 2) puntuación
dada por el profesor al grupo de la exposición en clase, 3) media de las puntuaciones dadas por los
compañeros de clase al grupo de la exposición en clase, y 4) media de las puntuaciones autoasig-
nadas por cada miembro del grupo. Para la valoración de la exposición en clase deberán tenerse
en cuenta los siguientes criterios de evaluación: contenido, forma de exponer, actividades prácti-
cas propuestas y discusión suscitada (véase el formulario presentado justo antes de la Guía de
Estudio). Los alumnos que opten por este sistema de evaluación deberán asistir al menos al 80% de
las clases prácticas y rellenar el formulario de evaluación de las exposiciones, tanto a nivel cuantita-
tivo como cualitativo. La participación en las actividades de clase puede aumentar la nota final
hasta un máximo de un punto sobre 10.
Si la puntuación final obtenida tras ponderar la parte teórica y práctica es 6 o más sobre 10, la
asignatura habrá sido superada. Los alumnos que no hayan seguido el sistema de evaluación
continuada o que hayan obtenido una puntuación inferior a 6 en la misma deberán presentarse
a un examen final de tipo prueba objetiva sobre toda la parte teórica; este examen constará de
unas 35-45 preguntas y sigue los mismos criterios de corrección que el de la evaluación continua-
da. Los alumnos que no se acojan al sistema de trabajo en grupo y exposición en la parte práctica
deberán entregar individualmente el trabajo escrito a ser posible antes de la fecha de la convocato-
ria oficial. El trabajo será valorado exclusivamente por el profesor. El tema de este trabajo deberá ser
acordado con el profesor. Cada parte se calificará de 0 a 10 y la contribución de cada una de ellas
7
a la puntuación final será del 50%. Los criterios para obtener las calificaciones finales son los
mismos que para la evaluación continuada.
Los alumnos que no hayan superado la primera convocatoria oficial y tengan al menos un 5,5
de la parte práctica podrán conservar esta nota para la siguiente convocatoria. Los demás de-
berán presentar un trabajo nuevo o, si así lo han acordado con el profesor, una versión revisada del
anterior. No se conserva la nota de prácticas para el curso o cursos siguientes. Finalmente, no es
posible conservar la nota de la parte teórica.
ASIGNATURA
APELLIDOS
NOMBRE EDAD
DIRECCION
TELÉFONO E-MAIL
OTROS ESTUDIOS
IDIOMAS
TRABAJO
8
Horas dedicadas a:
Preparar el tema Contestar preguntas y Preparar el tema
para clase actividades del tema para el examen
- Tema 1
- Tema 2
- Tema 3
- Tema 4
- Tema 5
- Tema 6
- Tema 7
- Tema 8
- Tema 9
Horas dedicadas a:
Nombre Estructuración Búsqueda Lectura del Elaboración Preparación Reuniones Reuniones
del alumno del trabajo de material material del trabajo de la expo- con miem- con el
sición oral bros grupo profesor
9
PAUTAS PARA EL TRABAJO ESCRITO
2. La exposición abarcará el horario de una clase entera. Teniendo en cuenta que una clase
suele comenzar de 5 a 10 minutos después de la hora prevista y que hay que dejar 5 minutos
libres al final para que los compañeros rellenen la hoja de evaluación, quedan unos 75 mi-
nutos de exposición en una clase de 1,5 horas.
a) La exposición crítica del caso clínico seleccionado, una fotocopia del cual debe en-
tregarse previamente al profesor. Es fundamental que la exposición no sea meramente
descriptiva, sino que incluya elementos críticos que se comunicarán directamente o,
mejor, se emplearán como fuente de discusión en clase. El caso debe ser detallado e in-
cluir evaluación, tratamiento y resultados. Es aconsejable haber localizado más de un
caso y haber leído algo sobre la evaluación y tratamiento del trastorno considerado para
obtener una mayor amplitud de miras. La exposición del caso, incluida la discusión que
pueda suscitar, puede tener una duración recomendada de unos 30 minutos, máximo
40. Lo que es la pura exposición no debería alargarse más de 15 minutos.
4. Si se emplean transparencias –útiles, por ejemplo, para exponer ciertos aspectos del caso,
para presentar ciertas actividades o para presentar algunas soluciones a las mismas–, la letra
debe tener 20 puntos o más y estar en negrita para que toda la clase pueda leerlas con co-
modidad.
5. Hay que intentar implicar a los compañeros y suscitar discusión. Desde luego, esto no se
consigue haciendo preguntas y respondiéndoselas uno mismo sin dejar tiempo para pensar
y contestar. Algunas ideas útiles se exponen en los puntos 8, 9 y 11 del apartado siguiente.
6. Es fundamental un buen control del tiempo para conseguir los objetivos previstos, inclu-
yendo algún resumen o conclusión.
11
IDEAS PARA LA EXPOSICIÓN EN CLASE
Estas guías identifican los errores más comunes que los estudiantes hacen en las exposiciones
en clase y sugieren cómo evitarlos.
3. Carencia de dirección
Es difícil para un auditorio escucharte durante mucho rato si no saben hacia donde te diriges
con tu charla o por qué. Necesitas explicar al principio para qué tu auditorio está allí y dónde lo
vas a conducir. No es de mucha ayuda decir simplemente: “Hoy vamos a hablar de X”. Necesitas
explicar cómo vas a abordar X y a qué dedicarás el tiempo; por ejemplo: “Mi exposición hoy es
sobre X. Lo que me interesa de esto es la cuestión de Y. Me gustaría aproximarme a esta cuestión
de tres maneras, A, B y C, e ilustrar éstas con ejemplos sacados de Z. La segunda de ellas es la
más interesante y me extenderé más sobre la misma”.
4. Carencia de estructura
Tu auditorio se va a perder si no les das un mapa de adónde te diriges; por ejemplo: “He ele-
gido tres textos para analizar e ilustrar mis puntos X, Y y Z. Usaré los dos primeros para mostrar
como... y el tercero para contrastarlo con... Después de cada texto resumiré mis ideas”. Puede ser
de ayuda dar algunas indicaciones a lo largo de la exposición para mostrarles dónde has llegado y
donde te dirigirás a continuación; por ejemplo: “Hasta ahora me he concentrado en este primer
texto y he mostrado como... dando ejemplos de... y ahora voy a... antes de pasar a...”.
10 No hay resumen
Cuando hayas acabado, no pares de repente y digas: “bien..., esto es todo”. Resume lo que has
dicho y deja claro cuáles son los puntos clave. Asegúrate de que tu auditorio se marcha con una
visión de conjunto clara.
11 No hay discusión
No esperes que una discusión suceda por sí sola. Deja claro que quieres que haya algún tipo
de discusión: “vamos a parar unos pocos minutos para discutir esto antes de continuar”. Usa el
lenguaje corporal para indicar que no vas a comenzar a exponer de nuevo: siéntate, relájate, crúza-
te de brazos, gira tus notas. Piensa en qué puede estar la gente interesada en hablar y haz sugeren-
cias: “pienso que podría ser interesante explorar..., ¿pensáis que... o...?”. Puedes plantear estas
cuestiones al principio para que la gente esté pensando en ellas mientras tú hablas y esté prepara-
da para participar cuando sea tiempo de discutir.
• Tarjetas cada una de las cuales contiene una idea clave o subsección de la exposición.
• Un breve material impreso para el auditorio que el que expone utiliza como marco para la char-
la.
• Transparencias que resumen los puntos clave y que el expositor utiliza como recordatorio.
• Unas breves notas esquemáticas que contienen sólo palabras sueltas o frases que proveen pis-
tas sobre el contenido.
Debes tener como objetivo ser capaz de mirar al auditorio la mayor parte del tiempo y dar la
impresión de que estás pensando mientras hablas.
14 No hay continuación
Si la exposición es la última vez que alguien va a pensar sobre tu tema, entonces ninguno
aprenderá mucho. Haz sugerencias sobre lo que el auditorio puede leer sobre tu tema. Da referen-
cias bibliográficas y sugiere cuáles son merece la pena mirar y qué partes son las más interesantes.
Diles en qué no hay que molestarse y qué partes hay que evitar. Sugiere qué te habría interesado
consultar a ti mismo a continuación si hubieras tenido tiempo.
15 No hay diversión
Las exposiciones no tienen que ser necesariamente solemnes y terriblemente serias. Habrá
más energía e implicación si la gente se lo está pasando bien. Date permiso, tanto a ti como al
auditorio, para relajaros y reír un poco.
17 No hay mejora
No es posible ser brillante cuando haces una exposición por primera vez. Pero puedes apren-
der y mejorar si descubres qué es lo que ha funcionado y qué debe ser cambiado. Pregunta a tu
auditorio o a tu tutor: “¿qué crees que he hecho bien en mi exposición y qué sugerirías que mejo-
rara la próxima vez?”. Utiliza este breve cuestionario para que tu auditorio te dé sus opiniones.
14
FORMULARIO DE EVALUACIÓN DE LAS EXPOSICIONES
El 50% de la puntuación del curso viene dada por la parte práctica. Esta será evaluada pro-
mediando (dentro de una variación de ± 1,5 puntos sobre 10) las siguientes cuatro puntuaciones:
1) trabajo escrito valorado por el profesor, 2) puntuación dada por el profesor al grupo de la expo-
sición en clase, 3) media de las puntuaciones dadas por los compañeros de clase al grupo de la
exposición en clase, y 4) media de las puntaciones autoasignadas por cada miembro del grupo.
Para evaluar las exposiciones en clase, emplea este formulario. Piensa en cada criterio de forma
separada y cuidadosamente, en vez de dar un juicio rápido y global. Añade debajo de cada criterio
comentarios que expliquen el porqué de tus puntuaciones y haz algunos comentarios útiles al final
de todo. Completa el formulario inmediatamente al final de la exposición y entrégalo al profesor.
Criterio Puntuación
(0-10)
Exposición Voz, mirada, velocidad, variedad, vivacidad, ayudas visuales, material dado.
Comentarios
GUÍA DE ESTUDIO
- ¿La superación de la fobia social puede tener efectos negativos en la interacción con personas
conocidas? Razona la respuesta.
- Un fóbico social puede ser enfrentado a una contradicción: atribución interna en caso de fracaso
y externa en caso de éxito. Sin embargo, muchas personas normales invierten este tipo de atri-
buciones y caen también en una contradicción. ¿Qué te sugiere esto?
- Elabora para un supuesto paciente un modelo explicativo plausible del miedo a hablar en públi-
co.
- Deriva a partir del modelo anterior las técnicas terapéuticas a emplear y justifica su empleo.
- Enumera metas realistas y no realistas para una persona con fobia a ponerse roja.
- Elabora los principios generales a tener en cuenta a la hora de hacer una reclamación o concertar
una cita.
16
- Selecciona una situación problemática (hacer una reclamación, concertar una cita o dar una
charla, p.ej.) y entrena a un paciente simulado en algunas de las habilidades implicadas.
- Considera los pensamientos negativos típicos a la hora de hablar en público y elabora para cada
uno de ellos al menos un pensamiento incompatible que sea personalmente pertinente y creíble.
También puedes añadir otros pensamientos positivos que parezcan útiles, aunque, de entrada, no
parezcan alternativas específicas para los pensamientos negativos considerados.
- Practica la reestructuración cognitiva con alguien que o bien comparta o bien simule mantener
los siguientes pensamientos relativos a hablar o a intervenir en público: "Me harán preguntas
que no sé contestar". "Me quedaré bloqueado y no podré continuar". "Las preguntas que se me
ocurren son tontas".
Tema 3: Depresión
Preguntas de reflexión y actividades
- ¿Qué aspectos diferenciales crees que se dan entre la depresión de un niño, un adolescente y un
adulto?
- ¿Los sujetos deprimidos tienen menos habilidades sociales o peor actuación social? ¿Cómo se
sabe?
- ¿Cuál es el papel de la relajación en el tratamiento de la depresión?
- Elabora un gráfico detallado de un modelo explicativo de la depresión.
- Di guías para la planificación del tiempo.
- ¿Qué harías en el caso de un paciente que dice tener pensamientos suicidas?
- Enumera metas realistas para una persona con depresión.
- Realiza una Resolución de Problemas para un cliente con depresión que tiene problemas labora-
les.
- Haz una reestructuración cognitiva a un paciente simulado de 45 años que tras quedar en paro
piensa que toda su vida es una ruina.
- Reestructura el pensamiento “Nunca seré capaz de aprobar esta asignatura. Nunca acabaré la
carrera”.
- Reestructura primero verbalmente y después conductualmente el pensamiento “Todos los hom-
bres me van a rechazar por estar separada”.
- Reestructura el pensamiento “No he sabido mantener mi matrimonio, soy un fracaso”.
- Haz un autorregistro para evaluar los pensamientos desadaptados de un cliente deprimido.
- Acuerda con un adolescente deprimido las actividades que tendrá que hacer durante la próxima
semana.
- Haz una listado de guías que pueden ser útiles para tratar el perfeccionismo.
- La anoréxica se queja de que se encuentra gorda incluso cuando está emaciada. ¿Es esto un deli-
rio? Razona la respuesta.
- ¿Qué tipos de dieta puede hacer una anoréxica?
- Llevar a cabo una simulación de cómo se implicaría a una anoréxica a seguir viniendo cuando
ha sido traída por su familia y niega su problema.
- Reestructura con una paciente simulada la creencia “si no estoy delgada, nadie me querrá”. Po-
17
sibles contraargumentos de la paciente: “yo no poseo otras cualidades”, “yo sí tengo en cuenta
estas cualidades para apreciar a otros, pero los demás sólo se basan en la figura”.
- Calcula tu Índice de Masa Corporal.
- Describe las características básicas de un atracón: cantidad y tipo de alimentos; frecuencia, du-
ración y velocidad de las ingestas.
- Señala las diferencias en los atracones entre los distintos trastornos de alimentación.
- ¿Cuáles crees que son las variables fundamentales a abordar en el tratamiento de la bulimia y
por qué? ¿Podría tratarse la bulimia sin abordar el componente alimentario?
- Escribe las instrucciones que darías a una bulímica para que organizara sus hábitos alimenta-
rios. ¿Serían diferentes estas instrucciones para una anoréxica?
- Escribe las instrucciones que darías a una bulímica para ayudarla a controlar los estímulos que
podrían desencadenar un atracón (comprar, cocinar, almacenar alimentos, etc.).
- ¿Puede una anoréxica convertirse en bulímica? ¿Cómo lo sabrías?
- Indica las diferencias en el tratamiento de una bulímica con peso normal y una bulímica obesa.
- Reestructura con una paciente simulada la creencia “no puedo comer en presencia de otros por-
que me descontrolaré y se darán cuenta”.
- Enumera técnicas para reducir la preocupación por el peso y la imagen corporal.
- ¿Cómo llevarías a cabo un entrenamiento en la percepción precisa del tamaño corporal?
Tema 5: Adicciones
Preguntas de reflexión y actividades
- ¿Cómo conseguirías que un alcohólico que no quiere saber nada de tratamiento, se decida a
buscar ayuda?
- Imagina que en tu grupo de amigos hay uno que bebe en exceso. ¿Cómo le platearías el proble-
ma?
- Escribe metas realistas para un cliente alcohólico.
- Define cuáles serían los criterios de éxito en el tratamiento del alcoholismo, tanto en un sentido
amplio como en el sentido estricto de consumo.
- Piensa en situaciones que favorecen la recaída en el alcoholismo.
- Escribe las instrucciones que darías a un alcohólico para identificar y afrontar situaciones de alto
riesgo.
- Entrena a un paciente drogodependiente simulado a decir "no" ante el ofrecimiento de bebida
por parte de amigos. Primero piensa en los principios generales implicados en decir no, luego
lleva a cabo un entrenamiento en habilidades.
- Reestructura con un paciente simulado posibles pensamientos negativos como los contemplados
en los siguientes casos:
# Paciente que se niega a tomar disulfirán, prescrito para facilitar la consecución de la absti-
nencia, porque cree que las cosas las tiene que conseguir por sí misma.
# Paciente que tras tomar una copa, una vez lograda la abstinencia, piensa que ha recaído y no
tiene nada que hacer.
# Pensamientos tenidos ante el ofrecimiento de bebida: a) "Si soy un amigo de verdad, tengo
que decir que 'sí'." b) "Si digo que 'no', me sentiré mal." c) "Si digo que 'no', no querrá saber
nada más conmigo."
- Una mujer alcanza el orgasmo a través de estimulación del clítoris, pero no vaginal. ¿Tiene una
disfunción sexual? Si la respuesta es afirmativa, ¿cuál?
- ¿Qué diferencias aprecias entre ansiedad sexual, aversión sexual y bajo deseo sexual?
- Escribe 5 mitos comunes relativos a las relaciones sexuales y analízalos.
- Una mujer acude a consulta porque su pareja tiene problemas sexuales y quiere ayudarle sin que
él se entere. ¿Qué harías?
- Un adolescente acude a terapia indicando que tiene problemas sexuales. Haz una simulación con
un/a compañero/a para identificar qué tipo de problemas tiene.
- Un cliente acude a consulta para resolver sus problemas sexuales, pero no tiene pareja estable.
¿Cómo enfocarías el tratamiento?
- Explica a un paciente con eyaculación precoz la técnica del apretón.
- Pensamientos a reestructurar:
- ¿Deben emplearse técnicas específicas para el control del insomnio en el tratamiento del insom-
nio secundario o basta con abordar los problemas de los que depende?
- ¿Qué variables dependientes de las enumeradas en la página 384 no pueden obtenerse a partir
del autorregistro de la página 386?
- ¿Cómo puede explicarse la eficacia de la técnica de control de estímulos?
- ¿Puede matizarse alguna de las sugerencias de higiene del sueño presentadas en la pág. 409?
¿Qué hay de la número 5?
- Justifica y explica a un paciente simulado la técnica de control de estímulos.
- Justifica y explica a un paciente simulado la técnica de restricción del sueño.
- Rebate las pegas, de un paciente simulado, a la técnica de control de estímulos. Posibles pegas:
“ya lo he intentado antes”, “es demasiado simple para que funcione”, “mi problema es biológi-
co”.
- Comprueba con un paciente simulado si emplea bien el control de estímulos. El paciente deberá
presentar alguna dificultad como no levantarse al no conciliar el sueño, no levantarse a la hora
prevista cuando se ha dormido poco, echar siestas, etc.
- Reestructura la creencia “no rendiré en el trabajo si no duermo 8 horas”, la cual dificulta la
puesta en práctica de la técnica de control de estímulos.
- Contestar el cuestionario de creencias del apéndice 1 (pág. 428), analizarlo y reestructurar algu-
na creencia.
19
- Plantea de modo gráfico una hipótesis explicativa del caso presentado.
- Unos padres acuden a la primera visita y en respuesta a tus preguntas informan que a su hija de
8 años enurética no la dejan beber desde las 7 de la tarde y que duerme con pañales. ¿Qué reco-
mendaciones les darías inicialmente?
- Unos padres acuden a la primera visita, derivados por el pediatra, e informan que el problema
de enuresis de su hijo es hereditario y que creen que se solucionara solo. ¿Qué harías?
- Escribe en que casos de enuresis no sería necesario realizar un entrenamiento en retención o
emplear el aparato de alarma.
- Explica a unos padres simulados cómo se aplicaría el tratamiento de la enuresis.
- Explica a un niño de 9 años simulado su problema de encopresis y que vais a hacer para ayudar-
le.
- Maneja algunas pegas puestas por los padres: “no tiene por qué emplearse un aparato para re-
solver este problema”, “¿por qué dar premios para algo que debería hacer con normalidad?”
- Confecciona un programa de economía de fichas para un niño con encopresis.
- Un niño encoprético en tratamiento sigue ensuciándose, pero solamente en horario escolar. Dice
que le da apuro pedir permiso al profesor para ir al aseo. ¿Qué deberías hacer para solucionar
ese problema?
- Enumera los problemas que crees que se dan más frecuentemente durante el tratamiento de la
enuresis y de la encopresis. Di como los solucionarías.
- Identifica posibles soluciones para los siguientes problemas: a) El niño no oye el aparato de
alarma. b) El niño desconecta la alarma, pero no se levanta. c) El niño se levanta con mucho ge-
nio cuando suena la alarma.
- Justifica a unos padres simulados por qué los castigos que utilizan habitualmente son ineficaces.
Con los mismos padres, justifica por qué el ser demasiado permisivo favorece conductas des-
adaptadas.
- Escribe las instrucciones a dar a unos padres para controlar las rabietas de su hijo de 5 años.
- Lleva a cabo una entrenamiento en habilidades sociales con un adolescente que se muestra agre-
sivo con los que no están de acuerdo con él en ciertos temas.
- Elabora un autorregistro para identificar las conductas negativistas de un niño de 10 años.
- Elabora un programa de economía de fichas para una niña de 8 años que desobedece frecuente-
mente a sus padres.
- Simula con 2 compañeros cómo entrenarles como padres a dar órdenes y hacer peticiones a su
hijo de 11 años.
- Entrena a un maestro a manejar el tiempo fuera con un niño que molesta continuamente en cla-
se.
- ¿Qué instrucciones darías a unos padres que tienen una hija de 7 años que tarda más de 1 hora
en comer cada una de las comidas diarias?
- Unos padres se quejan de que su hijo adolescente de 14 años no cumple sus horarios de llegar a
casa. ¿Qué les recomendarías?
- Unos padres se quejan de que su hijo de 6 años nunca recoge los juguetes. ¿Qué harías?
20
ESTRATEGIAS DE BÚSQUEDA
BÚSQUEDA DE CASOS
- Consultar libros de casos clínicos, los cuales pueden localizarse a través del catálogo de la
biblioteca. Posibles ejemplos son:
Alario, S. (1993). Estudio de casos en terapia del comportamiento (2ª ed.). Valencia: Promolibro.
Alario, S. (1995). Estudio de casos en sexología. Valencia: Promolibro.
Brown, T.A. y Barlow, D.H. (1997). Casebook in abnormal psychology. Pacific Grove, CA:
Brooks/Cole.
Espada, J.P., Olivares, J. y Méndez, F.X. (Coords.). (2004). Terapia psicológica: Casos prácticos.
Madrid: Pirámide.
Feindler, E.L. y Kalfus, G.P. (Ed.). (1990). Adolescent behavior therapy handbook. Nueva York:
Springer.
Hersen, M. y Last, C.G. (Eds.). (1988). Child behavior therapy casebook. Nueva York: Plenum.
Hersen, M. y Last, C.G. (Eds.). (1993). Manual de casos de terapia de conducta. Bilbao: Desclée
de Brouwer. (Original de 1985)
Maciá, D. y Méndez, F.X. (Eds.). (1988). Aplicaciones clínicas de la evaluación y modificación
de conducta: Estudio de casos. Madrid. Pirámide.
Méndez, F.X. y Macià, D. (1990). Modificación de conducta con niños y adolescentes: Libro de
casos. Madrid: Pirámide.
Oltmanns, T.F., Neale, J.M. y Davison, G.C. (1995). Case studies in abnormal psychology (4ª
ed.). Nueva York: Wiley.
Reinecke, M.A., Dattilio, F.M. y Freeman, A. (1996). Cognitive therapy with children and ado-
lescents: A casebook for clinical practice. Nueva York: Guilford.
Ruipérez, M.A. y Heimann, C. (1996). Trastornos del estado de ánimo y por ansiedad: Análisis
de casos. Valencia: Promolibro.
Rodríguez Sacristán, J. (Ed.). (2000). Psicopatología infantil básica: teoría y casos clínicos. Ma-
drid: Pirámide.
Scott, J., Williams, J.M.G. y Beck, A.T. (1989). Cognitive therapy in clinical practice: An ilustra-
tive casebook. Londres: Routledge.
Vallejo, M.A., Fernández-Abascal, E.G. y Labrador, F.J. (1990). Modificación de conducta: Aná-
lisis de casos. Madrid: TEA.
- Buscar casos clínicos sobre el trastorno de interés en bases de datos como PsychINFO,
PSYCHODOC, Medline y PUBMED. Aparecerán casos publicados en inglés, pero también
en castellano en las revistas incluidas en la base de datos consultada. Un ejemplo de estrategia
de búsqueda en PsychINFO para un caso de fobia social sería:
- Buscar casos clínicos sobre el trastorno de interés en las revistas relacionadas con terapia
de conducta y que no consten en la base de datos consultada. Para ello, puede consultarse el
índice final anual de la revista. Ejemplos de posibles revistas son (pueden estar disponibles en
papel, en formato electrónico o en ambos):
- Buscar en la biblioteca libros sobre el trastorno de interés y mirar si incluyen algún caso
clínico. Ejemplos de estos libros son:
Caballo, V.E. (Dir.). (1997). Manual para el tratamiento cognitivo-conductual de los trastornos
psicológicos (Vols. 1 y 2). Madrid: Siglo XXI.
Luciano, M.C. (Dir.). (1996). Manual de psicología clínica: Infancia y adolescencia. Valencia:
Promolibro.
Servera, M. (Coor.). (2002). Intervención en los trastornos del comportamiento infantil: Una
perspectiva conductual de sistemas. Madrid: Pirámide.
Vallejo, M.A. (Ed.). (1998). Manual de terapia de conducta, (Vols I y II). Madrid: Dykinson.
22
- Si todo lo anterior falla, puede acudirse a un buscador de internet (p.ej., Google), pero hay
que asegurarse de que el caso haya sido publicado, a ser posible, no por un particular, sino
por alguien con soporte institucional.
Antony, M.M., Orsillo, S.M. y Roemer, L. (Eds.). (2001). Practitioner's guide to empirically
based measures of anxiety. Nueva York: Klumer/Plenum.
Badia, X., Salamero M. y Alonso, J. (2002). La medida de la salud. Guía de escalas de medición
en español (3ª ed.). Barcelona: Edimac.
Bobes, J., G.-Portilla, M.P., Bascarán, M.T., Sáiz, P.A. y Bousoño, M. (2002). Banco de instru-
mentos para la práctica de la psiquiatría clínica. Barcelona: Ars Médica.
23
Bulbena A., Berrios, G.E. y Fernández de Larrinoa P. (200). Medición clínica en psiquiatría y
psicología. Barcelona, Masson.
Comeche, M.I., Díaz, M.I. y Vallejo, M.A. (1995). Cuestionarios, inventarios y escalas: An-
siedad, depresión, habilidades sociales. Madrid: Fundación Universidad-Empresa.
Corcoran, K. y Fischer, J. (2000). Measures for clinical practice: A source book. Volume I: Cou-
ples, families and children (3ª edición). Nueva York: Free Press.
Corcoran, K. y Fischer, J. (2000). Measures for clinical practice: A source book. Volume II:
Adults (3ª edición). Nueva York: Free Press.
Davis, C.M., Yarber, W.L. y Davis, S.L. (1988). Sexuality-related measures: A compendium.
Lake Mills, Iowa: Graphic Publishing Company.
Gutiérrez, T., Raich, R.M., Sánchez, D. y Deus, J. (Coords.). (2003). Instrumentos de evaluación
en psicología de la salud. Madrid: Alianza.
Muñoz, M., Roa, A., Pérez, E., Santos-Olmo, A.B. y de Vicente, A. (2002). Instrumentos de eva-
luación en salud mental. Madrid: Pirámide.
Nezu, A.M., Ronan, G.F., Meadows, E.A. y McClure, K.S. (Eds.). (2000). Practitioner's guide to
empirically based measures of depression. Nueva York: Kluwer/Plenum.
- Puede acudirse a un buscador de internet (p.ej., Google), pero hay que asegurarse de que la
información haya sido publicada, a ser posible, no por un particular, sino por alguien con so-
porte institucional. Google es especialmente interesante para localizar formas completas de
los instrumentos de evaluación.
24
APLICACIONS CLÍNIQUES DE LA TERAPIA COGNITIU-CONDUCTUAL
Curs 2004-2005
Aquest any els alumnes de l’assignatura han informat les hores que han dedicat a la part pràctica de l’assignatura (elaborar
un treball escrit sobre un dels temes de la matèria i fer-ne una exposició a classe). En l’assignatura, aquesta part pràctica,
que generalment es treballa en grup, és fonamental i representa el 50% de la nota final.
Tenim informació de 100 alumnes matriculats als grups M1 (n=73) i T1(n=27). Set alumnes més, del grup T1, no van infor-
mar de les hores que havien dedicat a aquestes tasques i no s’han tingut en compte a l’hora d’elaborar els càlculs. Tan sols
hi va haver 6 alumnes que van fer el treball de forma individual (2 del grup del matí i 4 del grup de tarda). Les hores van ser
auto-informades (possible biaix de sobre-estimació?) i es van entregar conjuntament amb el treball escrit.
De mitjana, els alumnes van dedicar un total de 58,6 hores (SD: 31,4) a realitzar les tasques relacionades amb la part pràc-
tica: Concretament, de mitjana, s’han reunit amb la resta de membres del grup 12,1h. (SD: 9,4) i 3,7h. (SD: 8,7) amb el
professor. La cerca del material i la seva lectura els ha suposat una dedicació de 6,7h. (SD: 6,9) i 8,0h. (SD: 7,1), respecti-
vament. L’estructuració del treball els ha ocupat una mitjana de 3,9 (DS: 4,9) hores i han dedicat una mitjana de 14,3h. (SD:
12,8) a l’elaboració del treball. Finalment, preparar l’exposició oral els ha ocupat 8,4h. (SD: 6,4) (veure Figura 1.).
Lectura del
material; 8,0
Preparació de
l'exposició oral; 8,4
Elaboració del
treball; 14,3
Com que les desviacions estàndard són molt altes, potser ens permet tenir un retrat més ajustat a la realitat les dades que
es desprenen de les medianes (que són molt similars a les modes) i que descrivim a continuació:
La mediana d’hores que els alumnes van dedicar a totes les tasques lligades a la part pràctica de l’assignatura van ser 52,5:
Concretament, de mediana, s’han reunit amb la resta de membres del grup 8,0h. i 1,5h. amb el professor. La cerca del
material i la seva lectura els ha suposat una dedicació de 4,0h. i 6,0h., respectivament. L’estructuració del treball els ha
ocupat una mediana de 2,0 hores i han dedicat una mediana de 10,0h. a l’elaboració del treball. Finalment, preparar
l’exposició oral els ha ocupat 7,0h (veure Figura 2.).
Estructuració del
Reunions amb el
treball; 2,0
Cerca de material;
professor; 1,5
4,0
Reunions amb el
grup; 8,0
Lectura del
material; 6,0
Preparació de
l'exposició oral; 7,0
Elaboració del
treball; 10,0
Com que el grup de tarda i el de matí tenien característiques diferencials (el de matí era més nombrós que el de tarda) i, per
altra banda, en el grup del matí la professora va donar l’oportunitat de presentar una primera versió del treball escrit per a
que, un cop rebut el feedback de la professora, el poguessin refer i millorar, hem considerat interessant fer una comparativa
per veure com havien organitzat les hores de treball.
El grup del matí (en vermell) ha dedicat una mitjana més elevada d’hores a les tasques relacionades amb l’elaboració del
treball i a les reunions amb el professor, la qual cosa és consistent amb el sistema que va oferir la professora del matí (Figu-
ra 3). El grup de la tarda, en canvi, va dedicar més hores que el del matí a fer la cerca del material i a les reunions amb el
grup de companys.
26
El grup de tarda ha dedicat una mitjana de 55,8h al treball pràctic, mentre que el grup del matí n’hi ha dedicat 59,5. Quant a
les tasques que han requerit més hores en ambdós grups han estat elaborar el treball escrit i fer les reunions de grup.
L’estructuració del treball i les reunions amb el professor són les activitats que menys hores han consumit.
16,0 15,2
14,1
14,0
11,7
12,0 11,4
9,8
10,0
8,6 8,4
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2,7
2,0
0,7
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Estructuració Cerca de Lectura del Elaboració del Preparació de Reunions amb Reunions amb
del treball material material treball l'exposició oral el grup el professor
Mitjana T1 Mitjana M1
Si comparem el temps mitjà que han dedicat els alumnes al seu treball (figura 4) veiem que hi ha molta variabilitat. En reali-
tat el tema del treball no sembla ser un determinant del nombre d’hores dedicades al mateix. Precisament el temps mitjà
dedicat per alumne i treball pot variar enormement en un mateix tema, per exemple en tr. sexuals s’informa d’haver dedicat
20,8h. el grup de tarda i 129,4h. en el grup de matí. Probablement en un cas els alumnes han fet una sobre estimació i en
l’altre una infra-estimació del temps que han dedicat a les tasques del treball pràctic. Així doncs cal ser molt prudent a l’hora
d’interpretar les dades referides al temps informat pels alumnes per realitzar les tasques.
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Figura 4. Mitjana d’hores per alumne i grup dedicades la part pràctica (curs 2004-2005)
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27
Ética y ley - 1
Facultat de Psicologia.
Departament de Personalitat, Avaluació
i Tractament Psicològics.
12 de junio de 2008
DEONTOLOGÍA Y ÉTICA
La deontología hace referencia a los deberes que rigen el ejercicio de una profesión. Con
relación a la psicología en España, estos deberes vienen recogidos en el Código Deontológico del
Psicólogo (Colegio Oficial de Psicólogos, 1987); y en Cataluña, en el Código Deontológico del
Ética y ley - 2
Psicólogo (Col·legi Oficial de Psicòlegs de Catalunya, 1989). Estos códigos tendrán que ser re-
formados porque en el 1995 se publicó el Meta-Código de la European Federation of Psycholo-
gists Associations (Federación Europea de Asociaciones de Psicólogos, EFPA), el cual es el mar-
co sobre el que se tienen que construir todos los códigos deontológicos de los distintos colegios
pertenecientes a la EFPA. Finalmente, en Estados Unidos se cuenta con el Código de la American
Psychological Association (Asociación Americana de Psicología, 2002).
La ética profesional va más allá de la deontología, ya que esta última supone simplemente
cumplir ciertas reglas profesionales sin que esto suponga necesariamente que se asumen las res-
ponsabilidades morales en el ejercicio de una profesión (la moral hace referencia a las acciones
humanas desde el punto de vista de su bondad o malicia); esto último es lo que caracteriza ala
ética profesional. Mientras que la deontología está orientada al deber y es aprobada por un conjun-
to de profesionales, la ética profesional está orientada al bien y en ella hay un predominio de la
conciencia individual.
A la hora de trabajar con los pacientes desde un punto de vista ético, se ha recomendado tener
en cuenta cuatro principios o normas fundamentales que orientan la actuación y ayudan a tomar
decisiones “globales” y no sólo clínicas. Estos cuatro principios son (Beauchamp y Childress,
1999, citado en del Río, 2005):
Se supone que estos principios deben cumplirse a no ser que entren en conflicto con una obli-
gación de igual o mayor magnitud. Por otra parte, puede haber conflicto entre dos o más de estos
principios, en cuyo caso debe analizarse la situación concreta para determinar cuál debe ser el
prioritario. El Código de Ética de la American Psychological Association ha añadido otros dos
principios a los dos anteriores:
- Evaluación. Los psicólogos clínicos están capacitados legalmente para realizar diagnós-
ticos y evaluaciones clínicas.
- Tratamiento. Los psicólogos clínicos están capacitados legalmente para realizar preven-
ción, tratamiento y rehabilitación de trastornos mentales y otros problemas psicológicos.
El tratamiento farmacológico queda reservado a médicos y psiquiatras. Una cuestión inte-
resante de cara al futuro es que en algunos estados de Estados Unidos (Nuevo México,
Louisiania, Hawai), ha sido autorizado que los doctores en psicología clínica puedan
prescribir fármacos si hacen un periodo de formación de 2 años después del doctorado.
- Informes. Los psicólogos pueden realizar informes periciales judiciales cuando así lo
requiera la materia del juicio. Un ejemplo sería un informe sobre la situación psicológica
y familiar de un menor, así como de su entorno social; igualmente puede proponerse una
intervención socio-educativa o actividades de reparación hacia una víctima. También
pueden realizarse informes de cara al proceso de tutela y guarda de un menor. Asimismo,
un psicólogo clínico puede realizar para otros especialistas informes relacionados con su
titulación y especialización profesional (p.ej., informes de asesoramiento e interconsulta).
Como excepción, sólo los psiquiatras, pero no los psicólogos clínicos, pueden reali-
zar por el momento los dictámenes exigidos en el tercer supuesto de la práctica legal de
la interrupción voluntaria del embarazo, el que hace referencia a los graves riesgos para
la salud psíquica de la embarazada. Esta limitación entra en contradicción con las otras
competencias que las leyes reconocen a los psicólogos clínicos.
psíquico, puede entenderse que el parte puede ser realizado por un psiquiatra o por un
psicólogo clínico, ya que ambos tienen la consideración de facultativos especialistas.
Por otra parte, según la Orden SCO/1741/2006 de 29 de mayo BOE núm. 134 de 6 de junio
de 2006), por la que se modifican los anexos del Real Decreto 1277/2003 de 10 de octubre (BOE
núm. 254 de 23 de octubre de 2003), por el que se establecen las bases generales sobre autoriza-
ción de centros, servicios y establecimientos sanitarios, un psicólogo no especialista no puede
solicitar la autorización para abrir un centro sanitario (unidad asistencial de psicología con
carácter sanitario) a no ser que acredite: a) haber cursado los estudios de la licenciatura de Psico-
logía siguiendo un itinerario curricular cualificado por su vinculación con el área docente de Per-
sonalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos o con la Psicología Clínica y de la Salud, o bien
b) acredite una formación complementaria de postgrado relativa a dichas áreas, no inferior a 400
horas, de las que al menos 100 deberán ser prácticas tuteladas por psicólogos especialistas en Psi-
cología clínica, en centros, instituciones o servicios universitarios de psicología donde se realicen
actividades de atención a la salud mental, o en consultas o gabinetes de psicología clínica, debi-
damente autorizados, conforme a las previsiones del Real Decreto 1277/2003, de 10 de octubre.
Sin embargo, los aspectos aquí comentados de la Orden antes citada han sido recurridos y decla-
rados nulos debido a que no es posible que un profesional que no es reconocido como sanitario en
la LOPS (el licenciado en Psicología) sea habilitado, mediante una norma reglamentaria, para
registrar su consulta como un centro sanitario. Aunque la sentencia todavía no es firme, es muy
probable que llegue a serlo.
Se prevé que con los nuevos planes de estudio de convergencia Europea, que se pondrán en
marcha hacia el 2010, el grado de psicología no capacitará profesionalmente para ejercer como
psicólogo clínico. Se cree que será necesario cursar un máster oficial de psicología clínica y de la
salud que durará 2 años y que incluirá un gran número de horas de prácticas supervisadas. Aparte,
seguirá existiendo la vía PIR, la cual capacitará para realizar cualquier trabajo como psicólogo
clínico y será la única que permitirá ocupar puestos de trabajo que exijan ser especialista en psico-
logía clínica.
Ética y ley - 5
Ahondando más en este aspecto, parece que los Ministerios de Sanidad y Consumo y de Edu-
cación quieren crear un Máster Oficial en Psicología Clínica y de la Salud con Directrices Genera-
les Propias y conseguir así un perfil profesional que cumpla los requisitos exigidos en la ley de
ordenación de profesiones sanitarias (LOPS) y en la Unión Europea. Los mencionados Ministe-
rios han hecho llegar en 2007 al Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos una pro-
puesta cuyo contenido más sobresaliente es el siguiente:
1. Mediante la oportuna norma con rango de Ley se incluirá un artículo adicional en la ac-
tual LOPS, en el que se especifique que todos aquellos Graduados en Psicología que rea-
licen un Máster Oficial en Psicología Clínica y de la Salud con Directrices Generales
Propias, serán considerados profesionales sanitarios.
3. Se establecerá el plazo de un año para desarrollar las Directrices Generales Propias del
Máster en Psicología Clínica y de la Salud.
4. Con respecto a los contenidos del Máster, del total de los 120 créditos que conducirían a
la obtención de dicho título, 60 de ellos corresponderían a la práctica supervisada por un
centro y/o especialista acreditado. La idea que subyace a esta propuesta es que la realiza-
ción de este Máster posibilite igualmente la obtención del Diploma Europeo en Psicolo-
gía (EuroPsy), promovido y apoyado por el Consejo General de Colegios Oficiales de
Psicólogos (CGCOP).
5. Se establecerá que las plazas de Psicólogo que cree el Sistema Nacional de Salud serán
ocupadas únicamente por especialistas.
Es importante aclarar que la propuesta planteada en esta reunión por parte del equipo ministe-
rial tendría que ser apoyada y ratificada por los órganos competentes de las Comunidades Auto-
nómicas, la Comisión de Recursos Humanos del MSC, por la Conferencia de Decanos de Facul-
tades de Psicología y por la propia Organización Colegial, por lo que podría sufrir modificaciones
más o menos sustanciales.
- Responsabilidad penal. Se exige cuando se cometen delitos o faltas, esto es, acciones u
omisiones dolosas o imprudentes penadas por la Ley. Una acción u omisión es dolosa
cuando se realiza con intencionalidad, causando un daño a sabiendas. Una acción u omi-
sión es imprudente cuando se causa un daño sin malicia o dolo; es decir, no hay inten-
cionalidad. La imprudencia puede ser grave o simple (negligencia). Si hay imprudencia
profesional, la pena incluye la inhabilitación para la profesión durante un periodo deter-
Ética y ley - 6
- Responsabilidad civil. Se exige cuando por acción u omisión se causa daño a otro
habiendo culpa o negligencia. Esta responsabilidad puede ser de dos tipos: a) Contrac-
tual. Surge del incumplimiento de un contrato de prestación de servicios psicológicos
previamente establecido. El contrato puede ser escrito o verbal. b) Extra-contractual.
No hay contrato previo, pero el psicólogo no actúa conforme a la Lex artis, esto es, su ta-
rea se aparta de las reglas de actuación profesional, de lo que se supone que debe o no
hacerse.
Existe mala práctica cuando ciertos comportamientos del psicólogo (acciones u omisiones
dolosas o imprudentes, incumplimiento de un deber, errores de comisión u omisión) generan un
daño o perjuicio físico, psíquico, moral o patrimonial a un paciente. En consecuencia, este puede
plantear una queja, reclamación o denuncia ante el colegio profesional, la institución sanitaria o
los tribunales. La mala práctica exige: a) que haya habido relación profesional, b) que el psicólogo
haya actuado inadecuadamente y c) que se haya derivado un daño como consecuencia de este
comportamiento y no de la propia patología del paciente o de una evolución negativa posterior.
Ejemplos de mala práctica serían la incompetencia, la mentira o engaño, la ruptura del secreto
profesional, la discriminación y estigmatización, la explotación, y el comportamiento deshonesto
entre colegas.
COMPETENCIA
Un terapeuta debe conocer el alcance y límites de su competencia, y, por tanto, emplear sólo
aquellas técnicas y trabajar con aquellos casos y problemas para los que tenga el entrena-
miento y experiencia adecuados. De aquí se derivan una serie de normas:
problemas temporales.
HISTORIA CLÍNICA
Por otra parte, según la mencionada Ley Orgánica de Protección de Datos de Carácter Perso-
nal, deben inscribirse en el Registro de la Agencia de Protección de Datos los ficheros auto-
matizados que contengan datos de carácter personal. Entre los aspectos a notificar figuran
necesariamente el responsable del fichero, la finalidad de este, su ubicación, el tipo de datos de
carácter personal que contiene y las medidas de seguridad adoptadas, que deberán ser de nivel alto
por proteger datos sobre salud. Además debe comunicarse a la mencionada agencia los cambios
que se produzcan en la finalidad del fichero, en su responsable o en su ubicación.
CONFIDENCIALIDAD
En primer lugar, conviene remarcar que el código deontológico señala que el psicólogo sólo
recogerá la información estrictamente necesaria para desempeñar las tareas para las que ha sido
requerido y siempre con la autorización del cliente. Dicho esto, la confidencialidad hace referen-
Ética y ley - 8
cia a que la identidad de un cliente y la información proporcionada por este no pueden ser revela-
das sin su autorización expresa. En principio, la información proporcionada sólo puede ser com-
partida libremente con el supervisor (si lo hay) y otros miembros del equipo, aunque conviene
avisar de esto al paciente.
En cuanto a compartir la información con otros profesionales que estén prestando servicios
al paciente (psiquiatra, trabajador social), es recomendable pedir y obtener permiso explícito,
aunque algunos afirman que basta con avisar que se va a hacer y proceder salvo decisión en con-
trario del cliente. De todos modos, cuando se comparta información escrita sobre el cliente (p.ej.,
informes, cuestionarios), es necesario que este dé su consentimiento explícitamente y por escrito.
no tiene regulado por ley el derecho a mantener la confidencialidad; en cambio, de acuerdo con la
ley y el código deontológico de la profesión, tiene el deber de mantenerla siempre que esto no
viole un derecho más importante. En este sentido, el derecho del cliente a la confidencialidad
está limitado en aquellos casos en que el paciente amenaza seriamente con infringir un daño
grave a otras personas o a sí mismo o informa que lo está haciendo; entran aquí los malos tratos o
abuso sexual de los menores de edad o de personas que no pueden dar su consentimiento, la inten-
ción de asesinar, violar o secuestrar a alguien, la tortura, el secuestro, el haber cometido un delito
por el que hay otra persona en la cárcel, el riesgo de contagiar una enfermedad grave (p.ej. el
SIDA) y los planes inmediatos de suicidio (aunque, desde luego, puede haber decisiones de suici-
dio respetables).
Si algo de esto sucede, hay que informar al cliente de las propias obligaciones y adoptar, se-
gún los casos, medidas tales como informar al colegio profesional y a las autoridades, comunicar
el peligro a la/s víctima/s, ponerse en contacto con los familiares (cuando hay riesgo de suicidio)
y/o proceder a la hospitalización ya sea de forma voluntaria, mediante orden judicial previa o me-
diante ingreso forzado que debe comunicarse al juzgado de guardia en un plazo máximo de 24
horas. En los casos en que la ley exija revelar alguna información, sólo se proporcionará
aquella que sea relevante para el asunto en cuestión y se mantendrá en secreto el resto. Es im-
portante que las limitaciones de la confidencialidad sean explicadas al paciente al principio de la
terapia.
1. Unos padres han llevado a su hija de 16 años a tratamiento debido a su fobia social. La mu-
chacha le cuenta al terapeuta que, para superar su miedo social, consume cada fin de semana
cuando sale 2 litros de cerveza y algún porro. La chica no desea que sus padres se enteren.
2. Un cliente con SIDA se niega a informar a su pareja a pesar de seguir manteniendo con ella
relaciones sexuales sin preservativo. El terapeuta ha intentado convencerle de que se lo cuente,
dado los riesgos implicados, pero el cliente sigue negándose.
3. La madre de un niño de 8 años comunica al terapeuta que su marido da con frecuencia grandes
palizas al niño. Ella no quiere denunciarlo por temor a las represalias. El marido se niega a
acudir a la consulta.
5. Una mujer deprimida le comenta al terapeuta que no ve ninguna salida a su situación y que
para seguir así no merece la pena seguir viviendo. Cuando se le pregunta, admite tener elabo-
rado un plan concreto de suicidio. No quiere ser internada ni que nadie de su familia sea in-
formado al respecto a pesar de que existe un claro riesgo de suicidio.
CONSENTIMIENTO INFORMADO
Además, el cliente debe estar libre de presiones y coacción a la hora de mostrar su consen-
timiento y debe poder retirar su consentimiento en cualquier momento. Un aspecto importante a
tener en cuenta es que un paciente tiene derecho legal no sólo a ser informado, sino a renun-
ciar a recibir esta información. En este último caso, ha de hacerse constar la renuncia documen-
talmente, sin que esto quiera decir que no haya de obtenerse el consentimiento del paciente para la
intervención.
Tal como afirma la Ley 41/2002 de 14 de noviembre, básica reguladora de la Autonomía del
Paciente y de Derechos y Obligaciones en Materia de Información y Documentación Clínica
(BOE de 15-11-2002), todo paciente tiene derecho a negarse al tratamiento, salvo en los casos
determinados en la Ley. Así, cuando existe riesgo inmediato grave para la integridad física o psí-
quica del paciente y este no da su consentimiento, puede llevarse a cabo la intervención indispen-
sable a favor de su salud tras consultar, si las circunstancias lo permiten, con sus familiares o per-
sonas vinculadas de hecho.
Cuando se trabaja en una institución (hospitales, prisiones), habrá que tener en cuenta
las necesidades de los pacientes y de la institución. Por ejemplo, en una prisión los administra-
dores pueden estar preocupados por los costos, los guardianes por la seguridad y el orden y los
presos por conseguir un mejor trato y más actividades recreativas. En caso de choque de intereses
y cuando proceda legítimamente, el psicólogo se hará valedor ante las autoridades institucionales
de los intereses de los pacientes.
Una última nota sobre el consentimiento informado hace referencia a la realización de in-
formes psicológicos sobre una persona que el psicólogo no ha visto, pero de la que dispone de
abundante información proporcionada por otra u otras personas: por ejemplo, una mujer que habla
sobre su marido maltratador y de las vejaciones a que la somete o una madre que habla sobre los
abusos sexuales que el marido comete con su hija. Es fundamental tener en cuenta, como afirma
Bermejo (2001/2004), que no se puede emitir un informe psicológico de un adulto no ya sin
que lo sepa, sino sin su consentimiento. Las excepciones a este principio deben venir recogidas
en una norma legal o ser dictadas por una autoridad judicial competente. Por otra parte, cuando se
hagan constar en la historia clínica informaciones que el cliente proporciona sobre una tercera
persona, hay que redactarlas de tal manera que quede claro que es algo dicho por el paciente (“La
paciente dice que su jefe la estuvo acosando sexualmente durante 1 año”) y no necesariamente un
hecho objetivo (“El jefe de la paciente la estuvo acosando sexualmente durante 1 año”).
INTERNAMIENTOS NO VOLUNTARIOS
Ética y ley - 12
Como primer paso para el internamiento se recomienda acudir al facultativo que asiste
normalmente al paciente (en general un psiquiatra, aunque no tendría por qué ser así) y exponer-
le la situación para que, si éste lo considera adecuado, elabore un escrito donde se explique el
diagnóstico del paciente y cuáles son las causas que hacen recomendable el internamiento. Este
escrito se llevará al Juzgado de Guardia en un plazo máximo de 24 horas a partir del inter-
namiento para que el Juez autorice el ingreso.
La Constitución Española en el artículo 17.1 dice que "toda persona tiene derecho a la liber-
tad y a la seguridad. Nadie puede ser privado de su libertad, sino con la observancia de lo estable-
cido en este artículo y en los casos y en la forma previstos por la ley". El artículo 763 de la Ley
de Enjuiciamiento Civil 1/2000 de 7 de Enero dice: "El internamiento por razón de trastorno
psíquico de una persona que no esté en condiciones de decidirlo por sí misma, aunque esté some-
tida a patria potestad o tutela, requerirá autorización judicial, que será recabada del Tribunal del
lugar donde resida la persona afectada por el internamiento. La autorización será previa a dicho
internamiento salvo por razones de urgencia". El juez debe examinar al paciente (en la prácti-
ca, oír el dictamen de un facultativo por él designado) y en el plazo de 72 horas ratificar o no la
medida del internamiento involuntario. Una vez internado, el paciente debe recibir tratamiento y
no estar meramente recluido y su situación debe ser revisada cada cierto tiempo por el juez
(obligatoriamente cada 6 meses) para decidir si procede o no la continuidad del internamiento. En
este sentido, los facultativos deben informar periódicamente al tribunal sobre la necesidad de
mantener el internamiento. Cuando consideren que este no es necesario, darán de alta al paciente
y lo comunicarán inmediatamente al juez.
Conviene señalar que, tal como afirma el artículo 763 de la Ley de Enjuiciamiento Civil
1/2000, para internar involuntariamente a un menor de edad no basta con la autorización de la/s
persona/s que tiene/n la patria potestad; se requiere también la autorización judicial y un informe
de los servicios de asistencia al menor. Además, el ingreso se realizará en un establecimiento de
salud mental adecuado a la edad del menor.
RELACIONES DUALES
Las relaciones duales se dan cuando aparte de la relación profesional, el terapeuta mantiene
otro tipo de relación con el cliente fuera de las sesiones de terapia. Esta segunda relación puede
ser de tipo social, profesional, económica, sexual, etc.; y puede establecerse durante la terapia o
una vez concluida la misma. El Meta-Código de la EFPA (1995) indica que el psicólogo “a) ha
de ser consciente de los problemas que pueden resultar de las relaciones duales y tiene la obliga-
ción de evitar aquellas relaciones duales que reducen la necesaria distancia profesional o pue-
den conducir a un conflicto de intereses o a la explotación del cliente; b) tiene la obligación de no
aprovechar la relación profesional para conseguir intereses personales, religiosos, políticos o
ideológicos; y c) ha de ser consciente de que el conflicto de intereses y el desequilibrio de poder
en una relación pueden mantenerse aún después de que la relación profesional haya terminado,
y de que las responsabilidades profesionales pueden persistir”.
Entre terapeuta y cliente no se considera ético (pueden verse ejemplos de caso en del Río,
2005, cap. 9):
- Las relaciones sexuales o eróticas, el hecho de que el terapeuta comunique a un/a cliente
que se siente atraído sexualmente por él/ella o terminar la terapia con el propósito de
mantener relaciones sexuales con el cliente. La inmensa mayoría de los clientes que han
mantenido relaciones sexuales con sus terapeutas informan de efectos negativos tales
como culpabilidad, vacío, aislamiento, disminución de la capacidad para confiar en otros,
inestabilidad emocional, ira, depresión, aumento de riesgo de suicidio, pensamientos in-
trusos, imágenes no deseadas, flashbacks y pesadillas.
Puesto que no siempre se podrán evitar las relaciones duales, algunos autores han propuesto
Ética y ley - 14
seguir un modelo de toma de decisiones éticas para decidir si debe iniciarse o no una deter-
minada relación dual. Uno de estos modelos es el de Younggreen (2003, citado en del Río,
2005) e incluye los siguientes pasos: 1) ¿Es necesaria la relación dual? 2) ¿Es explotadora? 3)
¿Quién se beneficia de la misma? 4) ¿Hay riesgo de que pueda dañar al paciente? 5) ¿Hay riesgo
de que pueda dañar la relación terapéutica? 6) ¿Estoy siendo objetivo en la evaluación que reali-
zo? (probablemente se requiera consultar con otros colegas o con expertos legales). 7) ¿He docu-
mentado adecuadamente el proceso de decisión en la historia clínica? 9) ¿Se ha discutido el asun-
to con el cliente y ha otorgado este el consentimiento informado respecto a lo riesgos de involu-
crarse en la relación dual?
HONORARIOS
- Cuánto cuesta cada sesión y si hay sesiones que son más caras (p.ej., las de evaluación).
- Cuánto dura cada sesión.
- Cuándo hay que pagar (¿después de cada sesión, por mes?).
- Si hay que pagar por las sesiones canceladas o a las que se ha faltado sin avisar.
- Si hay que pagar por otros servicios (contactos telefónicos breves y extensos, elaboración
de informes, sesiones por internet) y cuánto.
- Qué pasa si no se paga o no se puede pagar una factura.
Cobrar de menos, dejar de cobrar algunas facturas u ofrecer tratamiento gratis cuando no está
justificado (p.ej., por necesidad económica del paciente) transmite un mensaje ambiguo a los pa-
cientes (“¿por qué hace esto el terapeuta?, ¿esperará algo a cambio?”), dificulta que estos pueda
expresar su insatisfacción o disgusto al terapeuta y/o hace que se sientan culpables por ello.
OTRAS CUESTIONES
Mantener al día las historias clínicas actualizadas es una obligación ética. Sin embargo,
como estas historias pueden ser solicitadas por un tribunal, conviene no anotar nada que pueda ser
problemático para uno mismo o para el cliente en ellas. Pueden mantenerse informes separados
para uso personal que se guardan aparte y no forman parte de la historia clínica oficial. Por otra
parte, conviene tener en cuenta que, de cara a un posible proceso judicial, un procedimiento o
intervención no registrado en la historia clínica es probable que sea considerado como no llevado
a cabo. Por lo tanto, conviene que el terapeuta refleje qué acciones realiza con el cliente tanto a
nivel de evaluación como de tratamiento.
Si un paciente que está siendo tratado por otro profesional solicita ayuda simultánea a
un psicólogo, este debe decidir si acepta o no el caso. Si puede haber interferencias entre ambos
tipos de tratamiento, debe comunicárselo al paciente para que elija el profesional que desee; por
tanto, se negará a simultanear los dos tipos de tratamiento.
- Utilizar sistemas de grabación de audio y/o vídeo sin pedir autorización al cliente.
- Aprovecharse de la situación de poder para conseguir ventajas económicas.
- Restringir la libertad del paciente de abandonar el tratamiento y acudir a otro profesional.
Ética y ley - 15
- Desacreditar a otros colegas o profesionales que trabajan con los mismos o diferentes
métodos. Es preciso hablar con respeto de las escuelas y tipos de intervención que gozan
de credibilidad científica y profesional.
- Inmiscuirse en las intervenciones iniciadas por otros psicólogos.
- Avalar con el nombre, firma o título propio la práctica profesional de personas no titula-
das o la realización de actividades vanas o engañosas.
- Emplear la identificación profesional para promocionar productos o servicios.
- Basar la publicidad en los casos exitosos sin considerar aquellos en que se han obtenido
peores resultados.
- Existe una gran división de opiniones sobre lo ético que resulta dar consejos personales
en revistas, radio y televisión; esto es especialmente problemático cuando se presenta in-
formación de manera claramente sesgada.
- El psicólogo que proporciona terapia por internet debe de tener las habilidades necesarias
para comunicarse eficazmente por este medio. Además no puede aplicar una técnica que
no ha sido probada científicamente o aprobada por profesionales entendidos en el tema.
Ética y ley - 16
- Hay que especificar si se ofrecen servicios en tiempo real o por correo electrónico.
- Por lo general, debe pedirse una clara identificación del usuario. En algunas circunstan-
cias puede ser apropiado el anonimato del usuario, pero entonces el psicólogo ha de tener
un cuidado extraordinario y reconocer las dificultades existentes para determinar la vul-
nerabilidad y estatus legal del usuario (p.ej., un niño).
TABLAS
Ética y ley - 17
Cuando usted viene a terapia, espera recibir un servicio e incluso puede pagar por él. Por lo tanto,
necesita estar informado para poder tomar una buena decisión. A continuación se presentan algunas
preguntas que quizá quiera hacer. Hemos hablado ya de algunas de ellas, pero usted tiene derecho a
preguntarme sobre cualquiera de las mismas si lo desea. Si no comprende mis respuestas, pregúnteme
de nuevo.
Terapia
- ¿Cómo funciona su tipo de terapia?
- ¿Cuáles son los posibles riesgos?
- ¿Qué porcentaje de clientes mejora? ¿Cuánto y en qué sentido?
- ¿Qué porcentaje de clientes empeora?
- ¿Qué porcentaje de clientes mejora con otros tratamientos alternativos?
- ¿Cuánto tiempo dura la terapia?
- ¿Qué debo hacer si veo que la terapia no funciona?
- ¿Tendré que realizar alguna prueba? ¿De qué tipo?
Tratamientos alternativos
- ¿Qué otros tipos de terapia o ayuda (p.ej., grupos de apoyo) existen?
- ¿En qué medida funcionan?
- ¿Cuáles son los riesgos de estas alternativas?
Sesiones
- ¿Cuál es la frecuencia de las sesiones?
- ¿Cuánto duran?
- ¿Cómo puedo ponerme en contacto con usted en caso de emergencia?
- Si usted no está disponible, ¿con quién puedo hablar?
- ¿Qué ocurre si me pongo enfermo?
Confidencialidad
- ¿Quién tiene acceso a sus registros?
- ¿Bajo qué condiciones puede usted contar a otras personas las cosas que discutimos? (Amena-
zas de suicidio, homicidio o daños graves a otras personas, abuso o maltrato infantil, ciertos ca-
sos judiciales, supervisores.)
- ¿Tienen acceso a la información otros miembros de mi familia o del grupo de terapia?
Dinero
- ¿Cuánto cuesta cada sesión?
- ¿Cómo hay que pagar, por sesión, al mes?
- ¿Debo pagar por las sesiones a las que no asisto?
- ¿Debo pagar por las sesiones por teléfono? ¿Aunque sean cortas?
- Si pierdo mi fuente de ingresos, ¿podré seguir con las sesiones pagando menos?
General
- ¿Cuál es su formación y experiencia? ¿Está usted colegiado? ¿Está bajo supervisión?
- Si surge algo en la terapia que no podemos resolver, ¿con quién puedo hablar? (supervisor, Co-
legio de Psicólogos)
Previamente hemos tratado muchas de estas cuestiones. Estaré contento de poder explicárselas y de
responder a otras preguntas que pueda tener. Esto le ayudará a tomar una buena decisión. Guárdese
esta hoja y léala detalladamente en casa. Volveremos sobre ella cuando sea necesario.
Nota. Adaptado de Kleinke (1994/1995, págs. 187-188).
Ética y ley - 18
REFERENCIAS
American Psychological Association (APA) (2002). Ethical principles of psychologists and code of conduct.
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Andrés, M.J., Donaire, L., Juárez, C., Hernández, M., de Miguel, J.L. y Guisado, J.A. (2002). Internamientos no voluntarios
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Ética y ley - 19
Pregunta 2. La respuesta es “SÍ” ya que hay un grave riesgo para la vida de otra persona. La
respuesta sería negativa si el cliente usara preservativo o no mantuviera relacio-
nes sexuales de riesgo.
Pregunta 3. La respuesta es “SÍ” porque, en beneficio del niño, la ley obliga a informar a las auto-
ridades competentes de los maltratos físicos y abusos sexuales en la infancia. Un
cuadro muy distinto sería si el padre perdió el control en una ocasión determinada ha-
ce 2 años y le dio una paliza a su hijo.
Pregunta 4. La respuesta es “NO” porque, a pesar del engaño a la pareja, esto no justifica
romper la confidencialidad. No hay un riesgo grave para el cliente o su pareja.
Pregunta 5. La respuesta es “SÍ” ya que hay un grave riesgo para la vida del propio cliente.
La respuesta sería negativa si la cliente tuviera simplemente pensamientos fre-
cuentes de suicidio que estuviera dispuesta a trabajar.
Ética y ley - 20
1
Como afirma textualmente la Ley sobre los Derechos de Información Concerniente a la Salud
y Autonomía del Paciente y la Documentación Clínica del Parlamento de Cataluña (Butlletí Ofi-
cial del Parlament de Catalunya de 28 de diciembre de 2000), el derecho del cliente “no puede ser
en perjuicio ni del derecho de terceros a la confidencialidad de los datos de estos que figuren en
la historia ni del derecho de los profesionales que han intervenido en la elaboración de la docu-
mentación; estos últimos pueden invocar la reserva de sus observaciones, apreciaciones o anota-
ciones subjetivas”.