Ciencia y Arte de La Materia

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ciencia y arte de la materia

La química desempeña un papel fundamental, tanto por el puesto que ocupa en las ciencias
de la naturaleza y del conocimiento como por su importancia económica y su omnipresencia
en nuestra vida diaria. A fuerza de estar presente por doquier se suele olvidar su existencia, e
incluso corre el riesgo de pasar completamente desapercibida. Es una ciencia que no
propende a ofrecerse en espectáculo, pero sin ella muchas proezas terapéuticas, hazañas
espaciales y maravillas de la técnica, que todos consideramos espectaculares, no habrían
visto la luz del día. La química contribuye de forma decisiva a satisfacer las necesidades de la
humanidad en alimentación, medicamentos, indumentaria, vivienda, energía, materias primas,
transportes y comunicaciones. También suministra materiales a la física y la industria,
proporciona modelos y sustratos a la biología y la farmacología, y aporta propiedades y
procedimientos a las ciencias y las técnicas en general.
Un mundo sin química estaría desprovisto de materiales sintéticos y, por lo tanto, carecería de
teléfonos, ordenadores, tejidos sintéticos y cines. Sería también un mundo carente, entre otras
muchas cosas, de aspirinas, jabones, champús, dentífricos, cosméticos, píldoras
anticonceptivas, colas, pinturas y papel, por lo que no habría tampoco ni periódicos ni libros.

a molécula como caballo de Troya


Más allá de la química molecular se extiende el inmenso ámbito de la llamada química
supramolecular, que no estudia lo que ocurre dentro de las moléculas, sino más bien cómo
éstas se conducen entre sí. Su objetivo es comprender y controlar su modo de interacción y la
manera en que se transforman y unen, ignorando a otras moléculas. El sabio alemán Emil
Fischer, Premio Nobel de Química (1902), recurrió al símil de la llave y la cerradura para
enunciar este fenómeno. Hoy en día, lo denominamos “reconocimiento molecular”.
En el ámbito de la biología es donde más sorprendente resulta el papel de las interacciones
moleculares: las unidades proteínicas que se unen para formar la hemoglobina; los glóbulos
blancos que reconocen y destruyen los cuerpos extraños; el virus del sida que encuentra su
blanco y se introduce en él; el código genético que se transmite mediante la escritura y lectura
del alfabeto de las bases proteínicas, etc. Un ejemplo muy elocuente es el de la “auto
organización” del virus del mosaico del tabaco, formado por una agrupación de nada menos
que 2.130 proteínas simples estructuradas en una torre helicoidal.
La eficacia y elegancia de los fenómenos naturales son tan fascinantes para un químico que
su tentación es tratar de reproducirlos, o de inventar nuevos procedimientos que permitan
crear nuevas arquitecturas moleculares con aplicaciones múltiples. ¿Por qué no podríamos
imaginar, por ejemplo, la elaboración de moléculas capaces de transportar al centro de un
blanco escogido un fragmento de ADN destinado a la terapia génica? Esas moléculas serían
como “caballos de Troya” que permitirían a su pasajero atravesar barreras como las
membranas celulares, consideradas infranqueables.

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