ANSIEDAD
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ANSIEDAD
Aunque la prevalencia de los trastornos por ansiedad en la población constituye uno de los
problemas más frecuentes en nuestra sociedad actual, partimos de un concepto de la
ansiedad basado en la normalidad.
La podríamos definir, como una "respuesta de anticipación involuntaria del organismo frente
a estímulos que pueden ser externos o internos y que son percibidos por el individuo como
amenazantes".
Se trata de una señal de alerta adaptativa que advierte sobre un peligro inminente y que
permite a la persona movilizar las medidas necesarias para enfrentarse a una amenaza.
La ansiedad comprende las reacciones de las personas ante situaciones que perciben como
negativas o inciertas.
Por ejemplo, ante los exámenes finales o dar una charla en público, es normal sentir
síntomas de ansiedad, ya que el sujeto ha de enfrentarse a una situación nueva y
reaccionar de forma adaptativa.
La ansiedad, nos ayuda a poner en marcha nuestros propios recursos para hacer frente a
una circunstancia difícil.
Según el contexto, puede ser usada para explicar el miedo, la preocupación excesiva, la
tensión, una reacción de hiperactivación física, la angustia, etc.
Como concepto, la ansiedad no ha de referir un estado negativo del sujeto, sino una
normalidad que como veremos más adelante depende de diversos factores.
Más adelante, expondremos los aspectos concretos de cada uno para conocer sus
características diferenciales.
¿Qué es la ansiedad?
Las personas interaccionamos con nuestro entorno constantemente.
Con el paso del tiempo, hemos desarrollado mecanismos de adaptación para preservar
nuestra especie en diferentes circunstancias.
Uno de los mecanismos de alerta y defensa que cumple esta función es la ansiedad.
Ante una situación que nos provoca tensión incrementamos nuestra actividad cognitiva,
emocional, física y conductual.
Son reacciones adaptativas a las demandas del medio en que vivimos.
La ansiedad es un mecanismo adaptativo que nos ayuda a activar una alerta ante sucesos
que vivimos como peligrosos.
Este grado de alerta nos aporta un equilibrio para afrontar los diversos desafíos que vamos
encontrando.
Cuando una circunstancia nos afecta en exceso, las reacciones pueden acompañarse de
emociones desagradables como el miedo, la ira, la tristeza, etc.
El estado emocional está muy ligado a nuestras respuestas, y delante de una misma
situación cada persona puede reaccionar de forma diferente.
La ansiedad activa al organismo frente a situaciones que la persona vive como peligrosas,
ya sean reales o no.
Estas respuestas, funcionan como un mecanismo interno que nos permite defender
nuestros intereses delante de estímulos adversos.
Los pensamientos negativos que experimenta la persona marcan la línea entre la reacción
sana o la evolución hacia una patología.
Frente a un accidente de tráfico por ejemplo, es lógico sentir signos de ansiedad en los días
posteriores y que vayan desapareciendo gradualmente. Pero también, nos podríamos
encontrar con individuos, que a raíz del accidente desarrollen un miedo extremo a volver a
conducir por el temor a que se repita la misma situación. El mismo factor externo, un
accidente, puede ser vivido de forma distinta en cada persona y evolucionar hacia un
trastorno de ansiedad o no.
Ante una demanda es necesario movilizar un cierto estado de alerta que nos permita una
activación psicológica y física, para poder reaccionar con capacidad de anticipación.
La anticipación es necesaria para poder prepararnos con tiempo, y nos ayuda a equilibrar
los signos de alerta de forma natural.
Por ejemplo, en el examen para obtener el carnet de conducir, es lógico sentir síntomas
ansiosos, ya que nuestras capacidades de conducción están siendo evaluadas para decidir
si eres una persona apta o no apta.
En este caso, la ansiedad actúa como una reacción sana y nos ayuda de forma eficiente a
contrarrestar el desequilibrio de una amenaza donde o se pierde o se gana.
La ansiedad moderada nos moviliza para permanecer concentrados y para hacer frente a
los retos. En niveles normales es necesaria e imprescindible para responder de forma
eficiente frente a un peligro.
Nos ayuda en el desarrollo correcto de nuestra personalidad desde la infancia y nos aporta
un aprendizaje positivo para conseguir nuevos retos.
Para poder evaluar si la ansiedad es sana o tóxica, nos debemos fijar en si ayuda realmente
a resolver el problema que nos preocupa.
La ansiedad tóxica, genera un círculo vicioso entre los pensamientos, las respuestas y las
emociones.
Este tipo de pensamientos perjudican asimismo que las reacciones futuras sean efectivas.
La ansiedad, cuando aparece de forma tóxica, se suele presentar como una vivencia
dolorosa y condiciona nuestra vida cotidiana.
Son múltiples los factores que pueden influir en su evolución, aunque por su importancia,
destacaría los siguientes:
Estos aspectos nos pueden orientar sobre si la ansiedad que sentimos se puede convertir
en un problema más grave a largo plazo.
La ansiedad en cada persona se manifiesta de forma diferente, aunque estos factores son
vitales para descubrir el grado de ansiedad que muestra un individuo.
Cada persona posee un historial propio de vivencias y sería complicado generalizar.
Aunque los organizamos en tres grandes grupos para explicarlos más específicamente,
cada uno está relacionado con los otros dos.
1. Cognitivos (pensamientos).
2. Fisiológicos (físicos).
3. Motores o conductuales.
1. El componente cognitivo:
Este factor marca la influencia de los pensamientos y emociones sobre la respuesta que
cada sujeto muestra.
2. El componente fisiológico:
Cuando la ansiedad es muy excesiva suele manifestarse una elevada activación fisiológica
del cuerpo, hecho que ayuda a aumentar todavía más la sensación subjetiva de ansiedad.
Dentro de este aspecto, incluiríamos el grupo de conductas que realiza un sujeto dirigidas a
evitar, huir, luchar, etc., para liberarse de la percepción de amenaza.
Existe una relación muy vinculante en la ansiedad entre estos tres grandes aspectos, ya
que la aparición de uno de ellos influye en el incremento del otro directamente.
En los tratamientos terapéuticos se intenta que los sujetos que padecen un cuadro
sintomático aprendan a detectar los factores que inician el proceso, para así poder frenar la
activación posterior.
Reconocer los primeros indicios de ansiedad permite al individuo evitar que el proceso
progrese.
Síntomas cognitivos
La presencia de síntomas cognitivos abarca una serie de alteraciones en la forma de
percibir y razonar la realidad.
De igual manera, existen otros síntomas diferentes que pueden aparecer en los trastornos
de ansiedad y que no hemos detallado.
Síntomas físicos
En la lección sobre la ansiedad sana ya comentamos que pueden aparecer para activar una
alerta y ayudar al sujeto a reaccionar.
En los trastornos de ansiedad este umbral de reacción no se podría considerar como una
ayuda ni una respuesta lógica.
Las respuestas físicas se mostrarían como una reacción involuntaria del organismo que el
sujeto no puede controlar. Por tanto, el sujeto las viviría como desagradables y
desproporcionadas. Este tipo de sintomatología responde a una activación automática del
sistema nervioso.
Como ya hemos visto, se puede movilizar ante estímulos que se perciben como
amenazantes, pero también se pueden accionar por pensamientos, imágenes, emociones,
etc.
De todos los tipos de síntomas, los físicos son los que frecuentemente el sujeto interpreta
com más molestos.
Por ejemplo, frente a un ataque de angustia, el sujeto podría interpretar que su corazón no
funciona de forma adecuada y acudir al médico por sentir palpitaciones, sudores, mareos y
taquicardias.
En los departamentos de urgencias es habitual que se presenten personas que creen estar
sufriendo un ataque al corazón, ya que el sujeto puede confundir los síntomas con una
enfermedad de origen físico.
Son cambios que el sujeto que padece un trastorno de ansiedad incorpora a sus hábitos
para sobrellevar las situaciones que percibe como peligrosas.
Son modificaciones en la conducta del sujeto que conscientemente o no, considera que le
ayudan a contrarrestar la ansiedad y el miedo.
Por ejemplo, un individuo con un trastorno por agorafobia que evita subir a un ascensor por
temor a sufrir una crisis de angustia. Esta conducta no estaría basada en un peligro real. El
sujeto la percibe como amenazadora debido a su trastorno y al temor intenso que siente. La
anticipación subjetiva de un posible desenlace adverso si sube en el ascensor, lo compensa
modificando su conducta lógica.
Este tipo de síntomas conductuales de evitación, son muy frecuentes en los trastornos de
ansiedad.
Impulsividad.
Agitación.
Intranquilidad motora.
Conductas de evitación.
Hiperactividad.
Bloqueo afectivo.
Alteraciones del estado de ánimo como llorar.
Irritabilidad intensa.
Verborrea (no dejar de hablar).
Conductas repetitivas (rascarse, tocarse, tics).
Paralizarse o sentirse bloqueado.
Conductas de huida.
Aislamiento social.
Agresividad verbal o física.
Mutismo.
Dificultad para seguir el hilo de una conversación.
Tartamudeo.
Temblores nerviosos.
Moverse de un lado para otro.
Reacciones desproporcionadas ante un estímulo.
Tendencia a las adicciones (fumar, beber en exceso, consumo de drogas, etc.).
Las emociones y la ansiedad
Las emociones están formadas por la información interna que posee cada persona como
son los recuerdos, los afectos, el aprendizaje, las sensaciones, las experiencias
individuales, etc.
La interpretación de una situación dependerá de las emociones que sienta una persona.
Por ejemplo, si vive con emoción positiva una circunstancia, la podría percibir como más
agradable que en el caso de sentir una emoción negativa.
Las emociones son respuestas que surgen ligadas al estado de ánimo de un individuo y van
asociadas a cambios corporales del sistema nervioso.
Por ejemplo, delante de una situación amorosa positiva, se experimentan unos cambios
físicos como la sudoración, el aumento de la tasa cardíaca, etc., que van ligadas a una
emociones agradables. Estos mismos síntomas físicos en cambio, se viven como
desagradables si van relacionados a un estado de miedo o ira hacia la persona.
En el caso que proponíamos anteriormente, la reacción física ante la persona que amas no
es la misma que ante un desconocido. Esta reacción física está filtrada por las emociones
que sentimos en cada contexto.
Las emociones están interrelacionadas con todos los aspectos del organismo.
Por esta razón, la mayoría de tratamientos psicológicos, se basan en detectar este tipo de
pensamientos y enseñar al paciente a modificarlos.
La importancia de conocer qué son es básica para poder contrarrestarlos y cambiarlos por
pensamientos positivos.
Algunas personas, poseen una elevada presencia de pensamientos negativos sin saberlo,
ya que han desarrollado con el tiempo un sistema de pensamiento automático.
Los pensamientos automáticos fluyen sin que el sujeto sea consciente de su presencia, por
lo que es incapaz de identificarlos y juzgar su veracidad.
Los pensamientos negativos perjudican nuestra mente y nuestro cuerpo, ya que son
capaces de sugestionar las diferentes emociones que sentimos.
Ejercen un significativo papel de filtro emocional del que dependen nuestras respuestas de
ansiedad.
Además de perjudicar las relaciones con las otras personas en diversos ámbitos (familiar,
laboral, social, de pareja, etc.) los pensamientos negativos afectan de forma nociva el
mundo interior del individuo.
Este funcionamiento erróneo del pensamiento perjudica la percepción que tenemos sobre
hechos objetivos o sobre nosotros mismos.
Tomemos como ejemplo el problema de la baja autoestima. Cuando la persona se efectúa
autocríticas constantes sobre él mismo, sobre sus capacidades o sobre cómo cree que le
valoran los demás, acaba convencido de que sus reproches son ciertos y es incapaz de
valorarse de forma real. En consecuencia, su autoestima disminuye y se desencadena un
malestar personal que está basado en pensamientos irracionales. Este tipo de proceso
cognitivo alterado, puede provocar síntomas ansiosos.
John Paul Flintoff, en su libro "Cómo cambiar el mundo" nos describe diez de los grupos de
pensamientos negativos más habituales:
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La anticipación en la ansiedad
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La anticipación en la ansiedad
Algunas de las actividades a las que nos enfrentamos en la vida cotidiana nos producen
ansiedad anticipatoria.
Esta anticipación tiene diferentes grados de intensidad, y en algunos sujetos visualizan una
experiencia futura de forma distorsionada.
Un ejemplo claro sería no acudir a una entrevista de trabajo por temor a no cumplir el perfil
que han demandado o creer que los demás estarán más capacitados para el puesto. La
anticipación a nivel negativo en este caso nos estaría provocando pensamientos que
creemos como verídicos y que nada tienen que ver con el resultado real de la entrevista. No
asistir a la cita es un caso de conducta de evitación, ocasionada por una alteración en los
pensamientos anticipatorios del sujeto sobre el posible desenlace.
En su grado máximo, la ansiedad anticipatoria aparece muy ligada a los trastornos de
ansiedad patológicos (fobias, ataques de pánico, etc.) y a las conductas de evitación.
En las próximas lecciones conoceremos un poco más de cada uno de estos trastornos de
ansiedad.
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Estrés y ansiedad
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Estrés y ansiedad
El entorno que nos rodea (el trabajo, la familia, la sociedad, etc.) puede provocar un cierto
estado de inquietud en la vida diaria.
Si estas demandas ambientales son elevadas, el sujeto moviliza unos recursos adaptativos
para compensarlas.
Ejemplos habituales de agentes estresores pueden ser: el divorcio, los problemas de salud
propios o familiares, las relaciones sociales conflictivas, los problemas con los hijos, las
relaciones de pareja negativas, las dificultades económicas, el exceso de trabajo, etc. Todas
estas situaciones pueden actuar como desencadenantes y crear etapas donde las personas
se sientan especialmente más vulnerables y estresadas.
Si las demandas a las que debe responder una persona no se perciben en equilibrio con las
respuestas que ofrece, puede surgir un trastorno ansioso.
El exceso de estrés con el tiempo puede provocar un trastorno de ansiedad, pero siempre
aparece asociado a otros aspectos personales.
En la aparición de la ansiedad, las causas pueden ser diversas, pero la persona que está
sometida a una situación estresante es más vulnerable a desarrollarla.
El estrés puede provocar ansiedad, pero no todos los sujetos que muestran ansiedad tienen
en su origen una situación estresante.
Pablo desde hace meses está soportando un trabajo excesivo en su oficina. Sufre un
ataque de angustia y acude al hospital. El especialista le diagnostica un trastorno de
ansiedad con crisis de pánico. Le recomienda unas vacaciones o una baja médica para
poder recuperarse, ya que refiere el estrés laboral como desencadenante de las crisis.
Decide pasar un tiempo apartado del trabajo y seguir un tratamiento. Sin embargo Pablo,
alejado del agente estresor sigue padeciendo ataques de ansiedad. En este caso concreto,
el estrés laboral ha actuado como desencadenante, pero una vez ha desaparecido el
agente estresor la sintomatología ansiosa sigue manteniéndose.
Los trastornos de ansiedad no son siempre producto del estrés, ya que en su origen y
mantenimiento se implican múltiples factores.
Por ejemplo, una discusión con el jefe en el trabajo o con la pareja nos puede poner en
alerta y activarnos para responder eficazmente en ese contexto.
Las personas que presentan el rasgo de personalidad ansiosa muestran más propensión al
miedo, a la inestabilidad emocional, a preocuparse excesivamente por todo y a sentirse
tensos.
Tener una personalidad ansiosa hace que atendamos de forma diferente lo que sucede en
nuestro entorno, pero inicialmente siempre ha de contemplarse desde el punto de la
normalidad.
Por ejemplo, reaccionar con cierta ansiedad ante unas pruebas médicas estaría dentro de la
normalidad. Sentirse ansioso y desarrollar pensamientos negativos, crisis de angustia,
insomnio y malestar creyendo que serán unos resultados desastrosos, no.
La mayoría de autores, consideran que las personas con una personalidad ansiosa tienen
una mayor predisposición para desarrollar problemas psicológicos relacionados con los
trastornos de ansiedad.
Esto no implica que la persona que tiene unos rasgos ansiosos como forma de funcionar
deba de desarrollar un posible trastorno patológico.
No poder comer en presencia de otras personas por miedo a tener un ataque de ansiedad y
desarrollar conductas de evitación de situaciones sociales, sería un ejemplo de patología
ansiosa.
Son de gran utilidad ya que especifican los criterios exactos que deben presentar cada uno
de ellos.
Más adelante veremos su clasificación y comentaremos las particularidades de los
trastornos más conocidos y algunos ejemplos prácticos.
Cada trastorno específico muestra unos síntomas característicos que nos ayudan a realizar
un diagnóstico diferencial.
La sintomatología nos permite elaborar un diagnóstico del tipo de trastorno de ansiedad que
padece un sujeto.
Por ejemplo, el cuadro sintomático de una persona con fobia puede tener aspectos
comunes con el de crisis de angustia, pero existen signos característicos en cada uno que
nos permiten elaborar un diagnóstico diferente aunque los dos formen parte del grupo de los
trastornos por ansiedad. Entre los dos diagnósticos podemos encontrar signos comunes,
pero analizar todos los factores nos permite diferenciarlos y establecer una valoración
exacta del problema.
Existen unos síntomas característicos que permiten clarificar si se trata por ejemplo de una
fobia o de un trastorno por estrés postraumático, ya que es necesario cumplir unos criterios
particulares para poder definir cada tipo de trastorno.
Estos aspectos se presentan como comunes en casi todos los tipos de trastornos de
ansiedad.
Aunque aparezca una sintomatología similar, en los trastornos de ansiedad también los
síntomas varían de un diagnóstico a otro.
Dos personas que padecen una fobia social, por ejemplo, presentan signos comunes de
esta enfermedad pero en cada caso aparecen también aspectos propios diferenciales.
Existen diversos grupos de clasificaciones de los síntomas, según los especialistas en los
trastornos de ansiedad.
Nosotros utilizaremos la más explicativa para organizar los tipos de síntomas que pueden
presentarse:
Conductuales: incluiría el grupo de síntomas más evidentes des del exterior ya que serían
modificaciones de nuestra conducta habitual.
Las conductas de evitación de actos sociales que realizan las personas con fobia social o
las compulsiones son un buen ejemplo.
Fisiológicos: englobaría los síntomas físicos que producen alteraciones en nuestro cuerpo.
La mecánica de nuestro organismo se vería modificada sin que se presentara una causa de
origen físico como una enfermedad.
Como ejemplo, tendríamos los dolores de cabeza tensionales, el insomnio, las contracturas
musculares, etc.
Es muy importante insistir en que los tres grandes grupos de síntomas no actúan
independientemente.
La fobia social provoca conductas de evitación social para que la persona se sienta
protegida
Veamos como ejemplo un caso práctico:
Marta, ha sido diagnosticada de fobia social. Tiene un miedo irracional a interaccionar con
otras personas o realizar actividades sociales. Aunque trabaja sola en casa con el
ordenador (sería una conducta de evitación que la hace sentir protegida) se ha organizado
una reunión con todo el grupo laboral donde se ve obligada a asistir. Lleva días con
pensamientos recurrentes sobre el acto, y presenta insomnio y taquicardia por las noches.
Ella percibe este malestar y su temor aumenta cada día más, al mismo tiempo que sus
razonamientos son cada vez más irreales. Tiene miedo a no ser aceptada y a ser juzgada
negativamente por sus compañeros. El día anterior manifiesta fiebre, dolores estomacales,
vómitos y vértigo, por lo que decide no asistir a la reunión anual. Posteriormente se siente
mal, con baja autoestima, inseguridad y culpabilidad por no haber sido capaz de asistir a
causa de su miedo.
Si nos fijamos, en el caso de Marta, aparecen los tres tipos de síntomas de los que
hablamos: los pensamientos (psicológicos), los físicos y los conductuales.
Cada uno de ellos al incrementarse provoca que los demás grupos de signos aumenten.
En las siguientes lecciones, especificaremos una lista de los síntomas más frecuentes que
suelen asociarse con cada tipo de trastorno de ansiedad.
Factores implicados en el origen y en el mantenimiento de los trastornos de ansiedad
Tal como hemos comentado anteriormente los cuadros de ansiedad son diferentes en cada
individuo y se viven de forma distinta.
Un trastorno de ansiedad, por ejemplo, puede tener influencia de la herencia genética del
propio individuo y encontrar en la familia más sujetos con trastornos similares.
Las causas de la ansiedad son diversas y con frecuencia las encontramos relacionadas
directamente entre ellas.
Cuando se produce un estado de activación insano de la ansiedad, es difícil hablar de una
sola causa. En el desarrollo de un trastorno de ansiedad intervienen múltiples factores que
pueden desempeñar un papel notable y de los que dependerá su evolución.
Normalmente se utiliza el historial clínico personal y familiar para encontrar una relación
directa entre el trastorno y la personalidad previa o la prevalencia del problema en familiares
cercanos.
Existen factores no biológicos que pueden activar la ansiedad por causas diversas y no solo
la predisposición física.
Factores desencadenantes:
Los factores desencadenantes tienen un papel importante en la evolución de la ansiedad
normal hacia la patología. Algunas personas con una predisposición constitucional previa
pueden no desarrollar un trastorno de ansiedad, y en cambio otras que parecerían menos
vulnerables sí.
Por ejemplo, una separación conyugal traumática, un proceso de duelo por la pérdida de un
ser querido, un atraco agresivo, la enfermedad de un hijo, una situación de estrés durante
un largo período, etc., son tipos de desencadenantes que pueden crear temor,
preocupación, inquietud durante un largo tiempo y evolucionar hacia algún tipo de trastorno
más grave.
Todas ellas provocarían una reacción de alerta inicial en cualquier persona: la diferencia
estaría en la dificultad para poder superar estos síntomas y que con el tiempo se
cronificarán, dando lugar a una patología.
Dentro de estos factores desencadenantes, también incluiríamos el consumo de
estimulantes y drogas que afectarían a nuestro sistema nervioso y que provocarían
síntomas o trastornos similares.
La historia personal del sujeto, sus pensamientos y sus alteraciones conductuales crean un
círculo vicioso distorsionado que mantiene el problema.
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Causas de la ansiedad
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Causas de la ansiedad
Dentro de los tres tipos de factores anteriores (predisponentes, desencadenadores y
mantenedores) se englobarían las diferentes causas que con más frecuencia se manifiestan
en los trastornos de ansiedad.
El mecanismo de respuesta, sufre unas modificaciones que convierten las reacciones sanas
en un trastorno patológico.
Entre las causas más frecuentes que podemos observar destacamos las siguientes:
Genéticas: la ansiedad puede heredarse mediante los genes y originar una predisposición
innata en un individuo. Los estudios genéticos con personas afectadas, demuestran que la
probabilidad de padecer un trastorno de ansiedad es más alta entre familiares de primer
grado. Esto no implica que una persona por tener una predisposición en los genes hubiera
de padecer un trastorno de ansiedad. En la información que se traspasa de padres a hijos
tiene un gran peso la educación y el aprendizaje y no solo los genes.
Bioquímicas: algunas sustancias del cerebro como los neurotransmisores (mensajeros
químicos del cerebro) pueden modificar las respuestas de ansiedad e influir en su evolución.
Los tratamientos farmacológicos que se aplican en los trastornos de ansiedad, acostumbran
a dar resultados positivos cuando se combinan con terapias psicológicas.
Personalidad ansiosa: algunas características de la personalidad ansiosa como rasgo,
predisponen a un sujeto a incrementar la posibilidad de sufrir un trastorno de ansiedad. Un
patrón de respuesta ansioso puede resultar un factor de riesgo que aporte mayor
vulnerabilidad para que evolucione hacia una patología. Por sí sola, no implica un desarrollo
patológico de la ansiedad, aunque puede influir en su mantenimiento y en su origen.
Eventos traumáticos: ante una situación extrema, como vivir por ejemplo un atentado o una
agresión intensa, un sujeto puede desarrollar un trastorno de ansiedad. Esta sensación,
puede disminuir cuando pasa el tiempo o bien perpetuarse de forma crónica y evolucionar
hacia un trastorno. Un ejemplo claro sería el trastorno por estrés postraumático, del que
hablaremos más adelante.
Situaciones vitales significativas: la aparición de un trastorno de ansiedad no requiere de la
existencia de un evento realmente traumático. Diversos estudios muestran que situaciones
vitales como ser padres, un embarazo, una situación económica preocupante o un
accidente doméstico, por ejemplo, pueden ejercer un papel desencadenante en un proceso
ansioso.
Circunstancias estresantes: padecer una situación de estrés durante una larga etapa puede
ocasionar una reacción no adaptativa de la ansiedad. La que sería una respuesta
momentánea a una situación estresante, no se desactiva con el paso del tiempo y
evoluciona hacia en un trastorno de ansiedad.
Consumo de tóxicos o fármacos: el alcohol, algunos fármacos, las drogas y el exceso de
consumo de cafeína también pueden originar diferentes trastornos relacionados con la
ansiedad.
Enfermedades físicas: algunas enfermedades físicas, como el hipotiroidismo por ejemplo,
pueden provocar un trastorno de ansiedad generalizado. Su origen es físico y secundario a
la enfermedad que padece el individuo como parte del cuadro clínico.
Mantiene una estructura interior muy compleja, relacionada con el individuo y con los
acontecimientos que ha vivido.
Pero los individuos con trastorno por ansiedad generalizada, se preocupan excesivamente
en general por todo sin que exista una razón lógica.
Es uno de los trastornos más frecuentes en el mundo occidental y se presenta con mayor
prevalencia en las mujeres que en los hombres.
Las preocupaciones pueden estar ligadas al contexto del trabajo, la familia, la salud, las
relaciones interpersonales, etc.
Al individuo le resulta difícil controlar este estado de malestar constante aunque pueda ser
consciente de su falta de veracidad.
Esta inquietud puede influir en el deterioro de la vida personal, social y laboral aunque
normalmente no es un trastorno grave.
Los pacientes con este trastorno a menudo se sienten desbordados y desmoralizados por
este problema.
La psicoterapia cumple una función muy importante para ayudar a manejar estos síntomas y
ayudar al sujeto a enfrentar la preocupación excesiva que le producen determinadas
situaciones.
Es importante destacar la diferencia entre padecer este trastorno y mostrar ansiedad en
momentos concretos ante una situación conflictiva. El diagnóstico sólo se confirmará si
existe una cronicidad de como mínimo seis meses
Los síntomas físicos que acompañan a una crisis de angustia son muy intensos y se
manifiestan de forma súbita:
Junto a estos síntomas físicos, aparecen también una serie de pensamientos de pérdida de
control, miedo a morir, miedo a volverse loco, sensación de irrealidad, ganas de escapar,
etc.
Estos pensamientos catastrofistas, aumentan todavía más las respuestas fisiológicas del
sujeto provocando una reacción más desconcertante.
La persona que sufre una crisis de angustia, interpreta todos estos signos de forma
incorrecta y con un gran temor e incertidumbre.
Por ejemplo, puede aparecer de forma imprevisible mientras se pasea por la calle,
conduciendo, en el supermercado, en una fiesta, en una conferencia, en el cine, etc.
No son ser contextos donde el sujeto se sienta amenazado por factores externos y no
espera que sucedan.
Este factor sorpresa crea un sentimiento de indefensión y acaba asociando diversos lugares
con el miedo a la aparición de las crisis.
Las personas con ataques de angustia desarrollan un temor secundario a que estas crisis
puedan de nuevo repetirse.
La presencia de conductas de evitación es muy frecuente en las personas que sufren crisis
de pánico.
Esta preocupación recurrente le provoca que evite determinadas situaciones o lugares por
miedo a que se desencadenen de nuevo.
Al sufrir una crisis, el pensamiento del sujeto anticipa su repetición con un gran temor y lo
generaliza a diferentes contextos.
Los síntomas tan intensos que poseen las crisis de pánico, crean en la persona un gran
miedo a volver a sufrir un ataque.
Esto provoca que se desarrolle una fobia o miedo intenso a enfrentarse a diferentes
situaciones.
Ansiedad y nerviosismo.
Ataques de pánico.
Temblores.
Sudoración.
Ritmo cardíaco acelerado.
Pensamientos negativos.
Mareos y vértigo.
Desmayo.
Dificultad para respirar.
Agitación motora.
La agorafobia y las crisis de pánico se pueden presentar asociadas
Los pensamientos de miedo en la persona con agorafobia y ataques de pánico van dirigidos
habitualmente a:
Miedo a desmayarse.
Miedo a tener un ataque al corazón.
Miedo a asfixiarse.
Miedo a perder el control.
Miedo a sentir miedo.
Miedo a estar solo.
Miedo a estar en lugares de los que no pueda escapar.
Miedo a que ocurra algo negativo.
El sujeto agorafóbico por ejemplo, puede empezar a sentir ansiedad anticipatoria cuándo se
prepara para salir a comprar.
Sus sensaciones de miedo son elevadas, ya que anticipa unos resultados desastrosos si se
expone a la situación.
El miedo y los síntomas ansiosos pueden ser más intensos durante la anticipación previa
que durante la exposición al lugar temido.
Las conductas que realiza el sujeto para protegerse provocan que evite cada vez más
situaciones.
Las obsesiones.
Las compulsiones.
Las compulsiones: son comportamientos repetitivos que impulsan a realizar una conducta
reiteradamente para aliviar la ansiedad.
Pueden ser conductas repetitivas, como lavarse las manos u ordenar objetos, o actos
mentales como contar palabras en silencio o repetir frases.
Las compulsiones que realiza un sujeto tienen el objetivo de prevenir o reducir su malestar
ante las obsesiones.
Mediante estas conductas insistentes que se siente obligado a ejecutar, desea librarse de
los pensamientos que le atormentan.
Esta acción repetitiva puede reconocerla como excesiva, aunque no es capaz de controlarla
ya que le ocasionaría una angustia desmesurada.
Conductas relacionadas con la limpieza, como lavarse las manos, fregar el suelo, no pasear
por lugares como hospitales o cerca de contenedores.
Rituales de orden: ordenar escrupulosamente todo de mayor a menor, por colores, colocar
todo en posiciones exactas, intentar que esté siempre en un orden establecido, etc. Un
pequeño cambio en la colocación de sus objetos le produce una gran intranquilidad.
Conductas repetitivas, como santiguarse cinco veces seguidas, tocar un objeto un número
de veces exacto, contar números, repetir palabras o frases en silencio, contar al andar las
baldosas del suelo, tocar diez veces el pomo de la puerta antes de abrir, apagar y encender
la luz siempre un mismo número de veces, etc.
Conductas de verificación, como comprobar muchas veces haber cerrado la puerta bien,
revisar si el gas está encendido o la plancha enchufada por ejemplo.
Todas estas conductas se realizan en forma de rituales según las obsesiones de cada
individuo.
Pueden ser más o menos incapacitantes, dependiendo del número y tipo de compulsiones
que manifieste.
Es frecuente que una persona con un trastorno obsesivo compulsivo muestre diferentes
obsesiones y conductas repetitivas relacionadas.
Una película que nos expone un caso muy explicativo y práctico de este trastorno es "Mejor
imposible" (1997), de Jack Nicholson.
Fobia específica
Consideramos una fobia como el miedo intenso a un objeto, animal, actividad o situación
concreta.
Por ejemplo, el miedo a volar, a las alturas, a los insectos, a las arañas, a los espacios
cerrados, a las inyecciones, a la sangre, al agua, a la oscuridad, a los gérmenes, etc.
El sujeto con una fobia diagnosticada como trastorno, no siente un miedo lógico, sino un
miedo irracional que provoca estados de ansiedad muy intensos.
La persona que padece una fobia específica, siente verdadero pánico si anticipa un
supuesto contacto con el objeto o situación que le genera el temor.
Esta situación puede ocasionar que el sujeto sufra verdaderos ataques de angustia y que su
vida cotidiana se vea afectada.
Una consecuencia muy típica en las personas con fobias, es que acostumbran a desarrollar
conductas de evitación.
Las conductas de evitación, son aquellos comportamientos que el sujeto realiza con el
objetivo de protegerse del miedo que siente.
Están muy relacionadas con el pensamiento de anticipación ansiosa del que hablamos en
lecciones pasadas.
No todas las fobias resultan igual de limitantes para todos los afectados.
Por ejemplo, en el caso de una persona con fobia a volar. Si se trata de un sujeto que no
necesita subir a un avión en ninguna ocasión, la afectación no sería la misma que en un
deportista de élite que necesita continuamente volar hacia diferentes países para competir.
La persona puede desarrollar momentos de ansiedad significativos solo con pensar en estar
expuesto a la amenaza.
Pongamos como ejemplo el caso anterior de una persona con fobia a volar (aerofobia). El
miedo a volar en avión es común. Los pasajeros habitualmente sienten una cierta inquietud
al despegar y aterrizar. Las personas que sufren aerofobia sienten un miedo tan intenso que
les impide planear un viaje en avión o muestran un elevado malestar y ansiedad con sólo
anticipar un viaje futuro. Esta sería la gran diferencia entre sentir un miedo lógico y una
fobia.
Las fobias específicas, son un trastorno psiquiátrico común y existen numerosas terapias.
Entre las fobias más frecuentes destacamos a modo de ejemplo (citados en el DSM.IV):
Animales: temor a animales o insectos como arañas, serpientes, ratas, perros, pájaros, etc.
Situacionales: temor a espacios cerrados, a túneles, a transporte público, aviones, coche,
etc.
Ambientales: por ejemplo temor a las tormentas, relámpagos, contaminación, fuego, alturas,
etc.
Salud: temor a la sangre, inyecciones, al atragantamiento, a la muerte, etc.
La fobia social
En la lección anterior, explicamos lo que eran las fobias.
Es una de las fobias más limitantes para las personas, ya que interfiere de forma intensa en
su vida cotidiana.
Es normal que algunas actividades personales nos puedan crear una cierta inquietud.
El sujeto con fobia social, padece un temor acusado y persistente hacia las situaciones
sociales o actuaciones en público.
Cuando se ve expuesto a este tipo de circunstancias, puede sufrir una crisis de angustia o
una respuesta inmediata de ansiedad.
Este factor provoca que aumente su temor todavía más y anticipe que puedan repetirse los
síntomas ansiosos.
El individuo teme ser evaluado por los demás y que se percaten de la gran ansiedad que
siente.
Algunos de los síntomas visibles que pueden manifestar son sudoración excesiva, temblor
en la voz, palpitaciones, rubor etc.
La persona con fobia social, es consciente de estos síntomas y desarrolla un miedo intenso
a estas situaciones sociales.
Por ejemplo, puede manifestar pensamientos negativos del tipo "van a pensar que soy una
persona rara", "todo el mundo me está mirando", "me rechazarán porque verán que estoy
nervioso", "pareceré asustado", "estoy haciendo el ridículo", etc.
Aunque el sujeto reconoce que este temor es irracional, experimenta una intensa ansiedad
hacia los contextos que no pertenecen al ámbito familiar.
Como consecuencia a este elevado malestar, evita cualquier tipo de situación social con el
objetivo de controlar que no se repita.
Este dato, es básico para su diagnóstico y no debemos confundirlo con la persona tímida o
vergonzosa.
Estas evitaciones que realiza son las que agravan y mantienen el problema.
Veamos algunas de las conductas que pueden mostrar las personas con fobia social:
Por ejemplo, una persona puede desarrollar un trauma a causa del accidente grave de
tráfico de un hermano y presentar toda la sintomatología para su diagnóstico sin que sea
necesario que ella misma haya padecido un accidente.
Consideramos normal sentirse alterado durante un cierto tiempo después de estar expuesto
a una situación de estrés máximo.
Las imágenes del hecho traumático se recuerdan una y otra vez de forma involuntaria,
provocando reacciones de una elevada ansiedad.
Estos recuerdos se vuelven intrusivos en la mente del sujeto y le causan un gran malestar
ya que no puede controlarlos.
Guerra o combates.
Agresiones sexuales.
Accidentes de tráfico o aéreos.
Desastres naturales o ambientales.
Muerte o enfermedad grave.
Delitos violentos (robo, atraco, tiroteo...).
Violencia doméstica.
Terrorismo.
Secuestro.
Incendio.
En el estrés postraumático el sujeto no puede dejar de rememorar el incidente traumático
Pesadillas.
Escenas y pensamientos retrospectivos sobre el hecho.
La sensación de que un acontecimiento aterrador sucede nuevamente.
Culpabilidad hacia uno mismo o hacia otros.
Evitar lugares asociados con el hecho traumático.
Recordar constantemente el incidente con angustia (flashbacks).
Pensamientos reiterativos que no puede controlar.
Sensación de soledad.
Dificultad para recordar los hechos.
Pensamientos de preocupación, culpa, o tristeza.
Alteración del sueño.
Irritabilidad y ataques de ira.
Pérdida de expresión emocional.
Sensación de estar al límite.
Insensibilidad emocional o indiferencia.
Sensación de sentirse distante.
Dificultades para concentrarse.
Pérdida de interés hacia actividades o aficiones.
Sensación de tener un futuro incierto.
Estar hipervigilante y sobresaltarse fácilmente.
Pensamientos de hacerse daño o hacer daño a otros.
El trastorno por estrés postraumático presenta un inicio y una evolución diferente en cada
individuo. En ocasiones empieza de forma inmediata y se va desarrollando lentamente. En
otras, puede surgir después de unos meses o incluso años.
Este tipo de trastorno mixto se define por la presencia de síntomas ansiosos y depresivos,
sin que ninguno de los dos sea suficientemente superior al otro para poder diagnosticarlo
aisladamente.
Sin embargo, cuando esta sintomatología se prolonga más de un mes sin razones
aparentes, puede complicarse hacia un trastorno.
En este trastorno, coexisten síntomas de ansiedad y depresión de forma menos intensa que
en su diagnóstico aislado.
Tristeza persistente.
Trastornos del sueño (insomnio o hipersomnia).
Nerviosismo constante.
Síntomas físicos de ansiedad: taquicardias, temblores, molestias estomacales, dolores
musculares.
Apatía.
Desmotivación.
Dificultad para concentrarse y memorizar.
Fatiga.
Visión negativa del futuro.
Preocupación excesiva.
Pensamientos negativos recurrentes.
Ganas de llorar.
Autoestima baja y sentimientos de inutilidad.
Temores inconcretos.
Irritabilidad.
Desesperanza.
Por esta razón es importante realizar un diagnóstico diferencial exhaustivo para distinguirlo
de un trastorno depresivo puro, ya que su tratamiento no es equivalente.
Trastorno mixto ansioso-depresivo
Aunque esta categoría diagnóstica no se incluye estrictamente dentro de los trastornos de
ansiedad, me parece interesante comentarla debido a su alta prevalencia entre la población.
Este tipo de trastorno mixto se define por la presencia de síntomas ansiosos y depresivos,
sin que ninguno de los dos sea suficientemente superior al otro para poder diagnosticarlo
aisladamente.
Sin embargo, cuando esta sintomatología se prolonga más de un mes sin razones
aparentes, puede complicarse hacia un trastorno.
El trastorno mixto muestra una tendencia a la cronicidad y en ocasiones evoluciona hacia un
trastorno depresivo puro con síntomas ansiosos asociados.
En este trastorno, coexisten síntomas de ansiedad y depresión de forma menos intensa que
en su diagnóstico aislado.
Tristeza persistente.
Trastornos del sueño (insomnio o hipersomnia).
Nerviosismo constante.
Síntomas físicos de ansiedad: taquicardias, temblores, molestias estomacales, dolores
musculares.
Apatía.
Desmotivación.
Dificultad para concentrarse y memorizar.
Fatiga.
Visión negativa del futuro.
Preocupación excesiva.
Pensamientos negativos recurrentes.
Ganas de llorar.
Autoestima baja y sentimientos de inutilidad.
Temores inconcretos.
Irritabilidad.
Desesperanza.
Por esta razón es importante realizar un diagnóstico diferencial exhaustivo para distinguirlo
de un trastorno depresivo puro, ya que su tratamiento no es equivalente.
El trastorno de ansiedad debido a una enfermedad física
Cada enfermedad médica posee un cuadro clínico de síntomas característicos.
Ansiedad generalizada.
Ataques de angustia.
Obsesiones.
Compulsiones.
No podemos realizar el diagnóstico si consideramos que los síntomas son una reacción
psicológica por el hecho de sufrir una enfermedad médica.
Para su diagnóstico es necesario que a través del historial o las pruebas médicas se
verifique que existe una enfermedad que genera directamente estos síntomas.
Aunque existen muchos trastornos médicos que pueden provocar síntomas ansiosos como
efecto secundario, enumeraremos las más conocidos:
Enfermedad cardiovascular.
Anemia.
Disfunción de las tiroides.
Epilepsia.
Dolor crónico.
Arritmias cardíacas.
Artritis reumatoidea.
Enfermedad de Parkinson.
Hipoxia.
Insuficiencia respiratoria.
Lupus eritematoso.
Hipoglucemia.
Esclerosis múltiple.
Uremia.
Una persona que padece hipertiroidismo, por ejemplo, puede presentar una serie de
síntomas ansiosos como nerviosismo, palpitaciones, sudoración, etc. En este caso, como el
origen de estos síntomas es una enfermedad médica, se debería diagnosticar que el
trastorno ansioso es debido una causa fisiológica.
Crisis de angustia.
Fobias.
Obsesiones.
Compulsiones.
Ansiedad generalizada intensa.
Los síntomas de ansiedad serán los característicos del trastorno concreto que muestre el
sujeto (palpitaciones, miedo, temblores, pensamientos negativos, irritabilidad, etc.).
Alcohol.
Alucinógenos.
Anfetaminas o derivados.
Cafeína.
Cocaína.
Cannabis.
Inhalantes.
Sedantes.
Hipnóticos.
Ansiolíticos.
Fenciclidina.