Fallo Milgron
Fallo Milgron
Fallo Milgron
En Buenos Aires, a los 30 días del mes de octubre del año 2015, reunidas las
Señoras Jueces de Cámara en la Sala de Acuerdo, fueron traídos para conocer
los autos caratulados: “MILGRON, NICOLÁS MARTÍN contra GENERAL
MOTORS DE ARGENTINA S.R.L. sobre ORDINARIO” (EXPTE. N° 25892/2011)
en los que al practicarse la desinsaculación que ordena el art. 268 del Código
Procesal, resultó que debían votar en el siguiente orden: Doctoras Matilde E.
Ballerini, María L. Gómez Alonso de Díaz Cordero. La Sra. Juez Dra. Ana I.
Piaggi no interviene en la presente por hallarse en uso de licencia (art. 109
R.J.N).
Estudiada la causa la Cámara planteó la siguiente cuestión a resolver:
¿Es arreglada a derecho la sentencia apelada?
La Señora Juez de Cámara Dra. Matilde E. Ballerini dijo:
I. A fs. 1/6 el Sr. Nicolás Martín Milgron promovió demanda contra General
Motors de Argentina S.R.L solicitando se la condene a vender al actor 42
automotores Chevrolet Aveo 0 km., en los términos y condiciones realizadas
en cierta publicación efectuada en un medio gráfico de gran circulación.
II. La sentencia dictada a fs. 757/767 rechazó la demanda con costas. Para así
resolver, el Sr. Juez a quo consideró que en la especie no se configuró un
supuesto de publicidad engañosa que pudiera dar lugar a la acción prevista
en el artículo 10 bis de la ley de Defensa del Consumidor.
Señaló que de acuerdo a las leyendas incluidas en la publicidad efectuada por
la demandada, no podía dar lugar a dudas respecto a que el importe que allí
se indicaba ($2.000) correspondía a una bonificación a realizar sobre el valor
del automotor y no, como pretendería el accionante, que ese fuera el precio
final del vehículo publicitado.
Indicó que la totalidad de la prueba rendida en la causa, daba cuenta de la
imposibilidad de que un automóvil pudiera tener un precio de venta de
$2.000. Refirió que el Registro de la Propiedad Automotor informó que los
valores del modelo en cuestión rondaban entre $59.700 hasta $69.200
aproximadamente y que ACARA comunicó importes similares.
Por otra parte, consideró que el actor se limitó a hacer una “simple
averiguación” del precio del vehículo sin acreditar en la causa que se hubiera
llegado a efectuar una transacción ni tampoco que tuviera el dinero para la
adquisición de los 42 vehículos que aquí pretende.
Finalmente, impuso las costas de la causa a cargo del accionante en su
condición de vencido.
III. Contra dicho decisorio apeló el Sr. Milgron a fs. 778. Mantuvo su recurso
con la expresión de agravios que obra a fs. 797/801, contestada por la
contraria a fs. 805/809.
A fs. 811 se expidió la Sra. Fiscal General ante esta Cámara.
Las críticas del recurrente transitan por los siguientes carriles: a) la
interpretación del objeto de la demanda; b) confusión entre los conceptos de
oferta y de publicidad; c) la valoración del aviso publicitario; y d) la
imposición de costas.
IV. En su primer embate, el apelante adujo que el anterior sentenciante
habría confundido el objeto de la presente demanda – cumplimiento forzoso
de una obligación- con una acción de indemnización por daños y perjuicios.
Más allá que a fs. 760 el Sr. Juez a quo indicó que el presente se trataría de
una “…demanda por resarcimiento de daños…”, lo cierto es que luego
claramente identificó la pretensión del actor, señaló que éste perseguía “…el
cumplimiento forzado de la obligación…” y analizó la procedencia de la acción
bajo tales parámetros, de manera tal que no se advierte que hubiera existido
la confusión denunciada por el recurrente.
Por ello, se rechaza la queja sin necesidad de efectuar mayores precisiones al
respecto.
V. En cuanto a la valoración del aviso publicitario efectuado por la
demandada y si se trató de una oferta o de una publicidad, con carácter
previo corresponde determinar si en la especie resulta aplicable el régimen
tuitivo concedido a favor de los consumidores.
En su líbelo inaugural el Sr. Milgron refirió que atraído por el aviso efectuado
por la accionada en cierto periódico de importante circulación (ver
publicación a fs. 171), se acercó a dos concesionarios oficiales de esa firma y
procuró adquirir 42 unidades 0 km del automotor Chevrolet Aveo, con
resultado negativo.
Sabido es que para corroborar que el vínculo jurídico habido entre los
justiciables pueda ser calificado como una “relación de consumo” deben
estar presentes los dos extremos requeridos para su configuración. Esto es: i)
que la demandada pueda ser considerada "proveedora"; y b) que el actor, de
su lado, se trate de un "consumidor" o "usuario".
Sobre el primer extremo, no caben dudas que en líneas generales, toda
automotriz se coloca en el rol de proveedor en relación con sus clientes, más
allá que sus productos sean adquiridos por "consumidores" o por sujetos que
no ostenten esta última calidad (es decir, "no consumidores").
A su vez, respecto del segundo requisito, la respuesta se halla mencionada
expresamente en el art. 1° de la ley 24.240 (texto según ley 26.361). Así, será
considerado consumidor cuando "adquiera o utilice bienes o servicios como
destinatario final".
La noción de "consumidor final", excede luego de la reforma propiciada por
la ley 26.361, el plano del elemento subjetivo. En efecto, los criterios que han
informado las definiciones de consumidor final se han ordenado entre
subjetivos (ratio personae) y objetivos (ratio materiae), de conformidad a si
atendían a elementos que denotaban características del sujeto a ser
nominado como consumidor -en el primer caso-, o si se rescataban datos de
la operación económica, donde se los agrupaba entre los elementos
objetivos de la definición.
Y ello así con motivo de dos órdenes de razones; por un lado las distinciones
subjetivas se fueron desvaneciendo de las normas y, por otro, las que
permanecieron se interpretan no ya de manera subjetiva, sino
objetivamente.
El carácter de consumidor final, que se define por el destino de la
adquisición, no atiende al elemento subjetivo del motivo personal que movió
al individuo a consumir, sino objetivamente a la confrontación del destino del
bien o servicio adquirido -también objetivamente considerado conforme su
utilidad reconocida- con el área de actividad del pretendido consumidor.
De este modo, si el bien o servicio adquirido está fuera de dicha área de
actividad, debe presumirse que se trata de un acto de consumo, lo que no
ocurre si se advierte que se está dentro de dicha área, por quedar excedida -
en este último supuesto- la noción de "destinatario final".
En definitiva, el “consumo final” alude a una transacción que se da fuera del
marco de la actividad profesional de la persona, ya que no va a involucrar el
bien o servicio adquirido en otra actividad con fines de lucro, o en otro
proceso productivo. De esta forma, podemos decir que todas las operaciones
jurídicas realizadas sin motivos profesionales estarían alcanzadas por la
normativa tutelar (ver Picasso – Vázquez Ferreira “Ley de defensa del
consumidor – comentada y anotada” T. I, págs. 28 y ss, ed. La Ley, Bs. As.,
2009).
VI. Bajo tales premisas, a continuación procuraré determinar si la operación
cuyo cumplimiento forzoso se pretende, puede ser entendida como una
“relación de consumo” o no.
En la especie, estimo determinante el hecho que el actor intentó adquirir 42
unidades 0 km. Pues por las características mismas que presenta un
automotor y el uso social o familiar que puede en condiciones normales
presumiblemente esperar de ellos, resulta cuanto menos dudoso que un
sujeto que pretende comprar nada más ni nada menos que 42 vehículos 0 km
(incluso en el supuesto en que intente aprovechar un precio hipotéticamente
promocional), revista el carácter de “consumidor final”.
Bajo tan particular escenario fáctico, juzgo que el accionante debió arrimar a
la causa algún elemento probatorio que –cuanto menos en forma indiciaria-
diera cuenta de su intención de adquirir 42 automotores –iguales- para
destinarlos a su uso particular, pues una operación de tal magnitud haría
presumir que objetivamente la misma no tiene como meta su utilización
como destinatario final de los bienes.
No conmueve lo anterior, lo expuesto por el Sr. Milgron al promover su
acción respecto a que el objeto de la compra de tantos automotores era
cumplir su “sueño de poseer varios autos” (ver fs. 1vta.). Es que, reitero, el
carácter de consumidor final (definido por el destino de la adquisición), no
atiende al elemento subjetivo del motivo personal que movió al individuo a
consumir, sino objetivamente; de manera que –sin ningún tipo de prueba
que pueda acreditar aún en forma indiciaria lo contrario- difícilmente puede
sostenerse que la pretensión de adquirir 42 vehículos responda a la
necesidad de satisfacer un consumo final.
Ergo, concluyo que en la especie resulta inaplicable la normativa tuitiva de
protección al consumidor.
VII. Descartada la aplicación en el sub examine de la ley 24.240 y, por ende, la
posibilidad de exigir el cumplimiento forzoso de la obligación en los términos
del artículo 10 bis de aquella norma, por el principio iuria novit curiae, resta
analizar la procedencia de la acción intentada de acuerdo con la legislación
de fondo o común.
Sobre el punto, encuentro decisivo lo señalado por el anterior sentenciante
respecto a la ausencia de prueba sobre la aceptación por parte del actor de la
presunta oferta efectuada por la accionada, así como de la falta de
acreditación de que el Sr. Milgron hubiera accedido al crédito que alegó
haber solicitado para procurar adquirir las 42 unidades aquí pretendidas (ver
fs. 1vta).
Agréguese que el apelante no controvirtió ni cuestionó en su expresión de
agravios las afirmaciones antes indicadas. En tal contexto, juzgo que la
inexistencia de elementos probatorios suficientes que acrediten que el
accionante efectivamente aceptó la oferta efectuada mediante el aviso
publicitario realizado por la demandada (extremo indiscutido en esta
instancia, tal como se puntualizó previamente), terminan de sellar la suerte
adversa de la pretensión.
Pues aunque la publicidad sea interpretada del modo propuesto por el actor,
es decir, que la unidad 0 km poseía un valor de venta de $2.000, al no
demostrarse la aceptación –que no debe confundirse con la mera
averiguación- de aquel presunto ofrecimiento, no puede reclamarse el
cumplimiento forzoso de un contrato que no fue celebrado.
Es que, como es sabido, el contrato requiere la declaración de una voluntad
común destinada a regir los derechos de las partes. Esa declaración supone la
previa aceptación de la oferta, o sea, la correspondencia exacta de la
aceptación con todos los puntos de la oferta, pues cualquier modificación
que se hiciera a la misma importará la propuesta de un nuevo contrato. Así
éste no puede considerarse concluido mientras todas las partes no adhieran
a esa común expresión de voluntad.
Insisto, la averiguación o la simple intención no manifestada, por cualquiera
de los medios que el ordenamiento reconoce, carece de virtualidad jurídica,
porque para anudar la compleja y sutil trama de sus relaciones jurídicas, el
acuerdo necesita para su formalización una base cierta, concreta, que no
puede ser otra que la declaración expresa de voluntad de contratar aquí
nunca efectuada, al menos a la luz de las constancias de autos.
En síntesis, en tanto se trata de un extremo indiscutido en esta instancia que
el actor no avanzó más allá de simples averiguaciones respecto de las
condiciones de venta del vehículo publicitado, sin llegar a perfeccionarse el
contrato (arg. conf. arts. 271 y 277 CPr), deviene improcedente la acción de
cumplimiento forzado pretendida.
Por lo expuesto, se rechazan los agravios.
VIII. Por último, respecto a la crítica relativa al modo en que fueron
distribuidas las costas en la anterior instancia, siendo que –como se dijo- en
la especie no resulta de aplicación la ley 24.240, forzoso es concluir que
tampoco corresponde atender favorablemente la eximición de costas
solicitada en los términos del artículo 53 de aquella norma. Ergo, se
desestima la queja sin necesidad de efectuar mayores precisiones.
IX. En orden a las costas de esta instancia, por aplicación del principio
genérico de la derrota objetiva, las costas de esta instancia se imponen al
accionante en su condición de vencido (CPr. 68).
Como corolario de todo lo expuesto, si mi criterio es compartido, propongo al
Acuerdo: rechazar el recurso interpuesto a fs. 778 y, en consecuencia,
confirmar la sentencia recurrida, con costas a cargo del vencido.
Así voto.
Por análogas razones, la Dra. María L. Gómez Alonso de Díaz Cordero adhiere
a las conclusiones del voto que antecede. Con lo que se terminó este
Acuerdo que firmaron las señoras Jueces de Cámara. Es copia fiel del original
que corre a fs. 571/77 del Libro de Acuerdos Comercial Sala B.
JORGE DJIVARIS
SECRETARIO
Y VISTOS:
Por los fundamentos del acuerdo que precede, se resuelve: rechazar el
recurso interpuesto a fs. 778 y, en consecuencia, confirmar la sentencia
recurrida, con costas a cargo del vencido. Regístrese y notifíquese por
Secretaría, en su caso, conforme Acordadas N° 31/11 y 38/13 CSJN y
devuélvase. Oportunamente, cúmplase con la publicación a la Dirección de
Comunicación Pública de la CSJN, según lo dispuesto en el art. 4 de la
Acordada N° 15/13 CSJN.