John Searle Actos de Habla

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incitado a llevar a cabo esta discusión sobre su status epistemológico.

Pero los enunciados (e) no han levantado tal polvareda de controver­


sias, y no diré nada sobre ellos excepto que están sujetos a las usuales
restricciones (vagamente expresadas y difíciles de explicar) que pesan
sobre cualquier explicación, ya sea en las ciencias exactas o en cualquier
otro sitio. Al igual que todas las explicaciones, para ser buenas explica­
ciones deben dar cuenta de los datos, no deben ser inconsistentes con
otros datos y deben poseer otras características vagamente definidas,
tales como simplicidad, generalidad y posibilidad de prueba.
Así pues, en nuestra era de metodologías extremadamente sofistica­
das, la metodología de este libro debe parecer ingenuamente simple. Y o
soy hablante nativo de un lenguaje. Deseo ofrecer ciertas caracteriza­
ciones y explicaciones de mi uso de elementos de ese lenguaje. La hipó­
tesis a partir de la cual procedo consiste en que mi uso de los elementos
lingüísticos está controlado por ciertas reglas. Por lo tanto, ofreceré ca­
racterizaciones lingüísticas y, a continuación, explicaré los datos conte­
nidos en esas caracterizaciones formulando las reglas subyacentes.
Este método, como he estado subrayando, deposita una fuerte con­
fianza en las intuiciones del hablante nativo. Pero todo lo que he leído
sobre filosofia del lenguaje, incluso las obras de los autores más conduc­
tístas y empiristas, se apoya igualmente sobre las intuiciones del hablan­
te. Verdaderamente resulta difícil ver cómo podría ser de otra manera,
puesto que una exigencia seria de que justifique mis intuiciones de que
«soltero» significa hombre no casado, si es consistente, debería incluir
también la exigencia de que justifique mi intuición de que una ocurren­
cia dada de «soltero• significa lo mismo que otra ocurrencia de «solte­
ro•. Tales intuiciones pueden, efectivamente, justificarse, pero solamente
replegándose sobre otras intuiciones.

1.4. ¿ Por qué estudiar los actos de habla?


He dicho en la sección anterior que sostengo l a hipótesis de que ha­
blar un lenguaje es tomar parte en una forma de conducta gobernada
por reglas. No he intentado probar esta hipótesis; más bien la he ofreci­
do al explicar el hecho de que es posible el tipo de conocimiento expre­
sado en las caracterizaciones lingüísticas. En u n sentido, todo este libro
podría interpretarse como un intento de explorar, de extraer, algunas de
sus implicaciones y, de este modo, probar la hipótesis. Este procedi­
miento no tiene nada de circular, puesto que estoy usando la hipótesis
del lenguaje como conducta intencional gobernada por reglas para ex­
plicar la posibilidad de, no con vistas a proporcionar evidencia para, las
caracterizaciones lingüísticas. La forma que tomará esta hipótesis es
que hablar un lenguaje consiste en realizar actos de habla, actos tales
como hacer enunciados, dar órdenes, plantear preguntas, hacer prome-

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sas y así sucesivamente, y más abstractamente, actos tales como referir
y predicar, y, en segundo lugar, que esos actos son en general posibles
gracias a, y se realizan de acuerdo con, ciertas reglas para el uso de los
elementos lingüísticos.
La razón para concentrarse en el estudio de los actos de habla es,
simplemente, ésta: toda comunicación lingüística incluye actos Jingüísti·
cos. La unidad de la comunicación lingüística no es, como se ha supues­
to generalmente, el símbolo, palabra, oración, ni tan siquiera la instancia
del símbolo, palabra u oración, sino más bien la producción o emisión
del símbolo, palabra u oración al realizar el acto de habla. Considerar
una instancia como un mensaje es considerarla como una instancia pro­
ducida o emitida. Más precisamente, la producción o emisión de una
oración-instancia bajo ciertas condiciones constituye un acto de habla,
y los actos de habla (de ciertos géneros que se explicarán más adelante)
son las unidades básicas o mínimas de la comunicación lingüística. Una
manera de llegar a ver este punto consiste en preguntarse a uno mismo:
¿cuál es la diferencia entre contemplar un objeto como una instancia de
comunicación lingüística y no contemplarlo así? Una diferencia crucial
es la siguiente. Cuando considero un ruido o una marca hecha sobre un
trozo de papel como una instancia de comunicación lingüística, como
un mensaje, una de las cosas que debo suponer es que el ruido o la mar­
ca fueron producidos por un ser o unos seres más o menos semejantes a
mi mismo y que fueron producidos con ciertas clases de intenciones. Si
considero el ruido o la marca como un fenómeno natural semejante al
murmullo del viento entre los árboles, o a una mancha del papel, los ex­
cluyo de la clase de la comunicación lingüística, incluso si el ruido o la
marca no pueden distinguirse de palabras habladas o escritas. Además,
no solamente debo suponer que el ruido o la marca han sido producidos
como resultado de conducta intencional, sino que debo también suponer
que las intenciones son de un género muy especial que es peculiar a Jos
actos de habla. Por ejemplo, seria posible comunicarse colocando mue·
bies de ciertas maneras. La actitud que una persona tendría hacia tal or·
denación de muebles, si la 'comprende', sería completamente diferente
de la actitud que tengo hacia, digamos, la ordenación de los muebles de
esta habitación, incluso si en ambos casos pudiera considerar la ordena­
ción como un resultado de conducta intencional. Solamente ciertos gé·
neros de intenciones son adecuados para la conducta que denomino ac­
tos de habla. (Estos géneros de intenciones serán examinados en el capi­
tulo 2.)
Podría objetarse a este enfoque que un estudio semejante trata sola­
mente del punto de intersección de una teoría del lenguaje y una teoría
de la acción. Pero mi réplica a esto sería que si mi concepción del len­
guaje es correcta, una teoría del lenguaje forma parte de una teoría de la
acción, simplemente porque hablar un lenguaje es una forma de éohduc-
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ta gobernada por reglas. Ahora bien, si está gobernada por reglas, tiene
características formales que admiten un estudio independiente. Pero u n
estudio d e esas características puramente formales, sin estudiar s u papel
en los actos de habla, seria semejante a un estudio formal de los siste­
mas monetarios y crediticios de las economías sin estudiar el papel de l a
moneda y del crédito e n las transacciones económicas. Pueden decirse
muchas cosas estudiando el lenguaje sin estudiar los actos de habla,
pero cualquier teoría puramente formal de este tipo es necesariamente
incompleta. Seria lo mismo que estudiar el béisbol solamente como sis­
tema formal de reglas y no como un juego.
Podría parecer aún que mi enfoque es simplemente, en términos
saussureanos, un estudio de la paro/e más bien que de la /angue. Es­
toy argumentando, sin embargo, que un estudio adecuado de los actos
de habla es un estudio de la /angue. Hay una razón importante por l a
cual esto es verdad, razón que v a más allá de l a afirmación de que l a co­
municación incluye necesariamente actos de habla. Considero que es
u na verdad analítica sobre el lenguaje que cualquier cosa que quiera ser
dicha puede ser dicha. Un lenguaje dado puede no tener una sintaxis o
un vocabulario lo suficientemente ricos para que en ese lenguaje yo diga
lo que quiero decir, pero no existen barreras en principio para comple­
mentar un lenguaje insuficiente o para decir lo que quiero decir en uno
mas neo.
No hay, por lo tanto, dos estudios semánticos distintos e irreducti­
bles: por un lado un estudio de los significados de oraciones y por otro
un estudio de las realizaciones de los actos de habla. Pues de la misma
manera que forma parte de nuestra noción del significado de una ora­
ción el que una emisión literal de esa oración con ese significado en u n
cierto contexto constituya la realización d e un acto de habla particular,
así también forma parte de nuestra noción de acto de habla el que exista
una oración (u oraciones) posibles, la emisión de las cuales, en cierto
contexto, constituiría en virtud de su (o sus) significado(s) una realiza­
ción de ese acto de habla.
El acto o actos de habla realizados al emitir una oración son, en ge­
neral, una función del significado de l a oración. El significado de una
oración no determina de manera singularizadora en todos los casos qué
acto de habla se realiza en una emisión dada de esa oración, puesto que
un hablante puede querer decir más de lo que efectivamente dice, pero a
él le es siempre posible en principio decir exactamente lo que quiere de­
cir. Por lo tanto, resulta posible en principio que todo acto de habla que
se realice o pueda realizarse esté determinado de manera singularizado­
ra por una oración dada (o conjunto de oraciones), dadas las suposicio­
nes de que el hablante está hablando literalmente y que el contexto es
apropiado. Por estas razones un estudio del significado de las oraciones
no es distinto en principio de un estudio de los actos de habla. Propia-
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mente interpretados son el mismo estudio. Puesto que toda oración sig­
nificativa puede ser usada, en virtud de su significado, para realizar un
acto de habla particular (o rango de actos de habla), y puesto que a todo
posible acto de habla puede dársele en principio una formulación exacta
en una oración u oraciones (suponiendo un contexto de emisión apro­
piado), el estudio de los significados de las oraciones y el estudio de los
actos de habla no son dos estudios independientes, sino un estudio desde
dos puntos diferentes de vista.
Es posible distinguir, al menos, dos tendencias en los trabajos con­
temporáneos de filosofía del lenguaje: una que se concentra en el uso de
las expresiones en las situaciones de habla y otra que se concentra en el
significado de las oraciones. Los que practican estos dos enfoques ha­
blan a menudo como si éstos fuesen inconsistentes, y el hecho de que
históricamente hayan sido asociados con puntos de vista inconsistentes
sobre el significado, proporciona, por lo menos, algún apoyo al punto de
vista según el cual son inconsistentes. Asi, por ejemplo, las primeras
obras de W ittgenstein, que se alinean en la segunda tendencia, contienen
puntos de vista sobre el significado que son rechazados en sus últimas
obras, que se alinean en la primera tendencia. Pero, aunque histórica­
mente ha habido marcados desacuerdos entre los que practican estos
dos enfoques, es importante darse cuenta de que los dos enfoques, in ter·
pretados no como teorías. sino como enfoques para la investigación,
son complementarios y no competitivos. Una pregunta típica del segun­
do enfoque es la siguiente: «¿Cómo determinan los significados de los
elementos de una oración el significado de la oración completa?» "·
Una pregunta tipica del primer enfoque es l a siguiente: «¿Cuáles son Jos
diferentes géneros de actos de habla que los hablantes realizan cuando
emiten expresiones?" 14• Las respuestas a ambas preguntas son necesa­
rias para una filosofía del lenguaje completa y, más importante aún, am­
bas preguntas están necesariamente relacionadas. Están relacionadas
porque para todo posible acto de habla existe una posible oración o con­
junto de oraciones cuya emisión literal en un contexto particular consti­
tuirá una realización de ese acto de habla.

1.5. El principio de expresabilidad.


El principio de que cualquier cosa que pueda querer decirse puede
ser dicha, al que me referiré como el «principio de expresabilidad», es
importante para la posterior argumentación de este libro y voy a expo-

13 Cfr. J. Kalz, The Philosophy of Language, Nueva York; wrsión castellana,

14 Cfr. J.L. Austin, How to do tllings witlr words, Oxford, 1962; versión
La Filosofía del Lenguaje, Madrid, Ediciones Martincz Roca, 1971.

castellana, Palabras y Acciones, Buenos Aires, Paidós, 1971.

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