Cap - Searle
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ittgenstein, con trabajos como el de las Investigaciones filosóficas
(1953) y El cuaderno azul (1958), y Austin, con Cómo hacer cosas
con palabras: palabras y acciones (1962)1, han generado una tradi-
ción en la Filosofía del Lenguaje que se conoce como la “Teoría de los Actos
de habla”. Esta teoría del significado tiene como representante más destacado
a Searle, al que, por ello, está dedicado este capítulo.
La estrategia central es considerar el lenguaje como un instrumento para
hacer cosas y explicar lo que significan ciertas partes del lenguaje en función
de su uso o finalidad. Sin embargo, no es una estrategia nueva explicar el sig-
nificado de una expresión por el uso que los hablantes hacen de ella. Locke,
por ejemplo, defendió que las palabras en su significación primaria sólo sig-
nifican las ideas con las que la mente de su usuario las asocia. Lo que hay de
nuevo en la tradición de la Teoría de los Actos de habla es el modo de enten-
der la noción, un tanto imprecisa, de uso. El uso al que se está haciendo refe-
rencia es el uso del lenguaje para hacer cosas.
Lo que sí debe quedar claro es que, desde esta perspectiva, la pregunta por
el significado de una expresión sin más o de su uso meramente representativo
es una pregunta que induce a la confusión y que inclina a dar respuestas como
la de que el significado es la imagen mental que los hablantes asocian a esa
expresión cuando la usan o la de que el significado es el objeto extralingüísti-
co y extramental que la expresión designa, por poner dos ejemplos de respuestas
inadecuadas. La cuestión bien planteada es la de cómo se usan las expresiones
para hacer cosas con ellas, aunque esta pregunta también es lo suficientemen-
te imprecisa como para conducir a errores2. La propuesta de Searle, entre otras
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Una aproximación a la Filosofía del Lenguaje
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La Teoría de los Actos de habla de J. Searle
ticas es saber cuál es su significado y, por ello, saber qué es un acto de habla y
cuántas especies de actos de habla hay que distinguir podría ayudar a esclare-
cer la noción presistemática de juego de lenguaje. En esta línea puede situarse
el trabajo de Austin. En concreto, se puede iniciar su análisis de los actos de
habla con las nociones de actos locutivos, ilocutivos y perlocutivos, nociones
imprescindibles para introducir con claridad la posición de Searle.
Como se ha indicado, la estrategia de Austin, siguiendo a Wittgenstein, es
considerar el lenguaje como un instrumento para hacer cosas. El lenguaje está
esencialmente constituido por un tipo de acciones racionales, los actos de habla,
y lo que uno hace al proferir ciertas expresiones son actos de habla. Así, Aus-
tin da los primeros pasos sistemáticos en la investigación del género de cosas
que se hacen al usar las palabras de un lenguaje. Cuando Sara emite (1)
lo que hay que preguntar es qué hace Sara con esos ruidos. Sara puede hacer
muchas y distintas cosas al proferir (1), dadas las circunstancias apropiadas.
Sara al proferir (1) lleva a cabo un acto de emisión de sonidos con el que podría,
por ejemplo, querer que su interlocutor se marchara en el caso de que haya
venido a buscar a Lourdes; podría querer decir algo, podría afirmar de Lour-
des que está durmiendo; podría decir algo, que Lourdes está durmiendo; podría
referir a Lourdes y predicar de ella cierta acción; podría estar ensayando su cas-
tellano; podría estar probando un micrófono; y, por supuesto, podría hacer
tantas cosas como se puedan imaginar. Pero de estas cosas que pueden hacerse
sólo interesan, según Austin, aquellas que se hacen sistemáticamente cuando
se usa el lenguaje, sólo interesan aquellas cosas que tienen que ver con el sig-
nificado de las expresiones proferidas o con el significado del acto que realiza
el hablante (significado del hablante). Interesan, a su juicio, tres tipos de actos
que normalmente se realizan de modo conjunto en los actos de habla: los actos
locutivos, los actos ilocutivos y los actos perlocutivos.
Los actos locutivos son actos que consisten en decir algo. En el ejemplo
citado, al emitir Sara (1) podría decir algo, que Lourdes está durmiendo. Todo
acto de decir algo puede estudiarse distinguiendo, a su vez, la emisión de soni-
dos (acto fonético), la organización de tales sonidos de acuerdo a un sistema
gramatical (acto fático), y la relación de estos sonidos con un sentido y una
referencia (acto rético). Estos actos se caracterizan porque cada uno presupo-
ne al(los) anterior(es). Al emitir Sara (1), lleva a cabo un acto fonético. Pues-
to que su emisión se hace de acuerdo con un sistema gramatical, también lle-
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Una aproximación a la Filosofía del Lenguaje
va a cabo un acto fático. Por último, refiere a Lourdes y predica de tal objeto
que está durmiendo, realizando un acto rético.
Los actos ilocutivos son actos que se realizan al decir algo. Al emitir Sara
(1) podría querer decir algo, podría afirmar de Lourdes que está durmiendo.
Saber qué actos ilocutivos se están ejecutando es saber determinar de qué modo
se está usando lo proferido. Cuando se lleva a cabo un acto locutivo también
se realiza un acto ilocutivo, en la medida en que éste añade al acto de decir, de
expresar una proposición, lo que el emisor quiere realizar con esa proposición:
una afirmación, una pregunta, una orden y actos similares.
Los actos perlocutivos son actos que uno realiza por el hecho de haber efec-
tuado un acto ilocutivo, aunque no es necesario que al hacer un acto ilocutivo se
haga también un acto perlocutivo. Sara al proferir (1) podría, puesto que ha afir-
mado que Lourdes está durmiendo, querer que su interlocutor se marchara, en el
caso de que haya venido a buscar a Lourdes. A veces se emite una expresión para
producir ciertas consecuencias o efectos sobre los sentimientos, pensamientos o
acciones de los interlocutores, se realizan afirmaciones, preguntas, órdenes y otros
actos ilocutivos para producir cierto efecto como el de inducir a creer algo, el de
que se tengan dudas o, como en el ejemplo, el de que se marche el interlocutor.
Estos tipos de actos tienen criterios de identificación propios y se llevan a
cabo simultáneamente en un acto de habla completo, son el tipo de cosas que
se hacen sistemáticamente cuando se usan las palabras. Los actos ilocutivos y
los perlocutivos se diferencian en que mientras los primeros están relaciona-
dos convencionalmente con los actos locutivos, no están relacionados del mis-
mo modo con los actos perlocutivos. Una estrategia mejor para demarcar los
actos ilocutivos de los perlocutivos es, siguiendo a Austin, la de señalar los ver-
bos realizativos explícitos en la realización del acto de habla, verbos como “orde-
nar”, “agradecer”, “afirmar”, etc. Estos verbos usados en primera persona del
singular y en presente del indicativo, más que describir la acción asociada al
verbo, permiten llevarla a cabo. Cuando se emiten (2) y (3)
(4) Vete
(5) Gracias por confiar en mí,
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La Teoría de los Actos de habla de J. Searle
sino que al emitir (2) y (3) se realiza la misma acción ilocutiva, ordenar y agra-
decer, respectivamente. Por ello, los verbos realizativos explícitos no son sino
los verbos que integran los sintagmas verbales que designan el tipo de acto ilo-
cutivo en cuestión. Sin embargo, para que un acto sea perlocutivo no es nece-
sario que la paráfrasis verbal que designa a dicho acto sea explícitamente rea-
lizativa.
Para juzgar la capacidad significativa de la conducta verbal se debe contar
tanto con los actos locutivos como con los ilocutivos; hay que tener en cuen-
ta tanto el significado que una expresión posee como la fuerza ilocutiva que la
proferencia posee. Esto impide que se trate de distintas formas a actos de habla
del tipo de los enunciados, de actos como las preguntas, promesas o valora-
ciones. Se les separó porque se pensó que sólo a los primeros les concernía el
valor de verdad. Pero enunciar algo es tan acto de habla como prometer y, por
ello, pertenecen al mismo plano. Los actos no son verdaderos ni falsos. Aho-
ra, los portadores de verdad son lo expresado, lo que se dice, por los actos locu-
tivos y éstos son indesligables de un acto ilocutivo, no pueden hacerse sin lle-
var a cabo también un acto ilocutivo. Ésta es parte de la situación teórica en
la que se produce la propuesta de Searle.
Searle, como otros tantos filósofos del lenguaje, cree que hablar o escribir
son conductas gobernadas por reglas y que el que aprende y domina un len-
guaje, el que sabe cómo usarlo, ha aprendido y domina esas reglas. Quien cree
que el lenguaje es una conducta gobernada por reglas, piensa o debe pensar que
el uso de los elementos de ese lenguaje es regular y sistemático. Lo que implica,
a su vez, que si se reflexiona acerca del uso de los elementos del lenguaje, se pue-
den elaborar ciertas caracterizaciones lingüísticas que describan los aspectos de la
habilidad, del saber cómo, de los hablantes competentes de un lenguaje. Las
caracterizaciones lingüísticas son observaciones como la de que tal expresión se
usa para referir o la de que tal proposición es contradictoria. Los hechos des-
critos en estas caracterizaciones pueden explicarse o ser objeto de ciertas gene-
ralizaciones dando lugar a explicaciones lingüísticas, como cuando se dice que “el
artículo debe concordar en género y número con el nombre al que precede”.
Las caracterizaciones lingüísticas deben ofrecer las condiciones suficientes y nece-
sarias que gobiernan nuestros actos de habla, nuestra conducta verbal, de las que
extraer las reglas que explican esa conducta3.
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Una aproximación a la Filosofía del Lenguaje
El problema real puede formularse diciendo que si se admite que las regu-
laridades de la conducta verbal se deben al sometimiento de la conducta a
reglas, no hay modo de entenderla sin una explicación de las mismas. No se
puede comprender el lenguaje, la conducta verbal, sin explicar las reglas que
subyacen a esa actividad. El que pretende dar una explicación del lenguaje sólo
en términos de las regularidades peculiares de la conducta lingüística, preten-
de hacer un análisis del lenguaje atendiendo meramente a los “hechos brutos”,
hechos descritos, por ejemplo, como ciertos ruidos o manchas en un papel que
los seres humanos tienden a producir ante ciertos estados de cosas o ante cier-
tos estímulos. Este tipo de análisis recogería regularidades del tipo “si se pro-
duce el ruido ‘¿hay conejos?’ cuando hay conejos alrededor, el interlocutor
produce el ruido ‘sí’”. Sin embargo, estas regularidades, estos hechos brutos,
no se entienden ni explican a menos, señala Searle, que se apele a las reglas que
dan cuenta de esas regularidades. Si no se explican las reglas del lenguaje, no
se sabrá que la acción de emitir “¿Hay conejos?” constituye, bajo las condi-
ciones apropiadas, una pregunta. Intentar comprender el lenguaje por sus regu-
laridades es no saber de qué va el lenguaje, dicha actividad no tendrá sentido
y no se entenderá. Además, las regularidades recogidas en los “hechos brutos”
del comportamiento lingüístico pasado no determinan el modo correcto de
hacer las cosas y, por ello, observando sólo las regularidades no se podría apren-
der el lenguaje. En cualquier caso, esta defensa de la tesis de que el lenguaje es
una actividad relacionada con reglas sólo se entiende clarificando la noción de
regla, esto es, sabiendo fundamentalmente cuándo las regularidades de la con-
ducta verbal tienen o no que ver con reglas.
El mejor modo de determinar este problema es mirando los casos claros de
conductas gobernadas por reglas y los de conductas meramente regulares y seña-
lar qué los hace diferentes. Supóngase que los conductores granadinos tienden
a comportarse regularmente de dos modos: paran cuando el semáforo está en
rojo y apoyan el brazo izquierdo en la ventanilla. La primera acción está some-
tida a una regla y la segunda no. El hecho de que los conductores paren ante
un semáforo en rojo está sometido a una regla que puede encontrarse escrita
entre las leyes oficiales de tráfico. Lo que hizo que esta regla existiera fue que se
aceptó como parte de una ceremonia oficial por las autoridades sociales apro-
piadas. No hay, sin embargo, una regla oficial que establezca dónde debe des-
cansar el brazo izquierdo de los conductores granadinos cuando el semáforo se
ponga en rojo y, por ahora, las autoridades apropiadas no la han elaborado y
aceptado como tal. Si la característica de las conductas gobernadas por reglas
es que tengan los rasgos de haber sido introducidas en una ceremonia oficial
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La Teoría de los Actos de habla de J. Searle
1. se aplica al color que está en tercer lugar en el espectro solar, que es, por
ejemplo, el de la cáscara del limón, y a las cosas que lo tienen (1988: 158).
Pero ésta no es la regla para aplicar “amarillo”. Los hechos que esta acep-
ción reproduce: que las cosas amarillas tienen el color de la cáscara del limón
o de la yema del huevo, etc. son correctos, pero nadie los usa para juzgar si
algo es o no amarillo. Si algún día se descubriera que el lugar del amarillo en
el espectro no es el tercero o si los limones se tornasen de otro color, no se
necesitaría cambiar el uso de la palabra “amarillo”. Si se tiene una regla para
usar “amarillo”, ésta no se reproduce en los diccionarios. La regla de “amari-
llo” es una regla tácita. Pensar, por tanto, que los diccionarios y la Gramáti-
ca sólo reproducen regularidades es compatible con la idea de que el lengua-
je esté sometido a reglas, a reglas informales y tácitas. Son reglas de este tipo,
por ejemplo, aquellas que se comprenden y siguen sin que se hagan explíci-
tas, pues hacerlas explícitas supondría violar la regla misma: una muestra de
este tipo de reglas es la de no nombrar nunca a Pablo, la oveja negra de la
familia.
Pero si las reglas del lenguaje son informales y tácitas, ¿cómo se aprenden?
Se aprenden por ensayo y error, porque las reglas determinan un modo correc-
to de hacer las cosas. Las reglas establecen, dentro del sistema del que forman
parte, los modos correctos e incorrectos de hacer las cosas. Incluso se piensa
que los modos incorrectos de hacer las cosas están relacionados con sanciones.
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Una aproximación a la Filosofía del Lenguaje
¿Hay sanciones para el que no sigue las reglas del lenguaje? Si un hablante
transgrede una regla ortográfica o una sintáctica, seguramente será excluido
de una clase social alta, y si transgrede una regla semántica, seguramente no
se le entenderá y no logrará comunicarse, que es uno de los usos que se le da
al lenguaje. Pero no todos piensan que estas cosas son sanciones reales.
De todas formas, el lenguaje no tiene que estar guiado por reglas cuyo
incumplimiento suponga una sanción porque, como defiende Searle, hay reglas
cuyo incumplimiento no supone sanción alguna. Incluso, hay reglas que no
dirigen el comportamiento pues no especifican lo que se debe o no debe, lo
que se puede o no hacer. Searle denomina a este tipo de reglas “constitutivas”.
Es un ejemplo de regla constitutiva la regla del ajedrez siguiente: un cuadra-
do está bajo ataque por una pieza enemiga cuando esa pieza puede moverse a
ese cuadrado en su próximo movimiento. En contraposición, las reglas regu-
lativas dirigen el comportamiento. Cuando no se sigue una regla constitutiva,
simplemente no se participa de aquella actividad que la regla ayuda a caracte-
rizar. Searle cree que las reglas del lenguaje natural son constitutivas; por ejem-
plo, la regla de decir bajo ciertas condiciones “Yo prometo...” constituye una
promesa de hacer la acción mencionada en los puntos suspensivos. Nada te
obliga o no a prometer. Searle cree que el significado de las expresiones está
gobernado por reglas y que si se ha pensado en ciertas ocasiones lo contrario
es porque no se dispone de una noción adecuada de regla, una noción en la
que se pueda distinguir claramente entre dos tipos de reglas: las regulativas y
las constitutivas.
Las reglas regulativas regulan la conducta preexistente, conducta cuya exis-
tencia es lógicamente independiente de las reglas. Son reglas regulativas, las
reglas de etiqueta como la que señala que, para cortar alimentos, hay que hacer-
lo con el cuchillo en la mano derecha. Las constitutivas no sólo regulan la con-
ducta, sino que crean o definen nuevas formas de conducta. Así, algunas reglas
del ajedrez no indican a los jugadores lo que pueden, deben o no pueden hacer,
sino que les proporcionan definiciones de términos especiales usados en otras
reglas, como la regla del ajedrez, ya expuesta, que dice cuándo un cuadrado
está bajo ataque o como la que especifica que un jaque mate se hace si se ata-
ca al rey de tal manera que ningún movimiento del rey lo deje inatacado. Pues
bien, para la explicación de un lenguaje, las reglas a las que se debe recurrir
son, a juicio de Searle, las constitutivas.
Pero si las reglas del lenguaje son informales, tácitas y constitutivas, ¿cómo
pueden usarse para guiar la conducta lingüística? Cuando los lingüistas son
capaces de representar estas reglas y escribirlas, lo que hacen es reproducir o
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La Teoría de los Actos de habla de J. Searle
El conocimiento por parte del agente de cómo hacer algo puede expli-
carse de manera adecuada solamente bajo la hipótesis de que él conoce (ha
adquirido, interiorizado, aprendido) una regla al efecto de que tal y cual,
aun cuando en un sentido importante pueda no saber que conoce la regla
o que actúa, en parte, a causa de la regla. Dos de las marcas distintivas de
la conducta gobernada por reglas, en oposición a la conducta meramente
regular, consisten en el hecho de que, generalmente, reconocemos las des-
viaciones del patrón como algo erróneo o defectivo en cierto sentido, y que
las reglas, a diferencia de las regularidades, cubren, de manera automática,
nuevos casos. El agente, frente a un caso que jamás ha visto con anteriori-
dad, sabe qué hacer (1969: 51).
En esta tarea de determinar las reglas que guían los distintos actos de habla
es crucial considerar que existen distintos géneros de actos de habla. Si un
hablante, en las condiciones apropiadas, profiere (7)-(10)
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Una aproximación a la Filosofía del Lenguaje
al emitir (7), lleva a cabo un aserto; al emitir (8), lleva a cabo una pregunta; al
emitir (9), da una orden; y al emitir (10), expresa un deseo. Realiza cuatro actos
de habla diferentes. A su vez, éstos tienen ciertos actos en común: con ellos el
hablante refiere a un cierto objeto y predica de tal objeto el predicable “duer-
me”. Los actos de referir y predicar, la referencia y la predicación, son los mis-
mos en estos cuatro actos que, considerados de un modo completo, son dis-
tintos entre sí. Los actos completos son aseverar, preguntar, prometer, desear;
lo que Austin denominó “actos ilocutivos”.
Aunque Searle denomina a los actos de habla también “actos ilocutivos”,
no acepta la distinción de Austin entre actos ilocutivos y locutivos. Cuando
uno emite (7)-(10), está, según Searle, característicamente realizando tres géne-
ros de actos: a) actos de emisión de palabras; b) actos proposicionales (actos
de referir y predicar); y c) actos ilocutivos como enunciar, preguntar, ordenar
y desear6. Al realizar actos ilocutivos se llevan a cabo característicamente actos
proposicionales y de emisión. Se pueden abstraer esos actos porque tienen dis-
tintos criterios de identidad. Los mismos actos proposicionales pueden ser
comunes a distintos actos ilocutivos, como se observa en los ejemplos (7)-(10).
Los mismos actos ilocutivos pueden ser comunes a distintos actos proposi-
cionales, como en (7) y (11)
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Una aproximación a la Filosofía del Lenguaje
se por proposición, mientras que los segundos determinan cómo debe tomarse la
proposición. Son indicadores de función los gestos, los verbos realizativos, etc. Es
de esperar que una distinción que afecta al significado tenga alguna caracterización
en el plano sintáctico. Esta diferencia se puede ver perfectamente en las oraciones
del tipo “Afirmo que Lourdes está durmiendo”, donde el indicador proposicional
sería “que Lourdes está durmiendo” y el indicador de función “Afirmo”.
Esta distinción tiene un interés metodológico a la hora de analizar los actos
de habla pues proporciona un criterio para separar el análisis de los géneros de
actos ilocutivos del análisis de las proposiciones. Las reglas que se buscan en
la caracterización de los actos ilocutivos son distintas de las reglas que hay que
buscar para dar cuenta de los actos que expresan la proposición, estas últimas
son las que gobiernan el acto de referir y de predicar.
En general, la búsqueda de las reglas que gobiernan los actos que dan for-
ma a un acto de habla completo conforman la posición acerca del significado
que mantiene Searle.
220
La Teoría de los Actos de habla de J. Searle
Lo primero que hay que señalar es que la propuesta del significado del
hablante griceana hace referencia a proferencias en general y no sólo a profe-
rencias verbales como en el caso de Searle. Teniendo esto en mente, la prime-
ra modificación de Searle a la propuesta griceana consiste en que el significa-
do del hablante, al proferir una expresión, al llevar a cabo un acto de habla,
depende de intenciones ilocutivas y no de intenciones perlocutivas, ambas per-
mitidas en la propuesta de Grice.
Si uno restringe la primera intención que da forma a la noción de signi-
ficado del hablante a que sea una intención ilocutiva, entonces el efecto bus-
cado por dicha intención será también ilocutivo. Esto es, si cuando Sara emi-
te (1), el significado de la proferencia de Sara depende de que una de sus
intenciones, la primera, sea ilocutiva, el significado del hablante dependerá
de que Sara tenga la intención de, por ejemplo, afirmar que Lourdes está dur-
miendo y no podrá depender de que tenga, por ejemplo, la intención de que
su interlocutor se vaya. Esta última sería una intención perlocutiva de Sara.
Si la intención que interviene es ilocutiva, el efecto buscado será también ilo-
cutivo y paralelo a la intención: que el interlocutor crea que el hablante cree
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en castellano. No se puede querer decir al emitir (15) que soy un soldado ale-
mán porque lo que se puede querer decir, el significado del hablante, es una
función de lo que se está diciendo, del significado de la expresión proferida.
El significado es un asunto de convenciones más que de intenciones. En la
investigación de los actos de habla hay que capturar tanto los aspectos con-
vencionales como los aspectos intencionales y las relaciones que hay entre
ellos.
Pero de nuevo Grice puede decir que esta crítica no le afecta por las mis-
mas razones que la primera no le afectaba. En sus propias palabras
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reglas para el uso del dispositivo de función “prometo que”. Este análisis no
es estricto en la medida en que la noción de promesa carece de reglas precisas.
Existen promesas extrañas, divergentes y dudosas. Por eso, Searle limita el estu-
dio de las condiciones necesarias y suficientes al núcleo del concepto de pro-
mesa. Un hablante H al proferir (6)
ante un interlocutor I, le promete p (que vendrá) a I si, y sólo si, se dan las
siguientes condiciones: las normales, las proposicionales y las ilocutivas.
Las condiciones normales del acto de prometer, como en otros tipos de
actos, reconocen que el hablante es lingüísticamente competente (sabe hablar
castellano) y que no está bajo coacción.
Las condiciones del contenido proposicional del acto de prometer tienen
que ver con que el hablante expresa que p (contenido proposicional) en la emi-
sión de (6) y con que al expresar que p, el hablante predica de él mismo un
acto futuro x.
Las condiciones del acto ilocutivo de prometer pueden ser, como se ha
indicado, condiciones preparatorias, de sinceridad y esenciales. Pues bien, las
condiciones preparatorias del acto ilocutivo de prometer hacen referencia no
sólo a que el interlocutor prefiera que el hablante lleve a cabo lo prometido,
x, a que no lo haga, sino también a que el hablante crea que el interlocutor
prefiere que realice x a que no. Además, no debe ser obvio ni para el hablan-
te ni para el interlocutor que el primero hará x en el curso normal de los acon-
tecimientos. Estas condiciones tienen que ver con la autoridad del ejecutante
del acto y con las condiciones que deben darse en la ocasión concreta del habla
para que su realización sea posible. De hecho, cuando un hablante promete
por otro, cuando promete algo que de todas formas piensa hacer o promete
algo que no es de interés para el interlocutor, no realiza el acto de habla de
prometer, sino que comete un desacierto.
La condición de sinceridad en las promesas (sinceras) hace referencia a la
intención por parte del hablante de hacer x. En este sentido, se ve cómo la
condición de sinceridad tiene que ver con ciertos estados mentales de los hablan-
tes sin los cuales el acto sería un abuso verbal.
La condición esencial del acto de prometer es que el hablante tenga la
intención de que la emisión de (6) le obligue a hacer x ; está relacionada con
el compromiso que adquiere el hablante al emitir (6). Si se desentiende de ella,
se incumple la promesa.
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Una aproximación a la Filosofía del Lenguaje
Además de estas condiciones, núcleo del análisis de los actos de habla ilo-
cutivos, también hay que contar con la condición griceana específica del acto
ilocutivo, aquella que determina exactamente el significado literal del hablan-
te. Ésta puede resumirse en que el hablante intenta producir en su audien-
cia un cierto efecto ilocutivo –que éste sepa que se le está prometiendo algo,
insultando, etc.– por medio del reconocimiento de la intención del hablan-
te –de prometer algo, insultarle, etc.– y pretende también que dicho reco-
nocimiento sea efectivo en virtud de la asociación, más o menos convencio-
nal, existente entre las palabras resultantes de su proferencia y la fuerza ilocutiva
que tienen.
De las condiciones que describen el acto de prometer se pueden determi-
nar las reglas semánticas que guían el uso del dispositivo de función “prome-
to que”. Si se simboliza a este dispositivo con P, las reglas son las siguientes:
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en la mayoría de los contextos, no sólo lleva a cabo una pregunta acerca de las
capacidades de su interlocutor, sino que indirectamente produce un acto direc-
tivo distinto, pide que se le pase el salero. Este tipo de actos se denominan
“actos de habla indirectos”. El análisis de los actos de habla indirectos pone al
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tivos, también tienen una dirección de ajuste mundo a palabra. Los estados psi-
cológicos asociados a ellos son las intenciones de llevar a cabo la conducta a la
que se compromete el hablante. Prometer, hacer votos, garantizar, pactar, com-
prometerse, etc. son actos compromisorios.
Los actos de habla expresivos tienen como condición de sinceridad expre-
sar el estado psicológico del hablante. No tienen dirección de ajuste con el
mundo (presuponen la verdad del contenido descriptivo). Agradecer, dar el
pésame, excusarse, dar la bienvenida, lamentarse, etc. son ejemplos de actos
de habla expresivos.
Por último, la realización de los actos ilocutivos declarativos, las declara-
ciones, supone que los hablantes forman parte de instituciones sociales y que
se atienen a las reglas fijadas por tales instituciones. Carecen por lo general de
condiciones de sinceridad. Cuando tienen la misma condición de sinceridad
que los actos asertivos, forman parte también de los actos ilocutivos asertivos,
como cuando un juez declara a alguien inocente. La dirección de ajuste entre
palabras y mundo es de mundo a palabras y de palabras a mundo. El propó-
sito de cada acto de este tipo es el de declarar. Son ejemplos de actos ilocuti-
vos declarativos casar, juzgar (legalmente), nombrar (para algún cargo), etc.
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oración es tal que su proferencia literal constituye la realización del acto ilo-
cutivo secundario. Pero, ¿cómo se determinan las intenciones primarias en
estos casos?
Para explicar cómo es posible decir algo más de lo que se dice literalmen-
te hay que apelar a la información de fondo mutuamente compartida, sea lin-
güística o extralingüística, y a las capacidades generales de raciocinio e infe-
rencia del interlocutor. Para explicar lo que se dice indirectamente se necesita:
a) una teoría de los actos de habla que especifique las reglas que gobiernan la
realización directa de los actos de habla; b) unos principios generales de con-
versación cooperativa17; c) la información de fondo que mutuamente com-
parten los interlocutores sobre los hechos, y d) la capacidad del interlocutor
de hacer inferencias. Estos factores proporcionan las condiciones de interpre-
tación de un acto de habla indirecto. Un ejemplo aclarará lo que se quiere
decir. Si Sara le dijera a Carlos (19)
234
La Teoría de los Actos de habla de J. Searle
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Notas
1
En “Emisiones realizativas”, el propio señalados por Austin. La teoría de Aus-
Austin expone brevemente la misma tin se revisa en Searle (1968).
posición que se desarrolla en su libro 7
Ésta es la versión searleana del princi-
Cómo hacer cosas con palabras: palabras pio del contexto fregeano en el que se
y acciones (1961: “Emisiones realizati- admite que sólo en el contexto de la
vas”, en Valdés, L. (1991): La búsque- oración tienen referencia las palabras
da del significado. Tecnos. Madrid). (apartado 2.1).
2 8
Searle formula estos errores en la Fala- No todos las emisiones de oraciones
cia del acto de habla y en la Falacia de incluyen una parte referencial. Por
la asersión (1969, cap. 6). ejemplo, los enunciados existenciales
3
Algo es condición necesaria de otra cosa y generales no tienen referencia.
si cada vez que esta última sea, tiene 9
Esta aclaración hay que hacerla, pues
que haber ocurrido su condición nece- Searle no cree que las proposiciones
saria; la presencia del efecto basta para expresadas al realizar un acto de habla
asegurar la presencia de la condición. incluyan el objeto al que refieren las
Algo es condición suficiente de otra cosa expresiones referenciales singulariza-
si siempre que ocurra la condición doras, sino su significado. Además,
suficiente ocurre el efecto; la presen- todas las expresiones referenciales tie-
cia de la condición basta para asegu- nen sentido. Searle no está dentro del
rar la presencia del efecto. Dicho de paradigma de los teóricos de la refe-
otro modo, si A es condición necesaria rencia directa (capítulo 5).
de B, entonces la presencia de B garan- 10
La posición searleana con respecto a la
tiza la presencia de A y si A es condi- noción de proposición es en cierto
ción suficiente de B, entonces la pre- modo diferente a la noción más exten-
sencia de A garantiza la presencia de dida (Haack, 1978: cap. 6).
B. Véase Wright, G. H. von (1971): 11
Las intenciones son, en la propuesta
Explanation and Understanding. Cor- de Searle (1983), un tipo de estados
nell University Press. Trad. (1979): mentales Intencionales.
Explicación y Comprensión. Alianza 12 La idea fundamental puede formular-
Universidad. Madrid. se como sigue: para todo posible acto
4 Véase el apéndice del capítulo prime- de habla existe una posible oración o
ro de Ziff, P. (1960): Semantic Analy- conjunto de oraciones cuya emisión
sis. Cornell University Press. Ithaca. literal en un contexto particular cons-
5 Moliner, M. (1988): Diccionario de uso tituirá una realización de ese acto de
del español. Gredos. Madrid. habla o, dicho de otro modo, que cual-
6 En el análisis de Searle no aparecen los quier cosa que pueda querer decirse
actos fáticos, organización de las expre- puede ser dicha. Éste es el “Principio
siones según un sistema gramatical, de expresabilidad” que Searle formal-
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La Teoría de los Actos de habla de J. Searle
mente recoge así “para cualquier sig- proferencias que no siempre son ver-
nificado X y para cualquier hablante H, bales, mientras que Searle está pen-
siempre que H quiere decir (intenta sando en el significado del hablante
transmitir, desea comunicar) X enton- como algo característico de los actos
ces es posible que exista alguna expre- de habla.
sión E tal que E es una expresión exac- 14
Su ejemplo, “El gato está sobre la
ta de, o formulación de X ” (Searle, alfombra”, no sirve en castellano pues
1969: 29). Una de las consecuencias del “gato” es un término ambiguo mien-
Principio de expresabilidad es que los tras que “cat” no lo es en inglés.
casos donde el significado del hablante 15
Autores como Austin y Schiffer tam-
no coincide con el significado de la bién consideran injustificada la posi-
expresión no son teóricamente esencia- ción de Wittgenstein (véase Austin,
les y no lo son porque podría expresar- 1962 y Schiffer, 1972).
se literalmente lo que se expresa no lite- 16
Se puede comprobar que la clasifica-
ralmente. Este principio permite ción de Searle difiere de la de Austin
considerar equivalentes las reglas para (1962). Esto se debe a que, a juicio de
realizar actos de habla y las reglas para Searle, Austin confunde el análisis de
emitir ciertos elementos lingüísticos, los verbos ilocutivos con el de los actos
porque para todo posible acto de habla ilocutivos.
existe un posible elemento lingüístico 17
Que la explicación de los actos de habla
cuyo significado (dado el contexto de indirectos requiera apelar a principios
la emisión) basta para determinar que generales de conversación cooperativa
su emisión literal constituye una reali- no significa que su explicación requie-
zación de ese acto de habla. Para estu- ra un postulado conversacional al esti-
diar, por ejemplo, los actos de habla de lo griceano. Los actos de habla indi-
prometer se necesita solamente estudiar rectos, aunque pretenden explicar,
oraciones cuya emisión correcta y lite- entre otros, el mismo tipo de fenóme-
ral constituya hacer una promesa. nos lingüísticos que pretenden expli-
13
La noción de significado difiere sus- car las implicaturas conversacionales
tantivamente en estos dos autores. Para griceanas, lo hacen de distinta forma e
empezar, en Grice el significado de la incluyen distintos presupuestos en la
expresión y el del hablante no son dos teoría. Los actos de habla indirectos no
caras de la misma moneda, sino que el se explican, como en la propuesta de
primero se deriva lógica y epistemoló- Grice, por la transgresión aparente en
gicamente del segundo en su proceso el plano del decir de alguna de las
de formación. En segundo lugar, el sig- máximas conversacionales que dan for-
nificado del hablante en Grice se rela- ma al Principio de cooperación (apar-
ciona con acciones racionales o con tado 6.4).
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