Un Cuerpo Doctrinal
Un Cuerpo Doctrinal
La Doctrina Social de la Iglesia explicita las obligaciones sociales del creyente, es decir, el
deber cristiano de colaborar en la edificación de un mundo humano y justo. Esta enseñanza
es letra muerta si no es llevada a la práctica y, a la vez, es urgente participar en los cambios
necesarios.
A cada comunidad cristiana le toca discernir – en diálogo con todos los hombres y las
mujeres de buena voluntad como también en comunión con los Obispos responsables de la
comunidad – su compromiso concreto. En esta tarea el cristiano está llamado a colaborar
con los no creyentes con un espíritu de fidelidad a su fe y en una actitud de servicio a los
demás. Por último, se recuerda que la fe cristiana no se identifica con ningún sistema
determinado y que la misma fe puede conducir a compromisos diferentes, dando lugar a un
pluralismo legítimo
El lenguaje teológico es un discurso social no tan solo porque la persona humana es un ser
social sino también por ser un discurso sobre el Dios que actúa en la historia y en la vida
del hombre y de la mujer.
La Sagrada Escritura, como palabra revelada, constituye un testimonio privilegiado
de la actuación divina en la historia humana. Por lo tanto, la Biblia es el “alma de la
teología” y es preciso que la reflexión ética sea “nutrida con mayor intensidad por la
doctrina de la Sagrada Escritura”.
La Sagrada Escritura ofrece un horizonte de significado al sentido último de la vida
y al quehacer de la persona porque la historia se comprende como una historia de salvación:
esta historia humana está llamada a su plena realización y esta misma historia llega a ser
una historia de salvación para la humanidad
Yahvéh se revela como el Dios de la justicia que libera al oprimido y es reconocido como
el Dios que hace justicia a los desamparados. Este reconocimiento pertenece a la fe del
pueblo de Israel. Aún más, se establece una relación muy estrecha entre el conocimiento de
Dios y el obrar la justicia con el oprimido
El amor y la justicia son dos temas que van de la mano, que sin embargo, en el
curso de la historia del pensamiento se les ha catalogado como dos categorías distintas. El
verdadero amor tiene un sentido muy agudo de justicia, porque es capaz de sentir
compasión, de padecer con, de hacer suyo el sufrimiento del otro, y de salirse de uno
mismo y pensar desde la situación sufriente del otro
El que sabe lo que es amor no soporta la opresión del desamparado. El amor se torna en
clamor por la justicia frente a la situación de opresión. La caridad –este único precepto- es
el eje de toda ética cristiana, y por eso se transforma en un exigir la justicia para con el
oprimido en la reflexión social. El amor se hace compasión (padecer con) y, desde la
situación del oprimido y del marginado, exige aquellas transformaciones sociales
necesarias para que todo ser humano pueda vivir dignamente. Esto no es un lujo ético sino
una necesidad ética que se fundamenta en la fe de un Dios Padre del cual todos somos
hijos; y si queremos realmente dar sentido a la palabra “todos”, es preciso incluir a los
excluidos de la historia para que “todos” tenga su verdadero significado