Villa - 8 Poemas

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José Villa - 8 poemas - Ediciones Deldiego

José Villa

8 poemas
(1989-1992)

Escribir es hacerse eco de lo que no puede dejar de hablar. Y por eso, para
convertirme en eco, de alguna manera debo imponerle silencio. A esa palabra
incesante agrego la decisión, la autoridad de mi propio silencio. Vuelvo sensible,
por mi mediación silenciosa, la afirmación ininterrumpida, el murmullo gigantesco
sobre el cual, abriéndose, el lenguaje se hace imagen, se hace imaginario,
profundidad hablante, indistinta, plenitud que es vacío.
Blanchot

naturaleza.

La fruta aún desconoce


su nombre. Sabe entre otras cosas
que es media tarde. Que
alguien la mira posada en la frutera
y que una gota que cae,
lenta la abre con luz por la mitad

hombres.

Los hombres trabajan en la lluvia


se tocan las mejillas
y se exprimen las sonrisas
como sacos de té

Andan con los dedos


bajo el fragor del agua

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José Villa - 8 poemas - Ediciones Deldiego

éter.

Todo el éter
Nos atraviesa por la galería
En la oscuridad encendemos
Un fósforo
Vemos
Un éxodo infinito

mallarmeana.

Pone la cebolla en la sartén


demasiado segura de que es invierno
demasiado temerosa del olor que se lleva su pelo
de la consagración que humildemente
la perfuma. Sabe y no
que cocina
que los círculos blancos de la cebolla
pronto estarán dorados

2
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silos.

Apenas un montón de plomo,


nubes densas
espuma, que pasan hasta detenerse
en todo, e impedir
en todo
el reflejo del sol. Más cerca todavía
de la superficie negra del agua
y de la ausencia, de elementos
construcciones gigantes,
ruidos avasalladores, el viento frío
con que se mueve un junco
o el correr del agua
entre grietas, musgos
de ladrillos, mansamente
hasta llegar, a la corriente alquitranada
Elevaciones donde habría una voz
Donde un alma vieja hallaría
caminos, pasillos, salidas falsas,
ventanas tapadas, influjos, reptaciones
como sonidos
de un sol extraño: a la deriva perros husmeando
dóciles, con sus pelajes del color
del descampado, húmedo, terrones sin pasto
o amarillentos, y embarcaciones
que parecieron no estar presentes
allí, sobre la orilla
durante un lapso

3
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astillero.

El agua marrón del Tigre en la costa


los palitos de los árboles
como de mimbre flotando en la oscuridad
de algunas sombras proyectadas
sobre el agua; un astillero enciende su luz
puede vérsela todavía perdida en la tarde
que amarillea, parece un barco inmenso a medio construir
la figura que va ennegreciéndose
de un fantasma, la fortaleza
que deberíamos habitar;
el lugar donde se sueldan los barcos que irán
al río, al mar
o a la memoria: aguas negras, tensas
y flotando sobre ellas
la claridad esponjosa de unos palitos de la costa

río.

En el atardecer, el agua casi helada,


blanca, turbia
la corriente de brillos planos
cada vez más
rápida, los peces que no podemos atrapar
ni ver cerca de la orilla
donde nos lavamos los pies
del limo, y la arena;
allí está la figura, alzo la mirada,
oscura, sobre la soledad
del agua, la estructura derruida del puente;
los últimos autos empiezan
a salir de la playa que de a poco
va tornándose más encendida y desierta,
que va envolviéndonos con sus olas blandas,
de hielo; los pequeños peces
se nos escurren en lo turbio
de la arena; empezamos a salir
a darle la epalda el río, las sombras quedan
como un gran abatimiento, los peces en el agua
petrificados en él

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bicicleta...

...nublado... desde las rendijas


de la ventana...
resplandecen colores notables, opacos
Probablemente se aproxima la estación
capital: el verano
y la hierba haya empezado a balbucear
esa rima tonta: la canilla gotea
una gota de acuerdo a tu deseo y su
intensidad...
No pasa nadie en la calle, debajo de
la ventana, pero dicen que oís, mustia
e indiferente, el parloteo de las
viejas (...) A todo esto el verano parece
que estallara con la prontitud
de las rosas de la enredadera, muy
pronto —también— todas ellas mustias
La dorada bicicleta... “un reloj de mecanismos
y engranajes ocultos, esparcidos
bajo un son de luz, un olor dulce,
-contra la- mañana hecha de rocío...” Estuviste
a punto de escribir

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