El Pensamento Adictivo

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EL PENSAMENTO ADICTIVO

ABRAHAM J. TWERSKI
 

Cómo distinguir y corregir sus conductas codependientes

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 Prólogo

Pocos campos de la investigación de los quehaceres humanos han producido


tantos expertos como el de la dependencia de las sustancias químicas.  El
alcoholismo y la farmacodependencia están colmados  de expertos internacionales
y nacionales, cada uno de los cuales afirma conocer de manera especial esas
peculiares enfermedades que han provocado tantas controversias, aún cuando
siguen siendo mal entendidas por tantas personas.  existen expertos en los efectos
adversos de las sustancias químicas en el cerebro; expertos que han estudiado la
manera en que los genes trascienden el vacío generacional transportando quién
sabe qué carga de factores de riesgo biológico; expertos en disfunción familiar;
expertos en AA, terapia de grupo, nutrición, enfoques conductuales, autoestima,
tensión, sociedad y cultura, espiritualidad, recidiva, diagnósticos duales, y demás. 
Y en tanto que, sin lugar a dudas, cada uno de estos expertos posee parte de la
verdad acerca de estas devastadoras enfermedades, nadie parece tener un
conocimiento tan firme de todo el cuadro como el doctor Abraham Twerski.

El doctor Twerski posee un maravilloso dominio intuitivo de la enfermedad de la


adicción y la destreza para describir a los verdaderos alcohólicos con unas cuantas
frases perspicaces y cuidadosamente elegidas.  Su profundo conocimiento de
estas enfermedades facilita a los demás el comprenderlas también.

Mucho antes de que los psicólogos académicos empezaran a salir de la larga


oscuridad de un conductismo insensato y esmerado para reafirmar la importancia
de cosas como el razonamiento, la toma de decisiones, la formación de conceptos
y demás, el doctor Twerski señalaba con toda tranquilidad la crítica importancia de
los procesos congnoscitivos de los alcohólicos y de los adictos a otras sustancias y
la manera en que esos procesos se integran a su conducta.  Ha demostrado que si
alguna vez tuviéramos que trabar combate con la aparente falta de lógica de la
conducta adictiva, primero debemos llegar a un acuerdo con las diversas “lógicas”
del pensamiento adictivo.  Quienes operamos como agentes de cambio con gente
adicta y los miembros de su familia debemos aprender a detectar la resistencia al
cambio asociada con el pensamiento adictivo, a demostrar a nuestros pacientes su
lógica peculiar y su autoengaño, ya utilizar estas pruebas para ayudar a las
personas a ser abstemias y a perseverar en una recuperación estable.  Este libro
nos ayudará a lograrlo.

Esta nueva edición de una obra clásica es un tour de force en el pensamiento


adictivo y sus ramificaciones en todos los aspectos de las enfermedades adictivas
y la manera de recuperarse de ellas.  En este volumen compacto y concisamente
escrito, el doctor Twerski se centra en los aspectos críticos del pensamiento
adictivo y, con una admirable economía de palabras y frases, explica este tipo de
pensamiento, nos lo demuestra claramente por medio de ejemplos elegidos con
cuidado a partir de su práctica clínica y de observaciones generales, examina sus
orígenes y explora la importancia de dicho pensamiento en una multitud de
situaciones que incluyen el conflicto, la culpa, la vergüenza, la ira, el manejo de
sentimientos, las defensas, la espiritualidad y la codependencia.
En esta época de explosión de información, cuando nos abrumamos fácilmente por
la cantidad de datos que rebasa lo que podríamos absorber en varias vidas, a
menudo sentimos que nos quedamos buscando a tientas en la oscuridad algún
conocimiento aprovechable.  Y aún si logramos encontrar alguna información
confiable en toda la broza que llamamos datos, a menudo seguimos necesitando
sabiduría y análisis.  Por fortuna, el doctor Twerski, en su nueva edición
del Pensamiento adictivo a la que damos una cálida bienvenida, logra brindarnos
ambos.  Después de leer este libro la mayoría de los lectores saldrá mejor
informada, con un mayor conocimiento de los alcohólicos y de los demás adictos, y
un poco más sabios.
 

John Wallace

 
Capítulo I
 
¿Qué es el pensamiento adictivo?
 

A
Al entrevistar a Ray, un joven que había ingresado a una unidad de rehabilitación
por drogadicción, le pregunté: “¿Qué te hizo tomar la decisión de que había
llegado el momento de hacer algo acerca del problema?”

“He consumido cocaína algunos años”, me contestó Ray, “y en ocasiones dejaba


de recurrir a ella unas cuantas semanas consecutivas, pero nunca antes había
decidido dejarla por completo”.

“Durante el último año mi esposa me ha estado presionando para que la deje por
completo.  Ella también consumía cocaína, pero ya hace varios años que la dejó. 
Finalmente llegué al punto de que la coca no valía las peleas que tenemos, por lo
que decidí dejarla por completo”.

“Sinceramente, deseaba suspenderla de una vez por todas, pero después de dos
semanas volví a ella y eso me demostró algo.  No soy estúpido.  Ahora se que tal
vez me es absolutamente imposible dejarla por mí mismo”.

Repetí varias veces la última frase de Ray porque deseaba que escuchara lo que
acababa de decir.  Pero no pudo percibir lo que yo intentaba señalarle.

Le dije: “Es muy lógico decir: Tal vez puedo dejarlo solo.  También es muy lógico
decir: Me es absolutamente imposible dejarlo solo.  Pero decir:  Ahora sé que tal
vez me es absolutamente imposible dejarla por mí mismo; es absurdo porque es
contradictorio en sí mismo.  Ya sea es absolutamente imposible o tal vez, pero no
puede ser ambas”.  Sin embargo, Ray no podía comprender mi propósito.

He repetido esta conversación a muchas personas y aún terapeutas avezados no


manifiestan al principio ninguna reacción, esperando descubrir dónde está el
chiste.  Sólo después de que señalo la contradicción entre “absolutamente
imposible” y “tal vez” perciben lo absurdo de la frase y la distorsión de pensamiento
que se da en la mente de este hombre.

La distorsión del pensamiento


 

El fenómeno del pensamiento anormal en la adicción fue reconocido por primera


vez por Alcohólicos Anónimos, en donde se inventó el término muy descriptivo
de pensamiento desagradable.  Los veteranos de AA emplean este término para
describir al “borracho seco”, es decir, al alcohólico que se abstiene de beber pero
se comporta de manera muy similar al bebedor activo.
 

Sin embargo, las distorsiones del pensamiento no sólo se dan en los trastornos de
los adictos; tampoco se relacionan necesariamente con el consumo de sustancias
químicas.  Es posible observar el pensamiento distorsionado en personas que
pueden estar enfrentando otros problemas de adaptación.  Por ejemplo, una joven
se retrasaba para entregar su examen de una materia.

“¿Por qué no terminas?” le pregunté.

“Ya acabé” me dijo.

“¿Entonces, porqué no me lo has entregado?” le pregunté.

“Porque necesito trabajar un poco más en él” me contestó.

“Pero pensé que ya habías acabado” le señalé.

“Así es” me dijo.

Aunque su afirmación parece ilógica para la mayoría de la gente, puede tener


perfecto sentido para quien tiene un proceso de pensamiento adictivo.  Además,
aunque el pensamiento distorsionado no necesariamente indica adicción, la
intensidad y la regularidad de este tipo de pensamiento son muy comunes en los
adictos.

Todos reconocemos que las afirmaciones “YA acabé mi examen” y “Todavía


necesito trabajar un poco más en él” son contradictorias.  Pero la frase de Ray,
“Ahora se que tal vez me es absolutamente imposible dejarla por mí mismo”,
puede no parecernos absurda mientras no nos detengamos a analizarla.  En una
conversación normal, solemos no disponer de tiempo para detenernos y analizar lo
que escuchamos.  Por tanto, pueden engañarnos, y que aceptemos como
razonables las afirmaciones que no tienen sentido.

Algunas veces estas contradicciones pueden ser aún más sutiles.  Por ejemplo,
cuando se le preguntó si había resuelto todos los conflictos vinculados con su
divorcio, una mujer contestó: “Eso creo”.  En su respuesta no hay nada
visiblemente absurdo, mientras no nos detengamos a analizarla.  La pregunta
“¿Has resuelto los conflictos?” significa “¿Has superado las diversas
incertidumbres y eliminado los problemas emocionales concomitantes a tu
divorcio?”  Eso es lo que significa la palabra resuelto.  La respuesta “eso creo” es
por consiguiente una afirmación de “todavía estoy indecisa de estar segura” y en
realidad carece de sentido.
Los procesos de pensamiento en la esquizofrenia
 

Para comprender más a fondo de lo que estamos hablando cuando empleamos el


término distorsión de pensamiento, veamos un ejemplo extremo, es decir, el sistema
de pensamiento que utiliza el esquizofrénico.  Por absurdo que pueda parecer, un
pensamiento distorsionado particular para una persona sana, tiene perfecto
sentido para el esquizofrénico.
 

Los terapeutas familiares con pacientes esquizofrénicos paranoicos que tienen


delirios de grandeza saben lo vano que puede ser intentar convencer al paciente
de que no es el Mesías o la víctima de una conspiración mundial.  El terapeuta y el
paciente operan en dos longitudes de onda del todo diferentes, con dos reglas de
pensamiento completamente distintas.  El pensamiento normal es tan absurdo
para el esquizofrénico como el pensamiento esquizofrénico para la persona sana. 
El ajuste de un esquizofrénico típico a la vida en una sociedad normal puede ser
descrito en términos de un empresario de béisbol que ordena al equipo que patee
la pelota o de un entrenador de fútbol que pide que roben una base.

Los esquizofrénicos no se dan cuenta de que sus procesos de pensamiento son


diferentes de los de la mayoría de la gente.  No entienden por qué los demás se
niegan a reconocerlos como el Mesías o la víctima de una conspiración mundial. 
Sin embargo, muchas personas, incluso los terapeutas, pueden discutir con un
esquizofrénico y frustrarse cuando la persona no logra aceptar la validez de sus
argumentos.  Pero eso equivale a pedirle a un daltoniano que distinga colores.

Sin embargo, el pensamiento del esquizofrénico es tan obviamente irracional que


la mayoría de nosotros lo reconocemos claramente como tal.  Es posible que no
podamos comunicarnos eficazmente con él, pero por lo menos no nos engañan los
delirios que crea en su mente.  Con más frecuencia caemos en la relativa sutileza
de las distorsiones causadas por el pensamiento adictivo.

De qué manera las enfermedades adictivas se parecen a la esquizofrenia

Algunas veces a las personas con enfermedades adictivas se les diagnostica


erróneamente como esquizofrénicas.  Pueden presentar algunos síntomas
idénticos, como:

 delirios
 alucinaciones
 estados de humor inapropiados
 conducta muy anormal

Sin embargo, todos estos síntomas pueden ser manifestaciones de los efectos
tóxicos de las sustancias químicas en el cerebro.  Estas personas presentan lo que
se llama una psicosis químicamente inducida, que puede parecerse pero no es
esquizofrenia.  Estos síntomas suelen desaparecer cuando se ha mitigado la
toxicidad química y la química cerebral vuelve a la normalidad.

Sin embargo, es posible que el esquizofrénico consuma alcohol u otras drogas


activamente, lo cual presenta un problema muy difícil de tratamiento.   Puede ser
que requiera un mantenimiento a largo plazo con fuertes medicamentos
antipsicóticos.  Además, es probable que quien padece esquizofrenia no sea capaz
de tolerar las técnicas de confrontación que suelen ser eficaces con los adictos en
tratamiento.  Los terapeutas les enseñan a desistir del escapismo y a utilizar sus
habilidades para adaptarse eficazmente a la realidad.  No se puede pedir esto al
esquizofrénico, que carece de la capacidad de adaptación a la realidad.

En cierto sentido, tanto el adicto como el esquizofrénico parecen trenes


descarrilados.  Con cierto esfuerzo, el adicto puede volver a sus rieles.  Lo más
que puede lograrse es poner a esta persona en otros rieles que lo lleven a su
destino.  Estos otros rieles no son “directos”.  Tienen incontables entronques y
desviaciones y en cualquier momento el esquizofrénico puede tomar un rumbo que
no es el deseado.  Se necesita constante vigilancia y guía para evitar dichos
extravíos y puede que se requieran medicamentos para frenar la velocidad del
viaje y para mantenerlo en los rieles.

La confrontación con el pensamiento de un alcohólico, o de alguien con otra


adicción, puede ser tan frustrante como tener que vérselas con un esquizofrénico. 
Así como no somos capaces de sacar al esquizofrénico de su convicción de ser el
Mesías, no logramos que el alcohólico acepte que no es cierto que es un bebedor
seguro y social, o un usuario seguro de tranquilizantes, o un consumidor
“recreativo” de marihuana y cocaína.

Por ejemplo, la persona que está cercana y observa a un alcohólico en etapa


tardía (o cualquier otro adicto a fármacos) tiene ante sí a una persona cuya vida se
destroza continuamente; tal vez su salud física se está deteriorando, su vida
familiar está en ruinas y su trabajo en peligro.  Todos estos problemas se deben
obviamente a los efectos del alcohol o de los demás fármacos, pero parece que el
adicto es incapaz de darse cuenta de ello.  Puede creer firmemente que su
consumo de sustancias químicas nada tiene que ver con ninguno de esos
problemas y parece impermeable a los argumentos lógicos de lo contrario.

Una diferencia clara entre el pensamiento adictivo y el esquizofrénico es la


siguiente:

 el pensamiento esquizofrénico es flagrantemente absurdo


 el pensamiento adictivo tiene una lógica superficial que puede muy bien ser
seductora y engañosa.
 

Es posible que el adicto no siempre sea tan intencionalmente tolerante como lo


piensan los demás.  No es forzoso que esté engañando a los demás en forma
consciente y deliberada, aunque a veces ocurre.  A menudo los adictos caen en el
juego de su propio pensamiento, engañándose en realidad a sí mismos.
Sobre todo en las etapas iniciales de la adicción, la perspectiva y la estimación del
adicto a lo que está sucediendo puede parecer superficialmente razonable.  Como
ya lo dijimos, muchas personas caen en el juego del razonamiento adictivo.  Así,
es probable que la familia de un adicto vea las cosas a la “manera del pensamiento
adictivo” durante mucho tiempo.  El adicto parecerá convincente ante sus amigos,
sacerdote, jefe, médico o hasta psicoterapeuta.  Cada una de sus afirmaciones
parece tener sentido; hasta sus largos relatos de hechos pueden ser coherentes.

Las obsesiones y compulsiones en la adicción y la codependencia


 

La falsedad del pensamiento de autoengaño puede influir en los miembros


codependientes de la familia así como en las personas que dependen de
sustancias químicas ¿Quién es codependiente?  Existen diversas definiciones y
descripciones de la codependencia, pero la que parece ser más amplia es la de
Melody Beattie: “La persona codependiente es aquella que permite que la
conducta de otra la afecte y a la que le obsesiona controlar la conducta de esa
persona”.

Las partes importantes de esta definición son las palabras obsesionada y controlar. 


Los pensamientos obsesivos desplazan a todos los demás pensamientos y agotan
la energía mental.  Los pensamientos obsesivos pueden imponerse en cualquier
momento y, lo que parece extraño, cualquier tentativa de deshacerse de ellos sólo
incrementa su intensidad.
 

Intentar alejar los pensamientos obsesivos es como tratar de sacar un resorte en


espiral comprimiéndolo.  Mientras más presión se ejerce en el resorte, a la larga
más dura se vuelve la espiral.

Con el riesgo de una excesiva simplificación, podemos decir que la persona adicta
está atormentada por la compulsión a ingerir sustancias químicas.  La persona
codependiente tiene una obsesión ante el consumo del adicto y la necesidad de
controlarlo.
 

Las obsesiones y las compulsiones se relacionan estrechamente.  Durante muchos


años, en psiquiatría se ha empleado el término neurosis obsesivocompulsiva.  Tanto
la obsesión como la compulsión se caracterizan por el hecho de que a la persona
la preocupa, hasta la agobia, algo irracional.  En una neurosis obsesiva, lo que
atormenta a la persona es una idea irracional; en la neurosis compulsiva, es un
acto irracional.  La razón de que en psiquiatría se unan los dos términos es que
casi en todos los casos en los que una persona se obsesiona con una idea, existe
alguna conducta compulsiva.  Virtualmente en todos los casos de conducta
compulsiva se presentan pensamientos obsesivos.  La siguiente historia ilustra la
manera en que operan los pensamientos obsesivos.
 

 
La silla sobre el escritorio
 

Cuando yo daba clase de psiquiatría a estudiantes de medicina, uno de ellos


expresó su interés en aprender más acerca de la hipnosis.  Sentí que el método
más eficaz para enseñársela era hipnotizarlo y permitirle aprender de primera
mano lo que es un trance hipnótico y los diversos fenómenos que se pueden
producir bajo hipnosis.

Sucedió que este joven era un excelente sujeto hipnótico y en varias sesiones
pude demostrar las diversas aplicaciones de la hipnosis.  Pero como también
deseaba que él entendiera el fenómeno de la sugestión posthipnótica, le dije:
“Unos minutos después de emerger de este trance, te daré una señal: golpearé
con mi lápiz el escritorio.  En ese momento, te levantarás, tomarás la silla sobre la
que estás sentado y la colocarás sobre mi escritorio.  Sin embargo, no recordarás
que te di esa orden”.  Luego lo saqué del trance, y seguimos nuestra discusión
acerca de la hipnosis.

Después de un largo rato, con indiferencia tomé mi lápiz y golpeé ligeramente mi


escritorio, mientras seguía conversando.  Unos segundos después, el estudiante,
sin duda incómodo, empezó a agitarse.  “Tengo el loco impulso de levantarme de
mi silla y ponerla sobre su escritorio”, me dijo.

“¿Por qué deseas hacerlo?” le pregunté.

“No sé.  Es una idea loca, pero sentí que debía hacerlo”.

Hizo una pausa.  “¿Me ordenaste algo semejante durante el trance?”

“Si, así fue”.

“Entonces, ¿por qué no puedo recordarlo?”, me preguntó.

“Porque cuando te hice esa sugerencia, te indiqué que no la recordarías”.

“Entonces, no tengo que hacerlo, ¿o sí?

“Creo que no”, le contesté.

Poco después, el estudiante se fue.  Unos veinte minutos más tarde, la puerta se
abrió.  El joven entró precipitadamente a mi oficina, levantó la silla y con rabia la
colocó sobre mi escritorio.  “¡Maldición!” dijo, se dio la vuelta y salió enfurecido.

Ésta es la naturaleza de una obsesión o de una compulsión, sin importar si ocurre


por una sugerencia dada durante la hipnosis o como un impulso subconsciente de
algún origen desconocido.  Así como no tiene sentido poner una silla sobre un
escritorio, el cato compulsivo puede ser irracional, pero el impulso de hacerlo será
virtualmente irresistible.  Intentar resistir el impulso puede causar tanta ansiedad y
malestar que el individuo llevará a cabo el acto sólo para aliviar la intensa presión. 
En el caso de la mayoría de las obsesiones y compulsiones, este periodo de alivio
es bastante breve; luego recurre el impulso, a menudo con mayor fuerza que
antes.

Las personas codependientes se comportan con frecuencia de esta


manera obsesivocompulsiva cuando intentan controlar la conducta o el consumo de
sustancias químicas del adicto.  Puede que los obsesione intentar ayudarlo o, más
tarde, si sus esfuerzos fallaron, castigar al adicto.
 

En qué se asemejan la adicción y la codependencia


 

Las similitudes entre la conducta del adicto y la del codependiente son


sorprendentes.  Los adictos suelen buscar nuevas maneras de seguir
consumiendo sustancias químicas en tanto intentan evitar sus consecuencias
destructivas.  La persona puede beber alcohol o consumir cocaína “sólo en fines
de semana” o sólo en determinada cantidad que le dará el “estímulo” deseado pero
no lo suficiente para que resulte en una intoxicación.  Cuando fracasan los
esfuerzos de control, los adictos no concluyen: No me puedo controlar.  Más bien, se
dicen a sí mismos: Ese método no funcionó.  Debo encontrar otro que si funcione.
 

Asimismo, los codependientes no concluirán que puesto que sus esfuerzos para
detener al adicto han sido inútiles no hay manera de controlarlo.  Mas bien,
buscarán nuevas maneras de que sí les funcionen.

Causa y efecto
 

¿El pensamiento distorsionado del adicto puede causar adicción, o dicho


pensamiento es resultado de la adicción?  Es una pregunta compleja, y no se
pueden determinar fácilmente la causa y el efecto.  Cuando el adicto entra a
tratamiento, en general ya han ocurrido varios ciclos de causa y efecto, y
cualquiera que intente decir cuál es cual puede caer en una trampa.  En cierto
sentido, no importa si los procesos de pensamiento de una persona contribuyeron
a su adicción o si su pensamiento adictivo es síntoma de la adicción.  En ambos
casos el tratamiento y la recuperación deben iniciarse en algún momento.  Puesto
que le consumo activo de sustancias químicas es un impedimento para el éxito del
tratamiento, debe darse primero la abstinencia.  Después de una prolongada
abstinencia, cuando el cerebro vuelve a funcionar de manera más normal, los
adictos pueden enfocar su atención en su pensamiento deteriorado.

El objetivo de este libro es ayudar al adicto o a la persona codependiente a


identificar sus procesos de pensamiento y a iniciar el proceso de superación.

 
 

  

Capítulo 2
 
El autoengaño y el pensamiento adictivo
 

N
Nunca se recalca lo suficiente la importancia de darse cuenta de que a los adictos
los engaña su propio pensamiento distorsionado y de que son sus víctimas.  Si no
lo comprendemos, es posible que nos sintamos frustrados o nos enoje tener que
tratar con un adicto.

A menudo reímos cuando escuchamos los viejos relatos de consumo o ingestión


hechos por adictos en vías de recuperación, porque lo absurdo de su pensamiento
y de su conducta pueden ser irrisorios.  Sin embargo, la reacción se parece mucho
a la que tenemos cuando alguien resbala con una cáscara de plátano.  Cuando
hemos terminado de reír, nos damos cuenta que quien cayó podría estar
seriamente lastimado.  De igual manera, aunque podemos reír ante las payasadas
del adicto, también nos tenemos que dar cuenta de que esa persona padeció
mucho durante su adicción activa y de que muchas personas aún están sufriendo
de la misma manera.

El pensamiento adictivo y la inteligencia


 

Alan, un alcohólico en recuperación, no recordaba los efectos de su alcoholismo, a


pesar de lo que la gente le decía.  Puesto que sólo bebía cerveza, estaba seguro
de no padecer un problema de alcoholismo.

A la larga, enfermó físicamente y ya no pudo negar que algo sucedía.  Concluyó


que al beber la mitad de una caja de cerveza por día, estaba consumiendo
demasiados líquidos.  Por lo que cambió a whisky y agua gaseosa.  Cuando
empeoraron los síntomas físicos, culpó al agua gaseosa y bebió whisky con agua
natural.

¿Es esto un pensamiento racional?  Desde luego que no.  ¿Puede clasificarse
como pensamiento psicótico?  No conforme a la actual definición de psicótico, que
es un término general que define cualquier trastorno mental importante
caracterizado por un desorden de la personalidad y pérdida de contacto con la
realidad.  Pero su pensamiento era claramente diferente del normal.
 
El pensamiento adictivo no se ve afectado por la inteligencia.  Las personas que
trabajan en muy altos niveles intelectuales son tan vulnerables a estas distorsiones
del pensamiento como cualquier otra.  De hecho, a menudo las personas con un
intelecto inhabitualmente alto presentan grados más intensos de pensamiento
adictivo.  Por ello, los que son muy intelectuales son los pacientes más difíciles de
tratar.

La abogada y el pavo
 

Christine, una abogada brillante y muy hábil, se negó con obstinación a asistir a las
reuniones de AA por miedo a que la exposición de su alcoholismo pudiera
comprometer su carrera y su posición en la comunidad.  Pero la visita de un cliente
agradecido que le entregó un pavo aderezado para el próximo día de Acción de
Gracias cambió su opinión.

Christine recordaba haber salido de su oficina aquella tarde, caminando bajo una
lluvia helada, transportando su pavo envuelto en el papel del carnicero.  Lo
siguiente que recuerda fue estar apoyada contra un edificio de oficinas en el centro
de la ciudad, con el pavo bajo el brazo, ya sin el papel que la lluvia se había
llevado.  Cualquiera que la viera afirmado, y con razón, que estaba ebria.  Aunque
públicamente daba esa impresión, la avergonzaba mucho que quien fuera la viera
encaminarse a una iglesia para una reunión de AA.

¿Por qué la brillante mente analítica de esta mujer no le impedía ese razonamiento
absurdo?  Por la misma razón que la gente brillante no es inmune a la psicosis, a
la neurosis o a la depresión.  En cuanto existe un ansia psicológica o física, afecta
el pensamiento de la persona de una manera muy semejante a aquella en que un
soborno o cualquier otro interés personal distorsiona el juicio.  La necesidad de la
sustancia química es tan potente que dirige el proceso de pensamiento de la
persona sancionando o preservando la bebida o el consumo.  Ésa es la función del
pensamiento adictivo: permitir que la persona mantenga el hábito destructivo. 
Mientras más brillante se es, más ingeniosas serán sus razones de beber, de no
abstenerse, de considerar a AA o a otras organizaciones inútiles para no adictos.

El pensamiento adictivo es diferente del lógico porque no llega a una conclusión


con base en evidencias o en los hechos de una situación, ¡sino exactamente a la
inversa! El dicto empieza por la conclusión Necesito un trago (o una droga) y luego
elabora un argumento que justifique esa conclusión, sin importar si es lógico o no
lo es, o si está apoyado por hechos.
 

Por qué consumen drogas los niños, Por qué beben los padres
 

Comprender el pensamiento adictivo puede ayudar a explicar por qué fracasan


algunos esfuerzos para prevenir el alcoholismo o el abuso de otros fármacos.  A
pesar de los fallecimientos debido a drogas de algunas celebridades, a los que se
dio una gran publicidad, y de la amplia información en medios de comunicación
acerca de los peligros de la cocaína y de la heroína, muchas personas aún están
encantadas con la mística de las drogas.  No siempre se indican las
consecuencias nocivas, que incluyen la impotencia de la adicción, su enorme costo
financiero, los problemas legales que ocasiona y el alto riesgo de muerte.

Con la campaña que instaba a los jóvenes a Di no a las drogas se logró tener una
importante percepción de la postura de los jóvenes.  Cuando se les preguntó lo
que pensaban de la idea, muchos adolescentes respondieron: “¿Por qué? ¿Qué
más hay?”
 

Algunos jóvenes que se sienten excluidos del sueño americano pueden recurrir a
las drogas como el único tipo de gratificación a la que tienen acceso.  Otros, que
no tienen la oportunidad del éxito, pueden carecer de la confianza en sus
habilidades para triunfar.  Otros más no entenderán por qué deben privarse de un
placer.

Cuando el placer o el alivio del malestar constituye la meta final de la vida, mucha
gente, sobre todo los jóvenes, recurren a las sustancias químicas para lograr esas
metas.  Es innegable que las sustancias que alteran los procesos mentales pueden
producir una sensación deseable, y para desalentar la búsqueda de este estímulo
debemos ser capaces de convencer a nuestros jóvenes de sacrificar ese placer. 
Puesto que parecen considerarse inmunes a los efectos peligrosos de las drogas,
las advertencias espantosas no son un disuasivo.  Si les decimos que eviten las
sustancias químicas para crecer como personas sanas y productivas, capaces de
gozar la vida, enfrentamos a menudo con el argumento verbalizado o tácito: “¿Por
qué esperar?  Ya estoy gozando de la vida con la bebida”.

Lo que complica más la vida es que nuestra cultura prospera con base en
tecnología que elimina la espera.  Somos consumidores de hornos de microondas,
de máquinas de fax, de teléfonos celulares y de alimentos instantáneos.  Aun si se
puede concebir la “felicidad” después de la vida, el carácter distintivo de la
gratificación instantánea hace intolerable la larga espera.

Para prevenir con eficacia el uso de sustancias químicas por parte de los jóvenes,
tendríamos que establecer (1) metas fundamentales en la vida que no sean la
gratificación de los sentidos y (2) la tolerancia ante la espera.  Es poco probable
que nuestra cultura acepte esos cambios.  Más bien optará por el pensamiento
adictivo.

La gente puede presentar patrones de pensamiento adictivo, que bloquean ciertos


hechos, aun antes de caer en el consumo de las sustancias químicas.  Por
ejemplo, los jóvenes que contemplan el uso de cocaína a menudo son
embaucados con promesas de euforia, ignorantes de su costo potencialmente
terrible.  Así, el pensamiento adictivo no puede ser señalado como único culpable
de los efectos de las sustancias químicas en el cerebro.

Irónicamente, otra característica del pensamiento adictivo es que en tanto que


distorsiona su percepción de sí mismo, puede no afectar sus actitudes hacia los
demás.  Así, un padre alcohólico activo puede sentirse profundamente frustrado si
su hijo o hija es incapaz de comprender los efectos destructivos de las drogas.  De
igual manera, el hijo o hija que consume cocaína no podrá entender que su padre
vuelva a beber poco después de un riesgo de muerte debido a los efectos del
alcohol.

Recuerden esto, porque es importante: La identificación del pensamiento adictivo debe


venir de una tercera persona.
 

El autoengaño en el pensamiento adictivo.


 

Todo el mundo puede ser “engañado” por el proceso de pensamiento adictivo,


pero la persona a la que más afecta es aquel cuyo pensamiento es ilusorio, el
adicto o el codependiente.  Los siguientes relatos ilustran este argumento.

Entrar en tratamiento no sería honesto


 

Martín, un hombre de cincuenta y cinco años, me consultó después de una


intervención en su problema de alcoholismo.  Su ex esposa, sus cuatro hijos, su
jefe y dos amigos íntimos los enfrentaron con la manera en que su excesivo
consumo de bebidas alcohólicas estaba afectando sus vidas.  Por ejemplo, el jefe
de Martín lo amenazó con despedirlo debido a sus hábitos laborales deshonestos.

El hombre afirmaba que esta intervención “le había abierto los ojos”.  Semanas
antes, había tenido un accidente por manejar en estado de ebriedad, pero
entonces todavía negaba el problema.  cuando los demás se interesaron lo
suficiente en él para intentar ayudarlo, se dio cuenta de que tenía que dejar de
beber.  De hecho, desde la intervención, hacía diez días, no había vuelto a tomar
ni un trago.

Le dije a Martín que su determinación era un buen principio hacia la recuperación,


pero que la determinación sola no eliminaría su alcoholismo y que era
absolutamente necesario un tratamiento.  le di las opciones de un tratamiento ya
sea interno en un centro de rehabilitación o intensivo como paciente externo.

Sin embargo, Martín se negó a entrar a un programa de tratamiento.  aunque sin


lugar a dudas no deseaba perder el afecto y la cercanía de sus hijos, o su trabajo,
con toda su buena fe no podía entrar a tratamiento.  ¿Por qué?  Porque estaba
seguro de que ahora podía abstenerse del alcohol sin ayuda externa.  Por ello,
entrar a tratamiento sólo para satisfacer a su familia y a su socio en los negocios,
cuando él sabía que no requería dicho tratamiento, sería deshonesto de su parte y
no estaba dispuesto a actuar de esa manera.

Mi impulso de estallar en carcajadas ante lo absurdo de su razonamiento fue


mitigado por mi compasión por este hombre que trágicamente se engañaba a sí
mismo.  Durante sus muchos años de alcohólico, con frecuencia les había mentido
a su familia, a sus amigos, a su jefe.  Durante ese lapso no había sido honesto con
ellos.  Pero entrar a tratamiento era impensable porque hacerlo hubiera sido
“deshonesto”.  En realidad creía que lo que le impedía aceptar ayuda era ¡su
compromiso con la honestidad!  Éste es el autoengaño del pensamiento adictivo.

Sólo un bebedor social


 

Otro ejemplo del pensamiento adictivo nos lo ofrece la historia de un hábil


cardiólogo que bebió en exceso durante años.  A medida que transcurrían el
tiempo y su alcoholismo, empezó a experimentar efectos de resaca.  Aunque
asistía a su consultorio y al hospital todos los días, se sentía enfermo casi hasta
que terminaba la mañana.  Sin embargo, sabía que “sólo era un bebedor social”. 
Sabía que existía un problema en la manera en que su estómago absorbía el
alcohol: quedaba demasiado alcohol en su estómago durante la noche.

El médico recordó la escuela de medicina, donde como estudiante participó en un


estudio acerca de la digestión.  Se le dieron cantidades medidas de alimento, y
cuarenta y cinco minutos después se le introducía una sonda por la nariz hasta su
estómago.  Se evacuaban los contenidos que ahí se encontraban, para ser
sometidos a análisis de laboratorio.

“Llegué a ser un adepto a introducir una sonda por mi nariz hasta mi estómago”,
recordó el médico, “y se me ocurrió que esa técnica podía ser la respuesta a mi
sufrimiento de la mañana.  Antes de acostarme de noche, introducía una sonda
hasta mi estómago y vaciaba su contenido.  Como lo esperaba, me levantaba cada
mañana sintiéndome mucho mejor.  Seguí haciéndolo durante seis semanas.  La
única razón por la que lo suspendí fue porque la sonda me irritaba tanto la
garganta que casi se me cierra la laringe y temí requerir una traqueotomía para
respirar.

“Pero ni una vez – dijo el médico – ni una vez a lo largo de esas semanas se me
ocurrió que un bebedor social ¡no tiene que bombear su estómago cada noche!”

El autoengaño y asistir a grupos de los Doce Pasos


 

La participación en un programa de los Doce Pasos es sumamente importante


para la recuperación, aunque muchas personas se resisten a ello por la insistencia
que se hace en una total abstinencia.  Sin embargo, muchos alcohólicos y adictos
negarán esta razón y se convertirán a sí mismos de que tienen otras razones
válidas para no entrar a un grupo de AA.

Un alcohólico dijo: “No puedo ir a AA porque las reuniones se llevan a cabo a sólo
una cuadra del departamento de mi ex”.  Convenientemente, no quiso admitir que
cada semana hay reuniones en más de 140 ubicaciones diferentes en su
comunidad.

Ocurre el mismo tipo de autoengaño en la codependencia, como lo ilustran los


siguientes relatos.
 

Nunca podría asistir a Al-Anon


 

La esposa de un proyectista financiero me consultó respecto del alcoholismo de su


esposo: “Su bebida a aumentado en forma progresiva.  Ahora llega a casa del
trabajo, se sienta frente a la televisión con su suministro de cervezas, y es ahí
donde despierta al otro día.  Hasta ahora ha logrado llegar a su oficina todas las
mañanas, pero es inevitable que antes de que pase mucho tiempo ya no
aparecerá en su trabajo, o llegará a su oficina intoxicado y todo se sabrá.   Perderá
su empleo inmediatamente”.

La señora me explicó cómo, durante los últimos años, su vida hogareña se había
deteriorado debido al alcoholismo.  El padre y el hijo ya no se hablaban.  La pareja
ya no tenía vida social ni relaciones sexuales.

Hasta ahora, la esposa del proyectista financiero había aguantado todas las
consecuencias del alcoholismo, pero, como parecía estar al borde de arruinar su
carrera y su modo de subsistencia, sentía que tenía que hacer algo.

Había intentado hablar con él muchas veces, pero él rechazaba sus sugerencias
de ayuda, considerando que no tenía ningún problema de alcoholismo.  Le dijo que
si ella no estaba de acuerdo se podía ir.

Puesto que ni ella ni su hijo parecían tener ninguna influencia, no tenía caso
enfrentarlo.  La esposa consideraba que si lo confrontaban seguiría negándose a
recibir ayuda y les pediría que se fueran de casa.

Ya que no parecía haber ningún acercamiento eficaz al marido, le sugerí a la


esposa que  empezara a satisfacer sus propias necesidades y que asistiera a las
reuniones de AA.  También dispuse que se reuniera con Robert, un contador que
ahora ya estaba en un exitoso periodo de recuperación y cuya historia era casi
idéntica a la de su esposo.

En esa reunión, el contador le describió cómo todos los esfuerzos de su esposa


para que él dejara la bebida habían sido inútiles y cómo siguió bebiendo hasta que
su alcoholismo se volvió obvio en su trabajo.  Después de que lo amenazaron con
despedirlo, tuvo que entrar a tratamiento.  pasó por un periodo muy difícil hasta
que finalmente se estabilizó en la sobriedad.

“Mi esposa asiste hoy día a AA”, dijo.  “Tal vez si lo hubiera hecho desde antes, yo
podría haber vuelto a mis cabales antes y mi recuperación habría sido más suave. 
Le sugiero que empiece a asistir a las reuniones de AA y a mi esposa le dará un
enorme gusto acompañarla a su primera reunión, si quiere esta misma noche”.

La mujer sacudió la cabeza.  “Oh, no”.  “No puedo ir a AA”.


“¿Por qué no?”, le preguntamos.

“Porque ¿qué sucedería si alguien me reconociera y llegara a la conclusión de


que mi esposo perdería a todos sus clientes.  ¿Quién permitiría que su dinero
fuera manejado por un alcohólico?”

Su comentario me desconcertó.  “Hay algo que no entiendo”, le dije “Usted me dijo


que había soportado todos los problemas que le estaba causando el alcoholismo. 
La única razón por la que me consultó es que siente que la exposición es
inminente, que cualquier día entrará a su oficina obviamente intoxicado y que esto
provocará su despido.  Puesto que esto parece inminente, ¿por qué su renuencia a
asistir a las reuniones de AA?  Con base en lo que usted me dijo, su esposo va a
llegar al fondo del abismo de una manera mucho más grave si no detiene su
alcoholismo.  La opinión de Robert es que la participación de su esposa en AA
podría en realidad haber impedido que eso le sucediera a él”.

Sin importar lo que ambos dijimos, la mujer se mantuvo en su decisión.  No podía


ir a AA porque sentía que podía exponer el problema.  No logró darse cuenta que
AA era lo único que podía hacer para ayudarse a evitar las desastrosas
consecuencias que temía.

No tengo nada en común con ellos


 

En otro caso, el esposo de una ejecutiva que recayó después de una


desintoxicación solicitó ayuda.  Me comunicó que su esposa se negaba a asistir a
Alcohólicos Anónimos.  Después de salir del hospital había asistido a varias
reuniones, pero consideraba que no eran para ella, ya que era diferente de los
demás participantes; consideraba no tener nada en común con ellos.

Le dije al esposo que la reticencia de la esposa a AA no era inhabitual.  Después


de todo, en AA tendría que aprender a no volver a beber y que esto era lo que no
deseaba escuchar.

“¿Cómo le va a usted con su programa de AA?” le pregunté.

“Yo no asisto a AA”, me dijo.  “Fui a dos reuniones, pero el programa no está
hecho para mí.  No tengo nada en común con la gente que se reúne ahí”.

Señalé al marido que estaba repitiendo las mismas palabras de su esposa. 


Aunque la criticaba por no participar en el programa de recuperación y por sentir
que era diferente de los demás alcohólicos, él evitaba su propio programa de
recuperación por la misma razón.

La ansiedad ante el cambio puede ser tan intensa que las personas, como las de
nuestros ejemplos, se contradicen a sí mismas.
Realizar cambios
¿A qué se debe que la gente pueda contradecirse tan flagrantemente y no ser
capaz de reconocerlo aunque se les señale?  En una palabra, la respuesta es la
negación.  Gran parte de la negación que se da en el pensamiento distorsionado
del adicto se debe a una intensa resistencia al cambio.  Mientras la persona niega
la realidad puede seguir comportándose igual que antes.  La aceptación de la
realidad puede comprometerla en el dificilísimo proceso de cambio.

A menudo las personas no tienen problemas con los cambios mientras éstos se
den en los demás.  Cuando el alcohólico dice: “No debería tanto como los hago si
mi pareja fuera más considerada”, lo que en realidad está diciendo es: “No
necesito cambiar.  Haga que mi pareja cambie.  Entonces yo estaré bien”.

Por ejemplo, los codependientes pueden buscar ayuda con ansias, pensando que
los expertos les dirán qué hacer para impedir que alguien recurra a las sustancias
químicas.  Los decepciona enterarse de que no pueden hacer nada para alterar la
conducta del adicto, de que son impotentes ante el problema.  cuando el experto
les sugiere que analicen su propia conducta y que empiecen a hacer cambios en
ellos mismos, a menudo retroceden.  Sobre todo es probable que se sientan
desalentados cuando la gente de Alcohólicos Anónimos les diga: “No venimos aquí
para cambiar a nuestra pareja.  Venimos para cambiar nosotros mismos”.

“¿Cambiar yo?”, pueden contestar.  “¿Por qué debería cambiar?  ¡Yo no soy el
que bebe!”

Las percepciones distorsionadas


 

Se pueden observar muchas de las características del pensamiento adictivo en los


codependientes tanto como en los adictos porque parten de un origen similar: poco
amor propio.

La mayoría de los problemas emocionales que no tienen un origen físico se


relacionan de una u otra manera con poco amor propio.  Esto se refiere a los
sentimientos negativos que tienen las personas acerca de sí mismas y que ningún
hecho justifica.  En otras palabras, en tanto que algunas personas tienen una
percepción distorsionada de sí mismos que incluye delirios de grandeza, aquellos
con poco amor propio tienen conceptos de inferioridad, de incompetencia y de
poca valía.  Lo que es extraño es que estos sentimientos de inadecuación a
menudo son particularmente intensos en las personas más dotadas.

Si nuestra percepción de nosotros mismos es incorrecta, probablemente seremos


propensos a una inadaptación.  Sólo nos adaptaremos a la realidad si tenemos
una percepción exacta de ella.  Constituimos un componente importante de
nuestra propia realidad, y si tenemos una visión irreal de nosotros mismos,
percibimos una realidad distorsionada.

Todavía no he conocido a alguien dependiente de las sustancias químicas que no


haya tenido sentimientos de inferioridad anteriores a su dependencia.  Algunas
veces se sienten inadecuados o poco valiosos en cada faceta de sus vidas, y otras
se sienten muy competentes en su campo particular de experiencia, pero
inadecuados e indignos como seres humanos, parejas, socios o padres.

Algunas personas reaccionan a los sentimientos de poco amor propio huyendo de


los retos y de los sufrimientos de la vida por medio de las sustancias químicas, y
algunos encuentran un sentimiento redentor de valía y adecuación cuando son la
parte sobria y controladora o cuando sufren por una persona dependiente de las
sustancias químicas.

La regla de las Tres Ces


 

Alcohólicos Anónimos hace suya la regla de las Tres Ces: No lo CAUSASTE, no


puedes CONTROLARLO, y no puedes CURARLO.  Pero muchas personas se
sienten responsables de la adicción de otra, intentan controlarla y creen poder
curarla.

Algunas veces parece que la persona codependiente está pensando: Soy tan


poderosa que puedo causar una adicción, o controlarla, o curarla.  Éste no es un
sentimiento genuino de superioridad o arrogancia.  Muy por el contrario, dichos
sentimientos son a menudo una reacción defensiva en contra de sentimientos de
inferioridad.
 

Con frecuencia las Tres Ces se relacionan con una inferioridad abiertamente
reconocida.  Por ejemplo, la persona codependiente piensa: Soy la causa de la
adicción de mi hijo, porque si hubiera sido un mejor padre (una mejor madre), no hubiera
recurrido a las drogas.  Si le hubiera brindado el amor y el apoyo que necesitaba, no
hubiera buscado las sustancias químicas.  Su adicción se debe a mi descuido.  Si yo fuera
una persona mejor, la consumiría menos o las dejaría.  Estos sentimientos son
particularmente comunes en el codependiente cuando la otra persona se
encuentra en las fases iniciales de la adicción.
 

Las características de autoengaño del pensamiento adictivo y de la codependencia


tienen mucho en común.  En ambos, a menudo se observa negación,
racionalización y proyección.  En ambos pueden coexistir ideas contradictorias, y
hay una resistencia feroz a cambiar uno mismo y el deseo de cambiar a los
demás.  En ambos hay el delirio de controlar e, invariablemente, poco amor
propio.  Así, todas las características del pensamiento adictivo están presentes en
ambos y la única característica que los distingue puede ser el consumo de
sustancias químicas.

 
Capítulo 3
 
El concepto del tiempo del pensador adictivo
 

“Puedo dejarlo cuando yo quiera.”

Si se hiciera un concurso de la frase más utilizada por los adictos, ésta ganaría.

Cualquiera que haya observado a los adictos sabe que “lo dejan” incontables
veces y hacen innumerables resoluciones.  La abstinencia puede ser de horas, de
días, o, en algunos casos, de semanas.  Pero, en general, antes de que pase
mucho tiempo se reinicia la práctica activa de la adicción.  Este círculo vicioso
puede persistir durante años.

Simplemente, los adictos son incapaces de dejarlo cuando lo deseen.  Para los
demás es obvio, para ellos no.  la familia y los amigos pueden sentirse
confundidos, y se preguntarán ¿Cómo puede una persona insistir en que puede dejarlo
en el momento en que lo desee cuando obviamente no es cierto?  Hasta los terapeutas
experimentados, acostumbrados a este razonamiento, se preguntarán ¿Cómo es
posible que una persona inteligente sea tan profundamente indiferente a la realidad?
¿Cómo es posible que los intelectuales de primer nivel, hombres y mujeres con puestos de
gran responsabilidad, que pueden analizar y recordar datos específicos, no puedan sumar
dos más dos en lo tocante a su consumo adictivo de sustancias químicas?
 

La respuesta se encuentra en la comprensión del pensamiento adictivo.  Los


adictos pueden no parecer tan ilógicos como los percibimos a primera vista si
comprendemos una cosa: el concepto del tiempo del pensador adictivo.  Pueden
ser muy coherentes con ellos mismos y con los demás cuando afirman “Puedo
dejarlo cuando yo quiera”, pero tienen un concepto del tiempo diferente del que no
es adicto.

Para todos el tiempo es variable.  En ciertas circunstancias unos cuantos minutos


pueden parecer una eternidad, y en otras las semanas y los meses pasan como
agua.

Los adictos que afirman que pueden dejarlo en cualquier momento en realidad lo
creen a pie juntillas.  ¿Por qué? Porque, al abstenerse uno o dos días, el adicto lo
ha dejado “un tiempo”.  De hecho, habiéndose abstenido a menudo durante varios
días, los adictos se preguntan por qué los demás no se dan cuenta de lo obvio:
que pueden dejarlo en “cualquier momento”.
Se puede decir al adicto “No, es obvio que no puedes dejarlo en el momento en
que lo desees”.  Su frase y la del adicto, aunque al parecer contradictorias, son
ambas ciertas.  La clave es que cada uno está empleando el tiempo, la palabra
momento, de manera diferente.
 

El futuro en minutos y segundos


 

Para el adicto el tiempo se puede medir en minutos y segundos.  Desde luego, en


su búsqueda del efecto de una sustancia química, el adicto piensa en términos de
minutos, y no tolera la tardanza del efecto buscado.  Todas las substancias que
suelen emplear producen sus efectos en cuestión de segundos o de minutos.

Me he prometido hacer un día el siguiente experimento.  Voy a tomar una jarra


grande de vidrio y la llenaré con cápsulas multicolores.  Luego haré que se corra el
chisme en la calle que recibí un embarque de “chochos” de Sudamérica mejor que
lo que se ha podido probar hasta ese día.  ¡Porque provoca un “viaje” muy superior
al de la combinación de heroína y cocaína!

“¡Guau!” dirán los adictos.  “Debe ser muy caro”.

“No, eso es lo mejor.  Dos dólares por dosis”.

“Debes estar bromeando.  ¿Dos dólares?”

“Por Dios que es cierto, y es de lo mejor”.

“Dame entonces cien dólares”.

“Con gusto.  Pero primero te tengo que decir una cosa.  El viaje es el mejor del
mundo, pero no te llega más que 48 o 72 horas después”.

“¿Cuánto tiempo después?”

“Se requieren de dos a tres días para que se dé el viaje, pero entonces será lo
mejor que hayas experimentado hasta entonces”.

Los clientes se echarán para atrás.  “Quién quiere esa porquería.  ¡Quédatela!”

Los adictos me han dicho que no comprarían un fármaco, sin importar su gran
efecto y su bajo costo, si tarda mucho en tener efecto.  Parte de la adicción es que
el efecto sea inmediato.  Los lapsos excesivos no forman parte del marco de
referencia de los adictos.

El adicto piensa en el futuro, pero sólo en términos de momentos, no de años. 


Cuando beben o consumen otros fármacos, piensan en las consecuencias: la
sensación de calor, el sentimiento de euforia, la relajación, el desprendimiento del
mundo, y tal vez el sueño.  Estas consecuencias ocurren en cuestión de segundos
o de minutos después de ingerir alcohol o fármacos, y estos segundos y minutos
son los que constituyen el “tiempo” para el adicto.  Puesto que la cirrosis, el daño
cerebral, la pérdida del empleo y otras graves consecuencias son el resultado de
un largo proceso y es poco probable que ocurran en cuestión de minutos,
simplemente no existen en la mente de los adictos.

¿Qué tan diferente es el alcohólico del fumador, que corre el riesgo de enfrentar
las consecuencias de graves problemas circulatorios, de enfermedades cardiacas,
de enfisema y de cáncer?  Los efectos destructivos del alcoholismo y del consumo
de otros fármacos pueden ser mucho más rápidos que los del tabaquismo, pero ni
al bebedor ni al fumador parecen importarles el futuro.  De igual manera, los que
ejercen conductas sexuales riesgosas pueden estar jugando con su salud, pero
una vez más las consecuencias están en el “futuro”, que no forma parte de su
concepto del tiempo.

Una cultura con el concepto de tiempo del adicto


 

Somos parte de una cultura que valora la prestación de servicios en segundos: el


correo expres, internet, los restaurantes de comida rápida, todos ofrecen una
gratificación casi inmediata.  En cierta manera, todos operamos con el concepto
del tiempo del adicto.

Hemos contaminado el aire, los ríos y los océanos para obtener beneficios a corto
plazo, ignorando los efectos de largo alcance.  Hemos destruido los bosques y
otros hábitats de especies en peligro de extinción por nuestro interés en entregar
este mundo a las futuras generaciones.  ¿Estamos ignorando el futuro, de manera
muy semejante a como lo hace el adicto?

Comprender la manera en que piensa el adicto


 

Las personas que participan en el programa de los Doce Pasos de Alcohólicos


Anónimos me mostraron cuánto prevalece la concepción errónea del tiempo en el
pensamiento adictivo.  A estas personas les gusta utilizar los lemas Un día a la
vez y Darle tiempo al tiempo para combinar las fuerzas del pensamiento adictivo.
 

La gente en recuperación sabe instintivamente que una de las maneras en que


tiene que cambiar su pensamiento desagradable es manejando su concepto
distorsionado del tiempo.  La mayoría se siente cómoda con la idea de que un día
es una unidad de tiempo conveniente y manejable.  Sin embargo, a menudo, al
principio de la recuperación deben considerarse lapsos de cinco minutos y con el
tiempo ir trabajando con periodos más largos.
 
La idea de que hay que darle tiempo al tiempo se emplea para contrarrestar la
noción adictiva de que el cambio puede darse rápido, como el adicto que reza:
“Por favor, Señor, dame paciencia, ¡pero dámela de inmediato!”

Uno de mis pacientes me escribió: “Hace cuatro años me llevaron a su consultorio,


totalmente golpeado, deseando morir, pero sin el valor de suicidarme…  Los
primeros dos años lo único correcto que hice fue no beber y asistir a las
reuniones… Quiero que sepa que necesité cuatro años para finalmente sentirme
diferente”.

Cuando los adictos reconocen que parte de su caída era la impaciencia y están
dispuestos a esperar las gratificaciones de la sobriedad, están en la senda de su
recuperación.  Si desean una sobriedad “instantánea” no van a ningún lado.

Los veteranos de AA consideran su sobriedad en términos de segmentos de


veinticuatro horas.  Celebran los aniversarios de su sobriedad pero con gran
cuidado porque saben que es arriesgado pensar en términos de años y no de
días.  Ésa es una de las razones por las que muchos de los que están en
recuperación recurren a libros de meditación que se centran en el enfoque de un
día a la vez, como Veinticuatro horas por día y Un día a la vez en Al-Anon.
 

Un día a la vez no sólo es un lema inteligente, sino absolutamente necesario para


recuperarse de una adicción, como lo ilustran las dos siguientes historias.

Nueve mil ochocientos treinta y cuatro días


 

En una ocasión le pregunté a un amigo que estaba en recuperación cuánto tiempo


llevaba sobrio.  Sacó de su bolsillo un pequeño diario y, después de hojear las
páginas, levantó la vista y me dijo: “Nueve mil ochocientos treinta y cuatro días”.

Le pregunté “¿qué es eso? ¿Veinticinco, treinta años?”  Con completa sinceridad,


me contestó: “Sabes, doctor, realmente no lo se.  Tal vez tu puedes permitirte
pensar en términos de años, pero yo tengo que hacerlo en términos de días”.  Este
amigo, John McHugh murió a los 83 años, después de 43 años de sobriedad; la
noche anterior a su muerte escribió en su diario el número 16,048.

Hoy estuviste sobrio más tiempo que yo


 

En una ocasión, después de una reunión de AA, una mujer dijo, admirada, a John:
“Debe ser maravilloso estar sobrio tanto tiempo”.

John sonrió y le contestó: “Usted ha estado sobria más tiempo que yo, Elizabeth”.

“¿Cómo puede decir eso?” le dijo Elizabeth.  “Sólo he estado sobria dos años, y
usted casi cuarenta”.
“¿A qué hora se levantó hoy?”  le preguntó John.

“Bueno, tengo que estar en mi trabajo a las siete; me levanto a las cinco treinta”.

“Hoy no me levanté hasta las ocho, por lo que hoy usted ha estado sobria más
tiempo que yo” dijo John.

Cuando los adictos y los codependientes comprenden a fondo el concepto de un


día a la vez, han iniciado su recuperación.  Sin embargo, deben proceder con
precaución, porque la recurrencia de la distorsión del tiempo es una razón para
sospechar que existe la posibilidad de una reincidencia.  La dimensión del tiempo
en el pensamiento es entonces una consideración importante tanto para el adicto
en recuperación como para el profesional a fin de comprender y manejar las
enfermedades adictivas.

 
Capítulo 4
 
Confusión de causa y efecto
 

En una ocasión escuché a un orador en AA describir la manera en que pensaba durante sus días de
alcohólico.  La irracionalidad de su pensamiento era hilarante y todos soltaron la carcajada.  Se rieron
aún más cuando el hombre sugirió que el pensamiento del alcohólico es tan destructivo como su
alcoholismo.  Para ilustrarlo, el hombre leyó las preguntas de un examen personal de alcoholismo,
sustituyendo la palabra bebida por la de pensamiento.  He aquí lo que leyó:

¿Es usted un pensador adictivo?


 

1. ¿Pierde tiempo de trabajo pensando?


2. ¿Pensar está haciendo infeliz su vida hogareña?
3. ¿Ha sentido alguna vez remordimientos después de pensar?
4. ¿Ha tenido dificultades económicas como resultado de pensar?
5. ¿Pensar lo hace descuidar el bienestar de su familia?
6. ¿Ha disminuido su ambición desde que piensa?
7. ¿Pensar le provoca dificultades para dormir?
8. ¿Ha disminuido su eficacia desde que piensa?
9. ¿Pensar pone en peligro su trabajo o negocio?
10. ¿Piensa para evitar las preocupaciones o los problemas?
 

El punto es que, aun a falta de sustancias químicas, el pensamiento adictivo y


distorsionado provoca destrucción.  Muchos pensadores adictivos llegan a sus
conclusiones porque suelen invertir las causad y los efectos.  Su juicio se
distorsiona y, como resultado, el consumo de sustancias químicas se vuelve del
todo justificado.  Como lo manifiesta un alcohólico en recuperación: “Jamás en mi
vida tomé una copa a menos que hubiera decidido que era lo correcto en ese
momento”.  Aunque los pensadores adictivos tergiversan la lógica, están
absolutamente convencidos de que su razonamiento es válido.  No sólo oponen
resistencia a los argumentos del contrario, sino que tampoco entienden porqué los
demás no pueden ver lo “obvio”.

La versión de un adicto acerca de la dislexia


 

Podemos entenderlo mejor si lo comparamos con la dislexia.  Algunas personas


que padecen este trastorno del aprendizaje “ven” las letras invertidas en las
palabras.  Se les pide que lean gato y dirán TOGA o TAGO, pero están seguros de
haberlo leído bien.  El problema atañe a su percepción de la organización de las
letras.  Eso no implica poca inteligencia; la dislexia puede presentarse en personas
muy inteligentes.
 
Sucede algo similar cuando el adicto invierte mentalmente la causa y el efecto. 
Por ejemplo, Felicia afirma que bebe y consume pastillas porque su vida hogareña
es intolerable.  Relata su percepción de la verdad.  Su marido se aisló de ella, es
indiferente a ella y le hace comentarios mordaces.  Sus hijos se avergüenzan de
ella y le faltan al respeto.  Ella considera que esta tortura emocional provoca su
alcoholismo.  Dice: “Cuando termino de trabajar y ya terminó la excitación del día,
y ya no hay nada que hacer, desde luego deseo algunos tragos”.

Todos hemos visto caricaturas de un hombre que se queja con una mujer en un
bar: “Mi esposa no me entiende”.

MUJER: ¿Qué es lo que no entiende?

HOMBRE: No entiende por qué bebo.

MUJER: ¿Por qué bebes?

HOMBRE: Porque mi esposa no me entiende.

La actitud de la familia, la presión del trabajo, la insensibilidad del jefe autoritario, la


dureza de los amigos, los ataques de ansiedad, los irritantes dolores de cabeza o
de espalda, los aprietos económicos, o cualquier otro problema, cualquiera que
sea la razón que el adicto da de su consumo de sustancias químicas, la fórmula
siempre es la misma.  El hecho es que suelen provocar los problemas, pero el
adicto considera que el problema ocasiona su consumo de la sustancia química.

Aunque de hecho Felicia tiene los problemas de los que se queja, no reconoce su
confusión de la causa y el efecto.  La conducta de su marido, aunque
desagradable, es en realidad respuesta a su alcoholismo y su consumo de
pastillas.  No pude comunicarse a fondo con ella debido a su consumo de
sustancias químicas.  Sus hijos están molestos y avergonzados porque no pueden
invitar amigos por temor a las imprevisibles payasadas de la madre.  Le perdieron
el respeto debido a su consumo de drogas.

Así como al disléxico le cuesta trabajo la lectura hasta que se manejan sus
problemas de percepción, la que tiene el adicto a la realidad seguirá distorsionada
con o sin un uso activo de alcohol o de otras drogas a menos de que se corrija el
proceso del pensamiento adictivo.

 
Capítulo 5
 
Orígenes del pensamiento adictivo
 

¿Cómo se desarrolla el pensamiento adictivo?  ¿Por qué algunas personas tienen procesos de
pensamientos sanos y otros distorsionados?  No tenemos todas las respuestas, porque la dependencia
química es una enfermedad compleja que resulta de una intrincada mezcla de factores físicos,
psicológicos y sociales.  Comprender cómo se desarrolla el pensamiento adictivo puede ser útil para
prevenir dicho pensamiento, el alcoholismo y otras adicciones a fármacos.  Sin embargo, tiene un valor
limitado en el tratamiento y el manejo inverso del pensamiento adictivo.

La incapacidad de razonar con uno mismo


 

La teoría más convincente de cómo se desarrolla el pensamiento adictivo fue


presentada en un artículo del doctor David Sedlak de 1983.  describe el
pensamiento adictivo como la incapacidad de la persona de tomar decisiones sanas
por sí misma.  Señala que no es una deficiencia moral de la fuerza de voluntad de la
persona, sino más bien una enfermedad de la voluntad y la incapacidad de usarla. 
Sedlak subraya que este trastorno del pensamiento único no afecta otros tipos de
razonamiento.  Así, la persona que desarrolla un trastorno del pensamiento puede
ser inteligente, intuitiva, persuasiva y capaz de un razonamiento filosófico y
científico válido.  La peculiaridad del pensamiento adictivo, dice, es la imposibilidad
de razonar con uno mismo.  Esto se puede aplicar a diversos problemas
emocionales y conductuales, pero invariablemente se encuentra en la adicción:
alcoholismo, otras adicciones a fármacos, juego compulsivo, adicción sexual,
trastornos alimenticios, adicción a la nicotina y codependencia. 1
 

¿Cómo se desarrolla esta incapacidad de razonar con uno mismo?  Para


comprenderla debemos reconocer primero cómo se presenta la capacidad de
razonar con uno mismo.  Según Sedlak, requiere de ciertos factores.  Primero, la
persona debe disponer de elementos adecuados acerca de la realidad.  Aquel que
desconoce el daño que puede provocar el alcohol u otros fármacos no puede
razonar correctamente acerca de su uso.

Segundo, la persona debe tener ciertos valores y principios como fundamento para
hacer elecciones.  Las personas adquieren estos valores y principios en su cultura
y en su hogar.  Por ejemplo, el joven que crece con valores familiares o culturales
que estipulan que el hombre demuestra su masculinidad cuando es capaz de
soportar un fuerte consumo de alcohol, beberá en exceso.  No poder vivir de
acuerdo a esas expectativas puede generar una profunda decepción.

Tercero, la persona debe desarrollar un concepto de sí misma sano, no


distorsionado.  El psiquiatra Silvano Arieti sugiere que los niños pequeños se
sienten muy inseguros y amenazados en un mundo inmenso y abrumador.  Una de
las principales fuentes de seguridad de los niños es su confianza en los adultos,
sobre todo en sus padres.  Si los niños piensan que sus padres y otros adultos
significativos son irracionales, injustos y arbitrarios, la ansiedad es intolerable.  Por
consiguiente, debe mantener, sin importar el costo, la convicción de que el mundo
suele ser ameno, justo y racional.

Es cierto que el mundo no es ni ameno, ni justo, ni racional.  Sin embargo, los


niños no pueden verlo de esa manera.  Concluyen más bien que, como el mundo
debe serlo, su percepción es defectuosa, y piensan No soy capaz de juzgar las cosas
correctamente.  Soy estúpido.
 

De igual manera, aún si los niños son maltratados o castigados injustamente,


puede que no sean capaces de pensar Mis padres están locos.  Me castigan sin razón
válida.  Éste sería un concepto demasiado aterrador para que les fuera tolerable. 
Para preservar la noción de que sus padres son racionales y pronosticables, su
única opción es concluir: Seguro soy malo para haber sido castigado de esta manera.
 

Por último, llegamos a este mundo como infantes indefensos, incapaces de hacer
muchas de las cosas que hacen los mayores.  Con una buena crianza y un entorno
propicio, superamos en gran medida esa sensación de impotencia a medida que
crecemos.

Algunas veces los padres exigen de sus hijos pequeños cosas de las que son
incapaces, y es posible que sientan que deberían ser capaces de hacerlas, y esto
puede provocar que se sientan inadecuados.  Por otro lado, los padres pueden
hacer demasiado por sus hijos, sin permitirles que ejerciten sus propios músculos. 
Dichos niños no tendrán la oportunidad de desarrollar una confianza en sí
mismos.  la paternidad y maternidad exitosa requiere que se sepa lo que los niños
pueden y no pueden hacer en las diversas etapas de su desarrollo, y los padres
deben fomentar que sus hijos emplean sus capacidades.

Es importante que los padres se interesen en las tareas de sus hijos, y hasta que
les ayuden.  Sin embargo, cuando los padres hacen las tareas, refuerzan la
convicción de incapacidad del hijo.  Incidentalmente, cuando hacen gran parte de
lo que el niño puede hacer por sí mismo, actúan de manera codependiente.  Al
niño que dice “No puedo resolver problemas matemáticos” y se le permite no
esforzarse por hacerlos, en realidad se le confirma su sensación de inadecuación.

A medida que los niños crecen, estas concepciones erróneas pueden seguir
tiñendo su pensamiento y conducta, por lo que sentirán que son malos y no
merecen las cosas buenas.  O bien considerarán que su juicio es muy defectuoso,
lo que permite a los demás influir en ellos fácilmente.

La persona puede sentirse mal o carente de valor, aunque esto esté en total
contradicción con la realidad.  Sentirse inseguro e inadecuado hace al individuo
más vulnerable al escapismo, que con tanta frecuencia se ejerce por medio de
fármacos que alteran el estado de humor.  La persona que se siente diferente del
resto del mundo, como si no perteneciera a ningún lugar.  El alcohol y otros
fármacos, u otros objetos de adicción, anestesian el dolor y le permiten sentirse
parte del “mundo normal”.  De hecho, muchos alcohólicos y otros adictos aseveran
que no buscan un “viaje”, sino sólo sentirse normales.

Muchas distorsiones del pensamiento no se relacionan necesariamente con el


consumo de sustancias químicas.  Por ejemplo, el miedo al rechazo, la ansiedad,
el aislamiento y la desesperación suelen ser resultado de poco amor propio. 
Muchos de los subterfugios del pensamiento adictivo son defensas psicológicas en
contra de estos sentimientos dolorosos y los síntomas se deben a la persistencia
de una imagen distorsionada de sí mismo que se inició en la niñez.

Capítulo 6
 
Negación, racionalización y proyección
 
 

Los tres elementos más comunes del pensamiento adictivo son (1) la negación, (2) la racionalización y
(3) la proyección.  Aunque quienes están familiarizados con el tratamiento de las adicciones son
conscientes de la frecuencia de estos rasgos en los adictos, se justifica que los exploremos más en
detalle.  La eliminación progresiva de estas distorsiones es la clave para que mejoren los adictos en
recuperación.

El término negación, como se emplea aquí, puede ser mal comprendido.  En


general, negar algo que sucedió en realidad es considerado una mentira.  En tanto
que la conducta adictiva implica muchas mentiras, la negación en el pensamiento
adictivo no significa mentir, que es una distorsión intencional y consciente de los
hechos o un ocultamiento de la verdad.  El mentiroso sabe que está mintiendo.  La
negación del pensador adictivo no es ni consciente ni intencional, ya que es
posible que crea sinceramente que está diciendo la verdad.
 

La negación y, por lo mismo, la racionalización y la proyección son mecanismos


inconscientes.  Aunque a menudo son distorsiones burdas de la verdad, son una
verdad para el adicto.  La conducta del adicto se puede entender sólo a la luz de la
naturaleza inconsciente de esos mecanismos.  A esto se debe que sea ineficaz
enfrentar la negación, la racionalización y la proyección con hechos que las
contradigan.

Algunas fobias son el resultado de una percepción defectuosa.  Por ejemplo, el


niño pequeño al que asusta un perro puede desarrollar un temor a los perros y
muchos años después presentará una reacción de pánico cuando se le acerque un
cachorro inofensivo.  Aunque físicamente lo que ve es un minúsculo cachorro, la
percepción psicológica es la de un perro feroz a punto de atacarlo.  En otras
palabras, mientras la percepción consciente es la de un cachorro, la inconsciente
es la de un monstruo.  Las respuestas emocionales se relacionan a menudo con
una percepción inconsciente más que consciente.

El papel de las percepciones erróneas


 

Los adictos reaccionan conforme a sus percepciones inconscientes.  Si fuesen


válidas su conducta sería perfectamente comprensible.  A menos de que podamos
mostrarles que su percepción es errónea, no debemos esperar que sus reacciones
y conducta cambien.

 
Debido a la importancia que tiene el amor propio en la enfermedad adictiva, en el
adicto la percepción errónea de sí mismo es su mayor problema.  en realidad,
todas las demás percepciones distorsionadas son secundarias.

Virtualmente, todos los mecanismos de defensa del adicto son inconscientes, y su


función es protegerlos de una conciencia intolerable, inaceptable y catastrófica.

No debe sorprender que los mecanismos de defensa psicológicos puedan operar


sin una percepción consciente.  Desde luego, las defensas físicas funcionan sin
una percepción cognoscitiva de su función.  Por ejemplo, cuando experimentamos
una lesión, aunque sea una minúscula cortada, nuestro sistema adopta una
postura defensiva para evitar que la lesión ponga en riesgo nuestra vida.  Las
células blancas de regiones remotas del organismo destruyen las bacterias que
entran al organismo, y la médula ósea empieza pronto a producir decenas de miles
de células blancas más para luchar en contra de la infección.  Las plaquetas y
otras sustancias coagulantes de la sangre van transformando un coágulo para
evitar la pérdida de sangre.  El sistema inmune es alertado y empieza a producir
antitoxinas para luchar contra los organismos productores de enfermedad.  Toda
esta compleja actividad ocurre sin que estemos conscientes de lo que sucede en
nuestro interior.  Aunque sepamos qué está ocurriendo, no podemos detenerla.

Los mecanismos de defensa psicológicos no son diferentes: no entran en acción


por una orden nuestra.  No estamos conscientes de su operación y, a menos de
que los perciba durante su recuperación, el adicto no puede detenerlos.  Por
consiguiente es inútil y absurdo decir a los alcohólico o a los que padecen
adicciones que “dejen de negar”, que “dejen de racionalizar” o que “dejen de
proyectar”, cuando no están conscientes de lo que están haciendo.  Primero debe
ayudárseles a descubrir lo que está sucediendo.

Durante mi internado, una paciente me ayudó a entender la naturaleza defensiva


de la negación inconsciente.

Esto no podía sucederme a mí


 

La paciente, una mujer de cincuenta años, fue internada en el hospital para una
cirugía exploratoria debido a la sospecha de la presencia de un tumor.  Informó al
médico que participaba activamente en los asuntos de la comunidad y había
asumido muchas responsabilidades importantes.  Aunque el tumor podía significar
cáncer, para ella era importante saber la verdad, pues sería deshonesto hacia
muchas personas y organizaciones que siguiera teniendo responsabilidades si su
salud se deterioraba.  El médico le prometió ser franco y revelarle lo que se
descubriera en la cirugía.

La cirugía reveló que en efecto tenía un tumor canceroso.  Obedeciendo a la


solicitud de una total honestidad, el médico tuvo una charla franca con la paciente,
y le indicó que había que extirpar el tumor maligno para detener el cáncer. 
Además, debido a que el tumor mostraba algunos indicios de haberse extendido, la
paciente tendría que someterse a quimioterapia.

Agradeciendo al médico su honestidad, ella aceptó colaborar en todo tratamiento


que se le recomendara.  Hablaba libremente con las enfermeras y el personal
acerca de su cáncer.

Tras de ser dada de alta del hospital, volvió cada semana a sus sesiones de
quimioterapia.  A menudo comentaba al personal del hospital lo afortunada que era
de estar viviendo en una época en que la ciencia ofrecía un tratamiento exitoso
para el cáncer.  Parecía estar adaptándose bien tanto física como
emocionalmente.

Sin embargo, cinco o seis meses después de su cirugía empezó a presentar varios
síntomas.  El cáncer se había extendido a pesar de la quimioterapia.  A la larga
presentó jadeos y graves dolores en articulaciones y fue internada para un
tratamiento.  cuando estaba haciéndole su hoja de admisión, me comentó: “No
entiendo qué está mal con ustedes, los médicos.  He estado viniendo con
regularidad y no han podido descubrir qué me sucede”.

El comentario me sorprendió, puesto que en repetidas veces me había dicho que


tenía cáncer.  Después de pensarlo me di cuenta de que mientras consideraba el
cáncer como una especie de concepto abstracto que no presentaba una amenaza
inmediata para su vida, podía aceptar el diagnóstico.  En cuanto el padecimiento
empezó a provocar dolor y jadeo, evidencias concretas de que se estaba
deteriorando, se sintió tan amenazada que su sistema psicológico se negó a
aceptar la verdad.  No estaba mintiendo o fingiendo intencionalmente; en realidad
no creía tener cáncer.

La negación como defensa


 

Si consideramos la negación como una defensa, la pregunta obvia es ¿una


defensa ante qué?  En el caso mencionado, la mujer no podía aceptar la idea
devastadora de tener una enfermedad fatal y que de pronto terminaría su vida.

En el caso del adicto, ¿qué es tan aterrador que su sistema psicológico opta por
negar la realidad?  La respuesta es que la conciencia de ser un alcohólico o un
drogadicto va más allá de la aceptación.  ¿Por qué?

 La persona puede sentir el estigma de ser calificada de alcohólica o de adicta.


 Puede considerar que su adicción indica una debilidad de su personalidad o una
degeneración moral.
 Puede pensar que la aterra el no poder recurrir de nuevo al alcohol o a otras drogas.
 Puede no aceptar el concepto de impotencia y falta de control.
 

Puede ser una combinación de estas y otras razones, pero para el adicto aceptar
el diagnóstico de adicto es igual de devastador que para la mujer la verdad de su
cáncer.  Hasta que superan la negación, los adictos no mienten cuando afirman no
depender de las sustancias químicas.  En verdad no está conscientes de su
dependencia.

La racionalización y la proyección cumplen por lo menos dos funciones


importantes: (1) refuerzan la negación y (2) mantienen el status quo.
 

La racionalización
 
La racionalización significa dar “buenas” razones en lugar de la razón verdadera.  Al
igual que la negación, esta defensa no es exclusiva de las personas que dependen
de sustancias químicas, aunque los adictos pueden ser muy adeptos a ella. 
Señalemos que la racionalización significa dar razones buenas, es decir,
probables.  Esto no implica que todas las racionalizaciones son buenas razones. 
Algunas son realmente estúpidas, pero pueden sonar razonables.  Las
racionalizaciones desvían la atención de las razones verdadera, y no sólo la
atención de los demás sino también la del adicto.  Como en el caso de la negación,
la racionalización es un proceso inconsciente, es decir, la persona no sabe que
está racionalizando.
 

Una regla empírica bastante confiable es que, cuando las personas dan más de
una razón para hacer algo, tal vez están racionalizando.  En general la verdadera
razón de algo es una.

Como parecen razonables, las racionalizaciones son muy engañosas y cualquiera


puede caer en ellas.

Una mujer que se graduó de contadora era renuente a solicitar un empleo


prometedor porque temía ser rechazada.  Sin embargo, las razones que dio a su
familia fueron diferentes: (1) tal vez están buscando a alguien con años de
experiencias; (2) la oficina está demasiado lejos para tener que ir hasta allá diario;
y (3) el sueldo inicial no es satisfactorio.

Un alcohólico en recuperación dejó de asistir a AA.  ¿Sus razones?  “Trabajo en un


centro de rehabilitación y veo alcohólicos y adictos todo el día.  Realmente no
necesito otra hora con ellos de noche”.  Aunque su razón puede parecer creíble, la
verdadera razón por la que evitaba AA era que deseaba volver a beber y asistir a
AA se lo dificultaría.

La racionalización refuerza la negación.  El alcohólico puede decir:  “No soy


alcohólico.  Bebo porque…”  Para el adicto, una razón al parecer válida de que
beba significa que no es adicto.

La racionalización también protege el status quo, permitiendo que el adicto sienta


que no lleve a cabo los cambios necesarios es aceptable.  Esta característica del
pensamiento adictivo puede operar mucho tiempo después de que haya superado
la negación y sea abstemio.  La historia de Brian es un ejemplo de la manera en
que la racionalización protege el status quo.
 

El amor perdido
 

Brian, es un hombre de 29 años, me consultó dos años después de haber


terminado el tratamiento para su dependencia de las sustancias químicas.  Aunque
lograba mantenerse abstemio con éxito, se encontraba en un impase.  Había
abandonado sus estudios universitarios y no lograba conservar su empleo.  En
general trabajaba muy bien, pero abandonaba el empleo en cuanto su rendimiento
lo llevaba a una mejor posición o a mayores responsabilidades.

Brian afirmaba saber exactamente cuál era su problema.  estaba enamorado de


Linda y se habían comprometido.  Pero los padres de Linda se opusieron a su
matrimonio y la convencieron de terminar con esa relación.

Aunque eso había sucedido más de cinco años atrás, Brian seguía amando a
Linda y no había podido superar el rechazo.  Todavía lamentaba la pérdida, dijo, y
lo que no le permitía avanzar era su continuo apego a Linda.

Por dolorosos que puedan ser los rechazos románticos, a la larga las personas los
superan.  ¿Por qué Brian era diferente?

Durante varias sesiones Brian y yo intentamos analizar su relación con Linda y su


relación al rechazo.  Le propuse una variedad de teorías, todas las cuales parecían
lógicas, pero tanto Brian como yo sentimos que no se ajustaban a él.

Una noche, después de una sesión con Brian, soñé que estaba en un bote de
remos.  De niño me gustaba mucho remar; pero como no sabía nadar no se me
permitía salir en bote sin la presencia de un adulto.  Entonces, iba al muelle en el
que estaban anclados los botes y, con el bote bien amarrado al muelle, me daba
vuelo remando.  No había mucho peligro porque el bote no podía alejarse. 
Mientras remaba, imaginaba que llegaba al otro lado del lago y descubría una
tierra hasta entonces desconocida.  Plantaría la bandera norteamericana en esa
nueva frontera como lo habían hecho los exploradores.  Era una fantasía bastante
normal para un niño de 10 años.
 

Cuando desperté la situación de Brian fue para mí transparente como un cristal.  


En mi caso, no se me impedían mis aventuras por estar amarrado al
muelle.  Necesitaba la atadura porque era mi seguridad.
 

La situación de Brian era similar.  Por alguna razón era terriblemente inseguro. 
Por un lado, el ir a la universidad o aceptar un ascenso en su empleo podía dar
como resultado un fracaso, y no deseaba aceptar ese riesgo.  Por el otro lado, no
podía encarar el hecho de que su estancamiento se debía a su aprehensión,
porque equivaldría a admitir que no era lo bastante agresivo o valiente.

Lo que Brian hacía era similar a lo que yo había hecho con el bote.   Así como yo
me amarraba al muelle, Brian se había atado a un acontecimiento de su vida que
sentía que lo retenía.  Como ser rechazado es doloroso y deprimente, y que a
menudo las personas pierden su motivación e iniciativa después de un rechazo
amoroso, la razón era perfectamente razonable para Brian y quienes lo
rodeaban.  Pobre Brian.  ¿No es una pena lo que le sucedió?  El pobre chico no puede
reponerse de su amor no correspondido.
 

Atribuir su problema al rechazo de Linda era una racionalización.  Era una buena
explicación de por qué no podía triunfar en la vida, pero no era la verdadera razón. 
Los esfuerzos para comprender por qué su relación le impedía resolver su pena
eran inútiles debido a que partían de una falsedad.  Al igual que otras
racionalizaciones, “el rechazo de Linda” era una pantalla de humo.
 

La verdad es que Brian no quería enfrentar sus inseguridades y sus ansiedades. 


Sólo después de que yo me negara a que hablara de Linda, y en su lugar me
centrara en su necesidad de enfrentar el reto de seguir adelante con su vida, Brian
empezó a llevar a cabo los cambios que había estado evitando.

El dolor
 

Sorprendentemente, el dolor físico puede ser un tipo de racionalización.  No es


raro ver a personas adictas a medicamentos contra el dolor que dicen no poder
dejar de tomarlos debido a graves dolores.  A menudo han pasado por una o
varias cirugías y se volvieron adictas a los medicamentos que tomaron para el
dolor persistente después de la cirugía.  Las personas con este tipo de consumo
de fármacos no se consideran adictas.  “Nunca he salido a comprar un enervante. 
Necesito los medicamentos porque el dolor es insoportable.  Si pudiera
deshacerme del dolor, no los consumiría”.

En estos casos, el examen hecho por los médicos no suele revelar una causa
física del dolor persistente y se dirá a esos pacientes: “Usted no padece un
verdadero dolor.  Todo está en su mente.”  A menudo se les acusa de fingir o de
simular una enfermedad.

Lo que en general no se reconoce es que la mente inconsciente puede producir


dolor, verdadero dolor, que lastima tanto como una pierna fracturada.  Aunque
algunos adictos fingen dolor para obtener los fármacos que desean, también es
posible que alguien padezca un dolor crónico que no es fingido, pero si es
producto de la adicción.

En cierto sentido las personas con este tipo de dolor están racionalizando.  Aunque
no están fabricando excusas, en esencia su inconsciente lo está haciendo por
ellos.  Debido a que su organismo ansía fármacos, la mente inconsciente produce
dolor.  Lo que todas estas personas sienten es dolor, y exigen alivio.  Por
desgracia, muchos médicos se sienten impulsados a responder a sus demandas y
siguen recetando medicamentos.

Los adictos con un dolor crónico son un reto para el tratamiento, aunque muchos
han sido atendidos con éxito.  Una joven que tenía una severa adicción a los
narcóticos debido a un persistente dolor de espalda hoy ha dejado los fármacos. 
Cuando se le pregunta cómo maneja ahora su dolor sin fármacos, contesta: “¿Qué
dolor?”.

La proyección
 

La proyección significa culpar a otros de cosas de las que en realidad somos


culpables nosotros mismos.  Al igual que la racionalización, la proyección cumple
con dos funciones:
 

1. Refuerza la negación.
 “No soy alcohólico. Ella me hace beber”.
 “Si tuvieras a mi jefe, también tu recurrirías a los fármacos”.
2. Ayuda a proteger el status quo
* “¿Por qué tengo que cambiar?  Yo no soy el que tiene la culpa.  Cuando los
demás hagan los cambios adecuados no necesitaré beber ni consumir drogas”.

Acusar a otro parece permitir al adicto evitar la responsabilidad de cambiar.  


“Mientras me hagas esto, no puedes esperar que cambie”.  Puesto que es poco
probable que los demás cambien, la bebida o el consumo de fármacos se
perpetuará.

Suele ser infructuoso intentar convencer a los adictos de que sus argumentos no
son válidos.  Puesto que la proyección adictiva sirve sobre todo para mantener el
consumo de sustancias químicas, desaparecerá por sí misma cuando se logre la
sobriedad.  El mejor enfoque que se puede tomar es recordarles a los adictos: “No
puedes cambiar a nadie salvo a ti mismo.  Trabajemos para llevar a cabo los
cambios sanos que tú puedes realizar”.

Los adictos, como otras personas con problemas psicológicos, pueden culpar a
sus padres de sus fracasos, algo que la psicología popular ha fomentado
involuntariamente.  Algunos adictos pasan incontables horas repitiendo el pasado y
tienden a emplear esa información para caer en la compasión de sí mismos y para
justificar su recurso a las sustancias químicas.  He descubierto que es útil decir: 
Aunque seas producto de lo que hicieron tus padres contigo, como lo dices, es tu
culpa.  No podemos deshacer el pasado.  Entonces, nos vamos a centrar en llevar
a cabo los cambios necesarios para mejorar tu funcionamiento”.

Estos tres importantes elementos del pensamiento adictivo, la negación, la


racionalización y la proyección, deben ser considerados en cada etapa de la
recuperación.  Pueden estar presentes en capas, como las pieles de las cebollas. 
A medida que se retira una capa de negación,  de racionalización y de proyección,
se descubre otra debajo.  La eliminación progresiva de estas distorsiones de la
realidad permite una mejoría durante la recuperación.

 
 

Capítulo 7
 
El manejo del conflicto
 

S
 

e ha dicho que la diferencia entre psicosis y neurosis es que el psicótico dice: “Dos
más dos es igual a cinco”, en tanto que el neurótico dice: “Dos más dos es igual a
cuatro, y no lo tolero”.

El no adicto acepta que dos más dos es igual a cuatro y se ajusta a ello sin
dificultades.  El adicto también se puede ajustar bien, a veces.  Pero en otras
ocasiones la sustancia química lo vuelve psicótico, y en otras neurótico.  Cuando la
realidad parece demasiado insoportable, el adicto ni se ajusta a ella ni la desecha
en su imaginación.  Más bien recurre a las sustancias químicas e ignora la
realidad.

Con la abstinencia el adicto debe enfrentar la realidad sin el escape que le brindan
las sustancias químicas.  Puede que esto nos ayude a comprender por qué a
veces las familias de los adictos, que durante mucho tiempo solicitaron que el
adicto dejara de consumir sustancia químicas, se decepcionan cuando finalmente
deja de ingerirlas.  En realidad puede ser más difícil vivir con el adicto abstemio
que no ha recibido ayuda para superar el pensamiento adictivo que con el que
sigue siendo consumidor.  Algunas familias han llegado a inducir al adicto a nuevo
a la bebida o a las drogas.

En oposición al sentido común, los adictos no tienen más problemas en su vida


que cualquier otra persona, es decir, antes de que el consumo de sustancias
químicas complique todas las cosas.  Una vez establecida la adicción, la mente
confundida puede generar una increíble cantidad de conflictos.  La causa de la
dependencia química no son conflictos abrumadores, sino la distorsionada
percepción del adicto, que vuelve inaceptable la realidad.

Una imagen distorsionada de sí mismo


 

La principal distorsión se da en la imagen que tiene el adicto de sí mismo.  De una


u otra manera, se siente muy inadecuado.

 Una joven drogadicta no saldrá con chicos ni se mirará en el espejo porque se


considera fea.
 El hombre que depende de las sustancias químicas y es autor de un libro de texto
sobre patología médica se pone muy ansioso al dar una plática a médicos porque teme
que alguien esté en desacuerdo con él, aunque sea una autoridad reconocida
internacionalmente.
 Una juez alcohólica y muy experimentada vive aterrada al pensar que lo que está
haciendo no basta.
 

Cuando las capas de revestimiento se descarapelan, se descubre que el adicto


tiene muy poco amor propio.  Si no se corrige su distorsionado concepto de sí
mismo, el pensamiento adictivo sentirá que le es difícil o imposible proseguir su
recuperación y puede desarrollar una psicosis, una neurosis o una adicción
sustituta.

La concepción errónea que los adictos tienen de sí mismos precede al desarrollo


de una dependencia de sustancias químicas, a veces por varios años.  El poco
amor propio que se presenta con el consumo de sustancias químicas es diferente:
no se relaciona con una concepción errónea de la realidad.
 

Cambio de una imagen negativa de sí mismo


 

Susan, una maestra de 37 años, fue internada para un tratamiento después de una
tentativa de suicidio.  Acababa de perder su empleo debido a su alcoholismo. 
Había intentado ocultar su aliento alcohólico bebiendo extracto de vainilla, pero su
disfunción progresó y la llevó a ser  despedida.

Susan se encontraba muy deprimida y se devaluaba mucho.  Cuando le pedí que


me mencionara algunas de las cualidades de su personalidad, no pudo encontrar
características redentoras de sí misma.

Entonces le señalé que se había graduado summa cum laude y había ganado el


premio Phi Beta Kappa.  “Por lo menos me habrías podido decir – le dije –, que
eres intelectualmente brillante.  Después de todo, esos premios no se dan a los
estúpidos”.
 

Susan sacudió la cabeza tristemente.  “Cuando se me dijo que había ganado el


premio Phi Beta Kappa, supe que se habían equivocado”.

Cambiar la imagen negativa de sí mismo, el poco amor propio que precede al


consumo de sustancias químicas, requiere que el adicto llegue a admitir que es
una persona adecuada.  Es un reto importante para aquel cuya vida está en
ruinas.  Y debemos recordar que no sólo el poco amor propio de esta persona “en
ruinas” necesita ser corregido, sino también el del individuo “pre en ruinas”. 
Muchos adictos buscan fugarse a través de las sustancias químicas porque
sienten que no pueden salir delante de sus problemas.  Deben aprender que
tienen capacidades de adaptación sanas.  La siguiente historia muestra cómo, muy
en el fondo, ya está presente la capacidad de enfrentar los conflictos.

Estar consciente de lo que ya está ahí


 

En una ocasión, cuando preparaba mis pagos mensuales, me sentí muy molesto al
descubrir que no tenía bastante dinero en mi cuenta de cheques.  Me estrujé la
mente para dilucidar en qué se me había ido el dinero, pero sin resultados.  Me
quedaban las siguientes opciones: 1) solicitar un préstamo o 2) permitirme no
pagar las cuentas ese mes.  Ninguna de las dos opciones era agradable, pero
preferí la segunda.

Unos diez días después llegó mi estado de cuenta y me sorprendió


agradablemente descubrir que tenía más dinero del que pensaba.  Simplemente
había olvidado anotar un depósito.  No había razones de que hubiera estado tan
molesto o de que pidiera un préstamo.

Mi problema fue que, aunque disponía de los fondos necesarios para pagar mis
cuentas, no lo sabía.  Mi percepción de la realidad fue incorrecta.  Tenía que estar
consciente de no necesitar un préstamo.

De igual manera, el pensador adictivo necesita llegar a estar consciente de aquello


de lo que ya dispone.  Invariablemente tendrá la capacidad de manejar los
conflictos, en cuanto se dé cuenta de que tiene las habilidades que requiere.

¿Cómo convencemos a las personas con poco amor propio de que son valiosas? 
Debemos empezar por tener la convicción de que lo son.  Si las valoramos como
seres humanos valiosos, podemos asumir sin peligro que les transmitiremos
nuestros sentimientos.  Los cumplidos vacíos y las simples alabanzas carecen de
valor, pero siempre debemos estar alerta para identificar los rasgos positivos de su
pasado y presente, y darles razones para sentirse orgullosos de sí mismos.  En
general, las personas son bastante adeptas a señalar los defectos de los demás. 
Al tratar con adictos, debemos hacer justamente lo contrario.

Con los adictos es muy complicado superar su concepción errónea de la realidad. 


El que ahora tiene, digamos, 42 años puede haber dudado de sí mismo desde que
tenía 3 años.  Se necesitarán mucho tiempo y esfuerzos para modificar esa
concepción errónea.  Recordémoslo: para el adicto esa concepción falsa es la
realidad,.

La regla y/o
 
El pensamiento adictivo también se caracteriza a menudo por una rigidez de
pensamiento, lo que podemos llamar la “regla y/o”.  Es posible que el adicto piense
sólo en los extremos y le sea difícil comprender que se necesita flexibilidad para
resolver los problemas.

Por ejemplo, su esposo en reciente recuperación podrá no saber si tiene que


decidir divorciarse o seguir con su esposa.  Podría intentar una separación
temporal mientras empieza a trabajar con su sobriedad y su esposa recibe
asesoramiento, pero es probable que esta alternativa nunca se le ocurra.

Esta falta de flexibilidad o de considerar alternativas provoca mucha frustración,


porque la mayoría de la gente no se siente cómoda con elecciones extremas.  No
se ha logrado definir porque al pensador adictivo no se le ocurren otras opciones o
posibilidades intermedias entre los extremos.

Con todo, la lógica del adicto no parece ser defectuosa.  Si sólo tuviera dos
elecciones, ambas inadecuadas, se justificaría su frustración.  Podría engañarnos
si no tuviéramos conciencia del pensamiento adictivo y compartiríamos su
frustración cuando surgen los conflictos.  Estar alerta ante esto debe permitirnos
ayudar al adicto a encontrar las soluciones apropiadas.

Capítulo 8
 
La hipersensibilidad
 
 

P
ara comprender mejor las actitudes y reacciones del adicto, es importante saber de
dónde procede la persona.  Podemos entender las reacciones sumamente raras
de una persona ante ciertas experiencias sólo si conocemos las condiciones que
rodearon dicha experiencia.

Si tuviéramos que ver  a alguien reaccionar con ira ante lo que parece un contacto
apenas notorio, digamos, el roce de alguien en un elevador, tal vez nos podríamos
preguntar, ¿Qué le pasa a esta persona?, de quien pensaremos que tiene una
tolerancia muy limitada.  Pero lo más probable es que consideremos que su
reacción es injustificada.
 

Mientras un bronceado es aparente para todos los que pueden ver, las
sensibilidades emocionales de la gente no lo son.  Por consiguiente, es posible
que no entendamos una reacción intensa si desconocemos las sensibilidades
peculiares de la persona.

A menudo me he preguntado por qué algunas personas recurren al consumo de


alcohol o de otras drogas para sentirse mejor y otras no.  Las diferencias genéticas
y fisiológicas de las personas tienen un papel importante en el desarrollo de las
adicciones.  Pero desde luego no son toda la respuesta.

Un consuelo para los sentimientos de aflicción y malestar


 

Aunque muchas personas ingieren alcohol y otros fármacos para excitarse,


muchas otras recurren a las sustancias químicas sólo para sentirse normales. 
Para estos dependientes de las sustancias químicas, el alcohol y otros fármacos
son anestésicos emocionales, ya que buscan consuelo para sus sentimientos de
aflicción y malestar.

Naturalmente la vida de casi todo el mundo para por una multitud de circunstancias
estresantes.  Pero la mayoría de la gente no consume alcohol u otras drogas para
enfrentar sus aflicciones.

 
Algunas personas parecen tener mayor sensibilidad al estrés, por lo que
experimentan el malestar emocional con más agudeza que las demás.  Muchos
adictos son emocionalmente hipersensibles y tal vez tienen emociones más
intensas que los no adictos.  Quienes dependen de las sustancias químicas suelen
parecer casi inmoderadamente sensibles, con emociones de una intensidad
extrema.   Cuando aman, lo hacen con intensidad, al igual que cuando odian.

La sensibilidad emocional del adicto puede ser similar a la piel hipersensible de la


víctima de una quemadura del sol.  El estímulo que tal vez no provoque dolor
emocional en el no adicto originará una gran aflicción en el adicto.

Muchos adictos son solitarios.  En la normalmente parecen ser antisociales y gozar


su soledad, pero eso no es necesariamente cierto.  Los seres humanos por
naturaleza ansían la compañía.  El solitario no goza en realidad el aislamiento,
pero lo atemoriza menos que la compañía.  Convivir con gente expone al adicto al
rechazo, que para él es devastador.  Con frecuencia anticipa el rechazo, cuando
cualquier otro ni siquiera pensaría en él.

Irónicamente, la anticipación del rechazo puede resultar un tormento de suspenso,


que llega a ser tan intolerable que el adicto se vuelve ofensivo y provocativo,
dando pie al rechazo para deshacerse del suspenso.  En otros momentos, los
adictos intentan evitar el rechazo aferrándose y siendo posesivos.  Así, en los
adictos suelen observarse aislamiento social, conducta ofensiva y celos fanáticos.

Ya mencioné que la lógica adictiva y distorsionada no siempre es consecuencia del


consumo de sustancias químicas, pero a menudo lo precede.  Lo mismo vale en lo
tocante a la hipersensibilidad emocional.

No pertenecía a todos ustedes


 

Después de 19 años en recuperación, un hombre dijo en una charla de AA:


“Cuando tenía unos nueve años de edad empecé a sentirme diferente de todos los
demás.  No puedo decir por qué, pero así era.  Si entraba a una habitación llena de
gente, sentía que no pertenecía a todas esas gentes, y no me sentía bien. 
Simplemente no era mi lugar.  Años después, cuando tomé mi primer trago, de
repente sentí que el mundo armonizaba conmigo.  Pertenecí”.
 

Este ejemplo ilustra vividamente los intensos sentimientos de ser diferente que la
mayoría de los adictos experimenta antes de consumir su primera droga.

La quemadura del sol puede ser muy sensible.  Aunque el tacto de alguien más
provoca un dolor agudo, no suele haber, en ese roce, intención de daño.  Sin
embargo, los adictos hipersensibles a menudo ignoran su excesiva sensibilidad
emocional, por lo que perciben una intención hostil en actos o comentarios
inocentes y pueden reaccionar en conformidad.

Cuando observemos las reacciones de una persona en función de una lógica


adictiva, recordemos el ejemplo del que padece una quemadura del sol.  Puede
ayudarnos a comprender mejor.

 
 

Capítulo 9
 
Las expectativas mórbidas
 

A
Menudo los pensadores adictivos, sin razón lógica, sienten aprensión, anticipan
desastres.  En este mundo suceden cosas buenas y malas.  La mayoría de las
personas pasan por ambas.  Los adictos no son los únicos que se preocupan y
anticipan sucesos negativos, pero tienden a hacerlo con más frecuencia que los
demás.

Algunas personas son optimistas.  Cuando ven un montón de estiércol, buscan un


caballo.  Otras son pesimistas.  Cuando ven una preciosa cubierta de atractivos
platillos, se preocupan de que estén envenenados.  No siempre es fácil descubrir
por qué la gente desarrolla actitudes tan opuestas.
 

Muchos adictos son incapaces de ver lo bueno de las cosas buenas.  Los
pensadores adictivos parecen llevar a cuestas un sentimiento mórbido de que
carecen de suerte.  Por un lado, temen que todo aquello que parece funcionar bien
a la larga falle.  Algunos presentan la norma de llegar hasta el umbral del éxito y
luego se sabotean a sí mismos.

Los sentimientos de una fatalidad inminente


 

Tom, de 32 años, nunca había logrado pasar más de tres meses abstemio.  Sin
embargo, durante su última rehabilitación, pareció haber cruzado el umbral.  Ya
estaba por cumplir su primer aniversario de sobriedad, y tres días antes de esa
importante fecha fue internado para una desintoxicación.

Tom lloraba mientras decía: “Tienen que creerme.  No gozo bebiendo.  No había
logrado no beber por más de tres meses desde que tengo 12 años, y ahora hacía
casi un año.  Me ascendieron en mi empleo, y por primera vez en años, mi esposa
me dijo que me amaba.

“Sabía que era demasiado bueno para durar.  Sabía que algo terrible estaba a
punto de suceder.  Cada vez que el teléfono sonaba, pensaba que era para
decirme que a mi hijita la había atropellado un automóvil.  Bebí para deshacerme
de ese terrible presentimiento”.

Es importante comprender las expectativas mórbidas del pensamiento adictivo.  La


familia y los terapeutas pueden entusiasmarse ante el éxito que la persona en
recuperación obtiene en su empleo y su aparente felicidad.  Puede no haber
señales de peligro que indiquen que debajo de esa felicidad superficial la persona
en recuperación está pensando: No podré lograrlo.  Algunas veces esta insistente
anticipación se vuelve tan intolerable que el adicto llega a pensar Oh, al diablo, lo
mismo vale si recaigo, y entonces precipita el fracaso.
 

Si la persona en recuperación recurriera a una lógica normal, sería razonable


tranquilizarla diciéndole que todo está bien y que no hay por qué esperar un
trastorno súbito.  Pero si sigue operando con base en la lógica adictiva (que no
desaparece de inmediato con la abstinencia), los argumentos razonables no
tendrán ningún efecto.  Al principio de su recuperación, el adicto puede parecer
agradable cuando se analizan estos temas desde un punto de vista lógico, pero en
su interior está operando otro sistema de pensamiento.

Cuando analicemos los métodos de ayudar a la persona adicta abordaremos este


problema.  Por ahora sólo estemos conscientes de que a menudo los adictos
sienten que están caminando bajo una nube negra de desgracias inminentes.

 
Capítulo 10
 
La manipulación de los demás
 

E
l pensamiento adictivo puede presentarse antes del consumo de alcohol y de otras
drogas.  Pero existe una característica que parece ser originada por la adicción
química: la manipulación.

Los no adictos son a veces manipuladores, y los adictos pueden haber manipulado
a otros antes de empezar a beber o a consumir otras drogas.  Pero con el
consumo de alcohol y de drogas el problema se incrementa.  La gente se ve
obligada a mentir, a encubrir y a manipular.  Los adictos desarrollan un dominio de
la manipulación y, con el tiempo, se vuelve un rasgo de carácter profundamente
arraigado.

La manipulación puede iniciarse como una maniobra defensiva para explicar el


consumo de alcohol o de drogas, para encubrir problemas, o crear situaciones que
facilitarán la bebida o la drogadicción.  Pero, tarde o temprano, adquiere una vida
independiente.  El adicto manipula y miente porque sí, aunque no obtenga nada de
ello.  La manipulación y la mentira, en lugar de ser un medio, se vuelven fines en sí
mismas.

Evitar la estafa
 

Durante sus días de consumo y bebida Phil solía llegar a casa al amanecer o
desaparecía durante varios días.  Después de salir del tratamiento de
rehabilitación asistió con frecuencia a las reuniones de AA/NA.  Una noche,
después de una reunión, él y varios amigos fueron a una cafetería abierta toda la
noche donde continuaron con una mini reunión hasta después de la medianoche.

La esposa de Phil se aterró al no verlo volver a casa a las 10:30 p.m., como lo
esperaba, e imaginó lo peor.  Cuando él finalmente llegó, en la puerta le preguntó:
“¿Por qué no me llamaste para decirme que llegarías más tarde?”
“Llamé,” le contestó Phil, “pero nadie me contestó”.

Su esposa sabía que el teléfono no había sonado y dudaba de su cuento de una


mini reunión en una cafetería.  Sólo se tranquilizó cuando el consejero de Phil le
confirmó la historia.

Analicé el incidente con Phil, que me dijo: “No sé por qué le dije que había
llamado.  Sabía que era una mentira, pero me pareció natural hacerlo”.

A menudo advierto a las personas que entran a tratamiento que tienen que cuidar
de no estafarse a sí mismas.  Pueden obtener una ventaja temporal de echarles la
culpa a otros, pero es un triunfo inútil engañare a uno mismo.  El vencedor es
también el vencido.

Al principio de la recuperación algunos adictos afirman tener vislumbramientos de


percepción.  De repente los sorprende lo ciegos que han estado ante su adicción, y
lo egoístas y poco considerados que han sido.

Pueden pensar: Sin duda no soy tan estúpido como para recaer en mi conducta
destructiva ahora que he tomado conciencia de ella.
 

Al haber tenido esta conciencia de la verdad, es posible que elijan dejar el


tratamiento porque “ya no lo necesitan”.  O, si siguen en él, pueden volverse
“terapeutas” hacia otros pacientes, ayudándoles a lograr la misma toma de
conciencia.

¡Es una necedad!  Años de pensamiento y conducta adictivos no se desvanecen


en una noche.  A pesar de las protestas de sinceridad por parte de los adictos,
están manipulando.  La tragedia es que se engañan haciéndose creer que lograron
una recuperación instantánea.

 
El terapeuta desprevenido puede caer en el juego del adicto.  ¡Qué maravilloso no
tener que romper laboriosamente la montaña de negaciones como con otros
pacientes!  ¡Qué alivio tener a alguien que pronto puede empezar a trabajar con
los temas importantes de su recuperación!  ¡He aquí a alguien que está dispuesto
a dar un Cuarto Paso (hacer un inventario moral) en la segunda semana de
tratamiento, y un Quinto Paso (compartir la historia de su vida con otra persona) al
siguiente día!

Es una persona que toma un ascensor de alta velocidad en lugar de proceder por
los Doce Pasos.  Es necesario que el terapeuta esté prevenido.  Es mera
manipulación.  Es muy probable que, camino a casa, la persona se detenga en el
bar más próximo.

A menudo el atajo es la manera más rápida de llegar a un lugar al que no se iba.  


¿Por qué tomaría alguien ese atajo?  Porque a diferencia del pensamiento normal,
en el que las personas toman atajos para llegar más rápido a un objetivo, en el
pensamiento adictivo el atajo es el objetivo.  No lo lleva a ningún lugar en
particular.

Al igual que con los demás aspectos del pensamiento adictivo, los atajos y las
manipulaciones del adicto no parecen ser obviamente absurdos y es fácil caer en
su juego.  Además estas manipulaciones no desaparecen de inmediato con la
abstinencia de las sustancias químicas.  Se necesita mucho tiempo y mucho
trabajo antes de que el adicto en recuperación pueda superar su conducta
manipuladora.

 
 

Capítulo 11
 
La culpa y la vergüenza
 
 

S
uele pensarse que los adictos están agobiados de culpas.  Desde luego, cuando
oímos decir que el adicto expresa remordimientos, percibimos lo profundamente
culpable que se siente.

Los adictos pueden sentir un remordimiento genuino, pero a menudo no sienten


culpa sino vergüenza.  La diferencia entre las dos es enorme.

La diferencia entre culpa y vergüenza


 

La distinción principal entre culpa y vergüenza es esta:

 La persona culpable dice: “Me siento culpable de algo que hice”.


 La persona llena de vergüenza dice: “Me avergüenzo de lo que soy”.
 

¿Por qué es tan importante la distinción?  Porque las personas pueden


disculparse, reparar, enmendarse y pedir perdón por lo que hicieron, pero harán
patéticamente poco en lo tocante a quienes son.  En el medievo, los alquimistas
pasaron su vida laboral intentando inútilmente convertir plomo en oro.  La persona
que siente vergüenza ni siquiera lo intenta, ya que piensa: No puedo cambiar mi
esencia.  Si estoy constituido de material inferior; no hay razón para que me esfuerce en
cambiar.  Sería un acto ineficaz.
 

La culpa puede dar origen a una acción correctiva.  La vergüenza lleva a la


resignación y a la desesperanza.

El análisis profundo de las personas adictas revela a menudo muy poco amor
propio y sentimientos arraigados de inferioridad.

Cómo se desarrolla la vergüenza


 
No siempre es posible descubrir de donde parten los sentimientos de vergüenza,
ya que puede ser el resultado de muchas cosas:  el libro Letting go of shame de
Ronald y Patricia Potter-Efron señala la constitución genética y bioquímica, la
cultura, la familia, relaciones vergonzosas y pensamientos y conducta que implican
vergüenza de sí mismo como fuentes de la vergüenza.1   Pero otro factor
importante puede ser la manera en que los seres humanos llegan al mundo: son
indefensos y serán dependientes mucho más tiempo que otros seres vivos.  Los
cachorros animales empiezan a corretear a los cuantos días de nacidos, y
semanas después muchos ya buscan su propio alimento.  Los seres humanos
morirían sin el cuidado de los adultos durante los primeros años de sus vidas.  Y
aunque sean autosuficientes desde el punto de vista físico, algunos niños se
conservan económicamente dependientes de sus padres hasta la tercera década
de su vida.  Depender de otros no promueve la autoestima.  La impotencia y la
dependencia pueden generar sentimientos de inferioridad.
 

Se requiere de un esfuerzo paterno basado en conocimientos para ayudar a los


hijos a desarrollar su autoestima.  Los que son demasiado protectores o hacen
demasiado por sus hijos no les permitirán desarrollar una sensación de dominio. 
Los que exigen de sus hijos cosas que aún no son capaces de cumplir pueden
provocar que se sientan inadecuados.  Las circunstancias paternas y ambientales
ideales son raras; por ello muchas personas crecen con una autoestima incierta.

Por qué los adictos sienten vergüenza


 

El sentimiento de poco amor propio o de vergüenza en los adictos suele ser más
grave.  Las circunstancias que suelen originar los sentimientos de culpa en
personas emocionalmente sanas ocasionan sentimientos de culpa en los adictos
como una especie de corto circuito.  Suponga que enciende el aire acondicionado,
y lo que se prende son las luces, o que enciende la lavadora de platos y lo que se
prende es el triturador de  basura.  Es obvio que los cables están cruzados.  Es lo
que sucede con los adictos.  Lo que debería producir culpa provoca vergüenza.

Debido a que la conducta adictiva resulta a menudo en actos inapropiados,


irresponsables y hasta inmorales, existen muchas razones por las que el adicto
debería sentir culpa, pero lo que en realidad experimentará es una profunda
vergüenza.

La vergüenza no sólo es infructuosa sino también contraproducente.  Suponga que


tiene un automóvil que funciona bien, pero una pieza se vuelve defectuosa.  La
remplazará y su automóvil volverá a caminar bien.  Sin embargo, si descubriera
que su coche es un cacharro y cada vez que le arregla algo otra cosa se
descompone, es posible que levante las manos al cielo exasperado.  Concluirá,
justificadamente, que no tiene caso arreglar el coche.

Lo mismo sucede con el pensamiento adictivo.  La profunda vergüenza que siente


el adicto da como resultado que piense que es inútil cambiar su forma de ser.   La
culpa podrá haberse superado, pero la enmienda no puede modificar el material
defectuoso del que los adictos sienten estar constituidos.

El remordimiento en el adicto es tan común como las margaritas en primavera. 


Las lágrimas del adicto pueden ser desconsoladoras.  Cualquiera que lo escuche y
no conozca el pensamiento adictivo jurará que esa persona jamás volverá a ingerir
una gota de alcohol o a consumir una droga.

Ed, un electricista de 44 años de edad, vino al centro de rehabilitación procedente


de otra ciudad porque temía que su alcoholismo saliera a la luz si solicitaba
tratamiento en su localidad.

Cuando lo admitieron Ed manifestaba grandes remordimientos.  “¿Cómo puedo


haber causado tantas desgracias a los que más amo?  ¿Cómo puedo haberle
hecho esto a mi familia?  Los amo y los he tratado mal.  Prefiero matarme que
volver a  beber”.

Esa noche, más tarde, la enfermera me llamó para decirme que Ed estaba
actuando de manera extraña.  Por sugerencia mía revisó su habitación y encontró
una botella de vodka casi vacía.

El remordimiento de Ed no era hipócrita, pero representaba vergüenza más que


culpa.  Sentía que no importaba lo que hiciera, siempre sería un marido y un padre
inadecuado, y que estar sobrio no lo haría ser mejor.  El dolor y el daño que había
infligido a su familia requerían un consuelo y, puesto que sentía que nada
cambiaría bebiera o no, volvió al vodka que había introducido a escondidas al
centro donde planeaba mantenerse sobrio.  Ése es el pensamiento adictivo.

 
El psicólogo y especialista en adicciones Rokelle Lerner dice que el programa de
los Doce Pasos cambia la vergüenza por la culpa.  El programa ayuda a los
adictos a comprender que padecen una enfermedad.  Aunque se les dice que son
completamente responsables de su conducta, no tienen la culpa de tener esa
enfermedad.  Sin embargo, se espera que sigan el programa de tratamiento, se
mantengan en total abstinencia y que lleven a cabo cambios importantes en sus
rasgos de carácter.

A  medida que los adictos encuentran aceptación entre otras personas en


recuperación y descubren que aquellos que se han sujetado al programa y que
han llevado a cabo cambios sustanciales en su carácter son respetados y amados,
empiezan a darse cuenta de que ellos también son básicamente buenas
personas.  Lo que se necesita es abstinencia y una revisión general de la
personalidad.  Así es como la vergüenza se cambia por la culpa.  Cuando se hace
un inventario personal, cuando se comparte con alguien más y empiezan a
hacerse enmiendas se logra abatir la culpa.  Los adictos que trabajan con estos
pasos se vuelven personas constructivas y empiezan a recibir el amor y el respeto
de su familia y de la comunidad.

 
 

Capítulo 12
 
La omnipotencia y la impotencia
 

U
n rasgo del pensamiento adictivo es la ilusión de que se tiene el control.  En cierto
grado, está presente un delirio de omnipotencia (la sensación de tener un poder
ilimitado) en cada adicto y codependiente.

La mayoría de los adictos al alcohol o a las drogas pierden a la larga el control de


la sustancia química, aunque sigan insistiendo en que pueden controlar su
consumo.  Aunque su vida se ha vuelto muy inmanejable, afirman resueltamente
que la controlan.  Esta incapacidad de admitir la pérdida de control a despecho de
la realidad es característica del pensamiento adictivo.  Es un delirio de
omnipotencia y debe ser superado antes de que la persona en recuperación pueda
admitir y aceptar su impotencia, un primer paso necesario para la recuperación.

Las ilusiones de control


 

Los alcohólicos pueden tener muchas excusas para explicar por qué Alcohólicos
Anónimos no es para ellos.  Objetan: “He asistido a las reuniones de AA.  Hablan
de Dios todo el tiempo y yo soy ateo.  No creo en Dios; no me sirve AA”.

Sin embargo, el problema no es que el adicto no crea en Dios.  La mayoría en el


fondo cree que existe.  El problema es que piensan ser Dios.

Existen muchas cosas sobre las cuales una persona no tiene control o es
impotente.  Esto de ninguna manera constituye una debilidad de carácter.  Los que
padecen la fiebre del heno no pueden controlar sus estornudos.  Se alivian
mediante un tratamiento médico adecuado, pero sin él, son impotentes ante sus
estornudos.  Sin embargo, ni el peor ataque de estornudos hace que quienes lo
padecen se sientan ciudadanos de segunda.  Insistir en que controlan sus
estornudos, cuado en realidad no pueden, equivaldría a un delirio.

Las personas que piensan que la adicción es una deficiencia moral más que una
enfermedad ven la incapacidad de controlar la bebida o el consumo de drogas
como una debilidad de carácter.  Cuando las personas niegan defensivamente su
impotencia ante las sustancias químicas e insisten en que siguen teniendo el
control, en realidad están delirando.  Cualquier adicto que diga “No puedo ser
impotente” está manifestando un delirio de omnipotencia.

AA simplemente dice que, debido a que los adictos no tienen control sobre su
consumo de sustancias químicas, deben buscar frenos en otra parte.  En ese “otra
parte” lo que constituye el Poder Superior no cree en un Poder Superior religioso
puede encontrar otras fuentes externas de control.  Por ejemplo, muchos
consideran a su grupo de AA como un Poder Superior.

 
Para aceptar un Poder Superior, ya sea religioso o de otro tipo, los adictos deben
darse cuenta de que no tienen el control de algunos aspectos de su vida.  De
hecho, es lo que hacen quienes padecen la fiebre del heno cuando toman un
medicamento.

Los delirios de grandeza


 

Aunado al delirio de omnipotencia, los adictos tienen una actitud o fantasía de


grandiosidad, otra característica del pensamiento adictivo.  La grandiosidad en el
pensamiento adictivo existe a despecho absoluto de la realidad, como lo ilustra la
siguiente historia.

EL CEO sin llaves


 

Mel, antaño un exitoso ejecutivo de negocios, padeció la muy común pérdida de la


familia, del negocio y del hogar.  Sentado en el bar, lloraba ante su cerveza,
fantaseando que en cualquier momento alguien entraría y le ofrecería el puesto de
funcionario ejecutivo en jefe de una importante corporación.

A la larga, este hombre entró a rehabilitación y, durante toda su estancia, 


manifestó excesos de grandiosidad.  Seguro de ser mejor que cualquier otro,
miraba a todos de arriba abajo.  Se oponía a la recomendación de que después del
tratamiento fuera a un centro intermedio, aunque no tenía otro lugar a donde ir.  De
mala gana y con aire de superioridad fue al centro intermedio.  A pesar de la
realidad, seguía creyendo ser todavía un exitoso ejecutivo.

El momento de la verdad se presentó seis semanas después de su llegada al


centro intermedio.  Mel lo recuerda de esta manera:  “Estaba de pie en el exterior,
con las manos en los bolsillos.  Cuando agité el contenido de mi bolsillo derecho,
descubrí que tenía doce centavos y un botón de pantalón.  Luego busqué en mi
bolsillo izquierdo, y de repente me d cuenta que no tenía llaves.  ¡No poseía nada
para lo cual necesitara una lleve!  Ni departamento, ni oficina, ni coche”.  No fue
hasta este momento en que aceptó la realidad.

 
A menudo se presentan al mismo tiempo la grandiosidad y el delirio de
omnipotencia.  Ambos pueden ser esfuerzos desesperados para no tomar
conciencia de la impotencia.

Después de todo, los seres humanos son impotentes de diversas maneras. 


Muchas cosas en la vida (el clima, otras personas, el precio de la leche) está más
allá de nuestro control.  Muchas partes de nosotros, tanto físicas como
psicológicas también.

Las personas que se sienten bien consigo mismas no suelen percibir una amenaza
en tomar conciencia de su impotencia.  Pero cuando no tienen amor propio,
cuando se sienten inadecuadas, incompetentes o carentes de valor, deben
protegerse a sí mismas en contra de lo que consideran otra humillación: su
incapacidad de control sobre las sustancias químicas.  Crearse una autoestima
puede ayudar a los adictos en recuperación a superar esta sutil pero fuerte
amenaza.

 
Capítulo 13
 
Admitir los errores
 

M
uchas personas que dependen de sustancias químicas tienen grandes dificultades
para admitir que están equivocadas.  Puede que no estén de acuerdo con esta
información, alegando que no tendrían la más mínima dificultad para aceptar que
están equivocados si llegara a ocurrir.
 

Una de las características del pensamiento adictivo es la percepción que tiene la


persona de estar siempre en lo correcto.  Muchos de los demás rasgos frecuentes
del pensamiento adictivo (la negación, la proyección, la racionalización, la
omnipotencia) entran en juego para reforzar la insistencia de que la persona
siempre ha tenido razón.

Ser un ser humano significa cometer errores


 

La manera en que los adictos explican y defienden su conducta puede parecer


perfectamente lógica.  Al principio cada explicación se oirá razonable.  Sin
embargo, al tomar en cuenta toda la letanía de incidentes y explicaciones,
debemos preguntarnos: “Si el adicto en verdad careciera de errores, ¿por qué
terminaron las cosas siendo una horrible mezcolanza?”  Después de volver a
examinar el relato del adicto, se vuelve evidente el pensamiento adictivo.  A
menudo sus explicaciones al parecer lógicas sólo son ingeniosas racionalizaciones
y proyecciones.

La persona en recuperación debe aprender no sólo que está bien ser humano, sino
también que el mayor logro es ser un buen ser humano.  Pero primero se debe ser
humano, lo que significa que se cometerán errores en algún momento.

Una de las maneras más eficaces de aceptar la frase “Cometer un error no es el fin
del mundo” es ver que otras personas, en especial a aquellos a quienes el adicto
respeta, también cometen errores.  Cualquiera puede servir de modelo.  Les daré
un ejemplo de mi propia vida.
 

Una reunión fatal


 

En una ocasión tuve a un joven paciente psiquiátrico que fue hospitalizado durante
un largo periodo.  A medida que se recuperaba se le dieron pases para salir del
hospital durante varias horas.

Un viernes el paciente me dijo que deseaba asistir a una reunión de su clase al


otro día y reunirse con sus compañeros de clase antes de que partieran hacia las
cuatro esquinas del mundo.  Yo no vi razones para negarle el permiso.  Antes de
dejarlo, el paciente me dijo: “Por favor recuerda dejar escrito el pase en la tabla, si
no las enfermeras no me dejarán salir”.  Fui de inmediato al puesto de enfermeras
y asenté el permiso.

Cuando me reuní con el paciente el siguiente lunes me recibió con un estallido de


llanto y de enojo.  “¿Por qué me mentiste?  ¿Por qué me dijiste que podía ir y
luego no me dejaste ir?  Algunos de mis compañeros de clase se van de la ciudad
y ¡nunca los volveré a ver!”

Le dije al paciente que no sabía de qué estaba hablando, porque yo había dejado
el permiso como se lo prometí.

“Entonces tus enfermeras me mintieron”, gritó.  “Me dijeron que no estaba el


permiso en la tabla”.

Entonces examiné la tabla del paciente y, para mi gran sorpresa, no estaba la


orden.  ¿Qué sucedió con el permiso que yo recordaba haber escrito?

El misterio se resolvió cuando descubrí el permiso en la tabla de otro paciente.  Sí


escribí el permiso que prometí, pero las enfermeras tuvieron razón de decirle que
no había autorización en su tabla, pues en efecto no la había.  Estaba en la de otra
persona.
 

Cogí ambas tablas y las llevé a la habitación del paciente para mostrarle lo que
ocurrió.  Me disculpé por mi error que lo había privado de ver a sus compañeros de
clase y le dije que nada podría corregir esa equivocación.  Lo único que podía
hacer era disculparme.

Sucedió algo extraño: después de ese incidente hubo una mejoría significativa y
progresiva en la condición del paciente.  Posteriormente descubrí que una de las
principales obsesiones del paciente era el perfeccionismo.  Cometer un error era
tabú.

Pero, ¡he aquí!, su médico cometió un error.  Y no fue cualquier error.  Un pase


escrito en la tabla equivocada podía haber resultado en que se  permitiera salir del
hospital a un paciente con alto riesgo de suicidio.  El error de un médico puede ser
fatal, y el doctor lo aceptó.  Además, siguió trabajando como médico, las
enfermeras seguían respetándolo y sus órdenes todavía se obedecían, ¡aunque
hubiera cometido un error!  Por tanto, los errores no demuelen a una persona.  Tal
vez en él, el paciente, no tenía que estar eternamente en guardia para evitar los
errores.
 

El rápido reconocimiento de los errores


 

Cuando me familiaricé por primera vez con el programa de los Doce Pasos, me
encantó el paso Diez: “Y cuando te equivoques, reconócelo rápido”.  Al igual que
muchas otras personas, solía defender mis errores.  Mi ego no me permitía aceptar
que me había equivocado.

Algunas personas crearán una violenta batalla para demostrar que tenían razón, y
sólo cuando sus argumentos son rebatidos aceptan a regañadientes que se han
equivocado.  Esta actitud puede tener consecuencias desastrosas.  Un método
mucho más simple y eficaz de conservar nuestras energías es admitir simplemente
que nos equivocamos y hacerlo rápido sin inútiles tentativas de defender un error.

 
¡Qué alivio ha sido liberarme de esa carga!  No soy inmune a cometer errores y,
cuando admito mi humanidad, la gente siempre lo comprende.  Sólo cuando insisto
en estar en lo cierto provoco su ira.

Cuando se desecha el delirio de omnipotencia, que es parte del pensamiento


adictivo, se es capaz de admitir los propios errores.

Capítulo 14
 
La Ira
 

L
a ira es una emoción poderosa e importante.  Su manejo puede muy bien ser el
problema psicológico más difícil de nuestra época.  En tanto que la bibliografía de
las adicciones consta de algunos buenos libros sobre la ira, todavía es necesario
que entendamos más acerca de su verdadera esencia.

 
Las tres fases de la ira
 

La ira se puede  subdividir en tres fases.  La primera es el sentimiento de ira


cuando es provocada.  Si alguien me ofende o me lastima, me enojo.  Es
esencialmente una emoción instintiva o refleja, sobre la que se tiene poco control.
 

La fase 2 es la reacción a la ira.  Cuando se me ofende me puedo morder los labios


y no decir nada, hacer un comentario, soltar una imprecación, dar un empujón o
golpear con fuerza.  Aunque es posible que no tenga control sobre el sentimiento
de ira, lo tengo (y mucho) sobre mi reacción.
 

La fase 3 es la retención de la ira.  Concedemos que no tengo control sobre el


sentimiento inicial cuando es provocado, pero ¿cuánto tiempo conservo ese
sentimiento?  ¿Minutos? ¿Un mes? ¿Quince años?
 

Por comodidad, hagamos referencia a la fase 1 como “ira”, a la 2 como “rabia” y a


la 3 como “resentimiento”.

Muy a menudo la ira provoca rápidamente rabia.  Los adictos parecen tener una
particular dificultad en su reacción a la ira, aún cuando no están bajo la influencia
de una sustancia química.  Desde luego, cuando estas sustancias han debilitado el
control sobre uno mismo, la reacción de rabia puede ser muy grave.  ¿Existe
alguna manera de disminuir la intensidad de la ira de la fase 1?

Todas las emociones tienen una función.  Aunque los devotos fanáticos y los libres
pensadores están en desacuerdo en muchos puntos, concuerdan en que todo lo
que existe en la naturaleza tiene una función.  Por ejemplo, la amplia gama de
colores en el mundo animal, de las aves multicolores hasta el esplendor de la vida
acuática, todos tienen un propósito.  Los colores permiten a las criaturas
armonizarse con su entorno, les sirve de camuflaje que los protege.  O bien, los
colores brillantes atraerán a una pareja.

Podemos preguntar: “¿Cuál es la función de la ira en la naturaleza?”  No parece


necesaria para la supervivencia.  Si yo fuera atacado, es posible que me defienda
adecuadamente sin enojarme.  El miedo puede existir sin la ira e iniciar la reacción
de huida o de enfrentamiento necesaria para a supervivencia.  Aún sin ira puedo
recordar quien me atacó y estar alerta para futuros ataques.
 

La ira no es lo mismo que el odio.  Podemos estar muy enojados con alguien a
quien amamos, y podemos odiar a alguien sin estar enojados con él.  ¿Entonces
cuál es el propósito de la ira?

Considero que el propósito natural de la ira es preservar el orden social.  Nuestros


sentimientos de ultraje cuando alguien es asaltado, golpeado o dañado nos llevan
a actuar para impedir dichos acontecimientos.  Sin ira podremos defendernos en
forma adecuada, pero no haremos el esfuerzo de proteger a otro.  La ira es una
emoción evocada por la injusticia hacia nosotros mismos y hacia los demás.

Pero ¿qué es injusto?  Depende de los pensamientos, de los valores y de las


creencias de la persona.  La gente difiere mucho acerca de lo que es justo o
injusto en este mundo.  Por ello, algunos se enojan mucho más rápido que otros.

Los adictos y la ira intensa


 

Muchos adictos parecen pensar que el mundo es injusto hacia ellos.  Se sienten
estafados por todos y están enojados con todo el mundo, incluso con Dios.  ¿Por
qué yo?  ¿Por qué tú me haces esto a mi?
 

La sensibilidad del adicto a cualquier injusticia percibida se parece mucho a la de


la persona con migraña que siente un dolor agudísimo ante los colores brillantes o
los ruidos fuertes.  Los adictos suelen sentirse ofendidos, menospreciados y
humillados por todos los demás.  Su familia no los ama lo suficiente, sus amigos
no valoran bastante su compañía, no reciben el reconocimiento que merecen de
sus jefes por su enorme trabajo, y así sucesivamente.  ¿Cuánto es bastante? 
Debido a la hipersensibilidad y a las insaciables necesidades de algunas personas,
ni el infinito es suficiente.

Entonces, el problema para los pesadores adictivos no sólo se halla en su reacción


de rabia, sino también en la distorsión de sus percepciones.  Por ejemplo, un
hombre llega a casa de su trabajo y anuncia “¡Hola, todos, ya llegué!”  La esposa y
los hijos, absortos en un emocionante programa de televisión, le contestan
distraídos y no brincan para darle la bienvenida.  Para este hombre, su falta de
respuesta indica lo poco que lo valoran.  ¿Qué les parece?  Me rompo la espalda
todo el día para mantenerlos adecuadamente y he aquí cómo me aprecian.  Para él esta
falta de aprecio es una gran injusticia y siente una intensa ira.  O, cuando su
esposa presta atención a sus amigas, puede sentir que ella no lo valora lo
suficiente y se enoja con ella por “humillarlo”.
 

Así, podemos entender, aunque no disculpar, las reacciones del adicto que se
siente víctima de la “injusticia”.  Todas las culturas aceptan que los perpetradores
de injusticias deben ser castigados.  Es lo que hace el adicto que manifiesta su ira,
castiga al otro por una “injusticia”.  Aunque las técnicas para manejar la ira son
importantes, superar el pensamiento distorsionado que genera la ira sería
obviamente más útil.

Cómo ayuda la recuperación


 

En la recuperación las percepciones del adicto pueden experimentar un cambio


gradual.  Con la ayuda del asesoramiento y trabajando el programa de los Doce
Pasos, los adictos se vuelven menos egoístas y menos exquisitamente sensibles. 
A medida que progresa la sobriedad, mejora el amor propio y ya no interpretan
todo como personal, menospreciante.  Empiezan a aceptar la responsabilidad de
sus actos y dejan de culpar a los demás.  Las cosas que solían provocar su ira y
su rabia ya no los afectan.

Esto es muy diferente a la represión de la ira.  Ésta ocurre cuando ha habido una
verdadera injusticia, y cuando la persona que tiene una razón legítima para sentir
ira no se enoja en lo absoluto.  Esto es tan anormal como no sentir dolor cuando
nos pica un objeto puntiagudo.  Algunas personas han aprendido, de una u otra
manera, a no sentir ira.  Esta represión no es una técnica de control por medio de
la cual la persona reconoce la ira y decide manejarla de cierta manera, como
contando lentamente hasta diez.  La represión es un mecanismo lentamente hasta
diez.  La represión es un mecanismo psicológico inconsciente que evita que la
persona tome conciencia de una emoción o idea inaceptable.  A nivel inconsciente
la ira puede sentirse, pero no se manifiesta en la conciencia de la persona.

Sentir ira sería pecaminoso


 

Un buen ejemplo de ira reprimida es una paciente a la que traté durante una
depresión crónica.  Como era una monja con un estricto entrenamiento religioso,
había desarrollado la idea de que sentir ira era pecaminoso.

 
Llegar a mi consultorio le llevaba una hora y media de trayecto, tomando dos
autobuses.  No quería llegar tarde a su cita, pero el horario del autobús era tal que
llegaba una hora antes.  Siempre intenté apresurarme, y ella siempre esperó con
paciencia.

En una ocasión tuve que salir de la ciudad inesperadamente, y se me olvidó 


decirle a mi secretaria que llamara a la hermana y cancelara la cita.  Después me
enteré de que después de esperar mucho tiempo más que la hora de su cita, la
hermana preguntó la causa del retraso y se le informó que ese día yo no estaba en
el consultorio.

Al volver, llamé a su hermana, me disculpé y le di otra cita.  Cuando llegó al


consultorio, una vez más le expresé que sentía que no se le hubiera avisado la
cancelación de su cita por adelantado.

“Estoy seguro de que cuando descubrió que no estaba, se enojó mucho”, le dije.

La hermana sonrió.  “No.  ¿Por qué debía enojarme?”

“Porque hizo una hora y media de trayecto y luego esperó dos horas más, perdió
mucho tiempo porque se me olvidó llamarla.  No es posible que no se haya
enojado”.

La hermana siguió sonriendo dulcemente.  “Comprendo que esas cosas pueden


suceder.  Usted es un hombre muy ocupado.  No hay razón para estar enojada”.

“Le doy mis disculpas”, le contesté.  “Aprecio su consideración y su disposición a


pasar por alto mi error, pero no me diga que no se sintió ofendida”.

Con la misma expresión sonriente y dulce, la hermana dijo: “No, ¿por qué debería
haberme sentido ofendida?”
 

Estoy seguro de que la hermana estaba diciendo la verdad cuando dijo no sentirse
ofendida ni enojada.  El sentimiento es una sensación y su sistema sensorial no
registró ira.  Así lo entrenaron.

Considero que eso está mal.  Es como descubrir numerosas marcas de


quemaduras en sus manos y no recordar haberse quemado.  Si su sistema
nervioso está intacto, la quemadura debe producir dolor.  Si no es así, entonces
algo va mal.

Controlar voluntariamente las reacciones al enojo no está mal; desde luego no es


necesario aventar cosas, golpear la pared, o gritar obscenidades.  De hecho, los
que dicen que una persona debe descargar su ira gritando o hasta pegando contra
su saco de arena tienen pocos fundamentos clínicos para hacer esa
recomendación.  Es perfectamente sano decidir no manifestar la ira.  Pero
no sentir ira es muy diferente: indica una negación y represión inconsciente, y
puede causar problemas.  No es de sorprender que la hermana estuviera
crónicamente deprimida y padeciera alta presión sanguínea y úlceras.  La ira que
se niega y reprime puede dar como resultado depresión y varias enfermedades
físicas.
 

Los hombres pueden y deben llorar


 

Cuando se les ha lastimado, muchos hombres se enfurecen en lugar de


ofenderse.  Parecería que deberían estar llorando, pero en lugar de eso explotan
con ira.  Tal vez se deba a que no se pueden permitir la reacción normal de llorar.  
¿Por qué?  Porque creen que “los hombres no lloran”.  Muchas culturas equiparan
la masculinidad al estoicismo.  Por ejemplo, los diarios informarán que en un
incidente trágico, un hombre lloró “sin ninguna vergüenza”.  ¿Por qué debería un
hombre avergonzarse de llorar cuando se le lastima?

Cuando se le priva del desfogue de llorar, la psique masculina puede buscar otra
salida que a menudo resulta en rabia.  De hecho, estar privado de la posibilidad de
llorar cuando se nos lastima es injusto y tal vez esa injusticia convierte el dolor en
ira y rabia.

 
Cuando entran a recuperación algunos hombres lloran por primera vez desde su
infancia.  Aprenden que es correcto sentir; y, así, se elimina una importante fuente
de ira.

Desprenderse de los resentimientos


 

La fase 3, el resentimiento, se maneja particularmente bien en el programa de los


Doce Pasos.  Se les dice a las personas en recuperación: “Si se queda con
resentimientos , volverá a beber”.  Las personas en las reuniones se descargan de
los rencores que han venido alimentando.  En el proceso suelen tomar conciencia
de que estaban malinterpretando las acciones del otro y de que en realidad no
había razón para animosidades.  Algunas veces podemos darnos cuenta que lo
que pensamos que era dañino para nosotros en realidad era una bendición
disfrazada, o entonces descubrimos el sentido común de la idea de que alimentar
un resentimiento es permitir que alguien que nos disgusta habite en nuestra
cabeza sin pagar renta.  Cuando compartimos las percepciones y los sentimientos
con los demás y tomamos una perspectiva objetiva, disminuyen los resentimientos
y se pueden eliminar por completo.  El programa de recuperación reconoce la
naturaleza destructiva de la rabia y de los resentimientos.

Las personas no son capaces de considerar que ser un adicto es muy deseable. 
Pero si nos damos cuenta que las ganancias de la recuperación en un programa
de Doce Pasos no se logran fácilmente de otra manera, ser adicto puede no ser la
maldición que pensamos que era.

 
 

Capítulo 15
 
La pared de reclusión
 

D
ebido a su sensibilidad emocional, a su mala imagen de sí mismos, y a las
expectativas mórbidas de los adictos, es comprensible que puedan intentar
protegerse del malestar anticipado.  Siempre piensan que van a ser despreciados,
criticados o rechazados.  Para defender su psique del dolor que eso les provoca,
muchos adictos construyen una pared protectora entre ellos mismos y el resto del
mundo.

Muchos se describen a sí mismos como solitarios.  De hecho, la única manera en


que pueden relacionarse con otros sin malestar es cuando se han anestesiado con
sustancias químicas.  Cuando no están bajo esa influencia pueden aislarse
pasivamente o mantener a los demás a distancia siendo santurrón, hipercrítico o
detestable.

El grado de puercoespín
 

Aunque el aislamiento evita a los adictos el malestar anticipado inherente al


relacionarse con los demás, también los priva de la compañía que ansían. 
Podemos decir que el adicto está en un dilema debido a un elevado “grado de
puercoespín”, pues es igual que él, que desea estar en contacto con otros
puercoespines pero teme que sus espinas lo piquen.  Acercarse demasiado puede
ser doloroso, pero mantenerse demasiado alejado es soledad.  El puercoespín
debe por consiguiente calcular con cuidado qué tanto se acerca para lograr cierta
compañía mientras evita ser lastimado.

Aunque las paredes defensivas que construyen los adictos los protegen de las
“púas” del mundo exterior, también lo recluyen, frustrando la intensa necesidad
humana de la amistad.  La pared erigida como protección se vuelve entonces una
cárcel.

Gran parte de la conducta del adicto refuerza su aislamiento.  Su conducta


mentirosa, decepcionante, manipuladora, resentida y criticona provoca que todos
los rehúyan.  La ira, el egoísmo, la falta de consideración y la irresponsabilidad
hacen indeseable su compañía.  Aunque actúan de una manera que provoca que
se les evite, resienten el aislamiento en el que se encuentran.  La soledad agrava
las cosas, ya que es otro reforzador de su mala imagen de sí mismos, y los adictos
intentan evitarla incrementando su consumo de sustancias químicas
anestesiantes, y perpetuando el círculo vicioso.

Echando fuera a la familia y a los amigos


 

El aislamiento de los adictos de los contactos sociales externos es bastante malo,


pero el problema se agrava cuando crean una pared defensiva en casa.  A
menudo descubren que no logran fácilmente su aislamiento físico y entonces las
tácticas conductuales se vuelven su única defensa disponible.  Esto resulta a
menudo en una conducta violenta hacia quienes más aman: cónyuge, hijos, padres
y hermanos.

Al principio las expectativas de rechazo del adicto se basan en una mala


percepción y se vuelven una profecía que se cumple.  Como piensan tan mal de
ellos mismos, consideran que los demás los rechazarán.  A medida que aumentan
las maniobras defensivas, el rechazo anticipado deja de ser una fantasía, la gente
en verdad los rehuye, lo que a su vez refuerza su mala imagen de sí mismos.

Si la familia y los amigos tratan de llegar a su ser amado abriéndose paso por la
pared defensiva o rodeándola, el adicto puede sobrecogerse de terror y reforzar la
pared.  Por ejemplo, una mujer solicitó tratamiento para su drogadicción porque ya
había lastimado todas las venas de su cuerpo.  Su aspecto al ser internada en el
centro de rehabilitación era espantoso.  Cuando pareció estar bastante más sana,
tres semanas después, le señalé: “Celia, estás empezando a verte bien”.  Mi
comentario fue recibido con una imprecación odiosa.

Al día siguiente Celia vino a mi consultorio para disculparse por su comentario


ofensivo.  “No comprendes”, me dijo.  “Me dijiste algo positivo.  No sé como
manejarlo”.  El tratamiento inicial por lo menos la había hecho darse cuenta de su
conducta provocativa, pero fueron necesarios meses antes de que pudiera aceptar
una frase positiva sin malestar.  Sin el tratamiento habría seguido rechazando a
todo aquel que se le acercara.

El valor de los grupos de apoyo


 

Ahora podemos comprender tanto la necesidad como la eficacia de las


comunidades anónimas.  Asociarse con otros que comparten un problema es
mucho menos amenazante que tener que vérselas con la sociedad como un todo. 
En los grupos de apoyo los adictos no tienen por qué temer que se les rechace.  
Descubren que no sólo hay muchas personas respetables que en algún momento
fueron adictos activos como ellos, sino también que muchas comparten sus
emociones y algunos de sus rasgos característicos.  Empiezan a comprender
mejor la naturaleza defensiva de las conductas adictivas cuando las observan en
los demás y aprenden a identificarlas en ellos mismos.  en los confines seguros de
las reuniones de camaradas, los adictos pueden empezar a desmantelar su pared
defensiva.  Al principio, abaten la parte de la pared que mantuvo a distancia a su
familia y a sus amigos.  Gradualmente empiezan a aceptar a la sociedad como un
todo.

Las características del pensamiento adictivo son las herramientas que el adicto
emplea tanto para levantar la pared defensiva como para mantenerla.  Con un
tratamiento adecuado se rompe el círculo vicioso y, a medida que se corrigen las
malas percepciones durante la recuperación, irá eliminándose la totalidad de la
pared.

 
 

Capítulo 16
 
El manejo de los sentimientos
 

L
os adictos pueden tener grandes problemas con sus sentimientos: los negativos,
como la ira, la envidia, la culpa y el odio, no son los únicos difíciles de manejar.  
Aún cuando algunos sentimientos positivos (por ejemplo el amor, la admiración y el
orgullo) pueden desconcertar al  adicto, algunas veces lo harán aún más cuando
ya ha dejado de consumir sustancias químicas.

 
Las emociones son fuerzas motivantes; es lo que nos impulsa, al igual que el
motor de un automóvil.

Pensemos en una situación en la que el conductor tiene miedo de manejar


automóvil.  Tal vez estás detrás del volante de un coche de carreras que genera
tanta potencia y alta velocidad que no puede mantener el control; o bien cree que
los frenos están fallando o que el mecanismo de la dirección está funcionando
mal.  Cualquiera que sea la razón, será muy reacio a sentarse detrás del volante,
por temor de perder el control y tener un accidente.

Cuando la gente teme sus emociones puede que estén sucediendo dos cosas:

1. Son tan intensas que las siente incontrolables, o


2. Siente que es incapaz de manejar emociones con una intensidad normal. Duda de la
confiabilidad de sus “frenos” y de su “mecanismo de dirección”.
 

En tanto que algunas personas dependientes de sustancias químicas consumen


alcohol u otras drogas para estimularse, otras recurren a las sustancias químicas
para sentirse normales.  Los fármacos que alteran el estado de humor son
esencialmente anestésicos emocionales: aturden los sentimientos.  cuando las
personas dejan de consumir sustancias químicas, las emociones antes
entorpecidas se sentirán agudamente.

La depresión
 

La depresión es uno de los sentimientos más dolorosos que el adicto puede haber
anestesiado con alcohol u otras drogas.  No sorprende que la persona recién
abstemia pueda sentirse deprimida.  La abstinencia desenmascara los
sentimientos previos de depresión.  Y la claridad de la mente subsecuente a la
abstinencia permite que la persona perciba los estragos que el alcohol y las demás
drogas hicieron en su familia, su trabajo, su condición económica y su salud física.

La “alegría” de una quemadura de cigarrillo


 
Emily, una joven de 23 años, fue internada en el centro de tratamiento después de
ocho años de consumo de alcohol, pastillas para el dolor, sedantes y anfetaminas. 
Al día siguiente de su ingreso me encontró caminando por el pasillo y me solicitó
pasar un momento a solas conmigo.  Luego se apoyó en mi hombro y empezó a
llorar amargamente, “¡No lo soporto, doc! ¡No lo soporto!  Me duele tanto.  Nunca
antes sentí tanto dolor.  ¡Por favor ayúdeme, doc!  Déme algo.  ¡No soporto cómo
me siento!”.

Cuando se calmó le conté de una mujer que, en un accidente de automóvil, se


dañó los nervios que transmiten las sensaciones del brazo derecho al cerebro y los
cirujanos intentaron reparar sus nervios.  Durante las semanas de convalecencia,
su brazo derecho colgaba flácido, sin sensaciones, sin vida como un saco de
cemento.  Deprimida y desalentada, pensó que jamás volvería a recobrar el uso de
su brazo derecho.

Un día alguien dejó caer un cigarrillo encendido sobre su mano derecha y sintió el
dolor de la quemadura.  Pegó un brinco y gritó exaltada:  “¡Puedo sentir! ¡Puedo
sentir! ¡Me duele! ¡Puedo sentir!”  Para cualquier otro el dolor habría sido
desagradable.  Para esa mujer el dolor fue una alegría porque le indicó que sus
capacidades estaban volviendo.

Le dije a Emily que desde los 15 años había estado viviendo como una zombi,
anestesiada con alcohol u otras drogas, e incapaz de sentir emociones.  Cierto, no
había sentido mucho dolor, pero tampoco debía haber experimentado muchas
sensaciones agradables.  Ahora que había dejado las drogas, podía sentir de
nuevo el dolor y la alegría de la vida.

Los adictos que empiezan a recuperarse pueden experimentar ansiedad y pánico


cuando se les enfrenta a los nuevos sentimientos que nunca aprendieron a
manejar.  Es posible que crean que estar enojado es sentirse homicida, que amar
equivale a absorber a alguien, que odiar es alienar al mundo entero, y así
sucesivamente.  Confrontar esos sentimientos es un reto formidable.

Al principio de la recuperación algunas personas temen no poder controlar un


sentimiento específico.  No sabiendo cómo aislar o maneja dicho sentimiento,
simplemente cierran todo su aparato de sensaciones.

 
El surgimiento de las emociones
 

Un adicto recién abstemio está ahora sujeto a muchos sentimientos que quedaban
anestesiados por las sustancias químicas.  La reacción inicial puede ser una
especia de “aturdimiento”, similar al de apagar la válvula maestra, un no sentir
nada.  En esos casos los miembros de la familia se preocuparán de que su ser
amado se haya transformado en un “zombi”.  Otros adictos empezarán a
expresarse de una manera que su familia y amigos nunca vieron antes, y que
puede asustarlos.  Aprender a manejar las emociones lleva tiempo, y si los
miembros de la familia se sienten a disgusto con la conducta de la persona que
inicia una recuperación, considerarán que era más fácil vivir con el adicto antes de
su sobriedad.  Algunas veces esto transmite al adicto señales sutiles que resultan
en una reincidencia.

Por consiguiente, es sumamente importante que tanto el adicto como los miembros
de la familia comprendan que en la adicción los sentimientos eran el blanco
principal de las sustancias químicas y que la abstinencia puede dar por resultado
al principio un caos o una parálisis emocional.  Aprender a evaluar y a manejar los
sentimientos es un objetivo importante.  Esto llevará tiempo, se requerirán muchos
ensayos y errores.  La persona en recuperación debe tener paciencia y quienes la
rodean necesitarán aún más.

Capítulo 17
 
Los sabores y los colores de la realidad
 

 
A
menudo aunque perciba  con exactitud la realidad, el adicto sentirá que no es
bastante buena.  Las gratificaciones y los placeres normales de la vida no bastan. 
Falta algo, y se siente estafado de los verdaderos placeres.  Otras personas, que
parecen estar contentas, deben estar experimentando lo “verdadero”, pero de
alguna manera el pensador adictivo se siente privado de ello.  Debe haber más en la
vida, piensa el adicto.
 

Del gris al rosado


 

Clancy, un orador popular de AA, lo dice muy bien: “Mi mundo era opaco y gris.  Mi
familia, mi trabajo, mi vida hogareña, mi coche…  todo era gris.  No soporto nada
que sea gris.  ¡Necesito color!  Y el alcohol daba color a la vida”.  Para el alcohólico
y otros adictos la vida es como un alimento guisado sin sazón: insípido.

Una experiencia sensorial es personal y subjetiva.  Es casi imposible comunicar


una experiencia sensorial a otra persona o cuantificarla objetivamente.  Si dos
personas prueban el mismo platillo, escuchan una misma melodía, o ven el mismo
atardecer, no hay manera de que uno pueda saber exactamente lo que el otro está
sintiendo.

De igual manera, cuando los no adictos intentan comprender el consumo de


sustancias químicas del adicto, pueden no saber cómo hacerlo.  ¿Qué demonios le
pasa a esta persona que tiene un buen hogar, un buen matrimonio, hijos sanos y un empleo
bien pagado?  Se preguntan.  ¿Por qué su insatisfacción?  ¿Por qué bebe tanto?  Las
respuestas pueden no ser fáciles de aceptar.
 

 ¿Por qué esta persona bebe tanto? Los alcohólicos beben porque padecen la
enfermedad del alcoholismo.  Perdieron el control sobre su consumo de alcohol debido a
la enfermedad.
 ¿Por qué la insatisfacción? La visión que tiene el pensador adictivo de la realidad
está distorsionada.  Como está crónicamente insatisfecho, no lo siente que esté
experimentando lo que debería vivir.  La vida no le está brindando la suficiente
gratificación, y el alcohol y otras sustancias químicas parecen darle color.  Los grises
cambian a colores deslumbrantes.  Ahora siente lo que otros deben estar
experimentando.  Se siente normal.
 

Cuando se le suprime una sustancia química, el adicto se enfrenta a los síntomas


de abstinencia.  Una vez que éstos pasan, las depresiones se instauran.  El mundo
vuelve a verse gris, desprovisto de color, de interés, de excitación y de placer.  Los
adictos que entran a recuperación deben darse cuenta de que la abstinencia de las
sustancias químicas no bastará para que todo se vuelva rosa.

En qué difieren la depresión clínica y la depresión adictiva


 

Si el adicto consultara a un psiquiatra, sus síntomas parecerían similares a los del


deprimido que padece un importante trastorno afectivo (emocional):

 Pérdida de interés en la vida


 Incapacidad de concentrarse
 Sentimiento de inutilidad
 Poco impulso sexual y
 La sensación de que la vida no vale la pena
 

No sorprende que a menudo los psiquiatras diagnostiquen la condición como un


importante trastorno afectivo o depresión clínica, y receten medicamentos
antidepresivos.  Para los adictos que empiezan una recuperación y no padecen
una depresión clínica, estos medicamentos son notablemente ineficaces y pueden
amenazar la sobriedad.

Aunque los síntomas del adicto en recuperación y los de la persona que padece
una depresión clínica pueden ser similares, existen importantes diferencias.

Un importante trastorno afectivo es esencialmente una enfermedad bioquímica.  En


otras palabras, algo funcionó mal con las neurohormonas, las sustancias químicas
que transmiten los mensajes entre las células cerebrales.  Los cambios
bioquímicos pueden ser resultado de un grave estrés en el sistema o deberse a
factores genéticos.  Los síntomas de una depresión clínica tienen un inicio
bastante bien definido.  La persona gozaba de la vida, era activa y tenía intereses
hasta un momento en particular en que las cosas empezaron a cambiar.  Algunas
veces el cambio puede relacionarse con un acontecimiento físico, por ejemplo un
parto, la menopausia, una cirugía o un virus grave.  En otras ocasiones se puede
vincular con un incidente emocional: por ejemplo, un revés económico, la muerte
de un ser amado, o, lo que es bastante extraño, un ascenso en el trabajo.  El punto
importante es que el cambio en los sentimientos y las actitudes de la persona
puede ser rastreado hasta un punto de inicio, tal vez varias semanas o meses
antes.
 
Con la adicción los síntomas “depresivos” no aparentan ni siquiera tener un inicio
aproximado.  En muchos casos, la persona siempre se sintió así, aún de
adolescente.  Es probable que los adictos digan que nunca creyeron recibir un
trato justo y que todos los demás siempre tuvieron más o mejores cosas.  Es
posible que hayan sido considerados como personas que buscaban emociones. 
Con mucha frecuencia dirán que se han sentido insatisfechos con la vida desde
que tienen uso de razón.
 

Este tipo de depresión no se alivia con medicamentos antidepresivos.  Lo único


que pueden producir es molestos efectos colaterales.  Aunque los antidepresivos
tricíclicos y los inhibidores de la monoamina oxidasa (IMAO) no sirven para las
depresiones caracterológicas como las que describí, estos antidepresivos no son
adictivos.  El peligro se presenta cuando se emplean fármacos como las
benzodiacepinas (por ejemplo, Xanax, Tranxene, Ativan y Valium) para la
depresión.  Los tranquilizantes que se recetan a menudo pueden en realidad aliviar
temporalmente los síntomas de depresión del adicto, así como lo hicieron el
alcohol y otras sustancias químicas, pero a su vez conllevan un alto riesgo de
adicción.  Inadvertidamente el médico puede haber sustituido una adicción por
otra.

El pensador adictivo puede experimentar una insatisfacción crónica.  Esto puede


deberse a expectativas no realistas más que a una privación real.  Es posible que
esta persona requiera la ayuda de un terapeuta para esclarecer la realidad.  La
terapia más eficaz puede ser una experiencia de grupo en la que, bajo la guía de
un terapeuta experimentado, el adicto podrá empezar a identificarse con otros del
grupo y a observar sus distorsiones.  Se volverá consciente de que también está
distorsionando la realidad.  El observar a otras personas con expectativas no
realistas lo ayudará a darse cuenta de sus propias esperanzas irreales.  Tal vez el
mundo real no sea sólo colores deslumbrantes, pero tampoco es opaco y gris.

Con frecuencia el adicto ha bloqueado todo un sistema de sensibilidad para evitar


algunos sentimientos desagradables.  A medida que se le ayuda a percatarse de
tal cosa, empieza a entender que gran parte de su percepción de opaco y gris se
debía a un bloqueo sensorial.  A medida que se siente más cómodo con los
sentimientos y desmantela este sistema masivo de defensa, empieza a apreciar
parte de los colores y de la excitación que existe en el mundo.

Nada impide que el adicto presente una depresión clínica.  Sin embargo, puede ser
muy difícil el diagnóstico de una depresión clínica en una persona al principio de su
recuperación y habrá de hacerse con base en la evaluación del médico.  Por
consiguiente es importante que el médico esté familiarizado tanto con las
enfermedades adictivas como con la depresión clínica, para que su evaluación y
su juicio sean los adecuados.
 

Cuando ambas se presentan


 

Las personas que sólo padecen una depresión clínica y no son adictas pueden ser
tratadas eficazmente con antidepresivos y psicoterapia.  Los que son adictos y no
presentan una depresión clínica pueden ser ayudados con un programa de
recuperación y asesoramiento.  Si la persona sufre tanto una adicción como una
depresión clínica, serán necesarios ambos tratamientos.  Los antidepresivos no
son un sustituto del programa de recuperación, así como éste no es un sustituto de
los medicamentos antidepresivos.  El uso adecuado de ambos puede resultar en
una recuperación global.

Si se le diagnostica a un adicto una depresión clínica y el médico receta un


antidepresivo, no debe dudarse en tomar el medicamento.  Algunas personas en
recuperación pueden decir que el tomar un fármaco que altere su mente es una
violación a la sobriedad.  Aunque esto puede ser cierto con los tranquilizantes
adictivos (salvo raras excepciones), no es así con los antidepresivos o los
estabilizadores del estado de humor, como el litio, que pueden ser tomados con
toda tranquilidad por el adicto en recuperación.

Algunas personas pueden haber tomado medicamentos antidepresivos durante su


adicción activa y descubrieron que no les ayudaban.  Es posible que se haya
debido a la interferencia del alcohol o de otros fármacos.  Una vez lograda la
abstinencia, el antidepresivo puede ser eficaz.

Capítulo 18
 
¿Debe llegarse al fondo?
 

L
a verdadera recuperación de una adicción significa más que una simple
abstinencia.  Significa renunciar al sistema de pensamiento patológico y adoptar
uno sano.  Puesto que la adicción implica una distorsión de la percepción, sólo
algunos acontecimientos importantes pueden provocar que el adicto cuestione la
validez de su percepción.  El acontecimiento o acontecimientos que ocasionan
este descubrimiento algunas veces se llaman tocar fondo.

El significado del fondo


 

El término fondo se ha empleado tradicionalmente y aún se utiliza mucho en el


campo de la adicción, por lo que lo conservaremos.  Sin embargo, debe ser
aclarado.  “Fondo” no necesariamente significa una total desocialización, pérdida
de familia o del empleo; no implica un completo desastre.  Significa que algo
sucedió en la vida del adicto que tuvo el impacto suficiente para que éste desee
cambiar por lo menos parte de su estilo de vida.
 

En años recientes muchos negocios han puesto en marcha un programa de ayuda


a los empleados (PAE).  Cuando un empleado parece tener un problema que
afecta su rendimiento laboral, se le solicita que vea a un asesor.  Si el problema es
una dependencia química, entonces se lleva al empleado a una posterior
evaluación y tratamiento.  puede ser implícito o explícito que el empleado que se
niegue a solicitar ayuda y siga teniendo un mal rendimiento será despedido.  Para
muchos hombres y mujeres, éste ha constituido un fondo y, gracias a ello, entraron
a un programa de tratamiento diez o veinte años antes de lo que lo hubieran hecho
de otra manera.  Sin este fondo que les hace sentir en riesgo su empleo, podrían
haber llegado a consecuencias más extremas.

Debido a la creciente conciencia de la dependencia de sustancias químicas en los


adolescentes, la mayoría de los jóvenes que entran a tratamiento han padecido
pocas de las consecuencias de la adicción avanzada.  Para ellos, el fondo es el
deseo de permanecer en el hogar y de mantener una relación con sus padres.

Como veremos, la variabilidad de lo que constituye tocar fondo puede ser


explicada por la ley de la gravedad humana.

La ley de la gravedad humana


 

Una ley de la conducta humana, que parece tan inquebrantable como la ley de la
gravedad física puede muy bien ser llamada “ley de la gravedad humana”: la
persona gravitará de una condición que parece ser de gran sufrimiento a una
condición que parece ser de menos sufrimiento, y nunca en sentido opuesto. 
Según esta ley, es imposible que una persona elija sufrir más.  Cualquier tentativa
de invertir la dirección de la elección será tan inútil como intentar que el agua fluya
hacia arriba de una colina.
 

mayor sufrimiento
 

menor sufrimiento
 

El alcohol y otras sustancias que alteran la mente ofrecen cierto grado de alivio del
malestar, sin importar si es alivio de la ansiedad, de la depresión, de la soledad, de
la timidez o sólo de un impulso compulsivo.  La abstinencia, por lo menos al
principio, provoca sufrimiento, algunas veces inquietud psicológica, y a menudo
grave malestar físico.

Si intentamos que los adictos abandonen su consumo de alcohol u otras drogas,


esencialmente les estamos pidiendo que elijan un mayor sufrimiento, lo cual va
más allá de la capacidad humana.  Partiendo de este análisis, ¡parecería que
debemos sorprender todos los esfuerzos de tratamiento!  El tratamiento no puede
funcionar!  Pero sabemos que es un hecho que funciona y que las personas logran
llegar a la sobriedad.  ¿Cómo sucede?

Lograr la sobriedad por medio de cambios de percepción


 

Aunque la ley de gravedad humana es inviolable, y la dirección nunca cambia, es


posible que las personas cambien sus percepciones.  Pueden aprender a ver que su
consumo de sustancias químicas es causa de un mayor sufrimiento y que la
abstinencia implica uno menor.
 

Adicción activa Recuperación

mayor sufrimiento: menor  sufrimiento:

consumo de sustancias
abstinencia químicas

 
 

   

menos sufrimiento:
consumo de sustancias
menos sufrimiento:
químicas abstinencia
 

¿Cómo se da este cambio de percepción?  Todas las sustancias químicas que


alteran la mente causan tarde o temprano algún tipo de inquietud:

 la pérdida de respeto por parte de la familia


 caídas y hematomas
 ataques convulsivos
 la inquietud de mala memoria
 la amenaza de encarcelamiento
 el terror de los delirios
 

Cuando cualquiera de éstos, solo o en combinación, llega al punto crítico, en que


el sufrimiento es igual o superior a cualquier alivio que ofrezca la sustancia
química, entonces cambia la percepción de la persona de lo que es una mayor o
menor inquietud.

Entonces esto es lo que sucede cuando se toca fondo.  El fondo no es más que un
cambio de percepción, en el que la abstinencia se percibe como una inquietud menor que el
consumo de sustancias químicas.  Si en cualquier momento después de lograr una
abstinencia, aun varios años después, ésta vuelve a ser fuente de inquietud mayor,
ocurrirá una recaída.
 

El curso natural de la adicción es tal que se toca fondo si nadie interfiere.  Pero las
personas que rodean al adicto, con toda la buena intención, pueden eliminar
algunas de las inquietudes provocadas por las sustancias químicas.  Por ejemplo,
un colaborador cubrirá al compañero que tiene resaca.  Esto evita que se dé un
cambio de percepción de mayor y menor inquietud y permite que siga la adicción
activa.  A esto se debe que a las personas que impiden las consecuencias
dolorosas del consumo de drogas se les llame facilitadores.
 

Recordemos, que permitir que ocurran las desagradables consecuencias naturales


no es lo mismo que castigar al consumidor.  Castigar es infligir es un dolor desde el
exterior.  Si, por ejemplo, un bebedor considera el matrimonio como una fuente de
inquietud, se separará en lugar de dejar de beber.  Sólo cuando el alcohólico
descubre que su consumo es lo que provoca su sufrimiento, la sobriedad se
volverá una solución.
 

Las percepciones de los adictos también se modifican cuando perciben las


gratificaciones de la abstinencia.  Cuando éstas empiezan a ser superiores a las
de las sustancias que les alteran la mente, los adictos pueden cambiar sus
percepciones de cuál es la fuente de mayor o menor inquietud.

Reunirse con gente sobria y ver que son felices y productivos demuestra las
gratificaciones de la abstinencia.  Obtener una respuesta positiva a la sobriedad de
parte de la familia, de los amigos y de los colegas es una gratificación.  Recobrar la
autoestima es un premio, y lo es también conservar el empleo.

El adicto activo puede reconocer que todos son como gratificaciones y seguir
sintiendo que están fuera de su alcance.  Aquí es donde una terapia apropiada,
con una elaboración realista y adecuada de la autoestima, puede hacer la
diferencia.  Con ayuda apropiada el adicto empezará a concebir que puede lograr
esas recompensas y a percibir que la abstinencia es una fuente de menor
inquietud.

Las personas varían mucho en sus percepciones de las gratificaciones y el


sufrimiento.  El terapeuta debe descubrir lo que cada persona considera
una gratificación y un sufrimiento para poder ayudarla a percibir la adicción y la
abstinencia desde una perspectiva apropiada.  La combinación de las experiencias
de fondo con la anticipación realista de los beneficios de la abstinencia hará
posible la abstinencia.
 
Capítulo 19
 
Los pensadores adictivos y la confianza
 

L
os profesionales del tratamiento y otras personas pueden emplear muchas
técnicas para ganarse la confianza del adicto; sin importar el método, el éxito del
tratamiento depende de esa confianza.

Tomemos conciencia de lo que estamos esperando del adicto.  Que esta persona
se abstenga por completo y permanentemente del consumo de sustancias
químicas que le permitieron vivir la vida, tal vez lo único que la hizo tolerable.  Es
mucho pedirle a alguien.
 

Un brillante representante de ventas en recuperación me dijo el día que cumplía


diez años de sobriedad:  “Doctor, cuando estaba en desintoxicación y usted me
mostró mi examen físico y las pruebas de laboratorio, y me explicó que si no
dejaba de beber pronto moriría, no me perturbó.  Habría elegido beber y morir.  No
podía concebir vivir sin alcohol cuando lo necesitaba”.

A menudo, la abstinencia es un reto formidable.  Pero ni siquiera la abstinencia es


recuperación, sólo un requisito para ella.  Ésta requiere un cambio de actitud y de
conducta, lo que significa un cambio en la manera en que el adicto piensa y ha
pensado la mayor parte de su vida.  Significa superar el pensamiento adictivo.  La
fórmula se puede mostrar de la siguiente manera:
 

RECUPERACIÓN = ABSTINENCIA + CAMBIO

La dificultad de razonar con los adictos


 

Pensemos, un momento, lo que sucedería si alguien en quien usted confía le dijera


que tome algo valioso, por ejemplo un fino florero de cristal o una cara escultura de
porcelana, y lo deje caer desde la ventana en un cuarto piso.  Usted diría “¿Estás
loco?  Es una reliquia de familia.  Para mí es inapreciable.  ¿Por qué habría de
hacer la estupidez de romperlo?”

Imagine a su amigo contestándole: “¡Ajá! En eso te equivocas.  Ves, has estado


operando con la ilusión de que existe una ley de la gravedad y de que cuando
sueltas algo cae.  Pero has sido víctima de un engaño.  No existe la ley de la
gravedad.  Confía en mí, amigo.  Verás que si sacas el florero o la escultura por la
ventana y la sueltas, no caerá al suelo.  Se mantendrá suspendida en el aire y
podrás volver a tomarla en cuanto quieras”.

Sin duda alguna, usted concluirá que su amigo de confianza se volvió loco.  ¡El
pobre está demente! dirá a usted mismo.  Siempre he sabido que cuando suelto las cosas
caen, y que existe una ley de la gravedad.  Este pobre amigo lunático está intentando
convencerme de un enorme disparate.  ¿Qué tan loca puede volverse una persona?
 

Cuando intentamos convencer a los adictos de la falacia de su pensamiento, es


como decirle a alguien que delira porque cree en la ley de la gravedad.  El colmo
de la inutilidad es esperar que el pensador adictivo abandone su concepto de
realidad y acepte en su lugar el nuestro.

Dos factores esenciales en la recuperación


 

Entonces ¿cómo puede llegar a darse la recuperación?  Existen dos factores


esenciales para ello.

1. Los adictos deben perder la fe en su actual poder de razonamiento. Deben aprender


que su concepto de realidad y sus procesos de pensamiento están distorsionados.   Por
desgracia, los demás poco pueden hacer para provocar que el adicto dude de la forma de
pensar que ha tenido toda su vida.  Lo único que ocasionará que dude es tocar fondo,
cualquier acontecimiento que pueda hacer que el adicto reconsidere su conducta y su
actitud.  En ese momento el terapeuta o profesional podrá inmiscuirse y decir:  “Mira,
estás tomando conciencia de que tu percepción de la realidad es incorrecta y de que tu
forma de pensar ha sido distorsionada.  Te ayudaré a descubrir un sistema válido de
pensamiento”.
2. Los adictos aceptan la posibilidad de otra versión de la realidad de alguien en
quien confían. Intento ayudar a los pacientes que están en tratamiento a comprender esta
“verificación de la realidad” dándoles el ejemplo de un excelente cocinero que siempre
guisa probando, y nunca siguiendo una receta: no presta atención a medir los
ingredientes.  Después de ponerlos, el cocinero prueba la cocción y agrega sal, azúcar,
limón y especies, probando de vez en cuando la mezcla, agregando siempre lo que falta
hasta que tiene un buen sabor.
 

Pero ¿qué sucede si contrae un fuerte resfriado y tiene los senos nasales tapados
y es incapaz de percibir los sabores?  Puesto que el cocinero no confía en las
mediciones, lo mejor que puede hacer es llamar a alguien y pedirle: “¿Puedes
probar por favor esto por mí y decirme qué crees que le falta?  Estoy muy resfriado
y no distingo los sabores”.

Para los adictos, el personal del centro de tratamiento puede suplir esta función. 
Las “papilas gustativas” de los adictos para evaluar la realidad no funcionan bien. 
El tratamiento profesional puede ayudarlos a evaluar la realidad y a desarrollar un
sistema de pensamiento correcto.

Desarrollo de la confianza durante el tratamiento


 

¿No es mucho pedir que el adicto confíe en una persona que nunca antes había
visto?

La mayoría de los adictos carecen de la capacidad de confiar.  Si yo hubiera


crecido en un hogar con un padre alcohólico, habría tenido pocas oportunidades
de aprender lo que es la confianza.  El hogar podría haber estado plagado de
mentiras y engaños: el alcohólico le mentía al sobrio, y el sobrio engañaba al
alcohólico.  La mayoría de los hijos de alcohólicos aprenden a no confiar en nadie.

Hasta los hijos de hogares sanos y funcionales tienen problemas para confiar en
los demás.  No siempre los padres son francos con ellos, por muchas razones: a
menudo piensan que los niños no pueden entender algunas cosas.  Entonces, en
lugar de decirles la verdad, planean algo que piensan que podrán comprender.

El adicto que se encuentra con un profesional del tratamiento tiene pocas razones
de confiar en él.  Haber tocado fondo puede haberle quitado su punto de apoyo, y
se siente suspendido como en el aire.  Una persona del grupo de tratamiento le da
la mano y le dice: “Intentaremos ayudarlo”.  ¡Genial!
 
Si los adictos tienen tan poca confianza, ¿cómo aceptan el tratamiento de los
médicos y enfermeras?  ¿O aceptan someterse a cirugía?  La respuesta es que los
ayudantes profesionales no están diciendo cosas que contradigan lo que ya cree el
adicto.  El dentista le dirá que su muela del juicio está rota y que debe extraérsela;
el adicto nunca ha creído que una muela del juicio rota no debía ser extraída.
 

El tratamiento para la adicción a las sustancias químicas es diferente.  El adicto


tendrá que empezar a pensar de una manera diferente durante la recuperación, y
eso requiere una profunda confianza.

Los adictos en tratamiento deben tener razones para creer que no serán
engañados, que su bienestar es la principal meta del tratamiento y que nada
desviará al personal de esa meta.  El personal del tratamiento debe buscar
establecer alianzas con la familia, el jefe y el sistema judicial del adicto, pero sólo a
condición de que éste lo sepa.

Las personas en tratamiento por dependencia de las sustancias químicas ponen a


prueba a quienes las tratan, como debe ser.  Los médicos les dicen que mucho, si
no es que todo lo que creían hasta ahora es falso, que su pensamiento estaba
distorsionado y es incorrecto y que deben confiar en el pensamiento de otra
persona.

En el pasado, los programas de tratamiento residencial solían durar cuatro


semanas.  Muchos años de pensamiento adictivo pueden ser corregidos en 28
días, pero por lo menos el adicto lograba una ventaja inicial en un entorno carente
de sustancias químicas.  Hoy día, cuando el tratamiento externo reemplaza
esencialmente al de residencia, la mayoría de los adictos no tienen la ventaja de
este periodo protegido.

La restricción del tratamiento residencial ha presentando un reto para los


terapeutas que, al igual que sus pacientes, se ven obligados a manejar una nueva
realidad.  Los programas para pacientes externos han dado origen al reto.  Con la
adicción al alcohol y a los narcóticos, se ha incrementado la imposición de la
abstinencia por medio de un uso más amplio del disulfiram y del naltrexone.  Se
han establecido contratos con los pacientes, y los terapeutas han desarrollado
habilidades adicionales para ayudarlos a sobrevivir a la fase post-aguda de
abstinencia.

 
Aunque el tradicional programa de tratamiento residencial de 28 días ha sido
reemplazado, el tratamiento externo intensivo suele ser de mayor duración.  Esto
permite al terapeuta un poco más de tiempo para ayudar al adicto en la transición
de un pensamiento adictivo a uno normal.

No abordar el pensamiento adictivo


 

Digamos que un adicto recientemente sobrio deja el programa de tratamiento


después de un periodo de abstinencia impuesta en el que superó los síntomas
físicos de la abstinencia.  Si recae de inmediato en su consumo de alcohol o de
otras drogas, eso implicará que no empezó a cambiar su pensamiento adictivo. 
Nadie que piense con claridad desearía volver rápido a una adicción activa.  La
única conclusión posible es que esa persona conservó su pensamiento adictivo.
 

A su vez, esto casi siempre significa que el terapeuta no pudo ganarse la confianza
del paciente.  No es necesariamente un reflejo de las habilidades y de la
dedicación del médico; la persona puede haber entrado a tratamiento con un
profundo sentimiento de desconfianza y todavía es incapaz de creer en nadie.  O
bien, a pesar de todo lo que sucedió, aún no ha tocado el fondo que empezará a
fragmentar su pensamiento adictivo.  Suele ser cuestión de tiempo que el adicto se
de cuenta de que el terapeuta tenía razón y de que su pensamiento era erróneo.  
Entonces suele volver al tratamiento; esta vez con más confianza en el médico.

Lo que dijimos de la confianza se aplica a todos los que desean relacionarse de


manera constructiva con un adicto.  Esto incluye no sólo al terapeuta sino también
a los miembros de la familia, al jefe, al sacerdote o pastor, al asesor y a los amigos
del programa de recuperación.  Cada uno se puede ganar la confianza, respetarla
y conservarla con cuidado.

 
 

Capítulo 20
 
La espiritualidad y el vacío espiritual
 

A
unque se pueden encontrar casi todas las enfermedades humanas en los
animales, hay pocas evidencias de que, en su hábitat normal, éstos desarrollen
padecimientos adictivos.  Algunos animales cuyo cerebro fue tratado con ciertas
sustancias químicas pueden comer o beber en exceso, pero eso no ocurre en los
que se encuentran en su entorno normal.  Las indulgencias en los excesos
parecen ser un fenómeno únicamente humano.  ¿Por qué?

Al contrario de los animales, que sólo tienen impulsos y deseos físicos, los seres
humanos ansían asimismo una satisfacción espiritual.  Cuando no se satisface
esta necesidad, sienten una inquietud confusa.  En tanto que el hambre, la sed y el
impulso sexual se identifican con facilidad, el ansia espiritual es más difícil de
reconocer y de satisfacer.  Es posible que las personas sientan que algo les falta,
pero no sepan qué es.

No debe sorprender que también la espiritualidad sea un tema de distorsión


adictiva.1
 

Llena el vacío espiritual


 
La mayoría de la gente aprende por experiencia que ciertas sustancias producen
una sensación de gratificación.  En consecuencia, el pensamiento adictivo puede
llevar a intentar que se mitigue esta confusa ansiedad espiritual por medio de
alimento, drogas, sexo o dinero.  Éstos pueden brindar cierta gratificación, pero no
solucionarán en lo absoluto el problema básico: las necesidades espirituales no
satisfechas.  La sensación de satisfacción desaparece pronto, remplazada por la
añoranza.

Considerémoslo de esta manera.  Los seres humanos requieren ciertas cantidades


de vitamina A, de complejo B, C, D, E y K para funcionar normalmente.  Una falta
de cualquiera de estas vitaminas resultará en síndromes de deficiencia
específicos, como el escorbuto debido a una deficiencia de vitamina C o el beriberi
por deficiencia de vitamina B-1.  Si la persona carece de vitamina B-1 y se le dan
dosis masivas de vitamina C, la deficiencia no se modificará.  Nada puede cambiar
hasta que se suministre la vitamina necesaria.  No se puede compensar la
deficiencia de una vitamina con el exceso de otra.

Esto se parece al error que cometen los adictos.  El pensador adictivo razona
como el alimento o el sexo o el dinero o el alcohol u otros fármacos han
satisfecho algunas de sus ansias, también lo harán con otras.
 

Esto también nos ayuda a comprender el fenómeno de cambio de adicciones; por


ejemplo, cambiar un trastorno alimenticio por el juego compulsivo, o una adicción
sexual por un fanatismo del trabajo.
 

Muchas personas en recuperación han dicho: “Durante los periodos de abstinencia


sentía cierto vacío dentro de mí.  No tenía ni idea de lo que se trataba.  Ahora sé
que era el espacio vacío al que pertenecía Dios”.

El significado de la espiritualidad
 

¿A qué se debe que podamos identificar con facilidad que el alimento satisface el
hambre y el agua la sed, pero que nos cuesta trabajo saber qué satisface las
ansias espirituales?

Existe una respuesta, que los teólogos consideran ser el núcleo de aquello de lo
que se trata la humanidad: un ser humano no es sólo un animal que difiere del
resto únicamente en su grado de inteligencia.  Los seres humanos, como seres
moralmente libres, pueden elegir reconocer su espiritualidad y su relación única
con Dios.

Pero ¿qué sucede si una persona no tiene una orientación religiosa, y “Dios como
lo entendemos” es el grupo de apoyo?  ¿Impide la falta de una creencia religiosa
formal la espiritualidad?

En lo absoluto.  Los seres humanos son diferentes de otros animales.  Además de


su mayor inteligencia, también poseen varias características que los animales no
tienen.  Por ejemplo, tenemos la capacidad de aprender de la historia y
obviamente los animales no.  Podemos contemplar el propósito de la existencia. 
Podemos pensar en maneras de mejorar y las implementamos.  Podemos retrasar
la gratificación y pensar en las consecuencias a largo plazo de nuestros actos.  Por
último, tenemos la capacidad de tomar decisiones morales, que pueden resultar en
negarnos conductas que nuestros cuerpos anhelan vehementemente.

Se puede decir que todas estas capacidades, que son únicas del ser humano,
constituyen el espíritu.  Por consiguiente, éste es la parte que nos distingue de las
otras formas de vida.  Un devoto fanático dirá que el espíritu fue infundido en la
humanidad en el momento de la creación.  Un ateo podrá decir que se desarrolló a
lo largo de millones de años de evolución.  Pero pocos negarán que los seres
humanos tienen esas capacidades, y por consiguiente que poseen un espíritu.
 

Cuando ejercitamos esas capacidades humanas únicas estamos


siendo espirituales.  Sin embargo, es posible ser espiritual sin ser religioso, porque
en ningún lugar de estas capacidades humanas únicas se dice que eso sea un
requisito.
 

También podemos entender la importancia de la espiritualidad en la recuperación


de la adicción.  Los adictos activos obviamente no han aprendido de la historia de
su conducta pasada, porque repiten las acciones que les demostraron ser
destructivas.  Su propósito en la vida es estimularse, y no tienen otra meta. 
Apenas si pueden considerar la superación cuando su conducta es francamente
autodestructiva.  Los adictos activos no pueden retrasar la gratificación y no
consideran las consecuencias de sus actos.    Por último, carecen de libertad,
porque están cruelmente dominados por el impulso de la adicción.  Por
consiguiente la adicción es la antítesis de la espiritualidad.

 
El pensamiento adictivo no es espiritual, puesto que su meta es el otro polo de la
espiritualidad.  A esto se debe que la recuperación de una adicción requiera un
cambio del pensamiento adictivo a la espiritualidad, aunque no necesariamente a
la religión.  Naturalmente la religión abarca la espiritualidad, y puede ser una
fuente adicional de fuerza en la recuperación, pero no es absolutamente necesaria
para ella.
 

Capítulo 21
 
El pensamiento adictivo y la recaída
 

A
menudo la recurrencia del pensamiento adictivo precede a la recaída en la bebida o
en el consumo de otras sustancias químicas.  El pensamiento distorsionado
también puede ser subsecuente a la recaída cuando la persona intenta volver al
programa de los Doce Pasos.
 

El crecimiento en la recuperación
 

Debido a que la recuperación es un proceso de crecimiento, la recaída es una


interrupción de ese crecimiento.  Pero no significa volver a la casilla número uno. 
Sin embargo, casi sin excepciones, es posible que sea lo que el que recae piense. 
Después de dos o doce años de recuperación, la persona que recae puede sentir
que ha vuelto al fondo.  Sin embargo, esta conclusión es errónea y puede afectar
negativamente la recuperación de una recaída.  Muchas personas que recaen
piensan, ¿Qué objeto tiene?  Lo intenté y no funcionó.  Lo mismo da si abandono la
lucha.
 

El problema es que están empezando con una conclusión en lugar de considerar


los hechos de su situación: el progreso que lograron, las habilidades que
aprendieron, las gratificaciones de la recuperación.  Más bien, la persona que
recayó desea proseguir con su consumo de sustancias químicas.  Las ideas de
inutilidad y de desesperación no son más que pensamiento adictivo típico, cuyo
propósito es promover el uso continuo de los fármacos.  La conclusión correcta,
como lo ilustra la siguiente historia, es que la recaída no anula todo lo que
obtuvieron los adictos hasta ese punto.

Manchas resbalosas
 

Un día de invierno tenía que enviar un paquete en el correo.  La batería de mi


coche estaba muerta, y tuve que caminar ocho calles hasta la oficina de correos. 
Traté de evitar las manchas resbalosas en la acera pero, a pesar de mi
precaución, me resbalé y caí.  Aunque por fortuna no me rompí ningún hueso,
sentí un fuerte dolor.

Es posible que haya murmurado algunas imprecaciones contra la persona que


tendría que haber limpiado más cuidadosamente la acera, pero asimismo sabía
que, sin importar si me caí por el aspecto engañoso de la acera o por mi
negligencia, no iba a llegar al correo a menos de que me levantara y caminara, con
todo y el dolor.  Al ir cojeando, presté aún mayor atención a las posibles manchas
resbalosas que podían provocarme otra caída.

A pesar de mi dolorosa caída, estaba dos calles más cerca de mi destino que
cuando salí.  La caída no borró el trayecto que ya había recorrido.

Es así como considero una recaída.  Sin importar su dolor, no es una regresión a la
casilla número uno.  El progreso hacho hasta el punto en que se da no puede
negarse.  El adicto que recae debe volver a empezar desde ese punto, como
cuando me resbalé en el hielo, y estar aún más alerta a todo aquello que le pueda
ocasionar una recurrencia.
 

Reincidencia del pensamiento


 

Un observador sagaz, terapeuta o asesor, puede detectar la recurrencia del


pensamiento adictivo que puede dar por resultado una recaída.  Si aquél se
corrige, se puede prevenir la recaída.  Por ejemplo, la persona en recuperación
que empieza a dar señales de impaciencia puede haber vuelto al concepto del
tiempo del adicto.  Aquel que afirma no necesitar tantas reuniones porque ahora
tiene el control tal vez está volviendo a la omnipotencia.  El que se revuelca en
remordimientos puede estar regresando a la vergüenza.  Aquel que recurre a la
racionalización o a la proyección de culpas, o que se vuelve inhabitualmente
sensible a la conducta de los demás, puede estar experimentando la
hipersensibilidad o la santurronería del adicto.  Volverse arisco o pesimista puede
señalar una depresión o las expectativas mórbidas características del pensamiento
adictivo.  Cualquier recurrencia de lo que hemos llegado a reconocer como
pensamiento adictivo puede ser el preludio de una recaída.  La rápida detección de
la recaída al pensamiento adictivo y la restitución de un pensamiento sano puede
ayudar al adicto a evitar una reincidencia en las sustancias químicas.

Volver al programa de los Doce Pasos


 

Muchas personas se frustran al volver a AA, a NA o a otro programa de los Doce


Pasos después de una recaída.  Recuerdan el maravilloso sentimiento, el brillo y el
afecto que experimentaron al entrar al programa por primera vez y los decepciona
no volver a sentir lo mismo al volver a él.

Pero sólo hay un primer beso.  La experiencia nunca se duplicará.  Al entrar por
primera vez al programa de los Doce Pasos, los adictos encuentran a otros
semejantes a ellos.  Llegan a sentirse bienvenidos y cómodos a medida que se
integran a la población en recuperación.  La persona que vuelve al programa y
busca esta sensación se frustrará y decepcionará.  No lo sentirá tan fresco y
novedoso.

Los adictos a la cocaína dicen que a lo largo de su adicción intentaron en vano


volver a capturar el estímulo de su primer consumo, pero nunca pudieron lograrlo. 
Intentar volver a experimentar la primera sensación de la recuperación es bastante
similar.

Recuerde esto, porque es importante:  Sea realista respecto de la recaída.  El


crecimiento de sobriedad que precedió a la recaída no se ha perdido y la persona
no puede esperar la experiencia original de la recuperación la segunda vez que la
vive.  Son dos hechos que a menudo el pensamiento adictivo distorsiona.
 

Capítulo 22
 
Las frustraciones del crecimiento
 

 
L
a frustración no es la causa del alcoholismo o de otras adicciones a los fármacos. 
Muchas personas han aprendido a tolerar la frustración y de alguna manera la
manejan sin evadirse hacia la anestesia de las sustancias químicas.  Es posible
que quienes consumen fármacos para lidiar con la frustración no hayan aprendido
a tolerarla, o tal vez controlan algunas, pero en su pensamiento adictivo tienen
grandes dificultades con otras.

Nos frustramos cuando sentimos que las cosas podrían y deberían ser diferentes a
lo que son.  Cuando sabemos que las cosas suceden como era de esperarse no
nos frustramos, aunque si no nos guste particularmente lo que está sucediendo.

Una serie de retos


 

De lo que a menudo no se dan cuenta los pensadores adictivos es de que la vida


es una serie de retos constantes.  Podemos invertir una gran cantidad de esfuerzo
en superar una dificultad, pero apenas habremos empezado a relajarnos cuando
nos encontraremos frente a otra, y así sucesivamente hasta el infinito.

Los pensadores adictivos consideran que esto es algo inusual.  Si descubren que
son incapaces de pasar un largo periodo sin que su paz se vea alterada, se
sienten separados e injustamente atormentados.  Si beben o consumen otras
sustancias químicas, señalarán una serie intolerable de problemas con los que
deben intentar lidiar.  Es una cosa tras otra, se dicen a sí mismos.  Jamás tengo un
momento de paz.
 

Aunque es una queja legítima, ésta es la realidad para muchas personas y sin
embargo el adicto es incapaz de tomar conciencia de ello.  Según él, nadie más
podría estar sujeto a tan terribles tensiones y problemas.

Quienes rodean al adicto deben saber lo suficiente para no creer que la persona
tiene una disculpa legítima para consumir alcohol y otras drogas.  Pero pueden ser
llevados inadvertidamente a una empatía enfermiza.  Los diversos problemas que
describe el adicto pueden parecer demasiado para que cualquiera los enfrente;
pero, al analizarlo con más detenimiento, sus problemas no son tan diferentes de
los que tiene el no adicto.  Mas lo que percibe el pensador adictivo es que son
radicalmente diferentes: otras personas tienen un descanso de vez en cuando, pero yo
no.  Jamás.
 

Los adictos en recuperación pueden manifestar sus irreales expectativas estando


sobrios.  Creerán que otras personas también en recuperación se las vieron más
fácil.  Mis problemas son peores, piensan.  Mi cónyuge se quejaba cuando yo bebía, y
ahora se queja de que venga a las reuniones todas las noches.  El supervisor me observa
como un halcón.  Mis ex amigos ya ni me llaman…  Sin embargo, a medida que los
adictos en recuperación entran en contacto con otros en su misma situación,
empiezan a darse cuenta de que para los demás las cosas no son más fáciles y,
de hecho, que hay otros que se les parecen mucho.
 

Cada aspecto de la recuperación está sujeto a crecimiento.  Aceptar la vida en sus


propias circunstancias, aceptar la impotencia, someterse a un Ser Superior, hacer
y compartir un inventario moral, hacer enmiendas: todo esto se da gradualmente. 
La persona que ha estado en recuperación varios años puede volverse atrás hacia
el inicio de esta etapa y ver cuánto ha aprendido, lo lejos que ha llegado.

Las dificultades del comienzo


 

Una alcohólica en recuperación se quejó conmigo de las constantes frustraciones y


crisis que tenía que enfrentar.  Cuando las examinamos, descubrimos que cada
crisis consistía en nuevas demandas impuestas en ella.  Estas exigencias
adicionales surgían porque estaba haciendo un buen esfuerzo en su nivel actual:
cada crisis era un punto de partida hacia un mayor crecimiento.

“Pero es tan doloroso”, se quejó.

“Desde luego”, le contesté.  “¿Qué nunca has oído hablar de las dificultades del
comienzo?”

“Bueno, ¿cuánto tiempo tendré que seguir creciendo?”

“Todos debemos seguir creciendo hasta morir”, le dije.

 
Otra mujer en recuperación lo expresó brevemente: “Me dijeron que si dejaba de
beber las cosas mejorarían.  Bueno, estaban equivocados.  Las cosas no
mejoraron.  Yo mejoré”,
 

Algunos de los problemas aunados al consumo de sustancias químicas pueden


desaparecer en verdad con la sobriedad, pero persistirán muchos problemas de
realidad.   Para la mayoría de las personas la supervivencia económica es una
lucha.  Pueden suceder cosas en nuestra economía que van más allá de nuestro
control y que amenazarán nuestra subsistencia.  Asimismo, todos estamos sujetos
a enfermedades.  Nuestros hijos pueden tener problemas escolares, con amigos y,
desde luego, con drogas.  No hay escasez de problemas en la realidad que todos
enfrentamos, y no hay razón para que los adictos pretendan que los problemas
desaparezcan sólo porque están sobrios.  Sin embargo, lo que sucede es que los
adictos en recuperación empiezan a reconocer sus puntos fuertes para enfrentarse
a esos diversos retos.  Además, si necesitan alguna ayuda para manejarlos, han
aprendido a encontrarla y cómo aceptarla.

Sólo el principio
 

Muchas personas creen ingenuamente que han concluido su curso de


recuperación cuando se “gradúan” de un programa de tratamiento.  en ese punto
les es difícil entender que ni siquiera han empezado su recuperación.  El programa
de recuperación es sólo una introducción; todavía tiene que darse la recuperación.
 

Una de las peores cosas que pueden sucederle a una persona que sale de un
programa de tratamiento es que todo se mantenga tranquilo durante varias
semanas.  Esto refuerza la fantasía de que la vida puede carecer de retos.  La
persona empieza a pensar lo fácil que es la recuperación porque todos los
problemas irritantes ya no ocurren.  Cuando suceden problemas inevitables la
persona es tomada por sorpresa.

A los residentes de nuestro centro de rehabilitación les digo que si enfrentan


dificultades durante las primeras semanas subsecuentes al alta pueden culparme a
mí.  Rezo para que las cosas no les vayan demasiado bien durante las primeras
semanas porque el deseo que los adictos en recuperación enfrenten la vida real y
experimenten de inmediato las presiones de la realidad.  Deseo que utilicen muy
pronto las herramientas que recibieron durante el tratamiento:

 Llamar a su supervisor
 Asistir a las reuniones
 Compartir con los demás, y
 Seguir las recomendaciones de los demás
 

Los pensadores adictivos pueden pensar que merecen descansar después de su


agotador esfuerzo de tratamiento, pero este tipo de pensamiento puede
conducirlos a una recaída.  Las dificultades en el camino son inevitables y es
realista esperarlas durante la recuperación.

 
 

Capítulo 23
 
Explicaciones ridículas, soluciones sensatas
 

C
uando vemos adictos comportarse de manera irracional, a menudo nos quedamos
tan sorprendidos que no sabemos como reaccionar.  Nos parecemos mucho al
granjero que ve por primera vez en su vida a una jirafa en el zoológico y exclama:  
“Lo veo, pero no lo creo”.  Es obvio que lo que los adictos están haciendo es destructivo
para ellos mismos y para los demás, pensamos, entonces, ¿por qué no son capaces de
relacionar su conducta con el alcohol y otras sustancias químicas?
 

Que un psicótico se comporte como demente no provoca que nos aturdamos. 


Pero nos sorprende que una persona que por lo demás está perfectamente cuerda
y racional haga locuras.  Empezamos a dudar de nuestros sentidos,
preguntándonos, ¿Lo que veo está realmente sucediendo?  Esta ducha mismos es tan
intensa que nos volvemos vulnerables a aceptar la sensatez de las explicaciones
más ridículas.
 

Los procesos de pensamiento del adicto pueden estar tan afectados por el efecto
de las sustancias químicas en el cerebro que son comprensibles las
contradicciones inherentes y las inconsistencias de conducta más extrañas.  Sin
embargo, cuando el adicto se recupera y voltea hacia su antigua conducta
irracional, a menudo lo sorprende la manera en que pensaba y actuaba.  Lo que es
menos comprensible es cómo y porqué las demás personas importantes de su
entorno, cuya mente no está alterada por las sustancias químicas, caen presa de
tantos pensamientos y conductas distorsionados.

La respuesta es que todos nosotros tenemos necesidades únicas, algunas sanas,


otras no tanto, y la presión emocional para gratificar esas necesidades puede
afectar mucho la manera en que pensamos y sentimos.  Algunas veces esas
presiones emocionales pueden distorsionar nuestro pensamiento casi tanto como
el fármaco consumido por el adicto.

A esto se debe que sea tan importante comprender el concepto del pensamiento
adictivo, que existe y opera en cada persona activa y, en mayor o menor grado, en
los que lo rodean y son importantes para él.

Poniendo a prueba la realidad


 

En la vida de todos los días nadie se detiene a preguntarse ¿Es posible que esté
alucinando?  No podemos funcionar bien en la realidad si dudamos de todo. 
Cuando el autobús llega a la parada, nos subimos en él y no pensamos: Tal vez
este autobús no existe en realidad.  Tal vez sólo estoy alucinando un autobús.  Este
pensamiento nos paraliza.
 

Cuando suceden cosas que están más allá de nuestras expectativas, es posible
que nos pellizquemos para asegurarnos de no estar soñando.  Esto puede ocurrir
cuando sucede algo fuera de lo común, ya sea bueno o malo.  Nos pellizcamos
para poner a prueba la realidad.

Puede ser pedir demasiado de los adictos activos el intentar descubrir si sus
percepciones son reales o distorsionadas.  Pero valdría la pena que las personas
cuyo cerebro no está distorsionado por sustancias químicas y que están
relacionados con un drogadicto verifiquen su propio pensamiento y que consideren
la conducta del adicto desde una perspectiva adecuada.  Esto es legítimo sin
importar si se es el esposo, la esposa, uno de los padres, el hijo, el terapeuta, el
supervisor, un amigo, el sacerdote o pastor o cualquiera que tenga que ver con un
adicto activo.  Mientras más entendemos la manera en que piensan y funcionan los
adictos, menos probable será que nos paralice el impacto de su conducta, y que
nos engañen sus ingeniosos ardides y manipulaciones.  Además, si podemos
comprender nuestras poderosas fuerzas internas capaces de producir muchas de
las mismas distorsiones que son resultado de las sustancias químicas,
opondremos menos resistencia cuando se nos señale nuestro papel de
codependientes.

Dos más dos igual a cinco


 

La madre de un joven que se estaba destruyendo con alcohol y otros fármacos no


podía entender cómo no se percataba de los desastrosos efectos de las sustancias
químicas en su vida.  Solicitó ayuda para manejarlo.  “Pero no me digan que lo
tengo que correr de la casa o que no debería pagar la fianza para sacarlo de la
cárcel”, dijo.  “No quiero oír eso”.

Le contesté:  “Por favor dígame cuánto son dos más dos, pero no diga cuatro”.

Había sido incapaz de darse cuenta de que su propio pensamiento no estaba


menos distorsionado que el de su hijo.  ¿Por qué se había distorsionado su
pensamiento?  Porque cuando pagó la fianza para sacarlo de la cárcel y no lo
corrió de la casa, le permitió seguir consumiendo drogas sin percatarse de la
magnitud del problema.  Le evitó tocar fondo, y eso habría hecho posible la
recuperación.

El concepto no es nuevo
 

Si usted lee las publicaciones sobre la adicción, el pensamiento adictivo será


mencionado en cada página.

¿Es normal el dolor profundo?  No.  ¿Es normal que una persona con una pierna
fracturada sufra un dolor agudo? Si.
 

¿Es normal la fiebre?  No.  ¿Es normal que una persona con una infección tenga
fiebre elevada?  Si.

¿Es normal el pensamiento adictivo?  No.  ¿Es normal que las personas que
dependen de las sustancias químicas y los codependientes presenten un
pensamiento adictivo? Si.

Como usted leyó este libro, de una u otra manera le interesa la adicción.  Como tal,
puede ser vulnerable al pensamiento adictivo.  Verifíquelo con alguien que pueda
analizar de manera más objetiva su propia vida.  Con la ayuda de otro será más
capaz de aclarar su propia realidad.

1 David Sedlak, M.D., “Childhood: Setting the Stage for Addiction in Childhood and
Adolescence”, en Adolescent Substance Abuse: A Guide to Prevention and Treatmente,
ed. Richard Isralowitz y Mark Singer (Nueva York: Haworth Press, 1983).
1 Ronald and Patricia Potter-Efron, Letting Go of Shame: Understanding How
Shame Affects Your Life (Center City, Minn.: Hazeldenn Educational Materials,
1989), 2.
1 Las ideas que discutimos en este capítulo son de Animals and Angels: Sprirituality
and Recovery de Abraham J. Twerski (Center City, Minn: Hazelden Educational
Materials, 1990)

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