Novela
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Tipos
Tipología[editar]
La novela es el reino de la libertad de contenido y de forma. Es un género proteico que
presenta a lo largo de la historia múltiples formas y puntos de vista.
Para clasificar este género ha de tenerse en cuenta que existen diversos criterios, empleados
por las distintas tipologías propuestas:
Por la forma:
o autobiográfica
o epistolar
o dialogada
o ligera
o novela corta o novella
o novela polifónica
o novela de aprendizaje o Bildungsroman
o metanovela
realista
novela naturalista
existencial
Roman courtois
O, si se consideran sus argumentos, puede hablarse de:
psicológica
novela de tesis: Es la que da más importancia a las intenciones del autor,
generalmente ideológicas, que a la narración. Muy cultivada en el siglo XIX,
especialmente por Fernán Caballero y el Padre Coloma
novela testimonio
Desde finales del periodo victoriano hasta la actualidad, algunas de estas variedades se han
convertido en auténticos subgéneros (ciencia ficción, novela rosa) muy populares, aunque a
menudo ignorados por los críticos y los académicos; en tiempos recientes, las mejores
novelas de ciertos subgéneros han empezado a ser reconocidas como literatura seria.
Historia[editar]
Artículo principal: Historia de la novela
Precedentes[editar]
Existe toda una tradición de largos relatos narrativos en verso, propios de tradiciones orales,
como la sumeria (Epopeya de Gilgamesh) y la hindú (Ramaiana y Majabhárata).
Estos relatos épicos en verso se dieron igualmente en Grecia (Homero) y Roma (Virgilio). Es
aquí donde se encuentran las primeras ficciones en prosa, tanto en su
modalidad satírica (con El Satiricón de Petronio, las increíbles historias de Luciano de
Samosata y la obra protopicaresca de Apuleyo El Asno de Oro). Dos géneros aparecen en la
época helenística que se retomarían en el Renacimiento y están en el origen de la novela
moderna: la novela bizantina (Heliodoro de Émesa) y la novela pastoril (Dafnis y Cloe,
de Longo).
Edad Media[editar]
Los peregrinos entreteniéndose con cuentos; grabado en madera de la edición de Caxton, 1486, de Los
cuentos de Canterbury de Chaucer.
Edad Moderna[editar]
Siglo XVI[editar]
La difusión de la imprenta incrementó la comercialización de las novelas y los romances,
aunque los libros impresos eran caros. La alfabetización fue más rápida en cuanto a la lectura
que en cuanto a la escritura.
Todo el siglo estuvo dominado por el subgénero de la novela pastoril, que situaba el asunto
amoroso en un entorno bucólico. Puede considerarse iniciada con La Arcadia (1502),
de Jacopo Sannazaro y se expandió a otros idiomas, como el portugués (Menina y
moza, 1554, de Bernardim Ribeiro) o el inglés (La Arcadia, 1580, de Sidney).
No obstante, a mediados de siglo, se produjo un cambio de ideas hacia un mayor realismo,
superando en este punto las novelas pastoriles y caballerescas. Así se advierte en
el Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais y en la Vida de Lazarillo de Tormes y de sus
fortunas y adversidades (1554), origen esta última de la novela picaresca. En Oriente se
escriben dos de las cuatro novelas clásicas chinas, la segunda versión de A la orilla del
agua (1573) de Shi Nai'an y Luo Guanzhong, y Viaje al Oeste (1590), atribuida a Wu
Cheng'en.
Siglo XVII[editar]
Retrato de Miguel de Cervantes Saavedra, por Juan de Jáuregui.
La novela moderna, como técnica y género literario está en el siglo XVII en la lengua
española, siendo su mejor ejemplo Don Quijote de la Mancha (1605) de Miguel de Cervantes.
Se considera como la primera novela moderna del mundo, ya que innova respecto a los
modelos clásicos de la literatura grecorromana como lo eran la epopeya o la crónica.
Incorpora ya una estructura episódica según un propósito fijo premeditadamente unitario. Se
inició como una sátira del Amadis, que había hecho que Don Quijote perdiera la cabeza. Los
defensores del Amadís criticaron la sátira porque apenas podía enseñar algo: Don Quijote ni
ofrecía un héroe al que emular ni satisfacía con bellos diálogos; todo lo que podía ofrecer es
hacer burla de los ideales nobles. Don Quijote fue la primera obra auténticamente anti-
romance de este periodo; gracias a su forma que desmitifica la tradición caballeresca y cortés,
representa la primera obra literaria que se puede clasificar como novela.
Con posterioridad al Quijote, Cervantes publicó las Novelas ejemplares (1613). Por «novela»
se entendía en el siglo XVII la narración breve intermedia entre el cuento y la novela extensa,
o sea lo que hoy llamamos novela corta.3 Las Novelas ejemplares de Cervantes son
originales, no siguen modelos italianos, y frente a la crítica al Quijote, que se decía que no
enseñaba nada, pretendían ofrecer un comportamiento moral, una alternativa a los modelos
heroico y satírico. No obstante, siguió suscitando críticas: Cervantes hablaba
de adulterio, celos y crimen. Si estas historias proporcionaban ejemplo de algo, era de
acciones inmorales. Los defensores de la "novela" respondieron que sus historias
proporcionaban buenos y malos ejemplos. El lector podía aún sentir compasión y simpatía con
las víctimas de los crímenes y las intrigas, si se narraban ejemplos de maldad.
Surgió entonces como respuesta a estas novelas dudosas un romance más noble y elevado,
con incursiones al mundo bucólico, siendo La Astrea (1607-27) de Honoré d'Urfé, la más
famosa. Se criticaron estos romances por su falta de realismo, a lo que sus defensores
replicaban que se trataba en realidad de "novelas en clave" (roman à clef), en los que, de
forma encubierta, se hacía referencia a personajes del mundo real. Esta es la línea que
siguió Madeleine de Scudéry, con tramas ambientadas en el mundo antiguo, pero cuyo
contenido estaba tomado de la vida real, siendo sus personajes, en realidad, sus amigos de
los círculos literarios de París.
Veinte años más tarde, Madame de La Fayette dio el paso decisivo, siendo su obra más
conocida La princesa de Clèves (1678), en la que tomaba la técnica de la novela española,
pero la adaptaba al gusto francés: en lugar de orgullosos españoles que se batían en duelo
para vengar su reputación, reflejaba detalladamente los motivos de sus personajes y el
comportamiento humano. Era una "novela" sobre una virtuosa dama, que tuvo la oportunidad
de arriesgarse en un amor ilícito y no solo resistió a la tentación, sino que acrecentó su
infelicidad confesando sus sentimientos a su marido. La melancolía que su historia creaba era
enteramente nueva y sensacional.
A finales del siglo XVII se escribieron y divulgaron, sobre todo por Francia, Alemania y Gran
Bretaña, novelitas francesas que cultivaban el escándalo. Los autores sostenían que las
historias eran verdaderas y no se narraban para escandalizar, sino para proporcionar
lecciones morales. Para probarlo, ponían nombres ficticios a sus personajes y contaban las
historias como si fueran novelas. También surgieron colecciones de cartas, que incluían estas
historietas, y que llevaron al desarrollo de la novela epistolar.
Es entonces cuando aparecen las primeras "novelas" originales en inglés, gracias a Aphra
Behn y William Congreve.
Siglo XVIII[editar]
Portada de la versión inglesa del Telémaco de Fénelon (Londres: E. Curll, 1715). No califica su obra
como "novela", como habían hecho Aphra Behn y William Congreve.
Portada de Robinson Crusoe de Defoe (Londres: W. Taylor, 1719), tampoco califica su obra de "novela".
El cultivo de la novela escandalosa dio lugar a diversas críticas. Se quiso superar este género
mediante el regreso al «romance», según lo entendieron autores como François Fénelon,
famoso por su obra Telémaco (1699/1700). Nació así un género de pretendido «romance
nuevo». Los editores ingleses de Fénelon, sin embargo, evitaron el término «romance»,
prefiriendo publicarlo como «nueva épica en prosa» (de ahí los prefacios).
Las novelas y los romances de comienzos del siglo XVIII no eran considerados parte de la
"literatura", sino otro elemento más con el que comerciar. El centro de este mercado estaba
dominado por ficciones que sostenían que eran ficciones y que se leían como tales.
Comprendían una gran producción de romances y, al final, una producción opuesta de
romances satíricos. En el centro, la novela había crecido, con historias que no eran heroicas ni
predominantemente satíricas, sino realistas, cortas y estimulantes con sus ejemplos de
conductas humanas.
Sin embargo, se daban también dos extremos. Por un lado, libros que pretendían ser
romances, pero que realmente eran todo menos ficticios. Delarivier Manley escribió el más
famoso de ellos, su New Atalantis, llena de historias que la autora sostenía que había
inventado. Los censores se veían impotentes: Manley vendía historias que desacreditaban a
los whigs en el poder, pero que supuestamente ocurrían en una isla de fantasía llamada
Atalantis, lo que les impedía demandar a la autora por difamación, salvo que acreditasen que
eso era lo que ocurría en Inglaterra. En el mismo mercado aparecieron historias privadas,
creando un género diferente de amor personal y batallas públicas sobre reputaciones
perdidas.
En sentido opuesto, otras novelas sostenían que eran estrictamente de no ficción, pero que se
leían como novelas. Así ocurre con Robinson Crusoe de Daniel Defoe, en cuyo prefacio se
manifiesta:
Si alguna vez la historia de un hombre particular en el mundo merecía que se hiciese pública, y que se
aceptase al ser publicada, el editor de este relato cree que será esta.
(...) El editor cree que es una justa historia de hechos; no hay ninguna apariencia de ficción en ella...
[1]
Esta obra ya advertía en su cubierta que no se trataba de una novela ni de un romance, sino
de una historia. Sin embargo, el diseño de página recordaba demasiado al "romance nuevo"
con el que Fénelon se había hecho famoso. Y ciertamente, tal como se entendía el término en
aquella época, esta obra es cualquier cosa menos una novela. No era una historia corta, ni se
centraba en la intriga, ni se contaba en beneficio de un final bien cortado. Tampoco es Crusoe
el antihéroe de un romance satírico, a pesar de hablar en primera persona del singular y haber
tropezado con toda clase de miserias. Crusoe no invita realmente a la risa (aunque los
lectores con gusto sabrán, por supuesto, entender como humor sus proclamas acerca de ser
un hombre real). No es el autor real, sino el fingido el que es serio, la vida le ha arrastrado a
las más románticas aventuras: ha caído en las garras de los piratas y sobrevivido durante
años en una isla desierta. Es más, lo ha hecho con un heroísmo ejemplar, siendo como era un
mero marinero de York. No se puede culpar a los lectores que la leyeron como un romance,
tan lleno está el texto de pura imaginación. Defoe y su editor sabían que todo lo que se decía
resultaba totalmente increíble, y, sin embargo, afirmaban que era cierto (o, que si no lo era,
seguía mereciendo la pena leerlo como una buena alegoría).
La publicación de Robinson Crusoe, sin embargo, no condujo directamente a la reforma del
mercado de mediados del dieciocho. Se publicó como historia dudosa, por lo que entraban en
el juego escandaloso del mercado del XVIII.
Clásicos de la novela del siglo XVI en adelante: portada de Colección selecta de novelas (1720-22).
una narración que tiene el fundamento en la verdad y la naturaleza; y al mismo tiempo entretiene agradablemente..."
Cambió el diseño de las portadas: las nuevas novelas no pretendieron vender ficciones al
tiempo que amenazaban con revelar secretos reales. Ni aparecían como falsas "historias
verdaderas". El nuevo título ya indicaría que la obra era de ficción, e indicaba cómo debía
tratarlas el público. Pamela, de Samuel Richardson (1740) fue uno de los títulos que introdujo
un nuevo formato de título, con su fórmula [...], o [...] ofreciendo un ejemplo: "Pamela, o la
virtud recompensada - Ahora publicada por primera vez para cultivar los principios de la virtud
y la religión en las mentes de los jóvenes de ambos sexos, una narrativa que tiene el
fundamento en la verdad y la naturaleza; y al mismo tiempo entretiene agradablemente". Así
dice el título, y deja claro que es una obra creada por un artista que pretende lograr un efecto
determinado, pero para ser discutido por el público crítico. Décadas más tarde, las novelas ya
no necesitaron ser más que novelas: ficción. Richardson fue el primer novelista que unió a la
forma sentimental una intención moralizadora, a través de personajes bastante ingenuos.
Semejante candor se ve en El vicario de Wakefield, de Oliver Goldsmith (1766).
Mayor realismo tiene la obra de Henry Fielding, que es influido tanto por Don Quijote como por
la picaresca española. Su obra más conocida es Tom Jones (1749).
En la segunda mitad de siglo se afianzó la crítica literaria, un discurso crítico y externo sobre la
poesía y la ficción. Se abrió con ella la interacción entre participantes separados: los
novelistas escribirían para ser criticados y el público observaría la interacción entre la crítica y
los autores. La nueva crítica de finales del siglo XVIII implicaba un cambio, al establecer un
mercado de obras merecedoras de ser discutidas, mientras que el resto del mercado
continuaría existiendo, pero perdería la mayor parte de su atractivo público. Como resultado,
el mercado se dividió en un campo inferior de ficción popular y una producción literaria crítica.
Solo las obras privilegiadas podían discutirse como obras creadas por un artista que quería
que el público discutiera esto y no otra historia.
Desapareció del mercado el escándalo producido por DuNoyer o Delarivier Manley. No atraía
a la crítica seria y se perdía si permanecía sin discutir. Necesitó al final su propio tipo de
periodismo escandaloso, que se desarrolló hasta convertirse en la prensa amarilla. El mercado
inferior de la ficción en prosa siguió enfocando la inmediata satisfacción de un público que
disfrutaba su permanencia en el mundo ficticio. El mercado más sofisticado se hizo complejo,
con obras que jugaban nuevos juegos.
En este mercado alto, podía verse dos tradiciones que se desarrollaban: obras que jugaban
con el arte de la ficción —Laurence Sterne y su Tristram Shandy entre ellas— el otro más
cercano a las discusiones que prevalían y modos de su audiencia. El gran conflicto del siglo
XIX, de si el artista debe escribir para satisfacer al público o para producir el arte por el arte,
aún no había llegado.
La ilustración francesa utilizó la novela como instrumento de expresión de ideas filosóficas.
Así, Voltaire, escribió el cuento satírico Cándido o El optimismo (1759), contra el optimismo de
ciertos pensadores. Poco después, sería Rousseau el que reflejaría su entusiasmo por la
naturaleza y la libertad en la novela sentimental Julia o la nueva Eloísa (1761) y en la larga
novela pedagógica Emilio (1762).
La novela sentimental se manifiesta en Alemania con Las cuitas del joven Werther, de Johann
Wolfgang von Goethe (1774), se situó a la encabezada del nuevo movimiento, y forjó tal
sentimiento de compasión y comprensión que muchos estaban preparados a seguir a Werther
en su suicidio. En esta época también se hizo popular Bernardin de Saint-Pierre, con su
novela Pablo y Virginia (1787), que narra el amor desgraciado entre dos adolescentes en una
isla tropical.
En China se escribe al acabar el siglo la última de las cuatro novelas clásicas, el Sueño de las
mansiones rojas, también llamada Sueño en el pabellón rojo (1792) de Cao Xueqin.