Carta A Los Catequistas. Manantiales de Agua Viva Versión 2

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Queridos catequistas:

Hace ya varios años que, próximos al día del catequista, les hago llegar una reflexión.
“La catequesis del catequista”. http://www.isca.org.ar/images/mail/carta-
catequistas/index.htm . En este tema nos centramos en 2012, señalando que los
catequistas somos hombres y mujeres de fe, y necesitamos ser permanentemente
educados en la fe que anunciamos y profesamos.

Bajo el lema “Unidos para servir”, http://www.isca.org.ar/images/mail/carta-


catequistas2013/index.htm , afirmamos en 2013 que la verdadera catequista es la
comunidad. La Palabra de Dios se hace eco en la experiencia de fe que viven sus
miembros. Resuena en todo el espacio catequístico, que es la comunidad eclesial y se
propaga, suscitando la fe naciente de los que se acercan y fortaleciendo la fe madura
de sus integrantes.

“Diálogo de catequistas” http://www.isca.org.ar/images/mail/carta-catequistas2014/


Con este título nos invitamos mutuamente, en 2014, a diálogo a través del cual
recordamos a los grandes catequistas de tiempo atrás. Algunos ya no están, otros nos
siguen acompañando y su vida sigue siendo una llama encendida en medio de este
tiempo complejo y desafiante. A nosotros nos toca hoy mantener la llama encendida
de una catequesis que no sólo se vive, sino que también se piensa.

“Cristo golpea a tu puerta”. En este año 2015, después de haber realizado una misión a
los catequistas referentes de una diócesis del conurbano bonaerense, les hago llegar
una nueva reflexión. Reiterándola año a año, se transformó este hábito en una buena
costumbre. Por eso, vuelvo a escribirles. Es como sentarnos a conversar, desgranando
ideas, algunas convicciones, experiencias y esperanzas comunes.

Más vida a la vida

“El agua que yo les daré se convertirá en manantial que brotará hasta la vida eterna.”
(Cfr. Jn. 4, 14 b)

Cristo golpea a tu puerta. Relato de una experiencia.

Recorrer las parroquias fue para los misioneros una verdadera experiencia espiritual:
siempre distinta, siempre única y original. En algunas de las visitas se produjo el
reencuentro entre los misioneros y los catequistas misionados. Pudieron reanudar el
vínculo. No empezaron de nuevo, sino que confirmaron el abrazo conocido, que se
remonta a tiempos atesorados. Reanudar es volver a tensar las hebras que los
mantienen siempre unidos en la misma vocación compartida. Con otros catequistas,
fue posible estrenar la cercanía del vínculo. Ellos también se abrieron al encuentro y se
reconocieron disponibles y compañeros de camino. Con todos se hizo la siempre
enriquecedora experiencia de la mutua recepción y de reconocerse en el otro.

En cada parroquia la comunicación se iniciaba con los propósitos de la visita: “vinimos


a visitarte para estar cerca, acompañarte, escucharte y ofrecerte nuestros servicios”.

1
Este delicado ofrecimiento generó en muchos catequistas el deseo sincero de mostrar
y contar qué estaban haciendo: las fortalezas, los aciertos, las dificultades y
debilidades de la catequesis y de los catequistas. Se abrieron carpetas, cronogramas,
relatos y agendas. Y, entonces, con fidelidad al propósito inicial, los misioneros
reencauzaban el encuentro: “Vinimos a verte a vos. ¿Cuándo comenzaste a decir ‘soy
catequista’? ¿Qué situación, anécdota o hecho puntual de tu vida como catequista
dejaron una huella en tu existencia? ¿Quisieras compartirlos? ¿Cómo iniciaste este
camino en la catequesis?”

En casi todas las visitas hubo una especie de sorpresa: se cerraron las carpetas y las
agendas, y los ojos se alzaron en la búsqueda de recuerdos significativos en la
maduración del llamado. Los rostros sonrieron, a las miradas asomaron algunas
lágrimas y comenzaron los relatos de corazón a corazón. Las historias se ofrecieron
generosamente ante los misioneros embargados por una gratitud que el Espíritu
inspiraba. Ante la presencia de tanta vida, ellos repitieron en uno y en otro encuentro:
“Vos siempre le hablás a la gente de Dios. Hoy nosotros te traemos su Palabra a vos”.

Los misioneros abrieron la Biblia y el Señor habló a la vida de cada catequista. La


simple visita se transformó así en verdadera misión. Misioneros y misionados
experimentaron juntos la misma auténtica alegría, la de los hijos de Dios.

Cuando ya casi se cerraba el encuentro, venía la invitación que convocaba a dar un


paso más: “Ahora te invitamos a vos a ser misionero entre los catequistas de tu
comunidad. Proclamá, para ellos, la Buena Noticia de sus vidas, ayudalos a
sorprenderse con el Señor, que siempre nos sorprende y nos ayuda a renovarnos en la
fe.”

Como fuertes pilares y frescos manantiales

Los catequistas misionados se revelaron verdaderos referentes de la catequesis en sus


comunidades. Sus rostros, sus palabras y sus gestos son vitales y están llenos de
fuerza. Están acostumbrados a animar, a acompañar y a impulsar. Bien viene aquí una
imagen: la de los pilares que sostienen.

Catequistas que sostienen la catequesis cimentados en la vocación, como verdadera


invitación de Jesús a llevar su Palabra; en la vivencia fraterna de la comunión y en la
formación, como enriquecimiento en la experiencia y en el estudio. A veces, pueden
pasar inadvertidos porque siempre están allí, asegurando una y otra vez esos
requisitos sin los cuales no tendría sustento el edificio.

Los catequistas saben acompañar. Mantienen a quienes acompañan en la distancia de


la mirada. Están junto a ellos en una justa órbita que permite la autonomía y, a la vez,
la cercanía que integra; da seguridad y sostén. En este tiempo en el que los fuertes
vientos del cambio de época parecen arreciarlo todo, ellos saben equilibrar la tensión
de la búsqueda con la quietud de lo esencial y permanente.

Estos catequistas referentes son también frescos como manantiales de agua viva. Han
recorrido las últimas décadas arraigados en convicciones profundas que, ante los

2
desafíos desconocidos, los mantienen despiertos y transparentes. La Palabra de Dios
resuena en la hondura de sus conciencias y allí escuchan, también, la voz significativa
de algunos catequetas que, alguna vez, les dejaron sus enseñanzas y reflexiones.

“Frente a este cambio de época se sienten llamados a hacer una lectura crítica y
esperanzada de aquellos aspectos que inciden de manera directa en la transmisión de
la fe, a fin de encontrar nuevas formas que nos permitan compartir la alegría del
encuentro con Jesús.”1Optan por navegar mar adentro en un tiempo oportuno para
animar, con nuevo dinamismo, el movimiento catequístico.

Recuerdo a Frans De Vos, gran catequeta belga que actuó en la Argentina, y afirmo
como él: “La catequesis no es un movimiento que puede estar o no en la Iglesia”. Me
permito agregar, en sintonía con el Padre Frans, que la catequesis tiene algunos rasgos
propios de los movimientos: un lenguaje específico; algunas costumbres; actitudes que
se reiteran porque son propias del perfil catequístico; una conciencia de lo colectivo o,
mejor aún, de pertenencia a la comunidad catequística y, sobre todo, una vitalidad
inusitada que congrega, contagia y da nueva vida a las vocaciones. Tiene, en definitiva,
una mística propia.

Desde una pequeña experiencia de misión en una diócesis del conurbano bonaerense,
reafirmo el valor de promover el movimiento catequístico, contribuyendo a darle
nueva vida y significado en los tiempos que corren.

Transparencia del Primer Anuncio


Las prácticas catequísticas se resuelven, a veces, a través de procesos organizados en torno a
la suposición de una fe inicial, que no siempre existe. Nos planteamos, entonces, la
redefinición de caminos posibles para los que llegan a un proceso catequístico sin fe o con una
fe pequeña, olvidada, casi “adormecida”. La pluralidad y la diversidad de ofertas de todo tipo
ponen a la persona en situación de reconfirmar y de validar sus opciones cristianas. Por eso, tal
vez, no sólo debamos hablar de un primer anuncio, siempre necesario e impostergable en el
inicio de un proceso catequístico, sino de una catequesis siempre misionera y kerigmática, que
sale a buscarnos en las distintas etapas de nuestra vida, en las diversas “edades de nuestra fe”
y en nuestros distintos lugares de encuentro teológico con Dios.

Los catequistas somos instrumentos de misión. “ Una catequesis kerigmática o misionera


es una catequesis de la propuesta que busca, atrae y propone siempre. No se trata de un
discurso doctrinario estampado desde afuera y por la fuerza de la repetición o de la tradición,
sino de un camino de experiencias siempre nuevas, que marcan profundamente la vida de las
personas. Una catequesis que se resignifica, muchas veces en primer anuncio, para que éste se
diferencie y, a la vez, se integre en todo el proceso catequístico, otorgándole una fuerza
renovadora y catecumenal. En la catequesis misionera todo anuncio transparenta el primer
anuncio. Él es como una luz siempre viva en el ministerio de la Palabra: en la conversión
primera, en la iniciación y en la formación permanente.” 2

1
Cfr. Departamento de Misión y Espiritualidad (CELAM) “La alegría de iniciar discípulos misioneros
en el cambio de época”, Nº 17.
2
Cfr. I SENAC, “La catequesis en clave misionera. Relación entre Primer Anuncio, iniciación cristiana
y catequesis permanente”, San Pablo, Buenos Aires, 2011, Nº 24.

3
El catequista misionero es el que anuncia el Kerigma. Con Cercanía, apertura al diálogo,
paciencia y una acogida cordial que no condena” 3 valora e invita a valorar la novedad de la fe y
la experiencia cristiana. Realiza su profesión de fe en un lenguaje existencial, interpelando la
libre y consciente respuesta de fe del catequizando. Para ello da el paso de la fe supuesta a la
fe propuesta; no se limita a nutrir una fe ya en acto, sino que trata siempre, incluso después de
la conversión inicial, de provocar el encuentro con el Señor Jesús como Buena Noticia que
cambia el orden de prioridades en la propia vida. Llama a recibir el don de Dios en condiciones
nuevas y a reencontrar contemporáneamente el gesto inicial de la evangelización: el de la
propuesta sencilla y decidida por el Evangelio de Cristo.

Este catequista realiza una catequesis de la segunda escucha, en la cual el Evangelio,


propuesto como don que no obliga, hace superar el acostumbramiento y ayuda a crecer en la
fe, desde la interioridad más profunda de la persona, que da y reitera una y otra vez su “sí” a
Dios. Convoca a una pertenencia aceptada y a una participación elegidas y no cuestionadas,
fundadas en una decisión consciente que se desarrolla gradualmente. Presenta la fe como un
descubrimiento a realizar y una búsqueda a emprender, al estilo de la invitación que Jesús hizo
a sus primeros discípulos: “Vengan y vean”. 4 “Expresa el amor salvífico de Dios previo a la
obligación moral y religiosa; no impone la verdad y apela a la libertad; posee unas notas de
alegría, estímulo, vitalidad; tiene una integralidad armoniosa que no reduce la predicación a
unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas.” 5

La mesa común

Este horizonte nos pide la formación de dirigentes Mujeres y hombres, líderes en sus
comunidades que, sin abandonar la siembra en las parroquias, recorren un itinerario
de formación alrededor de una mesa común. Esta imagen quiere expresar la
reciprocidad como nota casi esencial del proceso, en un dinamismo de ofrecer y
recibir. Todos pueden poner lo mejor de sí mismos y, al mismo tiempo, todos pueden
servirse de lo que otros miembros aportan. Esta apreciación combina, por un lado, una
sana valoración de las personas y, por otro lado, la justa esperanza de que cada uno dé
lo mejor de sí con verdadero espíritu de comunión.

Con acierto, algunos denominarían este proceso como “formación en la acción”,


puesto que, durante el itinerario a recorrer, un pequeño equipo de dirigentes
preparará una instancia formativa para los catequistas referentes de las distintas
comunidades. Ellos, a su vez, recrearán la experiencia en sus comunidades. Esto
supone el aprendizaje de unas habilidades y de unas actitudes que podrán transferir a
la animación de los equipos de catequistas; a la configuración de los perfiles de
coordinadores y a la conformación de matrices colaborativas, con sentido evangélico.
Podrán abordarse, en definitiva, éstas y muchas otras cuestiones para el buen hacer
catequístico en una Iglesia en salida.

3
Cfr. EG 165

4
Jn 1,39

5
Cfr. EG 165

4
Donde hay vínculos hay vida, sobre todo si los vínculos son profundos, si implican el
misterio de uno entregado generosamente al otro que lo recibe, lo enriquece y se deja
enriquecer. La formación de dirigentes, en una dinámica de reciprocidad y de vínculos,
supone sumar vida a la vida.

“Cuando una comunidad eclesial madura y arraigada en Cristo se reconoce comunidad


que evangeliza, se está identificando, en una única misión, con todas las comunidades
cristianas del mundo. A imagen y semejanza de la Trinidad, ellas viven su misión para
que la Vida de Dios las desborde y circule, como respuesta de fe, a través de la vida de
todos los hombres y mujeres, puesto que todos estamos llamados a formar parte del
Pueblo de Dios.”6

Ésta es la Vida que queremos sumar a la vida de nuestras comunidades catequísticas.


Es la Vida que puede mantener el movimiento catequístico siempre fresco y surgente
en una Iglesia misionera.

Pbro. José Luis Quijano

quijano@obispado-si.org.ar

6
Quijano, José Luis,”La transmisión de la fe, una experiencia eclesial”, recuperado de
http://www.isca.org.ar/blogdelrector/articulo.php?id=35, 2006.

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